Introduction to Contra los fueros de la muerte: El suceso cervantino
Descripción
“Contra todos los fueros de la muerte.” El suceso cervantino Jacques Lezra Capítulo 1 Encontrarse con Cervantes. Economía política del alma Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Don Quijote, Prólogo 1605 ACONTECER, a verbo Lat. contingo gis. in tertijs personis duntaxat, pro accidere seu euenire. Acontecimiento, casus, lo mismo que acaecimiento. Cariacontecido; vocablo nueuo, y se dize del que llega alterado, y mudada la color, indicio de que le ha acontecido algo. Dezimos, acontecio, y aconteciome, te, le, con todas las personas, tiempos, y modos: no me acontecera otra vez, yo me guardare de semejante incóueniente: no os acontezca mas, id est, no lo hagays otra vez. ACAECER, lo mesmo que acontecer, del veruo accido, ex ac, & cado. Quasi ad, id est, iuxta aliquid cado, accedo, euenio, obtingo. Dizese de las cosas que suceden a caso, de donde tambien pudo traer su origen, que todo viene a ser vno. Acaecimiento, vale sucesso. OCVRRIR, ofrecerse vna cosa, o acudir en algun lugar a vn tiempo: ocurrir a la memoria, ofrecerse. SVCEDER, vale acaecer, del verbo succedo, is, y de alli suceso, acaecimiento. SVCEDER, entrar en lugar de otro: y de alli sucessor, y sucession. Tesoro de la lengua castellana Comencemos. El objeto, ¿tiene piel? ¿Se deja tocar? Primero, Cervantes: deshecho, desecho. La primera escena nos resulta familiar, hasta demasiado conocida. Nos la cuentan todos los grandes admiradores de la convivencia española. Se encuentran en ella, ineludiblemente, las fantasías más enternecedoras, más seductoras, sobre el vivir-‐juntos andalusí y sobre la
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Justified
ideología y las prácticas de relación que buscaba borrar el Estado confesional de los Austrias. Todo ello, en el marco de una reflexión sobre el problema de la traducción. Escena primaria, primigenia del suceso cervantino. El cuento empieza así. Se pasea por Toledo un hombre acostumbrado a leer todo tipo de textos, hasta los papeles que se encuentra por la calle, desesperado por haber empezado a leer un libro que no termina, un libro cuyas aventuras quedan interrumpidas por haberse perdido, según cuenta el mismo, el manuscrito en el que se basaba. De paso por el mercado en el Alcaná, el antiguo barrio musulmán y judío de la ciudad, se topa en la tienda de un sedero con un papel manuscrito, en letras que reconoce ser árabes. Busca a quien se lo lea y se lo traduzca y, como sabemos, resulta ser el manuscrito perdido en el que el cronista árabe narra la continuación de las aventuras de don Quijote. El texto de Cervantes dice así: Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír. Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese; y él, sin dejar la risa, dijo: “Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: ‘Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida,
dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha’”.1 Sigue la traducción al inglés de Thomas Shelton, en la edición de 1620. Enseguida aclararemos por qué conviene hacer pasar este texto cervantino, archi-‐conocido, por la máquina
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
de traducir—cuando de entenderlo como texto castellano parece tratarse. De momento y, sin adelantar más, no olvidemos la fecha de la traducción: 1620. Being one day walking in the exchange of Toledo, a certain boy by chance would have sold divers old quires and scrolls of books to a squire that walked up and down in that place, and I, being addicted to read such scrolls, though I found them torn in the streets, borne away by this my natural inclination, took one of the quires in my hand, and perceived it to be written in Arabical characters, and seeing that, although I knew the letters, yet could I not read the substance, I looked about to view whether I could perceive any Moor turned Spaniard thereabouts, that could read them; nor was it very difficult to find there such an interpreter; for, if I had searched one of another better and more ancient language, that place would easily afford him. In fine, my good fortune presented one to me; to whom telling my desire, and setting the book in his hand, he opened it, and, having read a little therein, began to laugh. I demanded of him why he laughed; and he answered, at that marginal note which the book had. I bade him to expound it to me, and with that took him a little aside; and he, continuing still his laughter, said: ‘There is written there, on this margin, these words: “This Dulcinea of Toboso, so many times spoken of in this history, had the best hand for powdering of 2
porks of any woman in all the Mancha.’”
1
Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, ed. de Francisco Rico, Barcelona, Crítica, 1998. 2 Miguel de Cervantes Saavedra, The Second Part of the History of the Valorous and Witty Knight errant Don Quixote of the Mancha, tr. de Thomas Shelton, Londres, Ed. Blount, 1620.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 7:02 PM Formatted: Justified, Line spacing: single Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Estas frases de Cervantes han permitido que el crítico Antonio Medina Molera afirme que un “mudejarismo cervantino” atraviesa la novela, una disposición anímica abarcadora y liberal, en cuanto desorganizada, moderna, “promiscua”, que constituiría un arma de asalto insurgente contra lo que Medina denomina “el ideal ascético cristiano viejo”.3 A otros, como por ejemplo María Rosa Menocal, el episodio les sirve de síntoma, como una suerte de esbozo en el que se llegan a leer las trazas—el residuo, los desechos—de la convivencia española,
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
fenómeno histórico, según Menocal, que, a pesar de las rencillas o de las inseguridades, tuvo larga estabilidad y permitió florecer una cultura mixta, musulmana, cristiana y judía, que se perdió con la reconquista, con las expulsiones y con la concreción de la ideología confesional bajo los Austria.4 No es de extrañar, pues, ni parece casualidad que la frase que ponga de
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
3
Antonio Medina Molera, Cervantes y el Islam. El Quijote a cielo abierto, Barcelona, Ediciones Carena, 2005, p. 84, y 225: “En el Quijote la sensibilidad reemplaza al conocimiento que se revuelve contra la vida. Es a partir de ello que todo discurso de la razón está predeterminado por el mismo exclusivismo y enmarañamiento metafísico, entrelazandose para los restos con el pathos cristiano sobrevenido junto al humanismo latino… Gracias a la doble textualidad y a la promiscuidad entre culturas que teje el Quijote, Cervantes logra desenredarse del etnocentrismo humanista y de la pesadilla de la razón, por la que siente auténtica vergüenza ajena”. Ver Darío Fernández-‐Morera, “Cervantes and Islam: A contemporary analogy”, en Eva Reichenberger, Cervantes y su mundo, v. III, 123-‐166, que estudia la perspectiva histórica de las opiniones que podrían tener del Islam Cervantes y sus contemporáneos. 4 Maria Rosa Menocal, The Ornament of the World: How Muslims, Jews and Christians Created a Culture of Tolerance in Medieval Spain, Boston, Little, Brown, 2002. Encontraremos un análisis bastante más cuidadoso de la literatura aljamiada en Luce López Baralt, “Crónica de la destrucción de un mundo: La literatura aljamiado-‐morisca”, en Bulletin Hispanique, n. 82 (1980), vols. 1-‐2, pp. 16-‐58. Acerca del morisco aljamiado de Cervants, vid. Monika Walter, “La imaginación de moro historiador y morisco traductor. Algunos aspectos de la ficticia autoría en el Don Quijote”, en Caroline Schmauser y Monika Walter (eds.), "Bon compaño jura di!"? El encuentro de moros, judíos y cristianos en la obra cervantina, Vervuert, Frankfurt am Main; Iberoamericana, Madrid, 1998, pp. 35-‐49; y Nuria Martínez de Castilla, “‘Anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado’”, en Nuria Martínez de Castilla, Maria Soledad Carrasco Urgoiti y Rodolfo Gil, De Cervantes y el Islam, Madrid, Ministerio de Cultura-‐Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2006, pp. 235-‐246. Cfr. asimismo Carroll Johnson, Transliterating a Culture: Cervantes and the Moriscos, Newark, Delaware, Juan de la Cuesta, 2010; y Steven Hutchinson, “Los apologistas de la expulsión de los moriscos frente a Ricote y Ana Félix”, en Reichenberger, Eva (ed.). Cervantes y su mundo. Kasser: Reichenberger. 2004-‐2010, v. VI, 125-‐146. El trabajo crítico que más me interesa sobre el tema morisco es el de William Childers, Transnational Cervantes. Toronto: University of Toronto Press. 2006. Para Childers, hay que hacer pasar a Cervantes por el presente—deslabrarlo, en cierta medida.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
manifiesto el contenido de la obra manuscrita que encuentra el narrador cervantino sea “una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación”, esto es, que “‘[e]sta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha’”. Como todo síntoma, la frase desvela multitud de causas, a veces incluso contradictorias entre sí. La “cosa” que capta la atención, tanto del acotador anónimo como del traductor, es precisamente el puerco—marca, “cosa”, producto que sirve, tanto en la época de Cervantes como hoy día, para distinguir entre gentes y para dividir las sociedades según prohibiciones dietéticas que imposibilitarían formar comunidades y que imprimirían en cualquier léxico compartido, en cualquier forma de convivencia lingüística, el disenso, la disimulación, la traición, con el “puerco” constituyendo, en un idioma, una palabra cuyas principales acepciones pasarían por el concepto de “lo comestible” y, en otro, por el de lo “no comestible”.5 Pero, este sentido disyuntivo que esconde la “cosa” del manuscrito casa mal con otros elementos de la escena—los que le parecen de importancia a Menocal y a Medina, es decir, los elementos que ayudan a destacar el “mudejarismo” cervantino y que nos hablan de la
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
transmisión de elementos culturales entre las tres sociedades, de la posibilidad de la traducción, de la convivencia, a nivel léxico, de las tres culturas. Se podría llegar a pensar, como sugiere Eric Graf, que esa contradicción que parece aflorar entre la función disyuntiva del puerco y la función copulativa del marco es algo que Cervantes busca. El tono paródico-‐cómico de tales escenas—escribe Graf—revela el deseo de manipular la sociedad. Son formas abstractas de revelar que la historia de España es una serie de
5
Sobre el puerco de Dulcinea y la maraña de conversiones y exclusiones que podría conllevar la mención de tal carne, ver Matthew D. Warshawsky, “Beyond the Shadow of a Possibility: The Modernity of a Converso Worldview in Don Quixote”, 271-‐298., sobre todo p. 293; en Matthew D. Warshawsky y James A. Parr, eds., Don Quixote: Interdisciplinary connections. Newark: Juan De La Cuesta. 2013.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
dialécticas étnicas y/o culturales: entre lo vasco y lo castellano, el moro y el español, leonés y carolingio. Cervantes concluye indicando que, para contextualizar la historia y para poder reírse de su atormentada complejidad, a fin de no devenir el protagonista patético de tal historia, hay que burlar y derrotar la ideología engañosa del etnocentrismo español, para instalar en su lugar la verdad híbrida de esa historia—es decir, poner en su lugar identidades menos ideales, pero más ciertas. Los desplazamientos de identidad que nos ofrece la visión cervantina abren vías para que el lector pueda reconocer la perspectiva, atónita y resistente, del morisco, que experimenta los efectos, nefastos, del nacionalismo español.6 Por último, el hecho de que lo que se le dé tan bien a Dulcinea sea el salar puercos, curar o conservar la carne nos indicaría algo—chiste típico cervantino, mezcla de lo casero con
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
lo literario—una cualidad importante de la cultura: se conserva, vive para consumirse con posterioridad, hay que tener buena mano para salarla y, con buena mano, se conservan tanto las huellas de la convivencia como las del disenso y la división.
No hay elemento de esta famosa escena, ni de las que la preceden, que no esté
determinado y sobre-‐determinado por elementos culturales que ella misma traduce y de los cuales es a un tiempo síntoma. (Graf nos recuerda la observación del narrador del capítulo 9, a propósito de que la historia habría quedado “destroncada” en el momento justo en el cual don 6
“El tono paródico y cómico de semejantes episodios revela un deseo de ingeniería social; es la abstracta manera en que Cervantes desvela la historia de España como una absurda serie de dialécticas étnicas y/o culturales: vasco/castellano, moro/español, leonés/carolingio. Al final, Cervantes indica que, para ser capaz de contextualizar y reírse de la tortuosa complejidad de la historia de España, a fin de no convertirse en su patético protagonista, hace falta que uno le venza por la mano a la fraudulenta ideología de la identidad nacional española de corte etnocéntrico y que la reemplace por la verdad hibridizada de dicha historia—esto es, por identidades históricamente más adecuadas, menos ideales. Los desplazamientos de la identidad que ofrece la visión de Cervantes despejan el camino para que el lector reconozca la incrédula y resistente perspectiva del nativo morisco, que en ese momento se encuentra experimentando los indeseables efectos del nacionalismo español” (Eric C. Graf, “When an Arab Laughs in Toledo: Cervantes's Interpellation of Early Modern Spanish Orientalism”, en Diacritics, n. 29:2 (1999), p. 80).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Quijote y el valeroso vizcaíno están a punto de “descargar dos furibundos fendientes, tales que si en lleno se acertaban, por lo menos se dividirían y henderían de arriba abajo, y abrirían como una granada”, para argumentar que esta “granada” recuerda la expulsión de los árabes de la villa de Granada, en 1492.) El aspecto, pues, aleatorio de la escena debería revelarse igualmente irónico o quizás compensatorio o incluso, si adoptamos una perspectiva más straussiana, defensivo: la escena no tiene nada de casual o mejor aún—lo que acaso parezca casual en la escena que nos narra el narrador-‐lector del capítulo noveno del Don Quijote de 1605—se entenderán como elementos necesarios y determinados; determinados, por ejemplo, por una dinámica cultural nacionalista, en la cual el puerco siempre es algo más que puerco, es marca de diferencia y de disenso; una granada es siempre también símbolo del Reino de Granada; el sedero nos remite a la mercancía, a la seda, que transita, exótica, por el Mediterráneo. Hasta la ubicación del mercado por el que pasea nuestro narrador, el Alcaná de Toledo, desvela una genealogía y una función peregrinas. Alcaná—les dice Covarrubias a sus lectores, pasados unos seis años desde la publicación de Don Quijote—es vna calle en Toledo muy conocida, toda ella de tiendas de merceria: nombre derechamente Hebreo del verbo. (…) Chana, que entre otras sinificaciones es vna emere, comprar, y cõ el articulo Arabigo al-‐Kana, y Cananeo es lo mesmo que mercader, que compra y vende. (…) El padre Guadix dize, que Alcaná es Arabigo de alquina, que vale ganancia. Bien puede ser, pero de la raiz Hebrea ya dicha. Esta calle antiguamente tenian poblada los Iudios tratantes: y en tiempo del Rey don Pedro, sus hermanos d[on] Fadrique, y don Enrique, queriendo encastillarse en la ciudad de Toledo, les resistieron la entrada por la puente de Sanmartin muchos caualleros: pero haziendo la desecha dieron la buelta y vinieron a entrar por la puente de Alcantara, y hizieron gran matança en los Iudios, que passaron de mil personas, y les robaron las
tiendas que tenian de merceria en el Alcaná. El narrador cristiano que se topa con el manuscrito, que lo toca, digamos, por casualidad, nos habrá de parecer, a los lectores del siglo XXI, pero también, aunque de forma distinta, a los de la época de Cervantes, una suerte de alegorización, en clave cómica, de la circunstancia histórica de los primeros años del siglo XVII, cuando hubiera sido casi imposible, sobre todo en un entorno como Toledo, no encontrarse, ya fuera entre los desechos o bien en los cimientos de la sociedad castellana, así como del idioma mismo, las reliquias y los despojos del pasado islámico y judío, y de los idiomas árabe y hebreo que con tanto empeño se buscaba borrar.7 La teoría de la traducción que comunican estas líneas nos parece moderna, estrictamente moderna, por cuanto es también un caso, diríamos, del psicoanálisis de la cultura: la escena que nos narra Cervantes expone, traduce las determinaciones que subyacen a una u
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
otra circunstancia o accidente textual, o bien a este o aquel síntoma social. Lo que parece mero accidente, casualidad pura, como el toparse con la presencia del islam o del judaísmo, con el árabe o con el hebreo, en un mercadillo toledano, resulta ser determinante: en el año 1605, en todo lugar y en todo momento, y necesariamente, el islam, el judaísmo y el cristianismo se tocan clamorosa y constantemente, sobre todo cuando el roce peregrino de lo extraño se quiere hacer parecer la cosa menos probable, lo menos importante, lo más contingente o accidental del mundo. Ahora bien, de ser así, resultaría que Cervantes, al igual que Covarrubias, ha
7
De la rica bibliografía sobre los temas judíos cervantinos, destaca Vittoria Borsò, Cervantes y las tradiciones judías. Buenos Aires: Acervo Cultural. 2013, y de esta colección, Ruth Fine, “Cervantes y la tradición judía”, para un repaso de los temas en toda la obra. Contundente, sin embargo, Francisco Márquez Villanueva, Cervantes en letra viva: estudios sobre la vida y la obra. Barcelona: Reverso Ediciones. 2005, 165: “No se da en Cervantes y su obra el más mínimo despunte en sentido judaizante, conocimiento del hebreo, del Talmud ni de la Cábala… Lo esencial (y aquí está el torcedor) no es que Cervantes fuera o no fuera ‘judío’, sino el hecho de que podía ser dado por tal a los ojos de los poderes de su tiempo … Compartía con esto un estigma ni étnico ni religioso, sino de grupo social oprimido” (165).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 7:00 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt, Font color: Auto Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
preferido, cuando busca entender cómo funciona la escritura en el ámbito social, el determinismo cultural al modelo mucho más aleatorio, salvaje, anómalo, premonitorio de la vertiente lacaniana del psicoanálisis contemporáneo, con la cual se habría topado de haber leído detenidamente, digamos, a Rojas.
O quizá no. Volvamos al ámbito de la traducción y leamos a Cervantes, esta vez, en
inglés, como si la traducción del genial español al idioma de Shakespeare nos pudiera mostrar algo más, algo que no alcanzamos a ver si no peregrinamos, ya sea feliz o infelizmente, como turistas o como exiliados, por la pérfida Albión. Recordemos que la edición de Shelton que cité hace pocas líneas, original de 1620, es en realidad la segunda que se publica de la traducción al inglés. La primera, que apareciera, como es bien sabido, en 1612 y que se basara en la edición del Don Quijote de 1605 impresa en Bruselas en 1607, contiene una serie de pequeños errores y otros mucho más importantes. La edición de 1620 de Shelton, la segunda, corrige muchos de esos errores, aclara ciertas cuestiones y mejora el texto en general. El filólogo Edwin Knowles, el primero que estudiase de forma comparativa ambas ediciones, observa en términos generales que “[l]a calidad superficial y chapucera de la edición es evidente, cosa probada por el número muy alto de faltas que comparten las dos ediciones, tanto en el inglés per se como en la traducción al inglés”.8 De lo cual se colige, según Knowles, que “las correcciones [de la edición de 1620] no son, a buen seguro, de Shelton: no encontramos, en las variantes que introduce el texto de 1620, ninguno de sus idiotismos y, por lo general, las palabras que introduce [la edición
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
de 1620] son en un inglés más moderno, incluidas con posterioridad a la traducción de Shelton”
8
“El carácter superficial y descuidado del trabajo en su totalidad queda definitivamente demostrado en los muchos errores que son comunes a ambas ediciones, tanto en el inglés per se como en el inglés en cuanto traducción” (Edwin B. Knowles, Jr., “The First and Second Editions of Shelton's Don Quixote Part I: A Collation and Dating”, en Hispanic Review, n. 9:2 (1941), p. 262).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
(p. 262).9 Los cambios que introduce la edición de 1620 son, en su mayoría, de orden cosmético; algunos de ellos pueden resultar equivocados, pero otros, sobre todo los que corrigen faltas que se encuentran en los primeros capítulos, arreglan errores de importancia.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
En este momento preciso, en el Alcaná de Toledo, justo donde el texto de Cervantes
toca el tema de la traducción, en el momento preciso en el que Cervantes invierte en la traducción del árabe al castellano el sobredeterminado valor sintomático que vengo describiendo, en el momento exacto en el que Cervantes produce, para poder sacar adelante las aventuras del caballero, la figura controvertida del traductor morisco: aquí mismo, el traductor inglés de Cervantes, Thomas Shelton, traduce a Cervantes de una forma muy distinta en las dos ediciones que manejamos—la de 1612, la primera, y la subsiguiente, de 1620. El texto de Cervantes reza en castellano: “[A]nduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara”.10 La versión inglesa de 1620 dice: “I looked about to
9
Son tantas las diferencias entre la edición de 1612 y la de 1620, tan distintas las idiosincrasias de la traducción posterior, que existen serias dudas sobre la autoría de ésta. Vid. en concreto Anthony G. Lo Ré, “The Second Edition of Thomas Shelton's Don Quixote, Part I: A Reassessment of the Dating Problem”, en Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, n. 11:1 (1991), pp. 99-‐118; y James H. Montgomery, “Was Thomas Shelton the Translator of the ‘Second Part’ (1620) of Don Quixote?”, en Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, n. 26:1-‐2 (2006), pp. 209-‐217. 10 En su Covert Gestures: Crypto-‐Islamic Literature as Culture Practice in Early Modern Spain, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2005, p. XVII, Vincent Barletta define, de forma poco concreta, pero en general satisfactoria, la palabra “aljamiado”: “[U]n sistema de producción textual manuscrita que hace uso de una forma idiosincrática de la escritura arábiga a fin de copiar textos castellanos y aragoneses”. La tesis del libro me parece de mayor interés, aunque se limita al aspecto léxico del aljamiado y no toca la función ideológica del concepto en la temprana modernidad española o hispanohablante: “[E]l uso de ‘aljamiado’ por parte de los moriscos castellanos y aragoneses cumple una función de cruce tanto temporal como cultural de capital importancia. Sería erróneo, en otras palabras, contemplar el uso de la escritura arábiga en la producción de textos romances como una simple manera de conectar a los moriscos con la gran umma islámica asentada en torno al Mediterráneo durante los siglos XVI y XVII. Esta perspectiva sincrónica de la textualidad aljamiado-‐morisca ignora la enérgica manera en que el uso de la escritura arábiga situase a los escribas y los lectores moriscos en el seno de una tradición milenaria acerca de la relación de Dios con los musulmanes. E ignora asimismo las tremendas promesas para el porvenir” (p. 137). Mary Elizabeth Perry proporciona un estudio mucho más completo de la aljamía en The Handless Maiden: Moriscos and the Politics of Religion in Early Modern Spain, Princeton, Princeton University Press, 2005.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
view whether I could perceive thereabouts, any Moore turned Spaniard, that could read them; nor was it very difficult to find there such an interpreter; for, if I had searched one of another better and more ancient language, that place would easily afford him” (p. 63: “algún morisco aljamiado [any Moore turned Spaniard]”)”. Pero la versión original, la de 1612, traduce “allí algún morisco aljamiado” por “any more translated Spaniard, thereabouts that could read them” (65: “algún español más traducido”). El cajista, suponemos, empujado por una lógica tipológica abrumadora, le habrá quitado a la palabra inglesa “Moor”, moro, una de las dos letras “o” que ostentaría normalmente y que recupera en 1620, sumándole una “e” silenciosa y destronando la “M” soberana, mayúscula, para dejar la letra en la más demótica minúscula “m”. Un “more translated Spaniard”, es decir, un español “más traducido” que el narrador, un español que ha entrado de lleno en el campo de la traducción, que ha viajado a más idiomas, que ha atravesado más fronteras, un español más peregrino: “a more translated Spaniard”. Se entiende la errata de la versión de 1612 y la necesidad de corregirla en 1620. “Lectio facilior” se le llama a este tipo de errores, casi imposibles de detectar, que tienen que ver con el registro fónico así como visual de la palabra. Pero, es más, la frase “a more translated Spaniard” tiene sentido, tanto sentido como la frase corregida de 1620 y, en cierto sentido, tiene hasta más sentido que la errónea frase primitiva de Shelton. Más, incluso, y subrayo, que la frase de Cervantes. “[A] more translated Spaniard”, un español más traducido, tiene más sentido, en parte, porque el adverbio comparativo “más” proporciona una buena caracterización de todo “español” que sabe más que castellano; que sabe árabe, por ejemplo: un español que maneja más de un idioma; una persona o un idioma que traduce más o mejor; alguien o algún idioma que se ha dejado traducir a más lenguas que el mero narrador cervantino, que en este caso se manifiesta preso del único idioma que conoce. Tiene más sentido u otro tipo de sentido, porque
en esta traducción, morosa, del texto cervantino nos topamos con nombre y apellidos—los tocamos—, con el tema principal de los sucesos que narra el capítulo, el tema de la traducción (“a more translated Spaniard”, un español más traducido): se trata, en efecto, del problema doble de la conversión y de la traducción, del Alcaná y de la aljama, del árabe (idioma, etnia) y del musulmán, y, tras ello, del que habla “otra mejor y más antigua lengua”, ya sea esta el latín o el hebreo. El “more” equivocado de Shelton es mejor que el castellano de Cervantes o, si no mejor, es igual de bueno, o igual de bueno en otro sentido, porque no sabemos, precisamente, si de una equivocación, de un error se trata —ya que, para empezar, las palabras inglesas “more” y “Moor” son (en el inglés de la época) fónicamente, al nivel del oído y, en la tipografía más bien anárquica de aquellos años, hasta visualmente, equivalentes, por más que semántica y funcionalmente sean por completo distintas. El “more” de Shelton es cuando menos igual de bueno, tiene al menos tanto sentido, como el original de Cervantes, justo por la indecidible oscuridad material que encarna y que repetirán las traducciones que lo siguen, que lo conservan, como si del puerco salado se tratase, como si los traductores de Cervantes fueran otras tantas Dulcineas que buscan preservar lo más y también lo menos digerible de la obra cervantina: el toque aleatorio de la mera casualidad, del mínimo suceso, de la contingencia más radical. No lo olvidemos: el error que lleva del “Moore” al “more” es, aunque facilísimo de cometer, difícil de detectar y casi imposible de atribuir a una u otra persona. No puede aclararse quién cometió el error, si Shelton o el cajista; pero—y será cuestión de ver en el original cervantino una problemática que los errores del traductor consiguen captar y conservar mucho mejor que los lectores profesionales, disciplinados y disciplinantes—no será la última vez que un traductor inglés, incluso uno de los mejores, se equivoque justo en este punto. En 1755, Tobías Smollett (¡nada menos!) traduce la frase de Cervantes, “morisco aljamiado”, que en
Shelton es “a more translated Spaniard” y también “a Moore turned Spaniard”, de la manera siguiente: “I was led by this my natural curiosity, to turn over some of the leaves; I found them written in Arabick, which not being able to read, though I knew the characters, I looked about for some Portugeze Moor, who should understand it” (p. 45: “anduve mirando si parecía por allí algún moro portugués [some Portugeze Moor] que los leyese”).11 “[S]ome Portugeze Moor”, un “moro portugués” —forma asombrosa de traducir el “morisco aljamiado” de Cervantes. Tanto más cuanto que Shelton, el cajista, el editor que corrige la traducción de 1620 y hasta el propio
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
Smollett disponían de herramientas lexicográficas que les habrían aclarado el lema, dándoles el sentido de “aljamiado”—entre otros, el Dictionarie in Spanish and English, de Perceval y Minsheu, que explica que “Aljama or Alçama [is] an assembly of Jewes, or their synagogue” (Perceval: “asamblea de judíos o su sinagoga”), que “Aljamia” es lo que “the Moores call the Spanish toong Aljamia” (Minsheu: “los Moros llaman el idioma castellano, aljamía”) y “Aljamiado”, el idioma árabe que está traducido al castellano, “made into the Spanish tongue”.12 La palabra “aljamiado” es, en definitiva, poco común, una palabra en el cruce de las tres culturas, que aparece, no será por casualidad, donde se cruzan las tres culturas cervantinas, en
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
el Alcaná de Toledo. “Aljamiado” nombra simultáneamente el “idioma español”, “la asamblea de judíos o su sinagoga” y la aljama como la hubieran pensado Cervantes y Covarrubias: “ayuntamiento y concejo”, en palabras del Tesoro. La definición que ofrece el Tesoro de Covarrubias complica bastante las cosas. Nos recuerda que Diego de Vrrea da, como fuente etimológica de aljama, “Geamiun, del verbo gemea, que vale ajuntar, y puede ser Hebreo de alliam, (…) iam, vale mar, y congregacion de aguas: y metaforicamente congregacion de gentes, de donde se pudo dezir aljamia”. Y concluye 11
Miguel de Cervantes Saavedra, The History and Adventures of the Renowned Don Quixote, tr. de Tobias Smollett, Londres, A. Millar, 1755. 12 Richard Perceval y John Minsheu, A Dictionarie in Spanish and English, Londres, Bollifant, 1599.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
revelando, mediante otra etimología alternativa, lo que todos sospechamos y repetimos y conservamos, tanto Cervantes como sus lectores, sus traductores y sus mejores imitadores, en los errores sintomáticos que cometemos; algo que estos errores conservan mejor que las más autorizadas lecturas del texto y de sus entornos culturales, así como de los nuestros: que aljama y aljamía no son tan sólo palabras que se dejan traducir, mejor o peor, entre idiomas, sino también y al mismo tiempo términos que se mueven en el interior del lenguaje traslaticio y que asimismo le dan nombre a este movimiento interno, es decir, que son operadores discursivos a la vez que metadiscursivos. Aljama, dice el Tesoro, es, para Juan López de Velasco, voz que viene de “al, y jamaha lenguaje escuro en Hebreo”. La novela de Cervantes capta “oscuridades” en el cruce de los idiomas y de las culturas de su propia época, y también en el de las épocas y de los idiomas a los que se le traduce: las oculta y las conserva. Estas “oscuridades” peregrinan por la novela; las captan y las encarnan situaciones narrativas, protocolos de verificación y el sistema cervantino, por lo demás poco sistemático, de traducciones que llevan de idioma en idioma. La novela conserva en su seno, plasmada en la historia de sus futuras traducciones y en los errores sintomáticos que éstas cometerán, un errar de segundo orden que traslada, anárquicamente, las aventuras desbocadas y aleatorias del caballero desde el paisaje de La Mancha hasta un nivel metalingüístico. La novela se desdobla y, de los desechos del plano temático y de la trama representacional, se desprenden átomos desviados, clinamen, elementos que cobran forma a otro nivel, en el que se narra otra historia que comenta la anterior, pero sin coincidir con ella, una historia o alegoría del devenir-‐metalingüístico de los enunciados literarios. Recordemos a los narradores castellanos de la novela; a Cide Hamete; al morisco aljamiado que traduce el manuscrito perdido y luego recobrado; recordemos el idioma hebreo, cuya antigüedad y cuya bondad persigue el Alcaná, como una suerte de fantasma toledano, y que, no obstante la ausencia, o quizás gracias a ella, podrá leerse en cada una de las páginas de Don
Quijote.13 Los errores en exceso motivados, determinados a la vez que infra y sobredeterminados, errores que cometen y cometerán los traductores de Don Quijote, permiten leer, con eficacia y claridad distintas que la prosa misma de Cervantes, cómo nos topamos con lo
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
desconocido. El suceso cervantino: con lo que nos topamos y lo que tocamos por casualidad en el mercado; el toque accidental; donde se cruzan y donde se tocan los idiomas y las mercancías. Segundo, Cervantes: Toqueteo Tengo entre las manos el singular ejemplo que es la novela ejemplar “El licenciado Vidriera”. Aquí lo tengo, aquí está, me he hecho con él y lo sostengo, inmediatamente; casi puedo sentirlo, casi lo toco, casi podría pasárselo al lector, como si se tratara de un vaso o de una redoma. Casi, apenas, podría ofrecérselo al lector u ofrecérmelo a mí mismo—y no protegido y embalado entre pajas, como le sucede al pobre loco que deambula por la parte central de la novela, para así evitar el contacto con cualquier otra sustancia—sino mondo y desnudo, como dice Cervantes acerca de otro de sus cuentos. Pero por supuesto que no podré. Mi inclinación por la metáfora, el gusto desaforado que siento por el lenguaje figurado, me desvía y me manda hacia las pornografías más insensatas, cuando no hacia la incoherencia. Los cuentos—las novelas, incluso las ejemplares—no son el tipo de cosa que se pudiera desvestir, desnudar u ofrecer con la mano a otro. No tienen ni inmediatez, ni desnudez. Si pudiera 13
Se leerá con interés el artículo de Ruth Fine, “Traducción y heterodoxia: releyendo el capítulo I,9 del Quijote”, en Carmen Rivero Iglesias, Ortodoxia y heterodoxia en Cervantes. Madrid: Centro de Estudios Cervantinos. 2009, 57-‐70, por ejemplo p. 66: “[L]a condición heterodoxa del texto de Cide Hamete corresponde a varios paradigmas… Ante todo, la misma situación ontológica del texto en cuestión. No sólo nos hallamos ante un texto o bien escrito en árabe por una autoridad—historiador, padre de la verdad, parafraseando al segundo autor cuando alaba a la historia-‐-‐, o bien aljamiado—escondiendo su naturaleza cristiano-‐romance auténtica bajo una pátina del codigo ignorado y despreciado—sino muy especialmente, por ello, un texto indefinido, sincrético, cristiano-‐mahomético, un imposible. El paroxismo de la heterodoxia. Heterodoxa es tambien la traducción al romance de un texto prohibido, clandestino, que no ha pasado por ninguna aprobación ni censura. El segundo autor parece saberlo. Ello queda insinuado en el hecho de que el traductor es conducido a sitios ocultos para realizar su labor: el claustro de una iglesia y, finalmente, la casa del propio curioso autor”.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
ofreceros, así, con la mano, un ejemplar unicum; digamos que existiera el manuscrito autógrafo de la novela, imaginemos que os lo entrego y digo, en voz alta o a la chita callando, dejando que hable el gesto: “Tened; os lo entrego; aquí está; éste es; es el manuscrito cervantino que manejó el cajista, ha pasado de mano en mano, desde la mano de Cervantes, por la del cajista, hasta la vuestra, como si se tratara de los eslabones de una cadena; y hoy, aquí, os lo entrego: tened, cogedlo”; incluso este objeto que os entrego, casi despojado de contenido, casi desnudo semántica y simbólicamente, será también otro, más y menos que lo que os doy, menos y más que lo que quisiera entregaros y que lo que pienso daros. Tened, digo: os enseño este cuento, singular, único; he hecho lo que he podido por desnudarlo, por dejarlo en su nítida y prístina inmediatez; pero, aun así, lo que os entrego es ejemplo siempre de otra cosa, que también se deja tocar. No sabemos lo que es esa “otra cosa” o ese otro caso que también ejemplifica la novela ejemplar; no lo sabemos todavía; no nos está dado saberlo inmediatamente, cuando creemos saber de qué es ejemplo la novela ejemplar que os muestro, única, singular. Podríamos pensar, por ejemplo, que “El licenciado Vidriera” le ofrece al lector un ejemplo de la subjetividad que la novelita anuncia, pero que, en 1613, aún no existía históricamente o que no se reconocía en la época—un concepto al que Cervantes se estaría refiriendo en la novela, como podría estar refiriéndose a la substancia que es el vidrio o a la ciudad de Nápoles o a los campos de Flandes, donde muere el licenciado Rueda, “dejando fama en su muerte de prudente, y valentisimo soldado”.14 O más bien no, la referencia es de otro orden: que la novela “anuncia” el advenimiento o la existencia encubierta, larvada, de una subjetividad por venir es algo que no se comprobará hasta más tarde, cuando se den las 15
condiciones históricas para reconocer esa subjetividad. Entonces, pero sólo entonces, se
14
Cito por la edición en tres tomos de Juan Bautista Avalle-‐Arce: Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, ed. de Juan Bautista Avalle-‐Arce, Madrid, Castalia, 1982, vol. II, p. 144. 15 La versión más fuerte del supuesto modernismo de Cervantes pasa, últimamente, por afirmar la
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
pondrá de manifiesto la verdadera modernidad de la cual Vidriera habría sido un ejemplo anticipado. Tan sólo entonces podrá contarse o narrarse, con su verdadero protagonista, la novela ejemplar de Cervantes: la “fama eterna” de la que goza esa subjetividad se da a posteriori; la eternidad se revela bajo el aspecto, precisamente, de lo eterno, sub specie aeternitatis. Habría que esperar, por ejemplo, a la publicación del cuento que le dedica Azorín al licenciado Vidriera en 1915 y reimpreso en 1943, aunque desprovisto, como si de desvestir un cuerpo o de podar un árbol se tratase, de las referencias originales a Francisco Giner de los Ríos, uno de los arquitectos y fundadores del Instituto Libre de Enseñanza, una institución que, en 1943, al régimen de Franco no le interesaría eternizar. Ahora bien, lo que vengo desarrollando podría argumentarse acerca de cualquier obra que buscara arrimarse a la larga y controvertida sombra de la historia de la literatura tildada de “ejemplar”.16 Me refiero, en general, a la doble fantasía sobre la cual se basa esta literatura: por una parte, la fantasía de que aquello que ejemplifica la obra estaría inmediata, manifiestamente presente en ésta y que el valor de ejemplo de la obra sería idéntico con dicha
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
obra; y, por otra parte, la fantasía de que, una vez hecho manifiesto, el valor ejemplar de la obra no sufriría cambio alguno: ni perderá, ni ganará valor de forma imprevisible, será un túmulo
“universalidad” del escritor. José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez, los editores del volumen colectivo Cervantes en la modernidad (Kassel: Reichenberger, 2008), afirman en la “Conclusión” que la obra de Cervantes, en tanto ficción, “estaba creando futuro porque era capaz de comunicar verdades permanentes con una forma de dicción totalmente novedosa”. (315). “Nosotros somos lectores del Quijote y de la obra cervantina. Hacemos realidad las premisas de la modernidad. Formamos parte del último eslabón de la cadena crítica cervantina… Como seres en la sucesión tenemos una fuerte deuda contraída con el pasado”. (316). La “permanencia” de estas “verdades”, cualesquiera que sean, entra en cuestión en todo momento en el texto cervantino. Se consultará además 16 Desde otra perspectiva, un argumento que pone de manifiesto los límites del paradigma “ejemplificador” o pedagógico de “El licenciado Vidriera”, en Ruth Fine, “La reescritura cervantina de la literatura sapiencial en ‘El licenciado Vidriera’ y ‘El rufián dichoso’”, en José Ángel Ascunce, y Alberto Rodríguez, eds. Cervantes en la modernidad Kassel: Reichenberger, 2008, 103-‐123. Sobre la ejemplaridad, sobre todo la moral, de las Novelas, consúltese Stanislav Zimic, De esto y aquello en las obras de Cervantes. Newark: Juan de la Cuesta-‐Hispanic Monographs. 2010, sobre todo 247-‐8, y la propuesta de dar, como fuente posible del texto cervantino o de su problemática, los Coloquios de Erasmo.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
imperecedero, inmarcesible. Acabada la obra, terminada, alcanza el valor “eterno” que les aguarda al licenciado y al ejemplo superlativo, al tipo o incluso al arquetipo del ejemplo o del ejemplar, del mero caso; el valor perfeccionado y acabado en brazos de la fama. Argüiríamos que esta doble fantasía no podrá escapar a la persecución de otros futuros posibles, imperfectos, al igual que a una “rodaja” la persiguen siempre el recuerdo de la “rueda” y la posibilidad de volver, con el transcurso del tiempo, con tal de que sigamos el curso de la rueda de la fortuna, a devenir “rueda”. La muerte completa la vida—gran tópico del estoicismo; al personaje de Cervantes, Tomás Rueda, lo persiguen, perfeccionándolo y estropeándolo a la vez, dándole y quitándole valor, el mero Rodaja que fue y el licenciado Vidriera que llegó a ser. Lo persigue asimismo la fama del cuento que narra la triple vida del personaje, la novela ejemplar del “Licenciado Vidriera”; lo persigue anticipadamente la fama de valiente soldado. Perseguido, como si de fantasmas, duendes y espectros se tratara: inmateriales, intocables; residuos y desechos, alusiones, recuerdos; pero también anticipaciones, temores, memorias del devenir. Este cuento fantasmal que venimos narrando y que nos sirve para desarticular el cuerpo, doble, de la fantasía ejemplar, mantiene una relación tanto con la contingencia como con la necesidad. Con la contingencia, por dos razones. En primer lugar, porque no podemos saber por adelantado qué tocará o de qué llegará a ser ejemplo tal o cual texto, porque no sabemos ni podemos más que adivinar, grosso modo, en qué circunstancias lo leerán, ni con qué fines se utilizará, a qué contextos podrá referirse, qué fines alcanzará; y porque no podremos afirmar que el ejemplo haya manifestado, de una vez por todas, bajo el aspecto de la eternidad, el peso singular de su ejemplaridad. En segundo lugar, porque nunca podremos determinar en principio, de acuerdo con un principio de tacto universal y transparentemente acordado, aquí y ahora, una vez por todas, de qué, precisamente, el ejemplo que tenemos entre las manos es y ha sido, en definitiva, ejemplo—qué contextos históricos, qué referentes, qué marcos culturales
determinan lo que el ejemplo habría de ejemplificar y cuáles no; cuáles de esos contextos, referentes y marcos culturales han de vedarse como determinantes, el contacto con ellos proscrito, prohibido el mero roce. Mantenemos, no obstante, que el ejemplo mantiene una relación simultánea con la necesidad. Sabemos, con la certeza con la que sabemos que moriremos, que un futuro ejemplar le espera al caso, que el futuro como ejemplo le aguarda ineludiblemente, le espera, vela por él. Todo caso deviene ejemplo. Esto lo sabemos y lo sabemos necesariamente, entendemos que es necesario analíticamente, porque no hay nada, no existe ningún caso o acontecimiento o suceso lo suficientemente singular para no ser un caso o un ejemplo: por ejemplo, ejemplo de lo que no puede devenir ejemplo de nada. El elemento que no forma parte de ningún conjunto sí forma parte, paradójicamente, del conjunto de elementos que no forman parte de un conjunto; y el que no formara parte de éste, lo formaría del conjunto de elementos que no lo hacen; etc. (Psicosis o imperialismo de la teoría de conjuntos.) Existe una rama, controvertida, de la teología cristiana que busca pensar la contradicción entre la singularidad de la Encarnación, suceso (según la versión dogmática que fluye de Atanasio) definitoriamente único en la historia, y el valor de ejemplo del Verbo, fuente de imitationes Christi que, de ser éste perfectamente singular, no tendrían ningún sentido: a Cristo no se le podría, por definición, imitar. A Cervantes no se le escapa lo verdaderamente espinoso. En el prólogo de las Novelas ejemplares insiste, como es de rigor, en que las novelas son, si bien se las mira, “exemplo provechoso”. No llevarán al lector atento, en ningún caso, a los “malos pensamientos”. Subraya repetidamente que quien lea las novelas encontrará en ellas “honesto fruto” y verificará la bondad del proyecto: “Mi intento—dice—ha sido poner en la plaça de nuestra Republica una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras; digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los exercicios honestos, y agradables, antes aprovechan, que
dañan” (I.63-‐64).17 Insiste, eso sí, hasta demasiado en ello. Acostumbramos a interpretar esta última frase, tan famosa, “sin daño del alma ni del cuerpo, porque los exercicios honestos, y agradables,
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
antes aprovechan, que dañan”, como si ese “antes” tuviera como función principal, acaso única, denotar la prioridad de un concepto respecto al otro, la “contrariedad y preferencia en el sentido de una oración respecto del de otra” (DRAE), de lo que “aprovecha” respecto a lo que “daña” o del “alma” respecto al “cuerpo”. Para Covarrubias, este sentido del “antes” de Cervantes traduce el sentido de la palabra latina potius (potius quam, “antes… que”). Recordamos otros “antes” cervantinos que retienen este sentido—éste, por ejemplo: “Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas”. Y, sin embargo, la palabra “antes” es también, antes de designar la prioridad de un concepto o del sentido de una oración, respecto de otro u otra, antes que antes, antes de antes; es también adverbio de tiempo o de lugar: decimos “antes de entrar” o diremos, por ejmeplo, que quien se llama Cervantes muy bien puede esconder en el nombre una condición anterior, un “antes” firmado y oculto en el nombre, como el ciervo que se oculta en la maleza (Mahmud Sobh recordaba en El País, en 2005, que “el arabista decimonónico Francisco Codera y Zaidïn sostenía que Benengeli quiere decir: ‘Ibn al-‐ayyil’, es decir, ‘hijo del ciervo’. Dado que cervant viene de ciervo, valdría decir que Cervantes es, también, ‘hijo de ciervo’”), como el cerdo o el marrano que guarda el 17
Me parece muy acertada la observación de Raúl Oscar Scarpetta, “Fundamentos críticos de los prólogos de Cervantes”, que “Los prólogos de Cervantes pueden ser leídos como una especie de ‘máquina’ de proyectar ficciones. La ficción de los prólogos consiste en vincular la figura del lector como si allí estuviera, una vez leída la obra, para alcanzar ‘el entendimiento’. El ‘entendimiento’ puede entenderse entonces como el último eslabón dentro del proceso de escritura”. (43). Ya tendremos ocasión de comprobar, leyendo las dos primeras palabras del prólogo del Quijote de 1605, cómo Cervantes llega a desvincular la lectura del “entendimiento”. El ensayo de Scarpetta, en Juan Matas Caballero, ed., Cervantes y su tiempo. Vol. 2. León: Universidad de León, Secretariado de Publicaciones. 2008, v. II, 39-‐ 53.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
secreto.18 Recordamos otros momentos en los que Cervantes se sirve del antes—por ejemplo, éste: “Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según se decía él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces”. Este sentido del “antes” de Cervantes, anterior al “antes” preferencial o prioritatio al que le hemos dado prioridad al interpretar la frase, lapidaria y quizás irónica, de “los exercicios honestos, y agradables, antes aprovechan, que dañan”, traduce el latín “prius”, lo que viene antes, lo anterior cronológica y espacialmente, lo que encontramos antes de toparnos con otra cosa. La frasecita del prólogo: “los exercicios honestos, y agradables, antes aprovechan, que dañan” querrá decir, en este sentido, que algo pasa después (antes) de que la lectura nos resulte de provecho (moral, estético): ahora, después, dañan o pueden tener consecuencias nefastas, poco honestas, imprevisibles. Lo que antes era o podía parecer honesto, agradable, provechoso, ahora, con el transcurso del tiempo, puede llegar a ser o a parecernos dañino, amenazador, desagradable, cosa inservible; ni dulce, ni útil; caerá fuera de los tópicos horacianos que parecen alimentar la poética cervantina del prólogo; el placer no llevará a la doctrina moral: las novelas serán desechos; marchitarán, malograrán, estropearán. La amenaza, la promesa nos llega desde el futuro. La ejemplaridad salvaje de las obras cervantinas, esa indecisión que presentan acerca del devenir del sentido de la obra, persigue a Cervantes, lo toca (diremos: estoy tocado, empiezo a sentir el efecto dañino del golpe o de la enfermedad); provoca en él distorsiones cronológicas. Helo aquí, expresando, con fuerza y con ansiedad, el temor de que los ejemplos se le vayan de las manos: “Una cosa me atreveré a dezirte, que si por algún modo alcançara, que la lección destas Novelas pudiera induzir a quien
18
Mahmud Sobh, “¿Quién fue Cide Hamete Benengeli?”, en El País, 31 de diciembre de 2005.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
las leyera, a algún mal desseo, o pensamiento, antes me cortara la mano con que las escribí, que sacarlas en público”. Quisiéramos que esta frase, tan enfática, significara algo así como: “Si yo pensara que alguno de estos cuentos pudiera provocar en el lector deseos ilícitos, concupiscencias, lascivias, me cortaría la mano que los escribió, antes de permitir que se publicaran”; o bien: “Si yo imaginara que una interpretación de estos cuentos, o alguna lectura posible que de ellos cupiera hacer, pudiese inducir a error, me cortaría la mano, para que lo que imaginé no pudiera darse” (el et ne nos inducas in temptationem cervantino). Pero la frase de Cervantes es de una opacidad magnífica. El verbo “alcanzar”, sinónimo en este caso, creeríamos, de “entender”, “imaginar” o “pensar” (“si [yo] alcanzara…”), le permite a Cervantes introducir el sentido complementario e impersonal de “ocurrir” (“si sucediera que la lección…”): si ocurriese que…, en el caso de que…, si pasara que…, imaginemos un suceso, imaginemos que ocurre, imaginemos que nos toca… Preciosa, difícil, consecuente anfibología. Este segundo sentido dificulta las cosas: “Si llegara a ocurrir, si llega a suceder que a un lector, con el devenir del tiempo, le alcanzase a dañar una de las ideas, uno de los cuentos, entonces, en vez de imprimirlos en forma de libro o antes de mandarlos imprimir (ya que, necesariamente, tendrán que haberse impreso o haber circulado manuscritos, para que haya lectura a posteriori, para que haya habido este ‘alcanzar’ del cuento a un lector futuro)—entonces, después de que el lector futuro haya leído el cuento y haya tomado de él el mal ejemplo, después de haber sucedido esto y para imposibilitar que haya ocurrido o que vaya a ocurrir; entonces, para prevenir retrospectivamente la posibilidad de que ocurra lo que, necesaria, analíticamente, ya ha ocurrido; entonces, ahora, antes, me cortaré, me habré cortado, me estoy cortando la mano, antes, pero después de haber publicado los cuentos que con ella escribí”. Y, ¿cómo? En una nota a la primera traducción completa al francés de las Novelas, las Nouvelles exemplaires de Michel de Cervantes Saavedra, de Chassonville (1744), el editor, dando muestra de cierto
desaliento gálico, se pregunta: “Cervantes n’auroit pas pu executer aisément ce qu’il avance, comment aurait-‐il pu se couper la main droite n’ayant point de main gauche?”, esto es, Cervantes habría tenido dificultades para llevar a cabo lo que se proponía: ¿cómo hubiera hecho para cortarse la mano derecha, si era manco de la izquierda? No se equivoca el editor francés— algo de monstruoso, de improbable, de hipérbole, tiene la frase cervantina. Se nos traba la lectura con imágenes macabras, anatomías imposibles, gestos suicidas, auto-‐mutilaciones; nos perdemos en una selva anacrónica, donde no entendemos muy bien si avanzamos o retrocedemos, si nos aguarda el futuro, una lectura o un lector futuros, o bien el pasado, el momento de haber escrito y de haber dado a la imprenta el manuscrito; no sabemos muy bien si tocamos lo que nos espera o lo que ya fue. ¿Cómo proceder a la lectura, cómo pasar a leer las novelas, si en el Prólogo nos perdemos ya—laberinto de mediaciones cronológicas, caminos que llevan en direcciones distintas, anfibologías? Ni siquiera sabemos lo que significan para Cervantes las palabras “antes” y “después”, ni si el placer no llevará al daño; la utilidad moral, al desastre. Nos empuja la corriente, leemos sin darnos cuenta, sin notar lo raro del momento; apreciamos, por ejemplo, el sentido común y nos ceñimos a él, a lo que la frase prologal de Cervantes debiera querer decir, e ignoramos la contradicción performativa que encierra. Sí, es cierto, lo podríamos afirmar con toda seguridad, lo mantendríamos acerca de cualquier obra que buscara autorizarse con el ambiguo legado de la ejemplaridad: es imposible determinar a priori exactamente qué llegará a ejemplificar la obra, cuando llegue a alcanzar a otros tiempos, a otros lectores, a otros idiomas, o cuando llegue a tener usos distintos de los que imaginamos hoy. Y también afirmaremos que todo caso, toda ocurrencia u ocurrir, toda situación y todo suceso tienen delante la condición de devenir-‐ejemplo. Y, por último, diremos de toda obra que forma parte de este sub-‐género y lo diremos también de todo acontecimiento o suceso, que estas dos condiciones, la contingencia del contenido de su eventual ejemplaridad
y la necesidad de su devenir-‐ejemplo significan que, en ningún caso, es el caso inmediata y únicamente en sí mismo, sino que siempre se encuentra perseguido por las ejemplaridades inimaginables e inalcanzables que llegará a alcanzar, y es responsable ante ellas y de ellas,. Cuando definimos la ejemplaridad de esta manera, la colocamos en el seno de la larga tradición filosófica que se ocupa de lo que Hegel llamara la “identidad de la identidad y la no-‐identidad”, programa filosófico antiguo e inevitable, que lleva desde el poema de Parménides, pasando por la propia Lógica de Hegel y, en el campo de la economía política, los Grundrisse de Marx, hasta la obra de Derrida. Me refiero al discurso filosófico y al de la economía política. La obra de Cervantes abre una vía literaria hacia el pensamiento de la no-‐identidad, de la identidad de la no-‐identidad con lo idéntico, años antes de que Jacobo El Fatalista y su amo crucen Europa, más de doscientos años antes de que el pobre de Bartleby, la gran figura de la negatividad más inasimilable, muera miserablemente en Nueva York. Y, dentro de la obra de Cervantes, es en “El licenciado Vidriera” donde encontraremos la más condensada, delicada, consecuente y controvertida articulación del pensamiento ejemplar de la no-‐identidad, con la temática del tacto—el más extraño de los cinco sentidos, casi tan importante, en términos filosóficos y teológicos, como la vista. Es el sentido que nos acompañará durante la investigación del suceso cervantino. Volvamos, para aclarar un tanto las cosas, a la novela. Se trata de entender cómo una figura, la figura del tacto, funciona a distintos niveles, temática, metafórica, estructuralmente, y cómo esta deriva del sentido y de la función del tacto se convierte, para Cervantes y para sus lectores, en principio metodológico. Todo lo toca el tacto: figura de la contingencia, de la con-‐ tingencia. (Etimología: con + tangere, del latín “contingere”, acontecer, como en Boecio, De consolatione, 3.9: “‘Hactenus mendacis formam felicitatis ostendisse suffecerit; quam si perspicaciter intueris, ordo est deinceps quae sit uera monstrare’. ’Atqui uideo’, inquam, ‘nec
opibus sufficientiam nec regnis potentiam nec reuerentiam dignitatibus nec celebritatem gloria nec laetitiam uoluptatibus posse contingere’”; lo cual la traducción de Sevilla de 1497 vuelve así: “[A]cabado complimiento” y “acabada gloria”: “Por cierto tú dizes verdad, ca manifiestamente veo que en los bienes de fortuna non es nin puede dar aquella cosa por la qual son des[e]ados, ca las riquezas veo que no pueden dar acabado complimiento nin los demonios non pueden a hombre fazer poderoso nin las dignidades non dan acabado honor nin la fama non puede fazer acabadamente al ombre excellente nin los deleytes no pueden dar acabada gloria”.19 Todo.
Recordemos. La novela del licenciado Vidriera es un tríptico, cada una de cuyas partes
lleva nombre propio: el adolescente Rodaja; el ya mayor Rueda, al final; y, entre los dos, como
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
preso o rodeado por los dos nombres, cogido entre la parte, la rodaja, y la totalidad, la rueda, la gran rueda de la mala fortuna que cierra y completa la vida de Rodaja, entre el fragmento y la rueda a la que aspira—el nombre Vidriera, que debe representar la sutil redoma en la que se destilan las frases y las observaciones, mordaces y certeras, del loco sabio.20 Sabiduría frágil y transparente: el licenciado es una suerte de flâneur de los albores de la modernidad, observador agudo, malicioso, filósofo cínico y peripatético, un monsieur Teste que vaga por las calles
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
aterrado de que lo toquen, de que le caiga algo encima, de que los niños le tiren piedras, de dar
19
Boecio, De consolatione philosophiae. Opuscula theologica, ed. de C. Moreschini, Múnich y Lepizig, K. G. Saur, 2005, p. 76. La versión castellana es Boecio, De consolación, ed. de Antonio Doñas, Sevilla, Meinardo Ungut y Estanislao Polono, 1497; online en: http://parnaseo.uv.es/memorabilia/memorabilia8/boecio/ . 20 Dice así Juan Pablo Gil-‐Osle, Amistades imperfectas: del humanismo a la ilustración con Cervantes. Madrid: Iberoamericana. 2013: “[E]n ‘El licenciado Vidriera’ no hay solamente un hombre fenestrado— abierto, sincero-‐-‐, sino algo mucho mayor: una totalidad acristalada, o un hombre vítreo… El pecho transparente, abierto a la vista, se expande a la transparencia total de un hipotético hombre de cristal. En este tipo de metonimia se inscribe una referencia al discurso de la amicitia, en tanto que parte, y a la enfermedad del licenciado Rodaja, el todo. Esta es la ... mención desencantada [de la amicitia] inscrita en una metáfora de transparencia en una sociedad de ocultamientos barrocos” (123).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
un tropiezo…21 Un “artificio narrativo andante, es un libro de aforismos con el que se puede interactuar”, como dice Vicente Pérez de Leon.22 Gira el cuento, rodando de rodaja a rueda. Inconfundible la alusión a la Fortuna. Se intuye asimismo cierta ansiedad a nivel formal, narratológico. Cuando entra en escena Vidriera (gracias, no lo olvidemos, al “membrillo toledano” que le da cierta “dama de todo rumbo y manejo”, frase, esta última, en la que
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
conviven en apariencia la náutica y el jinetear, el control y el descontrol; manjar, el “membrillo toledano”, sobre el cual volveremos en breve), no hay ninguna razón intrínseca, de principio, ni formal o caracterológica para que el cuento concluya—no existe un principio de cierre o de terminación, de “acabado complimiento” o de “acabada gloria”, ni siquiera, en apariencia, de tacto, que pueda ayudarnos a darlo por concluido: Vidriera es un movimiento, un desplazamiento anárquico, ingobernable e inacabable, figura de la analogía y de la parataxis, de la experiencia y del decir insumisos, extraños al círculo y a la rueda de toda narración, una serie de casos de observación, de ejemplos puros, dispuestos desorganizadamente en la vidriera del cuento.23 Vidriera es puro catálogo; no lo rigen ni siquiera las reglas convencionales de la
21
Remito, para una interpretación de la novela de Cevantes en tanto crítica a la situación social del momento, a William H. Clamurro, “Hacia una lectura ideológica de las Novelas ejemplares: El caso de ‘El licenciado Vidriera’”, en Eva Reichenberger, ed. Cervantes y su mundo (Kasser: Reichenberger, 2004-‐ 20100, V. VI, 19-‐38. Clamurro ve en le novela una “demostración concreta, tanto de manera directa como indirecta, de las decadencias y fracaso de un mundo social, una cultura y las imaginaciones individuales humanas, dentro de las cuales las contradicciones y aporias de la ideología políticaa y las creencias sociales—en particular, la cuestión de la identidad personal como miembro o como excluido de la comunidad—se combinan para obrar la destrucción del individuo” (21). 22
Vicente Perez de Leon, Cervantes y el Cuarto misterio. Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos. 2010, 542. Ver asimismo esta inteligente observación: “El final de Tomás consique reforzar el marco de ejemplaridad que se había mantenido linealmente en su vida hasta la locura. La estructura circular se cierra cuando la resolución profética primera acaba cumpliéndose con la muerte del protagonista en Flandes” (549). Más que reforzarlo, el final desastroso de Tomás parece minarlo, o al menos, cuestionarlo.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
23
Me parecen certeras las observaciones al respecto de Maurice Molho y de Felipe Ruan. Afirma el
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
narración del viaje que (por ejemplo) lleva a Tomás Rodaja a rodar por Italia, atravesando viñedos y degustando vinos, visitando reliquias, de lugar en lugar, persiguiendo tópicos de la paideia humanista.24 Vidriera parece, más bien, encarnación o alegoría de la contingencia: todo lo que toca, aquello con lo que se topa, lo que le sucede acaso, eso lo comenta, lo glosa. Y como el mundo de las ocurrencias es ancho, infinito y ajeno; como el topar y el tocar no tienen fin en
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
el reino de este mundo, ¿cómo terminará el cuento, dónde termina la serie de ocurrencias o de sucesos a comentar? De ahí la ansiedad narratológica. La locura del licenciado no conoce límites internos y, como no hay, en el mundo de fuera, en el mundo en el que se mueve, nada que no lo toque, que no le ataña, el mundo tampoco tendrá límites y, por consiguiente, la alegoría del encuentro entre una locura sin límites y un mundo infinito nunca podrá acabarse. Para concluir la historia del licenciado, para hacer que ésta entre dentro del cierre o de la rueda de un resumen ejemplar, de una moraleja (como si de uno de los exempla se tratara, como si la novelita formara parte de un nuevo conde Lucanor) habrá que encontrar otro límite, otro tipo de límite que no sea, meramente, otro caso, un suceso más entre los infinitos que podría tocar y comprender la locura del licenciado. Habrá que reconciliar lo espiritual con lo físico; habrá que encontrar una forma de hacer que el mundo interno del licenciado y el mundo externo de los sucesos se limiten entre sí. Entra en escena el famoso “religioso de la orden de San Jerónimo”, quien sabe cómo curar enfermedades del cuerpo y del alma. San Jerónimo: patrón, entre otros,
último que la frase “de todo tumbo y manejo” “da lugar a la crisis de mayor intensidad del relato. (…) Nos encontramos, pues, ante una fuerza que tiene gran soltura en los movimientos (‘de todo manejo’), lo cual nos hace reflexionar sobre la posibilidad de que en la frase ‘una dama de todo rumbo y manejo’ se halle la forma de operar del discurso cervantino de este relato”. Felipe Ruan, “Carta de guía, carto-‐grafía: fallas y fisuras en ‘El licenciado Vidriera’”, en Cervantes, n. 20:2 (2000), pp. 151-‐162. Vid. asimismo Mauricio Molho, “Una dama de todo rumbo y manejo: para una lectura de ‘El licenciado Vidriera’”, en Luce López-‐ Baralt y Francisco Márquez Villanueva (eds.), Erotismo en las letras hispánicas: aspectos, modos y fronteras, México, El Colegio de México, 1995, pp. 387-‐406. 24 Sobre el tópico humanista del viaje a Italia, se consultará Georges Güntert, Cervantes, narrador de un mundo desintegrado (Vigo: Editorial Academia del Hispanismo, 2007), c. V, en el que Güntert desmonta lo que él llama el “mito renacentista” de tales viajes..
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
de los traductores; especie de inversión o de traducción de la controvertida “dama” que da comienzo a la serie de dislates del licenciado. Pero no olvidemos que sí hay cosas que el licenciado no tocará y que tampoco consentirá que otros toquen—cosas con las que se topa, cosas que lo tocan, que le atañen, pero que él no tocará. El cuerpo mismo, para empezar—el suyo: no dejará que otros lo toquen, ni puede apenas soportar el roce del tejido contra la piel. Teme los golpes; no se quitará de encima la avispa murmuradora que lo está picando. Aunque también constatamos que el cuerpo de Vidriera se resiste a devenir ejemplo, hasta ejemplo de lo que no se puede o no se debe tocar: no queda claro, a ningún nivel, de qué suerte de tacto se trata—¿físico, como el roce del vestido o la picadura de la avispa?; ¿o metafórico, como la mordedura del crítico o del murmurador, cuyas palabras tocan el honor inmaterial o la reputación del escultor, del escritor, del soldado? Por otra parte, la problemática del tacto se cruza, en el cuento, con la difícil relación que mantiene el cristianismo con la ejemplaridad y con la sustancialidad, del cuerpo de Cristo: el otro cuerpo que no se habrá de tocar, el otro cuerpo con el que se identifica el licenciado, que toca levemente, al que le da el más mínimo roce para enseguida recular; imposición de manos fugaz, tanteo del licenciado y de Cervantes, quienes de inmediato, como si hubieran tocado un cuerpo caliente o amenazador, retroceden: el cuerpo de Cristo, el sofo-‐ moros por antonomasia (en esto, Cervantes parece seguir de cerca a Erasmo). La cristología del ejemplo se centra en el sacrificio: el cuerpo del ejemplo, el ejemplo como cuerpo literal se abandona en favor del tipo u original del cual no es más que un caso o ejemplo. Verticalidad. La cristología del ejemplo dice: Tú, el ungido, el consagrado, eres ejemplo o encarnación de mi Elección, el ungido del ungido. Y la ejemplificación cristológica se manifiesta en el poder de prohibir el tacto: Noli me tangere!
Se trata de esta escena:
Pasando acaso un religioso muy gordo por donde él estaba, dijo uno de sus oyentes: -‐De hético no se puede mover el padre. Enojóse Vidriera, y dijo: -‐Nadie se olvide de lo que dice el Espíritu Santo: Nolite tangere christos meos. Y, subiéndose más en cólera, dijo que mirasen en ello, y verían que de muchos santos que de pocos años a esta parte había canonizado la Iglesia y puesto en el número de los bienaventurados, ninguno se llamaba el capitán don Fulano, ni el secretario don Tal de don Tales, ni el Conde, Marqués o Duque de tal parte, sino fray Diego, fray Jacinto, fray Raimundo, todos frailes y religiosos; porque las religiones son los Aranjueces del cielo, cuyos frutos, de ordinario, se ponen en la mesa de Dios. Tiene truco la exclamación del licenciado. Existe, eso sí, una tradición establecida, bien nutrida, que se basa en estas líneas para apuntalar la interpretación humanista, cristiana del relato, la cual asocia a Vidriera con la figura de Cristo y la locura del licenciado, con la locura sabia de la moria de Erasmo, y que hace de ambas ejemplo del cuidado, del tacto con el que Cervantes trata al clero. Las palabras del novelista decimonónico, diplomático y académico Juan Valera nos sirven a su vez de ejemplo—incluido el pequeño, pero sintomático error que encubren las líneas del académico, al que regresaré en breve: Cervantes, sin querer, censuraba los vicios del clero. (…) Sin embargo, Cervantes decía esto por ligereza y sin ánimo de ofender a aquella clase, que, en general, respetaba. Una de las sentencias del licenciado Vidriera, de las cuales parece que hace Cervantes el último extremo de la discreción, es que, ‘nadie se olvide de lo
que dice el Espíritu Santo: noli me tangere Christos meos’. Y esto lo dijo el licenciado muy subido en cólera y sólo porque un sujeto tildó de gordo a un fraile. El licenciado Vidriera, mal citado por Valera, recuerda el texto de la Vulgata o bien directamente del Salmo 104:15, si no del comentario en 1 Crónicas 16:17-‐27. O quizá—cosa mucho más probable—ni Valera ni (en la ficción del cuento, claro está) Vidriera citan directamente, sino que recuerdan, para pedirles que no lo olviden a quienes los escuchan o a quienes los leen, un tópico cultural que remienda alusiones a distintas fuentes, nacidas de contextos distintos que determinan y sobredeterminan el contenido final, el producto. Sería de hecho muy poco probable que el Salmo pudiese ofrecer un contexto determinante, ya que el “ungido” al que se refiere el rey poeta es el Pueblo de Israel y no el clero. A partir del siglo VII de la era común y con una frecuencia cada vez mayor, según se iban solucionando los desacuerdos jurisdiccionales mediante la consolidación de régimenes jurídico-‐políticos, los versos del salmista se utilizan para distinguir, en concreto, entre las personas sujetas a la ley eclesiástica, los ungidos de Dios, el clero, las órdenes religiosas (por ejemplo: los Dominicos, los Franciscanos y también los Jerónimos), y las personas sujetas a la ley seglar. Sí, no hay que dudarlo, el licenciado Vidriera defiende al eclesiástico de los insultos que lo persiguen—aunque del insulto en sí caben ciertas dudas. El que “tilda” al religioso de “muy gordo” es el narrador del cuento; el oyente, en cambio, lanza aquel “‘—De hético no se puede mover el padre’”, frase con doble filo, por la ironía de calificarlo de “hético”, es decir, el que sufre “calentura arraigada cõtinua” (Covarrubias), persona enferma, normalmente demacrada; y por el doble sentido de la palabra “ético” (Covarrubias: “el Filosofo moral”; en las primeras ediciones de las Novelas, sin la letra “h”, la relación entre el filósofo y el enfermo es más evidente aún), lo cual encajaría, eso sí, con una postura anticlerical típica de cierto erasmismo de la época. La ambivalencia se empaña
un tanto en algunas de las traducciones, que no conservan el toque peligroso, el roce con la filosofía moral, al que sí se atreve el narrador cervantino. (Dice la traducción inglesa que recoge Walter Kelly que el fraile es “reduced and consumptive”; el oyente de la traducción de Chassonville comenta que “’Ce père est si maigre qu’il ne peut se remuer’”.)25 Gordo, demacrado, hético, ético, goloso, gros, maigre, tocable, intocable, pura boca apetitiva o fruto que le ofrecen a Dios los frutales de las órdenes religiosas—toca hablar del cuerpo, del cuerpo
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
se trata y el cuerpo sublime de Cristo proyecta sobre todos los sustitutos, todos los ungidos, todos los ejemplos y ejemplares de la verdadera religión, la sombra de su intangibilidad: Christos meos. Nolite tangere christos meos et in prophetis meis nolite malignar, dice el salmo, le hace decir el salmo a Dios y el descendiente de la casa de David, el ungido del ungido o arquetipo de la unción, el ejemplo de aquéllos a los que Dios ha elegido como ejemplo, la figura de Cristo, le confirmará esta prohibición a la Magdalena cuando le ordene: “Noli me tangere”.
Recordemos la frase de Valera: “Una de las sentencias del licenciado Vidriera, de las
cuales parece que hace Cervantes el último extremo de la discreción, es que, ‘nadie se olvide de lo que dice el Espíritu Santo: noli me tangere Christos meos’”. El error de Valera, aunque nimio, aunque posiblemente no llegue a la heterodoxia, aunque pueda incluso parecer preferible (como ejemplo de la lógica tipológica que relacionaría el Antiguo Testamento con el Nuevo, el cual, según la ortodoxia escolástica, completa al primero), sí que resulta sintomático: en ese Nolite me tangere Christos meos, Valera hace pronunciar a Vidriera una especie de síntesis del texto del salmista y del evangelista, una quimera sintáctica en la que casan la Antigua Ley y la 25
The Exemplary Novels of Miguel de Cervantes Saavedra, la popularísima traducción inglesa de Walter Keating Kelly, se publica en 1846 (Londres, Henry G. Bohn, 1846). Kelly se basa en la edición morosa de las novelas publicada en Valencia en 1797, falta que destaca (entre otras, más graves) Fitzmaurice-‐Kelly, en su edición de 1902, The Exemplary Novels of Miguel de Cervantes Saavedra, tr. de N. MacColl, Glasgow, Gowans & Gray, 1902. Cfr. el ensayo de Frances Littikhuizen, “Englishing Cervantes’s Exemplary Novels”, en J. A. G. Ardila, The Cervantean Heritage: Reception and Influence of Cervantes in Britain, Londres, MHRA, 2009, pp. 84-‐95. La traducción francesa es del abate S. Martin de Chassonville, Nouvelles exemplaires de Michel de Cervantes Saavedra, Lausanne, 1744, p. 422.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Nueva, la cual se supone que proviene de aquélla para cumplirla y completarla. Este error nos resultará útil, en la medida que aclara la lógica y la ideología del encuentro; las mantiene, las fundamenta. Pero al error, al hermetismo del circuito ideológico del formalismo cristológico que pasa del salmista al evangelista y de allí al licenciado, para llegar por fin al lector cervantino, tanto el de la época de Cervantes como el moderno, un Valera o un Azorín; a la rueda que forman estos textos en apariencia casados se le escapan ciertas cosas. Entre otras—y para no tocar más que las primeras, las que tengo a mano—nuestra lectura erasmista de este momento en el que Vidriera casi diríamos que roza con la mano el cuerpo de Cristo, que lo toca para incorporarse a él momentánea, pero decisivamente, no da cuenta del escándalo de la analogía del licenciado—la figura, demoledora, irónica, desfiguradora, con la que el licenciado concluye su arenga: el símil que compara, que hace que se toque el fraile gordo o flaco, hético o ético, con las frutas que crecen en las huertas y los frutales de Aranjuez: “[L]as religiones—dice—son los Aranjueces del cielo, cuyos frutos, de ordinario, se ponen en la mesa de Dios”. Cuanto más suculenta, cuanto más gorda, cultivada, cuidada, apetecible la fruta, mejor; cuanto más gordo, cuidado, apetecible el clero, tanto mejor. Al roce del símil se gastan, se pierden los elementos espirituales de la analogía que quiere, que parece querer usar el licenciado, para dejar, justamente, el cuerpo—carnoso, apetecible, puro sentido. Peligro del símil, de toda metáfora, de lo dulce que parecería servir a lo útil, pero que acaba oscureciéndolo, hiedra que oculta el pilar, criado que resulta poder más que el amo, ancilla dei que se subleva subrepticiamente: ramera, “su hoja os muesttra, el coraçcon de fuera, / Gusaldo, y provareis amargos tragos”, dice Covarrubias en el libro de los Emblemas morales.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
Hay más. Digamos, ya con más seriedad, que nos ceñimos a lo que Vidriera nos pide que recordemos, las palabras del “Espíritu Santo”, que el licenciado hace suyas para condenar el exabrupto dirigido al fraile. ¿Acaso busca el licenciado, al identificarse con éste, la autoridad que le pertenece al Espíritu Santo? O pongamos que las palabras del licenciado nos recuerdan algo distinto, porque lo tocan, lo incorporan en cierto sentido—como bien podría pasarles a los oyentes del licenciado o a los lectores del cuento de Cervantes, y como le pasa con toda seguridad a Valera. Pongamos que entendemos, tras las palabras del salmo, las del evangelio o las del evangelista (los cuales también se estarían haciendo eco del salmo). Más dificultades. ¿Busca el licenciado identificarse con Cristo resucitado? ¿Con el Espíritu Santo del salmista? ¿Con el salmista mismo, con el rey poeta? Sería un auto-‐imponerse de manos, una auto-‐ afección, un ungirse a sí mismo, como si fuera capaz de hacerse rey, de curarse o de salvarse a sí mismo, y así convertirse en una suerte de precursor bíblico, tipológico y, a la vez, Cristo mismo: “No me toquéis—dirá—no me toquéis a mí, quien, al igual que mis ungidos y a fin de ungirlos, de poder ungirlos, me he ungido a mí mismo”. Aun si dejamos de lado las paradojas cronológicas que supone este enunciado, imposible tanto en clave teológica como fenomenológica (aunque, como habrá de constatar una lectura modestamente responsable del Richard II, de Shakespeare, imaginable en clave política: el rey que se depone, lo hace ejerciendo de rey: “Now mark me—dice Ricardo—how I will undo myself; / I give this heavy weight from off
my head / And this unwieldy sceptre from my hand, / The pride of kingly sway from out my heart”; Richard II 4.1.203-‐206), el contexto original no nos sirve para aclarar ni el sujeto de la unción que imagina “El licenciado Vidriera”, ni la cuestión, aún más delicada, del objeto ungido. ¿Qué entidad, cosa, pueblo, persona es ungido en y mediante las palabras del licenciado? El pueblo de Israel, que es el referente de las palabras del salmista, rastrea—peligrosamente—al ungido sustituto cristiano, como si la sangre de los unos tocase, se mezclase con la sangre de los otros. El cuerpo ungido, ¿será acaso un cuerpo converso? ¿Traducido? Descartemos, pues, la referencia al contexto originario, que parece complicar, más que aclarar las cosas. No podremos, aun así, describir la forma ni las cualidades morales del cuerpo ungido—no sabremos a ciencia cierta si es “ético” o vicioso, demacrado o gordo; y tampoco tendremos la certeza de que el licenciado no comparte el juicio socarrón del oyente que critica al fraile, ya que tildar de “fruto” o manjar para la mesa divina al fraile implica apreciar en éste la corpulencia, el grosor, la beldad, la apariencia—en resumen, las virtudes del cuerpo, transferibles, claro está, a la disposición anímica o moral del fraile a quien revisten, pero al que también ocultan, como lo ético en sentido fisiológico oculta lo moral, lo ético, y viceversa. Este mareo de complicaciones, reveses lógicos, ironías y descalificaciones no es raro en Cervantes—se dan, por lo general, en momentos importantes y significativos, como, por ejemplo, cuando a Sancho parecen pertenecerle a un tiempo unas zancas, propias más bien del personaje alto, delgaducho, acaso demacrado, de quien es ético en sentido moral y fisiológico; y también una panza, propia— ¿cómo no—del goloso, del gordo, del bien-‐nutrido fruto que darían, por ejemplo, los huertos de Aranjuez. En “El licenciado Vidriera” y, en concreto en este momento, el toque de un cuerpo con otro produce mala sangre. Pornografía. Promiscuo, “El licenciado Vidriera” produce cuerpos justo cuando y donde el licenciado prohíbe tocarlos: cuerpos materiales y cuerpos sublimes; tocables e intocables;
enfermos, tuberculosos y sanos, grasientos, bien nutridos; cuerpos filosóficos o morales, y cuerpos de hueso y carne; éticos y éticos. El texto cervantino produce cuerpos, los extrae de zonas discursivas que se van multiplicando, según una lógica rizomática, superficial, que se mueve a flor de piel y que no es, por tanto, la lógica vertical, jerárquica, tipológica del ejemplo. Estas lógicas rizomáticas, que son lógicas de la contaminación, del tacto, de la infección, de la asociación contingente de campos discursivos y semánticos, del desordenado recuerdo cultural, de la mera analogía; estas lógicas rizomáticas, decía, son a la vez malignas y benignas, anárquicas, persistentes, desfiguradoras, fatales (en ambos sentidos del término), inofensivas, aleatorias. En la medicina de los albores de la modernidad—campo discursivo fundamental para entender la locura del licenciado, por supuesto, pero que también habría aflorado ya cuando tocamos la palabra “hético” o “ético”—el conjunto de lesiones cancerosas que afectan a la piel de la cara, “horribles y virulentas”, en palabras de la Chirurgia universal (1581), de Juan Fragoso, “hechas de cólera quemada, que por su malicia son malas de dessaraigar, porque acontece, que tratándolas indiscretamente, y con medicamentos fuertes se enconan y ensañan mas”—estas lesiones superficiales, graves, malas de desarraigar se llaman “nolimetangere”: no me toquéis, no busquéis curarme, no hagáis más que tocarme levemente, rozarme; mantened las distancias u os acabaré matando, inmisericorde, irremisiblemente.26 Esta incertidumbre, hasta indecidibilidad, se diría, en cuanto al nivel del discurso, del referente o del concepto no es señal de chapucería o de descuido por parte de Cervantes, sino
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
la forma literaria que tiene para el escritor el pensamiento ejemplar de la no-‐identidad. El 26
Juan Fragoso, Cirugia universal, Madrid, Alonso Martín, 1627 (orig. 1581), p. 374. En la edición de Alcalá de Henares de 1574 del Inventario o colectorio en cirugía, de Guido de Cauliaco, se dice lo siguiente: “Acontece muchas vezes despues de las formigas y herisipilas malas (…) acontecer ulcera corrosiva, serpiginosa, horrible, o espantosa, hediente, y ponçoñosa, que noli me tangere vulgarmente es llamada, y es de genero del cancer, y de la colera dos vezes quemada (…) engendrada. Cuyos señales son corrosion mordicativa con ardor y puntura, virulencia hediente, y sordicie, o suziedad mala. Donde el derraygamiento del es difficil y contagioso. Porque mientra mas es tocado, mas es multiplicado, o augmentado. Y por esto noli me tangere se dize, y con esto la cara por su debilidad, o flaqueza las materias ligeramente recibe” (p. 201v).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
concepto de “tacto” que venimos manejando funciona, como ya lo hicieran las palabras “aljamía” y “aljama” en Don Quijote, como elemento temático y narratológico dentro de la diégesis del cuento, pero también, ético con ético, como figura de la lectura, de la interpretación, de la traducción. El tacto cervantino, vidrioso, transparente, opaco, fatal y benévolo, prohibido, pero distribuido por todo el cuento: alegoría del contingente devenir-‐ metalingüístico de los enunciados literarios. El tacto es el sujeto y el objeto que tocamos en el texto cervantino: flota sobre la superficie del cuerpo al que da forma; es un concepto inmediatamente mediado; su promiscuidad requiere que prevalezca, para entenderlo y para entender el texto en el que aflora como práctica y como elemento diegético. Tacto: es decir, el tacto necesita del tacto, de un principio que permita ir sorteando contextos determinantes, que permita organizar alusiones culturales, reglamentar lo que debemos y podemos recordar (y lo que no: lo que deberíamos no querer recordar, nombres manchegos, idiomas arcaicos que penetran el de todos los días; léxicos enterrados, historias moriscas, hebreas, latinas que hacen y deshacen el castellano). Tacto que permita determinar qué es un ejemplo y de qué cosa, caso, suceso, esto o lo otro es ejemplo. Tacto que permita distinguir la piel de los órganos que recubre; que permita distinguir una enfermedad “arraigada a las venas”, como la tisis, que hace ético o hético al enfermo, de la enfermedad de la superficie, “mala de desarraigar”, como la nolimetangere. La promiscuidad rizomática del tacto cervantino precisa de una forma, digamos, táctil de diferenciar entre el nivel de enunciación en el cual el imperativo “¡No toquéis el cuerpo!” tiene un sentido temático-‐teológico y el nivel de enunciación en el que tendría otro distinto o contradictorio: “¡No interpretéis! ¡No leáis!” Pero en cuanto recurrimos al concepto de “tacto” para distinguir entre las distintas determinaciones, sobre-‐ e infra-‐determinaciones de una expresión o de un enunciado, o de tal o cual texto, o bien para distinguir entre lo que el lector o el oyente deben o pueden o tienen
permitido recordar, y lo que no; en cuanto recurrimos al tacto, evocamos a la vez lo que de manera fatal destruye todo principio de tacto y deshace el tacto como principio. No se puede prohibir la lectura sin provocarla, sin provocar otras lecturas, malignas, “malas de desarraigar”, superficiales, que nos tocan donde menos lo pensamos. El tacto, principio de lectura (en el sentido más banal, menos axiomático: el tacto es donde da principio la lectura y, en cuanto principio de lectura, mina, envenena, des-‐ejemplifica todo axioma de lectura), es constitutivamente contingente. En cuanto Cervantes pone, en la superficie y en el centro mismo del cuento, en las venas y en la piel del relato, el “principio” de tacto discursivo, en cuanto permite que el tacto ande a cielo abierto, como la verdad en el cuento del licenciado, desencadena un “principio” de no-‐identidad salvaje y contingente: lo libera, lo construye. De este “principio” literario de no-‐identidad ha huido la modernidad ilustrada europea: la teología sistemática, la filosofía, la economía política. “Antes” es y no es “antes”; alcanzar una cosa o un enunciado es entenderlo y es comprenderlo; yo soy el ungido, pero me debo a mí mismo la unción y de esa auto-‐afección deriva la soberanía propia del que puede ungir a otros; “Señores, yo soy el licenciado Vidriera, pero no el que solía: soy ahora el licenciado Rueda”: soy Vidriera, pero no lo soy, no soy el que solía, el que era, he cambiado de nombre, pero, señores, si me pagan, comprobarán que soy el que solía y, más aún, mejor aún, más yo-‐mismo que antes, más astuto, más sabio, más sutil, más como si fuera de vidrio, más de vidrio que antes, cuando era quien soy, pero no soy, quien llevaba el nombre que me describía y que me describe, más que nunca, pero que rechazo: el licenciado Vidriera. Las novelas de Cervantes—ejemplares todas, meditaciones todas ellas sobre lo que es el ejemplo y sobre lo que es la no-‐identidad—abren, pero también clausuran la modernidad ilustrada. Ni siquiera el cierre ideológico que encarna el “religioso de la orden de San Jerónimo”, traductor de enfermedades, barajador de lo físico y de lo moral, quien milagrosamente consigue curar a Vidriera para abocarlo a la fama; ni siquiera
este principio de cierre y de traducción nos permitirá recordar, ni olvidar, ni leer, ni dejar de leer la no-‐identidad literaria que develan, fatalmente, los relatos cervantinos.
¿Cómo leer, pues, a Cervantes? Con mucho tacto y con poco: toqueteo. ¿Tiene reglas, protocolos, patrones esta lectura superficial, rizomática, fatal, “mala de
desarraigar”? ¿A qué acuerdos disciplinares obedece? ¿Puede haber un cervantismo táctil o táctico, un cervantismo del encuentro, del suceso, del acontecimiento? Tercero, Cervantes: cómo tocarse el miembro.
Contesto en dos movimientos. Imaginemos una escena primitiva, primigenia. En Don Quijote, la encontramos en el
Alcaná de Toledo, donde se tocan las tres culturas; la traducción; y el principio de la escritura y de la lectura. En “El licenciado Vidriera”, la buscamos en el momento en el que el desencajado licenciado toca la figura del tacto, para convertirla en elemento discursivo y metadiscursivo, sin poder facilitarnos un principio para diferenciar una función de la otra. Ahora, busquemos imaginar la escena primitiva del cervantismo. Es un juego un tanto peligroso, porque, por lo general, buscar identificar escenas primitivas obedece al deseo de darle al origen, al principio un valor determinativo—como si dijéramos: “Aquí, donde sucedió esto o lo otro, se fijan las reglas que seguirá lo que se desprende de ello; el devenir depende del origen; finis origine pendet”. El principio deviene, insensiblemente, lo principal. Las reglas del juego o de la disciplina del cervantismo, digamos, vienen dadas desde y en el principio, y de estas reglas dependerá que podamos, a posteriori, reconocer en este o en otro momento el verdadero origen, la escena primitiva de la disciplina. Y reconocer aberraciones, despistes peligrosos, para cuidarnos de ellos o para ejercer de policías, de monitores o de sicarios, expulsando a los que no se dejan someter, guiar, amar. Entramos de inmediato en un círculo: para hacer de un momento, o bien
de una práctica institucional o discursiva, el fundamento mítico de la disciplina, nos valdremos de los protocolos de la disciplina que buscamos fundar. Estableceremos el origen, mítico, de la disciplina, desde el lenguaje y los protocolos de ésta, que lo hacen reconocible y que le dan a la mitología originaria validez. O diremos: el acto de establecer el origen de la disciplina es un acto de lenguaje (en el sentido de J. L. Austin) que se articula en el idioma de la disciplina; que puede ser falso o verdadero, feliz o infeliz, según los parámetros de ésta, según las llamadas “condiciones de felicidad” que establece la disciplina. La escena primigenia del cervantismo es efecto de éste: el origen del cervantismo depende del final que pueda tener. (De ahí el contacto entre el discurso disciplinal y el fúnebre, que tocaremos a continuación.) Pero, por otra parte, no resulta evidente ni quién, ni qué cosa, institución o dispositivo disciplinal determina (o determinan, de ser más de uno) qué escena es la primigenia en clave mítica. Segundo elemento de peligro: el juego en el que imaginamos escenas primigenias para una disciplina, el cervantismo, por ejemplo, se suele jugar para conferirle poder a la persona o a la institución que, siendo el producto de los protocolos disciplinales, consigue hacerlos suyos para ungirse, para adjudicarse la soberanía. Quién o qué cosa, función o dispositivo logra determinar es algo que podrá estar dado en la escena o no, pero en todo caso la determinación será un acto violento, una decisión soberana que instala al soberano, un golpe de mano que barre y dice: “Sí, este suceso es primigenio para nosotros, para un ‘nosotros’ que nace del suceso y que yo, primera persona institucional, persona o función o dispositivo, he conseguido identificar. (Lo cual me da valor ejemplar, soberano, valor de Caso entre casos, ungido: soy el ungido de la disciplina, producto de ésta, pero a la vez el ejemplo normativo de la disciplinariedad, el electo, ya que he sido yo quien ha identificado, a partir de los protocolos de la disciplina, la fuente y el origen de ésta, que corre por mis venas y cubre, santo óleo, la superficie de mi piel”.) Identificaremos, al margen de esta definición más bien convencional, autotélica,
formalista de la disciplinariedad, una suerte de contra-‐corriente que fluye a su lado, como subterránea. Esta contra-‐corriente recibe distintos nombres: la deconstrucción, entre otros; o la filología, si le damos a la palabra el sentido, radical, que quiso darle Nietzsche.27 Para el caso español, para el cervantismo y para el hispanismo, le daremos el nombre de marranismo.28 Esta contra-‐disciplina, que buscamos contrastar con el cervantismo contemporáneo, es algo más que identidad secreta u oculta, y nombra algo más que una forma de pensar que combate la tradición metafísica y onto-‐teológica. Es también la operación lógica y retórica que hemos
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
estado esbozando, que hemos querido buscar en el cruce de la problemática de la no-‐identidad, con el dispositivo, contingente y aleatorio, del devenir-‐metalingüístico de los elementos discursivos del relato cervantino. Diremos, por consiguiente, que la contra-‐disciplina marrana que imaginamos y cuya escena primitiva buscamos, busca traer el juego, es decir, la transvaloración, la sustitución o la sustitutibilidad de contenidos, términos y elementos al centro mismo de la estructura disciplinal.
27
Por ejemplo, en Nosotros los filólogos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2006).
28
Cfr. mis observaciones sobre el marranismo filosófico, en Jacques Lezra, “Marranes que nous sommes?”, en Rue Descartes, n. 66 (noviembre-‐diciembre de 2009), pp. 44-‐57. Aquí, sigo la argumentación de Ricardo Forster, Erin Graff Zivin y Alberto Moreiras al respecto. Se consultarán, entre otras obras, Ricardo Foster, “La ficción marrana: claves para una historia a contrapelo de la subjetividad moderna”, Crítica y sospecha, Buenos Aires, Paidós, 2003; Erin Graff Zivin, “Politics Against Ethics”, en Política Común, n. 4 (2013), http://quod.lib.umich.edu/p/pc; su “Aporias of Marranismo: Sabina Berman’s En el nombre de Dios and Jom Tob Azulay’s O Judeu”, en CR: The New Centennial Review, n. 12.3 (Winter 2012), pp. 187-‐216; y asimismo su Figurative Inquisitions: Conversion, Torture, and Truth in the Luso-‐ Hispanic Atlantic, Evanston, IL, Northwestern University Press, 2014: “[E]l marrano tiene algo de singularmente amenazador. (…) El sujeto marrano nos importa—aquí y ahora—porque señala, desde el principio, la otra cara de la reunificación, el nacionalismo y el colonialismo, así como el necesario fracaso de estos proyectos políticos, religiosos e identitarios. El marranismo funciona a diferentes niveles, en el seno de distintas esferas (la cultural, la socioeconómica, la religiosa, la metafísica, la política, la simbólica) y su efecto se deja sentir al otro lado del Atlántico: ya no sólo por la participación del marrano en los primeros viajes de conquista de las Américas, sino también a la luz de la conversión y la subyugación de las comunidades indígenas en las colonias” (p. 23). De Alberto Moreiras, vid. “Common Political Democracy: The Marrano Register”, en Henry Sussman (ed.), Impasses of the Post-‐Global. Theory in the Era of Climate Change, University of Michigan Libraries, www.openhumanitiespress.org, 2012, vol. 2, pp. 175-‐193, y también el concepto afín de “infrapolítica” que empieza a desarrollar en Línea de sombra. El no sujeto de lo político, Santiago de Chile, Palinodia, 2006.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Al juego. Para pensar el suceso cervantino, buscamos pues una forma de relacionar la voluntad; un campo epistémico-‐cultural; la cuestión de cómo posicionar al oyente-‐lector-‐crítico respecto a tal campo; cómo valorar el discurso de este oyente-‐lector-‐crítico cuando emite juicios sobre el campo; y una reflexión sobre el peligro y la opacidad de los orígenes. Huelga decir que escogeremos, de nuevo, la novela ejemplar del “Licenciado Vidriera”. (Aunque, de hecho, casi todas las novelas ejemplares de Cervantes tienen las características que enumero.) No repetiré el resumen de la trama; pero sí que destacaré, de nuevo, el principio, el origen de la locura del licenciado: la famosa “dama de todo rumbo y manejo” que “le descubre su voluntad” a Tomás y que, “viéndose desdeñada y (…) que por medios ordinarios y comunes no podía conquistar la roca de la voluntad de Tomás”, busca la ayuda de “una morisca, [y] en un membrillo toledano” le da “a Tomás unos destos que llaman hechizos” (p. 116). Deambula, como hemos visto, el pobre loco, el sofo-‐moros, por Salamanca y por Madrid; encanta, irrita, comenta, ilustra, enseña, hasta que el religioso le devuelve la razón. Concluye así el periplo, narratológicamente tan peligroso, del insano licenciado; se cierra la rueda; el que fuera Rodaja pasa a ser Rueda; cierre ideológico, conclusión moralizada, vuelta a la estructura del ejemplo: de la ética, la fisiología, la superficie, volvemos a la ética, al orden moral, a la verticalidad, etc. Se refunda el orden natural; volvemos a tierra; decir verdades por la calle pasa a ser una cuestión profesional, de cobro: “Lo que solíades preguntarme en las plazas, preguntádmelo ahora en mi casa”, dice, desesperado, el pobre, hambriento y cuerdo Rueda (p. 144). La filosofía salvaje, anárquica del licenciado Vidriera se ha domesticado; concluye la indisciplina del loco, renace la disciplina del cuerdo; la licencia que tenía el licenciado loco se vuelve de nuevo la licenciatura, la disciplina que ostenta, para su mal, el licenciado Rueda. (Covarrubias: “Licenciado, el que ha recebido en alguna facultad el grado para poderla enseñar y exercitar, como persona aprovada en ella. (…)
Algunas vezes licencia sinifica libertad; y licencioso el libertado”.) El hispanismo y el cervantismo de forma mucho más concreta experimentan una dificultad patológica a la hora de dar cuenta de la escena o de las escenas primitivas de su fundación. Pero, ¿por qué, con qué consecuencias y en qué difiere esta patología de las que experimenta toda disciplina a la hora de pensar sus orígenes? Volvamos al cuento de Vidriera. La novela de Cervantes le pide al lector que imagine que el protagonista, un loco, encarna la verdad peripatética: el licenciado se convierte en una personificación de la función de verificación, de parresía o parrhesía ambulante (cabría decir con Foucault): circula, como Diógenes con su famosa linterna, al descubierto, iluminando al paso, casi por casualidad, casi sin querer, los rincones que oscurecen la hipocresía, la ideología y la mistificación. Un Aufklärer adelantado a su tiempo; un iluminado; un ilustrado. El licenciado y su destino pueden servirnos, pues, de ejemplos—más aún: de arquetipos, de alegoremas—para representar la disciplina y el disciplinamiento, lo cual no cesará de preocupar a Cervantes: el licenciado Vidriera, cercado por los personajes del joven Tomás Rodaja y el cuerdo licenciado Rueda, nos permite imaginar la alocada voluntad-‐de-‐contarlo-‐todo, de decir lo que es verdad, libertad salvaje e indisciplinada, filosófica. Yerra, exiliada, la verdad, desahuciada. Con ironía, dice Vidriera de los escribanos que son “la gente más necesaria que había en las repúblicas bien ordenadas”, porque sin ellos y sin su profesión “andaría la verdad por el mundo a sombra de tejados” (p. 138). Pues bien, Vidriera nos ofrece, a la sombra del juicio irónico que emite sobre el escribano, la verdad sobre las verdades que pronuncia él mismo. Este desamparo de la verdad, esta verdad sin autorizar (más adelante, nuestra interpretación del teatro cervantino se centrará precisamente en la 29
autoridad, en la autorización ), la verdad a la intemperie, alejada de la protección, de la reglamentación, de la legitimación que ofrece el escribano—esta verdad frágil, amenazada, 29
Vid., más abajo, el capítulo 6, “Fantasía del teatro. El mercado del exilio, el exilio como mercancía”.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
desamparada, a veces se esconde—anda “a sombra de tejados”, pero también yerra al descubierto, “por las calles”, “por la mitad dellas, mirando a los tejados”, temerosa, como el licenciado, de que “no le cayese alguna teja encima y le quebrase” (p. 118). La verdad como error, errancia, locura; de condición contradictoria (yerra a la sombra de los tejados y del discurso, irónico, del licenciado, pero también alejada de ellos); patologizada; somatizada; consecuencia de una lesión fisiológica, gastronómica (el veneficio que va oculto en aquel “membrillo toledano”, sobre el que volveremos en breve); parataxis libre, libertina, autorizada con la licencia absoluta que recibe de la locura de un licenciado cuyo “grado”, esa facultad suya de decir, de representar o hasta de ser la verdad, se lo confiere la falta de facultad que es la locura. Esta voluntad-‐de-‐decir-‐la-‐verdad deviene, gracias a la cura del Jerónimo, cordura, licencia, domesticidad, amparo, autoridad, rango (social, militar), fama, etc. “El licenciado Vidriera” sería, más que novela ejemplar, un ejemplo y una alegoría del disciplinamiento. La lectura alegórica en esta clave se estrella casi de inmediato con la trama del cuento: la cura o conversión del licenciado tiene como consecuencia (en clave temática) el exilio, la pérdida, para la corte y la universidad, de la función peripatética y aleatoria del decir-‐verdad, de la ilustración. Disciplina: expulsión de la verdad, de quien la dice, de la verdad en tanto testimonio aleatorio e incongruente, libidinoso y licencioso. Dejemos a un lado, por el momento, la dificultad mayor que presenta la trama. Aceptemos, de manera provisional, que el cuento narra una ejemplar alegoría del disciplinamiento. No será, sin embargo, la disciplina que acostumbramos a imaginar, la que heredamos de la Ilustración y que supone que la verdad se descubre, se mide, se legitima en “facultades” científicas; ni la que nace y adolece en las academias, en las sociedades profesionales, en la corte o en la iglesia. La disciplina acostumbrada, la que anda por las aulas protegida y cobijada, es fundamentalmente autopoética, autotélica: los objetos que estudiamos
o que buscamos interpretar son los que reconoce el léxico disciplinario en tanto y en cuanto objetos; lo que entendemos como “interpretación” o “estudio” o “posicionamiento” son actos dados reflexivamente en y por ese léxico; la autoridad que precisamos para emitir juicios sobre tal o cual objeto deriva de la disciplina, que a su vez genera tanto los objetos como las posiciones que ocupamos respecto a ellos, desde las que los designamos en cuanto tales objetos, desde donde emitimos juicios, los evaluamos, los interpretamos o llegamos a darles identidad taxonómica. (Nos ocuparemos de la “ocupación” y de la “desocupación” del “desocupado lector” cervantino en los capítulos que siguen.) Cuadre o no cuadre este o aquel objeto epistemológico con la disciplina que pretende juzgarlo, evaluarlo, clasificarlo, etc., el hecho de identificarlo como objeto digno de pensarse, capaz de ser pensado, confirma la capacidad epistemológica de la disciplina y avala a los ungidos que la practican. A este nivel, todo objeto epistemológico narra la historia de su devenir-‐objeto para un marco determinado, una forma de vida concreta o una disciplina en particular. Todo objeto disciplinario es o narra una alegoría de la disciplinariedad. Estas disciplinas autopoéticas serían, por decirlo de otra manera, estructuras, en la medida en que, como escribe Derrida en su famoso ensayo de 1966 “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”, el “juego” de los elementos, los objetos epistemológicos, los intérpretes avalados por el léxico, el léxico, el sistema de relaciones; en la medida en que este “juego”, decíamos, viene a estar determinado (organizado, limitado, circunscrito, equilibrado, orientado) por un centro, en este caso, el papel central que juega la correlación entre los objetos que define la disciplina como propios y los mecanismos que ésta tiene para producir valor y sentido. Esta correlación central ejerce de soberana respecto de la disciplina que organiza: yace, como dirá Derrida de las estructuras 30
“centradas” en general, “paradójicamente (…) dentro de la estructura y fuera de la estructura”.
30
Jacques Derrida, La escritura y la diferencia, trad. de Patricio Peñalver, Barcelona, Anthropos, 1989, p.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
La correlación abre el “juego” de la estructura (es decir, lo inaugura, lo impele), pero también lo clausura: esta correlación central es el punto, dice Derrida, “donde ya no es posible la sustitución de los contenidos, de los elementos, de los términos. En el centro—prosigue—la permutación o la transformación de los elementos (…) está prohibida” (p. 384). La dificultad que, en tanto estructura, toda disciplina encuentra en la interpretación o la valoración de tal o cual texto, objeto o idea deriva de la resistencia que éstos oponen a devenir alegorías de la forma-‐valor de la disciplina. Y las dificultades que ha padecido el hispanismo a la hora de leer la novela ejemplar de Cervantes son sintomáticas de las que ha padecido cuando buscara comprenderse como estructura. (Diríamos: ninguna disciplina, en tanto máquina de producir objetos epistemológicos de los que recibe, correlativamente, valor, puede tenerse o darse o producirse a sí misma como objeto epistemológico.) En el caso concreto de “El licenciado Vidriera”, estas dificultades derivarían de la resistencia que opone la novela a devenir un objeto epistemológico: ni se ajusta a los protocolos que establece la disciplina para evaluar e interpretar, ni les confiere a esos protocolos y a quienes los ostentan, a los ungidos, un valor añadido reflexivamente. La patología de Vidriera—“loco de la más estraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto”—raya en lo singular. Al igual que Bartleby, otro personaje casi impensable, el licenciado Vidriera extraña, en primer lugar, porque se mueve, errante, a la vez dentro y fuera de todos los léxicos de los que disponemos para emplazarlo, clasificarlo, entenderlo como objeto cognoscible y clasificable. Pero también extraña porque, errando, no asume, respecto de estos léxicos y protocolos, el lugar soberbio del soberano. Nos encontramos, lo reconozco, en las arenas movedizas de la analogía: de igual manera que la locura del protagonista lo pone al descubierto, a la intemperie, sacándolo del cobijo que le prestan la universidad, la corte, el oficio, el ejército y hasta las costumbres y la vestimenta
384.
misma de los seres humanos, para que allí, desalojado, exiliado, ex-‐puesto, predique en “las plazas” la verdad acerca de la hipocresía de la que es testigo; así mismo, la novela que lleva su nombre yerra, se aleja de la disciplina y de los protocolos de lectura que la determinan como objeto interpretable, del que se puede afirmar que es o no es tal cosa, sobre el cual se pueden emitir juicios analíticos verdaderos, falsos, verificables o falsificables. La novela epónima, al igual que el protagonista de la parte central, se expone y se encuentra a la intemperie, ni al cobijo de los tejados ni al descubierto, sino en una especie de no-‐sitio o bien en un sitio-‐que-‐ todavía-‐no-‐lo-‐es. Esta observación bien podría hacérsele a otras obras—monstruosas, pero genéricamente parecidas, por aberrantes, descompuestas, desahuciadas, contragenéricas: “Bartleby”, Bouvard et Pécuchet, El maestro y Margarita, La Celestina… Algo singular, dentro de este contra-‐género de las obras monstruosas, contragenéricas tiene la novela de Cervantes. La extrañeza de Vidriera—su in-‐disciplina—deriva, patológicamente, del entorno cultural en el que lo enmarca Cervantes. Los orígenes del licenciado son misteriosos—de eso no hay duda, el joven Tomás Rodaja mantiene el secreto y ni sus avatares posteriores, ni el narrador revelan gran cosa al respecto. El origen de su locura, sin embargo, y las secuelas somáticas de ésta; la sintomatología, la presentación de la enfermedad—todo esto lo detalla, explícita y hasta clínicamente, el relato, con precisión jurídica y médica, como si se tratara de diagnosticar a un paciente o de enjuiciar a un acusado. El veneno que obtiene la “dama de todo rumbo y manejo” de la morisca le es suministrado al infeliz Tomás Rodaja en un “membrillo Toledano”. Este objeto, culturalmente sobredeterminado, sustituye, pero también capta, convierte y traduce los orígenes perdidos u oscuros del joven Tomás. El membrillo, como es de sobra conocido, se ha convertido, desde la época de Cervantes, en el nombre que le damos por antonomasia a un género de jaleas pegajosas y dulzonas hechas de diversos frutos (la guayaba,
la manzana, hasta de tomate las hay). Ya volveremos a tocar el tema del membrillo, cuando busquemos concluir este análisis del licencioso suceso cervantino, que hemos emplazado donde se cruzan la voluntad, el campo epistémico-‐cultural, la cuestión de cómo posicionar al oyente-‐ lector-‐crítico respecto a tal campo, la de valorar el discurso de este oyente-‐lector-‐crítico cuando emite juicios sobre el campo y la reflexión sobre el peligro y la opacidad de los orígenes. Nuestra cosita toledana, ese membrillo epistémico, ese regalo envenenado, confiere la lucidez y filtra el veneno de la locura y de la muerte social: de ahí que la palabra que designa, genéricamente, a quien suministra tales hechizos tenga valor doble: “veneficio”, del latín “veneficium”, “veneficus”, un envenenamiento, maleficio—pero con el eco, tanto en latín como en castellano, de “beneficium”, el favor, beneficio o servicio que se le hace a alguno, la gentileza, el regalo. Eco: valor añadido, sobre-‐determinación, intromisión semántica, extravagancia, indisciplina, error, errancia—seguimos la lógica singular de “El licenciado Vidriera”. La analogía yerra, se nos va de las manos, como el veneno que se disipa en un cuerpo o como la mancha de melanina que atraviesa la piel y que corre, intocable, por el cuerpo entero. Pasa entre el membrillo y el licenciado; entre los objetos que lleva, interno, el cuento, representados, y los personajes que se vuelven, cuando los toca el relato, raros objetos, enjutos, disecados casi, que deambulan por las calles que evoca el cuento; y este pasar de objeto representado a personaje deviene a su vez un procedimiento parecido, aunque a un nivel completamente distinto, al efecto que tiene “El licenciado Vidriera” en el hispanismo, para el cual hace las veces de objeto epistémico definitorio de la estructura disciplinal misma. En el corazón exacto del cuento, nudo y dispositivo de la trama, el membrillo toledano, objeto benéfico-‐malévolo, sirve, para con el cuento y para con los personajes, la misma función que tiene Vidriera respecto a la sociedad que representa “El licenciado Vidriera”: la de enloquecer, singularizar, de-‐generar, poner de manifiesto las condiciones que permiten que la verdad pueda
manifestarse abiertamente, sin andar “a sombra de tejados, corrida y maltratada”. Éste—la analogía formal prosigue, se desarrolla—es también el efecto que tiene una obra como “El licenciado Vidriera” sobre el público de Cervantes: es una obra cuyo efecto es benéfico y malévolo a la vez. Si la cultura literaria hubiera seguido el ejemplo (uno de los ejemplos) del relato de Cervantes; si se hubiese mantenido en el desamparo, en lo abierto, en la desnudez envenenada que ofrece el cuento; si la cultura literaria se hubiese adaptado al ejemplo que le ofrece Vidriera y no al que le brindan el joven Rodaja o el licenciado Rueda, ya curado de la locura, entonces España habría amparado a los lectores más heterodoxos de Cervantes—a Sterne, a Diderot, a Marx, a Freud. La novela de Cervantes desencaja a la disciplina que pretende apropiarse de ella en tanto objeto epistémico: es una suerte de membrillo toledano respecto del estudio de la cultura—la cultura de la que emerge la España moderna y la cultura en la que nace el hispanismo contemporáneo. Venimos acercándonos a “El licenciado Vidriera” para explicar el problema de la disciplina que presenta el suceso cervantino. Venimos leyendo el relato como si de una alegoría de la disciplina se tratase—y como si, al resistirse tenazmente a devenir objeto epistémico sujeto a la disciplina, al hispanismo y al cervantismo más concretamente, el relato nos ofreciese una especie de alegoría del marranismo. La novela cervantina funciona con este doble fin, porque parece asociar cinco elementos: la voluntad, el campo de lo epistémico-‐cultural, el posicionamiento del lector-‐crítico respecto a este campo, la determinación del valor que puede tener el discurso del lector-‐crítico respecto al objeto epistémico y, por último, el problema y los peligros que presenta toda consideración del origen como fuente de valor o de identidad. Nos sirve, también, porque la forma primitiva que subyace a la manifestación contemporánea del hispanismo y, a Fortiori, del cervantismo, a saber, el debate en torno al llamado homo hispanus, al ser de España—debate hoy en apariencia desfasadísimo, que se nos antoja ultra-‐superado,
cosa de principios del siglo pasado, anterior a las desnacionalizaciones económicas, políticas y tecnológicas de la posguerra, pero que sin embargo persiste, que se deja ver y tocar a través de todo el hispanismo y de la filología hispánica—este debate cobra forma y perdurabilidad en torno a este mismo sistema de conceptos, situaciones y problemas. Resumamos. El debate sobre el Ser de España reúne nombres como los de José Ortega y Gasset, Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro. Se extiende desde la publicación de España invertebrada, de Ortega, en 1921, pasando por la España en su historia, de Castro, en 1948, y La realidad histórica de España diez años más tarde, para concluir, en apariencia, con la publicación, en 1957, de España, un enigma histórico, de Claudio Sánchez Albornoz. La debacle tiene un contorno histórico más bien difuso, como es de esperar—un origen más o menos arbitrariamente determinado, un final que no parece haber concluido, como parecerían poner de manifiesto las declaraciones esencialistas de un Pío Moa, entre otros, o tal y como demostraría la influencia material de que gozan los demógrafos, los burócratas y tantos otros como buscan, en el mundo anglófono, servirse de lo “hispano” con fines políticos. El homo hispanus es, según Ortega, una criatura arcaica. Ejerce la voluntad, sí, pero sin un objeto externo bien definido—tan sólo con la conciencia un tanto brumosa de que posee una unidad de carácter aún por definir, que busca su objeto. Esta carencia de objeto deriva en un deseo compensatorio—el imperio, forma generalizada del deseo para el homo hispanus. Es lo que tienen en común los pueblos hispanos; lo que los lleva a cruzar el mar. La expansión territorial, la lingüística, la religiosa; las historias de descubrimiento, de colonización, de conversión, de pacificación, de exterminio, de cristianización—todas ellas derivan de este efecto de compensación, ante la falta de objeto apropiado sobre el que se pudiera ejercer la voluntad concreta del individuo y de la nación. Para Castro, en cambio, el homo hispanus se fragua, como es sabido, en la trenza tensa, dolorosa, rica, duradera que formasen, al convivir, las tres culturas
del Libro durante los siglos de la España musulmana. Y para Sánchez Albornoz, el homo hispanus existe antes de la invasión arábigo-‐musulmana de España; subsiste, subterráneo, en la quietud cristiano-‐visigótica, en la intimidad de los pueblos subyugados por el invasor; persiste de forma abierta en las colinas asturianas; reconquista, expulsa, excluye, convierte y, al hacerlo, mantiene un carácter constituido antes de que el judaísmo y el Islam arraiguen en la península. El debate nos puede parecer tan sumamente anticuado, tan arcaico, que no merezca apenas mención: mejor dejar que se hunda en el olvido, de la mano de tantas otras necedades raciales y hasta racistas que se llevaron los años: progreso. Y así haríamos, agradecidos, tanto en la universidad como fuera de ella, si no fuera porque el hispanismo, tanto el político como el académico, y el latinoamericanismo, también tanto el político como el académico, heredan la gramática identitaria del debate, la interiorizan y hacen de ella, traducida y disfrazada, desplazada, encubierta, su problemática. Y esta gramática identitaria es, precisamente, la que late en “El licenciado Vidriera”: es el corazón y el objeto del relato. Si nos ceñimos a esta lectura (del texto cervantino, del hispanismo), el membrillo toledano que le proporciona la morisca a nuestra “dama de todo rumbo y manejo” es un significante de la identidad judeo-‐cristiano-‐ musulmana. Diríamos que todo, todo lo que importa del hispanismo contemporáneo fluye del encuentro con este membrillo toledano; del suceso que narra “El licenciado Vidriera”. El homo hispanus, paterno, benévolo, erguido vigila, protege y apuntala el hispanismo contemporáneo. O bien rehúsa el veneno y los beneficios que le ofrece el membrillo toledano, y afirma la identidad propia al rechazarlo; o lo consume, lo absorbe, lo coloca en el centro mismo de su identidad. En cualquiera de los dos casos, el homo hispanus ejerce de tal forma que les da a Hispania y al hispanismo la forma soberana de la estructura, de la identidad central excluida de la sustitución, del juego, de la transvaloración. Pero, ¿qué es, a fin de cuentas, este objeto extraño que late en el centro de la novela,
de una novela que, a su vez, llega a ocupar el centro mismo del debate sobre la relación entre la identidad, la voluntad, la disciplina, el conocimiento y el hispanismo contemporáneo? En el cuento que venimos contando, la morisca que le aconseja a la “dama de todo rumbo y manejo” el veneficio que “hechiza” y enloquece al licenciado es simultáneamente una figura del judío, convertido al cristianismo, pero sospechoso de reincidencias, de prácticas secretas: es una morisca marrana. La sobredeterminación cultural del medicamento-‐veneno que nos ofrece, al igual que la sobredeterminación o la plusvalía cultural de la figura de la morisca marrana, apenas si se puede calcular. Ya hemos visto—en el prólogo al Don Quijote de 1615—que, en clave mitográfica, para la España de los albores de la modernidad Toledo es el punto de encuentro de las tres culturas del Libro. ¿Qué es, pues, este membrillo toledano que parece fundamentar la identidad que reclama el homo hispanus, ese personaje también mítico que se constituye o bien ingiriendo o bien rechazando este objeto? Resulta que el tal objeto benéfico-‐ malévolo no es tal objeto o, más bien, no reúne las características necesarias del objeto clásico y, por consiguiente, es posible que no tenga, asimismo en el sentido clásico, una identidad propia. Me he estado entreteniendo en armar el espectáculo de una sociedad orgánica que se erige, majestuosa, a hombros del homo hispanus, como fantasía de éste, producto de su espada, de su gesta y de su gesto. Es una fantasía que evocan panfletos y tratados de filosofía política de Aristóteles a Hobbes y, más acá, hasta el nacional-‐catolicismo. Pero del objeto mismo, de la cosita en sí que se erige en el corazón mismo del relato, dice lo siguiente el Tesoro de Covarrubias: “MEMBRILLO, fruta conocida, de Latin se llama malum Cydonium, de vna villa de Creta llamada Cidon. (…) La etimologia de membrillo traen algunos del diminutivo de la palabra membrum, por cierta semejança, que tienen los mas dellos con el miembro genital y femineo”. Y algo más adelante: “Membrum (…) vulgo significat virilia, seu pudenda”. El Tesoro nos da, pues, otra forma de pensar la transvaloración cervantina del objeto
clásico y del sujeto que busca constituirse al disciplinarlo, tocándolo, sometiéndolo al gobierno de la mano. En “El licenciado Vidriera”, Cervantes piensa, abre, nos ofrece contra-‐disciplina. Ésta fluye a flor de piel, donde tocamos el texto cervantino, y en el interior de éste, venenosa, benéfica, donde dan fruto los objetos en los cuales las culturas buscan fundar historias, valores, identidades. No se trata de escoger un miembro diminuto, femenino, si se quiere, en lugar del soberbio miembro que erige, imperial, el homo hispanus cuando busca su objeto propio, el membrum orgánico que ocupa el centro de la estructura, que duerme con soberbia fálica en el corazón del conjunto o sistema de objetos cuyo juego regula, rige y reglamenta. No es cuestión, en la crítica del cervantismo o en la crítica del hispanismo en general, de buscar el membrum virilis membrillo desautorizante, castrador, ni de subsumir el uno en el otro, como si el “miembro genital y femineo” no fuera más que un accidente, un caso, un ejemplo del concepto “membrum”—o viceversa. No buscamos otra disciplina, que venga a suplir la autopoética del hispanismo. Digamos, pues, que buscamos honrar la memoria del suceso cervantino, pero que buscamos hacerlo deslabonando los protocolos, el sistema, las estructuras que priman y han primado desde que Avellaneda buscara enterrar al pobre loco manchego en su correspondiente manicomio o desde que la pluma del narrador cervantino buscara sepultarlo, lanzando aquel interdicto que prohíbe desenterrar a don Quijote al tiempo que prohíbe enterrar Don Quijote, contra los fueros de la muerte y contra los protocolos disciplinales. Digamos que, a partir de la licencia que nos da, momentáneamente, desgarradora, la novela del licenciado Vidriera, queremos pensar el suceso cervantino y pensar, en general, el suceso, el acontecimiento, la ocurrencia en la modernidad. Habrá de ser (disciplina peculiar, indisciplinada, defectiva) buscando cómo dejar que el juego monstruoso de la indecidibilidad transvalore los objetos disciplinarios. El conocimiento disciplinal y la soberanía de los sujetos que se forman en y por
medio de tales disciplinas defectivas serán ejemplo singular, remitirán, en palabras de Derrida, a “la especie de la no-‐especie”. Tendrán como forma “propia” “la forma informe, muda, infante y terrorífica de la monstruosidad” (p. 401). Cuarto, El cervantismo, tumba de Cervantes: "La honra principal de mis escritos” Antes de poder abordar el tema de la monstruosidad del objeto-‐Cervantes, antes de poder deshonrar u honrarlo, antes de pensar lo que pudieran ser el suceso, el acontecimiento, la ocurrencia cervantinas, nos encontramos perdidos. ¿No vienen dándose patadas los cervantistas, así como los hispanistas, desde hace años con el dichoso problema del "honor”, concepto infeliz, abarcador, terrible, ambiguo? Y el rememoramiento, la “dignidad”, el valor-‐-‐ ¿no son también controvertidos temas cervantinos, problemas más que conceptos, para los que buscamos leer y no celebrar, no ensalzar a Cervantes? Lo cual no querría indicar que leer a Cervantes—el más salvaje filósofo de la lectura que se pueda imaginar—fuera un proyecto fácil, ni mucho menos. Pero hay que cuidarse de honrar a Cervantes, sin más, y hay que saber lo que se está diciendo, cuando se asume sin más el calificativo de “cervantista”: túnica envenenada, manto de Neso, identidad suicida. ¿Se puede honrar, se puede dignificar, se puede leer a quien nos ha enseñado el ambiguo idioma en el que se despliegan las aporías del honor y de la dignidad? Ceñirse la identidad profesional que daría quien, en los textos que firma, deshace con violencia y alacridad profesiones e identidades, ¿no revelará una profunda ceguera? El cervantismo profesional es, fundamentalmente, incoherente: en tanto sistema de protocolos que confieren valor y que establecen reglas discursivas más o menos traducibles, una axiología, axiomas, procesos de verificación y de falsificación, es decir, en la medida en que el cervantismo busca ser la disciplina que produce, que avala, que legitima, que dignifica, que honra el objeto cervantino, es incoherente.
Antes de preocuparnos por el cuerpo de Cervantes, por darle sepultura y valor de cambio, por dignificarlo u honrarlo, por definir lo que es o podría ser el suceso cervantino, nos debe ocupar el reto mismo de lo “cervantino”. Para poderle dar sentido al adjetivo, tendríamos que entender—un “nosotros” cómodo, seguro de sí, digno, que ostenta ya el honor de saberse heredero, conjuntamente, universal, del valor que le confiere el valor “Cervantes”—qué tipo de valor es lo “cervantino”. ¿Cuáles son las características de lo cervantino? Pero-‐-‐y aquí empieza la duda-‐-‐¿cómo saber lo que es característicamente cervantino, lo que serían la sustancia y el sustantivo cervantino, sin antes formar un “nosotros” que pudiera leer juntos los textos, un “nosotros” social, político, que pudiera ocuparse de ellos, encontrar en ellos su ocupación? No puede haber “lo cervantino” sin dar por supuesto que se ha encontrado a Cervantes, que se lo ha sacado “contra todos los fueros de la muerte” de la “fuesa donde real y verdaderamente yace”, en palabras de la pluma del narrador cervantino, sepultado bajo una montaña de lecturas que avalarían el encuentro, pero que también nos ocultarían otros valores del texto de Cervantes.31 Repito: no puede darse “lo cervantino”, el concepto de “lo cervantino”, sin haber determinado de antemano el valor y el sentido sustanciales de la obra de Cervantes. Por otra parte, sin embargo, no se puede dar acercamiento a la obra de Cervantes, no se puede dar
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
determinación del valor o de la obra de Cervantes, sin el suceso de un encuentro cuya estructura determinarían también de antemano los textos de Cervantes, ya fuera directa o indirectamente. Quiero expresarme con precisión: en la cultura europea y, a fortiori, en la hispana, el concepto del valor que puede alcanzar la obra literaria deriva formalmente de la recepción de la obra de Cervantes. Ésta encierra en sí y provoca modelos de lectura, de escrutinio y de crítica 31
Me valgo de la edición de Luis Andrés Murillo, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Madrid, Clásicos Castalia, 1982, vol. II, cap. 74, p. 593 (en adelante, la referencia al volumen, el capítulo y la página figurará así: II.74.593).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
literaria que habrán de resultar determinantes en la historia literaria; y que, como a sabiendas del futuro que les espera o, cuando menos, de uno de ellos, al pensar lo que es la lectura, vuelven casi constantemente sobre la problemática del valor, para articularla con la del encuentro o la del acontecimiento. No hay lectura de Cervantes que no sea lectura cervantina; no hay encuentro con Cervantes, no hay forma de honrar o de dignificar el producto o mercancía cultural que denominamos “Cervantes”, que no venga, hasta cierto punto y sin querer exagerar demasiado, pensado y determinado de antemano por lo que pretende producir. Ante la opacidad siniestra del calificativo “cervantino”, demos pues un paso atrás: quedémonos en el mero suceso, con el mero encontrarse con Cervantes, como quien se topa con un cuerpo enterrado en el sótano de un convento o como quien se encuentra con otro, accidentalmente, paseando por tal o cual calle. Pero, ¿quién encuentra a quién en un encuentro? ¿Qué esperamos encontrar cuando vamos al encuentro de “Cervantes”? ¿Qué nos espera? “Encuentro, encontrar”, nos dice Covarrubias en el Tesoro, es “topar uno con otro en el camino, o en algún lugar donde han concurrido”. El encuentro es “trabar palabras uno con otros”, como también escribe Covarrubias: charlar, platicar.32 Es lugar ameno, es donde uno conoce y reconoce al viejo amigo, donde responde cuando una voz conocida lo llama; encontrar es toparse otra vez con lo más íntimo, el encuentro siempre es encontrarse—y ¿quién negará
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
que, efectivamente, en lo más íntimo, en la estampa misma de la palabra, llevamos impresa la figura más que conocida de Cervantes? Pero el encuentro es también accidente o lidia o suceso o trance. El encuentro es siempre un encontrar lo ajeno, toparse con lo desconocido, entrar en peligro de muerte, acontecer, suceder—la muerte, precisamente, de lo que mejor se deja
32
Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana, o española (1611). Me sirvo de la edición del padre Benito Remigio, de 1673.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
conocer. Dice Covarrubias: “[E]ncontrarse, con las lanzas, como en las justas, torneos, y en la guerra”: paisaje cervantino, en donde topamos, en el cruce de tal camino, una desconocida figura “con lanza” que nos viene al encuentro, que nos lanza un reto singular, extraño, fatal e inapelable. Lógica del encuentro, del suceso o del acontecimiento; lógica doble, del doble, del doblón, de capitalización inagotable. También—digámoslo ya—lógica de la dobla, de la campana que tañe a muerte, que repica con “campanas dobles” (Covarrubias), marcando “los fueros de la muerte”: valor de clausura, de cierre, de duelo. ¿Quién o qué nos vendrá al encuentro cuando encontremos a Cervantes? Esbocemos, a la sombra del licenciado Vidriera, de la novela de “El licenciado Vidriera”, la silueta de un argumento sobre la estructura del valor cultural de la figura de Cervantes. De momento, la silueta; veremos que se rellena, adquiere carne y sustancia en los capítulos que siguen. ¿A qué obedece el valor cultural, lingüístico, nacional que se les ha otorgado a la obra de Cervantes y a su persona? Acorto: el valor de fetiche, en sentido doble. Por una parte, la obra y el nombre de Cervantes surgen y cobran valor hoy como mecanismos que sirven para avalar diversos proyectos de dominación—proyectos nacionales, lingüísticos, estéticos, comerciales. Don Quijote es inseparable de los usos que de él se han hecho: obra fetiche, pues, ya que encubre el valor de uso que tiene para tales formas discursivas y lo transvalora, lo convierte, lo traduce, lo cambia—me valgo adrede de la metáfora económica—en valor estético o en valor intrínseco. Por otra parte, la obra y el nombre de Cervantes cobran valor como manifestaciones principales de un concepto—lo español, el homo hispanus, lo original, lo indescriptible, lo cervantino—del cual forman parte y al cual representan, un concepto del que desearían gozar, pero que también desplazan y esconden: valor también de fetiche, del deseo interrumpido o impropiamente condensado, deseo que no goza del cuerpo o del objeto legítimo, sino del sustituto o del doble parcial. Este doble valor cultural de “Cervantes” y de la
obra de Cervantes deriva del análisis extraordinario—por detallado, por preciso, por profundo, por ineludible— del problema de la sobre-‐determinación del valor que llevan a cabo los textos de Cervantes. Semejante análisis provocará una crisis epistemológica a la que responde la historia literaria con el recurso más familiar: invirtiendo el sentido de la crisis y revistiendo el elemento traumatizante—la obra de Cervantes en este caso—del valor mismo que aquél pone en entredicho. Lo hemos visto, en parte, a propósito de la lectura humanista de “El licenciado Vidriera” y de la supuesta convivencia cultural que manifestaría, en apariencia, el Prólogo del Don Quijote de 1615. A fin de centrar algo más la discusión y para darle al pensamiento “monstruoso” que vengo esbozando ese valor económico que también busco, pasemos a discutir un singular texto de Cervantes que trata precisamente del suceso de un encuentro, del honor, del valor y de la muerte. Es una pieza corta, aunque espero también poder destacar en ella ciertos elementos formales e históricos que indiquen que no, por breve, deja de ser fundamental en la obra cervantina. En la épica burlesca titulada Viage del Parnaso, el poeta narrador medita cómo presentarse a Febo Apolo—¿cuál de sus obras destacará?; ¿cuál de ellas formará el epíteto singular que servirá para identificarlo ante el dios de la poesía?: se fragua así, para Cervantes, en clave paródica, lo cervantino. El poeta pasa por alto la primera parte de Don Quijote, con su sarta de poemas introductorios y ocasionales; deja de lado La Galatea, que encierra todo un mundo de poética pastoril; soslaya las Novelas ejemplares. “La honra principal de mis escritos” es, nos dice, contundente, un soneto que data de su primera madurez, un poema publicado en su momento sin estrépito, pero que alcanzó poco después gran fama y que se distribuyó en 33
manuscrito y por separado. Se trata, cómo no, del soneto estrambótico dedicado al túmulo de
33
En el Viage del Parnaso, vol. 4, pp. 28ss:
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Felipe II. Voto a Dios que me espanta esta grandeza que diera un doblón por describilla; porque ¿a quién no suspende y maravilla esta máquina insigne, esta grandeza? Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh, gran Sevilla!, Roma triunfante en ánimo y nobleza. “Apostaré que el ánima del muerto por gozar este sitio hoy ha dejado la Gloria, donde vive eternamente.” Esto oyó un valentón, y dijo: “Es cierto quanto dice voacé, seor soldado, y quien dijere lo contrario, miente.” Y luego incontinente caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.34
“Yo el soneto compuse, que assí empieça, Por honra principal de mis escritos, Boto a Dios que me espanta esta grandeza”. Gerardo Diego fue de los primeros en sugerir que estos versos de Cervantes son más bien satíricos; vid. su “Cervantes y la poesía”, en Revista de Filología Española, n. XXXII (1948). 34 Cito según el texto de las Obras completas de Miguel de Cervantes Saavedra, ed. de la Real Academia Española, Madrid, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1923), vol. VII, pp. 253-‐254. Existe una versión manuscrita del soneto, no cotejada con las conocidas, en la biblioteca de la Hispanic Society en Nueva York, X [CATALOGO: CANCIONERO HISPANO-‐PORTUGUES] RODR MON, 76 del T. 1 Soneto [siendo?] a essa/[?] del rey Phelippe em sevilha
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Ésta es, pues, la obrita a la que Cervantes llama, no sin cierto asomo de tono burlón, de deprecatio audaz, “la honra principal de mis escritos”. Son unos cuantos versos que le dedica un autor—casi diríamos mejor un escribidor—en aquel momento muy poco conocido, al simulacro en cartón-‐piedra del Monasterio del Escorial, simulacro que como túmulo funerario le dedica la ciudad de Sevilla a Felipe II, muerto dos meses antes. ¡Qué enorme distancia media entre la historia mínima que narra el soneto y las glorias de Don Quijote; entre esa historia y las complicaciones tan radicalmente amenazadoras que hemos encontrado en “El licenciado Vidriera”! Y, sin embargo, la carrera literaria de Cervantes cobra forma en función de los temas que explora el poema, que se revela a esta luz como “principal”—un principio más en el sentido de una regla o de una orden que en el de un origen.35 No será ésta la primera vez ni la última
Voto a Dios que me admira esta grandeça, y que diera un doblon por descrivilla Pero a quien no suspende y maravilla, esta machina insigne esta belleça, Por Iesu Christo bivo cada pieça vale mas de un millon y que es manzilla, que no dure un gran siglo O gran sevilla Roma triumphante e[m] animo y en nobleça, Apostare que el anima del muerto por gosar deste sitio haya dexado el cielo en que bive eternamente, Oyolo un balenton y dixo, es cierto, Lo que dize buerced senor soldado, Y quien dissiere lo contrario miente, Y luego encontinente calo el sombrero, remiro La espada, miro, hazia traz escupio, fuesse, y no hubo nada. 35 Remito a las sugerentes frases de Maria Carmen Marín Piña, en su inteligente obra Cervantes en el espejo del tiempo. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, Universidad de Alcalá. 2010: “Su productividad [de la agudeza de ingenio] como instrumento narrativo es mínima, pues anula la novela en cuanto elimina de cuajo el diálogo e imposibilita las relaciones sociales entre los individuos y los sexos… Toda la literatura había de encaminarse rumbo a la agudeza de ingenio alejándose de la lección narrativa cervantina. Se convertiría en un inmenso túmulo, como el de Felipe II, máquina insigne, riqueza aparente, brillo efímero que espantaría a tantos boquiabiertos valentones. Cervantes también levantó su propio monumento al ingenio con Vidriera, quien, in continente, requirió la espada, miró al soslayo, muriose, y no hubo nada” (229). En el capítulo que le dedica a “De Cervantes y Gracián: El ingenioso licenciado Vidriera”, 209-‐229.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
que Cervantes se aproxime a la problemática que lo definirá, que le dará su identidad particular, que le dará el nombre bajo el cual habrá de comparecer ante Febo Apolo y ante nosotros, pero sí que es cuando con mayor precisión, rigor y consecuencia lo hace.36 Para ser más preciso: en el ”Soneto al túmulo de Felipe II”, Cervantes se arrima, con una claridad que le costará muy cara, al tema y a la experiencia del duelo, y al nudo extraordinario que forman los sistemas
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
discursivos en los que se expresa, en el atardecer del Renacimiento español, la problemática del duelo—el discurso teológico, el económico y el alegórico. En las obras de Cervantes, estos sistemas discursivos circulan entre sí, cruzándose y encontrándose, y van adquiriendo una especie de valor añadido a medida que cada uno de ellos se traduce en otro; la teología, al volverse economía; la alegoría, al dejar traslucir un fondo teológico-‐político; y los idiomas económicos, al repetirse como alegoría fundada en un sistema de valor, de traducción y de cambio cuyo trasfondo trascendental apenas se disfraza. Subrayo que me estoy valiendo, por el momento, de un idioma epistémico o histórico-‐social similar al que empleara Maravall y que la obra de Cervantes rechaza formalmente—un idioma que me permite hablar de un sistema
36
Según Mary Malcom Gaylord, “[t]anto el famoso soneto como el posterior interés en él del poeta dan testimonio ya no sólo de la longevidad de los impulsos satíricos de Cervantes, sino asimismo de su duradera fascinación por las complejidades de la representación. La composición de 1598 se presenta como una poética en miniatura y, con todo, genuina, un elocuente emblema verbal de las paradojas que tienden a embrujar a las voces autoritativa y autorial”. Tras una serie de análisis más o menos formales de esta “complexity of representation”, Gaylord da el paso que también a mí me ocupa: “La estructura profunda del soneto anticipa la de Don Quijote, cuyo tropo narrativo de control es ‘historia verdadera’. (...) En Don Quijote, queda cada vez más claro, como ya hemos visto a propósito del soneto al túmulo funerario, que la fascinación cervantina por el engranaje de las versiones, inversiones y subversiones narrativas no sólo tiene que ver con las paradojas del arte: tiene que ver con la escritura de la historia”. Mary Malcolm Gaylord, “‘Yo el soneto’: Cervantes’s Poetics of the Cenotaph”, en Susan L. Fischer (ed.), Self-‐Conscious Art: A Tribute to John W. Kronik, Bucknell Review, pp. 128-‐150. Entre otras muchas obras sobre el soneto, cabe destacar el maravilloso ensayo de Francisco Ayala, “El túmulo” (1963), recogido en Realidad y ensueño, Madrid, Gredos, 1963, pp. 42-‐56, y más tarde en su Cervantes y Quevedo, Barcelona, Seix Barral, 1974, pp. 185-‐200, tomo al que remiten mis citas. Notable resulta también el amplio estudio de Adrienne Laskier Martín, Cervantes and the Burlesque Sonnet, Berkeley, University of California Press, 1991, obra indispensable para quien desee entender los antecedentes literarios del soneto cervantino. Las páginas que le dedica al “Soneto al túmulo de Felipe II” (pp. 102-‐114) me parecen acertadas, aunque de alcance muy limitado.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
económico de plusvalías en el que se enmarca el soneto; de un sistema tropológico que le añade a cada figura del poema un doble o un doblón semántico ajeno, fantasmal; de un sistema teológico que le suma a cada cuerpo un alma, que le da a la materia bruta la forma eterna de lo que más dista del reino de este mundo. Y, pues se trata de Cervantes, cuyos insondables recursos de ironía nos son de sobra conocidos, incluso este sistema múltiple de sustituciones, de doblajes o de traducciones entre los discursos se plasmará, a su vez, en el soneto de una manera alegórica, allí donde aflora traslaticiamente representado en la circulación fantástica que va marcando: desplazamiento entre la tumba que encierra el Monasterio del Escorial, el simulacro del monasterio hecho túmulo en Sevilla, el hogar eterno del alma del Rey y el soneto mismo. Problema de duelo y de la economización incompleta del duelo, problema que serviría de “honra” y de deshonra principal de los escritos de Cervantes. Pero, ¿por qué el duelo? Y, ¿quién ha muerto?
Duelo, en primer lugar, ante la muerte de Felipe; duelo constante en una sociedad que
le hace frente desde hace tres años a la peste; duelo de Cervantes, exiliado, manco, derrotado, incapaz de acceder al puesto en la nueva España al que aspira desde hace años. Carlos Eire comenta “la relación entre el arte del bien morir y el artesanado [craft] de la muerte”, las prácticas sociales de la muerte.37 Pinta con todo lujo de detalle el entorno material de estas prácticas: los ritos fúnebres, el agudo aumento del número de misas de difuntos, la masificación o casi se diría que proto-‐industrialización de la mecánica de la muerte a medida que se van
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
urbanizando las poblaciones agrícolas en los años finales del siglo XVI. En efecto, no habría nada de extraño en que a Cervantes le interesara la economía del duelo, aunque de hecho los temas que le preocupen sean más bien los límites del arte y de la técnica del morir, así como las
37
Carlos M. N. Eire, From Madrid to Purgatory: The Art and Craft of Dying in Sixteenth-‐Century Spain, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, p. 8.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
secuelas sociales, económicas y literarias de la inconmensurabilidad entre el suceso de la muerte y la formalización social de la misma. En el “Soneto al túmulo de Felipe II”, Cervantes propone, en forma de apuesta o de reto para el futuro y para su futuro, que el concepto del valor de la obra literaria deriva precisamente de esta inconmensurabilidad—es decir, que el valor de la obra literaria deriva del duelo incompleto. Y lo que aun es más: el resto de su carrera literaria gira en torno a esta misma apuesta, tumba o túmulo abiertos en y por este soneto, “honra principal” de los escritos de Cervantes, pero también brecha que se abre en la lógica cervantina de la simbolización, herida “principal” que todos los escritos de Cervantes investigarán y de la que huirán todos los cervantismos que pretenden estudiar y darles forma de objeto disciplinal a dichos escritos. Pero hay más. El tema principal del soneto es, en efecto, el monumento que la ciudad de Sevilla le dedicara a la memoria de Felipe II unos meses después de la muerte del rey y que se exhibiese en la catedral durante varios meses. Se trató de una máquina enorme, cubierta de pinturas—de Pacheco, entre otros—que conmemoraban escenas o bien particulares del reinado de Felipe o bien más generales, tópicos del laus hispaniae.38 El túmulo hacía visible para la población sevillana y española, de una manera espectacular, el relato determinante y legitimador de la historiografía española de la época. Formaba parte importante de la labor del
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
38
Cfr. el artículo de Gaylord, donde la autora comenta por extenso el aspecto ecfrástico del poema (pp. 140-‐142), valiéndose sobre todo del libro de Francisco Gerónimo Collado, Descripción del Túmulo y relación de las exequias que hizo la ciudad de Sevilla en la muerte del rey don Felipe Segundo, Sevilla, Sociedad de Bibliófilos Andaluces, 1869). La obra de Collado ha sido recurso fundamental para toda interpretación del poema. Vid., por ejemplo, F. Rodríguez Marín, “Una joyita de Cervantes: Al túmulo de Felipe II” (1905), que figura en sus Estudios cervantinos, Madrid, 1947; y Elias Rivers, “Cervantes’ Journey to Parnassus”, en MLN, n. 85 (1970), pp. 243-‐248; reeditado en Ruth El Saffar (ed.), Critical Essays on Cervantes, Boston, G. K. Hall, 1986, pp. 141-‐146: “El poema más popular [de Cervantes] era y sigue siendo su soneto al túmulo funerario de Felipe II en la catedral de Sevilla, una gigantesca construcción de papier-‐ mâché que representaba El Escorial, diseñada y decorada por los principales arquitectos y artistas de la ciudad. Miles de personas fueron a contemplar y se quedaron admiradas ante este impresionante, pero muy perecedero monumento. (…) Nada podría resultar más burlesco que tratar de esta manera sesgada la muerte de un monarca imperial”.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
duelo, una labor pública e institucional, que entonces se llevara a cabo en toda España, pero también de la labor política de centralización y de espectacularización que en su momento fuera fundamental para el reinado de Felipe, una labor cuya máxima realización arquitectónica habría sido el Monasterio del Escorial mismo. Carmelo Lisón Tolosana y Carlos Eire nos han mostrado cómo, mediante estas obras fúnebres, la muerte de Felipe II se transformó en una lección pública acerca de la continuidad del Estado, que así duraba más que el Rey mismo.39 La lección se dictaba también por otros medios, como es natural. No faltaron poemas dedicados a los túmulos; abundaron los sonetos inspirados en el de Sevilla, en particular. El poema de
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
Cervantes, suerte de comentario sobre estos poemas, elogios de réplicas de un palacio que escondía la tumba del rey, parece meramente extender la serie, si no es que la acaba de cerrar Y es precisamente esta circulación e inflación de túmulos, este esfuerzo teológico-‐político de pedagogía monárquica, lo que critica el soneto de Cervantes. Cuando el soldado que nos narra el soneto apuesta que "el ánima del muerto por gozar este sitio hoy ha dejado la Gloria", presenta irónicamente una tesis sobre el alma del rey, sobre la economía sevillana (la ciudad apenas pudo pagar el túmulo, cosa que causó escándalo en su momento), sobre la insinceridad de tales espectáculos de duelo público, pero es un comentario también subversivo, al indicar lo apropiado que resulta el monumento efímero, dado lo deleznable del poder que conmemoraba. A raíz de esta complejidad psicológica e ideológica, no menos que en función de ciertos aspectos formales, el soneto de Cervantes difiere de cuantos otros poemas se compusieron sobre los túmulos. Salta a la vista el terceto estrambótico con el que concluye el poema—poco común en la lírica del Siglo de Oro, aunque Cervantes se vale de él en algunas ocasiones: en cierto sentido, es como si al soneto le quedase algo justa la forma que le impone
39
Carlos Eire, From Madrid to Purgatory; Carmelo Lisón Tolosana, La imagen del rey, Madrid, Espasa Calpe, 1992.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
el género italiano.40 Obsérvese también la ironía con la que Cervantes maneja el memento mori, al igual que el recurso del diálogo, no menos raro en el soneto. No hay otro poema dedicado a Felipe II que se arriesgue formalmente de tal manera. No hay otro que se acerque tanto a la
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
sátira o que se asome con tal valor a la crítica. De hecho, los antecedentes poéticos de mayor importancia—las elegías de Garcilaso "Al Duque de Alba en la muerte de don Bernaldino de Toledo" y "A Boscán"—fijan severamente los límites que separan la sátira de la elegía, a la vez que advierten de que la pluma tiende a confundir ambos géneros41 Cito a Garcilaso, quien describe con estos versos de la "Elegía segunda" los placeres que gozan en secreto los que hipócritamente los condenan en público: “Mas ¿dónde me llevó la pluma mía / que a sátira me
40
Sobre el estrambote, cfr. Erasmo Buceta, "Apuntaciones sobre el soneto con estrambote en la literatura española”, en Revue Hispanique, n. 72-‐162 (1928), pp. 460-‐474. Vid. también Evangelina Rodríguez, "Los versos fuerzan la materia. Algunas notas sobre métrica y rima en el siglo de oro”, en Edad de Oro, n. IV (1985), pp. 134-‐135: "[C]uando el desbordamiento barroco impone su ley estética de nuevos géneros y ambiciosos planteamientos temáticos, la estructura constreñida de las estrofas italianizantes se resiente. La métrica se adapta entonces a las nuevas necesidades expresivas y no es casualidad que el predominio del soneto con estrambote (...) coincida con la primera parte del siglo XVII”. Buceta propone que el estrambote no coincide necesariamente con una intención satírica; Rodríguez mantiene lo contrario. Ver, acerca del elemento satírico del soneto, Kurt Reichenberger, Cervantes and the hermeneutics of satire. Kassel: Edition Reichenberger. 2005, pp. 5-‐17. 41 El poema se plantea, a primera vista, en el marco de las elegías italianizantes, como la "Primera" de Garcilaso (En la muerte de Don Bernardino de Toledo) y, en particular, el soneto de éste a la tumba de su hermano. Es fundamental la obra de Eduardo Camacho Guizado, La elegía funeral en la poesía española, Madrid, Gredos, 1969, sobre todo los capítulos VII ("Características de la elegía funeral renacentista") y VIII ("Características de la elegía funeral barroca"); sobre la elegía satírica, vid. en particular las pp. 162 ss. Vid. también Anne Cruz, Imitación y transformación. El petrarquismo en la poesía de Boscán y Garcilaso de la Vega, Ámsterdan y Filadelfia, John Benjamins, 1988, y en particular el acertado análisis del papel que juegan los sonetos en la historiografía literaria nacional y nacionalista de Herrera que hace Ignacio Navarrete, Orphans of Petrarch: Poetry and Theory in the Spanish Renaissance, Berkeley, University of California Press, 1994, pp. 146ss. Acerca de la muy marcada influencia de Garcilaso en Cervantes, Elías Rivers ha comentado lo siguiente: "Entre 1590 y 1600 parece que Cervantes sufrió una crisis espiritual, literaria y social, después de la cual no le bastaban ya los ideales clásicos que representaba la poesía garcilasiana. Pero estos ideales no se borraron de la nueva escritura cervantina: entre los corchetes irónicos de mentalidades quijotescas seguían viviendo en los textos de Cervantes el mito pastoril y el estilo clásico” ("Cervantes y Garcilaso”, en Cervantes: su obra y su mundo, Madrid, Edi-‐6, 1981, p. 967). Consúltese el ensayo de José Montero Reguera, “Heterodoxias poéticas cervantinas. (Prolegómenos para una edición crítica de la poesía de Miguel de Cervantes”, en Carmen Rivero Iglesias, Ortodoxia y heterodoxia en Cervantes. Madrid: Centro de Estudios Cervantinos. 2009, 245-‐271, con comentario sobre el soneto “Al túmulo” en pp. 251 y siguientes.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
voy mi paso a paso, / y aquesta que os escribo es elegía?” Esta contradicción entre el convencionalismo público de la materia del poema de Cervantes y las complicaciones y los riesgos formales a los que se aventura, al igual que la peligrosa deriva entre los géneros de la elegía y la sátira, pueden parecer en principio completamente normales. De hecho, ¿por qué no representar en un soneto estrambótico el contraste entre la forma deleznable del túmulo y la gloria imperecedera del reinado de Felipe II? A fin de cuentas, el soneto con estrambote es—y era ya en aquel momento—una especie de anejo metapoético o simulacro efímero del soneto, forma establecida, gloria imperecedera de la poética renacentista. Esta traducción metonímica entre la forma del poema y el tema del mismo es fundamental en la lírica del Siglo de Oro, como confirmaría cualquier lectura medianamente atenta de la obra de Garcilaso o del Boscán, por no hablar de un Quevedo o de un Góngora.42 Se daría asimismo en el poema de Cervantes un juego de palabras idéntico al conocido italianizante entre los sentidos arquitectónico y poético de la palabra “stanza”, "cuarto o estancia" a la vez que "verso”. En el "Soneto al túmulo" esta paronomasia asoma sobre todo
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
en las palabras "máquina" y "pieza"—"máquina insigne”, "cada pieza / Vale más de un millón"— donde "pieza" significa "cuarto" o "estancia” y, por consiguiente, "estancia del poema”, y donde "máquina" significa "aparato o construcción”, pero también "trama”, como la trama mínima del soneto.43 El soneto goza también de una especie de estrambote lingüístico, que le suma a la
42
Remito, por ejemplo, a Navarrete y sobre todo a Paul Julian Smith, quien en Writing in the Margin se vale de un momento análogo en el soneto de Quevedo "En breve cárcel traigo aprisionado” para mostrar los límites del planteamiento crítico puramente formal. Paul Julian Smith, Writing in the Margin: Spanish Literature of the Golden Age, Nueva York, The Clarendon Press, Oxford University Press, 1988, pp. 10ss. 43 Smith destaca este elemento formal en un análisis detallado del soneto de Góngora a la memoria de Margarita de Austria, pieza dedicada, al igual que la obra de Cervantes, a la tumba de ésta y que comienza así: "Máquina funeral, que desta vida / nos decís la mudanza”. (Writing in the Margin, pp. 68ss). Afirma Smith: “Por su densidad, alcance y compresión, el poema podría contemplarse como un maravilloso constructor (‘máquina’) que busca detener el tiempo y abarca el mundo con la brillante materialidad de su presencia lingüística” (p. 69). La expresión "Máquina insigne" se da también en Tirso, El burlador de Sevilla, vv. 742ss.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
palabra "pieza" la plusvalía semántica determinante del sentido económico de la palabra— “pieza”, claro, significa también "moneda". Y al añadirse este valor, digamos, comercial o económico, el poema recae, como la "Elegía" de Garcilaso, en el género mismo que ataca: crítica del fetichismo del túmulo, que devalúa la obra histórica de quien conmemora; crítica al duelo fascinado por el túmulo y no maravillado ante la obra imperecedera de quien es cadáver; sátira por ende del rey mismo, cuyos poderes en vida se mostrarían asimismo efímeros. Pero, por otra parte, el soneto vive también, se anima, cobra vida y cuerpo a su vez gracias al túmulo, como los cobrará el ánima del difunto. Cervantes aprovecha el anejo estrambótico del idioma, aprovecha la plusvalía semántica para capitalizar el poema—que se refiere simultáneamente al túmulo y a sí mismo, "pieza" con "pieza”. Estrategia, es de notar, que tampoco resulta extraña en la lírica de la época—recordemos, por ejemplo, el "Epitafio del sepulcro y con las armas del propio", de Quevedo, obra en la que el mármol pronuncia versos que empiezan de esta manera: "Memoria soy del más glorioso pecho / que España en su defensa vio triunfante; / en mí podrás, amigo caminante, / un rato descansar del largo trecho”. Así, el poema de Cervantes se desdobla, para revelarse a la vez sátira y elegía—y después, en un segundo momento fundamentalmente cervantino, vuelve sobre sí otra vez para plasmar este primer desdoble, esa primera plusvalía alegórica, en la trama mínima de la apuesta del soldado: "Apostaré que el ánima del muerto / por gozar este sitio hoy ha dejado / la Gloria, donde vive eternamente”. Dejar la gloria,
Está, desta gran ciudad, poco más de media legua, Belén, convento del santo conocido por la piedra, y por el león que la guarda, donde los reyes y reinas católicos y cristianos tienen sus casa perpetuas. Luego esta máquina insigne, desde Alcántara comienza una gran legua a tenderse al convento de Jabregas.
abandonar el cielo, para volverse materia que goza del sitio: que goza de la tumba o de El Escorial o del túmulo que lo representa o del soneto que elogia al túmulo. Para concluir: ánima que deja la Gloria para gozar del verso estrambótico, cervantino que oculta en lo más íntimo de la elegía un alma satírica sin piedad. Me explico. En estos versos Cervantes, condena el falso duelo; condena una economización de la muerte que fuerza al Rey a volver del cielo a la tierra, a volver no ya al cuerpo exhausto que abandonara, sino a la tumba real—y no a la tumba en sí, sino a la figura o metáfora efímera de la tumba. Y quizás más allá: el soneto de Cervantes critica una economía del duelo que reencarna al Rey forzosamente, que lo dobla, forzándolo a volver de la Gloria a la "estancia" del túmulo o hasta del poema que lo celebra, especie de serie estrambótica que se aleja más y más del referente real (y Real) que anudaría y que legitimaría la serie entera, y que aleja más y más a la figura del Rey del "sitio"—ya sea cuerpo material o función social—que debería ocupar. A esta lógica referencial o simbólica de formalización, especie de interiorización del referente por parte del poema (el cuerpo del Rey se vuelve cuerpo del soneto) a la que apuntan también las palabras-‐índices—"Esta grandeza”, "esta máquina”, "esto no dure..." —a esta especie de mise-‐en-‐abîme correspondería, sin embargo, una segunda lógica, un segundo proceso de exteriorización que completa y deshace la forma del poema, al rematerializarlo, pero desvirtuar también los tropos fundamentales del soneto. En la serie de pasos que llevan desde el cuerpo del Rey al cuerpo del soneto, Cervantes parece darnos alegóricamente un doble de la ironía con la que se expresa el soldado—pero a la vez y, como si dijéramos, desde fuera del poema o de la tumba, parece hacerse eco de dos temas humanistas, si es que no reformadores, que Cervantes discute también en otros entornos. Me estoy refiriendo, cómo no, en primer lugar al mercado de reliquias que formaba parte principal de la semiótica de la Iglesia Tridentina y que Cervantes encara en la comedia El rufián dichoso, cuando al final de la obra los ciudadanos
"despojan con celeridad" el cuerpo de San Cristóbal; y, en segundo lugar, al comercio en misas de difuntos al que se enfrenta Cervantes en Pedro de Urdemalas. Asistimos también, de esta manera, a una rematerialización del ánima del poema, a una especie de resurrección del material estético en el cuerpo o en los cuerpos discursivos que ocupara en el momento de su producción: al compás de la rematerialización del alma del difunto que forma el contenido de la apuesta burlona del soldado, Cervantes nos propondría la resurrección de la forma estética, que vuelve a cobrar vida para gozar de la materia discursiva cuyo cuerpo constituía cuando, cierto día, un soldado socarrón se aproximara al túmulo del Rey en la catedral de Sevilla. Nos hallaríamos, pues, ante un movimiento acompasado, de sístole y diástole, de interiorización o formalización estética del cuerpo ausente del Rey y de exteriorización de la forma estética, que se volcaría hacia un discurso más o menos histórico. Este ritmo acompasado que provocaría la muerte del otro, ritmo de introyección sádica y de expulsión o de proyección masoquista, tiene hoy un modelo determinante en la metapsicología freudiana. Cito a continuación el famoso párrafo de Tótem y tabú en el que Freud explica el origen del tabú que prohíbe pronunciar el nombre del difunto, por miedo a que resucite en forma de demonio: El sentimiento de hostilidad [hacia el difunto]—sentimiento del cual no son conscientes los sobrevivientes—(...) es expulsado de la percepción interna hacia el mundo externo, donde se manifiesta de una forma distinta al sobreviviente y separada de él. Éste deja, por consiguiente, de sentir que se alegra de la muerte del otro; pero, por otra parte y del modo más extraño, el difunto se ha transformado en demonio capaz de disfrutar de los desastres que sufre el sobreviviente y hasta de llegar a matarlo.44
44
Sigmund Freud, Totem and Taboo, en Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, ed. de James Strachey, Londres, The Hogarth Press, 1991 (1955), vol. XIII, pp 62-‐63 (traducción mía).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Para Freud, el intercambio entre la percepción interna y el mundo externo no acaba de equilibrarse: existe siempre entre el difunto y su proyección, su doble diabólico o espectral, una diferencia no economizable, que fija en los lugares, objetos o "sitios" indebidos—en fetiches, en la obra de arte—la dirección del deseo. Como comprobaremos, Cervantes habría comprendido muy bien esta dinámica, aunque para describirla en su obra voy a tener que desmontar un tanto el andamiaje que vengo construyendo. Me he referido hasta aquí a una especie de ritmo acompasado que parece marcar el soneto "Al túmulo de Felipe II”. ¿Acompasado? Pero, ¡si en este soneto no hay más que movimientos desfasados, marcos narrativos y personajes que pretenden encontrarse, pero que se fugan sin haberse llegado a ver la cara, que terminan, como el poema, en "nada"! ¿Cómo puede ser que unos versos que ponen tanto empeño en destruir temáticamente la lógica del encuentro parezcan, sin embargo y casi a modo de compensación, representar el encuentro formal y simétrico del discurso histórico y el discurso estético? Antes de matizar el valor de encuentro que puede llegar a tener el soneto de Cervantes, permítaseme describir con un poco más de detalle este movimiento hacia lo "externo" de la tumba y del soneto de Cervantes. Y, para ello, me fijaré por el momento en dos sistemas discursivos determinantes (el tercero, el que es propiamente lingüístico, ya que se ocupa del cambio que sufre la representación alegórica a finales del siglo XVI, justo a manos de Cervantes, lo iré incorporando de manera más bien metafórica, sin detenerme por ahora a discutirlo). En primer lugar, el idioma económico mismo.45 Los movimientos del "ánima" del muerto y la
45
En la obra de José Antonio Maravall se encuentra el más importante análisis de la transición económica e ideológica entre el renacimiento español y el barroco; cfr., por ejemplo, La cultura del Barroco, Barcelona, Ariel, 1975, y “La imagen de la sociedad expansiva en la consciencia castellana del siglo XVI”, en Mélanges Fernand Braudel, Toulouse, 1973, vol. 2. Es de notar también su ensayo esquemático "From the Renaissance to the Baroque: The Diphasic Schema of a Social Crisis”, en Wlad Godzich y Nicholas Spadaccini (eds.), Literature Among Discourses: The Spanish Golden Age, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986. Existe una primera aproximación a lo que se podría llamar una lectura económico-‐formal del "Soneto al túmulo de Felipe II”. Se trata del artículo de José Luis Fernández de la Torre, "Cervantes, poeta de festejos y certámenes”, en Anales cervantinos, n. 22 (1984), pp. 9-‐41. Afirma Fernández de la Torre: "[J]unto a este nivel de lectura que nos destaca las tres presencias no dialogantes,
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
circulación entre "la Gloria" y el túmulo, o la circulación entre el "describir" del soneto y el "doblón" que pagaría el soldado por tal descripción, al igual que el esfuerzo abrumado o irónico del soldado por encontrar el valor ("más de un millón") equivalente a la "pieza" que es el túmulo—todos estos movimientos y esta circulación, decía, dejan la forma material prendida del ambiente discursivo en el que se escribió el poema. Poco tiene de extraño, en efecto, que Cervantes entendiera a raíz de la economía, de la propia tanto como de la nacional, la figura del Rey. De hecho, Cervantes le había dedicado también unas décimas al túmulo de Felipe II en las que ponía de manifiesto, casi con descaro, la problemática del valor económico que encierra el soneto que nos ocupa. Rezan estas décimas en parte: Quedar las arcas vacías Donde se encerraba el oro Que dicen que recogías, Nos muestra que tu tesoro En el cielo lo escondías.46
el poema posee otros derivados del funcionamiento de este triple punto de vista. Así, el soldado no solo está caracterizado por sus juramentos reiterativos, estas notas se refuerzan en otra obsesión, la del dinero (...) esto es, la descripción que pretende de una obra de arte efímera (aunque también desea que 'dure un siglo') se convierte en anti-‐artística en ese afán de convertir el valor de uso en valor de cambio, traducir lo artístico crematísticamente. La desmesura hiperbólica que aplica a la 'Máquina insigne' resulta así irónica, al igual que la referencia a Sevilla como 'Roma triunfante en ánimo y nobleza' pues ni siquiera ha podido concluir los actos en honor de Felipe II y ha tenido serios problemas de endeudamiento esta ciudad para maravillar, y también es irónico por lo desmesurado: identificar la gloria divina y su gozo con la supuesta del túmulo" (p. 35). Vid. asimismo Javier Salazar Rincón, El mundo social del 'Quijote' , Madrid, Editorial Gredos, 1986, en particular pp. 181-‐216, donde se discuten las consecuencias que tuvieron para la España rural las medidas económicas de Felipe II. Para una visión controvertida de un Cervantes precursor de von Hayek y de la filosofía económica neo-‐liberal, se consultará Darío Fernández-‐ Morera, “Cervantes, su tiempo, y la economía del mercado” (67-‐126). Cervantes, escritor que “ilumina de manera favorable aspectos fundamentales de la teoría y la práctica capitalista y ofrece[n] material para una crítica del colectivismo, el estatismo, y el distribucionismo”, en Eva Reichenberger (ed.), Cervantes y su mundo (Kasser: Reichenberger, 2004-‐2010), v. I, 67. 46 Aceptamos la atribución de estos versos a Cervantes, aunque no es firme. Cito según la edición de Rinconete y Cortadillo de Francisco Rodríguez Marín, Sevilla, P. Díaz, 1905, p. 155. Ayala también cita estos versos en nota al calce, aunque sin comentario (pp. 190-‐191).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Escojamos como ejemplo fundamental en el "Soneto al túmulo de Felipe II" la manera que tiene la sobre-‐valuación francamente hiperbólica de la tumba de devaluar o de vaciar, por conservar los vocablos cervantinos, la representación de la monarquía misma. El problema de la inflación es, de hecho, fundamental cuando se escribe este soneto, durante la crisis económica que padeció España entre 1590 y 1637, y cuando más arreciaba la peste entre 1595 y 1602. Me valgo de momento de la descripción de la crisis inflacionaria de la época que hace John Lynch y que apenas difiere de la ya clásica que nos ofrece la obra de Earl Hamilton o de Hugh Trevor-‐Roper: La peste (...) inauguró un siglo de recesión demográfica. La peste y la despoblación tuvieron consecuencias secundarias, pues interrumpieron el comercio y los negocios, y la escasez de mano de obra ocasionó una inflación de sueldos sin precedentes. Desmoralizado ya ante tanta muerte y tanta destrucción, el pueblo de Castilla se vio acosado también por un aumento galopante en el coste de la vida. Tras casi un siglo de inflación constante, los precios se dispararon sin control. La revolución de precios culminó en 1601, cuando los precios llegaron al máximo. A partir de entonces, no cesó la inflación, pese a la recesión demográfica y a la baja de ingresos de plata de las Américas. La inflación la pasó a causar la devaluación del dinero mismo.47 Aunque la tesis que propone Hamilton acerca de la relación entre la inflación de los salarios, la devaluación del dinero, el capital excedente y la deuda se ha visto matizada (cuando
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
no atacada frontalmente, como en la obra de Pierre Vilar) en los últimos años (Cipolla y Nadal, y
47
John Lynch, The Hispanic World in Crisis and Change: 1598-‐1700, Oxford, Blackwell, 1992, pp. 8-‐9 (traducción mía). Es fundamental el análisis de Earl Hamilton, American Treasure and the Price Revolution in Spain, 1501-‐1650, Nueva York, Octagon Books, 1965 (1934), aunque fue objeto de severas críticas; vid. por ejemplo Pierre Vilar, Oro y moneda en la Historia, Barcelona, Ariel, 1969. He manejado asimismo el análisis de Hamilton que hace Valentín Vázquez de Prada en su Historia económica y social de España, ,Madrid, Confederación española de Cajas de Ahorro, 1978, vol. III, pp. 713-‐721.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Lynch en cierta manera), no cabe duda de que la caída del poder adquisitivo en los últimos años del reinado de Felipe II define la situación material de sus súbditos. En Castilla, región para la cual existe la documentación más completa, los precios de las mercancías básicas (como las lentejas, la cera y los ladrillos) aumentaron entre un cincuenta y un ochenta por ciento entre 1593 y 1600; los salarios reales (cociente del salario índice sobre el precio índice de la mercancía básica) bajaron casi un quince por ciento (Hamilton, pp. 277-‐279). Pero, sobre todo, son los desastrosos esfuerzos que hicieron Felipe II y su sucesor por resolver por medios monetaristas el problema de la inflación—que no se comprendía, en realidad, en absoluto—los que marcan, a mi juicio, un verdadero cambio en lo que se podría llamar la epistemología del valor, en la lógica simbólica del dinero. Arreciaron entonces los debates en torno a la devaluación de la moneda de vellón, que tuvo lugar en los últimos años del reinado de Felipe II (aunque ya se había devaluado la moneda varias veces en los setenta y cinco años anteriores: en 1552 y en 1566), pero que se repitió, con consecuencias nefastas, a principios del reinado de Felipe III (en 1599, el año en que accedió al trono, y de nuevo tres años más tarde). Las medidas monetaristas debían en principio estabilizar la inflación de precios y de sueldos, pero surtieron el efecto contrario: la devaluación del vellón y la revaloración de la moneda en general, con las enormes dificultades prácticas que acarreaba el retasarla, produjeron una serie de ansiedades sociales cuyo alcance apenas si se puede calibrar. Por otra parte, estos mismos debates sobre la política económica del rey constituyeron en cierta manera un momento fundamental en la historia de las instituciones políticas de la España renacentista, al tratarse del primer momento en que las Cortes intentaron imponer una política distinta a la Real. No es de extrañar, como apunta Maravall, que el proceso de refeudalización que se instituyó con el acceso de Felipe III (aunque hay que insistir que esta "refeudalización" no se da de forma inequívoca) apunta en gran medida
al poder político-‐económico que se adjudicaran las Cortes al debatir la política del vellón.48 Es profunda la crisis consiguiente en el concepto del "valor”. El Padre Juan de Mariana se expresa de esta manera en el tratado De monetae mutatione, de 1609:
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
Dos valores tiene la moneda, el uno intrínseco natural, que será según la calidad del metal y según el peso que tiene, a que se llegará el cuño, que todavía vale alguna cosa el trabajo que se pone en forjarla; el segundo valor se puede llamar legal y extrínseco, que es el que el príncipe le pone por su ley, que puede tasar el de la moneda como el de las demás mercadurías. El verdadero uso de la moneda y lo que en las repúblicas bien ordenadas se ha siempre pretendido y practicado es que estos dos valores vayan ajustados [exaequentur neque discrepent inter se].49 Mucho encontró Felipe III que objetar en el tratado del padre Mariana, quien terminó encarcelado por su publicación. Y, sin embargo, la defensa que hace Mariana de la correlación
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
48
El concepto de "refeudalización”, que tan importante papel juega en el esquema económico-‐cultural de Maravall, ha suscitado vivas polémicas. Vid., entre otros, los ensayos que recogen Ignacio A. Hernández y Bartolomé Yun Casalilla en The Castilian Crisis of the Seventeenth Century, Cambridge, Cambridge UP, 1994). Es de notar en particular el de Ignacio Atienza Hernández sobre "'Refeudalisation' in Castile during the seventeenth century: A cliché?", pp. 249-‐76; cfr. también Lynch, pp. 34ss, sobre la re-‐aristocratización durante los primeros años del reinado de Felipe III. 49
Juan de Mariana, Tratado y Discurso sobre la moneda de vellón, ed. de Lucas Beltrán, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1987, p. 43. Sobre Mariana, cfr. los ya clásicos estudios de Alberto Ullastres Calvo, La teoría de las mutaciones monetarias del Padre Juan de Mariana, en AdE, n. IV (1944) y V (1945), y de John Laures, The Political Economy of Juan de Mariana, Nueva York, Fordham University Press, 1928. Últimamente, los ensayos que recoge Miguel Angel Galindo Martín, ed., Cervantes y la economía. Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-‐La Mancha. 2007. Ver sobre todo Miguel Angel Galindo Martín, “El papel del dinero en Don Quijote y en Las Novelas ejemplares”, 43-‐51, donde destaca “el alto grado de confianza en el dinero” que se precisaba para que funcionara el sistema económico en Castilla (50); Benjamín Líu, “Ricote, Mariana, y el patrón oro” (53-‐66), sobre el famoso tesoro enterrado de los moriscos desterrados, y sobre la moneda de vellón. Un repaso de los acercamientos económicos a la época de Cervantes, en “Economía y economistas: De la edad de oro de Cervantes al Siglo de hierro del Quijote”, de Joaquín Ocampo y Suárez-‐Valdés, 237-‐273, en concreto 265: “[E]n medio del declive, España pudo al menos contar con lúcidos y sagaces analistas que supieron describir tanto los fenómeno monetarios asociados a la abundancia como los desarreglos estructurales que presagiaban la escasez y el declive. Por todo ello, Cervantes tendría sobrados motivos para obviar las claves económicas del irrealismo (Vilar) o de la utopía (Maravall) en que se movía su personaje”.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
de los valores de la moneda es de lo más tradicional. Efectivamente, Mariana vuelve sobre Aristóteles para ofrecer una genealogía de la relación entre los tipos de valor que puede tener la moneda. Estos valores, a su juicio, dependen del uso original de la moneda, que era el de servir meramente para ahorrarse el transportar la mercancía misma que se había de cambiar. La equivalencia entre la moneda y el objeto al que sustituía era por consiguiente fundamental: el valor intrínseco, material de la pieza, con el valor añadido del coste del cuño, debía ajustarse al valor intrínseco o valor de uso del objeto que sustituía. El valor extrínseco que tasa el rey, arguye Mariana, debe por lo tanto exceder de forma mínima del valor intrínseco—y de ninguna manera puede darse en la república bien ordenada ni devaluación material de la moneda (reducción de la ley del vellón, al alearla con cobre de baja calidad, por ejemplo), ni tasación adicional de la moneda de valor establecido, ni acuñamiento en cantidad excesiva (como ocurrió entre 1585 y 1591), ni reestampación de las distintas monedas con valores superiores al que ya marcaban. Tales estrategias atentan contra el principio del ajuste entre los valores intrínseco, extrínseco y "natural" de la moneda, principio, por otra parte, fundamental también en lo que respecta al valor del Rey mismo. El escándalo de la inflación del vellón y de la reacuñación de la moneda, del doblar del valor de la moneda (la palabra "doblón”, cuya importancia en el soneto de Cervantes vengo marcando y explotando de manera un tanto solapada, proviene de la reacuñación de una moneda antigua, del doblar del cuño en la faz de la moneda misma), proviene precisamente del desajuste o del desfase: la inflación pone en evidencia lo arbitrario, lo poco "natural" del ajuste entre el valor "extrínseco" y el "intrínseco" de la moneda, y de igual modo pone en entredicho el relato autorizante y legitimador del origen de la "república bien ordenada". La moneda de vellón, acuñada y reacuñada con valores distintos, mermada de valor al acuñarse con menos plata cada vez, registra materialmente sobre la superficie la crisis que surge en el valor mismo de las historias de origen, en las arqueologías de legitimación del tipo
de las que decoraban las superficies luminosas del Monasterio que se construyó Felipe II, así como del túmulo que lo representaba. Ojo: la registra, pero también la produce a su manera, ya que provoca en el campo de la lógica semiótica un desajuste fundamental—una cuestión ésta, como comprobaremos, de efectos, de cómo el soneto opera, de cómo se recibe, del tipo de acontecimiento, de suceso o de encuentro que llega a ser. La segunda materialización del cuerpo discursivo del soneto tiene que ver ya no con la circulación o con el valor de la palabra o de la figura del soneto, sino con la palabra "ánima" misma. En los últimos años del reinado de Felipe II, la ansiedad cultural acerca de la situación económica—ansiedad que el soneto de Cervantes trabaja, representa y llegará a producir— tiene como contrapartida un cambio en el concepto teológico de la relación entre el cuerpo, el alma y la materia, así como en el sistema de prácticas religiosas que constituyen dicho concepto.50 No estoy aludiendo a los archiconocidos debates entre los teólogos de la Reforma o de la Contrarreforma en torno al libre albedrío, por ejemplo—debates, por lo demás, poco corrientes en aquel momento, dada la política de Felipe—ni a las críticas erasmianas al mercado
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
de reliquias o a la economización de la misa, a las que ya me he referido. El debate fundamental de finales del siglo XVI se da en el interior tanto de la Reforma como de la Contrarreforma y tiene que ver con el modelo determinante de la relación entre el alma, el cuerpo y la materia. Se trata de un debate, pongamos, entre dos campos: el uno, escolástico; el otro, de trazas plotinianas. En la obra teológica de la escuela de Salamanca—en la obra de un Suárez o de un Molina, por ejemplo—el concepto aristotélico de la "potencialidad" se aplica de forma explícita 50
Fundamental es, para todo estudio del entorno teológico de Cervantes, la obra de Américo Castro, quien ya proponía en El pensamiento de Cervantes la tesis que "el cristianismo de Cervantes es esencialmente erasmista" (original de 1925; edición revisada y aumentada, Barcelona, Editorial Noguer, 1972, p. 298). Castro, quien en esto sigue a Ortega, destaca (con consecuencias nefastas para la historiografía literaria posterior, dicho sea de paso) el aspecto necesariamente "hipócrita" de toda publicación, hipocresía que caracterizaría en gran medida a los intelectuales de la Contrarreforma. Castro resume en breves notas el debate que causaron sus tesis; vid. El pensamiento..., pp. 301 nota10 y 303 nota 13.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
a la "vida" del cuerpo orgánico que el alma forma y habita. Tales argumentos consiguen esquivar las objeciones que le oponían a la epistemología escolástica figuras afines al escepticismo pirroniano como Pico Della Mirandola o Francisco Sánchez, aunque dependen también de una definición de la "potencialidad" mucho más general que la de Aristóteles o las de sus primeros intérpretes. Pero esta soltura en la definición rinde sus beneficios. Por ejemplo, la confusión entre la entelequia ontológica y la fenomenológica (me valgo, claro está, de un vocabulario anacrónico) hace posible la lectura cristiana del texto aristotélico: la finalidad de la forma del alma se vuelve finalidad de la materia como tendencia al cuerpo y del cuerpo como tendencia al alma, historia que se podrá narrar en el cuadro de una imitatio christi o de una ascesis. La confusión entre la entelequia ontológica y la fenomenológica o histórica separa, tanto lógica como temporalmente, lo que es de su devenir o de su perfección. Esta distancia es la condición de la libertad, el espacio en el que la voluntad, el libre albedrío se ejercita en la materia inerme del cuerpo, ya sea camino de perfección o del pecado. Cuanto más profunda la inconmensurabilidad entre la materia o el cuerpo, por una parte, y el alma, por otra, mayor es la libertad. Ahora bien, esta distinción o esta inconmensurabilidad es precisamente lo que con mayor rigor atacan los comentarios plotinianos que surgen de Italia a finales del siglo XV y que se cruzan en su camino (por ejemplo, en la obra de Maquiavelo) con la física de Lucrecio: son las obras de figuras tales como Ficino, Pico y otros muchos las que conoció el humanismo español a veces de tercera o de cuarta mano. Fijémonos, de momento, en estas palabras de Plotino: En lo real se da materia [hyle] y se da alma [psyche], y un único lugar para ambas. No hay, pues, dos sitios distintos, uno para la materia y otro para el alma—en la tierra, por ejemplo, para la materia y un sitio en el aire para el alma. El lugar aparte que habita el alma [all'o topos] es el no estar en la materia; y esto quiere decir no estar unida a la
materia; y esto quiere decir que del alma y de la materia no surge nada; y esto quiere decir que el alma no está en la materia en forma de substrato: esto quiere decir el estar "aparte”. Pero el alma tiene muchas potencias y tiene un comienzo, un medio y un final; y allí se encuentra la materia, que se le acerca pidiendo y la molesta y quiere entrar dentro. (Enéada, I.8.29-‐36] Los principales comentarios de este texto proponen que la representación de la Materia que interpela y hostiga al Alma, mendicante, pidiendo limosna y refugio, proviene de la escena en el Banquete de Platón donde la Pobreza se arrima a la fiesta de los dioses [203b4]. Cuenta Platón que la Riqueza—que tiene género masculino en el original platónico—que Riqueza, borracho perdido, se queda dormido en un jardín. Aprovecha entonces la Pobreza, rica en artimañas, para acostarse con él, de donde concibe a Eros, el Amor. Esta pieza de teatro me importa menos, por el momento, en cuanto genealogía del amor (si bien, esto resultará determinante, por ejemplo, en la obra de León Hebreo, donde sirve para explicar por qué el alma se une al cuerpo, al cual "ama") que como representación mínima y anticipada de la problemática del alma a finales del siglo XVI. La materia y el alma son en Plotino absolutamente inconmensurables. Las separa toda la serie de determinaciones categóricas que en el texto de las Enéadas, así como en el de Platón, se plasman metafóricamente en la distinción entre lo que hoy llamaríamos las clases sociales. La materia interpela al alma desde fuera; le pide un regalo, un don acordado en toda libertad y sin compromiso. Pero, como todo mendigo, la materia pide de forma que también parece obligar al alma: la raíz etimológica—“aiteo”—de la palabra que usa Plotino, “prosaiteo”, pedir o requerir, tiene también el sentido de un requerimiento, de una demanda de satisfacción que no se puede apelar o evadir, del pundonor, de un punto de honor o de un postulado. La materia siempre habrá interpelado (en el sentido jurídico) al alma: de hecho, no sólo no son inconmensurables la materia y el alma, y a fortiori el cuerpo y el alma,
sino que cada cual siempre se encuentra en deuda para con el otro, cada cual marca la pauta del otro, constituye el límite, el fuero, la muerte del otro. La libertad (como aclarará Hegel en la sección sobre el "amo" y el "esclavo" de la Fenomenología del Espíritu) yace precisamente en la subrogación, eliminación y elevación—Auf-‐hebung—de esa deuda mutua mediante la categoría que trasciende tanto a la "materia" como al "alma" inmediatas—ya sea ésta categoría el "amor" (en Platón o en Isaac Abravanel) o el espíritu o la conciencia. El equivalente tropológico de esa categoría trascendente es precisamente la "pieza" o la moneda: pieza de valor material a la vez que inmaterial, de valor extrínseco e intrínseco, cada cual ajustado al otro de acuerdo a la costumbre o al concepto de lo natural. El recurso de Mariana a la terminología aristotélica deja así de parecer curioso: en efecto, el idioma económico, el teológico y el alegórico giran en torno a una misma fantasía, la fantasía de la coincidencia o de la circulación entre la materia y el concepto. En esta luz incierta de la fantasía económico-‐teológico-‐alegórica, de la deuda que el alma le debe a la materia, entreveamos pues la apuesta impar y desconcertante del soldado de Cervantes. Recordémosla: "Apostaré”, dice socarrón el tal "señor soldado", "que el ánima del muerto / por gozar este sitio hoy ha dejado la Gloria, / donde vive eternamente". Efectivamente: tan sólo la posibilidad—y en última instancia la necesidad—de la resurrección del concepto eterno—el concepto, por ejemplo, del valor intrínseco o el concepto de la monarquía o el de España misma—tan sólo la resurrección de este concepto en la carne propia y material sirve para garantizar el valor de sus sustitutos parciales o del fetiche. Esto lo entreveía ya la décima dedicada a Felipe II: el "tesoro" que esconde el Rey en arcas divinas resulta ser tesoro material y no espiritual, y la fantasía socarrona de la reencarnación del Rey expresa, además del júbilo apenas reprimido ante la muerte de quien hirió al poeta y a España, el deseo de ver otra vez repletas las "arcas vacías" que Felipe saqueara. De ahí la ambigüedad que parece expresar el poema: júbilo ante la muerte, la
desaparición del Rey; necesidad, sin embargo, de la vuelta material del Rey, vuelta de quien esconde el tesoro, de quien guarda el oro. (Memoria de un mitologema por venir: el morisco que, antes de partir al exilio, entierra el tesoro, para poder volver a buscarlo.) El "arca vacía" que es el soneto al túmulo depende—cobra valor, vuelve a colmarse de sentido—de este doble movimiento, sádico-‐masoquista, de júbilo y de duelo. Tasadas con doble cuño, con doble valor, la materia del soneto "Al túmulo" y la materia del monumento se balancean, como las palabras del soldado, en un horizonte casi impensable: allí donde el plasmarse del fetiche en el cuerpo trascendente del rey se dobla y se desdobla, deshaciéndose en el placer—el gozo, el gozar—del fetiche como tal. Para decirlo con un poco más de claridad, acabo de describir una dialéctica entre la materialización de la forma del poema, por una parte, y su historización en los idiomas de la inflación económica y de la teología del alma, por otra. Se trataría, en efecto, de una especie de movimiento acompasado entre la tendencia a la introyección del cuerpo ausente del rey, por un lado, la cual que tiende a convertirlo en "estancia" estética, en "pieza" del poema, en "estrambote" poético; y, por el otro, la exteriorización o proyección del poema hacia el discurso histórico, hacia una serie de discursos que nos pueden afectar de forma material y concreta. Pero es aquí mismo, justo donde el poema establece que el doblón y el desdoblar semántico de las piezas del poema sirven alegóricamente para representar la forma, el movimiento entre el ánima y el poema, el movimiento entre el poema y los discursos históricos que traduce y que produce—en este momento, digo, falla con estrépito la determinación del valor en el poema. Justo aquí, donde la estructura cognoscitiva del fetiche debiera encontrarse con su doble, con su estructura de suceso o de acontecimiento; en este sitio preciso, en donde el "valor" estético que se confiere el poema, en cuanto entidad que expresa los lenguajes determinantes de su época, debiera coincidir con el "valor" que debe tener esa expresión como suceso o acontecimiento
histórico—en este sitio, digo, Cervantes imposibilita toda traducción, toda circulación entre la "descripción" o la comprensión, por una parte, y el acontecimiento, por otra. Volvamos al soneto para indicar cómo se da este impasse o callejón sin salida, y con qué consecuencias. La primera pista surge donde era de esperar: tan pronto como el poema discute directamente el problema del valor. Y la alusión, como ya sospechábamos, es doble o triple. "Por Jesucristo vivo”, exclama el soldado, "que cada pieza / vale más de un millón"—es de presumir (pero en esta presunción radica el problema) que se trata de un millón de doblones, dado que el soldado acaba de asegurar que daría "un doblón por describilla”. No hay que olvidar tampoco lo que en aquella época era notorio: que el "millón" era el nombre que se le daba al impuesto decretado en 1590 por las Cortes, a un plazo de seis años y como medida de excepción, para subvencionar la Armada.51 Al igual que la palabra "pieza”, "vale" suena en este contexto y en el resto del soneto en tres claves, cada cual con sus incógnitas: la clave económica (¿Cuánto costó la estancia, la pieza? ¿Cuanto le costó a la ciudad de Sevilla el túmulo? ¿Qué
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
valor económico tiene la figura del rey? ¿Cuánto pagará el soldado o el valentón o el público de Cervantes por un soneto que lo describa?); la clave estética (¿Qué valor estético tiene el Monasterio o la tumba que oculta o el túmulo que lo publica o el soneto servil que conmemora el túmulo o el socarrón poema estrambótico que lo mina y que lo pone en entredicho?); y la clave psicológica o afectiva (la palabra "valentón" deriva de "valor”, que tendría un sentido tanto económico como psicológico; el eco—que es, no lo olvidemos, una especie de "doblar" o reacuñar el "valor" de la palabra, sumándole un segundo valor—el eco que presenta Cervantes entre el "valor" del poema o del túmulo, y la falsa valentía del valentón recalca—dobla—la analogía entre lo hueco del túmulo y el falso valor del valentón, pero amenaza también con
51
Cfr. Lynch, Spain 1516-‐1598, y A.W. Lovett, "The vote of the millones (1590)”, en The Hispanic Journal, n. 30:1 (1987), pp. 1-‐20.
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
socavar el "valor" estético del poema). Esta serie de interrogantes marca de hecho el centro temático del poema: ¿Cómo se determina el valor del simulacro? ¿Cómo se determina el valor—el coraje, la sinceridad, la veracidad—del narrador? ¿Qué valor económico tiene el túmulo? Y, ¿qué relación existe entre el valor del túmulo y el de la monarquía que quiere representar y autorizar? La respuesta no se hace esperar: el valor de la descripción y el del monumento parecen a primera vista distinguirse tan sólo cuantitativamente—un doblón es la parte mínima de la expresión sublime "más de un millón”. Estas diferencias de cantidad no serían más que diferencias accidentales; el soneto propondría, por tanto, la identidad sustancial entre la forma estética del verso, la forma material de la tumba y la forma trascendente del alma. Se insinúa de inmediato la sombra de una duda: la expresión "vale más de un millón" puede—debe—significar "un millón de doblones” o "un millón de piezas”, pero también debe—puede—significar que el cuerpo y la propiedad del rey, vivo o muerto, en tanto que rey, en tanto que concepto, vale efectivamente "más que un millón" de vidas o de propiedades de sus súbditos. Sobre el "valor" de la monarquía y del Rey, y sobre todo sobre el origen de este "valor", existía de hecho cierta confusión. En el Practicarum quaestionum de 1556, por ejemplo—obra dedicada, no lo olvidemos, a Felipe II—asegura Diego de Covarrubias y Leyva que: "La potestad regia y la autoridad de los príncipes no es una invención humana, sino que fue ordenada por Dios mediante la ley natural que es una participación santísima de su ley eterna” (I.6); afirmación que repetirá unos folios más adelante, donde dice: "En la república castellana toda la jurisdicción y potestad civil está solamente depositada en el rey, y de él se deriva a los otros” (I.9.273-‐282). Esta “participación santísima” que relaciona la “ley eterna” con la “ley natural”, concepto de relación fundamental también para la obra de Quevedo y de otros escritores de la época que defienden la monarquía frente a la doctrina de la razón de Estado, define a un tiempo la mera representación—la participación
con sentido de comunicación: la ley natural es participación de la eterna, sin formar parte sustancial de ella—y la participación sustancial: participar significa ya “tener parte” (Covarrubias), como en un negocio que le incumbe por igual a cada una de las partes que, juntas, lo componen. No es casual la semejanza con la casuística sangrienta que, en torno a la comunión, habían montado hacía apenas una generación católicos y reformadores. El hecho de que la frase de Cervantes "dar un doblón" resulte no calibrarse del todo con la expresión "vale más de un millón" indica que lo que parecería ser una diferencia accidental entre magnitudes o partes de una misma sustancia pasa a ser una diferencia sustancial entre el valor estético y el valor teológico, entre la participación como mera comunicación y la participación sustancial o comunión, distinción grave para el humanismo de las letras, aunque ortodoxa desde el punto de vista de la Contrarreforma. Pero la cuestión es bastante más delicada. Entre el valor de la pieza—de la estancia, del túmulo, del soneto—y el valor de la descripción, la discontinuidad se expresa en la falta de un índice de cambio. Me referí no hace mucho al valor sublime o pseudo-‐sublime de la tumba, y efectivamente en el "Soneto al túmulo de Felipe II" Cervantes nos esboza, con casi dos siglos de anticipación, la problemática de la sublimidad de las magnitudes que plantea la filosofía Idealista. Al igual que en Kant (para escoger la figura de mayor envergadura), la discontinuidad entre el valor singular ("un doblón") del poema y el valor sublime del monumento ("más de un millón") gira en torno a una crítica del concepto del número o del valor mismo, y en última instancia alrededor de una crítica a la unidad o a la singularidad del concepto como tal. Esta violencia—porque el momento sublime es de una violencia casi absoluta—se salva no ya mediante el paliativo estético-‐epistemológico de la imaginación (como en la Crítica del Juicio), sino gracias a un remedio mucho más prosaico: el de la gramática. Pues, en efecto, ¿quién podría dudar de que la disimetría entre el "doblón" y el "millón" se resuelve con el precepto de
que a toda elipsis gramatical le corresponde un contenido sustancial escondido, muerto quizás, pero que siempre se podrá resucitar? Tal es, de hecho, el fundamento tanto técnico como conceptual de la gramática de la época, que cobra forma sistemática en la obra del Brocense. Digo "fundamento conceptual” porque la recuperabilidad de la elipsis gramatical es un elemento absolutamente indispensable para esta teoría: para el Brocense, como para tantos otros, incluido Chomsky (y también, dicho sea de paso, la distinción entre langue y parole), el pensamiento tiene forma predicativa, forma cuyas reglas existen a priori. Esta existencia a priori de las reglas formales del pensamiento constituye un sustrato reglamentario del cual difiere el uso práctico de la palabra, al igual que el accidente material difiere de la esencia. No puede darse elipsis irrecuperable sin indicar una falta, una brecha en la reglamentación formal a priori del pensamiento, es decir, en el orden onto-‐teológico del pensamiento: deuda del alma, por así decir, para con la materia. En el soneto de Cervantes, este sustrato de gramaticalidad que le permite al lector comprender, si no ya determinar el sentido—el valor—de la "pieza" (estancia, habitación, monumento, soneto) sirve de modelo, por consiguiente, tanto para el índice reglamentario que gobierna el intercambio económico (entre una pieza y un millón de piezas, por ejemplo) como para el valor "trascendente" mismo o bien para la resurrección del "valor" de la ideología monárquica misma frente a la muerte del rey. Pero—y en este escollo naufraga el argumento—esta reserva gramatical es radicalmente formal: el que deba existir un sustrato de gramática, un a priori de simbolización, no significa que tal sustrato exista como sustancia. El poema no nos dice nada—palabra terrible con la que termina el soneto—sobre la sustancia concreta, sobre el sustantivo que constituye el "valor" o que gobierna o garantiza la predicación. Y, sin embargo, la resurrección sustancial de la materia es lo que precisa el poema; precisa la vuelta o la encarnación de la sustancia, que abandonaría "la Gloria, donde vive eternamente”. Tanto la estructura cognoscitiva del poema
como la teoría teológico-‐gramatical de la época de Cervantes dependen de la eventual materialización del sustantivo formal. Retorno, resurrección, manifestación o encarnación, como sustancia concreta y gobernante, del sujeto del cual las piezas múltiples y parciales del soneto son los predicados o los fetiches. La elipsis del índice de valor, el sitio donde el "doblón" debiera revelar la lógica simbólica que une la estancia con el poema, que une la "pieza" de moneda con la "pieza" estética y con las piezas del túmulo marca el sitio—la tumba—donde la articulación entre el discurso "externo" y el discurso "interno" del poema, los idiomas de la teología y de la economía, las descripciones formales e histórica del poema amenazan con desarticularse. Esta primera amenaza o sombra de amenaza que presenta la mera formalidad del valor-‐índice en la gramática cervantina adquiere un cariz más siniestro cuando Cervantes traduce la problemática de la determinación del valor, pasándola del nivel de la frase al nivel más general de la recepción del poema. Fijémonos bien: el soneto encierra en sí y dramatiza, por medio de un diálogo mínimo, un modelo de su recepción: un valentón que oye cómo alguien declama o recita un soneto ante el túmulo y que, a continuación, emite el primer juicio crítico al respecto. De nuevo, el soneto complica al infinito tales comentarios (y me incluyo, cómo no, en la serie de infelices comentadores del soneto, a quienes Cervantes fríamente condenará). De hecho, ¿qué dice el valentón, figura de inflación y de insinceridad? Meramente que lo que ha dicho el soldado "es cierto": "'Es cierto / quanto dice voacé, señor soldado, y quien dijere lo contrario, miente'". Tajante e intrépido, este lector valentón deja de lado la casuística de las elipsis cervantinas, las sobredeterminaciones interna y externas que he procurado marcar. El valentón cervantino es modelo y ejemplo del lector: es el primer cervantista. Simulacro, fantasía o proyección de la materialización del soneto en el discurso material hacia el cual se proyecta, el valentón-‐cervantista, digo, asegura con contundencia que las incertidumbres del
poema sí se pueden resolver, "y quien dijere lo contrario, miente”. Pero a fin de cuentas, ¿qué verdad, qué "certeza" afirma el valentón-‐cervantista? ¿La "verdad" literal de lo que describe y asegura el soldado? ¿O no será más bien la "verdad" que parece subyacerle, la "verdad" crítica, socarrona, satírica que mina y desvirtúa esa primera afirmación? ¿Valor literal o valor irónico? ¿La "verdad" de la supuesta reencarnación del Rey? ¿La "verdad" de que la monarquía vive "más allá de la muerte”, como se dice en el gran soneto de Quevedo, más allá de la mera representación y de los meros representantes? ¿O la "verdad" que también, aun de manera contradictoria, afirman los versos del soldado, esto es, la "verdad" de que, vivo o muerto, el cuerpo del Rey y el cuerpo de Cervantes no son otra cosa que un fetiche, y que el poema, fetiche del fetiche, no accede jamás al valor en sí? ¿Verdad de la elegía o de la sátira? No lo sabremos, ni nos lo dirá Cervantes. Es más, para subrayar tanto nuestra ignorancia como el mutismo al respecto del poema, Cervantes ordena que el valentón-‐cervantista desaparezca de inmediato, dejándonos con la duda estampada para siempre, sin poder preguntarle a la primera figura del lector, al primer y determinante cervantista cómo se las ha arreglado para establecer con certeza el contenido, la verdad y el valor del poema. Sí: el primer cervantista, cobarde, exagerado, equivocado, abandona el poema. Pero la huella que deja, huella o brecha en la estructura cognoscitiva de la lectura, no nos abandonará jamás. A partir de este momento, no podremos ni esquivar, ni olvidar, ni reprimir la indeterminabilidad radical que propone Cervantes, por mucho que busquemos formas profesionales y anímicas de hacerlo: disciplinas que nos permitan enterrarla, identidades nacionales que la traduzcan en heroísmo o en identidad, sacrificios, medicalizaciones… El soneto procede inmisericorde. De hecho, ya en tercer lugar, la problemática misma que nos parece fundamental, la problemática de la certeza o de la determinabilidad del valor o del sentido de la obra resulta ser no ya inadecuada, sino un efecto de resistencia o de represión.
Observemos. El soldado que primero nos dirige la palabra se expresa en forma de apuesta. Al igual que el mentís que ofrece el valentón al despedirse, la apuesta no es tan sólo una descripción, no es meramente una forma lingüística: es también el modelo mínimo de un acto lingüístico o de un acontecimiento, de un speech-‐act que le compromete al sujeto a un postulado histórico concreto, a un sitio en particular en relación a un entorno discursivo.52 Asombro e impensable del cervantismo. Una apuesta es efectivamente un acto y, ante el acto, el criterio epistemológico de la verdad o de la sinceridad se da tan sólo de manera formal. Se
Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:57 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 11 pt
puede determinar si la promesa o la apuesta ha tenido lugar, pero hasta que cumpla o no cumpla uno la promesa, hasta que ésta deje de ser promesa, hasta que muera como promesa no existe ni puede existir determinación posible de la "sinceridad" o de la "verdad" del contenido de la misma. Responderle a quien ha dicho: "Apostaré que el ánima del muerto ha dejado la Gloria" con un: "Es cierto quanto dice voacé", como hace el valentón-‐cervantista, significaría o bien reducir la apuesta a una afirmación (la frase: "Apostaré que el ánima del muerto" significa la aserción: "El ánima del muerto ha dejado la gloria") o bien afirmar meramente que es cierto que ha habido apuesta, que el acto de apostar ha tenido lugar. Se entiende tal comportamiento en un valentón o en quien necesita de la “certeza” por razones profesionales, disciplinales; en quien ante todo desea no tener que responder de lo que afirma—pero a nosotros no nos puede satisfacer. El poema inscribe la primera instancia de su lectura, pero también pone de manifiesto que excede el sistema de determinaciones que 52
Remito, de nuevo, al ya citado artículo de Gaylord para una explicación algo distinta de este aspecto del poema: “Lo que la voz procura, en términos retóricos, no es tanto una energéia cuanto una ethopia, al traer al primer plano la emoción y los amaneramientos verbales de su vulgar sujeto. Produce así una cadena histriónica de actos de habla vulgares. (…) Todos y cada uno de estos actos de habla—incluso aquel (la afirmación de la inmortalidad del difunto) que se podría tener por una mera constatación— aparece aquí o bien como un acto performativo o bien en el marco del mismo. Con lo cual, los primeros once versos del soneto (…) procuran, más bien, una voz accesible a través de la performance o representación puramente verbal de su sujeto, y de ahí su interés; una voz que en verdad no se representa más que a sí misma” (p. 134).
Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt Jacques Lezra 12/1/2014 6:59 PM Formatted: Font:+Theme Headings, 10 pt
emplea el valentón lector, el cervantista, precisamente de la misma manera en que el acto o el acontecimiento lingüístico excede la determinación inmediata de la "verdad" o de la "mentira" de su contenido. Y aquí la reserva gramatical, el a priori gramatical no nos puede salvar, pues en la respuesta del valentón Cervantes marca el límite interno de toda gramática, límite que constituye la problemática del efecto literario, del suceso cervantino, de lo cervantino entendido como suceso. El poema pone de manifiesto que excede el sistema de determinaciones que emplea el valentón, pero en realidad ni siquiera esto lo podemos determinar gramaticalmente. No hay forma, repito, de determinar interna o formalmente si el poema asegura que el acto lingüístico que representa excede su determinación epistemológica, o bien "lo contrario”. Esta disyunción entre la efectividad lingüística, entre el ocurrir o el acontecer del poema como apuesta o como postulado lingüístico, por una parte, y la epistemología de la certeza o del valor, por la otra, no puede medirse ni equipararse con ninguna de las disyunciones que el poema sí que consigue sobrellevar—la disyunción entre la vida y la muerte, entre la sátira y la elegía, entre la tumba y el alma, entre el dinero y el alma, etc. Tiene que ver, en cambio, con el ocurrir precisamente del poema, con su acontecer. Y en esta no-‐determinabilidad, en esta disyunción radica la fría e implacable crítica que Cervantes le dedica al fetiche y, de antemano, a los que buscan la resurrección certera de un objeto-‐ Cervantes de valor inmarcesible, del cual tomarán a su vez el valor que, como lectores, les falta por necesidad. La determinabilidad del concepto que subyace a la manifestación parcial, el deseo parcial del fetiche no puede cuadrar con el acontecer del efecto-‐valor. Y esta desarticulación permite que entre, "incontinente", el elemento final, el más complicado e imprevisible elemento del soneto: el elemento erótico-‐epistemológico del gozo, que formará provisoriamente el valor-‐índice del soneto. Gozar—muy bien, pero ¿de qué? ¿Cuál es el contenido sustancial—si es que lo tiene—
de este valor, del valor del gozo o del gozar? Y en el soneto de Cervantes, ¿quién goza? Voy a volver a arrimarme, para responder de forma algo lapidaria, a Covarrubias. Efectivamente, el gozo, del latín “gaudium”, es atributo del rey y del sabio, porque el gozo, nos dice el Tesoro, no altera la faz ni la figura de quien lo padece. Repite Covarrubias la frase estoica: “Hinc dicum Stoici gaudium in sapientem cadere posse, laetitiam non posse”, la alegría no es del sabio, del que conoce. "Esta es muy buena consideración—prosigue el Tesoro—para advertir la compostura de los reyes y príncipes que professan la severidad con rostro alegre y gozoso, pero muy serena en las cosas de contento, no se alterando tampoco, ni turbando en las de dolor y desgusto.” Valor estoico, quizás hasta maquiavélico de la serenidad, que aleja para siempre al ánima que goza de la manifestación externa del gozo y del dolor, de la cara y de la figura; por ejemplo, la cara que registra el placer del tacto, la cara-‐miembro; o el dolor de la marca intocable, el nolimetangere que marra la faz y nos acerca a la muerte. Separación, digámoslo pronto, cuyo modelo, tal y como nos lo ha estado diciendo en estos versos Cervantes mismo, son esos "fueros de la muerte" que separan para siempre al ánima inmortal del "sitio" que goza materialmente. No nos ha de extrañar que los cervantistas todavía quieran, que queramos o necesitemos sacar de la tumba al pobre Cervantes, que necesitemos toparnos otra vez con él, desatendiendo las órdenes que sobre don Quijote nos da con tanta precisión y con tanta desesperación la pluma del autor al concluir la Segunda Parte de Don Quijote. La cultura cervantina que heredamos y que ocupamos, el cervantismo como forma de vida y como profesión tiene valor de vida y forma vital en la medida en que goza de la muerte del valor: la toca y, al tocarla, la distribuye por toda la superficie de la obra. Entiendo esta frase en todo su equívoco, en su doblez gramatical irreductible de genitivo subjetivo y objetivo: por una parte, la muerte del valor, desaparición del valor, como sustancia o como sustantivo, desmaterialización del valor-‐índice, ya sea intrínseco o convencional. Muerte o desaparición que siempre podrá,
que siempre deberá comportar la resurrección gozosa del valor en forma trascendente, divina, real. Valorar al valentón. Pero también, por otra parte, la muerte que lleva dentro la superficie y el valor, que lleva el valor a flor de piel, la muerte que le es propia al valor. Muerte de la que no hay resurrección, porque no ocurre como tal, porque no tiene la forma puntual e histórica del acontecimiento, que no es elipsis que se pueda suplir en un futuro perfecto: una muerte sin fueros. Irreductible doblez gramatical; anfibología, pues, en la que se juega la diferencia entre el poder actuar, en el que la muerte y el valor figuran como sujetos (que pueden morir, a los que les puede acontecer la muerte o el valor: muerte del valor), y el mero padecer o acontecer. El valor de gozo cervantino, pues, si tiene contenido sustancial, se revela así duelo sin fueros, gozo de la muerte o, más bien, del morir, el gozar de la muerte doblada como segunda vida: vida del alma, del signo alegórico, del túmulo, del poema, del nombre "Cervantes”. Insistamos de nuevo en el genitivo, la palabra en donde se articula la diferencia entre el sujeto y el mero objeto: gozo cervantino, gozar de la muerte del otro, del valor del otro, del otro como valor-‐índice; pero también gozar de la muerte propia, el gozar del acontecimiento (repica de nuevo el doble genitivo, el genitivo de la dobla) que sepulta para siempre al que lo goza. El valor cultural del texto cervantino, valor que cultiva el cervantismo y del que se nutre, se manifiesta en forma de compensación y de olvido, túmulo o fuero que erigen la cultura literaria, la nacional, la disciplinal, para enterrar para siempre el gozo imposible al que invitan, al que nos condenan el "Soneto al túmulo de Felipe II", la novela del licenciado Vidriera, la obra de Cervantes.
Notas
Lihat lebih banyak...
Comentarios