Introducción al libro Ciudades poscoloniales en México. Transformaciones del espacio urbano

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Descripción

ÍNDICE

Introducción............................................................................................................... 7

El hilo económico 25 Auge, consolidación y estancamiento en la construcción del espacio urbano de Mérida: 1800-1975.............................................................................................27 José Fuentes Gómez y Magnolia Rosado Lugo

Orizaba, de villa cosechera a ciudad industrial.................................................83 Eulalia Ribera Carbó

Querétaro, de la tradición a la modernidad y de la modernidad a la globalización..........................................................................................................................125 Carmen Imelda González Gómez

Agentes, instituciones políticas y espacio urbano 163 De la modernización porfiriana a la expansión urbana del México posrevolucionario. Puebla, 1880-1945..................................................................................165 Carlos Contreras Cruz y Jesús Pacheco Gonzaga

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De capital estatal a parque temático patrimonio de la humanidad. Oaxaca, 1800-2000..................................................................................................................219 Carlos Lira Vásquez y Danivia Calderón Martínez

Taxco de Alarcón. Transfiguraciones urbanas de un centro minero..........309 Mario Bassols Ricardez

La construcción del espacio urbano en Ciudad Juárez, 1900-2000.............353 Sonia Bass Zavala y Consuelo Pequeño Rodríguez

Una urbe en crecimiento. La ciudad de México en el siglo xix....................399 Mario Barbosa Cruz

Imaginarios y proyectos urbanos 443 La ciudad de México en los imaginarios políticos, 1910–2010.....................445 Daniel Hiernaux Nicolas

Hilos, historias, ideas y proyectos. Aguascalientes,1792–2010.....................475 Gerardo Martínez Delgado

El Hermosillo imaginario de los proyectos incompletos, siglos xix–xxi...........................................................................................................531 Eloy Méndez y Alejandro Duarte Aguilar

Sobre los autores.....................................................................................................567

INTRODUCCIÓN

Antecedentes y objetivos Este libro es, ante todo, el resultado de un proyecto de largo plazo que se propone contribuir a los estudios sobre la historia urbana mexicana. Reúne once capítulos en los que dieciséis investigadores exploran diez ciudades de México en distintos procesos de su desarrollo entre el siglo xix y los primeros años que han corrido del siglo xxi. No se trata de una compilación de trabajos, sino del fruto de un proceso de más de dos años en el que los participantes se involucraron en una construcción interdisciplinar. Se privilegió el diálogo, se discutieron avances y se conformaron objetivos y líneas de investigación comunes.1 Hasta ahora, la historiografía de las ciudades mexicanas ha puesto mucha más atención a los siglos de dominio colonial y a diferentes períodos del siglo xix (particularmente los años de la Reforma y los del porfiriato), en detrimento de los procesos del siglo xx.2 En cambio, los abundantes trabajos de los sociólogos, urbanistas, antropólogos y geógrafos han puesto el acento en 1

  El equipo trabajó en dos seminarios que, bajo el título “Construcción del espacio urbano en ciudades mexicanas. Una interpretación sociohistórica, 1800-2000”, se llevaron a cabo en la Universidad Autónoma de Querétaro (3 y 4 de marzo de 2011) y en la Universidad Autónoma de Puebla (3 y 4 de noviembre de 2011). Adicionalmente, se realizaron evaluaciones entre pares y se generaron otros espacios de trabajo, como la inclusión en el número 92 de la revista Ciudades (octubre-diciembre 2011) del dossier “Ciudades postcoloniales, repensando la historia urbana”, y la organización del simposio “Ciudades postcoloniales en América Latina”, dentro del 54º Congreso Internacional de Americanistas, celebrado en Viena, Austria (15-20 de julio de 2012). 2   Como excepciones recientes: Quiroz, Ciudades, 2008; Lira y Rodríguez, Ciudades, 2009. 7

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el acelerado crecimiento demográfico de la segunda mitad del siglo xx y en los efectos de la expansión urbana, con todos los problemas que de ella han derivado. Bajo estos antecedentes, parecía necesario abonar en la construcción de un eslabón en los estudios sobre la historia urbana mexicana que, aprovechando las experiencias que se han ido acumulando, promueva nuevos acercamientos que integren diferentes enfoques desde una perspectiva de largo plazo. Así, conviene subrayar cuatro principios que guiaron las investigaciones de cada autor y que se espera sean evidentes en el conjunto de esta publicación. En primer lugar, importa en todos los trabajos la perspectiva histórica, independientemente de los campos disciplinares por los que se mueven los autores, el común denominador es el ejercicio de pensar el desenvolvimiento de las ciudades a lo largo de los dos últimos siglos. El esfuerzo de la visión histórica consistió no en recurrir a “antecedentes”, sino en procurar, independientemente de las distintas formaciones y habilidades profesionales, el acercamiento a la práctica del historiador para articular los problemas contemporáneos con la “suma de muy distintos pasados”, según proponía Fernand Braudel. La elección del período no indica desde luego un gusto por las cifras redondas (1800-2000), ni tampoco debe inscribirse en el ánimo celebratorio por la reciente efeméride del bicentenario de inicio del movimiento que culminó en la independencia nacional (1810-2010); se parte, en realidad, de la necesidad de buscar los momentos en que se generaron los rompimientos con la ciudad colonial, y de seguir las dinámicas que en el largo plazo han definido y explican las condiciones presentes de nuestras ciudades. El segundo principio es el del entendimiento de la ciudad como un sujeto de estudio propio. No hace falta abundar en las largas controversias que desde hace por lo menos cinco décadas discuten la legitimidad de la historia urbana como un área de estudio y de la ciudad como un objeto propio que proporciona explicaciones pertinentes para las ciencias sociales. En todos los capítulos que aquí se incluyen lo que importa es estudiar la ciudad: su crecimiento, las formas en que es vista, pensada, habitada, intervenida, su comportamiento demográfico, las decisiones políticas o económicas que la afectan, sus ciclos económicos. Para seguir la metáfora más común, la ciudad no es en ninguno de los trabajos el escenario donde se desenvuelven distintos tipos de procesos económicos, políticos, sociales o culturales, sino un actor que merece la pena explicarse en sus desarrollos, ritmos y características propias.

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El tercer eje que vertebró los seminarios en que se fueron construyendo los capítulos de este libro fue el de la inclusión y la comparación. Hasta no hace mucho, los estudios de historia urbana preferían a las grandes ciudades, la capital de un país, las urbes mineras, las de la gran industrialización, o las que, ancladas a alguna actividad económica particular, conocieron un momento de cierta espectacularidad. En las últimas dos décadas ha ganado presencia el estudio de las ciudades medias e incluso las pequeñas, que lejos de ser una copia a escala de la historia de las grandes ciudades, revelan particularidades y riquezas que sólo pueden ser aquilatadas y entendidas desde una perspectiva comparativa y de conjunto. Tal vez el mayor reto que supuso el seguimiento de este proyecto fue el de integrar un número medianamente representativo de los estudios que se han hecho o se están haciendo en los últimos años. El lector extrañará la inclusión de ciudades clave para armar un panorama de la variedad geográfica y de la complejidad de la red de ciudades mexicanas, pero a cambio encontrará el estudio de diez ciudades que integran una primera visión que no busca por supuesto agotar, sino más bien avanzar unos pasos del camino. Las diez ciudades que sí se incluyen, cubren un espectro amplio: la capital nacional y varias capitales estatales (Mérida, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Aguascalientes, Hermosillo); ciudades importantes por su tamaño y economía, urbes que conocieron un desarrollo industrial inusitado en el contexto nacional (Orizaba), y ciudades pequeñas (Taxco); ciudades con una larga historia que hunde sus raíces en la época prehispánica (Ciudad de México) y ciudades recientes, de frontera (Ciudad Juárez). Casos tan disímbolos permiten ganar en visiones de conjunto, explorando individualidades y enfoques particulares. La pretensión de pluralidad disciplinar es el cuarto eje que marca este libro. En un ámbito académico en el que se han preferido los estancos disciplinares, es necesario aumentar la apuesta por la colaboración, por el intercambio de ideas, temas, planteamientos teóricos y recursos metodológicos más fluidos y productivos. Es posible que ese intercambio se haya manifestado más tardíamente en la historia urbana que en otros campos en los cuales se viene promoviendo y practicando desde hace por lo menos tres cuartos de siglo. Como ha hecho notar Richard Rodger, las diferentes habilidades de historiadores y científicos sociales han determinado agendas diferentes para la historia urbana. En los capítulos que integran este libro colaboran historiadores, sociólogos urbanos, geógrafos, arquitectos, antropólogos y planea-

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dores territoriales que, sin hacer a un lado su formación y sus herramientas, han sido capaces de dialogar y de aportar a un ejercicio común de revisión de la historia de ciudades mexicanas. No se trata de proponer una sola visión de la historia urbana mexicana, sino, muy al contrario, de reunir un coro de voces diversas por la formación, intereses, problemas y particularidades de los autores y de las ciudades tratadas, en un conjunto que procura sostener su armonía en algunas pautas básicas: la perspectiva histórica considerando los últimos dos siglos, la centralidad de la ciudad como objeto de estudio, la comparación y la pluralidad disciplinar; intentando, con ejercicios explicativos que mantienen un hilo conductor coherente, proponer desde los casos particulares períodos de comprensión, y procurando tender hilos para el entendimiento conjunto de su desarrollo en los últimos dos siglos.

Líneas de discusión propuestas y lecturas de conjunto Los períodos en la historia urbana Plantear el estudio de las ciudades poscoloniales en México no alude desde luego a un enfoque desde la “subalternidad” ni a la historia desde abajo, sino a la definición más llana del término, que supone un interés por poner una vez más a prueba las sólidas caracterizaciones que existen sobre las ciudades coloniales novohispanas (y latinoamericanas en general), y explorar a partir de ahí los complejos procesos de transformación de nuestras ciudades a lo largo de doscientos años. Si la ciudad colonial representa un modelo perdurable por su traza, su funcionamiento económico, símbolos y armazón política-administrativa, el estudio de las urbes a partir del siglo xix obliga a localizar los momentos en que esas ciudades fueron mutando a partir de la independencia y, aún más, nos inserta en el problema fundamental para la historia urbana de la definición de períodos. Debe destacarse que los autores de los capítulos que componen este libro dan un paso adelante al encontrar períodos característicos de las ciudades que no están asociados, como tradicionalmente se hace, a los términos políticos. Tal vez una de las mejores enseñanzas del ejercicio es evidenciar la dificultad de proponer periodos comunes; en realidad, a través de éste se ponen

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de relieve los ritmos particulares de cada ciudad. En Taxco, por ejemplo, Mario Bassols sostiene que ni las reformas borbónicas, ni la independencia, ni todos los avatares del siglo xix impidieron que el paisaje de la ciudad minera se haya mantenido “prácticamente inalterado”. En una ciudad como Puebla los cambios impuestos por la independencia y la reforma liberal de la mitad del siglo xix fueron definitivos; pero Carlos Contreras prefiere poner el acento en el análisis económico y demográfico, del cual desprende que en gran parte de ese siglo el declive de la economía mantuvo casi sin cambios la extensión y la estructura física de la ciudad. Buscar ciudades “típicas” o “singulares” se reveló a lo largo de los seminarios y en este producto final como un objetivo complejo que conduce casi siempre a un callejón sin salida. Los grandes momentos y los cortes explicativos no funcionan para todas las ciudades, que mantienen ritmos propios dependiendo de sus actividades económicas, de su posición geográfica, de la forma en que la conducen los agentes y las políticas locales, o de las rutas que pueden seguir en determinadas coyunturas nacionales o internacionales. La reforma liberal afectó mucho más a Oaxaca, Puebla o a la ciudad de México que a la joven Hermosillo, donde el poder de la Iglesia había sido reducido. Los años del porfiriato, que en la historia urbana tan frecuente —y equivocadamente— asocian la figura política a los muy amplios y complejos procesos de cambio, aparecen en los capítulos también con intensidades diferentes. En Orizaba fue un tiempo definitivo por la estabilidad política y por la introducción del ferrocarril y la electricidad, pero en todo caso se trató de un impulso a la base industrial que se había instalado mucho antes, en 1837, con la fábrica textil de Cocolapan. Mérida, a decir de los autores del capítulo correspondiente, se posicionó a inicios del siglo xx como “el escaparate urbano porfiriano más exitoso de la provincia”, y lo fue mucho menos por la presencia y la política de Porfirio Díaz que por los imaginarios de ciudad compartidos por las burguesías, y aún más por la coincidencia entre la buena producción de henequén y las necesidades de esa fibra por el mercado norteamericano. La posrevolución, si es un período de la historia urbana mexicana, lo es con innumerables matices, tiempos y expresiones para cada ciudad, como también se puede desprender de la lectura de conjunto. Lo es casi accidentalmente para Taxco, la vieja población minera que un grupo de artistas e intelectuales encontraron casi intacta, a la mitad del camino que se abría

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para comunicar a la ciudad de México con Acapulco. Lo es en Oaxaca desde la perspectiva nacionalista y el auge del turismo internacional en el siglo xx, que le definió un proyecto escenográfico, “identitario” y turístico ya en la década de 1930. En Puebla su matiz más claro desde la perspectiva económica es la conformación relativamente temprana de un grupo fuerte de empresas inmobiliarias que hicieron del suelo su mejor recurso y de las relaciones del poder político, surgidas de la revolución, su mejor apoyo. En Hermosillo, la ciudad posrevolucionaria quiso ser, por voluntad de sus gobernantes, moderna, laica, productiva y progresista. En Aguascalientes, como en otras ciudades, muchos proyectos de la época de la revolución institucionalizada fueron reciclados, pero presentados como novedosos: la lenta extensión de los servicios públicos, las ideas de embellecimiento, las obras y acciones a favor de la salubridad (hospitales, escuelas, rastro), etcétera. Mejor que las rutas de “periodos canónicos” del pasado nacional, los autores exploran con éxito variables interesantes para explicar los momentos y los cambios en sus ciudades: la pregunta por las razones de sus auges y caídas (Taxco, Oaxaca, ciudad de México, Orizaba, Puebla, Ciudad Juárez); la definición de imaginarios urbanos que marcan épocas o generaciones en las que la ciudad se interviene bajo ideas y patrones más o menos regulares (Aguascalientes, ciudad de México, Hermosillo); los proyectos específicos (el “Plan Velasco” de Puebla en 1905); los personajes y no sólo los períodos políticos tradicionales, como la impronta marcada en la propia Puebla por Maximino Ávila Camacho y los empresarios y políticos que le rodeaban, la influencia de Spratling en Taxco al mediar el siglo xx, o la marca anunciada y ejecutada en Hermosillo por Abelardo L. Rodríguez; los factores políticos, militares y naturales que afectan el desenvolvimiento de las ciudades, como los múltiples sitios sufridos por Puebla, o los recurrentes temblores sin los cuales no se entiende la historia de Oaxaca. El presente y las tendencias en las ciudades mexicanas Un común denominador de la totalidad de los trabajos que aquí se incluyen es la lectura de la ciudad presente, es decir, las reflexiones y críticas que hacen los autores, quienes al rigor y herramientas científicas pueden añadir la experiencia de tener ante sus ojos las ciudades que estudian, andarlas y vivirlas. A Eulalia Ribera le preocupa la pérdida del patrimonio urbano y la

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falta de competitividad económica de Orizaba; a Carlos Lira y Danivia Calderón les molesta la apuesta única e irresponsable de las autoridades nacionales y locales por el turismo en Oaxaca, que condena a la ciudad a convertirse en un escenario y a sus habitantes a disfrazarse y actuar siguiendo un libreto establecido; a Mario Bassols, en cambio, le inquieta que el mismo turismo y el trabajo artesanal de la plata en Taxco esté en decadencia y mantenga a la ciudad sin oportunidades económicas, por lo que urge a la propia sociedad a consensuar sobre su futuro y recurra a “un imaginario colectivo construido desde fuera de la mercadotecnia comercial”; Gerardo Martínez critica los proyectos urbanos desapegados de la realidad de buena parte de la población de Aguascalientes, la dependencia de la economía urbana a una sola industria o sector, y la búsqueda de categorías urbanas que han ensanchado la ciudad innecesariamente, multiplicando sus problemas y rompiendo con la imagen idílica de ciudad ordenada que por más que se quiere vender no resiste ya a la realidad. No hace falta tener una bola de cristal para vislumbrar algunas tendencias futuras de las ciudades, como en el caso de la capital del país, donde se ha perfilado, como señala Daniel Hiernaux, la mutación del centro histórico en un parque temático, a la manera en que se ha hecho en muchas otras ciudades del mundo y que para el caso mexicano se estudia bien en el capítulo de Oaxaca, donde importará menos el patrimonio histórico arquitectónico que el aprovechamiento que de él se haga para los equipamientos turísticos, recreativos y de negocios. Con todas las incertidumbres y con la complejidad intrínseca de las ciudades, muchos trabajos de este libro ilustran una permanencia también consustancial a las urbes: la de las diferencias entre los anhelos, la planeación y los proyectos con las capas superpuestas que se construyen efectivamente. Se hace evidente igualmente que, independientemente de la ciudad, de sus condiciones y de sus efectos, aquellas que han basado su “éxito” económico y demográfico en un solo sector, una actividad o incluso una única empresa, están condenadas a la crisis si no existe la suficiente madurez, planeación y visión de futuro, como lo han demostrado en más de un momento Orizaba, Taxco, Puebla, Oaxaca, Mérida y tantas otras.

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¿Qué historia urbana? La lectura conjunta de los capítulos que se ponen a juicio del lector nos permite proponer al menos tres consideraciones sobre la historia urbana en México. En primer lugar, es claro en todos los textos la importancia concedida a la economía de las ciudades, su demografía, imagen y espacio físico, es decir, los puntos de mira más evidentes y “tradicionales”. También es clara, sin embargo, la huella de un renovado enfoque político que hace preguntas importantes de la forma de administrar la ciudad, o la presencia en casi todos los trabajos de la vertiente cultural en la historia urbana, tanto en los temas y problemas que se buscan como en las fuentes y las formas de trabajarlos. En segundo lugar conviene referir las fuentes. En siete de los once trabajos los investigadores recurrieron a la consulta de archivos municipales, sin duda la veta fundamental pero para nada única en el estudio de la ciudad. Los indicadores demográficos, las estadísticas generadas a nivel nacional, la prensa, el análisis de los planes de desarrollo y destacadamente las fuentes menos acostumbradas como la cartografía, la fotografía, los discursos y, en menor medida, las entrevistas, cruzan todos los trabajos y dan cuenta, sin duda, de renovaciones y cambios en el quehacer de la historia urbana. En tercer lugar, vale la pena subrayar la perspectiva otorgada en gran parte de los capítulos, según la cual las ciudades no son islas ni la historia urbana puede limitarse a estudiar lo que sucede dentro de sus siempre difusos límites físicos. Desde luego, las ciudades están en permanente comunicación, lucha y colaboración con su hinterland, con las poblaciones y ciudades vecinas, con el sistema urbano nacional y con el mundo. A título de ejemplos, los trabajos de Mérida y Orizaba: en el primero se muestra que el éxito de muchas décadas de la ciudad dependió de las luchas que fue salvando con sus vecinas Valladolid y Campeche, y de sus lazos con la Habana, Estados Unidos y Europa. En el segundo, es claro que durante mucho tiempo Orizaba y su élite no se explicaron sin las extensas plantaciones de tabaco que la rodeaban y eran fuente de su riqueza. En Hermosillo, la llegada del ferrocarril afectó a la ciudad de diferentes maneras; una fue al cambiar el sentido de las relaciones con otras poblaciones, desplazando la correlación con Álamos, al sur, por la de Nogales, al norte, en su conexión con Estados Unidos. Ciudad Juárez, por su parte, situada en el borde fronterizo con aquél país, es un ejemplo de la impronta histórica que lo marcó a partir de 1848, definiendo el patrón de su

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crecimiento urbano a lo largo del siglo xx, estrechamente relacionado con la economía estadounidense.

Texturas particulares El libro se divide en tres partes, las cuales reúnen los trabajos de acuerdo a los enfoques que se privilegian (aunque no se trata de cajones limitativos), y corresponden con los aspectos esenciales que se propuso seguir en el proyecto y que se enriquecieron durante los seminarios de discusión. Aquí conviene proponer una penúltima lectura sobre las texturas particulares de las ciudades abordadas. Así, en el primer bloque, “el hilo económico”, se incluyen los textos de José Fuentes Gómez y Magnolia Rosado Lugo, el de Eulalia Ribera Carbó y el de Carmen Imelda González Gómez, correspondientes a Mérida, Orizaba y Querétaro. En torno a estos tres ejemplos, se pueden resaltar los siguientes aspectos y temáticas abordadas en uno u otro sentido en cada trabajo: figura, por supuesto, el papel de las funciones económicas predominantes de cada ciudad en su despliegue histórico. Mérida logró reposicionarse en el contexto regional de la península yucateca, merced a la Guerra de Castas que devastó a Valladolid y a otros centros urbanos. Luego vino el auge de la economía henequenera, desde el último tercio del siglo xix, y con éste, la renovación del sistema de comunicaciones a partir del andamiaje ferrocarrilero y la salida al mar Caribe a través de Puerto Progreso. Hacia el interior, la ciudad se modificó sustancialmente con la extensa obra pública del porfiriato, al grado de situarla en un status de modernidad urbana que pocas ciudades habrían alcanzado a la vuelta del siglo xx. Poco después vino el torbellino revolucionario, que afectó de manera distinta a cada ciudad. Mérida perdió su centralidad a partir de la caída de los precios internacionales del henequén y la dificultad regional para lograr un recambio económico. Los problemas urbanos brotaron y se hicieron visibles, la ciudad fue adquiriendo un nuevo perfil —más modesto que el que le distinguió en su pasado reciente— y hacia 1970 se observaba como una “gran aldea” marchando a paso lento, inclinándose hacia el sector terciario y poco después al de los servicios turísticos. Pero ahora la península tendrá un nuevo imán económico: Cancún, que fungirá como un gran enclave trasnacional del turismo global.

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Muy alejada de la península, la de Orizaba decimonónica es una historia relacionada con élites regionales, mucho más cercana al centro de poder nacional y a los primeros proyectos de industrialización impulsados desde la federación, en los turbulentos años que siguieron a la independencia. Lo logrado entonces fue modesto si se quiere, pero fortaleció a los grupos locales dominantes e hizo atraer nuevas inversiones, ligadas a las nuevas necesidades que imponía el cambio urbano: alumbrado público, abasto de agua, pavimentación y otros servicios, en donde hicieron su aparición las sociedades anónimas y despuntó la ciudad burguesa, previa a su masificación. En tanto, se hizo patente la resistencia obrera a la explotación fabril en Orizaba, cuya represión fue una muestra de la incapacidad del gobierno porfirista para impulsar una reforma social de gran alcance. Ciertamente, muchas ciudades del país se transformaron y atisbaron una modernidad burguesa expresada en inversiones públicas y privadas de gran calado, pero las condiciones de vida de la gran masa de sus habitantes no habían mejorado. Querétaro era una urbe de pequeñas dimensiones al despuntar el siglo xix. De claras inclinaciones conservadoras, mantuvo su condición de “ciudad provinciana” y fue asiento de la última resistencia del Archiduque de Austria, antes de rendirse a las fuerzas juaristas y ser fusilado en el Cerro de las Campanas, sitio desde entonces emblemático de la ciudad. Pero dado el reposicionamiento estratégico de Querétaro como punto intermedio entre la ciudad de México, el Bajío y el norte, fue objeto de proyectos de industrialización importantes, acompañados por un creciente negocio inmobiliario catapultado hacia el siglo xxi. Será asimismo una ciudad que pese a los afanes planificatorios que le distinguieron en décadas pasadas, ha desbordado sus linderos municipales y extiende sus tentáculos metropolitanos para insertarse en la dimensión megalopolitana ligada cada vez más a la ciudad de México. El segundo bloque “Agentes, instituciones políticas y espacio urbano”, incluye cinco trabajos: los de Carlos Contreras Cruz y Jesús Pacheco Gonzaga; Carlos Lira Vásquez y Danivia Calderón Martínez; Mario Bassols Ricardez; Sonia Bass Zavala y Consuelo Pequeño Rodríguez, y el de Mario Barbosa Cruz. Las ciudades abordadas son: Puebla, Oaxaca, Taxco, Juárez y México. Como un claro ejemplo de las imbricaciones entre élites, poder y ciudad, destaca en principio Puebla. Desde el porfiriato la obra pública se intensificó, financiada en buena medida vía empréstitos bancarios. El reacomodo que sobreviene con el fin de la lucha armada no impidió ejercicios de poder

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vertical a través de gobernadores fuertes, pero insertados (un tanto incómodamente) dentro de la política del “nacionalismo revolucionario”. La tierra urbana se convirtió en una nueva fuente de ganancias. Como capital estatal, la clase en el poder pronto encontró en la actividad inmobiliaria un sustancioso negocio. En contraste, avanzado el siglo xx, la ciudad muy poco había logrado cambiar respecto del porfiriato en materia de salud, abasto de agua y otros rubros de la infraestructura urbana. A la postre, mostró acentuados rasgos de segregación urbana por medio de los tipos de ocupación de suelo, acentuado en el proceso de diferenciación entre centro y periferias desde la segunda mitad del pasado siglo. El caso de Puebla sirve de ejemplo para ilustrar históricamente los ciclos de auge, estancamiento y redinamización de las ciudades mexicanas. Tanto Puebla como Orizaba y Querétaro, no dejaron atrás sus rasgos de ciudad obrera, pero las nuevas tendencias de la economía le han restado fuerza y presencia en los años recientes. Por lo que se refiere a Oaxaca, ésta se puede abordar desde diversas facetas, pero el patrimonio cultural y sus imaginarios pesan mucho en las interpretaciones sobre ella. A diferencia de otras urbes, la actividad industrial es reducida en comparación al sector servicios, ligado a su vez al turismo patrimonial. El simbolismo cultural de los edificios coloniales, particularmente los religiosos, ha pesado en las decisiones gubernamentales desde el momento en que se decidió su rescate ante el deterioro inmobiliario que sobrevino con el proceso de desamortización. Para Oaxaca la conservación de los bienes expropiados no generó ganancias, sino a la postre devino en un “lastre financiero”; pero fue precisamente por ello que el sector servicios se fortaleció, al amparo de gobiernos estatales autoritarios y administraciones municipales débiles e incapaces de gestionar adecuadamente los problemas urbanos de la capital oaxaqueña del siglo xxi. En este y en otros casos, las distintas imágenes y facetas de la ciudad se superponen: la colonial con la moderna, la burguesa y conservadora con la masificada. Los rasgos de vida urbana posmoderna se entreveran con los tradicionales, las manifestaciones de protesta irrumpen en el escenario local y cuestionan, a su vez, la viabilidad del proyecto dominante de ciudad. Los déficits urbanos y de gobernabilidad son patentes y exhiben la fragilidad de la ciudad monotemática. Por ello, Taxco forma parte de este conjunto, aunque con sus particularidades. Como en Oaxaca, las generaciones posteriores son las beneficiarias de la herencia del pasado en materia de patrimonio cultural, pero cabe pregun-

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tarse cuánto más le han añadido o si simplemente “se cuelgan” del mismo para obtener pingües ganancias. La memoria histórica de una ciudad debe ser por lo tanto discutida y revalorada, no sólo para ensalzarla y ponerla al servicio del turismo. Es el momento de discutir el derecho a la ciudad, que es el derecho al espacio público, a la diversidad de expresiones socioculturales y al disenso. La “ciudad-museo” construye un imaginario de un espacio petrificado por el tiempo, casi sin alteraciones. Taxco no se ajusta precisamente a ese patrón, pero tampoco está tan alejado del mismo. Su topografía es única dentro del conjunto de ciudades abordadas. Enclavada en la montaña hace recordar su pasado minero, pero dentro del paisaje urbano resalta la iglesia de Santa Prisca, una joya colonial que sigue siendo el primer destino de la ruta turística a este lugar. Después del letargo en el que vivieron las primeras generaciones de taxqueños a la caída del imperio español, el “redescubrimiento” de Taxco y la defensa de su patrimonio histórico fueron importantes para construir un imaginario de lugar. Replanteado ciertamente por Spratling y sus aprendices, que con el tiempo transformaron el espacio urbano en un conjunto de talleres y tiendas de mayoreo y menudeo, ligadas al negocio platero. A la postre, parece también una ciudad temática, condenada al capricho de la moda y de los vaivenes de la economía internacional (como en el caso del henequén en Mérida, los precios actuales de la plata tienden a la baja). Si se observa con mayor atención, los déficits urbanos están a la vista y, a diferencia de Oaxaca —ciudad capital—, Taxco no goza de ese status, y se encuentra en desventaja frente a Chilpancingo, que ha sido objeto de una mayor inversión pública. La dispersión urbana hacia los lomeríos dificulta la provisión de servicios, pero el centro histórico no carece de problemas. Al contrario, se hacen patentes a la vista del peatón. Si Ciudad Juárez fue fundado durante la colonia española (con el nombre de Paso del Norte), bien poco es el legado patrimonial que queda de esa época. El primer detonador de crecimiento económico fue la llegada del ferrocarril en 1884. Posteriormente, vino el decreto de la franquicia de zona libre en la franja fronteriza, que la fortaleció como punto de enlace y centro de distribución de bienes hacia los estados de Chihuahua y Texas. A pesar de los vaivenes por los que pasó Juárez durante el conflicto armado de la revolución, pudo crecer su población, pero su gran repunte económico fue posterior y se sitúa en un principio con los efectos de la Ley Seca aplicada para los Estados Unidos, que hizo crecer los “giros negros” en ésta y otras

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ciudades fronterizas. Décadas después, su población creció por la demanda de mano de obra agrícola tanto en el norte de México como en el sur de Estados Unidos. Este modelo tendió a agotarse y comenzó una fase de estancamiento en donde se barajaron salidas a la crisis (poco exitosas) como el Programa de Industrialización Fronterizo. En Matamoros se implantó la primera industria maquiladora en la frontera norte, y Juárez fue la depositaria de una masa enorme de plantas que, con Tijuana, la convirtió en una de las principales sedes maquiladoras de todo el país, teniendo su cénit hacia el año 2000. Como ninguna otra ciudad, Juárez ha resentido los efectos negativos del modelo de ciudad maquiladora, en aspectos cruciales como el de la vivienda popular. Los asentamientos irregulares, la desatención en los servicios públicos, un transporte público deficiente, la inmigración y la falta de “arraigo” local han sido algunos de sus principales problemas. A ellos se sumaron la violencia contra las mujeres, las luchas por el control del mercado de estupefacientes, y un descontrol institucional que hizo de ese espacio fronterizo un polvorín, particularmente durante el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012). La distancia que separa a Juárez de la ciudad de México es de poco más de 1,860 kilómetros. De Juárez a Mérida 3,195 kilómetros. ¿Qué tienen en común dichas ciudades? En apariencia muy poco y diríase menos Juárez con Mérida, que cualquiera de ellas con la de México. Pero hay que recordar que el sistema de ciudades actual en México se heredó casi en su totalidad de las ciudades fundadas por los españoles. Unas crecieron y otras se estancaron o desaparecieron del escenario nacional durante largos periodos de su existencia. Ciertamente el modelo urbano novohispano y conventual ha quedado atrás o es ahora objeto de rescate de nuestros orígenes (supuestamente mestizos). Lo que en pleno siglo xxi se observa es una ciudad pluriforme, posfordista, heterogénea, pero acaso algo queda de todo ello. Algo que se arrastra bajo las estructuras del poder y de los imaginarios de ciudad que pese a sus modificaciones, permanece y deja su impronta espacial. Estudiar la ciudad de México equivale, por eso, a conocer la trama del poder en su proceso histórico. Significa adentrarse en el corazón del espacio urbano privilegiado del país, aunque también en la “ciudad de la eterna pobreza”, tal como Peter Hall retratara a Chicago en su libro Ciudades del mañana. Es la dualidad urbana signada por la desigualdad social, la que atraviesa el conjunto de nuestras ciudades y de la vida de sus pobladores. Durante el siglo xix su espacio urbano se replanteó, sobre todo cuando se consolidó el

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poder central en tiempos de Porfirio Díaz. Fue entonces cuando las aspiraciones y proyectos de ciudad para la élite se vieron mejor plasmados. La experiencia de la modernidad a fines del siglo xix no estaba reservada solamente a quienes habitaban ese espacio, pero en México se tomaban las decisiones importantes de carácter comercial, financiero, legislativo, en suma, de poder. Se estaba convirtiendo en la ciudad del capital, aunque con desabastos como el del agua, que constituyó una de los grandes retos en la gestión urbana. A la caída del régimen porfirista, la capital del país se convirtió en un centro de confrontaciones del poder, que vivió momentos críticos con el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón. Casi a la par de la constitución del Partido Nacional Revolucionario, la ciudad de México quedaba vaciada de poder con la desaparición de los ayuntamientos y la creación, en 1929, del Departamento del Distrito Federal. Comenzaba una nueva etapa de su historia, en la que ya había hecho su aparición la ciudad informal y la urbanización irregular. Una “urbe en crecimiento” que a partir de entonces no frenaría su tendencia, sino la reproduciría en forma ampliada hacia la periferia mexiquense desde la segunda mitad del xx. Finalmente, el tercer bloque, titulado “Imaginarios y proyectos urbanos”, se compone de los trabajos elaborados por Daniel Hiernaux-Nicolas; Gerardo Martínez Delgado y el de Eloy Méndez y Alejandro Duarte Aguilar. Se consideran los casos de la Ciudad de México, Aguascalientes y Hermosillo. ¿Qué tanto han incidido las ideas dominantes de cada época en la configuración de los espacios urbanos en una ciudad como la de México? A través del estudio de los imaginarios políticos se puede reconstruir y tratar de entender mejor los distintos momentos de transformación del territorio capitalino, sus nuevos emplazamientos y los discursos que respaldaban ese ideal urbano. Tomemos como ejemplo el periodo del porfiriato, que casi destruyó la ciudad barroca al voltear la clase dominante a París como arquetipo urbano a seguir. El escape del centro histórico fue una de sus consecuencias, la cual adquirió tono (político) y forma (territorial) en los años posteriores a la revolución. El gobierno de la ciudad quedó subsumido a la decisión presidencial, para eliminar posibles obstáculos en el ejercicio del poder. Ello al tiempo que la clase dominante dibujaba nuevos escenarios de vida urbana en colonias como la Roma, Chapultepec o Polanco. La vieja clase porfirista sucumbía o se engarzaba al nuevo proyecto: era parte de ese mundo que se remontaba a varias generaciones anteriores. Una sociedad cuyas aspiraciones, ideales y

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modos de vida son representados literariamente por Rafael Tovar y de Teresa en su novela Paraíso es tu memoria. Pero esa misma clase que acostumbraba pasear por la avenida Reforma en suntuosos autos de la época, hacía mutis de la existencia del otro mundo que le rodeaba, en su miseria y sumisión. Era así una modernidad segmentada y frágil bajo la cual se montó el discurso del progreso basado en el crecimiento y expansión de la ciudad. Por supuesto, eso llegó al límite dentro de un nuevo discurso descentralizador que presentaba visiones apocalípticas: del sueño a la pesadilla de fines del siglo xx. Ciertamente, el terremoto de 1985 cerró un ciclo para la ciudad, un modelo centralizador que ya no se soportaba más y que pronto hizo fracturar a la clase en el poder. Fue un momento de redefiniciones que poco después le dieron cauce, aunque parcialmente, a las aspiraciones de democracia y representación política plural dentro del Distrito Federal. Desde 1997 se transformó en un bastión de la izquierda partidista, de raíces ciudadanas emergidas del centro histórico y de las colonias populares; pero también de sectores de la clase media universitaria, de una parte de la intelectualidad y de grupos vulnerables de la sociedad que claman por nuevo derechos. Pero el proyecto es discutible por haber convertido al centro histórico en una especie de parque temático en tanto avanza, no sin dificultades, la política de “gentrificación”. Se construye una política social vigorosa, pero la plancha del Zócalo capitalino es concesionada para eventos promovidos por la iniciativa privada. Al no atender a las prácticas de gestión urbana ensayadas en otras ciudades del mundo, los imaginarios carecen de creatividad. El proyecto social para una metrópoli como la de México se vuelve frágil y su futuro incierto, ante demasiadas “reglas del desorden”, cuyas raíces no se modifican. La ciudad de México es singular, irreproducible, tanto en su dimensión territorial y demográfica, como en el tamaño de sus añejos (y nuevos) problemas. Parece una verdad de Perogrullo, pero se trata de resaltar la obra colosal que se levanta sobre este espacio, no sólo en materia de inversión pública y privada, el patrimonio cultural y arquitectónico existente, la variedad de museos, salas de arte, centros comerciales, universidades y centros de investigación, etc., sino también la movilización social, la pluralidad de expresiones políticas a lo largo de su historia, en fin, la condensación de experiencias y prácticas culturales de arraigo y tradición, pero también de cosmopolitismo. Aguascalientes remite a una ciudad secundaria en el sistema colonial. A lo largo de los siglos xix y xx se construyeron imaginarios urbanos, que cues-

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tionaban, primero, el modelo heredado del virreinato (asociado a lo viejo y lo insalubre) y postulaban proyectos de modernización de la ciudad pensados para la élite porfirista. La pequeña ciudad tiene un auge en las postrimerías del siglo xix y principios del xx, con la instalación de la empresa de fundición de metales propiedad de los Guggenheim y la creación de los Talleres de Ferrocarriles Nacionales; eran los últimos años del viejo régimen. Ante la carencia de alternativas de empleo y el cierre de la fábrica asarco, la economía se estancó, aunque subsistieron las empresas y el comercio en pequeña escala. La ciudad lentamente se transformó, creció poco hasta la década de 1970, pero ya los viejos barrios como el del Encino estaban siendo barridos por los afanes modernizadores de la época. Hubo voces discordantes y nuevas expresiones sociales rompieron con el poder monolítico que entonces prevalecía. Las primeras invasiones de tierras fueron al menos un llamado de alerta al grupo gobernante. En el horizonte se perfiló, a principios de los ochentas, un nuevo escenario con la llegada de nuevas industrias de origen trasnacional. La ciudad se ensanchó y se trazaron nuevas avenidas que fungieron como anillos de circunvalación. Los procesos de planeación urbana cobraron alguna fuerza en esos años, pero a la postre debieron ceder el paso al modelo neoliberal que se imponía con fuerza. En escala menor a la ciudad de México, Aguascalientes reproduce las prácticas urbanísticas ligadas al capital, al negocio inmobiliario y a los grupos que —dentro de los gobiernos municipal y estatal— disputan cuotas y espacio de poder. Como quiera que sea, con sus permanencias, con sus hilos de larga duración, es ya otra vida urbana, muy diferente a la de hace tan sólo 40 años. Al menos dos generaciones han nacido para dar paso a unos estilos de vida más plurales, abiertos y tolerantes. Y eso tiende a reproducirse en otras ciudades del país, cada una con sus singularidades regionales, como es el caso de Hermosillo, cuyo estudio cierra el presente volumen. Ciudad del desierto sonorense, situada a casi 2,000 kilómetros de la capital de la república y a 3,290 de Mérida, se distingue del conjunto analizado por sus rasgos de evolución histórica. Su forja fundacional no fue nada fácil. En su carácter de presidio militar apenas logró subsistir ante los embates de tribus que la asediaban. Aún en el siglo xix era apenas una villa, pero no carecía de proyecto. Este pretendía lograr “comunidades autosuficientes en entornos precarios”. Se construyó sobre un urbanismo de miedo, o vale decir basado en la autodefensa, aunque inspirado en un modelo novohispano de ciudad

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cuadricular que no logró materializarse del todo. Hermosillo se convirtió en la capital de Sonora en 1831, pero no tuvo su primer empuje económico sino hasta el arribo de las nuevas inversiones que trajo la era del porfiriato. A paso lento se insertó en el modelo posrevolucionario y particularmente en la década de 1940 avanzó en un proyecto de ciudad agrícola, en la que se insertaron también otras ciudades sonorenses. Con todo, en Hermosillo se estaba construyendo un modelo de ciudad que dejaría atrás su ligazón con la base primaria. La implantación de la ensambladora de autos Ford en Hermosillo, en la década de 1980, representó un giro en su economía, que se ha afianzado con los mega proyectos posteriores (fallidos o no) y que han puesto de relieve dos modelos de ciudad en contrapunto. Aun antes de iniciar el nuevo siglo, los rasgos de la vida urbana eran muy similares a los de otras latitudes. En particular llama la atención el tema de la inclusión-exclusión social, pues ha sido el objeto de un nuevo proyecto de revitalización urbana por parte del actual gobierno estatal. Sin pasar por el tamiz de la discusión pública y consensuada, los proyectos dominantes seguirán dislocados del espacio que pretenden intervenir: una lección aprendida de la experiencia de decenas de casos con similares características. El ejercicio que aquí se presenta se inserta en un esfuerzo colectivo por pensar las ciudades mexicanas (lo que a su vez ofrece entradas e invitaciones a tender los puentes con las latinoamericanas), desde sus connotaciones coloniales y decimonónicas, para llegar a una reflexión de mayor calado sobre la ciudad imaginada y construida en el siglo xx, que se extiende al siglo xxi, y que debería ayudar a entender algunos de sus significados para afrontar una práctica urbanística diferente. Los coordinadores deseamos agradecer el apoyo de Germán Mejía Pavony, de la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia, y de Patricia Ávila García, de la Universidad de Guadalajara, por su participación y sabios comentarios a los autores durante el seminario celebrado en Puebla. A Dante Celis por su inestimable apoyo en el arranque del proyecto. Especialmente a Martha Esparza Ramírez, José María Ruiz Huerta y Genaro Ruiz Flores González, de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, por su respaldo y por la elaboración de la portada y, por supuesto, a nuestro colega Carlos Contreras por confiar desde un principio en el proyecto que ahora culmina. Gerardo Martínez Delgado y Mario Bassols Ricardez

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Bibliografía referida Braudel, Fernand, La dinámica del capitalismo, fce (Breviarios, núm. 427), México, 1986, 127 pp. Hall, Peter, Ciudades del mañana, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1996. Lira Vásquez, Carlos y Ariel Rodríguez Kuri (cords.), Ciudades mexicanas del siglo xx. Siete estudios históricos, El Colegio de México/Universidad Autónoma Metropolitana–Azcapotzalco, México, 2009, 420 pp. Quiroz Rothe, Héctor, Ciudades mexicanas del siglo xx, Facultad de Arquitectura-unam, México, 2008. Rodger, Richard, “Theory, practice and European urban history”, en Rodger (ed.), European urban history. Prospect and retrospect, Leicester University Press, Gran Bretaña, 1993, pp. 1-18. Tovar y de Teresa, Rafael, Paraíso es tu memoria, Alfaguara, México, 2009.

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