Interacción colonial en un pueblos de indios encomendados. El Chorro de Maíta, Cuba

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Descripción

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INTERACCION COLONIAL EN UN PUEBLO ENCOMENDADOS. EL CHORRO DE MAITA, CUBA

DE

INDIOS

TESIS DOCTORAL UNIVERSIDAD DE LEIDEN HOLANDA. 2012 Leiden University. 2012

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INTERACCION COLONIAL EN UN PUEBLO ENCOMENDADOS. EL CHORRO DE MAITA, CUBA

DE

INDIOS

PROEFSCHRIFT ter verkrijging van de graad van Doctor aan de Universiteit Leiden, op gezag van Rector Magnificus prof. mr. P.F. van der Heijden, volgens besluit van het College voor Promoties te verdedigen op donderdag 22 november 2012 klokke 11.15 uur

door Roberto Valcárcel Rojas geboren te Holguín, Cuba in 1968

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Promotiecommissie Promotor: Co-promotor:

Professor dr. Corinne L. Hofman Dr. Menno L. P. Hoogland

Overige leden: Prof. dr. Maarten E. R. G. N. Jansen, Universiteit Leiden Prof. dr. Elizabeth Graham, Institute of Archaeology, University College London Prof. dr. Vernon James Knight, University of Alabama Prof. dr. Willem F. H. Adelaar, Universiteit Leiden Dr. Adriana Churampi, Universiteit Leiden

A mi hijo y mi esposa, Lino e Idalmis, a mis padres, a mi hermano y las suyas. 5

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TABLA DE CONTENIDO Lista de Figuras Lista de Tablas Capítulo 1. Introducción…..19 1.1 La investigación…..20 1.2 Preguntas y objetivos…..23 1.3 Perspectiva teórica…...23 1.4 Perspectiva metodológica…..24 1.5 Contexto de la investigación…..25 1.6 Estructura de la disertación…..27 Capítulo 2. Procesos coloniales. Del contacto a la situación colonial…..29 2.1 Contacto cultural y colonialismo…..29 2.2 Arqueología del período de contacto en las Antillas Mayores…..31 2.3 Situación de contacto y situación colonial en las Antillas Mayores…..36 2.4 La dominación y su instrumentación…..42 2.5 La construcción del “indio”…..49 2.6 El “indio” como actor en el entorno colonial…..50 2.7 Transculturación y etnogénesis. Indios y mestizos…..52 2.8 Perspectiva metodológica…..55 2.8.1 Arqueología prehistórica e histórica…..55 2.8.2 Perspectiva multidisciplinaria y visión integradora…..56 2.8.3 Visión comparativa…..57 a. Variabilidad mortuoria…..58 Capítulo 3. Sociedades indígenas en Cuba e interacción con los españoles…..61 3.1 Entre nombres y arqueología…..61 3.2 La sociedad indígena al arribo europeo…..63 3.3 De Colón a Velázquez……67 3.4 Consolidación colonial…..70 3.5 Supervivencia indígena…..71 3.6 Banes, Yaguajay y El Chorro de Maíta. Datos históricos y espacio arqueológico….74 Capítulo 4. El Chorro de Maíta. Investigaciones arqueológicas previas (1979-2003)…..81 4.1 El Chorro de Maíta…..81 4.2 Caracteres ambientales actuales…..82 4.2.1 Hidrografía…..85 4.2.2 Vegetación…..85 4.2.3 Fauna…..85 4.2.4 Clima…..85 4.2.5 El Cerro de Yaguajay…..86 4.3 Observaciones paleoambientales…..89 4.4 Coleccionismo y reconocimiento arqueológico inicial……90 4.5 La investigación arqueológica…..92 7

4.5.1 Prospecciones y excavaciones. El hallazgo del cementerio…..92 4.5.2 Las unidades 1, 2 y 5. Excavación y estudio…..95 4.5.3 El cementerio. Excavación y estudio…..100 4.5.4 Costumbres funerarias…..103 4.5.5 Filiación ancestral…..104 4.5.6 Sexo y edad…..105 4.5.7 Estatura……105 4.5.8 Características odontológicas…..106 4.5.9 Alteraciones culturales y patológicas…..106 4.5.10 Paleonutrición..…107 4.5.11 Cronología…..107 4.5.12 Filiación genética…..108 4.5.13 Objetos en los esqueletos. Su estudio…..108 a. Cuentas no metálicas…..109 b. Orejeras…..111 c. Tela…..112 d. Hueso marcado…..113 e. Pendientes y cuentas de metal..…113 f. Objetos tubulares de metal……115 4.5.14 Evidencias de contacto indohispánico…..121 4.5.15 El Chorro de Maíta como centro de poder……122 4.6 Conclusiones. Estado de la investigación arqueológica en El Chorro de Maíta al inicio de las nuevas investigaciones….123 Capítulo 5. Nuevas investigaciones. Reconocimiento del sitio arqueológico y sus materiales (2006-2009)…..125 5.1 Organización de la investigación…..125 5.2 Reconocimiento del sitio…..127 5.2.1 Prospección superficial…..128 5.2.2 Prospección excavatoria. Calas a 15 m de distancia…..129 5.2.3 Prospección excavatoria. Calas a 5 m de distancia…..133 5.2.4 Unidad excavatoria No. 9 (3 x 2 m)……134 a. Estudio del material de la Unidad 9……135 5.2.5 Peculiaridades topográficas y uso del espacio……136 5.2.6 Resultados de las prospecciones……137 5.3 Excavaciones y prospección (2008-2009)…..138 5.3.1 Campo Moisés……139 5.3.2 Campo Torres…..143 5.3.3 Campo Riverón…..143 5.3.4 Estudio del material…..144 a. Cerámica europea…..148 b. Cascabel europeo……148 c. Vidrio europeo…..149 d. Restos de fauna……149 e. Análisis de residuos absorbidos y visibles…..149 5.3.5 Fechados radiocarbónicos…….150 5.3.6 Resultados de las excavaciones…..162 5.4 Materiales de las investigaciones del DCOA (1979-1988) y piezas en otras instituciones…..163 8

5.4.1 Evidencias indígenas……164 5.4.2 Cerámica indígena no cubana y cerámica de base indígena que copia formas europeas…..165 5.4.3 Evidencias europeas…..166 a. Cerámica…..166 b. Cascabel…..166 c. Monedas…..170 5.4.4 Materiales u objetos europeos modificados…..171 a. Pendiente en diente de cerdo…..171 b. Pendiente en lámina de metal…..171 c. Cerámica europea modificada…..171 5.4.5 Restos de fauna…..172 5.4.6 Otros materiales. Metal antiguo…..172 5.4.7 Resultados del estudio de los materiales…..173 5.4.8 Las unidades 6 y 3. Variabilidad intra sitio…..174 5.5 Conclusiones. Estructura del sitio, presencia de material europeo y cronología de la interacción…..178 Capítulo 6. Nuevas investigaciones en el cementerio. Aspectos biológicos…..189 6.1 Organización de la investigación…..189 6.2 Número mínimo de individuos…..190 6.3 Edad…..190 6.4Sexo…..191 6.5 Preservación de los restos…..191 6.6 Integridad de los restos…..192 6.7 Individualidad…..192 6.8 Otros restos humanos…..192 6.9 Ascendencia…..192 6.10 Modificación craneana…..193 6.10.1 Implicaciones culturales de la ausencia de modificación craneana….195 6.11 Caracteres dentales….197 6.12 Origen territorial…..198 6.13 Observaciones tafonómicas…..200 6.13.1 Observaciones tafonómicas y consideraciones interpretativas…..201 6.14 Cronología de los entierros. Fechados radiocarbónicos…..211 6.15 Demografía…..213 6.16 Conclusiones. Diversidad étnica y de orígenes, alta mortalidad e interacción con los europeos…..216 Capítulo 7. Nuevas investigaciones en el cementerio. Aspectos culturales…217 7.1 Organización de la investigación…..217 7.2 Estudio de los objetos asociados a entierros…..219 7.2.1 Objetos dentro de la tumba…..220 a. Cerámica indígena…..220 b. Artefactos utilitarios indígenas…..223 c. Otros materiales indígenas…..224 d. Cerámica europea…..224 e. Restos de fauna…..225 9

f. Otros materiales…..228 g. Material moderno.….228 7.2.2 Objetos dentro de las tumbas. Consideraciones generales…..228 7.2.3 Objetos relacionados con los restos humanos…..229 a. Los metales…..229 b. Metales entre los indígenas de Las Antillas…..230 c. Oro y aleaciones. El Guanín…..233 d. Guanines y mundo colonial caribeño…..236 e. Latón europeo. Cabos de agujetas…..237 f. Uso de los cabos de agujetas en el cementerio…..239 g. Objetos no metálicos. Cuentas de coral…..241 h. Cuentas de perlas……242 i. Cuentas y orejeras de cuarcita……243 j. Cuentas y orejeras de resina vegetal…..243 k. Cuenta de azabache……243 l. Tela……245 7.3 Impacto de los procesos deposicionales y posdeposicionales……245 7.4 Cronología de los entierros. Indicadores poscontacto…..249 7.5 Prácticas mortuorias…..252 7.5.1 Forma de disposición…..252 7.5.2 Preparación del cuerpo…..255 7.5.3 Individualidad…..255 7.5.4 Articulación……256 7.5.5 Posición…..257 a. Posición del cráneo…..258 b. Posición de las manos…..258 c. Posición de las piernas…..259 7.5.6 Deposición….259 7.5.7 Orientación y alineamiento…..265 7.5.8 Objetos en la tumba…..265 a. Objetos de metal…..265 b. Material no metálico…..266 7.5.9 Contenedor para disposición…..268 7.5.10 Tumba…..268 7.5.11 Características del área de disposición…..270 a. Ubicación relativa al asentamiento…..270 b. Organización interna…..272 7.6 Origen territorial, demografía y prácticas mortuorias…..274 7.7 Aspectos étnicos, origen, prácticas mortuorias, salud y alimentación…..278 7.8 Conclusiones. Manejos mortuorios e interacción con los europeos…..279 Capítulo 8. Interacción colonial en El Chorro de Maíta. Un pueblo de “indios” en tiempos de encomienda…..297 8.1 El dominio sobre el mundo de la vida…..297 8.1.1 Origen, movilidad y estatus de la población mortuoria…..297 8.1.2 Gente importante. Una mujer con guanines…..301 8.1.3 Estancias, encomiendas y economía colonial temprana en torno a Yaguajay…..303 8.2 El dominio de los espíritus….308 8.2.1 Indios cristianos…..308 10

8.2.2 Un cementerio diferente…..309 8.3 Ropas. De indígenas a “indios” …..312 8.4 Indios deseosos de libertad y sin respeto por ninguna cosa de virtud…..314 8.5 La emergencia de los “otros” en un escenario de transculturación. Indios, mestizos y criollos…..315 8.6 Yaguajay, Baní, Cubanacán, Maniabón; claves por despejar en la identificación histórica de El Chorro de Maíta…..317 8.7 Conclusiones. Interacción colonial…..319 Capítulo 9. Sumario y conclusiones. Una nueva visión de El Chorro de Maíta…321 9.1 Implicaciones del estudio y futuras direcciones de trabajo…..327 Referencias citadas…..331 Apéndice 1. Observaciones tafonómicas…..376 Apéndice 2. Cerámicas europeas, cerámica indígena no cubana y cerámica de base indígena que copia formas europeas…..396 Apéndice 3. Preliminary Radiocarbon Dating Report for the cemetery at El Chorro de Maíta, Cuba…..410 Resumen…..427 Abstract…..437 Samenvatting…..447 Agradecimientos……458 Curriculum Vitae……461

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Lista de Figuras -Figura 1. Isla de Cuba. Ubicación de El Chorro de Maíta. -Figura 2. Excavaciones en el cementerio de El Chorro de Maíta. Archivos del DCOA, Holguín. -Figura 3. Museo El Chorro de Maíta. -Figura 4. Vista del interior del museo El Chorro de Maíta y de las réplicas de los esqueletos. -Figura 5. Materiales del sitio El Yayal, Cuba. Izquierda, herramientas europeas de metal (izquierda, 31cm de largo; derecha, 28 cm de largo). Derecha, vasija con técnica y material indígena que copia formas europeas; 14 cm de alto. -Figura 6. Algunos sitios y ciudades en las Antillas Mayores con investigaciones en torno a la interacción entre indígenas y europeos. 1, En Bas Saline, 2, Puerto Real, 3, La Isabela, 4, Concepción de La Vega, 5, Santo Domingo, 6, Sevilla La Nueva, 7, La Habana. -Figura 7. Áreas de reporte de sitios agricultores ceramistas en Cuba. Posible ubicación de algunas provincias indias considerando la toponimia actual. -Figura 8. Las primeras villas hispanas en Cuba, según el orden en que fueron fundadas por Diego Velázquez. 1, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, 2, San Salvador de Bayamo, 3, Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, 4, Santi Spíritus, 5, Santa María del Puerto del Príncipe, 6, San Cristóbal de La Habana, 7, Santiago de Cuba. Otros espacios coloniales con población india. -Figura 9. Espacios relacionados con la conquista y colonización, próximos a Yaguajay y a El Chorro de Maíta. -Figura 10. Sitios agricultores ceramistas de la zona de Yaguajay y del Área arqueológica de Banes. Distintas zonas de concentración de sitios. -Figura 11. Distribución de sitios arqueológicos en la zona de Yaguajay. -Figura 12. Izquierda, entierro con ofrendas de cerámica en El Porvenir, Yaguajay. Tomado de Miguel (1949). Derecha, vasija de cerámica hispana obtenida en el mismo sitio. -Figura 13. Algunos de los principales sitios indígenas con material europeo en la provincia de Holguín. 1, Río Naranjo, 2, Cuadro de los Indios, 3, Potrero de El Mango, 4, Varela III, 5, Loma de Baní, 6, Esterito, 7, Barajagua, 8, Alcalá, 9, El Yayal, 10, El Pesquero. -Figura 14. Poblado y uso actual de los espacios en el sitio El Chorro de Maíta y áreas próximas. -Figura 15. Campo de cultivo y casa en áreas del sitio arqueológico El Chorro de Maíta. -Figura 16. Recreación de aldea indígena en áreas del sitio arqueológico El Chorro de Maíta. -Figura 17. Elementos geográficos más destacados de la zona de Yaguajay. -Figura 18. Vista de la ladera oeste del Cerro de Yaguajay. Presencia de abrigos rocosos y restos de bosques. -Figura 19. Vista de la ladera este del Cerro de Yaguajay. En lo alto y al fondo el museo de El Chorro de Maíta y la recreación de aldea indígena. -Figura 20. Afloraciones de suelo “caliche” en áreas cercanas al museo de El Chorro de Maíta. -Figura 21. Área arqueológica y distintas unidades excavadas entre 1986 y 1988 en el sitio El Chorro de Maíta. Elaborado a partir de mapa de Juan Guarch Rodríguez (1987a). -Figura 22. Detalle del Área de entierros y unidades excavadas entre 1986 y 1988. El Chorro de Maíta. Calas exploratorias excavadas en el 2003. -Figura 23. Unidad No. 2. 1986, El Chorro de Maíta. Archivos del DCOA, Holguín. -Figura 24. Reconstrucción de la estratigrafía del cementerio en el museo. El Chorro de Maíta. -Figura 25. Materiales encontrados en la Unidad 6. Izquierda, espátula vómica de hueso, 83 mm de largo; derecha, ídolo pendiente de hueso, 30.4 mm de largo. El Chorro de Maíta. -Figura 26. Zona con alteración moderna. Cementerio El Chorro de Maíta. Tomado de plano de Guarch Rodríguez (1987b). 12

-Figura 27. Cementerio de El Chorro de Maíta. Cráneo del individuo No. 22 al momento de la excavación. Archivos del DCOA, Holguín. -Figura 28. Cuentas no metálicas del individuo No. 57A. Al centro cuentas de cuarcita de entre 4.8 y 5.7 mm de diámetro; parte superior derecha, cuentas de igual material de entre 1.5 y 2.7 mm. Derecha, cuentas de coral de entre 3. 6 y 6.1 mm de largo; parte superior, cuentas de perla, la mayor con 4.0 mm de diámetro. El Chorro de Maíta. -Figura 29. Ornamentos del individuo No. 58A. Izquierda, cuentas de resina y coral; derecha, cuentas de coral. Cuentas de resina con diámetro de entre 4.6 y 6 mm; cuentas de coral con largo de entre 3.7 y 9.4 mm. El Chorro de Maíta. -Figura 30. Ornamentos del individuo No. 64. Cuentas de cuarcita con diámetro de entre 2.4 y 4.7 mm. El Chorro de Maíta. -Figura 31. Ornamentos del individuo No. 84. Cuentas de coral con largo de entre 3.6 y 7.7 mm y cuenta de azabache de 5.5 mm de diámetro. El Chorro de Maíta. -Figura 32. Izquierda, orejeras de resina del individuo No. 94, 13.5 mm de largo la mayor. Derecha, orejeras de cuarcita del individuo No. 99, 15.6 mm de alto y 13mm de diámetro, la mayor. El Chorro de Maíta. -Figura 33. Restos de tela. Individuo No. 57A, fragmento de 41.9 mm de largo. El Chorro de Maíta. -Figura 34. Objetos de metal del individuo No. 57A; 22.2 mm de alto la pieza ornitomorfa y 2.06 mm de diámetro la mayor de las cuentas. -Figura 35. Tubos de metal hallados en los entierros. El mayor mide 28.9 mm de largo. El Chorro de Maíta. -Figura 36. Pieza de textil y metal hallada en el entierro No. 25. Izquierda, objeto en su estado actual, mide 33.7 mm de largo; derecha, radiografía de la pieza. El Chorro de Maíta. -Figura 37. Objetos asociados a los europeos y hallados en El Chorro de Maíta. Izquierda, vasija de 30 cm de alto; derecha, de arriba hacia abajo: cascabel de 32.6 mm en su parte más larga; fragmento de cerámica perforado de 26 mm de diámetro mayor; lámina de metal de 32 mm de largo en su lado mayor, con perforación en la parte superior. -Figura 38. Área general explorada. El Chorro de Maíta. Manantial en el extremo oeste. -Figura 39. Áreas de prospección superficial y reporte de de cerámica europea en las áreas. El Chorro de Maíta. -Figura 40. Prospección con calas a 15 y 5m de distancia entre sí. Ubicación de la Unidad 9. Nueva área de dispersión de material arqueológico. El Chorro de Maíta. -Figura 41. Nueva área de dispersión de material arqueológico (2007). Obsérvese la diferencia respecto a la reconocida en 1987. El Chorro de Maíta. -Figura 42. Unidad 9. Concentración de restos de fauna y parte de vasija de cerámica asociados a fogón. El Chorro de Maíta. -Figura 43. Topografía del sitio, disposición de las casas actuales y uso del espacio. El Chorro de Maíta. -Figura 44. Detalles del relieve en El Chorro de Maíta. Izquierda, procesos erosivos y de escurrimiento en la parte oeste del sitio debido a manantial en funcionamiento. Derecha, ascenso hacia la parte centro oeste del sitio. -Figura 45. Nuevas excavaciones en los distintos campos. El Chorro de Maíta. -Figura 46. Excavaciones en Campo Moisés. El Chorro de Maíta. Cuadros de la retícula de 15 m de lado. -Figura 47. Estratigrafía de la cara oeste de la Unidad 12. El Chorro de Maíta. -Figura 48. Unidad 12. Obsérvense concentraciones de restos de fauna a la derecha. El Chorro de Maíta. -Figura 49. Unidad 10, concentración de fragmentos de cerámica. El Chorro de Maíta.

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-Figura 50. Cala 19, concentración de restos de cerdo y cerámica europea e indígena. El Chorro de Maíta. -Figura 51. Unidad 14. El Chorro de Maíta. -Figura 52. Hueco de poste. Unidad 16. El Chorro de Maíta. -Figura 53. Punta de proyectil en hueso, 69 mm de largo; Unidad 12. El Chorro de Maíta. -Figura 54. Ornamentos de concha. De izquierda a derecha: ídolo tabular de 34 mm de largo, Unidad 14; colgante en Oliva sp., 34 mm de largo, Unidad 10; fragmento de disco, 32 mm de largo, Unidad 12. El Chorro de Maíta. -Figura 55. Objetos rituales u ornamentales de piedra. Izquierda, ídolo en proceso de elaboración, 46 mm de largo. Derecha, objeto con incisiones, 22 mm de largo. Ambos de la Unidad 16. El Chorro de Maíta. -Figura 56. Objetos utilitarios de piedra. Izquierda, percutor de 77 mm de largo, Unidad 14. Derecha, peso de red de 69 mm de largo, Unidad 9 A. El Chorro de Maíta. -Figura 57. Objetos utilitarios. Izquierda, raspadores en Codakia orbicularis, el mayor con 55 mm de largo; derecha, lascas en material silíceo, la mayor con 39 mm de largo. -Figura 58. Elementos decorativos incisos y modelados en cerámica. Excavaciones 2007 – 2009. El Chorro de Maíta. -Figura 59. Elementos decorativos modelados y aplicados en cerámica. Excavaciones 2007 – 2009. El Chorro de Maíta. -Figura 60. Objetos de origen europeo. Izquierda, objeto de vidrio de 12 mm de largo; derecha, parte de un cascabel de metal de 24 mm de diámetro. Excavaciones 2007 – 2009. El Chorro de Maíta. -Figura 61. Variación del NMI y de la biomasa comestible en unidades 10, 12, 14 y 16. Tomado de Pérez Iglesias (2008). El Chorro de Maíta. -Figura 62. Monedas de El Chorro de Maíta. Superior, posiblemente acuñada entre 1505 y 1531; inferior, posiblemente acuñada entre 1542 y 1558. -Figura 63. Cerámica europea modificada. Izquierda, fragmento de Mayólica Columbia Simple de 38 mm en su parte más larga, Unidad 3. Derecha, fragmento de Morisco Verde de 57 mm en su parte más larga, Unidad 6. El Chorro de Maíta. -Figura 64. Objetos de metal obtenidos en los trabajos 1986 - 1988. Izquierda, clavo forjado con 87.1 mm de largo. Derecha, cuña de 95.1 mm de largo. El Chorro de Maíta. -Figura 65. Decoraciones modeladas y aplicadas en cerámica indígena de trabajos 1986 1988. Izquierda, pieza de 80 mm de alto. Derecha, 140 mm de largo. El Chorro de Maíta. -Figura 66. Decoraciones incisas en cerámica indígena, obtenidas en trabajos de entre 1986 y 1988. Izquierda a derecha, 63 mm de largo, 48 mm de largo y 57 mm de largo. El Chorro de Maíta. -Figura 67. Izquierda, modificación fronto occipital tabular oblicua, individuo No. 68, adulto femenino; derecha, individuo No. 7A, juvenil, no deformado. El Chorro de Maíta. -Figura 68. Cráneos no modificados. De izquierda a derecha, individuo No. 45, probable origen africano, adulto masculino; individuo No. 81, mestizo de blanco y africano, adulto posiblemente femenino; individuo No. 22, mestizo de blanco e indígena, juvenil masculino. El Chorro de Maíta. -Figura 69. De izquierda a derecha, cráneo con modificación tabular erecta; modificación dental. Individuo No. 72B, adulto femenino. El Chorro de Maíta. -Figura 70. Restos con indicios tafonómicos de compresión a partir de elementos externos, estos constriñen el cuerpo y limitan el paso de los sedimentos. Individuo No. 25 a la izquierda; a la derecha individuo No. 46, presenta hiperflexión. El Chorro de Maíta. -Figura 71. Restos con indicios de descomposición en espacio vacío, dada la rotación del cráneo, caída de costillas, y posición extendida del tórax. Individuo No. 26. El Chorro de Maíta. 14

-Figura 72. Restos con indicios de rellenamiento diferido en el tórax, quizás por la presencia de elemento de contención (ropa). Con manipulación post mórtem del cráneo. Individuo No. 57A. El Chorro de Maíta. -Figura 73. Restos con indicios de manipulación cuando aún conservaban parte del tejido blando y de los ligamentos. Individuo No. 81. El Chorro de Maíta. -Figura 74. Restos (No. 34, 35, 37 y 40), con indicios de manipulación secundaria tras alteración causada por entierro de individuo No. 39. El Chorro de Maíta. -Figura 75. Comportamiento de los grupos etarios en el cementerio de El Chorro de Maíta y en sitios precolombinos de Puerto Rico. -Figura 76. Plano de la Unidad 3 con la mayor parte de los entierros encontrados. El Chorro de Maíta. Elaborado por J. Guarch Rodríguez, José Cruz Ramírez y Valcárcel Rojas, a partir del plano de Guarch Rodríguez (1987b). -Figura 77. Objetos hallados dentro de las tumbas. Restos diversos; entierro No. 99. El Chorro de Maíta. -Figura 78. Objetos hallados en los restos humanos. De izquierda a derecha, vista mediante SEM-EDS de cuenta de oro (CMP3) y de área de pendiente laminar de guanín (CMP19). Individuo No. 57 A. Fotos de M. Martinón-Torres y R. Valcárcel Rojas. El Chorro de Maíta. -Figura 79. Objetos hallados en los restos humanos. De izquierda a derecha, pieza ornitomorfa de guanín. Individuo No. 57 A. Pieza de Colombia con dimensiones similares a las de la hallada en Cuba. Cortesía de Juanita Saenz Samper. Museo del Oro de Colombia. -Figura 80. Objetos de guanín. De izquierda a derecha, pieza del sitio Santana Sarmiento (aproximadamente 48 mm de largo) y del sitio El Boniato (21 mm de largo). -Figura 81. Objetos hallados en los restos humanos. Vista transversal, mediante SEM-EDS, de tubo de latón. Foto de M. Martinón-Torres y R. Valcárcel Rojas. El Chorro de Maíta. -Figura 82. Zona central de la Unidad 3. Alteraciones entre entierros. El Chorro de Maíta. -Figura 83. Entierro posiblemente conjunto. Individuos No. 57A y No. 58A. El Chorro de Maíta. -Figura 84. Entierros extendidos. De izquierda a derecha, individuos No. 33 y No. 45. El Chorro de Maíta. -Figura 85. Entierros boca abajo. De izquierda a derecha, individuos No. 72B y No. 77. El Chorro de Maíta. -Figura 86. Entierros con tubos de latón y ornamentos metálicos y no metálicos. El Chorro de Maíta. -Figura 87. Entierros extendidos; no se incluye el No. 107. El Chorro de Maíta. -Figura 88. Agrupaciones de restos humanos en la Unidad 3. Referencia general de ubicación que no coincide exactamente con el espacio medido. El Chorro de Maíta. -Figura 89. Entierros de individuos no locales. El Chorro de Maíta. -Figura 90. Comportamiento de la mortalidad según sexo de adultos. Sitios precolombinos de La Española, Puerto Rico, y El Chorro de Maíta. -Figura 91.Comportamiento de los grupos etarios en población general y en individuos locales del cementerio de El Chorro de Maíta. Comparación con sitios precolombinos de Puerto Rico. -Figura 92. Espacios reconocidos documentalmente cerca de El Chorro de Maíta. Ubicación de puertos según J. Worth (Persons et al. 2007): 1, Puerto de Duero, 2, Puerto de Boyuncar, 3, Puerto de Hernando Alonso, 4, Puerto de Narváez, 5, Puerto del Padre, 6, Puerto de Cubanacán. -Figura 93. Fragmentos de Jarras de Aceite no vidriados. El Chorro de Maíta. -Figura 94. Fragmentos de Jarras de Aceite vidriados. El Chorro de Maíta. -Figura 95. Fragmento cerámica Naranja Micáceo. El Chorro de Maíta. -Figura 96. Fragmentos cerámica Lebrillo Verde. El Chorro de Maíta. -Figura 97. Fragmentos de cerámica Mayólica Columbia Simple. El Chorro de Maíta. 15

-Figura 98. Fragmentos de cerámica Mayólica Isabela Polícromo. El Chorro de Maíta. -Figura 99. Fragmento de cerámica Mayólica Santo Domingo Azul sobre Blanco. El Chorro de Maíta. -Figura 100. Fragmentos de cerámica Mayólica Caparra Azul. El Chorro de Maíta. -Figura 101. Fragmentos de cerámica México Pintado de Rojo. El Chorro de Maíta. -Figura 102. Fragmento de cerámica Azteca IV. El Chorro de Maíta. -Figura 103. Cerámica ordinaria sin vidriar, gris fina. El Chorro de Maíta. -Figura 104. Cerámica indígena posiblemente local, que copia formas europeas. De izquierda a derecha, fragmento con borde y asa, vasija decorada (foto de la réplica) y fondo plano que aparentemente imita depresión de torneado. El Chorro de Maíta. Lista de Tablas -Tabla 1. Materiales Unidad 1. El Chorro de Maíta. -Tabla 2. Materiales Unidad 2. El Chorro de Maíta. -Tabla 3. Materiales Unidad 5. El Chorro de Maíta. -Tabla 4. Dimensiones y peso de objetos de metal del individuo 57A. El Chorro de Maíta. -Tabla 5. Composición de objetos de metal del individuo 57A. El Chorro de Maíta. -Tabla 6. Tubos de metal en entierros, datos y ubicación. El Chorro de Maíta. -Tabla 7. Objetos de metal, composición. El Chorro de Maíta, El Boniato y Alcalá. Análisis en el CEADEM, Cuba (2002-2003). -Tabla 8. Material indígena obtenido en prospecciones. El Chorro de Maíta. -Tabla 9. Cerámica europea e indígena no antillana obtenida en prospecciones. El Chorro de Maíta. -Tabla 10. Materiales obtenidos en unidades y cala realizadas entre el 2007 y el 2009. El Chorro de Maíta. -Tabla 11. Cerámica europea en unidades y cala excavadas entre el 2007 y 2009. El Chorro de Maíta. -Tabla 12. Materiales obtenidos en las unidades 9 y 9A. El Chorro de Maíta. -Tabla 13. Materiales obtenidos en las unidades 10, 11 y 12. El Chorro de Maíta. -Tabla 14. Materiales obtenidos en las unidades 13, 17 y Cala 19. El Chorro de Maíta. -Tabla 15. Materiales obtenidos en las unidades 16 y 18. El Chorro de Maíta. -Tabla 16. Materiales obtenidos en las unidades 14 y 15. El Chorro de Maíta. -Tabla 17. Fechados radiocarbónicos de zonas no funerarias. El Chorro de Maíta. -Tabla 18. Distribución de artefactos por capas estratigráficas. Excavaciones 2007-2009. El Chorro de Maíta. -Tabla 19.Materiales de trabajos 1979-1988 y otros. El Chorro de Maíta. -Tabla 20.Cerámica europea. Trabajos 1979-1988 y otros. El Chorro de Maíta. -Tabla 21.Comparación de reportes de materiales en diversas áreas del sitio. El Chorro de Maíta. -Tabla 22. Comparación de cerámica europea en diversas áreas del sitio. El Chorro de Maíta. -Tabla 23. Comparación de restos de fauna (NMI) obtenidos en diversas partes del sitio. El Chorro de Maíta. -Tabla 24. Especies identificadas en áreas domésticas y NMI. El Chorro de Maíta. -Tabla 25. Especies y NMI en zonas próximas al cementerio. El Chorro de Maíta. -Tabla 26. Objetos de metal de metal de cronología no precisada. El Chorro de Maíta. -Tabla 27. Distribución por sexo y edad. El Chorro de Maíta. -Tabla 28. Comportamiento de uso de modificación craneana según edad. El Chorro de Maíta.

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-Tabla 29. Comportamiento de uso de modificación craneana según sexo. El Chorro de Maíta. -Tabla 30. Aspectos tafonómicos en entierros de El Chorro de Maíta. -Tabla 31. Fechados de entierros humanos y material en entierros de El Chorro de Maíta. -Tabla 32. Cerámica indígena en los entierros. El Chorro de Maíta. -Tabla 33. Artefactos utilitarios indígenas en los entierros. El Chorro de Maíta. -Tabla 34. Cerámica europea en los entierros. El Chorro de Maíta. -Tabla 35. Restos de fauna en los entierros. El Chorro de Maíta. -Tabla 36. Composición de piezas de metal. Individuo 57A, El Chorro de Maíta, y sitio Alcalá. -Tabla 37. Composición de tubos de metal de entierros de El Chorro de Maíta y del sitio Alcalá. -Tabla 38. Alteración entre entierros. El Chorro de Maíta. -Tabla 39. Entierros poscontacto y sus indicadores. El Chorro de Maíta. -Tabla 40.Tipos de disposición mortuoria y su variabilidad. El Chorro de Maíta. -Tabla 41. Individualidad en los entierros y su variabilidad. El Chorro de Maíta. -Tabla 42. Tipos de articulación y su variabilidad. El Chorro de Maíta. -Tabla 43. Tipos de deposición mortuoria en relación a posición de las piernas. El Chorro de Maíta. -Tabla 44.Variabilidad en la posición de las piernas según aspectos biológicos y culturales. El Chorro de Maíta. -Tabla 45. Ornamentos no metálicos en entierros de El Chorro de Maíta. -Tabla 46. Distribución de individuos locales y no locales según sexo y edad. El Chorro de Maíta. -Tabla 47. Comportamiento de locales y no locales. El Chorro de Maíta. -Tabla 48. Datos de individuos en entierros. El Chorro de Maíta. -Tabla 49. Datos de individuos en entierros. El Chorro de Maíta. -Tabla 50. Datos de individuos en entierros de El Chorro de Maíta. Datos biológicos y prácticas mortuorias. -Tabla 51. Datos de individuos en entierros de El Chorro de Maíta. Objetos dentro de las tumbas y asociados a los restos humanos. Rocas.

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Capítulo 1. Introducción Las relaciones entre indígenas y europeos no ocupan mucho espacio en el pensamiento caribeño o en torno al Caribe. Es un tema menor dentro del asunto relevante, la acción de descubrimiento y conquista, y la construcción de un mundo colonial. Los indígenas son actores secundarios del suceso colombino y rápidas víctimas del genocidio o de la fatalidad del choque entre civilizaciones diferentes; en el universo colonial apenas si aparecen. Esta perspectiva tiene muchos matices y sigue el flujo de los tiempos pero en sus detalles básicos se halla anclada en la mentalidad regional, particularmente en las Antillas Mayores. Hay varias razones detrás de esto: la rápida desintegración social y demográfica del universo indígena, la existencia de un esquema histórico desde el cual se reitera este hecho -para repudiarlo o sostener conveniencias económicas y políticas-, y la ausencia de un componente poblacional importante que se reconozca como indígena o reclame esta herencia. En el caso cubano hay un intento de sincronizar la consolidación de la élite criolla en el siglo XVIII, con la idea del surgimiento del país (García del Pino y de la Fuente 1988). Todo momento anterior -y lo indígena en él- es irrelevante, acaso oscuro momento formativo. Esta visión marca la historiografía tradicional y contamina de modo velado el pensamiento subsiguiente para llegar hasta hoy, no como postura de principio pero si en la práctica de reflexión. En la construcción nacional el indio -expresión colonial del indígena- quedará como un recurso para cuestionar el dominio hispano y sostener la historicidad de la soberanía del país. El discurso republicano repite los viejos relatos y se hace eco de una narrativa donde el indígena no tiene voz y la arqueología apenas se la brinda. Se perpetúa hasta el presente una visión y un discurso colonial aún defendiendo, al recalcar el acto de conquista y la crueldad hispana, el derecho criollo a la independencia y a un proyecto propio. Celebramos una naturaleza mestiza y multicultural, pero esencialmente blanca y negra, hispana y africana, y sobre todo criolla; del indio tomamos apenas pinceladas folklóricas. Es la permanencia poscolonial de una perspectiva donde se retienen dicotomías empobrecedoras del pasado (indio débil y desaparecido-español cruel y raíz cultural), y se simplifica la complejidad del universo indígena y sus actitudes, respuestas, contribuciones, para dejarlo atrás o usarlo según las conveniencias del momento. El indio de las fuentes etnohistóricas, de Cristóbal Colón, Bartolomé de Las Casas o Gonzalo Fernández de Oviedo, es el más cercano a todos. Se le emplea tanto para construir una visión del pasado precolombino como para evaluar el panorama regional al momento del encuentro. Es un ente casi homogéneo en la narrativa colonial, con líderes escasos y poco exitosos, seguidos por una multitud amorfa. Apenas destaca -excepto por su desaparición- en ese tempestuoso y a la vez aparentemente letárgico siglo XVI, donde los textos históricos prefieren luchas de colonos sentando oligarquía local, la emergencia de las potencias europeas y sus disputa de botines y posesiones a España, y el esfuerzo imperial por organizar un mundo ya no tan nuevo. Se ha hecho un esfuerzo por recuperar al indio en los tiempos coloniales (Anderson-Córdova 1990; Fernández 1966; Guitar 1998; Moya Pons 1992), pero irregular y poco conocido. En Cuba un intento temprano de integración de datos, etnohistóricos y documentales, toma cuerpo con Felipe Pichardo Moya en su texto de 1945, Los Indios de Cuba en sus tiempos históricos y se continua en regulares pero aislados recuentos (Figueredo 1971; García Molina et al. 2007; Hernández 2003; Morales Patiño 1951; Yaremko 2006). Estos insisten en algunos de los puntos fijados por Pichardo: la persistencia de este componente poblacional más allá del fin de la encomienda, la realidad e intensidad de la resistencia indígena, la entrada e integración a entornos urbanos, la continuidad de los pueblos de indios, la rapidez y amplitud del mestizaje, la existencia de núcleos poblacionales aislados o no controlados, donde estaría uno de los componentes del campesinado cubano. A nivel del dato histórico ya hay miradas de peso como las de Levi Marrero (1975, 1993a, 1993b), y un diverso pero muy importante esfuerzo de historiadores, mayormente locales o trabajando sobre temas locales (Reyes 2007; Rodríguez Villamil 2002; San Miguel y Pérez 2007; Tamames 2009; Vega Suñol et al. 1987; Zerquera 1977), hurgando en los archivos accesibles para tener una visión de terruño, con noticias a veces sorprendentes y que urge sistematizar. De ahí nacen datos claves desde los cuales se ubica al indio en muchos lugares de la 19

geografía nacional y a lo largo de los siglos. Esto entronca con estudios de tradiciones, folklor y religiosidad (Fariñas 1995; García Molina et al. 2007; Lago 1994), para estructurar una perspectiva más tangible, si bien ocasionalmente arbitraria, del mantenimiento de lo indígena. Hablar de supervivencia tras el fin de la encomienda, de la integración del indio y su aporte a la conformación de nuestro ente nacional, ya no es un comentario extravagante, si bien no logra superarse como opinión de círculos especializados ni sienta cuerpo en el discurso dominante. En términos arqueológicos la situación no es muy diferente, quizás peor. El tema no tiene mayor prioridad en la región ante los varios milenios de historia precolombina a recuperar y con los que la arqueología se siente particularmente comprometida, dada su hegemónica posición para lograr este conocimiento. La arqueología de las Antillas Mayores ha sido por décadas la arqueología del pasado precolonial, y sólo de modo relativamente reciente se expande con fuerza a ciudades, complejos industriales y otras manifestaciones del escenario colonial y republicano, si bien estos espacios no le han sido totalmente ajenos. Se formó como una fuente de datos referidos por los textos de historia a manera de rápido inventario de cultura material, y evidencia de un pasado destruido por los europeos. El estudio de la interacción de los grupos nativos y los europeos en contextos indígenas fue, en un primer momento, una respuesta a accidentes de la práctica arqueológica. La recuperación del proceso tiende a quedarse en un momento temprano, asociado con las interacciones de descubrimiento o establecimiento colonial inicial, o en situaciones valoradas como breves o de bajo impacto, pues prevalece la idea de una rápida desaparición y de una mínima presencia colonial del indio; predominando un enfoque más de catalogación que de interpretación de la interacción (Valcárcel Rojas et al. 2012). Acaso esto se relacione con la predilección y familiaridad de los arqueólogos con las fuentes etnohistóricas o ciertos documentos tempranos, usados para explicar un pasado precolombino muchas veces totalmente desconectado de las sociedades allí descritas. También con una práctica incapacitada para superar la perspectiva metodológica y conceptual de los estudios en sitios indígenas precolombinos, y estructurarse para enfrentar escenarios y realidades diferentes. La investigación en contextos urbanos por su parte, lidia con las dificultades para ubicar al indio y, cuando lo logra, pocas veces va más allá de esto. Tal escenario, donde Cuba se halla particularmente imbricada, tiene diversas y meritorias excepciones, protagonizadas tanto por arqueólogos antillanos como de otras regiones, con claves valiosas para revertir la situación. Sin embargo, persiste un panorama epistemológico y metodológico, reflejo de los problemas de consolidación disciplinaria, que dificulta la percepción del “indio” en tiempos coloniales, el reconocimiento de su desempeño en un universo múltiple y cambiante, así como su proyección en los posteriores procesos de conformación del ente nacional. 1.1 La investigación Esta disertación enfrenta la invisibilidad colonial del indio a partir del estudio de un excepcional contexto arqueológico del nororiente cubano, el sitio El Chorro de Maíta (Figura 1). Excavado entre 1986 y 1988 (Figura 2), reporta el único cementerio localizado en Cuba en locaciones de comunidades agricultoras ceramistas, reconocidas en la práctica tradicional caribeña como taínos. La investigación inicial se concentró en la excavación de los entierros, los espacios alrededor de esta área fueron reconocidos pero de modo muy general. El descubrimiento del cementerio, excavado con todo el cuidado posible y siguiendo las técnicas disponibles para la arqueología cubana del momento, fue un suceso científico y cultural. En los trabajos, dirigidos por el importante arqueólogo Dr. José Manuel Guarch Delmonte y ejecutados por la Sección de Arqueología de la Academia de Ciencias de Cuba en Holguín, participaron investigadores de distintas instituciones del país asociadas a la arqueología y a la promoción del patrimonio. Fue la excavación controlada de tipo horizontal más amplia realizada en Cuba hasta aquel momento, y supuso un gran esfuerzo económico y científico. Las labores fueron seguidas por la prensa y se presentaron como evidencia de la consolidación de la práctica arqueológica nacional y del valor de la cultura y el patrimonio en el proyecto social cubano. 20

Figura 1. Isla de Cuba. Ubicación de El Chorro de Maíta.

Figura 2. Excavaciones en el cementerio de El Chorro de Maíta. Archivos del DCOA, Holguín. De forma paralela a la excavación se decidió la construcción de un museo, inaugurado sólo dos años después de la conclusión de estas (Figura 3). Los restos humanos fueron retirados para su estudio y se sustituyeron por réplicas que mantenían con gran fidelidad los caracteres anatómicos y los aspectos de posicionamiento de los elementos óseos y el material asociado, colocadas en el mismo lugar donde habían sido encontradas las osamentas y reproduciendo todos los detalles estratigráficos (Figura 4). Resultó una instantánea tridimensional del núcleo del Área de entierros, de enorme fuerza

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visual y totalmente nueva para el público cubano. El museo acogió piezas arqueológicas importantes y réplicas de valiosos objetos de metal a base de oro, hallados en uno de los entierros.

Figura 3. Museo El Chorro de Maíta.

Figura 4. Vista del interior del museo El Chorro de Maíta y de las réplicas de los esqueletos. El descubrimiento del cementerio fue premiado por la Academia de Ciencias de Cuba y en 1991 el sitio fue declarado monumento patrimonial de la nación cubana. Ambas declaraciones se sustentaban en el carácter único del contexto y de muchas de las evidencias. El lugar se convirtió en un símbolo del pasado indígena y de la cultura cubana, así como del interés por reconocer y estudiar su patrimonio. Esta visión se levantó con la fuerza del cementerio como prueba de la presencia humana y de la diversidad de manejos mortuorios propia de aquellas sociedades, y a partir de información obtenida en estudios paralelos al mismo proceso de excavación y construcción del museo, 22

concentrados en los restos humanos, los objetos asociados a estos, y en una pequeña zona fuera del área funeraria. Eran los datos básicos para explicar el material expuesto, y se suponía serían actualizados a partir de nuevas investigaciones. La mayor parte de las evidencias arqueológicas no fueron analizadas y en los años siguientes el estudio del sitio se contrajo al mismo ritmo que la arqueología y la economía del país, limitándose a resúmenes o interpretaciones del dato inicial (Guarch Delmonte 1994; 1996), con algunos esfuerzos aislados de investigación de los restos humanos (Rodríguez Arce 2003; Rodríguez Arce et al. 1994). En el lugar se recuperaron materiales europeos y resultaron llamativos algunos rasgos de las prácticas de entierro o de los individuos, poco comunes en estas comunidades indígenas. Se reconoció un vínculo con los europeos o su materialidad (Guarch Delmonte 1996; Pedroso 1992), sin embargo, el tema no tuvo mayor atención o se manejó como un aspecto secundario, ante la preeminencia de lo indígena o el interés por ampliar determinadas informaciones en función del manejo museográfico. Al desconocerse o minimizarse el impacto de la interacción con los europeos se propusieron interpretaciones que ahora sabemos erróneas. El autor de esta disertación compartió esos enfoques en su momento (Valcárcel Rojas 2002; Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce 2005), razón por la cual siente más a fondo el dramático significado de un cambio de visión en la investigación del sitio. 1.2 Preguntas y objetivos Esta disertación propone y materializa ese cambio de visión. Parte de las siguientes preguntas de investigación: ¿Cómo se expresa la existencia indígena en tiempos coloniales, en términos de interacción con otros grupos socioculturales y sostenimiento y transformación de sus modos de vida e identidad? ¿En qué elementos se expresa la interacción entre indígenas y españoles en el sitio arqueológico El Chorro de Maíta? ¿Cuál es el significado de estos indicios de interacción? Sus objetivos son: -Ubicar en el sitio El Chorro de Maíta, elementos o individuos asociados al accionar europeo y procesos de cambio o continuidad en los patrones indígenas, desarrollados en relación a este accionar. -Explorar el significado de esa presencia y procesos a fin de entender la situación en que se produce la interacción en el lugar y sus caracteres, centrándose en su impacto en la existencia indígena, las respuestas de la comunidad y de los sujetos, y los procesos de transformación y construcción de nuevas identidades e individuos. 1.3 Perspectiva teórica La definición del tipo de situación que sirve de marco a la interacción es vital para interpretar esta. Términos como interacción o contacto pueden convertirse en referencias asépticas, indicadores de vínculo pero desconectados del objetivo, carácter y consecuencias de este; necesitan ser contextualizados y corporeizados. Son bien diferentes las situaciones de interacción en una circunstancia de contacto y en un entorno colonial (Hill 1998; Silliman 2005). La dominación es el elemento a partir del cual se las distingue. La pérdida de autonomía, el control sobre lo cotidiano y lo espiritual transforman el universo indígena y proyectan la interacción a un plano muy diferente del vínculo entre entidades autónomas, negociando posiciones desde sus respectivos intereses. En el caso antillano tales situaciones se relacionan con una cronología particular, propia de cada isla, y con el ritmo mayor de la penetración hispana en el área y la ocupación y manejo de los territorios. Desde estos elementos la disertación asume, como perspectiva teórica, el valor modélico de la dominación como estructuradora de las relaciones entre individuos y sociedades (Miller y Tilley 1984; Miller et al. 23

2005). La dominación ayuda a penetrar la naturaleza de la situación colonial (Dussel 1994) pero no es su único componente. Será clave entonces, comprender como se gestiona la vida en circunstancias de este tipo, y cuales procesos pueden darse cuando confluyen diversos conjuntos poblacionales y culturales, movilizados en el marco del mundo colonial. En este sentido se recurre a los enfoques de agencia (Hodder y Hutson 2003; Wobst 2000) y transculturación (Ortiz 1983), como herramientas orientadoras para valorar estos fenómenos. Ayudan a entender a un indígena y a un “indio” que se resiste, alinea, interactúa, o que se mezcla con blancos y africanos, convirtiéndose en un individuo nuevo o sentando las bases de un mundo mestizo. 1.4 Perspectiva metodológica Se sostiene la idea de que los sitios indígenas con material hispano no pueden ser analizados desde las perspectivas usadas para el estudio de contextos precolombinos. Sólo el estudio de múltiples líneas de evidencias y la integración de técnicas y métodos de la arqueología histórica y prehistórica, bien conectadas con los conocimientos tanto del universo indígena precolonial como del universo europeo, dan posibilidades de éxito en una tarea compleja, en tanto pretende estudiar un proceso increíblemente diverso y no siempre breve, variable en dependencia del momento, sus actores y múltiples circunstancias históricas, donde la materialidad hispana o el cambio en el entorno indígena no es siempre evidente ni es el único indicio posible de la interacción. Esta posición, bien consolidada internacionalmente, se inspira a nivel regional en experiencias pioneras de arqueólogos cubanos como Alexis Rives y Lourdes Domínguez (Domínguez y Rives 1995; Rives et al. 1991), y en el sostenido trabajo de Kathleen Deagan (Deagan 2004; Deagan y Cruxent 1993). Se plantea por tanto un diseño metodológico que considera: -Combinación de enfoques de la arqueología histórica y prehistórica. Parte de un estudio donde se incorporan los recursos y conocimientos de ambas especialidades, valorando sus desarrollos regionales específicos. Combina una amplia datación radiocarbónica con estimados basados en las dataciones de material europeo y procesos históricos. Hace un extenso uso de información documental publicada e inédita, así como de fuentes etnohistóricas, buscando el ajuste temporal y espacial adecuado. -Perspectiva multidisciplinaria y visión integradora. El Chorro de Maíta concentra los restos de espacios de habitación humana y un cementerio, y por tanto una gran diversidad de materiales. Para valorar de modo integrado estos contextos se desarrollaron estudios de toda la colección de restos humanos (análisis osteométricos, dentales, de caracterización de modificaciones artificiales, tafonómicos, de determinación de origen por isótopos de estroncio, etc.); estudios arqueozoológicos; trabajos arqueológicos diversos (prospecciones, excavaciones, etc.), con fases de fuerte perfil arqueométrico, en especial investigaciones de arqueometalurgia; y estudios históricos. -Visión comparativa. Se busca en lo posible una perspectiva diacrónica, siguiendo la evolución de diversos aspectos antes de la interacción y durante esta, a fin de identificar y valorar situaciones de cambio o continuidad en los patrones indígenas. Esto se correlaciona espacialmente. Se enfoca además, en percibir la emergencia de elementos nuevos en cuanto a expresión material, prácticas, o componentes étnicos, y en aspectos del impacto biológico de la interacción. Se analiza la variabilidad en las prácticas mortuorias. La valoración de la dominación siguió la determinación de cambios o situaciones en el plano de la cotidianeidad indígena, su religiosidad, patrones identitarios y de conformación de su entorno vivencial y mortuorio, históricamente conectadas con los esquemas de control hispano, particularmente con el accionar de construcción de sujetos coloniales. El desempeño indígena se consideró en base a variables como el modo de manejo de la materialidad y las prácticas hispanas, y la transculturación se enfocó en situaciones de sincretismo y en circunstancias de etnogénesis, 24

conectadas con la aparición y proyección identitaria de nuevos componentes étnicos, en especial el indio y el mestizo. Los resultados obtenidos cambian de modo radical la visión del sitio y establecen la enorme importancia de las situaciones verificadas en el lugar a partir de la interacción, tanto en la conformación del panorama socio cultural del lugar como en el origen de los mismos contextos arqueológicos. Se determina que en la primera mitad del siglo XVI gran parte de las zonas no funerarias pudieron estar funcionando en circunstancias de control hispano del asentamiento, un pueblo de indios encomendados, y que el cementerio es resultado de la mortalidad generada durante este período si bien no se excluye la posible presencia de algunos entierros anteriores a la interacción. La concepción del cementerio no es indígena, aún cuando no alcance la formalización de un cementerio cristiano típico. Este alberga restos de individuos indígenas cubanos y no cubanos, así como al menos dos mestizos y un africano, según análisis osteométricos. Es una composición etnodemográfica hasta ahora no identificada con este nivel de precisión en sitios indígenas del Caribe. Se explica como resultado de la inhumación de población encomendada y esclavos de diverso origen, radicados en el lugar o en espacios cercanos, en tanto hay indicios de un fuerte manejo colonial de la región. Tal dato, pionero en términos arqueológicos, se completa con la identificación de individuos mestizos, valorándose detalles de una identidad y existencia que los sitúa, junto a indios y negros, en los escalones inferiores de la estructura social del momento. Se hace visible la acción de cristianización de ciertos individuos, parte de los grupos de élite indígena, y de construcción de sujetos coloniales como el “indio”. De modo paralelo se distingue el sostenimiento de prácticas tradicionales, evidencia de una posición activa del indio, expresada además en soluciones sincréticas. En este entorno múltiple, verdadero escenario transcultural, aparecen nuevas identidades e individuos, como los mestizos; en ellos confluye una mezcla genética y cultural la cual será marca de los nuevos tiempos y de la futura conformación del ente cubano. Se trata de un acercamiento valioso a la vida y la muerte en espacios coloniales, fuera de las villas hispanas, donde la arqueología es un recurso verdadero para potenciar la visión de esos “otros” individuos y ambientes (Deagan 1996:135; Dietler 2005:50). Nuestro caso es muy relevante pues se analiza un espacio indígena, un pueblo encomendado, trasformado en un complejo escenario de dominación y supervivencia, pero sobre todo porque supone la continuidad y persistencia de este componente en momentos donde la historia tradicional sólo ve su final. Es un aporte útil en la revisión de la historia colonial cubana y caribeña, a fin de construir una imagen menos colonial de nuestra región, una historia donde se reconozca la real participación del indígena y la complejidad de los procesos donde se vio insertado. Los resultados obtenidos nos ayudan a saber más del indio, que es igual a saber más de nosotros mismos, y a cuestionar el discurso excluyente construido por criollos y peninsulares interesados en blanquear y legitimizar su pasado y sus posiciones de poder. Es comenzar a mirar a fondo ese famoso “ajiaco” que es Cuba (Ortiz 1991), para entender en él la presencia y contribución del indio. 1.5 Contexto de la investigación Este estudio es una aventura académica difícil de imaginar en el actual entorno arqueológico cubano y caribeño, marcado por problemas de preparación técnica y falta de recursos. La solución se ha encontrado en aprovechar la voluntad institucional y personal existente en Cuba e integrarla con las posibilidades ofrecidas en espacios internacionales. Un increíble entorno de solidaridad, apoyo escolar, y real interés por esta investigación, generado por diversos factores -entre ellos el progresivo reconocimiento de la importancia del sitio-, permitió el acceso a recursos, informaciones y análisis diversos, así como la colaboración con destacadas instituciones y especialistas cubanos e internacionales. La investigación fue promovida como disertación doctoral gracias a la Professor Dra. Corinne Hofman, como parte de los trabajos del Grupo de Estudios del Caribe, de la Facultad de Arqueología de la Universidad de Leiden, Holanda, y del proyecto VICI Communicating Communities 25

dirigido por Corinne L. Hofman y sostenido por Netherlands Foundation for Scientific Research (NWO-No. 277-62-001). Los trabajos de campo se desarrollaron a partir del año 2006 como parte del Proyecto territorial de investigaciones El Chorro de Maíta. Registro del espacio arqueológico, y a partir del 2008 y hasta el 2011, dentro del Proyecto territorial de investigación Contacto hispano aborigen en El Chorro de Maíta, ambos dirigidos por Valcárcel Rojas (2005, 2007) y ejecutados por personal del Departamento Centro Oriental de Arqueología, del Centro de Investigaciones y Servicios Ambientales y Tecnológicos de Holguín (en lo adelante CISAT), usando financiamiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente de Cuba (en lo adelante CITMA). En el año 2007 los trabajos de campo y aspectos de la investigación de los materiales incorporaron la colaboración de un equipo de investigadores norteamericanos dirigidos por el Professor Dr. Vernon James Knight, del Departamento de Antropología de la Universidad de Alabama, EUA, integrado por arqueólogos de esta institución, de la Universidad de Mississippi, de la Universidad de West Florida, y de la Universidad Estatal de Pennsylvania. Esta colaboración es parte de un convenio de trabajo entre el Departamento de Antropología de la Universidad de Alabama y el CISAT, e integró el apoyo económico de National Geographic Society Committee for Research & Exploration (Grant No. 777605 y No. 8476-08). Dentro de esta colaboración se desarrollaron además, talleres de capacitación en temas de investigación cerámica y arqueología ambiental, con estudios aún en proceso, financiados por la Fundación Christopher Reynolds (Grant No. 22968 y No. 23459). Los trabajos de campo realizados durante los años 2007 y 2008 ampliaron la prospección del sitio, iniciada en el 2006, y permitieron la excavación de espacios domésticos en tres áreas diferentes. Fueron realizados bajo la dirección de Valcárcel Rojas, A. Brooke Persons (estudiante de doctorado de la Universidad de Alabama) y Vernon James Knight, y con el apoyo del Dr. John W. O'Hear (Universidad de Mississippi). Como parte de la colaboración con la Universidad de Alabama, en el año 2008 se iniciaron estudios paleobotánicos bajo la dirección de la Dra. Lee A. Newsom (Universidad Estatal de Pennsylvania; Penn State University). Nuevos trabajos de campo fueron realizados por Valcárcel Rojas en el 2009, a fin de precisar detalles de la distribución del material arqueológico. Los aspectos biológicos fueron investigados por un equipo del Grupo de Estudios del Caribe de la Universidad de Leiden, bajo la dirección de Corinne L. Hofman, durante los años 2007 y 2010, como parte de un convenio de cooperación entre la Facultad de Arqueología de la Universidad de Leiden y el CISAT de Holguín. Un nuevo estudio de toda la colección de restos humanos fue realizado por la Dra. Darlene Weston aportando, entre otras informaciones, una nueva identificación de edades y sexo, usada por los investigadores doctorales Jason Laffoon, Anne van Duijvenbode y Hayley L. Mickleburgh, en los estudios de origen territorial, deformaciones craneanas y aspectos dentales, respectivamente. Un estudio tafonómico fue desarrollado por el Dr. Menno Hoogland, con la colaboración de Valcárcel Rojas. Para estas labores se contó con el financiamiento del proyecto Communicating Communities dirigido por Corinne L. Hofman (NWO-No. 277-62-001). Los estudios de material cultural, una amplia gama de evidencias indígenas sobre todo, fueron realizados por Valcárcel Rojas con la colaboración de personal del Departamento Centro Oriental de Arqueología (en lo adelante DCOA) como parte de los proyectos El Chorro de Maíta. Registro del espacio arqueológico y Contacto hispano aborigen en El Chorro de Maíta. La investigación de restos de fauna fue ejecutada, también dentro de estos proyectos, por la investigadora Lourdes Pérez Iglesias, de la institución antes mencionada. En el caso de los objetos europeos, particularmente de la cerámica y el vidrio, se tuvo la colaboración de los especialistas del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, en lo adelante OHCH, investigador Roger Arrazcaeta e investigadora Lisette Roura. La identificación de algunos objetos implicó un amplio enfoque arqueométrico que incluyó estudios bajo la dirección de la especialista Ariadna Mendoza Cuevas en el Gabinete de Arqueometría de la OHCH, para el caso del azabache. La perspectiva arqueométrica consideró estudios de residuos en vasijas de cerámica, gestionados por Vernon J. Knight, y la

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identificación de un textil, coral y ámbar, por Lee A. Newsom y el Dr. Rusell Graham, como parte de un acuerdo de colaboración de la Universidad Estatal de Pennsylvania con el CISAT de Holguín. La acción más amplia en esta dirección fue un estudio de arqueometalurgia desarrollado por el Dr. Marcos Martinón Torres (University College London) y Valcárcel Rojas, con la colaboración de distintos investigadores. Se usaron las facilidades de los laboratorios de Ciencias Arqueológicas Wolfson, del Instituto de Arqueología de University College London, UK, inicialmente como parte de una beca de Valcárcel Rojas (Marie Curie Action for Early Stage, CT-2004-514509), supervisada por el Professor Dr. Thilo Rehrem. En una segunda etapa se amplió a los Laboratorios del Centro de Investigación y Restauración de los Museos de Francia (C2RMF), e incluyó una comparación con materiales de diversas partes de Cuba. Estas labores usaron el apoyo económico de European Unión EU-Artech Programme y del proyecto Communicating Communities. Un estudio de la cronología de ocupación del sitio y uso del cementerio fue desarrollado a partir de fechados por C14 y AMS, conseguidos gracias al apoyo de Vernon J. Knight (National Geographic Society Committee for Research & Exploration, Grant No. 7776-05 y No. 8476-08), Corinne L. Hofman (Proyecto Communicating Communities. NWO-No. 277-62-001), Maja Bauge (Fundación Kon Tiki, Noruega), y de un proyecto de datación del cementerio diseñado por la Dra. Alex Bayliss (English Heritage, UK), Valcárcel Rojas y Thilo Rheren (2005), y financiado por NERC/AHRC, UK. En la línea de investigación histórica se pudo contar con datos aportados por el Dr. John E. Worth, miembro del grupo de trabajo de Vernon J. Knight, a partir de búsquedas documentales en el Archivo General de Indias (AGI), en España. De modo independiente Valcárcel Rojas localizó y revisó documentación histórica en este archivo, y colecciones documentales publicadas y textos antiguos en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos en Sevilla, con el apoyo del proyecto Communicating Communities. También realizó búsquedas documentales en el Archivo Nacional de Cuba, en La Habana, y trabajó con fuentes publicadas en la Biblioteca Nacional de Cuba y en la Biblioteca del Archivo Nacional de Cuba. 1.6 Estructura de la disertación Capítulo 1. Introducción. Capítulo 2. Presenta el marco conceptual y metodológico de la investigación. Discute los términos contacto cultural y período de contacto así como sus implicaciones para el caso de la práctica arqueológica en las Antillas Mayores, abogando por la necesidad de una definición de la situación donde se produce la interacción (de contacto o colonial). La dominación corre junto a otros procesos, como el desempeño del indígena como actor social, y la construcción de nuevas identidades y componentes étnicos; estos aspectos se discuten a la luz de datos históricos regionales. El esquema metodológico se plantea desde experiencias internacionales, definiendo su ajuste al caso de estudio. Capítulo 3. Resume el conocimiento arqueológico e histórico sobre las sociedades agricultoras ceramistas en Cuba al arribo europeo, así como los aspectos principales de la interacción hispana con los indígenas y del desempeño de estos en tiempos coloniales. Sintetiza los datos arqueológicos e históricos sobre el área de Yaguajay, espacio donde se ubica el sitio El Chorro de Maíta. Capítulo 4. Ofrece un resumen de datos ambientales y paleoambientales de la zona de Yaguajay y de El Chorro de Maíta. Presenta el estado del conocimiento arqueológico sobre el sitio al inicio de la disertación, deteniéndose en detalles de los trabajos realizados entre 1986 y 1988, los cuales serán retomados o contrastados en los siguientes capítulos. Rebela la falta de una investigación orgánica y de una visión coherente del lugar, así como la escasa atención ofrecida al estudio de los materiales europeos y de la interacción.

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Capítulo 5. Presenta los nuevos trabajos de campo realizados en espacios no funerarios del sitio entre los años 2006 y 2009, a fin de reconocer su estructura y ubicar y analizar contextos, materiales y procesos vinculados a la interacción. Discute los resultados de investigación de las evidencias provenientes de las labores realizadas entre 1979 y 1988. Descubre un espacio algo mayor al inicialmente reportado, así como una materialidad europea poco diversa pero amplia en cuanto a expresión cerámica, paralela a un universo artefactual indígena con escasos cambios o incorporaciones desde el lado europeo. Resulta clara la inserción del lugar en una interacción importante, desarrollada en la primera mitad del siglo XVI, con posibilidades de extensión a inicios de la segunda mitad, según los fechados radiocarbónicos y referencias de distintos tipos de materiales europeos o importados en relación a estos. Capítulo 6. Presenta los nuevos estudios de los restos humanos. Se ajusta la identificación de aspectos biológicos básicos, como sexo, edad, número de individuos, y ascendencia. Se ofrece el resultado de estudios dentales, de identificación de modificaciones craneanas, origen territorial según isótopos de estroncio, así como de un estudio tafonómico que precisa detalles de las prácticas funerarias y de la formación del cementerio. La integración de estos análisis identifica a un indígena mesoamericano, un africano y dos mestizos, junto a población indígena de diverso origen. Se discuten las dataciones radiocarbónicas de un amplio grupo de individuos, coincidentes en sentido general con las obtenidas en zonas no funerarias, así como aspectos demográficos. Por su composición, aspectos demográficos, cronología, y variaciones en esquemas identitarios indígenas, se hace evidente el fuerte impacto de la interacción con los europeos en la formación del cementerio. Capítulo 7. Presenta el análisis de los materiales hallados en las tumbas y la identificación de los objetos situados sobre los restos. Descubre, a diferencia de opiniones anteriores, que gran parte de estos últimos se obtienen a partir de la interacción con los europeos. Precisa el entierro de varios individuos vestidos. Se amplía la definición cronológica de los entierros incorporando distintas líneas de datos para establecer el carácter poscontacto de más de un tercio de las inhumaciones. Se describen las prácticas mortuorias usando datos de las excavaciones iniciales y del estudio tafonómico, precisándose algunas influenciadas por los europeos y desarrolladas de modo paralelo a las indígenas. Se asume la formación del cementerio a partir de la interacción con los europeos. Capítulo 8. Se conjugan los resultados de la investigación arqueológica en las distintas áreas con la información histórica disponible. Se interpreta al sitio como un pueblo de indios insertado en los sistemas hispanos de manejo colonial de la región, y al cementerio como un espacio fomentado en estas circunstancias, donde se inhumó población encomendada y esclava. Analiza la estructuración de la dominación hispana a partir del tipo de estatus social y legal de la población, y de acciones que convierten a estos individuos en sujetos coloniales. Distingue indicios de un accionar indígena independiente y la aparición de nuevas identidades y componentes étnicos. Discute datos de la identificación histórica del lugar, insegura por el momento. Capítulo 9. Conclusiones. Se resumen los resultados obtenidos y discuten las implicaciones del estudio: la necesidad de enfoques amplios y creativos que permitan enfrentar la invisibilidad colonial de indígenas e indios y de los restantes sujetos coloniales, viviendo y muriendo en entornos rurales; y la importancia de que el estudio de la interacción gane un espacio propio en la reflexión arqueológica del área. El resumen de los capítulos indica cuanto se habla sobre la muerte en esta disertación. Sin embargo, es también un esfuerzo para entender la vida, la vida de los que sufrieron el entorno colonial y llegaron a marcar nuestro presente, aunque se persista en el olvido. Es sobre los indígenas e indios, y sobre los de “abajo”, siempre olvidados, cualquiera sea su color. A ellos mi homenaje. 28

Capítulo 2. Procesos coloniales. Del contacto a la situación colonial Debe hacerse una clara distinción entre sociedades que se encuentran, descubren o interactúan ocasionalmente, y entre sociedades relacionándose en un entorno donde el grupo recién llegado ordena el nexo, según distintas formas de dominación o control. Al primer caso se le ha llamado contacto, término muchas veces aplicado a la segunda situación, el colonialismo. Partimos de la necesidad de distinguir estos momentos-procesos dentro de las dinámicas humanas de interacción para poder comprenderlas y explicarlas, enfatizando en el carácter definidor de la dominación y en las circunstancias y posibilidades generadas en el escenario colonial para dominadores y dominados. Esta perspectiva teórica ordena la presente investigación. Sus elementos básicos, terminológicos y conceptuales, se explican en este capítulo, en particular los modos de conformación de la dominación, así como procesos paralelos y alternativos valorados desde las perspectivas de agencia y transculturación. Se revisa la expresión histórica regional (Antillas Mayores) de tales situaciones, como base para la interpretación de datos desarrollada en otras partes del texto. El capítulo discute además, los enfoques metodológicos más relevantes al caso en estudio en lo que atañe al análisis de la interacción entre europeos y sociedades indígenas americanas, así como la propuesta conformada desde estos para enfrentar la investigación del sitio arqueológico El Chorro de Maíta. Esta atiende al conocimiento y el dato disponible sobre el lugar, y a las complejas características de las evidencias arqueológicas y de la locación. 2.1 Contacto cultural y colonialismo El contacto cultural ha sido definido como el intercambio proactivo y directo entre miembros de unidades sociales que no comparten la misma identidad (Schortman 1989); estas unidades pueden ser tanto culturas individuales como entidades globales. El contacto cultural está en el mismo origen de la sociedad y forma parte de la naturaleza humana (Gosden 2004:5); es una “predisposición” a la interacción con otros (forasteros) -una necesidad creada a través de la diversidad humana, patrones de asentamiento, e interés por el intercambio- y a querer controlar esta interacción (Cusick 1998a:4). Es múltiple en sus escalas, temporalidades, motivaciones, y puede constituir un motor del cambio social y un recurso de equilibrio. Involucra a todas las sociedades, en cualquier nivel de complejidad, y se expresa desde diversas relaciones de poder y control, con resultados igual de variados. En América su estudio alcanza una dimensión especial en tanto es inherente al análisis de los procesos de expansión europea que a partir de fines del siglo XV DC dan base al panorama sociohistórico, e incluso ecológico, actual, y por ello, a la misma reflexión sobre la formación de sus sociedades contemporáneas. La importancia otorgada a los acontecimientos asociados al arribo y colonización europea, magnifica la percepción del contacto generado por éstos, en especial su relación con los indígenas, situándolo a un nivel que ningún otro momento o tipo de contacto alcanza. El contacto preludia la acción de conquista y colonización europea cuando tiene un carácter inicial, asociado al descubrimiento y exploración (el primer contacto), aunque se halla en ambos grupos de circunstancias en tanto categoría antropológica general que distingue la interacción. Por esa razón sus temporalidades y escenarios son múltiples y, con ellos, su misma naturaleza. En términos de contacto se reconocen la presencia permanente y formas de convivencia en áreas de poblamiento europeo, o de accionar religioso, militar y económico, pero también las relaciones estructuradas a través de la acción comercial o a partir de la vida en bordes territoriales, con un bajo nivel de interacción poblacional y control sobre las comunidades locales, entre otras muchas posibilidades. En el caso de Norteamérica una de las más usuales denominaciones para el proceso de interacción entre europeos y nativos, o para algunos de sus momentos, es el de “período de contacto”. Algunos autores lo restringen a la etapa de captación de ideas y materiales europeos, antes del contacto directo 29

con éstos, haciéndolo equivalente al llamado período protohistórico (Ewen 1996:41). Otros incluyen momentos o toda la situación de relación directa (Hobler 1986; Perttula 1993). Estas posturas encontraron eco en el Caribe y en diversas partes del continente, donde el término se ha manejado con frecuencia de modo similar, particularmente en su segundo enfoque (Charlton y Fournier 1993; Deagan 1988; Graham 1998; Wilson 1990). En las últimas décadas se han presentado análisis importantes sobre la aplicación del término contacto cultural y su comprensión como proceso (Cusick 1998a; Lightfoot 1995; Silliman 2005). Reflejan las tensiones inherentes a su uso como categoría antropológica respecto a ciertas condiciones históricas y a su contraparte arqueológica. Hay conciencia de que su manejo en una perspectiva abstracta y demasiado inclusiva lo convierte en una herramienta que limita el análisis de la naturaleza de la interacción y sólo distingue la diferencia entre los que interactúan. Una reflexión inspiradora en este sentido la ofrece Silliman (2005), quien aboga por lograr una distinción adecuada entre contacto y colonialismo, especialmente en la coyuntura de la expansión europea en América y de los procesos coloniales que genera. En su opinión el contacto cultural no asume muchas situaciones inherentes a las relaciones entre indígenas y europeos: violencia, imposición de un régimen de trabajo forzado, la presencia de grupos no indígenas en las regiones en interacción. En el caso del llamado período de contacto no se trataría sólo de un término blando, como ha referido Paynter (2000a), sino también poco preciso y con escasa teorización, incapaz de cubrir la complejidad de los diversos entornos coloniales donde el indígena vivió hasta fechas no muy lejanas, y su experiencia vital. Para Silliman (2005:60-65) el intento de mostrar al colonialismo como contacto cultural o, dicho de otro modo, de ignorar los caracteres coloniales de gran parte de las relaciones entre indígenas y europeos, supone percibir o presentar procesos coloniales de larga duración, comunes en los Estados Unidos, como colisiones de corta duración entre distintas culturas. Esto se ajusta a visiones en medios no arqueológicos donde el término contacto resulta un evento de corta duración, nuevo, historias separadas de los grupos que contactan, y la preeminencia de la relación de intercambio. Algo muy diferente de la interacción colonial, propia del establecimiento europeo a gran escala en las áreas indígenas. Entra en consonancia con casos donde los mismos arqueólogos discuten como contacto cultural situaciones evidentemente coloniales, y en el contradictorio manejo de una terminología en la que los sitios de los nativos americanos tienden a ser llamados sitios de contacto si contienen objetos europeos, aún cuando las fuentes europeas y contextos de interacción multiétnica de donde proceden los objetos se reconocen como coloniales. El contacto cultural no ayuda a ver, en estas condiciones, la verdadera naturaleza de la existencia colonial y subestima las relaciones de desigualdad, poder, dominación y opresión. A esto contribuye la prioridad dada a la noción de sociedades autónomas, interactuando en circunstancias que pueden ser violentas pero breves. Por otro lado, fracciona la realidad colonial al separar las experiencias de los nativos americanos y de los africanos, cuya presencia en entornos coloniales tiende a no reconocerse en las investigaciones del contacto. La instrumentación de estos enfoques desde el contacto cultural da prioridad al seguimiento de rasgos culturales predefinidos, a fin de determinar el cambio en las comunidades nativas, y relega el reconocer su capacidad creativa y potencia para generar posturas diversas de resistencia y supervivencia. En cierto modo se persiste en enfoques de aculturación y cambio unilineal, aún cuando es clara la existencia de cambios multidireccionales y que la interacción puede generar productos sociales nuevos, integrando conjuntos no uniformes, tanto a nivel de colonizados como de colonizadores. Los rasgos culturales no dan acceso a está diversidad. Tales consideraciones son importantes para valorar la investigación arqueológica de la interacción hispano indígena en el Caribe, y entender cómo la conceptualización del contacto cultural ha modelado su capacidad de percibir y entender este proceso. Si bien desde una perspectiva histórica la presencia indígena no alcanza la fuerza y extensión temporal visible en otras regiones, su vínculo con los europeos es igualmente resultado y parte de un proceso colonial. De hecho, se percibe como el aspecto principal del momento temprano del proceso colonial, período que los historiadores coinciden en iniciar con el arribo de Colón y extienden hasta la independencia de estos territorios del dominio 30

español o de los restantes poderes europeos. Desde la perspectiva arqueológica es un área marginal acápite final de la llamada arqueología precolombina-, que básicamente registra el cese de la existencia indígena. 2.2 Arqueología del período de contacto en las Antillas Mayores El arribo de Cristóbal Colón a Las Antillas en 1492, marca el comienzo de un nuevo capítulo histórico donde se completa la visión e integración del mundo. Como empresa bien enraizada en las prioridades económicas e ideológicas de su época, se trata de un accionar dinámico y violento, capaz de transformar de modo radical la región en pocos años. A partir de 1493 se inició el establecimiento poblacional europeo y la explotación económica de La Española. En Cuba, Jamaica y Puerto Rico ésto comenzó a implementarse a fines de la primera década del siglo XVI, período en torno al cual se inicia la transformación de Las Bahamas y las Antillas Menores, principalmente las de Sotavento, en fuentes de mano de obra esclava. A mediados de siglo la explotación laboral, el impacto de la conquista y las enfermedades, habrían gestado un cambio demográfico y socioeconómico que las visiones tradicionales resumen en la completa desarticulación de las estructuras sociales indígenas, la casi total desaparición de su población y un reordenamiento humano basado en la entrada masiva de esclavos africanos y el desarrollo de un amplio y diverso estrato mestizo. El paisaje natural también se transformaría por la extracción acelerada de ciertos recursos y por la penetración de nuevos animales y plantas. El panorama de las Antillas Menores oscilaría entre la despoblación y la vigencia de asentamientos, para el caso de las islas de Barlovento, donde los indígenas se mantienen autónomos hasta el siglo XVIII (Cassá 1992:259; Rouse 1992:161). Durante los siglos XVI y XVII las comunidades de las islas de Barlovento sostienen relaciones de intercambio y ocasionales enfrentamientos con diversas potencias europeas, dentro de un proceso histórico muy diferente al de las Antillas Mayores. La investigación arqueológica de la interacción hispano indígena se ha desarrollado muy poco en Las Bahamas y las Antillas Menores, dada la escasez de contextos que la reflejen (Deagan 1988:200; Delpuech 2001:31; Watters 2001:92). No obstante, en el sitio Argyle, en Saint Vincent, Louis Allaire (1994, citado por Boomert 2011) localizó evidencias europeas asociadas a cerámicas indígenas tipo Cayo, reconocidas como propias de grupos caribes insulares. Este nexo ha sido confirmado en recientes trabajos, constatándose interrelaciones que parecen remitir a fines del siglo XVI e inicios del siglo XVII, a partir de la captación local de ciertos objetos europeos (Hofman et al. 2011). En las Antillas Mayores, espacio de nuestro interés, es un campo disciplinario de larga data, de modo particular en Cuba, formulándose dentro de la arqueología del período de contacto hispano (Deagan 1988) o del contacto indo-hispánico (García Arévalo 1978b). Se le ha vinculado a una llamada era colombina, ca.1490-1520, previa a la expansión colonial continental (Deagan 1988); aunque la definición de su límite final a partir de la idea del colapso de las estructuras socio políticas y de la demografía indígena, le dan más flexibilidad, situándolo indistintamente en la década del veinte o el treinta del siglo XVI para Las Bahamas (Gnivecki 1995:209), La Española (Wilson 1990:135) y Puerto Rico (Anderson-Córdova 2005:347-348), o a mediados de ese siglo para La Española y Cuba (García Arévalo 1991:363; Rives et al. 1991:28). Jamaica también estaría dentro de estos rangos, si nos basamos en sus datos demográficos (ver Woodward 2006:164). En términos históricos incluye el proceso de descubrimiento y conquista, y parte de la acción de colonización. En sus comienzos, en torno a la década de los años cuarenta del siglo XX, la investigación de la interacción entre indígenas y europeos se expresó en la identificación de sitios indígenas donde quedaron objetos hispanos u objetos indígenas que copian elementos de la materialidad occidental (García Castañeda 1949a; Morales Patiño y Pérez de Acevedo 1945; Rouse 1942); ver Figura 5). De modo general en estos estudios se tiende a percibir la interacción como un suceso inicial, pues su ubicación cronológica se atiene la mayoría de las veces, sin una contrastación arqueológica, a la correlación con los datos históricos más conocidos de las zonas donde se hallan los sitios. Se recurre a 31

las fuentes de fácil acceso, los registros etnohistóricos o las colecciones documentales publicadas, que en el caso de las Antillas Mayores dan mucha visibilidad a acontecimientos tempranos o enmarcados en la parte inicial del período de contacto, con un desigual nivel de detalle y extensión temporal en lo referido al tratamiento de las distintas islas. En esta línea se halla el esquema de cabeceras de cacicazgos definido por el arqueólogo norteamericano Irving Rouse para Banes, Cuba, siguiendo datos del trayecto de Diego Velázquez en 1513 (Rouse 1942:157). Se genera un efecto circular pues al valorar los materiales europeos se les percibe, sin un análisis adecuado, como propios de las relaciones que se estereotipan para ese momento: intercambio de regalos, rescate y pago de servicios, si se trata de cuentas de vidrio, cascabeles, fragmentos de cerámica y metal; o acciones militares, si se hallan armas o implementos de equitación. También se impone el traslado de esquemas clasificatorios desarrollados en Norteamérica para valorar procesos de interacción no necesariamente iguales a los verificados en el Caribe. Esto pudiera explicar por qué Rouse considera como objetos de comercio o rescate, a armas y herramientas, elementos que el dato histórico antillano no registra desde esta perspectiva. Aún cuando los modelos y la tipología de la aculturación1 no logran popularidad en el trabajo caribeño de aquellos años, estos estudios se hallaban conectados con está perspectiva -quizás de un modo inconsciente- por su interés básico en percibir indicios de cambio cultural. Paradójicamente se recurre a un modelo diferente (Morales Patiño y Pérez de Acevedo 1945), el de transculturación (Ortiz 1983), donde se distingue la bidireccionalidad del cambio y el surgimiento de componentes culturales nuevos. Sin embargo, es sólo un manejo en términos de denominación pues se insiste en la no supervivencia del indio o en su integración o mestizaje, y la transculturación no se aprecia en su verdadera naturaleza transformadora y creativa, sino en su capacidad de referir a un nexo cultural más intenso -en comparación con la sola adquisición de objetos europeos- y una transformación mayor de la sociedad indígena y su materialidad. Esta visión no se modificará mucho en los próximos años, pero en los setenta tiende a formalizarse desde mejores datos de registro y análisis arqueológico, cuando la arqueóloga cubana Lourdes Domínguez propone una metodología clasificatoria específica (Domínguez 1978:37): -Sitios de contacto, si el material europeo tenía una presencia superficial, no era muy abundante ni estaba modificado. Indica una relación corta o indirecta. -Sitios de transculturación, si además de abundantes evidencias europeas, con huellas de reutilización o modificación, aparecían objetos indígenas que indicaran copia de caracteres europeos. Supone una relación larga y un intercambio cultural intenso. Arqueólogos cubanos y dominicanos, como L. Romero Estébanes (1981) y M. García Arévalo (1978b), usaron este enfoque. Se hicieron esfuerzos por ver la presencia del indio en contextos urbanos (Domínguez 1980; García Arévalo 1978a), pero el trabajo realmente se centró en sitios indígenas, donde se asumía el predominio de procesos protagonizados por éste, ignorando alternativas de manejo y refuncionalización generadas bajo control hispano. Esta perspectiva de preeminencia indígena llevaba a desconocer la posible presencia de otros componentes culturales, como el mestizo y el africano. Lo más común era encontrar el material europeo de manera casual y no como parte de una estrategia especifica, diseñada para investigar la interacción. En consecuencia las locaciones se 1

En su definición inicial la aculturación “designa fenómenos generados cuando grupos de individuos de diferente cultura entran en contacto continuo, de primera mano, con subsecuentes cambios en los patrones culturales de uno o ambos grupos“(Redfield et al. 1936:150). Pensado y desarrollado en entornos políticos de conflicto, sus manejos más conservadores proyectan una controvertida posición: una perspectiva eurocéntrica donde el cambio es impuesto por sociedades complejas (europeos, cristianos, económicamente avanzados, instruidos, blancos, y políticamente dominantes) a sociedades simples (no europeos, no cristianos, económicamente simples, no blancos, y políticamente subordinados). En este proceso el cambio -unidireccional- no puede ser evitado, sólo puede canalizarse en el entorno de pasividad de la cultura inferior (Cusick 1998b:130-134).

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estudiaban con enfoques propios de contextos precolombinos, razón por la cual no se lograba un reconocimiento profundo de la interacción o del funcionamiento del lugar y su entorno.

Figura 5. Materiales del sitio El Yayal, Cuba. Izquierda, herramientas europeas de metal (izquierda, 31cm de largo; derecha, 28 cm de largo). Derecha, vasija con técnica y material indígena que copia formas europeas; 14 cm de alto.

Figura 6. Algunos sitios y ciudades en las Antillas Mayores con investigaciones en torno a la interacción entre indígenas y europeos. 1, En Bas Saline, 2, Puerto Real, 3, La Isabela, 4, Concepción de La Vega, 5, Santo Domingo, 6, Sevilla La Nueva, 7, La Habana. Estos enfoques son iniciales pero aún subsisten. Contrastan con propuestas cubanas de fines de los años ochenta e inicios de los noventa, las cuales abogan por la integración de fuentes de información y métodos, y por el diseño de estudios específicos para sitios de base indígena (Rives et al. 1991). Ante datos históricos sobre una presencia tardía del indio, tanto dentro como posterior al llamado período de contacto -donde éste se asocia con otros componentes étnicos, como mestizos y africanos, y donde la materialidad hispana es muy fuerte-, se alerta sobre la necesidad de un ajuste de las estrategias de 33

investigación a fin de poder distinguir arqueológicamente estas situaciones. Se precisa además, la importancia de superar el manejo aislado de la evidencia (la ubicación de objetos hispanos o de objetos modificados o copiados por indígenas, estos últimos también conocidos como objetos transculturales) y de reconocer “asociaciones significativas”, contrastables desde los documentos. Estas debían permitir considerar la diversidad de la experiencia de interacción y ver al indio en otros entornos, como los de actividad minera, ganadera, agrícola, etc. A tono con esta posición se mejora el registro estratigráfico y espacial de las variaciones en los sitios indígenas, analizándose en detalle su asociación con objetos europeos y con posibles patrones de explotación económica fomentados por estos (Domínguez 1984; Rives et al. 1987; Tomé y Rives 1987; Valcárcel Rojas 1997). Lamentablemente no se logra superar el seguimiento del cambio cultural porque se mantienen, como ha comentado Deagan (2004:604) para el caso caribeño en general, patrones de muestreo y escalas analíticas propias de la investigación tradicional en sitios indígenas. En este período se produce la consolidación de la presencia académica norteamericana en La Española, a partir del trabajo de la Universidad de la Florida y bajo la dirección de Kathleen Deagan. Se realizan investigaciones de larga duración y perspectiva interdisciplinaria, a través de las cuales se introducen los enfoques posprocesuales expresados en una perspectiva de género y clase. Comprender la emergencia, desarrollo y transformación de la sociedad colonial durante el siglo XVI, fue un aspecto básico de estos trabajos. Aportan visiones muy bien fundamentadas, a partir de locaciones que ilustran tanto el efecto del contacto en una aldea posiblemente vinculada a la llegada de Colón y a momentos posteriores (sitio En Bas Saline, Haití), como etapas diversas de la interacción en el marco de pueblos hispanos (Figura 6). En este caso Puerto Real, en Haití (Deagan 1995a), vigente hasta 1578, refiere la adaptación europea y la entrada en su mundo de elementos indígenas, a partir del desempeño femenino en espacios domésticos hispanos. Muestra también la relación con el africano y el incipiente desplazamiento del indio; situación diferente a La Isabela, en República Dominicana, abandonada en 1497 y marcada, según Deagan y Cruxent (2002b), por el apego a modelos europeos y sin pretensiones importantes de adopción de elementos americanos. Este largo recorrido temporal y contextual ofrece una imagen inédita de los procesos de interacción social y étnica asociados a la emergencia de la sociedad criolla y a la conformación de una identidad iberoamericana. La investigación en En Bas Saline (Deagan 2004) distingue una ocupación indígena mantenida hasta el siglo XVI, según la cronología radiocarbónica del sitio, y apoya la constatación, creciente desde datos históricos (Anderson-Córdova 1990; Guitar 1998), sobre el mantenimiento de conglomerados indígenas más allá de las fechas de contacto temprano y del esquema de colapso inmediato. Supera el tradicional seguimiento del material europeo -muy escaso en el lugar- y de otras evidencias del contacto, para concentrarse en un análisis a nivel doméstico de los aspectos de género y clase. Registra el ajuste indígena a formas de manejo laboral hispano (el repartimiento y la demora) donde se desplaza a la mayor parte de la población masculina. La respuesta se plantea como un reforzamiento del protagonismo femenino en la vida económica de la comunidad y la asunción por las mujeres, de tareas claves relacionadas con la subsistencia y la producción, sin afectar las prácticas rituales ni los esquemas de poder y mando. Por otro lado, la limitada presencia de elementos europeos sugiere un rechazo a la materialidad hispana y sus valores, aspectos en contraste con registros urbanos donde aparece la captación europea de prácticas y elementos indígenas, particularmente a través del desempeño doméstico femenino y su vínculo sexual con los españoles. Esto se entiende como una ruptura respecto a los modelos tempranos de aculturación y contacto. La investigación en En Bas Saline deja claro que la experiencia indígena no se limita a los primeros encuentros, sino que fue diversa y no siempre asimiladora de lo hispano, siendo además accesible por medios arqueológicos. Establece también un precedente distinto y de alta capacidad interpretativa, para el estudio de contextos de este tipo. Los trabajos de Deagan y sus colaboradores mejoran y amplían la tradición regional en estudios de interacción hispano indígena en contextos urbanos, ya planteada por investigaciones como las de Domínguez (1984) y Romero (1981, 1995) para La Habana, Cuba, o las de Ortega (1982) y Ortega y 34

Fondeur (1978) para Santo Domingo y Concepción de La Vega, en La Española, entre otras. Al mismo tiempo estimularon el interés en el tema y el desarrollo o consolidación de líneas de análisis diversas, como el uso de cerámicas con componentes indígenas, discutido para La Habana por Roura et al. (2006), para La Española por García Arévalo (1991) y para Sevilla La Nueva, en Jamaica, por Woodward (2006:169); o los manejos de recursos alimentarios locales a partir de la relación con los indígenas, analizados en distinta forma y medida por VanderVeen (2007) en La Isabela, por Woodward (2006) en Sevilla La Nueva, y por Jiménez y Arrazcaeta (2008) en La Habana (ver Figura 6 para ubicación de los sitios mencionados). De modo paralelo se ha fomentado la valoración de restos humanos indígenas en estos espacios, referidos para La Isabela y Santo Domingo (Deagan y Cruxent 2002a, 2002b; Luna 1992; Tavárez y Luna 1992), y también constatados en Puerto Real (Marrinan 1995), iniciándose la evaluación de las condiciones de vida de este y otros grupos étnicos (Devitt 2009). Además del impacto de los trabajos de Deagan, labores diversas en el resto del continente -ver Zarankin y Salerno (2007) y Van Buren (2010) para un resumen del asunto-, y todo un ambiente de discusión conceptual en torno a la arqueología del colonialismo, que en latinoamérica alcanza un desarrollo importante a través de Pedro Pablo Funari, inciden en el creciente fortalecimiento de estas investigaciones. Son sólo un segmento del amplísimo diapasón de temas de la arqueología histórica, que en las Antillas Mayores logra especial fuerza en el caso cubano. De modo lamentable no se ha visto una evolución similar para contextos no urbanos, o de sitios indígenas con material hispano. No sólo ha sido bajo el impacto de la labor de Deagan sino el de otros investigadores norteamericanos o latinoamericanos como Fournier (2006), Gasco (1997, 2005), Lightfoot (1998), Silliman (2009, 2010), Scaramelli y Tarble (2005) [ver otras referencias en Van Buren (2010)], que siguen perspectivas diferentes o similares, y trabajan en diversas zonas. La reflexión arqueológica en la región y los estudios 2 de la interacción hispano indígena realizados a fines del siglo XX e inicios del XXI toman conciencia del contexto colonial del contacto en términos cronológicos, documentales, y de constatación de prácticas humanas. No obstante, mantienen una terminología que homogeniza estos espacios desde el término contacto, aún cuando está clara su interconexión con las villas -denominadas sitios coloniales tempranos (Deagan 1988, 1996)-, como parte de los sistemas de organización de la existencia colonial. Los sitios indígenas con materiales europeos o copias locales de elementos europeos, no necesariamente reflejan una situación colonial pues pueden estar involucrados en casos de primer contacto o de contacto no directo 3 . No obstante, cuando de forma automática se les considera sitios de contacto, sin reconocer el carácter de esta interacción, se desconoce la naturaleza principal de la situación en que se inscriben, un proceso de expansión y dominio colonial, y se limita la posibilidad de proponer un análisis donde no se privilegie la perspectiva indígena inherente al espacio y a las raíces precolombinas que pudiera tener. De algún modo se prejuicia la investigación, especialmente en entornos de trabajo arqueológico poco profesionalizado como el antillano, y se afecta su capacidad de entender la potencial complejidad de estos escenarios, creándose un panorama confuso. Es relevante en este sentido el hecho de que en la Enciclopedia de la Arqueología Histórica, editada por Charles E. Orser, Jr., no se incluya dentro del acápite de la Arqueología histórica en el Caribe, redactado por Delle (2002a:96), el estudio de sitios indígenas con evidencias europeas, aún cuando se mencionan los asentamientos hispanos y el cimarronaje africano, aspectos ambos de carácter temprano. La tendencia a ver los sitios indígenas como parte del contacto y a las villas como coloniales o históricas, es cada vez más cuestionable ante la constatación documental -Lynne Guitar (1998) y Karen Anderson-Córdova (1990) aportan valiosas reflexiones al respecto-, de comunidades indígenas aisladas a mediados del siglo XVI, y espacios rurales donde el indígena tiene un fuerte protagonismo varias décadas después del arribo hispano. 2

Valoraciones sobre el desarrollo de la investigación arqueológica de la interacción hispano indígena en el área pueden hallarse en Deagan (1988); Domínguez (2008); Hernández (2011); La Rosa (2000) y Valcárcel Rojas et al. (2012). 3 El contacto no directo según Spicer (1961) citado por Cusick (1998b:133), es aquel donde no hay control de una parte sobre la otra.

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De manera global el estudio del período de contacto en el Caribe, en el caso de sitios indígenas, muestra rasgos criticados por Silliman en lo relacionado al contrapunteo contacto cultural y colonialismo: la noción de brevedad en la relación, la diferente percepción de los espacios indígenas y europeos aún cuando se manejan y estructuran dentro de una misma situación socio-histórica, y el privilegio de indicadores de cambio sobre los elementos culturales nuevos. Esto en gran parte es resultado de una práctica arqueológica constreñida por los enfoques del particularismo histórico, donde investigaciones como las de En Bas Saline son la excepción. También refleja, y no en menor parte, la entronización de una perspectiva que minimiza al indígena y su participación en la historia de la región, restringiendo su existencia y actuación a un momento siempre temprano e inicial (de contacto), en razón de su rápida y completa desaparición. Desde esta perspectiva cuando la presencia histórica del indígena y su nexo con los europeos se compara con las interacciones en norte y Suramérica, desarrolladas durante siglos y aún en marcha, resalta sólo por su conexión con el acto del “Descubrimiento”. Este se magnifica y tiende a marcar y definir los significados de Las Antillas y el Caribe en el proceso de expansión europea en el Nuevo Mundo. Se tipifica así a la región, como lugar de arribo, rápidamente sobrepasado e incluso olvidado al iniciarse el esfuerzo de conquista y colonización continental, el cual aporta la riqueza real y la consolidación económica definitoria. El Caribe se reconoce entonces, en su dimensión colonial, cuando el proyecto de dominación continental se consolida y procede a ser integrado, ya sin indios pero renaciendo gracias al trabajo de los esclavos africanos, en el gran imperio colonial que construye España y le disputan las nacientes potencias capitalistas. Se contribuye a tipificar una visión histórica y arqueológica en la cual el análisis del contacto limita la comprensión del colonialismo. Esta idea se halla en las palabras de Jalid Sued Badillo (1992:603) cuando plantea: “los arqueólogos todavía tienen que capturar la importancia histórica de la región como primer enclave colonial de la Europa protocapitalista. La arqueología histórica es a menudo una práctica muy esporádica que sigue temas periféricos e insustanciales como la búsqueda del sitio del desembarco de Colón...Entretanto, los centros iniciales de población, los campamentos mineros, los pueblos de fundición, las rutas intercoloniales de comercio, el choque de culturas, y la resistencia a la conquista, son asuntos que aún esperan la atención de la disciplina” (traducción del autor). Se ha trabajado en algunas de las líneas de análisis que menciona Sued Badillo pero los estudios realizados (Domínguez 2004; Febles y Domínguez 1987; Freytes y García Goyco 2003; García Arévalo 1978b; Mañón Arredondo 1978), representan un esfuerzo aún mínimo y casuístico. Incluso es preocupante cómo esta perspectiva se arraiga no sólo en espacios tradicionales o conservadores, sino que aparece en el discurso de destacados intelectuales anticoloniales como Fernando Ortiz, y sigue viva en muchos historiadores y arqueólogos de hoy. Nuestra investigación no descalifica la valides del contacto cultural como categoría para explicar determinados aspectos y momentos de la interacción hispano indígena, pero asume el análisis y la comprensión de la interacción según un esquema situacional, es decir, priorizando el reconocimiento de las condiciones en que se produce y su significado. En los estudios de aculturación se ha reconocido como “situación” al contexto ecológico y demográfico del contacto (Barnett et al. 1954:979). En este caso nos referimos al escenario socio histórico y principalmente, a los mecanismos políticos, sociales y económicos que lo articulan. Consideramos por tanto, que el contacto es sólo un aspecto dentro de la dinámica mayor de interacción inherente al esfuerzo colonial. 2.3 Situación de contacto y situación colonial en las Antillas Mayores La interacción entre los europeos y los habitantes del Nuevo Mundo se inició con el arribo directo de los europeos o a través, sin la presencia de éstos, del acceso indígena a su cultura material o a elementos biológicos no humanos, canalizados desde grupos indígenas insertados en un contacto 36

directo. A esta interacción o primer contacto, no sólo asisten personas, bienes, animales y plantas, también confluyen las perspectivas de cada sociedad sobre la relación con extraños, unidas a tradiciones de socialización, alianza y tratamiento del otro, visiones del mundo y el cálculo racional sobre el valor y objetivo del contacto (Trigger 1991) o, como plantea Angus Mol (2007), los respectivos universos socio cósmicos. Como factores condicionantes claves quedan las circunstancias y el momento del encuentro. Ambas partes elaboran imágenes del otro, las cuales influyen en la relación. En muchos lugares los indígenas ven a los europeos como dioses que retornan, cumpliendo viejas profecías, o fantasmas malignos, acompañados de una muerte con causas invisibles, después reconocida en enfermedades como la viruela, la tuberculosis o el sarampión. En la naturaleza del Nuevo Mundo los europeos encuentran la fauna mitológica del Medioevo y en algunos de sus escenarios y habitantes, presienten el paraíso terrenal. Se trata de un momento que podría verse como un encuentro colonial, en términos de Stein (2005:6), en tanto no hay implicaciones en torno al poder entre los grupos en interacción. Sin embargo, esta no es la naturaleza del avance europeo en la mayoría de los casos, particularmente en el hispano. Con la extensión e intensificación del contacto y dependiendo de la forma en que evoluciona, estas visiones son despejadas y se definen e implementan nuevas estrategias de interacción donde se hacen más nítidos o explícitos los intereses de cada lado (Wilson y Rogers 1993:4). Un factor de delimitación estará en el nivel de control o dominación que ejerce una parte sobre la otra y las condiciones en que se ejerce. Hay posiciones diferentes sobre los términos “colonia” y “colonización”, y es importante el criterio en torno a una acción colonial precapitalista donde la dominación no es siempre el signo básico de la relación (Stein 2005; Dietler 2005). Aquí no entraremos a discutir ese tema. Vamos hacia un colonialismo donde la percepción del control y la dominación aportan una guía para contextualizar el hecho cultural del contacto en su entorno sociohistórico (Gosden 2004:5; Piñón 2002:130), y desplazan el efecto neutralizador implícito en su preeminente reconocimiento como acción humana universal. Según Rowlands (1998) colonialismo supone movilidad de uno de los que contacta fuera de su lugar de origen (el colonizador), pero es, sobre todo, un mecanismo de explotación socioeconómica de estos sobre los locales (los colonizados), signado por los vínculos de dominaciónresistencia a través de los cuales se conectan ambos elementos. Para Silliman (2005:59) el colonialismo incorpora además, en la faceta determinada por el acto de resistencia, la capacidad de impedir su completamiento como proceso, y de retener la identidad y tradiciones del indígena pese a las condiciones brutales que se le imponen. Tras siglos de colonialismo en diversas partes del mundo (Gosden 2004:6; Silliman 2005:58), a partir de 1492 se construye un nuevo tipo y momento colonial. Se caracteriza por la rapidez de la acción de dominio, la enorme magnitud del espacio controlado y transformado, el genocidio que causa, y su impacto global. Sitúa a Europa como centro de la economía mundial y del crecimiento tecnológico, y convierte al mundo en una periferia subordinada; crea las bases materiales del capitalismo al consolidar la revolución mercantil, de la que es resultado, y permitir la revolución industrial (Gosden 2004:12; Paynter 2000a; Ribeiro 1992; Wolf 1982). El Caribe es el espacio inicial de este proceso y en el nexo allí creado entre indígenas y europeos, el control es un elemento estructural. Un enfoque importante para entender este caso, pues analiza la cultura hispana y el impacto de esta en su mundo colonial, se halla en la obra de George M. Foster. Propone un modelo de transferencia de rasgos culturales (conquista cultural), caracterizado por la presencia de un gobierno (representante de la “cultura donante” de rasgos) que ejerce cierto grado de control político o militar sobre la cultura receptora o “recipiente”. El control es usado para imponer cambios, previamente planificados, en los modos de vida del grupo receptor. Reconoce por otro lado, situaciones de contacto en las cuales los procesos de cambio no son distintos pero el control político formal y quizás militar, está ausente, como en muchos casos ocurrió a partir de empresas misionales o comerciales. Para tales situaciones 37

Foster (1960:11, 226-228) plantea el término “contacto cultural”4 . Estos procesos de selección llevan a un momento de conformación de una cultura nueva, la cultura colonial, que denomina “cristalización”. En el esquema de Foster es relevante la percepción de estas dos situaciones y el carácter programático del cambio, pero al tratar culturas y rasgos culturales hay un claro alejamiento de los individuos, las sociedades y el significado de la dominación. Una proposición donde ésto se valora, introduciendo el reconocimiento de las condiciones en que se produce la relación, es la de situación colonial, de Georges Balandier (1966:54), una circunstancia colectiva caracterizada por: “…el dominio impuesto por una minoría extranjera, racial (o étnicamente) y culturalmente diferente, en nombre de una superioridad racial (o étnica) y culturalmente reforzada de manera dogmática, a una mayoría, autóctona, materialmente inferior; este dominio provoca el establecimiento de relaciones entre civilizaciones heterogéneas; una civilización con máquinas, con una economía poderosa, de ritmo rápido y de origen cristiano que se impone a civilizaciones sin máquinas, con economía “atrasada”, de ritmo lento y radicalmente no cristiana; el carácter antagónico de las relaciones existentes entre esas dos sociedades que se explica por el papel de instrumento a que está condenada la sociedad colonizada: la necesidad, para mantener ese dominio, de recurrir no sólo a la “fuerza” sino también a un conjunto de seudo-justificaciones y de comportamientos estereotipados”. (traducción de Cardoso de Oliveira 1963). Como critica Hill (1998:149), se trata de un concepto definido para África a mediados del siglo XX, con una cerrada correlación demográfica de dominados y dominadores, carente de un manejo adecuado de la noción de dominación-resistencia, entre otros problemas. No obstante, aporta una referencia útil. Aplicado al Caribe y considerándolo desde los ajustes del caso, permite entender la radical diferencia entre una situación donde los indígenas mantienen su autonomía y capacidad de decisión y negociación, desde su propia estructura social (situación de contacto), a otra donde carecen de esta posibilidad y deben enfrentar la disgregación de su sociedad. Aparecen entonces en un plano de inferioridad y sujeción, donde la supervivencia se plantea en el ajuste al entorno establecido por los dominadores desde sus perspectivas económicas, sociales e ideológicas, y tiende a darse mayormente y de modo progresivo, en el desempeño de grupos e individuos (situación colonial). Ambas situaciones son partes-momentos del proceso colonial y están interconectadas dentro de una estrategia de dominación que es consustancial a todo el manejo futuro del Caribe. La presencia o ausencia de dominación del europeo sobre el indígena (en sus múltiples formas y gradaciones), define y a la vez es elemento clave de las relaciones sociales y de producción, y por tanto es determinante en la conformación de las circunstancias de interacción y sus resultados. En las Antillas Mayores la interacción desarrollada en medio de la situación colonial no alcanza la extensión temporal o la intensidad visible en otras áreas del continente o el mundo, pero tampoco puede creerse inexistente. De hecho la presencia del indio se puede seguir durante siglos y se inserta de diversos modos, poco investigados pero latentes en expresiones culturales y étnicas, en el cuerpo nacional (Anderson-Córdova 1990; Barreiro 2006; Guitar 1998; Pichardo 1945). La situación colonial se materializa a través de la dominación, conformándose en un entorno donde los sujetos coloniales interactúan entre sí y con el colonizador, produciéndose no sólo respuestas múltiples a la dominación sino también soluciones de vida entre las que se incluye el reordenamiento de sus identidades o la aparición de identidades nuevas. Obviamente el colonialismo no es sólo dominación y hay múltiples facetas de la existencia humana involucrados en el proceso sin embargo, en lo que atañe al Caribe, nos parece un aspecto básico para entender este particular período. La situación de contacto en las Antillas Mayores es diversa y evoluciona hacia un involucramiento mayor que será la situación colonial5 . Está caracterizada en sus formas iniciales por el vínculo 4

García Arévalo (1991) ha aplicado este enfoque al análisis de la interacción hispano indígena en La Española.

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esporádico y niveles bajos de convivencia, donde el indígena intenta explicar la presencia y naturaleza del europeo (de apariencia sobrenatural), y donde su materialidad es exótica y valiosa, sobre todo en términos simbólicos y en razón de su carácter único y remoto. En La Española, con más datos para seguir el proceso, el indígena manipula la relación mediante pactos donde se ofrecen esposas y objetos y conocimientos valiosos, sin reconocer aún el sentido real de las intenciones y presencia hispana. El nexo es útil en un sentido cosmogónico y práctico, según los términos de Helms (1988), al incrementar el poder de algunos caciques, como Guacanagari, por su vínculo con extraños poderosos, provenientes de lugares lejanos y armados con una fuerza superior. Los europeos tienen cierto nivel de confusión y aportan regalos dirigidos a contentar a la élite, pero también aprovechan para captar oro a través de intercambios de objetos. Este encuentro con gente atrasada y de costumbres diferentes no les resulta nuevo y rápidamente maniobran para aprovechar la situación y sacar ventaja, estimulando las diferencias del lado indígena o confrontándolo de modo selectivo (Lienhard 1990:88-89). Al inicio las señales enviadas por ambas partes son mal interpretadas. Se generan nuevos significados en medio de la confusión y el común interés por comprender al otro; una situación donde aún no se ha roto el balance (Mol 2007:16). Todo cambia cuando se impone la acción militar y se comienza a estructurar la dominación. Muchos no ven a los europeos como seres sobrenaturales o invencibles, y la violencia ejercida para obtener oro y mujeres causa la aniquilación del grupo dejado por Colón en el fuerte de la Navidad, al final del primer viaje. La represión de indígenas enemigos, el uso injustificado de la violencia y el interés por controlar las zonas con oro, genera un ciclo de confrontaciones sistemáticas de diversa magnitud, que tendrá su punto clímax en 1495, con la batalla del Santo Cerro. Los indígenas derrotados en su mayoría son tomados como esclavos y obligados a trabajar en las minas, la agricultura y servicios diversos; el trabajo forzado también alcanza a comunidades pacificas (Guitar 1998). Durante el contacto se esbozan los elementos del programa colonial español. A partir de 1493, con la sanción de la iglesia, España y Portugal se reparten el Nuevo Mundo a cambio de un compromiso de evangelización de las poblaciones indígenas, y se organiza la explotación de estas tierras en provecho del estado, hecho económico que marca la diferencia respecto al acto de conquista (Luciano 1985:27). En La Española la explotación económica inicial parte del esquema de factoría comercial, mediante el cual se establece la creación de centros poblacionales hispanos y el intercambio de bienes europeos por oro (rescate). Dicho accionar es sustituido por la dominación militar, a través de enclaves interiores (fuertes) y actos de guerra, y por el cobro de tributos en oro u otros bienes, impuesto tras la victoria del Santo Cerro. En este período indígenas y europeos son conglomerados separados, incluso ciertas áreas de la Isla aún no están bajo control español (Cassá 1979:41-43). Indígenas esclavizados o prestando tributo o servicio en forma de trabajo, son ubicados en los enclaves hispanos o áreas de trabajo (Guitar 1998:59); también algunos europeos pudieron insertarse en espacios nativos, no obstante, el acceso de los europeos o o de su materialidad a las aldeas debió ser limitado y procedente de los regalos a caciques, rescates, o el tráfico indígena de bienes adquiridos de los españoles. El plan de factoría comercial está fuera de la tradición de dominio inherente al proceso de reconquista hispana, con ocupación de territorios y servidumbre de las poblaciones, y por tanto de la perspectiva de los hidalgos, quienes encuentran sentido a la guerra y la conquista pero jamás al trabajo o a una vida de burgueses y comerciantes (Moya Pons 1992:130). Para 1498 el fracaso del sistema tributario, dificultades en la adaptación hispana y en el acceso a recursos de subsistencia, así como contradicciones en el modo de organizar la explotación de la masa indígena, determinan la sublevación de un grupo de españoles. Estos se trasladan a aldeas indígenas para aprovecharse, a 5 Karen Anderson-Córdova (1990) organiza este proceso a través de un esquema de periodización del contacto y la aculturación de la población indígena de La Española y Puerto Rico que considera tres momentos: Contacto inicial, Conquista y pacificación, y Trabajo forzado. Este último momento se inicia con la implantación de la encomienda.

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través de sistemas de alianza y matrimonios con la jefatura local, de los recursos y el trabajo comunitario. La solución que logra la facción sublevada, a cambio de deponer su actitud, es el reparto de tierras e indios. Los repartos serán ampliados en 1499 y oficializados en 1503, fecha hacia la cual se ha aniquilado la capacidad de resistencia militar indígena y a la parte más poderosa de su élite dirigente. Este reconocimiento oficial es para algunos el inicio de la encomienda (Moya Pons 1992:133), si bien Mira Caballos (1997:80) lo remite a 1505. Con el sistema de encomiendas y el pleno control sobre la población local se completa, respecto al análisis de la interacción, la existencia de una situación colonial. En la encomienda, a diferencia de los repartos anteriores, donde se percibía y manejaba al indio como una propiedad personal, este es vasallo de la corona y un hombre libre. No obstante, dado su atraso cultural es calificado legalmente como “miserable” y no recibe un trato igual. Por ello paga con su trabajo el tutelaje español y su instrucción en la fe católica (Castañeda Delgado 1971). Según el discurso del momento, la encomienda busca lograr convivencia y trato entre indios y españoles, como único modo de llevarlos a la vida cristiana. Se afirma que sin sujeción volverían a una existencia de bárbaros, imponiéndose su inclinación al ocio y la vagancia (Mira Caballos 1997:101). Se trata de un recurso para controlarlos como mano de obra pues de otro modo evitan la relación con los europeos y trabajar para ellos. Se instruye entonces concentrarlos cerca de los enclaves hispanos y sitios mineros; servirían a los encomenderos de cinco a ocho meses, período conocido como demora, aunque en muchos casos permanecían trabajando todo el año. Resulta una institución controlada por la corona y planeada para conciliar sus intereses con los de los conquistadores y frenar el perfil privado y señorial que estos buscan dar a la existencia económica isleña. La corona les permite usar el trabajo indígena pero se reserva el derecho a otorgar o suspender las encomiendas, lo cual crea un clima de inseguridad en la tenencia del trabajador y una inmediata carrera por obtener de él los niveles más altos de provecho económico (Guitar 1998:60-64; Mira Caballos 1997:91). Las islas restantes siguieron un ritmo diferente y debieron mantenerse, a partir de 1492, en una situación de contacto marcada por viajes exploratorios, arribos de náufragos y ataques para la toma de esclavos. Estas actividades pudieron impactar sobre todo las zonas costeras y los espacios más cercanos a La Española, y estuvieron limitadas, en términos legales y prácticos, por el deseo de la corona y las demás autoridades, de mantener el control de las acciones de descubrimiento y el acceso a los recursos de la región. A fines de la primera década del siglo XVI se reactiva el interés por estos espacios y se pasa a un accionar de conquista. En Las Bahamas la captura de indígenas genera el despoblamiento de las islas y un escenario traumático, sin espacio para interacciones sostenidas. La conquista de Cuba se inicia en 1510, la de Puerto Rico en 1508 y la de Jamaica en 1509. En todos los casos hay una rápida distribución de indios e imposición de la encomienda, reconocida de modo oficial en 1513 en Cuba, y en 1509 y 1515 en Puerto Rico y Jamaica. Esta va paralela o incluso anterior, al esfuerzo militar, como ocurre en Puerto Rico (Fernández 1966). En Jamaica y Cuba la resistencia indígena es muy limitada; en Puerto Rico intensa (Sued Badillo 2001:63). Estos procesos reflejan un esquema diferente en las estrategias de dominio de la población local y de implantación de las estructuras coloniales. También responden a caracteres desiguales en cuanto a la complejidad de las sociedades indígenas y de su jefatura, mucho mayor en La Española y Puerto Rico. Al inicio de la conquista de las restantes islas ya se han precisado los aspectos organizacionales y éticos del proceso de dominio y expansión: los indígenas (formalmente) son hombres libres, vasallos de la corona cuya salvación se puede lograr a través de su conversión religiosa, consiguiendo un estatus pleno a partir de su civilización; son el recurso más importante para implementar el aprovechamiento económico de los territorios y su manejo precisa cierta racionalidad a fin de impedir la inmediata despoblación; la explotación minera es el centro de la vida económica y el trabajo nativo su principal motor. También, en base a las experiencias en La Española, se ha conseguido una visión bastante precisa del ambiente natural isleño y de la sociedad indígena. Los europeos conocen ahora su funcionamiento, su estructura estratificada, la fuerte dependencia de los caciques, y su capacidad inferior de combate. A partir de estos aspectos el vínculo se plantea, desde el primer momento, en una 40

posición de clara superioridad, con un rápido control de la élite por su eliminación física o imponiendo su subordinación. Esto acorta al máximo los períodos de contacto y negociación, y determina la inmediata captación de la fuerza de trabajo indígena a través de los caciques: se concreta así la situación colonial. Los indígenas debieron conocer lo que ocurría en La Española y comienza a gestarse la resistencia. En Cuba el cacique Hatuey encabeza una ceremonia donde explica la ambición europea por el oro y la necesidad de enfrentar a gentes que vienen a matar por conseguirlo. En Puerto Rico el cacique Urayoán ordena el ahogamiento del español Diego Salcedo (Fernández de Oviedo 1851:479), y la constatación de su muerte a partir de la observación de la descomposición del cuerpo. Busca probar y mostrar la naturaleza humana de éstos pero sobre todo -pues la idea de la naturaleza divina e inmortal de los hispanos debió ser rápidamente descartada por muchos-, la factibilidad de enfrentarlos. Los europeos responden con una represión rápida y escarmientos masivos. La conquista se acelera, igualmente la creación de villas y el poblamiento: en La Española toma una década pero aquí se consigue, en el caso más lento que es el de Cuba, en media década. El paso de la situación de contacto a la situación colonial no es homogéneo ni sincrónico, ni en el área ni dentro de las islas. Aún cuando la imposición de la encomienda aporta un elemento de delimitación importante no puede circunscribirse la situación colonial a su sola existencia. De hecho la encomienda funciona mejor para entender la coyuntura de dominación en Cuba, Puerto Rico y Jamaica, que en La Española, donde los actos de dominación son muy tempranos y se desarrollan en un escenario diverso, con grupos autónomos sin contacto directo, otros negociando con los europeos sin perder su autonomía, y muchos reducidos de modo rápido a la esclavitud. Incluso, en sus momentos iniciales, en ambientes de colaboración entre caciques y españoles y dependiendo de la manera personal dada por cada español a su relación con los encomendados, la situación de dominio puede expresarse de forma menos intensa. No obstante, la encomienda refiere de modo claro la naturaleza del proceso, marca su maduración y el momento a partir del cual la situación colonial se hace predominante e irreversible. En razón de esto es de esperar un patrón arqueológico diferenciado para La Española y las otras islas respecto a la manipulación del material europeo en espacios ceremoniales o como bienes exóticos, o a la presencia de objetos de rescate. Es difícil una comparación adecuada por la falta de información, en particular de Jamaica y Puerto Rico (Anderson-Córdova 2005; Deagan 1988), si bien hay indicios en este sentido en Cuba y La Española. Evidencias referidas por los europeos como objetos para rescates, cuentas de vidrio, anillos y cascabeles, son usuales en La Española, hallándoseles en aldeas, tumbas y escondites, como expresión de manejos en momentos de contacto (García Arévalo 1978b; Vega 1987). En Cuba, donde se han excavado muchos sitios indígenas con material hispano, son poco comunes (Morales Patiño y Pérez de Acevedo 1945; Valcárcel Rojas 1997) potencialmente debido a una menor frecuencia de estas situaciones, de las que por cierto, hay muy pocas menciones en las fuentes etnohistóricas. En esta Isla las armas y herramientas son más usuales, quizás como expresión de circunstancias de control y refuncionalización laboral, típicas del entorno colonial. Es claro que muchas veces los comportamientos no serán tan evidentes. Tanto en la situación de contacto como en la situación colonial se pueden dar casos de cambio pero también de continuidad de los patrones culturales indígenas. Incluso, hasta cierto punto pudiera hallarse una materialidad europea similar. Por ello la cuestión no es sólo percibir los procesos o los objetos, sino su significado e intensidad, y la conexión con la dominación o con situaciones históricas especificas del momento de contacto o del colonialismo. El marco temporal es un aspecto clave pues hay límites históricos bien reconocidos para estas situaciones en el Caribe, pero muchas veces no es posible disponer de él. Por tanto el reconocimiento de tales elementos resulta muy contextual y particularizado. 2.4 La dominación y su instrumentación

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Como dominación se reconoce el ejercicio del poder por un grupo en detrimento de otro; es parte de la dialéctica en torno al poder cuya antítesis es la resistencia (Delle 2002b:179-180). Es el “poder sobre”, en términos de Miller y Tilley (1984:7): la consecución de efectos que sólo son realizados por un agente (individual o colectivo) a través de la agencia de otros. Envuelve una relación dialéctica entre los que ejercen el poder y aquellos sobre los que se ejerce. En situaciones donde el control social y la explotación son rasgos regularizados de vida, resultando en la restricción diferencial del acceso a las oportunidades de vida para la mayoría de los agentes sociales, la producción y mantenimiento de este control tiende a ser ineficaz si el único recurso para mantener la dominación es la fuerza física o la amenaza del uso de ésta. Por ello el orden social debe ser legitimado y se deben justificar los principios sobre los cuales se basa el control. Esto se logra produciendo un consenso activo, el cual naturaliza y esconde o minimiza, el carácter asimétrico de las relaciones sociales, presentándolas como algo que no son. Desde la perspectiva marxista, dominación es el control de un grupo humano sobre la producción y reproducción de otro. Se da en el marco de determinadas relaciones sociales y de producción, y en concordancia con ciertas formas de propiedad, características de una etapa histórica particular. En el entorno preclasista se proyecta hacia grupos externos, o desde formas internas de diferenciación según sexo, edad y rango. En contextos de clase, donde un grupo controla los medios de producción, la dominación sobre el grupo desposeído, interno o externo, es un recurso que da integridad a la sociedad según la proyectan las clases dirigentes. En cualquier circunstancia la dominación se establece mediante la fuerza o desde elementos ideológicos legitimadores del orden social (Miller et al. 2005). Uno de los análisis más estimulantes sobre el proceso de dominación española en América proviene de Enrique Dussel quien, de modo paradójico, excluye al Caribe de esta discusión por considerar que la destrucción de las sociedades indígenas fue tan rápida que no llegó a estructurarse una dominación colonial (Dussel 1994:40). Aquí consideramos que los aspectos instrumentales señalados por Dussel sí son visibles en el Caribe y, junto a la visión del marxismo en torno a la construcción histórica de la acción humana desde relaciones económicas y sociales particulares, nos ayudan a entenderlo. Su aplicabilidad al Caribe reside en el hecho de que la dominación fue un proyecto forjado en la práctica y la mentalidad de la reconquista en España, probado en Las Antillas y cuya implementación continúa de modo paralelo a las fases de expansión continental, influyendo y siendo influido por estas. La dominación emana de una política imperial dirigida a controlar el Nuevo Mundo. El accionar colonial hispano fue diverso en relación al momento, la política metropolitana, las sociedades indígenas, etc. (Gasco 2005:72, 107). No obstante, las diferencias entre las sociedades isleñas y los estados indígenas continentales no transforman el proyecto tanto como cree Dussel, aunque suponen su contextualización. De hecho para algunos, como Sued Badillo (2001:17), en sus inicios la expansión continental resulta -aún cuando sus objetivos fueran otros- una empresa de apoyo a la colonización de las islas. Por otro lado y como plantea Guitar (1998:276), los conquistadores y colonizadores de las nuevas tierras provienen en su mayoría de espacios caribeños y llevan con ellos la infraestructura básica, económica, gubernamental, jurídica, sistemas laborales y tributarios, incluyendo la encomienda y la esclavitud, que evolucionaron y fueron perfeccionados en La Española (y en Cuba, Puerto Rico y Jamaica, debemos agregar). Portan un esquema de sociedad jerárquica donde el español es el punto máximo, objetivos socio económicos bien definidos, así como valores y conceptos propios de su tradición cultural, ya ajustados en el entorno de las islas. La dominación en Las Antillas precolombinas, aún generalizando, como hace Moscoso (1986:313), un sistema clasista y tributario -que no parece ser el caso para Cuba y Jamaica-, se establece sobre lazos de parentesco y alianza, con una fuerte base ideológica y una limitada coacción física, a tono con esquemas productivos de bajo excedente. La dominación impuesta por los españoles es un cambio radical, al convertir al indígena en un objeto, explotado y manejado en el marco de las relaciones de producción adoptadas por la economía colonial. En un sentido legal se reconoce como libre y como ser humano, pero en la práctica es un instrumento de trabajo y su existencia tiene sentido (para los

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dominadores), sólo a partir de su capacidad laboral y medio en la producción de beneficios económicos. Esto implica una absoluta alienación, imbricada en todos los planos de su existencia. El acto de dominación hispana tiene como base inicial el antiguo derecho, transmitido de Cristo al Papa, de conquista de los cristianos sobre las tierras de los infieles. Se concreta de forma legal, para el caso americano, cuando el Papa Alejandro VI otorga las bulas autorizando la posesión de sus tierras a Portugal y España. Se ampara además en el derecho de conquistar a los que por predicamento no se quisieran convertir en cristianos o que de modo voluntario no aceptaran la soberanía de los Reyes de Castilla, esquema ya aplicado en Gran Canaria (Ramos 1988:110). El pensamiento humanista de la época cuestionó tales razones, pero de cualquier modo quedaron insertadas en la posición jurídica oficial y por tanto en la práctica de dominio (Zavala 1971:28-29). A partir de 1501 se reconoce el carácter de hombres libres y vasallos reales de los indígenas. La penetración en sus tierras y su dominación se orienta, en cuanto a discurso oficial, hacia la gestión pacífica para lograr el fin primero de la presencia hispana en el nuevo mundo: la evangelización y la salvación de los indígenas (Zavala 1971:63). Si estos no aceptan la sujeción y se enfrentan a los europeos, si se resisten por la fuerza a la fe, o si se les encuentra culpables de pecados cometidos contra la ley natural, como los caribes, acusados de antropofagia y múltiples vicios inaceptables, se responderá con la guerra, la cual, por su causa justa determina la esclavitud del enemigo (García Añoveros 2000). En cualquiera de sus expresiones el “Otro”, el indígena, está destinado a ser sometido y dominado; no hay una posición diferente para él en este mundo nuevo ni hay otra forma de interactuar con los europeos. Las Leyes Nuevas en 1542 (Muro 1945) propondrán un manejo distinto de la situación, pero para ese momento ya se habrán fragmentado las sociedades indígenas en Las Antillas y las decisiones serán de individuos o grupos, no como ente social orgánico. Al analizar la conformación del mundo latinoamericano Dussel analiza el acto de dominación en la acción de conquista y conformación del mundo colonial continental. La instrumentación del dominio, que asumimos como guía para entender el caso antillano, es valorada por Dusell (1994:38-61) en los siguientes terminos: - La "Conquista" es un proceso militar, práctico, violento que incluye dialécticamente al Otro como "lo Mismo". El Otro, en su distinción, es negado como Otro y es obligado, subsumido, alienado a incorporarse a la Totalidad dominadora como cosa, como instrumento, como oprimido, como "encomendado", "asalariado" o como africano esclavo. -La “colonización” del mundo de la vida, de la vida cotidiana del conquistado fue el primer proceso “europeo" de "modernización", de civilización, de “subsumir" (o alienar), al Otro como "lo Mismo"; pero ahora no ya como objeto de una praxis Guerrera (de conquista), sino de una praxis erótica, pedagógica, cultural, política, económica, es decir, del dominio de los cuerpos por el machismo sexual, de la cultura, de tipos de trabajos, de instituciones creadas por una nueva burocracia política. Es el comienzo de la domesticación, estructuración, colonización del “modo" como aquellas gentes vivían y reproducían su vida humana. La "colonización" o el dominio del cuerpo de la mujer india es parte de una cultura que se basa también sobre el dominio del cuerpo del varón indio. A éste se lo explotará por el trabajo. En el tiempo de la acumulación originaria del capitalismo mercantil, la corporalidad india será inmolada y transformada primeramente en oro y plata, valor muerto de la objetivación del "trabajo vivo" del indio. -La "conquista espiritual" forma parte del dominio del "imaginario" nativo, conquistado antes por la violencia de las armas. Es un proceso contradictorio: se predica el amor de una religión (el cristianismo) en medio de la conquista irracional y violenta. Se propone de manera ambigua, por una parte, al fundador del cristianismo, una víctima inocente en la que se funda la memoria de una comunidad de creyentes, la Iglesia; y, por otra, se muestra a una persona humana moderna (el conquistador), con derechos universales. En nombre de una tal víctima y de tales derechos 43

universales se victimiza a los indios…. ven negados sus propios derechos, su propia civilización, su cultura, su mundo... sus dioses en nombre de un "dios extranjero" y de una razón moderna que ha dado a los conquistadores la legitimidad para conquistar. Es un proceso de racionalización propio de la Modernidad: elabora un mito de su bondad ("mito civilizador") con el que justifica la violencia y se declara inocente del asesinato del Otro. El imaginario indígena debía incorporar como era su costumbre, por otra parte- a los "dioses" vencedores. El vencedor no pensó conscientemente en incorporar elemento alguno de los vencidos. Todo el "mundo" imaginario del indígena era "demoniaco", negativo, y como tal debía ser destruido, debe negarse la religión indígena y, simplemente, comenzarse de nuevo y radicalmente desde la segunda enseñanza religiosa. En las Antillas Mayores la conquista militar es rápida. Abre el proceso de dominación que continua inexorable sobre el modo de vida y los espíritus. Sus resultados son dramáticos; el sistema laboral de explotación intensiva, organizado desde la encomienda pero con un fuerte componente de esclavitud indígena y creciente esclavitud africana, produce una catástrofe demográfica que se completa con el efecto de las enfermedades. A fines de la primera década del siglo XVI la enorme pérdida de población en La Española y su evidente relación con la crueldad en el trato al indio obliga a la corona, en alguna medida presionada por ciertos religiosos, a promulgar un cuerpo de leyes dirigidas a atenuar la situación. Conocidas como las Leyes de Burgos, emitidas en 1512 y moderadas en 1513 (Muro 1956), aportan la perspectiva oficial de una dominación presentada como protección; resumen regulaciones anteriores en torno a la instrumentación de la encomienda e incorporan otras, con aplicabilidad para toda la región, incluyendo espacios circumcaribes. Junto a datos históricos de las distintas islas permiten tener una idea del accionar de dominio conectado a la encomienda, tanto desde una perspectiva programática como práctica. Se trata de una imagen muy aproximada pues el proceso varía de isla en isla y a lo largo de los años, ajustándose a ciclos no sincrónicos de crecimiento económico e intensidad en la explotación indígena; el pico en la extracción de oro, tardío en Puerto Rico y Cuba respecto a La Española, pudiera ser un indicador de esto. Las encomiendas cesan con la implementación de las Leyes Nuevas en 1492 pero esto no se logra en La Española hasta 1549, en Cuba hasta 1553, y en Puerto Rico hacia 1546. De cualquier modo la dominación no se detiene aunque ahora parte del ajuste del indio, como hombre libre pero marginado por su filiación de clase y una demografía limitada, al nuevo entorno económico y social. La población sobreviviente se integra a las villas, se disgrega en ambientes rurales o parte de ella, como ocurre en Cuba, se concentra en pueblos cerca de las ciudades donde terminan sirviendo a las necesidades de los españoles. La “colonización” del mundo de la vida. La Ley: -Dada su natural inclinación al ocio el único modo de llevar a los indígenas a la vida cristiana es obligándolos a vivir cerca de los españoles para que se beneficien de su protección, trato y ejemplo, y de la enseñanza en la fe cristiana. Sus aldeas serán destruidas y ellos movidos (se exige que con modos suaves) a nuevos bohíos en los espacios escogidos, ofreciéndoles las condiciones mínimas para el cultivo y la cría de animales (europeos). -Se prohíbe su uso para transportar cargas pesadas. Trabajarían por un período de cinco meses tras el cual podrían regresar a sus casas o a sus propias aldeas, para descansar durante 40 días. En este tiempo se dedicarían a los cultivos y recibirían instrucción religiosa; el descanso coincidiría con el inicio de la fundición de oro. -Una tercera parte de los indios de cada encomendero debe estar en las minas, o más si este quisiera, excepto cuando viven en regiones muy alejadas. En tal caso serán ocupados en hacer 44

hamacas, camisas, en la cría de cerdos y trabajos agrícolas. Para conseguir el mantenimiento de los indios pueden colaborar los encomenderos poniendo uno los indios en la mina y el otro haciendo trabajar los suyos en producir comida. -Se prohíbe que duerman en el suelo y se ordena la entrega de una hamaca a cada indígena. Los indios deben vestirse en un plazo no mayor de dos años. El encomendero les pagara un peso de oro al año con el que compraran ropa. Los caciques y sus esposas recibirán un trato especial en comida, ropa y dinero; este último se deducirá del pago al resto de los indios. También mantendrán sirvientes y trabajarán sólo en cosas ligeras, pues no deben estar ociosos. -Las mujeres no casadas estarán bajo el control de sus padres y si no fuera así debe evitarse su caída en la mala vida; serán adoctrinadas y trabajarán como los demás. Las mujeres embarazadas o con hijos menores de tres años trabajarán en las casas, y los niños menores de 14 años en labores agrícolas ligeras. -No maltrato del indio de acto o palabra, pero el encomendero podrá llevarlo a los visitadores cuando deba ser castigado. Estos serán informados de los indios que nacen y mueren para poder controlar su disminución. También supervisarán el cumplimiento de la ley mediante visitas a los lugares donde viven o laboran los indios. Los infractores serán multados o se les retirará la encomienda. Los visitadores también recibirán encomiendas. Los esclavos pueden tratarse como el encomendero estime pero buscando su adoctrinamiento y aceptación de la fe. -Las mujeres no pueden ser obligadas a ir a las minas con sus maridos, excepto por su propia voluntad y la de su marido, pero quedarán trabajando en su hacienda o en la de los españoles. Se prohíbe la poligamia y el casamiento entre parientes cercanos; se fomenta el matrimonio cristiano. Los indios podrán mantener sus fiestas y areitos La Praxis: -La encomienda supone la transformación de la existencia indígena en un proceso de explotación intensiva, fuera de sus espacios y modos originales de vida y trabajo. Estancias agrícolas, corrales, ingenios, enclaves ganaderos o actividades de servicio y construcción, pero sobre todo las minas, se explotan con una racionalidad que parte del consumo intensivo de la mano de obra, con gastos mínimos de alimentación, soporte técnico y fuerte coacción física (Sued Badillo 2001:310-328). La pobre alimentación y el cambio en la dieta, donde se tiende a perder un componente proteínico tradicional básico como el pescado, los hace más vulnerables a las enfermedades (Mira Caballos 1997:69). La fuerza laboral potencialmente mezcla indígenas encomendados de diferentes comunidades, indígenas esclavos de diverso origen y esclavos africanos en igual situación y con distinto grado de conocimiento del modo de vida hispano. También incluye naborías, indígenas con estatus similar al de un esclavo pero que no podían ser vendidos (Mira Caballos 1997:80). Como tendencia el indígena pierde de modo paulatino sus conexiones comunitarias, por la muerte de los demás miembros del grupo y por la imposibilidad o dificultades de retorno a su comunidad al concluir la demora. En este contexto aparece la figura del indio allegado, recogida en el censo de 1514 en La Española (Moya Pons 1982:127). Designa a indígenas refugiados bajo el mando de un nuevo cacique tras la desaparición de su comunidad original, o que por igual motivo quedan bajo el control de un encomendero. El desarraigo se hace más dramático en el caso de las mujeres, donde a la dureza del trabajo se incorpora la explotación sexual. Para 1514 es el grupo con más altos niveles de mortalidad en La Española (Moya Pons 1982:129). Los procesos comentados se aceleran en las zonas de trabajo minero. La pérdida de las referencias espaciales, sociales, el aislamiento, y la certidumbre de una rápida muerte, generan una completa alienación del individuo que se proyecta con frecuencia hacia el suicidio. En estos ambientes 45

multiétnicos se forjan vínculos entre los explotados, pero la diferencia y la discordia también son estimuladas por el español quien usa indígenas para reprimir a otros indígenas, y a africanos, y viceversa. La fuerza laboral era manejada por mineros o estancieros -según el tipo de actividad-, individuos cuyo salario muchas veces no era fijo sino una porción de la ganancia pactada con el encomendero. Esto determinaba niveles máximos de explotación de los trabajadores encomendados o esclavos (Sued Badillo 2001:321). El reparto de los indios de una aldea entre varios encomenderos también incide en un trato menos humano y en el incremento de la mortalidad (Mira Caballos 1997:175). En las villas y ciudades es importante la presencia de naborías y esclavos, quienes sirven de modo permanente en las casas de los españoles, siendo obligados a llevar un modo de vida hispano. Son ambientes con alta presencia femenina, muy marcada por el trabajo físico y el sometimiento sexual. En la década del treinta comienza a imponerse el fomento de ingenios. También la economía ganadera, donde el indio tiene un papel decisivo a diferencia del negro, considerado más útil en ingenios y plantaciones. En Cuba no obstante, la minería sigue siendo importante y es aún trabajo de indios. -La esclavitud se mantiene y amplía hasta 1542, cuando es prohibida por las Leyes Nuevas. Al inicio es usual provocar confrontaciones para esclavizar a los indígenas, algo estimulado tras la implantación de la encomienda en tanto no presenta sus contenciones legales. Los esclavos locales no sólo se incorporan a la fuerza de trabajo sino que son un producto comercial importante dentro de la economía isleña; su captación en Puerto Rico llega, por momentos, a afectar la estabilidad de la masa encomendada (Sued Badillo 2001:187-188). Por lo general tienen una movilidad y un trato distinto al de los indios encomendados, marcado por una explotación acentuada y la ausencia de períodos de descanso. La importación de miles de esclavos indios desde otras áreas sigue esas perspectivas y se halla tempranamente en el accionar colonial. Es tan importante que en el caso de Puerto Rico, según Anderson-Córdova (1990:286), pudo llegar casi a reemplazar a la semi-extinta población local. La esclavitud africana en sus primeros momentos se halla limitada por sus costos, muy superiores al de los esclavos indígenas, lo cual determina un mejor trato. Con la disminución del indio y la prohibición de esclavizarlo, adquiere enormes dimensiones y los negros pasan al último nivel de la escala social. Aún cuando el encomendado es un hombre libre, su manejo arbitrario llega a la venta, práctica usual en Cuba, e incluso a su presentación ilegal como esclavo (Mira Caballos 1997:163). -Los españoles reconocen la conveniencia de mantener a las comunidades indígenas en sus aldeas (Mira Caballos 1997:108, 173). Así ocurre en muchos casos (Anderson-Córdova 1990:280), aunque también son movidas hacia zonas cercanas a las minas o áreas de trabajo. En La Española los traslados se implementan en 1503 haciéndose más frecuentes a partir de 1514; algunos grupos son desplazados hasta 400 km de su locación original (Moya Pons 1992:128). La concentración de comunidades forma las llamadas reducciones, iniciadas por el gobernador Nicolás de Ovando en 1503 y ampliadas a partir de 1514, o las experiencias, donde se intenta probar la capacidad de los indios para una vida independiente. Se caracterizan por la presencia directa de españoles, la presión para que adopten modelos de vida hispanos, incluyendo uso de ropa y prácticas religiosas, y por conflictos entre caciques obligados a convivir y redefinir sus posiciones de liderazgo. Lynne Guitar usa el término “desorientación” para referirse al efecto de estos procesos, donde ocurren desajustes dramáticos en la percepción indígena de su entorno y sus relaciones con otras comunidades (Guitar 1998:69, 113). El desarraigo es una estrategia usada con los indígenas tomados como esclavos por justa guerra o de modo arbitrario. Muchas veces son enviados a otra isla para limitar su capacidad de organizarse y resistir, como ocurre cuando en 1512 se ordena mandarlos de La Española a Puerto Rico y viceversa (Fernández 1966:404). -La existencia aldeana se contrae, debido a la ausencia de gran parte de los integrantes de las comunidades durante la mayor parte del año, a un accionar centrado en la supervivencia y desplegado 46

en lo principal por ancianos, niños e individuos incapacitados para el trabajo. La separación de hombres y mujeres, y la fragmentación de los conjuntos aldeanos, interrumpe los ciclos de reproducción biológica y los procesos sociales y rituales que sostienen y perpetuan la vida comunitaria. Las aldeas se hacen más vulnerable a la presión externa, sea de españoles, africanos o indios; tal es el caso de ataques de esclavos africanos a poblados indígenas en Cuba, en 1533, donde roban y secuestran mujeres (Mira Caballos 1997:190). La eliminación de la poligamia y la imposición de matrimonios cristianos afecta los sistemas de parentesco y alianzas intra e intercomunitarios. De forma paralela se intensifican las relaciones de españoles con mujeres indias, algo más común cuando éstas quedan fuera de sus pueblos. En 1530 uno de cada cinco matrimonios registrados en Puerto Rico es de este tipo (Brau 1966). La cifra puede dar una idea del amplio número de amancebamientos que debió existir en tanto éstos tendían a no ser reconocidos de forma pública. Matrimonios, amancebamiento, concubinato y encuentros forzados, generan un estrato mestizo cada vez más amplio, y cuya identidad se tiende a manipular. De hecho hay un interés en inclinar a los mestizos hacia la vida cristiana y de romper la identidad indígena aportada por sus madres, cuando se ordena que los hijos de españoles de la isla Margarita se queden con sus padres y se les enseñen sus costumbres (Mira Caballos 2000a:290). La relación con las indias da viabilidad a un componente social cuyo crecimiento va paralelo a la disminución de los nacimientos de niños indígenas, o a su muerte junto a los adultos. Para 1514 en La Española, de 401 comunidades indígenas registradas 172 ya no tienen niños (Moya Pons 1982:128). En varios pueblos indígenas de Cuba entre 1527 y 1531, casi no hay niños de entre cinco y seis años y los nacimientos son escasos (Mira Caballos 1997:41). -La encomienda alcanza a todos los indígenas laboralmente útiles, incluyendo a la élite nitaína. Sólo se excluyen los caciques, reconocidos como mediadores en la organización y explotación de la fuerza de trabajo indígena, y en algunos casos como aliados, incorporados a la represión de indios y negros alzados o a la conquista de otras islas. Los privilegios de los caciques pueden incluir tratamientos de nobleza, posesión de caballo y armas, pero nunca capacidad política o jurídica (Mira Caballos 1997:85). Los caciques rebeldes tienen la misma suerte que el resto de los indios; en 1511 en Puerto Rico se ordena esclavizarlos y enviarlos a La Española como medida ejemplarizante (Fernández 1966:397). La presencia de cacicas y nitaínos en el cargo de caciques, en el censo de 1514, indica la activación de los mecanismos de sucesión para mantener la dirección comunitaria ante la ausencia de sucesores directos (Moya Pons 1982:128). En todas las islas las cacicas se usan para lograr acceso, a través del matrimonio, al control de las comunidades; la frecuencia de relaciones con éstas se refiere en el censo de 1514 (Moya Pons 1982:125). Para esa fecha el 31 por ciento de los encomenderos de La Española están casados con indias y muchos lo hacen a partir de este interés. En Puerto Rico, en 1528 y 1534, también son comunes relaciones de este tipo (Fernández 1966:429; Sued Badillo 1989:64). A fines de la segunda década del siglo XVI la disminución de la población indígena determina el incremento del uso de esclavos africanos. Esto, y el arribo de nuevos encomenderos, menos familiarizados con las prácticas indígenas, influye en una pérdida de importancia de los caciques en el plan de dominio (Guitar 1998:115). El debilitamiento demográfico también pudo generar un cuestionamiento de autoridad y rivalidades por el mando dentro de las aldeas, así como la ruptura de los esquemas de colaboración y alianza intercomunitarios (Anderson-Córdova 1990:129). -Los visitadores, encargados de controlar la encomienda, tuvieron indios en igual régimen hasta fines de la segunda década del siglo XVI, participando de modo activo en su explotación e ignorando los abusos de los encomenderos. Igual ocurrió durante mucho tiempo con las demás autoridades de las islas y personajes importantes de la corona, creándose un conflicto de intereses que a larga siempre afectaba al indígena. Los españoles constantemente piden se les dispense de cumplir las regulaciones al tratamiento de los indios en cuanto a su alimentación, darles hamacas, construir casas, o las incumplen de cualquier modo; también se resisten a las experiencias de libertad o a cumplir con las órdenes de eliminación de la encomienda. El régimen de encomienda contribuye a que el español vea 47

al indio como un recurso de enriquecimiento y no como un ser humano, y tienda a ejercer sobre él un control completo más allá de la ética proclamada en términos políticos y religiosos. La conquista espiritual. La Ley: -Donde hubiera varias estancias cercanas se hará una iglesia y se pondrán imágenes de la Virgen y cruces. Asistirán indios y españoles los domingos, a rezar y oír misa. A los indígenas se les enseñaran los mandamientos y ese día se le dará carne guisada y una comida mejor. Igual será en las minas pero en este caso se prevé una comida más abundante todo el tiempo. Al retorno del trabajo los indios deben asistir a la iglesia donde el encomendero les enseñará rezos. La ausencia se castigará con la pérdida del descanso al día siguiente -Se pondrá especial cuidado en enseñarles a los caciques las cosas de la fe, para que puedan adoctrinar al resto de los indios. Sus hijos y los niños más inteligentes y hábiles serán educados por frailes; aprenderán a leer y escribir y ayudarán en el adoctrinamiento de los demás indios. Es obligatorio bautizar a los niños en un período de ocho días después del nacimiento, por un clérigo o el encargado de la encomienda. -Los clérigos llevarán los diezmos de las estancias donde hubiera indios, darán misa y confesarán a los indios. También deben confesar a los indígenas moribundos y enterrarlos sin cobrar. Sí en la estancia hubiera iglesia se les entierra en ésta, si no la hay o murieran en otra parte será donde los cristianos crean pero siempre deben enterrarlos. La Praxis: La conquista de los espíritus parte de la destrucción de la religiosidad indígena y de la imposición del cristianismo como única opción de integración y continuidad del indígena. Lo primero se logra a través de la destrucción de ídolos, tema poco claro pero comentado por los apologistas del accionar religioso cristiano, según Ortiz (1935:64). También, mediante la condena por heréticas de las formas de adoración de sus imágenes y de las prácticas chamánicas y curativas de los behíques, en muchos casos salvación de españoles enfermos. A partir de la eliminación física de los líderes políticos y religiosos, principales portadores del conocimiento y la tradición espiritual indígena, y desde la obligatoriedad de seguir modos cristianos en las diversas esferas de la vida. Se exige el matrimonio cristiano, el bautizo, el vestir para cubrir una desnudez pecaminosa, y se hace obligatorio el entierro de los cuerpos impidiendo los ritos funerarios indígenas donde la exposición y manipulación del cadáver era muchas veces de gran importancia. Al inicio la evangelización es aceptada por grupos indígenas deseosos de acceder al poder sobrenatural de los cristianos. Se incorporan sus imágenes como cemíes cargados de esta fuerza (Oliver 2009:227). También la admiten líderes interesados en la alianza con los españoles, como un conveniente apoyo militar frente a caciques rivales. Por otro lado es rechazada por quienes no aceptan cambiar sus creencias o ven como falsa una prédica ofrecida por quienes los matan y destruyen su mundo. Quizás piensan como el cacique Hatuey, en Cuba, que antes de ser quemado no acepta la salvación como cristiano pues supone la continuidad del vínculo con estos seres crueles, en vez del mundo feliz previsto en los mitos indígenas. Con la consolidación de la dominación no hay alternativas y ser cristiano es obligación. Los caciques, sus familias e hijos, son los primeros en recibir la presión y al parecer quienes más rápido la aceptan. Muchos niños de la élite indígena de La Española y Cuba son removidos del ambiente indígena y educados en España o en colegios en Concepción de la Vega y en Santo Domingo. Allí estudia el cacique Enriquillo, que no deja de ser cristiano aún cuando encabeza la más importante de las rebeliones indígenas en La Española. Esta política se extiende a los indios cristianos en general y en 1511 se autoriza mover indígenas esclavos de La Española para que enseñen y adoctrinen a los de 48

San Juan (Fernández 1966:395). La cristianización tiene objetivos prácticos en tanto busca facilitar el sojuzgamiento y hacer de los indígenas trabajadores dóciles: Carlos V ordena a los religiosos alentar a los indígenas, como parte de su formación cristiana, sobre la conveniencia de mantenerse trabajando en las minas (Mira Caballos 1997:236). De cualquier modo la práctica de la evangelización deja mucho que desear. Los frailes eran escasos y sin instrucción, pocas las iglesias, no había libros doctrinales bilingües y faltaba voluntad para llegar a los indios, generalmente poco interesados en la nueva religión; muchas veces sólo se les bautizaba y se les daba un nombre cristiano. El rey Fernando se queja del poco efecto de la prédica, notándose sólo un cambio en los niños educados por religiosos (Mira Caballos 2000a:256, 269). Para los indígenas debió ser notoria la contradicción entre el discurso cristiano y la realidad, incluso en la actitud de los clérigos encargados de adoctrinarlos, para no mencionar a los encomenderos. Fernando Ortiz (2008:36) menciona pasajes donde los indígenas equiparan el ser cristianos con el saber mentir, vinculando el acto de conversión con la adquisición de una naturaleza negativa, inherente a los europeos y a muchos frailes. Si bien hubo religiosos como Las Casas, Montesinos y Pedro de Córdoba, decididos a hacer todo por salvarlos de la explotación hispana y conseguir una conversión voluntaria y sincera, otros llegaron a manejar encomiendas y a esquilmar a los indígenas como un esclavista más. Esto ocurrió incluso entre los representantes principales de la iglesia. Los obispos de San Juan y Cuba, Alonso Manso y Miguel Ramírez controlaban grandes encomiendas y se enriquecieron desde sus cargos de repartidores de indios. Son conocidas las historias de los clérigos encargados del control de los pueblos indios de Puerto Rico y Cuba en la década del veinte, donde se probaba su capacidad para la vida en libertad. Se apropiaban de las ganancias del trabajo de los indios y el de Cuba, además, se amancebó con una india casada, los alquilaba y enviaba a ranchear indios cimarrones (Mira Caballos 1997:182, 211, 238). El obispo Miguel Ramírez cobraba cantidades excesivas por el entierro de indios algo que no distaba mucho de la práctica de los encomenderos y tratantes de esclavos, criticada por los dominicos en La Española, de abandonar los cadáveres e incluso manejarlos como basura: “Las sepulturas que fasta agora poco tiempo á les an dado, era atallos pies e mano, y abelles un palo por entre los brazos e las piernas como yban a los cuerpos muertos a los ómbros de dos yndios, e arroxábanlos al muladar, que abia ombre que thernia tantos uesos en su muladar de aquestos sobredichos e yndios, como suele aber en un cementerio de las yglesias de Castilla”. (Colección de Documentos Inéditos de Indias, Primera serie [CODOIN S1] 1880:35:199-240). 2.5 La construcción del “indio” Como resultado de la colonización de la vida y de la conquista del espíritu, no sólo se destruye la sociedad indígena, sino que se construye a un nuevo ser. El indígena se convierte en “indio” dentro de un proceso de apropiación y transformación de su identidad, iniciado desde los viajes de descubrimiento y que culmina con su transformación en un nuevo grupo étnico. La denominación aparece en las informaciones sobre Las Antillas, recogidas en el Diario de navegación de Cristóbal Colón (1961:70), y responde a la errónea creencia en el hallazgo de Las Indias y sus habitantes. Es una denominación flexible, constantemente reajustada por los europeos y convertida de modo rápido en recurso de dominación al ser usada, en un primer momento, para designar a los pobladores de las Antillas Mayores y Las Bahamas, “pacíficos y civilizables”, en contraposición a los llamados “caribes”, radicados en las Antillas Menores 6 y aptos para ser esclavizados en razón de su actitud 6 Los “indios” de las Antillas M ayores y los “caribes”, no son conglomerados homogéneos ni tan diametralmente opuestos, y hay mucho de manipulación política para justificar la esclavización de los últimos en razón de su beligerancia y “salvajismo” (Sued Badillo 1995:69). Comentarios sobre este proceso y un análisis de los nexos entre indios y caribes pueden hallarse en Hofman y Bright (2007).

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belicosa y de la práctica del canibalismo. Al emplearse para referirse a gentes distintas a los caribes adquiere un carácter supraétnico, homogenizando artificialmente poblaciones que a lo largo de la crónica europea muestran múltiples aspectos de diversidad, tanto lingüística como de apariencia, usos culturales, y complejidad de organización de sus sociedades, por mencionar algunas. El término caribe se proyecta de similar modo pues el universo humano que designa parece haber sido igual de diverso según algunos autores (Lenik 2012; Whitehead 1996a, 1996b). Esta diversidad queda anulada y como refiere Guillermo Bonfill Batalla, se enmascara la especificidad histórica de las poblaciones y se les convierte, dentro del nuevo orden colonial, en un ser plural y uniforme: el indio-los indios. En esta perspectiva indio “es una categoría supraétnica que no denota un contenido especifico de los grupos que abarca, sino una particular relación entre ellos y otros sectores del sistema social global del que los indios forman parte. La categoría de indio denota la condición de colonizado y hace referencia necesaria a la relación colonial” (Bonfill Batalla 1977:21). La idea del indio proyecta y sostiene además, su innata diferencia respecto al colonizador, su carácter de vencido y de ser inferior, cuyas posibilidades de inserción en la nueva realidad dependen de aceptar o acercarse a los patrones del colonizador (Adorno 1988; Bonfill Batalla 1977; Roldan 1988). Con la maduración del control y la colonización, en el entorno de la economía y la organización social, el “caribe” será sólo un indio más pero esclavo. Las categorías del censo de 1514 en La Española (Moya Pons 1982), muestran esta otra cara de la diversidad escondida bajo el término. Indios serán tantos los de servicio (miembros simples de determinada comunidad local), como los naborías, los esclavos y los allegados. En opinión de Anderson-Córdova (1990) las tres últimas categorías incluyen indios locales y de otras islas o lugares. En Cuba y Puerto Rico se podrán ajustar estas dominaciones pero en términos generales la situación es parecida. El “indio” como categoría colonial es también una condición étnica en tanto el reconocimiento como tal es un recurso para diferenciarlos de otros (mestizos, negros, blancos); tal condición se consolida con los individuos nacidos en el ambiente colonial, alejados de modo progresivo de los rasgos culturales de sus ancestros. Este carácter se impone de modo pleno cuando terminan las encomiendas y la población sobreviviente se reagrupa de modo forzado o independiente, pero ya como un ser distinto y con múltiples raíces, que se proyecta hacia los próximos siglos. En ese momento y en muchos casos desde antes, el indio aparece como producto de una incompleta asimilación pues aunque de forma programática se desea remover la identidad indígena que porta, y sus comportamientos y patrones materiales, en razón de este tipo de proceso (Stabki 2002) ambos lados trabajan para mantener la diferencia: el español pretende consagrar la inferioridad y el indio no perder sus raíces. Su mundo social, cultural, su apariencia física e imaginario, concentra la esencia indígena, una esencia de orígenes múltiples. También incorpora las recomposiciones generadas dentro de la circunstancia colonial y por ello cargadas de las claves de origen occidental, imprescindibles en este entorno. Será un hombre vestido al modo que lo pide el español, hablando su lengua, cultivando, supuesta o realmente, su religión, con nombres cristianos y produciendo para cristianos (Decoster 2005; Guitar 1998:271). 2.6 El “indio” como actor en el entorno colonial El análisis de la dominación ha perdido fuerza en la discusión general del colonialismo, ante la percepción de que constituye sólo un elemento del complejo entramado colonial y de que al priorizarla o sólo centrarse en ella, de cierto modo se oscurece la acción de los dominados y se contribuye a perpetuar la imagen construida por la narrativa del poder y de los dominadores. De algún modo esto se conecta con la crítica, desde el pensamiento poscolonial, al “esencialismo”, donde la diversidad se reduce a una supuesta esencia la cual conforma y posiciona grupos, mayormente ejemplificados en la dicotomía colonizador-colonizado (Liebmann 2008:73). El ambiente colonial entremezcló gente diversa, cambió tanto la identidad de colonizados como de los colonizadores; no fue un entorno estático y de identidades fijas, siempre en oposición. Los modelos aculturadores, implícitos en 50

esquemas como el de Foster y en la propuesta de Balandier, tienden a ser sustituidos en términos arqueológicos por enfoques interesados en captar estas dinámicas así como la multidireccionalidad del cambio y la emergencia de nuevas identidades, o la continuidad y la resistencia, donde el papel de los agentes sociales es clave (Deagan 1998; Rogers 2005; Stein 2005:17). En el caso caribeño la dominación marca el orden social, la esencia de relaciones de producción y de clases insertadas en un universo socio económico con rasgos feudales y a la vez capitalistas. Como en toda situación de dominación el dominado es su producto, y dominadores y dominados viven una relación de complementación; uno no existe sin el otro ni puede ser explicado o entendido de modo independiente (Miller 2005:64). En esta relación se inserta el carácter de los agentes sociales, individuos con objetivos e intenciones que influyen sobre su entorno y en las relaciones sociales, políticas y económicas desarrolladas en éste, a tono con sus metas y según determinadas condiciones histórico-sociales (Hodder y Hutson 2003; Wobst 2000). Las acciones individuales son contextualizadas dentro de un conjunto de regulaciones y recursos que las constriñen y a la vez las permiten: se actúa dentro de determinada estructura. En esta perspectiva los individuos plantean su existencia de un modo intencionado y estratégico, pero rutinario y cotidiano (Silliman 2001:192). Los individuos tienen cierto grado de agencia, la capacidad de participar e influir en los acontecimientos, pero no todos tienen el poder sobre los otros actores y sobre los recursos: la capacidad de dominación (Hodder y Hutson 2003:96). Queda, no obstante, la posibilidad de cambiar y subvertir las relaciones de dominación, de resistir (Saitta 1994), un acto en muchos casos concretado en la supervivencia. El “indio” como categoría colonial es un fenómeno que no parte sólo de la imposición del colonizador, actuando sobre la vida doméstica, corporal y espiritual del indígena, ahora indio. Este es protagonista de ese proceso, un agente activo en la búsqueda de caminos y soluciones, enfrentado y manejando la dominación y el ejercicio colonizador del poder. Su desempeño también está en relación con su interna diversidad, condicionada por su estatus social y jurídico (cacique, indio común; libre, esclavo), origen territorial e incluso base étnica, entre otros factores. El indio se resiste de múltiples formas pero también aprende las reglas del dominador y las usa a su favor hasta donde le es posible. Esto ocurre como grupo pero muchas veces como individuo, consiguiendo una posición especial las dimensiones de género y estatus. En este sentido, más allá de la resistencia hay un accionar de supervivencia muy situacional, que incluye la alianza estratégica con otros explotados (negros, indios) pero también la integración en el nuevo orden social y el alineamiento con los colonizadores. El indígena y después el “indio”, resisten de modo activo a la dominación. Primero se presenta batalla, se huye a los montes, o se abandonan las aldeas y cultivos para impedir el aprovisionamiento de los españoles. El escape a otras islas o lugares es un recurso importante, de modo particular en el caso de La Española y Puerto Rico (Anderson-Córdova 1990:276-283), pero también se da en Cuba (Worth 2004). Ya en medio de la consolidación colonial, las rebeliones de indios, entre ellos muchos cristianos como Enriquillo, se mantendrán en La Española, Cuba y Puerto Rico, hasta el fin de la encomienda, creciendo al ritmo de la salida de los colonizadores hacia los nuevos espacios de conquista (Guitar 1998; Ibarra 1979; Jiménez Pastrana 1985; Mira Caballo 1997; Sued Badillo 2001). Como en los primeros tiempos, a lo largo del siglo XVI la resistencia incluye la huida a los montes y el suicidio individual o en grupos. También muestra formas más sutiles como el ocultamiento de información sobre el uso de plantas medicinales o de recetas curativas, y la condena y represalia a quienes las transmitan a los españoles (Mira Caballos 2000a:205). Persiste el rechazo a la fe cristiana, que tras años de adoctrinamiento aparentemente no consiguen entender. No obstante aprovechan cualquier ocasión para volver a sus ritos y ceremonias, e incluso cultivarlas en escenarios hispanos como haciendas y estancias. En 1543, al intentar poner en libertad a los indios de Cuba se argumenta que esto no es conveniente porque cuando se les saca de las minas al finalizar la demora, consumen el tiempo en “areitos y otros vicios” (CODOIN S2,1891:6:184). Aún cuando puede ser parte de un discurso manipulador para evitar la liberación, la queja se repite con frecuencia e indica que a más de 30 años del inicio de la colonización la espiritualidad indígena sigue viva y también la inconformidad con el mundo impuesto 51

por los españoles. Como comenta Anderson-Córdova (1990:279), ésto se vincula con una postura doble: independiente en sus pueblos o en espacios alejados, y de aceptación en ambientes hispanos. Es un comportamiento estratégico, que prueba el limitado nivel de cambio o aculturación conseguido. La relación con los europeos, aún bajo una situación de dominio colonial, supone oportunidades de captar elementos de la materialidad hispana, como armas, herramientas y animales. Aún cuando la mujer es objeto de una agresión continuada, el amancebamiento y los matrimonios son, en ocasiones, una solución de supervivencia y, en lo referente a las cacicas, de mantenimiento de ciertos privilegios, incluso para familiares cercanos e hijos. Es importante recordar cómo ciertas líneas de sucesión caciquil siguen funcionando en plena situación colonial en Puerto Rico. Allí Sued Badillo (1989:5969) ha seguido las conexiones familiares de todo un grupo de cacicas de la región de Caguas, las cuales conservan su posición a lo largo de los años. Esto fue favorecido por los europeos pero también medió el interés y la colaboración directa de estas mujeres y sus parientes. La cacica María es la última reconocida; nació en 1510 cuando ya se había iniciado la conquista de la Isla, y en 1528 aparece casada con un español, quien usa el matrimonio para controlar a su gente. La historia de María refleja los abusos sobre la mujer pero también la capacidad de sobrevivencia y de búsqueda de soluciones para perdurar como líderes e individuos. Ciertos caciques insertados en esta perspectiva de integración, en especial aquellos con instrucción religiosa, llegan a emplear los mecanismos legales hispanos para defender sus intereses y los de sus comunidades, algo que sin éxito intenta Enriquillo antes de sublevarse. Otros caciques, en 1540 y también en La Española, amparándose en una cédula real piden se les libere de la encomienda pues se consideran listos para vivir como cristianos y proponen mantener un pueblo al estilo español y con iglesia propia (Guitar 1998:271). En la segunda mitad del siglo XVI se observa con más fuerza el papel activo del indio buscando alternativas de existencia o negociando su posición en el entorno colonial. Comunidades aisladas, viviendo fuera del control hispano, se reportan en Cuba y La Española (Guitar et al. 2006:51; Marrero 1993b:354). Otros se instalan en las villas, como parte de los estratos más pobres pero en ocasiones con oficios, y a muchos se les restringe a pueblos de Cuba como Guanabacoa y Trinidad donde, ya con pleno manejo del discurso oficial, exigen sus derechos sobre tierras o se defienden de intentos de imponerles nuevas formas de dependencia. 2.7 Transculturación y etnogénesis. Indios y mestizos La visión poscolonial, como un modo de pensar acerca de las representaciones de las situaciones coloniales y el legado del colonialismo (Van Dommelen 2005:112), ha sido una herramienta valiosa. Entre sus contribuciones se halla el ayudar a entender la transformación de las identidades, más allá de una esencia básica, inamovible (Liebmann 2008:83), apelando sobre todo a la idea de la “hibridez”. Este concepto, asociado a la creación de comunidades distintas por descendientes de gente indígena y de colonizadores (Bhabha 1992 citado por Van Dommelen 2005:117), apoya la percepción de una diferencia nacida desde la integración de los polos de la existencia colonial. La idea de mezcla aparece como un recurso importante para percibir la complejidad de los procesos de negociación e interacción, y las raíces múltiples de ciertos aspectos de este universo (Van Dommelen 2005:118). Liebmann (2008:83, 85) conecta hibridez con transculturación para hablar del carácter de las formas (nuevas) producidas a través de la colonización, imposibles de clasificar en una única categoría cultural o étnica, y asociadas a una noción de disyunción y conjunción. En su opinión el manejo poscolonial del concepto enfatiza el rechazo a la idea de culturas puras y apuesta por la interdependencia y mutua construcción de colonizados y colonizadores, reconociendo la multidireccionalidad y el flujo de influencias. Al uso del término se le ha criticado que puede implicar la preexistencia de una pureza en las formaciones sociales combinadas, la disolución de las diferencias culturales en una homogeneidad donde se inutiliza la cultura, y una visión desconectada del pasado al sostener el carácter único de las expresiones surgidas en el colonialismo (Liebmann 2008:85-88). El concepto de transculturación 52

resulta muy cercano al de hibridez pero fue pensado en circunstancias diferentes. No nace de la reflexión sobre el discurso o la representación cultural del colonialismo, sino del análisis de la diversidad de raíces culturales y de un proceso de construcción de productos culturales nuevos, conectados con ciertas líneas ancestrales. Parece una mejor opción para tratar el tema en estudio no sólo porque carece de las implicaciones en discusión en torno a la hibridez, sino por su propio origen y porque fue formulado específicamente para entender la realidad caribeña, analizando su pasado y presente. El concepto transculturación fue enunciado en los años cuarenta del siglo XX por el etnólogo cubano Fernando Ortiz. Este sustituye y a la vez unifica los conceptos de aculturación (visto como adquisición de una nueva cultura), deculturación (pérdida de cultura) y neoculturación (surgimiento de una nueva cultura). Sería el proceso de desarrollo de expresiones culturales nuevas a partir de una situación de interrelación cultural donde se cambian influencias, perdiéndose y adquiriéndose elementos (Ortiz 1983:90). El concepto asume todos los componentes de la existencia humana, incluyendo el aspecto biológico, pues el resultado transcultural en Cuba es un “amestizamiento de razas y culturas” (Ortiz 1983:87). La transculturación genera influencias en todas las direcciones, incluyendo al grupo dominante, y percibe el cambio como proceso global y como etapa y elemento de una transformación mayor, permanente y continuada. Inmerso en la idea del contacto-descubrimiento y la rápida desaparición del indígena, limitado por los conocimientos arqueológicos de la época y también por sus prejuicios históricos, Ortiz niega la transculturación del indio. No obstante, acepta la entrada de elementos de su mundo a una mezcla donde concurren aspectos españoles y africanos -muchos otros seguirán incorporándose-, para dar lugar a una nueva expresión: la cultura criolla, posteriormente cubana (Ortiz 1991). El indio como individuo estará allí, pero no con la visibilidad deseada por Ortiz. Pese a ello los datos históricos lo descubren a lo largo de los siglos y su presencia física aparece en sus descendientes actuales en algunas partes de Cuba y La Española, y se identifica con fuerza en la base genética de Puerto Rico (Barreiro 2006; Guitar et al. 2006; Martínez Cruzado et al. 2001; Martínez Cruzado 2002; Rivero de la Calle 1978). Esto es resultado de formas de supervivencia e integración temprana, y de un proceso de mestizaje con distintos ritmos e ingredientes, del cual emerge un “indio” distinto y también otros componentes poblacionales. Son aspectos de la transculturación en un sentido de proceso mayor, expresados en este caso en una situación de etnogénesis. Se trata del nacimiento de nuevas identidades étnicas, entendidas estas últimas como los sentimientos de pertenencia social basados en nociones culturalmente construidas sobre orígenes compartidos, generados a partir de una percepción de similitud y a la vez de diferencia respecto a otros (Lucy 2005:100-101). Serían conjuntos étnicos no reconocidos de modo previo, los cuales combinan y transforman elementos de múltiples tradiciones culturales en forma y significado (Moore 1994 citado por Deagan 1998:29). El “indio” es una de estas nuevas identidades, creada en la situación de contacto y consolidada en medio de la situación colonial como el grupo de los descendientes del poblador original o de los indígenas sobrevivientes, cualquiera sea su origen real. Este “indio”, y en especial el que busca espacios tras el fin de la encomienda, mezcla raíces étnicas diversas pues integra gente con distinto origen cultural y espacial. El indio no se define sólo por la percepción europea y a partir de la reconfiguración poblacional impuesta al mover esclavos y mezclarlos con encomendados. También proviene de las mismas estrategias indígenas de reorganización y supervivencia, sin duda conectadas con los procesos precolombinos de movimiento de individuos entre comunidades y espacios, a través de los sistemas de matrimonio y alianza. Aquí caben los movimientos de población que huye de los europeos y la presencia de los allegados, refugiados en otras comunidades y bajo el mando de un nuevo cacique. Se agrupan y mezclan gente con diverso bagaje cultural y lengua, si bien cercanos a partir de su diferencia respecto a negros, mestizos y blancos, y por su carácter de dominados, quienes deben asumir las reglas de comportamiento, vestuario, idioma y creencia religiosa impuestas por el europeo. Va a ser un individuo diferente al indio inicial pero que se construye sin perder ese prisma,

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por el cual pasa su cultura e incluso la ideología cristiana y sus imágenes 7 . Muchos mestizos debieron ubicarse en la categoría de “indio” a partir de su residencia y crianza, resultando a la larga su núcleo humano principal en razón de la debilidad demográfica de los componentes puros; no obstante indios y mestizos serán distintos. El término mestizo se usa para designar la mezcla de español e indio, mientras que mulato es la de español y negro. Mestizos serían en un sentido biológico los hijos de los enlaces mixtos de los tres grupos étnicos concurrentes a partir del arribo hispano: indígenas, europeos y africanos. En cualquiera de sus combinaciones los mestizos, junto a indios y negros, son parte de la base marginada y explotada de la sociedad colonial aún cuando disponer de un progenitor blanco les da cierta posibilidad de superación social. A los hijos de indias y españoles se les reconoce como subversivos y peligrosos, algo preocupante por su alta demografía. En la década del treinta aparecen unidos al grupo rebelde de Enriquillo y en otras partidas, siendo muy común hallarlos en zonas rurales en La Española. Para neutralizar sus inclinaciones levantiscas la corona trabaja para moverlos al modo de vida cristiano y fomenta su educación (Mira Caballos 2000a:294). A la par construye una red de prohibiciones dirigidas a limitar su acceso, y también el de los mulatos, al control de la mano de obra indígena, oficios reales o cargos públicos. Los mestizos no aparecen como grupo en los censos antillanos ni en las descripciones de la poblaciones de las villas hasta fines del siglo XVI, pero se les menciona de modo individual en algunos documentos. Según Guitar (2003:119), muchos debieron ser registrados en alguna de las categorías básicas de español, “indio” o negro, en dependencia más de su posición social y económica que de su apariencia física. Hijos de madres indias eran criados como españoles y lograron posiciones ventajosas, en especial cuando eran hijos únicos. Muchos, de modo particular si no se hallaban en un entorno hispano, tendían a adquirir la identidad de sus progenitoras y a ser vistos como ellas. El mestizo (de india) se reconoce como diferente del indio en su carácter y comportamiento y tiende a ser una categoría de más poder que este y, por supuesto, que el mulato y el negro (Guitar 2003:120; Marrero 1993b:370). Los mestizos en cualquiera de sus orígenes constituían un grupo capaz de conectar las distintas categorías sociales y étnicas, y de transitar entre ellas. Indios y mestizos en ambientes hispanos, usualmente mujeres, introducen elementos de su cultura material, alimentaria, curativa, en la vida del español, viniendo muchas veces desde la faceta íntima o no pública de la coexistencia. Igual hacen los negros y sus mestizos, completando una mezcla en la cual confluyen elementos de muchas áreas de la cotidianeidad (Guitar 1998). En este entorno, donde indios, negros y mestizos llevan la carga de los servicios y labores, crece el hijo de españoles nacido en América; un mundo diferente al de sus mayores y con otros ritmos y perspectivas. Sera llamado criollo como los descendientes de africanos. En apariencia hasta el siglo XVIII la acepción no se aplica a los indios y sus mestizos (Le Riverend y Venegas 2005:14). Esta singularidad no está bien estudiada pero sugiere el reconocimiento para el indio, de un carácter local, americano, del cual carecen los otros a nivel ancestral. De cualquier modo los nacidos en el Nuevo Mundo en medio de la dominación colonial van a ser diferentes, ya sea de su raíz extraamericana como de su base precolombina. Son productos transculturados y actores de una sociedad multiétnica, con una particular experiencia ambiental y de vida, donde la mezcla se convierte en signo de identidad. El criollaje, como construcción de una sociedad nueva y plural, los alcanza a todos. El reconocimiento del criollo y el acriollamiento, presenta una base conceptual y todo un campo de discusión teórica de gran valor para el análisis arqueológico de la interacción colonial (Deagan 1995b, 1998; ver artículos en número especial sobre el tema en Historical Archaeology, volumen 34, número 3 [2000], editado por S. L. Dawdy). Sin embargo, supone una posición respecto a reconocimiento de orígenes, difícil de concretar en términos arqueológicos, además de tener implicaciones específicas dentro de la historia cubana en cuanto a significados y temporalidades. Por tal razón preferimos 7

Para una discusión sobre el manejo de la imagen de la Virgen entre los indios de Cuba consúltese a Guarch Delmonte (2006), Oliver (2009), Peña et al. (2012) y Trincado (1997).

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centrarnos en el proceso donde se generan expresiones como el criollo, la transculturación, más que en su producto mismo. 2.8 Perspectiva metodológica En el análisis arqueológico de la interacción entre europeos e indígenas se tiende a reconocer en las últimas décadas la importancia de lograr un enfoque donde se concilien los recursos investigativos e informaciones de la arqueología prehistórica 8 e histórica, el manejo de una perspectiva multidisciplinaria y de una visión comparativa que permita observar el cambio y la continuidad de los aspectos indígenas y la emergencia de nuevos elementos socioculturales (Deagan 2004; Lighfoot 1995; Paynter 2000b; Silliman 2005). Esta perspectiva metodológica mayor muestra desarrollos específicos, atendiendo a las peculiaridades del lugar en estudio y a las cuestiones en análisis, que aumentan su alcance al incorporar las consideraciones de agencia (DiPaolo 2001), acriollamiento (Deagan 1995b; DiPaolo 2000; Ewen 2000), estudios de práctica y cotidianeidad (Lightfoot et al. 1998; Silliman 2010), entre otras. En el caso de El Chorro de Maíta su aplicación pretende caracterizar la situación de interacción e identificar sus peculiaridades, enfatizando en aspectos relacionados con la dominación, la actuación de los agentes sociales y la composición étnica e identitaria de la población. 2.8.1 Arqueología prehistórica e histórica El estudio de sitios con una materialidad básicamente indígena pero vigentes en situaciones de relación con europeos que pueden tener una contraparte documental o etnohistórica, hace más relevante la necesidad de lograr un nexo entre las arqueologías prehistóricas e históricas. Varios aspectos marcan la diferencia entre ambas arqueologias: importancia del enfoque antropológico, el tipo de objetos y contextos a investigar, la relación con el desarrollo del capitalismo a partir de la expansión europea en el siglo XVI, y el tema documental como contraparte de la investigación y como definidor del carácter de las sociedades (Deagan 2008; Funari et al. 1999; Orser 2000). No obstante, se trata de arqueología al fin y al cabo y la solución está en manejar lo mejor que cada una puede ofrecer desde una perspectiva integrada y lo más armónica posible. Esto pasa por un uso critico de las fuentes documentales y etnohistóricas, conseguir registros arqueológicos comparables y el empleo pertinente de técnicas de campo y estudio de materiales (Deagan 2004; Lighfoot 1995; Silliman 2010). El caso caribeño está signado por dificultades en el acceso a la información documental donde se trata a las sociedades indígenas, siempre generada por las élites letradas desde sus perspectivas e intereses. No hay una visión del indígena o de los estratos pobres, algo común, como los demás aspectos, a las fuentes etnohistóricas principales. Estas se hallan marcadas por numerosos datos erróneos y por construirse con frecuencia a partir de la observación de comunidades muy trasformadas por el accionar europeo (González 2009; Wilson y Rogers 1993). Al integrarlas en investigaciones arqueológicas se tiende a dar prioridad a las fuentes etnohistóricas respecto al dato arqueológico, manejándolas de modo indiscriminado, sin concordancia entre las unidades de análisis y de observación, entre otros problemas (Curet 2006). En muchos casos los diseños de investigación de contextos arqueológicos precoloniales, cuando existen, imposibilitan la determinación de depósitos vinculados con el contacto o la presencia europea. Se proyectan para la identificación de culturas arqueológicas indígenas y de procesos de tipo migratorio, con técnicas de excavación y muestreo en general no pensadas para tratar contextos domésticos o depósitos de eventos únicos. Por ello no pueden advertir detalles poco evidentes de la materialidad europea, como es el caso de microrestos generados por la importación de plantas y animales (Deagan 2004:603-604), o la diversidad humana determinada por la reconfiguración 8 Aunque hemos mantenido el término “arqueología prehistórica” a fin de facilitar la presentación de criterios de autores que lo manejan, no nos parece adecuado dada sus implicaciones en torno a una presunta ausencia de historia o momento anterior a esta, y a un carácter primitivo y atrasado para tales sociedades. Creemos más adecuado para el caso antillano, hablar de sociedades indígenas, precolombinas o precoloniales.

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poblacional impuesta por los europeos. Se necesitan conocimientos especializados para identificar materiales de apariencia moderna o indígena, pero propios de la materialidad colonial, y no familiares para un investigador acostumbrado a contextos indígenas, o una fauna de aspecto intrusivo. También se necesitan conocimientos profundos de los contextos indígenas precontacto para percibir sus cambios u organizar su estudio, aspectos que en las condiciones de divulgación y desarrollo de la arqueología caribeña muchas veces dependen de la práctica y la especialización personal. La valoración cronológica es un factor complicado. Como comenta Hobler (1986:16), los estudios en sitios indígenas precontacto tienden a lidiar con grandes escalas de tiempo mientras que la situación de interacción puede transcurrir en lapsos comparativamente breves, difíciles de considerar con las técnicas de datación radiocarbónica. Los estimados basados en la fecha conocida de manufactura de los objetos europeos también deben manejarse de modo crítico, pues los procesos de difusión pueden cubrir un período grande de tiempo, y su cronología de uso o entrada a contextos indígenas varía en dependencia de la función del lugar y otros muchos aspectos. La investigación de El Chorro de Maíta se plantea considerando los factores antes mencionados. Pretende integrar el conocimiento arqueológico de las sociedades indígenas de la región, Cuba, y el sitio, con los aportes de método e información de la arqueología histórica, vistos en igual escala. Usa la información etnohistórica relevante, manejada en dependencia de los temas en discusión y priorizando datos cubanos. Incorpora elementos documentales conseguidos en compilaciones publicadas, de modo particular en las dos series de la llamada Colección de Documentos Inéditos de Indias 9 , informaciones de textos donde se analizan amplios cuerpos documentales, y documentos obtenidos a partir de la búsqueda directa en el Archivo General de Indias, en Sevilla. El trabajo de campo y el estudio de materiales se plantean con la intención de ubicar elementos y depósitos asociados al proceso de interacción hispano indígena y siguen, como premisa, la idea de que éstos pueden no ser directamente observables o que el impacto del vínculo con los europeos puede hallarse sólo en la variabilidad de los comportamientos indígenas. Por ello asume la recuperación total de evidencias culturales y de fauna, y muestreos intensivos para estudios paleobotánicos. Parte de un manejo integrado, estimando diversos factores y condicionantes, de forma especial en la evaluación cronológica de entrada de objetos, animales y plantas. También reconoce el valor del entorno temporal y de entender el reconocimiento de su expresión histórica local o regional, con el mayor nivel de detalle posible. Usa además, para la identificación e interpretación de materiales, la experiencia de la arqueología histórica en la región, tanto a partir de la asesoría directa de especialistas en esta disciplina como mediante el empleo del cuerpo de datos disponible, desarrollado en los últimos años a partir del trabajo de Kathleen Deagan y de instituciones como el Museo de Historia Natural de La Florida, y el Gabinete de Arqueología de la OHCH. 2.8.2 Perspectiva multidisciplinaria y visión integradora En los contextos de interacción convergen dos polos culturales básicos, europeos e indígenas, pero estos pueden portar o generar elementos étnicos múltiples y diversas escalas de materialidad. El análisis de la interacción, aún en una perspectiva general, pasa por reconocer esa diversidad, algo que implica múltiples enfoques. Una perspectiva multidisciplinaria no es sólo el uso de diversas fuentes de datos, es considerar distintos tipos de estudios para responder preguntas comunes y planear la investigación de modo que se pueda actualizar y reorientar según los diversos resultados (Deagan y Scardaville 1985). 9

Se trata de la primera serie editada por Luis Torres de M endoza bajo el título Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del reino, y muy especialmente del de Indias, con 42 volúmenes, y a la segunda serie editada por la Real Academia de la Historia bajo el título Colección de Documentos Inéditos Relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de las Antiguas Posesiones Españolas de Ultramar, con 25 volúmenes, que aquí son referidas como CODOIN S1 y CODOIN S2, respectivamente.

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El sitio El Chorro de Maíta esta formado por espacios de habitación humana y un cementerio, y por tanto concentra una gran diversidad de materiales. Los contextos y evidencias no pueden entenderse sino se integran estas áreas. La organización del espacio, pero también la cronología, la movilidad de los restos culturales y de fauna, y la misma interacción, son aspectos que conectan estas distintas áreas y cuyo análisis pasa por un manejo multidisciplinario. Como parte de este se realizaron trabajos de campo, así como un nuevo estudio de las colecciones de evidencias materiales y restos esquelétales, el cual fue completado con una investigación histórica y un amplio esfuerzo de análisis cronológico. Se colaboró con un grupo de especialistas que trabajaron, de modo independiente o con el apoyo de autor, los aspectos bioarqueológicos (demografía, antropología dental, modificaciones craneanas intencionales, origen territorial y tafonomía) y arqueozoológicos. Los estudios arqueológicos y de análisis de fuentes históricas y etnohistóricas fueron realizados o dirigidos por el autor, quien dispuso de los resultados de análisis arqueométricos diversos (fechados radiocarbónicos, identificación de residuos en cerámica, identificación de textiles y materiales orgánicos), participando de forma directa en un amplio estudio de arqueometalurgia, clave por lo singular de estos materiales en contextos indígenas caribeños y por su notable y distintiva presencia en el cementerio de El Chorro de Maíta. En el estudio del cementerio es donde mejor se expresa el impacto de la perspectiva multidisciplinaria. Identidades y origen étnico resultan normalmente aspectos de difícil aprehensión, no obstante pueden ser captados mejor si se combinan distintos datos y enfoques. Las modificaciones craneanas se han reconocido como marcadores importantes al respecto (Crespo Torres 2000; Blom 2005; Torres-Rouff 2008), que en este caso valoramos junto a las modificaciones dentales y aspectos osteométricos y de origen territorial, considerados los últimos a partir de análisis de isótopos de estroncio. Las prácticas mortuorias se expresan en la disposición de los cuerpos y la materialidad que los acompaña, pero su identificación puede ser compleja y muchos detalles del manejo de los cuerpos no son evidentes por las técnicas de registro convencionales. Por ello acudimos a un estudio tafonómico combinado con datos de registro excavatorio e información demográfica y osteométrica, a fin de profundizar en la visión del tratamiento mortuorio, y a diversos análisis arqueométricos para establecer la verdadera naturaleza de los objetos. Por la importancia del cementerio la investigación debe mucho a la bioarqueología y a la arqueología de la muerte, pero no se enmarca a fondo en ninguno de esos enfoques pues en este caso son herramientas en el análisis de la interacción. 2.8.3 Visión comparativa Un aspecto básico del estudio del contacto cultural o de la interacción colonial es el reconocimiento de su efecto. Este se expresa en cambios pero también en elementos que se mantienen; ambos aspectos tienen significados propios y califican la relación. Dentro del cambio y en muchos sentidos más allá de éste, se encuentra la aparición de elementos nuevos (culturales y biológicos), los cuales suponen una dimensión diferente. Su percepción implica establecer una línea referencial entre la sociedad indígena antes del contacto y el universo conformado durante éste y en lo adelante. Esta perspectiva diacrónica se ha completado tradicionalmente con el seguimiento de rasgos artefactuales que reflejan el nivel de aculturación o cambio: objetos europeos, transformados o no por el indígena, objetos indígenas que copian formas europeas, etc. En muchos casos se considera una relación directa entre la cantidad de objetos y el grado de aculturación, aunque estos rangos de presencia pueden confundir y subrepresentar la dirección y la intensidad del cambio, de forma especial en comunidades multiétnicas (Lighfoot 1995:206). Para Silliman (2009:214-216, 2010:30) el interés en su análisis tiende a sobredimensionar orígenes culturales, desconociendo su uso en la práctica cotidiana y el modo en que se insertaron socialmente y fueron cargados de significados. En contextos europeos ésto contribuye a invisibilizar a los indígenas porque la identificación de los objetos oscurece las actividades cotidianas donde participaron, muchas veces usando materialidad europea. Por otro lado la apropiación de elementos europeos esconde situaciones de continuidad y mezcla, indicadoras de la persistencia de valores y prácticas: se puede cambiar sin dejar de ser. En opinión de Silliman el seguimiento de tales categorías es un legado de entender el colonialismo no como una compleja interrelación de historias, 57

identidades, y luchas de poder, sino como culturas en contacto, con la única opción de cambiar o ser lo mismo. Por otro lado sólo la comparación, pero desde una perspectiva equilibrada y objetiva, permite evitar la tendencia de considerar la interacción con los europeos como causa única de todos los comportamientos y situaciones visibles en las sociedades indígenas involucradas en el proceso (Ewen 1996:42). Queda además, la circunstancia de interpretación de los cambios y la continuidad en los patrones indígenas; todo cambio no supone ajuste y crisis, y la continuidad no es siempre reflejo de resistencia e integridad. Estas explicaciones dependen de aspectos específicos del contexto y de las circunstancias de interacción, y son muy variables. La investigación en curso sostiene un enfoque comparativo a diversos niveles. Se intenta, en lo posible, conseguir una perspectiva diacrónica a nivel de análisis de los depósitos arqueológicos y la asume, a una escala mayor, al contrastar la visión del momento de interacción en el sitio con el dato acumulado sobre las sociedades indígenas en sus diversos momentos en el área de estudio, en Cuba y en Las Antillas. Busca la percepción del cambio y la continuidad en el entorno indígena, así como la emergencia de elementos nuevos en cuanto a expresión material, prácticas, o componentes étnicos. Reconoce el valor de los objetos y elementos indicadores de la interacción en términos cuantitativos, pero se concentra en el aspecto cualitativo, explorando el significado de su presencia en el lugar o de su captación por los indígenas, y el potencial contexto de valor y simbolismo que lo explica (particularmente en el caso de metales europeos o importados por estos). Investiga además, sus usos y lo que nos dicen en torno al papel de estos individuos como actores sociales y a la refuncionalización de los espacios, prácticas culturales, reconocimiento de estatus, dominación y otros temas. Algo importante es el análisis del impacto biológico de la interacción. Esta es un área muy sensible, informativa, y variable en dependencia de las características y momento del proceso, de las estrategias de explotación europeas y de los grupos étnicos participantes (Larsen 1994:124). Nos acerca al cambio en las identidades, en los índices de mortalidad y niveles de salud, regímenes de trabajo, alimentación e incluso, al impacto de la violencia (Blakely y Mathews 1990; Cohen et al. 1997; Larsen et al. 2001; Stojanowski 2005). Lamentablemente en el caso cubano y caribeño hay pocas colecciones e información para desarrollar un estudio comparativo, en particular si se intentan distinguir peculiaridades anteriores al arribo europeo y las generadas a partir de este. En El Chorro de Maíta se valoraron patologías (aún cuando los resultados no están completamente disponibles), aspectos demográficos y caracteres étnicos vinculados a elementos físicos. Estos se conectan con las prácticas mortuorias, cuya variabilidad se maneja como un recurso clave para la comprensión de la interacción, según se discute a continuación. La investigación es también comparativa por el hecho de que se levanta sobre un espacio con estudios previos. Parte por ello de una cuidadosa búsqueda de información, que incluye el análisis de textos publicados y la recuperación de numerosos documentos, planos y fotografías inéditas, depositadas en los archivos del Departamento Centro Oriental de Arqueología, así como testimonios de participantes en trabajos de campo en el lugar. Desde estos datos se define el estado del conocimiento sobre El Chorro de Maíta y se construye un punto de partida, hasta ahora inexistente a esta escala. En estas circunstancias se aprovecha la información disponible, se distinguen los temas de investigación, y se confrontan los resultados de los nuevos estudios. a.Variabilidad mortuoria Los manejos mortuorios reflejan el modo en que los conjuntos sociales expresan sus perspectivas sobre la vida y la muerte. Integran concepciones religiosas y sociales a la vez que se cargan de aspectos propios de las condiciones físicas y de vida de los individuos, concretándose a través de una enorme diversidad. El análisis de esta diversidad y de sus causas ha ocupado siempre a los arqueólogos, y refleja la propia evolución de la disciplina (ver Carr 1995; Nilson 2003; Parker Pearson 2003). La interacción cultural se expresa en estos manejos en tanto forma parte del contexto social y cultural donde se producen y su identificación, como la de cualquier otra causa, parte del registro de las prácticas mortuorias, distinguiendo su variabilidad. Expresión de estos procesos es la 58

imposición de esquemas de entierro cristiano a los indígenas y otros grupos étnicos, bien documentada en ciudades y misiones de distintas partes de América en el siglo XVI y XVII (Graham 1998; McEwan 2001; Tiesler et al. 2010). También la captación de objetos europeos y las modificaciones de los esquemas funerarios indígenas dentro de estrategias de hibridación y continuidad, observadas en cementerios indígenas de Estados Unidos (Silliman 2009). Según O´Shea (1984:23) tres relaciones determinan la transformación de la actividad cultural pasada (de tipo funerario), a la observación contemporánea: el monto estructural invertido por la sociedad en el tratamiento mortuorio; los procesos de formación del contexto arqueológico que median entre el comportamiento funerario y el fenómeno arqueológico potencialmente observable; y las limitaciones inherentes a la detección y reconocimiento de la variabilidad del fenómeno arqueológico. Estos factores condicionan el acceso a las prácticas mortuorias entendidas como las formas materiales de disposición de los cuerpos y restos, y las actividades rituales involucradas en el proceso, incluyendo acciones previas o posteriores al entierro (Carr 1995:108; Sprague 2005:2). Por otro lado aparecen elementos que determinan las prácticas mortuorias en cuanto a forma, y que O´Shea (1984:32-39) conceptualiza como principios de constreñimiento de la variabilidad mortuoria, matizándolos según ciertos supuestos y consideraciones. Los principios son: -Todas las sociedades emplean algún procedimiento o grupo de procedimientos regulares para la disposición de la muerte. -Una población mortuoria mostrará las características demográficas y fisiológicas de su población viva. -Dentro de la ocurrencia mortuoria cada entierro representa la aplicación sistemática de una serie de directivas prescriptivas y de proscripción relevantes a ese individuo. -Los elementos combinados dentro de un contexto de entierro habrán sido contemporáneos de la sociedad viviente al momento del entierro. Desde estos principios la variabilidad mortuoria se manifiesta a través de diferentes canales que remiten a las características biológicas de los individuos, las formas de tratamiento del cuerpo o los restos, los espacios o elementos donde se sitúan, y los objetos que los acompañan, entre otros. En la investigación de El Chorro de Maíta valoramos en lo posible los procesos de formación del contexto, a fin de reconocer su conexión con las prácticas mortuorias. También, a través de un enfoque multidisciplinario, intentamos expandir nuestra capacidad de reconocer su variabilidad. Por otro lado se hace un análisis de estas, considerando sus diversos canales, los cuales se siguen en términos espaciales y combinando valoraciones cualitativas y cuantitativas. Las prácticas mortuorias aportan una visión del manejo del cementerio y son un recurso importante para identificar el vínculo con los europeos, sea tanto a nivel de cultura material como de tipo de actividad funeraria, o modificación de patrones indígenas, entre otros indicadores. El desempeño individual en relación a aspectos como género, estatus y origen étnico, también se considera desde estas prácticas.

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Capítulo 3. Sociedades indígenas en Cuba e interacción con los españoles Como se ha discutido en el capítulo anterior, los procesos de interacción tuvieron en las distintas islas sus propias especificidades, ajustadas a la dinámica de expansión colonial hispana y a las características del mundo indígena en cada espacio. El presente capítulo discute esas peculiaridades de presencia indígena y proyección colonial para Cuba, y aporta el contexto histórico básico, así como referencias arqueológicas esenciales para contextualizar e interpretar la información del sitio El Chorro de Maíta. Valora además, los datos de este tipo en lo referido a la región de Banes y, dentro de esta, a la zona de Yaguajay, donde se encuentra ubicado El Chorro de Maíta. 3.1 Entre nombres y arqueología En Cuba Fray Bartolomé de Las Casas menciona tres tipos de indios: los “indios de la isla” que separa de otros, los “guanahatabeyes”, habitantes del extremo occidental del archipiélago, “los cuales son como salvages, que en ninguna cosa tratan con los de la isla, ni tienen casas sino están en cuevas continuo”. También los “hay que se llaman Zibuneyes, que los indios de la misma isla tienen por sirvientes, y así son casi todos los de los dichos jardines” (Las Casas 1972:74). Los datos de la crónica hispana sugieren un nexo de los “indios de la Isla” con poblaciones sedentarias agricultoras, las cuales centran el proceso de interacción con los europeos. Las descripciones de su mundo cultural, lenguaje y apariencia, las acercan a las comunidades de La Española. Según Las Casas eran muy parecidos a los habitantes de esta última, desde donde habían venido unos cincuenta años antes de la llegada de los europeos imponiéndose a los cibuneyes o ciboneyes 10 , considerados por el fraile como la población nativa de Cuba (Las Casas 1994:1852). Los ciboneyes aparecen en una posición contradictoria; son similares a los indios de los Jardines 11 , muy parecidos a los lucayos y “que no trabajan en hacer labranzas” (Las Casas 1972:74). Tal comentario apunta a lo que la arqueología caribeña denomina como grupos arcaicos (Rouse 1992:20) sin embargo, las descripciones de la época muestran gran similitud entre los lucayos (habitantes de Las Bahamas y no arcaicos) y los “indios de la Isla”, tanto en lenguaje como en lo concerniente a una existencia sedentaria y a los usos agrícolas. Algunas de estas ideas y el dato de la crónica europea en general, fueron asumidos sin mayor análisis hasta casi el siglo XX. En los primeros años de esa centuria se impuso una visión que consideraba parte de las distinciones referidas por la crónica y en la cual la definición de Siboney incorporaba a todas las comunidades indígenas de la Isla, excepto a los aislados guanahatabeyes (Pichardo 1990:4). Casi veinte años más tarde, con mejores datos arqueológicos y también desde una perspectiva donde se asumían las diferenciaciones mencionadas por la crónica, M. R. Harrington fundamenta el uso de un tercer vocablo: Taíno. La nueva denominación ya había sido manejada por algunos cubanos pero logró posicionarse gracias al soporte investigativo de la obra de Harrington, Cuba antes de Colón, publicada en 1921. Toma el vocablo de hechos ocurridos en La Española, durante el segundo viaje de Colón, cuando un grupo de indígenas dijo ser taínos, es decir hombres buenos, no caníbales (Harrington 1935:II:10). Desde esta postura proyecta en el plano arqueológico la recuperación del término hecha por C. S. Rafinesque en el siglo XIX, al intentar dar rostro etnográfico a las comunidades de las Antillas Mayores y Las Bahamas. No obstante, nada indica que los europeos o los mismos indígenas lo usaran como un marcador étnico (Hulme 1993:204). 10 Ciboney con C es otra forma en la que Las Casas (1994:1843) escribe el término, aunque en algunas obras aparece también con S. Para mayor información sobre las diferentes maneras de escribir esta denominación y el significado de algunas variantes empleadas por historiadores y arqueólogos consúltese a Dacal (1980) y Pichardo (1990). 11 Se refiere a un conjunto de islas y cayos al norte de Cuba, actualmente conocido como Jardines del Rey (Figura 7).

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La similitud referida por la crónica entre los grupos de La Española y Cuba, las conexiones lingüísticas y el reporte de objetos muy parecidos en ambas islas, sirvieron a Harrington para extender el término Taíno a Cuba. Las noticias de Las Casas sobre una migración tardía desde La Española, fueron presentadas como soporte de la idea aunque no consideró como taínos sólo a los grupos de esta última oleada; dio tal carácter a todo el poblamiento de agricultores con cerámica presente en la Isla desde fechas anteriores. Por su parte los ciboneyes aparecen como una población atrasada, sin agricultura o cerámica y dependiente de útiles rudimentarios elaborados en concha y piedra; los guanahatabeyes se asumen como una variación de la cultura Ciboney (Harrington 1935:II:2-3). Fija los caracteres del Taíno desde una perspectiva arqueológica: uso de artefactería de piedra pulida, producción cerámica con empleo de decoraciones incisas y modeladas, burén para la elaboración de casabe, abundantes ornamentos corporales, práctica de la agricultura y habitación en terrenos aptos para esta, uso de terraplenes o cercados térreos y manejos funerarios en asentamientos y cuevas. Mantiene además ideas manejadas dentro y fuera de Cuba sobre su origen suramericano y una filiación lingüística aruaca 12 descartando, al definir la proveniencia taína de los cráneos deformados, la presencia caribe en la Isla (Harrington 1935:II:12). Este arqueólogo reconoce diversos niveles de desarrollo dentro de los taínos y llegó a considerar la existencia de una expresión más simple en el caso de Jamaica, que denominó Subtaíno. Posteriormente estas diferencias fueron detalladas y reformuladas por Rouse (1942:31, 163-166) como dos grupos étnicos. Distingue en el extremo este de Cuba (en la actual provincia de Guantánamo) cerámicas complejas, asimilables a las de la Cultura Carrier de Haití, relacionadas con obras terreas y petroglifos. Al hallárseles sólo en el este y en sitios cuya ocupación no parece haber sido muy extensa, asume un arribo tardío desde Haití y establece un vínculo con la información de Las Casas sobre los emigrantes provenientes de La Española. Usa para estos el término Taíno. Reconoce el predominio en el centro y el oriente, de cerámicas más simples, similares a las de la Cultura Meillac de Haití. Se asocian con ocupaciones extensas y por ello con una entrada anterior a la del Taíno; sin relación con cercados térreos o petroglifos. A falta de una adecuada denominación histórica para estos recupera el término Subtaíno, dejando implícita la idea de su inferioridad cultural respecto al Taíno 13 . El Ciboney aparece divido en las culturas Guayabo Blanco y Cayo Redondo (Rouse 1942:163-166). El trabajo de Rouse fue reconocido por la calidad de su enfoque analítico pero su división del Taíno no fue aceptada por muchos investigadores cubanos. En su texto Caverna, Costa y Meseta, de 1945, Felipe Pichardo Moya (1990) objeta con razón la selección del término Subtaíno, completamente arbitrario y carente de base histórica, y cuestiona la capacidad de los elementos diferenciadores considerados por Rouse para sustentar distinciones culturales. En los años siguientes el dato arqueológico intentó ajustarse a esquemas homogenizadores como el de Harrington o Pichardo, o diferenciadores como el de Rouse, recurriendo a terminologías diversas pero sin mayores aportes en lo referido a la base histórica o a la comparación de los rasgos culturales. En la propuesta formulada por Ernesto Tabío (1984) y enunciada en los setenta, se apartan definitivamente los referentes clasificatorios etnográficos, particularmente el de Taíno, posición aún vigente en la arqueología cubana. Se recurre a elementos arqueológicos considerados distintivos y conectados con la economía y sus niveles de complejidad. Así la agricultura y la presencia de una fuerte industria alfarera servirían para considerar una etapa de desarrollo económico (Etapa agroalfarera), con fases establecidas según la cronología y la complejidad de desarrollo dentro de la etapa. Un análisis desde similar perspectiva explicaba el tema de los Ciboneyes y Guanajatabeyes, considerados en la Etapa preagroalfarera. 12

Aruaco es la traducción al español del término arawak. Consultar a Valdés Bernal (1984, 1994) sobre la traducción del término y su manejo. Este autor usa la denominación “aruaco insular” para referirse a una lengua de base aruaca, común a las Antillas M ayores y Las Bahamas, aunque no descarta diferencias dentro de esta, a nivel de los distintos territorios. Sería distinta a otras lenguas de origen aruaco habladas en el continente. Otras fuentes útiles son Granberry y Vescelius (2004), y Rouse (1992:38-40). 13 Rouse (1992:52) actualiza estos datos y ajusta los aspectos cerámicos. Desde esta perspectiva la ocupación en el este de la Isla es asociada al Taíno clásico, con cerámicas de la subserie Chican Ostionoid en su estilo Pueblo Viejo. El resto del territorio sería ocupado por taínos occidentales, con cerámicas de la subserie M eillacan Ostionid en su estilo Baní. Rouse precisa un pequeño reducto de la subserie Ostionan Ostionoid en el estilo Arroyo del Palo, criterio que muchos no comparten (ver Valcárcel Rojas 2008:10).

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Las denominaciones son y serán un tema en debate. El monopolio sobre la cerámica y la agricultura como referentes principales a la hora de distinguir a las comunidades predominantes al arribo hispano, se tambalea ante las evidencias dentro y fuera de Cuba, de grupos pescadores-recolectores, preagroalfareros o arcaicos, proyectados como productores, con manejos agrícolas y reportes de cerámica mucho más amplios y tempranos que lo esperado (Pagán y Rodríguez Ramos 2007; Rodríguez Ramos et al. 2008; Rodríguez Suárez et al. 2006; Ulloa y Valcárcel Rojas 2002). Sin desconocer esta realidad recurrimos a las denominaciones agricultores ceramistas o agricultores 14 , para hablar de gentes de base lingüística aruaca con una agricultora de mayor potencia y protagonismo económico que la reportada en contextos arcaicos; con cerámicas de superior complejidad tecnológico-decorativa y relevancia productiva, relacionadas con tradiciones alfareras suramericanas y con una parafernalia ornamental y ceremonial ausente en los arcaicos. 3.2 La sociedad indígena al arribo europeo A la llegada de los europeos, según Las Casas, parecía mantenerse la coexistencia de sociedades agricultoras ceramistas con remanentes de grupos arcaicos o preagroalfareros. Esta opinión es cuestionada por algunos investigadores en tanto no hay datos cronológicos confiables sobre presencia arcaica en esa época, estimándose que la visión de grupos atrasados, aportada por la etnohistoria, pudiera ser sólo una imagen confusa de comunidades agroceramistas desplazadas por el impacto de la conquista (González 2008; Keegan 1992). Tampoco la evidencia arqueológica aclara el tema de la existencia y naturaleza de los llamados indios de los Jardines. Su descripción remite tanto a un perfil arcaico (no tenían labranzas), como agricultor ceramistas (eran muy similares a los lucayos). Estas cayerias albergan campamentos de agricultores ceramistas y también espacios aparentemente usados por arcaicos, de antigüedad no precisada (Cooper et al. 2006) De cualquier manera, por aspectos de toponimia, distribución de contextos y cronología, resulta evidente el predominio de poblaciones aruacas, conectadas a nivel arqueológico con contextos agricultores ceramistas. Esta ocupación se remonta al siglo IX DC pero la calibración de las fechas más tempranas 15 indica que pudiera remitirse al siglo VII DC, estableciéndose en la Isla tras movimientos migratorios desde La Española (Valcárcel Rojas 2008:9-10). La cronología disponible, según fechados radiocarbónicos (Pino 1995; Cooper 2007) o presencia de material europeo temprano (Romero 1995; Rouse 1942; Valcárcel Rojas 1997), identifica asentamientos agroceramistas vigentes a fines del siglo XV DC y principios del XVI en el oriente de Cuba y en menor medida, en zonas del centro de la Isla. Las menciones de los europeos sobre comunidades asociables a estos grupos, definen un panorama de distribución relativamente similar, con indicios de mayor densidad de población hacia el oriente y el centro, y presencia en la parte inicial de occidente (Las Casas 1994; Velázquez 1973a, 1973b); ver Figura 7. Su monto demográfico al momento del arribo hispano es estimado por Juan Pérez de la Riva (1972) en alrededor de 101 000 individuos; los arqueólogos se inclinan por cifras más altas, cercanas a los 200 000 si se incluye un reducido grupo de arcaicos (Domínguez et al. 1994:7). Se trata de individuos con rasgos físicos similares a los de gentes vistas por los europeos en La Española, estatura pequeña, piel cobriza (Fernández de Oviedo 1992:115), clasificados desde la antropología como pertenecientes al grupo etno-racial mongoloide. El dominante reporte de cráneos deformados en contextos arqueológicos de tales comunidades, confirma el uso de esta práctica, descrita por los europeos para La Española.

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Precedentes importantes en el manejo del término en este sentido se hallan en la denominación “Fase agricultores”, usado por Guarch Delmonte (1990), mientras que Veloz (1991:147) ha empleado “agricultores aruacos”. 15 Los fechamientos radiocarbónicos referidos en este acápite y sus calibraciones, han sido tomados de Cooper (2007) y Pino (1995).

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Figura 7. Áreas de reporte de sitios agricultores ceramistas en Cuba. Posible ubicación de algunas provincias indias considerando la toponimia actual. Vivían en aldeas de distintas dimensiones; se mencionan establecimientos de una o dos casas, de cinco e incluso pueblos grandes de 50 casas (Colón 1961:84). El tamaño y capacidad de las estructuras también resultaba diverso pues Colón habla de unas 1000 personas en una aldea de 50 casas, lo que apunta a una media de 20 o menos individuos por vivienda; Bartolomé de Las Casas (1876:22) menciona en el pueblo de Caonao construcciones de distinto tamaño, incluyendo algunas grandes donde se refugiaron 40 personas, en un caso, y 500 personas -dato bastante cuestionable- en el otro. Por Colón (1961:84) sabemos de casas principales, quizás destinadas a los jefes o a ciertas actividades especiales. La arqueología sostiene el dato sobre la diversidad de dimensiones a partir de los trabajos en el sitio Los Buchillones, en la parte central de la Isla (Figura 7); allí se han localizado estructuras de ocho, 10 y 12 m, de planta oval, rectangular y circular, fabricadas en madera (Valcárcel Rojas et al. 2006). El registro de sitios arqueológicos apunta a asentamientos con tamaños y funciones diversas, localizados tanto en la costa como en zonas interiores, con cierta preeminencia de locaciones en áreas altas, cercanas a ríos. Quizás algunas de las estructuras de Los Buchillones eran palafitos, tipo de construcción vista en el noroeste de la Isla por Las Casas (1876:30). En Caonao este historiador observa dos plazuelas donde se concentraba parte de la población (Las Casas 1876:22). Espacios libres a manera de plazas se reportan en distintos sitios, pero sólo se hallan plazas formalizadas en el extremo este (Torres 2006:40), aunque no puede asegurarse su vigencia para este momento. Algunas de las ceremonias referidas para La Española fueron usadas en Cuba. Gonzalo Fernández de Oviedo (1992:116) menciona areitos y Las Casas (1994:1852) comenta sobre extensos ayunos rituales, efectuados por los behíques (chamanes y curanderos) como preparación para trances de comunicación espiritual. El culto a los antepasados y la tradición cemíista, tan importante en las islas cercanas (Oliver 1997, 1998), se infiere por menciones de los europeos sobre la conservación de cráneos humanos e ídolos dentro de las viviendas (Colón 1961:75, 110). Para manejos funerarios ocasionalmente usaron zonas dentro de las aldeas donde los cuerpos, entre uno y siete individuos, fueron enterrados en basurales y espacios diversos. Se ha hablado del uso de montículos funerarios (García Castañeda 1938) pero no existen estudios que prueben la creación intencional de tales estructuras. No se conocen cementerios como los vinculados a las series cerámicas 64

Saladoid y Ostionoid 16 (Rouse 1992:52, 107), en el caso de Puerto Rico (Crespo Torres 2000; Curet y Oliver 1998; Siegel 1999), o a las subseries Chican Ostionoid y Ostionan Ostionoid (Rouse 1992:52) en La Española (Morbán Laucer 1979; Luna 1985; Ortega 2002; Tavárez 2007; Tavárez y Luna 2007; Veloz et al. 1972; Veloz et al. 1973). Los manejos mortuorios más comunes se dan en cuevas, como en los demás contextos con cerámicas Meillacan Ostionoid de las Antillas Mayores 17 (AllsworthJones 2008; Atkinson 2006; Keegan 1982; Winter 1991). En los casos de cuevas son muy frecuentes los lanzamientos de cuerpos en cavidades verticales, aparentemente con ofrendas de alimentos contenidas en vasijas de cerámica. También se depositaron cadáveres y, de modo menos usual, se les enterró (Castellanos et al. 1989; Funes 2005; Garrido 2006; Martínez Gabino et al. 1993; Miguel 1949; Rouse 1942:137; Tabío 1970; Tabío y Rey 1985; Valcárcel Rojas, Rodríguez Arce y Labrada 2003; Yero et al. 2003). Dada la presencia de material europeo en muchos de los sitios con entierros en áreas despejadas, Rouse (1942:153) sugirió que esta pudiera ser una práctica tardía. Los estudios cerámicos indican el predominio de expresiones relacionadas con lo que Rouse (1992:96) denomina subserie Meillacan Ostionoid, en lo adelante cerámicas meillacoides, aunque desarrolladas desde esquemas locales (Valcárcel Rojas 2008). Se hallan también cerámicas vinculadas a la subserie Chican Ostionoid, en lo adelante cerámicas chicoides, pero restringidas al extremo este e igualmente con un alto perfil local. Se revela una intensa elaboración de parafernalia asociada a actividades ceremoniales y al adorno corporal, en piedra, concha y hueso, destacándose últimamente la riqueza del empleo de la madera. Se infieren además trabajos de cestería en fibras vegetales y cierta producción textil a partir de algodón; los españoles mencionan su almacenaje en poblados de la parte oriental (Colón 1961:85). Igualmente hay referencias sobre el manejo de oro aluvial para la fabricación, a partir de martillado, de láminas de uso ornamental. Los hallazgos en el sitio arqueológico Los Buchillones muestran la complejidad de la labor artística en madera (Calvera et al. 2006) e indican la existencia de zonas de alto desarrollo de elementos ceremoniales y suntuarios fuera del oriente de la Isla, área a la que tradicionalmente se asociaban las expresiones más importantes de ese tipo. Se abre así una visión de potencia cultural que ayuda a estructurar un panorama nacional de mayor complejidad en este aspecto. Ya en su primer viaje Colón comenta la existencia de grandes campos de cultivo; menciona la siembra de yuca, frijoles y maíz (Las Casas 1875a:333). La arqueología refiere el uso de especies como el maíz (Zea mays), frijol (Fabaceae, Phaseolus vulgaris), batata o boniato (Ipomoea batatas), maranta (Maranta arundinacea), yautía o malanga (Xanthosoma sp.) y de plantas silvestres como la zamia (Zamia pumila) (Rodríguez Suarez y Pagán 2008:162). Emplearon también, según la crónica, con objetivos artesanales y medicinales o de placer, el algodón (Gosypium barbadense, Lin.) y el tabaco (Nicotina tabacum, Lin.). A nivel etnohistórico no hay gran precisión sobre las técnicas agrícolas usadas. Por los tipos de suelos donde se ubican los sitios, la diversidad topográfica de estas áreas y la proximidad a los ríos, podrían haberse empleado sistemas de cultivo como el de roza y roza atenuada, y la monticulación. La rapidez de la implementación de este último método por los españoles, sugiere la existencia de conocimientos previos al respecto. Tradicionalmente se atribuye a la agricultura de la yuca el papel clave en el sostenimiento económico de estas sociedades en Cuba y en el resto de las Antillas Mayores, especialmente a partir de la elaboración del pan de casabe. Especialistas como Jaime Pagán 16

Para hablar de estas series en lo adelante usaremos los términos cerámicas saladoides y ostionoides, respectivamente. La Unión, en República Dominicana, es uno de los pocos sitios donde aparece alfarería meillacoide y un cementerio. Sin embargo, en el lugar predominan materiales chicoides y las ofrendas funerarias son sólo en esta cerámica (Veloz et al. 1972). Por otro lado, no hay indicios claros de una relación entre este espacio mortuorio y la presencia meillacoide, que en general parece pobre. En El Carril, también en este país, se halla cerámica meillacoide pero aquí los entierros están en montículos (Veloz et al 1981). A diferencia de Las Bahamas, Jamaica y Cuba, La Española no tiene reportes precisos de uso de cuevas por gente asociada a cerámicas meillacoides. En República Dominicana, los grupos con cerámicas ostionoides y chicoides usan asimismo, cuevas y entierros en pisos de casas y montículos basurales (Tavárez 2007; Veloz et al. 1976). En Puerto Rico gentes con cerámicas ostionoides usaron montículos, cuevas y pisos de casas. Este último patrón fue empleado por portadores de cerámica chicoide (Curet y Oliver 1998; Siegel 1999). 17

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(2009) creen que esta idea debe ser manejada con cuidado pues hay pocos indicios arqueológicos de yuca mientras que otras plantas y tubérculos son más evidentes en el registro arqueológico. Hay abundantes datos etnohistóricos y arqueológicos sobre actividades de pesca y recolección, tanto marítima como fluvial; sobre caza en zonas interiores de sabana o bosque, así como de actividades de domesticación de aves y perros 18 , y manejo de corrales para peces (Fernández de Oviedo 1992:116; Las Casas 1994:1848-1851). Estas tareas apropiadoras suponían la articulación de campamentos y el establecimiento de áreas de interacción donde se integraban aldeas situadas en diferentes zonas ecológicas, como creyó observar Colón (1961:75). Se basaban en un amplio dominio de las técnicas de navegación marítima y fluvial y en un conocimiento detallado de las costas y los sistemas hidrográficos, empleados como vías de conexión con el litoral y de acceso a los espacios interiores. Aún con estas posibilidades de generación de alimentos, los esquemas de producción parecen haber estado dirigidos a satisfacer las necesidades inmediatas de las comunidades, logrando limitados niveles de acumulación, según sugiere la crónica (Las Casas 1876:18). Las aldeas eran gobernadas por jefes llamados caciques (Fernández de Oviedo 1992:115), generalmente de sexo masculino, existiendo además otros individuos considerados principales o importantes (nitaínos). La imagen que trasciende del comentario hispano apunta a una sociedad con diferencias no muy acentuadas. Se carece de información específica para Cuba en lo referido a las normas de acceso a la jefatura y descendencia; es igualmente escasa la información sobre las prerrogativas de estos caciques. A diferencia de La Española no hay menciones a un ajuar suntuoso 19 , liderazgo sobre grandes espacios y poblaciones, manejo de amplios recursos y derechos a un tratamiento especial. En algunos casos la crónica indica que son ancianos y se sugiere el reconocimiento de su sabiduría y experiencia (Las Casas 1875b:61, 1876:33); esto apunta a un mandato, y posiblemente a mecanismos de acceso al poder, en los cuales resultan claves las cualidades personales y el prestigio. De cualquier modo debe manejarse con cuidado el dato etnohistórico pues muchos detalles pueden no haber sido evidentes para el europeo o intencionadamente desconocidos. Por ejemplo, la ostentación de ornamentos y distintivos de mando pudo ser restringida a ciertos momentos o circunstancias especiales, haciendo parecer a los jefes menos importantes de lo que realmente eran. Esto lo ilustra el relato sobre un cacique de Jamaica que porta un rico y complicado atuendo y se hace acompañar por un amplio y también engalanado cortejo, para un encuentro planificado con Colón; días antes, en un primer contacto, aparecía sin ornamentos que sugirieran su capacidad de disponer de tales recursos (Bernáldez 1962). No podemos descartar que avanzada la situación de interacción, y conociendo las intenciones europeas respecto al oro y sus poseedores, muchos caciques ocultaran símbolos y ornamentos de este metal o guanín, para evitar confrontaciones. Al parecer había distintos niveles de jefatura pues dentro de un grupo de caciques de la provincia de la Habana había uno “que era el mayor señor según se decía”. En Camagüey también se habla de un “señor de la provincia” (Las Casas 1876:25, 33). Desde este dato puede asumirse cierto nivel de centralización de poderes dentro de determinado espacio, y de subordinación entre jefes. El concepto de provincia es importante para precisar esto. Se mencionan varias, refiriendo en los casos de Camagüey y la Habana un espacio geográfico donde se ubican cierta cantidad de aldeas o pueblos, y donde parece existir un cacique principal y caciques de pueblos (Las Casas 1876:21, 32); ver Figura 7. En algunas provincias, como la de Bayamo, existe cierto nivel de vínculo entre los pueblos, lo cual permite desarrollar acciones conjuntas; un ejemplo sería el ataque a Narváez y sus hombres. Aún cuando la cifra de 7000 guerreros participantes parece exagerada, es un indicio de la potencia demográfica de tales territorios. Indudablemente hay contactos entre las provincias y la información sobre el avance español y sus acciones se mueve rápidamente de una a otra. Existen tal vez nexos de alianza entre provincias desde 18

Arqueológicamente se considera también la domesticación de jutías (Pose et al. 1988). Ricardo Alegría (1995) comenta las informaciones sobre el uso de vestidos especiales entre los caciques de Cuba. Estas noticias son poco precisas y no sugieren una situación generalizada.

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los cuales se puede explicar el intento de la gente de Bayamo de refugiarse en Camagüey, tras el fracaso de la acción contra Narváez. Velázquez (1973a:67, 68) cuenta de provincias “sujetas” a la de Camagüey, distinguiendo entre ellas la de Zabaneque. Al hablar de la subordinación de esta última indica que Camagüey es la provincia “principal”. Mira Caballos (2000a:198-200) cree hallar evidencia, en documentos sobre población encomendada, a favor del dato de Velázquez sobre Zabaneque, así como otro ejemplo de dependencia: de la provincia de Baní a la de Guantanabo, ambas en el este de la Isla. En los casos referidos la provincia parece ser un tipo de unidad sociopolítica donde grupos menores aceptan cierto liderazgo regional. No sabemos si las otras provincias funcionaban de igual manera; tampoco debemos excluir que en las antes mencionadas los europeos pudieran estar, de algún modo, ajustando el panorama cubano a los esquemas altamente jerarquizados y confederativos vistos en La Española. Por otro lado, el impacto de la conquista pudo generar tanto la articulación de integraciones coyunturales como situaciones de éxodo y desmembración de unidades preexistentes, dificultando la objetividad de la observación hispana. Al desconocerse las atribuciones de los jefes y el funcionamiento de los vínculos entre los pueblos de una provincia, es difícil definir si estamos realmente ante un sistema integrado o ante alianzas momentáneas. Lo pobre de los datos también dificulta evaluar el carácter de la subordinación entre provincias, el cual tal vez no tenía un sentido definidamente político y sólo expresaba esquemas particulares de interacción. La visión tradicional de la arqueología cubana sostiene la ausencia de cacicazgos como los de La Española, y apuesta por una estructura igualitaria (Guarch Delmonte et al. 1995), con aspectos de desigualdad y jerarquía establecidos a partir del prestigio personal o prerrogativas relacionadas con el sexo o la edad. No obstante la subordinación y la jerarquización dentro de las provincias y entre ellas, no deben ignorarse. Hay áreas, especialmente en el nororiente y en el extremo este de la Isla, con un significativo reporte de elementos y espacios ceremoniales (cuevas con ídolos y tal vez plazas), y también de objetos de adorno corporal, las cuales sugieren centros religiosos y quizás políticos. En Banes son notorios sitios de tamaño superior a la media local donde se concentran materiales suntuarios y ceremoniales. Desde estos pueblos pudieron fomentarse esquemas de centralización y mando (Valcárcel Rojas 1999, 2002). A esta zona o lugares cercanos, parece pertenecer la aldea de 50 casas mencionada por Colón. La proximidad a La Española, con la cual se mantenían contactos diarios según Las Casas (1875a:104), suponía vínculos con territorios donde el sistema cacical estaba bien establecido. Esto favorecería el conocimiento de tales estructuras y tal vez el desarrollo de entidades en alguna medida parecidas, al menos en los espacios cubanos próximos y en el contexto de los arribos previos a la entrada hispana. No excluimos la inserción de ciertas zonas del este de Cuba, en redes interisleñas que incluirían áreas de La Española, así como el fomento de alianzas. Esto ayudaría a explicar la aceptación de un cacique de esa Isla (Hatuey) como líder de la resistencia antiespañola en Cuba. Tras los comentarios europeos pudiera esconderse una realidad diversa, en la cual se daban comunidades y conjuntos de ellas, con diferentes niveles de vínculo y estratificación interna. En algunos casos la estratificación era mínima pero en otros parece haber sido más acentuada, asociándose quizás a modos de institucionalización de la desigualdad social, en los términos de Price y Feinman (1995). Las provincias posiblemente representaban integraciones que iban desde vínculos familiares y de cooperación entre grupos autónomos, hasta ordenamientos regionales con niveles de dependencia política. Este último esquema pudo existir en la parte oriental, a través de estructuras poco extensas o incipientes, rápidamente desarticuladas al darse allí el impacto inicial de la conquista, gran parte de la resistencia indígena y una fuerte represión hispana. 3.3 De Colón a Velázquez

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Los dos primeros viajes de Cristóbal Colón20 constituyen los acontecimientos en torno a los cuales se dan las relaciones iniciales entre indígenas y europeos en Cuba. La travesía de 1492, recogida en el diario de navegación del Almirante (Colón 1961), y la de 1493-1494, reflejada en cartas de Colón, De Cúneo (1977) y Álvarez Chanca (1977), tienen un carácter esencialmente exploratorio y responden a vínculos breves, donde predominan las acciones de cooperación; ambos lados regalan o intercambian bienes y sobre todo, recaban información. Sólo la gestión española fue documentada y apunta a la búsqueda de fuentes auríferas, conocimiento del nivel de civilización de las poblaciones, geografía, recursos, y relación de la Isla con el mundo asiático o espacios continentales. Las estancias en aldeas son cortas y pocas veces se visitan zonas del interior, pero aquí se gestan las primeras visiones mutuas pudiendo darse también los primeros encuentros sexuales 21 con mujeres locales y el inicio, a un nivel primario, de la mezcla biológica y el mestizaje físico. Situaciones similares pudieron producirse durante el viaje de Sebastián de Ocampo para precisar el contorno del territorio. Generalmente se acepta la circunnavegación de Ocampo en 1509, pero Esteban Mira Caballos aporta informaciones que fijan este viaje hacia 1506. En su opinión la circunnavegación realmente se logra en 1508, con Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz Solíz (Mira Caballos 2000b:138139). Independientemente del momento y sus protagonistas, el asunto rebela el temprano y fuerte interés por acceder a la Isla, dato soportado en el hecho de que Nicolás de Ovando, gobernador de La Española, en 1505 castiga con el despojo de sus encomiendas a varios vecinos, por “haber ido a descubrir a la isla de Cuba sin licencia” (Mira Caballos 2000b:136). Se debieron realizar por tanto, numerosos viajes, aprobados o no por las autoridades. Como fue usual en otros lugares, muchos de estos arribos debieron tener un perfil violento, relacionado con el interés en obtener oro y esclavos, y en consonancia con el deseo de muchos españoles de encontrar alternativas de lucro fuera de La Española, dado el rígido control de Ovando sobre las encomiendas y la explotación minera. Igualmente deben considerarse las numerosas estancias determinadas por naufragios de naves, moviéndose entre Tierra Firme y La Española, signadas tanto por la relación pacifica como por la confrontación armada. El caso más notorio es el de Alonso de Hojeda en 1509 o 1510; este genera un recorrido lleno de tropelías que pudieron influir en el cambio de la actitud pacífica de los indígenas y en los ataques a españoles llegados a la Isla en esos años (Morales 1984:12). También se relacionan con esta estancia y con la de otro grupo de náufragos encabezados por Martín Fernández de Enciso, los primeros procesos documentados de integración sincrética de elementos de la religión cristiana entre la población nativa, concretamente la aceptación de la imagen de la Virgen María. Con la llegada de Diego Velázquez y su hueste en 1510, comienza la conquista y colonización de Cuba y el vínculo permanente entre indígenas y europeos. Dada la experiencia del proceso de dominación implementado en La Española y su costo económico y humano, se apuesta por un plan que permita un rápido control de la población local y conserve, en lo posible, su integridad como recurso laboral básico del establecimiento colonial. Para el control del territorio se recurre a negociaciones dirigidas a obtener la sumisión de las comunidades, esto se complementa con acciones bélicas que destruyen la limitada resistencia ofrecida, principalmente en la zona oriental, o inciden sobre asentamientos pacíficos, en demostraciones de fuerza dirigidas a crear temor y disuadir sobre la factibilidad de enfrentar a los europeos. La presencia de Fray Bartolomé de Las Casas y su misión de dialogar con los indígenas para facilitar el acercamiento e intentar apaciguar el ánimo violento de los europeos, es expresión de esta perspectiva dual, también seguida por Velázquez con la élite nativa. Reconoce la importancia de los caciques y dirige hacia ellos tanto acciones punitivas como gestos de paz, entre ellos el perdón del jefe Yaguacayex, acusado del asesinato de varios españoles (Velázquez 1973a:69).

20 No consideramos en este sentido el cuarto viaje de Colón, en 1502, durante el cual pasa por la zona de Jardines de la Reina y al retorno se detiene en áreas del suroriente cubano, ya que su contacto con la Isla es mínimo (M orales 1984:9; M arrero 1993a:100). 21 M iguel de Cúneo (1977) comenta una situación de este tipo: la violación de una mujer capturada en la isla de Guadalupe, en las Antillas M enores. Por supuesto, también debieron existir contactos consensuales.

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El esfuerzo inicial de conquista se concentra en la parte este y se ordena desde el primer establecimiento europeo, la villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, fundada en 1511. En esta región la resistencia es dirigida por Hatuey, lo cual sugiere conexiones de alianza y colaboración con La Española y su activación, como ocurrió en Puerto Rico, para la reubicación de grupos desplazados por la presión europea y para enfrentar la intrusión hispana (Oliver 2009:168). Al parecer, un número significativo de indígenas, entre ellos naborías, se mueve a Cuba y rápidamente se arraigan e insertan en las estructuras comunales y de manera importante, en los grupos de élite. Al comentar la conveniencia de permitir su permanencia en la Isla, Velázquez (1973b:79) refiere que se hallan asentados, con familias, y casados con mujeres y hombres principales de Cuba. La conquista genera una campaña militar para el control de la región oriental, clave por su monto demográfico, y consigue la derrota y aprisionamiento de Hatuey, quien es quemado vivo en un acto intimidatorio y ejemplarizante. Con esa garantía de estabilidad, y tras asegurar su preponderancia sobre facciones enemigas asociadas al Virrey Diego Colón, además de la aprobación real para el reparto de indios, Velázquez procede a expandir, a partir de 1513, el esfuerzo de reconocimiento y dominio. El avance hacia occidente permite la sujeción de gran parte de la población nativa, la determinación de las potencialidades mineras y la selección de espacios para la ubicación de nuevos asentamientos. La conquista implica el desplazamiento y desarticulación de comunidades que huyen ante el avance europeo, son reprimidas al oponerse a estos o simplemente agredidas de modo indiscriminado. El ejemplo más conocido es el de la matanza en la aldea de Caonao, en la provincia india de Camagüey, donde al menos debieron morir varios cientos de personas en cuestión de horas (Las Casas 1876:22-26). Ante el empuje hispano algunos grupos escapan hacia otras partes del territorio insular, cayos cercanos e incluso hacia La Florida (Worth 2004). Aún así, en el caso cubano aparentemente se intenta y logra evitar, el impacto excesivamente violento recibido por la población de La Española; de cualquier modo muchos indígenas mueren o son esclavizados.

Figura 8. Las primeras villas hispanas en Cuba, según el orden en que fueron fundadas por Diego Velázquez. 1, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, 2, San Salvador de Bayamo, 3, Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, 4, Santi Spíritus, 5, Santa María del Puerto del Príncipe, 6, San Cristóbal de La Habana, 7, Santiago de Cuba. Otros espacios coloniales con población india. De manera paralela se procede a una fundación acelerada de villas, estableciendo 6 de ellas entre 1513 y 1515 (Figura 8). Su localización responde a criterios diversos: facilitación del control del 69

territorio, proximidad a zonas con oro y a vías de comunicación con otros espacios coloniales, y disponibilidad de abundante población indígena. Tanto en Baracoa como en los restantes pueblos serán los indígenas los responsable de levantar las edificaciones, garantizar gran parte de los alimentos y laborar en las minas o en las actividades que sostienen la economía local. 3.4 Consolidación colonial La fundación de las villas es un elemento clave en el control de las comunidades indígenas al establecer puntos desde donde se organiza su manejo. Desde los primeros momentos Velázquez reparte indios, pero la encomienda no se establece hasta 1513, a partir de un permiso real (Marrero 1993a:168). En Cuba hubo cierta tendencia a conservar la unidad de las comunidades indígenas y a mantenerlas en sus aldeas o en pueblos separados (Venegas 1977:26). Desde allí eran enviados a las minas para la extracción de oro, o a trabajar en las estancias agrícolas o agrícolas-ganaderas de los españoles. También servían en las casas de sus encomenderos, si bien esta tarea parece imponerse con más frecuencia al naboría. La encomienda resultó un mecanismo de exterminio. Además del daño causado por el trabajo excesivo y los maltratos, a partir de 1519 se registran varias epidemias que aceleran la caída demográfica. El suicidio y la renuncia a procrear fueron la respuesta a la explotación laboral y a la crisis existencial; también la huida y la rebelión. Estas últimas se reportan en casi toda la Isla y tienden a intensificarse en momentos de debilitamiento de la población blanca, en razón de las expediciones continentales iniciadas en 1517. Nunca lograron cohesionarse en movimientos amplios y estables pero fueron muy frecuentes, especialmente en la segunda década del siglo XVI (Ibarra 1979; Pichardo 1945; Yaremko 2006). Muchos de los rebeldes usaban armas europeas y en algunos casos proclamaban ser inmunes a estas (Wright 1916:136). Por otro lado, la permanente existencia de indios alzados, aislados o en grupos, no sólo indica la intensidad del rechazo al dominio colonial sino también la dificultad para lograr un total control del territorio. Es interesante el caso de los llamados indios cayos, asentados en las pequeñas islas del litoral norte desde las cuales se mueven a Cuba para participar en incursiones junto a indios de pueblos cercanos a la villa de Santi Spíritus (Wright 1916:136); ver Figura 8. Las rebeliones llegaron a integrar indios y esclavos negros, conociéndose de palenques donde individuos de ambos grupos coexistieron (Lago 1994:31; Pereira 2007). En este ambiente debieron gestarse situaciones de integración y mezcla étnica, marcadas por las circunstancias de marginalidad y también por el desarrollo de nexos de identidad como sector oprimido. La población india mermó rápidamente. Según análisis de Pérez de la Riva (1972) para 1520 era de sólo 18700 individuos; aproximaciones censales de funcionarios de la época, como el Licenciado Vadillo, hablan de entre 4500 y 5000 indios en 1532 (Marrero 1993a:218). La corona estaba consciente de la situación pero carecía de una solución efectiva para obtener los recursos económicos generados por la explotación de los indios. Ante el clamor humanista de sectores del clero, aceptó realizar ensayos de vida independiente para intentar frenar el proceso. La experiencia de libertad se efectuó en 1530 y consistió en la concentración de unos 120 indios vacantes, debido al fallecimiento de su encomendero, en un pueblo en las cercanías de Bayamo (Mira Caballos 1997:181). El lugar no prosperó, no se fomentaron las actividades económicas necesarias para sostener el asentamiento ni sus pobladores pudieron demostrar las capacidades de autogobierno requeridas; más bien persistieron en sus ritos y en aspectos de su propio modo de vida. Algunos intentaron evitar ser congregados y destaca el caso, en 1535, de una pareja que mata a su hija cuando se pretende mantenerla en la experiencia, y después se suicidan (CODOIN S2,1888:4:385). Hasta 1540 se pretendió mantener variantes del proyecto, pero la experiencia, siempre rechazada por los encomenderos, nunca funcionó como se esperaba. Demostró la pervivencia, varias décadas después de conquistada la Isla, de concepciones de vida y prácticas tradicionales completamente distintas a las promovidas o impuestas por los europeos. Esta situación fue constatada por los españoles haciendo dudar a personajes importantes, como el

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gobernador Manuel de Rojas, en 1535, o al Obispo Diego Sarmiento en 1544, de la posibilidad de civilizar y cristianizar a los indios (CODOIN S2,1888:4:366; Sarmiento 1973). Paralelo a los procesos de explotación del indígena y como parte de estos se produce, desde la misma entrada hispana, la aparición de mestizos. La gran mayoría de estas relaciones debió tener un carácter secundario en la perspectiva social española, pero en algunas ocasiones se llegó al matrimonio y se reconocieron a los hijos tenidos con esposas o concubinas indígenas. Aún cuando la sangre india no era una buena referencia en la escala social, hijos de padres importantes, relacionados con la aristocracia terrateniente, llegaron a conseguir privilegios y mantuvieron el control de los bienes de sus progenitores (Wright 1916:189). Varios de estos mestizos aparecen insertados en puestos altos de la vida colonial cubana en fechas tan tempranas como 1539; se les menciona además en cargos eclesiásticos, o involucrados en la conquista de los espacios continentales (Lago 1994:29, 30). El mestizaje también conectó a los indígenas, pero en menor grado, con la población negra, contribuyendo a engrosar los estratos más humildes y a fomentar un temprano mosaico racial. La interacción con la población indígena no fue un proceso indiferenciado. Los europeos reconocieron la importancia de los caciques y los usaron como mediadores para el control de la fuerza de trabajo. De hecho, las encomiendas se repartían nombrando los pueblos por sus caciques; al menos 11 de ellos se mencionan en los repartos realizados entre 1526 y 1530 por Gonzalo de Guzmán (Mira Caballos 1997:Apéndice XV). A uno se le llama “caciquillo” lo cual sugiere que pudiera tratarse de un niño con ese rango. Los jefes indígenas fueron elemento focal del proceso de evangelización y civilización, distinguiéndose a las mujeres de élite por la posibilidad de transmitir a sus parejas hispanas posiciones de rango (Domínguez 2001). De los 11 caciques antes referidos, en siete casos se consignan los nombres y cuatro de ellos son de origen cristiano. El intereses por los niños queda claro cuando en 1529 se solicita el envío de hijos de caciques a España, a fin de instruirlos en la fe cristiana y prepararlos para promoverla (Olaechea 1969:94). La actitud indígena también fue diversa y si bien hubo individuos y grupos opuestos al vínculo con los europeos, otros llegaron a aliarse a estos para reprimir a los indios sublevados o cimarrones. Un ejemplo de lo primero y del modo circunstancial del posicionamiento indígena se halla en los comentarios sobre algunos indios de paz (encomendados y en relaciones normales con los españoles), que en ocasiones se hacían pasar por cimarrones para participar en ataques tras los cuales regresaban a sus pueblos y labores cotidianas. Son también indios, sirviendo como rancheadores, quienes en 1542 se muestran más efectivos que las partidas de colonos en la represión de indios alzados (Ibarra 1979:24, 27; Yaremko 2006). En 1542 las Leyes Nuevas declararon el cese de las encomiendas en Las Antillas. En Cuba los españoles lograron posponer la aplicación de la medida hasta 1553 (Rey 2003:89); para esa fecha la minería del oro había dejado de ser el elemento económico principal siendo sustituida por la ganadería y el comercio de sus productos. Con el crecimiento ganadero se logrará una creciente estabilización de la población blanca, proceso al que irá aparejado un aumento de la importación de mano de obra esclava de origen africano. 3.5 Supervivencia indígena En el discurso histórico tradicional se enfatiza en la idea de un reducido número de sobrevivientes al final de las encomiendas sin embargo, es evidente que la Isla conservaba cierta cantidad de población india a diferencia de territorios como Las Bahamas o Jamaica, donde esta había desaparecido o se había reducido al mínimo. Para 1556, según el gobernador Diego de Mazariegos, aún se reportan unos 2000 indios de los cuales 200 eran antiguos esclavos traídos de otros lugares (Marrero 1993b:353). Esta cifra recoge individuos residentes en las villas o en espacios cercanos, por tanto debió ser mucho mayor el número total dada la indudable presencia de una amplia población origen indígena fuera del control hispano, sobreviviendo aislada o que se había dispersado tras el colapso de la explotación minera y la disgregación de la encomienda. Un indicio arqueológico al 71

respecto se da en el sitio Los Buchillones, con fechados radiocarbónicos desde el siglo XIII DC hasta el siglo XVII, el cual ha sido interpretado como un recondito espacio indio, quizás en uso durante el siglo XVI y parte del XVII (Pendergast et al. 2003: 30-32). Pese al reconocimiento legal de su completa libertad al indio se le somete a nuevos modos de dependencia. Restos de comunidades con cierta integridad e individuos dispersos serán movidos a los llamados pueblos de indios, como Guanabacoa, creado en 1554 próximo a La Habana (Rodríguez Villamil 2002), Trinidad, en el centro de la Isla, o El Caney, establecido en fecha algo posterior cerca de Santiago de Cuba (Reyes 2007:161); ver Figura 8. A estas comunidades la corona les asigna tierras para su mantenimiento, reconociéndoles determinados derechos y propiedades, que los vecinos españoles intentan arrebatarles. En 1562 los indios de Trinidad, en medio de presiones de los habitantes de villas cercanas, envían una representación ante las autoridades de La Habana y reclaman protección, recordando su carácter de libres y cristianos. Mencionan la labor adoctrinadora sostenida durante años por uno de los miembros de la comunidad, y su capacidad de defender los intereses de la corona y contribuir a la prosperidad de la Isla (Zerquera 1977). Otros indios serán absorbidos por las villas y pueblos. En La Habana muchos llegaron a insertarse en el núcleo urbano, dedicándose a labores artesanales como la carpintería, la alfarería o a la agricultura (Roura y Hernández 2008:153). Cumplen con frecuencia responsabilidades defensivas y sirven como vigías en las costas. Así mismo aparecen a lo largo del siglo XVII en diversas tareas: en 1617 trabajan en condición de asalariados en los ingenios de azúcar y haciendas de la jurisdicción de la villa de Bayamo (Morales Patiño 1951:378); se les encuentra además como monteros y rancheadores. Dos de estos en 1612, junto a un niño negro, hallan una imagen de la Virgen que será con los años la patrona de Cuba, en su advocación de Virgen de la Caridad. Ambos sabían leer e inmediatamente reconocen a la Virgen. Algunas comunidades o grupos de individuos intentaran evitar la relación con los españoles. Levi Marrero (1993b:352-355) refiere las quejas de vecinos de Santiago de Cuba, Bayamo y Puerto Príncipe, sobre indios que se niegan a vivir cerca de los españoles y a los cuales se autoriza a reducir por la fuerza mediante Real Cedula de 1563. Un grupo descubierto en la zona de Matanzas es obligado en 1576, por Cristóbal de Soto, a radicarse en la reducción de Guanabacoa y varios de sus miembros se suicidan en gesto de protesta. En 1574 el geógrafo Juan López de Velazco (1971) citado por Hernández (2003), menciona al menos ocho pueblos indios “cimarrones”. La presencia de poblados aislados en zonas montañosas de Baracoa, donde se refugiaban también esclavos escapados, se reconoce en 1607 (Marrero 1993b:354). Independientemente de que algunos de estos casos se refieran a grupos a los que se intenta o logra someter, es clara la subsistencia de muchas comunidades fuera del control hispano. En relación con esto habrá un segundo momento de concentración de población india. Desarrollado con otros métodos y en diferentes circunstancias a las del siglo XVI, ocurre en la primera mitad del XVIII y su ejemplo más relevante es el de Jiguaní, creado en 1700 a instancias de un indio apoyado por un cura (Lago 1994:33; Pichardo 2006:83). Tradicionalmente se sostiene que Mayarí (1757) y Holguín (1720), ambos en la parte oriental de Cuba como Jiguaní (Figura 8), nacen de un esfuerzo de concentración de remanentes de población india, aunque junto a españoles (Morales Patiño 1951). La situación social del indio tras la encomienda será generalmente baja, pero algunos individuos de la antigua jerarquía indígena mantienen ciertas prerrogativas. A fines del siglo XVI Juan de Argote, superviviente de la élite nativa, aún era considerado por miembros del cabildo de Puerto Príncipe “hombre honrado y principal” (Morales Patiño1951:381). A inicios del XVII una india de la misma villa cuenta con suficientes recursos como para donar terrenos dentro de la ciudad, a fin de construir una ermita (Tamames 2009:116). Quizás el caso más interesante sea el de una familia de Jiguaní que a inicios del siglo XIX, al defender su calidad de orígenes y servicios al gobierno español, menciona su condición de “descendientes de indios caciques” como un aval social (Tamames 2009:119). La presencia india mantiene su fuerza durante el siglo XVIII, de forma particular en el oriente de Cuba, conservándose un monto grande de población considerada pura. En la ciudad de Holguín 72

(Figura 8) se recogen 139 indios en el Padrón de 1775, de estos 96 son puros, de ellos 86 hombres y 53 mujeres. Los datos de edad indican un grupo poblacional predominantemente joven, por tanto una parte de ellos podría haber alcanzado el siglo XIX (San Miguel y Pérez 2007). El Padrón ofrece también interesantes detalles sobre los procesos de integración de los indios a partir de matrimonios y sobre la posición social de estos. Según comentan San Miguel y Pérez (2007) el padrón reporta 10 matrimonios puros y 16 interraciales, donde predomina el casamiento del hombre de la raza blanca con mujer india (10), hombre indio con mujer blanca (3), hombre pardo con mujer india (2) y sólo un matrimonio a la inversa. Cómo se puede observar prevalece el matrimonio interracial, (blancoindia). El estamento de los descendientes se define como sigue: los hijos de hombre blanco con india, eran considerados blancos, “con la salvedad de que los descendientes del indio Pedro Diéguez, casado con una india, fueron clasificados como blancos, en ello pudo haber influido su condición de propietario, o… una equivocación”. Tienen categoría de “indio” los descendientes de matrimonios puros, o interraciales, donde el hombre es el indio y la mujer blanca. La condición de los indios registrados es como sigue: 16 dueños, 4 mayorales, 2 arrendatarios y 9 agregados. De los dueños, dos eran de Corrales, situados en el partido de Aguarás y 14 son dueños de estancias establecidas en el Egido. “En este último se concentraba el 77.7 por ciento del total de los aborígenes estudiados, expresivo de que la ciudad de Holguín tiene como base este segmento poblacional” (San Miguel y Pérez 2007). Con la consolidación del proceso colonial en Cuba y el creciente mestizaje, el término “indio” fue reajustado e incluso eliminado en la práctica de dominación hispana de los siglos subsiguientes. Se ha constatado un “silenciamiento documental del indio” (Tamames 2009:107), promovido por individuos interesados en blanquear su ascendencia familiar como solución de integración. También, por manejos para institucionalizar su desaparición en aras de eliminar los derechos reivindicados por aquellos que se consideraban indios o sus descendientes, y de apropiarse de sus tierras. Esto se logra en 1846 con la declaración oficial, por el gobierno español, de la extinción de los indios del Caney y pese a la protesta de sus descendientes (Iduate 1985:138). De cualquier modo el reporte de este componente demográfico en la documentación generada entre los siglos XVII, XVIII y XIX, tanto en zonas urbanas como rurales, independientemente de que pueda incluir descendientes de indios, mestizos e indios no cubanos, refiere la persistencia de este grupo y de elementos que lo singularizaban a nivel de sus prácticas culturales, lugares de residencia y apariencia física. Señala además, como indican las noticias sobre individuos que en el siglo XVIII y XIX se autoreconocían como indios o descendientes de indios, para defender sus derechos y propiedades, una posible manipulación de tal carácter pero también un sentido identitario especifico y el interés por mantener una proyección sociocultural diferenciada. Esta posición de respeto por su pasado y de conexión con sus raíces, supone más un proceso de integración al entorno social colonial que de asimilación o aculturación. En la visión dominante los remanentes de población indígena y sus descendientes, se fundieron en el ente etnocultural mayor que comienza a consolidarse en el siglo XVII, unificando a toda la población nacida en la Isla: el criollo (Arrom 1951). Esta integración fue aparejada al proceso de mestizaje y suponía un proceso transculturador, desde el cual se generó una nueva unidad biológica y cultural, con múltiples raíces y percepciones sobre estas y un sentido particular de pertenencia a la tierra. En el criollo y su universo se distinguen aportaciones indígenas en elementos de la religiosidad y la cultura material y, probablemente, en su base genética, aspecto lamentablemente no investigado. Hubo también un oculto accionar de resistencia pues parte de esta población intento mantener una identidad diferenciada y sobrevivió sosteniéndola. Esto se dio en ocasiones en las villas, pero con mayor frecuencia en lugares alejados de los centros urbanos y con una baja representatividad demográfica. El hecho de que en ciertas partes de Cuba, como Bayamo y Guantánamo, perduren individuos con un tipo físico particular, a los cuales se llama indios o aindiados, y que algunas de estas comunidades se consideren descendientes de indios, demuestra la supervivencia identitaria y poblacional. Felipe Pichardo Moya (1945) considera que además de los indios que sobrevivieron vinculados a los espacios 73

hispanos, debieron existir ranchos de cimarrones nunca controlados por los europeos, los cuales subsistieron de manera aislada, llegando con el tiempo a conformar núcleos de población campesina: “ Esos grupos pudieron conservar su carácter indígena, y andando el tiempo, al mezclarse con la creciente población que poco a poco invadía sus hasta entonces desconocidos territorios, originaron nuestros actualmente llamados indios de Yateras, Caujerí, Yara, Dos Brazos, Yaguaramas y otros lugares..”. Según Pichardo la fuerte proyección cultural de estas comunidades campesinas en lo relacionado a su raíz indígena, muy singular en el panorama rural cubano de inicios del siglo XX, expresa un nivel de pertenencia mantenido no sólo por su aislamiento, sino en razón de su probable carácter de descendientes de indios alzados o cimarrones. En su opinión los individuos movidos a los pueblos de indios tras el fin de la encomienda, serían básicamente los llamados “indios mansos”, muy adaptados a las prácticas culturales europeas, factor determinante en una rápida pérdida de identidad. Los indios cimarrones, por su menor contacto con los europeos y por su misma postura beligerante, lograrían conservar un sentido particular de vínculo con su cultura ancestral, transmitido a sus descendientes. El caso de la presencia india en la provincia de Guantánamo, particularmente en áreas como Yateras, es históricamente muy fuerte y rebela el importante protagonismo local de estas comunidades. En el siglo XIX, en plena guerra de independencia, los indios de Yateras eran un factor determinante en el control de espacios del suroriente cubano, razón por la cual el ejército español y el ejército independentista cubano trabajaron por atraerlos a sus filas. Tras conformar una temida fuerza, por varios años a favor de España, en 1895 pasaron al bando independentista. La decisión se tomó en una ceremonia donde participaron líderes locales reconocidos como caciques, quienes consultaron los espíritus de antiguos jefes indígenas. Los indios conformaron un regimiento del ejército libertador cubano bajo el simbólico nombre de Hatuey (Barreiro 2004). El estudio antropológico y etnográfico de algunas de las poblaciones mencionadas por Pichardo, desarrollado por distintos investigadores (Culin 1902; Pospisil 1971; Rivero de La Calle 1966, 1978), rebela caracteres físicos asociados a componentes mongoloides y costumbres endogámicas, descendencia matrilineal y rasgos de liderazgo comunal de clara raíz indígena. Aunque a inicios del siglo XX ya estas poblaciones mostraban un fuerte nivel de mezcla genética y cultural, su existencia prueba la realidad e importancia de los procesos de supervivencia indígena en la Isla, especialmente aquellos verificados en los lugares más aislados. En el resto del territorio cubano se valoran otros pequeños reductos de descendientes, como el de Fray Benito, en Holguín (García Molina 2007), y resalta sobre todo una herencia diversa, expresada en elementos de la cultura material campesina, tipos de casas, materiales constructivos, hábitos alimentarios, empleo de hamacas, manejos de plantas, útiles domésticos, técnicas artesanales de pesca (Guanche 1983:113-116), y en prácticas de medicina tradicional y creencias religiosas (García Molina et al. 2007; Lago 1994; Peña y Rodríguez 2000). Existe también una muy amplia toponimia de base aruaca, así como un extenso uso de términos del aruaco en la flora, fauna, y cultura material y espiritual (Valdés 1984, 1998, 2010). 3.6 Banes, Yaguajay y El Chorro de Maíta. Datos históricos y espacio arqueológico El sitio arqueológico El Chorro de Maíta se ubica en el nororiente de Cuba, en el Cerro de Yaguajay, altura situada en el centro de una zona rural históricamente conocida con el mismo nombre (Figura 9 y Figura 10). Yaguajay es parte del actual municipio Banes, provincia de Holguín. Se cree que Cristóbal Colón arriba a la bahía de Bariay, a unos 20 km al oeste de El Chorro de Maíta, en 1492 (Guarch Delmonte et al. 1993). Tras el arribo de Velázquez esta pudo ser una de las áreas relacionadas con las acciones del grupo conquistador dirigido por Francisco de Morales, durante una violenta campaña centrada en la provincia india de Maniabón. La existencia de un extenso grupo de elevaciones denominado Lomas de Maniabón, se usa para inferir la posible posición de dicha provincia. 74

Una referencia histórica más concreta proviene del viaje de Diego Velázquez en 1513, desde Baracoa a Bayamo y a fin de organizar el control de la población indígena y fundar nuevas villas. Llega a la zona por la costa, accediendo a las provincias indias de Bani y Barajagua desde las que se mueve al sur, en dirección a las provincias de Guacanayabo y Bayamo, área la ultima donde funda la villa de igual nombre (Velázquez 1973a:70). La permanencia de topónimos con estas denominaciones, la dirección general seguida y el dato sobre una entrada desde el mar, permiten situar a estas provincias en espacios de los actuales municipios y provincias cubanas: Bani en el municipio Banes y Barajagua en el municipio Cueto, ambos en la provincia de Holguín; Guacanayabo y Bayamo en zonas de la provincia Granma, cercanas al golfo de Guacanayabo (ver Figura 9).

Figura 9. Espacios relacionados con la conquista y colonización, próximos a Yaguajay y a El Chorro de Maíta. Hacia 1520, a unos 57 km al suroeste de El Chorro de Maíta, se cree pudo haber tierras en posesión de un vecino de Bayamo de apellido García Holguín, quien aparentemente también tenía en el lugar indios en encomienda (García Castañeda 1949b:30). Se discute esta idea pero hay coincidencia de opiniones sobre el fomento de un hato en la década del cuarenta, base de un posterior poblado reconocido como ciudad en 1752 (San Isidoro de Holguín). Sus vecinos y los de Bayamo tendrán participación importante en el manejo de los cercanos territorios del nororiente cubano, entre ellos Banes y Yaguajay, que prácticamente desde la fundación de la Villa de Bayamo quedaron bajo su jurisdicción. Según datos históricos, hacia 1740 Yaguajay constituía un corral (Bacallao 2009:297), si bien en 1800 se le reconoce como un realengo (Archivo Nacional de Cuba [ANC], Fondo Gobierno Superior Civil, legajo 630, no. 19886, año 1814), es decir un espacio propiedad de la corona española. Esto sugiere que quizás tuvo un uso agrícola-ganadero corto o poco importante. La expansión terrateniente hacia el nororiente cubano fue relativamente tardía. Sólo a fines de la primera mitad del siglo XVIII o durante la segunda mitad, es que se adjudican muchos terrenos realengos cercanos a Yaguajay, como 75

Samá y Retrete, e incluso Banes (Novoa Betancourt 2008:39-40). Aparentemente la zona permanece deshabitada o con un uso muy limitado hasta 1846, cuando se menciona su carácter de paraje ganadero (Novoa Betancourt 2008:82). En el Censo General de 1943 es registrada como un barrio del municipio Banes (Censo 1943), limitado al este por la Bahía de Samá, al oeste por la Bahía de Naranjo y al sur por la elevación conocida como Pan de Samá.

Figura 10. Sitios agricultores ceramistas de la zona de Yaguajay y del Área arqueológica de Banes. Distintas zonas de concentración de sitios. No hay referencias sobre reductos de descendientes de indios en Yaguajay y la población campesina parece tener su base en asentamientos fomentados durante el siglo XIX. En términos de patrimonio arqueológico y de caracteres de los contextos allí localizados, Yaguajay se incluye dentro de la llamada Área Arqueológica de Banes (Figura 10). La misma comprende la mayor parte del municipio Banes y el municipio Antilla, sobre un territorio que se proyecta hacia el océano Atlántico y es limitado por una línea imaginaria que va de la Bahía de Naranjo en el norte, a la desembocadura del Río Tacajó en la Bahía de Nipe, al sur. El área ha sido definida atendiendo a la alta concentración de sitios agricultores ceramistas (más de 70), y al relativo alejamiento de estos de las demás zonas de reporte arqueológico de tales comunidades en el nororiente cubano (Valcárcel Rojas 2002:26, 28). También se considera la común presencia en estas locaciones, de ciertos caracteres cerámicos particulares dentro de la expresión meillacoide cubana-, y de un alto reporte de objetos ornamentales y rituales, así como de aspectos cronológicos indicadores de un largo proceso de ocupación del territorio, iniciado entre el siglo IX y XI DC (Aguas Gordas, MO-399, 1000 ± 105 AP; cal. 2 sigmas 801-1258 DC; Potrero de El Mango, Beta-148961, 880 ± 60 AP; cal. 2 sigmas 1014-1280 DC) y 76

vigente hasta los siglos XV y XVI, en plena interacción con los europeos (Cooper 2007; Valcárcel Rojas 1997; Valcárcel Rojas 2002:Tabla de fechados).

Figura 11. Distribución de sitios arqueológicos en la zona de Yaguajay. Los sitios ubicados en el Área Arqueológica de Banes han sido reconocidos como evidencia de una las expresiones más potentes del desarrollo de las comunidades agricultoras ceramistas en Cuba (Rouse 1942; Tabío y Rey 1985), aportando por muchos años aspectos básicos para su caracterización a nivel de la Isla. Pérez de la Riva (1972) consideró a esta zona como la de más alta demografía en el archipiélago. Aguas Gordas, 10 km al este de El Chorro de Maíta, es uno de los contextos de base meillacoide más tempranos de Cuba, después de El Paraíso (código de laboratorio desconocido; 1130 ± 150 AP; cal. 2 sigmas 638-1218 DC) y Damajayabo (Y-1994; 1120 ± 160 AP; cal. 2 sigmas 6181253 DC), ambos en la costa sur. Plantea un patrón de asentamiento en alturas, y a cierta distancia del mar, muy diferente al de las locaciones sureñas, que se proyectara en el tiempo constituyéndose en rasgo distintivo de la presencia indígena en esta área y en gran parte de Cuba. A nivel económico, rasgo también de este patrón, se caracteriza por el manejo de diversas fuentes de recursos alimentarios, siempre con un componente marino significativo (Valcárcel Rojas 2002:43-51). Hay indicios de un fuerte crecimiento demográfico en los sitios más tempranos de Banes desde los cuales se generan desplazamientos hacia lugares cercanos, conformándose agrupaciones de sitios marcadas por cierta identidad zonal. Esta se sostiene en la similitud de determinados aspectos culturales, y en su ajuste a entornos geográficos específicos dentro del área. Los sitios más antiguos, siempre los de mayor tamaño, se mantienen en uso durante varios siglos concentrando materiales de carácter ceremonial y suntuario, detalle interpretado como expresión de una creciente complejidad 77

social y liderazgo territorial, en clara consolidación durante el siglo XV DC (Valcárcel Rojas 1999; 2002:93-96). Se reconocen tres agrupaciones de sitios, delimitadas aparentemente por accidentes geográficos: una en el lado este (Banes), otra en la zona Samá-Río Seco, en la parte centro norte, y la de Yaguajay, en el extremo noroeste (Figura 10). Las 25 locaciones arqueológicas de agricultores identificadas en esta última se ubican entre la costa y las laderas este y norte del Cerro de Yaguajay, un espacio de alrededor de 50 km² con la mayor densidad de sitios de toda el Área Arqueológica de Banes, tanto para los de esta filiación cultural como para contextos arcaicos (17 sitios); ver Figura 11. El conjunto de sitios de Yaguajay sigue un orden de verticalidad que comienza con contextos habitacionales, ubicados mayormente en elevaciones, siempre en terrenos muy fértiles; El Chorro de Maíta se halla en la posición más alta. Continúa con paraderos o campamentos, situados entre la costa y los sitios de habitación, y termina con algunos pocos asentamientos habitacionales y paraderos, sobre el litoral. Tanto en las alturas como en la llanura costera aparecen cuevas de uso funerario y en algunos casos ceremonial. La habitación en la costa -sitios Cementerio de Guardalavaca y Punta de Pulpo- se especializó en la explotación marina y quizás pudo garantizar el control de esta área básica de recursos y con ella la salida al mar de los grupos interiores. Los vestigios de pescadoresrecolectores, muy próximos a estos sitios agricultores, son un indicio de lo temprano de la ocupación del lugar, quizás a partir del interés por aprovechar sus recursos naturales (Valcárcel Rojas 2002:37). Aunque se dispone de pocos fechados radiocarbónicos o de referencias en torno a la contemporaneidad de los sitios, es posible que en algún momento muchos estuvieran conectados a partir de mecanismos de aprovisionamiento de bienes marinos pues restos de fauna con este origen son muy comunes en los lugares de habitación más alejados de la costa. No se descartan tampoco, esquemas de integración política necesarios para ordenar el acceso a espacios agrícolas y de recolección y caza, quizás relacionados con aspectos de tipo religioso. Aunque los sitios de Yaguajay sobresalen en el Área Arqueológica de Banes, por el alto reporte de objetos ornamentales y rituales de concha, piedra y metal (Valcárcel Rojas 1999), estos tienden a concentrarse en las locaciones de mayor tamaño, particularmente en El Chorro de Maíta. Tal aspecto se considera indicio -como veremos más adelante- del carácter preeminente de este asentamiento en la zona. De una muestra de 530 piezas de carácter ceremonial, ritual u ornamental, reconocida en 1999 para el Área Arqueológica de Banes, El Chorro de Maíta concentraba el 31.7 por ciento de los objetos de concha y el 14.1 por ciento de los objetos de piedra. Era superado sólo por Potrero de El Mango en cantidad de objetos de hueso, y tenía el mayor número de objetos de metal, así como un reporte destacado en figuras exentas de barro (Valcárcel Rojas 1999). Pese a la gran cantidad de cuevas con elementos arqueológicos (11), aquellas con indicios de uso funerario (6) se sitúan mayormente cerca de los sitios de habitación. Al carecer tales accidentes de aspectos geomorfológicos particulares, el factor distancia parece haber sido clave en su selección para este uso. En tanto la cantidad de cuevas funerarias es menor al número de sitios de habitación (9), es muy probable que algunas fueran empleadas por más de un asentamiento (ver Figura 11). En Yaguajay sólo los sitios El Chorro de Maíta y El Porvenir muestran entierros en zonas despejadas. Este último es importante porque es uno de los pocos lugares, junto a El Chorro de Maíta y Río Naranjo, con material hispano o con indicios de encontrarse vigente con posterioridad al arribo europeo. Se ubica 2.5 km al sur de la costa y a 1.5 km al oeste de la Bahía de Samá, en la cima de una elevación no muy pronunciada. Muy cerca de Los Carbones, otro sitio de habitación, y de varias cuevas funerarias. Inicialmente estaba formado por pequeños y grandes montículos, algunos de hasta dos metros de alto, dispuestos sobre la meseta en que culmina la loma (Rouse 1942:96). Es el de mayor tamaño en la zona después de El Chorro de Maíta, del cual dista sólo 3.3 km. Fue excavado en numerosas ocasiones aunque sólo se hallaron restos humanos durante los trabajos que dirigiera, en 1945, el coleccionista Orencio Miguel Alonso (1949). Este menciona osamentas de aparentemente 5 individuos inhumados en espacios donde también se depositaron residuales domésticos, entre ellos cerámica indígena y remanentes óseos de aves, mamíferos y peces. En algunos casos se hallaron capas de ceniza compactada, elemento que junto a los resto de fauna indica entierros 78

en antiguos fogones y basurales. Todos fueron primarios y no se observaron alteraciones como resultado de hacinamiento funerario; se depositaron boca arriba y con las piernas flexadas. El antropólogo físico César Rodríguez Arce, citado por Valcárcel Rojas et al. (2003), considera, según las fotografías del articulo de Orencio Miguel (1949), que los individuos parecen ser adultos, aunque los desenterradores no emitieron ningún dictamen al respecto, ni sobre el sexo u otros caracteres.

Figura 12. Izquierda, entierro con ofrendas de cerámica en El Porvenir, Yaguajay. Tomado de Miguel (1949). Derecha, vasija de cerámica hispana obtenida en el mismo sitio. Tres de los esqueletos muestran ofrendas constituidas por vasijas de cerámica. Uno de los entierros reporta piezas de diversas formas y tamaños, lo cual ha sido interpretado como indicio de la diversidad de alimentos ofrecidos y posible indicador de alto estatus (Valcárcel Rojas et al. 2003); ver Figura 12. Esta idea se completa al reparar en las grandes dimensiones que debió tener la tumba para contener el cuerpo y los recipientes, así como el trabajo requerido para su apertura. Se dispone de un fechado radiocarbónico en El Porvenir (Beta-148960) de 500 ± 50 AP; cal. 2 sigmas 1320-1455 DC. Dos de los entierros estaban asociados a material hispano, localizándose en estas fosas y en otras partes del sitio los siguientes objetos europeos: punta de lanza de metal, cascabel, herraduras de caballos, dos hojas de tijeras, una lámina de bronce, un hacha de hierro, un bocado de freno para caballo, cerámica diversa, incluida una vasija en forma de jarra con vidriado (Miguel 1949); ver Figura 12. Trabajos posteriores (1973) hallaron fragmentos de herraduras de caballos, puntas de espadas, clavos forjados a mano y cerámica vidriada. También identificaron huesos de cerdo (Sus scrofa), algunos con huellas de corte con instrumentos metálicos y otros muy fragmentados, posiblemente debido a consumo de medúla. Castellanos y Pino (1978), a cargo de este estudio, detectan una reducción en el consumo de jutias e iguanas, animales usuales en contextos indígenas, el cual explican como un cambio dietario generado por el impacto de la relación con los europeos. Tomé y Rives (1987) observan cambios en los reportes de artefactos de concha del sitio asociados, a su entender, con la situación de interacción. Como dato interesante, aparentemente conectado con este proceso y la entrada de indígenas mesoamericanos, se reporta el hallazgo de una pata de metate (Rives 1987).

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Figura 13. Algunos de los principales sitios indígenas con material europeo en la provincia de Holguín. 1, Río Naranjo, 2, Cuadro de los Indios, 3, Potrero de El Mango, 4, Varela III, 5, Loma de Baní, 6, Esterito, 7, Barajagua, 8, Alcalá, 9, El Yayal, 10, El Pesquero. En Río Naranjo, un emplazamiento en el entorno de la bahía de igual nombre, se reportan abundantes restos de Jarras de Aceite en su tipo temprano. En la zona de Banes, entre 15 y 20 km al oeste de El Chorro de Maíta, se ubican varios sitios indígenas con material hispano, Varela III, Cuadro de los Indios, Loma de Baní, Potrero de El Mango y Esterito (Valcárcel Rojas 1997), todos con menos evidencias europeas que El Porvenir. Diferente será el comportamiento de los sitios localizados al sur, Barajagua, a 55 km de El Chorro de Maíta, Alcalá, a 34 km, y El Pesquero y El Yayal, próximos a la ciudad de Holguín, a unos 50 km (ver Figura 13). Todos muestran colecciones importantes de piezas hispanas, particularmente Alcalá y El Yayal, este último considerado el lugar donde se radicaron los indios encomendados a García Holguín y con indicios de hallarse vigente aún en 1580 (García Castañeda 1949a:200; Domínguez 1984). Las diferencias en el tipo y cantidad de material europeo, entre los sitios cercanos a Banes y Yaguajay, y los ubicados al sur, se ha explicado como reflejo de manejos distintos de estos lugares y de su población por parte de los españoles. Al parecer tal escenario se relaciona con la mayor proximidad de los enclaves sureños a las villas de Santiago de Cuba y Bayamo, y por tanto a una mayor presencia hispana (Valcárcel Rojas 1997:76).

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Capítulo 4. El Chorro de Maíta. Investigaciones arqueológicas previas (1979-2003) Este capítulo ofrece informaciones sobre el ambiente de la zona donde se ubica El Chorro de Maíta, así como detalles de los recursos naturales potencialmente disponibles al momento de la ocupación indígena y en el período colonial. Se centra en el análisis de las investigaciones realizadas en el sitio hasta el inicio de los estudios que dan base a esta disertación, en particular las exploraciones y excavaciones dirigidas por el Dr. José Manuel Guarch Delmonte entre los años 1979 y 1988. Durante estos trabajos se reconoció la estructura del lugar y se ubicó y excavó el cementerio. Se realizaron además, estudios de los materiales y restos humanos, que continuarían en la década de los noventa. Se ha intentado aportar una visión detallada de estas labores y sus resultados en tanto se trata en gran parte de información primaria, imprescindible para cualquier nuevo examen del sitio y no organizada ni resumida hasta el momento. Es un importante esfuerzo de compilación, ordenamiento y reconstrucción de los datos, dado el carácter incompleto y disperso de estos, donde resultó vital el testimonio y la cooperación de algunos de los participantes. Otras investigaciones se ejecutaron con posterioridad, entre ellas prospecciones muy reducidas o estudios de materiales conseguidos durante la excavación del cementerio, como los de piezas de metal coordinados por Valcárcel Rojas entre los años 2002 y el 2003. No implican una reactivación orgánica del trabajo en El Chorro de Maíta razón por la cual se consideran un antecedente de la investigación desarrollada durante esta disertación y se agrupan, junto a los primeros estudios, en un período previo, comprendido entre los años 1979 y 2003. 4.1 El Chorro de Maíta El sitio arqueológico El Chorro de Maíta se ubica en la ladera este del Cerro de Yaguajay, a una altura de 160 m sobre el nivel del mar y a 4.7 km de la costa, en línea recta. Sus coordenadas cartográficas planas son: X: 605 650, Y: 270 050, Hoja Santa Lucía, 5079 – III, Cartas del Instituto Cubano de Geodesia y Cartografía, escala 1: 50 000; (21 05’04.52” N y 75 48”56.70” W). Se halla en el territorio del antiguo barrio Yaguajay, hoy parte del barrio Chorro de Maíta en el Consejo Territorial Yaguajay, del municipio Banes, provincia Holguín. El sitio está en un espacio flanqueado al norte y al sur por cauces de arroyos activos o que se activan en períodos de lluvia. El lugar es cortado en dirección este-oeste por un camino iniciado en la carretera Banes-Guardalavaca, el cual asciende por la ladera del cerro hasta el manantial de Chorro de Maíta y continua hacia la cima de la elevación (ver Figura 14). En el sitio predominan los suelos calizos pardos, establecidos sobre una base de caliche aflorada de manera significativa en los puntos más erosionados. En las zonas altas, donde comienza el ascenso a la cima del cerro, aparecen testigos kársticos y son comunes los suelos calizos rojos. La locación sufre una alteración antrópica intensa al hallarse bajo las casas y campos de cultivo del poblado de Chorro de Maíta. La formación de este asentamiento se remite, según algunos vecinos, a fines del siglo XIX; para el año 2008 tenía una población estimada en 459 habitantes (Bacallao et al. 2009:77). El poblado creció a raíz de la construcción de un museo, en 1990, directamente sobre el cementerio, y del mejoramiento del vial de acceso y de otros servicios comunitarios básicos. Unos años después, también sobre áreas arqueológicas, se levantaría una instalación turística que reproduce una aldea indígena (Figura 16). La población vive de la agricultura o trabaja en servicios al turismo en las cercanas playas de Guardalavaca y Esmeralda. Aún cuando Rouse (1942) reporta excavaciones y venta de piezas en la primera mitad del siglo XX, la principal afectación a los contextos arqueológicos hoy la origina la actividad agrícola y la acción constructiva de los vecinos (Ver Figura 15), en tanto el personal del museo vela por la integridad del lugar y promueve una actitud de respeto hacia el patrimonio de la zona. 81

Figura 14. Poblado y uso actual de los espacios en el sitio El Chorro de Maíta y áreas próximas.

Figura 15. Campo de cultivo y casa en áreas del sitio arqueológico El Chorro de Maíta. 4.2 Caracteres ambientales actuales La potente presencia indígena en Yaguajay pudo estar influida por la concentración de múltiples recursos naturales en un espacio relativamente pequeño, y por las facilidades de acceso al litoral y a 82

los ecosistemas marinos y costeros, en particular a los de las bahías inmediatas (Rouse 1942:103; Valcárcel Rojas 2002:38). Como se verá, aún con la degradación sufrida estos destacan por una diversidad y riqueza que en tiempos precolombinos debió ser mucho mayor.

Figura 16. Recreación de aldea indígena en áreas del sitio arqueológico El Chorro de Maíta. La zona de Yaguajay forma parte del Grupo Orográfico Maniabón (Núñez Jiménez 1972) y está constituida por un grupo de elevaciones y una extensa llanura costera, en un territorio enmarcado por las bahías de Samá y Naranjo y proyectado hacia el océano Atlántico (Figura 17). La elevación más destacada es el Cerro de Yaguajay, con 262 m sobre el nivel del mar en su punto más alto. A su alrededor, en especial hacia la vertiente este y sureste, se alzan pequeños cerros calizos a manera de mesas y testigos calcáreos, producidos por procesos erosivo-disolutivos acaecidos en la región (Panos 1988). Al norte del cerro se extiende una llanura costera kárstica con varios niveles de terrazas. La costa está formada en casi su totalidad por la terraza de “seboruco”, el primer nivel de terraza emergido (Guarch Rodríguez 2010). Se trata de una costa con grandes campos de lapiés, muchas veces acantilada, principalmente del centro hacia el este. Se considera de tipo aterrazada y de estructura compleja, formada por procesos endógenos y exógenos subaéreos (Instituto de Geografía de la Academia de Ciencias de Cuba [IGACC] 1989). Toda la línea del litoral se mantiene bastante recta, con una orientación de este a oeste, aunque en su zona central penetra hacia el océano Atlántico formando Punta Cayuelos o Cañete. Reporta varias playas destacándose Guardalavaca, situada al oeste de Punta Cayuelos, con una franja de arena de unos 4 km de largo y de fondo bajo, limitada al norte por una gran barrera arrecifal situada a casi 1 km de la costa. Muestra varios esteros asociados de modo particular a las bahías de Naranjo y Samá. La llanura costera se transforma en moderadamente ondulada hacia la zona interior, y está integrada por rocas de diferentes formaciones geológicas. La zona costera la constituye la Formación Jaimanitas, con rocas del Cuaternario donde abundan las calizas biodetríticas masivas, generalmente carsificadas y muy fosilíferas (Trujillo y Vega 1994). Toda la zona central y este la constituyen rocas de la Formación Júcaro, integrada por calizas generalmente arcillosas que se desagregan en pseudoconglomerados, con una edad del Mioceno Superior al Plioceno Inferior. 83

Figura 17. Elementos geográficos más destacados de la zona de Yaguajay. Abundan los accidentes kársticos, principalmente pequeñas dolinas, campos de lapiés y cavernas de tamaño reducido. Las cuevas se originan por la acción disolutiva del nivel superior de las aguas subterráneas (acuífero). En la actualidad este se halla a pocos metros de la superficie pero la mayor parte de los conductos se encuentran secos o inactivos desde el punto de vista hidrológico, debido a los cambios en el nivel de las aguas durante el cuaternario. Las cuevas se corresponden en altitud con los distintos niveles de terrazas existentes. Son de pequeño tamaño, no sobrepasan los 100 m de desarrollo, y la comunicación con el exterior se efectúa a través de pequeñas dolinas de disolución y desplome, de poco desarrollo vertical (Guarch Rodríguez 2010). En los extremos este y oeste de la zona de Yaguajay aparecen las bahías de Samá y Naranjo. La Bahía de Naranjo muestra una estructura de bolsa de 4.1 km² y se comunica con el océano por medio de un estrecho y profundo canal. Tiene un largo máximo de 2.9 km, un ancho máximo de 3.1 km, y una profundidad máxima de 21 m en el canal (Bacallao et al. 2009:204). Toda su parte oeste está formada por elevaciones que en algunos casos llegan hasta el mar, destacándose la Loma del Convento, con 90 m de altitud. La parte este del canal posee esas mismas características pero al abrirse la bahía, en su porción interior, la costa se transforma en una extensa ciénaga costera. En medio de la bahía sobresalen varios cayos o islotes de pequeño tamaño; el mayor tiene 650 m de largo. Se caracterizan por la presencia de formaciones rocosas arrecífales del cuaternario, con vegetación espinosa. La Bahía de Samá tiene una configuración larga y estrecha. Alcanza 2700 m de largo por 960 m en su porción más ancha, con un canal de entrada de unos 1500 m de largo; su profundidad máxima es de 5.2 m (Bacallao et al. 2009:254). Toda la porción anterior y media de la bahía está compuesta por terrenos altos de fuerte inclinación. Se destacan los niveles de terrazas marinas constituidas por rocas 84

sedimentarias cuaternarias de la Formación Geológica Jaimanitas. En el interior de la bahía, en su parte sureste, abundan los terrenos bajos y cenagosos por donde corre el Río Samá. En su fondo y dividiendo la ciénaga en dos partes, se alza una especie de península montañosa la cual llega a tener alturas sobre el nivel del mar de 68 m (Guarch Rodríguez 2010). 4.2.1 Hidrografía Hay pocas corrientes fluviales en tanto el carácter kárstico de la región limita el escurrimiento superficial al facilitar la infiltración de un gran volumen hídrico. Al oeste discurre el Río Naranjo, de corriente permanente; desemboca al sur de la Bahía de Naranjo. También se conoce como “Río de Oro” debido a los arrastres auríferos que transporta (Guarch Rodríguez 2010). Tiene sus cabezadas en las colinas serpentinosas y calcáreas situadas varios kilómetros al sur, cerca de las localidades de Arroyón, Cayo Verde y La Sierra, de ahí sus disímiles tipos de arrastres. En la parte central hay arroyos intermitentes de pequeño tamaño, sólo activos en épocas de las lluvias. En el extremo este se distingue el Río Samá, de corriente permanente. Desemboca al sur de la bahía de igual nombre y nace cerca de las localidades de Retrete Abajo y Las Lajas, aunque parte de la cuenca se origina en la ladera este del Cerro de Yaguajay. 4.2.2 Vegetación Aparece un mosaico de formaciones vegetales: en la costa se presentan los complejos de vegetación de costa arenosa y rocosa -cuabilla de costa (Rachicallis americana), guao (Camocladia dentata), boniato de costa (Ipomea prescapae), tunas (Opuntia dillenii)- y los bosques de mangles. Hacia el interior se encuentran los matorrales xeromorfos costeros (manigua costera) y xeromorfo espinoso sobre serpentinitas (cuabal) y, más alejado de la costa, los restos de un antiguo bosque semidecíduo donde crecen jagüeyes (Picus membranacea), yagrumas (Cecropia peltata), almácigos (Bursera simaruba), etc. El área ha sido muy alterada por la actividad agrícola, con campos de caña de azúcar y cultivos menores; también muestra varios asentamientos poblacionales e instalaciones turísticas cerca de la costa. A consecuencia de esto y de los desmontes existen grandes extensiones donde ha crecido vegetación secundaria compuesta principalmente por marabú (Dichrostachys glomerata), aroma (Cailliea glomerata), y palo bronco (Malpighia cnide). En las zonas cenagosas de las bahías de Naranjo y Samá, crecen los mangles rojos (Rhyzoophora mangle), prieto (Avicennia nitida) y patabán (Laguncularia racemosa (Guarch Rodríguez y Sigarreta 2011). En algunas de las alturas pequeñas al este del Cerro de Yaguajay, se reporta vegetación de mogotes. 4.2.3 Fauna En las bahías existe una diversa fauna marina y en sus depósitos turbosos abundan crustáceos como el cangrejo azul (Cardisoma guanhumi) y el cangrejo rojo (Geocarcinus ruricola), al igual que moluscos como los ostiones (Crasostrea rysophorae) y bayas (Isognomun alatus). En la llanura costera y también en espacios interiores, se hallan diversas especies de anfibios (ranas), una gran cantidad de reptiles, en su mayoría especies de Anolis, y más de 100 especies de aves (Fernández Velázquez 2009). Hay un fuerte endemismo entre los moluscos terrestres. Aparecen algunas de las especies notables de moluscos cubanos como los helicínidos, entre ellos Helicina reeveana, endémica de la zona costera de la provincia Holguín (Banes-Gibara). También especímenes de los géneros Alcadia. Las especies del género Zachrysia están consideras como notables por su talla (Vales et al. 1998). Destacan por su coloración las especies del género Polymita; existen poblaciones de Polymita muscarum pero con valores de baja densidad. Los mamíferos son en su mayoría del orden Chiroptera, y entre ellos, como especie notable, está Phyllonycteris poeyi, una especie polinivora de gran importancia en las cuevas calientes (Vales et al. 1998). Aparecen, pero de modo muy escaso, jutías Capromys pilorides (J. Conga), endemismo cubano. 4.2.4 Clima 85

El clima de la región según Méndez Fernández (1998), citado por Valcárcel Rojas (2002:30-31), es cálido y seco, con una elevada temperatura media cuyo valor hiperanual es de 26.5 ºC. La humedad relativa es alta todo el año lo que combinado con el predominio de altas temperaturas determina un calor sofocante, atenuado en algunos lugares -en especial zonas altas- por la acción de los vientos. Estos son muy estables y soplan casi siempre desde el este. Las precipitaciones muestran un promedio anual de 1207 mm; no son elevadas pero sí muy uniformes durante todo el año, con acumulados mensuales, excepto en febrero y julio, por encima de los 60 mm. Los fenómenos meteorológicos peligrosos tienen una baja influencia y su magnitud es reducida. Es baja la afectación por frentes fríos pues llegan sólo la mitad de los que actúan sobre la Isla, presentándose débiles e incluso disipados. Las Tormentas Locales Severas son poco frecuentes debido a la cercanía de la costa y a la interposición de alturas situadas en el borde del litoral suroriental. La afectación de los ciclones tropicales también es mínima. 4.2.5 El Cerro de Yaguajay Esta elevación se localiza en la parte centro sur de la zona de Yaguajay, entre 1.5 y 3 km de la costa. Morfológicamente es un macizo en forma de meseta de alrededor de 4 km de diámetro. Las laderas oeste, sur y parte de la norte, son altos farallones pétreos, muy verticales; con numerosas cuevas y solapas (Figura 18). Los bordes restantes muestran laderas con descenso suave hasta los valles y llanuras circundantes (Figura 19). La altura está constituida por rocas calizas de la formación Camazán, compuesta por calizas coralinas-algáceas (biolititas), calizas biodetríticas, a veces arcillosas, calcarenitas, calciruditas, aleurolitas calcáreas, con intercalaciones de margas y arcillas, ocasionalmente yesíferas. Poseen una edad comprendida entre el Oligoceno Superior y el Mioceno Inferior, depositadas en un ambiente sublitoral, con facies arrecifales y retroarrecifales, en parte con circulación restringida (Trujillo y Vega 1994). Desde el punto de vista kárstico en toda la elevación, excepto las laderas, existe un karst cubierto, oculto bajo una capa de suelo bastante potente aunque en zonas de mayor pendiente se puede ver la roca estructural, expuesta y con una desarrollada morfología de lapiés (Panos 1988). De acuerdo a las formas hidrodinámicas y morfoestructurales el cerro se comporta como un holokarst, con formas de absorción, circulación y emisión. En su parte alta se observan algunas dolinas de corrosión y desplome de pequeño tamaño, además de sistemas de grietas o diaclasas. También aparecen simas no muy profundas, en el orden de los 10 a 20 m, relacionadas en algunos casos con redes de galerías subterráneas. Estas cuevas se corresponden con conductos indirectos absorbentes, con una actividad hidrológica estacional (Molerio 1988). Todas poseen entradas verticales y en profundidad su recorrido es horizontal. Se han podido observar algunas cavidades inversas, del subtipo simple, formadas por un sólo conducto vertical y de planta bastante circular En las laderas existe otro tipo de cavernas, relacionadas con los procesos emisivos del macizo; de pequeño tamaño y horizontales, se pueden catalogar como indirectas emisivas, de caudal autóctono y con un régimen hídrico generalmente inactivo (Guarch Rodríguez 2010). Predominan suelos húmicos calciformicos, (rendzina roja típica, rendzina negra típica), así como pardos con carbonatos típicos, muy fértiles. Se observan afloraciones de la caliza muy meteorizada y acumulaciones de “caliche” en forma de parches superficiales; se trata de depósitos endurecidos de carbonato de calcio mezclado con otros materiales, en este caso con el suelo de la zona (Figura 20). Dadas las peculiaridades de holokarst del cerro se reportan todas las formas hidrodinámicas del sistema. Existe un drenaje autóctono causado por las aguas meteóricas que se precipitan sobre la elevación. Entre las formas de modelo kárstico están las absorbentes, representadas por grietas y simas; las de conducción y las de emisión, constituidas por varios manantiales kársticos. Uno de ellos, con actividad permanente, se conoce como el “Chorro de Maíta” y origina un pequeño arroyo que desagua al este de la meseta desde donde se convierte en uno de los afluentes del Río Samá. En épocas de lluvia se activan varios manantiales con un caudal significativo, en particular en la parte noreste de la elevación. 86

Figura 18. Vista de la ladera oeste del Cerro de Yaguajay. Presencia de abrigos rocosos y restos de bosques. La vegetación está muy degrada por la actividad agrícola y los asentamientos humanos si bien en su parte este, oeste y sur, conserva áreas de bosque semidecíduo, con especies como la yaya (Oxandra lanceolata), caguairán (Ehretia tinifolia), jubabán (Trichilia hirta), guásima (Guazuma tomentosa), guárano (Cupania glabra), cupey (Clusia rosea), yagruma (Cecropia peltata) y almácigo (Bursera simaruba). Un inventario de diversidad faunística del Cerro de Yaguajay realizado por Alejandro Fernández Velázquez (2010) estableció que pese al alto impacto antrópico aún muestra ecosistemas con cierta constancia ambiental y resulta refugio de numerosas especies de flora y fauna. El cerro se ubica en el distrito Cuba Central, correspondiendo a una estrecha y extensa zona costera considerada dentro del subdistrito zoogeográfico Malagueta-Banes. El inventario, cuyos datos reproducimos, indica la presencia en la Clase Insecta (insectos), la menos muestreada por Fernández Velázquez, de seis órdenes y 18 familias. El grupo más representativo son los lepidópteros (mariposas). La Clase Crustácea (crustáceos decápodos terrestres) está representada por Gecarcinus ruricola (Cangrejo rojo), poco común en el área, a diferencia del Coenobita clypeatus (Macao), abundante. Entre los invertebrados están 13 especies de arañas agrupadas en 6 familias; en el Orden Scorpiones hay 4 especies de la familia Buthidae: Centruriodes anchorellus, Centruroides gracilis; Rhopalurus junceus y Alayotityus nanus, 3 de ellos endémicos.

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Figura 19. Vista de la ladera este del Cerro de Yaguajay. En lo alto y al fondo, el museo de El Chorro de Maíta y la recreación de aldea indígena.

Figura 20. Afloraciones de suelo “caliche” en áreas cercanas al museo de El Chorro de Maíta.

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Se presentan 22 especies de moluscos agrupadas en 10 familias, siendo las más representativas por la riqueza de especies, Helicinidae, Helminthoglyptidae y Annulariidae. El 100 por ciento de las especies son endemismos. En el caso de los anfibios, aunque son uno de los grupos de mayor diversidad en la Isla, aquí se hallan poco representados debido al clima seco, alta evaporación y temperaturas, y ausencia de fuentes fluviales. Se registraron seis especies agrupadas en tres familias, cuatro de ellas endemismos cubanos: Eleutherodactylys atkinsis (Ranita de muslos rojos), E. varleyi, E. auriculatus (Ranita telégrafo) y Bufo peltacephalus (Sapo timbalero). Los Reptiles son el grupo de vertebrados que luego de las aves tiene mayor riqueza de especies en el área sin embargo, a diferencia de estas, contiene un porcentaje más elevado de endemismos (60 por ciento). Se registraron 28 especies agrupadas en 8 familias; la más representativa por la riqueza de especies es Iguanidae. Cerca de un 50 por ciento de las especies pertenecen al género Anolis. Se registraron 68 especies de aves agrupadas en 14 órdenes y 27 familias, de ellas nueve son endémicas. Alrededor del 54 por ciento de las formas aquí presentes debe nidificar en el área. Se destacan el tocororo (Priotelus temnurus), la cartacuba (Todus multicolor), el gavilán colilargo (Accipiter gundlachi), el gavilán de monte (Buteo jamaicensis), el sijú platanero (Glaucidium sijú) y el carpintero verde (Xiphidiopicus percussus). La presencia de aves migratorias es relativamente baja con respecto a otras localidades aledañas, como Playa Pesquero y Playa Guardalavaca, no obstante el número de especies es susceptible a sufrir un incremento con la llegada de las residentes de invierno. Entre los Mamíferos se localizaron 15 especies agrupadas en cinco órdenes y nueve familias. Las especies introducidas son: Rattus rattus, R. Novergicus, Mus musculus, Felis catus, Canis familiaris, Bos taurus, Sus scrofa, Equus caballus y Capra hircus. Las restante seis son cinco murciélagos y una jutía (Capromys pilorides). Esta última no es abundante, asociándose con cuevas, grietas, pequeñas cavidades y abrigos rocosos que le sirven de refugio. 4.3 Observaciones paleoambientales Los suelos carbonaticos y los palmares de la zona indican la antigua existencia de bosques semidecíduos, restos de los cuales se mantienen en el cerro y en varias partes de Yaguajay. Predomina la fauna antropógena no obstante, en la vegetación de bosque semidecíduo cercana se observan numerosos endémicos, en especial moluscos, insectos y aves, indicios de una antigua y notable diversidad. Es importante la sensación de confort ambiental determinada por los vientos del noreste y la altura a la que se ubica el sitio arqueológico. Estos elementos, la gran fertilidad de los suelos y la existencia de un manantial de agua potable, con funcionamiento permanente, han sido atractivos de la presencia humana en el lugar durante décadas y debieron serlo también en tiempos precolombinos, cuando su calidad y riqueza era mucho mayor. El mapa de vegetación original publicado por Del Risco (1989) indica que la zona de Yaguajay debió poseer, antes del impacto antrópico colonial, formaciones de bosques tropicales latifolios, con bosques subperennifolios, semideciduo, de tipo notófilo, en el área del cerro, y bosques microfilo costero y subcostero (monte seco), en la llanura. Según se explicará en el Capítulo 5 en el acápite de Fechados radiocarbónicos, durante excavaciones en el sitio se obtuvieron fragmentos de madera carbonizada entre los que se han identificado taxones de la familia Myrtaceae, género Eugenia, familia Rutaceae, género Amyris, familia Fabaceae, género Andira y familia Oxandra, genero O. lanceolata. Todos se ajustan a los tipos de formaciones mencionadas según el mapa de Del Risco. Consideraciones sobre el nivel del mar en puntos del centro norte cubano entre el siglo XIII DC y el XVII, aplicables en alguna medida a la zona en estudio, lo ubican entre 0.20 y 0.50 m por debajo del nivel actual (Peros et al. 2006:20); esto apunta a una línea de costa y ambientes muy similares a los presentes para el litoral cercano a Yaguajay. Los recursos marinos debieron ser muy abundantes pues ciertas ocupaciones de grupos arcaicos en la zona, potencialmente anteriores al establecimiento agricultor ceramista -dada la cronología de ocupaciones cercanas (Ulloa y Valcárcel Rojas 2002)-, se centraron en este ambiente. De modo particular los sitios Antonio Pérez y El Níspero logran niveles 89

importantes de estabilidad y variedad artefactual, que parecen ser resultado de esta alta disponibilidad de recursos (Valcárcel Rojas 2002:38). Estudios de espeleotemas en cuevas del oeste de la Isla muestran una tendencia sostenida al aumento de las temperaturas desde el Último Máximo Glacial hasta el presente, con una relativa variabilidad climática dentro de esta tendencia; un incremento abrupto de las temperaturas se produjo hace aproximadamente 11520 años AP y su fase evolutiva dura hasta la actualidad (Pajón et al. 2007). En este escenario se ha reconocido, para períodos recientes, el impacto de eventos ENOS. Un conjunto cíclico de eventos de este tipo, identificado en el siglo XIII DC, produjo fuertes sequías, sobre todo en la región oriental. Influyó en opinión de Rives et al. (2011:27-39), en un movimiento migratorio de las comunidades agricultoras ceramistas hacia la parte occidental. Aunque esto puede haber incidido en un desplazamiento, evidenciado por las dataciones radiocarbónicas situadas a lo largo del país, Valcárcel Rojas (2008:12) señala su coincidencia con procesos de reordenamiento de asentamientos, al parecer vinculados a crecimiento demográfico. En este sentido el factor climático quizás sólo acelera un escenario de movilidad preexistente y con causas diversas. El clima tuvo un papel importante en la existencia indígena, sobre todo por su impacto en la agricultura y en recursos vegetales y fauna. Díaz y Markgraft (1992) citados por Rives et al. (2011:46), mencionan varios eventos ENOS severos desde la década del cuarenta hasta la década del ochenta del siglo XVI, que impactaron a Cuba. Los años de sequías, lluvias invernales y tormentas extratropicales, deben haber tenido efectos nocivos en el ambiente insular y en la población indígena, sobre todo en una etapa durante la cual sus mecanismos de apropiación y producción se hallarían desarticulados por la dominación colonial. Sin embargo, el impacto de estos procesos quizás no fue tan notorio en Banes y Yaguajay, dadas las condiciones particulares de estabilidad climática propias de la zona, incluso en períodos ENOS recientes. La larga duración de las ocupaciones en la región de Banes permite considerar un entorno ambiental muy positivo y el acceso a recursos estables y abundantes. Aguas Gordas tiene fechas que van del siglo IX DC al XIV, y posiblemente al XV, y Potrero de El Mango, del XI al XVI, si se combinan dataciones y presencia de material europeo. Otros caso no tan extenso pero significativo es Esterito, con fechas del siglo XIII y material europeo temprano (Valcárcel Rojas 1997, 2002:91). 4.4 Coleccionismo y reconocimiento arqueológico inicial Las primeras informaciones sobre el sitio provienen de notas circuladas por José A. García Castañeda, un coleccionista y aficionado a la arqueología radicado en la ciudad de Holguín. Describe objetos del lugar depositados en la colección privada iniciada por su padre, conocida como Colección García Fería (Rouse 1942:103). No se dispone de un inventario de las evidencias aunque dibujos de algunas conservados en el museo Provincial de Historia de Holguín, muestran numerosos collares de cuentas de piedra y pendientes de este material y de concha, entre otros objetos. A inicios de los años sesenta 148 piezas del sitio, entre ellas 26 hachas petaloides, fueron donadas por García Castañeda a la Academia de Ciencias de Cuba, en los adelante ACC. En un artículo publicado en 1941 García Castañeda lo refiere como uno de los principales sitios localizados en la zona de Yaguajay y Banes, en particular por la abundancia de hachas y cuentas de piedra (García Castañeda 1941:19). Ese mismo año Irving Rouse visita y explora el lugar y un año más tarde publica, en su obra Archaeology of the Maniabón Hills, un detallado reporte sobre su ubicación, estructura y materiales (Rouse 1942:103-107). En ese momento se conocía entre coleccionistas y pobladores, como Yaguajay o El Cerro de Yaguajay. El área con material arqueológico se repartía en una serie de pequeñas parcelas pertenecientes a Francisco Cordovés, Jesús Díaz, Antonio González, Francisco González, Amado Infante, Félix Pérez, Candelaria Sánchez, y Josefa Vázquez. Como en la actualidad, el camino que va del poblado de Yaguajay al manantial de Chorro de Maíta cruzaba el sitio. Al lado sur del camino la mayoría de las trazas de ocupación

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indígena estaban en el lote de Vázquez; al norte, en el de Cordovés. En ambos lotes se hallaban los únicos montículos conservados (Rouse 1942:103). Los coleccionistas de la región lo frecuentaban para adquirir piezas encontradas por los residentes. Las visitas de García Castañeda se iniciaron en 1927. Según Rouse, en 1941 aún no había sido trabajado por arqueólogos pese a que Carlos García Robiou, especialista de la Universidad de La Habana, había estado allí. Los habitantes del lugar en ocasiones hacían excavaciones para obtener artefactos y venderlos a los coleccionistas. Debido a la demanda de especimenes algunos vecinos elaboraban falsificaciones. Rouse considera al ambiente del sitio como el mejor en todas las alturas de Maniabón, excepto por su relativo alejamiento del mar. Su ubicación en un punto elevado del cerro garantizaba la visibilidad hacia el mar y hacia otros sitios cercanos como Pan de Samá, El Boniato, El Ingenio, El Lindero, El Porvenir, Los Muertos I, Los Muertos II y Medina. Destaca la fertilidad de la tierra y la disponibilidad de agua potable en el manantial de Chorro de Maíta. En esa época había otros cuatro manantiales cerca. Por la descripción de Rouse al parecer existían pocas casas; el terreno era bastante plano y cubría un área más de un 1 km de diámetro. La tierra había sido arada con frecuencia, manteniéndose pocos montículos, de no más de un 1 m de alto. Antes del trabajo agrícola estos montículos debían haber sido más altos y numerosos; huellas de excavaciones eran visibles en todos. Rouse observó concentraciones de ceniza y comenta que García Castañeda notó áreas de tierra quemada. En el extremo oeste, cerca del manantial, el suelo estaba cubierto de caracoles. Piezas de pedernal y fragmentos del tipo de roca usada para elaborar las cuentas eran comunes en varios lugares. La mayor parte de las referencias consultadas por Rouse provenían de trabajos de García Castañeda, quien menciona el hallazgo de un esqueleto cerca de la casa de Vázquez, a 10 m del camino. Castañeda recuperó parte de los huesos; comenta la posición flexada de la osamenta, con la cabeza inclinada, apoyada entre las costillas y los huesos de las piernas. En el área del hallazgo había caracoles de mar, huesos de jutía y pescado, pinzas de cangrejos y conchas de tortuga. No lejos estaba el lugar donde más cuentas de piedra se encontraban. Un cráneo deformado de la colección Pérez Grave de Peralta tal vez correspondía a este esqueleto (Rouse 1942:104). En el sitio se habían obtenido vasijas completas y los hallazgos de fragmentos de cerámica eran frecuentes, muchos decorados o con asas de distintos tipos. También se habían colectado fragmentos de burenes, dos figuras de perro en barro, piezas de pedernal, martillos de piedra, hachas petaloides, morteros y manos de mortero de piedra, pesos de red, pendientes de piedra, una espátula de hueso y figuras en ese material. Además gubias, colgantes simples y tallados de Oliva sp., idolillos, pendientes tabulares, discos, anillos y dentaduras de concha. Para Rouse (1942:106) era el sitio del área de Maniabón donde más objetos y cuentas de piedra aparecían, tratándose posiblemente de un lugar especializado en su elaboración. Según Rouse (1942:103, 135, 144) era de una de las mayores locaciones arqueológicas del área de Maniabón y la más importante del noroeste de Banes; un espacio de carácter habitacional sostenido en actividades agrícolas y afiliado a los grupos subtaínos en su cultura Baní. Este arqueólogo halló piezas de cristal y fragmentos de cerámica española en el lote de Vázquez. Como estaban cerca de una casa las estimó modernas. Refiere no obstante, un comentario de Carrington, otro coleccionista de la zona, sobre el hallazgo de una espada de hierro (Rouse 1942:106). Admite la imposibilidad de sostener totalmente la presencia de objetos europeos de intercambio pero acepta el mantenimiento de la habitación indígena hasta tiempos históricos. Para Zayas y Alfonso (1931:290) fue este Yaguajay en Banes, y no el de igual nombre en Sancti Spíritus, centro norte de Cuba, el lugar donde se hallaba la aldea indígena de similar denominación mencionada por los conquistadores en el siglo XVI, cerca de una zona o provincia llamada Cubanacán. Tal opinión es apoyada por los investigadores Van der Gucht y Parajón quienes lo relacionan con el pueblo visitado por dos emisarios de Colón durante su primer viaje (Rouse 1942:34, 103). Al considerar la abundancia de sitios arqueológicos a su alrededor y su preeminencia en cuanto a posición, tamaño y riqueza en objetos arqueológicos, Rouse (1942:106, 155-157) lo valora como una

91

aldea de gran población y acepta su identificación como cabecera del referido cacicazgo (Cubanacán), que abarcaría la zona de Yaguajay. Nuevas exploraciones se realizan en los años siguientes aunque no hay datos sobre excavaciones. El Grupo Guama, asociación cubana dedicada a los estudios arqueológicos, lo explora en 1943 y 1949, y obtiene cerámica europea y material indígena (Morales Patiño y Pérez de Acevedo 1945:8). Este último se halla depositado en los fondos del Instituto Cubano de Antropología, CITMA, La Habana, donde se encuentran además objetos colectados por la Sociedad Espeleológica de Cuba y el Grupo Samá, de aficionados a la Arqueología. Orencio Miguel, un importante coleccionista privado de Banes, lo exploró y obtuvo piezas, hoy conservadas en el Museo Baní (Guarch Delmonte et al. 1987). Material del sitio también fue adquirido por la colección privada Romero Emperador. Entre la década del sesenta y el setenta, arqueólogos de la ACC involucrados en investigaciones en Banes, visitan la locación (Castellanos y Pino 1978; Valcárcel Rojas 2002:34). 4.5 La investigación arqueológica A partir de 1979 el sitio comienza a ser trabajado de modo sistemático por la Sección de Arqueología del Instituto de Ciencias Sociales de la ACC en Holguín. Esta labor se intensificaría en los años ochenta con el hallazgo del cementerio, e iría atenuándose tras la construcción del museo ubicado sobre este. Sin embargo, se mantendría a menor nivel y de modo intermitente, hasta mediados de la década de los noventa, a partir de estudios sobre los restos humanos (investigaciones odontológicas, de estatura y paleonutrición). Entre el año 2001 y 2003, dentro de los proyectos territoriales de investigación del CITMA en Holguín, Yaguajay. Cultura, muerte y sociedad y Banes precolombino. Catálogo de objetos ceremoniales y de adorno corporal, ambos dirigidos por Valcárcel Rojas (2000, 2001) y ejecutados por el Departamento Centro Oriental de Arqueología (DCOA), continuación de la Sección de Arqueología de la ACC en Holguín, se realizan nuevas prospecciones y también se gestionan o coordinan fechamientos radiocarbónicos, análisis de objetos de metal y de aspectos de genética dental. Son parte de estudios de carácter más amplio donde se incluyen sitios de todo Banes y Yaguajay, y no implican una reactivación orgánica del trabajo en El Chorro de Maíta; tampoco se enfocan en el análisis de la interacción hispano indígena. Considerando esto las informaciones de ambos momentos se presenta de modo integrado. Muchos de los datos de los trabajos y estudios desarrollados entre 1979 y 1995 están inéditos, y la documentación ha debido ser consultada en los archivos del DCOA. Varios de los registros de prospección y los de excavación, en específico los referidos a las unidades 4, 5 y 6, así como a otra unidad también denominada 6, las unidades 7 y 8, y a la ampliación de la Unidad 3, no han sido localizados. Por ello muchos aspectos del proceso de prospección y excavación han debido establecerse contrastando las pocas referencias existentes o desde testimonios de los participantes. Quedan por tanto, muchos detalles no esclarecidos. 4.5.1 Prospecciones y excavaciones. El hallazgo del cementerio En 1979 un equipo de la Sección de Arqueología del Instituto de Ciencias Sociales de la ACC en Holguín, dirigido por el Dr. José Manuel Guarch Delmonte, prospecta el sitio y refiere materiales en un área de 200 m de largo por 100 m de ancho, dispuesta a ambos lados del camino y bajo las casas del poblado de Chorro de Maíta (Guarch Delmonte et al. 1987). No se observan montículos pero en superficie aparece cerámica indígena, concha y piedra trabajada. En los bordes del camino se observa la capa cultural, de unos 0.30 m de grueso. Los arqueólogos son informados del lugar donde los vecinos encontraron un esqueleto, y también de la extracción de otros esqueletos con anterioridad. Según Juan Guarch Rodríguez, topógrafo participante en el trabajo, la presencia de evidencias se define a partir del examen visual de la superficie y de la ejecución de algunas calas de 0.30 m de diámetro (comunicación personal 2005). Se identificó un área de 22000 m² registrada en un mapa donde también se recogieron datos topográficos de todo el espacio (Figura 21). Este parecía muy 92

alterado por la construcción de las casas y la actividad doméstica y agrícola. Por primera vez el sitio se registra con el nombre de El Chorro de Maíta. En 1983 el mismo grupo de trabajo amplía las exploraciones. En 1985 excavan 5 calas de 0.50 m de lado, todas próximas, en una zona alta al norte del camino. A 0.20 m de profundidad ubican restos de un fogón, al parecer indígena. Para Guarch Delmonte et al. (1987): “…el sitio parece haber tenido su centro en el camino que lo corta, siendo la parte sur del mismo la zona donde frecuentemente han aparecido restos humanos y pocas concentraciones del resto de las evidencias. Hacia la parte norte del camino y a pesar de que casi toda el área esta alterada por sembrados y tierra arada, se pueden recoger gran cantidad de evidencias materiales y dietarias.”

Figura 21. Área arqueológica y distintas unidades excavadas entre 1986 y 1988 en el sitio El Chorro de Maíta. Elaborado a partir de mapa de Juan Guarch Rodríguez (1987a). En septiembre de 1986 ejecutan excavaciones cerca del área donde habían localizado el fogón. En la Unidad 1 se excavaron dos escaques de 1 m por 1 m dispuestos en dirección este-oeste. La Unidad 2 se ubicó 1.80 m al norte de la No. 1 y en ella se excavaron 5 escaques de 1 m por 1 m, también alineados este-oeste; al parecer el escaque No.4 fue trabajado en 1987. También se explora la zona donde los vecinos decían haber hallado los entierros: al lado sur del camino, en el patio de varias casas, unos 40 m al suroeste de las unidades No. 1 y No. 2. Rápidamente encuentran restos humanos y comienzan a excavar otra unidad, la No. 3 (Figura 2). En esta, entre septiembre y noviembre de 1986, en dos campañas de trabajo, se removieron los entierros del No. 1 al 40; entre marzo y abril de 1987 se excavaron los entierros del No. 42 al 96. Esto permitió investigar un área formada por 207 escaques de 1 m por 1 m. A fin de liberar espacio para la construcción del museo, la unidad fue ampliada entre febrero y marzo de 1988, alcanzando 421 m² y localizándose casi todos los entierros restantes. Se

93

excluyen de este grupo el entierro No. 41, situado en la Unidad 5, y el No. 107, localizado al sur de la Unidad 3 (Figura 21 y Figura 22). Se desconoce la ubicación de los entierros No. 106 y 108. Tras el hallazgo del Área de entierros todo el trabajo se pone en función de reconocer su estructura y límites. Según Roxana Pedroso (1992) las excavaciones de la Unidad 4 a la No. 7, recogidas en el plano del sitio de 1987 -realizado por Juan Guarch Rodríguez (1987a)-, tenían como objetivo su delimitación. Por su posición la Unidad 8, también cercana a la No. 3, parece haber tenido igual finalidad. Según este plano las unidades 4 y 5 se abrieron al sureste de la zona de entierros. La No. 4 tuvo dos escaques de 1 m por 1 m y la No. 5, excavada por el hallazgo de un entierro, tres escaques. Un artículo sobre el sitio (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987) muestra un plano donde dos unidades de excavación, que coinciden con la ubicación de las No. 7 y 8 en el plano de Guarch Rodríguez (1987a), se refieren como estériles. Indica restos humanos en las unidades 3, 4 y 5 y materiales culturales en las unidades 1, 2 y 6. La información consultada y entrevistas a los excavadores descarta entierros en la Unidad 4.

Figura 22. Detalle del Área de entierros y unidades excavadas entre 1986 y 1988. El Chorro de Maíta. Calas exploratorias excavadas en el 2003. El plano antes referido (Guarch Rodríguez 1987a) indica que la Unidad 6 se concibió como una unidad de 2 m², situada al oeste de la Unidad 3 y formada por cuatro escaques de 1 m por 1 m. Sin embargo, las referencias del material depositado en los fondos del DCOA permiten identificar la excavación de al menos 42 escaques o cortes de 1 m por 1 m, pertenecientes a una unidad con igual numeración. Dos escaques (No.1 y No.2) fueron excavados retirando capas arbitrarias de 0.10 m de grosor, aunque en el escaque No. 1 la segunda capa artificial se inició a 0.10 m de profundidad y llegó a los 0.52 m. Estos escaques aparentemente formaban parte de la unidad inicial, de sólo 2 m². El resto de los escaques se excavan por niveles naturales y son designados por una combinación de números y letras lo que indica un cambio en el sistema de excavación y registro, asociado a la apertura de una 94

ampliación de esta unidad o de una nueva unidad que, por una razón desconocida, recibe el mismo número. Guarch Delmonte (1994:35), al comentar objetos hallados en la Unidad 6, en los escaques No. 4E, 14C y 13D, excavados en 1988, afirma que esta área se encontraba anexa al cementerio. Según Juan Guarch Rodríguez (comunicación personal 2009), esa unidad se localizaba en el espacio ahora ocupado por el edificio administrativo del museo, el cual dista sólo 2 m del borde oeste de la Unidad 3; es decir, al este de donde el plano muestra a la Unidad 6. A partir de estos elementos podemos considerar que no se realizó una ampliación contigua a la Unidad 6, sino que se excavó otra unidad, más cercana al espacio con entierros. Para evitar confusiones, en lo adelante usaremos el término Unidad 6 para referirnos a esta excavación y el de “Unidad 6 inicial” para tratar la de menor tamaño, ubicada algo distante de la Unidad 3 (Figura 22). Para facilitar las excavaciones y la construcción del museo se demolieron tres casas de madera (Figura 21). Al sur de la situada sobre la Unidad 6, sus dueños, durante la construcción de una letrina, habían localizado un entierro. En espacios no precisados, pero cercanos, los vecinos referían haber hallado restos de unos 17 individuos (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:25). Estos no pudieron ser recuperados y sólo el encontrado en la letrina fue ubicado espacialmente, si bien aportaron referencias que junto a los datos ofrecidos por las diversas excavaciones sirvieron para fijar los límites del Área de entierros: el camino como borde norte; las unidades 4, 5, 7 y 8 formando un eje irregular asumido como borde este, que las deja dentro de la zona funeraria; por el sur un eje iniciado cerca de la Unidad 4 y desde este eje, en dirección norte, una línea que corre hacia la Unidad 6, también integrada a este espacio (Figura 21 y Figura 22). Guarch Delmonte menciona que el Área de entierros se destacaba por presentar un suelo calizo blanco. Este pudo ser otro factor de delimitación de ese espacio cuya área fue calculada en 2000 m², quedando asociado al museo. Sobre el centro de la Unidad 3 se construyó el salón expositivo y sobre la Unidad 6 el edificio de administración. Las obras complementarias generaron excavaciones supervisadas por arqueólogos. En un corte para tuberías de desagüe, 6.70 m al suroeste de la Unidad 3, se localizó el entierro No. 107. Al oeste de la Unidad 6 se hicieron algunos cortes para situar una fosa sanitaria y sus tuberías de conexión, pero no se dispone de información sobre estos trabajos. En el año 1993 zonas del área arqueológica, al norte de las unidades No. 1 y No. 2, fueron usadas para establecer una instalación turística en forma de aldea indígena (Figura 14 y Figura 43). Desconocemos la incidencia de estas obras en los contextos que allí pudiera haber. En 1995 investigadores del DCOA y el arqueólogo Alain Kermoban, de la Universidad de Tours en Francia, realizaron prospecciones electromagnéticas (Manuel Garit, comunicación personal 2005). Trabajaron al sur del Área de entierros, en un espacio arado contiguo al museo. Se prospectó una zona de aproximadamente 25 m de largo por 10 m de ancho, a 2 m de la cerca metálica del museo. Hallaron dos anomalías importantes cuya posterior excavación rebeló un punto de gran humedad, quizás generado por filtraciones de agua provenientes del museo, y un hoyo relleno de tierra. Este último tenía una estructura rectangular y cortaba zonas de suelo calizo, similares a las relacionadas con los entierros en la Unidad 3. En sus niveles superiores aparecieron evidencias indígenas, principalmente cerámica. Según Manuel Garit pudiera ser una fosa funeraria no utilizada (comunicación personal 2005). Con posterioridad no se desarrollaron nuevos trabajos de campo en el sitio hasta el año 2003 cuando se excavaron calas de 0.50 m de lado para intentar localizar restos humanos reportados por vecinos, al sureste del museo y al norte de la Unidad 5 (Valcárcel Rojas et al. 2003). En ese último punto apareció poco material arqueológico y sólo unos pequeños fragmentos de huesos humanos. Calas al norte de esta área localizaron restos similares a 10 m al sureste de la unidad 8; a mayor distancia las calas resultaron estériles (Figura 22). 4.5.2 Las unidades 1, 2 y 5. Excavación y estudio

95

Fuera de la Unidad 3 sólo se conserva información de la excavación de las unidades 1 y 2. Únicamente los materiales de estas dos unidades y de la Unidad 5 fueron estudiados, pero de modo bastante general. Las excavaciones se hicieron en estratos arbitrarios de 0.10 m de grueso. La Unidad 1 reporta material hasta el estrato artificial 0.50-0.60 m. Muestra indicios de fuerte alteración al menos hasta los 0.30 m de profundidad, considerándose no alterados los estratos ubicados entre 0.30 m y 0.60 m (Jardines 1986).

Figura 23. Unidad No. 2. 1986, El Chorro de Maíta. Archivos del DCOA, Holguín. Se colectaron restos de diversas especies de animales locales, tanto terrestres como marinos, además de restos de cerdo (Sus scrofa) hallados a muy poca profundidad (Rodríguez Arce 1987a). Los artefactos indígenas o sus partes, especialmente fragmentos de cerámica, se concentran entre 0.30 y 0.50 m (Tabla 1). También aparecen algunos ornamentos, todos muy simples: dos pequeños pendientes de Oliva reticularis sin grabar, un pendiente tabular de concha y una microcuenta de piedra. Entre los elementos utilitarios hay tres fragmentos de coral con huellas de desgaste, 5 valvas de Codakia orbicularis usadas como raspadores y un guijarro usado como percutor. En piedra tallada aparecieron un buril, dos restos de taller retocados, una lasca con muesca y 19 restos de taller (Jardines 1986). Se localizó cerámica europea en diversos estratos artificiales (escaque 1, 0.10-0.20 m y 0.30-0.40 m, y escaque 2, 0.00-0.10 m). 96

Raspador en concha de bivalvo

0.50-0.60 m

0.40-0.50 m

0.30-0.40 m

0.20-0.30 m

0.10-0.20 m

Unidad 1. Escaques 1 y2 Cerámica indígena decorada Cerámica indígena bordes Cerámica indígena tiestos Burenes Percutor de piedra M icrocuenta de piedra Rocas silicificadas y artefactos de piedra tallada

0.00-0.10 m

Tabla 1. Materiales Unidad 1. El Chorro de Maíta.

Total Total de analizado material 16 16

2

2

1

4

7

14

14

6

23

13

1

71

71

31

23

12

26

33

3

128

496

7 1

8

2

8

5

30 1 1

30 1 1

28

28

5

5

2

2

1 7

8

2

1

5

4

2

2

2

Pendiente tabular de concha

2

Cuentas en Oliva reticularis

1

1

2

2

Restos de taller y fragmentos de concha

2

2

4

4

1

3

3

7

7

24

1 78

70

3 298

3 666

Coral o artefactos de coral Cerámica europea Total

1 64

1 56

6

La Unidad 2 muestra material hasta el estrato artificial 0.50-0.60 m. Presenta indicios de alteración en varios lugares y a diversas profundidades, incluso a 0.35 m. El material colectado incluye restos de diversas especies terrestres y marinas. No hay evidencias de cerdo. Los artefactos indígenas o sus partes aparecen principalmente hasta los 0.40 m de profundidad. Los elementos ornamentales son muy escasos, sólo un pendiente tabular de concha. Se colecta parte de un coral con huellas de desgaste, 10 valvas de Codakia orbicularis usadas como raspadores, un fragmento de concha trabajado y parte de un guijarro usado como percutor. También una lasca irregular y restos de talla de material silicificado (Jardines 1986). Sólo aparecen cuatro fragmentos de cerámica europea, ambos en los primeros 0.10 m de excavación (Tabla 2). Esta unidad reportó en su parte central, escaque 3, entre 0.20 y 0.50 m de profundidad, una estructura semicircular de piedras superpuestas, de unos 45 cm de largo por 35 cm de ancho; contenía cenizas y carbón, así como restos de fauna y cerámica indígena. Fue identificada como un fogón (Figura 23). Este contexto es el único de su tipo hallado en el sitio, mostró indicios de intrusión moderna. Otro fogón se halló en los estratos finales, en el extremo oeste de la Unidad. La Unidad 5 se excavó 30 m al sureste del cementerio. Presenta material hasta el estrato artificial 0.50-0.60 m en los escaques 2 y 3, y hasta el estrato 0.30-0.40 m en el No. 4. El escaque No. 1 no se excavó. En los escaques 2 y 3, a unos 0.50 m de profundidad, aparece un enterramiento identificado como el No. 41, que verticalmente llega hasta 0.80 m. Según los excavadores todos los niveles arbitrarios están contenidos en un sólo estrato natural (Jardines 1987). El entierro se hallaba rodeado de un bolsón de restos que constituyen la mayor parte de las evidencias colectadas entre 0.50 y 0.80 97

m. En opinión de Rodríguez Arce (2004) en el lugar existió un fogón y una concentración de desechos impactada al realizarse el entierro, por tal razón los restos humanos entran en contacto con huesos de animales, conchas, y elementos culturales.

0.00-0.10 m

0.10-0.20 m

0.20-0.30 m

0.30-0.40 m

0.40-0.50 m

0.50-0.60 m

Tabla 2. Materiales Unidad 2. El Chorro de Maíta.

5

4

3

7

2

1

Total analizado 22

Cerámica indígena bordes

18

44

34

36

15

5

152

152

Cerámica indígena tiestos

55

94

89

91

23

7

359

1268

Burenes Percutor de piedra

9

7 1

12

3

3

1

35 1

35 1

Piedra no trabajada Rocas silicificadas y artefactos de piedra tallada Raspador en concha de bivalvo Pendiente tabular de concha

3

1

1

1

6

6

Unidad 2. Escaques 1, 2, 3, 4y 5 Cerámica indígena decorada

13

7

3

1

4

28

28

1

3

2

2

2

10

10

1

1

10

10

11

11

1

Restos de taller y fragmentos de concha

2

2

3

Coral o artefactos de coral

4

5

2

Cerámica europea

4

Colorante (hematita) Total

Total de material 22

114

168

149

3

144

49

4

4

1

1

1

16

640

1549

Los artefactos indígenas se distinguen por su variedad. Los restos de vasijas de barro y burenes son abundantes, localizándose tres fragmentos de coral con huellas de desgaste generadas aparentemente por su uso como limas, cuatro valvas de Codakia orbicularis usadas como raspadores, un hacha petaloide, dos percutores y un pulidor de piedra (Tabla 3). También una microcuenta de piedra y un pendiente en valva de Pinctada radiata, una lasca de piedra, un resto de taller retocado y cuatro restos de talla sin retoques (Jardines 1987). Se hallaron restos de distintos animales así como huesos de cerdo (Sus scrofa) en todos los escaques y en cada uno de los tres primeros niveles arbitrarios. Los huesos de cerdo pertenecían a dos ejemplares juveniles (Rodríguez Arce 1987a). El reporte de cerámica europea fue alto (20 fragmentos) y relacionado con los cuatro primeros niveles arbitrarios. En el año 2000 gracias a la Dra. Betty J. Meggers (Smithsonian Institution) se realizaron análisis de datación radiocarbónica de muestras de hueso de dos entierros, localizados en la Unidad 3, y de una muestra de carbón vegetal obtenida en el escaque 2 de la Unidad 5, nivel artificial 0.30-0.50 m. La medición se ejecutó en los laboratorios Beta Analitic Inc. Para la proporción de 13C/12C se usó un valor estimado de -25.0‰ basado en valores típicos del carbón vegetal. El resultado de la Unidad 5 sugiere el manejo de ese espacio en períodos precolombinos aunque se desconoce la especie vegetal 98

fechada y el impacto de la edad de la madera datada. La situación es compleja pues potencialmente los estratos datados estarían relacionados con material europeo. No queda claro por tanto, si el entierro impacta estratos pre o poscontacto, y el modo en que entra en relación con los materiales. La fecha en cuestión es Beta-148957, 730 ± 60 AP y la calibración del laboratorio a 2 sigmas es 1200-1320 DC (Cal 750-630 AP) y 1350-1390 DC (Cal 600-560 AP).

0.00-0.10 m

0.10-0.20 m

0.20-0.30 m

0.30-0.40 m

0.40-0.50 m

0.50-0.60 m

Tabla 3. Materiales Unidad 5. El Chorro de Maíta.

7

7

5

3

5

1

Total analizado 28

Cerámica indígena bordes

47

52

27

20

24

9

179

179

Cerámica indígena tiestos

61

59

46

29

15

7

217

876

Burenes Percutor de piedra

9

10 1

8 1

2

1

2

32 2

32 2

1

1

1

1

1

1

6

6

16

16

1

1

1

5

5

1

1

1

20

20

510

1169

Unidad 5. Escaques 2, 3 y 4 Cerámica indígena decorada

Pulidor de piedra

1

Hacha de piedra pulida M icrocuenta de piedra Rocas silicificadas y artefactos de piedra tallada

1 1 1

3

2

Raspador en concha de bivalvo Pendiente tabular de concha

1

3

7

Coral o artefactos de coral

3

5

1 1

Fragmento de hueso Cerámica europea

12

2

4

2

Total

141

141

101

61

47

19

Total de material 28

Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso (1987:25-28) describen la cerámica indígena hallada en las unidades 1 y 2 como de colores pardo oscuro y pardo claro, dura, con superficies pulidas y paredes gruesas. Identifican vasijas con diámetros de entre 20 y 30 cm, levantadas por acordelado y con bordes en su mayoría semicirculares. Las asas resultaron el elemento decorativo más usado si bien no fueron muy variadas o complejas; las decoraciones incisas, diseños lineales oblicuos o paralelos al borde, y punteados, sólo representaron el 34 por ciento del total. Valoran los fragmentos de burenes como abundantes. En el material de concha destacan los raspadores de Codakia orbicularis, y los percutores y cuentas de collar en lo referido a la piedra. Estiman poco importante la fabricación de útiles a partir de la talla de piedras. Ni en este análisis ni en el estudio realizado por Juan Jardines Macias sobre las tres unidades (1986, 1987), se mencionan diferencias en el comportamiento del material en los distintos espacios excavados. Consideran que expresa un fuerte desarrollo tecnológico y superestructural, aunque en el caso de la cerámica indígena refieren un perfil moderado en términos decorativos, si se le compara 99

con sitios similares de Cuba (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:38). Valcárcel Rojas (2002:61-65) desde estos mismos datos propone conexiones entre la alfarería del lugar y materiales del Área arqueológica de Banes, como expresión de un proceso regional de desarrollo cultural. En su opinión son materiales meillacoides pero con caracteres propios de esta zona del nororiente cubano. El estudio arqueozoológico (Rodríguez Arce 1987a) de las tres unidades refiere un comportamiento similar de los moluscos marinos y terrestres, siempre con escasa representatividad, y diferenciado e inestable en los crustáceos terrestres (Gecarcinus ruricola, Cardisoma guanhumi). Los restos de quelonios terrestres y marinos son muy escasos, al igual que los de Iguana (Cyclura nubila). Los peces marinos son el grupo de mayor representatividad en todas las unidades, en especial en la No. 5, identificándose las especies Sparisoma sp, Lachnolaimus maximus, Scarus sp., Sphyraena barracuda y Calamus bajonao. Los mamíferos (Capromys pilorides, Boromyis offella, Boromys torrei y Mysateles melanurus) aparecen en cantidades apreciables, siguiendo en importancia a los peces y constituyendo, junto a estos, el núcleo de la alimentación de base animal. La Unidad 2 se destaca por el volumen de restos recuperados y la No. 5 por la significativa presencia de cerdo. En la Unidad 1 se localizan restos de almiquí (Solenodon cubanus), mamífero poco usual en contextos arqueológicos indígenas. En cuanto a las actividades económicas dependientes de la fauna se estima una preeminencia de la pesca seguida por la caza; la captura y la recolección tendrían un carácter complementario. Dada la presencia de burenes y considerando la información etnohistórica sobre estas comunidades, se asume a la agricultura como una de las actividades económicas básicas (Rodríguez Arce 1987b). La presencia de cerdo no fue objeto de un análisis particular aunque se consideró evidencia de una situación de contacto con los europeos, posterior a 1514 o 1515 según Rodríguez Arce (1987b). Un aspecto interesante fue la identificación, entre los restos de cerdo, de posibles jabalíes (Rojas 1988). Las unidades 1, 2 y 6 inicial fueron asumidas como parte de las zonas habitacionales de una gran aldea de indígenas agricultores emplazada alrededor del espacio con entierros (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:25) En el caso de la Unidad 6 se distingue la significativa concentración de un grupo de elementos de carácter ornamental y ritual -en un espacio de no más de 4 m²- que Guarch Delmonte (1994:35-38) estima propios de un behíque o chamán. A su entender no se trata de una acumulación accidental sino de una disposición asociada con la función de ese lugar. Menciona un colgante antropomorfo de hueso, pendientes y cuentas en Oliva reticularis, cuentas de piedra, un pedazo de latón con una perforación, un cascabel europeo de latón y una espátula vómica de hueso (Figura 25). En el espacio de esta Unidad, sin relación con los objetos mencionados, se halló un cántaro de cerámica posiblemente fabricado, en opinión de Guarch Delmonte, en la villa española de Concepción de la Vega, República Dominicana, a inicios del siglo XVI (Figura 37). Este investigador incluye la Unidad 6 en el espacio funerario pero no hay indicios de que reportara restos humanos. 4.5.3 El cementerio. Excavación y estudio El Área de entierros es descrita por Guarch Delmonte (1994:6) como una “plaza de tierra casi blanca donde no se aprecian restos de la vida cotidiana”, rodeada “por un anillo de basura arqueológica producto de los restos de habitación”. La califica como cementerio. No discute de modo explícito el sentido de la denominación pero algunos de sus comentarios sugieren que se basa en el carácter de espacio predeterminado, dedicado al culto funerario de forma masiva y continuada, que a su entender mostraba el lugar (Guarch Delmonte 1996:20, 22). Refiere la excavación de 1000 m² del total de 2000 m² atribuidos a este espacio. Según este arqueólogo los restos humanos aparecieron entre 0.18 m y 0.88 m de profundidad, concentrándose en su mayoría entre 0.40 y 0.70 m, bajo una capa de tierra pardo amarillenta donde sólo se hallaron algunos huesos sueltos y muy pocas evidencias culturales (Figura 24). La capa asociada a los entierros es de marga caliza, material de pH alcalino que en su opinión parece haber contribuido a la buena conservación de las osamentas (Guarch Delmonte 1996:17). De hecho los 100

restos en contacto con la capa superior, de un alto contenido de materia orgánica y contaminada con desechos antrópicos de un pH ácido, se descompusieron por un proceso de osteólisis y perdieron su estructura (Guarch Delmonte 1996:17-20). En la segunda capa también se produjeron afectaciones, pero generadas por la humedad asociada al movimiento del agua. Esto determinó procesos de lixiviación que degradaron el material óseo (Taylor 1990:41). Por debajo de esta segunda capa se extiende un estrato calcáreo, compacto y gredoso, en algunas de cuyas partes aflora la roca caliza estructural. El grueso y profundidad alcanzada por la segunda capa coincide con la profundidad de las fosas que, aparentemente, no penetran en la tercera capa debido a su dureza.

Figura 24. Reconstrucción de la estratigrafía del cementerio en el museo. El Chorro de Maíta.

Figura 25. Materiales encontrados en la Unidad 6. Izquierda, espátula vómica de hueso, 83 mm de largo; derecha, ídolo pendiente de hueso, 30.4 mm de largo. El Chorro de Maíta.

101

César Rodríguez Arce (1992a) refiere presencia de entierros en las dos primeras capas, las cuales clasifica como naturales. Indica desechos modernos y material arqueológico en la capa inicial; muy poco usuales en la segunda capa. Presenta un gráfico donde la capa natural 1 (suelo inicial) aparece con un grosor variable de entre 0.10 y 0.30 m. La capa natural 2 se inicia entre 0.10 y 0.30 m de profundidad y en ella se encuentran entierros hasta 1.05m; el gráfico no muestra su profundidad final. A diferencia de Guarch Delmonte, Rodríguez Arce refiere dos entierros en la capa 1, ambos entre 0.00 y 0.10 m. Según Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso (1987:18), las sepulturas median entre 0.70 y 1.50 m de largo, entre 0.30 y 0.50 m de ancho, y entre 0.15 y 0.30 m de espesor. Contradictoriamente, refieren que estos cortes no generan cambios perceptibles en los sedimentos, aún cuando se observaron variaciones de la textura de la tierra en profundidad, algunos centímetros antes de llegar a los restos.

Figura 26. Zona con alteración moderna. Cementerio El Chorro de Maíta. Tomado de plano de Guarch Rodríguez (1987b). Ciertas áreas del cementerio fueron afectadas por excavaciones y actividades domésticas realizadas por los campesinos asentados sobre el lugar. En las notas de excavación se menciona la desarticulación del entierro No. 43 por la apertura de una fosa para un fogón; evidencias de otro fogón moderno se ubican al sur de los entierros No. 80 y 99, aunque sin contactarlos. El plano del cementerio (Guarch Rodríguez 1987b) muestra en torno al No. 68 un gran espacio alterado que incide sobre las piernas de los entierros No. 66 y 65 (Figura 26); el No. 36 se asocia a un basurero reciente, y el No. 67 es desplazado por el crecimiento de un árbol. Guarch Delmonte (1996:17) refiere además, un espacio removido en la parte sur del cementerio, que califica como basurero del período colonial temprano. Este alteró los entierros No. 49 y 51 y generó la entrada de material de la capa 1 en la zona de marga caliza (restos de cerdo, fauna local y cerámicas de origen cultural no precisado). No excluye que los entierros No. 50, 53 y 54 también fueran afectados. Las incidencias de la excavación de los entierros hasta 1987, fueron registradas en un diario de excavación (Guarch Delmonte et al. 1987). No hay información de excavación de los entierros encontrados con posterioridad, del No. 97 al 108, ni del No. 41, hallado en la Unidad 5. El diario recoge detalles de la disposición de los restos, su conservación, material asociado, profundidad de hallazgo y, en algunos casos, una identificación preliminar de sexo y edad. Se excavó siguiendo los estratos naturales y se dibujaron y fotografiaron in situ todos los entierros. Con los dibujos se preparó el plano general del cementerio cuya primera versión estuvo lista en 1987 (Guarch Rodríguez 1987b), 102

actualizándose en 1988 para incorporar los entierros hallados al ampliar la Unidad 3. En estos planos no se muestran los entierros No. 106 y 108. Por otro lado, aunque la mayoría de los artículos publicados coinciden en la recuperación de restos de 108 individuos, Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce (2005:134) comentan la posibilidad, no confirmada, del hallazgo de dos entierros más para un total de 110. La identificación de sexo, edad y estado de conservación fue realizada por César Rodríguez Arce quien en ciertas etapas del trabajo contó con la ayuda del antropólogo Manuel Rivero de la Calle y otros especialistas. La información conseguida y los datos de disposición de los restos en el cementerio, se registraron en una Tabla cuya primera versión (Rodríguez Arce 1988a) está inspirada en el Modelo de cédula para la recolección de datos de los entierros que a partir del esquema de Bass (1971), modificado, publica Rivero de la Calle (1985:287-289). La Tabla recoge datos de 108 entierros, entre ellos el No. 22, identificado como de origen europoide, y el No. 36, considerado intrusivo. Este último, según los vecinos, fue un miembro del Ejercito Nacional prerrevolucionario, enterrado de manera casual en el sitio. Según Rodríguez Arce et al. (1995) su estudio, no precisa el tipo, indica un origen no indígena. En 1992, tras realizar diversos análisis de los restos, Rodríguez Arce prepara una nueva versión de la Tabla, titulada Tabla de control de las características osteométricas del material osteológico de El Chorro de Maíta. Parece buscar mayor uniformidad en los términos, detallar ciertas posiciones y rectificar datos iniciales. Elimina la clasificación de tipo de entierro y orientación de la cabeza, e incorpora precisiones de edad en los subadultos, cálculos de estatura y observaciones sobre la presencia de patologías, lugar donde se encontraron o se hallan depositados los restos, entre otros elementos. En lo referido a posición del cuerpo agrega el parámetro de Entierro sentado, identificado sólo en el entierro No. 14, y sustituye los términos Decúbito supino y Decúbito prono, por Boca arriba y Boca abajo, respectivamente. En los elementos de estratigrafía sustituye el término Alterado por Muy perturbado. En la descripción de las manos incorpora varios campos y las refiere de modo individual. En las piernas elimina la denominación Poco flexionada y usa en un entierro el término Fuertemente flexionada, tal vez un error pues no menciona este caso al resumir la tabla en uno de sus artículos (Rodríguez Arce 1992a). Información de esta tabla y también algunos datos de la de 1988, se usan para describir las prácticas mortuorias (Capítulo 7) y se presentan en las tablas donde se recogen los datos de cada individuo (Tablas 48, 49, 50 y 51). 4.5.4 Costumbres funerarias Al concluir la campaña de excavaciones de 1986 se escribe un reporte del cementerio (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987) pero no se presenta un análisis con los datos generales hasta 1992. Elaborado por Rodríguez Arce (1992b) se basa en la segunda versión de la tabla antes referida y es reproducido parcialmente, con pequeñas variaciones, por Guarch Delmonte en 1996. Describe y en algunos casos intenta valorar lo que Rodríguez Arce considera como costumbres funerarias: manifestaciones culturales relacionadas con la muerte. Refiere la ubicación de la mayoría de los entierros en la capa 2, en un sedimento menos agresivo, como un acto consciente para facilitar la conservación de los restos. Aún así los índices de conservación (buena en el siete por ciento de los entierros, regular en el 60 por ciento, mala en el 33 por ciento) muestran una afectación significativa, generada por la humedad y por alteraciones debidas a la ejecución de nuevas inhumaciones. En su opinión esto último se debió a la no señalización de las tumbas y a un manejo descuidado de los restos afectados por nuevos entierros. La situación involucra a 63 entierros, 26 muy perturbados. Tanto Rodríguez Arce (1992a) como Guarch Delmonte (1996:18) comentan una clara correlación entre cantidad de entierros y el nivel de perturbación, aspecto muy visible en la parte central del cementerio donde la cantidad de inhumaciones es mayor. Refieren la falta de entierros secundarios. La alteración y los problemas de conservación, dificultaron establecer detalles de la disposición de muchos entierros. Fue posible precisar ocho tipos de orientaciones (norte, noreste, este, sureste, sur, 103

suroeste, oeste, noroeste) aunque la mayoría de los entierros, en los distintos grupos de edad y sexo, se orientaron hacia el oeste (34) y el noroeste (14). La disposición del cuerpo boca arriba (60 entierros) fue la más usual, seguida por los entierros sobre el lado derecho (10) o izquierdo (11). Se identificaron además dos entierros boca abajo y uno sentado (Guarch Delmonte 1996:Tabla 2; Rodríguez Arce 1992a:Tabla 1 y 2). La posición de las manos destaca por su alta variabilidad, resultando dominante su ubicación sobre la pelvis. Las piernas aparecen principalmente flexadas, en mayor o menor grado (54 casos), si bien en un grupo importante de entierros (16) se hallan extendidas. Guarch Delmonte (1996:19, 22) reconoce un definida relación entre la posición sobre un lado y las piernas flexadas, postura también dominante en los entierros boca arriba. Sugiere por otro lado, la posibilidad de un vínculo entre los entierros con piernas extendidas y el contacto con los europeos. Rodríguez Arce (1992a) comenta la presencia, en algunos entierros, de rocas cuya composición litológica no se corresponde con el estrato de marga caliza, por lo cual atribuye un origen antrópico a la situación. En el entierro No. 65 parecen haber funcionado como relleno para acomodar el cuerpo; en el No. 73 forman una base sobre la cual se dispone al individuo. También destaca la ausencia de cráneo en el entierro No. 31. La presencia de objetos de metal sobre el cuerpo y su relación con un fragmento de hueso con marcas indican, para Rodríguez Arce (1992a), un manejo particular de este individuo y la posibilidad de una extracción de su cráneo como parte de actividades rituales. Interpreta el hallazgo de dos entierros con extremidades fuertemente flexionadas sobre el tórax, como casos de uso de amarras para conseguir esa postura. Brinda especial atención a un grupo de entierros contiguos, a similar profundidad: una mujer (No. 57), un hombre (No. 29) y un niño (No. 58). La mujer y el niño reportan ornamentos corporales de excepcional valor, y el masculino presenta una pieza de metal. Considera estos detalles como indicio de una posición social destacada y de una inhumación quizás conjunta, relacionada con prácticas de suteísmo o entierro familiar. En varios entierros se encontraron materiales al parecer movidos a las tumbas de modo accidental, durante su apertura o manejo; entre ellos fragmentos de cerámica indígena o europea, fauna local y restos de cerdo (Sus scrofa) (Guarch Delmonte 1988:163; Rodríguez Arce 1992a). Según Rodríguez Arce (1987b) cuando los huesos de cerdo aparecen relacionados con entierros profundos pudiera tratarse de inhumaciones posteriores al arribo europeo. En otros casos sobre los restos humanos se localizaron objetos y adornos corporales portados por los individuos al momento de la inhumación. Para Rodríguez Arce (1992a) constituyen indicadores del estatus especial de estos individuos. Guarch Delmonte (1996:20, 1994:20) los valora como ofrendas funerarias, si bien comenta la peculiar ausencia de ofrendas típicas en estas comunidades, como vasijas de cerámica y hachas petaloides. Resalta el hecho de su limitada presencia y de su dominante reporte entre mujeres y niños. Rodríguez Arce (1992a) hace notar la relación de estos materiales, cuando aparecen en hombres, con individuos singulares por sus rasgos físicos y relación con otros entierros. A diferencia de los restos de fauna o la cerámica, algunas de estas piezas si fueron investigadas. 4.5.5 Filiación ancestral Excluyendo al individuo intrusivo (No. 36) y al considerado europoide, se estimó que los restos eran atribuibles a la raza mongoloide americana (Guarch Delmonte 1988:163; Rodríguez Arce et al. 1995). Además de los análisis que pudieron generar esta opinión, la idea se sustentaba en la presencia de rasgos comunes en muchas comunidades de este origen en Las Antillas, como la presencia de deformación craneana, fuertes niveles de desgaste dental (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:36) y una estatura marcadamente baja (Rodríguez Arce 2003:87). El cráneo No. 22 desde su hallazgo fue considerado atípico por la ausencia de deformación craneana (Figura 27). Se trataba de un entierro alterado por otras inhumaciones cuyo esqueleto poscraneal no fue encontrado. Un análisis preliminar de los caracteres de los huesos de su pirámide facial estableció diferencias respecto a los rasgos mongoloides, así como aspectos relacionados con un probable origen europoide (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:31). Una investigación posterior comparó el cráneo, mediante un análisis multivariado, con una serie de cráneos europoides y 104

con otra de cráneos de indígenas pertenecientes a grupos agroalfareros cubanos. El análisis confirmó la correspondencia a los europoides con un 95 por ciento de confianza. Estableció además su pertenencia a un individuo masculino de una edad estimada entre 18 y 20 años (Rivero de la Calle et al. 1989:73, 84). Entre los entierros considerados indígenas el No.45, un adulto, carece de deformación craneana al igual que varios subadultos (Guarch Delmonte 1996:21). César Rodríguez Arce (comunicación personal 2003) realizó un estudio de este adulto y a su entender pudiera tratarse de un mestizo de origen indígena.

Figura 27. Cementerio de El Chorro de Maíta. Cráneo del individuo No. 22 al momento de la excavación. Archivos del DCOA, Holguín. 4.5.6 Sexo y edad La identificación de sexo y edad de los 106 individuos estimados indígenas fue realizada por Rodríguez Arce (1992a, 1992b) considerando elementos anatómicos variados, en dependencia del estado de conservación de los restos. Distinguió 26 subadultos (de 0 a 20 años), pero precisa sexo sólo en el caso del entierro No. 57, un adolescente femenino. La edad de los subadultos fue establecida en grupos de 5 años, resultando significativo el elevado número de individuos menores de 5 años (13). Identificó además 80 adultos (más de 20 años), de ellos 43 femeninos, 36 masculinos y uno de sexo indeterminado. En lo referido a edad de los adultos se valoraron 78 individuos, si bien no se dispone de información sobre correspondencia de edad y sexo. También se establecieron intervalos de 5 años, hasta los 40 años (Rodríguez Arce et al. 1995). No se identificaron individuos entre 40 y 50 años. Los mayores de 50 años se valoraron como un grupo particular. Según estos datos los segmentos con más entierros en el cementerio fueron las mujeres (43 individuos) y en edad, los adultos de más de 50 años (20 individuos) seguidos por los adultos jóvenes de entre 20 y 25 años. 4.5.7 Estatura Su estimación fue realizada por Rodríguez Arce (2003) a partir de un estudio osteométrico de los huesos largos. Usó 39 individuos femeninos y 30 masculinos. La estatura media para todos los 105

femeninos alcanzó un promedio de 147.6 cm con un rango de entre 134.7 cm y 156.1 cm. La estatura media para los ejemplares masculinos tuvo un promedio de 158.6 cm con un rango desde 150.8 cm a 172.3 cm. Según Rodríguez Arce (2003:87, 90), aún cuando estas tallas parezcan pequeñas están dentro de los rangos normales para las poblaciones indígenas de América del Sur. Al considerar los promedios mundiales clasifica como una población de estatura baja. En cuanto a la relación estatura sexo aprecia una mayor dispersión en las dimensiones de los individuos femeninos. Su talla media es aproximadamente 10 cm menor a la de los masculinos pero no todos son más bajos (Rodríguez Arce 2003:90, 91). Estima significativa la existencia de varios individuos femeninos muy bajos, uno de los cuales (de 134.7 cm) está muy próximo a los límites de la calificación de enano. También es notable un ejemplar masculino (entierro No. 25) con una estatura de 172.3 cm. Considerando que las variaciones de estatura son determinadas por aspectos hereditarios, climáticos y de alimentación, Rodríguez Arce (2003:89) sugiere al aspecto genético como causante de la variabilidad en el sitio. Basa su opinión en la idea de una población expuesta a un mismo clima y en la falta de evidencias en el cementerio, sobre acceso diferenciado a los alimentos, trastornos fisiológicos deficitarios u otro indicador relacionado con hiponutrición. 4.5.8 Características odontológicas Rodríguez Arce y colaboradores (1995) estudiaron una muestra de 70 individuos entre subadultos y adultos. Distinguen maloclusiones en ambos grupos, siendo la labioversión la anomalía más frecuente. La atrición dentaria estuvo presente en un elevado por ciento en los dos grupos de estudio. Las caries más frecuentes fueron las oclusales a nivel de primeros molares superiores e inferiores. En lo referido a los maxilares, y sin distinciones de edad, señalan el predominio de bóvedas de profundidad media, de forma ovoide, aunque se reportan algunas triangulares coincidentes con los casos de micrognatismo; los dientes son altos, por encima de valores normales. Se observan algunos individuos con prognatismo subnasal, pero no muy marcado; no se reportan situaciones de Torus palatino. El diámetro mesio-distal es normal en los niños, disminuyendo su tamaño a medida que aumenta la edad, producto de la atrición. En las mandíbulas la apófisis génesis esta muy marcada y no se encuentra torus mandibular. El agujero mentoniano se ubica mayormente entre el 1ro y 2do premolar, con una preponderancia de la forma redonda. El mentón es huidizo en los individuos masculinos, y proyectado y menos fuerte en los femeninos. En el caso de los dientes incisivos predomina la forma avoide. También aparecieron algunos de formas triangulares con un cíngulo muy marcado en los superiores. Los caninos son de bordes filosos y puntiagudos, sin la diferenciación de las mesetas mesiales y distales. En los premolares y molares las cúspides son marcadas en las zonas vestibulares. 4.5.9 Alteraciones culturales y patológicas En los individuos considerados indígenas las deformaciones craneanas artificiales resultaron muy comunes, en especial entre adultos, grupo en el cual sólo el entierro No. 45 no la reportó. Son del tipo fronto occipital tabular oblicuo, común entre restos de agroalfareros en Cuba y Las Antillas, y aparecieron mejor marcadas en los cráneos de adultos masculinos que en los de femeninos, presentándose menos pronunciadas en los cráneos infantiles (Guarch Delmonte 1996:22; Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:36). Se menciona su ausencia en algunos subadultos pudiendo relacionarse tal situación, en opinión de Guarch Delmonte (1996:21), con cambios determinados por el contacto con los europeos. Otra alteración cultural fue la atrición, posiblemente relacionada, en opinión de Rodríguez Arce y colaboradores (1995), con el consumo de alimentos mezclados con partículas duras provenientes de moluscos marinos o desprendidas de los artefactos de molienda. Según Rodríguez Arce se identificaron pocas alteraciones patológicas. Sólo callos óseos, indicadores de fracturas de dos costillas, en el entierro No. 47, y un absceso dental crónico que dejó una abertura al exterior redondeada, en el lado izquierdo del maxilar del entierro No. 25 (Valcárcel 106

Rojas y Rodríguez Arce 2005:134). Las caries fueron la alteración patológica más importante; no resultaron muy usuales en los subadultos si se compara con otros contextos cubanos y de República Dominicana (Rodríguez Arce et al. 1994). En el caso de los adultos muchas son profundas y llegan a interesar el tejido pulpar. Los restos radiculares se encontraron sólo en adultos y siempre en la mandíbula (Rodríguez Arce et al. 1995). 4.5.10 Paleonutrición Con el objetivo de determinar la dieta consumida por la población inhumada y las posibilidades de un consumo diferencial, considerando sexo y estatus social, se estudió en la Facultad de Biología de la Universidad de La Habana (Taylor 1990:50-53) un grupo de 10 adultos masculinos y 10 femeninos. Sus muestras fueron analizadas mediante Espectrometría de absorción atómica para determinar elementos trazas (estroncio, zinc, calcio, cobre, magnesio, manganeso, sodio y hierro). Los resultados señalan que: -Pese a los procesos de diagénesis los niveles originales de estroncio en la muestra estudiada debieron ser bajos. La limitada variabilidad de este elemento y la no existencia de diferencias significativas intersexo en el conjunto analizado indica similares costumbres dietarias. -Los alimentos marinos deberían influir en una elevación de los niveles de estroncio, zinc, sodio y cobre. Sin embargo, las concentraciones de estroncio fueron bajas y las de zinc, sodio y cobre relativamente altas. Esto sugiere que además de los elementos marinos se consumieron alimentos de origen vegetal que influyeron en los bajos niveles de estroncio. Se puede asumir por tanto, la existencia de una dieta variada y en general, el carácter omnívoro de esta población. -Los bajos niveles de estroncio apuntan a un énfasis en el consumo de alimentos poco aportadores de este elemento. Según la información etnohistórica disponible pudiera tratarse de maíz o yuca. De cualquier manera no es descartable la posibilidad de cambios de alimentación generados por el contacto con los europeos. Tal asunción presupone la incorporación, por parte de la comunidad indígena, de alimentos propios del colonizador que hicieron variar las concentraciones de los elementos analizados. Las carnes de aves y de algunos mamíferos (vaca, cerdo, etc) son ejemplo de alimentos poco aportadores de estroncio. -Una comparación intersexo indica una alimentación similar en ambos grupos, de modo particular si se considera el comportamiento del estroncio y el calcio, elementos que pudieran sufrir variación por efecto de la lactancia y la preñez. No parece existir relación entre la complejidad de los entierros y los niveles de estroncio. -Un análisis de las diferencias observadas a nivel de sexo con respecto al sodio y al zinc, que son significativas y muestran mayor presencia de tales elementos en los hombres, sugiere ciertas distinciones en el consumo de alimentos animales, probablemente relacionadas con una división de labores. En potencia los hombres centrarían sus actividades económicas en la caza, la pesca y la recolección de moluscos, teniendo más acceso a estas fuentes de alimentos asociadas a niveles altos de sodio y zinc, y las mujeres desarrollarían fundamentalmente tareas vinculadas con el cultivo. Durante este estudio también se midieron parámetros como el índice ceniza/hueso, contenido mineral, humedad y nivel de presencia de dióxido de carbono. Estos refieren una pérdida de materia orgánica en los huesos, principalmente colágeno, muy similar en todos los individuos estudiados. Según la autora tal resultado indica inhumaciones contemporáneas o muy cercanas en el tiempo. 4.5.11 Cronología. 107

De manera complementaria al estudio de paleonutrición se realizó el fechamiento, mediante cuantificación del colágeno residual y el contenido mineral (Taylor 1990:Tabla 3), de los entierros No. 57, 33, 25 y 45. La muestra del entierro No. 33 se disolvió durante el proceso de depuración. No obstante, se estimó para este una antigüedad similar a la establecida en los otros en tanto su contenido de nitrógeno y la cantidad de aminoácidos es parecida (Rodríguez Suárez 1989). Los datos obtenidos fueron: entierro No. 45 (490 ± 20 AP, 1490 ± 20 DC), entierro No. 25 (550 ± 20 AP, 1430 ± 20 DC), entierro No. 57 (535 ± 20 AP, 1490 ± 20 DC). Como antes referimos, se dispone de los resultados del análisis de datación radiocarbónica de muestras de hueso de los entierros No. 25 y 39, realizados en Beta Analitic Inc. A continuación se muestran los resultados entregados por el laboratorio, que sitúan al entierro No. 25 antes del arribo europeo y al No. 39 en un momento impreciso entre los siglos XV y XVII: -Entierro No. 39. Beta-148955, 360 ± 80 AP, calibración a 2 sigmas por el laboratorio 1420-1670 DC (Cal 530-280 AP). -Entierro No. 25. Beta-148956, 870 ± 70 AP, calibración a 2 sigmas por el laboratorio 1020-1280 DC (Cal 930-670 AP). 4.5.12 Filiación genética Los elementos dentales del sitio, tanto de individuos bien identificados como piezas aisladas, fueron estudiados a fin de de valorar rasgos morfológicos dentales asociados a componentes genéticos. Estos fueron comparados con rasgos de comunidades arcaicas y agricultoras ceramistas de Las Antillas, Venezuela y La Florida (Coppa et al. 2008). Establecen una fuerte similitud de los individuos de El Chorro de Maíta con restos vinculados a elementos culturales de tipo saladoide, ostionoide, troumasoide 22 y chicoide (Coppa et al. 2008:206), así como un claro distanciamiento de los precerámicos, tanto de Cuba y Las Antillas como de áreas continentales inmediatas. Pese a la similitud general entre los sitios ceramistas, la muestra de El Chorro de Maíta tiende a relacionarse con muestras de sitios de la República Dominicana. La matriz de Medidas Principales de Divergencia (MMD, por sus siglas en inglés), indica que a nivel intragrupal estos exhiben valores bajos pero significantes, y valores no significantes en la comparación con las muestras de las Islas Vírgenes (Coppa et al. 2008:209). En esta investigación se valoraron 1250 dientes pertenecientes a 119 individuos (Coppa et al. 2008:Tabla 14.1). Tal vez algunos de estos dientes provengan de individuos extraídos antes de 1986, aunque de cualquier manera se precisa que los restos hallados sólo en la parte excavada entre 1986 y 1988, pertenecen a un conjunto superior a 108 individuos y no inferior a 119. 4.5.13 Objetos en los esqueletos. Su estudio Uno de los aspectos más relevantes del cementerio es la presencia de objetos cuya posición respecto a los huesos permite asumir su ubicación en los cuerpos al momento del entierro. Para César Rodríguez Arce (1992a) y Guarch Delmonte (1994:20, 1996:20, 22), en su mayoría son adornos corporales. Incluyen evidencias de piedra, metal, y de diversos materiales orgánicos. En varios textos Guarch Delmonte (1988, 1994, 1996) ha tratado en detalle los caracteres y origen de las halladas en el entierro No. 57 haciendo comentarios generales, al igual que Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce (2005), sobre las colectadas en otros entierros. Para considerar el tema se han consultado estas fuentes y las notas de excavación (Guarch Delmonte et al. 1987), la Tabla de control de los caracteres osteométricos (Rodríguez Arce 1992b), y el plano del cementerio (Guarch Rodríguez 1987b). Otro documento utilizado es el inventario de las piezas preparado por Guarch Delmonte en 1991. Incluye referencias sobre su localización en el cementerio y comentarios sobre los materiales empleados para su fabricación.

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El término provine de la serie Troumassoid (Rouse 1992:Figura 14), serie cerámica correspondiente a las Antillas M enores.

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De estos objetos sólo algunos de metal fueron estudiados; en el caso de los no metálicos únicamente se trabajó, sin concluir la investigación (Guarch Delmonte 1991), en la identificación de uso de ámbar para la elaboración de orejeras halladas en el entierro No. 94. A fin de contextualizar los criterios antes mencionados y como parte del trabajo realizado durante la presente disertación, hemos revisado directamente las evidencias, conservadas en los fondos del DCOA, procediendo a su cuantificación, registro de formas y medición. Tales datos se presentan a continuación, intercalados con algunas descripciones y los criterios de identificación ofrecidos por Guarch Delmonte. a. Cuentas no metálicas El entierro No. 57 mostró el conjunto más impresionante (Figura 28). Localizado entre las costillas y muy cerca de la mandíbula, integraba cuentas diversas y piezas a base de oro y cobre. Para Guarch Delmonte (1994:24, 26) constituían parte de un mismo collar. Comenta respecto a las cuentas: “…se localizaron tres perlas, con sus perforaciones para servir de cuentas, sus formas irregulares son comunes en Las Antillas…18 cuentas de coral rosado, de forma cilíndrica, algunas husiformes parecidas a un pequeño barril, no mayores de 5 mm de longitud, objetos que se hallan por primera vez en Cuba. Además se rescataron 23 microcuentas de concha de forma discoidal, muy finas y pequeñas -hasta 1.6 mm de diámetro-...4 cuentas de calcita de las llamadas de “carretel” y una microcuenta de piedra negra, así como 4 del mismo material, pero blancas, siendo por tanto el collar más complejo de los encontrados en Cuba hasta el presente.”

Figura 28. Cuentas no metálicas del individuo No. 57A. Al centro cuentas de cuarcita de entre 4.8 y 5.7 mm de diámetro; parte superior derecha, cuentas de igual material de entre 1.5 y 2.7 mm. Derecha, cuentas de coral de entre 3. 6 y 6.1 mm de largo; parte superior, cuentas de perla, la mayor con 4.0 mm de diámetro. El Chorro de Maíta. Estos datos reiteran informaciones publicadas por Guarch Delmonte en 1988 y en 1996 si bien en el inventario de 1991 ofrece algunos elementos diferentes. Al hablar de las cuentas considera una 109

fabricación local en el caso del coral, la concha y la calcita (Guarch Delmonte 1988:176). En 1991 identifica las cuentas de estos dos últimos materiales como cuarcita. También da otras cantidades que se corresponden con los objetos realmente existentes en el DCOA. Entre estos no aparece la cuenta de piedra negra y se observan sólo dos perlas, una de 4.0 mm de diámetro y otra, fragmentada y de menor tamaño, de 3.2 mm de diámetro; ambas de color plateado y con puntos dorados. En cuarcita se localizan 21 microcuentas, de entre 1.5 y 2.7 mm de diámetro, y 59 cuentas de entre 4.8 y 5.7 mm; todas cilíndricas, de color blanco o blanco grisáceo, con perforaciones bicónicas y un peso inferior a 0.1 g. La altura es variada, pero nunca mayor que 5.7 mm; en las mayores aparecen cuatro en forma de carretel y algunas decoradas con horadaciones laterales. Las 18 cuentas de coral son cilíndricas o con forma de barril. Algunas lisas y otras con áreas de textura rugosa. Muestran un diámetro de entre 2.0 y 2.3 mm y un largo de entre 3.6 y 6.1 mm. Tres son de color rojizo marrón pero la mayoría son de color rosado claro o blanco. La perforación es cilíndrica y puede estar hacia un lado, lo que determina fracturas laterales y desgastes. Según las notas de excavación en el entierro No. 58 (Guarch Delmonte et al. 1987) se encontraron, cerca de la mano derecha, varias cuentas de coral rosado, alternadas con cuentas oscuras de resina vegetal. En el pie del mismo lado había cuentas de coral rosado y cuentas de resina (Figura 29). También, como muestra el plano del cementerio, aparentemente en la zona del pecho se hallaban cuentas de cuarcita. El plano refiere un ídolo, información reiterada en la Tabla de control de los caracteres osteométricos elaborada por Rodríguez Arce (1992b). Estas últimas piezas no han sido mencionadas en los artículos ni están entre el material del entierro depositado en el DCOA, el cual incluye un pulso o collar de cuentas alternas de resina (11) y coral (11), y otro conjunto con 15 cuentas de coral (Tabla 45).

Figura 29. Ornamentos del individuo No. 58A. Izquierda, cuentas de resina y coral; derecha, cuentas de coral. Cuentas de resina con diámetro de entre 4.6 y 6 mm; cuentas de coral con largo de entre 3.7 y 9.4 mm. El Chorro de Maíta. Las cuentas de coral de ambos grupos son similares. Muestran un diámetro de entre 3.9 y 5.7 mm y un largo de 3.7 a 9.4 mm, y formas de barril en su mayoría. Están pulidas y el color va de rosado muy claro a rojo anaranjado. Las perforaciones son cilíndricas y generalmente desplazadas a un lado. Las de resina poseen un diámetro de entre 4.6 y 6.0 mm y un largo de 2.9 a 5.5 mm, algunas son esféricas y otras facetadas, de color marrón con áreas amarillentas. El peso promedio de las cuentas en ambos materiales es de entre 0.1 y 0.3 g. La Tabla de control de los caracteres osteométricos (Rodríguez Arce 1992b) refiere 24 cuentas de cuarcita en el entierro No. 64. Según el plano se encontraban próximas al antebrazo derecho. En el material del entierro en el DCOA, hay 32 cuentas de ese tipo. Su diámetro está entre 2.4 y 4.7 mm, con un largo de 4.6 a 5.5 mm. Son cilíndricas, de color blanco grisáceo, con perforación bicónica al

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centro (Figura 30). Dos cuentas de cuarcita con caracteres parecidos, pero mayor tamaño, fueron halladas en el entierro No. 100. En el entierro No. 84 los datos de excavación y registro refieren cuentas de coral y una cuenta esférica negra, ubicadas en la zona del cuello según el plano del cementerio. Existen en la colección del sitio dos conjuntos de cuentas atribuidas a este entierro, con 28 y 33 cuentas respectivamente (Tabla 45); Figura 31. Fueron identificadas como coral por Guarch Delmonte (1991). Son en su mayoría cilíndricas, si bien algunas tienen forma de barril; de color rosado claro o blanco amarillento, con formas y dimensiones similares a las del entierro No. 57. La cuenta negra, identificada como de resina por Guarch Delmonte, es esférica, presenta una perforación cilíndrica y mide 5.5 mm de diámetro en su parte más ancha.

Figura 30. Ornamentos del individuo No. 64. Cuentas de cuarcita con diámetro de entre 2.4 y 4.7 mm. El Chorro de Maíta.

Figura 31. Ornamentos del individuo No. 84. Cuentas de coral con largo de entre 3.6 y 7.7 mm y cuenta de azabache (al centro) de 5.5 mm de diámetro. El Chorro de Maíta. Existe además una vértebra de pescado aparentemente modificada para elaborar una cuenta, en el entierro No. 54, y se indica en el entierro No. 63 (Guarch Rodríguez 1987b; Rodríguez Arce 1992b) la presencia de cuentas de cuarzo, no localizadas en el material del cementerio en los fondos del DCOA. b. Orejeras

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En el entierro No. 94 se encontraron dos orejeras de resina vegetal (Figura 32) y en el No. 99, dos de cuarcita (Figura 32); situadas en las zonas del cráneo donde debieron ser usadas (Guarch Delmonte 1996:21). Las de resina son cilíndricas y miden 13.5 y 12.0 mm de largo, con diámetros de 6.10 y 6.15 mm. Presentan una muesca alrededor de uno de sus extremos. Son de color marrón, con interior transparente y cristalino, y superficies craqueladas. Pesan 0.3 g. Las del entierro No. 99 tienen forma de carretel y resultan muy similares a las cuentas comunes en cuarcita, aunque su parte central es más estrecha. Miden 12.1 y 13 mm de diámetro respectivamente, y 13.7 y 15.6 mm de alto, y su peso es de 2.4 y 2.9 g. Ambas presentan perforación bicónica.

Figura 32. Izquierda, orejeras de resina del individuo No. 94, 13.5 mm de largo la mayor. Derecha, orejeras de cuarcita del individuo No. 99, 15.6 mm de alto y 13mm de diámetro, la mayor. El Chorro de Maíta. c. Tela Según Guarch Delmonte (1996:22) en la mandíbula del entierro No. 57, en el interior de la boca, se hallaron dos fragmentos de tela. Plantea la posibilidad de que fueran de una misma pieza situada en la parte superior del cuello a modo de pañuelo. La describe como: “tela de algodón de color blanco amarillento…un tejido sencillo; uno de los fragmentos muestra una costura hecha con hilo mucho más grueso y burdo, logrado con dos cabos torcidos con poca tensión, lo que puede indicar su confección manual rústica”.

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Figura 33. Restos de tela. Individuo No. 57A, fragmento de 41.9 mm de largo. El Chorro de Maíta.

La Tabla de control de los caracteres osteométricos (Rodríguez Arce 1992b) refiere además de este textil, otro en el entierro No. 72. Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce (2005:137) mencionan al entierro No. 47 como un tercer individuo con este material. Entre las evidencias depositadas en los fondos del DCOA, sólo aparecen los dos fragmentos del entierro No. 57 (Figura 33). La pieza mayor mide 41.9 mm de largo y 26.4 mm de ancho y pesa 0.6 g. La menor esta separada en dos fragmentos; uno de 22.6 mm de largo y 20.86 mm de ancho, y otro de 12.7 mm de largo y 8.3 mm de ancho. Todo el textil presenta gránulos de lo que parece ser un sedimento de color negro. d. Hueso marcado Aún cuando no se colocó sobre el cuerpo hay una pieza que, según Guarch Delmonte (1996:21), parece haber sido ubicada de modo intencional junto al individuo situado en el entierro No. 31, un adulto masculino. Refiere el hallazgo, entre el lado izquierdo del tórax y la articulación del codo de ese mismo lado, de un fragmento de fémur de un individuo subadulto, con tres muescas consecutivas, muy parecidas entre sí en forma y tamaño, separadas por espacios regulares. Considera la posibilidad de cortes post mórten. El hueso no ha podido ser localizado. e. Pendientes y cuentas de metal Los objetos de metal forman dos grupos; uno con evidente presencia de oro y tipología variada, y otro de piezas de estructura tubular, muy afectadas por la corrosión. El primer grupo se concentra en el entierro No. 57 e incluye 4 pendientes laminares, una figura en forma de cabeza de pájaro, un cascabel, una cuenta esférica hueca y dos cuentas cilíndricas de metal. Los pendientes laminares están perforados en un extremo y muestran formas trapezoidales. Uno tiene base bilobulada, observándose en todos una línea repujada que circunda zonas de los bordes y el agujero para colgar. El peso promedio es de 0.2 g, el largo oscila entre 13 y 18 mm, y el ancho de las bases entre 15 y 19 mm, con un grueso de 0.1 mm. Todos muestran color dorado rojizo, aunque uno de ellos es más oscuro en una de sus caras (Tabla 4, Figura 34). El cascabel es hueco, mide 12.4 mm de largo y tiene forma alargada, algo aperada, de extremo inferior acuminado y con una escotadura longitudinal. En la parte superior muestra una argolla. Las cuentas cilíndricas, elaboradas en oro según Guarch Delmonte (1996:21), tienen alrededor de 2 mm de diámetro, un agujero de 0.7 mm y un alto de 0.81 mm y 0.83 mm respectivamente, con un peso promedio de 0.04 g. La cabeza de ave mide 22.2 mm de largo, y el grueso de la lámina es de unos 0.1 mm (Figura 34). Fue descrita por Guarch Delmonte (1988:165): “…la pieza es muy elaborada; en el tope de la cabeza se advierte un tocado consistente en arcos, situados en tres filas paralelas de delante atrás con tres anillos cada una. Los ojos están logrados mediante dos hilos de oro yuxtapuestos que en cada uno forman un semicírculo, continuándose sobre la frente como diadema; el iris de cada ojo se resuelve mediante una pequeña semiesfera. El pico es trapezoidal en el plano horizontal, muy deprimido, de punta truncada, con dos perforaciones en el extremo y dos líneas incisas en ambos lados que independizan el pico superior del inferior. En la parte superior e inferior del cuello se aprecian sendas gargantillas constituidas por dos hilos de oro paralelos entre los cuales se advierten un apretado entorchado también de dos hilos; ambos resaltos cruzan de lado a lado del cuello por la parte delantera y laterales, por detrás la cara es plana, mostrando una perforación rectangular que ocupa casi todo el espacio, dejando

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solamente un marco en rededor. La base de la pieza es semicircular y, como ya se ha expresado, hueca”.

Figura 34. Objetos de metal del individuo No. 57A; 22.2 mm de alto la pieza ornitomorfa y 2.06 mm de diámetro la mayor de las cuentas. Al momento de su hallazgo la cuenta esférica, según Guarch Delmonte (1988:166, 1996:22), “tenía soldado en uno de sus extremos, un delgado tubito de 5 mm de longitud, muy fino, el que se deshizo al ser extraída…; por el lado contrario se advierte el inicio de lo que debió ser un apéndice similar, destruido con anterioridad. La esfera tiene un diámetro de 3 mm y en sus interior se observa con el microscopio un fragmento de hilo”. En su opinión fue elaborada en oro bajo. Existe sólo un dibujo de la pieza (Guarch Delmonte 1994:Figura 7G), ahora fragmentada en varias partes. Algunas de estas evidencias fueron analizadas a solicitud de Guarch Delmonte, en el Centro Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos (CENCREM), en La Habana, usando un microscopio electrónico de barrido. Se dispone de los resultados de composición de seis de ellas (Guarch Delmonte 1996:Notas 7, 10, 11), aunque en los pendientes laminares no se indica a cual pieza pertenecen (Tabla 5). Las láminas y el cascabel muestran presencia dominante de oro y cobre, con cierta cantidad de plata y niveles muy bajos de silicio. Los resultados de la pieza ornitomorfa sugieren una aleación de oro, cobre y plata, según Guarch Delmonte, quien no ofrece datos cuantitativos para ella.

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Tabla 4. Dimensiones y peso de objetos de metal del individuo 57A. El Chorro de Maíta. Tipo de pieza

M uestra para análisis

Largo o diámetro máximo (mm)

Ancho máximo (mm)

Ancho mínimo (mm)

Peso (g)

Pendiente laminar trapezoidal

CM P1

13.05

16.55

5.27

0.28

Pendiente laminar lobular

CM P2

18.56

14.74

8.69

0.25

Pendiente laminar trapezoidal

CM P19

15.71

15.23

17.19

19.37

9.65

0.25

2.46 8.3

0.16 3.7

Pendiente laminar trapezoidal

0.3

Cascabel Figura ornitomorfa

CM P18

12.4 22,2

3.92 11.37

Cuenta circular

CM P3

2.02

0.83

0.04

Cuenta circular

CM P20. M 2/E2

2.06

0.81

0.04

Cuenta esférica

3

Tabla 5. Composición de objetos de metal del individuo 57A. El Chorro de Maíta. M uestra Pendiente laminar Pendiente laminar Pendiente laminar Pendiente laminar Cascabel

Cu (%)

Ag (%)

Si (%)

Au (%)

50.7 52.5 53.8 48.2 24.4

5.9 10.3 9.6 13.4 22.6

0.1 0.3 0.3 0.3 0.2

43.3 36.9 36.2 38.1 52.8

Según Guarch Delmonte (1996:Nota 7). Guarch Delmonte (1988:169, 1996:21-22) trabajó en detalle este material, de extrema rareza en contextos arqueológicos antillanos. Califica como guanines, en su opinión una aleación de oro y cobre manejada por los indígenas, a los pendientes laminares. No da tal carácter a la cabeza de pájaro aún cuando la asume como una aleación de estos metales. Plantea su confección por la técnica de forja, con áreas unidas mediante soldadura autógena o por martillado, y con huellas de burilado para resaltar determinadas características. Considera al cascabel como un guanín, posibilidad que valora además para la cuenta esférica. En el caso de las cuentas cilíndricas plantea su fabricación en oro y su relación, como parte de un mismo pectoral, con la cabeza de pájaro. Asume que esta puede representar al ente mítico de los indígenas de La Española, Inriri Cahubabayael (Guarch Delmonte y Querejeta Barceló 1992) sin embargo, califica su tipología como no antillana y similar a la de la orfebrería centroamericana y colombiana. Para el caso del cascabel refiere su semejanza con los de Monte Albán y zonas de Centroamérica. Descarta un carácter antillano para la cuenta esférica y si bien no valora el origen de los pendientes laminares, aclara su conexión estilística con los materiales antillanos (Guarch Delmonte 1988:174). No excluye la posibilidad de una entrada precolombina para las piezas de tipología no antillana, pero se inclina por un arribo relacionado con el traslado, por los españoles, de un indígena portador de estas o de los conocimientos para fabricarlas en Cuba (Guarch Delmonte 1988:173-175; 1996:Nota 17). 115

f. Objetos tubulares de metal Según Guarch Delmonte las piezas en forma de tubo estaban constituidas por una fina lámina de metal enrollada sobre si misma, muchas veces con un hilo de algodón en el interior. Este autor los considera parte de adornos corporales y refiere dos cifras para el total de estas evidencias: 38 y 37 tubos (Guarch Delmonte 1994:14, 1996:20-21). Sólo 25 piezas entre tubos completos (5) y fragmentos (20), se conservan en los fondos del DCOA. En muchos es imposible ver su forma pues están cubiertos por una capa de sedimento calizo; en otros se distinguen zonas con intensa corrosión (Figura 35). Los cinco tubos mayores reportan, excluyendo el sedimento, dimensiones que oscilan entre 28.9 y 25.3 mm de largo, 3.9 y 2.9 mm de diámetro en su parte más ancha, y 1.7 y 1.2 mm de diámetro en su parte más estrecha. El grosor de las láminas es de aproximadamente 0.3 mm.

Figura 35. Tubos de metal hallados en los entierros. El mayor mide 28.9 mm de largo. El Chorro de Maíta. La ubicación de estos materiales resulta complicada. Se ha indicado su presencia en 15 entierros (Guarch Delmonte 1996:20), si bien la consulta de distintas fuentes (Guarch Delmonte 1988, 1994; Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987) y en especial, de datos del trabajo de excavación y registro del material obtenido (Guarch Delmonte et al. 1987; Rodríguez Arce 1992b; Guarch Rodríguez 1987b), permite considerar un total de al menos 17 entierros con tubos (entierros No. 13, 19, 24, 25, 27, 29, 31, 38, 39, 45, 57, 62, 69, 84, 92, 98 y 101; ver Tabla 6). Los tubos existentes están identificados como provenientes de los entierros No. 25, 57, 69, 84, 94 y 101. De otros se desconoce el entierro donde se hallaron y algunos fueron encontrados durante el proceso de cernido de la tierra, sin informarse su vínculo con un entierro en particular. En ninguna de las fuentes consultadas se mencionan tubos en el entierro No. 94, por lo que la identificación de varios fragmentos en este entierro no es confiable. Según la documentación antes mencionada los tubos se disponían básicamente sobre el tórax y el cuello (Tabla 6). En la mayoría de los casos se localizó sólo un tubo; en los entierros No. 45 y 69 se hallaron tres en cada uno y cuatro en el No. 27. En el No. 25 varios tubos formaban parte de lo que Guarch Delmonte (1994:16) considera un ornamento colocado bajo la rodilla. La pieza es descrita como sigue: 116

Figura 36. Pieza de textil y metal hallada en el entierro No. 25. Izquierda, objeto en su estado actual, mide 33.7 mm de largo; derecha, radiografía de la pieza. El Chorro de Maíta. “El llamado medallón consiste en un disco de 36.5mm de diámetro y un grueso de 8 mm, confeccionado con una tela de algodón que envuelve con 4 capas un disco de cobre. Los bordes de la tela fueron llevados hacia el envés y cosidos allí con una puntada conocida en la actualidad como “zancaraña”; los hilos de la tela son de 0.8mm de diámetro, torcidos con poca tensión; el tejido es sencillo, alternando un hilo cada vez de la trama y la urdimbre. Tanto la hilatura como el tejido indican su confección a mano. Del extremo inferior del disco penden cuatro canutillos, unidos al mismo por un hilo que los cose a la tela y que, pasando por el interior del tubito, es rematado en su parte inferior por un nudo; esta sujeción permitió que las piezas tuvieran cierto movimiento, lo que debió ocasionar que al entrechocar, sonaran” (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:29-30). En un artículo posterior Guarch Delmonte (1996:20) refirió la presencia de cinco tubos, detalle que parece ajustarse a una radiografía del objeto (Figura 36). La revisión directa de la pieza indica la posible presencia de más de un disco de metal dentro del envoltorio de tela. En la base se nota el contorno, marcado en la tela, de un elemento circular de unos 28 mm de diámetro. En la parte superior aparece el borde redondeado de metal, de lo que pudiera ser un disco de 27 mm de diámetro y 0.88 mm de grueso. Ambos elementos parecen estar separados. El textil del adorno del entierro No. 25 es de color verde, como los tubos adheridos a él. Este detalle pudo dar base a la identificación de cobre en el caso del núcleo de metal envuelto en tela. No tenemos información sobre un estudio de composición de esta parte. El hueso donde se hallaba la pieza quedó manchado de verde, como los de otros esqueletos donde había tubos. Por esta razón al momento de la excavación se consideró que el material metálico podía ser cobre o guanín (Guarch Delmonte et al. 1987).

117

Tabla 6. Tubos de metal en entierros, datos y ubicación. El Chorro de Maíta. No. individuo

Cantidad de tubos

Posición en los restos

13

1

próximo a la mandíbula

19A

1

24

1

sobre clavícula derecha sobre las costillas

25

5

conjunto sobre tibia y fíbula derecha

Tubos en fondos DCOA

Largo (mm)

Diámetro máximo (mm)

Diámetro mínimo (mm)

5 tubos

M uestra

Peso (g)

M 2/E1 CM P5 CM P17 M 6/E2

27

4

entre la clavícula y la escápula

29

1

sobre las manos

31

1

38

1

sobre las costillas del lado izquierdo sobre las costillas del lado derecho

39 45

1 3

57

1

en coxal izquierdo, área del isquion

62

1

en el área del cuello

69A

3

sobre la clavícula derecha y las costillas

sobre la pelvis

84

1

en el área del cuello

92

1

sobre las costillas

98 101

1 1

*

*

1 tubo

25.3

4 fragmentos

fragmento

2 fragmentos

2 fragmentos

4 tubos

4 fragmentos

2.9

1.7

M 7/E2. CM P6

0.5

11.3 7.2 4.5

2.8 4.2 2.9

M 5/E2 CM P4 M 4/E1. M 21/E3

8.5

2.7

12.2

2.5

24.1

3.0

1.9

M 10/E2

0.2

19.9

2.7

1.8

M 9/E2. CM P12

0.2

28.9 27.7 27.9 26.8 16.4

3.6 3.9 2.9 2.9 2.8

2.3 1.3 1.2 1.5

M 22/E3 M 11/E2 CM P7

0.4 0.4 0.3

12.3 11.9

4.3 3.1

1.9

M 23/E3 M 3/E1

M 12/E2

118

Tabla 6 No. individuo * *

*

Cantidad de tubos

Posición en los restos

12.1

2.4

Tubos en fondos DCOA

Largo (mm)

Diámetro máximo (mm)

1 fragmento 3 fragmentos

9.1 fragmento

2.7

4 fragmentos

fragmento 9.4 fragmento

2.6

11.1 6.5 6.2

2.7 2.1 3.8

M 13/E2

Diámetro mínimo (mm)

M uestra

Peso (g)

M 20/E3 M 4/E2 M 19/E3 M 1/E2 M 18/E3

* indica objetos sin ubicación definida. La idea del uso de cobre encontró apoyo en el estudio de uno de los tubos mediante un microscopio espectral laser LMA-10. El análisis estableció una composición mayoritaria de cobre y de otros componentes no determinados, entre los que podía haber oro. De confirmarse esto, según los autores (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:31), se probaría el empleo de guanín en la fabricación de los tubos. Al valorar el origen del material consideran la posibilidad de cobre local, obtenido y trabajado por los indígenas, o cobre europeo, modificado por los indígenas para elaborar los tubos. En su opinión los tubos fueron usados como colgantes y formaban parte de adornos (Guarch Delmonte 1994:14, 1996:20). En publicaciones posteriores Guarch Delmonte (1994:14, 1996:20, 22) menciona los tubos como objetos de cobre, quizás porque ya disponía de los resultados de los pendientes de guanín del entierro No. 57, cuya apariencia es muy diferente. Entre el año 2002 y 2003, Valcárcel Rojas coordinó la ejecución de análisis por fluorescencia de rayos X de varias piezas metálicas de El Chorro de Maíta y de objetos similares de los sitios El Boniato, en la zona de Yaguajay, a sólo 300 m de El Chorro de Maíta, y Alcalá, relativamente distante al sur. Los estudios se realizaron en el Centro de Aplicaciones Tecnológicas y Desarrollo Nuclear (CEADEN) del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente en La Habana (Valcárcel Rojas et al. 2007). Al estar las piezas conformadas por láminas muy delgadas y de tamaño reducido, sólo se pudieron medir las superficies. Para intentar mejorar las lecturas, particularmente en los tubos y cuando fue posible, se removió parte de la capa del sedimento calizo y de la corrosión que los impregna. Aún así en muchos casos se mantuvo una película externa que en las muestras M2/E1, M3/E1 y M4/E1, determinó resultados semicuantitativos. La no homogeneidad de las muestras MB1/E1, M3/E2, MA14/E2 y MA15/E2, impidió la cuantificación de los elementos presentes (Tabla 7). Se realizaron tres grupos de análisis sobre 4, 17 y 6 muestras respectivamente. Se analizó una de las cuentas cilíndricas y un fragmento de la cuenta esférica del entierro No. 57, dos posibles fragmentos de guanín del sitio Alcalá, y un pendiente laminar considerado de oro o guanín, de El Boniato. En lo referido a tubos se investigaron 19 piezas identificadas en ese momento como provenientes de los entierros No. 25, 57, 69, 84, 94 y 101, así como algunas encontradas durante el cernido de la tierra. Como la presencia de tubos en el entierro No. 94 es dudosa, las muestras con esta proveniencia, M1/E2 y M18/E3, aquí se consignan sin ubicación. Se incluyeron como material comparativo dos piezas similares del sitio Alcalá. Se estudió además, la lámina perforada encontrada en la Unidad 6, considerada de latón por Guarch Delmonte (1994). En el grupo de posibles oros o guanines (muestras MB1/E1, M3/E2, MA14, MA15) se consiguieron en su mayoría resultados no cuantitativos. Indican la presencia de oro, cobre y plata, con otros componentes como el hierro, el zinc y el estaño (Tabla 7); dan consistencia a la identificación 119

como guanines pero no necesariamente la establecen. La cuenta cilíndrica (muestra M2/E2) estuvo formada principalmente por oro (74.5 por ciento). El supuesto latón de la Unidad 6 presentó una composición basada en cobre (98.9 por ciento). Tabla 7. Objetos de metal, composición. El Chorro de Maíta, El Boniato y Alcalá. Análisis en el CEADEN, Cuba (2002-2003). M uestra

Contexto

Tipo de pieza

M B1/E1 M 2/E1 M 3/E1 M 4/E1 M 1/E2 M 2/E2 M 3/E2 M 4/E2 M 5/E2 M 6/E2 M 7/E2

El Boniato individuo 25 individuo 84 individuo 69 * individuo 57 individuo 57 * individuo 69 individuo 25 individuo 57

pendiente laminar fragmento de tubo fragmento de tubo fragmento de tubo fragmento de tubo cuenta circular cuenta esférica fragmento de tubo fragmento de tubo fragmento de tubo tubo

M 8/E2

Unidad 6 individuo 101 individuo 101 * * *

M 9/E2 M 10/E2 M 11/E2 M 12/E2 M 13/E2

M A14/E2 Alcalá M A15/E2 M A16/E2 M A17/E2 M 18/E3 M 19/E3 M 20/E3 M 21/E3 M 22/E3 M 23/E3

Alcalá Alcalá Alcalá * * * individuo 69 * individuo 84

Fe (%)

0.9 5.2 0.7 1.4 0.6 0.4

Ni (%)

Cu (%)

5.2

x 93.2 81.8 87.5 84.1 7.3 x 89 85.8 93.6 81.7

0.8 0.1

Zn (%)

Ag (%)

Sn (%)

Au (%)

Hg (%)

Pb (%)

x 6 17.8 10.4 4.5 x 4.9 4.1 2.3 14.9

0.15 0.08 0.16 0.1 7 x 0.1 0.2 0.2 0.05

0.54 0.15 2.1 6.3 0.7

4 74.5 x

x

1.8 1.5 0.1 0.03

x 3.5 6 2.9 2.8

lámina con perforación

0.2

98.9

0.1

0.1

tubo

0.5

83.3

11.7

0.06

0.04

4.4

tubo tubo tubo fragmento fragmento lámina fragmento lámina tubo tubo fragmento fragmento fragmento fragmento tubo fragmento

0.6 0.5 0.8 0.7

75.1 87.1 75.3 92.1

16.3 11.9 15.8 5.1

0.08 0.1 0.1 0.1

1.3 0.3 1.4 0.1

6.5

x

x

x

x 91.6 84 85 81 82 79 89 77

8.1 14 2.6 8.1 10.7 8.5 9.7 15

de tubo de

0.2

0.7

6.3 1.9 x

de

de de de de

tubo tubo tubo tubo

de tubo

x 0.1 0.7 1.24 0.6 0.5 0.8 0.7 1.1

0.1 0.2

0.1 0.3 0.1

x

x

4.5 5 3.8 5.3

3.8 3.2 2.2 2.9

3.5

2.2

x 0.8 2.3 2.7 1 3.5 0.6 1.1

* cementerio El Chorro de Maíta sin ubicación definida, X, presencia del elemento. Individuos se refiere a entierros de El Chorro de Maíta. En los tubos el primer grupo de resultados sobre las muestras M3/E1 y M4/E1 (Tabla 7) reportó una composición ajustada a los parámetros del latón, una aleación de cobre y zinc en la que este último, aún en los latones más antiguos, se halla sobre el 10 por ciento (Scott 1991:137). Las piezas vistas ofrecen índices de cobre entre 87 y 81 por ciento y de entre 17 y 10 por ciento para el zinc, con alguna plata y estaño. El latón es un metal poco común en América en tiempos precolombinos. De hecho los casos hallados se explican como una aleación accidental de minerales de cobre y zinc (Craddock 1995). Fue muy usado por los europeos quienes lo traen desde los primeros viajes al Nuevo Mundo y lo emplean con frecuencia para el intercambio con los indígenas. La otra muestra analizada (M2/E1), parte de un tubo del adorno del entierro No. 25, presentaba una cantidad más alta de cobre (93.2 por ciento) y mucho menos zinc (6 por ciento). Tal proporción de 120

zinc es muy baja y sugiere el manejo de un metal básicamente de cobre. Este entierro se estimaba anterior al arribo de los europeos, según el fechado radiocarbónico antes referido (Beta-148956; 870 ± 70 AP, 2 sigmas Cal AD 1020-1280 DC), y por ello se asumió a los tubos del adorno como un producto indígena a base de cobre. Desde esta perspectiva Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce (2005:137, 141) consideraron la posibilidad que el latón hallado en otros entierros pudiera ser una adaptación al formato tubular, del nuevo metal obtenido de los europeos. No obstante, resultaba difícil de explicar la situación dado el carácter inusual de minerales de cobre con alto contenido de zinc, o de aleaciones precolombinas de ambos metales. Quedaba abierta la posibilidad de un error de medición o que estas no ofrecieran una identificación adecuada al hallarse la superficie de las piezas muy afectada por la corrosión. Por tal motivo en el segundo y tercer grupo de mediciones se analizó otro fragmento de tubo del adorno y todos los tubos o fragmentos que fue posible. En las nuevas muestras el esquema de bajo zinc y alto cobre resultó más definido en el caso del otro fragmento de tubo del entierro No. 25 (M6/E2) y se encontró también en otras piezas, si bien muchas ofrecieron comportamientos ajustados a los parámetros del latón. El cobre mostró índices de entre 75.1 y 92.1 por ciento, con cantidades erráticas de zinc que se movían desde el 2.3 por ciento hasta el 16.3 por ciento. Se identificó además la presencia de hierro, níquel, plata, estaño y plomo (Tabla 7). 4.5.14 Evidencias de contacto indohispánico Un inventario de materiales de origen europeo, al parecer sin incluir objetos de las unidades 1 y 2, pero si del cementerio, fue realizado por Roxana Pedroso (1992), investigadora del DCOA. Se desarrolló a tono con el esquema clasificatorio propuesto por Domínguez (1978) para el estudio de sitios indígenas con material europeo, el cual ofrecía, en dependencia de la distribución, cantidad y tipos de materiales hallados, una valoración de la interacción: sitios de contacto (material europeo escaso, no modificado; indica una relación corta o indirecta) y sitios de transculturación (abundantes evidencias europeas, con huellas de reutilización o modificación, y objetos indígenas copiando elementos europeos; indican un intercambio cultural intenso). Entre las 56 piezas de cerámica colectadas Pedroso distinguió, sin mencionar ubicación o cantidad, los tipos Mayólica Columbia Simple blanco y Verde sobre Blanco, y cerámicas ordinarias de los tipos Melado, Lebrillo Verde y Jarras de Aceite en su tipo temprano. También refiere la vasija relacionada con materiales de Concepción de la Vega, que describe como pintada o con engobe de color crema con motivos florales y arabescos; en su opinión se trata de un material importado. Incluye además, un fragmento de mayólica en forma de disco, con perforación central (Figura 37), clavos, un objeto punzante de hierro -a su entender la punta de una lanza o espada-, la lámina perforada, el cascabel de la Unidad 6, y los tubos relacionados con entierros (Figura 35, 36 y 37). Clasifica a los tubos, la cuenta de mayólica y la lámina perforada, como objetos elaborados por los indígenas a partir de material europeo y por tanto transculturales. Por las referencias tempranas, implícitas en los tipos cerámicos, propone un contacto iniciado en la primera década del siglo XVI (Pedroso 1992:5). Además de estos materiales Guarch Delmonte menciona cuentas de vidrio facetadas y junto a la lámina y el cascabel, las califica como objetos de rescate. No aporta datos sobre el lugar donde se hallaron las cuentas. Estas no han sido localizadas entre el material situados en el DCOA. Refiere como material de transculturación, una pequeña vasija cilíndrica con dos asas, fabricada con técnica indígena (Guarch Delmonte 1988:176, 1994:Figura 6, 1996:17, 22). Considera al entierro No. 22, al que se atribuía origen europoide, prueba de la presencia física de un colonizador. Estos elementos, junto a los restos de cerdo, serían indicio de convivencia y de un contacto temprano en el período colonial. En su perspectiva la comunidad indígena debió hallarse en el lugar antes del arribo hispano y a diferencia de otros sitios, donde la interacción genera una contracción de la cultura local, aquí mantuvo diversidad y fuerza. Estima que dado su carácter aislado y la amplitud de su población, la región de Banes -donde no hay información sobre asentamientos o villas hispanas-, pudo mantener, después de las acciones iniciales de conquista, focos de población indígena. Cree, según el registro 121

arqueológico, que los europeos se establecieron en el área pero en grupos aislados y reducidos, sin fomentar encomiendas de las que sobreviviera una constancia documental. El Chorro de Maíta podría ser uno de estos casos y en ese contexto de baja presencia europea, el entierro No. 57 tal vez fue realizado en un momento donde los españoles no estaban en el lugar. Como cierre a su análisis advierte sobre la necesidad de considerar la situación de contacto a la hora de evaluar ciertos aspectos del sitio. En su opinión, aún cuando el cementerio resulta una de las mejores fuentes para estudiar el culto funerario indígena no debe olvidarse la existencia, al menos hipotéticamente, de elementos quizás generados por el contacto, como la perdida de la costumbre de deformación craneana y la posición extendida (Guarch Delmonte 1996:22).

Figura 37. Objetos asociados a los europeos y hallados en El Chorro de Maíta. Izquierda, vasija de 30 cm de alto; derecha, de arriba hacia abajo: cascabel de 32.6 mm en su parte más larga; fragmento de cerámica perforado de 26 mm de diámetro mayor; lámina de metal de 32 mm de largo en su lado mayor, con perforación en la parte superior. 4.5.15 El Chorro de Maíta como centro de poder La singular posición de El Chorro de Maíta en términos espaciales y de cultura material, desde la cual Rouse le atribuyó un carácter de aldea principal dentro de una estructura cacical, se vio reforzada, en opinión de algunos investigadores, por la perspectiva aportada con el hallazgo del cementerio. Valcárcel Rojas (2002:84-88) y Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce (2005), usando datos de los trabajos realizados entre 1986 y 1988 y también los fechados conseguidos en el año 2000, asumen este espacio como un símbolo de control territorial, sostenido por una comunidad que debió ordenar el uso de los recursos en la zona y ciertos aspectos de carácter político e ideológico. La distribución diferencial de ornamentos en los entierros, el carácter exótico de algunos y su particular vínculo con la élite, así como el manejo de parte de estos por niños, serían indicio de diferencias sociales sostenidas a nivel hereditario y por tanto expresión de la existencia de grupos o familias con un estatus superior. Al considerar las dataciones de los entierros No. 25 y 39, así como la presencia de latón europeo en

122

algunos entierros, sugieren un origen precolombino para la situación, que creen se mantiene hasta el arribo europeo. Proponen al cementerio como un espacio de preservación de los ancestros, mantenido durante varios siglos según los elementos de cronología antes citados. Relacionan su localización central y posible ubicación en una plaza, con su carácter de centro simbólico de la comunidad y punto de conexión entre el mundo natural y sobrenatural (Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce 2005:143-145). La no formalización de los límites del cementerio y la ausencia de marcadores en las tumbas serían expresión de una visión comunal donde se da preeminencia al lugar y no a la individualización de la muerte. Este detalle, así como la abundancia de entierros y la escasez de individuos con ornamentos, indican un manejo igualitario paralelo a la institucionalización de la desigualdad. La concentración de individuos con ornamentos en la parte central del cementerio pudiera asumirse, en opinión de estos investigadores, como una estrategia de la élite para apropiarse de mecanismos comunitarios de legitimación del poder. Esta propuesta resulta el único intento de explicar aspectos del cementerio en términos de organización social y de integrar varias líneas de datos para estructurar una imagen general del sitio. Parte de un análisis donde el contacto con los europeos se reconoce pero no se asume como un factor determinante en la conformación del panorama tratado. 4.6 Conclusiones. Estado de la investigación arqueológica en El Chorro de Maíta al inicio de las nuevas investigaciones La revisión de los datos del sitio aportó un panorama contradictorio. La visión de un lugar cuya relevancia todos reconocían pero que se había estudiado poco e interpretado con frecuencia desde asunciones sostenidas en escasos elementos. Las consideraciones básicas derivadas de este análisis son las siguientes: -La información sobre el manejo de los contextos arqueológicos antes de los trabajos de la Sección de Arqueologia de la ACC en Holguín, es muy escasa. Ni Rouse ni el resto de las fuentes consultadas refieren datos sobre excavaciones de investigación. El trabajo agrícola, los efectos de la habitación humana moderna y la búsqueda de objetos parecían haber afectado de forma intensa ciertas áreas, en particular las zonas con montículos. El impacto sistemático sobre los contextos arqueológicos se mantenía en 1986, cuando el hallazgo del cementerio cambió la historia del lugar. -La importante cantidad de entierros y el carácter único de este contexto en el panorama arqueológico cubano, marcarían al cementerio como la imagen principal del sitio, abriendo grandes expectativas en torno a su potencial para entender la sociedad indígena y su universo funerario. Sin embargo, como apunta Guarch Delmonte (1994:6), la mayor parte del esfuerzo se dedicó a proyectar y ejecutar el montaje del museo y la investigación del lugar quedó inconclusa. Acciones aisladas, promovidas por Guarch Delmonte y Rodríguez Arce, permitieron el desarrollo de ciertos estudios a lo largo de varios años. Se obtuvieron datos y resultados importantes, pero no se fomentó ni un trabajo ni una visión coherente. -Sólo el material de tres unidades fue estudiado y en el Área de entierros, donde se trabajaron las unidades 3 y 6, las de mayor tamaño, la investigación se centró en los ornamentos asociados a los esqueletos y en ciertos aspectos de los restos humanos. Los ornamentos no se analizaron de forma adecuada y se aplicaron técnicas arqueométricas sólo en la investigación de los objetos metálicos del entierro No. 57 y de los tubos. La interpretación de los resultados fue pobre e incluso algo contradictoria en el caso de los tubos, y no incluyó consideraciones sobre las tecnologías de fabricación ni un análisis estilístico cuidadoso. En el caso de los tubos, aunque se valoró el posible uso de metal europeo, nunca se consideró la potencial tipología occidental de las piezas. 123

-En general la investigación del material cultural fue limitada y se ajustó al interés de obtener información para establecer aspectos básicos de clasificación arqueológica del sitio (magnitud, estructura, correlación con sitios de similar filiación), divulgar temas muy relevantes, como las piezas metálicas del entierro No. 57, y organizar la presentación museográfica de ciertos objetos. -El registro del tratamiento funerario estableció elementos básicos del proceso de entierro, como orientación, posición, conservación de los huesos y material asociado. Esta información se presentó esencialmente en términos descriptivos, correlacionándose, a nivel primario, sólo con caracteres de sexo y edad. Careció de una proyección cronológica si bien Rodríguez Arce había señalado el valor, en este sentido, de la relación con materiales asociados a los europeos como la cerámica hispana y los restos de cerdo. -El estudio de los elementos biológicos se limitó a pocos aspectos aún cuando estableció una caracterización general de ciertos rasgos de la población mortuoria. Al igual que los temas de cultura material se trata de información muy poco divulgada y en algunos casos incompleta, que junto a los datos de registro de la excavación es imprescindible para considerar cualquier estudio del lugar. Los estudios de paleonutrición se desarrollaron a partir de pocas muestras y en los de genética dental no se aprovechó su capacidad para discutir elementos de la composición del cementerio o la relación entre individuos. Ambos no se integraron adecuadamente al resto de la información biológica o a los datos aportados por la investigación arqueozoológica. -El reconocimiento espacial del sitio se limitó a establecer el área general de dispersión de los restos arqueológicos, sin un análisis de la estructura o funciones de sus partes, excepto en el caso del cementerio y espacios cercanos. -El material europeo y los objetos indígenas copiando formas hispanas recibieron poca atención, trabajándose sólo a nivel de catalogación primaria. En general el contacto con los europeos no se consideró significativo, imponiéndose tanto en la perspectiva de Guarch Delmonte como en la de Roxana Pedroso, concepciones que relacionaban de modo mecánico el registro de los objetos con el tipo de interacción. Siguiendo el esquema propuesto por Domínguez (1978), ambos clasificaron el lugar como un “sitio de contacto”, y por tanto como un espacio de vínculo limitado, poco intenso, aún cuando Guarch Delmonte dejó en pie ciertas expectativas sobre la trascendencia del proceso en el cementerio. Esta idea de lugar con un contacto moderado, en alguna medida fue sostenida por Valcárcel Rojas (1997:73, 74) quien detalla el perfil cuantitativo menor de El Chorro de Maíta, en lo referente a cantidad de objetos europeos y objetos modificados o copiando formas europeas, respecto a otros sitios indígenas con este reporte, como El Yayal o Alcalá. Opiniones similares sobre la baja intensidad del contacto, si bien a partir de menos datos, también habían sido presentadas desde mucho antes por Morales Patiño y Pérez de Acevedo (1945) y por Lourdes Domínguez (1978). -A tono con esta perspectiva, donde se minimiza la influencia europea en el sitio y el cementerio, se intentó explicar la formación de este último como producto de procesos culturales indígenas (Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce 2005). Tal esfuerzo adoleció de un análisis adecuado de los materiales y de suficiente soporte cronológico. La investigación del sitio refleja las limitaciones de la arqueología cubana del momento, la posposición de los estudios a partir de intereses museológicos y sobre todo, una visión que prioriza lo indígena y los modos tradicionales de analizar contextos de este tipo, subestimando la variabilidad y complejidad de la experiencia de interacción indígena con los europeos.

124

Capítulo 5. Nuevas investigaciones. Reconocimiento del sitio arqueológico y sus materiales (2006-2009) A fin de valorar los procesos de interacción hispano indígenas en el sitio y disponiendo del cuerpo de datos precedentes y de una visión de las características y alcance de este, se procedió a realizar un estudio de las áreas que rodean el espacio con restos humanos. Tuvo como objetivo principal mejorar el conocimiento de la estructura del sitio, así como la ubicación y análisis de contextos y materiales vinculados al proceso de interacción. El estudio debía ayudar a entender las situaciones de interacción fuera del cementerio y también el posicionamiento y formación del Área de entierros, en relación a otros tipos de espacios y al lugar en general. Se complementó con una investigación de los objetos europeos o asociados a estos, provenientes de las exploraciones y excavaciones realizadas entre 1979 y 1988. Se examinó todo el material excavado entre 1986 y 1988 y hasta ahora no analizado, incluyendo las piezas indígenas. El presente capítulo resume esos trabajos y sus resultados, así como su significativo impacto en la comprensión de la estructura del sitio y del proceso de interacción 5.1 Organización de la investigación Un contexto arqueológico ya investigado, aún de modo limitado como el de El Chorro de Maíta, tiene las ventajas del conocimiento generado por los trabajos precedentes y las limitaciones impuestas por la afectación a los contextos y a los materiales, necesariamente derivadas de estos. Por ello, maximizar el uso de los datos de trabajo inicial y de investigación de los materiales disponibles, es un reto inherente a la ejecución de nuevas intervenciones y estudios. Esta fue una de las premisas en la concepción de las investigaciones del sitio a fin de valorar los procesos de interacción con los europeos. Las excavaciones en el Área de entierros entre 1986 y 1988 fueron varias, muy amplias, y recuperaron gran cantidad de restos humanos y elementos culturales y faunísticos. Dentro de esta área fueron incluidas las unidades 4, 6, 7 y 8, sin datos de reporte de restos humanos; su material cultural y faunístico no fue investigado en aquel momento. De las unidades con entierros, 3 y 5, sólo se estudiaron los materiales de la última. Fuera del Área de entierros se localizaron las unidades 1, 2 y 6 inicial. Sólo los restos arqueológicos de las dos primeras fueron analizados. Por otro lado, evidencias de interés, tampoco investigadas, se hallaban en otras instituciones de investigación y museo. En términos generales esto supone un gran volumen de materiales sin estudiar y un casi completo desconocimiento de las zonas fuera del Área de entierros, lo cual equivale a la mayor parte del sitio. Atendiendo a esto se establecieron dos líneas de acción: 1-Trabajos de campo dirigidos a revisar los límites del sitio, reconocer su estructura y organización estratigráfica y espacial, valorar su uso tanto desde una dimensión cultural como temporal y, particularmente, ubicar evidencias y depósitos relacionados con los procesos de interacción con los europeos. En tanto el Área de entierros aportaba los valores patrimoniales más reconocidos y se asocia a una infraestructura de museo con regulaciones de protección muy rigurosas, se decidió no trabajar dentro del perímetro del museo. Para mejorar la visión de su organización espacial se planificó una prospección geofísica pero esta no pudo ser ejecutada por dificultades logísticas. Por igual razón no pudo desarrollarse en el resto de los contextos. 2-Organización y estudio del material no investigado proveniente de las excavaciones realizadas entre 1986 y 1988, y de otras evidencias del sitio existente en diversas instituciones. Estas labores servirían para establecer una imagen general del sitio y por supuesto, permitirían entender el cementerio -objetivo de un análisis más profundo- desde una perspectiva integradora. Los 125

recursos y el tiempo disponible impedían excavaciones amplias a fin de analizar contextos específicos, por ello se trabajó en un reconocimiento del sitio discutiendo su dimensión y estructura, así como aspectos que permitieran contrastar los límites del Área de entierros. El reconocimiento se centró en los lugares donde no se hallaron inhumaciones. Incluyó labores de prospección y excavaciones formales limitadas, dirigidas a conseguir una imagen general de los espacios del sitio antes de la interacción y durante esta; por tal razón el ordenamiento temporal fue una prioridad y se estableció a partir del análisis de la estratigrafía, siguiendo la cronología aportada por la presencia de los materiales europeos o relacionados de algún modo con estos, y mediante fechados radiocarbónicos. Para referir la posición cronológica de los contextos y materiales se usan en ocasiones los términos pre y poscontacto. Estos remiten al momento de su formación o entrada al sitio a partir de una interacción directa o indirecta con los europeos, en una fecha que no necesariamente coincide, a menos que se especifique, con la llegada de Colón o el inicio de la conquista de Cuba. No implica una relación con la situación de contacto o el período de contacto, en el sentido discutido en el Capítulo 2; se trata de una referencia respecto a la existencia o no, de interacción con los europeos. El reconocimiento enfatizaba en la detección de elementos europeos o asociados a los europeos y de depósitos generados por la situación de vínculo cultural. Esta perspectiva también estuvo considerada en los estudios paleobotánicos y arqueozoológicos y en las peculiaridades de su muestreo. Lamentablemente aún no están disponibles los resultados de la investigación paleobotánica, dirigida por la Dra. Lee A. Newsom, de la Universidad de Penn State, y con la participación del Dr. David Goldstein (Universidad de Carolina del Sur), Lourdes Pérez Iglesias, Nicole Ortmann (estudiante de maestría de la Universidad de Penn State) y Lizette A. Muñoz (Pontificia Universidad Católica del Perú y estudiante doctoral de la Universidad de Pittsburgh). Sólo se presentan detalles de la identificación de carbón vegetal realizada por Newsom, en el caso de las muestras para fechados. A fin de organizar el material no investigado de las excavaciones realizadas entre 1986 y 1988, se ejecutó un inventario del existente en los fondos del DCOA. Se consultó además el inventario del material depositado en los fondos del Museo El Chorro de Maíta, tanto el generado por estas labores como nuevas piezas halladas por los vecinos. Con el objetivo de localizar material del sitio, principalmente europeo, se revisó el inventario del Instituto Cubano de Antropología. Se tuvo acceso a piezas del Museo del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, y del Museo Indocubano Baní. Gracias a la colaboración de A. Brooke Persons se revisaron imágenes de objetos colectados por Rouse en 1941, y depositados en el Museo Peabody, de la Universidad de Yale. A partir de estos inventarios y revisiones se seleccionó el material a estudiar. En el caso de evidencias no ubicadas en los fondos del DCOA, poco abundantes y formadas básicamente por piezas indígenas, sólo se trabajaron las de origen europeo o que pudieran reflejar la interacción con estos. El estudio de los materiales no investigados y de las nuevas evidencias obtenidas durante el trabajo de reconocimiento se concentró en su identificación y, cuando fue posible, en el análisis de su variabilidad. Se exploró a partir de ellos la naturaleza y función de algunos espacios y peculiaridades del proceso de interacción. En tanto se trata de un enfoque básicamente exploratorio, con una limitada capacidad de identificación y valoración de contextos específicos, en el caso de los objetos indígenas se trabajaron categorías clasificatorias generales, a partir del tipo de material y de su potencial uso (utilitario, ritual u ornamental). Los objetos europeos también se distinguieron según su material, intentando lograr el nivel más preciso de identificación tipológica y cronológica. Tanto en las evidencias indígenas como en las europeas se enfatizó en distinguir peculiaridades que pudieran relacionarse con la situación de interacción cultural, particularmente manejos o modificaciones indígenas del material europeo y copia de formas de objetos o elementos de la cultura europea. Dada la amplitud de la muestra de cerámica europea, las peculiaridades de su análisis y la descripción del material localizado en todo el sitio, se recoge en el Apéndice 2. Este incluye además, los datos de cerámicas indígenas no cubanas y cerámicas indígenas o con componente indígena que copian formas europeas. Los resultados conseguidos en los espacios sin entierros se presentan en este capítulo. Los 126

restos humanos fueron investigados nuevamente, discutiéndose la información al respecto en los capítulos 6 y 7, junto al estudio de los materiales hallados en las tumbas. Datos de estas piezas se emplean de modo puntual en el presente capítulo. Los trabajos de campo se iniciaron en el año 2006 y a partir del 2007 incorporaron un grupo de especialistas dirigidos por Vernon James Knight (Universidad de Alabama). Las labores del 2006 se realizaron bajo la dirección de Valcárcel Rojas y entre el 2007 y 2008 fueron dirigidas de manera conjunta por Valcárcel Rojas, Ashley B. Persons y Vernon James Knight. En estos trabajos de campo participaron en distintos momentos, por el Departamento Centro Oriental de Arqueología, Roberto Valcárcel Rojas, Lourdes Pérez Iglesias, Elena Guarch Rodríguez, Juan Guarch Rodríguez, Marcos Labrada, Yamilka Vargas, José A. Cruz y Pedro Cruz. Por la Universidad de Alabama, A. Brooke Persons, Paul D. Noe, Jeremy Davis y Daniel La Du. Por la Universidad de Penn State, Lee A. Newsom y Nicole Ortmann. Por el Museo El Chorro de Maíta, Jorge González, Juan Carlos Osorio, Teresa Zaldivar, Nidia Leyva, Alberto Peña y Yoannis Zaldivar. Valcárcel Rojas desarrolló otro grupo de trabajos de campo en el año 2009 a fin de ajustar los datos topográficos y de registro espacial, y ampliar la exploración de un área del sitio. Los estudios de materiales fueron realizados por Valcárcel Rojas y el personal del DCOA antes mencionado, incluyendo a Mercedes Martínez, Ileana Rodríguez Pisonero, Yanet Fernández Batista y Adisney Campos. La investigación arquezoológica correspondió a Lourdes Pérez Iglesias. Investigaciones específicas, detalladas más adelante, fueron ejecutadas por otros especialistas. Algunos trabajos aún se hallan en proceso, entre ellos un estudio de formas y función de vasijas dirigido por Vernon James Knight. Para el depósito y conservación de las evidencias se contó con la asesoría de John W. O'Hear. En los años 2006, 2007 y 2009 se desarrollaron prospecciones y en el 2008, excavaciones. 5.2 Reconocimiento del sitio Los límites del área de dispersión de material arqueológico considerados en el plano del sitio de 1987 (Guarch Rodríguez 1987a), muestran un espacio cuyo núcleo central es el Área de entierros referida por Guarch Delmonte, expandiéndose a partir de esta unos 40 m al este, alrededor de 60 m al oeste, 10 m al sur y 40 m al norte. Esa área fue calculada en 22000 m² por Guarch Delmonte (1994:7), y será denominada en lo adelante Área arqueológica de 1987 (AA1987); Figura 41. Es difícil comparar sus límites con las referencias aportadas por Rouse (1942), quien sitúa el borde oeste del sitio en un punto próximo al manantial de Chorro de Maíta. Respecto a AA1987 el manantial se halla 270 m al oeste, lo cual indica que Rouse consideró una estructura quizás mayor. Las parcelas con montículos mencionadas por este arqueólogo (parcelas de los Vázquez y de Cordovés) coinciden, según Reinel Riverón Vázquez, hijo de una de las propietarias recogidas en el reporte de 1941, con la mitad suroeste y la parte centro norte de AA1987. Entrevistas con los vecinos del lugar aportaron datos de hallazgos dentro y fuera de AA1987 lo cual indicaba, junto a los criterios de Rouse, que el sitio podía ser mayor. Incluso se informó la extracción de un esqueleto en posición flexada en un abrigo rocoso a 40 m del borde noroeste de AA1987. Partiendo de estos datos se proyectó un estudio que tomaba como centro a AA1987 para valorar nuevos espacios en todas las direcciones posibles, incluyendo la zona del manantial. Se trata de un área de 81588 m² (Figura 38). La metodología consideró una revisión de creciente intensidad de intervención para definir los límites del área de dispersión de material arqueológico y valorar aspectos de la estructura y estratigrafía del sitio. Esta se organizó en cuatro etapas: -prospección superficial general. -prospección excavatoria con calas a 15m de distancia. -prospección excavatoria con calas a 5m de distancia. -excavación de un área específica.

127

Figura 38. Área general explorada. El Chorro de Maíta. Manantial en el extremo oeste. Reportes de las distintas labores han sido presentados por Valcárcel Rojas (2006), Valcárcel Rojas, Persons, Knight y Pérez Iglesias (2007) y Persons et al. (2007). La prospección superficial se extendió al espacio de la Aldea indígena (instalación turística) incluido dentro de AA1987, pero este no se revisó usando excavaciones. De manera paralela se ejecutó un levantamiento topográfico de toda el área prospectada. La información topográfica y de las distintas etapas de trabajo fue integrada sobre el Sistema de Información Geográfica (SIG) Mapinfo Professional 6.5 (Mapinfo Corporation 19852001). Para localizar las antiguas excavaciones en el terreno se usó como referencia al entierro No. 96, con una ubicación espacial conocida. Sus coordenadas permitieron reconstruir con exactitud la posición de la Unidad 3 y a partir del contraste de esta con los datos del plano de Juan Guarch Rodríguez (1987a), identificar la ubicación de las demás unidades (1, 2, 4, 5, 6, 6 inicial, 7 y 8). 5.2.1 Prospección superficial Se desarrolló en los espacios accesibles, en dependencia de su topografía y uso, para un total de 24 áreas de búsqueda que cubrieron 34359 m² (42 por ciento del total del espacio en estudio); Figura 39. Se localizaron áreas de gran densidad de material alrededor del cementerio, principalmente al sur y norte. Estas dos zonas se corresponden con las antiguas parcelas de Vázquez y Cordovés y en lo adelante serán referidas como Campo Moisés y Campo Riverón, considerando los nombres de sus propietarios actuales y su uso agrícola. Cierta cantidad de evidencias se encontró al este de AA1987 y piezas aisladas al oeste, principalmente cerca del manantial. Se ubicaron evidencias faunísticas, cerámica indígena y artefactos en piedra tallada y en volumen, concha y coral, así como cerámica europea y un fragmento de la cerámica conocida como México Pintado de Rojo (Tabla 8 y Tabla 9). En la cerámica europea destacan fragmentos de Jarras de Aceite en su tipo temprano, una base de escudilla de posible Mayólica Santo Domingo Azul sobre Blanco, y parte del fondo de un gran recipiente o quizás un mortero, en cerámica ordinaria con vidriado plúmbeo. La cerámica indígena (675 fragmentos) resultó la evidencia más común aunque considera una cantidad reducida de asas o restos con decoraciones y fragmentos de burén. La piedra tallada usó 128

material silíceo diverso, con cierta abundancia de cuarzo; muestra principalmente lascas y restos de taller. En Campo Moisés y Campo Riverón se hallaron núcleos usados y en preparación, así como lascas retocadas y abundantes restos líticos que indican elaboración y descarte de artefactos en esas áreas. Cerca del manantial se obtuvo una gubia y un fragmento de gubia, algunos guijarros utilizados y restos de taller en material silíceo. El reporte de sólo un fragmento de cerámica y de abundantes valvas del pelecípodo marino Lucina pectinata, estas últimas poco comunes en el resto del área explorada, otorgan un carácter diferencial a esa zona (Valcárcel Rojas, Persons, Knight y Pérez Iglesias 2007).

Figura 39. Áreas de prospección superficial y reporte de de cerámica europea. El Chorro de Maíta. Como resultado principal de la exploración aparece un gran espacio con reportes frecuentes de material arqueológico, propio de comunidades agricultoras, en su mitad este. Hacia el oeste se hallan piezas aisladas y una pequeña agrupación de evidencias en el valle del manantial. Aunque las gubias se obtienen ocasionalmente en sitios agricultores, su reporte junto a martillos y otros artefactos de piedra en esta última área, deja abierta la posibilidad de que se trate de un sitio arqueológico arcaico. La cerámica europea sólo aparece en la mitad este del área explorada concentrándose de modo evidente en Campo Moisés. Allí se hallaron 51 fragmentos de un total de 62 para un 82.2 por ciento (Tabla 9). 5.2.2 Prospección excavatoria. Calas a 15 m de distancia Además de los objetivos iniciales esta prospección debía ayudar a valorar hasta que punto la zona entre la mitad este del área explorada superficialmente y su extremo oeste, carecía de material arqueológico, así como definir la función y filiación cultural de la posible zona de arcaicos. Además de la aldea turística y el museo se excluyeron de los trabajos las zonas aledañas a las unidades de excavación 1 y 2, y a las calas de prospección ejecutadas en el año 2003.

129

Figura 40. Prospección con calas a 15 y 5m de distancia entre sí. Ubicación de la Unidad 9. Nueva área de dispersión de material arqueológico. El Chorro de Maíta. Para organizar la ubicación de las calas se trazó un sistema de retículas de 15 x 15 m con orientación norte-sur, que cubría todo el espacio de trabajo y permitía el ordenamiento espacial de la información. Este tiene un punto base en el extremo este del área en estudio. Las calas excavatorias se situaron en los vértices de los cuadros de 15 por 15 m aunque por dificultades topográficas y de uso actual del espacio, muchas veces esto no fue posible (Figura 40). Se excavaron calas de 0.40 m de diámetro. Según Guarch Rodríguez (comunicación personal 2005) en las calas excavatorias y trabajos realizados entre 1985 y 1988 se observó que, excepto en las tumbas, los demás espacios del sitio concentraban el material arqueológico en una capa dispuesta sobre el suelo caliche. Por tal razón se excavó intentando llegar hasta este suelo; cuando se hallaba superficialmente la excavación continuaba al menos hasta 0.20 m bajo la superficie. En caso de ubicar material arqueológico se profundizaba mientras fuera posible. El sedimento fue cernido usando una malla metálica con cuadros de 5 mm. Con la información arqueológica, detalles de estratigrafía, intrusión moderna y tipo de suelo se completó un modelo, posteriormente descargado en el SIG del sitio. Todas las evidencias se colectaron en bolsas debidamente identificadas y se conservan en los fondos del DCOA. Siguiendo estos parámetros de trabajo se excavaron 208 calas de las cuales 86 resultaron positivas (Figura 40). La ubicación de las calas con materiales se ajusta a la información conocida a partir de la exploración superficial, en cuanto a una gran zona de concentración de evidencias en la mitad este, y a una concentración de menor importancia en el extremo oeste, cerca del manantial. Entre ambas concentraciones sólo se obtiene un fragmento de concha marina. A partir del contorno aportado por las calas positivas se establecieron dos zonas de distribución de material arqueológico cuyas dimensiones son las siguientes: Área este: 34 448 m² (ver Figura 40 y Figura 41) 130

Área oeste (cerca del manantial): 2 262 m² Las calas a 15 m de distancia localizan espacios no considerados en las investigaciones anteriores, particularmente al este de AA1987. El área del sitio se expande al este, norte y sur, y contrae ligeramente al oeste, respecto a AA1987, redefiniendo sus límites y alcanzando un tamaño mucho mayor. Queda claro que este espacio es independiente de la concentración de evidencias en el extremo oeste, cerca del manantial, y constituye la zona de dispersión de material arqueológico de El Chorro de Maíta (Figura 41).

Figura 41. Nueva área de dispersión de material arqueológico (2007). Obsérvese la diferencia respecto a la reconocida en 1987. El Chorro de Maíta. Las evidencias más comunes en el área este fueron los restos de fauna marina y terrestre, seguidos por la cerámica indígena. En la primera son muy importantes las valvas de Isognomun alatus, Crassostrea ryzophora, y Codakia orbicularis, así como las conchas de Nerita peloronta, Nerita versicolor y Cittarium pica. Se reportan también vértebras de peces y algunas otras especies de moluscos y gasterópodos. La fauna terrestre es mucho más frecuente, en especial la Zachrysia sp. y Polymita muscarum (Valcárcel Rojas, Persons, Knight y Pérez Iglesias 2007). En la parte oeste se reitera el reporte de Lucina pectinata y sólo se obtienen dos fragmentos de cerámica sin embargo, se hace mayor el reporte de piedra tallada y aparece coral. Respecto a los hallazgos de superficie el nuevo material resulta poco variado y no muy abundante (Tabla 8). Sólo la cerámica muestra un reporte estable, con frecuencias relativamente altas en los puntos de mayor riqueza de evidencias, según la exploración superficial. Además de Campo Moisés y Campo Riverón, se destaca un área de cultivos en el extremo este, fuera de AA1987. Es propiedad de la familia Torres-Guerra y en lo adelante será llamada Campo Torres. Aquí la cerámica indígena es más frecuente de lo que se podría esperar, considerando los hallazgos de superficie, y supera las cantidades de Campo Moisés y Campo Riverón.

131

Tabla 8. Material indígena obtenido en prospecciones. El Chorro de Maíta. Tipo de evidencia Vasijas de cerámica Tiestos Bordes Decoración incisa Asas Subtotal Burenes Tiestos de burén Bordes de burén Subtotal Piedra tallada Núcleo Lasca Lasca con retoque o usada Resto de taller Subtotal Artefactos de piedra Pulidor Percutor Peso de red M ajadero Cuenta Subtotal Artefactos de concha Gubia M artillo en labio Raspador en bivalvo Pico de mano Resto de taller Pendiente de Oliva reticularis Cuenta de Oliva reticularis Disco Subtotal Artefactos de coral Lima Coral con huella de desgaste Coral no trabajado Subtotal Total general

Búsqueda superficial

% Subtotal

Cala a 15 m

% Subtotal

T1

591 75 1 8 675

87.5 11.1 0.14 1.2

299 21

93.1 6.5

1 321

0.3

882 96 1 9 988

418 17 1 8 444

94.1 3.8 0.2 1.8

1300 113 2 17 1432

7 4 11

63.6 36.4

1

100.0

8 4 12

2

100.0

10 4 14

7 15 6 17 45

15.5 33.3 13.3 37.8

2 8 1 1

16.7 66.7 8.3 8.3

1 1 6 1 17 25

2 3 10 2 14 1

6.1 9.1 30.3 6.1 42.4 3.0

1 33

3.0

1 1 11 13 789

7.7 7.7 84.6

6 17 6 12 41

2

3

75.0

1 4

25.0

T2

6 20 6 13 45

1 6

1 1

12

4.0 24.0 4.0 68.0

Cala a 5 % Subtotal m

100.0

1 8

13

3 9 2 18 1 1 1 35

7 7 368

1 1 15 17 1101

12

92.3

1

7.7

100.0

1 6

3 3

100.0

5

83.3

1

16.7

6

1 1 460

100.0

4 11

3 14 2 19 1 1 1 41 1 1 16 18 1561

Notas: T1, total de material solo en áreas del sitio T2, total de material de las distintas prospecciones solo en el área del sitio La cerámica europea es escasa, sólo un fragmento en cada uno de los tres campos antes mencionados: parte de una escudilla de Mayólica Columbia Simple y fragmentos de Jarra de Aceite no vidriada y de Melado (Tabla 9). En el lado este de la zona general de estudio, el material arqueológico aparece principalmente en los primeros 0.25 m de depósito, observándose un fuerte nivel 132

de remoción de los contextos y de presencia de elementos modernos. Se relaciona con una capa de suelo calizo, de gránulos finos y sueltos, ligeramente arcilloso y mezclado con material vegetal. Entre los objetos hallados se destaca una pieza de metal que para algunos especialistas (Roger Arrazcaeta, comunicación personal 2008) recuerda parte del mecanismo de un arma de fuego antigua; esto no ha podido ser esclarecido. Se ubicó en el extremo sureste de AA1987. Tabla 9.Cerámica europea e indígena no antillana obtenida en prospecciones. El Chorro de Maíta. Superficie C. M oisés

Superficie C. Riverón

Superficie C. Torres

Superficie otras áreas

Superficie Total

1

1 5

Calas Calas Total 15x15 m 5x5 m

M ayólica M ayólica Columbia Simple

1 4

M ayólica Santo Domingo Azul sobre Blanco

1

1

1

M ayólica Isabela Policromo

1

1

1

M ayólica Caparra azul Jarra de Aceite no vidriada Jarra de Aceite vidriada Bizcocho M elado Lebrillo verde Cerámica ordinaria sin vidriar Cerámica ordinaria con vidriado plúmbeo Total cerámica europea M éxico Pintado de Rojo

18 20

3

2

1

1

1

11

31

5

31

2 1

1

1 1 2 2

5

1

6

19

84

1

19

1

26

1

1 6

1

1 1

1 1

1

4

1

51

4

1

4

3

62 1

3

1

5.2.3 Prospección excavatoria. Calas a 5 m de distancia Con la misma metodología a la usada en las calas ubicadas a 15 m se realizaron las calas situadas a 5 m. Se escogió para ello el Campo Moisés en tanto resultaba el de mayor reporte de materiales. Las calas a 5 m de distancia se intercalaron entre los cuadros de 15 x 15 m, distribuidas en un espacio de 250 m² (Figura 40). Se excavaron 21 calas, todas positivas. La fauna colectada se mantuvo en el mismo perfil de las calas situadas a 15 m. El elemento más notable lo ofrece la cerámica indígena, al registrar mayor cantidad de tiestos, asas y bordes que todas las calas a 15 m del sitio (Tabla 8). Igual situación se da en el caso de la cerámica europea, con 19 fragmentos aunque de pocos tipos, entre ellos Mayólica Caparra Azul (Tabla 9). Se localizó además una hebilla plana, sin decoración, elaborada en un metal no identificado similar al latón. De poco grosor y tamaño, pudiera ser una pieza antigua aunque no ha podido fijarse su cronología. La prospección no sólo refleja el alto potencial arqueológico de esa zona, sino también el alcance limitado de las calas a 15 m para aportar una imagen adecuada de los espacios. Aún asi no niega su efectividad en el establecimiento de las zonas de dispersión. En todas las calas la capa inicial aparece alterada y se halla material actual. En algunas este material, principalmente vidrio y loza, se encuentra incluso a 0.40 y 0.60 m de profundidad. En varias calas se hallaron concentraciones de carbón, ceniza 133

y fauna. Se localizó una de estas concentraciones en la Cala 2, junto a elementos óseos posteriormente identificados como cerdo (Sus scrofa). Otra se localizó en la Cala 20, e incluía un fragmento de burén con restos de material carbonizado. En tanto parecía un contexto poco alterado, se seleccionó para ubicar una unidad de excavación, la No. 9. 5.2.4 Unidad excavatoria No. 9 (3 x 2 m) Se le asigna este número para seguir el orden de las excavaciones realizadas entre 1986 y 1988. Mide 3 x 2 m y se ubica 38 m al noroeste de la Unidad 3 (cementerio). Se organizó en seis escaques de 1m²; la profundidad se controló usando un teodolito auto reductor y la posición de los objetos fue registrada con una estación total. La tierra fue cernida 10 m al norte usando una malla metálica de cuadros de 5 mm. Se excavó en niveles arbitrarios de 0.10 m de grosor mediante raspado con palas pequeñas, manteniendo el registro de las capas naturales y antrópicas, y de las agrupaciones o elementos de interés (features). Se documentó el trabajo usando un modelo diseñado para el caso, y mediante fotografía digital. Se tomaron, cuando se consideró conveniente, muestras de suelo y materiales para fechados. Los elementos o concentraciones (features) se excavaron y registraron de modo independiente Inicia con el suelo calizo arcilloso de color 10 YR 5/4 (Color 2000), dominante en muchas partes del sitio. Al plantearse la excavación en un campo de cultivo la capa inicial aparece removida y con abundante material arqueológico en superficie. Tiene entre 0.18 y 0.20 m de grueso y no muestra una distribución particular de las evidencias arqueológicas, formadas por restos de cerámica indígena y europea, conchas de moluscos terrestres y en menor medida, marinos. Al iniciarse el segundo nivel artificial (0.12-0.22 m) los restos de fauna, ahora relacionados con ceniza y carbón, se hacen más notables en todo el espacio y de manera especial, en los escaques 1, 2, 3 y 6. Casi al finalizar este nivel comienza a aparecer una nueva capa (No. 2), entre 0.18 y 0.20 m de profundidad. Está formada por suelo arcilloso de color rojizo-amarillento (color 7.5 YR 4/4), relativamente compacto, con pequeños terrones de apariencia calichosa. Dentro e inmediatamente sobre ella, se localizan restos de fauna que en algunos casos parecen haber estado expuestos al fuego. Como núcleo de este contexto se distingue una concentración de carbón cuya distribución laminar pudiera deberse a la combustión de ramas y fragmentos alargados de madera (Figura 42); se asocia a partes de burén. En la capa 2 se localizaron fragmentos de una vasija que contenía huesos articulados de Capromys sp., y una gran concentración de restos de pescado cercanos a una vasija navicular casi completa. En el escaque 1 y 3 la excavación se continuó reportándose, en el nivel 0.32 – 0.42 m, la aparición de una nueva capa (No. 3) de suelo oscuro (7.5 YR 3/2) y compacto, sin los pequeños gránulos de la capa anterior. En capa 3 el material es extremadamente escaso y se limita a restos de fauna, principalmente terrestre. En el nivel 0.42-0.52 m deja de aparecer material. En el inicio del nivel 0.52-0.62 m aparece una capa de caliche estéril (7.5 YR 5/4), que continua aún a 0.92 m de profundidad, cuando se detiene la excavación. El aspecto más significativo fue la ubicación de la concentración de ceniza y carbón mezclada con restos de fauna en el inicio de la capa 2, registrada como elemento 1 (Feature 1). Hacia el este, bordeando el carbón y la ceniza, aparecen restos de fauna y fragmentos de vasijas de distintos tipos (Figura 42). Esta parte se halla algo más profunda e indica una ligera inclinación de la capa en esa dirección. Se trata de una zona de fogón donde se abandonan vasijas conteniendo restos de animales. La mayor parte de los fragmentos de burén pertenecen a una sola pieza de 1.8 cm de grueso y de 38 a 40 cm de diámetro. Su presencia y la de las vasijas, junto a los restos de alimentos y a una misma profundidad, indica un nivel de suelo y quizás un piso. La capa 1 está alterada y muestra intrusiones de material actual. Esto ocurre también en algunos puntos de la capa 2 sin embargo, la concentración de material faunístico, carbón y ceniza, es muy coherente y no parece alterada.

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Figura 42. Unidad 9. Concentración de restos de fauna y parte de vasija de cerámica asociados a fogón. El Chorro de Maíta. a. Estudio del material de la Unidad 9 Se obtuvo una colección formada por cuatro fragmentos con decoración incisa, tres con decoración aplicada, cinco asas y 553 fragmentos de vasijas no decorados (Tabla 10 y Tabla 12). Estos materiales muestran pastas de textura compacta, con temperante fino (menor a 1 mm) formado por gránulos de arena o roca triturada y posiblemente concha molida. Se levantaron mediante acordelado, consiguiendo paredes de grosor diverso que no sobrepasan los 7 mm para el caso de los cuerpos, y 9 mm para los fondos. Las superficies exteriores son mayormente lisas pero ásperas al tacto, con ocasionales irregularidades por defectos en el alisado y frecuentes huellas de exposición al fuego; en un caso hay engobe rojo. Predomina el color pardo oscuro aunque aparecen tiestos de color pardo claro y pardo rojizo. Las superficies interiores tienen un tratamiento similar aunque los colores rojizos son dominantes. Los bordes son casi siempre de orientación recta, con topes generalmente redondeados. Aparece un reborde interno decorado con punteados. Los restos en su mayoría provienen de vasijas angulares según la clasificación de vasijas arqueológicas de Agüero Hernández y Valcárcel Rojas (1994). Se colectó un recipiente navicular y un plato. El reducido tamaño de los fragmentos impide valorar las formas de vasijas predominantes y su tamaño; sólo se trabajó la reconstrucción ideal de una vasija angular de 10 cm de diámetro, un plato de 22 cm y un recipiente navicular de 20 cm de largo. Estilísticamente la cerámica es similar a la del Área Arqueológica de Banes (Valcárcel Rojas 2002:44-57); muestra rasgos meillacoides y el reporte decorativo es pobre en número y calidad estética. La cerámica europea resultó muy poco variada y concentrada en la capa inicial (niveles 0.00-0.12 m, 0.12-0.22 m), sin contacto con la capa 2 (Tabla 11). Los artefactos no cerámicos son poco abundantes, tratándose básicamente de lascas y restos de taller sobre material silíceo y raspadores en valvas de Codakia orbicularis (Tabla 12). Resulta notable el hallazgo de dos pendientes de concha; uno en Oliva reticularis y otro, relacionado con la capa de carbón y restos faunísticos, en Pinctada sp. Pérez Iglesias (2007) identificó un amplio grupo de especies: moluscos marinos, gasterópodos terrestres, crustáceos, un quelonio fluvial, tres especies de jutias y varias de peces. El número total de 135

individuos (NMI) alcanzó la cifra de 5426 y se concentró al final de la capa 1, en la capa 2 e inicio de la capa 3. En el escaque 1, donde se alcanzó una profundidad de 0.92 m, se observan, a partir de 0.42 m, sólo remantes naturales del bosque como Polymita muscarum, Zachrysia sp., Cerion sp. y Caracolus sagemon. El mayor aporte de biomasa animal lo aportan los peces marinos seguidos por los mamíferos terrestres, con Capromys pilorides como la especie más frecuente (Tabla 24). La recolección de moluscos marinos y, particularmente, terrestres, se dio en todas las capas. La capa 3 reporta la mayor cantidad de mamíferos terrestres; estos son menos frecuentes en la 1 y la 2, donde el mayor aporte de biomasa viene de los peces. La Unidad 9 refuerza la visión de la estructura de los contextos referida por los cortes a 15 m y a 5 m. Se caracteriza por la alta remoción de los primeros 0.10 ó 0.20 m de suelo, donde se halla cerámica europea y abundante material actual. También prueba la existencia de espacios no alterados, incluyendo una zona de fogón con posible continuación al oeste de la Unidad 9. La coincidencia de ceniza, carbón, restos de fauna y vasijas, así como la reiteración de determinadas especies, indica una situación de preparación y quizás consumo de alimentos en ese lugar. Esta capa de restos no es muy densa, casi no aparecen artefactos y la cantidad de vasijas es reducida, hallándose un sólo burén. Esto sugiere que quizás muchos de los restos, entre ellos el burén, pudieran estar relacionados con un mismo evento. 5.2.5 Peculiaridades topográficas y uso del espacio El área de estudio es muy irregular en su extremo oeste, con suelos poco gruesos y numerosos testigos kársticos. En esa parte está muy cerca del inicio de la ladera del cerro. Desciende hacia el este y el sur y comienza a ampliarse y a disminuir la intensidad de la pendiente en el borde oeste del sitio arqueológico. A partir de aquí conforma una especie de cresta limitada al sur por el arroyo que nace en el manantial de Chorro de Maíta, y al norte por cauces de escurrimiento situados a unos 150 m del camino (Figura 43). La estructura de cresta restringe el espacio disponible que además es cortado al centro por el cauce de escurrimiento sobre el cual corre el camino principal. No se ha estudiado la antigüedad de este accidente, pero sí fue contemporáneo con la habitación indígena debió ser, como hoy, un elemento clave de organización del espacio al dividir la zona en dos partes. De cualquier modo, aquí están las áreas más regulares y amplias, aspecto probablemente considerado al establecer la ocupación indígena. Al momento de la exploración sobre el sitio se localizaron 13 casas y numerosas construcciones menores, así como corrales para aves, cerdos y ganado mayor. Eran visibles huellas de varias construcciones anteriores. La cantidad de casas aumenta hacia la parte oeste del área de exploración, donde sólo hay una pequeña zona de cultivos dada su topografía (Figura 44). Una amplia red de senderos comunica las casas entre sí y con el camino principal. Estos corren paralelos a las cercas que dividen las propiedades. Según Juan Guarch Rodríguez (comunicación personal 2006) la cantidad de casas sobre la nueva área del sitio es aproximadamente igual a la observada entre 1986 y 1988, aunque muchas se han reconstruido usando otros materiales y algunas se han ampliado o desplazado. La mayor parte del sitio está formado por campos agrícolas y aparentemente es similar al panorama observado por Rouse aunque con una disminución del tamaño de los campos por el aumento de las construcciones y la división de las propiedades. El uso del arado altera entre 0.20 y 0.30 m de depósito inicial. Estas circunstancias suponen una fuerte y permanente afectación a los contextos en zonas de explotación agrícola. La inclinación del terreno genera procesos erosivos, muy marcados a los lados de los senderos y el camino, removiéndose material arqueológico (Figura 44). Dada la amplitud de los campos la exploración tuvo acceso a gran parte del espacio arqueológico y permitió una evaluación adecuada de sus límites y estructura general.

136

Figura 43. Topografía del sitio, disposición de las casas actuales y uso del espacio. El Chorro de Maíta.

Figura 44. Detalles del relieve en El Chorro de Maíta. Izquierda, procesos erosivos y de escurrimiento en la parte oeste del sitio debido a manantial en funcionamiento. Derecha, ascenso hacia la parte centro oeste del sitio. 5.2.6 Resultados de las prospecciones Los trabajos de exploración redefinen el contorno del sitio al precisar su límite oeste y ubicar nuevas zonas con material arqueológico, para un área total de 34448 m² (Figura 40 y Figura 41). Aportan evidencias sobre un posible sitio arcaico 140 m al oeste del sitio arqueológico El Chorro de Maíta, aunque sin ampliar su estudio es imposible descartar que el contexto sólo sea resultado de un manejo diferenciado del lugar por los mismos habitantes de El Chorro de Maíta. No está clara la filiación cultural del esqueleto hallado al oeste de AA1987; su presencia pudiera ser indicio del 137

empleo, por la comunidad de El Chorro de Maíta, de las estructuras kársticas dentro de actividades funerarias y ceremoniales, tal y como ocurre en muchas partes de la Isla. Dentro de los nuevos límites del sitio se recuperaron 1561 evidencias indígenas, 84 restos de cerámica europea y 1 fragmento de cerámica México Pintado de Rojo, para un total de 1646 piezas, sin considerar el material de la Unidad 9. El hallazgo, dentro de los nuevos límites del sitio, de numerosos restos de fauna vinculados a fragmentos de cerámica y artefactos utilitarios, refiere la existencia de varios puntos de acumulación de residuos (basureros) alrededor del Área de entierros. Las evidencias también indican acciones de fabricación de artefactos en el lugar y la presencia de una zona de elaboración de alimentos en campo Moisés. Tales aspectos se corresponden con la estructuración arqueológica usual de sitios indígenas. El repetido hallazgo de cerámica europea da una nueva dimensión al elemento de interacción, tipológica, cuantitativa y espacialmente mucho más potente que en los datos disponibles al inicio de los trabajos. Los tipos de cerámica europea (Tabla 9, Apéndice 2) aportan una cronología de fines del siglo XV y primera mitad del siglo XVI, aunque una pieza de México Pintado de Rojo -material mexicano de carácter colonial- y otra de Mayólica Santo Domingo Azul sobre Blanco, obtenidas en la superficie de Campo Moisés, introducen la posibilidad de extender este rango. La primera se refiere para 1550 - 1750 (Deagan 1987:28) y la segunda entre 1550 - 1630 (Deagan 1987:28. Dominan los restos de Jarras de Aceite, la Mayólica Columbia Simple y la Cerámica ordinaria con vidriado plúmbeo, a partir de restos de vasijas para contención y traslado de sustancias y, en menor medida, consumo. Por la abundancia de cerámica europea Campo Moisés aparece como un lugar muy significativo dentro de la situación de interacción. Pese al fuerte nivel de alteración del sitio y en especial de sus capas iniciales, el trabajo en Campo Moisés prueba la existencia de estratos conservados. Permite percibir al menos tres estratos antrópicos: el superficial, muy alterado y con mezcla de restos indígenas, europeos, y materiales modernos; bajo este, otros dos, superpuestos y no perturbados, con elementos sólo indígenas. La visión de las prospecciones y la Unidad 9 indican que el montículo del lote de Vázquez, mencionado por Rouse, podría estar muy próximo al Área de entierros, quizás en el espacio de la Unidad 6, y los dos montículos del lote de Cordovés se hallarían al norte, al otro lado del camino, en Campo Moisés o en relación con las unidades 1 y 2. 5.3 Excavaciones y prospección (2008-2009) Los trabajos tenían como objetivo ampliar el reconocimiento de los campos Riverón y Torres, así como evaluar la conformación del depósito hallado en Campo Moisés y su relación con los espacios inmediatos y potenciales estructuras constructivas y residenciales. En Campo Riverón las excavaciones debían reconocer el Área de entierros y su relación con zonas domésticas, atendiendo al caso de Unidad 5. En Campo Torres se buscó entender el manejo de partes alejadas del cementerio, con una topografía inadecuada para estructuras constructivas pero posiblemente útil para labores agrícolas (Figura 45). Durante los trabajos se incorporó la colecta de sedimentos para estudios paleobotánicos a fin de caracterizar aspectos del entorno vegetal, valorar manejos agrícolas y localizar especies introducidas por los europeos. En relación con este último aspecto y considerando las experiencias en En Bas Saline sobre animales europeos de pequeño tamaño o difíciles de percibir mediante las técnicas de muestreo y estudio tradicionales (Deagan 2004:603), en zonas con concentración de restos de fauna parte del sedimento se revisó usando mallas con cuadros de 3 mm. Se prestó especial atención además, a la detección y ubicación de restos de cerdo, tanto en excavación como en los trabajos de laboratorio. Las excavaciones fueron organizadas en unidades conformadas por escaques de 1 m². Se continuó la numeración iniciada en la campaña del 2007 por ello las unidades se inician en el No. 10. La Unidad 9 fue expandida con tres cortes de 1 m² situados inmediatamente al oeste, registrándose la nueva área como Unidad 9A. Cuando se mencionen ambas unidades se dirá Unidad 9 general. La metodología de excavación y registro fue igual a la usada en el 2007. En los niveles de inicio en 138

ocasiones debió excavarse más de 0.10 m para lograr cierta nivelación del terreno; en algunos elementos destacados (features) se precisó de un registro más detallado, por lo que se excavaron niveles arbitrarios de 0.05 m de grosor. La tierra fue cernida 10 m al norte de la Unidad No. 9 y 6 m al suroeste de la Unidad No.10. Se utilizó una malla metálica de cuadros de 5 mm y cuando se sospechó la presencia de material de tamaño reducido se usaron mallas de cuadros de 3 y de 4 mm. Reportes de estas labores se presentan en Knight et al. (2008) y en Valcárcel Rojas et al. (2008).

Figura 45. Nuevas excavaciones en los distintos campos. El Chorro de Maíta. 5.3.1 Campo Moisés Se excavaron 5 unidades más la ampliación de la Unidad 9 (Figura 46). Se distribuyen escalonadamente alrededor y al sur de la Unidad 9 general, a una distancia de no más de 2 m entre sí. La Unidad 9 A replica al oeste la estructura estratigráfica y de materiales de la Unidad 9, si bien la concentración de restos asociados al fogón (elemento 5) no conforma una lentícula continúa. No se trata de una extensión del área central del fogón localizado en la Unidad 9, sino de una zona de borde o de acumulación de restos de material quemado, los cuales aparentemente son desplazados para mantener libre y permitir el funcionamiento de la parte central del fogón. Esta visión se sostiene también en el hecho de que los fragmentos de cerámica son mucho menores que los vistos en torno al núcleo del fogón, igual pasa con las partes de burén, y que ya no se localizan vasijas relativamente completas. Esto refuerza la visión de una zona de cocción y manejo de alimentos, poco densa y amplia. Las unidades 11 y 12 se situaron un metro al este y al sur, respectivamente, de la Unidad 9. Ambas con 4 m² (2 x 2 m). Los estratos de la Unidad 12 son similares a los de la Unidad 9 general, y aunque el fogón situado en esta no continúa hacia la Unidad 12, en ella, en el estrato 2, hay concentraciones de material faunístico, partes grandes de vasijas indígenas, carbón y cenizas, que sugieren acciones de cocción en el lugar (Figura 47 y Figura 48). La Unidad 11 tiene una estratigrafía diferente. La capa 1, de entre 0.12 y 0.20 m de grueso, es seguida por capas mezcladas o que contactan, de distinta coloración y suelo; incluso en su mitad sur le continúa una capa de caliche. Cerca de la pared oeste se halló, en lo que parece ser una extensión del estrato 2 de Unidad 9, a unos 0.30 m de profundidad, una

139

acumulación de carbón y restos de fauna de unos 0.03 m de grosor que pudiera provenir del borde del fogón de esa Unidad. En la Unidad 11, a diferencia de 12 y 9 general, casi todo el material esta en capa 1. Las unidades 17 y 13, de 1 x 2 m, orientadas norte-sur, siguen el patrón de la Unidad 11 aunque sus estratos, a excepción del inicial, son diferentes. En la Unidad 17 se hallan restos de cerámica aislados en el estrato 3; en Unidad 13, el estrato 2 se destaca por su estructura mezclada y presencia de lentículas de caliche. La Unidad 10 muestra un panorama completamente diferente. Su capa 1 tiene similar consistencia y composición que en las otras unidades pero es algo más gruesa, alcanzando incluso los 0.30 m. Las dos primeras capas ofrecen mucho material, hallándose también en las dos capas restantes hasta 0.60 ó 0.70 m de profundidad. Esta unidad es la más alejada de la Unidad 9 general y dista 25 m de la Unidad 3. La Unidad 10 está formada por 4 escaques de 1 m², dispuestos de manera alterna en dirección este oeste. En el estrato 2 se hacen más abundantes las evidencias y los restos de fauna, algunos de los cuales parecen haber estado expuestos al fuego (Figura 49). Los fragmentos de cerámica tienden a ser de mayor tamaño en tanto es un estrato no alterado por la acción del arado. No se observa una relación significativa entre los materiales. Los restos de vasijas y burenes se acumulan y superponen como si hubiesen sido desechados o abandonados una vez rotos los objetos (Figura 49). En el estrato 3 aparecen grandes rocas y restos de fauna, carbón y ceniza. Capa 4 es pobre en evidencias y reporta carbón y conchas de bosque sin embargo, aparece un fragmento de hueso humano: parte del extremo proximal del radio de un individuo juvenil.

Figura 46. Excavaciones en Campo Moisés. El Chorro de Maíta. Cuadros de la retícula de 15 m de lado. 140

En el año 2009 Valcárcel Rojas excavó una cala exploratoria de 1 x 0.80 m al oeste de la Unidad 10; se registró como Cala 19 y se ubicó a 5m de Unidad 10. Pretendía verificar el contexto donde se habían hallado restos de cerdo durante la excavación de la Cala exploratoria No. 2, perteneciente al grupo de calas situadas a 5 m. El estrato 1 es el mismo de las unidades situadas en este campo, aunque su consistencia es más suelta pues es un punto donde se acumulan sedimentos debido a una tubería hidráulica que contiene el escurrimiento en dirección oeste-este. A unos 0.20 m de profundidad hay un cambio hacia un suelo más oscuro, con pequeñas piedras, el cual aparece durante el resto de la excavación, hasta unos 0.50 m de profundidad. Deja de mostrar indicios de alteración a unos 0.30 m de profundidad. El corte se detuvo sin llegar a los estratos estériles. El elemento notorio es la presencia de cerámica europea y abundantes huesos de cerdo, mezclados con cerámica indígena, hasta 0.40 m de profundidad (Figura 50). Esto define un área no alterada con material europeo y establece que su mezcla con las piezas indígenas no se debe sólo a los procesos de alteración moderna, sino que existe una capa verdaderamente generada por la situación de interacción. Por otro lado, la presencia de restos de cerdo es mucho más importante que lo indicado por las unidades restantes. La acumulación de sedimentos y el pequeño tamaño de la excavación impiden determinar si los estratos de esta cala, aparentemente sobredimensionados por la deposición superficial, se corresponden con el estrato 1 del resto del espacio de Campo Moisés, o si es un conjunto diferente, generado por depósitos situados al oeste, no percibidos durante las prospecciones.

Figura 47. Estratigrafía de la cara oeste de la Unidad 12. El Chorro de Maíta.

Figura 48. Unidad 12. Concentraciones de restos de fauna a la derecha. El Chorro de Maíta. 141

La Capa 1 en Campo Moisés resulta común a todas las unidades en cuanto a tipo de suelo. Extremadamente afectada por su manejo agrícola, reporta gran cantidad de cerámica europea siendo imposible definir, al menos en las unidades formales, si toda la capa se debe a la situación de interacción o si se mezclan estratos con y sin material europeo. Un segundo estrato, generalmente no alterado y con restos de material quemado y combustible, se ubica en las unidades 9 general, 12 y en el lado oeste de Unidad 11. No parece ser sólo producto del fogón definido en Unidad 9 general, pues pudiera haber zonas de fogón menores en Unidad 12, sin embargo, indica un manejo similar del espacio.

Figura 49. Unidad 10, concentración de fragmentos de cerámica. El Chorro de Maíta.

Figura 50. Cala 19, concentración de restos de cerdo y cerámica europea e indígena. El Chorro de Maíta.

142

Es interesante el hallazgo en esta última unidad, de una punta de proyectil elaborada en la espina caudal de una raya o manta (Orden Rajiforme), quizás resultado del procesamiento de animales en esa área con fines de consumo. También se hallan numerosos restos de burén relativamente grandes, evidencia poco frecuente en las demás unidades, excepto la No. 10. Esta zona doméstica debió funcionar al aire libre pues no se encontraron huellas de estructuras constructivas en ninguna de las unidades. La mayor parte de la Unidad 11, así como las unidades 13 y 17, son espacios sin una función evidente. La variedad de suelos bajo la capa 1 sugiere movimientos antrópicos del sustrato y quizás acumulación de sedimentos de diversas zonas. La Unidad 10 reporta gran cantidad de restos de fauna, carbón, ceniza y diversas evidencias culturales, pero su mezcla refiere un carácter de desechos. La presencia de rocas también pudiera ser indicio de este accionar, quizás resultado del despeje o limpieza de las zonas domésticas situadas al norte. Por su cercanía al camino puede pertenecer a los montículos mencionados por Rouse en la propiedad de Cordovés. Es significativa la presencia de un hueso humano en la capa 4. La Cala 19 descubre una situación diferente. Es testigo de estratos generados por la interacción hispano indígena que en las unidades formales están totalmente alterados pero tal vez conservados al oeste de esa área. También sugiere mayor potencia del elemento europeo, aunque es difícil saber si esto se debe a la naturaleza diferenciada de los estratos de ambos espacios o a una mayor alteración de la zona este de Campo Moisés. 5.3.2 Campo Torres Se excavaron dos unidades. La Unidad 14 de 2 x 2m, se halla a 107 m de la Unidad 3, y la No. 15 (1 x 2 m) se localiza 13 m al sur de la No. 14 (Figura 45 y Figura 51). Los estratos con material arqueológico son de poco grosor, particularmente los de la Unidad 15. Se inician con una capa de material vegetal mezclado con suelo calizo, arcilloso, similar al de Campo Moisés (llega a unos 0.15 ó 0.20 m de profundidad), al que siguen una o dos capas de suelo más oscuro, dispuestas sobre la roca base. Esta es irregular e inclinada y comienza a aparecer a unos 0.20 m de profundidad en Unidad 15 y a 0.38 m en Unidad 14. La actividad agrícola alteró toda la deposición en Unidad 15 y en 14, las dos primeras capas. En la capa 1 y 2 el material (restos de fauna, cerámica indígena y europea) no muestra una relación significativa. Es importante no obstante, la presencia de cerámica europea en la Unidad 14, incluso al final de capa 2. El limitado reporte de evidencias y la alteración del espacio impiden definir su uso.

Figura 51. Unidad 14. El Chorro de Maíta. 5.3.3 Campo Riverón Se abren dos unidades. La No. 16 (2 x 2 m) se sitúa 26 m al sureste de la Unidad 3, y la No. 18 (1 x 2 m), a 23 m en igual dirección (Figura 45). La Unidad 16 se inicia con una capa de suelo arcilloso 143

pardo, algo compacto, de color 10 YR 5/4, con un grueso que oscila entre 0.20 y 0.30 m; removida por el uso del arado. Muestra intrusiones de material actual, principalmente vidrio y metal, así como gran cantidad de cerámica indígena, restos de fauna marina y terrestre, varios fragmentos de cerámica europea y artefactos indígenas utilitarios y ornamentales. Se destaca la colecta de un ídolo en elaboración y de varias piezas ornamentales; también la obtención de parte de un cascabel europeo (Figura 55 y Figura 60). A unos 0.20 m de profundidad se inicia un estrato (capa 2) de suelo pardo rojizo, oscuro (color 7.5 YR 4/4), algo compacto y con piedras de material calizo; con elementos intrusivos en sus primeros 0.10 m. La capa 3 comienza a unos 0.50 m y se hace estéril entre 0.60 y 0.70 m. Parece ser el suelo base en esta área y en él se localiza la huella de un poste, de 9 cm de ancho y 14 cm de largo, que alcanza una profundidad de 0.37 m (Figura 52). La Unidad 18 repite esta estructura estratigráfica pero con un reporte muy bajo de materiales. Según Reinel Riverón (comunicación personal 2008), la actual superficie de terreno en esta zona no es original pues se ha perdido parte del sedimento inicial por el arrastre de las lluvias y el trabajo agrícola. Aún así es evidente en la Unidad 16, la fuerza de los depósitos y del reporte de materiales indígenas y europeos. Los objetos ornamentales y rituales en fabricación, indican un posible espacio de labor artesanal. La huella de poste pudiera ser parte de una estructura constructiva pero el reducido tamaño de la excavación impidió valorar esto. No hay indicios de manejos mortuorios; en el caso de la Unidad 18 parece haber una extensión al sur de los espacios con pobre reporte de materiales vistos al este del Área de entierros. Reinel Riverón informó el hallazgo de dos individuos enterrados a menos de dos metros al norte de la Unidad 16, y otros dos al norte de Unidad 6.

Figura 52. Hueco de poste. Unidad 16. El Chorro de Maíta. 5.3.4 Estudio del material Aún cuando ya fue valorado, el material de la Unidad 9 se incluye en este análisis en tanto resulta importante para entender los comportamientos en Campo Moisés. Estas piezas, las de la Cala 19 y las del resto de las excavaciones, conforman una colección de 5771 evidencias, entre objetos indígenas y europeos. Un resumen de los artefactos obtenidos se ofrece en Tabla 10 aunque en las Tablas 12, 13, 14, 15 y 16 se detallan las piezas de las distintas unidades. En el caso del material europeo se considera sólo aquel con una cronología que remite a los siglos XV, XVI y XVII. Un grupo de evidencias de metal, principalmente clavos, pudiera estar relacionado con esta temporalidad pero al ser común también en siglos posteriores no se incluye en esta cifra. Se valora más adelante, de modo independiente, junto a evidencias similares obtenidas en otros momentos, bajo el término “Metal antiguo”. Se obtuvo también vidrio y distintos materiales actuales. No hay un análisis especializado 144

del vidrio y aunque mayormente parece moderno no se puede descartar la presencia de alguna pieza antigua. Sólo un objeto de este material se incluyó en el material europeo. Los restos considerados modernos sólo fueron cuantificados. Tabla 10. Materiales obtenidos en unidades y cala realizadas entre el 2007 y el 2009. El Chorro de Maíta. Unidades de excavación

10

11

12

13

17

Decoración de vasijas % total vasijas

32 3.03

3 0.7

9 1.2

5 2.9

5 1.8

Vasijas de cerámica % Total Burenes % Total Piedra tallada % Total Artefactos utilitarios de piedra

1054 88.8 54 4.5 37 3.1 3

395 91.4 12 2.8 13 3.0

727 92.8 20 2.5 12 1.5 1

172 90.5

277 92.0 3 1.0 9 3.0

% Total Artefactos rituales y ornamentales de piedra % Total Artefactos utilitarios de concha

0.3 1

0.1 2

1.6 1

0.5 5

3

0.17 12

0.08 22

0.8

2

0.2 5

0.8 4

0.3 2

0.20 49

1.8 3

0.5 1

0.6 3

0.7

0.2 1

0.3

0.2

0.4 1

% Total Artefactos rituales y ornamentales de concha % Total Artefactos utilitarios de hueso % Total Artefactos rituales y ornamentales de hueso % Total Artefactos utilitarios de coral % Total Material europeo Cerámica europea Vidrio M etal Subtotal material europeo % Total Total general % Total M etal antiguo

6 3.2

Cala 19

86 67.7 4 3.1 1 0.8 2

9

9A

16

18

14

15

Total

12 2.1

10 1.9

7 0.8

1 0.9

5 1.3

2 1.7

91 1.7

565 92.9 15 2.5 11 1.8

534 89.9 14 2.4 19 3.2 3

861 95.0 13 1.4 12 1.3

110 94.0 3 2.6 1 0.8

368 91.7 4 1.0 15 3.7 1

119 95.2 1 0.8 1 0.8

5268 91.3 143 2.5 137 2.4 10

3

6

1.6

0.9 2

0.3

0.2

1

3

1

0.8

0.7 1

0.8

0.1

0.2

0.84 11

0.19 1

0.1 1

1

0.01 2

1

8

2

2

0.2 3

0.03 33

0.2

1.3

0.2

1.7

0.7

0.57

8

6

11

2

4

7

1

0.3 3

0.2

0.9

0.9

0.5

1.0

11

5

5

8

8

33

5

3

1 11

5

5

8

8

33

8

7

1 12

0.9 1187 20.6

1.2 432 7.4

0.6 783 13.6

4.2 190 3.2

2.6 301 5.2

26 127 2.2

1.3 608 10.5

1.2 594 10.3

1.3 906 15.7

2

1

2

2

1

1

103 1 1 105

117 2.0

3.7 401 6.9

2.4 125 2.2

1.8 5771

1

10

145

Tabla 11. Cerámica europea en unidades y cala excavadas entre el 2007 y 2009. El Chorro de Maíta. S.C.M

U. 9

U. U.10 U.11 U.12 U.13 U.17 9A

M ayólica M ayólica Columbia Simple

1 1

M ayólica Columbia Simple Verde

1 1

1

C. 19 2

1

T1 S.C.T. U.14 U.15 T2 U.16 T3 2 5

1

M ayólica Caparra Azul

3

Bizcocho M elado Cerámica ordinaria sin vidriar Cerámica ordinaria con vidriado plúmbeo Total

1

3

2

4

2

1

1

3

8

24

3

2

5

3

1

5

4

19

45

1

1 2

1

3

1

1

1

1

8

6

11

5

5

1

1

2

6

8

8

33

87

3 9

1

1

Jarra de Aceite no vidriada

1 3

1

M ayólica Isabela Policromo

Jarra de Aceite vidriada

1

1 3

Total general

1

1

1

1

2

1

3

1

1

28

1

2

4

3

3

52

1 1 1

1 1 1

2 3 1

6

1

5

3

9

11

11

107

Nota: T1 Total Campo Moisés T2 Total Campo Torres T3 Total Campo Riverón SCM, superficie Campo Moisés, SCT superficie Campo Torres La mayor parte de la muestra (91.3 por ciento) son restos de vasijas indígenas de cerámica (Tabla 10). Estas se decoraron con elementos incisos, lineales y punteados, pocas veces aplicados. Las asas fueron algo más usuales que las decoraciones sobre respaldos pero tampoco frecuentes (Figura 58 y Figura 59). En términos tipológicos sus rasgos se mantienen en el esquema de descrito en la Unidad 9. Predominan las vasijas de perfil angular y planta circular manteniéndose el conjunto dentro de los aspectos estilísticos referidos por Valcárcel Rojas (2002:61-66) para el área de Banes, aunque en una expresión moderada en cuanto a complejidad estética. La comparación de los datos de El Chorro de Maíta con los de un grupo de sitios de la zona de Banes (Loma de Baní, Esterito, Loma de la Campana, El Boniato, El Porvenir y Punta de Pulpo) con y sin indicios de interacción hispano 146

indígena, recogidos por Jardines et al. (1994:Tabla 1 y 3), indican que la colección de restos de vasijas de cerámica y burenes (91.3 y 2.5 por ciento del total de materiales respectivamente) es similar a las de estas locaciones cuyos reportes promedio son de 90.7 y 3.03 por ciento respectivamente. En términos decorativos El Chorro de Maíta reporta un 1.7 por ciento de decoraciones (incluye asas y decoraciones incisas y aplicadas) contra un 2.3 por ciento recogido en este grupo de sitios. Aunque menor en términos generales, esta proporción es similar tanto a la de sitios con indicios de interacción como sin ellos, incluidos en el conjunto antes mencionado.

Figura 53. Punta de proyectil en la espina caudal de una raya o manta (Orden Rajiforme), 69 mm de largo; Unidad 12. El Chorro de Maíta.

Figura 54. Ornamentos de concha. De izquierda a derecha: ídolo tabular de 34 mm de largo, Unidad 14; colgante en Oliva sp., 34 mm de largo, Unidad 10; fragmento de disco, 32 mm de largo, Unidad 12. El Chorro de Maíta. El resto de los materiales, propios de contextos indígenas por su tipología o reporte, son muy poco variados, particularmente los utilitarios. La piedra tallada y la concha siguen a la cerámica en importancia pero su representatividad es bastante baja: 2.4 y 0.84 por ciento del total de materiales respectivamente (Tabla 10). El análisis realizado indica que muy pocas preformas fueron usadas como artefactos tratándose de una colección compuesta mayoritariamente de restos de taller (Figura 57, Tabla 10). En concha aparecen principalmente raspadores en Codakia orbicularis, aunque también los hay sobre fragmentos de gasterópodos, y una gubia (Figura 57). La piedra en volumen incluye un peso 147

de red, un fragmento de hacha petaloide y varios percutores (Figura 56). La punta de hueso de Unidad 12, el único artefacto utilitario en este material, es una pieza muy poco común en Cuba (Figura 53). En coral sólo se halla un fragmento usado como lima o escofina, los restantes son restos con huellas de modificación. Muchos fragmentos de coral no tenían indicios de trabajo. Comparativamente los elementos ornamentales o de uso ritual son más diversos aunque también escasos (0.42 por ciento del total sumando los de concha, piedra y hueso). En piedra se encontraron cuentas de cuarcita y calcita en varias unidades (Tablas 12, 13, 14 y 15). Una de ellas proviene de la Unidad 16 donde aparece un conjunto excepcional; incluye un pequeño ídolo en proceso de elaboración y un objeto de forma rectangular con incisiones, aparentemente inconcluso (Figura 55). En concha se colectaron discos, quizás para incrustar en un caso, pendientes tabulares, un pendiente en fragmento de bivalvo, y cuentas y pendientes de Oliva reticularis (Figura 54); de estos últimos el único tallado se localizó en la Unidad 16 y se hallaba en fabricación. En hueso se reportan dos cuentas sobre vertebras de pescado. Sin unir las unidades 9 y 9 ampliada, a fin de mantenerlas en dimensiones comparables a las del resto de los espacios excavados, la Unidad 10 aparece como la de mayor cantidad de evidencias (20.6 por ciento de todos los materiales), seguida por la Unidad 16 y la 12, con 15.7 y 13.6 por ciento respectivamente. Estas proporciones resultan significativas pues dichas unidades tienen dimensiones menores a las de la Unidad 9 la cual, con un área de 6 m², sólo concentra el 10.5 por ciento de las evidencias. Indican una funcionalidad diferente a la de Unidad 9 general y la posibilidad, visible desde otros elementos, de que las unidades No. 16 y 12 también acumulen desechos. La Unidad 10 concentra gran parte de los artefactos utilitarios si bien los de carácter ritual y ornamental se hallan repartidos de modo más equilibrado entre esta y las otras unidades principales (9 general, 12 y 16). De las unidades restantes sólo las No. 11 y 14 tienen cierta diversidad de objetos, aunque pobre si se considera que cubren un espacio igual al de la Unidad 10 (4 m²). Las unidades de 2 m² siguen este perfil, que apunta hacia espacios sin una función definible. a. Cerámica europea Se recuperaron 107 piezas de cerámica europea, incluyendo 4 fragmentos hallados en superficie (3 en Campo Moisés y uno en Campo Torres), no incluidos en el conteo general de materiales de excavación (Tabla 11). Menos en la Cala 19, donde esta cerámica se obtiene en capa 1 y 2, en las restantes áreas casi siempre se restringe a capa 1. De modo excepcional en Unidad 14 se localiza un fragmento en capa 2 pero parece tratarse de una intrusión. Se repiten muchos de los tipos hallados en superficie y en las calas exploratorias, excepto la Mayólica Santo Domingo Azul sobre Blanco y el Lebrillo Verde. Aparece además un fragmento de Mayólica Columbia Simple Verde y otro de un tipo de cerámica que pudiera ser Stone Ware. Este último se registra en el grupo de Cerámica Ordinaria con vidriado plúmbeo, pues la clasificación es insegura dado el tamaño de la pieza y su conservación (ver Apéndice 2). Como en superficie y en las calas exploratorias, es dominante la presencia de los fragmentos de Jarra de Aceite vidriados, seguidos por los no vidriados y por la Mayólica Columbia Simple. Este material se halla muy fragmentado, siempre en piezas de pequeño tamaño. Sólo se pudo identificar parte del cuello de un albarelo en Mayólica Caparra Azul (contenedor para medicina), en la Cala 19, parte de una jarra en Bizcocho (Unidad 16) y de un plato de Mayólica Isabela Policromo en Unidad 14 de Campo Torres, y otro en superficie, en Campo Moisés. En todas las excavaciones apareció cerámica europea excepto en la Unidad 18. Campo Moisés muestra la mayor cantidad, particularmente la Cala19 con 33 fragmentos; dado su pequeño espacio se trata de una concentración significativa. b. Cascabel europeo En la capa 1 de Unidad 16 se encontró la mitad inferior de un cascabel tipo Clarksdale que debió ser de forma esférica. Mide 24 mm de diámetro y 9 mm de alto, y conserva la típica pestaña de unión 148

de sus dos partes. Muestra dos perforaciones conectadas por un corte (Figura 60). Por su coloración probablemente fue elaborado en una lámina de latón. Según Deagan (2002:Tabla 7.1) la cronología de estos cascabeles se extiende de 1492 a 1575. c. Vidrio europeo Un objeto curvo, similar a una cuenta de forma aperada, en vidrio de color azul oscuro, se encontró en la ampliación de la Unidad 9, capa 1. La perforación debió ser de al menos 7 mm de diámetro, demasiado amplia para las cuentas europeas en este material. El objeto tuvo aproximadamente unos 12 mm de diámetro. Su forma redondeada y una fractura en todo el borde inferior sugiere que pudo ser la boca de un frasco muy pequeño o, quizás, de un lagrimario, recipiente para recoger las lagrimas propio de la primera mitad del siglo XVI (Deagan 2002:137); Figura 60. d. Restos de fauna Se estudió sólo un escaque de algunas de las unidades principales: 10, 12, 14 y 16 (Pérez Iglesias 2008); ver Tabla 24. Se identificaron más de 30 especies, en su mayoría de moluscos, aunque también reptiles, crustáceos, peces y mamíferos terrestres. En cuanto a NMI el conjunto de restos de moluscos terrestres son los más abundantes, en especial la Zachrysia sp.. Los moluscos del mediolitoral mostraron cifras superiores a los del infralitoral. Los principales aportes de biomasa provienen de la pesca, seguida de la caza de jutias (Boromys offella, Capromys pilorides y Mysateles melanurus) y la recolección. En todas las unidades la mayor parte de las especies y también del NMI se identificó en la capa 2; sólo en la Unidad 16 los mayores aportes de biomasa están en capa 1, aunque son mínimos (Figura 61). No hay diferencias sustanciales en cuanto a composición de especies entre las distintas capas aunque si entre las unidades. La Unidad 12 reporta una cantidad de individuos y especies muy superior a las restantes. Aún cuando el NMI más alto en Unidad 12 proviene de los moluscos resalta la presencia de restos de peces, particularmente en la capa 1 (Sphyraena barracuda, Calamus bajonado, Lachnolaimus cuvier, Sparisoma sp y un pez Orden Rajiforme). Le siguen en frecuencia de taxones e individuos, las unidades 10, 14 y 16. La Unidad 16 reitera las especies comunes en las otras áreas; muestra indicios importantes de pesca y caza en la capa 1 y 2, y se distingue por la presencia de restos de perro (Canis lupus familiaris) y de algunos fragmentos de huesos de cerdo (Sus Scrofa) pertenecientes al menos a un individuo. Los restos de estas dos especies son muy pocos; es difícil asegurar el origen temporal del perro, situado en capa 1, pero el cerdo no es moderno en tanto se halla un fragmento de hueso en capa 2. La Unidad 10 es la única con una cantidad importante de individuos en capa 4. Se destaca por la diversidad de especies, incluyendo la presencia significativa del crustáceo Gecarcinus ruricola. Muestra tantas especies como la Unidad 16 pero es mucho más pobre en individuos, aunque no tanto como la Unidad 14 donde sólo se identificaron 13 taxones, todos pertenecientes a la Clase Molusca. Los comportamientos de la Unidad 12 recuerdan los de la No. 9 pero con menor cantidad de individuos. No muestra la diversidad de peces típica de la primera pero, dado que sólo se estudio un escaque, es probable que los manejos de fauna en este espacio hallan sido más intensos que en la Unidad 9. De modo independiente se analizó el material de la Cala 19. Se identificaron 14 taxones, similares a los de las unidades excavatorias aunque no se hallan mamíferos terrestres locales ni reptiles. La especie más importante es el cerdo, con 107 elementos entre fragmentos de huesos y piezas dentales. Están presentes en todas las capas, de modo principal en la capa 2. Son mayormente restos pequeños pertenecientes a dos individuos subadultos. Esto fija, junto al hallazgo de cerdo en la capa 2 de Unidad 16, la relación de este animal con la situación de interacción en espacios no funerarios. e. Análisis de residuos absorbidos y visibles

149

A partir de coordinaciones realizadas por Vernon James Knigth, Eleanora A. Reber, de University of North Carolina at Wilmington, ejecutó un análisis de residuos en cerámica indígena (Reber 2010). Se valoraron tanto residuos absorbidos como incrustaciones visibles en 6 fragmentos de vasijas -de distinta forma y tamaño-, y en un fragmento de burén. Se trata de materiales hallados en las unidades 9, 11 y 12; los de 9 y 12 provienen de la capa 2 y los de la No. 11 de la capa 1. En la investigación se usó cromatografía de gases y espectrometría de masa, determinándose la presencia de residuos de lípidos interpretables. Se pudieron reconocer en todas las muestras, incluso en el fragmento de burén, residuos de plantas y de carne aún cuando no se logró una identificación más precisa de la naturaleza de estos debido a la pobre conservación de las muestras. Se hallaron también restos de resina de conífera, preliminarmente identificados como pertenecientes al género Pinus. Pese al alcance limitado de la identificación resulta muy interesante la similitud general de origen de los residuos y su presencia en vasijas de formas y dimensiones diferentes. Este aspecto y la presencia de restos de conífera en cerámica de las tres unidades sugieren cierta conexión en el uso del espacio de estas, algo potenciado por su proximidad espacial. No se observaron diferencias que puedan relacionarse con la capa de proveniencia. 5.3.5 Fechados radiocarbónicos Usando muestras tomadas durante las excavaciones realizadas entre los años 2007 y 2008, y en la Cala19, excavada en el 2009, se realizaron 15 fechados radiocarbónicos (Tabla 17). De ellos 14 usaron restos de plantas carbonizadas y uno, parte de un hueso de cerdo. También se fecharon muestras de carbón vegetal colectadas durante las excavaciones de 1986-1988 en las unidades 1 y 2, y conservadas en los fondos del DCOA. Junto a la fecha obtenida en la Unidad 5, referida en el Capítulo 4, resulta un total de 18 mediciones de materiales de contextos no funerarios. Dos (GrA-43727, GrA-48827) fueron datadas por AMS en Rijksuniversiteit Groningen, Holanda, entre los años 2010 y 2011. Las restantes se fecharon en los laboratorios Beta Analitic Inc., EUA: tres por LSC (Beta-148957, Beta-239262, and Beta-239265) y 13 por AMS. Las dataciones fueron calibradas por Bayliss y colaboradores (2012) con un rango de 95 por ciento de probabilidad, usando IntCal09 (Reimer et al. 2009); ver Apéndice 3. Fechan las diversas zonas trabajadas, en muchos casos a partir de contextos considerados relevantes, como el fogón de la Unidad 9 general, las zonas con restos de ceniza, fauna y carbón en Unidad 12 y 11, y material del hueco de poste localizado en Unidad 16. Tanto en las unidades 1, 2 y 5, como en la 9, 10, 11, 14, 16 y 17, se datan muestras de capas sin material europeo. Sólo las dataciones GrA-43727 y GrA-48827 se realizaron sobre muestras de la capa con evidencias de interacción y aunque en el primer caso se fechó carbón de un estrato potencialmente alterado (capa 1, Unidad 10, escaque 3, nivel 2), en el segundo se trata de una capa no alterada, ubicada en la Cala19. Aquí se dató un hueso de cerdo obteniéndose una fecha de 315±30 AP (cal. 1470-1650 DC). Pese al amplio rango y aún cuando el inicio de la calibración es ligeramente anterior al arribo europeo, el hecho de que este animal llegue a la Isla con los españoles indica un nexo de la fecha con los primeros siglos coloniales y ratifica la relación de los restos de cerdo hallados en Cala 19 con la situación de interacción. De las muestras de carbón datadas en cinco casos Lee Newsom (comunicación personal 2010) pudo identificar el taxón de la madera. La muestra Beta-252839 está constituida por material de la familia Myrtaceae, género Eugenia, las muestras Beta-252840 y Beta-252842 usan material de la familia Rutaceae, género Amyris, la muestra Beta-252843 usa material de la familia Fabaceae, género Andira y la muestra Beta-252838 es madera de la familia Oxandra, genero O. lanceolata. Todas las muestras identificadas son de árboles no jóvenes, de madera densa o relativamente densa, de crecimiento lento, capaces de vivir varias décadas e incluso siglos aunque no son especies particularmente centenarias. Por ello tales fechas, y quizás muchas de las restantes, incorporan el efecto de madera antigua, el cual puede atribuir a una datación cantidades importantes de años extras (Bowman 1990:15). En razón de esto muchas de las fechas pudieran pertenecer a momentos más recientes que los que estas refieren dado el posible tiempo de vida del árbol. Sin embargo, es notable 150

la similitud de los resultados y sus calibraciones. También su concentración en rangos precolombinos, situación congruente con la ausencia de material europeo o generado por la interacción en las capas y contextos fechados. Los rangos precolombinos por otro lado, resultan acordes a los fechamientos reconocidos para el área de Banes (Valcárcel Rojas 2002; Cooper 2007) e identifican una ocupación que pudo iniciarse hacia el siglo XIII DC, y probablemente vigente al momento del arribo europeo. En este último aspecto parece relevante la no ubicación de estratos de abandono, previos a la capa con material europeo, y que la fecha obtenida en capa 1 de Unidad 10 (GrA-43727; cal. 1420-1475 DC), aún con la posibilidad del efecto de madera antigua, sea congruente con una ocupación vigente en el siglo XV. La similitud de las fechas conseguidas en la Unidad 9 general y los datos arqueológicos apuntan al fogón como un evento único. Su cercanía a las fechas de la Unidad 12 sugiere el manejo del espacio de ambas unidades en el siglo XIV. Los restos asociados al hueco de poste quedan en una calibración muy amplia como para proponer un momento pre o poscontacto, para este posible elemento constructivo.

Figura 55. Objetos rituales u ornamentales de piedra. Izquierda, ídolo en proceso de elaboración, 46 mm de largo. Derecha objeto con incisiones, 22 mm de largo. Ambos de la Unidad 16. El Chorro de Maíta.

151

Tabla 12. Materiales obtenidos en las unidades 9 y 9A. El Chorro de Maíta.

Tipo de evidencia Vasijas de cerámica Tiestos Bordes Decoración incisa Decoración aplicada Asas Subtotal % Total Burenes Tiestos de burén Bordes de burén Subtotal % Total Piedra tallada Núcleo Lasca Resto de taller Subtotal % Total Artefactos utilitarios de piedra Percutor Peso de red Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de piedra Cuenta Piedra tintórea Subtotal % Total Artefactos utilitarios de concha Raspador en bivalvo % Total Artefactos rituales y ornamentales de concha Pendiente en vivalvo Cuenta Oliva sp. Subtotal % Total Artefactos utilitarios de coral Coral trabajado Coral no trabajado Subtotal % Total Material europeo Cerámica Vidrio

U9 capa1 473 40 3 3 5 524

9 4 13

capa2

capa3

28 5 1

6 1

34

7

2 2

% Total

565 92.9

15 2.5

1 6 3 9

1 2

11 1.8

U 9A capa 1

capa 2

437 35

45 7

8 480

2 54

11

3

11

3

1 8 8 17

1 1 2

1 1 2

6 0.9

534 89.9

14 2.4

19 3.2

1 1

1 4 5

6

% Total

3 0.5

5 0.8

2

2

2 4 6

2

4 0.7

1 1 1

1 1

8

1

2 0.3

1 0.2

2

8 1.3

6 1

152

Subtotal

8

8

7

7

Tabla 12. Tipo de evidencia % Total Total general % Total

U9 capa1

capa2

capa3

% Total 1.3

562 92.4

39 6.4

7 1.2

608

U 9A capa 1

capa 2

% Total 1.2

530 89.2

64 10.8

594

Figura 56. Objetos utilitarios de piedra. Izquierda, percutor de 77 mm de largo, Unidad 14. Derecha, peso de red de 69 mm de largo, Unidad 9 A. El Chorro de Maíta.

Figura 57. Objetos utilitarios. Izquierda, raspadores en Codakia orbicularis, el mayor con 55 mm de largo. Derecha, lascas en material silíceo, la mayor con 39 mm de largo.

153

Tabla 13. Materiales obtenidos en las unidades 10, 11 y 12. El Chorro de Maíta.

% Total

capa 3

1

capa 2

6 1

capa 1

capa 4

8 1

% Total

capa 3

U 12 capa 2

capa 1

% Total

434 72

capa 4

402 28 5

capa 3

capa 2

U 11

capa 1

U 10 Tipo de evidencia Vasijas de cerámica Tiestos Bordes Decoración incisa Decoración aplicada Asas Subtotal % Total Peso material cerámico (g) Burenes Tiestos de burén Bordes de burén Subtotal % Total Piedra tallada Lasca Resto de taller Subtotal % Total Artefactos utilitarios de piedra Fragmento de hacha Percutor Fragmento modificado Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de piedra Cuenta Piedra tintórea Subtotal % Total Artefactos utilitarios de concha Raspador en fragmento

29 6

45 6

344 31

1 4 439

14 520

6 42

2 53

1054 88.8

1251 4291 578.8 108.4

11

3

11

39 1 40

3 9 12

2 9 11

1 9 10

3

9

7

1

395 91.4

756.4 293.5 72.4 21.49

54 4.5 3 1 4

3 378

37 3.1

7 1 8

3 7 10

1 1

12 2.8

2 2

249 30

1

1

3 432

2 282

11 2

13

727 92.8

1358.4 830.4 842.9

4 4

395 31 2

13 3.0

9 1 10

2 2

10 10

7 7

20 2.5 2 1 3

12 1.5

1 1 1 1

1 2

3 0.3

1

1 0.1

2 1 1

1 0.08

2

2 0.2

2

154

Tabla 13.

Pendiente tabular Pendiente de Oliva sp. Disco Subtotal % Total Artefactos utilitarios de hueso

2

2 0.5

2

1

1 3

1

% Total

capa 1 1 1

capa 3

22 1.8

capa 2

2 2

% Total

8

capa 4

7 12

capa 3

Restos de taller Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de concha

U 12 capa 2

8

capa 1

5

% Total

capa 2

Raspador en bivalvo

capa 4

capa 1

Tipo de evidencia

U 11 capa 3

U 10

5 0.6

2 1

1

1 2

1

1

3 0.3

1

1 0.2

Punta proyectil % Total Artefactos utilitarios de coral

1 3

3 0.4

1

Lima Coral trabajado Coral no trabajado Subtotal % Total Material europeo

1 1

2

2 0.2

4

4 0.9

Cerámica europea % Total Total general % Total

11

11

5

5

4

490 41.3

579 48.8

60 5.05

58 4.9

0.9 1187

408 94.4

1 0.1

7

9 2.1

12 2.8

3 0.7

1.2 432

7

7 0.9

5

455 58.1

5

311 39.7

17 2.2

0.6 783

155

Tabla 14. Materiales obtenidos en las unidades 13, 17 y Cala 19. El Chorro de Maíta. U 13 Tipo de evidencia

capa 1

Vasijas de cerámica Tiestos Bordes Decoración incisa

141 18 1

Asas Subtotal % Total Peso material cerámico (g) Burenes Tiestos de burén Bordes de burén Subtotal % Total Piedra tallada Lasca Resto de taller Subtotal % Total Artefactos utilitarios de piedra

U 17 capa 2 capa 3

6 1

1

4 164

7

1

431.6

30.8

7.3

2 2

4 4

% Total

172 90.5

6 3.2

Cala 19

capa 1

capa 2

capa 3

251 11

5

4 1

5 267

5

5

548.8

11.8

211.6

2

1

2

1

2 6 8

1 1

% Total

277 92.0

3 1.0

9 3.0

capa 1

capa 2

46 2

35 3

48

38

1 1 2

2

1 1

Percutor Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de piedra

2 2

Cuenta Subtotal % Total Artefactos utilitarios de concha

1 1

Gubia Raspador en bivalvo Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de hueso Cuenta % Total

2

% Total

86 67.7

4 3.1

1 0.8

2 1.6

1 0.8

1 2 3

3 1.6

1

1 0.3

156

Tabla 14. Tipo de evidencia

U 13 capa 1

capa 2 capa 3

% Total

U 17 capa 1

capa 2

2 2

1 1

capa 3

% Total

Cala 19 capa 1

capa 2

% Total

11

22

33

65 51.2

62 48.8

Artefactos utilitarios de coral Coral no trabajado Subtotal % Total Material europeo

1 1

Cerámica europea

8

% Total Total general % Total

178 93.7

1 0.5

8 11 5.8

1 0.5

4.2 190

3 1.0

8 288 95.7

8 7 2.3

6 2.0

2.6 301

26 127

Figura 58. Elementos decorativos incisos y modelados en cerámica. Excavaciones 2007- 2009. El Chorro de Maíta.

Figura 59. Elementos decorativos modelados y aplicados en cerámica. Excavaciones 2007 – 2009. El Chorro de Maíta.

157

Tabla 15. Materiales obtenidos en las unidades 16 y 18. El Chorro de Maíta. Tipo de evidencia Vasijas de cerámica Tiestos Bordes Decoración incisa Asas Subtotal % Total Peso material cerámico (g) Burenes Tiestos de burén Bordes de burén Subtotal % Total Piedra tallada Núcleo Lasca Resto de taller Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de piedra Cuenta Idolo en fabricación Objeto ornamentado Subtotal % Total Artefactos utilitarios de concha Raspador en bivalvo Restos de taller Concha modificada Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de concha Pendiente de Oliva sp. tallada % Total Artefactos utilitarios de coral Coral no trabajado % Total Material europeo Cerámica Cascabel de metal Subtotal % Total Total general % Total

U 16 capa 1

capa 2

718 32 2 3 755

2 106

1824.1

239.2

98 6

12 1 13

1 6 3 10

% Total

861 95.0

U 18 capa 1

capa 2

capa 3

47 4

53 3

2

1 52

56

2

124.8

87.1

4.3

% Total

110 94.0

3 13 1.4

3

3 2.6

1 2 2

1 1 1 3

12 1.3

1

1 0.8

3 0.3

1 1 1 2

2 0.2

1

1 0.1

2

2 0.2

11 1 12 798 88.2

1

1 0.8

1

1

58 49.6

57 48.7

2 1.7

12 1.3 108 11.9

906

2 1.7

117

158

Tabla 16. Materiales obtenidos en las unidades 14 y 15. El Chorro de Maíta. Tipo de evidencia Vasijas de cerámica Tiestos Bordes Decoración incisa Asas Subtotal % Total Peso material cerámico (g) Burenes Tiestos de burén % Total Piedra tallada Lasca Resto de taller Subtotal % Total Artefactos utilitarios de piedra Percutor % Total Artefactos utilitarios de concha Raspador en bivalvo Pico de mano Restos de taller Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de concha Pendiente tabular % Total Artefactos rituales y ornamentales de hueso Cuenta % Total Artefactos utilitarios de coral Coral trabajado Coral no trabajado Subtotal % Total Material europeo Cerámica % Total Total general % Total

U 14 capa 1

capa 2

capa 3

207 26 1 3 237

112 9

8 1

1 122

9

760.9

297.7

15.5

3

1

3 8 11

4 4

% Total

109 7

368 91.7

4 1.0

15 3.7

1

U 15 capa 1

capa 2

% Total

1

2 118

1

273.2

0.9

1

119 95.2

1 0.8

1 1

1 0.8

1 0.2

2 1 3

3 0.7

1

1 0.2

1

1 2 3

1 1

1 0.8

1 0.2

3 0.7

4

1

263 65.6

128 31.9

10 2.5

5 3.7 401

3 124 99.2

1 0.8

3 2.4 125

159

Tabla 17. Fechados radiocarbónicos de zonas no funerarias. El Chorro de Maíta. Referencia de laboratorio

M aterial y contexto

Fecha radiocarbónica (AP)

δ13C (‰)

Rango de calibración (95% de probabilidad)

Beta-148957

carbón, Unidad 5, escaque 2, nivel artificial 0.30 - 0.50 m, capa natural 1 carbón, Unidad 9, elemento 1, escaque 2, nivel artificial 0.22 - 0.32 m, zona de fogón carbón, Unidad 9, escaque 2, zona de fogón carbón, Unidad 9, elemento 1, zona de fogón, 23 cm de profundidad, carbón, Unidad 9, escaque 6, elemento 3, zona de fogón carbón, Unidad 2, escaque 1, nivel artificial 0.40 - 0.50 m, capa natural 1 carbón, Unidad 17, escaque 1, nivel artificial 5, capa 3

730±60

−25.0 (asumido)

cal. 1210–1390 DC

520±40

−27.2

cal. 1315–1450 DC

380±50

−23.8

cal. 1430–1645 DC

530±40

−24.8

cal. 1310–1445 DC

530±40

−26.9

cal. 1310–1445 DC

630±60

−23.5

cal. 1275–1435 DC

390±40

−24.8

cal. 1435–1635 DC

Beta-252837

carbón, Unidad 9A, escaque 10, elemento 5, nivel artificial B, capa 2

610±40

−27.6

cal. 1280–1420 DC

Beta-252838

carbón, Unidad 14, escaque 1, nivel artificial 4, capa 3, 31 cm de profundidad carbón, Unidad 1, escaque 1, nivel artificial 0. 40-0.50 m, capa natural 1 carbón, Unidad 12, escaque 1, nivel artificial 3, capa 2, elemento 9, 26 cm de profundidad carbón, Unidad 11, escaque 1, nivel artificial 3, capa 3, elemento 8 carbón, Unidad 10, escaque 2, nivel artificial 5, capa 2 carbón, Unidad 10, escaque 2, nivel artificial 7, capa 4 carbón, Unidad 16, escaque 1, elemento 11, hueco de poste carbón, Unidad 12, escaque 1, elemento 10 carbón, Unidad 10, escaque 3, nivel artificial 2, capa 1 hueso de cerdo, Cala 19, capa 2

560±40

−25.5

cal. 1295–1440 DC

470±40

−26.8

cal.1405–1470 DC

520±40

−24.7

cal. 1315–1450 DC

630±40

−26.4

cal. 1280–1410 DC

670±40

−26.9

cal.1270–1395 DC

660±40

−25.1

cal. 1270–1400 DC

390±40

−23.4

cal. 1435–1635 DC

520±40

−25.1

cal. 1315–1450 DC

440±30

−24.2

cal. 1420–1475 DC

315±30

−19.1/+9.6

cal. 1470–1650 DC

Beta-239261

Beta-239262 Beta-239263 Beta-239264 Beta-239265

Beta-252836

Beta-252839

Beta-252840

Beta-252841 Beta-252842 Beta-252843 Beta-252844 Beta-252845 GrA-43727 GrA-48827

Figura 60. Objetos de origen europeo. Izquierda, objeto de vidrio de 12 mm de largo. Derecha, parte de un cascabel de metal de 24 mm de diámetro. Excavaciones 2007 – 2009. El Chorro de Maíta.

160

Tabla 18. Distribución de artefactos por capas estratigráficas. Excavaciones 2007-2009. El Chorro de Maíta. C. Riverón

Tipo de evidencia Decoraciones de cerámica % Total fragmentos decorados del campo Fragmentos de vasijas de cerámica % Total del campo Burenes % Total del campo Piedra tallada % Total del campo Artefactos utilitarios de piedra % Total del campo Artefactos rituales y ornamentales de piedra % Total del campo Artefactos utilitarios de concha % Total del campo Artefactos rituales y ornamentales de concha % Total del campo Artefactos utilitarios de hueso % Total del campo Artefactos rituales y ornamentales de hueso % Total del campo Artefactos utilitarios de coral % Total del campo Material europeo % Total del campo Total general capa y área % Total del campo

C. Torres

Capa 1

Otras capas

Total Capa 1 campo

6 75

2 25

8

807

164

971

83.1 16 100 11 84.6

16.8 16 2 15.3

13

C. M oisés Capa 1

Otras capas

Total campo

6 85.7

1 14.2

7

47 61.8

29 38.1

76

91

355

132

487

2732

1078

3810

5268

72.8 4 80 12 75 1

27.1 1 20 4 25

71.7 57 46.7 61 56.4 6

28.2 65 53.2 47 43.5 3

122

143

108

137

9

10

66.6 6

33.3 3

9

12

5 16 1

100

Otras capas

Total Total campo

3

3

100 3

3

4

4

66.6 26

33.3 16

42

49

100 1

1

100 1

1

61.9 7

38.09 2

9

11

77.7 1

22.2 1

1

1

2

26

33

85

109

4222

5771

100

100

1

1

100 1

3

100 16

10

61.5 63 74.1 2976 70.4

38.4 22 25.8 1246 29.5

100 3

1

75 12 100 856 83.6

25

4

12 167 16.3

1023

3 100 7 87.5 387 73.5

1 12.5 139 26.4

8 526

161

Figura 61. Variación del NMI y de la biomasa comestible en unidades 10, 12, 14 y 16. Tomado de Pérez Iglesias (2008). El Chorro de Maíta. 5.3.6 Resultados de las excavaciones Durante las excavaciones, incluyendo el material de la Unidad 9, excavada en el 2007, se recuperaron 5771 evidencias indígenas y europeas, además de cuatro fragmentos de cerámica europea obtenidos en la superficie de los campo trabajados, para un total de 5775 evidencias (ver Tabla 10). Esto supone, como resultado de los nuevos trabajos, un total de 7421 evidencias si consideramos las 1646 obtenidas durante las prospecciones solo en el espacio correspondiente al área del sitio. Las excavaciones en los Campos Moisés, Riverón y Torres, ocupan un total de 37.8 m². Ubican contextos arqueológicos que coinciden en un momento final donde aparecen mezclados materiales europeos e indígenas. Esta capa responde en gran parte a procesos de formación antrópicos pero factores posdeposicionales, especialmente el manejo agrícola moderno, la homogenizan y convierten en un estrato único, cuya estructura y naturaleza es imposible precisar; no descartamos que incluya parte de estratos previos a la presencia hispana. La reiteración de la mezcla de material indígena y europeo en la capa 1 de estas áreas, y su reporte en Cala 19, en un espacio no perturbado, prueban que esta composición no se debe sólo a la movilidad de los restos europeos a partir de la alteración moderna. Refleja un nexo real y un período de ocupación especifico, marcado por la interacción de ambos componentes culturales. En todas las áreas capa 1 muestra más artefactos que el resto de las otras capas juntas, como se observa en la Tabla 18. Dentro de este comportamiento sólo hay pequeñas variaciones: en la capa 1 de Unidad 10 disminuyen las decoraciones en cerámica, los burenes, y los artefactos rituales y ornamentales de piedra. Estos últimos también disminuyen en la capa 1 de Unidad 12, al igual que los artefactos utilitarios en piedra tallada y concha. Sin embargo, excepto en el caso de los burenes de la Unidad 10, son situaciones poco acentuadas. El comportamiento de los restos de fauna es diferente pues la cantidad de especies y el NMI disminuyen en la capa 1 respecto a la 2. En términos de biomasa hay menos información si bien en Unidad 12 se reitera el predominio de capa 2 (Figura 61). No hay diferencias sustanciales en cuanto a composición de especies entre las distintas capas pero capa 1 tiende a mostrar mayor cantidad y diversidad de restos de peces. La presencia de huesos de cerdo es mínima, excepto en la Cala 19. En esta es notoria la ausencia de restos de mamíferos locales y reptiles, tal como reportan Castellanos y 162

Pino (1978:19) en el cercano asentamiento de El Porvenir, como parte de una situación que consideran generada por la interacción con los europeos. No obstante, como antes mencionamos, las dimensiones reducidas de la cala dificultan cualquier análisis. La caída de la proporción de restos animales en capa 1 no se debe a factores posdeposicionales en tanto sitios indígenas con similares condiciones de suelo y alteración, como El Júcaro y Loma de la Campana, tienen en sus capas iniciales los mayores reportes de restos de fauna (Rodríguez Arce 1988b, 1989). Esta visión del aspecto faunístico puede hallarse influida por lo reducido del espacio estudiado en cada unidad (sólo un escaque de 1 x 1m), pero tal vez se asocie al impacto de la interacción con los europeos en la vida económica de la comunidad. Se trataría entonces de una peculiar situación donde se expande o mantiene la cultura material indígena mientras la actividad subsistencial dependiente de la fauna disminuye. En cualquier caso es peculiar la fuerza del componente indígena en este momento de mezcla; un ejemplo importante se halla en la presencia de ornamentos y parafernalia ritual o ceremonial en elaboración, en la capa 1 de Unidad 16. En capa 2 la ausencia de materiales europeos y los fechados conseguidos, aún con las limitaciones determinadas por el efecto de madera antigua, distinguen una ocupación previa a la interacción con los europeos, de diversa intensidad y difícil de caracterizar por lo reducido de los espacios trabajados. En Campo Moisés, donde el área total excavada fue mayor, se observa la coincidencia de zonas de manejo y consumo de alimentos a cielo abierto y áreas de depósito de desechos. Refiere incluso, si bien no se puede precisar su temporalidad dentro de la ocupación precontacto, posibles manejos funerarios fuera del área del cementerio, inferidos por el hallazgo de un hueso humano en la capa 4 de Unidad 10. Esta se ubicada 26 m al norte de la Unidad 3. Es el único indicio en torno a este tema y descarta una extensión orgánica del cementerio hacia los espacios investigados. La cantidad de cerámica europea en muchas de las unidades excavadas en Campo Moisés no fue muy superior a la obtenida en los otros campos aunque Cala 19, con sólo 0.8 m², reporta el 31.4 por ciento de toda la obtenida durante las excavaciones del 2007-2009. El área de este campo (2.736 m²) es menor que la de Campo Riverón (4.644 m²) y Campo Torres (4.617 m²), pero concentra el 80 por ciento de la alfarería europea hallada en superficie. Cala 19 tiene un nivel de alteración menor y debe aportar una imagen más real de capa 1, aún cuando desconocemos su relación con los otros contextos hallados en Campo Moisés. Este detalle y la abundancia de material superficial, sugiere la dispersión de muchos objetos de capa 1 a partir de la alteración agrícola y una situación especial en este campo en lo referido a la captación de material europeo. Debe apuntarse lo peculiar de la ausencia de restos de cerdo siendo estos tan frecuentes en Cala 19. 5.4 Materiales de las investigaciones del DCOA (1979-1988) y piezas en otras instituciones En los fondos del DCOA se conservan 211 bolsas con material procedente de los trabajos realizados por esta institución en El Chorro de Maíta, entre 1979 y 1988. Las referencias de proveniencia identifican piezas de las exploraciones de 1979, de las calas excavadas en 1985 y material de colecta superficial con igual fecha. También materiales de las unidades No. 1, 2, 3, 5, 6 inicial, y 6. Un amplio grupo de piezas proviene de tres unidades excavadas en 1988, cuya ubicación exacta desconocemos; son ellas las trincheras exploratorias 1 y 2 y la Unidad 1. En 1988 se extrajeron los últimos entierros y se excavó la Unidad 6 así como la ampliación de la Unidad 3, por ello pudieran ser parte de estas labores o del trabajo de liberación del espacio para la construcción de los edificios del museo. Otros restos arqueológicos, muy numerosos, carecen de referencias al deteriorarse las etiquetas donde estas fueron registradas, o sólo se consigna su hallazgo en superficie. Incluyen poco material de las unidades No. 1, 2, 5 y 6 inicial, pues casi todo el de estas áreas conserva su identificación. Sólo algunos fragmentos de cerámica europea, aparentemente almacenados de modo independiente, no fueron hallados y deben encontrarse en el material sin referencias. Estas piezas a nuestro entender pertenecen a las unidades No. 3 y 6, en tanto el material registrado con esas proveniencias es sólo una 163

parte del que debió colectarse dado el tamaño del espacio trabajado en dichas unidades y la cantidad de escaques. Potencialmente pueden ser también evidencias conseguidas en cualquiera de las prospecciones realizadas e incluso en las trincheras exploratorias 1 y 2, y Unidad 1. El estudio de estas evidencias sigue el patrón usado con los materiales obtenidos entre el 2006 y el 2009. A fin de organizar el análisis las piezas de las trincheras exploratorias y de la Unidad 1 se analizan de modo conjunto como “Material del Área del Museo”. Se agregan aquí restos cuyas referencias de escaque sugieren pertenencia a la Unidad 6 o 3. Los restos sin identificación se valoran como un grupo independiente denominado “Material General”. Incluyen las evidencias de las prospecciones realizadas en 1979 y 1985, un pequeño grupo pues se desconoce su ubicación precisa. Estas prospecciones fueron limitadas y en la de 1985 -la más controlada- apenas se excavaron 5 calas de 0.50 m de lado. Se ubicaron cerca del lugar donde después se excavarían las unidades No. 1 y 2 y sólo una reporta cierta abundancia de material. Las restantes fueron estériles o muy pobres. Desde esta perspectiva puede considerarse que en su mayor parte el material sin referencias proviene de la zona del museo, en particular de las unidades 3 y 6. Las referencias situadas en las bolsas indican que el material de la Unidad 3 se obtuvo principalmente en la capa inicial, denominada tapón y previa al suelo caliche. La coloración oscura aportada por los sedimentos de esta capa permite distinguir tales piezas de aquellas halladas en el caliche, donde se situaron la mayoría de los cuerpos. Sólo un pequeño grupo de piezas pertenece a escaques excavados hasta 0.71 m de profundidad, coincidentes con la zona de basurero localizada en la parte sur del cementerio (Guarch Delmonte 1996:17). Varias bolsas de la Unidad 6 provienen de la capa 1, también denominada tapón y que en algunas áreas alcanza hasta 0.52 m de profundidad. Aparentemente todo el material de capa 1 en esa unidad se extrajo como un sólo conjunto. Desconocemos si se excavaron los niveles inferiores pero, considerando la estructura de la Unidad 3, lo más probable es que bajo el tapón de Unidad 6 apareciera el caliche estéril, que no debió ser excavado. Las unidades exploratorias No. 1 y 2 se excavaron en niveles arbitrarios de 0.10 m, hasta 0.50 y 0.40 m de profundidad respectivamente. La Unidad 1 se excavó en niveles arbitrarios de 0.25 m y alcanzó los 0.50 m de profundidad. En la colección del museo El Chorro de Maíta se conserva la vasija identificada por Guarch Delmonte (1994:35-38) como proveniente de Concepción de la Vega, en República Dominicana. Fue localizada en la Unidad 6. Guarda dos monedas del siglo XVI halladas por trabajadores de esta institución en superficie, en el espacio estéril al este del museo. También un fragmento de vasija con asa, elaborada con material y tecnología indígena que parece copiar la forma de las jarras de Mayólica Columbia Simple. Se desconoce el lugar de origen de esta última pieza. Igual ocurre con una vasija depositada en la colección Romero Emperador, de la cual se expone una réplica. Hecha con tecnología indígena es un pequeño vaso o jarro de 5 cm de diámetro y 4 cm de alto, con dos asas. En el Museo Peabody de la Universidad de Yale, en una colección de alrededor de 200 piezas sólo aparece un fragmento de Jarra de Aceite no vidriada con parte de un asa. Es el mismo identificado por Goggin (1960:11) como de estilo temprano. El catálogo del Instituto Cubano de Antropología refiere 139 piezas y sólo una se consigna como “asa colonial”; sin detalles de identificación. Se tuvo acceso además, a piezas del Museo del Gabinete de Arqueología y del Museo Indocubano Baní, pero ninguna de ellas europea. En tanto se trata de pocos materiales (sólo 6 piezas), los objetos europeos o que copian formas europeas serán valorados junto a las piezas de los trabajos de 1986-1988. No se considera el asa depositada en el Instituto Cubano de Antropología. Su cuantificación junto a los de la Unidad 6, 6 inicial, 3, Material general y Material del Área del Museo, sin incluir restos de fauna, material moderno y metal antiguo, asciende a 15437 piezas. De estas 361 son objetos europeos de cerámica o metal, en algunos casos con posible modificación indígena, 43 son piezas de cerámica indígena o de base indígena, no cubana, o que copia formas europeas, y 15028 piezas indígenas (Tabla 19). 5.4.1 Evidencias indígenas 164

Son más abundantes que en la colección obtenida en las áreas exploradas o excavadas entre el 2006 y el 2009, pero el componente indígena no resulta de mayor variedad, excepto por algunos objetos de hueso. El grupo Material General concentra el 59.3 por ciento de las piezas aunque la Unidad 6 también muestra un reporte alto. La colección de cerámica indígena representa el 89.8 por ciento del total de materiales, promedio por debajo del hallado en las labores del 2006-2009. El comportamiento de las decoraciones sin embargo, resulta igual, con 1.7 por ciento aún cuando la Unidad 3 llega a un 3.2 por ciento de material decorado. Se observa similar protagonismo de las asas (Figura 65 y Figura 66). Entre los artefactos utilitarios es notoria la piedra tallada (2.9 por ciento del total de materiales) con preformas retocadas o usadas, en particular lascas (Tabla 19). En abundancia le continúa la piedra en volumen, con numerosos percutores y pesos de red. Los artefactos de concha son en su mayoría raspadores de bivalvo (Codakia orbicularis). Se movió mucho coral al sitio pero se modificó sólo una pequeña cantidad. Las piezas de uso ritual u ornamental fueron escasas, sobresalen las elaboradas en hueso (0.06 por ciento del total) destacandose una espátula vómica y un pendiente antropomorfo. Se hallaron en la Unidad 6 donde también se obtuvo gran parte del material de este tipo en piedra: tres cuentas y un fragmento de roca (hematita) usado como colorante. Estos objetos definen el carácter particular de esa unidad en el aspecto ornamental. Guarch Delmonte (1994:35) menciona para Unidad 6 cuentas y pendientes de Oliva reticularis, no hallados. En hueso aparece, pero en Material General, una pieza dental de un pez perforada para elaborar un colgante. 5.4.2 Cerámica indígena no cubana y cerámica de base indígena que copia formas europeas Esta pequeña colección (Apéndice 2), identificada entre el material de diversas áreas particularmente de Unidad 6-, incluye un grupo de piezas del tipo México Pintado de Rojo, con una variante de paredes delgadas de pasta gruesa, y otra de fragmentos gruesos de pasta fina y compacta. Estos últimos pudieran ser de una misma vasija, quizás una tinaja, a la cual pudiera pertenecer un fragmento situado en Campo Moisés. Los fragmentos gruesos son similares a material encontrado en La Habana Vieja (Lugo y Menéndez 2001, 2003; Arrazcaeta et al. 2006:208), en contextos fechados para los siglos XVI, XVII e incluso momentos posteriores. Se localizó también una pieza de posible cerámica Azteca IV; ambos tipos provienen de México. Azteca IV se considera una cerámica indígena vigente en la primera mitad del siglo XVI, aunque con continuidad durante el resto del siglo XVI e incluso el XVII (Charlton 1979; González Rul 1988; Nichols et al. 2002); México Pintado de Rojo resulta un desarrollo colonial de la tradición ceramista indígena, fomentado entre 1550 y 1750 (Deagan 1987:Tabla 2). Al no haber indicios definidos de contacto precolombino de Cuba con Mesoamérica, y en el entorno de interacción con los europeos visible en el sitio, el fragmento de Azteca IV parece relacionado -al igual que México Pintado de Rojo-, con los vínculos coloniales con México. En la cerámica ordinaria pintada se incluye una vasija en forma de cántaro relacionada con cerámicas de la villa de Concepción de la Vega, según Guarch Delmonte (1994:38). Recuerda los diseños y formas de la cerámica La Vega pero muestra una combinación de engobe Negro sobre Blanco ausente en esos materiales, según la descripción de Deagan y Cruxent (2002a:294). Esto dificulta una adscripción adecuada al tipo y por ello aquí se maneja como Cerámica ordinaria pintada Negro sobre Blanco. Se hallan además restos de una o dos vasijas, aparentemente jarras o cántaros, en cerámica ordinaria no vidriada de color gris, levantadas usando torno y acordelado. Estas vasijas y el cántaro con pintura Negro sobre Blanco recuerdan materiales indígenas por las características de su elaboración y detalles de decoración (Apéndice 2), sin embargo, parecen seguir o copiar formas europeas o indígenas no cubanas o no antillanas. En el caso de la vasija cercana a las formas y decoraciones de La Vega, la técnica y motivos pintados sugieren de modo claro un origen no cubano. Las piezas de cerámica gris muestran una selección y preparación de la pasta, y una cocción, también atípica en materiales indígenas de Cuba.

165

No hay datos para valorar la pieza en forma de pequeño vaso en tanto no se ha tenido acceso al objeto original, si bien Guarch Delmonte (1994:38) refiere su elaboración mediante técnicas indígenas. La vasija en forma de jarra muestra un manejo de superficie y tratamiento de pasta muy similar al de la cerámica indígena del sitio, por lo cual pudiera tratarse de un producto local. Igual carácter pudieran tener tres fondos de vasijas donde se siguen detalles de cerámica europea. Aunque son piezas muy pequeñas y es imposible establecer la forma, se trata de bases planas, muy raras en alfarería indígena cubana; en un caso muestran un ligero reborde el cual imita el trabajo de torneado de fondos. Dado el modo de desarrollo de los cuerpos pudieran ser parte de recipientes que copian platos o escudillas. 5.4.3 Evidencias europeas. a. Cerámica El material europeo incluye 361 piezas y constituye el 2.36 por ciento de todas las evidencias recuperadas. Esta formado en su mayor parte por cerámica, con 358 piezas para un 99.1 por ciento del total de material europeo (Tabla 20). Se localizan algunas formas nuevas respecto a la colección del 2006-2009, entre ellas tipos relativamente tardíos como Naranja Micáceo y El Morro, con una cronología de 1550-1650 y 1550-1770 respectivamente (Deagan 1987:Tabla 2); ambos con un sólo fragmento. Los tipos más comunes son las Jarras de Aceite (137 piezas vidriadas y 107 no vidriadas), seguidos por la Mayólica Columbia Simple (38 fragmentos). Es importante también la presencia de Melado (13 piezas) y mayólicas Columbia Simple Verde (17) y Morisco Azul sobre Blanco (11). En la mayólica se distinguen restos de platos y escudillas, y en las Jarras de Aceite fragmentos de estilo temprano. Menos la Unidad 6 inicial todas las áreas reportan cantidades importantes de cerámica, en especial la Unidad 6. b. Cascabel En el tapón de la Unidad 6, escaque 4E, se halló un cascabel tipo Clarksdale (Figura 37). Es de forma ligeramente oval aunque esto parece deberse a la compresión accidental de sus lados. Su parte superior e inferior también muestran cierta compresión. De mayor tamaño al encontrado en Unidad 16, mide 28.6 mm de ancho, 32.6 mm de largo y 18.4 mm de alto, sin incluir la argolla situada en su parte superior. Esta última fue hecha con una fina lámina de metal y se inserta a través de una ranura; no se halla soldada. Conserva el sonador, al parecer un pequeño guijarro. Su peso es de 12 g. Esta elaborado en dos mitades unidas con una pestaña que rodea la pieza. Aún cuando su parte inferior está deteriorada es posible observar dos perforaciones conectadas por un corte. Por su color probablemente fue elaborado en una lámina de latón.

166

Tabla 19.Materiales de trabajos 1979 - 1988 y otros. El Chorro de Maíta. Tipo de evidencia

U.6

Vasijas de cerámica Tiestos 2005 Bordes 283 Decoración incisa 11 Decoración aplicada Asas 29 % decoraciones 1.7 Subtotal 2328 % Total 86.8 Burenes Tiestos de burén 90 Bordes de burén 15 Subtotal 105 % Total 3.9 Piedra tallada Núcleo 3 Lasca 20 Lasca con retoque o 1 usada Lámina Lámina con retoque o usada Resto de taller Subtotal % Total Artefactos utilitarios de piedra Fragmento de hacha Fragmento de hacha usado Percutor M ortero Peso de red Guijarro utilizado Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de piedra Cuentas Piedra tintórea Subtotal % Total Artefactos utilitarios de concha Raspador en bivalvo

64 88 3.3

% Total U. 6 general inicial

16.7

% Total general

226 36

723 88 13

1754 281 10

2 0.7 264 92.3

14 3.2 838 84.3

15 1.2 2060 88.5

1.9

14 18.9

14 4.8

2.5

2

19.5

U.3 % Total Área general M useo

1 3 1.04

0.7

37 3 40 4.02

6.0

7.1

114 6 120 5.1

% Total general

14.8

21.3

M aterial General

7280 958 40 6 93 1.6 8377 91.7 246 37 283 3.09

% Total general

60.4

50.3

4 111 2

8 170 3

1 1

5 1

11

17 2

17 25 2.5

5.5

53 91 3.9

20.2

1 2

3 1 4 0.1

10

20.0

501 61 562 3.6

1 31

115 243 2.6

54.0

3 0.3

8.6

1 1 2 0.08

11 1 9 5.7

23 0.2

3 3 0.03

57.1

10

5

4

250 450 2.9

1 2

2

7 0.3

11988 1646 74 6 153 1.7 13867 89.8

6

1

6

Total

65.7

42.8

18 1 12 1 35 0.2

3 4 7 0.04

29

167

Tabla 19. Tipo de evidencia

Restos de taller Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de concha Pendiente de Oliva sp. Subtotal % Total Artefactos rituales y ornamentales de hueso Espátula Cuenta en vertebra de pescado Pendiente antropomorfo Pendiente en pieza dental animal Subtotal % Total Artefactos utilitarios de coral Percutor Lima M ano de mortero Coral trabajado Coral no trabajado Subtotal % Total Material europeo Cerámica Cascabel de metal M onedas Subtotal % Total Objetos europeos modificados Pendiente de metal Pendiente en pieza dental animal Cerámica perforada Subtotal % Total

U.6

10 0.4

% Total U. 6 general inicial

28.6

1 1 0.3

% Total general 2.8

U.3 % Total Área general M useo

10 1.0

28.6

3 8 0.34

% Total general 22.8

M aterial General 2 6 0.06

% Total general 17.1

2 2 0.02

1 3

100.0

3

1

55.5

3 0.1

33.3

1 0.01

2 11.1

2 1

8 9 0.9

26.2

102 1 103 3.8

4

28.5

4 1.4

14.7

65

1.09

65 6.5

18.0

11 11 0.4

18.03

1 1 21 25 0.3

33

154

33 1.4

2 156 1.7

9.0

40.9

43.2

1

60

1 1 0.1

20

1 0.01

9 0.06

2 1 1 3 54 61 0.39 358 1 2 361 2.36

1 1

1 2 3 0.11

2 0.01

1 6

1

2 14 16 0.5

6 35 0.2

2

1

5 0.2

Total

20

3 5 0.03

168

Tabla 19. Tipo de evidencia

Otras cerámicas Cerámica ordinaria sin vidriar (Gris fina) M éxico Pintado de Rojo Azteca IV Cerámica ordinaria pintada negro sobre blanco Cerámica indígena que copia formas europeas Subtotal % Total Total general

U.6

% Total U. 6 general inicial

% Total general

5

U.3 % Total Área general M useo

% Total general

1

2

M aterial General

% Total general

26

32

2

4

1

1 1

5

1

2

1

2

10 0.4 2679

2 0.2 993

31 0.3 9151

17.3

286

1.8

6.4

2328

15.1

Total

77.5 59.3

43 0.27 15437

Tabla 20. Cerámica europea. Trabajos 1979 - 1988 y otros. El Chorro de Maíta. Área M useo Cerámica ordinaria sin vidriar Jarra de Aceite vidriado Jarra de Aceite no vidriado Bizcocho Naranja M icáceo Cerámica ordinaria con vidriado plúmbeo Cerámica ordinaria con vidriado Carmelita Verde M elado Lebrillo Verde El M orro M orisco verde M ayólica M ayólica Columbia Simple M ayólica Columbia Simple Verde M ayólica M orisca Azul sobre Blanco M ayólica Isabela Policromo Total % del total

Unidad 3

Unidad 6 inicial

1 3

Unidad 6

M ateriales generales

Total

% total

3

2

6

1.6

32

56

137

38.3

55

107

29.8

1

5 1 4

1.4 0.3 1.1

4

1.1

4 2 9

7 1 1 2 1 15

13 2 1 7 4 38

3.6 0.5 0.3 1.9 1.1 10.6

15

31

9

14

29

1

4 1 3

1

1

2

1

3

2 1

1 4

1 9

1

4

4

8

17

4.7

1

6

4

11

3.07

1

1

0.3

154 42.7

358

33 9.2

65 18.2

1

4 1.1

102 28.5

169

c.Monedas Por su coloración las dos monedas colectadas en superficie, al este del área del museo, pueden considerarse monedas de cobre o vellón. Ambas están muy deterioradas en la zona de las inscripciones. Una mide 25 mm por su parte más ancha. En el anverso, alrededor del borde, aparece una inscripción. Debajo de esta se halla una línea que engloba algunos elementos en bajo relieve. En el extremo superior se distinguen dos coronas paralelas, con sus partes más próximas unidas o cruzadas, debajo de las cuales aparecen partes de una letra “Y” y de la letra “F”. En el reverso hay restos de una inscripción en el borde, rodeada en la parte inferior por una línea. De los detalles que tenía al centro sólo se conserva, en su parte superior, una corona y parte de una letra (Figura 62, imagen superior). La segunda pieza mide 26 mm por su parte más ancha. En el anverso, alrededor del borde, muestra restos de una inscripción; debajo se halla una línea que encierra una “Y” con una letra “E” ó “F” a la izquierda, y a la derecha restos de lo que pudiera ser una letra “A” o un número cuatro. En el reverso sólo se distingue lo que parece ser una letra “G”, parte de una inscripción alrededor del borde (Figura 62, parte inferior).

Figura 62. Monedas de El Chorro de Maíta. Superior, posiblemente acuñada entre 1505 y 1531; inferior, posiblemente acuñada entre 1542 y 1558. Las dimensiones y peso coinciden con los ofrecidos por Deagan (2002:Tabla 12.2) para monedas de cuatro maravedíes (26 a 27.5 mm de diámetro con un peso de 2.8 a 4 g). La primera moneda presenta rasgos de maravedíes acuñados en las cecas de Burgos y Sevilla entre 1505 y 1531, destinados a ser usados en América. Muestra la “Y” de Isabel y la “F” de Fernando por un lado, y lo que pudiera ser una “F” coronada por el otro, elemento este último que distinguía tales piezas de las monedas de vellón circulantes en España en ese momento (Deagan 2002:244; Ortega 1982:71). Sus detalles coinciden con los de piezas similares halladas en La Española y publicadas por Deagan (2002:246, Figura 12.6, centro) y Ortega (1982:Figura 9). 170

La otra moneda se ajusta a los caracteres de las producidas en la ceca de Santo Domingo durante el reinado de Carlos I y Juana. En el anverso se observa una “Y” con los rasgos de la “Y” gótica coronada y a los lados, como es típico en estas monedas (Deagan 2002:245). También una “F” o una “E” y la marca de denominación, que en este caso parece ser un número cuatro arábigo. Según Deagan (2002:240) la acuñación de estas monedas se autoriza en 1535 pero no comienza a hacerse hasta 1542, extendiéndose hasta alrededor de 1558. Los rasgos de la pieza de El Chorro de Maíta son muy similares a los de maravedíes de Puerto Real referidos por Deagan (2002:Figura 12.7), y de la ciudad de Santo Domingo, reportados por Ortega (1982:Figura 11). 5.4.4 Materiales u objetos europeos modificados. a. Pendiente en diente de cerdo Un canino de cerdo con una clara perforación bicónica en el área de la raíz se halló en el Material General. La perforación y el tipo de objeto, similar a los pendientes antillanos en dientes de perro (Jiménez y Fernández-Milera 2002; Jiménez y Arrazcaeta 2005), indican un trabajo indígena. Se considera como un material europeo modificado por la relación del cerdo con la presencia europea en la Isla; esto no supone un origen territorial europeo para este individuo en particular. b. Pendiente en lámina de metal En la Unidad 6, escaque 13D, a unos 0.30 m de profundidad, se halló una lámina de metal con una perforación. Mide 32 mm por su lado mayor y tiene 2 mm de grueso (Figura 37). Pesa 5.4 g. Fue elaborada en cobre (ver Capítulo 4) y dada la ausencia de este metal en contextos indígenas estimamos un origen europeo. Por su forma irregular, con indicios de martillado y con una perforación hecha desde un lado, con rebordes y forma no regularizada, parece ser un fragmento de un objeto mayor. Fue modificado para convertirlo en pendiente, posiblemente por los indígenas. c. Cerámica europea modificada En las unidades 3 y 6 se localizaron dos fragmentos de Mayólica Columbia Simple y uno de Morisco Verde con perforaciones bicónicas y modificación de los lados. En dos casos se les da forma de disco. La otra pieza es de estructura triangular y esta partida sobre la perforación (Figura 63). Tienen entre 26 y 50 mm por su parte más larga. Piezas como estas se consideran indicio del manejo y modificación indígena del material europeo (Goggin 1968:34, Domínguez 1978:44). Por su tamaño es posible el empleo como pendientes, aunque se han valorado también como probables volantes de husos para hilar (Rouse 1942:125). Piezas circulares pero sin perforación y halladas en contextos urbanos coloniales se han identificado como fichas de juego (Deagan 2002:295).

Figura 63. Cerámica europea modificada. Izquierda, fragmento de Mayólica Columbia Simple de 38 mm en su parte más larga, Unidad 3. Derecha, fragmento de Morisco Verde de 57 mm en su parte más larga, Unidad 6. El Chorro de Maíta. 171

5.4.5 Restos de fauna Aunque la colección estudiada (Pérez Iglesias 2011) destaca por una elevada diversidad de especies, particularmente entre los moluscos, la cantidad de individuos fue baja (2281 NMI); ver Tabla 25. El NMI más alto lo reportan los crustáceos y entre ellos la especie Gecarcinus ruricola, un comportamiento bien diferente al de las áreas investigadas entre el 2006 y el 2009. Le continúan en importancia los moluscos terrestres con la Zachrysia sp. como la especie más abundante. Entre los moluscos marinos sobresalen el Isognomun alatus, Codakia orbicularis, Cittarium pica y Strombus gigas. Se obtuvieron restos de tres especies de reptiles, en su mayoría jicotea (Trachemys decussata), y de 7 especies de peces. Entre los mamíferos terrestres se hallan tres especies de jutia, además del Solenodon cubanus, sólo localizado con anterioridad en la Unidad 1 (1986), y restos de Canis lupus familiaris. Pérez Iglesias identificó restos de al menos 21 cerdos (NMI), en su mayoría ejemplares jóvenes provenientes de Unidad 6 y del Material General. En su opinión los caracteres de estos individuos son los mismos de los vistos en los demás espacios del sitio, incluyendo las unidades 1 y 5, sin que pueda estimarse la presencia de jabalíes. Investigadores como Osvaldo Jiménez y Carlos Arredondo (2011:209) también descartan la existencia de jabalíes en contextos como este y su introducción en Cuba en el siglo XVI. El estudio se halla inconcluso pero hasta el momento Pérez Iglesias ha identificado huellas de roído en los huesos, quizás por perros, y numerosas marcas generadas por acción humana. Predominan las fracturas, ocasionalmente relacionadas con corte de huesos y en algunos casos con posible consumo de médula. Hay, en menor medida, huellas de raspado, punzado, tajado y corte sin fractura. Muchas huellas pueden relacionarse con el empleo de instrumentos metálicos de corte y punzado. La selección de partes para consumo indica el predominio de huesos del cuarto trasero seguidos por elementos del cuarto anterior y del esqueleto axial. Las cabezas fueron utilizadas, notándose una fragmentación muy grande de sus huesos. Los tipos de huesos presentes sugieren el procesamiento de animales enteros en el sitio. 5.4.6 Otros materiales. Metal antiguo En el material no estudiado proveniente de los trabajos desarrollados entre 1979 y 1988, y en el obtenido durante el período 2006-2009, se encontraron objetos de metal de apariencia antigua por su consistencia y posible manufactura (Figura 64, Tabla 26). También se halló una pieza de este tipo en la Unidad 2. Algunas láminas y partes de asas pueden relacionarse con una clase de vasija de hierro colado denominada trébede, usada con frecuencia en el siglo XIX y hallada en espacios domésticos e incluso en sitios de cimarronaje africano. Aparecen clavos que por su sección cuadrada y los indicios de martillado en sus lados pueden considerarse forjados a mano, así como fragmentos diversos de objetos de estructura laminar. Estos fragmentos y los clavos son de metal ferroso y muestran un fuerte nivel de oxidación y deterioro que dificulta su identificación. Se encontraron dos láminas de metal no ferroso, probablemente cobre o latón. Los clavos forjados a mano son frecuentes en Cuba durante todo el período colonial. Como en otras partes del continente comienzan a ser sustituidos por los clavos cortados en el siglo XIX (Wells 1998:83). El hallazgo de partes de trédebes y también de loza del XIX, indica el manejo del lugar en ese período, por lo que el material metálico pudiera ser de esa época. Muchas de estas piezas son difíciles de diferenciar de objetos más tempranos. De hecho algunos clavos son muy similares en forma y tamaño a los localizados en La Isabela y Puerto Real (Deagan y Cruxent 2002a:251-254; Deagan 1995a:267). Desde esta perspectiva y teniendo en cuenta el contexto del sitio no podemos excluir la existencia de material temprano, mezclado con piezas del siglo XIX y de otras épocas. Excluyendo las partes de vasijas del siglo XIX hay 28 piezas que hemos clasificado como metal antiguo (Tabla 26). La mayor probabilidad de que sean del siglo XV ó XVI se halla en los 13 clavos encontrados. Muestran dimensiones de entre 5.3 y 9.8 cm de largo y cabezas planas, facetadas o redondeadas. Dos de ellos tienen puntas dobladas y debieron estar clavados a piezas de madera que se 172

deterioraron. Hay además dos clavos partidos, de cabeza aplanada, de 2.7 y 3.4 cm de largo respectivamente, similares a los usados para fijar herraduras de caballo. Los 10 fragmentos de metal ferroso miden entre 2 y 11 cm de largo, con gruesos variables de entre 4 y 16 mm. Cuatro de estas láminas presentan perforaciones, dos de las cuales conservan restos de remaches y recuerdan empuñadura o mangos. Se halla además una cuña de 9.5 cm de largo, 3.5 de ancho y 2.6 cm de alto. Las dos láminas de cobre o latón son pequeñas (entre 3.5 y 6.5 cm de largo por 0.2 cm de grueso) y están dobladas. Por su tamaño los clavos pudieron relacionarse con trabajos de carpintería doméstica, muebles, contenedores y elementos arquitectónicos ligeros. Por su grosor, dimensiones y forma, y por la relación con remaches, las láminas y fragmentos pueden provenir de hojas de cuchillos y quizás armas u herramientas sin embargo, estas no deben haber sido de gran tamaño. Este material se ubica en casi todas las áreas trabajadas, especialmente en Campo Moisés, siempre en la capa inicial. 5.4.7 Resultados del estudio de los materiales La investigación de las evidencias obtenidas por el DCOA entre 1979-1988 y de las piezas del sitio conservadas en otras instituciones, refuerza y amplía la visión aportada por los trabajos de prospección y excavación, de modo especial en lo referido a objetos relacionados con el proceso de interacción. Se observan nuevos detalles de la parafernalia ritual indígena y una presencia importante de restos europeos, superior en número a la conseguida entre el 2006 y el 2009. Se identifican indicios de interacción ausentes en esos trabajos como son las piezas de material europeo modificado por los indígenas (cerámica, metal y hueso), cerámica mexicana, cerámica indígena no local y cerámica indígena local que copia formas europeas. Varias de estas piezas, como las cerámicas Naranja Micáceo, El Morro, México Pintado de Rojo, y uno de los maravedíes, se sitúan cronológicamente a mediados del siglo XVI, pudiendo extenderse su vigencia hasta mediados del XVII o fechas posteriores. Los materiales estudiados representan diversas áreas del sitio pero en su mayor parte provienen de las unidades 3 y 6: la superficie y la capa inicial del cementerio, y el espacio inmediato al oeste. Se trata de excavaciones de gran tamaño que permiten un acercamiento profundo a los contextos del sitio y aportan una colección altamente representativa, marcada por la abundancia de objetos europeos como indicio del funcionamiento poscontacto de esas zonas. Como se verá en el Capítulo 7 la presencia de material europeo en las tumbas es también importante y define la cronología de muchas inhumaciones. Sin embargo, se carece de información que establezca o niegue la existencia de estratos anteriores al contacto en estas áreas. Ante la pérdida de referencias de mucho de su material es imposible comparar estas unidades entre sí para entender sus caracteres, aunque ciertos aspectos resultan exclusivos de una u otra. En Unidad 6 se nota un desarrollo significativo de los elementos de parafernalia ritual-ceremonial y ornamental: concentra las únicas cuentas de piedra halladas así como piezas complejas de hueso. Esto apoya la idea de un contexto ceremonial, ya apuntada por Guarch Delmonte, quien refiere la concentración de ese material -además de la lámina de metal perforada y el cascabel- en un espacio de no más de 4 m². La relación estratigráfica de estos objetos es desconocida pero pudiera tratarse de un contexto ceremonial poscontacto dada la presencia de material europeo. Se trata de un pequeño espacio del área excavada en Unidad 6. Considerando su amplio reporte de fauna y artefactos diversos, quizás esa unidad albergara también depósitos domésticos. Por otro lado no hay restos humanos en su material aún cuando se halla muy cerca de la Unidad 3. El inventario de material de Unidad 3 resulta amplio, en especial porque no incluye todas las evidencias obtenidas, quizás dispersas en Material General, ni las halladas en las tumbas. Sin embargo, dada la amplitud de la excavación (421 m²), más de cuatro veces el total del área de todas las unidades del sitio, estos objetos no indican grandes depósitos. La proximidad a Unidad 6, situada en una posición más alta, pudo facilitar el desplazamiento de parte de estos objetos por acción de las aguas superficiales y, como refiere Guarch Delmonte para la parte sur del cementerio, pudieron existir 173

concentraciones pequeñas de desechos. Pese a su diferente naturaleza ambas unidades comparten la abundancia de cerámica europea, el común reporte de objetos europeos con modificación indígena y de cerámica local copiando formas europeas, así como una presencia intensa de restos de cerdo. Se trata de una similitud muy relevante por el carácter contiguo de los espacios y por su función, la cual podría reconocerse mejor si se consideran los demás aspectos de estas unidades y se valoran a escala de sitio. 5.4.8 Las unidades 6 y 3. Variabilidad intra sitio Para analizar las peculiaridades antes referidas el material de las unidades No. 6 y 3 fue comparado con el del resto del sitio. Se consideró como un conjunto, denominado “Área de entierros y zona cercana” (AEZC), al cual se agregó el material del Área del Museo, el Material General y el material cerámico europeo de las tumbas (ver Capítulo 7) para un total de 15151 evidencias. Para disminuir la presencia de objetos de otras áreas, no se cuantificaron las dos monedas halladas al este del museo ni las dos copias de vasijas de origen desconocido existentes en la exposición de esta institución. Tampoco piezas provenientes de las prospecciones de 1979 y 1985. Del material en las tumbas no se incluyó el situado sobre los esqueletos, sino los restos culturales y de fauna que pudieron hallarse en superficie y entrar de modo accidental a las fosas (ver Capítulo 7 para discusión sobre este aspecto). Estos datos se compararon con los obtenidos en los trabajos del 2006-2009, tanto de excavaciones como de prospecciones (7421 evidencias culturales), y con piezas de las unidades No. 1, 2 y 5 (3355 evidencias). A este conjunto de 10776 piezas se le denominó “Áreas domésticas” (AD). No se incluyó la Unidad 6 inicial pues no dispone de información arqueozoológica y se desconoce su relación con las unidades No. 3 y 6. De las unidades No. 1, 2 y 5, se consideró sólo la cerámica europea que pudo ser analizada, un total de 13 fragmentos de los 27 referidos en los informes de Jardines (1986, 1987); ver Tabla 21 y Tabla 22. En el caso de los datos de fauna sólo se valora el material obtenido en excavaciones, con una clasificación y conteo adecuados (Tabla 23). Los espacios excavados tienen dimensiones muy diferentes y gran parte del material de las labores del período 2006-2009 proviene de superficie. Esto hace de la comparación sólo un recurso de reconocimiento. Aún cuando reporte una colección mucho mayor, el espacio del AEZC tiene una densidad menor de artefactos. Si se considera sólo el material excavado del resto del sitio -descartando 1617 piezas obtenidas en distintos tipos de prospección y reduciendo el material del AD a 9159 piezas-, así como el área de estas excavaciones (47.8 m²), la densidad de artefactos es de 191.6 por metro cuadrado. El grupo del AEZC es de 15151 artefactos, que potencialmente provienen de un área de al menos 463 m² (suma del área de las unidades No. 6 y 3; Figura 21 y 23), para 32.7 artefactos por metro cuadrado. Dada la información sobre baja presencia de materiales en Unidad 3, la densidad en el espacio de Unidad 6, de sólo 42 m², debió ser mucho mayor. El espacio del AEZC tiene una representatividad proporcionalmente menor de los grupos artefactuales indígenas. La colección de restos de vasijas es ligeramente más reducida, al igual que el índice decorativo (Tabla 21). También los artefactos rituales y ornamentales de piedra y concha y los artefactos utilitarios de hueso, concha y coral. Los burenes, la piedra tallada y los artefactos utilitarios de piedra muestran una proporción algo superior. Las piezas rituales y ornamentales de hueso son más frecuentes. Esta última tendencia se hará mucho más definida en el caso de la cerámica europea donde hay una cantidad mayor de tipos y casi todos reportan más fragmentos (Tabla 22). De hecho en el AEZC se concentran, aún en este enfoque restringido en cuanto a colección, el 60 por ciento de toda la del sitio (361 piezas de 600). También están allí las cerámicas mexicanas, sólo hay dos fragmentos fuera (en unidad 2 y en superficie de Campo Moisés), y casi toda la cerámica indígena no local o que copia formas europeas. Un aspecto particular del AEZC, como se comentó en su momento, es el reporte, único para el sitio, de objetos o material europeo modificado por los indígenas. El perfil de fauna también es distinto (Tabla 24 y Tabla 25). El NMI es muy inferior al de la colección del resto del sitio resultando apenas el 14.6 por ciento del total general del sitio en excavaciones (Tabla 23). En la colección de AD las especies son más numerosas y el protagonismo en 174

cuanto a NMI está de modo claro en los moluscos terrestres, con cierta fuerza de los moluscos del mediolitoral. Los demás grupos tienen siempre una presencia pequeña. En AEZC las proporciones son más equilibradas y por ello todos los grupos, menos el de los moluscos terrestres, tienen un reporte porcentual mayor que en la colección del resto del lugar. Los puntos de intensidad más alta se hallan en los crustáceos y moluscos terrestres. Aunque no hay un cálculo de biomasa el aporte de peces y mamíferos terrestres resulta también más significativo. Así debió ser con el cerdo que consigue aquí, con 32 individuos de un total general de 38, la mayor cantidad de ejemplares del sitio (el 84.2 por ciento). Es difícil establecer la causa de estas diferencias. Debe ser determinante el hecho de que los grupos de espacios tienen funciones distintas. Las evidencias colectadas entre el 2006 y el 2009 provienen básicamente de contextos domésticos mientras que las de unidades No. 6 y 3 son una combinación del cementerio (con baja densidad artefactual) y zonas posiblemente ceremoniales y domésticas. Se podría esperar por ello una captación distinta de especies y un manejo menos intenso de artefactos utilitarios, con una presencia más amplia de aspectos rituales, aunque esto último sólo se da en el caso de los objetos de hueso. Sin embargo, esto no explica el alto reporte de material europeo que tampoco puede justificarse adecuadamente en las dimensiones del área excavada pues, como hemos visto, tiene una baja densidad de artefactos por metro cuadrado. Igual situación se da con los objetos y materiales modificados y con las restantes evidencias asociadas a la interacción. La misma fuerza del aspecto europeo y de los indicios de interacción, definen un perfil particular para esa área y parecen vincularse con los caracteres de variabilidad en los aspectos indígenas. Potencialmente su función al momento de la interacción, marcada por el cementerio o la cercanía a él, genera un conjunto europeo de cierta fuerza y una contracción de múltiples expresiones de la sociedad indígena. Se trata de una situación típica en contextos indígenas similares, mencionada por varios autores (Guarch Delmonte 1988:178; Rey 1988:168, Rives 1987; Castellanos y Pino 1978:19).

Figura 64. Objetos de metal obtenidos en los trabajos 1986 - 1988. Izquierda, clavo forjado con 87.1 mm de largo. Derecha, cuña de 95.1 mm de largo. El Chorro de Maíta.

Figura 65. Decoraciones modeladas y aplicadas en cerámica indígena de trabajos 1986 - 1988. Izquierda, pieza de 80mm de alto. Derecha, 140 mm de largo. El Chorro de Maíta. 175

Tabla 21.Comparación de reportes de materiales en diversas áreas. Área de enterramientos y zona cercana (AEZC) Decoración de vasijas

240

Áreas domésticas (AD) 176

% total fragmentos de vasijas

1.7

1.8

1.8

1.7

Fragmentos vasijas de cerámica

13600

9808

23408

24106

% total grupo Burenes % total grupo Piedra tallada % total grupo Artefactos utilitarios de piedra

89.7 557 3.7 438 2.9 32

91.01 244 2.2 244 2.2 24

90.2 801 3.08 682 2.6 56

90.2 824 3.0 705 2.6 63

% total grupo Artefactos rituales y ornamentales de piedra

0.2 7

0.2 18

0.2 25

0.2 25

% total grupo Artefactos utilitarios de concha % total grupo Artefactos rituales y ornamentales de concha % total grupo Artefactos utilitarios de hueso

0.04 38

0.16 132

0.09 170

0.09 171

0.2 2

1.2 20

0.6 22

0.6 22

0.01

0.1 2

0.08 2

0.08 2

9

0.01 2

0.007 11

0.007 11

0.05 60

0.01 74

0.04 134

0.04 136

0.4

0.6

0.5

0.5

361

204

565

600

1

1 1

1 2 0 568 2.2 5

1 2 2 605 2.2 5

0.01 43

0.01 45

0.1 25927

0.1 26721

% total grupo Artefactos rituales y ornamentales de hueso % total grupo Artefactos utilitarios de coral % total grupo Material europeo Cerámica europea Vidrio Cascabeles M onedas S ubtotal % total grupo Objetos modificados % total grupo Cerámica indígena y copia de formas europeas % total grupo Total % total en comparación

362 2.4 5

206 1.9

0.03 41

2

0.2 15151 58.4

0.01 10776 41.5

Total en comparación

Total general del sitio

416

418

176

Tabla 22.Comparación de cerámica europea en diversas áreas del sitio. El Chorro de Maíta. Área de enterramientos y zonas cercana (AEZC)

Áreas domésticas (AD)

Total en comparación

Total general del sitio

Cerámica Ordinaria sin vidriar % total grupo Jarra de Aceite vidriado % total grupo Jarra de Aceite no vidriado % total grupo Bizcocho % total grupo Naranja M icáceo % total grupo Cerámica Ordinaria con vidriado plúmbeo

5 1.4 137 38 108 30 6 1.7 1 0.27 4

3 1.5 92 45.09 59 29 3 1.5

8 1.4 229 40.5 167 29.5 9 2.6 1 0.17 16

9 1.5 244 40.6 180 30 9 1.5 1 0.16 16

% total grupo Cerámica Ordinaria con vidriado Carmelita Verde % total grupo M elado % total grupo Lebrillo Verde % total grupo El M orro % total grupo M orisco Verde % total grupo M ayólica % total grupo M ayólica Columbia Simple % total grupo M ayólica Columbia Simple Verde % total grupo M ayólica M orisca Azul sobre Blanco % total grupo M ayólica Santo Domingo Azul sobre Blanco

1.1 4

5.8

2.8 4

2.6 4

0.7 19 3.3 6 1.06 1 0.17 8 1.4 8 1.4 52 9.2 20

0.6 19 3.1 6 1 1 0.16 8 1.3 8 1.3 58 9.6 20

3.5 11

3.3 11

1,9 1

1,8 1

0.17 3 0.5 2 0.35 565

0.16 3 0.5 2 0.33 600

% total grupo M ayólica Isabela Policromo % total grupo M ayólica Caparra Azul % total grupo Total cerámica europea % total en comparación

1.1 15 4.1 2 0.55 1 0.27 7 1.9 4 1.1 36 9.9 19 5.2 11 3.04 0

1 0.3

361 63.8

12

4 1.9 4 1.9

1 0.49 4 1.9 16 7.8 1 0.49

1 0.4 2 0.9 2 0.98 204 36.1

177

Tabla 23. Comparación de restos de fauna (NMI) obtenidos en diversas partes del sitio. El Chorro de Maíta. Área de enterramientos y zonas cercana (AEZC)

Áreas domésticas (AD)

T otal general del sitio % total del sitio

249 (10.2 %)

215 (1.5 %)

464 (2.7 %)

469 (19.3%)

1577 (11.0 %)

2046 (12.2)

Subtotal NMI

537 (22.1 %)

11565 (81.3 %)

12102 (72.7 %)

Re ptiles Subtotal NMI

10 (0.4%)

35 (0.24 %)

45 (0.2 %)

Moluscos infralitoral Subtotal NMI Moluscos mediolitoral Subtotal NMI Moluscos terrestres

Anfibio Subtotal NMI

1 (0.04 %)

1 (0.06 %)

Crustaceos Subtotal NMI

952 (39.2 %)

316 (2.2 %)

1268 (7.62 %)

Pe ce s Subtotal NMI

99 (4.08 %)

344 (2.4 %)

443 (2.6 %)

Subtotal NMI

82 (3.3 %)

154 (1.0 %)

236 (1.4 %)

Sus scrofa T otal NMI

32(1.3 %)

6 (0.04%)

38 (0.2 %)

2430

14212

16642

14.6

85.4

Mamíferos terrestres

% total del sitio

Figura 66. Decoraciones incisas en cerámica indígena, obtenidas en trabajos de entre 1986 y 1988. Izquierda a derecha, 63 mm de largo, 48 mm de largo y 57 mm de largo. El Chorro de Maíta 5.5 Conclusiones. Estructura del sitio, presencia de material europeo y cronología de la interacción Las prospecciones superficiales y excavatorias, las excavaciones y los datos aportados por el estudio de material colectado en distintos momentos en el sitio, particularmente en las unidades 3 y 6, ayudan a concretar una nueva visión de El Chorro de Maíta tanto en términos de extensión como de estructura y, sobre todo, de distribución de los restos europeos o asociados con estos. La información de las unidades No. 1, 2 y 5 también contribuye a este acercamiento más preciso, aunque aún 178

incompleto por lo reducido de las excavaciones y su concentración en el Área de entierros y espacios inmediatos. Se establece la presencia generalizada de contextos indígenas en un espacio cuidadosamente seleccionado, atendiendo a las peculiaridades topográficas del lugar. En varias partes sobre estos contextos aparece una capa de mezcla de material indígena con material europeo. Este último también puede hallarse en superficie, en casi todo el sitio, aunque con una frecuencia muy irregular. Debido a la intensa alteración no se logran identificar contextos específicos en la capa inicial, donde se da la situación de mezcla. Tampoco se puede excluir que esta capa incluya estratos anteriores al inicio de la interacción con los europeos. La concentración de material europeo en ciertos espacios, de modo especial en Campo Moisés y en las unidades No. 3 y 6, indica la relevancia de estos en los procesos y situaciones de interacción. La ausencia de restos europeos, o de material indígena que copia formas europeas, en los estratos bajo la capa mezclada, indica un momento anterior a la interacción. Esta consideración se apoya en las dataciones radiocarbónicas y parece remitirse con mayor probabilidad al siglo XIII DC, extendiéndose hasta el arribo hispano. Sólo en Campo Moisés se identifican las funciones de algunos espacios situados en estos estratos: áreas de elaboración y consumo de alimentos, y de depósito de desechos. Tales espacios no se asocian a estructuras constructivas si bien posibles indicios de estas parecen hallarse en la Unidad 16, notable por el reporte de parafernalia ritual y ornamental en elaboración. Aspectos rituales igualmente se perciben en la Unidad 6. La combinación de fogones y capas de basura se observa en las unidades 1 y 5, y refiere la amplitud de las zonas domésticas que, junto a los contextos antes referidos, se disponen alrededor del Área de entierros (según los límites definidos en los años ochenta) e incluso sobre su borde sur. Tal diversidad, aún sin integrar adecuadamente en términos temporales, refiere el dinamismo y potencia de la ocupación indígena y resulta coherente con reiterados hallazgos de elementos ornamentales y rituales, y con la visión tradicional del sitio como centro de alto potencial artesanal y protagonismo político. Según el dato arqueológico y etnohistórico antillano (Samson 2010:19-23, 57), en las aldeas indígenas muchas veces las casas estaban cerca de montículos con desechos y de los fogones, y en ellas se fabricaban artefactos y realizaban actividades rituales. Desde estos datos se pudiera esperar cierta proximidad de las estructuras residenciales, hasta ahora no ubicadas, a los contextos de basurales, fogón y elaboración de parafernalia. Por el momento sólo se puede decir que zonas para actividades domésticas diversas se disponían alrededor del Área de entierros, caracterizada por cierta centralidad. Al norte de esta la elevación del terreno crea un borde natural, donde se alinean concentraciones de basura localizadas durante las excavaciones de las unidades No. 1, 2 y 10. Si bien en estratos precontacto de la Unidad 10 se halló un hueso humano, no hay indicios para considerar una extensión coherente del cementerio en esta dirección. En algunas de las direcciones restantes los espacios domésticos se hallan próximos a inhumaciones o son impactados por estas, pero no llegan a estructurarse de modo definido sobre la parte de mayor densidad de entierros, situada en Unidad 3. En la Unidad 5 se ubica un entierro y otras inhumaciones aparecen próximas a Unidad 6 y Unidad 16. Hay entierros relativamente aislados al sur de Unidad 3; al sureste de la Unidad 8 las prospecciones del 2003 localizaron pequeños elementos óseos. Durante esas prospecciones también se estableció la ausencia de entierros y materiales al este de las unidades No. 3, 7 y 8 (Valcárcel Rojas et al. 2003), detalle coincidente con los resultados de Unidad 18. Estas informaciones presentan al Área de entierros como una zona cuyos márgenes sur y oeste se insertan en espacios domésticos, aunque ella en si misma sea pobre en artefactos y colinde al noreste con zonas de densidad artefactual mínima (Figura 21, Figura 40). El Área de entierros y los espacios sin materiales al este, ofrecen cierta integralidad, dado su relieve regular y una posición que marca un punto intermedio respecto a las partes altas al oeste y norte, y las bajas al sur y al este. La idea de que todo este espacio pueda ser una plaza se hace más coherente desde tales datos y en la perspectiva aportada por la identificación de las zonas domésticas.

179

La ubicación de cementerios dentro de plazas ha sido ampliamente discutida en el caso de Puerto Rico y resulta clara en los momentos iniciales del saladoide, perdiendo popularidad en períodos posteriores (Siegel 1999; Curet y Oliver 1998). En el caso de La Española no hay una evaluación adecuada del asunto. Los espacios donde se hallan los grandes cementerios no se reconocen como plazas y en la información de las plazas identificadas no hay indicios claros de enterramientos. En Cuba el padre Las Casas (1876) menciona plazas en varias aldeas, sin precisar sus caracteres. No hay cementerios en sitios agricultores ceramistas de la Isla y desde el registro arqueológico no hay una identificación confiable de plazas no formalizadas, aún cuando los espacios aparentemente libres, en la parte central de los sitios, son un patrón común y generalmente se les asigna esa función. El Chorro de Maíta parece ajustarse a ese esquema, el cual completa la imagen de una aldea indígena, si bien deben ubicarse las casas y dilucidarse el proceso de formación del cementerio. La presencia europea está dominada por el reporte de cerámica. Esta se halla en diversas partes del sitio y sugiere un funcionamiento integrado de casi todo el espacio en momentos poscontacto. Incluyendo el material encontrado en las tumbas se reportan 605 piezas (Tabla 21 y Tabla 22) de las cuales el 99,1 por ciento (600) son fragmentos de cerámica. No se han considerado las piezas de metal antiguo y no hay un estudio del vidrio, pero se trata de una cifra superior, de modo radical, a la conseguida en las investigaciones iniciales. Cuantitativamente llega al nivel de sitios reconocidos por la abundancia de este componente, como El Yayal, con 530 objetos de distinto material, y Alcalá, con 541 piezas de cerámica y numerosos objetos de metal (Domínguez 1984:80; Pedroso 1995; Valcárcel Rojas 1997:69). No hay datos precisos sobre las dimensiones de las excavaciones en estas locaciones, pero no parecen haber llegado al gran tamaño de las de El Chorro de Maíta. Al menos es así en Alcalá, según sugieren las informaciones disponibles (García Castañeda 1938; Valcárcel Rojas 1997). Esto implica una presencia potencialmente moderada respecto a esos otros espacios. La cerámica europea de El Chorro de Maíta es poco variada y está compuesta en un 70 por ciento por Botijas o Jarras de Aceite (recipientes de almacenamiento), en gran parte vidriadas (Tabla 22). El resto son mayólicas, básicamente Columbia Simple (9,6 por ciento), y en cantidad pequeña algunos tipos de cerámica ordinaria vidriada y no vidriada (ver Apéndice 2). Las vasijas identificadas, sin considerar las Jarras de Aceite, se asocian con el servicio de mesa aunque algunas piezas pudieran funcionar para almacenamiento y muy pocas para cocina y elaboración de alimentos. De modo particular aparecen restos de lebrillos (vasijas para aseo y actividades domésticas diversas) bastantes grandes, y parte de uno o dos recipientes para medicinas. Hay una clara orientación hacia el almacenamiento y transporte que, como veremos más adelante, involucró incluso cerámicas no europeas pero importadas en relación con estos. El conjunto cerámico de El Chorro de Maíta es algo más variado pero muy similar al de Alcalá en sus tipos y en la proporción de estos. Por su frecuencia esta cerámica no debe haber llegado al lugar a través de canales de intercambio o regalo, donde el indígena capta objetos exóticos. Aunque la ausencia de contextos conservados dificulta estimar su uso, el modo en que se dispersa por el sitio sugiere su transformación en un desecho más. Incluso su presencia en las tumbas, como se discute en el Capítulo 7, apunta a una entrada accidental a partir de materiales abandonados en superficie. Una captación masiva de cerámica y un manejo donde se le da carácter de objeto cotidiano y descartable, debió ser implementado y sostenido por europeos o por individuos en directa relación con estos y acostumbrados a la cultura material hispana. De modo peculiar el menaje cerámico también cubre necesidades de carácter médico y de aseo personal, así como un conjunto básico de mesa, conformando un patrón mínimo para actividades domésticas. Dos cascabeles, dos monedas, y parte de un posible lagrimario, completan el registro de material europeo, además de aquellos elementos modificados por los indígenas. Es un conjunto poco variado, aún considerando los objetos de metal antiguo e incluso el comentario de Rouse (1942:106) sobre una posible espada. Es importante decir que las piezas de metal de cronología no precisada parecen pertenecer a objetos, armas, o herramientas, de poco tamaño y aún cuando los clavos pueden tener múltiples usos, se trata de un menaje reducido y simple. En algunas tumbas, como se describe en el 180

Capítulo 7, se halló metal ferroso; este se mantiene en el mismo perfil que el resto del sitio. Comparado con sitios con colecciones similares de cerámica europea, la proporción de objetos de metal en El Chorro de Maíta es baja. En El Yayal hay 184 piezas signadas por su variedad: herraduras, puntas de cuchillos, cascabeles, monedas, anillos, cerrojos, tijeras, clavos (Domínguez 1984:89). Hallazgos recientes amplían esta colección con partes de espuelas, frenos de caballos, puntas de lanza y arpones, hebillas y empuñaduras de espadas, entre otros elementos. Aunque no hay cifras para Alcalá su inventario incluye hachas, cuchillos, tijeras, picos, clavos, herraduras, eslabones de cadenas, cuñas, cascabeles, láminas y cabos de agujetas de latón (Valcárcel Rojas 1997:70, Valcárcel Rojas et al. 2007). En El Porvenir también son muy frecuentes estos materiales. Como indica la Cala 19, pudieran existir contextos que aporten nuevos materiales y con ellos una visión diferente de esta presencia sin embargo, en torno al cementerio las prospecciones y excavaciones han sido amplias y ofrecen un registro de indudable representatividad. En razón de esto posiblemente nos hallamos ante un tipo específico de presencia, marcada por un reducido componente de artefactos metálicos, particularmente en lo referido a armas y herramientas de metal ferroso. El perfil de contenedores y vasijas de almacenamiento, sostenido por la cerámica europea, se continúa en lo que parece ser una tinaja de México Pintado de Rojo. Por su cronología y origen esta pieza debió llegar a Cuba como parte de los flujos económicos y de expansión colonial, existentes entre Las Antillas y en especial en Cuba, con México. Un fragmento de cerámica Azteca IV también pudiera vincularse con estos mecanismos. Otras vasijas con componentes indígenas de apariencia no local pudieran relacionarse con el mismo proceso de interrelación regional, aunque quizás involucrando otras zonas bajo control hispano. Tal presencia refleja una diversidad de cultura material difícil de explicar como parte de una captación indígena independiente. Otro indicador importante del elemento europeo son los restos de cerdo (Sus scrofa). Se trata en su mayoría de individuos juveniles concentrados en la Unidad No. 3, 6 y espacios inmediatos (Tabla 24 y Tabla 25). Un análisis de isótopos de estroncio sobre restos hallados en las tumbas y en la Unidad 6 (ver Capítulo 6), sólo identifica animales no nacidos en la región, lo cual apunta a un traslado hasta el sitio más que a situaciones de crianza local. Algunos restos muestran procesamiento con artefactos metálicos y un aprovechamiento intenso y completo de los animales. A diferencia de la cerámica europea la distribución del cerdo se halla muy limitada espacialmente. Esto apunta al carácter especial de las unidades No. 3 y 6, lugares donde se concentran tales restos, en lo referido a la situación de depósitos asociados a la interacción con los europeos. De cualquier modo su reporte en Unidad 16 y en Cala 19, junto a restos de fauna y material cultural local, sugiere un acceso indígena a este animal. Es relevante la presencia en la Unidad 6, de los únicos objetos con posible modificación indígena (5 piezas: pendientes en lamina de metal y diente de cerdo, y cerámicas perforadas) y gran parte de la cerámica indígena local o no, que en algunos casos parece copiar formas hispanas. En ese espacio estas peculiaridades tienen su contraparte en la contracción de diversos aspectos de carácter indígena, quizás como reflejo del impacto de la interacción y de la función de ese lugar durante dicho proceso. Lamentablemente la variabilidad o continuidad de los patrones indígenas en está y otras partes del sitio, en su relación con la interacción, no se pudo analizar de manera adecuada por falta de información sobre la estructura estratigráfica de las capas con material europeo y de elementos que permitieran establecer las funciones de los espacios. No deja de ser interesante que en las áreas excavadas entre el 2007 y el 2009 la capa con mezcla de materiales europeos siempre concentre la mayoría de los artefactos indígenas, mientras que las capas anteriores a la interacción acumulan los restos de fauna.

181

Tabla 24. Especies identificadas en áreas domésticas y NMI. El Chorro de Maíta.

Moluscos infralitoral Codakia orbicularis (Linnaeus, 1758) Strombus gigas Linnaeus, 1758 Strombus sp. Linnaeus, 1758 Asaphis deflorata (Linnaeus, 1758) Lucina pectinata (Gmelin, 1791) Oliva reticularis Lamarck, 1810 Purpura patula (Linnaeus, 1758) Columbella mercatoria (Linnaeus, 1758) Strombus pugilis Linnaeus, 1758 Cypraecassis testiculus (Linnaeus, 1758) Fasciolaria tulipa (Linnaeus, 1758) Charonia variegata (Lamarck, 1816) Periglypta listeri (J. E. Gray, 1838) Puperita pupa (Linnaeus, 1767) Vasum muricatum (Born, 1778) Tellina fausta Pulteney, 1799 Conus daucus Hwass, 1792 Conus sp. Linnaeus, 1758 Anadara sp. Gray, 1847 Chama macerophylla Gmelin, 1791 Melongena melongena (Linnaeus, 1758) Tellina radiata Linnaeus, 1758 Pinctada Roding, 1798 Cymatium femorale (Linnaeus, 1758) Subtotal NM I Moluscos mediolitoral Cittarium pica (Linnaeus, 1758) Isognomon alatus (Gmelin, 1791) Crassostrea rhizophora Guilding Fissurella nodosa (Born, 1778) Nerita peloronta Linnaeus, 1758 Nerita versicolor Gmelin, 1791 Tectarius muricatus (Linnaeus, 1758) Littorina Ferussac, 1822 Brachidontes Swainson, 1840 Fissurella Bruguiere, 1789 Bulla striata Bruguiere, 1792 Ischadium recurvum (Rafinesque, 1820) Chiton Linnaeus, 1758 Arca zebra (Swainson, 1833) Cerithium litteratum (Born, 1778) Periglypta listeri (J. E. Gray, 1838) Neritina sp. Cenchrytes muricatus Subtotal NM I

U. 9

U.10

x x

x x

U. 12 Cala 19 x x

x

x

U. 14

U. 16

U. 1

U. 2

U. 5

x

x

x x

x x

x x

x x

x x

x

Total áreas domésticas

x

x

x x x x x

x

x

x

49

3

20

3

3

6

30

37

64

x x x

x

x x x

x x

x x

x x x

x

x

x x

x x x x x x x

x x x

x x

x x x x x x x

x x x x

x

x x x

x x

215

x

x

x

x x

x x

x x

x 355

x 28

x 461

6

93

x 149

115

197

x 173

1577

182

Tabla 24.

Moluscos terrestres Zachrysia Pilsbry, 1894 Polymita muscarum Cerion Roding, 1798 Coryda alauda alauda (Férussac) Liguus M ontfort, 1810 Caracolus sagemon (Beck, 1837) Emoda H. et A. Adams, 1858 Polydontes imperator (M ontfort, 1810) Polydontes sobrina (Férussac, 1819) Cenchrytes muricatus Coryda alauda alauda (Férussac) Polymita muscarum (Lea, 1834) Emoda blanesi Clench et Aguayo in Aguayo, 1953 Chondropoma Pfeiffer, 1847 Subtotal NM I Reptiles Trachemys decussata (Gray, 1831) Epicrates angulifer Bibron, 1840 Cyclura nubila (Gray, 1831) Subtotal NM I Anfibio Buffo Fustiger? Subtotal NM I Crustáceos Gecarcinus ruricola (Linnaeus, 1758) Cardisoma guanhumi Latreille, 1825 Callinectes sapidus Rathbun, 1896 Subtotal NM I Peces Sparisoma viride (Bonnaterre, 1788) Sparisoma Swainson, 1839 Lachnolaimus maximus (Walbaum, 1792) Lachnolaimus Cuvier, 1829 Calamus bajonado (Bloch and Schneider, 1801) Mycteroperca venenosa (Linnaeus, 1758) Familia Balistidae Scarus sp. Balistes Linnaeus, 1758 Sphyraena barracuda (Edwards in Catesby, 1771) Centropomus Lacepède, 1802 Lutjanus Bloch, 1790 Bodianus rufus (Linnaeus, 1758) Epinephelus Bloch, 1793

U. 9

U.10

x x x x

x x x

x

U. 12 Cala 19

U. 14

U. 16

U. 1

U. 2

U. 5

x x x x x x

x x x x x x

x x x

x x x x

x x x

x x x x

x x x

x

x

x

x

Total áreas domésticas

x

x

x

x

x

x

x

x

x

x 4739

x 715

x 3256

86

520

x 1204

218

654

173

x

x

x

x

x

x

x

8

1

x 6

1

x 7

x 11

1

0

0

11565

35

0 x x x 136

x

x

x

14

x 55

1

x

x

x

x

x x

x x x x x

0

x

x

x x

x x

6

38

32

34

x

x

x x

x

x x

x

x

x

x

x

316

x

x x

x

x x x x

183

Tabla 24.

Mycteroperca Gill, 1862 Pez Orden Rajiforme Subtotal NM I Mamíferos terrestres Boromys offella M iller, 1916 Boromys torrei Allen, 1917 Mysateles melanurus (Poey, 1865) Capromys pilorides (Say, 1822) Capromys Desmarest, 1822 Geocapromys columbianus Solenodon cubanus Peters, 1861 Canis lupus familiaris Linnaeus, 1758 Subtotal NM I Sus scrofa Linnaeus, 1758 Total NM I

U. 9

U.10

112

7

x 46

x

x

x x

x x

U. 12 Cala 19

U. 14

U. 16

U. 1

U. 2

U. 5

Total áreas domésticas

0

9

59

83

27

344

x

x

x

x x

x x

x x

x x x x

1

x x 27 0 5426

4 0 772

11 0 3855

0 2 99

0 0 616

x 1 1 1377

25 79 1 0 493 1093

7 2 481

154 6 14212

Nota: X, indica presencia. Tomado de Rodríguez Arce (1987a) y Pérez Iglesias (2008, 2009)

Se observaron sólo cinco piezas de cerámica de clara manufactura indígena y posible origen local, las cuales copian formas europeas, aún cuando un intenso trabajo de análisis de formas -coordinado por Vernon J. Knight- permitió valorar más de 100 perfiles de vasijas. No se localizaron asas reproduciendo aspectos animales o humanos relacionados con los europeos, o imágenes independientes de este tipo. No descartamos de cualquier modo, variaciones a nivel tecnológico, aspecto aún no investigado. El pequeño tamaño de las áreas no funerarias excavadas y la alteración de la capa 1dificulta una evaluación profunda del asunto, pero en general parece dominar la continuidad en el aspecto indígena y una limitada transformación de la materialidad hispana (sólo 5 piezas en diversos materiales) y copia o captación sincrética de esta. Según los datos disponibles el universo material europeo fue escaso; pobre en medios domésticos y, sobre todo, en herramientas y armas, o evidencias de carácter constructivo. Si hubo presencia española directa en el lugar, o de individuos ajustados al modo de vida europeo, como sugiere la cerámica en particular, debió ser limitada y necesariamente se complementó con el uso de elementos indígenas. Asimismo existió un acceso indígena a la materialidad hispana en entornos domésticos pero, en apariencia, de carácter reducido. No obstante, es clara la fuerte inserción del lugar en un proceso de interacción con los europeos. La cronología de la cerámica europea aporta un amplio rango (ver Apéndice 2). Los tipos más frecuentes, Jarras de Aceite y Mayólica Columbia Simple, cubren desde la entrada europea al continente hasta mediados del siglo XVI. Las botijas son todas de estilo temprano (1490-1570 DC) y se precisan rasgos con este carácter (1492-1550 DC) en la Mayólica Columbia Simple. Siguiendo los criterios de Goggin (1968:118-123) estos rasgos son: abundancia de vidriado verde, estructura abierta de algunos platos, existencia de un posible apéndice y escasa presencia de anillos en las bases. Tipos con similar cronología (1490-1550 DC) son el Melado y el Morisco Verde. Algunas cerámicas tienen rangos mayores: Lebrillo Verde (1490-1600 DC) y Mayólica Isabela Policromo (1490-1580 DC). Sólo 3 fragmentos de material europeo alcanzan de modo definido el siglo XVII, e incluso el XVIII: Naranja Micáceo (1550-1650 DC), El Morro (1550-1770 DC) y Mayólica Santo Domingo Azul sobre Blanco (1550-1630 DC).

184

Tabla 25. Especies y NMI en zonas próximas al cementerio y NMI. El Chorro de Maíta.

Moluscos infralitoral Codakia orbicularis (Linnaeus, 1758) Strombus gigas Linnaeus, 1758 Strombus sp. Linnaeus, 1758 Asaphis deflorata (Linnaeus, 1758) Lucina pectinata (Gmelin, 1791) Oliva reticularis Lamarck, 1810 Purpura patula (Linnaeus, 1758) Columbella mercatoria (Linnaeus, 1758) Strombus pugilis Linnaeus, 1758 Cypraecassis testiculus (Linnaeus, 1758) Fasciolaria tulipa (Linnaeus, 1758) Charonia variegata (Lamarck, 1816) Periglypta listeri (J. E. Gray, 1838) Puperita pupa (Linnaeus, 1767) Vasum muricatum (Born, 1778) Tellina fausta Pulteney, 1799 Conus daucus Hwass, 1792 Conus sp. Linnaeus, 1758 Anadara sp. Gray, 1847 Chama macerophylla Gmelin, 1791 Melongena melongena (Linnaeus, 1758) Tellina radiata Linnaeus, 1758 Pinctada Roding, 1798 Cymatium femorale (Linnaeus, 1758) Subtotal NM I Moluscos mediolitoral Cittarium pica (Linnaeus, 1758) Isognomon alatus (Gmelin, 1791) Crassostrea rhizophora Guilding Fissurella nodosa (Born, 1778) Nerita peloronta Linnaeus, 1758 Nerita versicolor Gmelin, 1791 Tectarius muricatus (Linnaeus, 1758) Littorina Ferussac, 1822 Brachidontes Swainson, 1840 Fissurella Bruguiere, 1789 Bulla striata Bruguiere, 1792 Ischadium recurvum (Rafinesque, 1820) Chiton Linnaeus, 1758 Arca zebra (Swainson, 1833) Cerithium litteratum (Born, 1778) Periglypta listeri (J. E. Gray, 1838) Neritina sp. Cenchrytes muricatus Subtotal NM I

U. 6

U. 3

Área M useo

M aterial General

M aterial en tumbas

x x

x x

x x

x x

x x x

x x

x

x x

Total área entierros

x x x x x x

x x x x

21

52

15

x x x x x x x x x 124

x x

x x x

x x

x x x

x x x

x x

x

x

x

x

x x x x

16

68

x x x x x

2

x x x 331

x 37

249

x x x

x 52

469

185

Tabla 25.

Moluscos terrestres Zachrysia Pilsbry, 1894 Polymita muscarum Cerion Roding, 1798 Coryda alauda alauda (Férussac) Liguus M ontfort, 1810 Caracolus sagemon (Beck, 1837) Emoda H. et A. Adams, 1858 Polydontes imperator (M ontfort, 1810) Polydontes sobrina (Férussac, 1819) Cenchrytes muricatus Coryda alauda alauda (Férussac) Polymita muscarum (Lea, 1834) Emoda blanesi Clench et Aguayo in Aguayo, 1953 Chondropoma Pfeiffer, 1847 Subtotal NM I Reptiles Trachemys decussata (Gray, 1831) Epicrates angulifer Bibron, 1840 Cyclura nubila (Gray, 1831) Subtotal NM I Anfibio Buffo Fustiger? Subtotal NM I Crustáceos Gecarcinus ruricola (Linnaeus, 1758) Cardisoma guanhumi Latreille, 1825 Callinectes sapidus Rathbun, 1896 Subtotal NM I Peces Sparisoma viride (Bonnaterre, 1788) Sparisoma Swainson, 1839 Lachnolaimus maximus (Walbaum, 1792) Lachnolaimus Cuvier, 1829 Calamus bajonado (Bloch and Schneider, 1801) Mycteroperca venenosa (Linnaeus, 1758) Familia Balistidae Scarus sp. Balistes Linnaeus, 1758 Sphyraena barracuda (Edwards in Catesby, 1771) Centropomus Lacepède, 1802 Lutjanus Bloch, 1790 Bodianus rufus (Linnaeus, 1758) Epinephelus Bloch, 1793 Mycteroperca Gill, 1862

U. 6

U. 3

Área M useo

M aterial General

M aterial en tumbas

x

x x x x

x

x

x

x

x x x

x x x

x x

x

x

x

Total área entierros

x x x x x

x

5

422

36

x

x

x

2

x 2

x x x 5

14

60

0

537

1

10

x 1

1

x

x

x

x

x

33

265

27

624

3

x

x

x

x

x x

x x

952

x x x

x x x x

x

x x

186

Tabla 25.

Pez Orden Rajiforme Subtotal NM I Mamíferos terrestres Boromys offella M iller, 1916 Boromys torrei Allen, 1917 Mysateles melanurus (Poey, 1865) Capromys pilorides (Say, 1822) Capromys Desmarest, 1822 Geocapromys columbianus Solenodon cubanus Peters, 1861 Canis lupus familiaris Linnaeus, 1758 Subtotal NM I Sus scrofa Linnaeus, 1758 Total NM I

U. 6

U. 3

Área M useo

M aterial General

M aterial en tumbas

Total área entierros

1

18

15

60

5

99

x

x

x

x x

x

x x

x

3 5 74

x x 51 6 1623

x x

x

11 6 104

13 4 480

x 4 11 149

82 32 2430

Nota: X, indica presencia. Tomado de Pérez Iglesias (2009, 2010)

La aproximación cronológica desde la cerámica se completa con las 6 piezas de México Pintado de Rojo, halladas en Unidad 2, 6 y en superficie de Campo Moisés, enmarcadas entre 1550 y 1750. Junto a los tipos europeos con fechas de inicio en la segunda mitad del XVI perfilan un aspecto de ocupación tardía, problemático por su baja representatividad cuantitativa y una identificación basada en fragmentos pequeños. De cualquier modo hay un elemento que refuerza la posibilidad de asumir al menos, el aspecto inicial de estas fechas (mediados del siglo XVI); se trata del maravedí acuñado en la ceca de Santo Domingo entre 1542 y 1558. Dado el carácter esporádico y limitado de la presencia hispana en Cuba, antes del arribo de Velázquez en 1510, parece más consistente la idea de una interacción posterior a esta fecha. La abundancia de cerdo, animal importado a partir de ese momento, y los indicios de captación de material mexicano, área cuya exploración se emprende en 1517, apoyan la hipótesis. Tentativamente la interacción podría extenderse hasta mediados del siglo XVI y quizás a inicios de su segunda mitad, en razón de los aspectos antes referidos y de otros elementos cuya cronología final llega a 1575 como los cascabeles tipo Clarksdale. Debe hacerse notar de cualquier modo, el soporte que dan a un momento tardío tipos cerámicos generalmente vistos como tempranos, particularmente la Mayólica Isabela Policromo (hasta 1580 DC) y el Lebrillo Verde (hasta 1600 DC).

187

Tabla 26.Objetos de metal de cronología no precisada. El Chorro de Maíta. Zona

Tipo de metal

Descripción

Dimensiones

Campo M oisés excavaciones

ferroso

clavo con cabeza redondeada y sección cuadrada clavo con cabeza cuadrada y sección cuadrada clavo de sección cuadrada, sin cabeza clavo de sección cuadrada clavo de sección cuadrada clavo con cabeza facetada y sección cuadrada

54.1 mm

ferroso ferroso ferroso ferroso ferroso ferroso ferroso ferroso Campo M oisés calas a 5 m Campo Torres excavaciones Unidad 6

posible latón posible hebilla ferroso ferroso ferroso

Unidad 3

ferroso posible cobre o latón ferroso ferroso

Unidad 2 M ateriales generales

Área M useo

Otras áreas superficie

fragmento laminar posible clavo de cabeza aplanada posible clavo de cabeza aplanada

ferroso posible cobre o latón ferroso ferroso ferroso

clavo de sección cuadrada y cabeza plana clavo de cabeza plana y sección cuadrangular fragmento plano y alargado, con perforaciones lámina de sección triangular lámina doblada

clavo de cabeza plana, sección cuadrangular y punta doblada fragmento plano y alargado con perforaciones fragmento alargado, posible clavo lámina doblada

cuña fragmento laminar con remache objeto alargado con dos protuberancias en su parte superior ferroso fragmento laminar ferroso láminas unidas por remache ferroso clavo de cabeza rectangular y sección rectangular ferroso fragmento laminar ferroso fragmento laminar posible latón alargada y de perfil semicircular

89.8 mm 59.6 mm 23.5 mm 22.9 mm 35.2 mm 51.4 mm x 11 mm. 8 mm grueso 25.6 mm largo 34.2 mm, cabeza 8.8 mm x 6.4 mm 38.9 mm x 2 mm 53 mm 98 mm 28 mm x 88 mm. 4 mm grueso 24 mm x 19 mm. 9 mm grueso 2.8 mm x 3.5 mm. 2 mm grueso

87.1 mm 6.1 mm x 1.6 mm. 2 mm grueso 51.6 mm 65 mm x 24 mm. 2 mm grueso

95.1 mm x 35.8 mm. 26 mm alto 27 mm x 14 mm x 3 mm 30.2 mm x 37.5 mm. 11 mm grueso 25 mm x 17 mm. 6 mm grueso 37.8 mm x 12.5 mm x 7.6 mm 75.2 mm 27 mm x 106 mm. 3 mm grueso 72 mm x 32 mm. 16 mm grueso 31 mm x 7 mm x 1mm

188

Capítulo 6. Nuevas investigaciones en el cementerio. Aspectos biológicos Un objetivo importante de la investigación fue volver sobre los restos humanos para analizarlos desde enfoques actualizados y valorar aspectos de gran interés percibidos en la investigación inicial y potencialmente conectados con la situación de interacción, como la existencia de un individuo de ancestros europoides y de varios individuos no modificados (Guarch Delmonte 1996:22). El presente capítulo discute los resultados de estudios desarrollados en esta dirección, que ajustaron el reconocimiento de aspectos biológicos básicos, como sexo, edad y número de individuos, aportando un conjunto de datos usados como base en el resto de las investigaciones, entre ellas análisis dentales, de origen territorial y tafonomía. Se presentan además, los resultados de dataciones radiocarbónicas y consideraciones demográficas. 6.1 Organización de la investigación 1. Organización y colecta de la información. Incluyó la revisión de materiales publicados e inéditos sobre el cementerio, así como la recuperación de fotografías, hasta ahora desconocidas, y dibujos y planos de los entierros excavados entre 1986 y 1988. Aspectos puntuales no documentados y referidos a la ubicación de los restos en el sitio, desarrollo de las excavaciones y peculiaridades de los contextos, se beneficiaron del testimonio de participantes en las excavaciones y habitantes de la zona donde se halló el cementerio. 2. Nuevos estudios de los restos humanos. Se trata de un amplio grupo de acciones desarrolladas en colaboración con el Grupo de Estudios del Caribe de la Universidad de Leiden, bajo la dirección de la Dra. Corinne L. Hofman. El núcleo de datos al respecto proviene de un estudio realizado por la Dra. Darlene Weston en el año 2010, con la ayuda de los estudiantes de maestría de la Universidad de Leiden, Ewoud Benjamin van Meel y Liliane de Veth, de la colección de restos humanos de El Chorro de Maíta depositada en los fondos del DCOA, en Holguín. Este análisis revisó la cantidad de individuos inhumados y estableció una nueva clasificación de edad y sexo, utilizada en el resto de las investigaciones. Aportó una valoración sobre la preservación e integridad de los restos, patologías, modificación craneana artificial, demografía y filiación ancestral de los individuos, entre otros aspectos. También, un registro fotográfico completo de los restos. Las metodologías usadas serán referidas en cada caso. Parte de esta información se recoge en un reporte preparado por Weston (2010), parcialmente reproducido en Valcárcel Rojas et al. (2011). Algunos aspectos de la determinación de patologías se vieron afectados por dificultades para observar ciertos huesos, dada la presencia de una capa de material consolidante colocada al momento de su extracción. Los datos de patologías y estatura no están disponibles pero Weston considera (comunicación personal 2010), como Rodríguez Arce (ver Capítulo 4), un buen estado de salud general para la población mortuoria, sin indicios claros de traumatismo severos o muerte violenta. La presencia de modificaciones craneanas fue analizada además, de modo independiente, por la investigadora doctoral de la Universidad de Leiden, Anne van Duijvenbode (2010), quien se basó en un análisis visual y en el uso de la función discriminante desarrollada por Clark et al. (2007). La evaluación presentada aquí, realizada por Valcárcel Rojas en colaboración con el investigador del CISAT, Alejandro Fernández Velázquez, parte de una revisión visual y toma en cuenta los resultados de los estudios de Weston y Anne van Duijvenbode. Se incorporan resultados de un análisis antropológico dental ejecutado por la investigadora doctoral de la Universidad de Leiden, Hayley L. Mickleburgh (2010). Este incluyó el estudio de desgastes, patologías y modificaciones no masticatorias, entre otros detalles. Por último Jason Laffoon, también investigador doctoral de la 189

Universidad de Leiden, valoró el origen territorial de los individuos a partir de análisis de isótopos de estroncio (Laffoon et al. 2010; Valcárcel Rojas et al. 2011) y, en menor medida, de isótopos de carbono y oxígeno (Laffoon et al. 2012). 3. Observaciones tafonómicas. Fueron realizadas por el Dr. Menno Hoogland (Universidad de Leiden) con la colaboración de Valcárcel Rojas, y aportan datos claves sobre la formación del cementerio y manejos funerarios. 4. Establecimiento de la cronología de los entierros. Se consiguió mediante fechados radiocarbónicos y métodos no absolutos, y permitió el desarrollo de estimados sobre la formación y uso del cementerio. La valoración y calibración de las fechas fue ejecutada por la Dra. Alex Bayliss (Coordinadora del equipo de datación científica de English Heritage, UK) con la colaboración de Valcárcel Rojas y otros (Bayliss et al. 2012). En este capítulo sólo se trata el conjunto de dataciones radiocarbónicas. Para referir la posición cronológica de los restos en ocasiones se usan, como en el Capítulo 5, los términos pre y poscontacto. Indican que al momento en que se realizan estas inhumaciones en particular, el lugar y los individuos habían comenzado a interactuar, o no, con los europeos o su materialidad, de modo directo o indirecto. No implica una relación con la situación de contacto o el período de contacto, en el sentido discutido en el Capítulo 2, sólo un posicionamiento cronológico respecto a la interacción con los europeos. En cada aspecto se explican las metodologías empleadas. A los fines de la descripción de los restos y su ubicación, se considera generalmente como cementerio a la concentración de restos esquelétales de la Unidad 3. El término “Área de entierros” se emplea en la perspectiva establecida en los años ochenta por Guarch Delmonte y su equipo (ver Capítulo 4). Las tablas 48, 49, 50 y 51, resumen los datos considerados en cada individuo. 6.2 Número mínimo de individuos En la muestra proveniente de las excavaciones 1986-1988, donde se habían distinguido 108 individuos, Weston (Valcárcel Rojas et al. 2011:231) identificó 133 individuos. Estableció que entierros considerados como de un sólo individuo podían contener restos de más de una persona e incluso huesos aislados. Cuando los restos tenían una presencia cuantitativa importante se consideraron individuos diferentes, denominándoseles con el número de entierro más una letra: por ejemplo, 2A, 2B, 2C. Se ubicaron además, dos conjuntos de huesos no numerados. Se desconoce su proveniencia y por ello fueron registrados como individuos Extra A y Extra B, pero no como entierros independientes. 6.3 Edad Para la determinación de la edad de los adultos Weston (Valcárcel Rojas et al. 2011:231) se basó en el análisis de los cambios morfológicos de la sínfisis púbica (Katz y Suchey 1986; Todd 1921a, 1921b), las superficies auriculares del coxal (Lovejoy et al. 1985) y los extremos de las costillas esternales (Iscan y Loth 1986a, 1986b), así como en el grado de cerramiento de la sutura craneal y la atrición dental (Brothwell 1981; Lovejoy et al. 1985). En los juveniles consideró la etapa de desarrollo dental (Smith, 1991), la longitud de los huesos largos (Sundick 1978; Ubelaker 1991), y el grado de fusión de las epífisis (Scheurer y Black 2000). Como no es posible determinar la edad cronológica exacta de un individuo basándose en los cambios morfológicos en el esqueleto y los dientes, los esqueletos de adultos y juveniles fueron asignados a los grupos de edad estándar (ver Tabla 27 y Tabla 50).

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Tabla 27. Distribución por sexo y edad. El Chorro de Maíta.

Edad >0 (feto) 0 (feto)
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