Intelectuales y cultura política: los literatos de 1860

July 14, 2017 | Autor: C. Ferrera Cuesta | Categoría: Cultural Studies, Democracy
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Descripción

1 X CONGRESO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA (Santander, 2010) Mesa 11: Culturas políticas y transferencias político/culturales en los estados sucesores de la monarquía hispánica, 1808-1914.

INTELECTUALES Y CULTURA POLÍTICA: LOS LITERATOS DE 1860 Carlos Ferrera Cuesta (Universidad Autónoma de Madrid)

Las transformaciones sociales y culturales de la década de 1860 acentuaron los ataques a la monarquía isabelina desde un punto de vista ideológico. En líneas generales, se ha hablado de una triple crítica política, económica y filosófica, expresada en la defensa de la democracia, el librecambio y el krausismo, cuyos representantes utilizaron como tribunas la universidad, El Ateneo, los mítines y la prensa. En épocas más recientes Demetrio Castro ha señalado cómo la reducción de los cauces de participación electoral y parlamentaria orientó el grueso de la lucha política de esa época hacia el periodismo. Por su parte, Fuente Monge ha minimizado el componente popular de la revolución al caracterizarla como una confrontación entre elites moderadas y revolucionarias, éstas últimas sostenidas por sectores de profesionales e intelectuales. Posteriormente, el mismo autor ha otorgado un lugar de privilegio a los “escritores públicos” por su intensa presencia en la crítica periodística y en las conspiraciones de finales del reinado de Isabel II, así como en las juntas provinciales en 1868. 1 Aunque el término se acuñó a finales del siglo XIX en Francia al calor del Affaire Dreyfuss, el fenómeno de los intelectuales no era en absoluto nuevo en Europa, sino que con diversos nombres (filósofos, hombres de letras, hombres de cultura, de ciencia…) había mostrado una notable continuidad desde los comienzos de la modernidad, en un proceso construcción en el que, según Eyerman, se utilizaron y reutilizaron las tradiciones anteriores. En el caso español la vinculación de los intelectuales con lo público cubrió etapas similares a las del país vecino. Como colectivo y con esa denominación aparecieron a finales del siglo XIX, considerándose 1

CASTRO ALFÍN, D.: Los males de la imprenta. Política y libertad de prensa en una sociedad dual, Madrid, CIS, 1998, p. 237. FUENTE MONGE, G.: “Actores y causas de la revolución de 1868”, España 1868-1874 Nuevos enfoques sobre el Sexenio Democrático, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002, pp. 31-57; del mismo autor “El teatro republicano de la Gloriosa”, en Ayer, núm. 72 (2008), pp. 83-119

2 su acta de nacimiento el rechazo público a los procesos de Montjuic y el Manifiesto de 1905 contra el nombramiento de Montero Ríos como presidente del Consejo; no obstante, Carlos Serrano ha remontado su aparición al proceso revolucionario liberal que les proporcionó lentamente un marco jurídico de autores. Álvarez Barrientos ha localizado en las primeras décadas del siglo XIX el recurso a la literatura como medio de acceder a la política. Derek Flitter, al hacer hincapié en el carácter conservador del romanticismo español, ha resaltado su influencia en la nacionalización cultural, en el historicismo y en la propuesta posterior de otorgar a la literatura un papel de elaboración de modelos ideales, capaces de detener las tendencias consideradas disolventes y materialistas. Eric Storm y Santos Juliá han recordado la interconexión entre intelectuales y políticos a lo largo de la centuria y el papel de los primeros en la conformación de la opinión pública. Esa vinculación se vio modificada, como en otros lugares del continente, a finales de aquélla con la defensa de una autonomía de grupo, la reivindicación de una dirección moral, en oposición a la generación anterior, que será objeto de nuestro estudio. 2 Estos últimos adquirieron entidad de grupo en los años sesenta de la centuria, en una época en que, según Serrano, la complejidad creciente de la sociedad española propició la multiplicación de corrientes con diferentes visiones políticas y territoriales. Ellos sí mantuvieron una relación estrecha con la política que, según el relato de Juliá o Storm, se difuminó tras la experiencia del Sexenio; siguieron así los pasos de sus colegas franceses en 1848 desde el entusiasmo político al desengaño por un proceso radicalizado que los llevó a acomodarse a la sombra del Estado (lo que marcó una diferencia con la generación finisecular), y a refugiarse en la estética; algo que no era nuevo, porque, como ha señalado Jauss, la principales transformaciones en la historia de esta disciplina se produjeron a la luz de los fracasos políticos de las revoluciones de 1789 y 1848. 3

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EYERMAN, R.: Between culture and Politics. Intellectuals in Modern Society, Cambridge Polity Press, 2007, p. 187. SERRANO, C.: “El nacimiento de los intelectuales”: algunos replanteamientos, en Ayer, núm. 40, 2000. ÁLVAREZ BARRIENTOS, J. (Ed.): Se hicieron literatos para ser políticos. Cultura y política en la España de Carlos IV y Fernando VII, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004, pp. 11-24. FLITTER, D. Teoría y crítica del romanticismo español, Madrid, Cambridge University Press, 1995. STORM, E.: Los guías de la nación. El nacimiento del intelectual en su contexto internacional, en Historia y Política, núm. 8, 2002, pp. 39-56. JULIÁ, S.: Historia de las dos Españas, Taurus Madrid 2004. 3 JAUSS, H.: Las transformaciones de lo moderno. Estudios sobre las etapas de la modernidad estética, Madrid, La Balsa de la Medusa, 2004 (obra de 1989), p. 113

3 En nuestro trabajo abordaremos la trayectoria de algunos individuos, pertenecientes a un colectivo relativamente numeroso, cuantificado por Salaün en unos cuatrocientos escritores y doscientos músicos. Sin ceñirnos exclusivamente a ellos, nos centraremos en Manuel del Palacio (1831-1906), Eusebio Blasco (1844-1903), Francisco Flores García (1846-1917) y Julio Nombela (1836-1919), entre otras cosas porque nos han dejado interesantes memorias de ese tiempo. Todos respondieron a la descripción de los hombres de letras del siglo XIX, síntesis de gacetilleros y sabios polifacéticos por la dificultad de ganarse la vida con una sola especialidad intelectual. Por tanto, no incluiremos a aquéllos que basaron su trabajo en una formación científica pretendidamente neutral (médicos, ingenieros, economistas), que según Charle, adquirirían preeminencia en el campo intelectual en las décadas siguientes; tampoco el tipo de intelectual de sólida formación teórica, representado por ejemplo, por un Gurmesindo de Azcárate. Por el contrario, ellos no formularon grandes sistemas de ideas ni escribieron en revistas de orientación más profunda, como La América, La España Moderna, o la Revista Contemporánea. Más bien ejercieron un papel de divulgadores, no siempre conscientes, facilitado precisamente por unas ocupaciones mucho más amplias que las de sus antecesores, que les acercaban a un público numeroso, siguiendo en ello el consejo de Flaubert de dedicarse al periodismo, al teatro o a la escritura de folletines para ganar dinero. Cumplieron así la misión que, por ejemplo en Inglaterra, les asignaba en octubre de 1855 Bagehot, al recomendar la tarea de hablar y enseñar a una multitud que “desea brevedad, le exaspera el método y le desconcierta la formalidad”. 4 Su trayectoria siguió los pasos de los protagonistas retratados en La educación sentimental de Flaubert, una novela considerada emblemática por su representación de una juventud intelectual. Hijos de familias más o menos acomodadas de clase media o de obreros cualificados, como Flores, siguieron estudios, casi nunca concluidos, pero suficientes para adquirir un capital cultural con que ganarse la vida y aprovechar las posibilidades ofrecidas por una sociedad en expansión capitalista, desarrollo urbano e incremento de la alfabetización. En ésta, según Sasson, se expandió el mercado editorial y el periodismo se convirtió en una fuente de ingresos gracias a las crecientes tiradas de 4

SALAÜN, S.: Le théâtre espagnol entre 1840-1876 (“currinches”, “escribidores” y “garbanceros”), en Escribir en España entre 1840 y 1876, Visor Libros, Madrid, 2002, pp. 231-247. Para el perfil de los hombres de letras, véase EAGLETON, T.: La función de la crítica, Barcelona, Paidós, 1999, p. 52. CHARLE, Ch.: El nacimiento de los intelectuales, Buenos Aires, Nueva Visión, 2006, p. 30. El consejo de Flaubert, en BOURDIEU, P.: Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, Barcelona, Anagrama, 2002 (obra de 1992), p. 134. Las recomendaciones de Bagehot, en Eagleton (1999), p. 56

4 la prensa. Además proporcionaba gran influencia social, abría las puertas de una posible carrera literaria e incluso política; en particular, gracias la crítica literaria que podría considerarse la actividad por excelencia de estos intelectuales. Según Eagleton, había desempeñado un papel esencial en la constitución del espacio público de la modernidad como lugar de creación de discursos basados en el buen juicio en la razón, y resultó decisiva en la pretensión de guiar la sociedad fijando las normas de moralidad y gusto; paralelamente, en una cultura crecientemente comercializada editores, empresarios teatrales y cargos políticos podían verse forzados a promocionar en esos ámbitos a quienes eran capaces de mermar sus beneficios con una valoración negativa. Su carrera les forzó a desplazarse a Madrid, foco de oportunidades por su condición de sede del poder en un Estado centralizado. Por ejemplo, el escritor Gutiérrez Gamero enumeraba el rito iniciático de todo aspirante a escritor: la seducción de la capital sobre el joven provinciano, redactor en un periódico local, la llegada con una carta de recomendación para algún director, la ingrata tarea de redactar sueltos y gacetillas, y, finalmente, si había suerte, su conversión en articulista. Por ejemplo, Nombela contactó en Madrid con Ríos Rosas, con quien su familia mantenía tanta amistad que cuando la paranoia del político unionista se manifestó en el temor a ser envenenado, pidió al padre de Nombela poder comer en su casa todos los días. Esa relación le permitió lograr una beca para estudiar los métodos del conservatorio de París y poder emprender una reforma teatral en España. Durante su estancia, aparte de escribir relatos para editoriales francesas con destino a Latinoamérica, ejerció de informante de Ríos Rosas hasta su regresó a España en 1863, donde pasó se convirtió en su secretario personal. Desde ese momento, su experiencia parisina, sus contactos y las colaboraciones en La Época le permitieron codearse con lo más granado de la sociedad madrileña e iniciar su carrera como escritor de novelas por entregas. 5 Eusebio Blasco, hijo de un antiguo miliciano nacional, enriquecido por el negocio inmobiliario, estudió en el colegio más elegante de Zaragoza. Tras abandonar la universidad, vino a Madrid con cartas de recomendación para el diario carlista La Esperanza, pero el encuentro con un amigo zaragozano, el demócrata Nougués, le reorientó hacia La Discusión, donde el respaldo de Rivero y de Castelar le abriría las puertas de las páginas de La Iberia, La Democracia y Gil Blas. Al igual que Nombela 5

SASSON, D.: Cultura. El patrimonio común de los europeos, Barcelona, Crítica, 2006). Eagleton (1999), p. 11. GUTIÉRREZ GAMERO, E.: Clío en pantuflas, Madrid, Compañía Iberoamericana de Publicaciones, 1930. p. 68. NOMBELA, J.: Impresiones y recuerdos, Madrid, La Última Moda, 1910, p. 264

5 ejerció el puesto de crítico teatral lo que le permitió frecuentar los cafés y los salones aristocráticos, compartidos por nobles y demócratas, como los de la duquesa de Híjar o María Buschental, donde se practicaba un cierto interclasismo, se leían obras, se representaba, se discutía “en una sociedad en que la Unión Liberal dejaba espacios de tolerancia” y, finalmente, se conspiraba. Manuel del Palacio era hijo de un antiguo militar liberal, quien, una vez retirado, desempeñó el cargo de tesorero general de Hacienda en varias provincias. Su hijo siguió sus pasos, estudió teneduría de libros y se ganó la vida en los años cincuenta a las órdenes de su padre como escribiente primero. Tras una incipiente vida literaria en Granada, la amistad de Pedro Antonio de Alarcón, le permitió contactar con el mundo demócrata madrileño y convertirse en secretario de redacción de La Discusión desde 1856. En los años siguientes se hizo muy popular con sus artículos satíricos en periódicos como el Gil Blas, que combinaba con traducciones de obras líricas del francés. Su prestigio llegó a tal grado que, cuando fue deportado a Puerto Rico en 1867 por su labor periodística, la compañía Antonio López puso a su disposición un buen camarote y le pagó el champagne consumido en el viaje. Finalmente, su origen humilde forzó a Flores García a trabajar de obrero en un taller. Participó en los ambientes demócratas malagueños, escribió en alguna prensa local y se ganó tal popularidad con sus denuncias de la situación laboral que fue elegido concejal del ayuntamiento en 1868. Luchó en las barricadas en la revuelta federal de 1869 y escapó a Madrid con cartas de recomendación del republicano Palanca que le permitieron conocer al propio Cánovas (quien le ofreció escribir en La Época), a Pi y Margall y a Garrido, para quien escribió algunos capítulos de la Historia de las clases trabajadoras; también redactó discursos a Figueras y, gracias al republicano Cala y a su estilo radical, escribió en El Combate de Paul y Angulo y luego en La Discusión y en La Ilustración Republicana Federal.6 En su análisis de la intelectualidad del siglo XIX, a través de Padres e hijos de Turgueniev o de La Educación sentimental, Edward Said ha equiparado el influjo de su mensaje con su poder de representación, destacando la actitud de desapego, el inconformismo peculiar y corrosivo, que más que contentar a un público pretendía crear perplejidad, manifestar la libertad intelectual y la displicencia con la sociedad por el amor a la verdad. Tal actitud fue inseparable de una conciencia de grupo (que no era 6

BLASCO, E.: Memorias íntimas, en Obras Completas Vol. IV, Madrid, Librería Editorial de Leopoldo Martínez, 1904, pp. 15, 18, 34, 46 y 58. PALACIO, M. del: Mi vida en prosa, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1932, pp. 93 y ss., 154 y 180. FLORES GARCÍA, F.: Recuerdos de la revolución, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1913, pp. 5 y ss.

6 nueva en la centuria), alimentada por las ideas de la Ilustración y el Romanticismo, con su sueño de una comunidad utópica donde la cultura pudiera florecer. En sus memorias Manuel del Palacio describía su participación en la tertulia granadina de “La cuerda”, trasladada posteriormente a Madrid, donde convivían todos en la misma casa, y su composición interclasista de músicos, pintores y dramaturgos. Por su parte, Blasco trasladaba esa hermandad a la vida de las tertulias de café, así como en las barricadas levantadas durante la sublevación del cuartel de San Gil en 1866, en donde habían proliferado las muestras de educación y humanitarismo de unos protagonistas, en su mayoría, según el autor, “personas de levita y chaquet, periodistas, abogados y médicos”. Esa conciencia venía acompañada de un sentido misionero, común a la intelectualidad europea de esos años y de la que la intellligentsia rusa con su búsqueda de la verdad y la moralidad como mecanismo de la mejora social fue una muestra extrema. En un poema de 1869 el propio Palacio atribuía el protagonismo en el triunfo de la Gloriosa a “dos docenas de insensatos” que habían filtrado en el pueblo palabras prohibidas, aplaudidas tras la revolución. Flores García escribía en La Discusión que las revoluciones habían puesto fin a la indignidad tradicional de los “obreros de la inteligencia”, quienes habían renunciado a su misión de ilustrar al pueblo para conducirlo a la redención; asimismo, censuraba, al homenajear a Cervantes en La Ilustración Republicana Federal, las estrategias violentas cuando el autor de El Quijote había sido capaz de hacer una revolución con la pluma. 7 La conciencia de grupo se vio cimentada por una forma de vida bohemia, cuyos ecos podían encontrarse en la noción romántica de que los héroes habían de pasar privaciones. Tal penuria guardaba estrecha relación con la debilidad de las empresas editoriales y teatrales, con la inestabilidad política y la inexistencia de derechos de autor firmes que obligaba a muchos a malvender su trabajo, a escribir por encargo obras teatrales, a publicar en periódicos que no siempre pagaban, a escribir anónimamente capítulos de novelas por entregas firmadas por algún escritor afamado desbordado por los pedidos o a colocar esporádicamente algún artículo en una revista literaria. No fue causalidad que Nombela, cuya obsesión por no caer en la pobreza puede observarse en 7

SAID, E.: Representaciones del intelectual, Barcelona, Paidós, 1996, pp. 31 y ss. Palacio (1932), p. 93. Blasco (1904), p. 97. El carácter de la intelligentsia rusa, en BERLIN, I.: Pensadores rusos, México, FCE, 1980, p. 233. PALACIO, M. del: Un liberal pasado por agua. Recuerdos de un viaje a Puerto Rico, Madrid, Imprenta y Librería de M. Guijarro, 1869, p. 203. La Discusión, 9-V-1872. La Ilustración Republicana Federal, 24-IV-1872

7 sus memorias, intentase crear una sociedad de autores en 1868, desbaratada en su opinión por el exceso de politización momento y que fuera Sinesio Delgado, otro autor similar, quien años más tarde sentase las bases de la actual Sociedad de Autores. 8 Sin embargo, la bohemia también respondía a ese deseo “antiburgués” de permanecer en los márgenes de la sociedad, señalado anteriormente. No era un fenómeno nuevo y sin consecuencias, sino que, como ha señalado Robert Darnton, representó el estilo de vida de una serie de literatos de segunda fila cuyo rechazo del mundo oficial y académico alimentó ideológicamente el estallido de la revolución de 1789. Las memorias de esa época narraron con orgullo tales situaciones. Manuel del Palacio describía el hambre pasada, las astracanadas que escandalizaban a la buena sociedad, las dificultades económicas aliviadas por el trato con las clases altas en ambientes aristocráticos, los gestos osados, como la invitación a comer al hombre más rico de Madrid, el Marqués de Salamanca. Flores recordaba las noches pasadas por el dramaturgo Marcos Zapata en un banco de El Prado y distinguía entre una bohemia atildada y otra compuesta por periodistas desarreglados que escribían artículos a sabiendas de que iban a ser censurados o a verse retados en duelos por ellos. 9 Tal forma de vida implicaba un desapego del mundo, común a la actitud de la intelectualidad de la centuria, situada entre la implicación y el distanciamiento de la vida social. No obstante, todos los personajes escogidos participaron activamente en los acontecimientos de esos años y muchos arriesgaron su vida en posiciones situadas en una frontera difusa entre el progresismo y la democracia. Blasco y Flores lucharon en las barricadas y Palacio participó en las conspiraciones previas al pronunciamiento de Villarejo de Salvanés en calidad de enlace entre Prim y sus colaboradores de Cádiz. A veces, según refirieron en sus relatos, la posición política pareció depender de la casualidad y no dejó de ser errática. Un conocido que los introducía en un periódico y no en otro, como hemos visto en el caso de Blasco; o el de Gutiérrez Gamero, quien aseguraba haberse hecho demócrata por la abundancia de personas de esa filiación en las barricadas en 1866. El propio Nombela, pese a su conservadurismo, se despedía del reaccionario El horizonte, que repugnaba su amor “a la justicia y a la libertad” y, 8

Las penalidades de los autores, en Flores García (1913), p. 159; también en MARTÍNEZ MARTÍN, J.: “El mercado editorial y los autores. El editor Delgado y los contratos de edición”, en Escribir en España entre 1840 y 1876, Madrid, Visor Libros, 2002, pp. 13-33. Nombela (1910), vol. 3, p. 429 9

DARNTON, R. : Bohème litteraire et révolution. Le monde de livres au XVIIIe siècle, Paris, Éditions du Seuil, 1983, pp. 19 y ss. Palacio (1932), p. 150. Flores García (1913), p. 49 y 169 y ss.

8 durante su estancia en París, estaba a punto de alistarse en la expedición napolitana de Garibaldi. 10 No obstante, su verdadera significación política provino de su labor periodística. Según Rincón Morales, las legislaciones de prensa de esos años fueron muy restrictivas, la prensa progresista y demócrata fue prohibida, en especial tras las intentonas revolucionarias fracasadas, y muchos periodistas padecieron encarcelamientos y deportaciones. Sin embargo, los incumplimientos y la venalidad, descritos por Castro Alfín, facilitaron la proliferación de escritos muy críticos, corrosivos e insultantes. En esa línea, Manuel del Palacio o Eusebio Blasco condenaron el régimen vigente en las páginas de La Discusión, La Iberia, La Democracia o el Gil Blas por medio de artículos convencionales, pero, sobre todo, mediante sueltos breves y poemas escritos con formas populares, como romances, quintillas de fácil aprendizaje que multiplicaban así su capacidad difusora. Denunciaron el orden isabelino disfrazado de monaguillo, de militar a veces, de monárquico siempre, que mató a disgustos a D. Baldomero (Espartero); se gastó cuanto tenía con D. Leopoldo (O´Donnell) y hoy vive amancebado con D. Ramón (Narváez)… que tiene el cuerno de la abundancia en sus manos… Sólo queda esperar una direccioncilla.

Atacaron a sus máximos representantes: Blasco a Narváez por su represión El gobernador de …a D. Luis González Brabo “Pueblo impaciencia saber ocurrido noche ocho, Miedo valor” Contestación de Don Luis al gobernador: “Sopapos debajo farol grande Puerta Sol. Camelo Narváez, sudando gota gorda

Palacio le zahería tras la caída de uno de sus gabinetes Vamos andando. Jamás pérdida alguna Te causó pesar más hondo, Ni la pérdida del pelo Que un tiempo llamaste propio, Ni la del pelo postizo Que era tu mejor adorno

Tampoco O´Donnell salía mejor parado. A Blasco, quien reconocía tener visiones como Sor Patrocinio, se le aparecía su criada Tomasa y le vaticinaba la caída del gobernante . Palacio ironizaba sobre su escaso valor militar Yo soy O´Donnell-el marrullero De quien se aparta Madrid entero… He ganado batallas 10

Palacio (1932), p. 165. GUTIÉRREZ GAMERO, E.: Mis primeros ochenta años, Madrid, Aguilar, 1948, p. 164. Nombela (1910), pp. 50 y 138

9 Sin hacer fuego…

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La mayor libertad intelectual del Sexenio, que Palacio saludaba como una nueva aurora, mantuvo el tono periodístico Brotaste como Venus de la espuma Y el gaditano mar te dio su arrullo; Cual flor que abre a la aurora su capullo Así te vi nacer entre la bruma. Águila excelsa de rizada pluma Ya el firmamento cruzas con orgullo Y de miles de labios el murmullo Tu gloria dice y tus milagros suma.

Por su parte, Flores iniciaba su colaboración en la prensa federal madrileña donde, tanto condenaba el catolicismo y sus errores en La Discusión, como escribía poemas en La Ilustración Republicano Federal contra los tiranos y en defensa de la Comuna de París Paris ha sucumbido, no la idea que alentaba los libres corazones. 12

Sin embargo, esa implicación varió tras la Septembrina, al poner en evidencia una serie de ambivalencias ligadas a un concepto instrumental de la política activa como forma de obtener ingresos y proyección que permitiera dedicarse con más énfasis a tareas literarias; así, aunque habían denunciado reiteradamente las corruptelas de un sistema político prostituido por repartir prebendas, aprovecharon las oportunidades sobrevenidas con el cambio de situación tras la Gloriosa, la necesidad del nuevo régimen de renovar la administración, su preparación intelectual y los contactos fraguados en los años previos para ocupar puestos. Ya Nombela había recordado el consejo de Ríos Rosas de dedicarse a la política, “único modo de lograr reconocimiento literario”. Flores no ignoraba las dificultades de todos los autores, “salvo los muy grandes”, si no lograban un puesto del Estado. Blasco recordaba cómo al llegar la revolución los amigos políticos habían repartido un puesto oficial a Balart de oficial primero en el Ministerio de Estado y después de subsecretario de Gobernación, “como a todos nosotros”; él mismo fue nombrado secretario particular 11

RINCÓN MUÑOZ, A.: El marco legal de la prensa en los años anteriores a La Gloriosa, en Alberto Gil Novales: La Prensa en la Revolución Liberal: España, Portugal y América Latina, Universidad Complutense de Madrid, 1983, pp. 125-137. CASTRO ALFÍN, D.: Los males de la imprenta. Política y libertad de prensa en una sociedad dual, Madrid, CIS, 1998, pp. 119. La crítica al orden isabelino de Palacio, en Gil Blas, 4-II-1865; los ataques de Blasco a Narváez, en Gil Blas 15-IV-1865, 7-I-1865y 10XII-1864; los de Palacio, en el mismo periódico, 10-XII-1864; para los dirigidos a O´Donnell por Blasco y Palacio, véase La Democracia, 4-I-1866 y 22-3-1866 12

Palacio (1869), p. 183. La Discusión, 17-VIII-1872. La Ilustración Republicano Federal, 25-VI-1871

10 del ministro de Estado, el también periodista Lorenzana. Palacio conseguía la subsecretaría en el mismo ministerio y más tarde la representación de la Legación de Florencia. Flores tuvo que esperar a la proclamación de la república para obtener un puesto de secretario en el gobierno provincial de Ciudad Real. 13 Como decíamos, no pretendieron hacer carrera política, sino asegurar su labor literaria, desplegada especialmente en el campo periodístico, con una actividad que intercaló los temas políticos ya indicados con otros literarios. En ella fueron importantes el humor y la sátira, considerados por Lee Townsend fórmulas alternativas de hacer política en sociedades con escasa libertad de expresión, así como válvulas de escape que atenúan las inseguridades en una sociedad cambiante y combinan frecuentemente actitudes transgresoras con la aceptación del orden vigente. Un humor que a lo largo del XIX irrumpió en la escena literaria europea y creó una esfera pública de comunicación con códigos generales de risa que, indudablemente, entendían quienes hacían fila ante los escaparates de las librerías para ver los ejemplares del Gil Blas, y que nuestros autores mantuvieron en la Restauración como la mejor muestra del genio popular. Comicidad basada, por un lado, en un tratamiento grotesco de la realidad, lógicamente perturbador, con personajes convertidos simultáneamente en agresores y chivos expiatorios, aunque también instrumento de consuelo por incluir un posible renacimiento moral; y, por otro lado, en el recurso permanente a la ironía que, según Paul De Man, incorpora el poder transgresor de interrumpir los discursos oficiales por ser el tropo más profundo y performativo. No fue extraño, por tanto, que en su proyecto de ley de prensa de 1866 Posada Herrera atribuyese el peligro de aquélla a la falta de respeto de sus artículos. 14 Fue en esos artículos costumbristas, así como en la crítica teatral, en las obras de teatro, en las zarzuelas y en las novelas por entregas donde la influencia intelectual resultó más decisiva; es decir, en una serie de géneros considerados menores en el mundo de la cultura, pero valiosos en el contexto de este artículo, pues permitieron a sus 13

La prostitución de la política, denunciada por Palacio, en Gil Blas, 10-XII-1864. Nombela (1910), p. 256. Flores García (1913), p. 25. Blasco (1904), p. 161. 14 LEE TOWNSEND, M.: “El humor en la esfera pública en la Alemania del siglo XIX”, en Una historia cultural del humor. Desde la Antigüedad a nuestros días, Madrid, Sequitur, 1999, pp. 205-226. La popularidad del Gil Blas, en Blasco (1904), p. 68. Lo popular de lo cómico, defendido por Clarín, en Madrid Cómico, 30-V-1891. El tratamiento de lo grotesco, en FLETCHER, M.D. Contemporary Political Satire. Narrative Strategies in the Post-Modern Context, Lanham University Press of America, 1987, pp. 7 y ss. De MAN, P.: La Ideología Estética, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 231-260. El proyecto de Posada, en Castro Alfín (1998), p. 197

11 autores disfrutar de una gran capacidad de difusión y divulgación entre un amplio sector de población que accedía al ocio en esos años, superior a la alcanzada por autores más “selectos”; al tiempo que, de acuerdo a lo señalado por Moretti, esos géneros logran enorme repercusión social por su carácter consensual a la hora de establecer convenciones y normas estéticas seguidas por el grueso de la población. De esa forma, contribuyeron al advenimiento de una cultura de masas, surgida en Europa y América en los años 60, cuyos antecedentes Alain Vaillant anticipa tres décadas con la aparición de una cultura mediática, denominada así porque los escritores fueron menos expositores de una subjetividad y más mediadores entre una pretendida realidad y el público, lo que propició nuevos temas y nuevas formas de escribir. Tales cambios se encuadraron en un cambio de la forma de gobierno liberal, en la que, como ha afirmado Patrick Joyce, la seguridad de las fronteras perdió interés frente al objetivo de asegurar el funcionamiento de la sociedad como libre juego de personas, cosas e información. Otter ha incidido en una tecnología liberal, presente en la obra de los ingenieros, y traducida en criterios de movilidad, productividad, limpieza e independencia cuyo campo de acción se trasladó a la ciudad y a un urbanismo, descrito por Sennet a partir de la metáfora de la circulación sanguínea y de la asociación de movimiento con libertad. No fue una casualidad, por tanto, que la revolución democrática de 1868 coincidiese con la llegada al ayuntamiento madrileño de Fernández de los Ríos, cuyos planes urbanos incidían en las mejoras sociales y circulatorias y condenaba el Ensanche de Castro como reflejo del espíritu opresivo isabelino por cerrar las calles con las rondas. Berman ha mostrado la llegada de ese espíritu a la literatura a través del trabajo de varios escritores empeñados en mostrar el heroísmo de la vida moderna, donde los dioses clásicos eran desplazados por la gente corriente y burguesa del Paris de Baudelaire y de Haussman con sus bulevares llenos de movilidad, o de la moderna avenida Nevski de San Petesburgo, donde los protagonistas de ¿Qué hacer? de Chernichevski o de Memorias del subsuelo de Dostoievski, conseguían reafirmar su libertad al no apartarse al paso de personajes representativos del orden zarista. 15 15

MORETTI, F.: Signs taken for wonders: on the sociology of literary forms, London, Verso, 2005, pp. 12 y ss. VAILLANT, A. : « Invention littéraire et culture médiatique au XIXe siècle », en Culture de masse et culture médiatique en Europe et dans les Amériques, Paris, PUF, 2006, pp. 11-22. JOYCE P.: The rule of freedom. Liberalism and the modern city, London, Verso, 2003. OTTER, Ch.: “Making liberal objects. British techno-social relations 1800-1900”, en Cultural studies 207, vol 4-5. SENNET, R.: Flesh and Stone. The body and the city in western civilization, New York WW. Norton & Company, 1996, p. 327. FERNÁNDEZ de los RÍOS, A.: El futuro Madrid, Paseos mentales por la capital de España tal cual

12 Los intelectuales escogidos en este trabajo siguieron unos pasos similares que permiten conceptuarlos de modernos por su alejamiento de la naturaleza y el hallazgo de la belleza en la creación artificial y en lo efímero. Su labor creativa llenó de ironías el mundo rural: Manuel del Palacio en un romance dedicado a las vacaciones veraniegas de Isabel II y a los peligros del viaje, mostraba su predilección por el retiro en una aldea, pero con un cocinero de Lhardy, el restaurante más sofisticado de Madrid; la movilidad urbana conllevaba progreso y oportunidades, patente en el trasiego de los barcos en Málaga, contrapuesto al temor y la miseria de los pacíficos ciudadanos encerrados en sus casas en momentos de disturbios; similar era el caso de las jóvenes, censuradas por Nombela, que se agarraban a sus novios con el permiso tácito de sus padres -siempre que aquéllos contasen con una buena dote- en la montaña rusa, símbolo de movilidad. Blasco convertía al ciudadano en un transeúnte que en su paseo buscaba libros, piropeaba a las mujeres, conversaba con políticos, iba al teatro y acababa en la redacción de La Iberia. Una representación de lo cotidiano que confundía lo real y lo representable, generaba un ilusión de participación en la actualidad fluida, trasmitía una impresión de continuidad progresiva de los acontecimientos y, por tanto, de la Historia, sentando, de nuevo para Vaillant, las bases de lo parlamentario, donde se legislaba y se representaba, y de la futura democracia. 16 Esa modernidad llegó al teatro, género que experimentó en la Europa de mitad de siglo un arrinconamiento de lo romántico tradicional a favor de las óperas y operetas. Gerhard ha hablado de la “urbanización de la ópera francesa” y del traslado a la escena de una realidad caleidoscópica y cotidiana en la que se rompían las convenciones y se lograban sensaciones de cambio y multiplicidad de la experiencia a partir de una sucesión de rápidos movimientos, que, como acabamos de ver, también estuvo presente en el periodismo. Respondía así al papel de intermediario entre la vida real y las artes representativas, otorgado por Lotman al género, por sintetizar el dinamismo de la vida con la congelación en escenas pictóricas y canalizar significados en narrativas y gestos, con un continuo intercambio de códigos, que explica la permanente tendencia a ver el teatro como la vida real y la vida real como un teatro. Estos cambios coincidieron con es y tal cual debe dejarla transformada la revolución. Barcelona Los Libros de la frontera, 1989, (obra de 1868). BERMAN, M.: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Madrid, Siglo XXI, 1991, p.142 16 La estética artificial de los moderno, en Jauss (2004), p. 86. El veraneo de Manuel del Palacio, en Gil Blas, 6-VIII-1868. La prosperidad malagueña, en “Crónica” de Vital Aza, en El Garbanzo, núm. 21, 1872. Para la censura de Nombela, véase La Época, 13-VII-1867. El transeúnte de Blasco, en El Siglo Ilustrado, 16-IX-1867.

13 un proceso de popularización del género, cuya secuencia estuvo constituida por la zarzuela grande, los bufos, el teatro por horas, que Yxart consideró hijo de la Revolución de 1868 y, ya en la Restauración, por la zarzuela chica. Con ellos accedieron las clases medias bajas y algunas obreras a ese tipo de ocio, aunque tampoco quedaron fuera las clases altas en una muestra de interclasismo cultural, manifiesta en la representación de El joven Telémaco en el palacio de la Condesa de Montijo con la asistencia de los embajadores de Brasil y de Estados Unidos. Junto a los precios su atractivo residía en sus temáticas urbanas con una lectura progresista, explicable por la vinculación de sus libretistas y músicos a posiciones liberales y republicanas. Observaron una concepción total del espectáculo con texto, música, baile, vestuario y decorados, estructurados en una yuxtaposición de escenas pintorescas y divertidas. Sin duda, es su desarrollo se persiguió un teatro de evasión, aunque también constituyó un elemento de cambio social por su tendencia perturbadora a la inversión satírica, a la irreverencia y a la renovación del lenguaje con nuevos usos y giros. 17 Ejemplo de este tipo de obras fue la exitosa pieza bufa El joven Telémaco (más de 80 representaciones el año de su estreno), en donde se remedaba la Odisea, ridiculizando a los personajes mitológicos, abundaban las alusiones políticas y los bailes de chicas poco vestidas: los héroes quedaban convertidos en pícaros en busca de amores fáciles; dioses y ninfas eran personajes avejentados y rijosos; la ninfa Calipso vivía arruinada por haber prestado en la plaza financiera de Madrid y era engañada por el astuto personaje de Mentor, que la dormía dándole a leer el diario La Correspondencia; el Amor fracasaba a su paso por la misma ciudad porque los matrimonios estaban convenidos. En El motín de las estrellas Manuel del Palacio convertía a éstas en coristas rebeladas contra el Sol. A lo largo de la pieza aparecían sin orden planetas, serenos, 17

GERHARD, Anselm. The Urbanization of Opera: Music Theater in Paris in the Nineteenth Century, Chicago 2000, p. 13. LOTMAN, I.: Universe of the Mind. A Semiotic Theory of Culture, I.B. TAURIS & CO. LTD Publishers, London, 1990, pp. 58 y ss. YXART, J.: El arte escénico en España, Barcelona Alta Fulla, 1987, p. 64. Para la renovación supuesta por el género chico, véase CASARES RODICIO, E.: “Historia del teatro de los Bufos, 1866-1881. Crónica y dramaturgia”, en Cuadernos de Música Iberoamericana. Actas del Congreso Internacional La Zarzuela en España e Hispanoamérica. Centro y periferia, 1800-1950, Madrid, 20-24 noviembre de 1995, vols. 2-3, 1996-1997, pp. 73-118; ESPÍN TEMPLADO, Mª.: El teatro por horas en Madrid (1870-1910) Madrid, Universidad Complutense 1988; y SALAÜN (2002)

14 cesantes, accionistas de banco arruinados y la vieja Osa Mayor, posiblemente una alusión a la reina, pues se la caracterizaba por su longevidad, por haber tenido muchos amantes y por ser atropellada en su carro por el moderno tren de la Osa Menor. La lectura de la realidad política y social a través de la dramaturgia fue, como hemos señalado, muy visible. Gil Blas publicaba una parodia de Don Juan Tenorio con Don Ramón (Narváez) y Don Luis (González Bravo), sentados alrededor de la mesa del Presupuesto, rodeados por grupos de moderados, conservadores y neos y “sin nadie del pueblo”. El tradicionalista Don Quijote, tras lamentar que el teatro sólo fuera “un motín literario” y la revolución “un cancán político”, localizaba la causa del éxito de Prim en la labor dramática de Blasco. Asimismo, el federal Jeremías hablaba del teatro del poder ejecutivo y del reparto de papeles en forma de carteras. Junto a su faceta innovadora, la labor literaria se enfrascó en superar moralmente la vorágine del rápido cambio social y cultural. En ese sentido, parecieron atender la apelación de Mathew Arnold a los hombres de cultura de combatir con ideales armónicos los males de una sociedad rota por la “anarquía revolucionaria de los bárbaros y la ambición filistea, rutinaria y mecánica” y los lamentos de Renan acerca de la decadencia francesa por la crisis cultural de una sociedad dominada por ambiciones económicas e igualitarias. 18 Esa armonía encontró expresión en una aspiración unitaria fundamentada en la identidad territorial, que integró el ámbito regional con el nacional. Se continuaba así una tradición revolucionaria, descrita por Namier para el caso de 1848, pero también un anhelo de estabilidad social. Una nación fundada en el pueblo, habitante de un territorio en general feraz e integrado dentro una pluralidad regional, y en una serie de expresiones culturales propias de éste, que continuaban la conexión entre estética y construcción nacional de comienzos del siglo XIX. Como resultado, se reivindicaba la independencia cultural y se recelaba de las influencias exteriores, aunque muchos de nuestros protagonistas basasen su obra dramática en adaptaciones de obras teatrales francesas. De esta manera, Blasco consideraba una gloria nacional al violinista Monasterio y lamentaba que el genio creador español se tornase “frívolo y superficial” por el contacto con Francia. De ahí, también el intento de encontrar el arte nacional,

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Gil Blas, 10-XII-1864. Don Quijote, 15-I-1869. Jeremías, 20-IV-1869. ARNOLD, M. Culture and Anarchy, Cambridge University Press, 1971, pp. 6 y ss. RENAN, E.: La Réforme intellectuelle et morale, Editions Complexe, 1990 (obra de 1876), p. 36

15 hallado, ya en la Restauración, por Palacio en una poesía nacida de forma natural de la lengua vulgar, o por Peña y Goñi en la zarzuela. 19 Su discurso sirvió para crear una mitología, descrita por Álvarez Junco en su faceta liberal, que identificaba la patria con las grandes gestas, y creaba un mercado para que Nombela escribiese biografías por encargo sobre Colón, Hernán Cortés o Pizarro; con una trayectoria plena de éxitos, sufrimientos y muerte por la libertad, en una genealogía que remontaba a una serie de personajes comunes a la cultura liberal, como los comuneros o el justicia Lanuza. Unas heroicidades propias de un pueblo, cuya seña de identidad residía en su amor al orden y el espíritu de libertad, expresado por Flores en su ataque a las quintas en La Ilustración Republicana Federal Quisiera templar mi lira en la justa indignación del gigante corazón de ese pueblo que suspira: y ardiendo en trémula ira elevar mi pensamiento; y en alas del raudo viento de la santa libertad, llegar a la inmensidad del mundo del sentimiento

Blasco manejaba principios parecidos en la letra del Himno a la Patria, compuesto por Arrieta para la inauguración del Panteón de Hombres Ilustres en 1869 o en un poema, dedicado a Aragón con el título Mi patria E inunda el pueblo intrépido Que arroja la cadena Con que opresión tiránica Le hundió en cautividad. España, en patrio vértigo (…) (…) En esas tristes áridas Llanuras de Castilla, Patriota y benemérito Sepulcro de Padilla, Roger en Andrinópolis, Churruca en Trafalgar. Los campos de la Bética, Bellísimos vergeles, Con sangre de tus mártires 19

El peso del regionalismo en la construcción nacional, en ARCHILÉS, F. MARTÍ, M., y ROMEO, Mª C.: Provincia y nación. Los territorios del liberalismo, Zaragoza, Instituto Fernando el Católico, 2006, pp. 51-73 y 161-191. La conexión estética-nación, en THIESSE, A.M.: La Création des Identités Nationales, Europe XVIIIe – Xxe siècle, Paris Éditions du Seuil 1999, p. 21. NAMIER, L.:1848 the revolution of the intellectuals, Oxford University Press, 1992 (obra de 1946). Palacio (1869). Para Blasco, véase La Democracia, 22-III-1866. PALACIO, M.: Discurso leído en la RAE, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1894, p. 8. PEÑA y GOÑI, A.: España, desde la ópera a la zarzuela, Madrid, Alianza 1967 (obra de 1885), p. 244. Nombela (1910), vol. 1, p. 356.

16 Regaron sus laureles. No hay tierra en la Península Sin glorioso altar ……………….. Cuna de ilustres varones Eminentes y entendidos; Patria de hombres aguerridos Y de noble corazón. Suelo fértil cual ninguno, Clima sano, franca gente, Son tus dotes, Aragón

En una línea similar, Marcos Zapata rescataba un mito liberal en su drama La capilla de Lanuza y ensalzaba en la Ilustración Republicano Federal al “Tío Jorge”, un héroe popular de la Zaragoza asediada por Napoleón Es su Dios el patriotismo, su espíritu el heroísmo; la voz de España lo enciende, para, cierra, corta y hiende muro y rayo a un mismo tiempo 20

La trayectoria política de esta generación de autores encontró un punto de inflexión tras la Gloriosa. Nombela, que había saludado su aportación al progreso y “a la libertad bien entendida”, habló de revolución traicionada por las ambiciones de unos y de otros y lamentó que “valiosos personajes”, como Prim, Pi, Salmerón, Ruiz Zorrilla no hubieran podido imponerse “a los ambiciosos que los rodeaban ni a las turbas famélicas”. Pasó al carlismo porque “era la monarquía de la tradición española”, abogó después por una dictadura de Martínez Campos y terminó aceptando la monarquía alfonsina. Flores defendió la bondad de la revolución pero le puso epílogo con el asesinato de Prim y con el creciente vicio de las manifestaciones, que, por cierto, él había elogiado desde la prensa; no obstante, siempre valoró la perduración de sus reformas democráticas en la Restauración. Blasco trasmitía su desengaño He visto en estas regiones Tanta bajeza en pedir, Tal hambre y sed de subir, Tantas recomendaciones

Al igual que Palacio Un año cumple que la inmunda tropa De moderados, frailes y Borbones, 20

ALVAREZ JUNCO, J.: Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Barcelona, Taurus, 2001, p.271. El amor al orden, en El Garbanzo, núm. 31, 1872. La Ilustración Republicana Federal, 23-VII1871. Los poemas de Blasco, en FACI BALLABRIGA, M.: Don Eusebio Blasco y Soler: zaragozano, aragonés y pilarista, Ayuntamiento de Zaragoza, 2003. La Ilustración Republicana y Federal, 11-IX1872

17 Del poder arrojada a pescozones Pasó a la emigración con viento en popa, Dejando de ser fábula de Europa Reconquistó la España sus blasones Y entre vivas, y aplausos, y ovaciones Bebimos del placer la dulce copa. Hoy, pueblo, te amenazan nuevos daños: Los que cual rey te adulan a porfía, Te envuelven en la red de sus engaños. ¡Tú, de ti mismo rey! No todavía; ¡Has llevado la albarda muchos años, Para vestir la púrpura en un día! 21

El desencanto se basó fundamentalmente en la corrupción, que el nuevo régimen no habría sabido limitar, y en el papel de ese pueblo, convertido en turba peligrosa a lo largo del proceso revolucionario. Su bondad natural no impedía que pudiera ser engañado por embaucadores y políticos si no era educado. Se expresaba así un diagnóstico sobre el papel del pueblo, común a todas las corrientes del liberalismo español, inclusive las progresistas y republicanas. La formación, que podía evitar esos males, debía proceder de la escuela y, así, Nombela saludaba la labor de la Institución Libre de Enseñanza. A eso debía añadirse la acción de los guías morales a través de sus exhortaciones y de su labor artística. Palacio, que en la Restauración acabaría cercano a las filas conservadoras, lamentaba la ignorancia al justificar su alejamiento del régimen de septiembre en Gil Blas Quiero la libertad, no la licencia; Quiero que a la instrucción sacando el jugo Aprenda el pueblo a sacar su esencia. No quiero la plebe bajo el yugo La vergonzosa libertad del robo Ni la igualdad infame del verdugo Amo ese pueblo inteligente y probo Que vive en el trabajo y la vigilia Y aplaude las verdades sin adobo

Nombela atacaba a los demagogos por “engañar al pobre trabajador y halagar su pereza con la promesa del reparto de riquezas”. Por su parte, en la obra ¡El 11 de diciembre!, Flores García extendía ese papel a toda la clase media, representada por el personaje de D. Pedro, un caballero virtuoso y miliciano de clase media, quien daba continuos consejos a sus acompañantes populares de no dejarse “cegar por la venganza ni seducir por ídolos”. 22 21

Nombela (1910), vol. IV, p. 461. Flores García (1913), p. 44. Blasco, en Faci (2003), p. 302. Palacio, en Gil Blas, 11-X-1869 22 Nombela (1910), vol. I, p. 57. Gil Blas, 4-X-1869. Nombela, en La Ilustración Española y Americana, 10-V-1870.

18 Finalmente, la educación popular exigía el esfuerzo literario. El papel de la literatura en la creación de modelos sociales ha sido destacado por autores, como Burke, Bourdieu o Jauss. Esa idea fue compartida, como hemos visto, por quienes convertían la realidad en un escenario; asimismo, Blasco se amparaba en Walter Scott al afirmar el carácter novelesco de la realidad; y Nombela en sus artículos asociaba los sucesos con formas literarias: la toma del poder por Saldaña se convertía en un sainete, la actitud de Novaliches en una novela moral de reconciliación y prodigalidad, el crimen de un marido engañado en un drama romántico, la fuga de una pareja en una novela por entregas. En una cultura idealista, como fue la española de la segunda mitad del siglo XIX, la necesidad de instruir moralmente conducía a una reivindicación de una literatura inspiradora de ideales; cuestión que implicó a nuestros personajes en la polémica sobre la decadencia del teatro, viva desde finales de la época isabelina hasta la Restauración, centrada en la ausencia de un teatro nacional por la excesiva dependencia de modelos extranjeros, la falta de moralidad y de idealismo. 23 Nombela atribuía la crisis teatral a un “estado afectivo e intelectual de pasiones, de necesidades y goces inmediatos”. Flores propugnaba en La Enciclopedia un justo medio entre razón y sentimiento que “llevaba a la armonía de lo bello”, “generaba emoción estética”, “engrandecía el espíritu humano” y “lo llevaba a las regiones contemplativas donde se rendía culto a la verdad y a la justicia”. Blasco ensalzaba en Gil Blas la función modernizadora del teatro en la europeización de la población. Y, finalmente, Clarín apelaba a los autores a actuar con libertad, para desarrollar los ideales de “libertad y patria”. Esos ideales conducían a la deseada armonía y a la revalorización de la poesía. Blasco atribuía a los poetas el poder de cantar las glorias de los pueblos y de llevar a cabo la revolución de las ideas. Flores la consideraba “monumento altivo que mantiene el eco de la armonía”, Nombela convertía las poesías de Zorrilla en signo de paz social por encontrarse habitualmente en “palacios y chozas”, y Antonio Trueba en algo que “el vulgo intuía ligado a la moral”. La armonía requería un equilibrio entre ideales y realidad, defendido por Valera y antes por Nombela en una de sus más famosas novelas por entregas, El bello ideal del

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BURKE, K.: La filosofía de la forma literaria y otros estudios sobre la acción simbólica, Madrid, Antonio Machado 2003, p. 133. Bourdieu, (2002), p. 22 JAUSS, H.: Pour une esthétique de la reception, Paris, Gallimard, 1978, (obra de 1972), pp. 267 y ss. Para Blasco, véase La Época, 19-VII-1872. Nombela, en La Ilustración Española y Americana, 25-V-1870

19 matrimonio. Escrita en 1863, resolvía el conflicto entre una esposa enferma de sensibilidad nerviosa y su marido, más apegado a lo mundano, con una mezcla de idealismo y realismo por el que ambas partes lograban una aproximación armónica, consumada en un hijo. El ansia de armonía podía inscribirse dentro de la tradición católica, como ocurría con Nombela, o en una religiosidad en la órbita de Lammenais, común a muchos sectores liberales y republicanos, patente en Flores, quien diagnosticaba la enfermedad de la sociedad moderna por el “ateísmo antinatural” y proponía recuperar una moral universal, regulada por la libertad, frente a la fanática de las religiones positivas.24 El acercamiento al mundo desde la idealidad requería una lente moral; visión que constituyó el denominador común de nuestros autores en sus obras costumbristas de contenido político o social. Si en 1865 Palacio enumeraba entre los principales problemas del país “la miseria y, sobre todo, la verdad oculta”. Flores en un artículo titulado “La pobre vergonzante” censuraba a las falsas mendigas que denigraban una realidad de mujeres viudas de cesantes o de bravos militares. En suma, la experiencia del Sexenio forzó un alejamiento de la política, que fue progresivo y centrado más bien en una arraigada desconfianza hacia los partidos, como mostraba el primer número de El Garbanzo, editado por Blasco, que enfrentaba pueblo sano y políticos. Normalmente, se tiende a identificar la Restauración con un periodo homogéneo, pese a que existieron notables diferencias entre sus primeros años y el periodo de la Regencia en que se consagró el turno pacífico y se aprobaron una serie de leyes que garantizaban una cierta libertad política. Fue ése el momento de aceptación del régimen borbónico por muchos republicanos; así le ocurrió a Flores, quien a su vuelta del exilio abandonó la política por la literatura. La integración en ese régimen vino acompañada, al igual que había ocurrido en el pasado, del logro de cargos públicos garantes de la subsistencia. Asimismo, nuestros personajes escribieron novelas y poemas, estrenaron decenas de zarzuelas y dramas y aprovecharon las posibilidades ofrecidas por la estabilización existente con el consecuente auge de formas de sociabilidad: veladas, juegos florales, certámenes poéticos, academias. Mantuvieron la actividad periodística, tanto en la prensa de mayor tirada (El Liberal, El Imparcial, El 24

La Enciclopedia, Tomo I, 1877. Gil Blas, 9-II-1882. Clarín, en El Solfeo, 11-IV-1876. Blasco y Flores, en La Discusión, 6-III-1864 y 2-VIII-1872, respectivamente. TRUEBA, A.: De flor en flor, Madrid, Oficinas de la Ilustración Española y Americana, 1882, p. 257. NOMBELA, J.: El teatro. Revista. 25-041880. VALERA, J.: “Disonancias y armonías de la moral y la estética”, en La España Moderna, 27 y 28 (1891) pp. 95-108 y 124-135. La religiosidad de Flores, en La Discusión, 11-VII-1872

20 Heraldo, La Época), como en las publicaciones específicamente intelectuales. Éstas sirvieron, por un lado, de muestra palmaria de la conciencia intelectual, y, por otro, de manifestación de una convivencia entre autores de distinto signo político, remedo del turno pacífico. De esta manera, en el Gil Blas, reeditado en 1882, coexistieron los ataques a Palacio a Sagasta con las denuncias de Blasco al atraso del país “por ser la España de los frailes a manadas”. 25 Otro tanto ocurrió con Madrid Cómico, semanario que alcanzó tiradas de siete mil ejemplares en la década de 1880, leídos en los hogares, en casinos y ateneos, de contenido humorístico y costumbrista, y con su compañero, Madrid Político, que fustigó a los políticos dinásticos desde posiciones republicanas. Similar compromiso mostró Vida Nueva, cuya salida a la luz coincidió con el impacto de 1898, se mantuvo una posición regeneracionista, de nuevo a partir de las ideas, una voluntad integradora de todo el espectro político y social y una reivindicación de su generación, que había sacrificado todo “al progreso y la libertad de la patria”; y, por último Gente Vieja que intercaló entre sus páginas ataques a los jesuitas, a los políticos dinásticos y elogios a la unión hispanoamericana. En conclusión, podemos decir que el grupo de literatos estudiado participó intensamente en la vida política en los años previos al Sexenio, sin renunciar completamente a ella durante la Restauración. Sin embargo, su labor más interesante se desarrolló en otros ámbitos que contribuyen al estudio de las culturas políticas del periodo, por su ayuda a la creación de un lenguaje liberal compartido por las diferentes familias liberales y republicanas. Éste se basó en una serie de mitos de identidad territorial, simultáneamente arraigados en el tiempo y sujetos a los avances del progreso en una sociedad cuya transformación se retrató y difundió en multitud de obras referidas a la modernidad. Su estilo literario contribuyó a desmontar muchas jerarquías y a otorgar el protagonismo a un pueblo interclasista y armónico, depositario de virtudes, aunque necesitado de educación e ideales que debían ser proporcionados por las elites. La continua referencia a tales ideales encajaba en un permanente análisis social centrado en la dimensión moral, concedía un liderazgo decisivo a la intelectualidad, desaconsejaba la utilización de la violencia y extraía parte de la agenda política de la lucha partidaria. El país seguía una senda de progreso más o menos lento, según la 25

Palacio, en Gil Blas 29-IV-1865. Flores, en La Discusión, 29-VI-1872. Para el recelo hacia los partidos, véase FERNÁNDEZ SARASOLA, I.: Los partidos políticos en el pensamiento español, Madrid, Marcial Pons, 2009, pp. 80 y ss. El Garbanzo, 18-VII-1872. Gil Blas, 5-II-1882

21 percepción de cada uno, por la necesidad de desprenderse de muchos males incrustados en las costumbres. Se establecían así dos planos: el prosaico, a aceptar con una sonrisa irónica, territorio de vicios sociales y de la política cotidiana “sin entrañas” de los partidos; y el otro, el de la superación paulatina de los males en el largo plazo mediante la educación, un diálogo regenerador y una confrontación que nuestros protagonistas situaron en el territorio de la literatura. 26

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BOTREL, J.F.: “La difussion de Madrid Cómico 1886-1897”, en Presse et Public, Université de Rennes, 1982, pp. 21-40. La expresión política sin entrañas era habitual en los comentarios políticos de la época: un ejemplo, en Gobernador de Pontevedra a Vega de Armijo, 24-V-1883, en Colección Solla, leg. 144.1

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