Intelectuales gorilas en el planeta de los simios. Evocación del 17 de octubre.

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Martes, 17 de octubre de 2006

Intelectuales gorilas en el planeta de los simios. Evocación del 17 de octubre El autor rememora otro aniversario del 17 de octubre de 1945, el día en que Perón fue reclamado por una multitud en Plaza de Mayo, para intentar explicar -desde sus orígenes- la extraña naturaleza política y cultural de ese fenómeno típicamente argentino: el peronismo. Por Héctor Ghiretti - Licenciado en Historia Vine al mundo en una familia poco afecta al peronismo. A mi abuelo paterno, exiliado político, el joven coronel le recordaba al odiado Mussolini. A mi abuelo materno, por aquel entonces un pequeño empresario dedicado al transporte de pasajeros, le desagradaba el estilo de las unidades básicas y la estética del descamisado, aunque años después reconociera no haber ganado nunca más dinero que durante las primeras presidencias de Perón. Sin embargo, no fui educado en la pedagogía antiperonista, un fenómeno bastante común en los hogares de clase media de los cincuenta y los sesenta. Con la madurez intelectual y los estudios universitarios, mis vagos prejuicios se fueron trocando en una valoración positiva pero crítica, que nacía de la convicción de que en la Argentina de los años cuarenta no ser peronista equivalía -el discurso propagandístico del régimen parecía acertar al menos en este sentido- a servir a intereses antinacionales. Mi apreciación del peronismo se modificó una vez más durante los días difíciles y traumáticos de diciembre de 2001. El estallido me sorprendió fuera del país. La inquietud de aquellos días se desfogaba en extensas y acaloradas discusiones con los compatriotas y en la búsqueda de explicaciones -en la prensa, en ensayos o análisis más profundos- que ayudaran a entender lo que estaba pasando en la Argentina. Vista en perspectiva, la capacidad de comprensión de la crisis demostrada por los periodistas y estudiosos en general me sigue pareciendo sorprendentemente baja, teniendo en cuenta la tradición crítica existente en el país. Pero lo que más me irritó en aquel momento fue la tendencia de muchos intelectuales a ponerle fecha precisa a la decadencia argentina: para ellos, el origen del proceso que por aquellos días parecía mostrar sus lamentables efectos podía hacerse arrancar el 17 de octubre de 1945. La interpretación me parecía semejante al argumento de la conocido film "El Planeta de los simios": una avanzada civilización futurista adoptaba a los simios como animales de compañía y realizaba en ellos complejas experimentaciones genéticas. Los simios ganaban en desarrollo intelectual y finalmente se rebelaban contra sus amos, imponiendo una sociedad primitiva y brutal, destruyendo los progresos de la civilización y reduciendo a la esclavitud al género humano. Trasladando el esquema, la Argentina venía a ser una feliz sociedad, armónica y unida, encaminada a la grandeza y a los altos destinos que la aguardaban, pero sorprendida en su buena fe progresista por una raza violenta y despótica

de seres inferiores que la habrían sojuzgado, arruinando sus potencialidades y sometiéndola a sus hábitos venales. El “aluvión zoológico” del que hablaban los liberales de entonces: los peronistas transformados en gorilas. De ese modo, me vi obligado a asumir la defensa del peronismo, a “hacer de peronista” sin tener simpatías militantes por el justicialismo. En 2001, como en las últimas seis décadas, se hacía al peronismo responsable de todos los males del país: aún de aquellos que eran manifiesta continuidad de la época anterior. Poco importó que la crisis de aquel año hubiera sido largamente anunciada y que el gobierno responsable no fuese peronista; menos todavía, que la asombrosa recuperación posterior hubiera sido posible gracias a un gobierno de signo justicialista. Y es que, como dice la antigua sabiduría, nadie aprecia lo que no conoce. Con los intelectuales sucede algo particular: desprecian y descalifican aquello que no pueden comprender o reducir a sus estrechas categorías. Si, como ha explicado Umberto Cerroni, el fascismo y el nazismo constituyeron un formidable desafío para la ciencia política de los años treinta, en los cuarenta y los cincuenta el acertijo lo planteó el peronismo: estudiosos de talla internacional tales como Raymond Aron y Seymour Martin Lipset se rindieron fascinados a su enigmática condición. Resulta difícil dar cuenta de la naturaleza compleja del peronismo. En él se recogen y sintetizan prácticamente todas las tradiciones políticas del país anteriores a su aparición: es heredero y continuador del empuje edificador de los liberales del ’80; asume como propia la regeneración política del radicalismo; recoge para sí la raigambre cultural hispánica y católica rescatada por el nacionalismo; intenta encarnar el discurso antiimperialista de los nacionalistas y los forjistas; finalmente, da cauce gubernamental a las luchas sociales de la izquierda obrerista. Pero además, es una doctrina estructurada sobre lo que en filosofía se conoce como complexio oppositorum: los opuestos se excluyen entre sí pero, además, forman una unidad significativa. Su carácter revolucionario no impide la resolución en términos de moderación reformista. La movilización propia de su carácter popular y de masas se combina con el afán de orden y organización, propios de la formación militar de Perón. La concepción jerárquica y escalonada, de similar origen, parece no contradecir al discurso igualitario. Para el peronismo, el opositor político es un enemigo nacional y de clase, pero no renuncia a incorporarlo en las propias filas. En su seno se unen instituciones que en otras épocas o contextos serían antitéticas: el ejército y los sindicatos. En él coexisten dos tendencias divergentes: una que tiende a la diferenciación y a la lucha, y otra que tiende a la inclusión y a la unidad. Es probable que Juan Fernando Segovia, autor del magnífico libro “La formación ideológica del peronismo”, de reciente aparición, no sea del todo consciente de cuánto ha contribuido a desentrañar su naturaleza, desvelando la equilibrada estructura de legitimidad -personal, organizativa y tradicional- sobre la que se asienta. Dotado de partes opuestas/complementarias entre sí, puede ensayar con éxito las más variadas combinaciones y se encarna de diversas formas: desde el voluntarismo revolucionario y socialista de las organizaciones guerrilleras a la cruda tecnocracia liberalcapitalista. En él parecen manifestarse, de forma abreviada y sintética, las señas de identidad -positivas y no tanto- del alma

argentina. Más allá de los resabios gorilas de otras épocas, puede decirse que en todo argentino late un corazón peronista. Es claro que parte de nuestros problemas tienen que ver con el peronismo: tanto si es causante directo de ellos como si, no siéndolo, se muestra impotente para atenuarlos o resolverlos. Pero también es cierto que no existe en el país otro actor político que pueda enfrentarlos: es el único partido de gobierno que queda en pie. Su crisis, decadencia o desaparición quizá nos libre de algunos males; pero seguramente nos dejará sin recursos para enfrentar los que nos queden. En esta ocasión, como en otras, parece atinado citar al poeta: “Allí donde está el peligro, está la salvación”.

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