Indicios sobre el secreto y el silencio

August 31, 2017 | Autor: J. Mendoza García | Categoría: Psicologia Social, Psicología Social, Memoria Colectiva, Olvido Social
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Descripción

Indicios sobre el secreto y el silencio JORGE MENDOZA GARCÍA

l punto de partida es la esfera pública y lo com unicable. El punto de llegada es el secreto y el silencio. De lo que trata es de delinear y ar­ gumentar cómo el material con que se edifica la vida privada, en buena m edida, tiene que ver con el secreto y con el silencio. Y cómo estos se m anifiestan no en el espacio público sino en el cerrado. En el espacio abierto hay comunicación, en el cerrado, silencio; eso sobre lo que no se debe hablar, más por obligatoriedad e im posición que por deseo o voluntad propia. Las sociedades y pensam ientos totalitarios confi­ guran y se apoyan en este tipo de lógica. Increm entan las zonas pri­ vadas, de secretud y de silencio, al tiempo que achican lo comunicable y el espacio público. LO COMUNICABLE Y EL ESPACIO PÚBLICO

“Com unicación” es un térm ino que surge en el siglo

xiv

en lengua

francesa. En tanto que refiere a participar en se asem eja al térm ino latín communicare, participación en común, communis, compartir. “ Practicar” es un térm ino que llega en el siglo

xvi,

y com unicar co­

m ienza a significar, tam bién, transm itir; después llegan los medios que posibilitan dicha transm isión (W inkin, 19 8 1). Pues bien, en sentido genérico la comunicación es un proceso en el que se participa en común y se transm ite y comparte algo, inform ación y/o significa­ dos. En la com unicación se intercam bian cosas o lo que las repre­ senta, por ejemplo, palabras, signos. En M éxico, el Laboratorio de Psicología Social (19 8 9 , p. 6 2 ) señala que en el sistem a cultural se despliega el proceso de com unicación referido como “ la com pren­ sión [y explicación] de los procesos [y contenidos] de creación [y destrucción] de sím bolos [y significados] m ediante los cuales una comunidad acuerda su realidad” . Los participantes de esta comunica­ ción son parte de la m ism a realidad que intercam bian, y “comunicar

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es el acto entre participantes de expresar, interpre­

intercam bia, m ás bien se gu arda con celo lo que

tar e intercam biar la realidad” (idem).

se sabe. Es ésa su lógica.

Tal intercam bio es m uy com plicado en un es­

Lo público es aquello cuyo contenido interesa a

pacio restringido, estrecho, privado; ese proceso

todos, es decir de interés común (Sim m el, 19 0 8 ,

se realiza más bien en la esfera abierta, pública.

p. 385), como se dicta desde que los griegos inven­

Dicha esfera pública tiene su origen hace m ás de

taron ese espacio. El espacio público, como la calle,

25 siglos, con los griegos, con el surgim iento de la

tiene sus significados, sus sentires. U n espacio pú­

plaza pública y de un a ciudad cerrada al campo, la

blico, por antonom asia, es un espacio social. Por

denom inada polis. La polis es “un espacio acotado

espacio puede entenderse “el significado que adquie­

para funciones públicas. La urbe no está hecha,

ren un conjunto de dimensiones en las que se vive” ,

como la cabaña o el domus, para cobijarse de la in­

y a la inversa: “dimensiones que condicionan en fun­

tem perie y engendrar, que son menesteres priva­

ción de sus características, la form a de vivir que se

dos y fam iliares, sino para discutir sobre la cosa

produce en su interior” (Torrijos, 19 8 8 , pp. 19 -2 0 ),

pública” (O rtega y G asset, 19 3 0 , p. 16 2 ). El espa­

es decir, que quienes habitan un espacio son menos

cio que surge con el aparecim iento de la ciudad es

sujetos distantes, observadores ajenos, y más par­

de “nueva clase” , se piensa distinto en él. Antes

ticipantes y creadores de él: el espacio es menos na­

existía el campo, y sus habitantes pensaban con el

tural y m ás uno social y transform ado. Puede ase­

p en sam ien to de la tierra que p isab an , con ese

verarse, asim ism o, que al espacio como territorio y

arraigo a la “ naturaleza” , ahora está este espacio,

orientación le corresponde un a expresión sim bó­

en oposición al campo, que se denom ina plaza,

lica, donde entra el lenguaje y las relaciones que en

negación del campo, plaza civil, “puram ente h u ­

él se establecen (Fernández Christlieb, op. cit.), de

m ana” , de la que Sócrates acertadam ente enunció:

tal suerte que puede hablarse de “entorno sign ifi­

“ Yo no tengo que ver con los árboles en el campo;

cativo” , ese donde “ los sucesos cobran im portancia

yo sólo tengo que ver con los hom bres en la ciu­

de form a relativa al grado en que nos afecten, a que

dad ” (cfr. ibid., p. 16 3).

nos sean más o menos cercanos” (Torrijos, op. cit.,p.

Pues bien, el espacio público tiene ahí su ori­

23). Michel de Certeau, por citar, no opone lugares a

gen. Su devenir tiene siglos y su h isto ria es algo

espacios, de hecho el espacio es un “ lugar practica­

larga (Fernán dez C h ristlieb, 19 9 1, pp. 15 -4 8 ).

do” , un “cruce de elementos en movimiento” . La calle

A sí, u n a con tin u ació n del espacio abierto es la

trazada geométricamente, y que el urbanism o con­

calle, a éste le con tin ú a u n o sem ipúblico, por ser

cibe como lugar, es transformada por los “usuarios” ,

algo restrin gid o, por ejem plo, el café, al que de

por los cam inantes, en espacio. Los relatos, las na­

igual form a le sigu e el teatro. Puede haber esp a­

rrativas sobre estos lugares, igualm ente, van tra­

cios extrapúblicos, por su lógica ad m in istrativa

zando dichos espacios (D e Certeau, 19 9 0 , p. 12 9 ).

y burocrática que m ás que generar com unica­

El espacio es de la m ism a fam ilia que “despa­

ción ad m in istran in fo rm ación , com o el Parla­

cio” , es decir, de lentamente, de calma (Góm ez de

m ento y la ad m in istración pública. Los espacios

Silva, 19 8 5 ), de ese ritm o que se requiere para que

públicos se caracterizan justo por ese in tercam ­

los acontecimientos logren ser percibidos, sen­

bio de sig n ificad o s, ese canje de con ocim ientos,

tidos, significados y por tanto com unicados. El es­

de realidad es, de b rin d ar algo y de recibir otra

pacio es social en la m edida que la práctica social

cosa. En cam bio, en el espacio sem ipúblico no se

lo va delineando, borrando incluso la frontera del

L ilia n a A n g , Escu e la N a cio n a l de A rte s P lá stica s, U N A M .

espacio “natural” (como el campo), además de que

e intercambian las visiones del mundo. Lo cual, por

está habitado por sím bolos y significados, por in­

cierto, no niega la existencia del espacio privado.

tercam bios sociales, por interacciones, de ahí que pueda señalarse que los espacios hablan, por vir­

LO PÚBLICO Y LO PRIVADO

tud de quien los habita, por eso se guardan acon­

Lo privado es esa zona en donde la gente se re­

tecim ientos en sus edificaciones, por eso durante

pliega, se retira, donde ya no es necesario portar la

m uchos siglos “el espacio se concebía como tem ­

indumentaria ni las form as y com portam ientos re­

plo de la m em oria” y lo era “porque se sabía que

queridos en el espacio público. Es el sitio familiar,

hablaba o invitaba a h ablar” (Ram os, 19 8 9 , p. 75).

dom éstico, zo n a en que está aquello que quere­

En síntesis: en el espacio público se m anifiesta

m os sólo para nosotros y que contiene los asuntos

la com unicación; el espacio social es el espacio pú­

que no conciernen a los dem ás, de lo que no se

blico; es en el espacio público en el que se edifican

quiere hablar ni divulgar porque no pertenece al

Lo privado y el individualismo comienzan a fusionarse, a parecer lugar y contenido naturales, mutuamente constitutivos.

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sitio abierto: “ El poder privado h a de resistir hacia

18 4 8 ; en 17 9 2 el dom icilio se vuelve inviolable; en

fuera, los asaltos del poder público” (Duby, 19 85,

179 5 las pesquisas nocturnas se prohíben; casa y

p .13). Efectivamente, de alguna manera lo privado es

noche son lugar y tiem po de la privacidad. Con un

eso opuesto a lo público, es eso que se guarda o es­

poco más de tiem po llegará la secresta de la corres­

conde, aquello que se intenta alejar de la mirada o el

pondencia, aunque los m aridos continúan vigi­

interés de los demás. El concepto de vida privada

lando la de la esposa. Estos actos, como m uchos

que se fue consolidando hacia el siglo XI X recoge esa

otros, m uestran que sigue existiendo la invasión

idea de lo privado. Vida en privado, ahora todos tie­

de la privacidad: los recluidos, enferm os o prisio­

nen o intentan tener. Lo dijo, a su manera, Georg Si-

neros, sufren la violentación de sus cartas. Y si bien

mmel (op. cit., p .385): “ Lo que por su sentido interior

ciertas partes de la vida de la gente se m antienen

tiene un a existencia autónom a, los asuntos cen­

lejos de la m irada vigilante, lo cual en múltiples

trípetos del individuo, adquieren también en su for­

casos se agradece, la legitim ación de la división

m a sociológica un carácter cada vez más privado,

público/privado acarrea consigo otras problem áti­

cada vez más apto para perm anecer en secreto” .

cas: qué se puede enunciar y anunciar, y qué no.

Y

como el espacio público, el privado tiene tam ­ De quién sí y de quién no. Q uiénes son persona­

bién su historia. La Edad M edia acentuó lo que

jes de interés público. Efectivam ente, con la certi­

ven ía en cam ino, la división privado/público. Con

ficación de lo público/privado, encontramos situa­

el surgim iento del Estado, la m irada política se

ciones de confrontación extrema: por amenazar

inm iscuía en el espacio privado, lo invadía. Con los

con la publicación de un a biografía, el ofendido se

tiem pos m odernos se han diversificado los espa­

bate en duelo con el periodista. El ofendido muere,

cios privados. H istóricam ente, al m enos en Occi­

pero salvaguarda su “secreto personal” . La vida

dente, el espacio privado h a estado dictado para el

privada resulta un a atracción de la prensa desde

m undo fem enino, sea la mujer o los sentim ientos.

fines del siglo

Para los hom bres, el espacio privado h a sido algo

ción sigue creciendo.

xviii.

A principios del x x i tal fascina­

restringido, en núm ero y en su devenir: la casa es

De un lado encontram os a quienes sienten esa

de predom inancia femenina; áreas de trabajo, taller,

“vid a privada” com o algo sagrado, algo que no

oficina, fábrica, y algunos sitios de relajam iento

debe exponerse en el espacio abierto, público. Del

(Duby, op. cit.).

otro, a quienes dem andan y hurgan en esos sitios

H abrá que observar que, con la Declaración de

que creen interesan a los demás, por eso desean y

los Derechos del Hombre, el individualism o y lo pri­

quieren hablar de ello. Los segundos asum en ple­

vado van adquiriendo un m ayor éxito y reconoci­

nam ente la división público/privado, aunque jalo­

m iento: el sufragio universal adquiere form a en

nean las fronteras de dichas zonas. Pero eso que

se considera privado proviene, paradójicam ente,

registros de sí. La agenda personal se hace presente

de la esfera pública: desde ahí se dicta qué perte­

en este tiempo, así como la tum ba individual y el

nece a este ám bito y qué a la esfera privada.

epitafio, en el marco del nuevo culto a los muertos.

Ciertam ente, la colectividad y su normatividad,

M últiples elementos del individualism o y la

que incluye el ámbito de lo personal, se ve exaltada

privacidad van emergiendo, y con estos la necesi­

por deseos de privacidad, sea para dormir, leer o

dad de m ayor control para saber quién hace qué,

vestir o querer a quien se desee. Democracia y mer­

especialm ente si se trata del que rom pe la norm a-

cado juegan a favor de esta privacidad. La ciudad,

tividad. Anteriorm ente, usurpar la “personalidad”

por su parte, flexibiliza los designios de la familia,

de alguien más resultaba relativam ente fácil. B as­

debilita ciertas norm as im positivas que dom inan

taba hacer uso del nom bre de algún muerto o de­

lo privado. Lo privado adquiere derecho de piso en

saparecido y que los contem poráneos no lo tuvie­

distintos ám bitos, hasta en el político, que por de­

ran presente. U n n iñ o h u érfan o o desam parado

finición es público. Políticam ente son los tiempos

no era identificable fácilm ente. En consecuencia,

de las corrientes anarquistas individualistas. Li­

h abía que crear o diseñar signos que identificaran

bertad del cuerpo, am or libre. Individualism o. Tan

a los recién nacidos: brazalete, lunar, collar constitu­

son así estos tiem pos que en 18 45 M ax Stirner

yen un a respuesta. En ese tenor, los que delinquen

escribe su libro E l único y su propiedad, dedicando

no son aún reincidentes pues no se sabe quiénes

la segunda parte del texto a la consagración del yo:

han cometido algún delito anteriormente. U na téc­

“mi pod er” , “m is relaciones” , “mi goce” . (Este for­

nica que se presenta en estos tiem pos ayuda a des­

midable libro difícilmente pudo aparecer en el siglo V

dibujar este anonim ato y hace presente el recono­

a.C. o en el siglo XXI del desencanto individualista).

cim iento a posteriori: la fotografía. H acia 18 76 la

A esta perspectiva individualista y privada contri­

policía hace uso de este artefacto. En 18 8 2 ponen

buye el pensam iento biologicista con sus indica­

en práctica la filiación antropom étrica: seis o siete

ciones sobre el cerebro y la persona.

m edidas óseas identifican a los individuos. El as­

Lo privado y el individualism o com ienzan a

pecto físico jugará un papel im portante en la iden­

fusionarse, a parecer lugar y contenido naturales,

tificación personal. A ello se sum an las huellas di­

m utuam ente constitutivos. “A lo largo del siglo

xix

gitales. En 19 12 se expide en Francia un a ley sobre

se acentúa y se difunde lentam ente el sentim iento

el carné de identidad, que contendrá, entre otras

de la identidad individual” (C orbin, 1987, p. 39 7).

cosas, nom bre, apellido, fecha y lugar de naci­

El nom bre propio es parte de la identidad de la

m iento, señas particulares, huellas y foto del por­

persona. En el medio rural se va diluyendo y da paso

tante. El individuo y sus atributos son el síntom a

al apodo. El apodo pasa, después, a ser parte del

del siglo

m undo m arginal: a artistas, bohem ios, prostitutas

de la persona. Impera, por otra parte, la idea del

y crim inales se les adjudica. La alfabetización y la

control de esos individuos, Louis Pasteur y sus

escuela forman una nueva relación entre la persona

m icrobios, desde la biología, serán un modelo

y el nombre. A sí, por ejemplo, dejan marcas, sus

para el control social. Por lo cual se experim enta

nom bres sobre todo, en piedras y árboles. Las cla­

un tem or de la introm isión en la esfera del indivi­

ses bajas son las que realizan más esta práctica.

duo, de su “yo” (idem).

Son conscientes de que ellos, a diferencia de las élites que sí acceden a la escritura, dejarán pocos

xix.

Ese siglo

H ay un a especie de “ basculam iento”

xix

de la privacidad que auspicia al

individualism o también vio el repliegue hacia el

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cuerpo y su cuidado, alentado por las enferm eda­

nám ica. Los baños en el río siguen su ritmo. El

des, las epidem ias. El especio privado es reducto

calor así lo im pone.

de las enferm edades de distinta índole y también

N o obstante, h ay que señalar que el espacio

lo es de los prejuicios. Pero, asimismo, significa con­

privado está, socialm ente, ocupado por la m irada

fort para la persona, en tanto que facilita cierta

del otro. Por ejemplo, lo que se hace o deja de

autonom ía, favorece el diálogo interno, la ensoña­

hacer sobre el cuerpo es dictado por la cultura del

ción, etc., que son, finalm ente, cosas de la privaci­

m omento. Desde ahí se prepara la incursión en el

dad, de lo íntimo. La burguesía se permite la alcoba

espacio abierto. El cam isón está bien para la alco­

individual donde se experim enta comodidad y una

ba, no para estar en la calle. El atuendo de m aña­

cierta higiene recom endada por los m édicos. La

na en la mujer no deberá ser m ostrado a extraños;

mujer atiende más a esta privación del espacio.1

es perm isible para ser expuesto ante el am ante en

Decora su sitio para que sea un reflejo de ella, de

la privacidad, no en público. La mujer con cierta

algún m odo se le parece. Eso en la ciudad. En el

decencia debe arreglarse para salir a la calle, pues

campo, la privacidad del espacio se m anifiesta me­

desarregladas sólo van las prostitutas y las sir­

diante el uso de cortinas. “Cuando, hacia 19 0 0 , se

vientas (idem). Y si eso ocurre con la vestim enta, la

difunde el tocador, y luego el cuarto de baño, pro­

m irada del otro se teme para hacer otras cosas que

visto de un sólido cerrojo, el cuerpo desnudo puede

se consideran más privadas: el denom inado mal

com enzar a experim entar su m ovilidad al abrigo

blanco, miedo a ser espiada por gente desconocida,

de cualquier introm isión” (ibid., p. 417). Es en este contexto privado que la lim pieza del cuerpo tiene su sitio, aunque el agua se ve con

o el mal verde, ese estreñim iento que da a las m u­ jeres por tem or a ventosear en público (Sennett, 19 7 4 ) son sintom áticos de estos tiem pos.

reticencias. Se cree que es factor de esterilidad fe­

Según puede advertirse, la vida privada está en

m enina. Las m anos se lavan al igual que la cara y

buena parte dibujada, norm ada, rondada por el

los dientes. Los pies reciben higiene m áxim o dos

pensam iento abierto, público. Ahí encuentra sus

veces al m es. La cabeza, no. Se cree que u n a tez

procuradores. En las dos prim eras décadas del si­

estética se form a con el im perio de la grasa. Los

glo

im perativos m édicos no se atienden, se les m ira

esos iniciados en los secretos y la vida fam iliar: i)

como introm isiones a la vid a privada.2 E so en la

el sacerdote, en el orden de lo religioso; ii) el nota­

ciudad. En el m edio rural es algo diferente la di­

rio, en el orden de lo material y el m atrim onio, y

1 Dato peculiar: no hay espejos de uso masculino, sólo el barbero posee uno. Los demás espejos son del dominio femenino porque, el cuerpo, en privado, se contempla. La delgadez, con el uso de espejos verticales, vendrá aparejada de la delgadez como estética corporal (Corbin, op. cit.).

como verdad única, la Corona mandó arrasar los muchos baños públicos que los musulmanes habían dejado, por ser fuentes de perdición. Ningún santo ni santa había puesto nunca un pie en la bañera y entre los reyes era raro bañar­ se, que para eso estaban los perfumes. La reina Isabel de Castilla tenía el alma limpia, pero los historiadores discu­ ten si se bañó dos o tres veces en toda su vida. El elegante Rey Sol de Francia, el primer hombre que usó tacones altos, se bañó una sola vez entre 1647 y 1711. Por ‘receta médica'” (Galeano, 2008, pp. 84-85).

2 “El agua tenía mala fama en la Europa cristiana. Salvo en el bautismo, el baño se evitaba porque daba placer y por­ que invitaba al pecado. En los tribunales de la Santa In­ quisición, bañarse con frecuencia era prueba de herejía de Mahoma. Cuando el cristianismo se impuso en España

xx

existían aun “gestores” de la vida privada,

La palabra, al menos desde los griegos, ha estado del lado masculino, como lo fue el espacio público. iii) el m édico, en el orden de lo corporal y la salud

predicación femenina se lleva a cabo mediante la re­

(Vincent, 19 8 7 ). Tales gestores son m irones exter­

tórica del cuerpo, la elevación de la m irada y el fer­

nos en la vid a privada. Tienen autoridad para

vor del gesto” (Corbin, idem). Y si la vida urbana se

determ inar y adm inistrar el orden de lo privado,

desliza en esas form as, la vida rural no hace cosas

regularlo. A sí como regular lo que se p iensa o al

distintas, pues gestores y virtudes se im ponen. La

m enos lo que se escribe.

m oralidad y los m odales, en el m edio rural, se atisban de rigu rosidades, de im posiciones. Se crean

LO PRIVADO Y EL SECRETO

congregaciones juveniles que cuidan los valores.

En el siglo

se acentúa la división de las funcio­

La introm isión de instituciones es tal, que alcal­

nes sociales de mujeres y hom bres: a ella, los per­

des y curas pueden ser parte de esas juntas que eli­

xIx

fum es, el adorno y los colores suaves; a él las acti­

gen a la “ joven m ás virtuosa” de un poblado, y su

vidades públicas, el color negro, razón por la que

virtud h a de ser sancionada por el médico que

Charles Baudelaire expresará que este sexo está de

tiene que certificar la doncellez de la joven.

luto, y observa su jactancia por la barba. El pudor

Pero al hom bre tam bién le toca su dosis de lo

y la vergüenza regirán este siglo. El sentim iento de

privado, con todo y prácticas que esconder. El hom ­

ser atrapado por la mirada indiscreta está presente,

bre no puede pensarse sin la mujer al lado o en

de ahí que haya que enmascarar la actitud y el com­

ciertas prácticas, no obstante el pensam iento sobre

portam iento, cosa que bien sabe Richard Sennet

ella en térm inos sexuales no es bien visto. El se­

(op. cit.). Aunque ese enm ascaram iento las m ás de

creto del hom bre es la “m anualización” , porque es

las veces resulte regir la vida pública, tam bién la

considerada un vicio. Con la mujer sucede algo

privada: la norm aliza, la regula. O al m enos eso

peor. En el ám bito médico y narrativo de la biogra­

intenta. Por si las dudas, “ hay que enseñar la pru­

fía es una histérica, prostituta, ninfóm ana (idem).

dencia, hacer que la joven tenga sus m anos ocupa­

Es viciad a de origen . El cuerpo tiene u n a gran

das permanentemente, que tema su propia mirada,

fuerza y presencia en el ám bito de la vida privada.

que sepa hablar en voz baja y, lo que es aún mejor,

E sa privacidad de la vida cotidiana, en especial sus

que se persuada de las virtudes del silencio” (Corbin,

secretos, sexualidad, cuerpo, higiene, se m antiene

ibid., p. 4 2 5 ). La palabra, al m enos desde los grie­

algo lejos de los confesionarios, pero su descifra­

gos, ha estado del lado m asculino, como lo fue el

m iento continúa, y lo hace vía la contabilidad, la

espacio público (Reyes, 19 4 2 ). El silencio y el es­

contabilización de la existencia, horas, días alre­

pacio privado son im posición hacia la mujer. El

dedor de las prácticas que pueden ser vistas como

siglo

no fue m uy distinto: es “en este siglo que

pecam inosas. Y si hay libros de cuentas en la casa,

se afirm a la prim acía de la palabra m asculina, la

por qué no llevar la contabilidad de la vida. Es así

xIx

“El secreto pone una barrera entre los hombres” porque separa a aquellos que comparten el secreto de los que no.

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que surge el diario íntim o. Q ue no es sin o un a

rar lo comestible de lo incomestible, lo bueno de lo

form a del secreto.

malo. El elemento separador es un agujero, un ori­

La vida privada no puede sino ser “entendida

ficio cuya función es dejar pasar o retener en fun­

en el sentido estricto de vida secreta” (Vincent, op.

ción de la conform idad o de la no conform idad del

cit. , pp. 13 9-140 ). Desde esta enmienda, se vale una

objeto con el orificio” (cfr. Vincent, op. cit., p. 16 0 ).

cuestión sobre lo privado: se asum e que es aquello

Efectivam ente, el secreto es un saber o cono­

a lo que el público no tiene acceso. Pero h ay cier­

cim iento que se oculta con respecto a otro conoci­

tos sitios denom inados privados a los que algunos

m iento. Se conform a de tres elementos: i) el saber;

grupos tienen paso, por ejemplo, ciertos baños,

ii) el disim ulo de este saber, y iii) la relación con el

los denom inados “privados” en lugares públicos o

otro que proviene de este disim ulo. Secreto, tam ­

establecim ientos comerciales. Piénsese en que son

bién refiere a “retención de una información” (idem).

parte de la privacidad las citas y relaciones de al­

El secreto es algo que se debe guardar, eso se sabe,

gunos personajes públicos con mujeres de la vida

lo cual constituye “un secreto a voces” . H ay secre­

pública. Por otra parte, en ocasiones los altercados

tos com partidos, los de la familia, los del barrio,

de la vid a privada son dirim idos en sitios públi­

los de la resistencia. Si bien en estos casos designa

cos, como los juzgados. Lo público/privado, en esta

algo que se dice entre algunos, pero que se im po­

óptica se com plejiza (Sim m el, op. cit.). En conse­

sibilita que se diga m ás allá de “donde se debe” .

cuencia, en un segundo m om ento, para ser más

Ese tipo de secreto, o el orden de este secreto, no

vehem entes en la acepción de lo privado, habrá

atenta contra la vida social, porque no se im pone

que señalar que lo que puede ser nodal en el régi­

ni esconde algo de interés para la vida pública de

men de lo privado sería el secreto. “ N o el secreto

un a sociedad. El secreto que aquí se retom a es ese

absoluto, que por esencia no deja huella, sino la

que encubre sucesos, periodos, situaciones, acon­

frontera que se mueve, según el tiem po y el lugar,

tecimientos, que esconde deliberadamente con fi­

entre lo dicho y lo no dicho” (Vincent, op. cit. ,p .

nes de ejercicio de poder. De legitim ar lo ilegítimo.

15 9 ). La palabra “secreto” aparece hacia el siglo x v ,

A sí, por ejemplo, durante los siglos

proveniente del latín secretus, del verbo secerno que

gobiernos m antenían en “escrupuloso secreto” las

significa separar, poner aparte. Separarlo, en este

deudas que el E stado tenía, la situación de los im­

caso, de lo abierto, de lo que puede expresarse

puestos, cuántos soldados tenían, razón por la que

abiertamente, en público (Góm ez de Silva, op. cit.).

los em bajadores realizaban actividades de espio­

xvi

y

xvii

los

M ás aún, A . Lévy da cuenta del origen del secreto:

naje, hurgando cartas y tratando de encontrar “reve­

“en el origen de la palabra secreto está la opera­

laciones” con personas que “sabían” algo al respecto,

ción de tam izado del grano cuya finalidad es sepa­

incluso interrogando a la servidum bre. Pero tam ­

bién ocurre a la inversa, como en la h istoria de la

hace es lo que le otorga un a carga, en un sentido o

corte inglesa, de la cual se h a señalado que es sólo

en otro, que bien puede ser el caso de la exclusión:

con las influencias secretas y con la presencia de

si con el secreto se prescinde de ciertos grupos so­

las cábalas e intrigas —que se desarrollan en el m o­

ciales, el secreto entonces será dañino y perjudicial.

m ento en que el rey com enzó a tener consejeros

Por eso es que líneas más adelante, G eorg Simmel

legales—, es decir, cuando el gobierno se convirtió

dirá: “si el secreto no está en conexión con el mal,

en un régim en de publicidad, cuando “el rey (lo

el mal está en conexión con el secreto” (idem),

que se advierte particularm ente desde la época de

porque m últiples casos así lo m uestran: “ las deli­

Eduardo II) com ienza a constituir frente a estos

beraciones del parlam ento inglés fueron durante

colaboradores en cierto m odo impuesto, un círculo

m ucho tiempo secretas, y todavía en el reinado de

de consejeros no oficiales, secretos, círculo que crea

Jorge iii, se perseguía la publicación en la prensa

un encadenam iento de ocultaciones y conspiracio­

de noticias acerca de ellas, porque se estim aba

nes por el hecho de existir y por los esfuerzos que se

expresam ente como un ataque a los privilegios par­

hacen para penetrar en él” (Sim m el, op. cit., p. 384).

lam entarios” (ibid., p. 38 0 ). E sta secretud genera

Y

es que, evidentemente, ser parte del secreto divisiones, separaciones, exenciones: “el secreto

es aceptar form ar parte de un a red de complicidad

pone un a barrera entre los hom bres” (ibid. , p. 38 2)

y, por contraparte, “detentar un secreto” suscita la

porque separa a aquellos que comparten el secreto

amenaza, la exigencia de la confesión. Lo cual, por

de los que no. Porque hay inform ación que unos

cierto, no hace sino explicar cómo la historia del

poseen y otros no.3 Los regímenes aristocráticos tie-

secreto se entreteje con la historia de la tortura: para conseguir el secreto. Por otro lado, a quien queda excluido del secreto, y que sabe que existe, no le re­ sulta nada agradable. Pero, asim ism o, el secreto puede volverse, para quien lo detenta, insoportable, razón por la cual en ocasiones quien revela un se­ creto tiende a sentirse aliviado de la carga (Vincent, op. cit.). En otras situaciones, como cuando la in­ formación contenida en lo recóndito pone en riesgo la seguridad de otras personas, revelar el secreto sólo aqueja. En otros casos, cuando el secreto se expresa en el espacio público, puede volverse es­ cándalo, como cuando a un personaje público de vida “virtuosa” se le ha “encontrado” en actos des­ honrosos; actos que deben m antenerse en secreto. A hora bien, h ay un sentido m oral al otorgarle carácter negativo al secreto, y ello porque “el secre­ to es un a form a [...] que se m antiene neutral por encim a del valor de sus contenidos” (Sim m el, op. cit., p. 379). Lo cual puede ser cierto, sólo que hay que agregar que el uso que de ese contenido se

3 Cuando el secreto se extiende a un grupo entero esta­ mos hablando de sociedades secretas. El secreto no puede guardarse por mucho tiempo, su guardia siempre es tempo­ ral. Cuando algo se encuentra en gestación, idea, suceso, organización, y se trata de imposibilitar su desarrollo, se recurre a la forma secreta (sociedad secreta). Conocimientos, religiones, partidos nuevos lo saben: ante la embestida del poder, hay que replegarse y no mostrarse. La sociedad se­ creta, en tal caso, funciona como protectora de eso que se desarrolla. Cuando se está en ascenso, o en decadencia, lo secreto funciona. El cristianismo, en los primeros siglos, fue perseguido y hubo de ocultarse para sobrevivir y al paso del tiempo, cuando se volvió religión de Estado, practicó la persecución contra el mundo pagano. Este fue el que se re­ plegó a la secretud para sobrevivir. Las sociedades secretas rudimentarias son las de dos integrantes (parejas) (Simmel, op. cit., p. 396). Las sociedades secretas implementan los medios psicológicos para que el secreto se guarde, por ejem­ plo, el juramento y la amenaza de castigo para no develarlo. El secreto es algo que ha existido desde tiempo atrás. Viene de lejos. La sociedad secreta, en cambio, es una organiza­ ción secundaria con respecto a la sociedad misma, la socie­ dad secreta surge en su seno.

En el espacio privado otra es la actividad y la vida, que puede, incluso, ser contraria a la expuesta en la esfera abierta.

00

O O z o

E L A L MA P Ú B L I C A

37

nen como característica el secreto, usan la secretud

la separación entre lo público y privado tiende a

para doblegar y dom inar. Lo oculto es para un re­

desaparecer: “no secreto de correspondencia, in ­

ducido núm ero de la elite. En Esparta, el secreto

vestigaciones policiales a cualquier hora del día y

contenía el núm ero de guerreros con que entonces

de la noche, incitación a la delación, incluso en el

se contaba; los nom bres de los inquisidores eran

marco familiar, etc.” (ibid., p. 139). U na buena apro­

conocidos sólo por el Consejo de los Diez que los

xim ación a la caracterización de vida privada en

elegía. De igual forma, “en algunas aristocracias

sociedades totalitarias consistiría en afirm ar que

suizas, los cargos más importantes se llamaban los

la privacía no existe, pero eso omite la astucia de

secretos,y en Friburgo,las familias aristocráticas eran

las personas para m antener en lo privado m últi­

denominadas ‘las estirpes secretas'” (ibid., p. 413).

ples cosas que después se expresarán en el espacio

Todo lo cual tiene un a “razón” histórica y polí­

abierto. Cuestión de esperar algún tiempo. Lo cierto

tica que desde el poder se ha esgrim ido como fun­

es que las sociedades totalitarias obligan a la secretud,

dam ento del secreto: la estabilidad social. O las

a que la esfera privada sea más am plia que lo que

denom inadas “razones de E stado” , pues quienes

puede expresarse en la vida pública. Se acatan las

arguyen desde esta m irada recom iendan disim ulo

norm as en el espacio abierto y en consecuencia se

y prudente silencio. Discreción. Secresía. En esta

lleva un a vida ciudadana, m ientras que en el espa­

lógica puede entenderse el apodo de Guillerm o el

cio privado otra es la actividad y la vida, que puede,

silencioso, “ hom bre tan voluble” (cfr. Burke, 19 93,

incluso, ser contraria a la expuesta en la esfera

p. 16 7 ). La cuestión es ocultar, como ocultar suce­

abierta; en tal caso “el totalitarism o genera más

de con otros sucesos. Sobre ciertas tragedias, cier­

secretos de los que acosa” (ibid., 14 0 ). De esta forma,

tos exterm inios, ciertos arrasam ientos, como en el

cuando Jean-Paul Sartre señala: “nunca fuim os

caso del holocausto, de éste Richard G lazar ha

tan libres como durante la ocupación alem ana” ,

dicho que: “toda la m aquinaria de muerte reposaba

alude a la condición de secretud, de am pliación de

sobre un único principio: que las gentes no sepan

la esfera privada, pero un a ocupación lim ita una

adónde llegan ni lo que les espera” (cfr. Vincent,

gran cantidad de libertades a las que difícilm ente

op. cit., p. 18 8 ). El silencio, el desconocim iento, el

se renuncian de m anera voluntaria. Ese es uno de

secreto. Todo junto en confabulación.

los supuestos de las sociedades que se presum en

Los pensam ientos duros, cerrados, fanáticos, totalitarios, son especialmente ilustrativos sobre el

democráticas: no se invade la vida privada de las personas (Duby, op. cit.).

corrimiento de lo público a lo privado vía la secretud.

Es sintom ático que cuando la vida se repliega

Los países con gobiernos totalitarios lo han expe­

hacia el espacio privado, hacia el secreto, por no

rimentado. En los totalitarismos, de cualquier signo,

darle acceso al poder a esos sitios, las fuentes para

El diarista tiene imposibilidades de comunicación con los demás. Por eso escribe en su diario. la reconstrucción de un periodo del pasado son

do por el secreto, algo que a los demás no puede ni

más inaccesibles. Por ejemplo, se restringen a dia­

desea comunicar. Por caso, las mujeres deben es­

rios, correspondencias, autobiografías o memorias,

cribir sin que el m arido se percate de ello, escon­

aunque estas fuentes term inan por m antener la­

der su escritura por lo que ahí se plasma. En espe­

gunas im portantes.

cial lo referente a la sexualidad, que es un secreto.4

La dureza de la secretud, que intenta privatizar

En todos los niveles, “ la sociedad hum ana está

aquello que debiera encontrarse en el ámbito pú­

condicionada por la capacidad de hablar; pero re­

blico, no sólo se expresa en el orden de lo estricta­

cibe su form a por la capacidad de callar” (Sim m el,

m ente político o religioso, es decir, en la esfera de

op. cit., p. 39 7), que en un a de sus m aneras más

pensam iento duro. Es notoria tam bién en el ám­

drásticas resulta de im posiciones. En efecto, otra

bito cotidiano: la relación privado-secreto la atra­

m anera de la secretud es la prohibición de escribir

viesa, y es ahí donde más tersamente se h a mirado.

ciertos relatos, como en algunos grupos religiosos

En 18 10 , Jullien, un m ilitar retirado, escribe su En­

ocurre. Pero en la esfera política, como ya hem os

sayo sobre el empleo del tiempo o Método que tiene por

visto, tam bién se presenta. En la academia, desde

objeto reglamentar bien el empleo del tiempo, primer

viejos tiem pos h a acaecido. Pitágoras prescribía a

medio para ser dichoso, en el que recom ienda que se

sus novicios un silencio de varios años, para m an­

lleven tres diarios, tam bién denom inados “cuen­

tener en secreto com ponentes de su asociación. Se

tas abiertas” , que den cuenta sobre las oscilacio­

im ponía un a disciplina y un a pureza de la vida.

nes m orales, de salud, intenciones intelectuales,

Q uien pasara esta prueba, conseguir estar años sin

etc. Se inscriben lo m ism o la actividad am orosa

hablar al respecto, estaba preparado para otras prue­

que la actividad del trabajo, el dinero y el ocio.

bas mayores.

Registrar lo que se dilapida, lo que se pierde: “ la utilización del diario es tam bién un a disciplina de

EL SECRETO Y EL SILENCIO

la interioridad; lo que se deposita sobre el papel es

El silencio lleva invariablemente al secreto, ha dicho

un a confesión específica. La escritura perm ite el

G eorg Simm el. Las relaciones entre las personas

análisis de la culpabilidad íntim a, registra los fra­ casos de la sexualidad lo m ism o que el asfixiante sentim iento de la incapacidad de obrar, y rem acha las resoluciones secretas” (C orbin, op. cit., p. 433). En m últiples ocasiones, el diarista tiene im posibi­ lidades de com unicación con los demás. Por eso escribe en su diario. Pero lo vertido ahí está cruza­

4 El diario es una tarea y llega a ser un placer refinado. El deleite está presente. En él se cree, se advierte: “aspiro a llegar a ser yo mismo al entrar en la vida privada y familiar” , escribirá uno de ellos. También el diario funciona como una especie de museo para su posterior visita. Se pegan boletas de escuela, se dibujan cosas, etc. (Corbin, op. cit., p. 434).

00

O O z o

descansan en que unos saben algo sobre los otros.

Cabe un a aclaración: aquí no se asum en los

La acción entre las personas tiene su fundam ento

distintos silencios que pueden presentarse en la

en la imagen m utua que se tienen. Y ante tal ima­

vida social, como por ejemplo, el recurso para en­

gen que del otro se tiene, puede uno m odificar su

frentar un a situación incóm oda; el que se presenta

actitud o com portam iento: “todo cuanto com uni­

ante el asombro; para m arcar posiciones de espera

camos a los dem ás... es ya un a selección de aquel

ante un a situación am bigua; como reserva; como

todo aním ico real” (ibid., p. 3 6 1). Solem os actuar

refugio para no externar un a respuesta negativa o

con los demás asum iendo que lo que nos dicen no

convencional; un a m anera de establecer distancia;

es un engaño. La m entira es un medio, una táctica

como abandono espiritual; como exilio del habla;

que consigue lo deseado m ediante la ocultación y el

como respeto o secreto profesional o confesional,

secreto que ello implica. El secreto, en este caso, es

etcétera.

un a ocultación deliberada.5 Silencio. N o obstante

Entendiendo que el sentido del silencio es re-

hay que apuntar que no hay significación preexis­

lacional, el silencio del que aquí se trata es aquel

tente al silencio (Le Breton, 19 9 7 ).

que intenta ocultar deliberadam ente algo (que lo logre o no es parte de otra discusión), y en su ver­

E L A L MA P Ú B L I C A

8 39

sión m ás extrema, lo hace desde ciertas posiciones 5 Es cierto, porque el secreto está intrínsecamente rela­ privilegiadas, como las del poder. Es decir, existen cionado con el conocimiento. Bien pueden ser dos caras del instituciones o pensam ientos totalitarios o exclumismo proceso: conocimiento y secreto (desconocimiento). yentes que practican el silencio con el fin de ocul­ Decir que se conoce a alguien es decir que no existe relación íntima con ella, porque en ese conocer a alguien (por ejem­ tar cosas, objetos, inform ación que a la sociedad le plo con la presentación se “conoce”), lo que queda es una compete, y con cuyo m anejo regulan, controlan y gran cantidad de cosas e información que permanecen como som eten a sus integrantes. Guardar silencio sobre lo discreto, lo que no se ha enunciado. Se evita conocer lo lo que uno hizo o es no necesariamente genera ma­ que el otro no nos revela, es decir lo que no está permitido lestar ni daño. Ocultar, guardar silencio sobre ac­ está prohibido; lo que no se revela no debe saberse. En las relaciones sociales cordiales, se repliega el preguntar a favor del secreto. El secreto de alguien es acatado por la contra­ parte; lo ocultado es respetado también: “la intención de ocultar adquiere una intensidad muy distinta, cuando frente a ella actúa la intención de descubrir. Prodúcese entonces esa disimulación y enmascaramiento tendencioso, esa, por decirlo así, defensa agresiva frente al tercero, que es lo que propiamente suele llamarse el secreto” (Simmel, op. cit.,p. 378). El secreto no es sino el “disimulo” de cosas, de trozos de la realidad que las sociedades ponen en marcha según sus tiempos. El secreto posibilita el surgimiento de un se­ gundo mundo, al lado del manifiesto, del abierto. Que en ocasiones se verá afectado por el primero. Por lo demás, “La evolución histórica de la sociedad se manifiesta en muchas partes por el hecho de que muchas cosas que antes eran públicas, entran en la esfera protectora del secreto; e inver­ samente, muchas cosas que eran antes secretas, llegan a poder prescindir de esta protección y se hacen manifiestas” (ibid., p. 379).

ciones, m asacres, crueldades puede resultar dele­ téreo para un a sociedad. En su form a excesiva este silencio se presenta como uno impuesto, ese tipo de m utism o es el que se cuestiona, el que en este apartado se delibera: el tesón de las dictaduras, ése que inicia aniquilando la palabra, sobre todo la pa­ labra pública, aquello que no se puede enunciar por tener el cuchillo a un costado, ese “silencio im puesto por la violencia suspende los significa­ dos, rom pe el vínculo social” (ibid., p. 6). Y es que con la violencia política y social viene la imposición del silencio, de la incom unicabilidad. En efecto, el peso de la palabra o del silencio se encuentra en función de las circunstancias en que se manifiestan. “ La palabra es el único antídoto contra las m últi­ ples m anifestaciones de totalitarism o que preten­

En efecto, el peso de la palabra o del silencio se encuentra en función de las circunstancias en que se manifiestan. den reducir la sociedad al silencio para im poner

cierto m odo, la de su acceso a la palabra.6 M edia­

su capa de plom o sobre la circulación colectiva de

tizada, en un principio y aún hoy, por los hom bres

los significados y neutralizar así cualquier atisbo

que, a través del teatro y luego de la novela, se

de pensam iento” (idem). Con el silencio en medio

esfuerzan por hacerlas entrar en escena” (D uby y

del ám bito violento hay un a especie de m ordaza y

Perrot, 19 9 0 , pp. 2 4 -2 5)7

disolución del significado, de la diversidad, de la pluralidad.

N o sólo esta m edia historia de la hum anidad h a estado ausente, tam bién lo han estado grupos,

A qué se refería G eorg Simmel cuando enun­

sectores que resultan incóm odos para las visiones

ciaba que “ la form a más grosera y más radical del

dom inantes, tal es el caso de las brujas (Cohen,

secreto es aquella en que el secreto no se refiere a u n a actividad concreta del hom bre, sino al hom ­ bre entero” (Sim m el, op. cit., p. 4 12 ). O a la mitad del m undo. Las mujeres, nuevam ente por ilustrar, han sido relegadas al silencio, a la “som bra de lo dom éstico” , donde no ha interesado que se les narre, han sido testigos de m enor valor en con­ traste con el sitio público donde se deslizan las “grandes hazañas” m asculinas. Esas “eternas llo­ ro n as” no han dejado m uchas huellas de sí, o al m enos ellas no se relatan, lo que de ellas se dice está terciado por quienes escriben desde el poder, desde un sitio para ellas inaccesible, lo público. A grado tal han estado fuera, silenciadas, que no han contado, no se les censaba, a m enos que fue­ ran herederas. De hecho, lo que hay prim ero de las mujeres es m ás un a representación y m enos una descripción : la m irada m ascu lin a es la que en buena m edida la ha dibujado. El siglo cios del

xx

xix

y los ini­

la llevan al espacio abierto, sí, pero por

m edio de la extensión de la m aternidad. Se sigue hablando de “ellas” desde el sitio de “ellos” ; conti­ núan silenciadas: “ la historia de las mujeres es, en

6 Hay razones del silencio que se ha tejido en torno a las mujeres: i) el carácter oculto de su vida, pues fueron relegadas al ámbito privado, desde el ámbito doméstico de­ jan menos huellas que los viajeros, comerciantes y el ciuda­ dano; no acceden al espacio público, donde el discurso dominante plantea la existencia de los hechos. Pitágoras decía que “una mujer en público está siempre fuera de lu­ gar” ; ii) hay carencia sobre datos en torno a las mujeres: el discurso masculino sobre la mujer la pone como “la mujer” y no en sus concretudes: mujeres, y se les estereotipa o deni­ gra; así, “de acuerdo con los comisarios de policía del siglo xix, las mujeres que participaban en manifestaciones calle­ jeras eran, por lo general, arpías desgreñadas e histéricas, y las feministas de las asambleas, unos marimachos” (Perrot, 1999, p. 56). Más aún, en las estadísticas económicas o profesionales no se encuentran datos sobre las mujeres; iii) su escaso recogimiento en la escritura, a pesar de que ellas mantenían vivas muchas tradiciones a través de la transmi­ sión oral.

7 Para abordar el tema de las mujeres han tenido que confluir una serie de factores: i) el redescubrimiento de la familia en un sitio social importante; ii) la extensión de te­ máticas que impulsaron nuevas formas de hacer historia, y iii) los sucesos del 68 que posicionaron a los grupos antes invisibilizados y silenciados.

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O O z o

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41

2 0 0 3 ), los negros (Memel-Foté, 19 9 9 ), los esclavos

medio de u n a institución, im plica un a organiza­

(Saco, 1974), las minorías de distintos tiempos (Ni-

ción de la palabra y, por tanto, un m anejo del

renberg, 19 9 6 ). El silencio sobre estos sectores ha

silencio: “cualquier autoridad moral o institucio­

sido lapidario en diversos momentos. De ahí su au­

nal es dueña de la palabra y del silencio, y se arro­

sencia para la vida social: “ lo que no se cuenta no

ga la posibilidad de entablar conversaciones” (Le

existe. Lo que nunca ha sido el objeto de un relato,

Breton, op. cit., p. 58). De narrar lo que a sus intere­

de una historia, no existe. Los tiranos lo saben muy

ses conviene y de ocultar lo que se considera atenta

bien y por eso borran los rastros de aquellos a quie­

contra esos intereses. M edios de comunicación bajo

nes intentan reducir a la nada” (Perrot, 19 99, p. 61).

la m irada del poder, inform ación falseada, espa­

Y cuando han sido enunciados lo han sido desde la

cios públicos bajo vigilancia, expresiones artísti­

perspectiva del poder; se narran desde un a m irada

cas alternativas censuradas son m anifestaciones

ajena, en ocasiones inculpadora. Es el caso de las

del poder impuesto con silencio. En ese sentido,

brujas: mujeres caricaturizadas y endemoniadas por

hay un silencio que deviene instrum ento del poder

la visión, en este caso, de la inquisición (Ginzburg,

y del terror, que im plica un a m anera de controlar

19 8 9 ; Cohen, op. cit.). E sa mirada y representación

lo que se sale de lo tolerado (Jaw orski, op. cit.). En

es posible en la medida que “el dominio del silencio

ello juega un papel fundamental, con formato duro,

y la palabra es un a característica de la autoridad

la censura. La censura es un a form a violenta del

institucional” (Le Breton, op. cit., p. 5 8 ) ,y desde ahí

silencio: “ la censura hace que uno tenga forzosa­

se les traza, y eso es lo que trasciende, lo que per­

mente que callarse o vea sus palabras desfiguradas.

m anece. Se h a hecho siglos atrás, se sigue hacien­

Al prohibir toda m anifestación social hostil, asfixia

do en el presente: caricaturizar y, cuando se puede,

de raíz la palabra condenándola al autismo, es decir,

silenciar. El poder tiene recursos y m ecanism os

im pidiendo que se difunda m ás allá de la estricta

que posibilitan reducir al silencio a aquellos acto­

intim idad p ersonal” (Le Breton, op. cit., p. 65).

res que así se lo proponga, como a la oposición o a

Desde esta perspectiva, lo personal es privado

sus críticos. Puede ser am ordazando a la prensa,

y es, asim ism o, incom unicable. Algo que hay que

censurando, presionando, encarcelando o, de plano,

m antener en lo íntim o. N o debe estar en el esce­

m atando. El estatus no puede ponerse en tela de

nario público, ni en las conversaciones en las calles

juicio, hay que silenciarlo (Jaw orski, 19 9 3, p. 115 ).

ni en las prim eras planas de los periódicos. in v a ­

E sa suele ser la expresión del poder, ese que se

siones y guerras coloniales son un claro ejemplo

arroga no sólo el derecho de describir a los otros

de lo incom unicable, de lo que se quiere ocultar.

desde un a posición de im posición, sino que tam ­

Francia lo sabe: tuvo su guerra negada, silenciada,

bién se reserva el derecho sobre el uso de la pala­

ocultada, la de Argelia. U n a guerra que “no tuvo

bra. Q ué decir y qué callar.8 Ajá, todo silencio, en

lugar” . A ella partieron, entre noviembre de 19 5 4 y marzo de 19 6 2 ,2 millones 7 0 0 mil soldados. Guerra que jurídicamente no existió, pues se trataba, decían

8 Todo régimen político, autoritario o democrático, im- en el poder francés, de operaciones de “m anteni­ plementa mecanismos para regular la palabra y para impo­ m iento del orden” . Cuando ya no se puede ocul­ ner el silencio. Un régimen totalitario implementa los dis­ tar, silenciar, guardar en secreto algún evento, se cursos, impone los silencios y actúa violentamente. En uno recurre a la distorsión, al encubrim iento. Palpa­ democrático, la violencia es menos y el discurso y los silen­ blemente, “ la palabra oficial no gusta llam ar a las cios mayores. El silencio puede producirse por el miedo.

Silenciar es ocultar, relegar de la comunicación algo. Mantener el secreto implica guardar silencio en una esfera pública. cosas por su nom bre” (Vincent, op. cit., p. 19 0 ). Le

mucho. Poco se h a dicho sobre el hecho de que

gusta el uso de eufem ism os. in ten ta suavizar lo

había de judíos a judíos. A los pudientes se les de­

horroroso. Los propios historiadores franceses li­

comisaban sus bienes, a cambio recibían un visado

m an esta invasión; no son enérgicos en sus con-

de em igración; tenían dinero. Los pobres, los de

den as.9 Francia, participante de guerras, perdía

siem pre, iban a la “solución fin al” (Vincent, op.

m illones de soldados en las luchas bélicas. M u­

cit.,). N o es la censura del poder, pero si la dinám i­

chos de sus com batientes provenían de sus colo­

ca del secreto: ocultar para obtener com odidades y

nias. Gérard Vincent, en su trabajo ¿Una historia

legitim idades que quizá de otro m odo no se logra­

del secreto?, sobre el caso del soldado desconocido

rían. Lo m ism o sucede con los gulag soviéticos.

no m enciona un hecho vergonzoso; llega a noso­

Guardar silencio sobre los gulag y los crímenes de

tros la versión a través de un escritor latinoam eri­

los aparatos de Estado de los países socialistas se

cano: soldados muertos sin nom bre, en su honor

encam ina en esta tónica de la censura y el secretis-

se decide abrir un a tum ba al Soldado desconocido,

mo. Jean-Paul Sartre argum entó que no debía ha­

al azar se hace. El cadáver que ahí se encontraba

blarse al respecto para no desilusionar a la clase

era de un negro de Senegal. Tenía que ser blanco el

obrera sobre el paraíso comunista (Todorov, 2 0 0 0 ).

soldado francés, así que se colocó bajo el Arco del

En todos estos casos, el silencio se ejerce con la

Triunfo, el 11 de noviem bre de 19 2 0 , el cuerpo de

intención de no nombrar, de no expresar, de no

un soldado con piel blanca envolviéndosele con la

comunicar, de no reconocer pública y abiertamente

bandera patria (G aleano, 2 0 0 8 , op. cit., pp. 2 4 9 ­

esos sucesos o episodios. En los casos señalados,

2 5 0 ). Sobre el soldado negro, silencio.

el secreto está rodeando al silencio. El silencio es

En otros niveles, y otras esferas, pero con la

material del secreto. Secreto y silencio van juntos,

m ism a lógica del laconism o, para regocijo de cier­

son mutuamente constitutivos (Mier, 2 0 0 8 ). Silen­

tas versiones cóm odas del pasado, se enmudecen

ciar es ocultar, relegar de la com unicación algo.

sucesos, acontecim ientos. Sobre los cam pos de

M antener el secreto im plica guardar silencio en

exterm inio que los nazis crearon se h a enunciado

un a esfera pública. Efectivam ente, hay silencio ahí donde ya no hay com unicación (Ram írez, 19 9 2 ). Más aún, se impide, mediante distintos mecanismos

9 En tal caso, sobre esta guerra: “no es exagerado hablare instrum entos, que esa com unicación, la palabra del silencio de una generación” . De hecho, testimonios de pública, se posibilite. La censura es ese proceder soldados, en este caso un sargento en activo, señala que su de supervisar y fiscalizar lo que en el escenario pú­ trabajo de ocupación en tierras extranjeras no había sido blico se m anifiesta, sea discurso, escrito o compor­ sino “un servicio [militar] un poco largo, es todo” (Vincent, tam iento (Góm ez de Silva, op. cit.). Eso explica op. cit., pp. 190 y 191).

porqué John M . Coetzee (19 9 6 ), escritor sudafri­

por poner en público aquello que debería quedarse

cano que sabe de censuras, afirm a que silencio y

en lo oculto, por su atrevimiento tuvieron que pagar.

censura van juntos, y en el acto de silenciar y cen­

00

O O z o

E L A L MA P Ú B L I C A

43

surar se despliega toda un a pasión por parte de

ALGUNAS CONSIDERACIONES

quien los ejerce.

“ La historia de la tortura pertenece a la del secreto,

Desde esta traza, el poder perm ite que ciertos

de un doble secreto: se tortura para arrancar el

discursos, ideas, térm inos, se expresen, pero pro­

secreto, pero el hecho de haber torturado se con­

híbe otros m ás. Aquello que no está perm itido,

vierte a su vez en secreto” (V in cen t,op. cit.,p .20 4 ).

junto con sus sinonim ias, se sanciona, se castiga.

Arrancar el secreto y, a su vez, guardar el secreto de

El espacio público se llena de ciertos signos, pala­

cómo se hizo para obtenerlo, es un devenir de las

bras, frases, consignas. O tras, m uchas, se elimi­

sociedades. Actualm ente, por ejemplo, no hay

nan o se les repliega al ám bito de lo privado: “uno

constitución en O ccidente que m antenga a la tor­

de los papeles de la propaganda es silenciar es­

tura en la legalidad. Pero la tortura es un a práctica

trangulando el espacio de los signos disidentes”

m uy común, más de lo que se quisiera. Y se tortura

(Ram írez, 19 9 2 , p. 32). Cuando alguien irrumpe

para hacer confesar, para que se hable. Un contra­

en el espacio abierto enunciando lo prohibido, una

flujo de la ruta que sigue el poder que guarda en

especie de cinturón o círculos se proyectan sobre

secreto, m ediante el silencio, inform ación que de­

él para im pedir su irradiación: el silencio rodea a

biera estar en posesión de todos. Para aproxim arse

lo que no está perm itido expresarse abiertamente.

al secreto bien podría hablarse con los torturados

La m ordaza del silencio de los disidentes es aliada

y con los torturadores, aquellos que aún pueden na­

del poder: “ la censura genera un silencio negativo,

rrar lo ocurrido. Los verdugos también tienen cosas

u n a falta de com unicación; desvirtúa el valor de la

qué decir al respecto; a ellos hay que preguntarles.

palabra, privándola de consistencia al im pedir que

El silencio y la secretud son formas constitutivas

haya alguien para recogerla y transm itirla. El po­

de la vida social, y el poder las usa para su benefi­

der pretende con ello evitar que la disidencia se

cio y regocijo: “el poder, al im pedir que la palabra

propague, forzándola a seguir cam inos preesta­

circule, enturbia las relaciones y provoca la sospe­

blecidos, dada la im posibilidad de escoger otros”

cha general, pues es difícil en muchas ocasiones

(Le B re to n ,op. cit.,p. 65). Se intenta, con la censu­

arriesgarse a plantear sin ambages un a objeción

ra, frenar el entusiasm o por los discursos disyun­

ante quienes tienen un a posición personal que

tivos, por los libros poco cóm odos a las visiones

desconocem os” (Le Breton, op. cit., p. 6 6 ). Y tam­

totalitarias, por el conocim iento de visiones no

bién cabría explorar las form as en que se va rom ­

dom inantes, por el saber electivo del pasado; pre­

piendo ese silencio y cómo la palabra se posiciona

tendiendo de esta m anera trasladar a lo privado

en el espacio público. Privado y público son dos

aquello que inicialmente corresponde al espacio pú­

esferas que constituyen un a sola realidad. Por eso

blico. De ahí que se entienda perfectamente por qué

lo que tiene que ver con el secreto tiene que ver

se argum enta que la palabra pública es por esencia

con lo público, porque de esa esfera se saca lo que

opuesta al secreto (Sim m el, op. cit., p. 4 0 0 ) , por­

se quiere esconder. En consecuencia, se puede afir­

que se vuelve antagónica a lo que el poder desea que

m ar que “ la censura es un fenóm eno que pertene­

se oculte, como en su m om ento lo hicieran Galileo

ce a la vida pública” (C oetzee,op. cit.,p. 9 ) ,porque

Galilei o G iordano Bruno. Precios altos, altísim os,

se quieren m antener en el ám bito de lo privado

ciertas versiones de la realidad pública. Y m ante­

“ Dicen que cuando el silencio aparecía entre dos,

ner en privado, en silencio o en secreto, variadas

era que pasaba un ángel que les robaba la voz. Y

versiones sobre la realidad im plica necesariam en­

hubo tal silencio el día que nos tocaba olvidar, que

te encoger la realidad m ism a; achicarla, porque se

de tal suerte yo todavía no term iné de callar” . El

va em pobreciendo. De m últiples interpretaciones

narrado silencio de la asam blea griega y el silencio

y significaciones que puede tener la vida social se

así cantado se escuchan estéticos. Son idílicos.

reduce a unas cuantas, las autorizadas, las im ­

Sólo que en cuanto a la im posición del silencio del

puestas. Y eso es desalm ado, pues cuando el pen­

que este trabajo trató, ese sí que es lastim oso.

sam iento ya no tiene posibilidades m últiples para

D oloroso para la sociedad. Es anestético.

expresarse, y cuando queda un solo cam ino, es que la libre expresión se h a ido encogiendo, la han ido callando, hasta el extremo de consentir lo execrable.

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bable es que sea de la m ism a edad que la de la pa­ labra. O tra cuestión para hurgar. Cuestión final: cuando en un a asam blea de los antiguos griegos caía el silencio, estos decían: “ H a entrado Herm es” , aludiendo a la colcha de silencio que cubría a este dios. Al andar no creaba ruido alguno, ni siquiera los perros ladraban a su paso,

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