¿Incas en la selva? Para tejer una etnohistoria de las tierras bajas de Bolivia (2012)

July 16, 2017 | Autor: Isabelle Combès | Categoría: Ethnohistory, Bolivia, Etnohistoria, Incas, Antisuyu, Paititi, Andes and Amazonia, Paititi, Andes and Amazonia
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Descripción

LAS TIERRAS BAJAS DE BOLIVIA

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VV. AA. Las tierras bajas de Bolivia: miradas históricas y antropológicas / Diego Villar, Isabelle Combès (compiladores) / Colección Ciencias Sociales de El País Nº 29/ Santa Cruz de la Sierra: El País, 2012 444p. : 21x15 cm



DL: 8-1-2280-12 ISBN: 978-99954-55-89-7





Cubierta: Casa chacobo, Motacusal, 2010 (foto Diego Villar) Diseño y diagramación: Preprensa-Editorial El País Srl. 1ra. edición 2012, Editorial El País / 500 ejemplares © Diego Villar © Isabelle Combès. ©Editorial EL PAÍS Srl. Cronenbold Nº 6 Telf.: (591-3) 334 3996 / 333 4104 Casilla postal: 2114 [email protected] Santa Cruz de la Sierra

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Diego Villar Isabelle Combès

LAS TIERRAS BAJAS DE BOLIVIA: MIRADAS HISTÓRICAS Y ANTROPOLÓGICAS

Santa Cruz de la Sierra 2012 3

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ÍNDICE Introducción: Una aproximación comparativa a las tierras bajas bolivianas ................................................................ 7 Diego Villar e Isabelle Combès Contactos entre tierras altas y tierras bajas El Paititi en los llanos de Mojos ......................................................... 35 Vera Tyuleneva ¿Incas en la selva? Para tejer una etnohistoria de las tierras bajas de Bolivia ............................................................. 63 Isabelle Combès Identidades escondidas: cambio cultural y lingüístico en quechuas migrantes a las tierras bajas de Bolivia ...................... 77 Leonardo Martínez Acchini Fundamentos etnográficos para una etno-historia comparativa de los valles orientales del macizo del Ausangate: distrito de Marcapata, departamento del Cuzco, Perú, 1821-1960 .................. 87 Pablo F. Sendón El Tuichi o el deslizamiento de una frontera .................................. 107 Francis Ferrié Estudios regionales Amazonía El boom cauchero en la Amazonía boliviana: encuentros y desencuentros con una sociedad indígena (1869-1912) ............. 125 Lorena Córdoba Tsirihaicato: notas sobre el humor chacobo ................................... 157 Diego Villar Los takanas: representaciones de los sistemas de organización sociopolítica (1986-2010) ........................................... 177 Zulema Lehm 5

Chaco Los Hombres Tumpas y las relaciones fronterizas entre chiriguanos e hispanoamericanos a finales del siglo XVIII ......... 201 Roseline Mezacasa Notas sobre la jerarquía interétnica en los ingenios azucareros del noroeste argentino ................................................... 217 Federico Bossert Chiquitania Población indígena y diversidad cultural en Chiquitos (siglo XVIII). Algunas consideraciones ........................................... 239 Roberto Tomichá Camino misional en Chiquitos ......................................................... 283 Aloir Pacini Extracción, dueños y patrones entre los chiquitanos del Valle del Alto Guaporé, frontera Brasil-Bolivia ............................. 297 Verone Cristina Silva Problemas actuales y estado de la investigación Descendientes de japoneses en Santa Cruz .................................... 321 Yvonne Siemann Pueblos indígenas en aislamiento voluntario en la Amazonía boliviana y el Chaco boliviano y paraguayo ...............345 Bernd Fischermann ¡No miren a la cámara! ...................................................................... 369 Jürgen Riester Estado de la investigación sobre los pueblos indígenas en el departamento de Santa Cruz .................................................. 385 Paula Peña Hasbún Bibliografía ...........................................................................................401 6

¿Incas en la selva? Para tejer una etnohistoria de las tierras bajas de Bolivia Isabelle Combès1

En la Bolivia del siglo XX, sobre todo a partir de los años 1950s, tuvieron lugar masivas migraciones internas desde las tierras altas hacia los llanos orientales o las regiones de yungas como el Chapare. Se debían a diferentes motivos: cierre de las minas, primera reforma agraria, etc., y dieron nacimiento a núcleos de colonización “colla”, algunos planificados y otros espontáneos. Estos procesos y estos asentamientos fueron (y siguen siendo) a menudo resentidos por los habitantes de las tierras bajas como una verdadera invasión o (el término es recurrente) un “avasallamiento”. Más allá de la ocupación física de tierras, se denuncia también el choque entre dos modos de vida diferentes (“colla” y “camba”), o el riesgo de alteración de las culturas de los llanos bajo la influencia andina. No hace mucho escuché a un historiador cruceño reclamar urgentes investigaciones antropológicas en la zona de Portachuelo, “antes de que se vuelva completamente colla”. Como si las migraciones andinas hubieran roto una frontera, transgredido un límite geográfico y cultural antes bien delimitado entre lo Alto y lo Bajo. Estos procesos se inscriben sin embargo en una historia más que milenaria de contactos entre tierras bajas y tierras altas. Aunque, por supuesto, con modalidades diferentes en cada caso y cada 1 Antropóloga. Investigadora asociada al Instituto Francés de Estudios Andinos UMIFRE nº 17/CNRS-MAE. [email protected].

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época, los intercambios y vaivenes entre Andes y llanos (como también, al occidente, entre Andes y la costa del Pacífico) se remontan a varios miles de años antes de Cristo y son comprobados por la arqueología2. Hoy, estas relaciones despiertan más que nunca el interés de los investigadores. Y si bien Thierry Saignes podía escribir en 1985 la “historia de un olvido” a propósito de los Andes orientales, es un hecho que los estudios se multiplicaron en los últimos años. Desde la arqueología, nuevas investigaciones3 documentan los avances y los caminos incas y pre-incas hacia las tierras bajas de la actual Bolivia; desde la historia y la etnohistoria, varios trabajos ponen en evidencia contactos, influencias y cruces de creencias entre Andes y Amazonía4. Es sin embargo un hecho que estos estudios son mucho menos numerosos en el campo de la antropología. Las investigaciones sobre las “influencias andinas”, por ejemplo entre los grupos tacanas de la Amazonía, las relacionan en general con la presencia inca o pre-inca en estas regiones: como si la conquista y la posterior colonización española hubieran truncado un proceso, cortado puentes, erigido en suma una frontera entre ambos mundos. Según varios autores, la creación de esta frontera podría remontarse, al menos en parte, a la expansión misma de los incas, a su inadaptación a un medio ambiente diferente y hostil y a sus fracasos militares entre los indomables “chunchos” y “antis”, que acabaron personificando al perfecto salvajismo5. Sin embargo, los mismos estudios son los que insisten sobre la ambigüedad, o tal vez mejor dicho la dualidad de las representaciones andinas: el mundo de abajo es “despreciado… pero necesario”, conceptualizado como una mitad “necesaria en la lógica dual: en los Andes, la identidad se define a través de la oposición complementaria de dos elementos” (Saignes 1985: x): –urcu/uma en términos aymaras, hanan/hurin en quechua, y 2 Ver por ejemplo las referencias citadas en Renard-Casevitz et al. 1988, y Rodica Meyers 2002: cap. V. 3 Pärssinen y Siiriäinen 2003; Alconini 2002; Estévez 2005; Avilés 2008 y 2010; Sánchez Canedo 2008. 4 Saignes 1981 y 1985; Renard-Casevitz et al. 1988. Más recientemente Tyuleneva 2010; Combès 2008 y 2011. 5 Saignes 1985: 28; Renard-Casevitz et al. 1988: Introducción.

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los mismos estudios enfatizan también las constantes intermediaciones (por ejemplo la de los kallawayas) entre lo alto y lo bajo. Sea lo que fuere, con o sin antecedentes en el imaginario prehispánico, la frontera entre Andes y llanos orientales se consolidó en todo caso con las representaciones coloniales españolas. Los escritos, en particular, del jesuita José de Acosta, y su consabida clasificación de los indígenas americanos entre civilizados, bárbaros y salvajes, consolidaron esta barrera entre los dos mundos (Julien s/f). Pero los salvajes de Acosta, “semejantes a las bestias, que apenas tienen sentimientos humanos, sin ley, sin rey, sin pactos, sin magistrados ni régimen de gobierno fijos, cambiando de domicilio de tiempo en tiempo y aun cuando lo tienen fijo, más se parece a una cueva de fieras o a establos de animales”6, se llaman “chunchos”, “antis” o “chiriguanaes”: el español les da los nombres quechuas o aymaras que les aplicaron los pueblos andinos. Entre estos salvajes, muchos en la región del Madre de Dios o de Apolobamba más al sur tienen vestidos o ritos “al modo del Perú” (Maldonado 1906 [156769]: 64); algunos, como los toromonas, son calificados de “mitimaes o extranjeros”, traídos a esta región amazónica por los incas (Maldonado 1906 [1567-69]: 63); por el contrario otros, como los lecos, serían “indios advenedizos y fugitivos del Perú desde el tiempo de los Incas, que se retiraron a vivir escondidos en aquellos bosques como fieras” (Torres 1974 [1657]: 440); otros más, como los capinas o cabinas (en cuyo nombre reconocemos a los cavinas, hoy cavineños, de habla tacana) vivían en los Andes de Cuchoa cerca del Cusco, y fueron incluso sometidos a las tasas instituidas por el virrey Toledo7; y tal vez sean los mismos a los cuales alude Garcilaso: “estos 6 José de Acosta: De Procuranda Indorum Salute [1576-1577], citado por Julien s/f. 7 Tasa de la visita general… 1975 [c. 1582]: 167-168; mismas informaciones sobre los cabinas en Maurtua 1907 t. 1: 138-139, 160-161. Los cabinas o capinas fueron encontrados un poco antes por Maldonado en el río Tono; los describió como “gente alzada, vestida de algodón”, adornada con plumas y cuyos ritos eran similares a los “del Perú”. Maldonado habla de “capinas y cavanavas”; de hecho, informa que Cavanava es el jefe de un pueblo llamado Capinares, río Tono debajo de la confluencia con el Cuchoa (Maldonado 1906 [1567-69]: 63-65). Todavía en 1657 se mencionan los capinas, entre los ríos Madre de Dios y Beni, como una de las “propias y verdaderas provincias de los chunchos” (Torres 1974 [1657]: 342-343).

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indios chunchus […] pidieron al Inca les permitiese poblar allí para servirle de más cerca. Y así ha permanecido hasta hoy” (Garcilaso de la Vega 1990 [1609]: lib 7, cap. XIV). Más allá de un (real) avance del imperio cusqueño hacia el este, estos datos dispersos reflejan también, o sobretodo, la compleja distribución étnica que encontraron los primeros españoles: un mosaico abigarrado de chunchos andinizados y de andinos afincados en las tierras bajas, que poco caso hacía de una inexistente frontera entre dos mundos. Incas en la periferia Curiosamente, aunque en gran medida impulsores de esta barrera, los mismos españoles no dudaron en poblar la selva oriental con las riquezas de los Andes y los mismísimos incas: desde Cusco, Cochabamba o Santa Cruz, partieron exploraciones hacia los llanos amazónicos de la actual Bolivia, en busca del fabuloso reino de Mojos o del Paititi, nuevo Tawantinsuyu en la selva. Si bien tanto Mojos como Paititi comparten la condición de reinos selváticos orientales, ambos términos no siempre son sinónimos en las crónicas, y tampoco fueron siempre asociados con la representación de un núcleo inca oriental. Es probable que este último elemento haya tomado fuerzas, como la última esperanza que quedaba en pie, después de la caída de la resistencia inca en Vilcabamba en 1572 (Saignes 1981: 151-152; Laurencich-Minelli 2007). Sin embargo, existía anteriormente y, ya en 1562-1564, Diego Alemán estaba en busca desde Cochabamba del camino “por donde había entrado la gente del Inca” (Alemán 1965 [1564]). ¿Cuáles fueron las bases históricas de esta verdadera obsesión española? ¿Simples herencias andinas halladas en un poblamiento étnico abigarrado? ¿Verdadero núcleo inca en la Amazonía? ¿O sólo una ciega codicia regida por el sueño de repetir las hazañas de Cortes y Pizarro en los llanos? La respuesta, si existe, no es ni una ni unívoca. Quiero examinar aquí algunas pistas a partir de un extraño y célebre relato atribuido al padre Diego de Alcaya: su Relación cierta. El 1º de septiembre de 1635, en la ciudad de La Plata (actual Sucre), “Pedro de Iriarte, natural de la villa de Tolosa, provincia de 66

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Guipuzcoa en el señorío de Viscaya, vecino de la ciudad de San Lorenzo de Santa Cruz de la Sierra” presentó una propuesta a las autoridades de la Audiencia de Charcas: se trataba de organizar una nueva expedición hacia “una gran provincia de indios que llaman Moxos y Toros”8. Esta expedición nunca llegó a realizarse, pero su preparación motivó la recopilación, en San Lorenzo, de varios testimonios de veteranos de anteriores expediciones; a estos testimonios se agregó luego, probablemente a iniciativa del padre jesuita Blanco9), un texto cuyo título vale la pena ser citado in extenso: “Relación cierta que el padre Diego Felipe de Alcaya, cura de Mataca, envió a Su Excelencia el señor Marqués de Montesclaros, virrey de estos reinos, sacada de la que el capitán Martín Sánchez de Alcayaga, su padre, dejó hecha como primer descubridor y conquistador de la gobernación de Santa Cruz de la Sierra y primer poblador, el cual con particular cuidado y estudio fue asentando todo lo que en su descubrimiento sucedió, y en especial de la tierra rica que Mango Ynga, segundo capitán de este nombre, tiene conquistada, que hoy posee en grandísima felicidad por su gran prosperidad, llamada Paytitti, en la cual tiene descubierto todo género de metales hasta el más lúcido que es el oro, saca perlas de la laguna que ciñe por una falda el cerro Paytiti, saca piedras de todos colores de grande estima, y del cerro rico que el capitán Condori labró en la cordillera de los Chiriguanaes llamado Çaypuru y del oro que sacaba su hermano Guacane, rey nuevo de los llanos de Grigotta, cuya fortaleza está hoy en pie en testimonio de lo dicho por su gran fundamento, llamada Sabaypata. Que es como se sigue”10. Las historias paralelas de Manco Inca y de los hermanos Guacane y Condori tienen muchos puntos en común: se desarrollan, por lo visto, en la misma época, inmediatamente antes de la llegada de los españoles, es decir bajo el reino del Inca Huayna Capac. Tanto Guacane como Manco son parientes (“pariente”,”sobrino”) del Inca, y ambos efectúan avances significativos hacia el este del Cusco: Guacane en “Sabaypata”, es decir Samaipata, al oeste de la actual ciu8 AGI Charcas 21, r. 1, N.11, bloque 1. 9 Meyers y Combès 2011. 10 AGI Charcas 21, r. 1, N.11, bloque 7: f. 1.

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dad de Santa Cruz de la Sierra; su hermano Condori más al sur en Saypurú (actual provincia Cordillera), en los últimos estribos del piedemonte andino (la llamada “Cordillera de los chiriguanaes”); y Manco al norte, en algún lugar de la alta Amazonía llamado indiferentemente Mojos o Paititi en la crónica. Si bien nos sigue faltando información sobre el reino de Manco Inca, la ocupación inca del sitio de Samaipata está ampliamente comprobada, y sus vestigios pueden todavía apreciarse hoy. Asimismo, recientes investigaciones históricas y prospecciones arqueológicas vienen confirmando la presencia de los incas y sus probables mitimaes qaraqaras en Saypurú en la Cordillera chiriguana11. Tanto Guacane como Manco tienen también el título de “rey” de las provincias que logren conquistar. Ambos establecen, cada cual en su región, una especie de “reino satélite”, cuya dependencia para con el Cusco es problemática: Manco quiere mentir al Inca y no contarle de las riquezas de su nuevo reino; en cuando a Guacane, hace de Samaipata la cabeza de su reino, “y los demás valles arriba referidos, dio al del Cuzco”. Sin embargo, ninguno llega a cortar completamente los lazos con el Cusco: aun con mentiras, Manco manda gente a avisar al Inca de su descubrimiento; y Guacane pide auxilio al Cusco cuando llegan los chiriguanaes (grupos guaraní-hablantes llegados desde Paraguay, dice la Relación, atraídos por la fama de las riquezas incas) a asaltarlo. Finalmente, otro punto común es que ambos “reinos incas” orientales fueron la meta de las migraciones chiriguanaes, y luego de los españoles. La Sierra de Plata, cuya fama llegaba hasta el litoral atlántico, fue generalmente asimilada por los investigadores con el mismo Tawantinsuyu; de la misma manera, el Rey Blanco que los indígenas de la costa ubicaban lejos hacia el occidente, o los candires, “señores verdaderos del metal”, de los cuales hablaban los indios del Alto Paraguay, fueron identificados con el Inca del Cusco12. Creo mucho más probable que las informaciones proporcionadas por los habitantes de las lejanas tierras atlánticas o paraguayas se hayan referido a 11 A. Meyers 1993, 1998, 1999 ; A. Meyers y Ulbert 1997; Combès 2009; Cruz y Guillot 2010. 12 Nordenskiöld 1917; Métraux 1927; Gandia 1929; Nowell 1946.

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estos reinos satélites incas como los de Guacane o de Manco, más fácilmente accesibles; siguiendo a las intuiciones de Branislava Susnik, propuse incluso reconocer en el nombre de los “candires” el del Inca Condori de Saypurú, y en los “carcaraes” señores del metal, los qaraqaras que trabajaban en esta misma mina (Combès 2009 y 2010). Lo que sabemos de las relaciones trabadas por estos incas con las poblaciones locales va mucho más allá de la guerra. A los tamacocíes del cacique Grigotá, Guacane daba “grandes dádivas […] para más atraerlos a su servidumbre”, y “vivía entre ellos sin ningún recato y dormía como en su casa”13; los naturales del Paititi “sin ninguna [6] dificultad ni tomar armas, recibieron a [Manco] este dichoso rey y lo reconocieron por señor hasta hoy”14. En cuanto a Garcilaso, escribe que los “musus” orientales dejaron los incas poblar en sus tierras: “Y los musus les dieron sus hijas por mujeres y holgaron mucho con su parentesco” (1990 [1609]: lib 7, cap. XIV). En Samaipata como en el Paititi de Manco Inca, la situación no debió ser muy diferente de la que encontraron los españoles en los márgenes orientales del Cusco: una mezcla incipiente entre la cultura andina de los recién llegados y las de los grupos étnicos de la región. En busca de los mojos a inicios del siglo XVII, Gonzalo Solis de Holguin encuentra a los torocoçis que usan “batanes de piedra a dos manos a uso del Perú, cosa no vista en esta gobernación. Tenían hilos de plumería a uso del Perú y tianas o asientos a uso del Perú”15. El hallazgo de tales indicios sólo podía reforzar la convicción española de estar a las puertas de un nuevo Tawantinsuyu. “Después se ha ido mucha gente huyendo de los cristianos”16 Pero otros factores posteriores, que no pueden dejarse de lado, debieron influenciar también las imaginaciones españolas. La presencia europea truncó muchos de los circuitos existentes entre tierras altas y tierras bajas, como el comercio del metal hasta las orillas 13 14 15 16

AGI Charcas 21, r. 1, N.11, bloque 7: 1v y 2v. AGI Charcas 21, r. 1, N.11, bloque 7: 5v-6. AGI Charcas 21, r. 1, N.11, bloque 7: 12v. Juan Núñez Lorenzo, 1644, AGI Lima 166, bloque 2: 32v.

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del Atlántico; pero es un hecho que impulsó nuevas modalidades de circulación, y provocó nuevos (inter)cambios. Son innumerables los testimonios coloniales que evocan la huida de gente “del Perú” hacia las tierras bajas orientales. Recio de León señala que existen muchos indios “retirados del Perú” en el Apolobamba de inicios del siglo XVII (1906 [1623-27]: 246); otros agregan: “después de la venida de los españoles hasta ahí ha sido siempre aquella montaña receptáculo y guarida de cuántos idólatras y facinerosos se huyen del Perú por el Arecaxe” (Torres 1974 [1657]: 440). Y lo mismo pasó, dicen los documentos, en los reinos periféricos orientales. El hijo de Manco, mandado al Cusco por su padre, …halló la tierra [dominada] por Gonzalo Pizarro y a su tío preso por la muerte del Rey del Quito, y el otro Inca retirado en Vilcabamba. Y con esta ocasión hermosa convocó, él de su parte y los indios que traía de la suya, a que le siguiesen a la nueva tierra que tenía su padre descubierta, llamada Mococalpa, vocablo corrupto del español que ahora llamamos Mojos. De manera que con la novedad de los españoles poco fue menester; siguieron a Guaynapoc hasta 20.000 indios, aunque al juicio de los indios del Cuzco pasaron muchos más de los que se habían retirado a Vilcabamba con su rey, el cual volvió poderoso de gente de su nación (AGI Charcas 21, r. 1, N.11, bloque 7: 6v).

En cuanto a los incas de Samaipata, primero desbaratados por los guaraníes llegados del este y luego amenazados por la presencia española, habrían encontrado también refugio al este de los Andes. En 1644, un fraile de Pocona afirmaba “que en aquella tierra de los llanos que llaman raches”, vivían hombres “retirados de Samaypata desde el tiempo que prendieron al Inca”17. Son múltiples los testimonios que evocan a gente “retirada” de Potosí, Pocona, Samaipata o “el Perú” en general en la región de los raches: Muchos de la mita de Potosí y demás partes de este reino, que por huir su doctrina y policía se han enbreñado por la dicha Cordillera y han venido a dar y poblar en la dicha provincia de los Rachas…

17 AGI Lima 166, Jornada a los Mojos y Raches, 1644: f. 50.

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…la dicha provincia de los raches, y que hay a su principio mucha cantidad de indios de este reino y de la mita de Potosí, y particularmente de los del dicho pueblo de Pocona… … el maese de campo Juan de Paredes su abuelo en un pueblo circunvecino a ella [provincia de los raches] donde halló indios que le hablaron en la lengua general del Inca. Y supo de ellos que se habían huido y retirado del pueblo de Pocona… …Tenían un rey que era Inca y que había también otros muchos incas e indios de este reino, que cuando la entrada de los españoles en él, se retiraron e hicieron su república… …Se tiene gran noticia que se retiró aquella tierra adentro un capitán o hermano del Inca desde los Andes del Cusco cuando entraron los españoles en este reino y prendieron a[l su?] rey, y con el retirado se fue mucha gente y así se presume que después también se ha ido mucha gente huyendo de los cristianos… …Hay gente mucha retirada desde el tiempo del Inca …Y hay mucha noticia de que el Inca o hermano suyo se retiró antiguamente del Perú con muchos indios, recién entrados los españoles, y en particular ha oído decir esto a indios de Pocona de los muchos que se retiraron en tiempo de Carabaxa [Cajamarca] y de Pizarro18

Estos raches, también conocidos como amos, vivían al otro lado de la cordillera de Cochabamba, bajando a los llanos. Ya en 1588, Francisco de Angulo estuvo en su territorio, buscando el antiguo camino del Inca (1906 [1588]; de los interrogatorios que llevó adelante entre los raches, se desprende que estos indígenas servían al Inca (¿cuál?) que entró a las tierras bajas, custodiando en particular el puente de criznejas construido. Se desprende, también, que este avance inca fue truncado por la noticia del arribo de los españoles a Cusco: Vino nueva que los españoles habían entrado en la tierra del Perú; y que, como traían fama de gente que todo lo conquistaba, y que habían vencido a uno de los Incas, no pasó más gente a la conquista de esta provincia, antes, la que había entrado del Perú para la conquista se conformaron con los de la tierra, e hicieron

18 Testimonios de 1644, AGI Lima 166.

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paces y se quedaron con ellos, de miedo de no salir al Perú (Angulo 1906[1588]: 93).

En vista de las noticias recogidas, y de los fracasos españoles por entrar a Mojos por Santa Cruz, “Raches” se volverá pronto un sinónimo de Paititi o Mojos en los documentos. Más informaciones sobre este pueblo aparecen en la segunda mitad del siglo XVII, primero en numerosos testimonios levantados para preparar una entrada (AGI Lima 166), y luego en ocasión de las múltiples expediciones que el gobernador de Santa Cruz, Benito de Rivera y Quiroga, organizó en busca del Paititi19. Se confirma que, como en los tiempos de Angulo, los raches entienden perfectamente el idioma quechua, aunque existen indicios de uso de otro idioma que queda sin identificar; tienen como vecinos sureños, en los yungas de Pocona, a los yumos. Pérez de Mirabal describe estos indígenas: El vestido de los yumos es pobre porque hombres y mujeres no traen de ordinario más que unas camisetas de corteza de árbol que, ya hemos dicho en otra parte, llaman mura y cómo la benefician y es de muy poca dura; las camisetas de los hombres hasta las rodillas y las mujeres hasta el tobillo, se las ciñen por la cintura con atadura de lo primero que hallan. Siempre andan descalzos y destocados, el cabello largo y enrollado a las espaldas con cinta de algodón. Las camisetas de mura les sirve para trabajar y caminar, mas para en sus casas las tienen de muy lindo tejido de algodón y teñidas con achiote; tienen mucha abundancia de algodón. No comen más que dos veces al día, las mujeres no beben chicha ni mascan la coca (Relación Mirabalina 1661: 22v-23).

Más interesante, conocemos la lengua hablada por los yumos: el aymara20, o “un” aymara algo diferente tal vez, calificado por un testigo de “lengua cerrada aymara”21. 19 Ver Combès y Tyuleneva 2011; las expediciones de Rivera y Quiroga están principalmente documentadas por la Relación Mirabalina (1661) y los escritos de Francisco del Rosario (1674 y 1682 [1677]). 20 Relación Mirabalina 1661: 19v; Rosario 1682[1677]: 814. 21 Testimonio de Gonzalo de Abrego y Figueroa, AGI Lima 166, 1644, bloque 2: 48.

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La pregunta es evidentemente saber si yumos y raches eran “naturales” de los llanos que hicieron tratos con el Inca y luego con los indios “retirados”, o si provenían ellos también de alguna parte “del Perú”. Interrogado en 1588 por Angulo, “Higuaba, cacique del pueblo de Curo y capitán del Inca, indio infiel” dijo que “era sujeto a otro cacique en tiempo del Inca, que era de un pueblo de Sacaba” (Angulo 1906 [1588]: 101). Más de medio siglo después, los yumos afirman claramente que tanto ellos como los raches …eran intrusos en aquella provincia, porque se habían retirado de esta tierra cuando llegaron los españoles a ella, y que su natural y adonde residían era en el valle de Sacaua que está como una legua de Cochabamba, y que toda la mayor parte de los indios que se habían retirado habían parado en los dichos raches, y ellos también pararon juntamente con ellos (Testimonio de Juan de Godoy, 15 de febrero de 1644, AGI Lima 166, bloque 2: 91v).

Una guerra, ganada por los raches, habría luego separado ambos grupos y obligado a los yumos a retirarse a la falda de la cordillera22. Sin embargo, ambos grupos mantenían ambos contactos con “los del Perú”, y en particular con la gente de Pocona. Al oeste hacia el Alto Beni, los raches confinan con otros indígenas: los moços, o moxoties. Nada en los documentos permite suponer que estos moços también hayan llegado “del Perú” como los raches o los yumos. Si bien conocían algo de la lengua aymara para comunicarse con los españoles, tenían su propia lengua “que es revesadísima” (Rosario 1674: 19). Hecho muy interesante para los españoles en busca del Paititi, los moços no sólo tienen metal (coronas y patenas de plata), sino que lo trabajan. Un informante explica por ejemplo de qué manera se sacaba la plata, otro “era minero”: los moços son, dice Rosario, “gente de mineral” (Rosario 1674: 15v, 18v, 26v); “todas sus herramientas son del Perú, hechizas. Y así no hacían caso de lo que les daba el señor gobernador” (Rosario 1674: 26v). Y el mismo padre concluye: “con que así en esto como en saber la len-

22 AGI Lima 166 (1644): 48r-v, 52, 91v.

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gua aymara […] conocimos que la comunicación con los indios del Perú es grande y que entre ellos hay muchos de allá” (1674: 17v-18). Moços y raches eran dos grupos diferentes. Pero sí eran vecinos próximos, se solían visitar, intercambiaban productos, y no podemos descartar la posibilidad de mezclas entre ellos23, tal vez posteriores a las visitas de Rivera y Quiroga. En efecto, resulta curioso que ambos grupos hayan sido propuestos como candidatos al título de antepasados de los actuales mosetenes y de sus parientes lingüísticos los chimanes24. En ambas versiones, la ubicación de los grupos corresponde con la de los mosetenes, cuyo nombre (y la variante moxoties) corresponde además estrechamente al de los moços. Pero la tesis rache tiene otros argumentos a su favor: la condición de salineros de los raches, que recuerda a la de los chimanes (ver Daillant 2008), o el hecho que, en 1800, una expedición religiosa en busca de “los indios infieles raches que habitan en los márgenes de los ríos Beni y Cotacajes” acabó encontrando mosetenes25. Si pensamos en probables mezclas entre ambos grupos, estas dos hipótesis no son forzosamente irreconciliables. Poco después de las expediciones de Rivera y Quiroga, en 1698, un informe jesuita habla juntos de los “raches, muçuties y maniquies”26, y “maniqui” fue, efectivamente, un nombre aplicado a los chimanes (Daillant 2003: 28, 33). La mención, en 1732, de las misiones “de lecos y raches” por Apolobamba (Sardán 1906[1732-39]: 427) bien podría referirse en realidad a los moços-mosetenes. Sea lo que fuere –no pretendo zanjar aquí el problema–, el panorama que arrojan las fuentes todavía a finales del siglo XVII es el de un verdadero torbellino étnico, donde pueblos hoy identificados 23 Sin olvidar que las menciones de los “llanos de raches y moxos” posiblemente se referían a los moços y no a los grupos del Mamoré. 24 Armentia (1905: 210) y Métraux (1942: 15), entre otros, identifican a los raches con los mosetenes. Esta hipótesis está cuestionada por Daillant (2003: 28), quien sugiere la pista de los moços. 25 ANB ALP, MyCh 463: Expediente promovido a nombre de fray Bernardo Jiménez Bejarano, predicador apostólico y fundador del colegio de San José de Tarata. Solicita auxilio para la conversión de los indios infieles Raches que habitan en los márgenes de los ríos Beni y Cotacajes, 1800. 26 ARSI Peruana 21: 110 (1698).

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LAS TIERRAS BAJAS DE BOLIVIA: MIRADAS HISTÓRICAS Y ANTROPOLÓGICAS

como “de tierras bajas” conocen el arte metalúrgico andino, donde indígenas de habla aymara se visten con cortezas de árboles, donde ex servidores del Inca “se conformaron con los de la tierra”. Al revés, cabe mencionar las huidas de muchísimos indígenas de la zona de Santa Cruz la vieja hacia el occidente: más de 3.000 de ellos se encontraban en Charcas a inicios del siglo XVII (García Recio 1988: 161-162), donde probablemente acabaron mestizándose con las poblaciones locales. Reflexiones finales Los expedicionarios españoles no estaban tan equivocados en suma. Encontraron seguramente muchos más ex mitimaes e yanaconas que Incas de la realeza en los llanos, y mucho más algodón que oro, pero sus sueños de riquezas se basaron sobre elementos tangibles y una presencia andina innegable en los llanos. Volviendo al inicio de estas páginas, es posible considerar las migraciones contemporáneas de los pueblos andinos hacia el Chapare y las tierras bajas como el último avatar de un proceso histórico milenario. De hecho, considerar estos procesos en la larga duración permite relativizar los lamentos acerca de la “invasión” física y cultural andina en los llanos: en este cambio de perspectiva reside la diferencia entre hablar de “aculturación” en vez de “etnogénesis”, o de “pérdida de tradiciones” en vez de “permanente creación”. Pero las relaciones entre Andes y tierras bajas sólo son un caso, un ejemplo particular. No se trata de un fenómeno único de contactos entre grupos, de conformación de una telaraña en cuyo crisol se gestan culturas nuevas y nacen nuevos grupos. Empleé en otros estudios la figura de la “telaraña”, por ejemplo al estudiar el poblamiento étnico de la región de la primera Santa Cruz; en otros trabajos, hablé de “chiquitanización”, “otuquización”, “zamuquización” y otros barbarismos lingüísticos; en el ejemplo que desarrollé aquí, coexisten chunchos vestidos “al modo del Perú” y andinos “conformados con los de la tierra”. Son casos y ejemplos que deben incitarnos a reflexionar un poco acerca de lo que pretendemos hacer 75

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(y cómo pretendemos hacerlo) cuando hablamos de etnohistoria o de historia indígena. Si bien los estudios monográficos son necesarios, esta elección metodológica no debe conducir a postular grupos cerrados o monadas aisladas: el árbol no crece en el vacío, y no puede llegar a opacar la selva que lo rodea. Tampoco son fijas las identidades étnicas, y los pueblos cambian de nombre, de lengua, de costumbres, o de lugar. Aunque estas reflexiones puedan parecer demasiado triviales o evidentes, quiero recordarlas aquí. Pues decir, como algunos suelen hacerlo, que los gorgotoquis de la Santa Cruz del siglo XVI “son los chiquitanos” (que sólo surgieron como grupo étnico en el crisol de las misiones jesuitas del siglo XVIII) es un barbarismo mucho más grave que los que evoqué arriba; hacer, como hacen otros (Krekeler 1995), la historia de los chiquitanos empezando por su pasado prehispánico es otro sinsentido. ¿A quién puede ocurrírsele escribir la historia de los argentinos en el siglo XII, o la de los franceses en el tiempo de César? A menudo, queriendo hacer historia, el investigador mismo niega su paso mismo y los cambios que conlleva. Abogaba hacen unos años por una “relectura de la historia del oriente boliviano”; en esta primera reunión de etnología de las tierras bajas, nos reunimos para compartir nuestros trabajos y perspectivas: me parece así que vale la pena repetir el mismo pedido para poder devolver sus verdaderas dimensiones a una historia y un paisaje étnico siempre cambiantes.

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