Imposibilidad de la tragedia en Seis personajes en busca de autor

August 3, 2017 | Autor: Eva Aparicio | Categoría: Italian Literature, Tragedy, Letteratura italiana moderna e contemporanea, Pirandello
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Descripción

Imposibilidad de la tragedia en Seis personajes en busca de autor por Eva Aparicio Asún “La vita si vive o si scrive” L.PIRANDELLO

La muerte de aquello, que podríamos denominar “mundo clásico”, queda confirmada a partir de la poética del humorismo ideada por Pirandello en los albores del siglo XX. Nos encontramos frente a una nueva concepción del arte, en la que el autor eleva, al tiempo que rebaja, su propio espíritu, para descubrir un escenario innovador que rompe con la tradición, con todo lo que tiene de antigua carcoma y que pretende verse edificado sobre la abstracción de “lo moderno”. “Io sono figlio del caos”, afirmaba el autor siciliano a propósito de una primera toma de contacto con el caótico paisaje literario. Nace así un elemento clave dentro de toda esta poética, que sustituye a su vez al héroe de antaño para materializarse en la figura del personaje moderno. La idea unitaria de verdad ha sido abandonada y sustituida por una actitud crítico-negativa basada en el análisis y en la descomposición de las ilusiones. Aquello que Pirandello definió como “humorístico” no es más que el sentimiento de lo contrario como base resultante de un acto reflexivo, mediatizado a través de la descomposición mítica. El arte ya no se manifiesta como una expresión de diversidad de sentimientos, ni se revela como algo más o menos inmediato y asequible. Contrariamente, la experiencia artística concibe planos realmente abstractos en el seno de la literatura, unido ahora a un plano metaliterario mucho más trascendente y complejo en su esencia. El Novecento artístico o, más concretamente, el pirandellianismo, presenta al arte como un efecto rompedor, casi anárquico, por la vivacidad que suscita, productor de sensaciones caóticas e imprevisibles dentro del ámbito de lo escénico. El yo se vacía para adentrarse en una fase de crisis de identidad, a través de un proceso constante de extrañación, que únicamente puede ser superado mediante un esfuerzo intelectual. Hay en Pirandello una suerte de consciencia teórica plena basada en dos aspectos fundamentales: la búsqueda de autonomía por parte de los personajes con respecto a su autor, así como la desacralización del momento artístico llevada hasta la destrucción del texto teatral. La representación escénica sólo puede llevarse a cabo mediante la voz y el cuerpo de los actores, dentro de su inherente función de “traductores” del texto literario. El personaje adquiere un carácter totalitario y autónomo; se transforma en máscara de unos rasgos peculiares y únicos que se proyectan como suyos, independientemente de la figura del autor. En estas metamorfosis dentro de lo que, sin realizar previamente el esfuerzo necesario propuesto por Pirandello, entendemos como ficticio, no debe quedar huella alguna del origen literario. El personaje, una vez ha adquirido su carácter de ser vivo, no debe otorgar libertad al actor. El papel del creador queda a un mismo tiempo exaltado y subyugado a la creciente omnipotencia de su propia creación. La imagen del personaje tiende a vaciarse de su significado universal para verse libre y vivo y, a su vez, poder representar el drama gnoseológico de la modernidad. Es decir, desaparece la concepción tradicional de autor, el cual abandona a sus personajes a la búsqueda de un autor, simultáneamente a ese encuentro de significado universal que les es negado de antemano por su imposibilidad. Los personajes desean dotar de significado

su propia existencia vivida, puesto que, paradójicamente, su creador les ha sustraído su razón de ser. El mundo aparece como algo que no tiene explicación posible -alegoresis- y queda inserto en un plano de total ambigüedad, ya que se mezclan el mundo fantástico propio de los personajes con aquello material que encarna el escenario, creando así la inmanente confusión entre ficción y realidad. Toda esta incomprensión sensorial produce una enorme angustia desemboca en un desajuste cognoscitivo, que lleva a la imposibilidad de representación de lo trágico. En Seis personajes en busca de autor, Pirandello se propone representar la imposibilidad de lo trágico, tanto en la vida como en el arte. La tragedia ha muerto como género literario, debido a la inexistencia de autenticidad en la vida. Los personajes, que otorgan vida a esta obra tan compleja como ambigua, viven su propio drama, su propia tragedia, la representación de la cual únicamente puede ser trasladada al ámbito teatral mediante la intervención interpretativa de los actores. Sin embargo, la intervención del “actor” entra en claro litigio con la figura del “personaje”, en la medida que el primero tan sólo representa, declama, se imagina a sí mismo como alma ficticia, cosa que produce un alejamiento absoluto con respecto a la experiencia trágica, inherente en su totalidad a la esencia del segundo. Así, la interpretación artística de lo trágico se aparece ante los personajes como algo superfluo y frívolo, en la medida que transforma en grotesco y risible la violencia del elemento trágico. “No lo decía por ustedes, créanme lo decía por mí que no me veo reflejado en usted”, palabras que dirige el PADRE a un ACTOR al no identificar su persona y su esencia con el papel del ser que intenta representar su vida, su yo, sobre un escenario irreal y ficticio. Los personajes se encuentran en un ámbito que impide la representación del destino trágico en la dimensión catártica y liberadora. Su vivencia es transformada tanto por el DIRECTOR como por los ACTORES en puro espectáculo, de tal suerte que para cada uno de los personajes, aquello que puede producir un gran efecto de taquilla es su vida, su propio destino que ha sido coloreado por el autor y por ellos mismos con una pincelada oscura de tragedia. Estas almas salidas de las invisibles entrañas de la inspiración están necesitadas de “Aquél” que un día les inyectó vida para, posteriormente, abandonarlos a su suerte en un mundo incomprensible, donde su esencia y su destino resultan del todo irrealizables. “El drama es la razón de ser del personaje, es una función vital para su existencia”, tal es la afirmación expresada por Pirandello en el prefacio de esta pieza. De esto se infiere que el personaje necesita de su acción dramática para poder existir; de ahí su única condición como ser creado por mediación del artificio. Así, encontramos cierto empeño en la actitud promovida tanto por el DIRECTOR como por los ACTORES, en la medida que quieren otorgar realidad al espectáculo, para así poder resolverlo de un modo práctico en la ficción del mismo. Sin embargo, inmediatamente detectamos una contradicción: en el escenario, Spatium Fictium, no puede resolverse nada que se encuentre al margen de lo que ha de ser representado. Como los personajes no desean que se les represente debido a su condición “real”, la tragedia de los mismos tampoco puede ser resuelta ni absuelta en un ámbito escénico-teatral. Así pues, cada personaje vuelve a la vida aun habiendo abandonado el espacio de la ficción, puesto que el drama continúa estando en ellos mismo, dado que cada uno de ellos es y vive su propio drama y su propia tragedia.

Al introducirnos en esta obra, nos encontramos con dos planos contrapuestos entre sí: el plano de los ACTORES y el de los PERSONAJES. Los primeros tienen asumido su papel de representantes de lo ficticio, además de tener plena conciencia del plano de la realidad escénica en la que se mueven. En cambio, el rol de los personajes comprende un marco mucho más complejo, pues no en vano todos ellos han librado una lucha por sobrevivir y desasirse de su autor para convertirse en “personajes que por sí solos pueden moverse y hablar”. Por este mismo motivo son capaces de desarrollar autónoma y libremente su propia tragedia sin necesidad de ser representados. Hay un momento en la obra en el que el PADRE discute con el DIRECTOR sobre “lo real” en cada uno de ellos: “Un personaje, señor, puede revelar siempre a un hombre quién es. Porque un personaje tiene realmente una vida propia, distinguida por sus caracteres, por lo que siempre es alguien; mientras que un hombre -y no digo usted- un hombre, así, en general, puede no ser nadie.” Cada personaje representa un rol que le es propio, siempre tiene una misma base real en la que se mueve, mientras que la vida del hombre no es más que un cúmulo de ilusiones que se suceden unas a otras hasta crear de nuevo otra realidad relativa. Así pues, la vida humana se encuentra en constante cambio, contrariamente al estatismo que envuelve a los personajes. Introduzcámonos ya en el central y último punto que nos ocupa. Lo trágico se encuentra en la vida y por este motivo no es posible su receptividad en el teatro. La tragedia muere al tiempo que los ACTORES destruyen todo aquello que tiene de verdad al recitarla en un medio que no le corresponde. Si el sentimiento y la acción trágica sólo se da en la vida, resulta del todo imposible la incursión de ésta en el espacio teatral. La tragedia se encuentra en el personaje y ésta no puede tener recepción fuera de él. Al mismo tiempo que el personaje va en busca de un autor para que lo incluya en el mundo eterno del arte, ése se hace aún más vivo, cobrando una fuerza trágica absolutamente globalizadora. Pero, al final, no encuentra a su creador, con lo que queda desnudo de cualquier valor o perdurabilidad. El personaje vive y muere a partir de su propia tragedia, únicamente vista en su propio plano de realidad que para él constituye el único existente. La tragedia es dada a partir de la sorpresa expresada a través de los ojos de los actores y los espectadores. Pero este último punto crea cierta ambigüedad, pues tanto el actor como el expectador llegan a confundir ficción y realidad. Con la trágica muerte de la NIÑA y el suicidio asimismo trágico del NIÑO todo concluye. Los personajes no encuentran liberación alguna y quedan inmersos y recluidos en la realidad. A su vez, toda la acción resta ausente del elemento catártico propio del texto literario, dado que aquello que el espectador presuponía como algo ficticio, se ha convertido ante sus ojos en una aplastante realidad. La NIÑA y el NIÑO mueren y con ellos lo hace la tragedia. El drama queda reducido casi a lo absurdo, como reflejo claro del espejo de la realidad, de ese espacio en el que nos encontramos inmersos y que, quizás, no logremos aprehender jamás.

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