IgnacioCabello, Las luchas por la hegemonía europea en el siglo XVI. El conflicto Habsburgo-Valois

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Las luchas por la hegemonía europea en el siglo XVI. El conflicto Habsburgo–Valois.

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Ignacio Cabello Llano Universidad Autónoma de Madrid Historia Moderna I. S. XVI Dra. Elena Postigo Castellanos 1

Europa Regina, con Hispania a la cabeza, en la Cosmographia de Sebastian Münster (ed. de 1570).

Ignacio Cabello Llano

Introducción: las luchas por la hegemonía europea entre Habsburgo y Valois En el siglo XVI la política internacional europea se desarrolló en tres esferas diferentes articuladas en torno a tres grandes conflictos militares. El primero de éstos fue el que enfrentó a cristianos y musulmanes: fue un conflicto que movilizó a las grandes potencias europeas para defender la Cristiandad occidental frente al pujante avance del Imperio Turco –sobre todo tras la conquista de Constantinopla en 1453–. Se desarrolló principalmente en el Mediterráneo y en los territorios fronterizos húngaros, y estuvo liderado por el emperador, que, además de ser la cabeza de la Cristiandad, veía cómo esos territorios fronterizos, de los que era príncipe, se hallaban bajo una constante y grave amenaza turca. El segundo conflicto hunde sus raíces en el fenómeno rupturista de la Reforma Protestante; y enfrentó a las naciones católicas que habían permanecido fieles a Roma, y a las naciones reformadas que se habían separado de la Iglesia católica, principalmente en la segunda mitad del siglo XVI tras la irrupción en el panorama europeo del calvinismo, confesión que se halló en el fondo de la mayoría de estos conflictos religiosos. De entre el conjunto de estas guerras de religión, en el siglo XVI debemos destacar la Guerra de los Campesinos Alemanes (1524–1525), las Guerras de Kappel en Suiza (1529 y 1531), la Guerra de Esmalcalda en el Sacro Imperio (1546–1547), las Guerras de Religión en Francia (1562–1598) y la Guerra de los Ochenta Años en los Países Bajos (1568–1648). Por último, se desarrolló toda una serie de luchas entre las dos grandes monarquías del momento –los Habsburgo, en España y el Imperio, y los Valois, en Francia– por la hegemonía europea –concepto de política internacional que predominó hasta mediados del siglo XVII, cuando empezó a ser sustituido por el de equilibrio–. Fue un conjunto de guerras cuyo objetivo era alcanzar una hegemonía o supremacía plena sobre el resto de países del continente. En el siglo XVI fue un conflicto bigeneracional entre las dinastías Habsburgo –Carlos V del Sacro Imperio y I de España (1516–1556)2, y Felipe II de España (1556–1598)– y Valois –Francisco I de Francia (1515–1547) y Enrique II de Francia (1547– 1559)–. El escenario principal fue Italia, un espacio muy rico pero, al mismo tiempo, muy débil y fragmentado, por lo que representaba el terreno ideal para que ambas potencias tratasen de extender sus dominios y su área de influencia. De hecho, a este enfrentamiento entre los Habsburgo y los Valois se le conoce también bajo el nombre de guerras italianas. Un segundo escenario de luchas por la hegemonía europea fueron los Países Bajos, territorios borgoñones que pertenecieron a Carlos V y a Felipe II pero que quedaban fuera del Imperio y formaban parte de Francia. Por último, también se produjeron choques entre ambas dinastías en las fronteras de Francia con el Imperio –como, por ejemplo, la guerra por Metz, Toul y Verdún–. Las luchas se desarrollaron entre 1521, cuando Francisco I invadió los Países Bajos e intentó ayudar a Enrique II de Navarra a recuperar su reino, provocando la creación de una alianza militar antifrancesa entre el emperador, el papa y Enrique VIII que derrotó a Francia en suelo italiano y la expulsó del Milanesado; y 1559, fecha en que Felipe II y Enrique II firmaron la Paz de Cateau–Cambrésis, el tratado de mayor importancia de la Europa del siglo XVI, por la duración de sus acuerdos de paz, que estuvieron vigentes durante un siglo, y porque dieron lugar a una nueva situación internacional marcada por la hegemonía española en Europa. Las luchas Habsburgo–Valois por la hegemonía europea constituyeron, sin duda alguna, el conflicto más importante de todos ya que la pugna por la supremacía en el continente estuvo, de un modo o de otro, presente en el resto de guerras, que en muchas ocasiones se convirtieron en nuevos escenarios con diferentes pretextos bélicos donde poner a prueba al enemigo o tratar de debilitarlo. Por ejemplo, Francisco I de Francia –católico–

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Para Carlos V y para muchos de sus contemporáneos la unidad de la cristiandad bajo el dominio imperial y su defensa frente a los musulmanes y los herejes era la misión suprema que les había sido encomendada. Sólo él parecía tener la voluntad y los medios para imponer la paz en Europa y el dominio sobre sus enemigos. Recordemos sus palabras ante la Dieta de Worms en 1521: «Por lo tanto, estoy decidido a emplear en esta cuestión [la defensa de la Cristiandad y de la Iglesia católica] todos mis reinos y mis feudos, mis amigos, mi cuerpo y mi sangre y hasta mi vida y mi alma». El ideal expresado por Hernando de Acuña, «Un monarca, un imperio y una espada», seguía ejerciendo una permanente atracción sobre muchas personas en un mundo dividido y amenazado.

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Las luchas por la hegemonía europea en el siglo XVI. El conflicto Habsburgo–Valois. apoyó a los príncipes luteranos en su lucha contra el emperador, y llegó incluso a aliarse con Solimán el Magnífico de Persia, todo ello para reforzar su posición y debilitar a Carlos V.

Secuencia cronológica de los principales hitos del conflicto Habsburgo–Valois (1521–1559)3 1494 – Nace Francisco de Valois, hijo de Carlos de Angulema y de Luisa de Saboya. Estalla la Primera Guerra Italiana [1494–1498] entre Fernando el Católico y Carlos VIII de Francia, con victoria del aragonés. 1499 – Estalla la Segunda Guerra Italiana, también conocida como la Guerra del Rey Luis XII [1499–1504], nuevamente con victoria española. 1500 – Nace Carlos de Habsburgo, hijo de Juana I de Castilla y de Felipe I el Hermoso. 1508 – Estalla la Guerra de la Liga de Cambrais [1508–1516], que se resuelve con un retorno al statu quo existente en 1508. 1515 – Francisco de Valois es coronado como Francisco I de Francia. 1516 – Carlos de Habsburgo (‘de Gante’) es coronado como Carlos I de España. 1519 – Muere Maximiliano I, y es elegido emperador Carlos V. 1520 – Solimán I el Magnífico es proclamado sultán del Imperio Otomano. 1521 – Estalla la Guerra Italiana de 1521–26 entre Habsburgo y Valois. Francisco I invadió los Países Bajos e intentó ayudar a Enrique II de Navarra a recuperar su reino. Carlos V respondió creando una alianza con el papa y Enrique VIII de Inglaterra. 1522 – Las fuerzas imperiales derrotan a los franceses –aliados con Venecia– en suelo italiano en la Batalla de Bicocca, arrebatándoles Milán y Génova. 1523 – El ejército inglés invade Francia, y Carlos de Borbón, contrariado por las tentativas de Francisco de apoderarse de su herencia, se pasa al bando de Carlos I. Venecia firma la paz con el Imperio. El papa Adriano VI fallece y Julio de Médici es elegido papa como Clemente VII. Temiendo el poderío francés, Venecia, el Papado y Florencia pactaron su neutralidad con Francisco I, retirando su apoyo al emperador. 1524 – Derrota francesa en la Batalla de Sesia frente al ejército español de Fernando de Ávalos. 1525 – Francisco I dirige sus tropas a la Lombardía. Es derrotado por las tropas del bando Habsburgo y hecho prisionero el 24 de febrero en la Batalla de Pavía, y enviado a Madrid. 1526 – Francisco I y Carlos I firman la Paz de Madrid, por la cual Francia renuncia al Milanesado, a Génova, al ducado de Borgoña y a Nápoles. Puesto en libertad, Francisco I no cumple las condiciones impuestas y en mayo forma la Liga Santa de Cognac, uniéndose al papa Clemente VII, al duque de Milán, a Enrique VIII de Inglaterra, a Venecia y a Florencia, alarmados, todos ellos, por el creciente poderío imperial. Estalla la Guerra de la Liga de Cognac [1526–1529]. Uno a uno, el ejército Habsburgo los va derrotando. 1527 – Las fuerzas imperiales de Carlos V, compuestas por un cuerpo de lansquenetes alemanes al mando de Georg Frundsberg y por un ejército español a las órdenes de Carlos de Borbón, avanzaron con contundencia hasta la capital italiana. El 6 de mayo, los soldados y mercenarios españoles, italianos y alemanes, que no han recibido su paga, protagonizan el Saco de Roma. En diciembre el papa escapa de su cautiverio en Castel Sant’Angelo. 1529 – Se firma la Paz de Cambrai o ‘de las damas’. Carlos I pone fin a las hostilidades y renuncia a Borgoña a cambio de que sea disuelta la Liga de Cognac, Francisco I se retire de Italia y Sforza sea repuesto como duque de Milán. 1530 – Carlos es coronado emperador y rey de Italia en Bolonia por Clemente VII, y devuelve al papa las tierras ocupadas. Toma Florencia, donde los Medici son restaurados como duques. La Dieta de Augsburgo* no consigue resolver las disputas religiosas, y los luteranos presentan la Confesión de Augsburgo. 1531 – Los protestantes forman la Liga de Esmalcalda y se alían con Francia y Dinamarca*. 3

Se incluyen también los precedentes al conflicto Habsburgo–Valois así como otros acontecimientos* que, aunque no forman parte del mismo, tuvieron una importancia muy destacable en el transcurso de la política imperial.

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Ignacio Cabello Llano 1534 – Muere el papa Clemente VII y es sustituido por Alejandro Farnese como Paulo III. 1536 – Estalla la tercera guerra entre Carlos V y Francisco I [1536–1538]: Francesco Sforza muere y hereda el ducado de Milán Felipe de España. Francisco I invade el ducado de Piamonte–Saboya, expulsando a Carlos. Conquista Turín pero fracasa en su intento de tomar Milán. Carlos invade la Provenza, avanzando hacia Aix–en–Provence, pero prefiere retirase hacia España antes que atacar la fortaleza de Avignon. 1538 – El papa Paulo III, que apoya al emperador, induce a los contendientes a la tregua de Niza, dejando Turín en manos francesas pero sin más cambios significativos en el mapa italiano. 1542 – Estalla la cuarta guerra con Francia [1542–1544]. Francisco I, aliado con Dinamarca, Suecia y Solimán I del Imperio Otomano, lanza una invasión final de la península italiana. 1543 – Una flota franco–otomana captura Niza. 1544 – Los franceses derrotan a las fuerzas imperiales en la batalla de Cerisoles, pero fracasan en su intento de penetrar en la Lombardía. Carlos V y Enrique VIII se unen en la invasión del norte de Francia, sitiando Bolougne–sur–Mer y Soissons. La falta de colaboración entre ingleses y españoles, y los agresivos ataques otomanos llevaron a Carlos a abandonar estas conquistas. Se firma la Paz de Crépy, por la que Carlos devuelve Borgoña, y Francisco promete ayuda contra los Estados imperiales protestantes y renuncia a Flandes, Artrois y Nápoles, quedando restaurado el statu quo una vez más. 1545 – A instancias del emperador, el papa Paulo convoca el Concilio de Trento [1545–1563]*. 1546 – Muere Martín Lutero*. Estalla la Guerra de Esmalcalda, que se resuelve con la victoria imperial en Mülhberg [1547]*. Los dirigentes protestantes se rinden sin condiciones, y son proscritos Felipe de Hesse y Juan Federico de Sajona*. 1547 – Muere Francisco I de Francia, sucedido por Enrique II. Muere Enrique VIII de Inglaterra, sucedido por Eduardo VI. Carlos dicta el Interim en la Dieta de Augsburgo [1547–1548]*. 1549 – Muere el papa Paulo II, sucedido por Julio III [1550]. 1551 – Enrique II declara la guerra [1551–1559] a Carlos con la intención de recuperar Italia y asegurar la posición de Francia, intentando romper la hegemonía Habsburgo en Europa. Su aliado turco sitia Trípoli, iniciándose el conflicto. 1552 – Enrique, aliado en el Tratado de Chambord con Mauricio de Sajonia y el resto de príncipes protestantes –que derrotan a Carlos en Innsbruck–, lanza una exitosa ofensiva en la Lorena, conquistando los tres obispados de Metz, Toul y Verdún. 1553 – Muere Eduardo VI y asciende al trono inglés María I Tudor, esposa de Felipe II, reestableciéndose el catolicismo e iniciándose una etapa de persecución a los protestantes*. El intento de invasión francesa de Toscana fracasa con su derrota en la Batalla de Marciano. 1554 – Victoria francesa en la Batalla de Renty. Se inician las abdicaciones de Carlos sobre su hijo Felipe con la cesión de Nápoles y Milán con ocasión del matrimonio de éste con María I de Inglaterra, su segunda esposa*. 1555 – Asciende a la cátedra pontificia Paulo IV. Fernando de Habsburgo, hermano y representante de Carlos V, y las fuerzas de la Liga de Esmalcalda firman el 25 de septiembre la Paz de Augsburgo, que resolvía el conflicto religioso de la Reforma Protestante consagrando la libertad religiosa mediante el principio del Cuius regio eius religio. En octubre Carlos transfiere a su hijo Felipe la soberanía sobre los Países Bajos*. 1556 – Carlos abdica sobre Felipe todas sus posesiones ‘españolas’ tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo; y sobre su hermano Fernando los territorios patrimoniales de la Casa de Habsburgo y la dignidad imperial, aunque ésta no fue reconocida hasta 1558*. Con Felipe II de España como nuevo líder del conflicto Habsburgo-Valois, se firma la Paz de Vaucelles, que, no obstante, fue rota poco después. 1557 – Divididas las posesiones de los Habsburgo, el foco bélico se traslada hacia Flandes. María I de Inglaterra se une en junio a su esposo Felipe II en su guerra contra Francia. Felipe, aliado con Manuel Filiberto de Saboya, derrota a los franceses en agosto en San Quintín.

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Las luchas por la hegemonía europea en el siglo XVI. El conflicto Habsburgo–Valois. 1558 – A pesar de sitiar y capturar con éxito Calais a los ingleses, los franceses fueron derrotados nuevamente por Felipe II en julio en la Batalla de Gravelinas. Fallecen Carlos V en septiembre y María I de Inglaterra en noviembre. 1559 – Francia se ve obligada a firmar en abril la Paz de Cateau-Cambrésis, que puso fin a las guerras Habsburgo–Valois por la hegemonía europea, y que supuso el reconocimiento del Franco Condado y de Nápoles como territorios de la Corona española; la devolución del Charolais a España y de Metz, Toul y Verdún a Francia; y, por encima de todo, el reconocimiento de la supremacía de España en Europa. Los acuerdos de paz se consagraron mediante los matrimonios de Manuel Filiberto de Saboya con Margarita de Francia, duquesa de Berry y hermana del rey francés Enrique II [1559], y de Felipe II con Isabel de Valois, hija de Enrique [1560–1568]. Muere Enrique II, sucedido por Francisco II, menor de edad.

Guerras Habsburgo-Valois (1521-1559). Fuente: elaboración propia

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Guerra y diplomacia en la Europa de Carlos V y Felipe II. De San Quintín a ‘sanseacabó’: la Paz de Cateau-Cambrésis4 El fenómeno de la guerra en el siglo XVI fue algo endémico y casi permanente. Sin embargo, señalan muchos autores que la situación internacional no se definía únicamente en el campo de batalla, sino también, y en mayor grado, en las cámaras y salones donde se pactaban los acuerdos de paz, en línea con la célebre frase del que fue Primer Ministro de la República Popular China, Zhou Enlai, que decía que «Toda diplomacia es una guerra continua por otros medios». Los grandes pilares sobre los que se apoyaban los Estados Modernos del siglo XVI eran un ejército permanente, un amplio cuerpo administrativo y burocrático de funcionarios, la hacienda, la diplomacia y las guer ras. El interés de establecer un sistema de normas internacionales para proteger las relaciones y los procedimientos entre los diferentes Estados, propició, durante la Edad Moderna, el nacimiento de una especie de ‘derecho internacional’. Guerra y diplomacia fueron las dos actividades interestatales principales de los reinos europeos durante la Edad Moderna; fueron las dos caras de la moneda de las relaciones internacionales europeas. La guerra, que a partir de la segunda mitad del siglo XVI experimentó una profunda mutación –muchos autores han hablado de una ‘revolución militar’ entre los siglos XVI y XVII–, es juzgada como la única solución cuando los caminos de la diplomacia no sirven para resolver los conflictos. La diplomacia es el primer paso para la resolución de los conflictos y la guerra como única solución final de ello. Históricamente, los intentos a nivel internacional, para resolver los conflictos, fueron llevados a cabo mediante la diplomacia. La guerra era algo a lo que ninguna nación quería llegar.5 Un peligro armado suponía el ejercicio de la violencia en las personas y los bienes del adversario, pero la exterminación del enemigo y la entera destrucción de sus medios de subsistencias contravenían las más elementales consideraciones éticas y jurídicas. Así lo expuso primero Francisco de Vitoria: «Es lícito en la guerra hacer todo lo que sea necesario para la defensa del bien público».6 Francisco Suárez, por su parte, formuló el principio como un derecho y un deber al concretar sus límites: «Una vez comenzada la guerra y durante todo el tiempo que duran las hostilidades, es justo inferir al enemigo todos los daños que parezcan necesarios para obtener la satisfacción o para conseguir la victoria, siempre que no impliquen injusticias directas contra los inocentes. Porque si es lícito el fin, también lo serán los medios necesarios».7 Las declaraciones doctrinales reclamaban una adecuada proporción entre la causa de la guerra y los daños que ésta inevitablemente acarreaba y en este sentido se expresó Hugo Grocio: «Es lícito en la guerra lo que es necesario para alcanzar el fin».8 Las consecuencias de este incipiente principio de equidad se dejaron notar en los sucesivos tratados internacionales que modificaron su contenido y finalidad. Ya no se tendía exclusivamente a la conservación de la paz, también se procuraba evitar las guerras previstas o las que de antemano se consideraban inevitables. Extremo que reclamaba los buenos oficios o la mediación de las potencias europeas, práctica que sustituía la jurisdicción arbitral tan desarrollada durante la Edad Media y que a lo largo del siglo XVII sufrió un importante retroceso. El otro componente esencial de las relaciones internacionales fue la diplomacia. A pesar de que ésta sea tan antigua como las relaciones entre los pueblos, su institucionalización mediante la creación de legaciones permanentes se inició en la República de Venecia, durante la segunda mi4

Esta parte del trabajo ha sido pensada y concebida como una visión de las luchas por la hegemonía europea complementaria a la ofrecida por mi compañera, siguiendo un hilo conductor común, y centrándome, en este caso, en la diplomacia como elemento de igual o mayor importancia que la guerra dentro de la política internacional. 5 Eulogio Fernández Carrasco, “Guerra y diplomacia en la Edad Moderna”, Revista de Derecho UNED, nº10, 2012. 6 «In bello licet omnia facere quae necesaria sunt ad defensionem boni publici», en Francisco de Vitoria, Relectio posterior de Indis sive de Jure belli hispanorum in barbaros, Buenos Aires, 1946, pág. 136. 7 Cit. en Francisco Suárez, Guerra, intervención, paz internacional, Espasa-Calpe, Madrid, 1956, p. 107. 8 Hugo Grocio, De la libertad de los mares. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1979, p. 64.

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Las luchas por la hegemonía europea en el siglo XVI. El conflicto Habsburgo–Valois. tad del siglo XV. Ante la necesidad de los distintos Estados de mantener relaciones comerciales, la institución consular se fue fortaleciendo poco a poco y ampliando sus funciones, incluyendo también la defensa y protección de los intereses de su Estado de origen y de los nacionales de éste, llegando a asumir cierta representación oficial del Estado en el siglo XVI. Las funciones de los agentes estatales podían ser múltiples, pero todas ellas estaban directamente relacionadas con las relaciones diplomáticas, normalmente de paz. Las negociaciones diplomáticas servían para resolver las crisis interestatales, influidas por factores económicos, políticos, sociales, territoriales, religiosos, etc., y cuya prolongación podía poner en peligro el mantenimiento de la paz. Probablemente la diplomacia entre Estados ganase más batallas que los modernos ejércitos. Y quizá, uno de los más importantes tratados internacionales del siglo XVI fuese, por la duración de sus cláusulas y por las consecuencias que tuvo, la Paz de Cateau–Cambrésis de 1559, que ponía fin a las luchas Habsburgo–Valois iniciadas en 1521 por los padres de los firmantes de este acuerdo. La última de las ‘guerras italianas’ entre los Habsburgo y los Valois se inició cuando Enrique II, hijo de Francisco I, declaró la guerra a Carlos con la intención de recuperar Italia y asegurar la posición de Francia, intentando romper la hegemonía Habsburgo en Europa. Esta última guerra sería decisiva, pues en el bando Habsburgo, el viejo emperador, exhausto tras su largo reinado y después de haber firmado su derrota frente a los príncipes protestantes alemanes en 1555, era relevado por su hijo, coronado como Felipe II de España el 16 de enero de 1556. La Paz de Vaucelles, firmada el 5 de febrero de 1556 entre ambos monarcas, fue quebrantada cuando las tropas francesas y pontificias invadieron el Reino de Nápoles. El Papa Paulo VI mandó apresar al embajador español y a otros notables partidarios de España, y revocó la titularidad de Felipe como Rey de Nápoles. Éste respondió ordenando a sus tropas que invadiesen Francia. En noviembre la guerra entre Enrique y Felipe entraba en su fase más crucial. En Italia, el Duque de Alba, Gobernador de Nápoles, evitó que las tropas francesas invadiesen su territorio y consiguió derrotar al ejército pontificio y aislar al propio Papa, costándole ello una excomunión temporal a Felipe. En el frente continental, Felipe buscó la oportunidad de asestar una buena derrota a Francia. Ruy Gómez de Silva logró reclutar 8.000 infantes y cuantiosos fondos para la guerra, y Felipe II, por su parte, obtuvo de su esposa, María de Inglaterra, 9.000 libras y 7.000 hombres, que marcharon a Flandes bajo las órdenes de lord Pembroke. El ejército que llegó a concentrarse en la capital belga estaba compuesto por unos 60.000 españoles, flamencos e ingleses, y contaba con 17.000 jinetes y ochenta piezas de artillería. El mando de este contingente se delegó a Manuel Filiberto, duque de Saboya, fiel y firme aliado de España que años antes había pasado al servicio de Carlos I cuando el rey de Francia despojara a su familia del ducado saboyano. En una maniobra magistral, Manuel Filiberto hizo creer a los franceses que sus tropas invadirían la Champaña para luego dirigirse hacia Guisa, y, mientras éstos se preocupaban de enviar efectivos para defender esta plaza, Manuel Filiberto dirigió a sus tropas hacia San Quintín, localidad de la Picardía situada a orillas del río Somme y cuya guarnición se limitaba a pocos centenares de soldados. Mientras las tropas españolas ponían sitio a la ciudad el 3 de agosto, el ejército francés –unos 22.000 infantes, 8.000 jinetes y 18 cañones– comandado por el condestable Anne de Montmorency se aproximaba a marchas forzadas. El 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo, Montmorency decidió avanzar sobre la ciudad: su vanguardia cruzaría el río en barca y penetraría en la plaza con el objetivo de reforzar rápidamente a los sitiados mientras el grueso del ejército francés se resguardaba temporalmente en el cercano bosque de Montescourt. Pero poco después, movido por la ambición y el profundo desprecio personal que sentía hacia Manuel Filiberto de Saboya, Montomerncy ordenó que sus tropas abandonasen la protección del bosque haciéndolas desplegar paralelamente mientras su vanguardia cruzaba el Somme. Esta imprudencia dejaba la puerta abierta a que los españoles pudieran cruzar el río por el puente de Rouvroy y así sorprenderle en mitad de la maniobra. En este estado de cosas, un nuevo grupo liderado por An7

Ignacio Cabello Llano delot cruzó con éxito el río, pero se topó con los arcabuceros españoles, sufriendo una gran cantidad de bajas y resultando herido el propio Andelot.

Toma de San Quintín. Grabado en madera publicado en la Cosmografía de Sebastian Münster (edición de 1598).

La caballería ligera flamenca del impetuoso Conde de Egmont acosó al flanco izquierdo de sus tropas y obligó a Montmorency a retirarse por enésima vez hacia el bosque, mientras la caballería francesa dirigida por el Duque de Nevers trataba con dificultad de contener el ataque. Las tropas de Manuel Filiberto lograron cruzar el Somme en poco tiempo –llegaron a construir un puente de barcas y tablones–, a la vez que la caballería de Egmont maniobraba hasta eludir el contraataque de Nevers y penetrar en el bosque donde se hallaba, ya totalmente copado, Montmorency. Ante esta asfixiante situación, el condestable no tuvo más remedio que presentar allí mismo batalla, desplegando a sus hombres de la mejor manera posible. Mientras su retaguardia seguía amenazada por el conde de Egmont, la infantería de Felipe II ya se había desplegado y avanzaba en todo el frente. El duque Filiberto mandaba el centro; en el ala derecha se encontraban Mansfeld y Horne, y el ala izquierda iba a cargo de Aremberg y Brunswick. Ambas alas cayeron con extrema violencia sobre el ejército francés, que además de ser inferior en número se vio ampliamente desbordado a causa de las constantes descargas de los arcabuceros españoles, que destrozaban sin parar sus filas. Únicamente resistía el centro, donde un apurado Montmorency recibía el implacable fuego de la artillería enemiga hasta que, viéndolo todo irremediablemente perdido, optó por una muerte honorable batiéndose cuerpo a cuerpo, pero sin demasiado éxito. En total se calcula que el ejército francés perdió unos 12.000 hombres, resultando prisioneros otros 6.000 hombres y 2.000 heridos más. Entre éstos destacaban casi un millar de nobles, entre los cuales se hallaban el propio Montmorency, los duques de Montpensier y de Longueville, el príncipe de Mantua y el mariscal de Saint André. Las fuerzas de Felipe II apenas sufrieron trescientas bajas entre muertos y heridos. Al conocer el resultado de San Quintín, Felipe II, apenado por no haber estado allí presente, se acercó a felicitar al duque de Saboya. Se cuenta que cuando éste fue a arrodillarse para besar la mano del Rey, éste le dijo: «Más bien me toca a mí besar las vuestras, que han ganado una victoria tan gloriosa y que nos cuesta tan poca sangre». Allí, decidieron no atacar directamente París hasta no haber tomado San Quintín, que resistió en manos francesas hasta el 27 de agosto. 8

Las luchas por la hegemonía europea en el siglo XVI. El conflicto Habsburgo–Valois. Tras la brillante actuación de Manuel Filiberto de Saboya en la batalla de San Quintín, Enrique II de Francia preparó su desquite. Reclutó un nuevo ejército en la Picardía, que puso en manos del duque de Nevers; pidió ayuda naval al sultán otomano y alentó a los escoceses a invadir Inglaterra por el norte. El duque de Guisa arrebató el puerto de Calais a los ingleses y avanzó hacia la frontera valona, tomando la ciudad de Thionville el 22 de junio de 1558. El señor de Termes invadió Flandes con otro ejército, conquistando Dunkerque y Nieuwpoort, y amenazando Bruselas. De regreso a Calais, fue interceptado el 13 de julio a la altura del pueblo de Gravelinas, situado a orillas del río Aa, por un ejército de unos 12.500 y 3.200 jinetes al mando del conde de Egmont. Sorprendido por la rapidez de la maniobra española y viéndose acorralado –con el río a sus espaldas, el mar a su izquierda y su derecha totalmente embarullada por la columna de bagajes de su propio ejército–, Termes tuvo que presentar batalla. Desplegó su ejército en la orilla izquierda del río, creando en el flanco del bagaje una doble línea formada por la caballería y la artillería, dejando a la infantería detrás. El conde de Egmont, mientras tanto, situó a sus tropas en una media luna, dejando a la caballería ligera en los flancos y en el centro a los tercios españoles, junto a unidades de alemanes y flamencos. Los franceses cañonearon y se estableció un combate desordenado entre ambas caballerías de resultado dudoso. Una vez más se reveló la capacidad de los arcabuceros españoles –por aquel entonces los mejor armados y entrenados del continente–, que acribillaron a la caballería francesa. Los españoles tomaron la doble hilera del bagaje y dispararon sobre la infantería resguardada detrás de los carros, creando un gran desorden entre las filas francesas; y mientras Egmont atacaba con su caballería sobre el centro francés, barcos vizcaínos e ingleses bombardearon la retaguardia francesa, causando numerosas bajas. El resultado de la batalla no pudo ser peor para los franceses: tan sólo 1.500 hombres consiguieron huir; el resto yacían muertos o prisioneros en el campo de batalla. Tras esta nueva derrota, que se sumaba a la de San Quintín, Enrique II de Francia se vio obligado a firmar la Paz de Cateau-Cambrésis con Felipe II en abril de 1559, que pondría fin a las guerras Habsburgo-Valois. La guerra dejaba paso a la diplomacia, y los dirigentes militares, victoriosos unos y derrotados otros, dejaban sus espadas de un lado para negociar, con profesionales formados específicamente para las relaciones internacionales, las condiciones de esa paz tan necesitada por todos. La Paz de Cateau-Cambrésis fue firmada por Felipe II de España, Enrique II de Francia e Isabel I de Inglaterra. Las conversaciones se iniciaron en la abadía de Cercamp, pero después se trasladaron al castillo de Le Cateau-Cambrésis, población francesa unos 20 km al sureste de Cambrai. El 2 de abril de 1559 los representantes de Francia e Inglaterra acordaron la entrega de Calais a los franceses por un periodo de ocho años, tras los cuales debería ser devuelto o en caso contrario deberían pagar 500.000 escudos de oro. Al día siguiente, 3 de abril, Felipe II firmaba la devolución a Francia de San Quintín, Ham, Châtelet, Metz, Toul y Verdún a Francia. Enrique II, por su parte, restituía a España las plazas que había ocupado en Flandes y renunciaba para siempre a sus ambiciones italianas, devolviendo Saboya y Piamonte a la Casa de Saboya, Córcega a Génova y el Monferrato a Mantua. Por último, ambos monarcas se comprometían a trabajar acordes y activamente contra la herejía protestante. Los acuerdos de paz se consagraron mediante los matrimonios de Manuel Filiberto de Saboya con Margarita de Francia, duquesa de Berry y hermana del rey francés Enrique II, en 1559; y de Felipe II con Isabel de Valois, hija de Enrique en 1560. Paz de Cateau-Cambrésis

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Ignacio Cabello Llano La Paz de Cateau-Cambrésis puede considerarse como el tratado de mayor importancia de la Europa del siglo XVI, y no sólo por la duración de sus acuerdos, que estuvieron vigentes durante un siglo, sino porque dio lugar a una nueva situación internacional de supremacía hegemónica de la España de Siglo de Oro sobre el resto de países europeos, como bien refleja el mapa de Münster que encabeza este trabajo. En él vemos una Europa Regina, en cuya cabeza se encuentra Hispania, simbolizando esa posición privilegiada, honorable y prestigiosa de la que nuestra patria gozó durante un glorioso Siglo de Oro. Es cierto que si los ejércitos españoles de Carlos V y, sobre todo, de Felipe II no se hubiesen impuesto con contundencia sobre los franceses, no se habrían producido –probablemente– unos acuerdos como los de abril de 1559, que dieron a España un nuevo papel preponderante, y que – probablemente– la situación habría sido más beneficiosa para Francia de lo que en realidad fue. Es decir, que las victorias cosechadas por los capitanes, comandantes y generales españoles, flamencos y alemanes que servían a Felipe II tuvieron, no quepa duda, una enorme importancia, ya que permitieron que, cuando hubiese que llegar a un acuerdo de paz –pues la guerra no podría ser interminable–, España tuviese un lugar privilegiado en la negociación de la misma. Lo que, breve y humildemente, aquí se ha querido expresar es que la diplomacia en la Edad Moderna tenía igual o mayor importancia que las contiendas bélicas, y, por supuesto, gozaba de un prestigio también elevado. Porque al fin y al cabo, las guerras no resultaban humanamente beneficiosas para nadie.9 Nadie las quería –salvo la nobleza, probablemente–, y la diplomacia resultaba, natu ralmente, más conveniente para la sociedad en su conjunto.

Bibliografía Fernández Carrasco, Eulogio, “Guerra y diplomacia en la Edad Moderna”, Revista de Derecho UNED, nº10, 2012. Lutz, Heinrich, Reforma y Contrarreforma, Traducción de Antonio Sáez-Arance, Alianza Editorial, Madrid, 2009, edición digital [https://es.scribd.com/doc/261086715/Lutz-Re-for-May-Contrar-Reform-A]. Greengrass, Mark, “Politics and warfare” en Euan Cameron (coord.), The Sixteenth Century, Oxford University Press, Oxford, 2006. Sabine, George H., Historia de la teoría política, Ed. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1994. Rodríguez Salgado, María José, Un imperio en transición: Carlos V, Felipe II y su mundo, 15551559, Ed. Crítica, Barcelona, 1992.

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Recordemos la letanía que decía: «A fame, peste et bello, libera nos Domine». Cit. Primitivo J. Pla Alberola, “Crecimiento demográfico y expansión económica” en A. Floristán (coord.) Historia Moderna Universal, Ariel Historia, Barcelona, 2011, p. 251.

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