Iglesia, negocios y poder entre América, Madrid y el Reino de Granada en el siglo XVII: Bartolomé Marín de Poveda”, en Riqueza, poder y nobleza: los Marín de Poveda, una historia familiar del siglo XVII vista desde España y Chile, Almería, 2011, p. 203
Descripción
IGLESIA, NEGOCIOS Y PODER ENTRE AMÉRICA, MADRID Y EL REINO DE GRANADA EN EL SIGLO XVII: BARTOLOMÉ MARÍN DE POVEDA1 FRANCISCO ANDÚJAR CASTILLO DOMINGO MARCOS GIMÉNEZ CARRILLO Universidad de Almería
Intrigas e intereses en torno a un testamento El día 19 de enero de 1703 una comitiva compuesta por un juez de la sala de alcaldes de Casa y Corte, Manuel Calvo, dos alguaciles y un escribano, siguiendo órdenes del Presidente del Consejo de Castilla -a la sazón el arzobispo de Sevilla, Manuel Arias Porres- e instrucciones precisas del padre Daubenton, confesor de Felipe V, entró en la casa principal de un capellán de honor del rey, Bartolomé Marín de Poveda, sita en la calle del Prado de Madrid. Allí se hallaba en aquel momento Juan Martínez de Azagra, presbítero, sedicente primo del capellán. El juez buscaba un testamento cerrado que se hallaba celosamente guardado entre los papeles de Bartolomé en una “gavetta de escriptorio de Salamanca”, cuya llave, así como la del cuarto que los custodiaba, se encontraba en poder de Antonio Luján, un capellán de honor de la capilla real de palacio que había viajado un año antes a Italia, junto a Bartolomé Marín de Poveda, para acompañar en aquella jornada militar al nuevo monarca de la Casa de Borbón. En presencia de los alguaciles, del escribano Sebastián Ruiz y de Alonso Díaz, criado de Bartolomé, se abrió el cuarto en donde se hallaba el escritorio. Eran ya casi las diez de la noche, por lo que el juez decidió dejar para el día siguiente su delicada labor, no sin antes haber reconocido todos los cuartos, llevarse consigo las llaves y dejar como atentos vigilantes a los dos alguaciles, Antonio Lázaro y Lorenzo Fernández, quienes deberían velar para que ningún papel se moviese, y menos aún que el primo de Bartolomé pudiese tocar 1 El presente estudio se ha realizado en el marco de los Proyectos de Investigación de I+D Venalidad de cargos y honores en la España del siglo XVIII (HAR2008-03180) nanciado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y Realidades conictivas: sociedad, política, economía e ideología en Andalucía y América en el contexto de la España del Barroco (HUM-02835), subvencionado por la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucía.
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objeto alguno, ni de la casa ni de aquel escritorio. A las ocho y media de la mañana del día 20 de enero, ya había regresado de nuevo a aquella morada Manuel Calvo, para proseguir con su tarea, hacer inventario de los bienes de Bartolomé Marín de Poveda y, sobre todo, cumplir con su misión de localizar aquel preciado documento. Pocos minutos después, debajo de un libro del escritorio, encontraron el testamento cerrado2. Antes de abrirlo, el juez tomó varias precauciones para certicar ante el escribano que el testamento se iba a abrir por vez primera desde que fuera redactado el 3 de marzo de 1700 ante Alonso Delgado Resa. Por ello, hizo comparecer a varios testigos, para comprobar que el testamento no estaba “en manera alguna sospechoso” y que era el y legal. Ante aquella comisión judicial comparecieron Alonso Díez -cochero que había sido de Bartolomé Marín de Poveda-, Tomás Moreno Valdivieso, maestro boticario que vivía en la calle León, y Lucas Estebanez, un lacayo del consejero de Castilla don Diego Vaquerizo Pantoja, quien unos años antes fuera criado de Bartolomé. Los tres habían sido supuestamente testigos del testamento, por lo que conrmaron que las rúbricas que aparecían eran las suyas y que el testamento “no está sospechoso de haber sido abierto”. Otras cuatro personas -Blas Yanusi, clérigo natural de Sicilia, Francisco Antonio de Pañeda, Juan Antonio de Ayala y Vicente de Oz- que habían intervenido como testigos en el testamento de Bartolomé, no pudieron ser localizadas por los alguaciles, pues por distintos motivos todos se hallaban ausentes de Madrid. Realizadas las oportunas comprobaciones se procedió a la apertura del testamento, así como a la del codicilo cerrado que Bartolomé Marín de Poveda había entregado en Milán al padre Daubenton. El enorme interés de Bartolomé por preservar su contenido le granjeó no pocos problemas, pues antes de cerrarlo denitivamente se tuvo que dirigir a varios notarios de Milán para que en su presencia lo pudiese cerrar, pero, al no ser práctica usual allí, los notarios se negaron, por lo que tuvo que valerse de varios ociales españoles de distintos regimientos para que, haciendo uso del derecho militar, el codicilo pudiese quedar cerrado antes de su entrega al padre Daubenton. Finalmente selló el codicilo en Milán el 30 de octubre de 1702, en el que armaba que habiendo ido a la “jornada de Italia” junto al monarca, en la batalla de Luzzara -que tuvo lugar el día 15 de agosto de 1702-, ante la cantidad de muertos que hubo el “aire se descompuso” y enfermó. El codicilo fue abierto en Madrid el día 23 de enero de 1703 y protocolizado en escritura pública ante el escribano Antonio Marrón. Poco antes de morir, Bartolomé Marín de Poveda decidió cambiar las disposiciones testamentarias que hiciera en Madrid antes de su partida hacia Italia. Su nueva voluntad contenía algunas modicaciones, si bien seguía declarando como heredero universal a su hermano Tomás Marín de Pove2 Archivo Histórico Provincial de Almería [AHPA], Protocolo 4.477. Todo el testamento se encuentra sin foliar, por lo que en adelante, se citará tan sólo con el número del protocolo donde se conserva.
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da, por entonces residente en Chile, quien fallecería unos meses después -en octubre de 1703- sin tener noticia ni de la herencia recibida ni de que Bartolomé le había aupado hasta la cima de la nobleza titulada al haberle conseguido en Milán un preciado título de marqués. Lo más signicativo era el cambio de albaceas testamentarios, pues si en el testamento de Madrid de marzo de 1700 había designado como albacea al capellán de San Andrés y abogado Manuel Pérez de la Plaza, ahora, en primer lugar, “para mayor autoridad y ejecución del codicilo”3, nombraba al confesor real, al padre Daubenton para que pudiese vender las casas que poseía en Madrid y todos sus bienes, tanto para pagar deudas como para todo aquello que estimase oportuno el jesuita, siempre en oportuna comunicación con el primo de Bartolomé, con Rodrigo Marín, por entonces capellán de honor de la Capilla Real -paradójicamente desde abril de 1695, la misma fecha en que ingresara Bartolomé- a quien designó como albacea para sus bienes en el Reino de Granada4. Además, Bartolomé Marín de Poveda designó como tercer albacea a Antonio Luján, también capellán de honor, quien le había acompañado en el viaje a Italia junto al séquito real5. Sin embargo no fueron esos los únicos testamentos que hizo Bartolomé Marín de Poveda. Según rezaba en el de 1700, había otorgado con anterioridad otro, también cerrado, en 27 de mayo de 1694, que decidió abrir por “haber mudado las cosas de mi voluntad”. De todas esas disposiciones no se ha conservado más copia que el traslado del fechado el 3 de marzo de 1700 que se envió a su tierra natal de Lúcar para que se cumpliera su voluntad en lo relativo a los bienes que poseía en el Reino de Granada. Tanto el original de éste, como el hecho en 1694 y el codicilo de Milán de 1702, han desaparecido6. ¿Qué se escondía en aquella casa para que se tomaran tan extremas medidas de seguridad? ¿Por qué intervino la máxima autoridad judicial de Castilla, el Presidente del Consejo? ¿Qué relevancia tenía Bartolomé Marín de Poveda como para haber congregado en torno a sus disposiciones testamentarias tantas miradas? Y, desde luego, ¿qué cláusulas contenían? 3
AHPA, Protocolo 4.477. Cinco años después de la apertura de aquel testamento, el 24 de septiembre de 1708, Rodrigo Marín sería nombrado obispo de Segorbe. Cif. en Sánchez Belén, J. A., “Una saga familiar de capellanes de honor en la Capilla Real de Palacio en el cambio de dinastía: los Marín”, en Bel Bravo, Mª A. - Fernández García, J. (coords.), Homenaje de la Universidad a José Melgares Raya, Jaén, 2008, pp. 317-347. 5 Ubilla y Medina, A. de, Sucesión de el Rey D. Phelipe V nuestro señor en la Corona de España, diario de sus viages desde Versalles a Madrid, en que executó para su feliz casamiento; jornada de Nápoles a Milán, y a su ejército; sucesos de la campaña y su buelta, Madrid, 1704, p. 75. 6 Revisados los fondos del Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, constatamos que no se conservan entre las actas notariales de los escribanos ante los cuales testó ninguno de esos testamentos, del mismo modo que tampoco se custodia el abierto el 20 de enero de 1703 -y concluido de redactar el día 25- ante Antonio Marrón, a pesar de que el alcalde de Casa y Corte ordenó que se pasase a “escriptura y instrumento público y mandó se protocolice en los registros de escrituras del presente escribano”. Cif. en AHPA, Protocolo 4.477. 4
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Probablemente sean demasiadas interrogantes para las escasas fuentes documentales disponibles. Volver la mirada hacia los principales actores que, de un modo o de otro, participaron en aquel testamento, puede arrojar algunos elementos indiciarios sobre esas preguntas, al tiempo que permite abrir nuevas hipótesis en torno a lo que pudo haber detrás de esa excepcional concentración de personajes en torno a aquel documento. Un hilo conductor unía a la mayor parte de los actores más destacados. Eclesiásticos eran el presidente del Consejo de Castilla, Manuel Arias Porres, recién nombrado arzobispo de Sevilla, el confesor real Guillermo Daubenton, el denominado “primo” de Bartolomé, Juan Martínez de Azagra, y los dos capellanes de honor, Antonio Luján y el propio Bartolomé Marín de Poveda. Fuera de ese grupo, también merece un comentario particular, el juez encargado de abrir el testamento, Manuel Calvo. De toda esta nómina de actores sociales, como es obvio, las noticias disponibles son muy fragmentarias y en apariencia sin vinculación alguna con aquel testamento que el capellán de honor del rey dejara escrito antes de su partida hacia Italia.
Los actores en el testamento La orden para que acometiera aquella tarea Manuel Calvo provenía, nada menos, que del presidente del Consejo de Castilla, Manuel Arias Porres. Aunque no es este el lugar para desarrollar su extensa biografía -acabó siendo consejero de Estado y disfrutando del capelo cardenaliciointeresa destacar aquí que fue un declarado defensor de la sucesión francesa en la corona de España, posición que le condujo, en agosto de 1696, a ser cesado por la reina Mariana de Neoburgo de la presidencia del Consejo de Castilla7. Sin embargo, sabemos por las Memorias de Noailles, que en mayo de 1699 recobró la presidencia de dicho Consejo no sin antes haber desembolsado una fuerte cantidad de dinero para conseguirlo8. El día 3 de abril de 1702 consiguió ser promovido al arzobispado de Sevilla -uno de los más ambicionados de la carrera eclesiástica por las elevadas rentas que percibían sus titulares-, un destino que no ejerció de inmediato pues siguió al frente de la presidencia del Consejo durante unos meses más. Es obvio que Arias Porres debió mantener una estrecha relación con Daubenton, ya que su nombramiento como arzobispo de Sevilla debió pasar por las manos del confesor regio, quien tuvo entre otras atribuciones todo lo relativo al patronato regio en materia de nombramientos eclesiásticos. El poder de Daubenton por aquel entonces era extraordinario, a pesar del poco tiempo que llevaba como confesor de Felipe V. Tenía plena libertad de iniciativa no sólo en los asuntos religiosos sino también en los políticos, hasta el punto de transformar su ministerio espiritual en un verdadero 7 8
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Fayard, J., Los miembros del Consejo de Castilla (1621-1746), Madrid, 1982, p. 147. Noailles, Memoires [Ed. de A. Petitot y Monmerqué], 2 vols., París, 1828, t. I, p. 33.
“ministerio político” con capacidad como para inuir en los asuntos de gobierno9. Su relación privilegiada con el soberano derivaba de su cercanía permanente, pues además de residir en el Colegio Imperial, Daubenton tenía reservada una habitación en el ala oeste del Alcázar, muy cerca de los apartamentos reales. Catherine Desos ha escrito sobre el jesuita francés que cuando estaba el rey en Madrid, cada día acudía a palacio para conversar con el monarca durante un largo rato y que, tras la misa, solía departir con la reina María Luisa de Saboya y con su camarera, la todopoderosa Princesa de los Ursinos. Durante el viaje a Italia de Felipe V para defender sus posesiones de las tropas austríacas, Daubenton viajó junto al rey en el barco real, y una vez en tierra permaneció siempre al lado del monarca, tanto en el combate como a todas horas10. El marqués de Louville, consejero de Luis XIV enviado a la Corte de Felipe V, describía al confesor real como un hombre ambicioso que, merced a la estrecha relación que mantenía con el monarca, intervenía en toda clase de asuntos, de política, de guerra, de hacienda, de nombramiento de cargos11. La gura de Daubenton adquiere un gran protagonismo en torno al testamento de Bartolomé Marín de Poveda en su calidad de albacea. Ambos habían compartido una larga temporada en Italia durante la “jornada real”, y allí Bartolomé había conseguido que Felipe V rmara un decreto ejecutivo por el que ordenaba a la Cámara de Castilla que expidiera un título nobiliario de marqués -de Cañada Hermosa- para su hermano, Tomás Marín de Poveda, quien acababa de cesar como capitán general de Chile, cargo que había comprado en 1683 ¿Pudo haber alguna relación directa entre la concesión de ese título nobiliario y el nombramiento de Daubenton como albacea testamentario? En apariencia ninguna. Tan sólo sabemos que el confesor real quedó facultado para vender las propiedades en Madrid de Bartolomé Marín de Poveda y que, además, por expresa voluntad de este último, trajo a España las alhajas que había llevado consigo a Italia Bartolomé, compuestas por “una cadena de ochenta y tantas perlas, un aljófar de buen tamaño y un diamante especial, y otras alaxillas de poca monta”12. 9 Desos, C., Les ministres et conseillers français de Philipee V (1702-1714). Un modèle nouveau pour governer l’Espagne (1700-1724), Strasbourg, 2009, p. 185. 10 Desos, C., La vie du R.P. Guilaume Daubenton S.J. (1648-1732): un jésuite français à la tour d’Espagne et à Rome, Córdoba, 2005, p. 51. 11 Ibidem, p. 60. 12 AHPA, Protocolo 4.477, fol. 118 v. Bartolomé Marín, de forma expresa indicó “que por el riesgo en que quedo y no saber cómo saldré de él ni cuando ni cómo podrá ser mi convalecencia, si Dios quisiere que la tenga, he suplicado a su señoría el dicho Padre Guillermo Daubenton me lleve consigo diferentes alhajas […]”. Bartolomé poseía más joyas pero, al parecer, no las había llevado todas consigo sino que las había dejado en poder de su primo Rodrigo Marín, pues en el testamento redactado en marzo de 1700 hizo constar que en poder de éste “dejaré tres cadenas de perlas no redondas pero muy especiales por el oriente y buena calidad de ella, que son poco menores que garbanzos, la cadena mayor tiene cuatrocientas y veinte y ocho perlas, la otra que tiene una higa negra doscientas y nueve y la otra doscientas y ocho, estas dos son iguales para manillas y la otra para la garganta, y en todas son ochocientas y cuarenta y cinco, y asimismo quedará en su poder un diamante muy grande de fondo especial, las cuales dos alaxas ha de tener
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Por su parte, el juez de la sala de alcaldes de Casa y Corte, Manuel Calvo, que se encargó de levantar acta e inventariar los bienes de Bartolomé Marín de Poveda, había tenido, cuando menos, una carrera extraña hasta llegar a ese puesto. Presentaba un anómalo cursus honorum, que había comenzado en junio de 1693 cuando fue nombrado alcalde del crimen supernumerario de la Chancillería de Granada, un puesto que no había conseguido por sus méritos sino por su casamiento con María Teresa del Olmo Carrera, una mujer que era portadora de una merced dotal para que quien casara con ella fuese designado como alcalde del crimen del citado tribunal13. Hasta febrero del año siguiente no pasó a ejercer de forma efectiva el puesto -ya que la plaza supernumeraria obtenida era a la espera de vacante- y cinco años después, en abril de 1699, de forma sorprendente, sin haber ejercido antes como oidor durante algunos años, fue promovido a la sala de alcaldes de Casa y Corte, un puesto que para otros jueces exigía dilatados años de carrera y de experiencia en tribunales inferiores. Su meteórica promoción no tiene otra justicación que el haber gozado del patronazgo de algún inuyente personaje de la Corte o, simplemente, haber optado por seguir la senda de los “servicios pecuniarios” que tanto proliferaron durante estos años como mecanismo de promoción profesional. Por tanto, quien concurría a esa comisión, Manuel Calvo, no era un veterano magistrado sino alguien que se debía por entero al favor e inuencia de algún patrón. En la casa, al juez le esperaba Juan Martínez de Azagra, un hipotético “primo” de Bartolomé Marín de Poveda, con el cual no hemos encontrado relación alguna de parentesco. En el testamento se le denía como “presbítero”, pero no lo era de cualquier lugar sino del elitista convento de las Descalzas Reales. Paradójicamente ese mismo año de 1703, Martínez de Azagra, que ejercía de sacristán mayor de la citada iglesia, fue ascendido a una de las capellanías14. ¿Simple coincidencia de fechas o pudo tener relación su promoción con su intervención en aquella extraña apertura del testamento de Bartolomé Marín de Poveda? Por el momento, no podemos anotar nada más que la coincidencia de fechas entre su ascenso y aquel acontecimiento.
en su poder hasta tanto que venga a España el Sr. Don Thomas Marín de Poveda mi hermano […]”. En caso de que este hubiese fallecido ordenaba se remitiesen dichas joyas a Chile, para su cuñada Juana de Urdanegui y sus sobrinos Constanza y José. El diamante, debió llevarlo consigo nalmente a Italia pues lo describe en los mismos términos que el que encargara a Daubenton que lo trajese a España. 13 Archivo Histórico Nacional [AHN], Consejos, lib. 731. Sobre esta particular forma de provisión de cargos, véase Andújar Castillo, F., “Mercedes dotales para mujeres, o los privilegios de servir en palacio. Siglos XVII-XVIII”, en Obradoiro de Historia Moderna, 19, 2010, pp. 215247. 14 Barrio Moya, J. L., “La iglesia de las Descalzas Reales según un inventario de 1703”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 34, 1994, pp. 79-93. 184
Bartolomé Marín de Poveda. La historia conocida y una nueva interpretación El protagonista principal del testamento, Bartolomé Marín de Poveda, era un personaje desconocido hasta que recientemente Juan Antonio Sánchez Belén ha sacado a la luz una parte de su biografía, siguiendo fundamentalmente los datos recogidos en el expediente de información de limpieza de sangre y nobleza que presentó en 1695 para su ingreso en la Capilla Real de palacio15. Amén de los “meritos familiares” -que son objeto de estudio en otros trabajos de esta obra-, su historial se resumía en una carrera eclesiástica labrada al amparo de su tío materno, Bartolomé González de Poveda, quien lo había llevado a América siendo adolescente. Allí cursó estudios en el Colegio de San Martín de la Universidad de Lima, ciudad en la que luego ejerció como abogado, y luego en la de La Plata, en donde se ordenó a título de suciencia. Según el citado estudio, en la Universidad de La Plata fue carcelario, se graduó de doctor y obtuvo una cátedra de prima de cánones, de la cual era titular en 1688; fue también visitador general del arzobispado de Charcas, provisor y vicario general del obispado de Santa Cruz de la Sierra y predicador apostólico. Tras la muerte de su tío, Bartolomé Marín de Poveda se trasladó a España y solicitó una plaza de capellán de honor en 1695, fecha en la que se le hicieron las pruebas de nobleza y limpieza de sangre para ingresar en la real capilla. Según los testigos de esas pruebas -que conocían su historial de oídas por las cartas que enviaba a su padre- había sido también “cura rector de la iglesia imperial de Potosí, plaza que había obtenido por oposición, y comisario del Santo ocio de dicha ciudad”16. Con tales avales, unidos a los méritos de sus hermanos, entre ellos los de Tomás -capitán general de Chile-, Bartolomé fue nombrado predicador real supernumerario de la Capilla Real de Palacio el 19 de agosto de 1695, tomando posesión del cargo seis días después. Señala además Sánchez Belén, que había escrito un texto sobre un caso milagroso acaecido en Chile en el que incluyó también una alabanza a su hermano Tomás. Por lo que hace a la genealogía y limpieza de sangre, Bartolomé Marín de Poveda poco tenía que aportar más que las pruebas que se le hicieron a sus hermanos Antonio, Andrés y Tomás cuando en el año 1687 consiguieron cruzarse como caballeros de la orden de Santiago. Le bastaba en ese momento acreditar una acrisolada carrera eclesiástica que le permitiera el ingreso en la Capilla Real de Palacio, en donde las solidaridades regionales de los limeños ocuparon en la segunda mitad del siglo XVII un importante espacio al lograr numerosos puestos de capellanes de honor y predicado-
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Sánchez Belén, J. A., “Una saga familiar de capellanes de honor…”, pp. 330-331. Ibidem. 185
res17. Recordemos que la Capilla Real funcionó como una activa palanca de promoción eclesiástica, tanto dentro como fuera de la propia institución palatina18. Hasta aquí la historia conocida, construida a partir de los documentos que el propio interesado, Bartolomé Marín de Poveda, había aportado para su ingreso en la Capilla Real. Sin embargo, otras fuentes documentales nos aportan una visión del personaje, que explica no sólo los cargos detentados en Chile sino la forma en que los ejerció, así como las prácticas corruptas que le permitieron acumular una gran fortuna con la que regresaría a España a comienzos de la última década del siglo XVII. En efecto, hacia el año 1669 Bartolomé salió de Lúcar en dirección a América junto a su tío Bartolomé González de Poveda19. Diez años después, en una información de méritos y servicios, hecha ante la Audiencia de la Plata, que por entonces presidía su tío, acreditó haber estudiado cánones y haberse graduado de bachiller en el Colegio Real de San Martín de Lima20. Poco después habría pasado a ejercer como abogado en la audiencia de Lima y en 1678 cambió la carrera judicial por la eclesiástica al ser nombrado como cura rector de la iglesia mayor de Potosí, un puesto que, al parecer, desempeñaba de forma interina por nombramiento del arzobispo de Lima, Melchor de Liñán Cisneros, quien se lo había concedido -y de paso lo había ordenado como presbítero- durante su interinato como virrey de Perú21. Según el informe de esa provisión, que fue elaborado por su propio tío, “puestos edictos a la aprovission de dicho curato se opuso a él, en concurso con otros opositores en que hiço un examen mui docto públicamente a puerta abierta, por averlo pedido assí por merçed al Arçobispo doctor don Cristóbal de Castilla y Zamora, satisfaçiendo a las dudas que se ofrecían sobre el capítulo del Santo Conçilio de Trento [...] en cuya consecuencia el dicho Arçobispo le propuso en primer lugar al Pressidente de esta Real Audiençia, quien exerciendo el Patronato Real le presentó al dicho curato [...] y así mismo ocupa el puesto de Comissario del Santo Oçio de la Inquisición en dicha villa y su distrito[...]”22. Sin embargo, aquella provisión parece que distó bastante de la versión de quien la manipuló por completo. De hecho, el asunto provocó un escándalo de magnitudes tales que su tío se vio obligado a recabar numerosos informes de eclesiásticos y de seculares 17 Saavedra Zapater, J. C., “Redes familiares y clientelares americanas en España: los capellanes y predicadores de la Capilla Real de Palacio (1650-1700)”, en Bravo Caro, J. J. - Sanz Sampelayo, J. (eds.), IX Reunión Cientíca de la Fundación Española de Historia Moderna. Población y grupos sociales en el Antiguo Régimen, t. II, Málaga, 2010, p. 1225. 18 Saavedra Zapater, J. C., El primer reformismo borbónico en palacio: la Capilla Real (1700-1750), Madrid, 2005, p. 193 y ss. 19 Véase en esta misma obra Andújar Castillo, F. - Felices de la Fuente, M. M., “Una estrategia familiar: los Marín de Poveda, de Lúcar (Almería) a Chile en el siglo XVII”. 20 Acuerdos de la Real Audiencia de La Plata de los Charcas, Servicios y méritos, 1582-1693, t. X, Sucre, 2007, p. 602-603. 21 Archivo General de Indias [AGI], Charcas, leg. 24, n. 26. 22 Ibidem.
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de su jurisdicción para que todos testicaran a favor de aquella provisión y de las cualidades de su sobrino Bartolomé. Ante las numerosas denuncias acerca de la provisión fraudulenta del curato, en octubre de 1680 el rey ordenó al arzobispo de La Plata, Cristóbal de Castilla y Zamora, que averiguase lo sucedido en aquella “oposición”, calicada por algunos como “despótica provisión” realizada por el presidente de la audiencia, Bartolomé González de Poveda, en el nombramiento de su homónimo sobrino. La orden real era tan inequívoca como que señalaba que habiendo vacado uno de los curatos “fue nombrado para servirle en interin el licenciado Don Bartolomé María Poveda, sobrino y secretario de Don Bartolomé González de Poveda, Presidente de mi Real Audiencia de esa ciudad, con cuyo valimiento hizo instancia para que se le diese el dicho curato en propiedad y que habiendo acudido más de sesenta sujetos a oponerse a él lo dejaron de hacer menos dos panyaguados suyos que sirvieron de segundo y tercero para llenar la nómina y escusar la irrisión que de lo contrarío havía de causar, con que los naturales de esta tierra se hallaron con el desconsuelo de ver empleados siempre semejantes sujetos en los mejores curatos con grave merdo a las cédulas que están expedidas [...]”23. La averiguación del arzobispo Cristóbal de Castilla quedó en nada, entre otras cosas porque había sido él mismo que había amañado aquella elección, y nalmente el Consejo no obligó a repetir el nombramiento del curato de Potosí24. El patrocinio familiar no se limitó sólo a la colocación del sobrino en un más que apetecido puesto sino que, además, consciente de las irregularidades cometidas en su calidad de Presidente de la Audiencia, Bartolomé González de Poveda, se ocupó con todas sus fuerzas por ensalzar la gura del bisoño cura. Y más aún. Recién colocado en ese curato, cuando apenas llevaba unos meses disfrutándolo, Bartolomé Marín de Poveda ya le había escrito a su tío, en abril de 1679, con el n de que lo ascendiese hasta una canonjía de la ciudad de Lima25. Por entonces, la ambición de ambos no conocía límite alguno y la carrera del sobrino parecía imparable, siempre buscando metas en las que el poder y el dinero podían vencer cualquier obstáculo. Sin embargo, hasta el Consejo de Indias habían llegado informes tan críticos sobre la provisión del curato de Potosí que, si bien no lograron anularla, impidieron cualquier intento de seguir por ese mismo camino hacia puestos superiores de la jerarquía eclesiástica en la capital del virreinato. A pesar de tan irregular acceso al curato de Potosí, Bartolomé González de Poveda continuó en los años siguientes con sus intentos de promocionar a su sobrino Bartolomé. Cuando apenas se habían acabado los ecos del 23
AGI, Charcas, leg. 416, lib. 16., fol. 275 v. De hecho, la respuesta de Castilla Zamora, sin duda amigo de Bartolomé González de Poveda, no respondió a las averiguaciones que se le habían encomendado sino que se raticó en su “correcta” actuación. Toda la extensa documentación generada por la provisión del curato de Potosí en Bartolomé Marín de Poveda se encuentra en AGI, Charcas, leg. 136. 25 Acuerdos de la Real Audiencia de La Plata.., t. X, p. 602-603. 24
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asunto de Potosí, en julio de 1681, lo incluyó en una relación de beneméritos, dignos de ser promovidos, que envió al Consejo de Indias26. En esa relación, se limitó a exponer las “prendas” que asistían a su sobrino, como digno merecedor de un ascenso, pero evitando, con gran sagacidad, hacer mención a parentesco alguno con el mismo. Y más aún: con un descaro innito, Bartolomé Marín de Poveda que había llegado al curato de forma tan fraudulenta, llegó incluso a quejarse en 1682 al arzobispo de Charcas de que los antecesores de éste último en el cargo habían cercenado la autoridad de los curas, dejándoles tan sólo la administración de los sacramentos, al tiempo que habían aprovechado sus mitras para colocar a sus familiares27. Probablemente era esta la fórmula más adecuada para acallar las voces que, por entonces, trataban de seguir combatiendo el fraudulento nombramiento hecho por su propio familiar para colocarlo como cura rector de Potosí. De todas formas, los enemigos de los Poveda no cejaron en su empeño y continuaron con su particular batalla extendiendo las acusaciones hacia las prácticas corruptas de Bartolomé Marín de Poveda y su tío homónimo, el arzobispo de La Plata. Según una carta remitida al rey en enero de 1680 por Gaspar de Navarrete Usátegui, maestro de ceremonias de la iglesia de La Plata, el sobrino había llegado a tener, al amparo de su tío, un poder superior incluso al de éste. Censuraba la mano de ambos para “disponer a su voluntad la provisión de los curatos y otras cosas en contravención de las órdenes que le están dadas […]”, pero sobre todo arremetía contra Bartolomé Marín -“el más querido sobrino del arzobispo”- porque era el que materialmente manejaba todos los asuntos eclesiásticos de aquel arzobispado, sobre todo en materia de nombramientos. Según Gaspar de Navarrete, “los dos son árbitros ambiciosos de los curatos, capellanías y órdenes, y de ello se jacta desmesurado el sobrino, y mal político, diciendo con publicidad van herrados en sus pretensiones los que no las encaminan por sus respetos […]28. Del mismo modo, en 1682 desde la ciudad de La Plata se remitió una carta dirigida al Consejo de Indias, rmada por ocho personas, en la que se quejaban del presidente de la audiencia, de Bartolomé Marín de Poveda, y de su proceder en la colocación de sus dos sobrinos eclesiásticos, Bartolomé y Joaquín29. Sin embargo, la nueva denuncia acabó con una pesquisa por parte del Consejo de Indias para determinar si el denunciante había sido un tal Alonso de Moya Manrique. Estos problemas no fueron óbice para que en marzo de 1683 Bartolomé Marín de Poveda aspirara a ser comisario del Santo Ocio de Lima, si bien parece ser que no conseguió tal meta y se debió conformar con serlo de Potosí. 26
AGI, Charcas, leg. 24, n. 24. AGI, Charcas, leg. 416, lib. 6. 28 AGI, Charcas, leg. 136. Carta de Gaspar de Navarrete Usátegui al rey. La Plata, 20 de enero de 1680. 29 AGI, Charcas, leg. 417, lib. 7. 27
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Sosegado ya el ambiente, Bartolomé Marín de Poveda prosiguió su particular carrera y en los años siguientes debió graduarse como doctor y lograr una cátedra de prima de cánones de la Universidad de La Plata. Cuando en abril de 1690 recibió el breve apostólico que le nombraba predicador apostólico con licencia y título para predicar en Indias ya guraba con esa condición de catedrático de prima de cánones30. Poco tiempo después, casi con toda seguridad en 1691, y por tanto antes de la muerte de su tío acaecida en noviembre de 1692, Bartolomé Marín de Poveda debió trasladarse a España para tratar de negociar, entre otras cosas, que la provisión de una canonjía en la persona de su primo hermano, Joaquín de Poveda, llegara a buen puerto y lograra sortear las denuncias de fraude que habían llegado hasta oídos de los consejeros de Indias. En efecto, en octubre de 1689, el cabildo eclesiástico de la iglesia metropolitana de La Plata nominó para una canonjía magistral a Joaquín de Poveda pero de inmediato surgieron las denuncias ante el Consejo de Indias sobre la fraudulenta proposición que hacía el arzobispo de Charcas, Bartolomé González de Poveda, en la persona de su sobrino. La detención de dicha provisión en la Cámara de Indias obligó a Bartolomé González de Poveda a desplazarse en 1691 hasta Madrid para pesentar varios memoriales en defensa de su primo31. Desde ese momento, Bartolomé ya no regresaría nunca a América.
Una nueva vida en la Corte. Capellán de honor del rey y las denuncias por corrupción Llegado a Madrid, Bartolomé Marín de Poveda logró convencer a los camaristas de Indias acerca de las excelencias de su primo Joaquín, si bien nalmente éste se quedó sin la pretendida canonjía porque el rey, varios años después, decidió nombrar para la misma al propuesto en segundo lugar en la terna. Pero a partir de ese año de 169132 inició otra particular carrera que, sustentada en las inmensas riquezas que había traído de Indias, le llevó hasta la proximidad del monarca en calidad de capellán de honor, y le permitió desarrollar una intensa actividad como prestamista y como intermediario en las “pretensiones” de los naturales de Indias en Madrid. De los años que transcurren entre 1691 y su muerte en Milán en 1702, el hecho mejor conocido es su nombramiento como capellán de honor en 1695. Su relación de méritos, que fue extractada por Juan Carlos Saavedra Zapater, describe su trayectoria posterior a la obtención del curato de 30
AGI, Mapas y planos, Bulas y breves, leg. 496. AGI, Charcas, leg. 5. 32 Tenemos la certeza de que en 1691 ya se encontraba en Madrid pues en ese mismo año puso en marcha una agencia de negocios para las “pretensiones” en Madrid de los residentes de Indias. En concreto, fue demandado -por salarios no pagados- por Juan Galiano quien había trabajado en dicha agencia desde el 14 de diciembre de 1691 al 23 de agosto de 1694. Archivo Histórico de Protocolos de Madrid [AHPM], Protocolo 13.643. 31
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Potosí, señalando los referidos cargos, tales como los de visitador general del arzobispado de Charcas -con certeza por nombramiento de su tío-, comisario del Santo Ocio de Potosí -seguramente con idéntico origen de mérito- catedrático de prima de cánones de la Universidad de La Plata, gobernador y vicario general del obispado de Santa Cruz de la Sierra, y nalmente predicador apostólico33. Semejante cursus honorum constituía un más que notable aval para solicitar su ingreso en la Capilla Real de Palacio de Madrid. Y en efecto, como hemos señalado, en 1695 consiguió ese importante puesto. Desde ese momento, el único dato que conocíamos hasta ahora es el de su posterior viaje, junto al monarca, a la “jornada de Italia” en 170234. Pero, como veremos más adelante, aunque en Madrid se iba a dedicar a otros menesteres muy alejados de su carrera eclesiástica, las huellas de su actividad en Indias no iban a desaparecer por completo. Con su habitual lentitud en la resolución de cuantos procesos judiciales llegaban hasta sus manos, los consejeros de Indias determinaron en marzo de 1697 -a petición de uno de sus dos scales- que el arzobispo de Charcas debía tener constancia de los excesos cometidos por Bartolomé Marín de Poveda en aquellas tierras y, por tanto, se le ordenaba que si las partes recurriesen pidiendo justicia, la ejecutase, sobre todo en lo relativo a los abusos cometidos durante la visita que hizo a la diócesis. Además, esa justicia se debía hacer extensiva en todo lo relativo a los expolios de las iglesias cuyas sillas había gobernado su tío Bartolomé González de Poveda35. Por entonces, este último había muerto, y Bartolomé Marín de Poveda se hallaba en Madrid, cerca de Carlos II, cuya justicia ordenaba ahora resarcir a los damnicados por su etapa como pastor de almas en Indias. Los abusos comprobados por el scal del Consejo de Indias constituyen una jugosa nómina de actividades ilícitas, delictivas muchas de ellas, que permitieron a Bartolomé Marín de Poveda acumular en pocos años una inmensa fortuna con la que se trasladaría a España en 1691. Al por entonces capellán de honor se le acusó ante el arzobispo de Charcas de delitos eclesiásticos y de otros relacionados con el contrabando, a pesar de que estos últimos escapaban por completo a la jurisdicción eclesiástica. Entre los segundos se le acusó de haberse dedicado a comerciar con oro sin quintar en cantidades que llegaban hasta las trescientas libras, y de introducir géneros prohibidos por la vía de Buenos Aires, la misma por la que negoció también de forma ilícita su hermano Tomás Marín de Poveda durante el tiempo que fue capitán general de Chile, como lo demostraba el hecho de que había “enviado a su hermano Don Tomás Marín excesivas cantidades y en una ocasión más de cien mil pesos porque hizo fulminar causa supuesta contra Don Alonso de Moya, porque habiéndosele opuesto 33 34 35
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Saavedra Zapater, J. C. “Redes familiares y clientelares…”, p. 1239. Véase nota 5 de este mismo texto. AGI, Charcas, leg. 417, lib. 7.
en un pleito de abintestato, siendo presidente su tío y escrito contra él, le había aprehendido las cartas y tenido otros lances […]”. Tan graves como esos fueron otros delitos relacionados con su cargo eclesiástico, entre ellos el de haber dominado “sobre todos los ministros de esa jurisdicción por el parentesco con Don Bartolomé González de Poveda, que fue Presidente de la Audiencia y vuestro antecesor en ese arzobispado, y lo ganada que le tenía su voluntad; que estando dicho Presidente en Potosí al despacho de la Armada el año de seiscientos ochenta y ocho, por no decaer de la mano que siempre había tenido en el gobierno de su tío, puso de su autoridad en la cárcel a diez personas seglares con pretexto de que no habían cumplido con la Iglesia, no siendo el medio correspondiente sino el de las censuras; que en la provisión de los benecios no iba propuesto mas que el que negociaba con él; que estando vaca una de las dos sacristías de Potosí, quería se diese a un sujeto notoriamente inútil, y aunque había más curas para oponerse, no se resolvían por no incurrir en la indignación de Don Bartolomé Marín, que era lo mismo que en la del Arzobispo su tío [...]; que habiendo despachado la Audiencia provisión de ruego y encargo al Arzobispo para dispusiese fuese a servir su curato por los escándalos que causaba en esa ciudad, lo que executó fue darle la visita general de esa diócesis, de que sacó más de cien mil pesos en cuatro meses, sin visitar a los curas y los convocaba a parajes, donde ajustaba con ellos la visita [...]; que en la visita llevaba doscientos pesos de procuraciones para sí y sus Ministros […]36. De ese prolijo elenco de prácticas ilícitas, de abusos y extorsiones, nació una inmensa fortuna, con la cual se trasladó a Madrid para invertirla en múltiples negocios, tanto en la propia Corte como en su tierra natal, en Lúcar. Y esa fortuna explica también los numerosos intereses en torno a aquel testamento que, con tantas seguridades y con tantos actores intervinientes, se abrió en Madrid a comienzos de 1703 después de que Bartolomé falleciera en Italia. No obstante, lo más interesante del caso es que cuando el Consejo de Indias dictaminó la certeza de tales delitos ordenó al arzobispo de Charcas y a la audiencia de la misma jurisdicción que prosiguiese en la averiguación de los hechos si hubiere autos previos y, que en caso de que no los hubiese, procediese a la averiguación de los mismos porque lo que estaba ahora en juego no eran solamente los abusos cometidos por Bartolomé Marín de Poveda contra la población sino la enorme lesión causada a los derechos reales. Incluso, la decisión de la scalía del Consejo de Indias, aprobada por el pleno del Consejo, fue más allá aún al ordenar que, procediendo conforme a derecho, actuase contra los bienes de Bartolomé Marín, “pidiendo el auxilio eclesiástico, así para el embargo como para lo demás que se pueda ofrecer”37. El asunto adquirió tonos inusitados, pues se le ordenaba a la audiencia de La Plata que actuase contra los bienes en América 36 37
AGI, Charcas, leg. 417, lib. 7, fol. 231 r. Ibidem, fol. 232 r. 191
de quien se hallaba tan cercano -él mismo y sus bienes- al propio Consejo de Indias como que compartían el mismo techo en la Corte. No en vano, aquel dictamen del Consejo de Indias, rmado por el propio monarca, salió con destino al arzobispo de Charcas y al presidente de la audiencia de La Plata y, casi con toda certeza, tuvo que llegar a oídos del propio interesado, pues a la sazón entre sus múltiples actividades se encontraba la de hacer de mediador de las “pretensiones” de los naturales de América ante ese mismo Consejo. Desde luego, es evidente que el propio Felipe V, probablemente nunca identicó a su capellán de honor con aquel hombre que tantos desmanes, abusos y corruptelas había cometido en América. De todos modos, lo excepcional del caso radica en que Bartolomé Marín de Poveda debía ser supuestamente castigado y embargado en unos bienes que, por entonces, ya no estaban en las lejanas tierras de Indias sino en los mismos aledaños de donde se había dictado aquella resolución condenatoria. Lo cierto es que durante aquellos años en que Bartolomé Marín de Poveda era investigado por sus prácticas ilícitas y corruptas en Potosí, supo invertir bien en Madrid y en su tierra natal de Lúcar las riquezas acumuladas. Sus actividades durante estos años se pueden rastrear a través de algunas actas notariales conservadas y de su extenso testamento, por el cual desló una interesante nómina de personajes de esa España de las postrimerías del siglo XVII. Ambas fuentes nos han permitido reconstruir las dos grandes estrategias de inversión, una orientada a establecer una sólida red de relaciones en la Corte que le posibilitaran inuencia y poder, y otra dirigida a asegurar el prestigio familiar en su tierra de origen mediante la vinculación de propiedades.
El poder del dinero: préstamos y mediaciones El propio Bartolomé Marín reconocía en su testamento que cuando llegó a Madrid -hacia el año de 1691- traía “caudal” de Indias, si bien lo había invertido todo en la compra de casas y haciendas, así como “en socorrer a los míos necesitados”. Y en efecto había realizado grandes inversiones en la compra de tierras en el Reino de Granada, particularmente en Lúcar, y había adquirido varias casas tanto en su tierra natal como en Madrid. Pero además, desde el momento mismo de su llegada a la Corte, también se dedicó a otros menesteres que le pudieran reportar nuevas ganancias. Por un lado, comenzó a ejercer de prestamista, actividad que, según confesaba, la hacía sin percibir interés alguno, pues, en sus propias palabras “jamás me he mezclado en este género de negociación”. A tal efecto, llevaba un libro de caja, bastante grueso, en el que iba anotando el capital prestado y los pagos que periódicamente percibía de los prestatarios. Por otro lado, en su calidad de abogado y con unas excelentes relaciones en Indias, tanto personales como familiares, abrió en Madrid una agencia de negocios, de 192
intermediación, para tratar ante los diferentes Consejos -fundamentalmente los de Indias y Órdenes- las “pretensiones” de los residentes en aquellas lejanas tierras. Aceptemos como veraz que prestaba dinero sin percibir interés alguno a cambio ¿Por qué prestaba entonces? ¿Caridad cristiana o había algo más detrás de aquella magnanimidad? ¿Por qué arriesgar un capital que había atesorado con tanto “esfuerzo”? Tales interrogantes no tienen otra explicación que la del uso de su riqueza como instrumento de conformación de una poderosa red de relaciones y de inuencias que utilizó para sus múltiples intereses. Nada mejor que el enorme capital relacional que le abría el dinero prestado a importantes personajes que, de un modo u otro, luego iban a devolver esos inexistentes intereses en forma de favores, tanto para el propio Bartolomé Marín como para su familia. No de otro modo se explica su rápido ascenso, cuando apenas llevaba tres años en España, a un puesto de capellán de honor del rey38. Desde luego, fortuna no le faltaba para hacer numerosos préstamos y para adquirir propiedades tanto en Madrid como en su pueblo de nacimiento. Además del capital que trajo consigo desde Potosí en 1691, durante los años siguientes continuó recibiendo caudales de América. Allí dejó propiedades y rentas que, probablemente, habían quedado en administración de sus familiares. Así en junio de 1694 recibió a través de Sevilla la suma de 2.534 escudos de plata procedentes de “ciertos cajones de plata labrada” que había recibido a través de un comerciante sevillano39. Y unos meses después, en agosto de 1694, dio un poder a su primo Joaquín Poveda Montoya y a sus hermanos Andrés y Antonio para que cobrasen todo lo que le debían en Indias, así como para que arrendasen sus bienes raíces y pudieran tomar cuentas de los mayorazgos que allí tenía. Del enorme capital acumulado da prueba una ampliación de ese mismo poder notarial, para los mismos familiares, con el n de que cobrasen todo lo que se debía a su tío y protector, Bartolomé González de Poveda, quien había fallecido en noviembre de 1692. Como había partido hacia España el año anterior, no había podido llevar consigo determinados bienes, tales como una partida de esclavos que había dejado en poder de su tío para que se los vendiese40. Sí que se había embarcado hasta Sevilla con una esclava, llamada María de Lobera, natural de La Plata, “que la hube y compré en ella entre otros esclavos y esclavas”, en pública subasta de los bienes que quedaron por muerte de Juan de Lobera Vivar, un racionero de aquella iglesia de La Plata41. Por entonces, los 38 Aunque se ha dado la fecha de 1695 como la de su nombramiento, en una escritura notarial que otorgó en Madrid el 10 de agosto de 1694 ya se intitulaba como capellán de honor. AHPM, Protocolo 13.643, fol. 321 r. 39 AHPM, Protocolo 13.643, fols. 308 r. y v. 40 Ibidem, fols. 323 r. - 326 r. 41 Ibidem, fols. 623 r. - 624 r. La esclava acabó regalándola, por esa escritura fechada en Madrid el 20 de noviembre de 1696, a su sobrina política Andrea Parrilla Montoya, que por entonces residía en Lúcar.
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esclavos tenían una alta cotización y Bartolomé Marín de Poveda no estaba dispuesto a perder el dinero de la venta de aquellas valiosas “piezas”. Si en España dispuso de la considerable fortuna que trajo consigo en su viaje desde Potosí, en América los bienes dejados debieron alcanzar igualmente proporciones considerables. Además del poder dado a sus familiares para que arrendasen sus bienes raíces, se preocupó también porque los bienes muebles fuesen traducidos a dinero y porque se cobrase todo lo que se le debía en otras plazas en donde había tenido negocios y a donde no podían llegar sus hermanos. En agosto de 1695 dio un poder a cuatro comerciantes vascos asentados en Sevilla, que por entonces se hallaban de partida para Indias, para que cobrasen todo el dinero que se le debía en Portobelo, en Cartagena de Indias y en cualquier parte de aquellas tierras42. Años después, en el testamento de 3 de marzo de 1700, todavía continuaba a la espera de la llegada de caudales de Indias, pues incluyó una cláusula en la que declaraba que si en los navíos de Buenos Aires que debían llegar a Sevilla o “en los próximos galeones, u en otra cualquier embarcación vinieren de Indias algunos caudales” a su nombre, fuesen entregados a su primo Rodrigo Marín43. Hombre habilidoso, gran negociante, nada más llegar a Madrid en 1691 decidió invertir su fortuna con sumo cuidado, procurando diversicar sus riesgos y, al mismo tiempo, tratando de obtener rentabilidad de su extensa red de relaciones -y la de su familia- con indianos, sobre todo eclesiásticos. Por ello su estrategia se orientó hacia la inversión en tierras en su Lúcar natal y en otros lugares del Reino de Granada, hacia el préstamo, a proseguir con su actividad comercial y a organizar una ocina de mediación en la Corte que le permitiera obtener pingues benecios de la avidez de cargos y honores de muchos de los residentes en Indias. Esa cuádruple dirección de su actividad -como se ve, muy distante de su carrera eclesiástica- perseguía asegurar su futuro y, sobre todo, el de toda su parentela que residía en el Reino de Granada, en la villa almeriense de Lúcar. De esas dedicaciones su testamento proporciona abundantes pruebas de tres de ellas, en tanto que de la comercial tan sólo tenemos referencia a que poco antes de rmar el testamento, valiéndose de un importante nanciero y comerciante de origen holandés, Bartolomé Flon44, envió hacia Francia nueve sacas de lana de vicuña -que pesaban un total de 46 arrobas- que había recibido de América para que fuesen vendidas en la ciudad de Rouen45. 42
Ibidem, fols. 466 r. y v. AHPA, Protocolo 4.477. 44 Sobre Bartolomé Flon, véase Muñoz Serrulla, Mª T., “Don Bartolomé Flon y Morales, I Conde de la Cadena, nanzas y ascenso social: su participación en la creación y desarrollo del Monte de Piedad de Madrid (S. XVIII)”, en Hidalguía: la revista de genealogía, nobleza y armas, 331, 2008, pp. 729-700. Abundantes datos sobre su actividad como nanciero e intermediario en múltiples negociaciones se encuentran en Andújar Castillo, F., Necesidad y venalidad. España e Indias, 1704-1711, Madrid, 2008. 45 AHPA, Protocolo 4.477. 43
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Además, su traslado a España no supuso el n de sus negocios en Indias, tal y como lo prueba un documento notarial fechado en Madrid el 3 de mayo de 1701 por el que ajustaba cuentas con el comerciante sevillano Bernabé de Soraluce, a quien había dado poder para que cobrara en Indias diferentes cantidades. Así, diez años después de haber abandonado aquellas tierras, Bartolomé Marín de Poveda, saldaba cuentas con Soraluce por importe de 7.687 pesos que en su nombre había cobrado46. Esa suma contenía el valor neto de diferentes cantidades que había percibido en su nombre, entre ellas “dieciocho tejos de oro quintado” que había cobrado en Portobelo, 4.206 pesos que le remitía desde Chile su hermano Tomás Marín de Poveda, y diversas cantidades que le adeudaban varios sujetos, entre ellos dos curas de Potosí. A su vez, Bartolomé Marín debía a Soraluce idéntica suma en concepto de gastos de cobro, etes, derechos de aduana y transporte hacia Madrid, así como por otros pagos hechos en su nombre. Entre otras cosas, todos estos datos ponen de maniesto, amén de una clara diversicación de sus negocios, que el préstamo había sido una de las principales ocupaciones de Bartolomé Marín durante el tiempo en que sirvió el curato de Potosí. Lo primero que hizo, nada más llegar a Madrid procedente de Potosí, fue adquirir a la Real Hermandad del Refugio de Madrid una casa en un lugar notable, en la calle de El Prado, una vivienda colindante con la del marqués de Monasterio, edicio de gran valor, pues entre otras cosas disponía de agua propia. Además, fruto de sus préstamos, en ejecución de uno de ellos, se hizo con otra casa en la calle de la Visitación, que había sido propiedad de Alonso Torralba, quien se vio obligado a entregarla por no poder pagarle el dinero que le adeudaba47. A ese patrimonio en Madrid sumó dos viviendas más en Lúcar, una heredada de sus padres y otra de su tío Bartolomé González de Poveda.
Construir relaciones: los préstamos Según su testamento, Bartolomé Marín de Poveda prestaba dinero sin interés a diferentes personas. Desparecido su libro de caja, resulta imposible determinar la veracidad de tal aserto. Sin embargo, otras rentabilidades se podían conseguir de aquella actividad, tan generosa y graciosa como en apariencia ingenua. Entre la nómina de prestatarios guran algunos nombres que eran fundamentales para su otro trabajo, probablemente más lucrativo, de negociar pretensiones -casi todas ellas de cargos y honores- en los diferentes Consejos de la monarquía y ante el propio soberano. Dos nombres propios destacan entre quienes se vieron “relacionados” en una tela de araña cuyos hilos dorados se unían entre sí por el dinero que prestaba, en teoría, sin pedir nada más a cambio que su devolución en los plazos convenidos. 46 47
AHPM, Protocolo, 13.644, fol. 126 r. AHPA, Protocolo 4.477. 195
El primer nombre es del genealogista Luis de Salazar y Castro, con quien mantuvo Bartolomé una estrecha amistad, hasta el punto de que tras el testamento que hizo en 1694, dos años después, en junio de 1696, volvió a hacer un nuevo testamento por el que declaraba como heredero universal a su hermano Tomás -y, si este muriese, a su hermano Francisco- y designaba como albaceas testamentarios a su primo Rodrigo Marín -por entonces canónigo maestrescuela de Granada y ya también capellán de honor-, a su hermano Francisco y al propio Luis de Salazar y Castro. Por esa escritura no sólo lo designaba albacea sino que expresamente señaló que era su voluntad que “luego que fallezca entre y se apodere de todos mis bienes el dicho don Luis de Salazar y los gobierne y administre por él solo hasta que venga cualquiera de mis herederos”48. A pesar de los pocos años que Bartolomé llevaba en Madrid, se habían forjado lazos tan estrechos como que llegaron a emparentar mediante el casamiento de sendos familiares. El 22 de mayo de 1696 se rmaron en Madrid unas capitulaciones matrimoniales por las que se pactaban las nupcias entre María Magdalena Marín de Poveda -sobrina por parte de su hermano Francisco- y el primo de Luis de Salazar, José Salazar Ruales, hijo del alcaide del castillo de Pancorbo49. El casamiento, negociado por Bartolomé Marín, suponía la aportación como dote de María Magdalena lo que importasen las legítimas paterna y materna que le pertenecieren cuando falleciesen sus padres, así como una generosa donación intervivos por importe de 6.000 ducados que hacía el propio Bartolomé Marín, quien, además, se comprometía a nombrar a los descendientes de los contrayentes en las memorias y obras pías que tenía previsto fundar en los años venideros50. De hecho, cuatro años después de dicho testamento, cuando redactó el de 1700, aunque aún no había podido juntar tierras en Lúcar en una sola hacienda por el valor de dichos 6.000 ducados, mandaba que se ajustase la cuenta para cumplir las citadas capitulaciones matrimoniales y se le diese la citada cantidad “procurando que sean juntas y en una parte” y además que “se le funde vínculo como yo desde luego lo fundo para los hijos y sucesores de la dicha doña María Magdalena Marín de Poveda mi sobrina […]”51. Seguramente ambos se necesitaban. Bartolomé Marín podía prestarle dinero -tanto a él mismo como a sus allegados-, y favorecer un buen casamiento para la familia de Luis de Salazar. Por su parte, este último podía poner a su disposición su enorme inuencia como genealogista en las pruebas de limpieza de sangre y nobleza que se tramitaban en diferentes instancias, tales como la propia Capilla Real para el acceso de los capellanes de honor, o en el Consejo de Órdenes en la tramitación de los 48
AHPM, Protocolo 13.643, fol. 562 r. Ese mismo año José Salazar Ruales consiguió, probablemente por compra, la alcaidía de la Puerta de la Reina de la ciudad de Llerena. AHPA, Protocolo 4476, fol. 68 r. 50 AHPM, Protocolo 13.643, fols. 543 r. - 546 r. 51 AHPA, Protocolo 4.477. 49
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siempre demandados hábitos de las órdenes militares. En este sentido, conviene anotar que Bartolomé Marín de Poveda organizó en la Corte una “agencia” para tramitar, entre otras cosas, las pretensiones de honores de muchos indianos que buscaban su ascenso social mediante el ingreso en dichas corporaciones nobiliarias. Por tanto, el concurso de Luis de Salazar le debió ser muy necesario, máxime si tenemos en cuenta que éste, como ha señalado Enrique Soria, calló y tapó “las manchas de las ascendencias, ocultando las taras de tantos y tantos poderosos linajes de su época”52. En contrapartida, Luis de Salazar recibió personalmente dinero prestado de Bartolomé Marín y por su mediación también se vieron favorecidos otros familiares del genealogista, como su cuñado Gregorio Quevedo. La “generosidad” de los préstamos de Bartolomé Marín se aprecia en algunos de los poderosos destinatarios de los mismos. El dinero posibilitaba abrir todas las puertas y construir una considerable red de relaciones. Según su propio testamento, en junio de 1692 había prestado 24.000 reales de plata a don Pedro Antonio Portocarrero, Patriarca de las Indias Occidentales y Arzobispo in partibus de Tiro, una cantidad que ocho años después aún no le había devuelto53. No obstante, Bartolomé había conseguido una más que notoria rentabilidad. Por entonces el padre de don Pedro, el conde de Montijo -Cristóbal Portocarrero Guzmán- servía en palacio como mayordomo mayor del rey, cargo del que se jubilaría en 169454. Pero más importante aún era el hecho de que el Patriarca de las Indias era capellán y limosnero mayor de la Capilla Real, y como tal no sólo presidía el cabildo de capellanes de honor sino que además era el encargado, entre otras cosas, de proponer al rey todos los cargos de la Capilla, de informar al rey acerca de la idoneidad y linaje de quienes pretendían ser capellanes de honor55. Don Pedro Portocarrero había sido nombrado capellán y limosnero mayor del rey en noviembre de 169156, por lo que cuando Bartolomé Marín le prestó dinero unos meses después, sin duda ya debía tener puestas las miras en la institución religiosa en la que pretendía ingresar. Y nada mejor que hacer un préstamo a quien luego debía proponerlo ante el rey para ocupar tan prestigioso puesto en la Capilla Real de Palacio. Pero hay más coincidencias en la relación entre Portocarrero y Marín de Poveda. Cuando éste último presta dinero a aquél corre el mes de junio de 1692. Pues bien, unos meses después, en noviembre, ingresa en la Capilla Real como capellán de honor su sobrino Bartolomé Basilio Marín de Poveda, hijo de su hermano Francisco57. Hasta ese momento Bartolomé 52 Soria Mesa, E., La biblioteca genealógica de don Luis de Salazar y Castro, Córdoba, 1997, p. 17. 53 AHPA, Protocolo 4.477. 54 Archivo General de Palacio [AGP], Reinados, Felipe V, Leg. 159-2. 55 Saavedra Zapater, J. C., El primer reformismo borbónico…, op. cit., p. 28. 56 Fernández de Bethencourt, F., Historia genealógica y heráldica de la Monarquía Española, Casa Real y Grandes de España, Madrid, 1897-1920, t. VI, p. 333. 57 Sánchez Belén, J. A., “Una saga de capellanes de honor…”, p. 331.
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Basilio solo podía acreditar ser colegial del Colegio Mayor de San Miguel de Granada y con ese exiguo mérito se encaramó hacia tan decisivo destino que, para otros, requería una larga carrera eclesiástica58. El contacto entre Portocarrero y Marín de Poveda se había producido a través de una tercera persona, Alonso de Torralba, un personaje clave en la red de intereses en el mundo eclesiástico que iba a tejer el capellán de honor en la Corte. En su calidad de mediador en pretensiones de todo orden, incluidas las eclesiásticas, Bartolomé Marín tuvo claro que tan importante como su capital económico era disponer del capital relacional necesario como para llegar a todas las instancias por donde debían discurrir sus negocios. Y así puso sus miras en Roma, de la mano de Alonso de Torralba. Éste, religioso de la orden de Calatrava desde 1688 por permuta, había logrado también un puesto de capellán de honor, sentándose por tanto en el mismo banco de capellanes que Bartolomé Marín de Poveda desde que éste ingresara en la Capilla Real en 169559. Pero la amistad entre ambos, probablemente trabada en ese espacio palatino, debió ser más intensa desde que en torno al año 1692 Alonso Torralba fue nombrado agente general en Roma para los asuntos de Castilla, Indias y Cruzada, lo cual signicaba tanto como que por sus manos pasaban las preces que se tramitaban ante el Papa60. Y, siendo Bartolomé Marín un eclesiástico que se iba a especializar en la mediación de ascensos eclesiásticos, su relación resultaría capital para el buen n de sus clientes. Ambos mantuvieron una estrecha amistad, tanto como que cuando Torralba marchó a Roma dejó en casa de Bartolomé dos estantes de libros y “una lámina de Cristo nuestro señor con la cruz a cuestas”. Los asuntos de Alonso Torralba, como los de Bartolomé Marín, debían trascender del mero ámbito eclesiástico. Este último, en su testamento, declaraba la estrecha amistad que le unía con don Alonso, hasta el punto que no sólo se había ocupado de guardar sus libros sino que durante la estancia de aquel en Roma, Bartolomé había “corrido en esta Corte con sus dependencias y cobranzas, socorriéndole en las ocasiones que lo han necesitado con gran puntualidad”, para lo cual llevaba un libro de contabilidad del cual anualmente le enviaba las cuentas61. Dicho de otro modo, Bartolomé Marín no sólo se ocupaba de la administración de las “dependencias” de Torralba en Madrid sino que además le había prestado dinero para sus asuntos cada vez que lo había necesitado. A cambio, la actitud de Torralba en Roma debió 58 Bartolomé Basilio debió fallecer poco después de ese nombramiento pues su rastro desaparece por completo, tanto en la propia documentación de palacio (Cif. Sánchez Belén, J. A., “Una saga de capellanes de honor…”, p. 331) como en la documentación notarial relativa a la familia. 59 Saavedra Zapater, J. C., El primer reformismo borbónico…, op. cit., p. 58. 60 Alonso Torralba fue nombrado, de forma bastante extraña, consejero supernumerario del Consejo de Órdenes en mayo de 1702. Su excepcional nombramiento provocó una dura oposición del Consejo a que ocupara una plaza efectiva o del número. Cif. en Castellano, J. L., Gobierno y poder en la España del siglo XVIII, Granada, 2006, p. 48. 61 AHPA, Protocolo 4.477.
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de ser de extremado celo en los asuntos que venían tramitados por la mano e intermediación de Bartolomé Marín de Poveda. Más arriba hemos aludido a la ejecución de una deuda por parte de Bartolomé Marín en la persona de Torralba. Según testimonio de aquél, nunca había prestado dinero con intereses, pero era evidente que podía obtener benecios más elevados por los “estrechos vinculos” que forjaba una dependencia económica en forma de préstamos. Cuando redacta su testamento en 1700, entre los que tienen préstamos con Marín pendientes de cancelar, guran otros personajes conocidos, algunos de los cuales tienen relación directa con sus negocios. En concreto, en esa fecha declara que aún le debe el conde de Aguilar 3.890 reales, encomendando a sus albaceas “se hable con su excelencia, que solo con eso se ha de cobrar”62. Años atrás el conde de Aguilar había sido investido con un collar del Toisón, y en 1697 había sido nombrado embajador extraordinario en Roma, es decir, donde Marín de Poveda precisaba de buenas relaciones para que salieran adelante los intereses de su agencia de mediación63. En un plano más cercano, entre la nómina de deudores inserta en su testamento, se encuentra José Aguiriano, ocial de la Cámara de Castilla, a quien le había prestado en 1693 la suma de 9.488 reales. Desde luego, un buen nexo con la Cámara era tan imprescindible como con Roma, pues a través de ella se tramitaban las ternas que se elevaban al rey para nombramientos eclesiásticos, materia que, por otro lado, era uno de los principales asuntos de intermediación de la agencia madrileña de Marín de Poveda. Entre la extensa nómina de deudores también guraban otros nombres conocidos, tales como los de Julián Cañaveras -quien desde 1696 ejercía como alcalde de la Mesta por los nobles de Madrid- y el conde de San Esteban de Gormaz. Sin embargo, retomando la interesante red de inuencia eclesiástica tejida por Bartolomé Marín, encontramos en su testamento préstamos realizados a dos canónigos de la ciudad de Granada así como a un capellán de su Capilla Real. Fuera del testamento, entre los protocolos notariales que hemos podido localizar de esa década que vivió en Madrid entre 1691 y 1700, hallamos una interesante acta notarial por la cual en julio de 1696 daba poder a su primo Rodrigo Marín para que cobrase del arzobispo de Granada, Martín de Ascargorta, la suma de 30.000 reales que le había prestado en diciembre de 169264. Pero ¿por qué prestaba a tantos eclesiásticos granadinos? Veamos. Desde su llegada a Madrid procedente de Indias, Bartolomé Marín de Poveda comenzó a ejercer una fuerte protección sobre su primo Rodrigo Marín, por entonces residente en Granada y, como él, también eclesiástico. En cierto modo, trataba de emular el mismo patronazgo que 62 63 64
AHPA, Protocolo 4.477, fol. 52. Archivo General de Simancas [AGS], Gracia y Justicia, leg. 814. AHPM, Protocolo 13.643, fol. 581 r. y v. 199
en Indias había ejercido hacia su persona su tío Bartolomé González de Poveda. Bartolomé prestó a canónigos granadinos porque, entre otras cosas, eran compañeros de cabildo de su primo Rodrigo, y entre esos canónigos, como magistral, se encontraba Martín de Ascargorta, consagrado como obispo de Salamanca en noviembre de 169065. Cuando éste recibe el préstamo en diciembre de 1692 se hallaba aún en la mitra salmantina, pero Rodrigo Marín y Ascargorta se conocían desde su etapa como canónigos de Granada. En mayo de 1693 Martín de Ascargorta, siguió manteniendo la deuda con Bartolomé Marín de Poveda cuando su amigo Rodrigo Marín quedó ya bajo su jurisdicción al ser nombrado aquel arzobispo de Granada. La red es muy compleja, pero todo apunta a que la dirigía el acaudalado Bartolomé Marín. De su mano, su primo Rodrigo consiguió en noviembre de 1692 una plaza supernumeraria de predicador real sin gajes, siendo aprobado su expediente por una comisión integrada por varios capellanes de honor presididos por don Pedro Portacarrero -Patriarca de las Indias-66 quien, como hemos visto, desde junio de 1692 ya se encontraba en la red de Bartolomé Marín de Poveda pues en esa fecha había recibido de éste un préstamo de 24.000 reales de plata. Las fechas de los préstamos marcan las pautas de los nombramientos de la familia Marín de Poveda en puestos de la Capilla Real que, aunque fuesen honorícos, situaban a sus miembros en la antesala de mayores ascensos, sobre todo en la puerta de los anhelados obispados. El valimiento de Bartolomé Marín de Poveda hacia su primo no se detuvo ahí. Desde su privilegiada atalaya de la Corte y con tan poderosas amistades en la Capilla Real siguió patrocinando su carrera. En 1694, de nuevo, el Patriarca de las Indias intervino en favor del primo de su prestamista y lo propuso al rey para cubrir una vacante de arcediano de la catedral de Granada, para lo cual Rodrigo Marín contaba con el aval del presidente de la Chancillería de Granada y de Martín de Ascargorta, por entonces ya arzobispo de Granada, quien, como ha señalado Juan Carlos Saavedra parecía “profesarle gran afecto”67, derivado sin duda de las relaciones espirituales y, probablemente también “económicas”, que había mantenido con anterioridad con Bartolomé Marín. La pretensión no surtió efecto, pero el Patriarca de las Indias volvería a la carga en 1695, esta vez con éxito, al conseguir sendas plazas de capellanes de honor de la Capilla Real para Bartolomé Marín de Poveda y para su primo Rodrigo Marín68. La meteórica carrera de Rodrigo Marín sufriría desde entonces un cierto parón, motivado tal vez por la desaparición en 1702 de su acaudalado familiar y valedor, pero se encontraba ya en el mejor camino para futuras promociones. Los 65
López, M. A., Los arzobispos de Granada. Retratos y semblanzas, Granada, 1993, p.
187. 66 67 68
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Sánchez Belén, J. A., “Una saga familiar de capellanes de honor…”, p. 332. Saavedra Zapater, J. C., El primer reformismo borbónico…, op. cit., p. 187. Ibidem.
servicios de la Guerra de Sucesión y la delidad a la dinastía borbónica serán los mejores avales para su promoción a obispo de Segorbe en septiembre de 1708 y de Jaén en 1714, y nalmente electo de Burgos en 1732, mitra que no llegó a ocupar porque fallecería en febrero de ese año69. Durante poco más de la década que Bartolomé Marín de Poveda vive en Madrid, su primo Rodrigo Marín se convierte en su persona de conanza para todo lo que va a ser su estrategia en torno al futuro de la Casa en la villa almeriense de Lúcar. A él le encargará la fundación de un posito en dicha villa y lo designará como albacea testamentario para que hiciera cumplir sus últimas voluntades. Hemos visto que por su intercesión prestó a canónigos de Granada, pero el propio Rodrigo Marín también recibió préstamos de su primo, del mismo modo que cuando testó lo convirtió en máximo depositario de su conanza al encargarle que se hiciese cargo del dinero que viniese de Indias a su nombre. Esa relación tan estrecha y esa conanza se maniestan también en que lo dejó como heredero de sus pertenencias y objetos religiosos, al tiempo que le nombró inicialmente como depositario de todas las alhajas que tenía hasta que viniese a España el heredero universal de sus bienes, su hermano Tomás Marín de Poveda. El patrocinio de Bartolomé Marín de Poveda se extendió a toda la parentela que había quedado en Granada, fundamentalmente a su hermano mayor, Francisco, así como a los hijos de éste. De hecho, en el ámbito que mayor inuencia tenía, en la Capilla Real, colocó como capellán de honor en noviembre de 1692 a su sobrino Bartolomé Basilio Marín de Poveda, hijo de Francisco, hermano mayor de Bartolomé Marín de Poveda. Probablemente una muerte prematura truncó la carrera de Bartolomé Basilio, pues a pesar de que fue admitido como capellán no se han localizado datos posteriores en el Archivo General de Palacio70. Nótese una vez más las fechas y el favor dispensado por el Patriarca de las Indias, Pedro Portocarrero, a la familia de Bartolomé Marín, justo en el momento en que éste andaba suministrándole préstamos para sus asuntos personales. Conseguir tres plazas de capellanes de honor en la misma coyuntura no debió responder más que a los vínculos establecidos entre el Patriarca y Bartolomé en los que la ventajosa posición económica de este último debió ser factor decisivo en tales nombramientos.
El negocio de las relaciones: la agencia de mediación en la Corte El capital relacional acumulado tanto por Bartolomé Marín de Poveda como por sus hermanos en distintos puntos de América no podía ser desperdiciado tras haber abandonado esas tierras para jar su residencia en la 69 Una síntesis biográca se encuentra en Sánchez Belén, J.A., “Una saga familiar de capellanes de honor…”, pp. 331-347. 70 Sánchez Belén, J. A., “Una saga familiar de capellanes de honor…”, p. 331.
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Corte. Un lucrativo negocio se podía abrir, cual funcionaban otros en la misma capital71, para tramitar las pretensiones de ascensos, de mercedes y honores del vasto grupo de servidores del rey en Indias en los principales espacios de gobierno de la monarquía, esto es, en asuntos eclesiásticos, políticos, militares, judiciales y de hacienda. En su calidad de “hombre de Iglesia”, Bartolomé Marín conocía como nadie el funcionamiento interno de su institución, los mecanismos de promoción, las instancias de negociación, los personajes claves en cada momento de tramitación de los expedientes y, en suma, todo el complejo entramado por el que se movía el poder en el seno de la “carrera eclesiástica”. Es por ello que, cuando se instala en Madrid, decide abrir una agencia de negocios, para mediar entre Indias y la Corte en las pretensiones de quienes, previo pago de una determinada cantidad de dinero para los “trámites”, buscaban prosperar en su carrera eclesiástica y en la de los honores. Hombre muy astuto, Bartolomé Marín de Poveda supo rodearse en la Corte de algunas piezas de ese complejo entramado de relaciones que permitían que las “pretensiones” discurrieran con mayor rapidez y, además, llegaran al puerto deseado por quienes le habían encargado -y pagado- para que mediara en su favor. Más arriba hemos visto a través de los préstamos que concedía cómo se relacionaba con los espacios institucionales decisivos por donde debían circular las demandas de sus clientes. Con gran sagacidad logró extender ese marco relacional hasta la mismísima Roma mediante su estrecha amistad con el agente de España en aquella ciudad, Alonso de Torralba. En Madrid, se ubicó en la proximidad del rey, en la Capilla Real de Palacio, en donde disfrutó del patrocinio del Patriarca de las Indias, de Portocarrero, quien le colocó como capellán de honor junto a otros dos miembros de su familia. Entre sus deudores se encontraba también un ocial de la Cámara de Castilla, el órgano por el que debían tramitarse todos los asuntos de gracia y merced en materia eclesiástica. A su condición de eclesiástico sumó la de abogado, lo cual facilitaba aún más el trabajo en su ocina de mediación, pues podía ocuparse del curso de los pleitos que los indianos mantenían en Madrid en los diferentes Consejos de la monarquía. En suma, aunaba todos los requisitos para que su agencia de negocios fuese un activo hervidero de papeles que, desde la vía de Indias, se hacían llegar hasta las más altas instancias de gobierno de la monarquía. Al poco tiempo de su llegada a Madrid debió abrir esa agencia de negocios. Desde el primer momento incorporó a la misma a Juan Galiano, 71 El tema de los agentes de negocios en la Corte requiere una profunda investigación. Por el momento, el estudio más preciso es obra de Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño: “Pervenire alle orecchie della Mestá: el agente lombardo en la corte madrileña”, en Annali di Storia moderna e contemporánea, 3, 1997, pp. 173-223. Por lo que respecta a los agentes especializados en asuntos de Indias merecen reseñarse las páginas dedicadas en la obra de Sanz Tapia a los que se especializaron en la venta de cargos en las postrimerías del reinado de Carlos II. Véase Sanz Tapia, A., ¿Corrupción o necesidad? La venta de cargos de gobierno americanos bajo Carlos II (1674-1700), Madrid, 2009, pp. 98-115.
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quien le sirvió entre el 14 de diciembre de 1691 y el 23 de agosto de 1694 en “asistir a los negocios y dependencias de dicho doctor don Bartolomé Marín en el Consejo de Indias y otras partes así propias como particulares que corrían por mano del susodicho”72. La relación entre ambos se interrumpirá en esa última fecha, pero dos años después puso a su servicio a un nuevo secretario, Francisco Parrilla Montoya, un hombre de la corte del marqués de Villena, quien por entonces residía en Escalona en donde era alcaide de sus alcázares y fortaleza, así como regidor de dicha ciudad73. Parrilla entró a su servicio el 11 de julio de 1696 pero la amistad entre ambos debía venir de tiempo atrás, y ser tan intensa como para casar en mayo de ese mismo año a su sobrino Manuel Marín de Poveda -primogénito de su hermano Francisco- con Andrea Parrilla Rozas, hija del citado Francisco Parrilla74. Tanto las escrituras notariales conservadas en Madrid como el testamento de Bartolomé Marín de Poveda dejan muy clara la actividad de su agencia de negocios, especializada sobre todo en pretensiones de eclesiásticos. Desde Indias, fundamentalmente desde Potosí -en donde había vivido- y desde Chile -donde su hermano Tomás servía como Capitán General, y donde residían dos hermanos más- recibía dinero para pretensiones y los pertinentes poderes para tratar en nombre de sus representados. Como modelo puede señalarse el poder que recibe en 1699 de Miguel de Quero, presbítero de Santiago de Chile para que pida que el rey “le haga merced de cualquiera de las prebendas que vacaren o estuvieren vacas en la catedral de Santiago de Chile, y presente en su nombre los memoriales, títulos y recados”75. En su libro de contabilidad se relacionaba una nómina detallada de deudores y acreedores que le habían enviado dinero para pretensiones y, o bien le debían sumas mayores, o bien no había gastado aún por completo en la fecha de redactar su testamento. Dicha lista, más allá de los nombres concretos de quienes tenían cuentas abiertas con Bartolomé Marín, revela sus múltiples funciones en la Corte como intermediario en las pretensiones de los indianos ante la administración regia. Así por ejemplo, relaciona una suma de dinero que le había enviado Juan Centeno, cura de Ollanta, en el obispado de Cuzco, para el cual llevaba ocho años trabajando “en solicitarle comodidad”. De lo que no hay duda es de que, bien directamente, bien a través de otros agentes de negocios -trabajó en ocasiones con el agente José Galeano- consiguió dar satisfacción a los clientes para los que trabajaba. Así, manejó la nada despreciable cantidad de 6.863 pesos que Antonio Centeno Fernández Heredia le había enviado desde Indias para pretensiones. Aun72
AHPM, Protocolo 13.643, fol. 420 r. Cadenas y Vicent, V. de, Caballeros de la Orden de Alcántara que efectuaron sus pruebas de ingreso en el siglo XVIII, Madrid, 1992, 2 vols, exp. 416. 74 AHPM, Protocolo, 13.643, fols. 543 r. - 546 r. En las capitulaciones matrimoniales Bartolomé Marín y Francisco Parrilla conciertan que Andrea fuese dotada por su padre con la nada despreciable cantidad de 12.000 pesos. 75 AHPM, Protocolo 13.643, fol. 687 r. 73
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que no sabemos la fecha exacta de ese envío de dinero, Antonio Centeno ya había comprado en febrero de 1692 el corregimiento de Calcailares y Vilcabamba por 4.000 pesos escudos76, por lo que esa suma de 6.863 pesos debió tener la nalidad de conseguir una pretensión honoríca, esto es, adquirir un hábito de caballero de la orden de Santiago. En efecto, la citada cantidad fue transferida por Bartolomé Marín de Poveda a Blas Enríquez -poderhabiente de Centeno en todo el asunto de la tramitación del hábitoquien consiguió nalmente la merced en agosto de 1698, supuestamente en “atención a los servicios del abuelo del pretendiente”, Francisco Centeno Maldonado77. Parece obvio que tan abultada cantidad, cercana a los 7.000 pesos, no tenía como n el abono de los gastos de tramitación de la merced sino más bien la compra de la misma, valiéndose de alguno de los múltiples resortes que permitían acceder a estas gracias por la vía venal. De hecho, el propio intermediario, Blas Enríquez, era paradigma de las prácticas venales pues a la sazón servía en el Consejo de Cruzada como consejero y alguacil mayor del mismo, un puesto que había comprado en 1691 a perpetuidad por la enorme fortuna de 60.000 pesos. Como es obvio, las pretensiones en las que medió procedían de aquellos lugares en los que había vivido o en los que sus hermanos le procuraban nuevos clientes. Así negoció asuntos en la Corte de los ociales reales de las cajas de Potosí, de los azogueros de esta misma ciudad y, sobre todo, de hombres de su misma condición eclesiástica, de La Plata, de Chile y de la propia Potosí. Los asuntos que “agenció” fueron muy variados, desde meras tramitaciones administrativas -sacar certicados de despachos- hasta solicitudes de honores y cargos en los que el dinero jugaba un papel esencial, bien cuando se podían adquirir directamente, bien cuando era preciso para “allanar el camino” en los intereses de sus clientes. A tal efecto, las remesas de dinero recibidas de Indias para dichas pretensiones eran fundamentales para la consecución de sus objetivos, para lo cual incluso suplía dinero de su propio caudal -que anotaba en su libro de contabilidad para su posterior devolución por parte de sus representados- con el n de que llegaran a buen puerto los asuntos de su particular agencia de negocios. Por otro lado, en su calidad de abogado, también se dedicó a llevar otros asuntos de algunos indianos en España, ajenos a “pretensiones”. Merced a los contactos de su hermano Tomás en Chile, gestionó pleitos de diferentes personas de aquellas tierras y se hizo cargo de la administración de unos mayorazgos que poseía en Tordesillas don Juan Antonio Ulloa y Mercado, los cuales puso en arrendamiento. Todo ello le proporcionó ganancias adicionales a las de sus “negocios de pretensiones”. Así, por ejemplo, del arrendamiento de los citados mayorazgos se llevó un tercio del importe
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AGI, Contaduría, Leg. 156. AHN, Ordenes Militares, Expedientillo 6.158.
total, según el poder notarial que le había otorgado en Chile en 1695 Juan Antonio Ulloa78.
La fundación de vínculos y capellanías en Lúcar Cuando Bartolomé Marín de Poveda redacta su testamento de marzo de 1700 hace constar de forma expresa que en su casa apenas tiene dinero alguno porque todo su capital lo tiene invertido, tanto en los préstamos como en las innumerables compras de tierras que en su villa natal y pueblos de los alrededores había ido haciendo desde que regresara a España allá por el año de 1691. Y en efecto, sus dos grandes miras se sitúan en la Corte, por un lado, en el enorme poder que ofrece ese marco relacional, y por otro en Lúcar, la villa almeriense que le viera nacer y en la que por entonces residía la parte de la familia que no había emigrado a Indias. La compra de tierras en Lúcar y pueblos colindantes se convierte en una auténtica obsesión para Bartolomé Marín de Poveda. Se trata en primer término de manifestar públicamente el prestigio adquirido por la familia en los cargos americanos, convirtiéndola en la principal propietaria de tierras, sobre todo en su propio pueblo, pero también extendiendo los símbolos de la riqueza acumulada a las villas de los alrededores, en particular a Tíjola, el primigenio lugar de llegada de la familia hasta tierras granadinas. De humildes repobladores llegados desde Jorquera y Alange en 1572, poco más de un siglo después, la familia -los Marín de Poveda- había alcanzado una considerable riqueza, algo que, como es obvio, debía ser visualizado por todos los vecinos, los de la villa natal de los Marín y los de aquellas villas vecinas en las que conservaban lazos de sangre o habían sido el primer destino de su nueva vida en el Reino de Granada. El éxito económico, que había sido acompañado también del éxito social -con la obtención de hábitos de las órdenes militares y cargos políticos y eclesiásticos- y que culminaría poco tiempo después con la obtención de un marquesado, debía ser mostrado ante los convecinos para que todos reconocieran a la familia no ya como una de las más importantes de toda la comarca sino como la familia principal. Pero la desaforada política de comprar tierras tenía otro objetivo para Bartolomé Marín de Poveda, más importante aún si cabe que el anterior. Desde el primer momento puso su mirada en realizar sus inversiones en determinados espacios, de tal forma que las antiguas pequeñas parcelas resultantes del repartimiento tras la expulsión de los moriscos, allá por 1572, quedasen ahora en una sola mano con el n de constituir una gran propiedad que fuese susceptible de ser vinculada. Ese fue el principal móvil que llevó a Bartolomé Marín a comprar tierras, bien directamente, bien a través de su hermano mayor, Francisco, el único varón que había permanecido en 78
AHPM, Protocolo 13.643, fol. 751 r. 205
Lúcar al cargo de los intereses familiares en aquella villa. Su aspiración era concentrar tierras para vincularlas y fundar mayorazgos y capellanías que aseguraran, por un lado, el futuro de la familia, y por otro, que algunos miembros de la parentela continuaran esas vocaciones eclesiásticas que, a la postre, habían sido el elemento nodal del enorme éxito del linaje y de esa riqueza que ahora revertía sobre la comunidad local de origen. La compra de tierras en Lúcar se convirtió para Bartolomé Marín en algo tan capital que incluso llegó a disponer varias mandas testamentarias por las que ordenaba que, tras su muerte, la familia siguiera invirtiendo del mismo modo que él lo había hecho en vida. Así, ordenó que el dinero que le debía su hermano Francisco, se lo gastase en el aumento de las haciendas “y en especial en llevar el agua que yo deseo llevar a los olivos y tierras del Retamal”. Incluso llegó a disponer que se vendiese la casa madrileña de la calle de El Prado en la que había vivido, así como todas las alhajas y plata labrada que poseía para los “gastos y aumentos de las haciendas” que había ido adquiriendo en su villa natal, ordenando de forma expresa a los albaceas que las adquisiciones se “fomenten, enviando un tanto cada año para nuevas compras y que se adelanten y tengamos quien pida por nosotros”, supuestamente porque, según su propio testimonio, ese fue el encargo que le hizo antes de morir su tío, Bartolomé González de Poveda, el primer gran patrón del linaje y responsable primero de la fortuna de la familia79. El impacto de las inversiones de Bartolomé Marín de Poveda en la villa de Lúcar fue tal que es posible armar que esta población experimentó una radical transformación entre 1691 y 1700, no ya sólo por la concentración de tierras en manos de una sola familia sino porque esa acumulación fue acompañada de una transformación de su paisaje agrario como consecuencia de la decidida política de Bartolomé Marín de poner en marcha nuevos cultivos y ampliar la supercie cultivada bajo regadío. Siempre buscó tener cada vez más propiedades en los espacios que había pensado amayorazgar, y sobre todo, que esas tierras fuesen más rentables, llevando el agua hasta los secanos para aumentar la productividad de las nuevas plantaciones que impulsó. En efecto, aunque sus intereses principales estaban en Madrid, Bartolomé viajó en varias ocasiones a Lúcar -con certeza en los años de 1694,1695 y 1700- para seguir la marcha de sus inversiones y para comprar personalmente nuevas parcelas en los espacios en que había puesto sus miras para que luego se convirtieran en tierras vinculadas80. Desde el primer momento se centró en adquirir, con gran paciencia y con experimentadas artes, parcela tras parcela, todas las tierras sitas en torno a los pagos del Retamal y del Marchal de Miraores. Poco a poco, aprovechando la pobreza de los campesinos, de las mujeres que carecían de 79
AHPA, Protocolo 4.477. Esa presencia se observa en diferentes actas notariales conservadas de esos años en AHPA, Protocolo 4.476. 80
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lo más mínimo cuando enviudaban, así como los préstamos no devueltos por quienes habían recibido previamente su “ayuda” económica, la familia Marín de Poveda se fue convirtiendo en la principal propietaria de tierras de Lúcar e incluso extendió sus amplios tentáculos hacia las villas de Serón y Tíjola81. Los pequeños propietarios de tierras en dichos espacios fueron vendiéndolas a Bartolomé Marín de Poveda, de tal modo que, cuando éste hizo su testamento, a pesar de que mandó que tras su muerte prosiguieran las compras de más tierras, ya había culminado su idea de crear una gran propiedad que sirviera para su vinculación y asegurara así el futuro de su parentela. Pero, como hemos señalado, no se limitó a adquirir las tierras sino a poblarlas de nuevos árboles -fundamentalmente olivos y morales- que pudiesen ser regados, lo cual le debió producir algún que otro conicto con los pocos vecinos que se resistieron a vender sus tierras. Una disposición testamentaria suya es tan inequívoca como que señalaba haber comprado un gran pedazo de tierras “que comienza desde la Granja y va seguido toda la rambla abajo hasta el término de Purchena, cogiendo el Retamal en donde he plantado una gran porción de morales y olivos y dado un socavón para sacar agua, que no ha sido toda la necesaria, y porque tengo por cierto que cuidándose y haciendo una acequia desde donde la comenzó un vecino de aquella vía junto a una gualexa mia se puede llevar a regar parte del olivar y del Retamal mando que se haga pues para esto no pueden hacer contradicción justa los del lugar quando el agua es mía por nacer en mis pertenencias y no haberse de hacer daño por donde fuere la acequia por no haber mas que unos interesados en el camino que si quieren contribuir al gasto gozarán del riego […]”82. Pero esas no iban a ser las únicas propiedades que adquiriría. Su voracidad se extendió a otras villas colindantes, e incluso a la más lejana Baza, en la que hizo una de sus grandes inversiones al comprar una enorme nca de secano, conocida como el cortijo de Matián, que fue vendida a censo en diciembre de 1696 por 3.000 ducados de principal, con una renta anual de 150 ducados83. En Serón, en concreto en el pago de la Hoya del Arzobispo -anteriormente conocido como El Pocico-, a ambos lados del río, también fue comprando tierras de regadío y secano plantadas de viñas y olivos. Por último, en Tíjola adquirió tierras en menor cuantía, pues tan sólo hemos podido documentar las que comprara en 1698 a su sobrina María Antonia de la Torre, quien al profesar como monja del convento de Santiago de la ciudad de Granada le vendió los bienes que le habían tocado por su hijuela para tomar estado. 81
Numerosas escrituras de este tipo se encuentran en AHPA, Protocolo 4.476. AHPA, Protocolo 4.477. 83 Dicha propiedad, con la casa matriz del siglo XVII, se conserva en la actualidad, estando situada en el término municipal de Cúllar. La nca, que había sido comprada por Bartolomé Marín a Luis Francisco Cisneros, regidor de Baza, fue dada a censo hipotecario por medio de su cuñado Francisco García Romero, quien acordó la transacción con los hermanos Miguel y Alfonso Pérez Malagón, vecinos también de Baza. AHPM, Protocolo 13.643, fols. 435 r.- 439 v. 82
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Además de la compra de tierras, Bartolomé Marín de Poveda acometería otras labores que permitieran mejorar sus rentas y las de su familia. Así, en abril de 1698 consiguió licencia del arrendador de los pozos de la nieve para construir dos pozos de nieve, uno en su propia hacienda de Miraores y otro en la sierra de Lúcar, pozos que rentarían luego benecios para la familia. Igualmente, por iniciativa suya, se fundó un pósito en Lúcar, si bien a la altura del año 1700 este proyecto no había cuajado del todo pues, al parecer, no funcionaba de manera adecuada. Además de todas estas propiedades sumaba los bienes raíces que habían quedado en la villa de Lúcar de su tío el arzobispo Bartolomé González de Poveda, cuyo producto estaba aplicado a los gastos de sostenimiento de la capilla del Rosario que fundara este último en la iglesia parroquial de dicha villa. La gestación de tan notable patrimonio perseguía vincular todas las propiedades con un doble objetivo: asegurar el prestigio de la familia en su pueblo de origen y, sobre todo, mantener abierta de forma permanente una vía de nanciación para futuras carreras eclesiásticas que, a la postre, habían sido el origen del éxito familiar. A Bartolomé Marín no le dio tiempo a fundar esos vínculos -que, además, requerían autorización regia para su institución- pero dispuso en su testamento claramente las prioridades a ejecutar por sus albaceas. Es por ello que mandó a su primo, el futuro obispo de Segorbe y Jaén, Rodrigo Marín, albacea para los asuntos del Reino de Granada, que fundase un patronato de legos para que con los frutos y réditos de las tierras vinculadas se aplicasen, en primer lugar, a la seguridad de tres capellanías, en segundo, a dotes para religiosas o casadas de sus parientes pobres, y en tercer lugar para ayudar a alimentar a los parientes suyos que saliesen a estudiar a las Universidades. Dicha fundación, que debía ser preferente sobre todas las demás, estaría compuesta de todos los bienes raíces que había adquirido en el pago del Retamal, por la renta del cortijo de Matián, por el benecio de los pozos de la nieve, por lo que rentare la casa que había obtenido de Alonso de Torralba, así como por otros bienes de menor entidad. De este modo, instituyendo capellanías para sus familiares, aseguraba la continuidad de la Casa en la institución eclesiástica y, de paso, se garantizaba el mantenimiento del “decoro” de la familia y la continuidad de los estudios que, inicialmente, fueron el origen del poder alcanzado por su tío Bartolomé González de Poveda, patriarca primigenio de la familia. Pero ese no iba a ser el único vínculo que iba a fundar Bartolomé Marín de Poveda. Para su sobrino Manuel Marín de Poveda, hijo de su hermano Francisco, mandó que se creara un mayorazgo con las tierras que poseía en Serón, en la Hoya del Arzobispo, además de dejarle también la hacienda de Miraores que poseía en la villa de Lúcar. El afán fundacional, para perpetuar su memoria y asegurar el futuro de la familia, se extendió hasta su hermana Isabel Marín de Poveda, a quien dejó dos vínculos que se debían formar con una casa que había heredado en Lúcar de sus padres 208
y todos los demás trozos de tierra sueltos que había ido adquiriendo en la propia Lúcar, en Serón y en Tíjola, y que no estaban comprendidos en los principales mayorazgos citados más arriba84.
El manto protector sobre la familia: préstamos, fianzas y donativos La considerable riqueza atesorada por Bartolomé Marín de Poveda la derramó con cierta generosidad sobre toda la familia que había permanecido en Lúcar. Más allá de su principal n, cual era la compra de tierras para fundar los referidos vínculos, Bartolomé dispuso de capital suciente como para prestar dinero a sus hermanos, salir como ador en contratos que reforzaban sobremanera el poder de la familia en su tierra, dotar a sus sobrinas con generosidad -como hemos visto- cuando casaron en matrimonios que debió negociar directamente e, incluso, costear los estudios de algún sobrino que se aventuró a salir del terruño local para proseguir la carrera que iniciara mucho tiempo atrás Bartolomé González de Poveda. Si prestaba, según el mismo, “sin intereses” a terceros, con más razón debió hacerlo con la propia familia. En primera instancia, a su hermano Tomás Marín de Poveda, quien lejos de ser el personaje principal de la familia -por su condición de Capitán General de Chile y futuro marqués de Cañada Hermosa- se revela como un personaje dependiente en cierto modo, en lo económico, de Bartolomé Marín, no ya por el dinero que éste declaró en su testamento que le debía, sino porque, al parecer, antes de regresar éste a España, le había entregado importantes cantidades de dinero. Hacia 1700, Tomás Marín de Poveda le debía a su hermano Bartolomé 3.150 pesos que había suplido en su nombre desde que regresara a España, más otras cantidades que había pagado de su orden, sin incluir “los crecidos gastos que he tenido en sus dependencias, de que tengo cuenta aparte”. Pero además, pedía de forma expresa en una disposición testamentaria que fundase otro mayorazgo “de lo que en otras ocasiones le di”, claro exponente de que Bartolomé había suministrado algunas “porciones” a su hermano Tomás de ese dinero que ganaba de la forma tan ilícita que hemos detallado más arriba. Lo mismo sucedió con el primogénito de la familia, Francisco Marín de Poveda, el único varón que había permanecido en Lúcar. Cuando Bartolomé llega a España, sus caudales comienzan a uir pronto hacia sus manos de diversas formas, entre ellas mediante préstamos que, en lugar de devolvérselos para que fuesen a parar al heredero universal -Tomás Marín de Poveda-, 84
En sus disposiciones testamentarias Bartolomé Marín de Poveda no se olvidó de nadie de la familia. Incluso, para su hermana Juana María, monja en un convento de Baza, dejó 50 ducados cada año para zapatos mientras viviese. AHPA, Protocolo, 4.477. 209
ordenaría luego que los gastase y consumiese en la mejora de las haciendas que poseía Bartolomé en Lúcar, “en especial en llevar el agua que yo deseo llevar a los olivos y tierras del Retamal”. Hasta entonces, sin competir con su hermano Bartolomé, Francisco Marín de Poveda había tratado de convertirse en el otro gran propietario de tierras en Lúcar y todo caudal era poco para sus nes. Es por ello que recibió préstamos de su hermano para adquirir nuevas ncas, del tal modo que puso sus miras en los alrededores del pago de Cela, con el n de que todas las tierras del pago del Retamal y sus aledaños quedaran preservadas para Bartolomé. Sin embargo, más importantes que esos préstamos debieron ser las “gruesas” cantidades de dinero que entregó a la familia para que se hiciera con el control absoluto del territorio en el que residía. El arrendamiento de rentas podía ser una de las más jugosas fuentes de ingresos y no dudó en hacerse con las mismas. Sabemos que en junio de 1669, el marqués de Armuña, había arrendado por cuatro años las rentas de este Estado -al cual pertenecía Lúcar- a Juan de Bocanegra Gibaje85. Unos meses después los hermanos Marín de Poveda, llamados por su tío Bartolomé, iniciaban su aventura americana. Cuando ya la familia Marín de Poveda se había enriquecido en América, el arrendamiento pasaría a su poder, sin duda, merced al apoyo de Bartolomé. En mayo de 1695, Juan Duarte Gallo, primo de Bartolomé y su secretario personal, daba las cuentas a la marquesa de Armuña del arrendamiento de dicho Estado que había estado a cargo de Francisco Marín de Poveda desde enero de 1687 hasta diciembre de 1694. Como ador, por un importe de 10.000 ducados, salió Bartolomé Marín de Poveda86. Pero la ambición del clan, sólidamente apoyado en la riqueza de Bartolomé, fue más lejos aún cuando en agosto de 1696 extendió sus redes hacia el control de las rentas de otras villas de la actual provincia de Almería. En esa fecha, en Madrid, otorgó una escritura Francisco García Romero -hermano de su cuñado Juan, casado con su hermana Isabel Marín de Poveda- por la que se hacía cargo por espacio de seis años del arrendamiento de las rentas del marqués de Villena en las villas de Serón, Tíjola y Bayarque, así como de las haciendas de la villa de Gérgal87. Como ador de Francisco García Romero actuó Bartolomé Marín de Poveda, quien avaló aquella operación con la considerable cantidad de 10.000 ducados, para lo cual llegó incluso a hipotecar las casas que poseía en Madrid. La protección sobre la familia tuvo muchas más aristas. Más arriba aludimos a la dote que por importe de 6.000 ducados se comprometió a pagar como “regalo”, el 22 mayo de 1696, cuando negoció el casamiento de su sobrina María Magdalena Marín de Poveda -hija de su hermano Francisco85
AHPA, Protocolo, 4.474. AHPM, Protocolo, 13.643, fols. 435 r. - 439 v. 87 AHPM, Protocolo, 13.643, fols. 585 r. - 586 v. De hecho, en el testamento de Bartolomé Marín de Poveda guraría entre sus deudores Francisco García Romero a quien le había suplido diferentes cantidades para “para ayudarle y aliviarle en las pagas de las rentas que tiene arrendadas”. AHPA, Protocolo 4.477. 86
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con un primo del referido genealogista y Cronista Mayor de Indias, Luis de Salazar y Castro. Tal y como señalamos, con una estrategia perfectamente planicada, como contribución a ese casamiento, se comprometió, y así lo establecería luego en sus disposiciones testamentarias, a poner a los contrayentes en las fundaciones que tenía previsto hacer en Lúcar. Igualmente, es más que probable, que la generosa dote -por importe de 12.000 ducadosque se pactó ese mismo día entre su secretario personal Francisco Parrilla Montoya y su hermano Francisco Marín de Poveda para el casamiento del hijo de éste último, Manuel, saliera de los mismos fondos del acaudalado Bartolomé, quien intervino directamente en aquel concierto entre su hermano y su secretario88. El favor sobre este sobrino luego se incrementaría al legarle el mayorazgo que se debía fundar en Serón en la nca conocida como La Hoya del Arzobispo, así como la hacienda nombrada Miraores en el término de Lúcar. Por último, en su testamento no olvidó tampoco a otro sobrino, Francisco, que estaría llamado a ser el principal continuador de la carrera eclesiástica que tanta gloria había aportado a la familia. Hijo también de su hermano Francisco, Bartolomé Marín de Poveda se ocupó de costear sus estudios en el Colegio Mayor de Cuenca de Salamanca. Para todo el tiempo que estuviese de colegial dejó, amén de algunas de sus pertenencias personales, una manda testamentaria para sus alimentos de lo que produjere un efecto que había comprado situado en la renta del tabaco por importe de 2.737 reales anuales. Aunque mucho menos favorecido que los hijos de su hermano mayor, también se acordó en su testamento de su sobrino Bartolomé Antonio Romero, hijo de su hermana Isabel y de Juan García Romero, para quien ordenó que, si quisiere proseguir los estudios, su primo Rodrigo Marín le diere todo lo necesario. Estas inversiones en estudios triunfaron en la persona de su sobrino Francisco Marín de Poveda pero, eso sí, desaparecido ya su tío Bartolomé, bajo el nuevo manto protector que suponía la protección de Rodrigo Marín, el primo que muy pronto iba a ser obispo de Segorbe y luego de Jaén. No en vano Rodrigo Marín sería el tercer miembro de esa provechosa carrera eclesiástica que iniciara Bartolomé González de Poveda, que prosiguió Bartolomé Marín de Poveda, y que llevó a dos familias de humildes repobladores hasta las más altas cotas de la nobleza titulada, primero al marquesado de Cañada Hermosa, y ya en las postrimerías del siglo XVIII, al marquesado de Torre Marín. En julio de 1705 Rodrigo Marín, como albacea de su primo Bartolomé, procedió a instituir las fundaciones dispuestas por éste. Pero unos meses antes Rodrigo también se personó en Lúcar, Serón y Tíjola para comprar numerosas tierras, e incluso en octubre de ese mismo año adquirió en Lúcar un total de 27 trances de tierra por un importe de 21.700 reales89. Con toda probabilidad estaba invirtiendo en propiedades rústicas la parte de la 88 89
AHPM, Protocolo 13.642, fols. 541 r. - 546 r. AHPA, Protocolo 4.477. 211
herencia de su primo que pudo capitalizar en benecio propio, a pesar de que no había sido legatario de más bienes que un par de relojes, uno de “campanilla y repetición” y otro “de Inglaterra”. Pero esa es otra historia que escapa a los límites de esta aportación.
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