Historias de palabras (6): Prestigio, en mala parte

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13/3/2015

CVC. Rinconete. Lengua. Historias de palabras (6). «Prestigio», en mala parte, por Alberto Montaner.

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Miércoles, 11 de marzo de 2015 BUSC AR EN R INC O NETE

LENGUA

Historias de palabras (6). Prestigio, en mala parte Por Alberto Montaner

En 1655 el jesuita flamenco Heinrich Engelgrave (1610-1670) daba a luz un homiliario titulado Lux Evangelica sub velum Sacrorum Emblematum recondita (Coloniæ: apud Iacobum a Moeurs, in duobus partis divisa; editio quarta ab auctore pluribus in locis aucta, Antuerpiæ: apud Viduam & Heredes Ioannis Cnobbari, sub signo S. Petri, 1657) en el que cada sermón venía precedido de un emblema o empresa, es decir, en definición de Francisco Rico, una armónica combinación de imagen (divisa, cuerpo) y palabra (mote, letra, alma), denotadora del pensamiento o del sentimiento de quien la exhibe, en este caso inspirada en la correspondiente Emblema XI del libro I de la Lux lectura del Evangelio. La dedicada al evangelica de Engelgrave, según la quinto domingo tras la Epifanía glosa el edición de Amberes de 1657. siguiente versículo: colligite primum Reproducido por cortesía de la zizania et alligate ea fasciculos ad Biblioteca Histórica «José María conburendum, triticum autem congregate Lafragua», de la Benemérita in horreum meum (‘recoged primero la Universidad Autónoma de Puebla cizaña y atadla en manojos para (México) (detalle). quemarla; el trigo, en cambio, reunidlo en mi granero’; Mateo, 13: 30). Pese al inequívoco contexto, nuestro jesuita retoma únicamente la remisión al fuego, ad conburendum, para servir de mote o lema a una imagen que no tiene nada que ver con la parábola de la cizaña, pues representa una especie de barbacoa en la que un cerdo aparece rodeado de vivas llamas (libro I, emblema XI). Al pie de la cartela que enmarca la imagen, una frase que actúa a modo de lema complementario señala, de forma lapidaria, CORPVS, anagramma, PORCVS (‘cuerpo, en anagrama, puerco’). En efecto, basta intercambiar dos letras de corpus para transformarlo en porcus (lo mismo vale, por cierto, para cuerpo y puerco). La exégesis de este emblema la constituye el subsiguiente sermón, que, según se declara en el párrafo introductorio, tratará De tormentis inferni, quæ anima in corpore, instrumento peccati et sordidissimo porco, patietur (‘De los tormentos del infierno que padecerá el alma en el cuerpo, instrumento de pecado y sucísimo puerco’; ed. 1655: I, 126; ed. 1657: I, 61). Se trata de un ejemplo paradigmático de la retórica homilética postridentina, en el que resulta de gran interés ver cómo se oblitera la recolección del trigo, para incidir solo en la quema, pero no de la cizaña, que es solo una parte de la cosecha, sino del cuerpo ~ puerco, que es connatural a todas las personas, potenciales condenadas a las llamas del infierno. Tal actitud retoma y acentúa la vieja postura ascética de comptemptu mundi o desprecio del mundo. Desde esta perspectiva, un orador sagrado como Engelgrave, aficionado, además, al conceptista juego del vocablo, sin duda le hubiese sabido sacar partido a la evolución semántica de los derivados del latín præstigium, pero en la época aquella aún no se había consumado. Pocas ideas hay hoy dotadas de mayor prestigio que este mismo concepto y, por consiguiente, la palabra que lo designa. Esta, según el DRAE, s. v. «prestigio», posee actualmente en español dos acepciones fundamentales (la segunda de las cuales deriva de la primera), que define así: «1. m. Realce, estimación, renombre, buen crédito. || 2. m. Ascendiente, influencia, autoridad», mientras que el DEA de Seco, Andrés y Ramos reconoce solo la primera, definida como «Estimación o buena opinión [de una pers. o cosa] entre la gente». En cierto modo, el prestigio viene a suponer hoy, en el plano de capital intangible, lo que antaño representara la honra (a su vez vinculada a la fama), tal y como la retrataba Calderón en los versos 865876 de la jornada primera de El acalde de Zalamea: C RESPO A quien se atreviera a un átomo de mi honor, por vida también del cielo, que también le ahorcara yo. D ON LOPE ¿Sabéis que estáis obligado a sufrir, por ser quien sois, estas cargas? C RESPO C on mi hacienda;

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CVC. Rinconete. Lengua. Historias de palabras (6). «Prestigio», en mala parte, por Alberto Montaner. pero con mi fama, no; al Rey, la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios.

Lo cierto es que el término ha ido a parar, al menos en el plano connotativo, muy lejos de su significación original, pese a que la voz es un cultismo introducido a mediados del siglo XV I , caso en el que lo usual es la conservación del sentido originario. Se dan, no obstante, otros ejemplos notorios de desplazamiento semántico en neologismos de esta índole, como el bien conocido de álgido, predilecto de los puristas de otrora (cf. DCECH, s. v.). Se trata de un término introducido desde el latín médico, en que algidus, etimológicamente ‘(muy) frío’, se aplicaba especialmente a febris algida ‘fiebre álgida’, que el doctor Lorenzo Sánchez Núñez definía como «una fiebre intermitente, de naturaleza perniciosa, en la que experimenta el enfermo anxiedades [sic] crueles y un frío glacial continuo, de lo que toma el nombre» (Diccionario de fiebres esenciales, Madrid: Repullés, 1819, § 17, p. 44), así como a stadium algidum o ‘período álgido’, lexía difundida especialmente en relación con las pandemias de cólera morbo de 1817-1823 y 1829-1851, ya que la hipotermia leve es uno de los posibles síntomas de la enfermedad. Dado que los episodios de descenso de la temperatura se consideraban momentos críticos en el desarrollo de la correspondiente enfermedad, el término pasó a calificar, mediante una combinación de metonimia y de metáfora, a otras situaciones que marcaban el paroxismo o el clímax de una situación dada, de donde la acepción hoy más usual y tercera de las recogidas por el DRAE, s. v. «álgido»: «Se dice del momento o período crítico o culminante de algunos procesos orgánicos, físicos, políticos, sociales», lo que puede plasmarse en usos que, desde el sentido etimológico, resultan paradójicos, pero que han adquirido plena carta de naturaleza, como, refiriéndose a un incendio, «las llamas alcanzaron su punto álgido» (El Periódico Mediterráneo, 26/08/2013). Una impresión parecida suscita la evolución de prestigio. Su étimo, el latín præstigium, es una voz de aparición tardía, documentada solo desde los textos patrísticos, por ejemplo en san Jerónimo, Epistulæ, LVII, II, 3, y en los glosarios tardoantiguos (Thesaurus Linguæ Latinæ [TLL], s. v. «præst(r)īgia»). Se trata de una voz formada a partir de otra, esta sí de uso clásico, que constituía un plurale tantum, una de esas palabras empleadas solo en plural, la cual podía adoptar tanto el género femenino, præst(r)īgiæ, como el neutro, præst(r)īgia. Las formas con -r-, aunque no las más frecuentes, son las etimológicas, pues la voz deriva del verbo præstrĭngo, debiéndose a disimilación la pérdida de la segunda -r-, mientras que el alargamiento de la -ī- se debe posiblemente a una compensación por la caída de la nasal de -ĭn-. A partir de los dos plurales citados se retroformaron los correspondientes singulares, pero, mientras el femenino præstigia se encuentra ya en Quintiliano, para el neutro præstigium hay que esperar al tránsito de los siglos I V a V , cuando aparece en la comedia anónima Querolus sive Aulularia (= El quejoso o La olla) y en la citada epístola jeronimiana. Siendo præstringo, por su parte, un compuesto del sufijo præ- ‘delante’ y el verbo strĭngo ‘estrechar, apretar’, su sentido prístino era ‘atar por delante’, referido a las extremidades; pero se utilizó sobre todo en varias acepciones translaticias; unas bastante obvias, como ‘constreñir’, y de ahí ‘ahogar, estrangular’; otras bastante menos, como ‘embotar’, tanto en sentido físico, así en lingua gladiorum aciem præstringit (‘la lengua embota el filo de las espadas’, Plauto, Truculentus, v. 968), como psíquico, tal que en animi aciem præstringit splendor […] nominis (‘la agudeza de espíritu la embotó el esplendor […] del nombre’, Cicerón, Pro C. Rabirio Postumo, 43). Una expresión de este tipo, perstringere oculorum aciem, literalmente ‘embotar la agudeza de los ojos’, simplificada en perstringere oculos, dio lugar a la acepción de ‘cegar, deslumbrar’. De estos últimos sentidos se deriva fácilmente el de ‘engañar la vista’, que está en la base del significado de præstigiæ ~ præstigia, ‘fantasmagoría, delusión’, y, con un componente intencional, ‘engaño, falacia’. Esta relación la advirtió ya san Isidoro: Dictum autem praestigium, quod praestringat aciem oculorum (‘Se lo llamó praestigium porque engañaba a la vista’, Etymologiæ, VIII, IX, 33). Posiblemente, el deverbal se refirió primeramente a las ilusiones visuales espontáneas, como en quæ eiusmodi præstigias aeris inferunt oculis (‘las cuales de este modo producen a la vista fantasmagorías del aire’, Apuleyo, De mundo, 16), que en su modelo griego corresponde a tōn en aéri fantasmátōn tà mén esti kat’ émfasin (‘parte de los fenómenos [que se dan] en el aire ocurren ciertamente por reflexión’, es decir, son solo aparentes, Pseudoaristóteles, Perì kósmou, IV, 395a29). En todo caso, pronto se generalizó con el sentido de ‘engaño’ o ‘trampa’, que se documenta ya en Plauto: patent præstigiæ, omnis res palam est (‘se hacen patentes los engaños, todo el asunto se ha desvelado’, Captivi, v. 1036), y que los glosarios recogen con equivalencias como doli, insidiæ (‘fraudes, engaños’) o, para el singular, falsitas, mendacium (‘falsedad, mentira’). Ahora bien, el término fue especializándose en un tipo especial de engaño o ilusión, la atribuida a los magos, sentido con el que, por causas apologéticas, predomina en la patrística. Así, Lactancio señala que Cristo maximas virtutes cœpit operari, non præstigis magicis, quæ nihil veri […] ostentant (‘comenzó a obrar con las mayores virtudes, no con las ilusiones de los magos, que nada cierto […] muestran’, Divinæ institutiones, IV, XV, 4), y san Jerónimo en carta a Teófilo: Christus magorum præstigias suo delevit adventu (‘Cristo borró con su llegada los engaños de los magos’, Epistulæ, XCVI, XVI, 2). De ahí el puro sentido de ‘magia’, siempre con connotaciones negativas, recogido en los glosarios grecolatinos: præstigia: magia; fraus,

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CVC. Rinconete. Lengua. Historias de palabras (6). «Prestigio», en mala parte, por Alberto Montaner. fallacia o goēteía (‘goecia, magia negra’): præstigium, a veces con alcance meramente lúdico: præstigiæ: psēfopaixía (‘malabarismo’), que para el nombre de agente recogía ya Apuleyo: funerepus periclitatur, præstigiator furatur, histrio gesticulatur ceterique omnes ludiones ostentant populo quod cuiusque artis est (‘se arriesga el funambulista, el ilusionista escamotea, el histrión gesticula y todo el resto de la farándula le muestra al pueblo lo que es propio de su respectiva arte’, Florida, 18). Es a esta acepción «mágica» a la que corresponde la primera aparición castellana del término, todavía como latinismo crudo, en el Libro de las confesiones (1316), de Martín Pérez: Ay otra manera mala de adevinar e de maravillas falsas fazer, que llaman prestigium, e es una manera de encantamento que faze las cosas en otras semejanças aparesçer, así commo el otero, castillo; e las mieses, cavalleros; e la piedra, oro; e la cuerda, serpiente; e la cabeça del omne, cabeça de carnero, e otras falsas aparesçencias que fazen los encantadores, non porque ellos de verdad unas cosas muden en otras (ca esto nunca puede ser sinon por el poder & por el miraglo de Dios, commo mudó la muger de Loth en piedra de sal), mas es mala sabiduría con que saben escarnesçer los ojos e los sentidos de los omes, ca les fazen semejar lo que non es. (III, 44, ed. de Antonio García et al., Madrid: BAC , 2002, p. 586)

La cuestión, claro, es cómo pudo pasar prestigio de acepción tan desprestigiada a la hoy común, de signo tan contrario… Pero esto será ya objeto de la próxima entrega. Ver todos los artículos de «Historias de palabras»

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