Hipótesis de clase sobre los avances en la agenda LGBTI

September 14, 2017 | Autor: Mauro Casa | Categoría: LGBT Issues, Social Class, Uruguay, Clase social
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noteolvides nº 21 diciembre 2014

El puto pobre y el puto rico1

Hipótesis de clase sobre los 2 avances en la agenda LGBTI En un país que reedita sus sueños de “avanzada”, autoproclamado como renovadamente abierto y tolerante, paradójicamente, los derechos no llegan de manera homogénea a toda la población lgbti, y la condena a la homofobia entraña una fuerte carga discriminatoria en términos de clase social. Belén Villegas / Mauro Casa3

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a “Suiza de América” se debate en este posmodernismo silenciador de la desigualdad de clase. Un par de hipótesis: Parece ya un cliché recordar que el mundo –occidental y rico, al que solemos hacer referencia metonímica como “el mundo”– asiste a un escenario de “posmodernidad”, cuestionador de aquellos pilares señeros de la modernidad: la racionalización, la ampliación de la racionalidad capitalista o administrativa, los proyectos iluministas, la fe –positivista o más sofisticada– en el progreso científico como garante del desarrollo y el avance de la sociedad. Cliché o no cliché, lo mismo da. Aun siendo sus bases cuestionables, este contexto general influye en el pensamiento y en las medidas de los decisores. Dicho de manera rústica, se trata de un cambio de paradigma en el que se inserta temporal y políticamen-

1. Este título remite a los análisis que el personaje “Roberto Flores” del actor uruguayo Fernando Peña (Montevideo, 1963 - Buenos Aires, 2009) emprendía, con extraordinaria agudeza, para describir las diferencias contemporáneas de clase que percibía al interior del colectivo lgbti en este rincón del mundo. Una muestra selecta en audio, en: http://www.youtube.com/watch?v= FrJQD7bHBgs 2. Sigla internacional que, entre tantas otras, sirve para designar a hombres y mujeres homosexuales, bisexuales, transexuales e intersexuales. 3. Los autores son politólogos e investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales. Si les quieren escribir sobre lo que escriben, denle nomás a: [email protected] y mcasa24@gmail. com

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te la discusión uruguaya de agenda de nuevos derechos. Partiendo de allí, cabe reflexionar sobre cómo el posmodernismo vuelve invisible la relación de clase social, como “estructurante” de la vida de los sujetos. La posición en la estructura capital-trabajo continúa siendo, en (y a pesar de) la posmodernidad, la relación social a partir de la cual las restantes marcas de identidad se articulan. El individuo es raza, género, sexo, etnia, edad; pero la clase social aun juega el rol de relación de desigualdad fundamental, sobre la cual se articulan estas restantes relaciones (¡desiguales!). A la hora de repensar los avances en las reivindicaciones lgbti, como “vanguardia” de la agenda de derechos, introducir estos términos a su lectura es poner el foco en la materialidad (desigual) de la vida social en la cual las sexualidades están ubicadas. Y en la incorporación de esta perspectiva de clase, surgen dos cuestiones que podemos tildar (modestamente) de hipótesis a ser planteadas para pensar, y asumir o descartar. La primera –evidente y pocas veces marcada– es que los avances en la agenda de derechos del amplio paraguas de la “diversidad sexual” tienen impactos (y posibilidades de disfrute) bien diferenciados en función de las adscripciones de clase. Esta hipótesis nos lleva a preguntarnos cómo operan las desigualdades sociales de clase en la tramitación de derechos y la promoción de políticas “pro lgbti”. Sin ser demasiado temerarios podemos cuestionar que el avan-

ce en materia de derechos lgbtitenga los mismos efectos en términos de inclusión ciudadana para los varones gays universitarios de clase media que para las mujeres o personas trans, y los propios varones homosexuales, pero “negros” y “pobres”. Y una segunda hipótesis que ponemos sobre la mesa como disparadora y movilizadora de debate, es que, en nuestro país, con los avances en la agenda de diversidad sexual, se ha abonado, de manera inesperada, un neo-clasismo, proveniente de la clase media y alta universitaria y progresista, abanderada de estas luchas. En estos sectores medios y altos, la acusación de “ser homofóbico” es sinónimo de atraso e ignorancia. Y no casualmente, suele identificarse como homofóbicos a los pobres, los trabajadores manuales (obreros, albañiles; representantes de las labores más tradicionales y casi completamente masculinas), los “planchas” y los “menores” de las clases bajas. 4 Aquí subyace una inconfundible demarcación de clase. Una articulación de asi-

4 . Si bien se plantea esta afirmación a modo de hipótesis, las impresiones de que se trata no son puro viru viru. Se desprenden del análisis de un conjunto de entrevistas realizadas por la autora en: Villegas, Belén (2014): “Interseccionalidad: construcción y deconstrucción de significantes en las sexualidades periféricas montevideanas”. Jornadas de Debate Feminista (4-6 junio, 2014), Facultad de Ciencias Sociales, organizadas por Cotidiano Mujer y Red Temática de Género de laUdelar.

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Foto: Mauro Tomassini

metrías componen al “no gay”; quien vive, viste, se mueve y se comporta de una manera claramente antitética al gay. Esa antítesis sería algo así como el pobre “trabajador” o bien podría ser “el plancha”: alguien conservador, con poca cultura general, muy poca educación formal, tosco en los hábitos y “mal hablado”. Vamos desarrollando. Detengámonos un momento en las personas y en cómo la posmodernidad las piensa. La mera apariencia condiciona la posición ocupada por el actor en la escena social, y a su vez, el conjunto de gestos, los modos del cuerpo, el tono de voz y la manera de hablar son símbolos que delimitan al actor en su rol y el lugar en la escena. Esa “construcción social del cuerpo” tiene un correlato en la percepción social del propio cuerpo. A los aspectos puramente físicos, se suman los de tipo estético, materializados en cuestiones concretas como el peinado, la ropa, los códigos gestuales, las posturas y las mímicas que el sujeto incorpora para sí. Las propiedades corporales son aprehendidas a través de categorías sociales de percepción, ligadas a

la distribución de características entre las clases sociales. Y es en esta hexis corporal,5 donde las desigualdades se hacen carne, y el género, el sexo, la edad y la clase social confluyen conformando un “yo”, claramente definido y delimitado por un “otros”, e identificado con un sistema de gustos y creencias. En esta materialización corporal se conjugan las posiciones de la estructura social (y de vuelta a nuestra primera hipótesis); en esta materialización la clase social prepondera –y aunque poco lo digamos–, es el clivaje que vuelve claramente distinguibles al “gay” del “marica” y del “puto”, al trans del “traba”; a la “chica” de la “mina”; al joven del “plancha” o del “menor”. El cuerpo humano así leído como producto social, se halla atravesado en su decodificación por las relaciones de clase en las que se haya inmerso. Así, a través 5 .“Esta idea puede ser rastreada hasta los escritos de Aristóteles, que (en criollo) define a la hexis como un hábito permanente. No obstante, para Bourdieu (un francés), estos hábitos son perdurables, pero en absoluto esencias ahistóricas inmutables (tampoco la pavada).”

del cuerpo hablan las condiciones de trabajo, los hábitos de consumo y la clase social. La desigualdad con que se ordena una sociedad, tendrá por correlato distribuciones desiguales de rasgos corporales en los diferentes sectores sociales. La posmodernidad que comenzamos postulando, propone de manera entusiasta la caída de los velos, y una “época de liberación del cuerpo”; multiplicidad, multiculturalismo y diversidad en todas sus formas. Mas, teniendo en cuenta la corporización de las desigualdades de clase, no parece en vano nuestra hipótesis primera. Los/las “travestis”,los/las “planchas”, los/ las “terrajas”, “las putas”, “los putos” conforman la diversidad escénica que auto proclamamos como signo de nuestra época, pero ocupando lugares bien diferenciados, a partir de una desigualdad, que evidencia cuánto opera la clase social en dicho escenario de “diversidad posmoderna”. El discurso que encierra la construcción de la imagen ‘gay’ trasciende su componente sexual, adquiriendo nociones de clase, etarias, étnicas y hasta un cierto dossier de comportamientos y modos de actuar. A pesar de

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la ausencia de uniformidad en este discurso, existe un sentir social comúnmente extendido acerca de “lo gay”. Los programas de espectáculos, las comedias yonkis –donde la actriz principal siempre tiene ese cómico, adorable y sumamente pulcro amigo gay– son ámbitos masivos donde esta imagen suele ser frecuente. Y tal vez es esa imagen de “lo gay” la que ha logrado beneficiarse en mayor medida de los avances en la agenda de derechos lgbti. El discurso posmodernista suele esconder las asimetrías de poder. Mediante el ensalzamiento de la diversidad, la pluralidad y la diferencia como valor, ocurren procesos de invisibilización de poderes y desigualdades, donde a veces se incurre en el olvido de que además de “diversos” somos “asimétricos”. Esa asimetría se plasma al interior del colectivo lgbti, como empezamos postulando. Pero también, goza de buena salud en el modo en nuestra segunda hipótesis: cuando, desde la lucha y reivindicación progresista de clase media, el “ser homofóbico” es sinónimo actualmente de atraso e ignorancia. Este ejercicio proveniente de los sectores progresistas medios y altos de “clasificación” de grupos sociales entre “tolerantes” y “homofóbicos”, no parte de neutralidad u objetividad alguna, sino que presenta gruesas demarcaciones discriminatorias de clase social. Y la díada “avanzados/atrasados” resultante de esa clasificación “a la interna” de nuestra sociedad uruguaya, se inscribe fácilmente en la lectura geopolítica habitual (simplista y en casos, funcional al imperialismo militar y económico6) de los avances en derechos lgbti. Pensando el lugar que Uruguay viene añorando para sí en el concierto internacional, una constatación evidente –que suele 6. Al respecto ver: Ravecca, Paulo: “Marxismo, estudios poscoloniales y teoría queer hoy: economías de la violencia conceptual y horizontes más allá del apartheid. Una reflexión epistemológico-política”. Ponencia preparada especialmente para el III Seminario Académico de Género y Diversidad Sexual del Uruguay (21, 22 y 23 de setiembre de 2010. Área Académica Queer Montevideo).

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explicitarse poco– es que los países considerados “de avanzada” (tolerantes, plurales, modernos) son generalmente los más ricos y desarrollados, a los cuales se identifica por oposición a los países conservadores y “atrasados”, que son generalmente pobres y periféricos. Y en el marco del paradigma posmodernista, Uruguay pretende volver a la profecía de su “excepcionalismo latinoamericano”, quedando en el antedicho bando de los “avanzados”. La incorporación de los “nuevos” derechos complementa el mayor crecimiento económico desde los años cincuenta, para devolver a nuestro país a su lugar privilegiado de “la Suiza de América”. Este set de valores modernizadores incluye a Uruguay en el lujoso lugar ocupado por los países “de primer mundo”, donde la aceptación de la pluralidad sexual aparece en el checklist de los valores democráticos que cualquier sociedad moderna, que se precie de tal, debe incorporar. En el imaginario de los uruguayos, se renueva una autocomplacencia de ser una sociedad liberal y “de avanzada”; en la cual es incluso posible “experimentar” soluciones novedosas, en clave liberal. A tal imaginario lo han nutrido las leyes de la “agenda de derechos”, y en particular, por las propias definiciones del presidente Mujica, la ley de regulación del mercado de la marihuana, expresamente planteada como “experimento”.

Entre la redistribución y el reconocimiento: falsas dicotomías y respuestas a nuestras hipótesis desde la interseccionalidad Toda nuestra diatriba sobre la importancia de volver a pensar en términos de clase social para ponderar y problematizar las agendas lgbti tiene implicaciones bien concretas en términos de qué políticas deben impulsarse y priorizarse en la lucha política por nuevos derechos. Mucho se ha escrito sobre el clásico dilema redistribución/reconocimiento en la lucha por los derechos lgbti. De hecho, partidos políticos y movimientos sociales

de izquierda se han encontrado enfrentados a la disyuntiva de compatibilizar dos agendas: los llamados “nuevos derechos” (entre los que brillan protagónicos los de la lucha por la diversidad sexual) con la tradicional agenda que ubica el foco central de las desigualdades en la estructura capital-trabajo. Aquí se presenta una complejidad a ser resuelta.El camino para ello puede discurrir por un reconocimiento de “la diferencia” que se lleve a cabo con políticas que pretendan la igualdad. Incluso en casos de “discriminación positiva”, las políticas implementadas han de defender la “diversidad” en tanto demandan igualdad. Esto no es una contradicción ineluctable, pero genera tensiones. Dicho dilema debe ser cuestionado como una “falsa antítesis”,7 ya que una idea integral (¡y justa!) de justicia exige tanto de redistribución como de reconocimiento. Esta concepción bidimensional de la justicia y las medidas de política pública por las que se plante batalla deberían integrar lo mejor de la política de redistribución con lo mejor de la política del reconocimiento. En esta búsqueda, e hilvanando posibles respuestas a las preocupantes hipótesis que planteamos, se vuelve interesante desempolvar el viejo concepto sociológico de interseccionalidad. El mismo problematiza cómo diferentes categorías de discriminación, construidas social y culturalmente, interactúan en múltiples y simultáneos niveles, generan complejos procesos de desigualdad social. La interseccionalidad sugiere que los clásicos modelos de opresión dentro de la sociedad (etnicidad, orientación sexual, clase social, entre otros), no actúan de forma independiente unos de los otros, ni tampoco son la suma de las partes; sino que se interrelacionan, creando un sistema de opresión que refleja la “intersección” de múltiples formas de 7 . “¿Redistribución o reconocimiento?”, “¿Política de clase o política de identidad?”, “¿Multiculturalismo o socialdemocracia?”son preguntas que plantea Nancy Fraser al acuñaresta noción de “falsa antítesis”. Al respecto ver: Fraser, Nancy (2001). Redistribución, reconocimiento y participación: hacia un concepto integrado de la justicia.

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discriminación y desigualdad. Aplicado el concepto a esta conversación que venimos planteando, la interseccionalidad nos ayuda a entender la “articulación de opresiones” y cómo las desigualdades de clase operan en las diferencias notorias entre el sujeto ‘gay’ de clase media y otras sexualidades subalternas; así como en la percepción profundamente clasista que desde el ‘gay’ se tiene hacia quien identifican como homofóbico. Es notorio cómo nuestras hipótesis cobran vigor cuando abrimos los ojos a estas olvidadas premisas de la interseccionalidad. La orientación sexual y la identidad de género son en sí mismas causas de discriminación (al igual que sucede con la etnia-raza, el género y tantas otras categorías sociales), pero tales desigualdades se hallan a la vez enraizadas –ineluctablemente– en la estructura económica de la sociedad. No es casual, en el Uruguay actual, la abrumadora prevalencia de la pobreza8 y de todas las situaciones de riesgo y vulneración social –que contemporáneamente tenemos en cuenta para comprenderla– en personas afrodescendientes y personas trans. Tampoco lo es el hecho de que los lugares de poder sean ocupados fundamentalmente por varones, blancos y (al menos en apariencia) heterosexuales, de sectores socioeconómicamente favorecidos. Las dimensiones distributiva y de reconocimiento interactúan y se condicionan mutuamente. No se es “pobre” porque se es “negro” o mujer o trans, pero la condición de subalternidad en el plano simbólico cultural correlaciona indudablemente con las archi-históricamente postuladas desigualdades capital-trabajo en el plano de la estructura económica de la sociedad. Las injusticias materiales y simbólicas se pueden dividir analíticamente en un plano teórico. Pero en la práctica, toda estructura simbólica tiene raíces materiales y toda materialidad tiene su cara visible en el plano simbólico. Las marcas simbólicas (“ser gay”, “ser travesti”, “ser 8. Entendida y calculada de la forma más amplia e incluyendo los factores más complejos que se les ocurran.

negro”) retroalimentan a las marcas de clase: se “es” la multiplicidad de identidades que nos cruzan. Y aunque esto merecería todo un desarrollo propio en otro espacio, no perdamos de vista que bien puede un mismo sujeto ser dominante en una relación y subordinado en otra, producto de sus marcas simbólicas múltiples, que se conjugan en esa identidad siempre contingente.9 En el plano político, esto implica poner a consideración estas complejidades a la hora de promover políticas orientadas a garantizar la plena ciudadanía, el goce de derechos y la justicia social. La politi-

de occidentalismo con pretensiones universalistas. Si ponemos en juego un poco de genealogía, sale fácilmente a la luz que el concepto de reconocimiento supone una idea de igualdad enraizada en la tradición eurocéntrica liberal o socialdemócrata de derechos y libertades. Por consiguiente, el uso del concepto no debe ser transferido de manera acrítica a cualquier sociedad en cualquier contexto (por aquel perogrullo de que las palabras producen realidad). La utilización de la terminología gringa, como gay o queer(igual quebullying, performance y tantos otros términos de moda), no puede ser

zación y “desprivatización” de diversos espacios sociales debe pues conducir a políticas afirmativas y políticas con orientaciones transformativas sobre las bases materiales y valorativas que sustentan estos procesos.

desligada de manera automática del contexto en el que ha surgido. Al menos, si nos vamos a parar desde una foucaultiana polivalencia táctica del discurso, mantengamos la perspicacia de tener en cuenta que tal recorte “descontextualizante” no es políticamente neutro. Que tal operación tiene detrás una decisión política, y que los conceptos pueden, en el camino, volverse políticamente improductivos. Pero esto también merece parsimonia y pormenores, en otras líneas. Quizás la próxima vez. n

Marcha por la diversidad 2014

El sur de los procesos Una reflexión al cierre, y sobre la hora, pasa por traer a cuento lo problemático de reivindicar –tal como estuvimos haciendo– este reconocimiento que pretende igualdad, sin poner en discusión el riesgo que entraña el uso “asimilatorio” de estos conceptos cuyos orígenes tienen una fuerte carga 9 . Chantal Mouffe desde el feminismo –autodenominado– radical señalará que el objetivo de una ciudadanía democrática radical se sostiene solo bajo la premisa de transformar “las posiciones de sujeto existentes” y esto supone tener en cuenta que un individuo aislado no posee una identidad claramente definible sino que puede ser el portador de una multiplicidad en sí mismo. Al respecto ver: Mouffe, Chantal (1999/1993): El retorno de lo político: comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical.

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