Heriberto Yépez: brincos narrativos al otro lado

September 18, 2017 | Autor: Ramón Alvarado-Ruiz | Categoría: Narratología, Frontera, Novela Mexicana, Heriberto Yépez, Al otro lado
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Descripción

HERIBERTO YÉPEZ: BRINCOS NARRATIVOS AL OTRO LADO1 DR. RAMÓN ALVARADO RUIZ Queramos o no, la muerte de Carlos Fuentes, tan reciente, significa un momento de muchos cuestionamientos en la literatura mexicana actual. Hemos venido siendo testigos, de tiempo atrás, del cruce de tendencias literarias, de generaciones que llegan a su ocaso y de otras que emergen con cierta pujanza. Nuestro canon ha tenido que ir flexibilizando sus esquemas y con mirada atónita contempla nuevas dinámicas que anuncian tiempos de cambio. ¿Qué tan certeras son las palabras de Krauze?: El aparato cultural del México contemporáneo [...] ha sido un cuerpo cerrado en lo material bajo el ala protectora del Estado. Ha sido, además, un aparato marcadamente centralizado en la Ciudad de México y limitado a un número no muy amplio de personas (centenares, no miles) que hasta hace poco se conocían entre sí2. La literatura, como producto cultural, no escapa de dicho anquilosamiento y centralidad. La nuestra es una cultura amplia, diversa y multivalente, misma que no siempre ha encontrado eco en el tratamiento literario y sobre todo si de difusión y crítica se trata. No podemos olvidar que, “«la forma literaria», facilita[n] la mirada sobre la escena humana, sobre la realidad al fin3”. Nuestra realidad, una vez cruzado el umbral del siglo XXI, nos ha sorprendido con acontecimientos tan diversos; siendo uno de sus distintivos la violencia extrema misma que ha rebasado inclusive los límites de la razón No es algo nuevo, sin lugar a dudas, pero sí su tratamiento literario circunscrito al ámbito geográfico. Es decir, en un país tan amplio y diverso en sus componentes hay lugares donde la violencia ha tomado ya derecho de piso; ahí, los escritores, en iguales condiciones de sobrevivencia, se aferran con sus plumas a una esperanza fallida. Para quienes somos ajenos a dicha realidad, a sus escritores, en                                                                                                                         1

  Publicado   en:   Kunz   Marco   y   Cristina   Mondragón   (Eds.).   Nuevas   narrativas   Mexicanas   2.   Desde   la   diversidad.   Barcelona:   Red  Ediciones  S.L.  pp.  319-­‐334.  http://linkgua-­‐digital.com/libros/contemporaneos/nuevas-­‐narrativas-­‐mexicanas-­‐2/   2  Enrique  Krauze:  "Cuatro  estaciones  de  la  cultura  mexicana",  Vuelta,  Vol.  V,  núm.  69,  noviembre  1981,  p.  27.   3  Carolina  Molina  Fernández:  “Cómo  se  analiza  una  novela.  Teoría  y  práctica  del  relato  II”,  Per  Abbat,  boletín  filológico  de   actualización   académica   y   didáctica,   núm.   2,   2007,   págs.   49,   texto   electrónico   en   Dialnet:    

primera instancia, solemos calificarlos de sensacionalistas así como de valerse de las circunstancias muchas de las veces para elaborar sus escritos. Considero, y no es algo novedoso, que nuestra literatura es obvio que se ha desplazado del centro; en provincia, y

de acuerdo a las zonas geográficas,

considerando elementos culturales afines, se van generando literaturas locales, siendo el norte la más destacada hasta el momento: En los últimos años la narrativa escrita por norteños ha destacado en nuestras letras, debido, según ciertos críticos y lectores, a su vitalidad, a la búsqueda de una renovación en el lenguaje, a sus referencias constantes a la tradición literaria mexicana, a su estrecha relación con la realidad actual y, sobre todo, a la variedad de sus propuestas temáticas, pues, aunque se trata de obras que de alguna manera se identifican entre sí, sus autores poseen un sello propio que los distingue de los demás4. Pero, por otro lado, también ha sido estigmatizada, reduciéndola a una literatura demasiado violenta y cuyo sino es el narcotráfico y todo lo que alrededor de ello se suma. Este trabajo se centra en una de dichas lecturas del norte. La novela, Al otro lado, de Heriberto Yépez llegó por azar a mis manos; un libro arrumbado entre tantos en una librería, un título bastante llamativo como para pasar desapercibido y un nombre ya escuchado desde la críticas más acérrimas. Mi pretensión no es entrar en la palestra provocativa sobre un autor que tiene tanto sus detractores como sus entusiastas seguidores; la literatura que se está generando merece ser, primero leída y luego juzgada, cosa que creo no sucede y hacemos caso, no tanto a la crítica académica, sino a la periodística desde donde se han venido pretendiendo marcar los derroteros literarios. Pretendo centrarme en tres aspectos, tomando como elemento metodológico la narratología: primero, en los personajes y su configuración ya que es la historia de Tiburón, su protagonista, un adicto que consume phoco, un homeless en Ciudad de Paso, ansiando como muchos irse on the other side; segundo, en el lenguaje que para tal efecto se maneja en cuanto expresión de una realidad absurda, que,

                                                                                                                        4

Eduardo  Antonio  Parra.  “Norte,  narcotráfico  y  literatura,”  Letras  Libres,  núm.  82,  octubre  2005,  p.  60.  Texto  electrónico:    (cons.  20-­‐VII-­‐2012).  

tercer punto, expresa por sí una filosofía fronteriza en una ciudad esperpéntica donde se busca la vida entre tantos signos de muerte.

a) Personajes en el límite

“Tiburón no sabía si estaba muerto. O estaba vivo. Esta noche había fumado demasiado phoco. ¿Buscaba la vida después de la muerte?5” Estas son las primeras líneas de la novela; sin preámbulos, el narrador nos presenta a un personaje que en el delirio de la droga no acierta a saber si está muerto o vivo. No hay un nombre propio que sí un nominativo referente a un pez. No hay mayor dato respecto de él y me refiero a los concretos que pudieran permitirnos asir una figura bien definida. Lo que sí hay, es una animalización del personaje y esto podría tener diferentes connotaciones, según sea el caso. Sobre los tiburones hay muchos mitos y mentiras: en primera instancia, podríamos anotar su mala reputación como animales carniceros; ellos ocupan un lugar privilegiado en la cadena alimenticia como depredadores. Si regresamos a nuestro protagonista, indudablemente el apelativo es más que acertado para alguien que vive en “Ciudad de Paso, una ciudad bufonesca, prostibular, esperpéntica [...]” (p. 85), donde la única ley, probablemente no es la del más fuerte sino la del depredador más inmisericorde y sin escrúpulos. Pero, está imagen dista de las características que de él se nos van ofreciendo a lo largo del relato. Dado que si bien tenemos a alguien capaz de volverse una bestia y “no tener que ser hombre” (p. 71), no pasa de ser un grotesco personaje que tiene que estar evadiendo de manera constante su realidad sumergido en el humo delirante de la droga más barata y perjudicial:

                                                                                                                        5

 Yépez,  Heriberto:  Al  otro  lado,  México,  D.F.:  Editorial  Planeta,  2008,  p.  9.     Nota:  Para  no  reiterar  las  referencias  de  esta  novela  sólo  iré  anotando  el  número  de  página  al  final  de  la  cita.  

Encendió la llama, puso el polvo en la bombilla ahuecada (esa bombilla que a manera de símbolo lleva años que no coloca en la habitación por ahí –dice Tiburón– no debe haber más luz que la del phoco), esperó que la llama levantara el humazo [...] y colocó la bombilla en su boca [...] (p. 9). Lo que se aprecia es que no se trata sólo de una droga, sino de “la luz” que ha de guiar su existencia y que es su única verdad. Ahora bien, desde esa perspectiva se podría justificar su actuar lerdo y sin sentido ya que: “Si en esos momentos no podía ser el hombre, al menos, podía ser el bufón. El bufoncito del exceso” (p. 45). No puede alcanzar de ninguna forma condición humana y ha de presentarse siempre de manera ridiculizada cual una “piltrafa”. Ante ello surge la pregunta ¿cómo ser humano en la tierra de la mentira más grande? Bien lo dice el narrador: “En todo momento, era como si Tiburón no fuera real y, por lo tanto, nada de lo que le pasaba debería extrañarle a nadie” (p. 66). La duda respecto de la consistencia del personaje manifiesta desde el inicio figura como una constante indicando inclusive un desdoblamiento del mismo: “De ese Tiburón salió este Tiburón y, al parecer, otro Tiburón se dejaba venir” (p. 219). ¿Cuál es entonces el certero? Aparentemente la realidad es la del vivir sumergido en un estado fronterizo del ser, ni muerto ni vivo, siempre en ese limbo del phoco, manifestándose como una zona delirante donde no es posible ser auténtico. Además, vive en una ciudad cuya constante es la sobrevivencia, el vivir siempre en la raya, en la mentira y apariencia, donde no se puede confiar en nadie. ¿Será por ello que su compañía fiel sea sólo Christa –su auto–, el Cholo –un perro callejero– y Cebraphone –un celular–? Mientras el ser humano se animaliza, los objetos se personalizan siendo los más confiables. Su auto, marcado además como un coche de contrabando y recuperado en un remate, es la única representación femenina que le es fiel y además le protege. Cholo,

apócope de Xoloitzcuintle, aparenta ser el vínculo con sus raíces

prehispánicas pero no dudaría, tal como acaece en algunas culturas, que sea también el que lo conduce

en su camino a la muerte. Tiburón desconfía de quienes le rodean, no así de quienes le ofrecen una verdadera utilidad en su constante pérdida del sentido de la realidad. “Tú eres un buenopanada”, es la frase más recurrente para describir su comportamiento. Por eso señalábamos que es una contradicción el atributo de su nombre y su forma de actuar: es un inútil en la cadena productiva por la sobrevivencia en una ciudad donde “Todos se sentían amenazados. Cada colonia era una zona de guerra; y cada casa, una fortaleza” (p. 21). Por ende, se tiene que ser demasiado fuerte para sobrevivir, aunque sea de nombre. Tiburón vive evadiendo su realidad; la realidad de quien se ha quedado estancado en el Paso Fronterizo, viviendo la frustración de ser un derrotado que no es capaz de cumplir el sueño americano. Para él, los migrantes son gente fracasada, tan sólo un objeto del que se puede obtener provecho pasándolos al otro lado y abandonándolos a su suerte: “¡Migrantes? ¡Ja! ¡Por favor!, pensaba Tiburón. Hay que llamarles por su nombre: fu-gi-ti-vos. Migrantes es un eufemismo” (p. 24). ¿Fugitivos de qué? podríamos preguntarnos, dado que la realidad que ahí se nos presenta, esa sí es para huir no para quedarse. El entorno de Tiburón es inhumano e inmisericorde, falto de toda ética: su hermano mayor dirige una “pensión”, que no es otra cosa sino una “casa de seguridad” a donde llegan migrantes dispuestos a pagar cualquier precio con tal de ser introducidos en el otro lado; su hermano menor, Yulay, además de ser producto de una infidelidad es homosexual, hecho que se paga caro en una ciudad donde no se puede mostrar la menor debilidad. Ahora bien, o se es coyote o se es narco, no hay alternativa más allá de la vida fabril denigrante que no permite absolutamente nada sino simplemente sobrevivir. Como bien le recuerda Quintero a su hermano, hablando de su padre: Él tenía una vida diferente. Él tenía una profesión. No era una basura como toda esa gente de la que nos rodeamos. Ni un criminal. Él fue el único que quiso tener una vida bien. –Tiburón–le recordó Quintero–, y por eso a nuestro padre se lo cargó la chingada (p. 33).

Como se puede apreciar, hay que ser “basura” entre “la basura”, la ciudad denigra y excluye, condiciona a sus personajes y los atrapa en una red que ante todo despersonaliza: “[...] sus manos no, sus aletas, aplaudiendo todo esto como phocas contentas, espantosas y ridículas, phocas locas en el extremo de Ciudad de Paso” (p. 80). El resto de los personajes comparten las mismas características esperpénticas, baste ver, por ejemplo, la descripción que nos hace el narrador de Elsa: [...] Elsa, flaca, flaca, que se movía como lagartija de lo chupada. Era bella. Su ser había adquirido esa belleza que cobra lo mortecino. Ojuda, a hueso en sobresalto y los brazos con unos codos gruesos que o daban espanto o daban extraña lujuria (p. 206). Ella, el amor desgastado de Tiburón comparte la misma condición y es muestra además de cómo la belleza se degrada en un mundo hostil. Es arrastrada por su pareja a ese mundo delirante de la droga, de la inconsciencia de vivir. No resta otro camino que el que conduce a la muerte, liberación de toda condición humana denigrante. Yépez nos lleva a otro nivel con los personajes; al nivel de la perdida de toda humanidad. La presencia de los “chiquinarcos”, no hace sino remarcar aún más que no hay salida en un medio marcado por la violencia, donde desde pequeños tienen que aprender a sobrevivir siendo tan depredadores como quienes le rodean. Considero, es una señal irremediable que manifiesta la ausencia total de valores. Vemos en la novela, por ejemplo, el caso del hijo de Tiburón y Elsa, él es uno de los “guardaespaldas” de Calaca, sin saberlo apunta a su padre cuando este ejerce venganza contra el diler que le arrebata a su mujer y resulta muerto además por quién lo engendró. Es un cuadro degradante, no hay la más mínima pizca del sentido por la vida. Todo está corrompido desde que es gestado y eso, lamentablemente, coloca a los personajes en una situación de total desahucio y por ende de supervivencia: “Calaca, que era más joven que Chito, que era the nest generation, es decir, más bruto, más desalmado y más poderoso de facto, parecía calcado, sin embargo, del muerto” (p. 229). Con ello se muestra, inexorablemente, que la

violencia es un círculo y que a pesar de ser the new generation, se arrastra con la sombra de la muerte y del crimen. La condición humana, pues, está sujeta al entorno donde se vive. Los personajes que construye Yépez son antihéroes, esperpentos resultantes de una condición infrahumana. “Tiburones” en el marasmo de una realidad donde, si no es el más fuerte hay que aparentarlo; donde, sin justificarla, es preferible eludir la miseria que se vive y aferrarse a una “luz”, inclusive cuando ésta sea la del phoco delirante. La novela inicia con ese acto sublime por parte del personaje consumiendo la droga y termina en otro, revelador, donde el acaba por ser ese humo, disipándose en la nada: “Cuando la puerta fue derribada, se transformó en un Tiburón de puro humo [...]” (p. 322).

b) Lenguaje al límite

Personajes constituidos bajos las condiciones anteriormente descritas requieren de un lenguaje particular para comunicarse en situaciones al límite. El de la novela, es un lenguaje recreado desde la urgencia de comunicar una realidad absurda, ya que como señala Molina, “[...] la historia se hace discurso a través de palabras[...]6”. La primer referencia, obligada creo, es la del intercambio de códigos lingüísticos entre el español y el inglés. Mucho se ha hablado del “spanglish”, habiendo quienes lo sitúan como una nueva formación lingüística y otros más, como una deformación sinsentido del lenguaje. Lo cierto es que, invariablemente de la opiniones, hay la presencia de un lenguaje hibrido que cruza la frontera emblemática de pertenencia a un país. Por otro lado, dicho concepto, en la literatura, se manifiesta como un distintivo de la literatura chicana siendo ésta sobre todo producida en los Estados                                                                                                                         6

 Carolina  Molina  Fernández:  “Cómo  se  analiza  una  novela.  Teoría  y  práctica  del  relato  I”,  Per  Abbat,  boletín  filológico  de   actualización   académica   y   didáctica,   núm.   1,   2006   ,   pág.   45,   texto   electrónico   en   Dialnet:    

Unidos. Yépez habla desde la frontera, nos abre una realidad, que si bien no nos es desconocida, la manifiesta como propia de quienes viven in this side of the border. Es decir, no se puede escapar al bilingüismo desde el propio terreno de lo mexicano. Manifiesta el personaje de la novela: “Mi padre me dijo que hablar en inglés me sacaría de este sitio. Y también él decía que si uno habla en inglés lo que sentimos, no lo sentimos tanto, sobre todo, no tanto dolor. Don´t you think so? Pero ya, dime, ¿cómo soy? (p. 146). Dos aspectos a destacar en esta cita, por un lado, la idea de que saber inglés es posibilidad de un cambio de estatus y, por otro, la vinculación con la parte emotiva del ser humano. Destaca también la diferencia, no dicha, entre el español y el inglés, ya que este último dada la disminución de significados de muchas de sus palabras, reduce las posibilidades de manifestar lo que verdaderamente se siente. Hay, por tanto, para los personajes, una clara intención de alternar los códigos de comunicación adaptándose a la realidad que se vive y de búsqueda de sentido ante lo absurdo. Por ejemplo: “Atosigado quizá no era la palabra que Yulay hubiera escogido. Tempted? Bewildered? Puzzled?” (p. 38). Ante la falta de un referente adecuado el personaje busca alternativas en inglés, tratando con ello de ser lo más acertado posible al comunicar un estado anímico. La alternancia de código es manifiesta también para una mayor alternativa polisémica: “Uf, la chica estaba prime choice, buenísima, una cutie, linda zorrita. De lujo. Hot babe” (p. 101). La división del lenguaje pone en evidencia también la segmentación del personaje: “[...] decía su mente, que habla en inglés [...]” (p. 9). Son muchos los casos, donde la claridad del personaje, generalmente imbuido en el ensueño de la droga, se hace presente en el idioma inglés, es decir, hablar en español no es posible ya que: “Estaba atorado de alcohol, totalmente embotado. Trató de hablar pero las palabras, al brotar, se le volvieron espuma sucia” (p. 216). Ante la falta de capacidad de emitir palabras coherentes, estás son expresadas en su interior en inglés, sobre todo si se trata de aspectos vitales, como

por ejemplo la responsabilidad paterna de Tiburón: “Y lo había sentido. Ergo, no era suyo. That kid wasn´t this. It was nothimg but a cheap trick by Elsa to make some money. In fact, he convinced himself the kid was part of a plan, and the little bastard would end up paying for this” (p. 159). Finalmente, las palabras más importantes no se expresan, no hay cómo en una realidad absurda: “Todo lo que ella respondió cuando Tiburón ya no tuvo más smog verbal que escupir fue “dame dinero y vete”. Una frasecita pitoflera mil veces emitida por rufianes e insensatos” (p. 204). Heriberto Yépez, busca por otro lado, construir un lenguaje para esta realidad, mismo que está en deuda con el lenguaje de las vanguardias. En primera instancia podríamos señalar varios pasajes del texto donde se juega con las palabras: “Así que mejor de cariño le diré plaquita, placota, plaquilla, chota, tica, qüico” (p. 95). Otro ejemplo: “Elsa que había sido brisa, que había sido aire fresco, Elsa pajarita, Elsa niña querida, Elsa punzante, sí, Elsa muscular, Elsa estulticia, Elsa piedad, Elsa delirio, Elsa verdad” (p. 208). Destaca, en el último caso, la reduplicación del nombre propio y la clara intención poética del mismo al expresar inclusive cultismos. También, es posible rastrear en la novela señales sobre todo del dadaísmo, aspecto que no nos extrañaría considerando en su momento las intenciones de dicho movimiento; destruir el lenguaje anquilosado que ya no es capaz de expresar adecuadamente los tiempos de cambio. Lo mismo sucede aquí, una nueva realidad requiere un renovado lenguaje que exprese las condiciones más sórdidas del ser humano y que para tal efecto el autor se sirve del inglés. Los recursos son numerosos, desde los comunes, como los anglicismos –“Apenas parqueó a Christa…”– hasta la confirmación de palabras que rompen con su estructura formal –Que tú andabas emproblematizado–, –Cabizbajando–. Combina también las palabras de español e inglés respetando su estructura, –Por ahora let the old geezer talk –, – Pero na´más remember, bato loco–, –Un nowhere que espera un nuevo atracón–. Así como crea conceptos: –Para ver si despertaba a aquel güerindio–, –Pleno barrio extremófilo–, –Que no nos apaciguatíemos–, –Su propia agüitadera–. Baste dichos ejemplos para

constituir la capacidad creativa que requiere el autor y dar consistencia, por intermedio del lenguaje, al quehacer de sus personajes. La novela en dicho aspecto obliga al lector a entrar en la dinámica de la frontera; el lenguaje no está exento del cruce y si expuesto a los aconteceres cotidianos. Considero que Yépez, desde los guiños de vanguardias, busca la complicidad del lector para tratar de entender un pensamiento complejo como el de sus personajes siempre puestos en situaciones límites. La constitución comunicativa denota el interés por externar el sentimiento y pensamiento de los actantes que residen en una “ciudad de paso”, donde nada es estable y sí, dinámico y contradictorio. El lenguaje al límite, cuestionado por algunos, denota que hay situaciones que requerirían de más de un código lingüístico, que no está agotado y por ende es posible su renovación. Podríamos concluir este apartado, diciendo que la frontera lo es también para las palabras, que como sus personajes, están en una constante transgresión y quizá de ahí su cuestionamiento, no restando ello la creatividad por encontrar un sentido al absurdo limitado por mucha de las veces por el vocabulario.

c) Filosofía límite Dice Molina, “Afirma el escritor italiano Claudio Magris que «quien narra una historia, cuenta el mundo». La narración es un vehículo para entender la realidad y para comunicarnos con los demás7”. Hemos expuesto ya lo concerniente a los personajes y la peculiaridad respecto de

su forma de

expresión. Lo que buscamos ahora es un acercamiento, desde esta novela, a esa filosofía fronteriza de la sobrevivencia donde quizá se busca que “el sujeto humano alcance una identidad por la mediación de la función narrativa”: Tiburón había crecido con esa filosofía fronteriza que dice que toda tu vida está dirigida a una meta y esa meta puede ser adueñarte de una zonita, volverte un maldito inmigrado o pasar                                                                                                                         7

 Molina  (2006),  op.  cit.,  p.  35.  

una tonelada de coca y nunca más necesitar dinero (o necesitarlo from now on more than ever before) o algún otro de esos éxitos que esta tierra difunta permite; esa filosofía que, sobre todo, indica que la vida se puede acabar en cualquier segundo (como de hecho ocurre) y más vale empinarla de un guamazo mediante una rechoncha línea cristalina o un gran flash de phocazo. (pp. 15-16) La cita ilustra bastante bien al inicio de la novela the fate of the not people that lives in the border: Las alternativas son tres: “diler”, “incomer” or “drug traffiker”. ¿Superación? No es necesaria en una tierra difunta como bien se apunta, y aquí toma sentido el comportamiento catatónico de Tiburón, siempre bajo el influjo de la droga para soportar que la vida se puede es-fumar, por eso preferible consumirla antes del finish off. Los personajes buscan la muerte; no es posible soportar la denigrante condición de una ciudad monstruosa que devora con sus fauces, que no ofrece alternativas y que atrapa en un laberinto sin salida: “Dead or alive? No simple way of finding out. No truth behind any response” (p. 9). La única manera de sobrellevar las dificultades es sumergirse en un estado narcotizante, que permita eludir ese “mundo cruel” que constantemente regresa: “Para Tiburón sólo el phoco es verdad... Sin el humo, cada cosa es tortura, grieta; con él todo es drástico, distinto, habitable” (p. 9). Sí, ellos buscan un mundo habitable, que no se difumine como el producto que consumen o que se escapa como arena entre los dedos. Bien lo señala el narrador: “Sentirse vivo como todo tiene un precio,” por tanto, ¿qué hacer ante ello?, ¿cómo soportar la sola idea que hoy vives?, ¿cómo encontrar una salida ante un determinismo grotesco?: Mientras cruzaba la calle para llegar a Christa, supo que no tenía muchas salidas. Era realista. ¿Qué seguía? Seguir consumiendo crico y, para poder mantener el vicio, ¿volverse un obrero? ¿Otro homeless de Ciudad de Paso? [...] Solamente tenía una alternativa: volverse narco (p. 67). Pese al panorama desolador, la trasgresión constante de los valores y el lenguaje, la novela insta, desde su postura violenta, a buscar un sentido: “Lo que Tiburón quería era antes de la muerte, encontrar la vida. Encontrarla intensa, rabiosa, total, dar con su cúspide [...]” (p. 9). Empresa ardua, es remar contracorriente en una tierra donde ser bueno es dudoso e insostenible. El narrador ofrece una amarga

reflexión, que bien puede ser un respiro, en un capítulo donde introduce una pausa narrativa para dejar manifiesta su forma de pensamiento: Que frágil es la esperanza para la gente del Paso. Basta que ella conteste el teléfono para que su vida se acabe. [...] Basta que un narco esnifee más coca de la acostumbrada para que tu hijo sea acribillado. Basta que pienses en denunciarlo para que termines encobijado. Basta que hoy cierre una ensambladora para que mañana todo un barrio quede en la ruina. [...] Qué débil la alegría, qué vulnerable la emoción, no ha nacido cuando ya terminó. Todo es aborto. Todo es pánico. Qué frágil es la esperanza para la gente de Paso (p. 180). Es ésta la ya expresada dura realidad a la que se enfrentan nuestros personajes; el mar donde nada nuestro “Tiburón” sabiendo que hay depredadores más fuertes y carniceros. Una situación así, aparentemente, no permite alternativas y justifica el sinsentido así como la falta de ética: in the concrete jungle no se permite la fragilidad ni el altruismo. La filosofía fronteriza, expresada por las distintas voces que componen el relato, es forzada desde el sinsentido, la sin-razón de quienes viven alucinando que su situación puede cambiar en cualquier instante, inmersos ellos en un mundo de espanto. ¡Que frágil es la esperanza! para cada uno de los personajes que viven siempre de paso, nunca con domicilio fijo, refiriéndonos no sólo al espacio físico: “–Pues no te vayas. Porque si esta vida sigue allá, mejor hay que quedarse aquí. Yulay, esta vida ya no debe seguir, esta vida ya debe acabarse. Yo me quedo. Me urge que ya llegue el fin” (p. 219). Véase la disyuntiva fatal: irse significa continuar y encontrarse con la misma situación denigrante, quedarse es soportar las inclemencias en tanto llega la deseada muerte: “Go home, my friend... where you don´t belong either, by the way” (p. 51).

Conclusión: Narrativa in the border

La narrativa de Yépez es un descenso vertiginoso to the border of reason, en la frontera de la escritura y la narrativa. Los personajes cumplen a cabalidad las características de los llamados anti-

héroes, ¿pero porque denostarlos? Desde nuestras categorías, ellos son

contradictorios a nuestros

esquemas, pero en su contexto, no hay nada que nos indique una conducta fuera de la impuesta por el ordenamiento social. Son actores de un des-concierto, cada uno buscando de cumplir su papel a pesar de parecer impuesto y fatídico. Yépez construye personajes bufonescos, desgarbados, animalescos; cada uno de ellos parece a su vez no tener una materialidad, o de manera más concreta, en el caso de Tiburón, quien siempre vive fuera de los límites del saberse vivo. Su vida, símbolo manifiesto, es una espiral de humo y en cada bocanada busca aprisionar el poco aire fresco; todo está en el phoco, ahí encerrado, denso, condensado, basta un flamazo y the brightness become. El lenguaje es esencial para comprender no sólo su pensamiento sino su forma de ser. Las palabras no son sólo una estructuración fonética o gramatical, son la esencia de lo que al interno hay. Su medianía en la tierra de ser apenas alguien, les exige un nuevo código; el español es simple smog verbal sino manifiesta lo que de verdad se siente; el inglés es el idioma perfecto, inoculado de afectividad para ser claro y directo. Por otro lado, la realidad exige un nuevo constructo del léxico, la dinámica de la frontera día con día, demanda nuevas definiciones ya que la letra muerta del diccionario no sirve para vitalizar cada uno de los dramas ahí expresos. La inventiva de los nombre pone de manifiesto inclusive que el ser humano no puede estar sujeto a un apelativo que no invoque las características que lo definen. Para nuestro obtuso modo de ver las cosas, no pasa de ser un simple recurso literario (bien empleado por cierto); la diversidad manifiesta en la forma de expresión tendría, más bien, que inducirnos a encontrar nuevos caracteres que no dejen nada en el tintero cuando de expresar una realidad tan absurda se trata. Hay congruencia del ser de los personajes con su ser lingüístico, Tiburón expresa en inglés sus pensamientos, él, el bueno para nada que se petrifica ante el jefe, que parece incapaz de hilvanar una frase coherente en su siempre mundo phocado.

La filosofía fronteriza externada por un narrador que conduce de manera adecuada el relato es resultante de los elementos anteriores: personajes que desde sus situaciones límite reflexionan su condición infrahumana y que por ende acuden a un código capaz de manifestar, no sólo un slang, sino la algarabía de saberse vivos en cada vocablo que externan. Es un descenso dantesco, sin un Virgilio que nos guie y prometa traer de vuelta del infierno, resta solo disiparse, volverse humo para escapar de una narrativa que sin duda taladrará nuestro oídos. “Finer drugs, new women, great life & more money”, son el espejismo falso de quienes buscan ir al otro lado, la realidad de la frontera es más que eso y para ello baste leer esta novela: “Time to get up, Adiós, pensó, so long, suckers”.

BIBLIOGRAFÍA  

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Carolina Molina Fernández: “Cómo se analiza una novela. Teoría y práctica del relato I”, Per Abbat, boletín filológico de actualización académica y didáctica, núm. 1, 2006, págs. 35-60, texto electrónico en Dialnet: – “Cómo se analiza una novela. Teoría y práctica del relato II”, Per Abbat, boletín filológico de actualización académica y didáctica, núm. 2, 2007, págs. 47-72, texto electrónico en Dialnet:

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Krauze, Enrique: "Cuatro estaciones de la cultura mexicana", Vuelta, Vol. V, núm. 69, noviembre 1981, pp. 27 a 42.

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o Parra. “Norte, narcotráfico y literatura,” Letras Libres, núm. 82, octubre 2005, pp. 60-61. Texto electrónico:



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