Hacia la ciudad islámica: de la percepción tradicional a la conceptualización arqueológica

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Descripción

Carmen González Gutiérrez Grupo de Investigación Sísifo (PAIDI HUM-236) Universidad de Córdoba ✉✉ [email protected]

Resumen Los adjetivos peyorativos tales como caótico, desordenado o anárquico han sido los más frecuentemente utilizados por la tradición historiográfica a la hora de describir el urbanismo de la ciudad islámica. Dichas características, cuya presencia en estos asentamientos se atribuía a la supuesta ineficacia del estado islámico y de la sociedad musulmana para gestionar el espacio de forma coherente –entendida como sinónimo de ortogonal–, propició el surgimiento y la consolidación de un concepto de ciudad que se definía únicamente como contraposición a la urbe clásica y según sus carencias con respecto a ésta. Sin embargo, la documentación arqueológica, cada vez más abundante, de las modificaciones topográficas experimentadas por las ciudades europeas durante los siglos tardoantiguos, está permitiendo redefinir las pautas metodológicas de aproximación a los asentamientos islámicos medievales en Occidente. En este capítulo pretendemos recorrer de forma sucinta el proceso por el cual el conocimiento arqueológico de la etapa tardoantigua en Hispania, cada vez más solvente y preciso, permite matizar los juicios hasta ahora emitidos sobre medinas islámicas. Los avances arqueológicos relativos a la Tardoantigüedad hispana sitúan el germen urbanístico de las ciudades andalusíes en las civitas, de cuya configuración topográfica son, en muchos casos, herederas directas. En esta trayectoria prestamos especial atención a Córdoba, cuya existencia dilatada en el tiempo, sumada a su condición de capital de al-Andalus, la convierten en un ejemplo ineludible para comprender esta dinámica de cambio y evolución urbana.

Monografías de Arqueología Cordobesa 20  Páginas 201-214  isbn 978-84-9927-163-7

Hacia la ciudad islámica: de la percepción tradicional a la conceptualización arqueológica

Palabras clave: Ciudad, urbanismo, diacronía, evolución urbana, Córdoba.

A b s t ra c t Pejorative adjectives such as chaotic, disorganized or messy have been frequently used by the historiographical tradition to describe the urbanism of Islamic cities. Those characteristics, whose presence in these settlements was attributed to an apparent inefficacy of the Islamic State and the Muslim society for a coherent management of the space –as a synonym of orthogonal–, favored the emergence and consolidation of a concept of town that was only defined by its contraposition to the classic urbs and the physical differences between them. However, the growing archaeological documentation about the topographical changes experienced by European cities during the late-Antique centuries is leading to a redefinition of the methodological guidelines for the approximation to medieval Islamic towns in Occident. In this chapter we intend to cover briefly the process that allowed archaeological knowledge about the lateantique stage in Hispania, each time more reliable and precise, to clarify the opinions given until now about the Islamic mudun. Archaeological advances related to Hispanic Late Antiquity place the urban seed of Andalusi cities in the civitas, from whose topographical configuration are, in most cases, direct heirs. In this itinerary, special

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attention will be paid to Cordoba: its long existence in time, together with its condition of capital of al-Andalus, turn it into a unavoidable example to understand this dynamic of change and urban evolution. Keywords: City, urbanism, diachrony, urban development, Cordoba.

INTRODUCCIÓN: PREMISAS DE PARTIDA Cualquier ciudad, en su manifestación física, es un ente vivo y cambiante y, como tal, está sujeta a constantes transformaciones a lo largo del tiempo. Las ciudades son, por tanto, fenómenos complejos de larga duración y enorme diversidad que han caracterizado a la sociedad histórica desde sus más tempranos inicios (BROGIOLO, 2011, 22). Podemos afirmar que, en la actualidad, la investigación conviene en considerarlas no como un producto finalizado, sino como un proceso continuo reflejo de las necesidades, inquietudes y formas de vida de las sociedades que las habitan y las construyen. Éstas son, en última instancia, las responsables más directas del fenómeno urbano. Acorde con esta reflexión, y aproximándonos a la temática general y al marco espacial y cronológico que compete a este Proyecto, las modificaciones topográficas, económicas y sociales acaecidas en los conjuntos urbanos europeos durante la Tardoantigüedad, resultan absolutamente indispensables para comprender la génesis y formación de los posteriores asentamientos medievales. Dichas alteraciones comienzan a conocerse con mayor solvencia y precisión de la mano de las actividades arqueológicas efectuadas en el seno de las ciudades históricas en los últimos años. Éstas revelan la existencia de una evolución urbana en la forma de las urbes clásicas durante la Antigüedad Tardía; realidad que, en el caso de la Península Ibérica, se verá además enriquecida con la invasión musulmana y la reocupación de estas ciudades a partir de inicios del siglo VIII. La posibilidad de alcanzar un conocimiento adecuado del urbanismo medieval islámico, o de valorar las alteraciones que los nuevos pobladores operaron en las ciudades hispanas a partir del siglo VIII, no se concibe hoy si se carece de una correcta identificación de las formas urbanas precedentes, pues son, en términos topográficos, su sustrato básico y su influencia más inmediata. Junto con ello, el interés por conocer la civitas tardoantigua hispana “no radica sólo en la identificación de los cambios de la fisonomía urbana, sino, sobre todo, en las importantes transformaciones sociales que se producen durante este amplio periodo y que se traducen en un nuevo concepto de ciudad y en un modelo de ocupación del espacio urbano y suburbano distinto del existente en la época clásica, y que condicionará, en buena parte de España, la evolución de las posteriores mudun islámicas en al-Andalus”. (MURILLO et alii, 2010, 503). La introducción del análisis diacrónico en la investigación sobre las ciudades es clave para comprender los mecanismos de transformación del paisaje urbano que conducirán de la urbs a la civitas y, en el caso hispano, de ésta a la medina. No obstante, dicha incorporación se ha producido en fechas bastante recientes, por lo que tradicionalmente, y hasta que esta inclusión se hizo efectiva, tanto la disolución de los modos de vida y topografía de los asentamientos clásicos como la aparición de la ciudad islámica han sido estudiados generalmente por separado. Ello propició el surgimiento de “una imagen de ciudad islámica o arabo-islámica casi como la negación misma del orden urbano” (VANSTAËVEL, 2001, 215), que sería protagonista de múltiples estudios “formulados desde perspectivas funcionales y acrónicas que apenas inciden en la evolución histórica de las ciudades andalusíes y su relación con realidades urbanas anteriores”1.

EL URBANISMO ISLÁMICO Y SU CONCEPTUALIZACIÓN HISTORIOGRÁFICA Las primeras teorizaciones generales sobre la fisionomía y configuración de los conjuntos urbanos islámicos surgieron a inicios del siglo XX, llevados a cabo sobre todo por investigadores occidentales 1  Fragmento extraído de la Memoria Técnica del Proyecto Urbs, disponible en: http://www.gruposisifo.com/investigacion/proyectos/urbs.html

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que dedicaron su atención a ciudades islámicas sitas, principalmente, en áreas que habían sido colonizadas por Europa (GRABAR, 1983). Dicha circunstancia provocó que las percepciones y, por ende, los resultados alcanzados por estos estudiosos, estuvieran fuertemente impregnados de un occidentalismo manifiesto que condicionaría desde sus mismos comienzos la definición de ciudad islámica que empezaba a gestarse. La identificación más temprana de este tipo de asentamientos con un concepto estereotipado de ciudad se ha atribuido a W. Marçais (ABU-LUGHOD, 1987, 155-156; RAYMOND, 1994, 3), autor que definió una serie de componentes con los que, desde un punto de vista físico y básico, todas las urbes islámicas debieron haber contado: una mezquita aljama para la oración de los viernes; un zoco en sus proximidades y varios baños públicos (MARÇAIS, 1928, 97-99). Años más tarde, G. Marçais asumió los preceptos de su hermano y continuó su estela, lo cual contribuyó también a dibujar un tipo de ciudad basado casi exclusivamente en la descripción física de su organización y de los elementos urbanos que la integraban, a tenor de unas observaciones realizadas en un momento coetáneo, y nunca a través de testimonios históricos o evidencias materiales del pasado. El retrato que los Marçais esbozaron fue pronto asumido en sentido amplio y repetido con profusión en la producción científica del momento. Autores como R. LeTourneau, J. Berque o, sobre todo, G. Von Grunebaum, recogieron el testigo dejado por los hermanos Marçais y, a partir de la referencia casi exclusiva a ejemplos sitos en el Magreb, perfilaron paulatinamente esa imagen de los asentamientos islámicos como un mero conglomerado de elementos urbanos entre los que destacarían siempre la mezquita aljama, el mercado o zoco, los baños públicos, una red viaria intrincada y el cuerpo de murallas (ALSAYYAD, 1991, 18; NEGLIA, 2008, 5-6). En el desarrollo de sus trabajos, estos autores omitían las referencias expresas a la estructura social o institucional subyacente a estos conjuntos urbanos. Esta “aproximación orientalista” (NEGLIA, 2008), construida a través de la acumulación de observaciones subjetivas de una muestra no del todo amplia, responsabilizaba de manera directa al Islam de la existencia de ciertas características urbanísticas muy específicas, tales como el trazado estrecho y tortuoso de las calles, la existencia de múltiples callejones ciegos o una relativa falta de espacios públicos abiertos. Todas ellas se consideraban como una regresión del urbanismo grecorromano, y un claro reflejo de la falta de capacidad organizadora del estado islámico (BENNISON, GASCOIGNE, 2007, 2). En definitiva, semejantes rasgos se entendían como un síntoma de la ineficacia de la nueva sociedad musulmana para disponer con coherencia del espacio urbano. La elaboración de una definición de urbe en función de sus carencias con respecto a los modelos clásicos, desestimando la influencia de posibles factores sociológicos, cronológicos o históricos como agentes modeladores o definitorios de los territorios ocupados, no hizo sino crear una imagen distorsionada de ciudad en la que, por lo general, se ignoraba el hecho de que los núcleos urbanos islámicos habían evolucionado con el paso del tiempo. Se obviaba también que la forma contemporánea de los lugares sometidos a observación no tenía por qué reflejar ya el modo en que fueron constituidos y gobernados durante su pasado medieval (ABU-LUGHOD, 1987, 160). Las primeras voces en desacuerdo con esta idea rígida y estereotipada de ciudad comenzaron a manifestarse, aproximadamente, a mediados del siglo XX con estudios como los de J. Sauvaget (1934; 1941) o I. Lapidus (1967; 1973) sobre poblaciones sirias. Aún con una importante rémora de las etapas anteriores, comienzan ya a vislumbrarse ciertas diferencias con respecto a los trabajos efectuados sobre ejemplos norteafricanos. Pese a que Sauvaget consideraba al tejido urbano de las ciudades sirias como una degradación del existente en época clásica, fue capaz de percibir varios niveles correspondientes a etapas históricas distintas, así como ciertos cambios entre ellos (NEGLIA, 2008, 6). Lapidus, por su parte, destacó por evidenciar la imperante necesidad de aplicar un modelo analítico más flexible, que tendiera a centrarse en comprender a la sociedad por encima de la forma urbana (Ibid., 2008, 11). Esta crítica se prolongaría sin solución de continuidad durante las décadas de los 70, 80 y 90, haciéndose firme con la adición progresiva de nuevos autores (ABU LUGHOD, 1987, 22; NEGLIA,

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2008, 10-18; RAYMOND, 2008) y zonas geográficas2. Se inició una etapa revisionista que, de forma sucesiva aunque no siempre homogénea, extendió el debate sobre la ciudad islámica más allá de la esfera académica europea, y vio nacer nuevas propuestas de aproximación al tema. En estos términos, J. Abu-Lughod (1987, 160) señaló que uno de los errores fundamentales que se ha venido arrastrando durante tantos años ha sido el de la generalización y extrapolación de datos a partir de la observación de un único caso. N. Alsayyad (1991), consciente también de esta revolución historiográfica, se afanó por insertar en todos los casos el estudio de la forma urbana de las ciudades en su contexto histórico-cultural, teniendo siempre en cuenta la manera en que la funcionalidad afecta, moldea y condiciona la mencionada forma. Por otra parte, la combinación de las fuentes históricas con la información morfológica para aproximarse a núcleos islámicos como Alepo, Argel o El Cairo permitió a A. Raymond apercibirse de la estructura interna subyacente a estas ciudades, que encierra, según el autor, la clave de su organización y la razón por la que han sobrevivido al paso de los siglos adaptándose y evolucionando con el paso del tiempo (RAYMOND, 1994; 2008). Las diferentes formas de aproximación a la ciudad islámica y la dispersión territorial que protagonizaron estas nuevas investigaciones permitieron que la mayoría de los autores coincidiera, a partir entonces, en desterrar las premisas orientalistas, marcadas muy comúnmente por la ahistoricidad, y por la tendencia a elaborar tipologías basadas casi en exclusiva en un número muy bajo de ejemplos (BENNISON, GASCOIGNE, 2007, 3). En esencia, se arremete contra la inmutabilidad que implica ese estereotipo y contra el excesivo simplismo de los esquemas aplicados hasta el momento “basados en dicotomías, como la contraposición ciudad europea/ciudad islámica, o lo que es lo mismo, orden/desorden; la radical separación entre ciudad y campo; o los que ven una presencia determinante del islam, frente a los que defienden una ausencia total de la religión en el urbanismo musulmán” (ACIÉN, 2001, 12). Con el fin de actualizar los planteamientos imperantes hasta entonces, este fenómeno revisionista aboga también, más que por la descripción de las ciudades, por tratar de dilucidar qué agentes intervienen en la gestación y transformación de su forma física, ya que “l’aspect d’une ville résultait d’un compromis entre trois séries d’éléments, tout d’abord la topographie et l’écologie naturelles du terrain sur lequel elle avait été édifiée, ainsi que les vestiges d’activités humaines, champs, clôtures, murs, bâtiments épars, chemins, canalisations qui dans certains cas avaient préexisté, ensuite le projet conscient ou inconscient de ses initiateurs successifs” (BIANQUIS, 1988, 13). A partir de ahora es prácticamente incuestionable el peso que, para un correcto análisis del urbanismo, encierran tanto su evolución histórica y topográfica a lo largo del tiempo como las características de las sociedades que lo configuraron y moldearon acorde con sus necesidades. En palabras de P. Wheatley (2001, 227), “urbanism in its grossest connotation signifies no more than a particular level of sociocultural integration that becomes meaningful only when contrasted with pre-urban, nonurban, or (presumably son-to-be) post-urban society. However, this generalization conceals the fact that each society mediates the integrative process according to its own distinctive combination of functional subsystems and the values and norms of its structural subsystems”. Sin que se haya definido aún con precisión a qué características hace referencia la frecuente adjetivación de “lo islámico”3 atribuida a estos asentamientos, gracias a esta metódica revisión se asume ya sin apenas género de discusión que la ciudad es un ente que se desarrolla debido, principalmente, a las decisiones y actuaciones de sus habitantes. Por tanto, conocer la evolución de los asentamientos, comparándolos con sus estadios previos y comprendiendo qué necesidades cubren en cada momento histórico puede conducir también a colegir cambios sociales y a una visión más com-

2  El ámbito de estudio trascenderá a partir de ahora el Norte de África, y el elenco de investigadores dedicado a este tipo de análisis también se verá enriquecido con contingentes extraeuropeos que contribuirán a superar esa visión orientalista (vid. ACIÉN, 2001, 13). 3  Algunas consideraciones sobre los posibles significados de “lo islámico” y las características que los investigadores le han atribuido en GRABAR, 1983.

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pleta de la sociedades que las habitaron (CARVER, 1996, 184). Para ello es necesario intentar dar respuesta no sólo a la pregunta qué o cómo son las ciudades islámicas, sino qué impulsos intervienen en su proceso formativo: “cities are the product of many forces, and the forms that evolve in response to these forces are unique to the combination of those forces” (ABU-LUGHOD, 1987, 162). Esto implica reflexionar sobre varias cuestiones que no se habían planteado hasta entonces, como por qué el Islam necesita ciudades y, por tanto, por qué las funda y cómo las configura; qué cambios y permanencias topográficas se ocasionan con respecto a las etapas históricas previas y a qué responden; qué concepto tienen sus habitantes sobre dichas ciudades y qué precisan de ellas, etcétera.

AL-ANDALUS COMO CASO Y LA ARQUEOLOGÍA COMO ENFOQUE La investigación sobre el urbanismo andalusí ha seguido los mismos derroteros que la discusión internacional4, aunque en su evolución ha jugado un papel primordial la aparición del elemento arqueológico. En un principio, el estudio de las ciudades en España también se llevó a cabo aislando unas épocas históricas de otras, con lo que se analizaba, de una parte, la ciudad antigua y su desaparición y, de otra, la andalusí. Los siglos V, VI y VII no se contemplaban como una etapa urbanística más en el camino que conduciría hacia la ciudad hispanomusulmana, ni mucho menos como el sustrato definitorio del surgimiento de la urbe emiral en el siglo VIII. De hecho, dichos siglos se definían, hasta hace poco, como “el declive del nivel cualitativo y cuantitativo de los equipamientos urbanos, mientras que el siglo VIII, invisible desde una perspectiva material, simbolizaba la ruptura a través del abandono definitivo de las viejas ciudades” (GUTIÉRREZ LLORET, 2012, 43). El cambio de esta percepción llegó de nuevo en la segunda mitad de la pasada centuria, cuando los estudios sobre las realidades urbanas entre los siglos III y X comenzaron a incluir la información procedente del abundante registro material que recién emergía (GUTIÉRREZ LLORET, 1996, 101103; NAVARRO, JIMÉNEZ, 2007, 27-30; WICKHAM, 2006, 15). Las intervenciones arqueológicas y las investigaciones de marcado carácter diacrónico derivadas de ellas que se desarrollaban en las ciudades hispanas5, se hicieron eco de la transición urbanística entre la Tardoantigüedad y la Edad Media, y empezaron a desenmarañar la materialidad arqueológica de los asentamientos visigodos, su realidad urbana y su destacado papel histórico (GUTIÉRREZ LLORET, 2012, 43)6. A partir de este momento, y debido a su riqueza, variedad y heterogénea complejidad, el elemento arqueológico se convierte en una fuente de información ineludible para tratar temas como el origen de la ciudad hispanomusulmana y las pautas morfogenéticas que rigen su desarrollo7, enriqueciendo dichas líneas de investigación con la reflexión sobre la previa descomposición y progresiva desaparición de la ciudad tardoantigua (ACIÉN, 2001, 20; BROGIOLO, 2011, 208) y el análisis

4  No obstante, se unió a ella con algo de retraso. Pese a que las posibles causas que han provocado esta tardía incorporación de la historiografía española a la discusión sobre estas cuestiones no se han definido, nos atrevemos a sugerir que quizás ésta pueda haber respondido a la juventud de la que la arqueología medieval, y concretamente su rama islámica, adolecía entonces en España (vid. IZQUIERDO, 1994). 5  Podemos citar, entre otros lugares, Barcelona (vid. BELTRÁN, 2001; 2008; 2013), Valencia (vid. PASCUAL, SORIANO, 1993; VICENT, ROSELLÓ, 2009), Tarragona (vid. MACÍAS et alii, 1999; MACÍAS, 2000), Cartagena (vid. RAMALLO, 1996; RAMALLO, RUIZ, 1996-1997; 2000), Mérida (vid. MATEOS, ALBA, 2001; ALBA, 1999; 2001; ALBA, MATEOS, 2008; entre otros), Recópolis (vid. OLMO, 2001; SÁNCHEZ GONZÁLEZ et alii, 2002; GURT I ESPARRAGUERA, SÁNCHEZ, 2008), el Tolmo de Minateda (vid. GUTIÉRREZ LLORET, 2002; GUTIÉRREZ LLORET et alii, 2005; o AMORÓS, CAÑAVATE, 2010) o la propia Córdoba (vid. infra). 6  Al socaire de esta auténtica revolución arqueológica, muchos investigadores “han puesto de relieve la problemática de la ciudad tardía en Hispania por lo que respecta a su estructura urbana” (GURT I ESPARRAGUERA, 2003, 121-122, nota 1), pese a lo cual aún “son pocos los ejemplos de que disponemos para poder hacer un análisis extensivo y global de las transformaciones de la ciudad clásica durante la Antigüedad tardía” (Ibíd.). 7  Más sobre el tema en GARCÍA Y BELLIDO Y GARCÍA DE DIEGO, 1997; 2000.

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sobre la transición desde ésta a la madinat (vid. GUTIÉRREZ LLORET, 1993)8. En definitiva, el caso hispano-andalusí puso de relieve que no sólo era posible, sino que además resultaba imprescindible, diseñar desde la arqueología “estrategias de investigación destinadas a reconocer el proceso de islamización y la transición de la sociedad visigoda a la islámica” (GUTIÉRREZ LLORET, 2012, 36), así como acometer una relectura y una nueva interpretación “de las ciudades islámicas en general y de las andalusíes en particular, donde el urbanismo musulmán no se nos presenta únicamente como una consecuencia del pensamiento religioso y de la cultura del Islam, sino como el resultado del complejo proceso de evolución urbana del mundo tardoantiguo” (CARBALLEIRA, 2012, 77). Por tanto, a los trabajos iniciales sobre las medinas andalusíes, que también se habían visto limitados en muchos aspectos por la falta del mencionado registro material para contrastar hipótesis (vid. LEVI PROVENÇAL, 1957; TORRES BALBÁS, 1953, 19559; 1971; o CHALMETA, 1973), se suma ahora un elenco cada vez más numeroso de encuentros, publicaciones y foros de reflexión en los que, gracias mayoritariamente al amplio abanico de posibilidades brindadas por la arqueología, prima la concepción de la ciudad medieval, en general, como un ente histórico orgánico y fundamental para la articulación del territorio. Pese a que en este camino se detectan también algunas carencias10, sin duda nos encontramos ante la progresiva y al mismo tiempo férrea consolidación de una disciplina aún joven, pero con importantes previsiones de futuro11.

LA APORTACIÓN DE CÓRDOBA Pero, aun con todo lo dicho hasta ahora, “si bien no se debe obviar el continuismo entre la ciudad clásica y la paleoislámica, también es preciso hacer hincapié en que la islamización de la ciudad acabó generando nuevas formas que sí permiten hablar de rasgos específicos en el urbanismo musulmán, puesto que guardan estrecha relación con el precepto religioso de la oración del viernes” (CARBALLEIRA, 2012, 78). Hablamos, por tanto, de asentamientos andalusíes modelados de acuerdo con rasgos heredados de las civitas precedentes y mantenedores de ciertas permanencias (ACIÉN, 2001, 20-21), pero que también introdujeron novedades muy particulares que respondieron a un cambio social y cultural y, en definitiva, a la paulatina aparición de “una nueva realidad islámica que fue mucho más que una mera transmisora de modelos orientales en Occidente, así como también no tuvo en la religión a su único agente modelador” (GONZÁLEZ FERRÍN, 2006, 18; 51). A este respecto, “la ciudad de Córdoba se distingue como un enclave fundamental para la investigación histórica y arqueológica de la Tardoantigüedad y del Altomedievo; y ello es así, porque tanto su propia historia, cargada de referencias en los textos, como lo conservado de su patrimonio arqueológico y monumental, ofrecen aún hoy elementos claves para la comprensión del pasado” 8  Las transformaciones de la ciudad clásica durante la Tardoantigüedad han podido documentarse arqueológicamente, como hemos dicho, en muchas ciudades de Hispania, así como la transición de éstas a las mudun. No obstante, existen pocas exégesis de conjunto sobre el particular, destacándose la labor de S. Gutiérrez Lloret (1993, entre otros). Al mismo tiempo, pueden citarse recopilaciones incluidas en RAMALLO, 2000; GURT I ESPARRAGUERA, 2000-2001; o GURT I ESPARRAGUERA, SÁNCHEZ RAMOS, 2009; 2011. 9  En este artículo se afirma, por ejemplo, que en el momento de su redacción tan sólo se conoce la planta de 28 viviendas hispanomusulmanas (TORRES BALBÁS, 1955, 46). 10  A pesar del notable avance científico que el conocimiento sobre la ciudad hispanomusulmana está experimentando, también presenta algunos frenos, problemas e incluso lastres que han de ser solventados poco a poco (vid. MARTÍNEZ ENAMORADO, TORREMOCHA, 2002, 13-16). A ello se une la gran abundancia de estudios aislados o locales, que se desarrollan con independencia los unos de los otros, y que aún necesitan de una puesta en común o compilación conjunta que contribuya a completar el gran puzle que fue al-Andalus. 11  En estas previsiones juega un papel clave la difusión que el caso de al-Andalus está teniendo en ámbito extrapeninsular, con encuentros y congresos internacionales como los celebrados anualmente en Lérida, España; en Leeds, Inglaterra; o los organizados por la sociedad alemana “Ernst Herzfeld Gesellschaft” en los que la arqueología islámica hispana comienza ya a poseer un peso específico notorio. Del mismo modo, la participación, cada vez más frecuente, de jóvenes investigadores en estas jornadas, contribuye a renovar y revitalizar esta línea de trabajo.

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(MARFIL, 2001, 117). Pese a la veracidad de tal afirmación, el panorama de la investigación no ha sido, hasta fechas muy recientes, nada halagüeño, pues aunque la destacada posición de Córdoba durante la Antigüedad y su condición de capital de al-Andalus la revistan de una especial significación, la trayectoria de su arqueología no se ha distinguido de lo acontecido en la mayoría de las ciudades históricas españolas. Al retraso en la incorporación a las nuevas corrientes de pensamiento y reflexión se ha unido, además, el desinterés manifiesto, existente durante muchos años, por el conocimiento de la trama urbana de la ciudad entre los siglos VIII y XIII, así como por su génesis y cambio a lo largo de este periodo. La investigación sobre la topografía de Córdoba ha caído frecuentemente en la tendencia a dar un salto entre su periodo antiguo y medieval, sin atender a la etapa intermedia (LEÓN, MURILLO, 2014), a lo cual se ha sumado un notable desequilibrio entre los estudios desarrollados sobre la ciudad clásica y aquellos otros dedicados a investigar sobre su pasado musulmán. Al mismo tiempo, las atenciones prestadas al momento visigodo eran, hasta hace bien poco, prácticamente inexistentes (MARFIL, 2001, 117-118). Así las cosas, el proceso por el cual el devenir histórico fue imprimiendo sus huellas en la organización de la ciudad a lo largo del dominio islámico apenas captó el interés de los investigadores, quienes otorgaron el grueso del protagonismo a la mezquita aljama y a Madinat al-Zahra. Sin embargo, cabe distinguir a dos autores que, diferenciándose de esta tendencia general, sentarían los cimientos del conocimiento de la Córdoba califal, constituyendo el punto de partida de pesquisas posteriores (MURILLO, 2013, 81). El primero de ellos fue R. Castejón quien, consciente de las limitaciones derivadas de la falta de testimonios arqueológicos, propuso en 1929 una reconstrucción de la imagen de la Córdoba califal. Según él, esta ciudad contó con vestigios materiales procedentes de su pasado que, absorbidos e integrados en la trama urbana califal, contribuirían a dar un sabor muy particular a la misma. A este respecto, apostó también por la hipótesis de que las líneas topográficas o urbanísticas esenciales de la ciudad, configuradas en época romana, fueron respetadas durante la presencia islámica y han subsistido incluso en época contemporánea, en especial en la zona de la medina12. No obstante, esa ausencia de restos materiales firmes le impidió contrastar estas afirmaciones. En segundo lugar ha de subrayarse la labor del arabista É. Levi Provençal, cuyo amplio conocimiento de la historia medieval de Europa y de España le permitió insertar sus análisis sobre Córdoba en un contexto histórico-social más amplio y superar su estudio aislado. Gracias a ello, sus publicaciones ofrecen una visión global del cuadro andalusí sobre el que se investigaba entonces, y a través de la cual pudo detectar el estado de “penuria documental” (LEVI-PROVENÇAL, 1957, 231) en el que se encontraba no sólo Córdoba, sino al-Andalus en general. Todo ello le hizo entender por qué “la exploración de las ciudades del Occidente islámico (…) llega casi siempre a resultados decepcionantes, pues apenas puede apoyarse más que en fuentes indirectas o en briznas de información, cuyo contexto más bien las ensombrece que las aclara” (Ibíd. 197). Estos autores inauguraron una época de estrecha colaboración entre epigrafistas, arabistas, arquitectos e intelectuales provenientes de múltiples disciplinas –entre ellos M. Ocaña (1936; 1942; etc.), E. García-Gómez (1952; 1957; 1965) o F. Hernández (1975)– que colaboraron para un mejor conocimiento de la Córdoba islámica. El foco, sin embargo, lo constituiría casi con exclusividad la etapa califal, cuyo esplendor ocuparía sin solución de continuidad las páginas y la atención de los investigadores, y sumiría en la sombra a otros estadios de la historia de la ciudad. Con todo, estas labores de reconstrucción de la imagen califal de Madinat Qurtuba son loables, habida especial cuenta de que los principales datos que se manejaban en este momento procedían de las fuentes

12  A tales efectos Castejón afirma que “la distribución interior de la almedina no ha debido sufrir grandes transformaciones en el transcurso de los siglos, porque estaba determinada por las puertas de su recinto, que son las que han llegado a nuestros días y están fijadas sobre los antiguos planos de la ciudad” (CASTEJÓN, 1929, 268), de la misma forma que “las calles principales de la almedina, del trazado romano, subsisten en nuestros días” (Ibíd. 278).

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documentales. El resultado de estos esfuerzos constituyó el esqueleto embrionario sobre el que se sustentaron los avances posteriores. No obstante, y exceptuando los producidos por Levi-Pronvençal, estos estudios se caracterizaron por el aislamiento que confirieron a Córdoba tanto con respecto a la investigación contemporánea como en lo referente a su propia historia, pues, en líneas generales, se percibe a Madinat Qurtuba como una realidad ajena que, aunque se estableció físicamente sobre el sustrato de la antigua Corduba, no fue sino el fruto exótico de intervenciones externas que en nada se vincularon con aquélla ni con sus habitantes. Imperaba un sentir general, aún con contadas excepciones, de absoluto desligamiento con respecto a la realidad anterior. Dicho sentir experimentará un fuerte cambio a finales del siglo XX, momento en el que Córdoba se unirá al despertar arqueológico que comenzaba a eclosionar por todo el país. Pese a que el desarrollo de la disciplina en la misma no ha diferido, a grandes rasgos, de lo acontecido en el resto de España, esta ciudad se distinguirá desde primera hora por la potencialidad de su sustrato arqueológico y la enorme extensión que llegaron a alcanzar sus excavaciones en las últimas décadas del siglo XX, cuyos resultados conducirían, entre otras consecuencias, a cambiar radicalmente la metodología de investigación sobre Madinat Qurtuba. Sin duda, fueron el descubrimiento y las posteriores intervenciones arqueológicas en el área de Cercadilla13 las que permitieron rescatar los datos más elocuentes para que se operase un cambio en la concepción de Córdoba como ciudad histórica. Este sector, que destaca por ser uno de los pocos enclaves cordobeses donde se puede observar ininterrumpidamente la secuencia estratigráfica completa desde época romana hasta la consolidación del califato omeya (HIDALGO, FUERTES, 2001, 226), contiene, además, las primeras evidencias directas documentadas en Córdoba para la segunda mitad del siglo VIII (MURILLO et alii, 2004, 258), las cuales permitieron por fin una aproximación sólida al proceso de surgimiento y formación de la ciudad emiral. Más allá de las dificultades que presenta su interpretación14, el conjunto arqueológico de Cercadilla comenzó a esclarecer muchos de los interrogantes históricos que hasta entonces se suscitaban: los motivos por los cuales ciertas áreas públicas de la ciudad abandonaron progresivamente durante el siglo IV (vid. CARRILLO et alii, 1999, 34), los efectos de la cristianización en el paisaje urbano (MURILLO et alii, 1997, 51 y ss.), o la redefinición de la renovación urbana con actuaciones tan relevantes como la reutilización de estos espacios a partir del siglo VI a modo de centro de culto y necrópolis cristianos (MURILLO et alii, 2004), así como la configuración de “un nuevo centro de poder que explicaría en términos de evolución propia el agotamiento y desestructuración de la ciudad clásica” (ACIÉN, VALLEJO, 1998, 108). En definitiva, Cercadilla permitió comprobar sobre el terreno, por primera vez en Córdoba, las mutaciones que se sucedieron en la ciudad durante la Tardoantigüedad, “en un proceso que responde, en líneas generales, y con las lógicas particularidades de una casuística muy concreta, al documentado durante este periodo en la mayoría de las ciudades hispanas” (LEÓN, MURILLO, 2009, 400, nota 7). La dinámica de estos nuevos tiempos se confirmará también a través de otras intervenciones arqueológicas cuyos datos tendrán enorme relevancia histórica15, entre las que cabe subrayar las efectuadas en la zona del Alcázar (vid. MONTEJO, GARRIGUET, 1998; LEÓN, MURILLO, 2009) y la mezquita aljama (vid. MARFIL, 2006, entre otros). La paulatina y al mismo tiempo decisiva aparición de la Tardoantigüedad en el registro arqueológico provocó las reiteradas denuncias sobre la hasta entonces imperante falta de estudios sobre la

13  La bibliografía generada por este conjunto arqueológico es amplísima, pudiendo citarse, entre muchos otros: MARFIL, HIDALGO, 1992; HIDALGO, 1996; MORENO, 1997 o ARCE, 1997. 14  Los desafortunados acontecimientos acaecidos en torno a su descubrimiento e intervención arqueológica han provocado controversias y falta de acuerdo en cuanto a la interpretación histórica del conjunto. Una síntesis de la cuestión en MURILLO et alii, 2010, 503-504, nota 290. 15  Una exposición de los mismos en MURILLO et alii, 2010, 504 y ss.

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Córdoba visigoda16, y también operó cambios en cuanto a su percepción, sustituyéndose así las ideas de crisis y decadencia por la de transformaciones, en el marco proceso de revitalización que ajustaría el paisaje urbano a las necesidades de una realidad sociopolítica y cultural distinta (MURILLO et alii, 2004, 259). En líneas generales, esta nueva ciudad sería la que los conquistadores islámicos encontraron a su llegada y, por tanto, la que habría condicionado sus primeras actuaciones topográficas. Con todo, durante los primeros tiempos de la ocupación musulmana los cambios efectuados en Córdoba seguramente fueron bastante escasos17. Junto con ello, la vorágine arqueológica experimentada en las últimas décadas del pasado siglo permitió también la excavación de amplios sectores extramuros donde se evidenciaron grandes extensiones de arrabales de la Córdoba islámica, únicamente conocidos hasta entonces por los parcos e inexactos datos brindados por las fuentes escritas. Esto estimuló que la investigación sobre Madinat Qurtuba saliese de las murallas de la ciudad y de los enclaves tradicionales –el sector suroccidental de la medina amurallada y el sector de la mezquita aljama, fundamentalmente–, cuyo peso y relevancia histórica se podrían calibrar por fin al abrigo de los nuevos descubrimientos. Es en este momento cuando se publica el trabajo de Acién y Vallejo (1998), que, con el sugestivo título de “de Corduba a Qurtuba”, considera a la etapa tardoantigua de la ciudad como una fase absolutamente definitoria del paisaje urbano islámico, que poco a poco se irá concretando a partir de la conquista. Este meritorio esfuerzo por ordenar el panorama de la investigación cordobesa al calor de los novedosos datos arqueológicos que brotaban sin cesar, coloca a la ciudad visigótica como la antecesora directa y máxima responsable tanto de la configuración de la topografía emiral más temprana, como de los primeros pasos de consolidación del estado islámico. Se proponen también preguntas históricas de mayor empaque que las entrevistas anteriormente, prescindiéndose tanto de afirmaciones genéricas como de planteamientos lineales o historicistas. Esta es la misma línea de trabajo que siguieron Murillo et alii (2004), quienes retoman dicho planteamiento consolidándolo sobre la base de la información arqueológica rigurosamente estudiada de la que se disponía. A través de la arqueología se adivina “un tejido urbano vivo y en transformación como consecuencia de una dinámica histórica iniciada ya en las últimas décadas del siglo III” (Ibid., 258), cuyas mutaciones graduales y progresivas “podrían traducir una cierta degradación e incluso crisis, pero no son sino el reflejo de unas profundas transformaciones económicas, sociales y políticas de las que surge una ciudad diferente pero que mantiene idénticas funciones a las de su antecesora” (Ibid., 259). Pese a que el reemplazo de la noción de crisis por otros conceptos menos pesimistas no fue exclusivo de Córdoba, y a que ésta no fue pionera en dar semejante paso, para la investigación sobre Madinat Qurtuba constituyó un acontecimiento absolutamente fundamental y enriquecedor, pues permitió valorarla no únicamente como un resultado exclusivo, y por tanto rupturista, de la irrupción de otro contingente cultural18, sino también como el fruto de la herencia clásica y tardoantigua (ACIÉN, VALLEJO, 1998, 108-111; MURILLO et alii, 2004, 257-259). Pero, sobre todo, contribuyó a superar la fascinación, en cierto modo alimentada por la leyenda, sobre el califato omeya de occidente, en el cual la investigación previa a la eclosión arqueológica se había detenido casi con exclusividad. En cuanto al estudio diacrónico de la topografía urbana, estas dos publicaciones introdujeron también otra importante novedad: el concepto de islamización, que acompañó a las actuaciones ur-

16  Dichas reivindicaciones pueden encontrarse en CARRILLO et alii, 1999; HIDALGO, FUERTES, 2001; MARFIL; 2001; LEÓN, 2006, etc. 17  No obstante, el cambio más destacado lo constituyó la fundación y progresiva construcción de la Gran Mezquita en los terrenos de la que hasta entonces había sido la basílica de San Vicente (vid. por ejemplo OCAÑA, 1942; MARFIL, 2006). 18  No puede negarse la existencia de una ruptura, en lo referente a la imposición de un nuevo orden político, social y religioso, a pesar de la cual el registro arqueológico permite observar la continuidad de ciertos elementos urbanos. A este respecto no debe olvidarse que ciertas permanencias pueden darse en cuanto a formas, pero no necesariamente en cuanto a funciones (LEÓN, 2006, 413).

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banísticas y arquitectónicas islámicas especialmente desde los primeros momentos de formación de la urbe emiral (ACIÉN, VALLEJO, 1998, 113; MURILLO et alii, 2004, 264-265, 268), y que favoreció la proliferación de elementos típicamente islámicos en el parcelario urbano, como cementerios, almunias, baños o mezquitas. Este concepto, sobre el cual apenas se había incidido hasta ahora, sólo ha podido comprenderse en toda su magnitud una vez que se ha asumido la condición de ciudad heredada de Córdoba.

CONCLUSIÓN: UN NUEVO PAISAJE DE INTERPRETACIÓN Y DEBATE Según todo lo dicho hasta ahora, la más reciente investigación arqueológica sobre Córdoba en general se aborda haciendo hincapié, por encima de todo, en el proceso histórico y en las fases de configuración y cambios del paisaje urbano. En cuanto a los estudios sobre Madinat Qurtuba en particular, esto se traduce en la superación de esa fijación existente durante décadas por la Córdoba califal y sus monumentos más emblemáticos19, para retomar un discurso histórico complejo que ha superado ya los planteamientos meramente descriptivos para insertarse en el marco de un proceso de islamización y de constantes transformaciones. Aunque no se abandona el recurso a las fuentes escritas, salvo contadas excepciones éstas serán tan sólo un apoyo de la información arqueológica y cronológica real (vid. PINILLA, 2000; o VALDÉS, 2004), que tendrá ahora el peso decisivo. La renovación de esta base metodológica, que ya esbozaron Murillo et alii en 1997 –revisada y ampliada en 2004– y que se ha ido consolidando progresivamente desde entonces hasta la actualidad, implica buscar, a través del registro arqueológico, las respuestas para toda una serie de interrogantes: cómo surge la ciudad islámica y en función de qué precedentes; qué elementos, y a partir de cuándo, generan una imagen de ciudad típicamente islámica y cómo se articulan entre ellos20; o en qué términos físicos se concreta la islamización del espacio urbano, por ejemplo. A este respecto, la última publicación de conjunto que recoge todas estas novedades metodológicas (VAQUERIZO, MURILLO, 2010), pone claramente de manifiesto que el leitmotiv de la investigación más reciente sobre Madinat Qurtuba no es otro que la diacronía, la cual previene, además, de primar a unas etapas históricas sobre otras. Por último, pero no menos importante, es necesario mencionar la reciente y muy decisiva incorporación del caso cordobés a los espacios de debate nacionales e internacionales, donde no sólo ha sido posible presentar los resultados, hipótesis y disyuntivas de más candente actualidad sobre el estudio arqueológico de la ciudad entendida como yacimiento único, sino que también se ha podido fomentar la creación de redes de colaboración y participación de profesionales e investigadores procedentes de otros ámbitos. Se consigue así establecer espacios de discusión que sirven de marco para la puesta en común y contrastación de ideas, en los que el trabajo de carácter interdisciplinar y colaborativo se erige como un valor de primer orden para conseguir y garantizar la calidad del análisis arqueológico.

19  Esto no implicó el abandono de dichos temas, sino su replanteamiento acorde con nuevos objetivos y metodologías (como ocurre en, por ejemplo, VAN-STAËVEL, 2002; CALVO, 2005; 2008; GIESE-VÖGELI, 2008). 20  No sólo se escribe ya sobre topografía general, sino que se trasciende a otro nivel a partir del estudio arqueológico sistematizado de elementos urbanos tanto islámicos como tardoantiguos, que incluyen espacios funerarios (CASAL et alii, 2006; RUIZ BUENO, 2014;), mezquitas (GONZÁLEZ GUTIÉRREZ, 2012; 2014), arquitectura doméstica (BLANCO, 2014), sistemas hidráulicos (VÁZQUEZ, 2013), almunias (LÓPEZ CUEVAS, 2013) etcétera.

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