Hacia el canon de la poesía barroca: la poesía en inventarios de bibliotecas particulares (1650-1700)
Descripción
Hacia el canon de la poesía barroca: la poesía en inventarios de bibliotecas particulares (1650-1700)1 Álvaro Bustos Táuler
Universidad Complutense
1. De la creación poética a la edición. De la edición al inventario Hemos asistido a una interesante revisión del divulgadísimo tópico sobre la difusión de la lírica en el Siglo de Oro promovido por RodríguezMoñino en su benemérita Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de los siglos XVI y XVII. Los estudios de Ruiz Pérez, García Aguilar y, singularmente, Dadson (2011), por poner tres ejemplos
señeros
y
recientes,
han
mostrado
varios
elementos
clarificadores, que matizan aquellas célebres conclusiones del gran filólogo.2 A partir de interesantes repertorios de libros de poemas, de inventarios de bibliotecas y de nóminas de poetas canónicos estamos ahora en condiciones de trazar un panorama más exacto de la difusión de nuestra lírica aurisecular. Son varias las perspectivas que han permitido ese enriquecimiento: el estudio del canon de autores a partir de las nóminas de poetas, el de los inventarios de las bibliotecas particulares, el de la difusión de una verdadera cultura poética de matriz libraria y editorial o el análisis grandes coleccionistas de poesía (Dadson, López Poza), entre otros.3 Trabajos como los citados más arriba, unidos a los de Díez Borque, López Bueno y Núñez Rivera, entre otros,
revelan
algunos
aspectos
sugestivos
relacionados
con
la
1 Este capítulo está vinculado al Proyecto de Investigación “De la biblioteca particular al canon literario en los Siglos de Oro” (FFI2009-07862) dirigido por José María Díez Borque en la UCM. Es también deudor de los resultados del grupo de investigación “Literatura Española de los Siglos de Oro: creación, producción y recepción” (GLESOC), UCM 930455, y del Proyecto Consolider “Patrimonio teatral clásico español. Textos e instrumentos de investigación (TECE-TEI)” (TC/12), de los que formo parte. 2 Rodríguez-Moñino, 1965; Ruiz Pérez, 2009; García Aguilar, 2009a y 2009c; Dadson, 2011. 3 Dadson, 1998 y 2008; López Poza, 2008.
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recepción de nuestra poesía aurisecular:4 que la relación de la lírica con la imprenta no es tan evanescente como se pensó (por mucho que el género lírico no tuviera un cauce bien delimitado en el mercado del libro), que el panorama editorial respecto de la poesía es bastante diferente en el siglo XVI y en el XVII5 y que el verdadero fenómeno editorial de la poesía de Lope inauguró una vía para la difusión de poemarios en cuarto y en octavo que sirvió de acicate para un verdadera eclosión de poetas que llevaron a las prensas de Madrid sus libros de poemas. Es cierto, por supuesto, que la vía impresa no es la única para la lírica del Siglo de Oro, como nos han recordado con tino Chevalier, Jauralde y tantos otros;6 y que es preciso mostrarse cautelosos antes de establecer conclusiones definitivas sobre complejos fenómenos como los de la difusión popular, el canon o las diversas modalidades de lectura. Con todo, si centramos nuestro análisis en el objeto libro y, en particular, en el poemario o libro de poesía, parece razonable pensar que uno de los elementos de juicio fundamentales, necesario para completar con datos el panorama de la difusión de los libros de poesía en el siglo XVII, es el estudio de los inventarios de las bibliotecas particulares. Como es sabido, no otra es la perspectiva de algunos recientes trabajos de Díez Borque, de su Literatura (prosa, poesía, teatro) en bibliotecas privadas del siglo XVII y la del libro entero que el lector tiene en sus manos. No es preciso detenernos ahora en las ventajas e inconvenientes de este tipo de aproximación teórica y práctica, pues son Díez Borque, 2010 (véanse la bibliografía manejada por Díez Borque en sus trabajos de este volumen), López Bueno, coord., 2008, Núñez Rivera 2008. 5 De ahí que el amplio título de Moñino resulte excesivamente uniformador. Dadson concluye su trabajo afirmando lo siguiente: “de lo que no cabe duda, en mi opinión, es de que entre finales del siglo XVI y principios del XVII las condiciones literarias sufrieron un cambio bastante radical” (Dadson 2011, p. 17). Algo similar sucede con las bibliotecas del XVII: como explica uno de los mejores especialistas, Sánchez Mariana, frente a la del siglo previo, la biblioteca del XVII amplía sus intereses y ensancha sus contenidos: se deja a un lado, parcialmente, el ideal humanista de las grandes bibliotecas del XVI y se coleccionan libros de todo tipo de soportes y gran variedad de materias, poco divulgadas en la centuria anterior: historia nacional, disciplinas científicas, libros propiamente literarios, etc. Es obvio que el mercado del libro y el fenómeno del coleccionismo están mucho más desarrollados en la segunda centuria. 6 Jauralde, 1982; Chevalier, 1976. 4
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bien conocidas las limitaciones que impone el estudio de los inventarios:7 estos no son herramientas para el investigador sino meras listas de bienes, libros incluidos, con todas las deficiencias de este tipo de comunicación. Pero no conviene perder de vista la gran ventaja de su estudio, esa frescura con que nos podemos acercar a los anaqueles de las bibliotecas particulares del siglo XVII y el hecho palmario de que nos acercan a un dato de lectura y difusión poética en su tiempo. Partiendo de esa convicción y de la amplia edición y divulgación de inventarios de todo tipo de personas (desde el ámbito más elevado hasta el más humilde de la escala social, pasando por escritores, académicos o libreros), Díez Borque estudió el canon poético que se deriva de 65 inventarios de la primera mitad del siglo. El trabajo en equipo de esta nueva fase de la investigación, visible en el repertorio de información literaria procedente de los inventarios del Anexo final, me permite acercarme ahora a otros 83 inventarios diferentes, también publicados;8 son los correspondientes a la segunda mitad del XVII y, obviamente, facilitan establecer las correspondientes comparaciones, así como una visión de conjunto de todo el siglo que debe ponerse en relación con los estudios del sistema literario del Siglo de Oro en su vertiente lírica. La ampliación del arco cronológico de estudio era una necesidad. Como se verá en las siguientes páginas, puede decirse que, si es cierto que hubo un salto cualitativo en la consideración del poemario en el tránsito del XVI al XVII, no lo es menos afirmar que, a la vista de los Sobre este particular, debe verse Dadson, 1998, así como Infantes, 1998 y Pedraza, 1999. Fue una de las principales cuestiones debatidas, con ejemplos de todo tipo, en el marco del Seminario de trabajo “Bibliotecas privadas del Siglo de Oro español” que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias de la Documentación de la UCM los días 27 y 28 de octubre de 2011. El seminario fue organizado por el grupo de investigación Bibliopegia en colaboración con los miembros del proyecto de investigación al que pertenecen los firmantes de este volumen. 8 El abundante número de inventarios publicados por la moderna investigación nos ha llevado a centrarnos en ellos; dejamos al margen los posibles registros de libros de los archivos de testamentarías y protocolos que, no lo dudamos, completarían nuestro objeto de estudio con un enorme caudal de nuevos datos. Lo cierto es que son muchos ya los inventarios publicados por especialistas desde Entrambasaguas (1943) hasta la actualidad (Barrio Moya, Prieto Bernabé, etc.) y nos parece que su estudio conjunto es suficientemente representativo. Véanse, a modo de ejemplo, Álvarez Márquez, 1988; Barrio Moya (gran especialista en la edición de inventarios auriseculares), 1998 y 2007; Dadson, 2008; Weruaga, 2008; Prieto Bernabé, 2004, etc. 7
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inventarios de las bibliotecas del siglo XVII, cabe señalar otra brecha en los mecanismos de transmisión y difusión de la poesía impresa que se dan en el tránsito de la primera a la segunda mitad de la centuria, toda vez que los fenómenos editoriales de Lope y Quevedo, y de la mayoría de los poetas del barroco español, se reflejarán mejor en las bibliotecas de la segunda mitad, como es lógico por su cronología vital y editorial.9 En este sentido, la opción de García Aguilar, que estudia ejemplarmente los paratextos y contextos editoriales y compilatorios de los 193 poemarios publicados entre los años icónicos de 1543 y 1648, es enormemente apropiada para el marbete “Siglo de Oro” y corrige con acierto la aproximación de Rodríguez Moñino;10 sin embargo, para la perspectiva de las bibliotecas particulares donde terminan por reposar los ejemplares de esos mismos poemarios, el término ad quem de 1648 resulta demasiado temprano pues puede pasar una generación entera hasta que se haga inventario de los libros de una biblioteca o, al menos, hasta que un cierto listado contenga información significativa sobre la difusión de una obra poética; se hace necesaria una horquilla más amplia, sobre todo si queremos ponderar el eco de la novedad gongorina en las bibliotecas privadas. Por otra parte, el repertorio de nóminas de poetas que realiza Ruiz Pérez cubre el amplio arco que va de Juan del Encina (1496) a Bances Candamo (ca. 1690) para un total de 250 listados de poetas elaborados en romances, triunfos, parnasos y otras obras poéticas pertenecientes a ambos siglos.11 Es obvio que el estudio que proponemos en este volumen resulta particularmente apropiado como complemento a estas perspectivas de análisis basadas en la recepción: nos permite acercarnos a la realidad de la biblioteca. En ella la nómina de poetas resulta aún más expresiva porque habla por la voz 9 Prieto Bernabé, 2004, centra sus investigaciones en los cien años que van de 1550 a 1650. Su trabajo es imprescindible para acercarse con acierto al asunto que nos ocupa, pero su punto de llegada, 1650, es el punto de partida de este trabajo, por lo que servirá de marco, introducción y comparación, pero no de desarrollo. 10 En particular en la sección VI de su Poesía y edición en el Siglo de Oro (2009a, pp. 275-362), “Una propuesta de análisis diacrónico y tipológico de los impresos poéticos áureos (1543-1648)”, así como en el completo catálogo anexo de libros de poesía de los Siglos de Oro (pp. 365-394). Debe verse también, para la segunda mitad del XVII, García Aguilar 2009b. 11 Ruiz Pérez, 2008 y, sobre todo, 2009.
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de sus propios autores, en forma de cancioneros, poemarios y libros de poesía (algún manuscrito ocasionalmente) que descansan en las librerías privadas; es el testimonio de los propios creadores de los libros, que puede ampliarse a los clásicos considerados canónicos y dignos de convivir con los poetas contemporáneos en esos mismos anaqueles: en ambos casos tenemos, con todas las cautelas precisas, el expresivo dato de un libro que alguien compró y almacenó. El reciente, y ya indispensable, artículo de Dadson (2011) realiza un análisis cercano al que proponemos:12 combina el estudio de la imprenta en el Siglo de Oro, que viene realizando ejemplarmente desde hace años, con los datos conservados de varios fondos de libreros madrileños y de treinta inventarios realizados entre los años 1644 y 1729 (20 de ellos en el período que nos ocupa, 1650-1700). A partir de aquí establece algunas observaciones significativas sobre el coste, la difusión y lectura de la obra poética de los principales poetas de ese período para concluir que “para la segunda mitad del siglo XVII el libro impreso estaba firmemente asentado como vehículo principal de transmisión de la poesía”.13 El aserto es indudable, pero cabe fundamentarlo aún mejor en los 83 inventarios que manejamos en nuestro repertorio para esa segunda mitad de la centuria. Más interesante aún resulta el estudio de toda la evolución del período 1600-1700 a partir del total de 148 inventarios, casi todos ellos publicados por la investigación reciente, que manejamos en el estadio actual de nuestra base de datos (y que iremos aumentando en posteriores ocasiones).14 Junto a esto, la publicación en el Anexo de este volumen de toda la información literaria que nos ha parecido significativa en poesía, novela y teatro, constituye un material del mayor interés para los estudiosos (ya lo sean de autores principales o secundarios, de obras concretas, de poseedores, de bibliotecas, de Aunque no conoce los trabajos de Díez Borque, coincide en algunas herramientas de la investigación y en algunos resultados. 13 Dadson, 2011, p. 38. 14 Puede verse también la relación abreviada de inventarios manejados, así como otras cuestiones relacionadas con este tipo de aproximación teórica en la web www.bibliotecassiglodeoro.es. 12
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lugares, de años o décadas de producción literaria, etc.). Conviene, pues, entrar en materia y ofrecer algunos datos, proporciones y números concretos acerca de la presencia de poesía en las bibliotecas del Siglo de Oro y, en particular, en la segunda mitad de la centuria. Lo haré con carácter introductorio y a título de tentativa, sin ánimo de agotar una cuestión para la que el enorme caudal de materiales que se pone ahora a disposición de los investigadores en el Anexo facilitará, sin duda, un buen número de ulteriores aproximaciones. 2. Poesía en bibliotecas del Siglo de Oro (1650-1700) En la segunda mitad del siglo XVII los 83 inventarios que estudiamos arrojan un saldo aproximado superior a los 57000 libros, tanto literarios como no literarios. Juzgo del mayor interés los datos globales de presencia de poesía en esas listas de bienes: 1069 entradas significativas, frente a la menor cantidad en cifras absolutas de la prosa de ficción (369) y de los libros de teatro (413). Al margen de los numerosos matices que deban hacerse (se dan en los lugares correspondientes), es obvio que algo ha cambiado en el panorama de la impresión de libros respecto de la centuria anterior: en los inventarios de bibliotecas privadas de 1650 a 1700 los poemarios duplican ampliamente a los libros y partes teatrales, y triplican los resultados de las obras novelísticas, género literario que sí se había divulgado a lo largo del XVI, vinculado a la imprenta.15 La citada conclusión de Dadson acerca de la difusión del libro de poesía, así como su corrección al planteamiento de Rodríguez-Moñino, se hace así muy patente. Pero los datos muestran algo más: es la poesía el género literario que mayor arraigo tiene entre las bibliotecas de este periodo, triplicando los números de los otros dos grandes géneros literarios que entran en consideración. Es obvio que el teatro tenía otro cauce para su difusión, pero la proporción en números globales muestra que aquel poseedor que tenía libros de literatura, solía tener, 15
García Aguilar, 2009a, p. 16.
6
en primer lugar, poesía: tan sólo en 7 de los 83 inventarios correspondientes a 1650-1700 esta regla no se cumple. Esto demuestra que en la segunda mitad del XVII la poesía se ha hecho claramente impresa, en franco contraste con la centuria previa. Como dice García Aguilar “no fueron pocos los que se preocuparon de conservar impresos de poesía en sus bibliotecas particulares, y transmitirlos como elementos, cuando no de prestigio, sí al menos de interés”.16 Tal aserto resulta mucho más apropiado para la segunda mitad del XVII que para la primera, donde centra sus prospecciones. Si atendemos a la proporción global de poesía en bibliotecas, la encontramos en 63 bibliotecas, es decir, el 75,9%, cerca del 80% que detectaba Díez Borque en los inventarios correspondientes a la primera mitad del XVII. ¿Es significativo el descenso del 4%? Creo que este leve dato no muestra necesariamente un retroceso de la difusión de la lírica en la segunda mitad del XVII, sino que es indicio más bien del fenómeno de la generalización de compra y almacenamiento de todo tipo de libros impresos en todo tipo de bibliotecas: el poemario o libro de poesías, como antes el manuscrito poético, siempre será minoritario frente a otros productos librarios, por lo que es lógico que se mueva con promedios bajos (frente al libro religioso, moral, jurídico, histórico, etc.). Como siempre, se hacen necesarios algunos matices a los datos estadísticos de los inventarios pues siempre puede haber factores que distorsionen parcialmente las proporciones. Repárese, por ejemplo, en que 12 inventarios de los manejados no presentan ninguna obra literaria por tratarse de bibliotecas técnicas (médicos y cirujanos, por ejemplo, pero también clérigos o profesores del entorno académico salmantino) que no daban entrada a la literatura en sus estantes, o que no le concedían el suficiente valor como para inventariarla a la muerte del poseedor.17 De modo que la minusvaloración de la poesía en esos 12 16
Ibid., p. 158. Sobre el ámbito librario salmantino es obligada la cita de Vicente Bécares, 2006, entre otros. Conviene también matizar que no es lo mismo un libro de librería que uno “de chimenea”; el segundo puede no llegar a ser inventariado por ser considerado de menor categoría o por tratarse de algún producto de literatura popular impresa, algo quizá más frecuente en el caso de la poesía en pliegos (Infantes 2006 y Fermín de los 17
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inventarios, incluida la poesía clásica, corre pareja de la poca estima por la prosa de ficción y el teatro: como puede verse por el Anexo (y, en particular,
por
el
contenido
detallado
de
los
inventarios
correspondientes) se trata de bibliotecas especializadas en materias científicas, jurídicas o teológicas, reunidas por perfiles profesionales técnicos como boticarios, maestros, cirujanos y algunos clérigos y abogados. En sí mismas son también un interesante objeto de estudio para la historia del libro especializado, pero, aunque nos sirven como término de comparación y medición, las dejaremos al margen de algunas de nuestras prospecciones filológicas y bibliográficas. Interesa también ponderar la proporción de poesía en el marco global de la biblioteca inventariada porque el dato arroja un resultado interesante que conviene tener presente: la poesía, por mucho que crezca la porción de lectores que la estiman y que ofrezca resultados interesantes en cifras absolutas, ocupa poco espacio en los anaqueles de lectores, aunque sean verdaderos bibliófilos. Ya va dicho que otros libros (devotos y morales, de tema histórico, didácticos, latinos, libros profesionales, etc.) ocupan los principales espacios. Dejo fuera de estos cálculos, por eso, los inventarios que no contienen ningún libro literario, por lo que cuento con 71 relaciones de bienes. Los porcentajes que se deducen de los inventarios que manejo en función del número total de libros de la biblioteca son los siguientes:18 - menos del 1% de libros de poesía: 11 bibliotecas (15,49% del total) - entre 1,1 y 3%: 19 bibliotecas (26,76%) - entre 3,1 y 5%: 15 bibliotecas (21,12%) - entre 5,1 y 7%: 6 bibliotecas (8,45%) - entre 7,1 y 9%: 5 bibliotecas (7,04%) - más de 9%: 7 bibliotecas (9,85%) Reyes en este volumen). Según los datos de Infantes, a lo largo del XVII debieron de circular unos dos millones y medio de pliegos sueltos. 18 Sigo las pautas de Díez Borque (2010, p. 43). Ahí ofrece los siguientes datos para los libros de la primera mitad del XVII: “se comprueba que en cuatro bibliotecas la presencia de poesía es inferior al 1 % (6,89 %); en siete entre 1,1 % y 3 % (12,06 %); en ocho entre 3,1 % y 5 % (13,79 %); en cinco entre 5,1 % y 7 % (8,62 %); en diez entre 7,1 % y 9 % (17,24 %); en tres entre 9,1 % y 11 % (5,17 %); en ocho más del 11 % (13,79 %)”.
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Hay que tener en cuenta, por otra parte, que fenómenos como la biblioteca especializada o el interés bibliófilo cobran vigor a lo largo del XVII y condicionan las proporciones en detrimento del promedio de poesía. Lo prueba el hecho de que algunos grandes poseedores, dueños de bibliotecas de varios miles de ejemplares y apreciables lectores de poesía, como sabemos por varias fuentes, dedican a esta menos del 2% del total de su biblioteca. Es el caso, por poner dos ejemplos señeros, de Pedro Núñez de Guzmán, conde de Villaumbrosa (1,79%) y de Lorenzo Ramírez de Prado (1,17%). Por su interés, ofrezco en la siguiente tabla el listado de los 17 poseedores que dedican a los libros de poesía más de un 5% de su biblioteca. La columna de la derecha contiene el promedio global de la poesía respecto del total de libros: Poseedores con más de un 5% de libros de poesía en sus bibliotecas (1650-1700): Poseedor Bravo de Hinojosa, María Solís, Antonio Nava Díez, Miguel Méndez Freire, Antonio Spínola y Eraso, Agustina / Palomares, Julián Rebolledo, Bernardino de Leonardo, Antonio Lastanosa, Vincencio Juan de Arroyo, José
Año Clase social inventario Noble. Mujer de Don Luis Pereyra de Céspedes Cronista de Indias Jurado de Toledo Capellán de la Emperatriz María de Austria
Total Total Total de libros libros libros literatura poesía
% poesía
1666
74
19
13
17,56
1686
1281
293
192
14,98
1698
151
35
19
12,58
1652
80
11
10
12,5
Nobles
1664
163
22
19
11,65
Escritor, diplomático y embajador
1672
225
24
23
10,22
1697
297
44
29
9,76
Erudito y mecenas
1662
1150
127
98
8,52
Arquitecto
1695
249
32
20
8,03
9
de Martínez de Medrano, Martín Abello y Valdés, Agustina Aguirre, Magdalena de Rici, Francisco Pérez de Mendoza, Miguel Zúñiga y de la Cueva, Pedro
Funcionario de Felipe IV Viuda de Rodrigo Álvarez de Valdés Viuda de Bernardino Sánchez, Maestro de obras Pintor
Maestro de Armas de Carlos II Noble. III Marqués de Flores Dávila Sargento Neira, Tomás Mayor de de Salamanca. Secretario de Valero, Juan Felipe IV
1660
139
19
11
7,91
1696
68
7
5
7,35
1682
12
1
1
8,33
1685
43
3
3
6,97
1679
95
9
6
6,32
1670
128
8
8
6,25
1700
49
6
3
6,12
1653
526
39
28
5,32
Es obvio que estos datos merecen algunos comentarios que valoren la heterogeneidad de criterios manejados: si un solo libro ocupa el 8,33% de la biblioteca cabría dudar de la representatividad del dato. Pero pienso que todos los datos, también los procedentes de pequeñas bibliotecas, suelen mostrar facetas dignas de comentario. No puedo detenerme en los casos particulares y en detalladas consideraciones individuales,19 pero repárese, por ejemplo, en la variedad de clases Dos datos curiosos, por ejemplo, relacionados con dos de los poderosos que figuran en la tabla: sorprende la abundancia de libros de poesía de Bernardino de Rebolledo en la biblioteca del III Marqués de Flores Dávila (seis de los ocho libros de su inventario; los otros dos son unas “Coplas de diversos autores” y unos Triunfos de Petrarca): posiblemente tal presencia demuestra una relación de mecenazgo, o como mínimo un intento de aproximarse al Marqués por parte de este poeta y diplomático. Pero también es llamativa la abundante proporción de poesía en la biblioteca de Rebolledo. Lo interesante es que no encontramos entre esas 18 obras las de los poetas canónicos españoles, sino un buen número de obras de poetas extranjeros, clásicos e italianos: Homero, Ovidio, Lucano, pero también Dante, Ariosto, Boiardo, Annibal Caro, Garzoni, Imperiale, Giraldi, Petrarca, Torcuato Tasso, etc. Obviamente esto se relaciona con condicionantes biográficos (que habría que estudiar con detalle para cada uno de los bibliófilos considerados); en el caso de Rebolledo la abundancia de autores italianos y clásicos está en directa relación con su servicio diplomático en Italia y con su interés por preservar esos volúmenes más raros, por mucho que por su propia obra poética deduzcamos muchas otras lecturas de poetas españoles contemporáneos. 19
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sociales representadas: desde poderosos nobles a un escritor y diplomático, un clérigo bien posicionado en la corte, un arquitecto, varios altos funcionarios reales, un pintor, un cronista, etc. Es obvio que todos tenían amplio poder adquisitivo y que en ningún caso se trata de clases bajas, pero lo interesante es la variedad de profesiones que muestran interés por los libros de poesía, más allá de la clase nobiliaria. Por lo demás, en general se trata de casos conocidos para la crítica. Repárese, por otro lado, en que de los cinco primeros poseedores dos son mujeres (habría que añadir que un tercero, Antonio Méndez Freire, fue capellán de la emperatriz María de Austria); parece razonable poner en relación el dato, como hemos hecho en nuestras bases de datos, con su condición de “viudas de” ciertos lectores varones, quizá más interesados que su cónyuge, si bien el dato no deja de ser sugestivo y merece una prospección más detallada.20 Sí me interesa insistir en el interés que se deriva de la comparación entre las columnas penúltima y antepenúltima de la tabla anterior, es decir entre el total de libros de literatura y el correspondiente a poemarios: la poesía ocupa un porcentaje amplio no sólo en relación al global de los libros (lógico, pues es el criterio que he empleado para hacer la criba), sino también en relación a los otros dos géneros literarios considerados, novela y teatro. No faltan casos (Méndez Freire, Spínola, Rebolledo, Zúñiga) en los que prácticamente los únicos libros literarios que había en sus anaqueles eran de poesía. Obviamente la siguiente cuestión relevante es la de los poemarios concretos tenían estos grandes lectores de poesía (y aquellos otros que, 20 Al respecto, véanse las consideraciones de Mª Soledad Arredondo es su trabajo de este volumen. Por otra parte Prieto Bernabé ha trabajado con detalle la cuestión (2004); su comunicación en el citado Seminario de octubre de 2011 versó precisamente sobre las lecturas literarias de las mujeres en el Siglo de Oro; aunque señaló la necesidad de manejar con cautela el concepto de biblioteca femenina, subrayó que en algunos inventarios ciertas lecturas, típicamente femeninas, se ubican en espacios domésticos: mujeres poderosas como Mencía de Mendoza, Ana de Portugal, Brianda de la Cerda, María Pimentel o Beatriz de Bobadilla, por ejemplo, hablan de libros “propios” suyos. Otras mujeres lectoras de las que tenemos datos, aunque preferentemente de crónicas y temas espirituales más que de poesía, son Isabel de Móriz, María Francisca Luisa de Portocarrero, Lucía de Toledo (que tenía a Mena y Petrarca, entre otros) o Ana Díez de Villegas. Sobre lectura y escritura por parte de otro tipo de mujeres, las religiosas, místicas y visionarias del XVI, debe verse Sanmartín Bastida, 2012, pp. 245-271.
11
sin llegar al 5%, presentan valiosos repertorios de libros de versos); incluso es posible delimitar el tipo de poesía que se leía y proponer un canon de poetas en función de la presencia de sus libros en los inventarios de las bibliotecas privadas, como ha hecho en el primer trabajo de este libro Díez Borque para el periodo 1600-1650. Antes de ofrecer nuevas tablas con esa información, tan sugerente para reconstruir la recepción de la poesía impresa, me parece interesante señalar un dato elocuente en torno al contraste entre poesía clásica grecolatina (Homero, Virgilio, Ovidio, Horacio, etc.) y poesía castellana; es elocuente precisamente por el contraste que revela con el período anterior. En concreto, en el millar largo de libros de poesía correspondientes a los inventarios de 1650-1700 tan sólo topamos en 185 ocasiones con poesía clásica grecolatina (de las cuales 100 pervivencias corresponden únicamente a Ovidio y Virgilio), un 17,2% del total de poesía. De las restantes 887 ocurrencias, encontramos poesía
de
otras
áreas
lingüísticas:
poesía
petrarquista
italiana,
obviamente, pero también portuguesa, con el difundidísimo Camoes principalmente, en 28 ocasiones; en cambio, poesía francesa solo la veo en 9 solitarios casos, siempre en bibliotecas de grandes bibliófilos. Casi todo lo demás es poesía en castellano. Estos datos y proporciones muestran un absoluto predominio de los versos castellanos, muy por encima de los italianos y clásicos, esto es, de los modelos literarios de nuestros propios poetas auriseculares: no solía faltar un Virgilio, un Ovidio o un Petrarca en los anaqueles de los lectores de poesía, como veremos, pero para la segunda mitad del XVII el modelo de biblioteca (y, en concreto, el tipo de poesía almacenado) ha evolucionado desde el paradigma humanístico e italianista al castellano: se ha obrado ya, por obra del mercado editorial y de las modas cortesanas, el cambio de lo latino y extranjero a la lectura poética en romance, fenómeno que no era tan visible en la primera mitad del XVII ni, desde luego, a lo largo de la centuria precedente. En concreto, en once bibliotecas de la primera mitad del siglo la proporción de libros de poesía en castellano superaba el 50% del total de la biblioteca; pero eran otras doce, diferentes claro 12
está, las bibliotecas en las que la poesía latina superaba la mitad del total (Díez Borque, 47): tal igualdad no existe en la segunda mitad pues se rompe claramente en favor de los poemarios castellanos. El estudio detallado de cada biblioteca, que puede reconstruirse a partir del Anexo, permite precisar las proporciones. Señalaré, al menos, dos ejemplos a modo de botones de muestra, uno de mediados del siglo y el segundo de la generación siguiente. De la biblioteca de Juan Valero, secretario de Felipe IV, se hizo inventario a su muerte, en 1653. De los 526 libros que ocupaban sus estanterías, 28 eran de poesía, como va dicho. En la relación de bienes se consignan catorce obras de poesía castellana (y alguna más dudosa), que cito por el título literal del propio inventario: “Obras de don Francisco de Quevedo” (un Parnaso español de apenas cinco años antes), “Cancionero General”, “Rimas de Argensola”, “Honras de la reina nuestra señora en Zaragoza”, “Glosas de don Jorge Manrique”, “Las obras de Hernando de Herrera”, “Romancero general”, “Epitafio de fray Hortensio Palabesin”, “obras de Ausias March”, “Glosas de Burguillos”, “Obras de Garcilaso de la Vega”, “Rimas de Espinel”, “Rimas de Aldana” y “Las trescientas de Juan de Mena”. Estamos ante un valioso lector de poesía, en cuya biblioteca perviven, junto a poetas indispensables del quinientos, otros de estricta contemporaneidad y, al tiempo, los indispensables Ausias March, Mena y Manrique del cuatrocientos. Encontramos también siete obras de poesía italiana, también canónicos (tres Ariostos en italiano y castellano, Tasso dos veces, Petrarca y Dante), a las que hay que añadir dos poemarios de Camoes; entre los clásicos topamos con dos Homeros y unas Metamorfosis de Ovidio. En general, ese mismo fenómeno de primacía de lo castellano sobre lo clásico (y sobre la poesía italiana) es visible en las décadas siguientes. Podemos comprobarlo, por citar otro caso representativo y poco conocido, en la pequeña pero escogida biblioteca del arquitecto José de Arroyo, inventariada a su muerte en 1695. Constaba de 249 libros, de los cuales 32 son representativos para nuestros intereses. De los 20 libros de poesía de su inventario 16 corresponden a poesía castellana 13
(estaban bien representados Quevedo, Lope y Ercilla, pero no falta el Marqués de Santillana), frente a unas solitarias Canciones de Petrarca y tan solo tres libros de poesía latina (dos Ovidios y un Virgilio). Aunque
no
es
momento
para
desgloses
detenidos
de
tipo
socioliterario, no me resisto a ofrecer algunos datos que puedan ser de utilidad para abordar la cuestión de las lecturas de nobles, por su condición de mecenas y galvanizadores de la actividad literaria en su entorno.21 ¿Leían o coleccionaban poesía los poderosos del XVII? Muchos de ellos sí. Para mostrarlo ofrezco a continuación mis cálculos estadísticos de once personalidades vinculadas a la nobleza de las que se conserva inventario: Libros de poesía en las bibliotecas de la nobleza (1650-1700):
Poseedor
Cargo Noble. Mujer de Don Luis Pereyra de Céspedes
Bravo de Hinojosa, María Spínola y Eraso, Agustina Zúñiga y de la Cueva, Pedro
Noble. Mujer de Julián Palomares
Toledo, Pedro de
Noble. Virrey de Nápoles
Aragón, Pedro Antonio de
Noble. Virrey de Cataluña
Noble. III Marqués de Flores Dávila
Algunos Total Total Total % % poesía poetas Año de libros libros global vs españoles inventario libros literatura poesía poesía literatura representados 1666
74
19
13
17,56
68,42
1664
163
22
19
11,65
86,36
1670
128
8
8
1694
250
26
11
4,4
42,31
1677
2756
105
58
2,1
55,24
6,25
100
Lope, Góngora, Boscán, Bocángel, Villamediana, Ercilla, Pantaleón Rimas de diversos autores Coplas de diferentes autores, Rebolledo Santillana, Mena, Cancionero general, Boscán, Garcilaso Lope, Boscán, Ercilla, Garcilaso, Hurtado, Argensolas,
Sagrario López Poza (2010, pp. 19-48) ha analizado con detalle la presencia de libros de poesía en los inventarios de tres grandes bibliófilos de los siglos XVI y XVII (los tres próximos a la nobleza y con más de un 7% de libros de poesía sobre el total de sus amplísimas bibliotecas). Se trata del Conde Gondomar (1623), Ramírez de Prado (ca. 1660) y Vincencio Juan de Lastanosa (ca. 1662). Dadson (2011) ha vuelto sobre la cuestión. 21
14
Valbuena Mexía de Tovar y Paz, Antonio
Noble. Tercer Conde de Molina de Herrera
Herrera de Noble. Guzmán, Condesa de Guiomar Mora Cerda, Antonio Juan Luis de la Austria, Juan José de
Noble. VII Duque de Medinaceli Noble
Núñez de Guzmán, Pedro Castro y Andrade, Isabel de
Noble. Conde de Villaumbrosa Noble. Condesa de Oñate
1675
78
2
1
1,28
50 Camoens
1669
127
1673
1474
1681
121
1677
10000
1685
268
9
4
3,14
44,44
52
38
2,58
73,08
2
1
0,83
50
270
4
179 1,79
3
1,12
66,29
Góngora, Quevedo, Rojas Zorrilla Esquilache, López de Zárate, Quevedo, Pantaleón, Ausias March Argensolas Lope, Ercilla, Carvallo, Argensolas, Mena, Manrique
75
Para facilitar la lectura y recensión de los datos he incorporado también algunas referencias representativas a los poetas (tan sólo he seleccionado españoles) que encuentro en la base de datos de inventarios: es información de interés y será de utilidad tanto para el estudio del fenómeno de las bibliotecas de nobles como para establecer oportunas comparaciones en lo tocante a las clases sociales, las proporciones y las cifras. Lo que me interesa ahora, además de mostrar las enormes posibilidades que ofrece el estudio comparado y estadístico de los inventarios, es subrayar, para el caso de las clases pudientes, la información de la penúltima columna: los porcentajes de poesía en el apartado de literatura de las bibliotecas nobiliarias son bastante elevados.22
En otra ocasión presentaré una tabla similar con otra información representativa: la de los datos de poemarios presentes en las bibliotecas de profesionales liberales (arquitectos, maestros, escritores, etc.); esos lectores, entre los que a lo largo del XVII cunde el interés por los libros en general y por los libros de poesía en particular, contribuyen a perfilar la fotografía de la difusión de la poesía en todo tipo de bibliotecas, más allá de las nobiliarias. 22
15
Sin ánimo de resultar insistente, conviene retener las enormes ventajas de cruzar los diferentes campos de estudio a partir de la base de datos que manejamos. Para el estudioso interesado en la recepción de la poesía, cabrían nuevas prospecciones: por obras o escritores concretos (atendiendo a casos particulares), por poseedores, por sexo (libros de mujeres), por autores de primer y segundo nivel, por fechas (pervivencia diacrónica de una obra o autor), por categoría social, por coste de los ejemplares tasados, etc. En próximas entregas se irá dando respuesta a esos interrogantes, pues el material de que disponemos ya es suficientemente representativo. 3. Poetas y libros de poemas: hacia un canon de poetas en las bibliotecas particulares En lo que sigue realizaré una aproximación tentativa al canon de autores que podemos reconstruir a partir de la presencia de ciertos poetas en las bibliotecas particulares de la segunda mitad del siglo XVII; daré también algunas muestras del tipo de estudio que facilita el estudio estadístico de los inventarios desde el punto de vista de la autoría. Adelanto que ayudará cruzar los datos de este epígrafe con los que facilita Díez Borque en sus artículos precedentes pues el recorrido que va de la primera mitad a la segunda ofrece algunos cambios sintomáticos, como se puede deducir de las páginas previas.23 Vaya por delante también el interés que reviste comparar mis cálculos con los que ofrece Dadson en su reciente trabajo, pues también él se detiene en la recepción de los principales poetas del Siglo de Oro en dos sugestivos gráficos.24
Díez Borque, 2010, pp. 45-51. Dadson, 2011, pp. 30-31. Como explica Núñez Rivera, “una historia vigente de la poesía del Siglo de Oro no tendría que atender únicamente a los poetas en su conformación crítica actual, sino sobre todos a sus libros poéticos: que así se les leyó en su tiempo, especialmente en el caso de una evolución o cambio de los mismos” (2010, p. 192, n. 1). Exactamente esa es la gran ventaja de los inventarios: nos permiten reconstruir el cano de autores desde el tiempo mismo de su publicación y difusión editorial. 23 24
16
De entrada, conviene recordar que tanto en los casos de los tres grandes poetas de la primera mitad del XVII (y veremos que hay justificación en las pervivencias de los inventarios para mantener esa distinción) como en los de todos los demás, importa no perder de vista los datos editoriales de sus poemarios para ponderar el eco que la recepción de estos pudo reflejar en las bibliotecas de su tiempo. Tal dato también es importante para los grandes poetas del XVI pues, como sabemos, muchos fueron editados a lo largo de la primera mitad del seiscientos, en el marco de la polémica antigongorina.25 Desde el luego, el dato es también importante para la edición de los poetas clásicos. Por otra parte, la pervivencia de los libros de poesía en los inventarios de las bibliotecas privadas nos permite acercarnos a uno de los lados del prisma; los otros nacen de la historia editorial de cada poemario y de cada poeta. El aporte del estudio de las bibliotecas viene prestigiado también porque facilita un análisis más diacrónico que sincrónico, es decir, el que nos interesa para ponderar el estatuto canónico de un poeta: es patente que necesitamos abarcar períodos extensos antes de proponer un cierto canon. La cuestión es todavía más interesante en el caso que nos ocupa debido a la propia cronología de los poetas y a la singular tradición editorial de cada uno de ellos. Si atendemos a Lope, Góngora y Quevedo, bien conocidos por la crítica, es obvio que cada uno presenta particularidades muy diferentes. No es cuestión de repetir aquí la relación de los tres autores con los que les siguieron: la voracidad editorial del Lope poeta y su calculado proyecto de conquista de la fama, el singular triunfo post-mortem de la lírica gongorina, lo tardío de la divulgación impresa de la poesía quevedesca, etc.26 Pero sí me interesa detenerme en las fechas de algunos de sus libros de poesía. 25
Núñez Rivera, 2008. Recomiendo, al respecto, los volúmenes del grupo PASO, singularmente el de 2010 (López Bueno, dir., 2010). Para Lope, dentro de la bibliografía reciente, es indispensable García Aguilar 2006, así como su monografía de 2009a y su artículo panorámico 2009c, disponible en la red, que realiza un útil repaso a la edición y difusión de los restantes poetas. Véase también Vélez-Sainz, 2006, para un completo repaso del apasionante proceso de acceso e instalación en la fama que se percibe en los proyectos poéticos y editoriales de Quevedo (también Cacho Casal, 2010), Cervantes y el propio Lope, entre otros. Para el caso de Góngora, véase Carreira, 2010. 26
17
Lope, que inaugura el modelo de poeta de éxito en las prensas madrileñas, publica sus libros de poesía a lo largo de treinta y cinco años de actividad más o menos continua (1602, 1604, 1609, 1614, 1621, 1624, 1630, 1634). Góngora es leído ampliamente en el XVII, además de por la abundante transmisión manuscrita (que he tenido en cuenta en el cómputo de los inventarios), en las ediciones que siguieron a su muerte (1627, Vicuña y 1633, Hozes). Y Quevedo, como es sabido, se difunde mayoritariamente, y con gran éxito, a partir del Parnaso de 1648 (González de Salas). Acerquémonos, por otra parte, al dato de las fechas de edición de otros poetas a los que Lope “les había mostrado el camino para ser canonizados en vida a través de la imprenta”.27 Son bien conocidas para la historia literaria las fechas significativas de edición de los principales poetas españoles: Juan de Jáuregui (1618 y 1624), López de Zárate (1619), Soto de Rojas (1623), Villamediana (1629, reeditado cinco veces más hasta 1648), Polo de Medina (1630-1633), Pantaleón de Ribera (1631, reeditado tres veces más hasta 1648), etc. A estos datos es preciso añadir los casos de ediciones más o menos “normativas”, muy divulgadas en cualquier caso, de poetas ya fallecidos o de cronología anterior. Son fechas significativas, entre otras y sin ánimo de agotar el registro, las siguientes: Herrera (1619), Garcilaso (1622, 1626, etc.), Figueroa (1625, 1631), San Juan de la Cruz (1618, 1627, 1630), Francisco de la Torre y Fray Luis (1631), los Argensolas (1634) y Camoens (1649, aunque se le venía editando desde mucho antes: 1607, 1613, 1621, etc.). A pesar de los escollos que plantean los inventarios de bibliotecas particulares, es evidente que tal eclosión de libros de poesía, como la que se infiere de los datos anteriores, debe tener su reflejo en las bibliotecas particulares. En efecto, se encuentran pervivencias de todos los poetas citados. Eso sí, es más palpable el recorrido que va de la imprenta al inventario (que, normalmente, es post mortem) en las relaciones de bienes de la segunda mitad del XVII, antes 27
Es frase de Pedraza (2010, p. 390), a quien sigo en algunos datos del elenco siguiente.
18
que en los de la primera, por evidentes razones de cronología vital, documental y editorial. Dicho lo anterior, vengamos a los datos de las presencias de poetas en las bibliotecas privadas de la segunda mitad del XVII a partir de los 83 inventarios manejados. Si únicamente atendiéramos al número de bibliotecas diferentes con obra poética de un autor, por un lado, y al número global de pervivencias, por otro, tendríamos los siguientes resultados:28 Canon de poetas en bibliotecas particulares del Siglo de Oro (16501700)
Poeta
Nº de bibliotecas diferentes
Nº total de presencias en bibliotecas
1º
Ovidio
27
54
2º
Lope de Vega
25
86
3º
Virgilio
24
46
4º
Góngora
23
31
5º
Ariosto
21
25
6º
Camoes
20
28
7º
Petrarca
19
28
8º
Quevedo
17
31
9º
Juan de Mena
13
21
10º
Torcuato Tasso
12
21
Garcilaso
12
21
Ercilla
11
13
Argensolas
11
13
Lucano
10
15
López de Zárate
10
14
Villamediana
10
10
11º 12º
28 En realidad secundo las dos mismas categorías que propuso Díez Borque en su artículo citado (2010, p. 48). Por su interés contrastivo, reproduzco aquí su listado en función de los datos de la primera mitad del siglo (ibid.): Virgilio: 21 (48), Ovidio: 20 (58), Petrarca: 16 (38), Lucano: 13 (18), Ariosto: 12 (24), Mena: 12 (19), Alciato: 12 (19), Horacio: 11 (23), Lope: 9 (30), Torcuato Tasso: 8 (25), Dante: 8 (14), Boiardo: 8 (9), Juvenal: 7 (14), Garcilaso: 7 (12), Padilla: 7 (10), Ausias March: 7 (9), Covarrubias: 7 (7), Homero: 6 (16), Marcial: 6 (9), Prudencio: 6 (8), Barros: 6 (7). Por otra parte, para esta tabla únicamente he alterado los datos del inventario de Antonio de Solís, gran bibliófilo y erudito: en su lista de bienes, como se ve en el Anexo, constan 9 ejemplares de 11 obras poéticas de Lope (habría que sumar 99 más en la columna derecha); el dato, sugestivo en sí mismo, alteraría mucho las proporciones, por lo que no he contabilizado los ejemplares repetidos de ese inventario. En todos los demás casos sí tomo en cuenta las repeticiones.
19
13º
Esquilache
8
11
Dante
8
9
14º
Homero
7
14
15º
Marcial
6
10
16º
Horacio
4
8
Ausias March
4
4
Son muchas las consideraciones que podrían hacerse a partir de estos datos, aun dando por hecho su carácter provisional. En general, se advierte el peso creciente de los poetas españoles en los inventarios de la segunda mitad del XVII, frente a lo que sucedía en los de la primera; reparemos, por ejemplo, en los cinco últimos nombres de mi tabla: Dante, Homero, Marcial, Horacio y Ausias March ocupaban puestos bastante más privilegiados en el canon de la cincuentena anterior. La menor presencia de estos poetas se complementa con el ascenso de un buen número de poetas del barroco español; no solo Lope, Góngora y Quevedo (entre ellos el único que se cuela es el exitoso Camoes): el expresivo testimonio de los inventarios muestra la difusión de poetas como los Argensolas, Villamediana o López de Zárate, algo que ya intuíamos por la historia editorial, pero que quizá no es visible en la construcción teórica que interpreta la lírica petrarquista de estos siglos; al conocer el ejemplo de Lope de Vega contaban con un importante precedente y pusieron mayor cuidado en publicar y difundir sus obras poéticas en el mercado editorial. Poetas como Garcilaso y Ercilla seguían siendo leídos cien años después de su muerte, como es visible por las doce y once bibliotecas que albergan sus libros de poemas respectivamente. Creo que el entrecruzamiento de varios factores (estatuto canónico, diseño editorial, mercado de poesía y cronología de publicación), explica bien los diferentes datos de la tabla, así como la correspondiente comparación con la primera mitad del XVII. Comprobamos que dos clásicos como Virgilio y Ovidio se mantienen en posiciones principales, como en la cincuentena anterior. Ovidio adelanta al autor de la Eneida, pero entre ambos aparece ya el fenómeno editorial de los poemarios de Lope de Vega que, en cuanto a cifras globales de libros (incluyendo los repetidos), no tiene competidor 20
en la segunda mitad del XVII. Lucano ha caído claramente del canon (aparecía en cuarto lugar de la tabla de la primera mitad del XVII), pero los dos grandes auctores latinos mantienen su primacía: Ovidio figura en 27 bibliotecas diferentes por las 24 de Virgilio. Los siguientes poetas clásicos (Homero, Marcial, Horacio) están ya muy lejos de los más difundidos: el panorama es diferente al que ofrecían las bibliotecas humanísticas del siglo anterior. Cabría ampliar la prospección a los poetas del renacimiento y tendríamos un interesante panorama de su recepción en la segunda mitad del XVII. ¿Quiénes siguen leyéndose? No haré aquí esa criba con detalle, pero vale la pena reseñar la enorme presencia en bibliotecas españolas de dos poetas italianos, Ariosto y Torcuato Tasso, convertidos en canónicos para nuestros poetas petrarquistas. El poeta italiano clásico, referencia de italianos y castellanos, sigue siendo Petrarca que, trescientos años después de su muerte, figura en 19 bibliotecas (aparecía en 16 bibliotecas distintas en la primera mitad). En cuanto a nuestro Garcilaso, lo encontrábamos en 7 bibliotecas diferentes (14 presencias totales) de la primera mitad del XVII. En la segunda cincuentena mantiene su vigencia, pues suma 19 bibliotecas diferentes (para 28 presencias totales), ya sea en las ediciones junto con Boscán o en solitario: Garcilaso sigue siendo una referencia importante para los lectores del siglo siguiente. En este sentido, no debe sorprender la pervivencia en los anaqueles de un autor del XV castellano como Juan de Mena; recordemos que fue considerado en el Siglo de oro como una suerte de poeta nacional:29 si Díez Borque señalaba, para la primera mitad del XVI, su presencia en 12 bibliotecas diferentes (para un total de 19 apariciones contando a los que tienen más de una obra, como Gondomar o Felipe IV), en la segunda mitad ofrece otras 21 apariciones en 13 bibliotecas diferentes (una más que en la cincuentena anterior).
29
La edición del Laberinto comentada por Hernán Núñez se convirtió en canónica y tuvo quince ediciones en los Siglos de Oro. El nuevo comentario del Brocense (1582), sobre la base del anterior, no hizo sino aumentar aún más la difusión del gran poete cuatrocentista. Véase, por ejemplo, Gómez Moreno y Jiménez Calvente, eds., 1994.
21
Si atendemos al gran innovador de la poesía barroca, Góngora, cuya obra poética, como es sabido, no se publicó en vida, se le encuentra en 23 bibliotecas diferentes (31 apariciones en total). Es interesante notar que el tipo de lector de la obra del poeta cordobés es variadísimo: almacenan sus libros nobles, pero también un platero, Luis de Zabalza, un maestro de obras, Luis Román, el arquitecto José de Arroyo o Juan Tomás Baraona Chumacero, catedrático de vísperas de Cánones en Alcalá. No deja de ser una monumental ironía que la obra poética de Quevedo arroje el mismo número global de presencias en biblioteca (31), aunque no se ha divulgado tanto como la de su enemigo (17 bibliotecas diferentes). La comparativa entre ambos debe reconocer la primacía de Góngora en la segunda mitad del XVII, una reflexión que la investigación filológica ha mostrado en algunas ocasiones y que, podemos añadir ahora, es avalada por el estudio de los inventarios de la época. Es llamativa la gran presencia de la poesía de Lope de Vega en las bibliotecas de la segunda mitad del siglo. Precisamente es ese éxito el que permite documentar mi aproximación, puesto que, como es sabido, Lope ha muerto en 1635 después de desarrollar un ambicioso proyecto literario que, por primera vez, en la historia de la imprenta en España, tiene un evidente correlato en el éxito editorial y publicitario.30 Su obra poética, que editó en vida con profusión, figura en 25 bibliotecas diferentes con un total de 86 ejemplares distintos de sus poemarios. Gracias al estudio comparado de los inventarios podemos analizar el caso del éxito de la poesía de Lope desde diversos puntos de vista. Por ejemplo,
reparamos
apasionados
del
en
Fénix:
que Pedro
algunos Núñez
lectores de
son
Guzmán
verdaderos (conde
de
Villaumbrosa) tiene 14 poemarios distintos de Lope en su biblioteca (algunos de ellos repetidos), y otros 12 suma Antonio de Solís, cronista de Indias (+1686) a tenor de sus respectivos inventarios, como puede verse fácilmente en el Anexo final; recordemos que, por algún motivo 30
Es el fenómeno de la “masiva mercantilización de la lírica” que ha descrito con tino García Aguilar para el caso de sus libros de poesía (entre otros lugares en García Aguilar, 2006 y 2009a: 316‐319).
22
que aún desconozco, el segundo, además, poseía en el momento de su muerte nueve ejemplares de once poemarios distintos, lo que totaliza 99 poemarios de Lope en su biblioteca. El caso del éxito editorial indiscutible de la lírica de Lope ha merecido estudios detallados por sí mismos que lo han estudiado desde una variedad de prismas. Gracias al elenco y la descripción de los inventarios ya publicados podemos responder fácilmente a preguntas como quién leía la poesía de Lope, cuánto tiempo después de su publicación figura un cierto libro en una biblioteca, cuáles de sus poemarios fueron más divulgados, en qué precio fueron tasados en una fecha concreta, etc. Es obvio que dependemos de la calidad, precisión y detalle de los inventarios, pero, aunque hay que contar con un cierto porcentaje de inexactitudes, no deja de ser una información enormemente relevante. Ofrezco, a modo de ejemplo y sin ánimo de agotar las 86 pervivencias de Lope, una selección de los poemarios que aparecen en los inventarios de la segunda mitad del XVII (la idónea para conocer su eco), así como el poseedor del libro, su condición social y los datos editoriales (fecha y lugar de la edición) cuando son consignados: Algunos poemarios de Lope en inventarios de la segunda mitad del XVII FECHA TÍTULO INVENTARIO
1653
1658
Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos
LUGAR FECHA CLASE POSEEDOR EDICIÓN EDICIÓN SOCIAL
Madrid
1634
Valero, Juan
Secretario de Felipe IV
Madrid
1634
Ramírez de Prado, Lorenzo
Escritor y consejero de Indias
1659
Laurel de Apolo
Madrid
1630
Méndez Silva, Lorenzo
Cronista de Felipe IV y genealogista
1660
Filomena
Madrid
1621
Martínez de Medrano, Martín
Funcionario de Felipe IV
23
1661
Circe
1662
Circe
1662
Rimas
1662
1662
Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos
1624
Valentín Díaz, Diego
Pintor
1624
Lastanosa, Vincencio Juan de
Noble
Huesca
1623
Lastanosa, Vincencio Juan de
Noble
Madrid
1634
Lastanosa, Vincencio Juan de
Noble
Madrid
1634
Lastanosa, Vincencio Juan de
Noble
Madrid
Mujer de Don Luis Pereyra de Céspedes Mujer de Don Luis Pereyra de Céspedes Virrey, Grande de España
1666
Circe
Madrid
1624
Bravo de Hinojosa, María
1666
Rimas sacras
Madrid
1624
Bravo de Hinojosa, María
1670
Rimas sacras
Madrid
1619
Aragón, Pedro Antonio de
Madrid
1624
Núñez de Guzmán, Pedro
Conde de Villaumbrosa
Madrid
1621
Núñez de Guzmán, Pedro
Conde de Villaumbrosa
Madrid
1630
Núñez de Guzmán, Pedro
Conde de Villaumbrosa
Madrid
1634
Núñez de Guzmán, Pedro
Conde de Villaumbrosa
1677
1677
1677
1677
Circe, con otras rimas y prosas Filomena, con otras rimas, prosas y versos Laurel de Apolo, con otras rimas Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos
1677
Rimas sagradas
Madrid
1631
Núñez de Guzmán, Pedro
Conde de Villaumbrosa
1677
Rimas, con el nuevo arte de hacer comedias
Madrid
1621
Núñez de Guzmán, Pedro
Conde de Villaumbrosa
1677
Romancero espiritual
Madrid
1665
Núñez de Guzmán, Pedro
Conde de Villaumbrosa
24
Pérez de Mendoza, Miguel
Maestro de armas
1624
Solís, Antonio de
Cronista de Indias
Madrid
1621
Solís, Antonio de
Cronista de Indias
Madrid
1630
Solís, Antonio de
Cronista de Indias
Madrid
1634
Solís, Antonio de
Cronista de Indias
1680
Rimas sacras
Madrid
1686
Circe
Madrid
1686
Filomena
1686
1686
Laurel de Apolo, con otras rimas Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos
1694
Circe
Madrid
1624
Mayers Caramuel, Manuel
Contraste de oro y plata
1694
Laurel de Apolo
Madrid
1630
Mayers Caramuel, Manuel
Contraste de oro y plata
1695
Laurel de Apolo
Madrid
1630
Sarmiento y Valladares, Diego
Obispo de Plasencia e Inquisidor General
1695
Romancero espiritual
Madrid
Arroyo, José de
Arquitecto
Madrid
Abelló y Valdés, Agustina de
1696
Circe
1624
1696
La Jerusalén conquistada
1697
Dragontea
Antonio Leonardo
1698
Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos
Gil Forneli, Antonio
Juan Tomás Baraona
Madrid
1634
Viuda de Rodrigo Álvarez de Valdés Catedrátrico de Cánones Alcalá
Ayuda de cámara de Juan José de Austria
La variedad de títulos representados, la resistencia al paso del tiempo, la frecuencia de ciertos títulos (Circe, Laurel de Apolo, Burguillos, etc.) y la presencia de verdaderos bibliófilos de la poesía lopesca nos hablan, en suma, de que el éxito de la poesía de Lope, como fenómeno editorial, resulta perfectamente mensurable. Es obvio que cabría hacer nuevas aproximaciones y cruzar nuevos datos (poseedores 25
de Lope, lectores bibliófilos, clases sociales, poemarios concretos, estudio diacrónico de las ediciones, etc.); con todo dejo esas tablas y prospecciones para otras investigaciones y propósitos en la idea de no prolongar en exceso estas páginas y limitarme a dar algunas muestras de esta modalidad de estudio. 4. Coleccionistas y lectores de poesía La última consideración de esta aproximación al estudio estadístico y editorial de los inventarios de bibliotecas privadas la dedico a la cuestión de los lectores de poesía. Quizá fuera más prudente no otorgar la calificación de lector sino limitarnos a considerar a ciertas personalidades como coleccionistas de libros o bibliófilos (Gondomar, Felipe IV, Lastanosa, etc.). Con todo, es difícil negar la condición de lector de poesía a los poseedores de ciertas bibliotecas inventariadas: una abundancia y variedad de libros de poesía como los que se perciben en Ramírez de Prado, Núñez de Guzmán, Lastanosa o en los poseedores citados en la primera de las tablas parece justificar la condición de lector o, al menos, darla por supuesta. Lo interesante para mi propósito actual
es
comprobar
cómo
al
analizar
ciertas
bibliotecas
particularmente representativas observo que no faltan esos grandes lectores y que, habitualmente, validan el canon de lectura citado más arriba. Es lo que sucede con la enorme colección de poesía de Pedro Núñez de Guzmán, Conde de Villaumbrosa y miembro del Consejo de Castilla, que en los 179 registros de poesía de su inventario valida el canon comentado: encontramos una muy notable presencia de Lope, no faltan clásicos e italianos en menor proporción, así como algunos poetas del barroco español; basta una somera revisión del Anexo adjunto para comprobarlo. En esa línea cabría comentar las bibliotecas de poesía de ciertos grandes poseedores, así como la estructura de la biblioteca en su conjunto, o atender a los estilos literarios visibles en los distintos repertorios. Por ejemplo, los 58 libros de poesía que encontramos en el inventario (1672) de Pedro Antonio de Aragón, virrey 26
de Cataluña, ofrecen algunos títulos fundamentales de la centuria precedente (Cancionero General, Mena, Garcilaso, Boscán, Herrera, Petrarca) y una presencia incipiente de algunos poetas barrocos, con atención a los clásicos y un marcado interés por la poesía religiosa: el Lope de las Rimas sacras, Valdivieso, la España defendida de Suárez de Figueroa, etc. En cambio, en el inventario de Solís (1686) encontramos una notable presencia de la estética barroca de poetas españoles que siguieron el ejemplo editorial modélico que habría brindado Lope: junto a Ercilla o los Argensolas y un buen numero de clásicos, encontramos poemarios
de
Bocángel,
Carrillo
Sotomayor,
Espinel,
Góngora,
Jáuregui, López de Zárate, Villamediana o Pantaleón de Ribera. El inventario de Miguel Nava Díez de Robles (1698), jurado de la ciudad de Toledo, presenta igualmente, pese a su ajustada extensión, esta segunda pauta, como puede verse al revisar sus registros en el Anexo. El listado de bienes del militar y erudito Vincencio Juan de Lastanosa (1662), mecenas de Gracián, muestra una amplitud de horizontes y de lecturas digna de reseña: entre sus libros, como ha visto López Poza,31 no faltan un buen número de academias y reuniones poéticas (él mismo lideraba una), pero también encontramos a Lope (abundantísimo), Quevedo, Góngora y Villamediana; y no faltan tampoco lecturas clásicas de la centuria anterior como el Cancionero General, Encina, Garci Sánchez de Badajoz, Garcilaso, Boscán o Castillejo. Cabe también abordar estos resultados de un modo sistemático y abarcador. Podemos hacerlo, por ejemplo, con los libros de poesía que guardaba a su muerte Manuel Mayers Caramuel (1694), rico mercader de oro y plata al servicio de los reyes de España. De un total de 519 libros, encontramos 24 poemarios que describen a un lector bastante completo: Libros de poesía de Manuel Mayers Caramuel AUTOR 1 Ariosto
TÍTULO Orlando furioso
31
López Poza, 2010.
27
2 Camoes
Rimas varias
3 Carrillo Sotomayor, Luis de
Obras
4 Ercilla y Zúñiga, Alonso de
Araucana
5 Góngora y Argote, Luis de
Obras
Leonardo de Argensola, 6 Lupercio y Bartolomé
Rimas
Leonardo de Argensola, 7 Lupercio y Bartolomé
Rimas
8 Lope de Vega
Circe
9 Lope de Vega
Corona trágica
10 Lope de Vega
Isidro
11 Lope de Vega
Laurel de Apolo
12 López de Zárate, Francisco
Obras
13 Lucano
Lucano traducido
14 Manrique, Jorge
Coplas
15 Mena, Juan de
Trescientas
16 Ovidio
Obras
17 Petrarca
Triunfos
18 Quevedo
Parnaso español
19 Quevedo
Obras
20 Quevedo Villegas,
Epicteto traducido
Salazar y Mardones, Cristóbal Ilustración y defensa de la 21 de fábula de Píramo y Tisbe Tarsis, Juan de, Conde de 22 Villamediana
Obras
23 Virgilio
Eneida
24 Virgilio
Obras traducidas en prosa
Como se ve, el inventario de Mayers Caramuel valida también el canon: la presencia de Lope sigue siendo muy principal, aunque es secundado en esta ocasión por Quevedo y los poetas de referencia más representativos de la tradición lectora española, casi todos aquellos mismos que hemos visto en el canon de poesía. Es obvio que serían necesarias un buen número de glosas y puntualizaciones. Es preciso conocer bien las personalidades de los bibliófilos de los que tenemos un cierto caudal de noticias biográficas adicionales y cruzar los datos de los inventarios con los ofrecidos por otras perspectivas de estudio, tanto bibliográficas y editoriales como 28
específicamente biográficas, literarias y filológicas. Es posible realizar ciertos trabajos de bibliofilia poética comparada y analizar con datos fehacientes la tradición lectora de un autor dado o de un poemario concreto. Mi intención a este propósito era señalar un punto de partida para esos otros estudios, proponer un canon de poetas a partir de los listados de bienes y realizar una primera valoración de los datos de poesía que facilita el Anexo final. Sin duda, el aporte de los inventarios de bibliotecas privadas, a pesar de las dificultades que plantean estos listados, no deja de ser una importante referencia para analizar la poesía española desde la ladera de la recepción. En los próximos estadios del proyecto planeamos realizar nuevas prospecciones y ampliar el objeto de estudio.
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