Guerra de la Independencia cubana

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Descripción




GUERRA DE INDEPENDENCIA CUBANA


Ilustración I: mapa de McNally Rand Company de Chicago en 1904. En ella se hace especial hincapié en las líneas ferroviarias del nuevo protectorado estadounidense.
Ilustración tomada de: http://www.wdl.org/es/item/11323/#q=Cuba

Alumna:
Bulpes Fernández, Carmen
Trabajo tutorizado por Dña:
Encarnación Barranquero Texeira
Universidad de Málaga


Contextualización: marco histórico, geográfico, climático, demográfico y social
La isla de Cuba, conocida como "La Llave del Golfo" en época colonial, es la isla de más tamaño de las llamadas Antillas mayores. La isla mayor podemos dividirla en tres territorios: oriental, central y occidental. La zona oriental en época colonial estaba muy poco poblada; la zona central de igual modo, no lo estaba mucho más y conservaba el bosque tropical, irrumpido por ciénagas y campos de caña de azúcar; la zona de mayor riqueza es la occidental, casi totalmente desforestada para su uso en cultivos –tabaco, azúcar y café-. Sería en la zona oriental, de gran pobreza donde nacería el sentimiento nacionalista; criollos, negros y chinos se unirían por un mismo objetivo.
Su clima tropical tendría especial incidencia en las campañas bélicas. El independentista Máximo Gómez al preguntarle un periodista estadounidense cuáles eran sus mejores generales no dudó en responder "junio, julio y agosto".
A fines del siglo XIX, Cuba tenía una población de un millón y medio de habitantes, la mitad de ellos negros y mulatos. Más de un millón vivía en la zona occidental –dominios de azúcar y otros cultivos- zona bajo el dominio de la Habana; mientras que otros 300.000 vivían en la zona central, habitando el resto en la zona oriental.
En este contexto de manutención del legado Imperial, España también poseería otros territorios en otros continentes como en África –islas Canarias y las plazas de Melilla y Ceuta- integrados desde la Edad Moderna, a los que se le sumarían otros en el siglo XIX tras la Guerra de Marruecos –finalizada en 1860-, una de las campañas bélicas de carácter intervencionista, que junto a Gran Bretaña y Francia, se llevarían a cabo. Otras a destacar y sin las que no podríamos entender el contexto internacional serían: la expedición a México, la ocupación de Vietnam, la Guerra del Pacífico –por la que el antiguo Imperio recuperaría momentáneamente Santo Domingo- y la expedición a Guinea, por la cual España se consolidaría como potencia africana.
A pesar de ello, la España de la Ilustración, respecto a épocas y andaduras anteriores, adoptó una política internacional proteccionista en relación con su legado Imperial. Para ello, y debido al escaso poder geopolítico que conservaba, Cánovas, buscaría el apoyo de potencias como Francia y Alemania. Esta época de recogimiento se contrapone con el expansionismo o neo-imperialismo que adoptó EEUU. Para el apadrinamiento de Francia, España tuvo que estabilizar sus conflictos internos –carlistas y republicanos-. Este acuerdo se mantendría vigente hasta el gobierno progresista de 1887.
Estas intervenciones traerían consigo un prestigio internacional paralelo a pequeños incrementos territoriales. España se posicionaba como un país cauteloso sin ambición que había pagado un elevado coste económico y social por mantener sus alianzas. Pese a las indemnizaciones de guerra, como el conflicto marroquí, estas campañas supusieron el empeoramiento del déficit y un gran número de movimientos pacifistas en respuesta de las pérdidas humanas.
Antecedentes a la insurrección: políticas liberalistas y ruptura del acuerdo colonial
Durante las cuatro épocas centrales del siglo XIX, desde 1837 a 1878, la metrópoli aplicó un régimen constitucional en Cuba, mientras que en fechas anteriores la única política llevada a cabo estuvo dirigida a reforzar las figuras y poderes del Gobernador y el Capitán General. Desde el reinado de Carlos III, pero con mayor incidencia desde Carlos IV, se han venido observando políticas metropolitanas catalogadas como actos de agresión para los gobiernos coloniales, quienes comenzaban a ostentar una gran autonomía.
El cubanista Allan Kuethe propuso, después de una ardua investigación en archivo, que el acuerdo que alcanzó la élite isleña con el gobierno peninsular entre 1763-1765, tras la recuperación de la plaza de la Habana en manos inglesas, se fundamentaba en el establecimiento de un nuevo sistema fiscal a cambio de la liberación comercial. Asimismo habría que sumarle ventajas de tipo honorífico como la lideración de las milicias urbanas.
Estas concesiones se establecieron en dos fases sucesivas: con las reformas de Gálvez, en primer lugar y más adelante con las de Godoy, hecho que se denominó "despotismo ministerial" por los nombramientos a dedo y prebendas por los que se caracterizaron. Todo ello marcaría el punto álgido del poder criollo, formalizado en 1760.
El cambio de rumbo en el sistema colonial comenzaría con los liberales progresistas –desde Mendizabal a Espartero-, misma corriente que lograría consolidarlo entre 1840 y 1868, lo que impediría movimientos reformistas hasta la Paz de Zanjón en 1878. Ello nos sitúa en un contexto problemático, un siglo XIX de carácter deficitario, que se agravaría aún más con la llegada de la pareja formada por Isabel II y los progresistas liberales, hecho irremediablemente unido a las Guerras Carlistas y al desgaste de las arcas públicas que ellas supusieron.
En todo el conjunto territorial que componía la monarquía sólo había una posesión con excedentes de capital: la isla de Cuba. Emporio económico desde el '35, primer productor y exportador de azúcar del mundo, además de ser uno de los más importantes en tabaco, café, bananos y cobre. Según Ramón de la Sagra, Cuba suministraba más de la cuarta parte del azúcar consumido en Occidente. Su superávit servía para compensar las pérdidas que reportaba el resto del legado colonial, así como los conflictos internos en la península. Todo ello propiciaría que en las primeras décadas del siglo XIX se desarrollara un período dorado en las relaciones de la élite cubana y el gobierno de Madrid. El período de mayor esplendor de las relaciones internacionales isabelinas se produciría durante el gobierno de la Unión Liberal –entre 1858 y 1863-. El decaimiento de EEUU por sus propios conflictos internos facilitó la libertad de movimientos en las colonias de ultramar.
La burguesía sacarócrata habanera había conseguido establecer unas relaciones coloniales asimétricas a su favor, por ello, el giro político hacia la metrópoli supuso que comenzara a establecerse lazos con las oligarquías isleñas. El aumento de aranceles y los derechos preferenciales por bandera afectaba enormemente a la aristocracia criolla, mientras que beneficiaba a los grandes comerciantes refaccionistas, traficantes de esclavos, etc. quedando el poder isleño en manos peninsulares, desplazando a la élite cubana. Asimismo hay que destacar otro grupo como los blancos de clase media, que aún estando en un principio posicionados con la metrópoli, su hipernacionalismo e intransigencia les iría alejando; cincuenta mil soldados combatirían en las unidades de voluntarios contra los insurgentes pese a su desacuerdo, desatando una verdadera guerra civil.
Otra explicación a la basculación de poder isleña, obviando los intereses de los grandes inversores peninsulares, se justifica con el temor a perder la isla cuando la metrópoli más la necesitaba. Las conspiraciones llevadas a cabo por los independentistas –también denominados peyorativamente filibusteros- nunca, salvo excepciones, habían contado con el apoyo de la élite, eran movimientos del populacho. Además de la posición de los Estados Unidos en el conflicto colonial español; a principios de siglo EEUU había declarado que tarde o temprano la isla sería parte de la Unión. La participación yanqui en el despegue comercial cubano es innegable, hacia 1840, la Unión compraba y vendía a Cuba tanto como la Metrópoli, porcentaje que no pararía de ascender en décadas posteriores. Todo ello impulso a España a copiar el modelo colonial inglés, protegiendo y aislando sus colonias ante la amenaza extranjera. "¿Pero hemos de cederles Cuba, Puerto Rico y Filipinas sin que les cueste un río de sangre" El liberal
La exclusión en 1837 de los diputados cubanos de las Cortes implicaría el nacimiento de un nacionalismo cubano en las élites burguesas, antes ligadas a la monarquía, que buscaban de este modo librarse del agente opresor que suponían. Estas segundas generaciones criollas eran vistas como jóvenes idealistas, educados en los Colleges del Este de Estados Unidos, con lazos y relaciones que hacían ver a estos como el súmmun del progreso, lo que ellos, bajo el yugo español, nunca llegarían a conseguir. Mientras, el viejo Imperio estaba desgarrado por una costosa y desgastadora Guerra Civil.
Esta nueva generación no era independentista per se, y por lo tanto tampoco nacionalista, pero ante el germen liberalista español y las deficientes actuaciones de sus enviados como Miguel Tacón, se trasladarían políticamente a un pro-anexionismo. Querían ser una provincia ultramarina de la península, con todas las consecuencias sociales y económicas que ello implicaba. Estos criollos enriquecidos en el período anterior sustentarían al movimiento y a sus líderes, como por ejemplo a José Antonio Saco, uno de los diputados expulsados de las Cortes en 1837.
De igual modo cabe destacar que algunos de los derechos exigidos por este movimiento cubano aún no existían en Europa, sino que lo hacían en EEUU y con muchas matizaciones como lo era la libertad de prensa.
Ante el intento fallido de Miguel Tacón de recuperar el control de la isla, se haría con su puesto el conde de Villanueva, Claudio Martínez de Pinillos, conocido como el vocero de los criollos en el siglo XIX, quien en vez de buscar la devolución de los derechos que se les habían negado expuso una nueva salida, la anexión a los EEUU. La presión yanqui, pese a su fuerza, sería frenada por Gran Bretaña y por Francia, quienes buscaban mantener el equilibrio de poder.
José Gutiérrez de la Concha sería el sustituto del conde entre 1854 y 1858, enviado desde la península con un claro objetivo, poner orden en la isla y aplicar la reforma de 1856, paralela a la creación del Banco español, usado como mero instrumento de control. Todo ello se desarrolla en un contexto de cambios; desde 1765 hasta 1830 había existido un cuerpo de milicianos con el objetivo de la defensa de la isla, pero con la llegada de Gutiérrez de la Concha se crearía un Cuerpo de Voluntarios, financiado por Julián de Zulueta, con el fin de controlarla y establecer el orden constitucional de la Metrópoli.
Todo ello –influjos europeos revolucionarios, influencia americana y la altísima carga impositiva-, sumado a la crisis del azúcar propiciaría que la mayor parte del grupo autodenominado anexionista virará hacia el reformismo, iniciando la carrera hacia la Independencia. El reformismo sólo sería la chispa que haría saltar la revolución. La crisis de la industria azucarera arrastraría consigo el sistema esclavista, y con ello todos los modos productivos de los propietarios de los ingenios, hecho que sería palpable entre 1861 y 1870.
El haber sido desplazados del gobierno se volvió la queja más explotada por la élite cubana de la lista de reformas que se realizaron. A mediados del siglo XIX, el azúcar cubano encontraría un serio rival en la azúcar de remolacha, lo que propiciaría un viraje al mercado americano, que en 1894 ya suponía el 94% de las exportaciones cubanas. Ello nos explica que a partir de los años '50 nace una tendencia anexionista con EEUU, quienes veían en Cuba la posibilidad de mantener el modelo esclavista a pesar de las confrontaciones con los estados del sur, hecho que compensaría el avance del abolicionismo en los estados norteños. Era tal el interés que hubo varias propuestas de compra por EEUU sin respuesta española entre 1812 y 1897. Durante la primera mitad del siglo los yanquis verían frenadas sus ambiciones por Inglaterra, pero una vez acabada la Guerra de Secesión y puesto en orden sus demás conflictos internos, los esfuerzos se renovaron. Ya desde principios del siglo XIX, la perla de las Antillas era más americana que española, pese a sustentar su soberanía Estados Unidos exprimía el beneficio, pero su titularidad era mantenida por temor a abrir un conflicto de rango internacional donde la isla se traspasara, en una carambola impredecible, a Gran Bretaña.
Con el resultado de la ocupación de casi todos los territorios españoles en América, África y Oceanía, observaremos el aprovechamiento yanqui de la deficiente situación española respecto a sus territorios coloniales; lejanía, dispersión y mala estructura administrativa, serían principios claves para que este proyecto neo-imperialista pudiese llevarse a cabo.
La lejanía de las colonias pacíficas y antillanas respecto a la metrópoli, y en contrapartida su cercanía a EEUU facilitaba la problemática y evidenciaba la debilidad española. La incapacidad militar y la superioridad diplomática del enemigo, con gran calado en las colonias, haría que el interés de España fuese mantener el status quo, pese a la presión
Corpus bélico: enfrentamientos entre la colonia y la metrópoli
El episodio de la Guerra Colonial española merece un estudio aparte en la Historia reciente del Mundo. No sólo fue la pérdida de las últimas colonias de ultramar de un Imperio en su última fase de decadencia, sino que forma parte de nuestro pasado reciente, siendo su sustrato base de cambios en ámbitos de lo social y político que desencadenan nuestro contexto presente. De igual modo no se puede atribuir como un absoluto dicha pérdida territorial a las derrotas navales de Cavite y Santiago de Cuba, sino a un contexto que se remonta décadas, incluso siglos.
Una rápida contextualización del problema cubano nos acerca a la rápida paz de Zanjón del '78 –primer conflicto conocido como la Gran Guerra para los castellanos o la Guerra de los diez años para la historiografía cubana-, desde 1868 hasta 1878. Este sería impulsado por los criollos, quienes incitarían las rebeliones esclavas. Asimilado como el primer contacto con la problemática independentista los modos para su resolución fueron insuficientes, tratado como una mera eventualidad pero cuya base sería el principio del puzzle en el que se convirtieron las posesiones hispánicas. Esta, quizás, fuese impulsada por la revolución septembrina española -1868, por quien se depuso a Isabel II- y por el grito de Yara, por el cual, Carlos Manuel Céspedes avivó la insurrección, a tan sólo veinte días un acontecimiento del otro Entre sus apoyos aún no se encontraba la élite, ya que las consignas de la Independencia aún les quedaba grandes.
El primer choque sería liderado por el Capitán General Lersundi quien se mantendría, pese a sus aficiones poco ejemplares, en el poder hasta enero de 1869, cuando sería sustituido por el general Domingo Dulce. Mientras el gabinete yanqui, que apoyaba la independencia bajo cuerdas, enviaba una misión a Madrid encabezada por Sickles para comprar la isla. Mediante la misma tesis en la que se enmarca esta actuación –de frontera Turner-, EEUU se haría con otros territorios como Luisiana en 1803 o Alaska en 1867.
Tras el fracaso del general Dulce, Caballero de Rodas daría comienzo a una guerra sin cuartel continuada por el conde de Valmaseda. Fue un conflicto de desgaste, donde las enfermedades causaron más bajas que el enemigo. Mientras, lo hombre solicitados por el conde –unos ocho mil-, no eran enviados, las bajas cubanas sí eran suplidas por armamento y personal estadounidense. Tras los breves períodos de mando de los generales Ceballos y Pieltain, sería nombrado el general Jovellar en noviembre de 1873.
Los cubanos se caracterizaron por luchar a caballo, mientras que las tropas españolas lo hacían a pie. La técnica de guerrillas y el desgaste que ello supuso para las tropas metropolitanas hizo que las demás estrategias cayeran en un saco vacío. Se intentó aislar a los insurrectos en un lado de la isla mediante una trocha, una especie de cortafuegos de 500 metros de anchura y 80 de longitud.
De los 181.040 españoles enviados en 1868 a la isla murieron 81.248. De ellos sólo 6.900 lo harían en combate; la cólera, la tuberculosis, la fiebre amarilla y la desnutrición serían los peores males. En 1876 llegarían nuevas tropas españolas a la isla tras el fin de la tercera Guerra Carlista, lo que propició la solicitud del alto el fuego por los independentistas.
Desde 1875 observaremos un tratamiento del conflicto deficiente. El partido liberal propondría un programa de autonomías pero este chocaría con los intereses económicos de los antillanos y de algunos miembros de la sociedad peninsular de gran influencia. Por otro lado, los distintos conflictos que abarca este contexto –ultramar y Melilla-, supusieron un verdadero despilfarro de las arcas públicas.
En la Paz de Zanjón se pactaron una serie de medidas que vistas de nuestro contexto fueron insuficientes, pero su implantación fue un verdadero suplicio y lucha entre su mayor valedor, Martínez-Campos y el gobierno canovista. Entre estas medidas destaca la ansiada representación en Cortes de diputados cubanos, recuperando la figura representativa anterior a 1837 -la representación parlamentaria cubana se fijó en 1878, asimismo se implementó en 1880 la constitución española del '76-; la libertad de comercio para la clase criolla y la abolición de la esclavitud, medida que no favoreció a nadie ya que no se impuso inmediatamente, sino que se estableció un sistema de patronato por el cual los esclavos seguían padeciendo lo mismo en los ingenios de azúcar, pero todo ello evidenciaba los nuevos modos del recién estrenado monarca, Amadeo I de Saboya. Estas medidas propiciaron la creación de la "liga nacional·, compuesta por esclavistas, terratenientes y demás comerciantes que se veían perjudicados por las concesiones a la isla, sólidos intereses en manos de vascos, catalanes, cántabros y gaditanos, principalmente.
El gobierno español abolió la esclavitud totalmente en 1886 y entre 1880 y 1898 desmanteló el entramado de leyes que limitaba los derechos civiles de africanos y afrocubanos.
No obstante estas medidas no obtuvieron el efecto deseado; la administración colonial por su parte siguió ejerciendo potestad más allá de la metrópoli y el triángulo opositor formado por propietarios, negreros y comerciantes, de la alta y baja burguesía, quienes no estaban dispuestos a perder una serie de privilegios e intereses en la isla que les alzaban como una nueva estratificación social.
En vez de cumplir las leyes de la Paz de Zanjón se implementaron leyes electoras que favorecieron a los españoles como modo de viciar la vida política cubana.
Mientras la sociedad cubana sufría una elevada fiscalidad condenada a pagar los gastos bélicos, así como un descenso de su comercio con Europa, lo que consolidaría el predominio estadounidense gracias a la presión política de McKinley, quien terminó por doblegar el proteccionismo español. Entretanto, la oligarquía cubana sufría un gran varapalo en este período donde vieron reducida su influencia.
El plano político español, caracterizado por el bipartidismo, se plasmó en Cuba con la aparición del Partido Autonomista –1878-, quien buscaba un mayor número de privilegios para los criollos y su anexión a España conformado en un principio por la élite reformista aunque tendría prontas incorporaciones independentistas. Para 1894 se habría convertido en un partido de masas como atestiguarían los publicistas afrocubanos Juan Gualberto Gómez y don Martín Morúa Delgado; mientras que el Partido Unión Constitucional estaba a favor de los intereses de la metrópoli y de la manutención de la situación, ganaba casi todas las elecciones debido a las leyes electorales, se le consideraba el partido español y por lo tanto, el que abogaba por la continuidad de la Corona española en Cuba. Los desvanes gubernamentales, tanto en el campo español como en el cubano supusieron la respuesta social y la consolidación del deseo de independencia.
Los cubanos autonomistas eran nacionalistas dentro de la Corona española, pero querían la concesión de la autonomía por métodos políticos –civilistas-, evitando la intervención y asimilación estadounidense y la revolución que podría militarizar la sociedad imponiendo un caudillaje
Ante todo este escenario deberemos destacar la figura política de José Martí, político cubano que en 1892 creó el partido independentista denominado Partido Revolucionario Cubano –PRC-. Este contó con el apoyo encubierto de EEUU, país desde donde Martí desarrollaba su propuesta, además del apoyo de la mayoría de cubanos residentes en EEUU, anexionistas que buscaban convertirse en agloamericanos pero cuyo plan fue tildado de utópico, pese a su retórica, por no pronunciarse en temas como el económico o el administrativo.
Los continuos movimientos insurreccionales dan lugar en 1879 a la llamada Guerra Chiquita, denominada así por los castellanos por la simplicidad de su desenlace, en tan sólo quince días. Una serie de insurrectos autodenominados mambieses, en honor de un antiguo jefe guerrillero, fueron derrotados por su falta de preparación militar y apoyos.
La década de los años '80 supuso un breve intervalo no contencioso, aunque tras el establecimiento del "arancel Cánovas" en 1891, volvería a reavivarse el conflicto. Este impuesto gravaba las mercancías que la isla comerciaba con EEUU. Ello dio lugar al cierre de fronteras por parte del presidente Mc Kinley, lo que resultó catastrófico en las relaciones económico-diplomáticas entre ambos países. Tras el "grito de Bairé" en 1895 –"¡Viva Cuba Libre!"-, la balanza de la guerra parece estar decidida."¡Perdamos cuánto haya que perder, pero sigamos siendo dignos!". El Imparcial
El 24 de febrero de 1895 la mayor parte de la población cubana no era independentista. En Madrid se acababa de votar las reformas liberarizantes de la isla en las Cortes. Pero con la insurrección acontecida ese mismo año, el gobierno canovista actuaría como si toda la población fuese insurrecta.
El general Martínez Campos fue enviado a la isla con la idea de que el conflicto sería otra "Guerra Chiquita", pero en este caso se topó con un ejército mal aprovisionado y un enemigo que había aprendido de sus errores, usando su entorno –la selva- como campo de desgaste para unas tropas que no tardaron en diezmarse moral y físicamente por las enfermedades tropicales.
Ante la incapacidad de Martínez Campos, éste sería sustituido por Valeriano Weyler en 1896, quien emplearía métodos obsoletos sin dar la relevancia que poseía al oponente que ya era imparable. Lograría frenar la insurrección pero la reconcentración de los campesinos para asegurar su aislamiento del agente independentista causó miles de muertes por hambre y enfermedad. Los cien mil hombres fieles a la metrópolii en tierras cubanas serían insuficientes, por lo que se necesitó 90.000 más a lo largo de 1896, esta sangría de jóvenes se aceptó, por lo general, por una población que no poseía las 1.500 pesetas para pagar a un sustituto. Ello precipito el endurecimiento de las leyes de reclutamiento por lo cual se consiguieron reclutar a 127.000 quintos que marcharon a Ultramar, precipitando el terror de una sociedad que encabezada por sus madres comenzaron a manifestarse en las ciudades a grito de "¡Que vayan los ricos! ¡Que vayan los causantes de la guerra!".
A excepción de la región oriental, el llamamiento a la insurrección de Martí desde EEUU no encontró muchos seguidores. En febrero de 1894 un reportero del New York Times escribía que la mayoría de los cubanos quería la libertad, pero por medios políticos no violentos.
Sin embargo, el verdadero punto de inflexión político de la contienda sería el asesinato de Cánovas del Castillo a manos del anarquista italiano Michele Angidillo. La magnitud de este hecho es visible en la compunción de su adversario político, o sustituto en los mandatos progresistas –pucherazo-, Sagasta, quien diría: "Después de la muerte de Don Antonio, todos los políticos nos podemos llamamos de tú".
No hizo falta esperar mucho tiempo para que las críticas se volcaran hacia el difunto, y de manera menos clara hacia Sagasta. Juan Valera afirmaba "cuando estaba vivo contribuyó a preparar las cosas para que se hundiesen". Los diferentes sectores en el partido conservador –Silvela y Robledo-, fragmentaron el maltrecho bando, hecho que poco a poco se volvería contagioso observándose en su adversario. Ello dotaría al partido conservador de un inmovilismo que se reflejaría en la dificultad para tomar decisiones en la Cámara, ya que una vez muerto Cánovas, su modelo no sería ni continuado ni apartado por sus sucesores, creando un clima de gobierno caótico y sin salidas.
El general Blanco asumiría la Capitanía General de Cuba sustituyendo a Weyler, que con su propuesta pacífica fue el candidato menos propicio para un conflicto que estaba en sus últimos pasos. Weyler marchó con aires triunfalistas, alardeando de la pacificación de cuatro provincias occidentales y prediciendo una pronta recuperación, pero tales afirmaciones se tornaron a burla cuando Blanco desveló que de las 192.00 tropas regulares recibidas por Valeriano Weyler sólo quedaban 84.000, asimismo los cubanos no olvidarían las tropelías realizadas por el general. Blanco intentaría volver tangible las libertades concedidas por la metrópoli a Cuba, el 1 de enero de 1898 juraría su capitanía "por Dios y por los evangelios fidelidad al rey y a la reina regente y asimismo mantenerse estrictamente dentro de las leyes y de la Constitución nacional", ello en un gabinete donde no había representación del partido conservador. "España está dispuesta a gastar su última peseta y a dar la última gota de sangre de sus hijos en defensa de su derechos y de su término". Sagasta.
Un punto y aparte en la cuestión colonial sería la independencia de Filipinas, cuyos antecedentes se remontan a la Liga filipina creada por José Rizal, así como el brazo armado de Katipunam. Juntos alzaron un levantamiento en la capital, Manila, a lo que el Estado español respondió enviando al general Polavieja, que propició la muerte de Rizal en 1896, pero sin embargo no pudo contener el desenlace de la batalla de Cavite, la cual ganaría Filipinas con la inestable ayuda de EEUU. Mientras en la sociedad española se tenía un estereotipo anacrónico de la potencia que codiciaba sus territorios, algo completamente opuesto a la realidad ya que los superaban tanto en número como técnicas y en armamento, los tiempos del oeste y la fiebre del oro ya habían quedado en el recuerdo.
Regresando al caso cubano que parecía estancado se reavivaría en 1898, año en que los liberales se harían de nuevo con la batuta del poder y pese la concesión de la autonomía presenciarían con estupor el caso del acorazado Maine. Esto nos llevaría a una de las intrigas más polémicas de la Historia reciente. Situándonos, 15 de febrero de 1898, un buque norteamericano explota en el puerto de la Habana dejando una estela de 266 fallecidos. Ello propiciaría la excusa necesaria de cara al contexto internacional para que los yanquis declarasen la Guerra a España, invadiendo inmediatamente la isla.
En 1974 el Pentágono reconoció que la implosión del Maine fue un desafortunado accidente, pero en 1898, ya fuere por el interés, o por desconocimiento, el conjunto de expertos norteamericanos dictaminó que el impacto procedía de fuera del buque, pese que a España se le informó de lo contrario.
El Maine llegó a las costas de la Habana con el pretexto de proteger a los ciudadanos estadounidenses de la plaza de los ataques entre insurgentes y el gobierno metropolitano. La verdad es que en ninguno de estos ataques, premeditados y a objetivos muy concretos, sufrió daño alguno algún estadounidense, pero ya desde enero de 1898 se podía leer en periódicos americanos la intención de enviar el buque "como consecuencia del ataque a las redacciones de algunos periódicos". El Maine llegaría a la Habana como "prueba de amistad" entre el gobierno yanqui y el liberal español, una reanudación de las relaciones con motivo de la tranquilidad del conflicto.
Cuando la reina regente le concedió la autonomía a Cuba y a Puerto Rico los insurrectos no la aceptaron pero la mayoría de la población sí lo hizo. El presidente del gobierno autonómico José María Gálvez le decía en abril de 1898 en un telegrama al presidente de los EEUU William McKinley, que si había cubanos levantados en armas la mayoría de los habitantes de Cuba aceptaba la autonomía y estaba resulta a trabajar bajo esta forma de gobierno para restablecer la paz y la prosperidad del país.
A pesar que teóricamente Cuba era una provincia más no se le abrieron los mercados peninsulares, quizás los gobiernos de la restauración no querían marcar un precedente inaceptable para un gobierno centralista.
Un gran número de insurrectos desertaron tras la amnistía que siguió a la autonomía de 1897, lo que hace pensar que la autonomía no llegó demasiado tarde para triunfar. Pero el generalísimo Máximo Gómez decretó la condena a muerte a todo soldado del ejército libertador que se entregase a las autoridades.
En un principio la escuadra liderada por el general Cervera rompió el bloqueo, propiciando todo tipo de alabanzas.
"Esto ya es otra cosa. Ahora podremos demostrar nuevamente a los yankees que España no cede así como quiera, y les ha de costar carísima la aventura en que se han metido". El imparcial.
Pero finalmente el conflicto finalizó con una última batalla al sur de la isla que concluyó con la derrota del general Cervera.
"Cambiar, si es preciso el modo de ser de aquellos organismos que contra toda voluntad y bue deseo de su valeroso personal no puedan, en la ocasión precisa, responder a todo lo que la patria tiene derecho a exigir". El imparcial.
Años después Antonio Maura diría "cuando era tarde ya para el remedios, Cánovas y Sagasta corrían por a manigua detrás de los cabecillas cubanos ofreciéndoles a espuertas de autonomía y la dignidad de la patria"
España quedaría reducida al espacio europeo, una situación desconocida desde 1492. Finalmente en 1898 España se ve obligada a firmar la paz de Paris, aceptando la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, quienes pasaban a ser protectorados estadounidenses. Ello supuso el fin del Imperio colonial español, cuyas consecuencias se desarrollarían en distintos ámbitos, en el económico cabe destacar la pérdida de los propietarios españoles; en lo político, el desastre del '98 fue lo que provocó el cambio dinástico; en lo sociológico, que fue el más destacado, cayó el "mito español", convirtiéndose este escrito en una crónica de una muerte anunciada, una nación moribunda, cuyo pueblo ya no creía en la política. Esto provocó el nacimiento de la corriente regeneracionista, había voces que pedían una enseñanza libre de la doctrina católica, su mayor exponente sería Joaquin Costa, quien dijo que España no necesitaba otra cosa que "escuela y despensa"."Venga la paz, siempre que sea con honra y con colonias" El socialista
4.- Publicística internacional y nacional
La prensa nacional no hizo nada por llevar a España a la guerra, pero hizo muy poco por evitarla, enardeciendo los ánimos y creando castillos en el aire de grandezas ya perdidas emulando o superando un patriotismo calderoriano. Todo ello se contextualiza en un período de crisis que hizo de conflicto cubano la válvula de escape de una sociedad demacrada y decaída que pudo focalizar sus problemas en la causa colonial, ya que sería la sociedad quien más consecuencias obtendría del conflicto, la escasez de alimentos, el aumento de los precios y la presión fiscal sólo serían los primeros índices en dispararse
"Téngase en cuenta que los despachos que hemos recibido hasta ahora son de procedencia yankee: júzguelos el lector sobre a base de que proceden de enemigos de España, de gente fanfarrona y dada al embuste, ganosa de ocupar un puesto en el Walhalla guerrera, donde están los grandes capitanes de la victoria". El Imparcial.
Los grandes acontecimientos que marcan o fracturan una sociedad son aquellos que obran sobre la mentalidad colectiva. En el caso colonial en España deberemos destacar el surgimiento de la generación literaria del '98. Generación resultado de años de guerra, conflicto que hizo perder a casi 50.000 familiares un hijo y cuyas consecuencias afectaron a un cuarto de millón de jóvenes.
Por otro lado, y como resultado de la derrota, la denominación de "desastre", tan común en la historiografía para denominar la coyuntura económica que vivió España a fines del siglo XX, ha sido ensalzada por dos dictaduras militares que le seguirían y verían en este momento el varapalo y el inicio de un sentimiento hegemónico, que cuan ave fénix, haría resurgir de sus cenizas a la nación.
Mientras la publicística yanqui inyectaba día tras día moral a los insurrectos, hombres que querían ser libres y a los que animaban mientras bajo cuerdas sólo eran el mismo subyugador con traje de libertario. Tanto la administración demócrata de Cleveland como a republicana de McKinley sostendrían a los independentistas moral y materialmente. La temática cubana se convirtió en una mina de oro y base de la batalla entre Hearst y Pulitzer –New York Journal y New York World respectivamente- para hacerse con más público. Sus comparativas tacharon a España como una nueva Inglaterra, asimilando el conflicto cubano y volviéndolo semejante al propio.
Aunque grandes figuras americanas de la historiografía siguen manteniendo la corriente conspirativa, siendo casi delirantes, ya conocemos la tendencia de justificar asaltos a naciones inocentes cuando hay muertos americanos sobre la mesa.











5.- Bibliografía
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