Fraternidad. La dimension relacional del Buen vivir

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Simposio Internacional Estrategias después de Río+ 20: "¿Cuales son las vías de acción para un planeta vivible?" Quito 10-11 de octubre 2012

Fraternidad La dimensión relacional del Buen Vivir (preprint)

Sergio Manghi Universidad de Parma, Italia Mi contribución a nuestro trabajo común trata sobre un aspecto del pensamiento del Buen Vivir que en mi opinión va a ser cada vez más central en el horizonte de la sociedad-mundo que está emergiendo: el desafío de la fraternidad. Mi discurso se divide en tres capítulos cortos, casi tres aforismos: 1. Fraternidad y sociedad-mundo, 2. las malas “buenas razones” del espíritu neoliberal, 3. Fraternidad como vínculo nativo. Antes de empezar, y para empezar, voy a leer un poema. Un poema de esperanza. De los que se leen en los momentos en la vida donde los retos son más duros. Es de un poeta que me gusta mucho. El premio Nobel Derek Walcott, la isla de Santa Lucía. El título del poema es El amor después el amor. ∗

El amor después del amor El tiempo vendrá cuando, con gran alegría, tú saludarás al tú mismo que llega a tu puerta, en tu espejo, y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro, y dirá, siéntate aquí. Come. Seguirás amando al extraño que fuiste tú mismo. Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor a ti mismo, al extraño que te amó toda tu vida, a quien no has conocido para conocer a otro corazón, que te conoce de memoria. Recoge las cartas del escritorio, las fotografías, las desesperadas líneas, despega tu imagen del espejo. Siéntate. Celebra tu vida.

Traducción de Antonio Resines y Herminia Bevia (Poesiasemanal.com). Version original (Love after love,Walcott, 1986): The time will come / when, with elation / you will greet yourself arriving / at your own door, in your own mirror / and each will smile at the other’s welcome, // and say, sit here. Eat. / You will love again the stranger / who was your self. / Give wine. Give bread. Give back your heart / to itself, to the stranger who has loved you // all your life, whom you ignored / for another, who knows you by heart. / Take down the love letters from the bookshelf, // the photographs, the desperate notes, / peel your own image from the mirror. / Sit. Feast on your life. ∗

No se crea que Walcott es un poeta sentimental, convencido que el encuentro con sí mismo sea un asunto sencillo. El idioma que le permitió obtener el Premio Nobel es el inglés, y Walcott sabe que es el idioma de los colonizadores. Él conoce, por lo tanto, las laceraciones dolorosas que se deben aceptar en sí mismos, en sí mismas, para aprender a fraternizar con nosotros mismos y por lo tanto, con los demás. Él también ha escrito: “Soy sólo un negro al que le gusta el mar, / Tuve una sólida educación colonial, / Llevo en mí holandés, negro e inglés, / Y soy o bien nadie, o bien un país entero...”. 1. Fraternidad y sociedad-mundo Fraternidad, entonces. Pero fraternidad, para ser precisos, entre desconocidos: los desconocidos que encontramos cada día más en el cara-a-cara de nuestros encuentros cotidianos; y los desconocidos que nunca encontraremos cara-a-cara, pero que siguen llegando a nuestra puerta, misteriosos dobles de nosotros mismos, en este vórtice de la sociedad-mundo, cuyos límites coinciden por primera vez en la historia de la especie humana, con aquellos del planeta Tierra. Lo que hace inmediatamente, por primera vez en nuestra historia, que la condición natural y la condición social de la humanidad se entrelacen en la misma condición (Manghi, 2009). Esta nocción de fraternidad entre desconocidos no es alternativa, por supuesto, de nuestra fraternidad cotidiana entre bien conocidos – amistosa, familiar, étnica, asociativa, etcétera. Sin embargo, ella señala, me parece, la urgencia de un reto que afecta en profundidad todos los niveles de nuestras reciprocidades, micro y macro sociales, micro y marco ecológicas, incluyendo por lo tanto, el nivel más cercano de nuestros encuentros. Es un reto que surge desde el momento, muy reciente en la larga historia de nuestra especie, donde esta misma historia nos ha sumergido en el proceso de mundialización, que unifica, a una velocidad vertiginosa, a todos los seres humanos en la Tierra; después de que una larga diáspora de 150.000 o quizás 200.000 años, nos había esparcido en grupos separados, autoreferenciados, homogéneos y verticalmente jerarquizados. La sociedad-mundo, es el punto, es la primera forma de sociedad desprovista de un único epicentro organizador, homogenizador y jerarquizador. Aventura desconocida, como dice Edgar Morin (2003). Dramática aceleración de la historia humana que nos conduce, queramos o no, al umbral de un re-comienzo radical de nuestra historia que plantea el desafío sin precedente, de aprender a reconocer a lo desconocido en cada encuentro, incluso aquel que nos aparece como el más familiar. A partir del encuentro con sí mismo, con sí misma, para volver al hermoso poema de Walcott. Las malas “buenas razones” del espíritu neoliberal La crisis financiera global que explotó en 2008, fue el colapso del paradigma de crecimiento infinito como una solución mágica para todos los problemas. Y este paradigma se basa en un imaginario colectivo radicalmente individualista, hasta al

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narcisismo más descarado, ciertamente no en un espíritu fraternal. Mas nosotros tenemos que saber que el éxito extraordinario de este imaginario, de predominante matriz anglosajona, se basaba (y todavía se basa, por supuesto) en razones existenciales profundas, se podría decir sobre “buenas razones”. Tenemos que saberlo, si queremos fundar el espíritu del Buen Vivir sobre bases bio-psicoantropológicas capaces de tocar el corazón real, cargado de incertidumbre antes que de ideales individualistas de los ciudadanos de la recién nacida sociedad-mundo. Estas “buenas razones” son resumibles, en definitiva, en una promesa radical de libertad incondicionada. De libertad entendida como una liberación ininterrumpida del individuo de todo lo que obstaculiza la satisfacción inmediata de cualquier deseo subjetivo (Magatti, 2009). Este imaginario de libertad incondicionada ha producido, en su apogeo, lo sabemos, lo contrario de lo que prometió: decepción, empobrecimiento, desigualdad, inseguridad, resentimiento, descontento con la política y las instituciones (en particular en Europa), empeoramiento de las condiciones ambientales. Lo sabemos. Pero no basta demostrar en términos económicos y ecológicos que el imaginario neoliberal es ilusorio, como los sueños de un adolescente, para tocar los corazones de los ciudadanos de la sociedad-mundo quienes han creído y todavía creen en estos sueños. Tenemos que preguntarnos ¿por qué esta ilusión fue tan profundamente necesaria, y aún lo sigue siendo, afectando partes del mundo muy lejanas de su cuna anglo-sajona, y produciendo en la vieja Europa, a raíz de la caída de las ilusiones, los humores depresivos de estos años?. Para intentar de responder a esta pregunta, creo que podemos asumir razonablemente la hipótesis de que la devoción a este “espíritu del tiempo” de libertad incondicionada y de crecimiento infinito para apagar sus sueños ilusorios, es que esto “espíritu del tiempo” ha sido capaz de responder, aunque ilusoriamente, a los desafíos existenciales de la mutación más radical y desplazante de la historia humana: el nacimiento, como se dijo, de la sociedad-mundo, ya con la primera globalización de 1492, pero sobre todo con la segunda, vertiginosa globalización de las última tres décadas. Nacimiento, como ya subrayamos, de la primera forma de sociedad desprovista del dispositivo ordenador jerárquico de las reciprocidades cotidianas: el más antiguo, más durable y más asegurador de los dispositivos sociales creado por el Homo sapiens sapiens; o más bien, como sugiere Edgar Morin, sapiens/demens, sabio y loco al mismo tiempo. No debemos olvidar que las sociedades humanas no habrían podido sobrevivir ni evolucionar, para bien o para mal, si no se hubieran generado en su propio interior un principio jerárquico, es decir, un vértice mágico-religioso imaginado como separado de las interacciones humanas, como argumentara claramente el antropólogo francés René Girard en sus estudios sobre el carácter violento, pero al mismo tiempo asegurador, de lo sagrado (Girard, 1983). Un vértice univoco, inmediatamente reconocido por toda la comunidad. Una fuente de saberes y de normas estable, sólida, homogénea, capaz de hacer legibles, previsibles, para los sujetos interactuantes, las contingencias, por sí mismas siempre abiertas, también dramáticamente abiertas, desde sus reciprocidades cotidianas. Un vértice capaz de alimentar fuertes relaciones fraternales, pero sólo fraternales entre bien conocidos. Lo que uno de los padres de la sociología, Émile Durkheim, llamó solidaridad mecánica.

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Este carácter sagrado del principio jerárquico, con el proceso de debilitamiento de las autoridades religiosas, no ha desaparecido. Se ha transferido, a decir muy brevemente, a los Estados, y en los últimos siglos, a los estados-naciones, los protagonistas, grandiosos y terribles, de la primera globalización. Recientemente, con la aceleración de la globalización posnacional de nuestro tiempo, esta aura de sacralidad se convirtió cada vez más, me atrevo a sugerir, en prerrogativa del turbo-capitalismo financiero. Lo sagrado es por primera vez dejerarquizado, líquido, disperso molecularmente, casi anónimamente, por nuestro tejido social y ecológico. Y nosotros, los ciudadanos de la sociedad-mundo, obedecemos en la mayoría los caprichos de esta deidad multiforme, como nuestros antepasados obedecían los caprichos de sus fetiches. Pero a diferencia de nuestros antepasados, no tenemos un chamán, un rey, un vértice visible de forma inequívoca por encima de nuestros encuentros interactivos cotidianos. Somos libres, nos decimos a nosotros mismos. Libres individuos, sin otras autoridades jerárquicas sobre nosotros mismos que nuestro Yo. Las sociedades humanas respondieron, en suma, a la crisis irreversible del antiguo principio jerárquico, no mediante la creación de un principio de orden social y simbólico nuevo, sino mediante la transferencia de aquel principio organizador, de su capacidad de dar certidumbre, en nuestras individualidades cerradas y atomizadas. A través de la sacralización de la individualidad, se ha exorcizado, en otras palabras, los riesgos asociados a los encuentros vitales con la creciente multitud de desconocidos que el proceso de globalización ha llevado a nuestras puertas (Manghi, 2008); al umbral de nuestros pensamientos, de nuestros miedos, de nuestros deseos. 3. Fraternidad como vínculo nativo La explosión de la burbuja financiera del 2008, o más bien, de la burbuja oníricofinanciera, demuestra el carácter ilusorio del imaginario colectivo neoliberal. Y la investigación sobre el espíritu del Buen Vivir tiene que asumir las consecuencias de la crisis de esta ilusión, ilusión todavía impulsada por un viento de libertad que continúa soplando fuerte. Tiene que asumir el reto de responder de una manera nueva, fraternal y no individualista, de alianza y no de fragmentación, las ansiedades y las esperanzas generadas por el nacimiento de la primera forma de sociedad de la historia humana desprovista de un epicentro organizador único y asegurizador. Es en esta profundidad espiritual que está en juego el desafío de la fraternidad. Y es a esta profundidad, creo, que en 2008, el “Yes we can” de Obama, con este “nosotros” en el centro de la atención, había tocado simbólicamente el corazón de muchos ciudadanos de la sociedad-mundo, del interior mismo de aquel contesto social y cultural donde el viento del imaginario neoliberal había soplado tan fuerte. Pero es evidente que el nuevo “nosotros”, y no me refiero aquí unicamente al eslogan de Obama, sino a los muchos “nosotros” que van apareciendo en tantas partes de la sociedad-mundo, está sólo al comienzo. Un comienzo incierto, ambivalente, reversible. Como suelen ser los comienzos de una nueva vida. Donde el término “nosotros” ya no puede ser inspirado por los conceptos de solidaridad y “welfare” que han caracterizado el último medio siglo, un tiempo que no aún no

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conocía la radicalidad social, ecológica y existencial del nacimiento de la sociedadmundo. El nuevo “nosotros” que estamos llamados a compartir y a construir implica, en particular, que aprendamos a reconocer que la “materia prima” de la cual son hechas nuestras existencias, querramoslo o no, no es de naturaleza primero individual, ni primero jerárquico-colectiva, sino de naturaleza primero relacional (Bateson, 1993, Manghi, 2004). Enlace nativo de co-pertenencia mutua y por ende, de hecho, fraternal. El vínculo fraternal con los otros seres humanos, y con las criaturas de las otras especies con las cuales compartimos nuestra patria terrestre, es una verdad simplemente ineludible. Ineludible en el sentido básico que somos libres unicamente para desconocer, como en el imaginario neoliberal, o reconocer – en el doble sentido, cognitivo y ético, conocimiento y reconocimiento, que el término contiene en los idiomas latinos. Nada nuevo, por un lado: el hecho de que somos los cuidadores de nuestro hermano, de nuestra hermana, aún si lo negamos, lo sabemos muy bien, desde los tiempos de Caín y Abel. Pero totalmente nuevo, por otro lado: porque sólo el nacimiento de la sociedad-mundo hace inmediatamente evidente y urgente en nuestros ojos y en nuestros corazones la radicalidad simple de esta verdad. Verdad recien nacida en nuestra consciencia collectiva, entonces frágil: aleatoria, aún improbable, como nos recuerda Edgar Morin. Pero la única capaz de responder evolutivamente a las ansiedades y a las potencialidades abiertas por el surgimiento de la sociedadmundo. La única capaz de hacer, de tal manera que sabremos dar la bienvenida con alegría, cuando llegará a nuestra puerta, al desconocido con el cual hemos empezado estas reflexiones. Y celebrar, juntos, nuestra propia vida. Nuestro Buen Vivir.

Referencias bibliográficas Bateson G. (1993). Espíritu y naturaleza. Barcelona: Amorrortu. Girard R. (1983). La violencia y lo sagrado. Barcelona: Anagrama. Magatti M. (2009). Libertà immaginaria. Le illusioni del capitalismo tecno-nichilista. Feltrinelli: Milano. Manghi S. (2004). La conoscenza ecologica. Attualità di Gregory Bateson. Milano: Raffaello Cortina. Manghi S. (2008). Democrazia e fraternità. La sfida della rivalità tra uguali. In: N. Antonetti, a cura di, La libertà nelle democrazie contemporanee. Soveria Mannelli (CZ): Rubbettino editore, pp. 227-264. Manghi S. (2009). Il soggetto ecologico di Edgar Morin. Verso una società-mondo. Gardolo (TN): Erickson. Morin, E. (2003), La Identidad Humana. El Método V. La humanidad de la humanidad. Barcelona: Círculo de Lectores. Walcott, D. (1986), Collected Poems 1948-1984. New York: Farrar Straus & Giroux.

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