Festejando victorias, 1945-1946. Retratos y radiografía del Partido Comunista

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Descripción

Capítulo 1

Festejando victorias, 1945-1946 Retratos y radiografía del Partido Comunista

Ingresando al Partido El jueves 13 de diciembre de 1945 a las 21:30 horas se inició en la explanada de la Universidad, en el centro de Montevideo, un singular acto público. Treinta y nueve intelectuales se afiliaban al Partido Comunista. Miles de personas concurrieron a ese acto, en su mayoría miembros y simpatizantes del Partido, probablemente algunos curiosos, además de los familiares y amigos de los nuevos afiliados. Todos los actos de ingreso al Partido Comunista conllevaban cierto grado de solemnidad, en la que se reflejaba el compromiso contraído por el nuevo afiliado: el de dedicar a la militancia partidaria buena parte de sus energías y estar dispuesto a correr serios riesgos personales en aras de una causa y de una organización disciplinada y exigente. El Partido Comunista se consideraba un partido de militantes, de “cuadros” según la concepción leninista, revolucionarios consagrados por entero al advenimiento de la revolución proletaria. Ingresar al Partido, identificarse como “comunista”, implicaba convertir a la condición de comunista en un componente predominante de la personalidad, un elemento que, en casos extremos, exigiría una alta cuota de entrega, lealtad y sacrificio, aun a costa de otros compromisos personales. Para el considerado “buen militante comunista”, el que se afiliaba concienzudamente o el que recién más tarde era “asimilado” y asumía plenamente el significado de su incorporación como “cuadro” al “destacamento de la vanguardia de la clase obrera y la humanidad”, el compromiso adquirido se elevaba por encima de sus afectos y obligaciones familiares, de sus amistades, de sus actividades y afinidades culturales, de sus orígenes étnicos u otras lealtades y/o lazos sociales. No es que hubiera una intención expresa de desvincular al nuevo militante de los entornos donde transcurría su vida previa. Por 1945 tampoco se propiciaban intencionalmente situaciones de conflicto entre su condición de comunista y otros aspectos de su ser social. Eso sí había sucedido en el pasado más remoto del Partido y se repetiría en los años siguientes. Tan solo en los casos de nuevos afiliados provenientes de sectores netamente burgueses o en los rarísimos casos de un militante de origen familiar

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“patricio”, la contradicción era considerada inevitable y como una etapa a superar políticamente durante su evolución como militante. Se suponía que la militancia, con las pruebas cotidianas que planteaba, la experiencia de la convivencia y compañerismo con militantes de origen social “trabajador”, el confrontar al enemigo de clase y a los representantes del orden burgués, les permitirían irse librando de los lastres de su origen social y adaptarse a prácticas y normas sociales “acordes con su condición de militante comunista”.11  La habitual racionalización partidaria era que aunque el trabajo militante le robaba tiempo y dedicación a la familia, lo alejaba de su barra de amigos o implicaba el abandono de algunas actividades culturales, sociales o deportivas, en el fondo y a la larga, era un sacrificio a favor del bienestar de la gente en todos aquellos entornos. “Lo hago por ustedes”, “ya me van a entender, algún día”, eran términos muy usuales con los cuales se justificaban los nuevos militantes ante sus familiares y conocidos, que le reprochaban la creciente absorción de tiempo, energías y atención.12  Claro está, que a veces lo recomendable no era abandonar ciertos ámbitos de la vida social y cultural anterior sino procurar politizarlos. Tales intentos podían modificar la interacción del nuevo militante con sus antiguos conocidos, según las circunstancias y su propia habilidad social. De ciertas destrezas dependía la capacidad de politizar el entorno donde se actuaba habitualmente, y la consecuente elevación o deterioro del estatus del militante. En los peores casos, los nuevos militantes comunistas podían llegar a convertirse en molestos misioneros o “bichos raros” en ojos de sus antiguos amigos, colegas o familiares. Sería entonces, el primer precio a pagar por asumir la condición de comunistas. En los casos más exitosos, los nuevos militantes demostraban capacidad de iniciativa y liderazgo en todos sus entornos, lo que repercutiría en la consideración hacia ellos en el Partido. La capacidad de interesar a nuevas personas en eventos políticos o culturales, colocar periódicos, recoger firmas para tal o cual causa, colocar papeletas de votación y atraer nuevos afiliados, eran muy apreciadas en el Partido. Además era mucho más fácil ser comunista cuando también lo eran otras personas del entorno social inmediato. De todas formas, y al fin de cuentas, llegado el caso de una contradicción inmediata entre distintos compromisos sociales, la opción del comunista debería ser clara: el Partido y lo que este disponga.

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Esta fórmula, textual, fue pronunciada por separado por tres de los veteranos comunistas entrevistados para esta investigación, en distintas circunstancias y refiriéndose a casos donde la conducta de alguien se apartaba de aquella norma no escrita. En uno de los casos la referencia no era a un simple “militante” sino a quien fuera un “dirigente”. En muchas de las entrevistas se menciona algún tipo de conflicto, malentendidos o falta de comprensión inicial por parte de alguien cercano, familiar o amigo, ante las nuevas prioridades asumidas con la militancia y su descuido de otras actividades. Los entrevistados divergen en su percepción de la intensidad e importancia de los conflictos referidos y en las soluciones alcanzadas para reacomodar sus actividades e inversión de tiempo.

Aun en el más humilde local de un barrio obrero, ante cuatro, cinco o nueve militantes de una abnegada y pequeña agrupación (célula en la jerga de los iniciados) y algún representante de un organismo superior (generalmente el comité seccional), el acto de incorporación del nuevo afiliado tenía algo inconfundiblemente solemne. El tono de la voz del secretario de la agrupación y del representante del comité seccional, el silencio de los otros compañeros, el brindis, el apretón de manos y cuando no, luego, algún abrazo o palmada con quien lo acercó por primera vez a las actividades del Partido y el inmediatamente acentuado trato de “compañero” o “compañera” acompañado de una sonrisa. Y, a veces, para marcar aún más inconfundiblemente el nuevo estatus adquirido, como el término compañero era usual en el sindicato y en la fábrica, se incorporaba el especial y distintivo “camarada”, solo reservado para el trato entre comunistas. El acto solemne de ingreso no coincidía necesariamente con la ocasión en que se llenaba la ficha de afiliación, sino más bien con la primera reunión en la agrupación o en el seccional, cuando el afiliado era recibido y felicitado por sus nuevos camaradas. La primera reunión en el marco de una organización partidaria lo debía convertir en un militante organizado y no tan solo un afiliado formal. De esta manera se le daba un puesto concreto al interior del Partido, un ámbito de acción y de camaradería, acorde con los principios leninistas de organización. Cuanto más próximo a la fecha de afiliación se realizaba ese acto de ingreso efectivo a las filas de una organización partidaria, se corría un menor riesgo de “fluctuación”, aquel fenómeno tan combatido por los secretarios de organización de todos los partidos comunistas del mundo. La llamada fluctuación era la cantidad de afiliados que el Partido no lograba asimilar en su organización. O sea, una cantidad de personas que en cierto momento se definieron políticamente y se afiliaron, pero no se convirtieron en militantes efectivos, o quienes, en algún momento, dejaron la militancia activa, pero sin abandonar el Partido ni abjurar de su identificación política e ideológica. En la concepción burocrática de lo que debía ser un Partido Comunista, así como fue difundida por el Comintern a partir de la segunda mitad de los veinte, el nivel de fluctuación era un índice de la capacidad organizativa del Partido. La posibilidad de una adhesión no comprometida con la militancia organizada o con otras formas de militancia no eran consideradas acordes con el ethos comunista y con las necesidades de una organización auténticamente revolucionaria.13  Obviamente, en las condiciones de legalidad en las que los comunistas actuaban generalmente en Uruguay, muchos actos de incorporación

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Sobre la típica actitud comunista ante el fenómeno de fluctuación, véase Sutton (1990), pp. 262-267.

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contaban, además de los compañeros de la agrupación relevante, con la presencia de no pocos miembros del respectivo seccional y de su comité; a veces también, con la de algún dirigente representante de una instancia partidaria superior. No era extraño, que se organizara un acto de recepción a varios camaradas nuevos a la vez, en el marco más amplio de alguna gran reunión de relativa importancia; al inicio de alguna campaña política u organizativa, ante algún informe especial, en la conmemoración de algún aniversario (de la Revolución de Octubre, vísperas del 1º de Mayo, o a fines de setiembre festejando el aniversario del Partido), etcétera. Estos actos adquirían el carácter de una presentación semipública de los nuevos comunistas ante afiliados de otras agrupaciones partidarias,14  y de esta manera se prestigiaba a la agrupación reclutadora instando a otras a imitarla.

La ceremonia de los intelectuales Sin embargo, el mencionado acto frente a la explanada de la Universidad superaba en magnitud y solemnidad a todas las ceremonias habituales de incorporación al Partido. Ante miles de comunistas montevideanos, en la principal avenida de la ciudad, frente a la institución emblemática de la alta cultura uruguaya y en transmisión directa por una emisora de radio,15  treinta y nueve intelectuales iban a declarar su adhesión al Partido Comunista y a recibir sus carnés de afiliados de las propias manos de Eugenio Gómez, el Secretario General del Partido. El evento había sido cuidadosamente preparado y tenía un profundo sentido ceremonial, cargado de simbolismos. Con dos semanas de anticipación se publicaron en la prensa partidaria referencias al acto junto a reportajes a los nuevos adherentes.16  Además, el detallado orden del día había sido anunciado en grandes avisos publicitarios y afiches callejeros: 21.45 Ejecución del Himno Nacional. 21.50 Lectura de una declaración firmada por los intelectuales afiliados. 22.25 Discurso del Secretario General del Partido Comunista compañero Eugenio Gómez.

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De manera similar a la presentación de un nuevo o futuro integrante de la familia ante la familia ampliada en un evento festivo que la reúne. El ejemplo es relevante no solo por las similares estrategias de presentación de los nuevos miembros sino también porque el Partido Comunista en su vida interna y en las relaciones entre sus militantes se concebía así mismo como una gran y ampliada familia. La imagen del Partido como gran familia se repitió en varias de las entrevistas realizadas. Se trata de una idea-imagen muy poderosa que atravesó el tiempo y sobrevivió virajes y crisis políticas. “La gran familia comunista está de duelo” proclamaba, mucho después, una nota necrológica ante el fallecimiento de Gregorio Ramírez, uno de los fundadores del Partido (El Popular, 2 de enero de 1971). El mismo concepto fue recogido también en un estudio publicado sobre la vida privada de los jóvenes militantes sesentistas. Véase Araújo (1988). CX 18 Radio Libertad. El viernes 30 de noviembre de 1945 Justicia en su primera página incluía un gran aviso titulado “Acto de incorporación de intelectuales al Partido Comunista”, con el programa detallado del evento.

22.30 Poema por Selva Márquez. 22.35 Saludos en nombre de los intelectuales afiliados. Por los Profesionales: Dres. Juan F. Pazos y Guillermo García Moyano. Por los maestros: Diógenes de Giorgi. Por los Profesores: Celia Mieres de Centrón. Por los escritores: Gisleno Aguirre. Por los plásticos: Escultor Bernabé Michelena. 23.00 Saludo a los intelectuales por una delegación de las agrupaciones de empresas de la capital. 23.05 Entrega de carnés a los nuevos afiliados a cargo del Secretario General del Partido, compañero Eugenio Gómez. 23.10 Ejecución de La Internacional.

La ceremonia estaba enmarcada entre la ejecución del Himno Nacional y La Internacional, símbolos respectivos del patriotismo y del internacionalismo proletario. A partir de la segunda mitad de los treinta y más acentuadamente durante la segunda guerra mundial, los comunistas habían adoptado a la retórica patriótica como uno de los promocionados ingredientes de su imagen política. Motivados por el afán de borrar los efectos de su internacionalismo cosmopolita y antinacionalista durante los veinte e inicios de los treinta y de la propaganda anticomunista que los tildaba de antipatriotas y “agentes de Moscú”, los comunistas no perdían oportunidad para referirse a Artigas, a la Patria y a la lucha por preservar y consolidar su independencia. No tenemos claro cuándo exactamente los comunistas uruguayos empezaron a entonar el Himno Nacional en sus actos, lo que sí está claro es que la intención de apropiación de los símbolos y las “mejores tradiciones nacionales” se hace expresa a partir de 1937.17  Los treinta y nueve intelectuales iban a solicitar pública, formal y colectivamente su ingreso al Partido Comunista. Más allá del gesto público con su efecto propagandístico y del formalismo indicador de la solemnidad y seriedad con que afrontaban ese paso, llama la atención la lectura de una solicitud colectiva de ingreso. Desde el punto de vista de la cultura organizativa interna y de sus estatutos se trataba de un gesto tan infrecuente como significativo. La afiliación era siempre personal y las declaraciones conjuntas de grupos de afiliados estaban proscritas por las normas leninistas de organización, interpretadas y codificadas por Stalin, y que habían sido inculcadas por el Comintern a todos los partidos comunistas. Cada afiliado tenía derecho a manifestar individualmente ante el Partido sus opiniones y su voluntad, realizando sus declaraciones en la agrupación correspondiente y en los marcos orgánicos adecuados: formalmente constituidos para tal fin (activos, comités de mayor jerarquía, plenarios, congresos). Como medio de mantener la disciplina interna e impedir lealtades grupales y actuaciones de fracciones que socavarían la unidad partidaria,

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Aparicio (1987), p. 20.

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todo grupo de personas se disolvía como tal, automáticamente, al ingresar al Partido. La declaración del grupo de intelectuales sería entonces su última actuación como colectivo voluntario. De ahora en adelante, sus pronunciamientos colectivos serían los de sus organizaciones partidarias o en el marco de frecuentes manifiestos con intelectuales no comunistas, aprobados e incentivados por la dirección del Partido. Pero, no habría lugar para agrupamientos voluntarios. A pesar de lo señalado, sería muy simplista y formal entender a su declaración conjunta como un verdadero agrupamiento voluntario. Evidentemente, esta declaración conjunta había sido auspiciada por la misma dirección del Partido. Más allá del efecto propagandístico, la idea era producir una actuación colectiva de individuos que, por sus prácticas profesionales y las características de su ubicación social, tendían al individualismo. Era una demostración de su capacidad para la acción colectiva, de su voluntad de adaptarse a la ética y las normas colectivas veneradas y practicadas por el Partido. Ahora bien, no se trataba de ninguna práctica novedosa ni mucho menos. Las declaraciones colectivas por parte de intelectuales o “personalidades” famosas, fueron una práctica común durante todo el siglo XX, muy usada en la izquierda en todo el mundo. Aparte del mero uso o traslado simbólico del prestigio intelectual y cultural acumulado por cada firmante en su respectiva profesión o campo cultural o artístico al terreno de la política, supuestamente sumando y multiplicando los prestigios,18  las firmas de estos manifiestos colectivos tienen precisamente el objetivo de impactar como declaraciones colectivas. El hecho de que quienes habitualmente se expresan individualmente y ejercen la distinción como principal estrategia de posicionamiento profesional, se hayan unido tras una declaración uniforme, resaltaba el grado de importancia que adjudicaban a su contenido. El Secretario General, autoridad máxima del Partido, era el encargado de responderles. Luego, habría declaraciones separadas de subgrupos de intelectuales que demostrarían así el amplio espectro de campos culturales y científicos a los que pertenecían los nuevos afiliados. Ignoramos los criterios por los cuales fueron seleccionados los representantes de cada sector. Tras los mensajes, los representantes de las agrupaciones obreras, razón de ser del Partido Comunista, vivos representantes de la vanguardia del proletariado, darían la bienvenida a los aspirantes a comunistas provenientes de otros sectores sociales. Una vez legitimados simbólicamente

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Aunque se trata de una operación mucho más compleja que la mera suma o multiplicación de prestigio. A veces ciertas combinaciones de firmas podían acarrear la desvalorización o el desgaste del prestigio de algunos de los firmantes, o “salpicar” de prestigio a otros. El efecto simbólico de la publicación de cada “solicitada” depende de numerosos factores: el estado de las relaciones de poder y de prestigio en cada campo cultural por separado, las interrelaciones entre los distintos campos relevantes y, obviamente, su acierto político. Al respecto, son muy recomendables los trabajos de Bourdieu (1988, 1993).

por los militantes obreros, el Secretario General les daría los carnés que los convertirían formalmente en “camaradas”. El acto era también una especie de fiesta colectiva de la cosecha político partidaria, tras una etapa de más de cuatro años de intensa y continua actividad antifascista y proaliada, iniciada con la invasión nazi a la Unión Soviética en junio de 1941. La actividad de masas en ese período había reeditado, con mayor éxito aún, la experiencia de amplia movilización solidaria con la República española durante la Guerra Civil (1936-1939). La movilización proaliada impulsada por los comunistas a partir de la segunda mitad de 1941 coincidía con la actitud y los intereses básicos de los gobiernos de Baldomir (hasta 1943) y de Amézaga (1943-1947), que no solo toleraban, sino que incluso alentaban el activismo antinazi. Si bien compartieron las movilizaciones junto a aliados de variadas tendencias políticas e ideológicas, los comunistas se destacaron por su intensa, persistente y organizada participación. Sin duda gozaban de algunas ventajas comparativas: eran el único partido político que había volcado casi todo su aparato hacia estas actividades; estaban más curtidos en actividades movilizadoras y callejeras, formas de actuar poco frecuentes en los partidos tradicionales; contaban con una eficiente organización altamente disciplinada; y, además, estaban sobremotivados. Por su profunda identificación ideológica y afectiva con la Unión Soviética, los comunistas consideraban a la guerra en Europa, a pesar de la enorme distancia geográfica, como una cuestión de vida o muerte y vivían muy intensamente sus vaivenes y avatares.19  Varias de aquellas amplias organizaciones antinazis fueron dirigidas por intelectuales, artistas y profesionales de distintos orígenes sociales y políticos. La actividad en común con los comunistas y la simpatía generalizada hacia la Unión Soviética, por su sufrimiento y papel en la guerra contra el nazismo, los aproximaron al Partido Comunista. Como se expresara muy claramente en la declaración conjunta leída en el acto:20  “En contacto directo con el pueblo en las organizaciones democráticas, en los centros “ayudistas”, en los organismos de lucha antifascista, hemos podido comprobar, a través del tiempo y de la experiencia, la abnegación del Partido Comunista, su clara visión de la realidad, su certera previsión basada en el análisis sereno de las fuerzas y de los acontecimientos, su no superada positividad en la acción a favor de los pueblos”. Asimismo, el festejo público del ingreso masivo de los intelectuales reflejaba las expectativas del Partido Comunista de convertirse pronto en un gran e influyente partido en la política nacional. Para realizar ese objetivo

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Julia Arévalo, para dar un ejemplo, describe con su sencillo estilo sus sensaciones al llegar la noticia de la invasión nazi a la URSS: “creí que el corazón se me paralizaba”. Gravina (1987), p. 42. Publicada en Justicia, 7 de diciembre de 1945, p. 1 y reproducida luego en un librito editado con una conferencia anterior de Gómez. Gómez (1945b), pp. 41-42.

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se comprendía la necesidad de ganarse una sólida posición entre las capas cultas de la población. En Uruguay estas pertenecían al amplio, confuso, contradictorio y gran conglomerado social definido como “clase media”. Si esta comprensión no se desprendía de las tesis partidarias, ni se expresaba clara y conscientemente en los discursos y textos de los dirigentes, era porque más que producto de una concienzuda estrategia, el cortejo a la “intelectualidad” se inspiraba en otros partidos comunistas occidentales. El caso más exitoso y conocido de captación masiva de intelectuales y artistas era entonces el del Partido Comunista de Francia.21  Bastaría mencionar a Pablo Picasso y a Louis Aragon, tan solo dos de los más consagrados creadores enrolados en sus filas. La prensa comunista internacional destacaba numerosos casos de cantantes, compositores, artistas, pintores y escritores de pública adhesión al comunismo en Estados Unidos y en Europa, como también los casos de los famosos escritores comunistas latinoamericanos, Pablo Neruda, Jorge Amado, Juan Marinello y Nicolás Guillén, o los poetas españoles que murieron comprometidos con la causa de la República y el Frente Popular, Federico García Lorca, Miguel Hernández (afiliado al Partido Comunista) y Antonio Machado. Estos creadores y sus obras eran convertidos en íconos comunistas que resultaban muy eficaces para atraer a nuevos simpatizantes y afiliados jóvenes de los sectores medios de la sociedad, principales consumidores de aquella producción cultural. Muchas obras servirían para ir moldeando, mucho más profundamente que los textos teóricos o programáticos, la conciencia política de los militantes comunistas. Una novela de Howard Fast o de Jorge Amado, un poema de Guillén, de Neruda o de Hernández, una reproducción de Guernica o las canciones de los guerrilleros europeos antifascistas, la voz de Paul Robeson, al igual que las películas de guerra y las novelas de heroísmo soviético,22  eran más digeribles, impactantes y formativas, tanto para un joven simpatizante o recién afiliado como para un obrero recién iniciado en el consumo de productos literarios, como parte de su proceso de politización y elevación cultural. Además, Neruda, Marinello, Guillén, Alberti y Amado visitaron personalmente Montevideo en diferentes momentos en los cuarenta, siendo bien recibidos por las elites culturales. Los intelectuales y dirigentes comunistas no perdieron la oportunidad para oficiar de anfitriones, realizar eventos político-culturales y publicar reportajes y notas en Justicia. La actitud militante de los cuatro, que no tenían entonces reparos en utilizar su prestigio literario para hacer declaraciones políticas directas, era un motivo de gran satisfacción para los dirigentes del Partido Comunista. Los afamados y admirados escritores no solo podían crear una imagen positiva de la causa

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Ibíd., Gómez cita a una famosa conferencia al respecto que el dirigente comunista francés Jacques Duclos dictó ante intelectuales franceses, pp. 27-28. Así se forjó el acero y Campos roturados parecen haber sido las novelas soviéticas que dejaron las impresiones más marcadas en varios de los entrevistados para esta investigación. Ambas fueron editadas en castellano en Montevideo en esa misma época: Ostrovskii (1944); Cholojov (1946).

comunista o atraer a la esfera del Partido a jóvenes lectores. Su actitud militante, esperaban los dirigentes comunistas, podría servir como ejemplo y estímulo a la toma pública de posiciones a favor del comunismo por parte de otros intelectuales uruguayos simpatizantes o vacilantes. Desde el punto de vista ideológico, la creciente aproximación de profesionales, científicos, artistas, escritores y profesores parecía ser la confirmación de lo que los comunistas concebían como el progreso histórico o la dirección de desarrollo de la cultura y la ciencia modernas. El Partido Comunista pretendía ser el más fiel combatiente por el progreso humano y propugnaba el régimen socialista, supuestamente científico, como una fase más elevada del desarrollo histórico de la humanidad. Por lo tanto, se suponía que personas honestas cuyos trabajos y actividades estaban vinculados al progreso científico y cultural acabarían consecuentemente abrazando la causa del comunismo, la causa de la ciencia y el bienestar humano. Una semana después del impresionante acto público el cronista de Justicia expresaba claramente esa idea:23  “ … obedeciendo a una ley ineluctable del progreso –los más calificados exponentes del pensamiento y la cultura uruguaya–, sumábanse públicamente a las columnas en marcha del gran Partido del presente, en marcha hacia un gran porvenir: al Partido Comunista”.

El problema de la “composición social” El efusivo y publicitado abrazo de bienvenida a los intelectuales a fines de 1945 era la culminación de un importante cambio en las actitudes del Partido Comunista con respecto al tema de su propia composición social. El Partido Comunista del Uruguay había nacido como producto de una división en el Partido Socialista en 1919, en la que la inmensa mayoría de los afiliados y congresales optó por solidarizarse con la revolución bolchevique, aceptar luego las 21 condiciones e ingresar a La Internacional Comunista.24  La división de posiciones reflejaba entonces diferentes actitudes

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“Una memorable jornada comunista”, Justicia, 21 de diciembre 1945, p. 1. Las 21 condiciones de incorporación a la Internacional Comunista (Comintern o Tercera Internacional) fueron establecidas por Lenin para forzar a los partidos socialistas y socialdemócratas o las fracciones de aquellos partidos que querían incorporarse a la nueva internacional organizada desde Moscú a definirse por una vía marxista revolucionaria que los distinguiera tajantemente del camino reformista y conciliador con el orden burgués que caracterizaba a la corriente mayoritaria de la Segunda Internacional. Para adherir al Comintern y ser reconocido como la sección territorial correspondiente del mismo los partidos refundados como “Partido Comunista de …” tenían que aceptar incondicionalmente todas y cada una de las 21 condiciones. Su cumplimiento posterior sería supervisado por el Comintern, que quedaba constituido como un partido revolucionario mundial altamente centralizado y disciplinado. Entre las condiciones que implicaban una actitud revolucionaria de los nuevos partidos comunistas en sus prácticas cotidianas: combinar formas de lucha legal e ilegal (3ª condición) y dirigir propaganda y agitación hacia los enrolados en las fuerzas armadas (4ª condición). Tomado de: “Conditions of Admission to the Communist International, Approved by the Second Comintern Congress, August 1920”, en Jane Degras (ed.), The Communist International: 1919-1943: Documents, London, Oxford University Press, 1956, Vol. I, pp.168-172. Al respecto véase López d’Alesandro (1992).

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ideológicas, concepciones distintas del marxismo y del socialismo, y más que nada diferencias de temperamento entre quienes adoptaban una visión reformista y progresiva del cambio social y quienes se inclinaban por lo que percibían como la opción revolucionaria. Mientras la opción reformista y socialdemócrata orientada por Emilio Frugoni, que refundaría poco después al Partido Socialista, contaba con el apoyo de buena parte de los intelectuales y de las personas más cultas del Partido, la inmensa mayoría de los trabajadores manuales y la juventud se entusiasmaba con el mensaje revolucionario comunista. Uno de los temas que diferenciaban a ambos partidos era la idea de la dictadura del proletariado, la cual era imaginada por los obreros comunistas como el paso del poder político directamente a las manos de los obreros, los trabajadores manuales, sin la mediación de una clase política de origen burgués o pequeñoburgués. A partir de entonces, y reforzada esta tendencia de diferenciación sociocultural por las actitudes y el estilo que le imprimió el liderazgo de Emilio Frugoni, el Partido Socialista se convertiría en un respetable “Partido de ideas”, donde se juntarían intelectuales y profesionales de izquierda liderando a calificados contingentes juveniles provenientes de la culta clase media y ocasionalmente a grupos no muy numerosos de empleados y algunos obreros. Por unas décadas, el Partido Socialista sería un partido liderado por ilustrados e ilustres “doctores” de orientación cultural claramente europea y de marcado desprecio por la “política criolla”. En cambio, el Partido Comunista, reforzado a comienzos de los veinte por militantes obreros y artesanos provenientes de corrientes anarquistas, se convertiría en una vía de incorporación a la política (aunque sea desde una posición marginal), para trabajadores manuales politizados en los conflictos gremiales. Aunque también encontraban lugar en él, jóvenes radicalizados de clase media y educación superior. Ya en el marco del Partido, los militantes obreros más dedicados y comprometidos se convertían en “cuadros”. Junto a una peculiar formación ideológica comunista difundida por el Comintern, sus textos y sus agentes, los cuadros generalmente adquirían un cierto bagaje cultural que los ubicaba por encima de la mayoría de los obreros medios. En algunos casos, pasarían a ser funcionarios rentados, pagados por el Partido o por alguno de los sindicatos. De esta manera se iba creando una nueva capa de políticos profesionales25  de origen obrero o más precisamente provenientes del trabajo manual.26 

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Prefiero este término neutral que describe el fenómeno, al concepto leninista idealizador de “revolucionarios profesionales” o al denigratorio de “burócratas obreros” que usaban los anarcosindicalistas y luego otros críticos desde la izquierda. Ni un peluquero como Eugenio Gómez o un zapatero como Enrique Rodríguez, para dar dos ejemplos destacados, transformados en funcionarios rentados por sus sindicatos y luego por el Partido podrían ser considerados como obreros. Tampoco fue obrero un joven sastre como Luis Alberto Fierro que llegó a ser funcionario del Comintern, primero del Buró Sudamericano actuando en Argentina, Brasil y Chile (1929-1935) y luego en Moscú (1935-1937). Jeifets, Jeifets y Huber (2004), p. 111.

La “bolchevización” mundialmente impuesta por el Comintern (Internacional Comunista) a todos los partidos comunistas durante la segunda mitad de los veinte implicaba una actitud de desconfianza (“vigilancia revolucionaria”) hacia intelectuales de izquierda en general, hacia todo el que expresara cierta capacidad e intención de crítica o de elaboración teórica autónoma, fundamentada esta, en el peligro de “contaminación ideológica” pequeñoburguesa.  Al igual que otros partidos comunistas, considerados como filiales nacionales del Comintern, el PCU podía prescindir de líderes intelectuales con capacidad de elaboración teórica propia.27  La redacción de los materiales teóricos y el diseño de las estrategias a llevar se decidían en el aparato del Comintern, centrada en Moscú y con filiales y agentes en Sudamérica, que funcionaban prácticamente al exterior de los partidos comunistas.28  Por su incomparable tolerancia y sus libertades cívicas, Montevideo fue a fines de los veinte e incluso después del golpe de Estado de Terra una importante sede para las actividades del Comintern en América Latina, lo que permitió la realización de reuniones y congresos internacionales así como la impresión, publicación y distribución continental de literatura comunista.29  En el marco de aplicación de la línea sectaria y ultraizquierdista del Comintern de “clase contra clase”, a partir de fines de 1928, bajo la consigna de “proletarización” del Partido, fueron expulsados del PCU “numerosos comunistas honestos que no eran obreros”,30  mayormente militantes

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En 1927 fue expulsado Celestino Mibelli, uno de los líderes fundadores del PCU, primer diputado comunista, y quien sostuvo el principal debate ideológico con Frugoni en la escisión entre socialistas y comunistas. El X Congreso del Partido adoptó la política de “bolchevización” y según Gómez: “planteó vivamente el problema de la composición social del Partido y de su dirección y se pronunció por un imprescindible reforzamiento de la disciplina partidaria”, confirmando la expulsión del “pequeñoburgués” Mibelli. Gómez (1961), pp. 73-76. Mibelli se había iniciado en la vida política como periodista en El Día. Afiliado al Partido Socialista, actuó como constituyente en 1916 y luego como diputado. En 1917 había sostenido una larga y famosa polémica con José Batlle y Ordóñez en las páginas de El Día. Vanger (1989). Las investigaciones en desarrollo en torno al funcionamiento de los partidos comunistas latinoamericanos bajo la tutela del Comintern demuestran que muchas veces eso era más cierto en teoría que en la práctica. En la realidad las estrategias de esos partidos eran el producto confuso de las interpretaciones que sus dirigentes y los enviados directos del Comintern hacían de las orientaciones emanadas de los supuestos centros de dirección cominternianos. Véase por ejemplo, Ulianova (2005) p. 105. De acuerdo al diccionario biográfico sobre el Comintern y América Latina (Jeifets, Jeifets y Huber, 2004) en Montevideo estuvieron la sede del Buró Sudamericano (1930-1935), el Secretariado Sudamericano de La Internacional Comunista Juvenil, el Consejo General de la Confederación Sindical Latinoamericana y la Escuela Continental del Buró Sudamericano. Una muestra casual de folletos publicados en Montevideo: Confederación Sindical Latino Americana (1929); Losovsky (1930a); [sin nombre de autor], (1931); (1930); Losovsky (1930b). Gómez (1961), p. 96. Gómez criticaba a posteriori ese período del Partido achacándolo no a las directivas políticas del Comintern, sino a la acción “deformadora” de sus rivales, a quienes logró expulsar del Partido en dos olas de luchas internas y depuraciones en 1935 y 1940: Macías, Izcua, Focca, Larrobla, Lazarraga, Risso.

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con alguna inquietud e independencia de criterios. Con el pretexto de la “proletarización”, la disciplina y la depuración ideológica, se presentaba la reducción del Partido a un núcleo férreo y aislado de militantes de origen obrero como una supuesta virtud.31  Los nuevos militantes de origen no obrero, que seguían aproximándose al Partido motivados por la atracción ideológica, tenían que rendir pleitesía al “obrerismo” y probar en innumerables circunstancias su capacidad de reeducarse y deshacerse de los lastres de su origen social. La disciplina y obediencia a las autoridades partidarias y la superación acrítica de dudas, inquietudes y cuestionamientos al Partido y su línea eran la prueba última de su capacidad de adaptación a la “moral proletaria y revolucionaria”. Si bien hubo jóvenes cultos que llegaron al Partido durante ese período a través de la atracción del marxismo, la actitud descrita interponía serias vallas para el relacionamiento del PCU con los intelectuales y las capas medias. Incluso delimitaba la capacidad del desarrollo ideológico de sus cuadros más capaces. Recién a partir de mediados de los treinta, una vez culminado el viraje del Comintern hacia una política de Frentes Populares que ponía énfasis en evitar el aislamiento de los comunistas para poder enfrentar el peligro fascista, se crearon en el PCU nuevas prácticas políticas receptoras de intelectuales, provenientes de sectores medios: primero como aliados políticos y luego incluso como nuevos afiliados. A medida que la situación en Europa se iba polarizando, más aún tras el estallido de la guerra en España, y que el PCU demostraba ser el partido político uruguayo más sensible y reactivo al drama europeo, se iban abriendo sus puertas para la colaboración y el ingreso de jóvenes no obreros, particularmente sensibles a este drama. Entre los nuevos afiliados, cuyo número aumentaría rápidamente a partir de fines de 1941, se pueden señalar dos tipos de sensibilidades, muchas veces entrelazadas. Una, era la de jóvenes cuyo origen familiar (judíos, italianos antifascistas, españoles de familias republicanas, muchos eslavos) los convertía en intensamente identificados con la lucha antifascista y antinazi en Europa. Su adhesión al Partido Comunista se iniciaba a menudo como producto de su búsqueda de un polo alternativo, radicalmente opuesto y consecuente frente al nazifascismo. La crisis capitalista iniciada en 1929 y la complicidad, o al menos la hipocresía, de las democracias liberales ante el fenómeno del surgimiento fascista las desacreditaba y descartaba al liberalismo como alternativa ideológica en ojos de la gran mayoría de los jóvenes inmigrantes e hijos de inmigrantes antifascistas. Aunque tampoco faltaban entre ellos quienes sus padres o familiares ya

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Las depuraciones eran un reflejo imitativo de otros partidos comunistas, del Comintern y, originalmente, de las luchas por el poder en la Unión Soviética, en las que Stalin depuso gradualmente a casi toda la vieja guardia bolchevique. Cada depuración soviética acarreaba depuraciones en otros partidos de quienes se les podía achacar apoyo, simpatía o afinidades ideológicas con el líder soviético recién caído en desgracia.

habían tenido cierta experiencia sindical, formación política o al menos contacto positivo con partidos obreros y marxistas en sus países de origen. Aquella relación inicial, a veces reforzada por las actividades izquierdistas de asociaciones culturales étnicas en Montevideo, facilitaba el proceso de aproximación al Partido Comunista de aquellos jóvenes tan motivados. Obviamente, las acusaciones de la gran prensa acerca del carácter no nacional y foráneo del Partido no eran un escollo para quienes sufrían a veces en carne propia del mismo estigma. La segunda vertiente, eran jóvenes “criollos” culturalmente muy europeizados, que seguían con un alto grado de identificación los avatares de la lucha antifascista en el viejo continente. Sus inquietudes intelectuales y sus lecturas sobre la política mundial los ponían “por encima” de las luchas de las divisas tradicionales.32  El impasse político local impuesto por el régimen terrista y el fracaso insurreccional de 1935, los llevaban a inclinar su interés por la política hacia otros países en donde se jugaba el destino de grandes y significativas opciones ideológicas. La identificación con ideologías cosmopolitas y modernas constituía, a veces, parte de la sensación de repudio de los jóvenes cultos de clases medias en las pequeñas ciudades del interior hacia el caudillismo tradicional, el clientelismo político y el atraso cultural del medio donde vivían. Durante su militancia antifascista y al viajar a cursar estudios en Montevideo, estos jóvenes del interior iban conociendo a los inmigrantes y a sus hijos, y los lazos de amistad y afectividades creados iban sustentando emocionalmente su inicial actitud de definición político-intelectual. La lucha ideológica y la identificación con el antifascismo europeo eran los ejes fundamentales de la definición política de muchos de estos nuevos comunistas, y no necesariamente la propia experiencia de la explotación, de la lucha social ni la mera identificación con la clase obrera. Sus consideraciones políticas eran globales, universales y trascendían tanto la política nacional como la consideración de conflictos sociales. Su sensibilidad social no era tan nítidamente obrerista, sino más bien una identificación más genérica: con los pobres, con los que sufren, con los perseguidos. Los nuevos intelectuales comunistas ya no hablaban en nombre de una clase social o de un país, sino en nombre de “la humanidad” o de los “intereses del hombre del pueblo”.33  Sin embargo, entre los inmigrantes recientemente afiliados, primera o segunda generación en el país, tampoco faltaban quienes experimentaban diariamente su pertenencia social al mundo de “los de abajo”, trabajando como obreros, muchas veces textiles o en condiciones precarias como

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Para quienes pretendían incursionar en la política desde una actitud racionalista las divisas tradicionales habían perdido entonces su actualidad ya que ni siquiera reflejaban el principal conflicto político nacional. Herrera, el caudillo civil blanco, era el principal aliado del gobierno autoritario del colorado Terra, mientras que en el campo de la oposición democrática se encontraban batllistas y nacionalistas independientes. Aguirre, “Posición en el Comunismo”, Justicia, 30 de noviembre de 1945, p. 6.

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trabajadores manuales independientes o vendedores ambulantes. La conjunción de una experiencia de vida humilde de trabajo y sacrificios con la identificación familiar y étnica antifascista se cristalizaba en una sólida identificación comunista. Algunos de ellos se encontraban en el inicio de un proceso de ascenso social y su participación en el mundo del trabajo manual asalariado, independiente y en el comercio ambulante, era parte de una característica estrategia familiar de supervivencia, ahorro y ascenso económico. Gracias al desarrollo del período de la guerra y la relativa prosperidad posterior, no tardarían en formar su pequeño capital.34  Así ingresaban en el mundo del comercio establecido o de la pequeña industria de sustitución, procurando darles a sus hijos la oportunidad del estudio profesional, o sea, la acumulación de un capital cultural y profesional que formalizaba y afianzaba su ingreso a la clase media. Las identificaciones políticas creadas en aquel período inicial de acumulación de “capital social”, aun en el umbral del ingreso a la clase media montevideana, y del avance del nazismo y la guerra en Europa con su enorme carga emocional,35  eran de una intensidad tal, que a veces pervivían por muchos años en familias cuya condición social ya había variado considerablemente. Aquellos serían algunos de los que llamaremos “burgueses comunistas”. Mucho tiempo después seguirían aportando económicamente al Partido. En épocas muy posteriores de semi o total clandestinidad algunos fueron capaces de ofrecer coberturas y apoyos logísticos externos a las estructuras partidarias. A menudo aportaron, aun involuntariamente, la militancia de sus hijos, una nueva generación de estudiantes y profesionales educados con los recursos materiales y culturales de las capas medias y altas, que las contradicciones de su propia formación familiar los convertía en muy susceptibles a la prédica comunista o de otras organizaciones de izquierda. El enfrentamiento ideológico, entonces, iba desplazando a la lucha de clases y el obrerismo como principal factor de la identificación comunista, forjador de experiencias vitales y de nuevos símbolos, aunque por supuesto aquellos no desaparecieron. Tanto la alta inserción del Partido Comunista en algunos medios obreros, como el poder simbólico de convocatoria del referente clasista, además del compromiso ideológico, lo mantuvieron como un factor persistente en la identificación de los comunistas.

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Sobre la base de la combinación de ahorro generado por la acumulación del fruto del intenso trabajo familiar, una etapa inicial de privaciones extremas de consumo y aprovechamiento hábil de redes de crédito y comercialización étnicas. No es difícil imaginar la mezcla de sentimientos de alivio por haber emigrado y abandonado a tiempo aquel mundo en llamas y a su vez las angustias por la suerte de los familiares y seres queridos, angustia que se transformaría a veces en sentimientos de culpabilidad e impotencia ante la evidencia de la muerte de muchos de ellos. Esto es particularmente cierto para algunas familias republicanas españolas y para muchos judíos de Europa central y oriental.

Durante la segunda guerra mundial, y más precisamente a partir de la segunda mitad de 1941, la participación en el esfuerzo global antinazi fue definida como la tarea principal de los comunistas. Al calor de la movilización antinazi y del creciente prestigio soviético y comunista europeo, el Partido Comunista creció incorporando a muchos más hijos de inmigrantes de distintas capas sociales, algunos de ellos artesanos o pequeños comerciantes en proceso de ascenso económico, junto a nuevos profesionales, artistas e intelectuales, provenientes de las clases media y alta de la sociedad.36  Ante ese considerable flujo de nuevos adherentes, el Partido Comunista definía expresamente la existencia de dos principales vías de incorporación a sus filas: trabajadores que llegaban a través de su experiencia y conciencia de clase, y los denominados “intelectuales”, provenientes de diversas clases sociales, que llegaban al comunismo por medio de la aproximación ideológica y la experiencia de la lucha democrática antifascista. A tono con la retórica de los comunistas europeos volcados a partir de junio de 1941 a la guerra de defensa patria (los soviéticos) y de liberación nacional (más destacadamente los franceses y los yugoeslavos, y los italianos a partir de la segunda mitad de 1943) y con las tesis difundidas en el hemisferio americano por el dirigente comunista norteamericano Earl Browder, los comunistas uruguayos se autoproclamaban una “fuerza patriótica”. Y en una fuerza patriótica, naturalmente, confluían personas provenientes de varios sectores sociales. Si bien no se abandonaban los básicos postulados clasistas, se había abandonado el exclusivismo clasista anterior y se abrían las filas del Partido a los considerados más consecuentes militantes demócratas que adoptaban el marxismo-leninismo-stalinismo como ideología y se identificaban emocionalmente con la Unión Soviética. El destaque dado en 1945 a la incorporación del grupo de intelectuales indicaba el afán partidario por alentar el fenómeno de esta segunda vía de incorporación a sus filas. Ahora ya no se trataba, como en los años treinta, tan solo de jóvenes estudiantes, “pequeñoburgueses” radicalizados, que llegaban al comunismo por idealismo y/o convencimiento intelectual a los que habría que reeducarlos en las normas comunistas y “proletarias”. Precisamente, se recalcaba el hecho de que los nuevos afiliados eran “distinguidos intelectuales”, ya formados y reconocidos en sus respectivas profesiones y artes. Es más, entre los criterios de inclusión en este “grupo

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Entre ellos podemos destacar el caso del entonces joven ingeniero y matemático José Luis Massera quien luego se convertiría en uno de los principales dirigentes comunistas. Massera era hijo de José Pedro Massera, profesor de filosofía y humanista, que además había sido senador colorado-batllista y en su vejez tuvo una actuación destacada en la solidaridad con la República española. Véase Petit Muñoz (1944), pp. 97-107; y Mordecki.

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tan selecto de intelectuales”, como lo definiera Gómez,37  parecieran haber predominado el no incluir a estudiantes, y en casos de estatus ambiguo, incluir solo a quienes se destacaron en su actuación como dirigentes de las organizaciones antifascistas, o quienes hubieren tenido una militancia anterior en otras filas políticas. De esta manera se explica al mismo tiempo la inclusión en el grupo de tres o cuatro que entonces eran aún estudiantes y la exclusión de numerosos estudiantes y jóvenes de capas medias recién llegados al Partido por la misma vía pero sin militancia anterior en otro sector político. El término de intelectual se usaba en su acepción más amplia y menos selecta. “Intelectual” significaba personas dedicadas a labores intelectuales y/o artísticas relacionadas a la creación o la difusión cultural o científica, como contraparte de los trabajadores manuales y técnicos. Se les refería como a una capa social, equivalente a lo que en la Rusia prerrevolucionaria se había denominado intelligentzia. Intelectuales eran tanto los escritores, los artistas plásticos, los profesores universitarios, los maestros, los periodistas, los médicos, los farmacéuticos y los ingenieros. La definición social de los intelectuales contradecía la percepción más divulgada del concepto de “intelectual”, la versión selectiva que restringe el uso del título de “intelectual” tan solo para aquellos escritores, filósofos, críticos literarios, historiadores y sociólogos, destacados por su amplitud de criterios e inteligencia que supera su condición de especialistas en un campo de conocimiento determinado. En cierta manera, el Partido Comunista realizaba una operación simbólica muy contradictoria de inclusión de un gran número de personas bajo una definición social y amplia de “intelectual” para luego procurar prestigiarlos (y de esa manera a sí mismo como su hogar político) al apelar indirectamente a una definición más acotada, que era la acepción de uso más corriente en el lenguaje cotidiano, refiriéndose a ellos como “grupo selecto de intelectuales”, “destacados valores intelectuales”, “calificado conjunto de valores de la intelectualidad” o “los más calificados exponentes del pensamiento y la cultura uruguaya”.38  Esta operación era parte de un clásico juego de recíprocas alabanzas entre los intelectuales involucrados y el Partido Comunista destinado a la mutua acumulación de prestigio. No quiero decir que esto funcionara necesariamente de forma premeditada, ni siquiera consciente por parte de los mismos, pero este mecanismo sociocultural funcionaba más allá de las voluntades subjetivas. La prensa partidaria se apresuraba a entrar en este juego con reportajes a los intelectuales afiliados que luego eran seguidos y alabados en cada paso de su acti-

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Gómez (1945b), p. 13. Lo cual sin ofender a los intelectuales involucrados, estaba muy lejos de la realidad ya que la inmensa mayoría de los más destacados de la época si bien ya tendían hacia la izquierda, permanecían independientes, otros estaban vinculados a Marcha y la ANDS de Quijano, al Partido Socialista y no pocos apoyaban, al igual que la mayoría de los militantes estudiantiles de la FEUU, posiciones antiimperialistas “terceristas”, que repudiaban tanto a los Estados Unidos como a la Unión Soviética.

vidad profesional o artística. El posible éxito de estos empujones partidarios hacia el prestigio artístico o intelectual se retribuiría automáticamente al reproyectarse el prestigio acumulado por los intelectuales hacia el partido político que integraban. Como ejemplo de un intento de empujón tal, poco sofisticado, tenemos una nota firmada por Felipe Novoa en la sección “Artes, letras, crítica, ensayos” de Justicia a tan solo una semana del acto mencionado. En ella se comentaba una exposición de Amalia Polleri de Viana y Mercedes Massera de Galeano en los salones de AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Profesionales y Escritores): “[…] Su firme posición de antifascistas que las trajo al seno del Partido, habla con el lenguaje simple de los hechos, de que han de pasar al plano de las realizaciones, esto que hoy son esperanzados deseos. Saludamos esta exposición, porque contiene obras honestas y bien logradas y sobre todo porque mucho esperamos de los artistas que piensan como Amalia Polleri y Mercedes Massera”. Sin referirse siquiera al plano de la apreciación y crítica estética, sin una contextualización artística, no se disimulaba en la nota el criterio de valoración de las obras acorde a las actitudes políticas de las artistas. Fueron incontables las oportunidades en las que el Partido Comunista se vanaglorió de sus intelectuales y resaltó la realización de actividades culturales y artísticas refinadas en marcos partidarios.39  A veces, estos efusivos abrazos partidarios podrían ser quemantes para los intelectuales y artistas en sus campos profesionales, especialmente en épocas inmediatamente posteriores, de mayor descrédito y aislamiento partidario. Más allá de la genuina identificación ideológica y afectiva de los intelectuales creadores que se integraban al Partido Comunista, tampoco hay que desdeñar la importancia que una cálida acogida partidaria podía tener para algunos de ellos. El Partido ofrecía locales para exponer,40  su público

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Un ejemplo representativo: “Expusieron bajo las banderas del Partido”, en Justicia del 2 de enero de 1948 p. 6, junto a la nota aparecen las fotos de: “Alberto Savio, destacado escultor y dibujante... Carlos Prevosti, brillante pintor... Selva Márquez, prestigiosa poetisa... Serafín J. García, destacado escritor amigo de nuestro Partido”. Serafín J. García era definido como “amigo”, o sea no afiliado al Partido Comunista pero sí considerado como aliado o simpatizante. Un amigo no es un camarada. García por su parte siempre hizo alarde de ser “orejano”. Véase García (1983), pp. 5-6 y 81. No solo se trataba de una práctica partidaria, sino que el propio Gómez (1945) en su conferencia frente a los intelectuales “amigos del Partido”, aún candidatos a afiliarse, los había ofrecido expresamente: “Existen decenas de locales de organizaciones obreras, en algunos casos se trata de hermosos locales, donde los intelectuales pueden realizar una gran obra cultural; y no se trata de ir a esos locales para hablar de la organización obrera; los trabajadores quieren que en sus locales, como en nuestros locales comunistas se pronuncien conferencias sobre historia, sobre literatura, sobre arte, se realicen exposiciones, se lleve por esos medios el arte al pueblo. Los comunistas tenemos solamente en la capital 35 locales, donde los intelectuales están llamados a realizar una gran obra cultural...”, p. 31.

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de afiliados y simpatizantes para apreciar sus obras y oír sus palabras, su prensa para difundir sus bondades y éxitos. Además, hay que considerar la enorme atracción que ejercía para muchos de los artistas y escritores que asumían ideas marxistas y provenían de las clases medias y altas (con notorios complejos de culpabilidad social), la posibilidad de comunicación directa con públicos obreros. Hablando ante los intelectuales aún candidatos a incorporarse, Gómez recalcaba los posibles beneficios de ese contacto para la creación artística:41  “… confundirse con el pueblo, que es fuente de inspiración y que será para él motivo de nuevas creaciones. Respirar el aire de la fábrica, del campo, del local obrero, de las casas del pueblo. ¡Allí reside la gran materia artística y literaria de este tiempo!”.

Los festejos de 1945 A fines de 1945 el Partido Comunista hallaba buenas razones para festejar también al “respirar” los aires del pueblo, principalmente los de las fábricas. El Partido había crecido no solo entre los intelectuales y algunos sectores profesionales de clase media. La militancia sindical, en una era de importante desarrollo industrial y bajo el mecanismo de los Consejos de Salarios, que impulsaban la sindicalización y permitían conquistas obreras, había impactado favorablemente. La clase obrera crecía numéricamente,42  nuevos obreros y obreras se iban integrando a la militancia sindical y algunos de ellos también al Partido Comunista. Este proceso recibía la debida atención partidaria y causaba profunda satisfacción. El 14 de diciembre, por ejemplo, en la página 2 de Justicia, a la vuelta de la tapa en donde se informaba ampliamente y con fotos del acto de los intelectuales, se reproducían junto a una pequeña foto, extractos de un discurso pronunciado días atrás por la obrera Hilda Gozurrieta en el marco del “acto de reclutamiento realizado por las agrupaciones textil y botonera”. El solemne acto recibía una atención mayor que la normalmente otorgada a un evento de afiliación al Partido, aunque evidentemente menor, en la jerarquía de las ceremonias y el destaque, que el descrito acto de los intelectuales. Estuvieron presentes e hicieron uso de la palabra las autoridades partidarias más relevantes al sector obrero-textil: Héctor Rodríguez, el joven líder comunista de los obreros textiles y entonces ya miembro del Comité Nacional del Partido, la obrera Bernarda Martínez, miembro del Comité Departamental de Montevideo, y Héctor Poggi, se-

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Ibíd., pp. 31-32. Algunos números para ilustrar ese fenómeno. En 1937 se registraban 65.997 ocupados en la industria manufacturera, 82.720 en 1941 y 107.434 en 1947. Los metalúrgicos crecieron de 5.075 en 1937 a 7.424 en 1941 y 15.132 en 1947. Los trabajadores textiles eran 7.063 en 1937, 9.029 en 1941 y 12.232 en 1947. Véase cuadro Nº 15 en Frega, Maronna y Trochón (1987), p. 81.

cretario del Comité Seccional de la Unión, barrio donde se concentraban varias de las fábricas. El gremio textil había crecido ostensiblemente y se iba fortaleciendo y de él se alimentaba una considerable parte del crecimiento obrero que experimentaba el Partido Comunista. Cabe destacar que al igual que el sector de intelectuales, el sector textil aportaba una significativa presencia femenina, no tan frecuente en otros sectores del Partido Comunista. Si bien el Partido siempre tuvo mujeres en sus filas y reivindicó los derechos de las mismas, la presencia femenina había adquirido mayor importancia desde que en 1938 las mujeres uruguayas obtuvieron la igualdad de derechos electorales. El Partido Comunista fue un verdadero avanzado en impulsar mujeres a la lucha política al incluir a Julia Arévalo, una dirigente partidaria de origen obrero,43  como primera candidata a diputada en las elecciones de 1942. Además existía en esos momentos una relativamente alta sensibilidad hacia la necesidad de adecuar las actividades políticas y sindicales para incorporar a más mujeres. Enrique Rodríguez, Secretario General de la Unión General de Trabajadores, reclamaba en un informe al Congreso de la flamante central sindical no solo organizar a las mujeres trabajadoras, sino también:44  “comenzar por casa […] creando en los sindicatos condiciones y ambiente apropiado a sus características y a sus necesidades, y rompiendo todos los viejos prejuicios patriarcales y feudales que nos hacen creer que solo los hombres adultos pueden dirigir los sindicatos”. En su discurso, ante las agrupaciones textil y botonera, la joven obrera Gozurrieta expresaba su emoción ante la inusual circunstancia en que se encontraba, como trabajadora manual y como mujer, al hacer uso de la palabra en un acto público. La ceremonia de incorporación al Partido Comunista la igualaba, aunque sea por primera y efímera vez, a los hombres en general, a las pocas mujeres cultas de clases medias y altas que entonces se iban abriendo paso en ámbitos de la actividad pública, y, más aún, a los intelectuales y políticos, los habituales dueños de la tribuna y la palabra en la sociedad uruguaya. Ante la presencia de una mujer dirigente departamental del Partido y de numerosas compañeras, Gozurrieta mencionaba a Julia Arévalo como modelo de inspiración: “Por primera vez subo a una tribuna pública con satisfacción, como un recuerdo honroso para toda mi vida, lo hago en una tribuna del Partido Comunista […] Como mujer, sobre todo, siento el inmenso orgullo de poder dirigirme a mis compañeras desde la misma tribuna desde la cual la gran combatiente de la clase obrera, nuestra querida Julia Arévalo nos ha explicado a las mujeres del Uruguay nuestros deberes en la lucha por la conquista de una vida mejor”.

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Protagonista en su adolescencia de una huelga tabacalera, Gravina (1987), pp. 7-8. Rodríguez, Enrique (1944).

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El año de 1945 se caracterizó por no pocos festejos comunistas. En muchos sentidos había buenas razones. Antes que nada, la victoria aliada sobre el nazismo. El gran festejo montevideano de la victoria sobre el nazismo, el 2 de mayo de 1945, durante el cual decenas de miles de personas inundaron la avenida 18 de Julio, se vio rápidamente empañado cuando muchos de los festejantes reaccionaron airadamente ante el hecho de que el diario El Día había izado como señal de victoria, tan solo las banderas de los aliados occidentales, omitiendo a la soviética. La reacción inmediata y espontánea de algunos militantes comunistas fue protestar, apedreando la sede del diario, a lo que se unieron otros manifestantes.45  La intervención violenta e indiscriminada de la policía devino en una batalla callejera, en la que no siempre estaba claro quién contra quién y durante la cual miles de personas corrieron presas de pánico y varias decenas sufrieron heridas y lesiones leves. Mientras tanto, algunos de los “festejantes” aprovechaban para saquear vandálicamente comercios céntricos.46  Los violentos sucesos en la avenida 18 de Julio fueron motivo de una vigorosa campaña anticomunista por parte de El Día y de sectores de la derecha, anunciadora de campañas similares de mayor magnitud. Sin embargo, no todos los actores políticos y mediáticos responsabilizaron plenamente a los comunistas por lo sucedido y el Partido Comunista siguió gozando por un tiempo más de la inusual y relativa legitimidad política adquirida durante la guerra.47  El propio presidente Amézaga, que contaba con el entusiasta apoyo político del Partido Comunista, había declarado que la responsabilidad de los incidentes era de “elementos quintacolumnistas y malhechores”, contradiciendo así a su Ministro del Interior Juan José Carbajal Victorica que, haciéndose eco del parte policial, responsabilizaba a los comunistas.

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Tres protagonistas entrevistados coincidieron en describir los incidentes como espontáneos. Si aparte de los festejos los comunistas planeaban alguna protesta no era contra El Día, sino ante el herrerista y neutralista El Debate en la Ciudad Vieja. Los planes se trastornaron en 18 de Julio por la indignación de los manifestantes ante la omisión de la bandera soviética por el diario batllista, considerada “una provocación”. Un pequeño grupo de estudiantes secundarios sí llegó a la Plaza Matriz a apedrear la sede de El Debate, siendo dispersados por la policía. Diario Popular, 4 de mayo de 1945, p. 3. Véase también la concordante versión de Héctor Rodríguez, en Fernández Huidobro (1996), p. 64. “Los sucesos de 18 de julio”, Marcha, 4 de mayo de 1945; y “El nuevo dos de mayo”, Marcha, 11 de mayo de 1945. “El nuevo dos de mayo”. Otra nota editorial de Marcha, “Vuelve ‘el Peligro Comunista’”, salía al cruce de la campaña anticomunista: “incidentes, o incidente inicial a cargo de los comunistas, prolongación del incidente por obra de otros que no tienen por qué ser necesariamente comunistas, aprovechamiento delictuoso de los sucesos por sujetos, que sin duda, nada tienen que ver con las directivas del comunismo. [...] El maleante criollo aprovechó la primera piedra del agitador político”. Tras criticar a quienes desde el gobierno cortejaban a los comunistas, el editorial consideraba que el peligro real para la democracia no radicaba en las actuaciones de estos (calificadas de oportunistas, maniobreras y violentas), sino en las virulentas reacciones anticomunistas que despertaban. El anticomunismo serviría a fuerzas anti-democráticas y contribuiría a someter al país a un mayor dominio norteamericano.

A pesar de aquellos graves incidentes, el Partido Comunista y las numerosas organizaciones proaliadas y antifascistas en las que los comunistas participaban, continuaron celebrando la victoria y el fin de la guerra durante varias semanas en numerosas formas: actos públicos, banquetes, reuniones diversas, tanto eventos solemnes recordando a los caídos en la lucha como fiestas alegres de camaradería en las que se festejaba la victoria. El mismo Presidente de la República participó la semana siguiente de una pacífica y jubilosa fiesta callejera que congregó a decenas de miles de montevideanos.48  Los relativos éxitos de los partidos comunistas europeos en las primeras contiendas electorales realizadas tras la guerra y su participación en gobiernos de coalición no solo en la Europa oriental ocupada por el ejército soviético sino también en Francia e Italia, eran nuevos motivos de festejos y de una creciente sensación de poder y confianza en el futuro para los comunistas uruguayos.49  La guerra fría recién en proceso de incubación, aún no se hacía sentir lo suficiente como para aplacar la cálida simpatía pública en amplios sectores de la población hacia la Unión Soviética, de la cual se beneficiaba el Partido Comunista. En Europa occidental recién liberada se reunieron en la segunda mitad de 1945 congresos de diversas organizaciones sociales internacionales en los que los comunistas tenían un peso considerable y muchas veces un papel dirigente. Estos congresos estaban destinados a restablecer relaciones regulares interrumpidas por las dificultades de viaje y comunicaciones durante la guerra, para coordinar políticas ante la reorganización del mundo de la posguerra y obviamente a festejar la victoria y honrar a los caídos en la resistencia contra el nazifascismo. La guerra fría aún no se había desatado abiertamente, los comunistas seguían gozando de alto prestigio en Europa occidental y participaban de los gobiernos de coalición formados durante la liberación. Los comunistas uruguayos no perdieron la oportunidad de enviar representantes e integrar delegaciones junto a aliados y amigos para participar en esos encuentros y festejos de Europa liberada. Enrique Rodríguez, secretario de la UGT, participó en octubre de 1945 en el Congreso de la Federación Sindical Mundial y Julia Arévalo viajó a París en noviembre

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“El Presidente Amézaga se confundió con el pueblo”, Diario Popular, 9 de mayo de 1945, p. 1. Una lista de actos publicada bajo el título de “Actos democráticos” por Justicia el 8 de noviembre de 1945 es ilustrativa de esa mezcla de festejos, distensión y optimismo, y de la gran variedad y amplitud de organizaciones en las que participaban los comunistas. Cada acto mencionado iba acompañado con su respectiva foto: 1) “Encendido homenaje al gran Partido Comunista Francés con motivo del reciente triunfo electoral”; 2) Acto en el Ateneo auspiciado por el Depto. de Salud de Unión Nacional Femenina; 3) “Animada reunión del Comité de Húngaros Amigos del Partido Comunista”; 4) “Jornada de confraternidad juvenil”, lunch ofrecido por el periódico Juventud al cuerpo dirigente de la Federación Uruguaya de Fútbol Amateur. Al día siguiente una gran foto acompañaba en la primera página de Justicia (9 de noviembre de 1945) a la detallada cobertura del “extraordinario acto” de homenaje a la Unión Soviética, en el aniversario de la revolución.

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de 1945 para participar, junto a otras dos representantes uruguayas, en el Congreso Mundial de Mujeres.50  Al regresar, los delegados presentaban en reuniones y actos de todo tipo tanto sus testimonios sobre las ruinas y el sufrimiento de Europa como el mensaje de optimismo de las fuerzas del progreso y los proyectos de reorganización mundial que se habían discutido en los congresos. En los ámbitos cerrados de los organismos partidarios, los delegados comunistas, daban parte de sus contactos con los comunistas europeos y de las perspectivas de poder e incidencia que tenían participando en coaliciones gubernamentales de “unidad nacional”.

“Unidad nacional” y la cosecha electoral de 1946 A nivel político nacional el Partido Comunista reproducía automáticamente la consigna de “unidad nacional”, aun después de finalizada la guerra. El gobierno no se tomó muy en serio la propuesta comunista de integrar un gabinete de unidad nacional, ni consideró las propuestas de reformas y reorganización de la economía elevadas por Eugenio Gómez a comienzos de 1945, tras la declaración formal de guerra al eje y la incorporación a las Naciones Unidas.51  Si bien los comunistas habían crecido numéricamente, estaban muy lejos de constituir una fuerza política de peso suficiente como para poder imponer siquiera parte de su agenda a las fuerzas políticas tradicionales. Más aún, Gómez proponía medidas para una supuesta economía de guerra (considerando una verdadera participación uruguaya en el conflicto bélico) en los precisos momentos en que el fin de la guerra se hacía inminente. A pesar de que sus propuestas no fueron recogidas ni consideradas, el Partido Comunista siguió postulando la unidad nacional y apoyando al presidente Amézaga. Más allá de la mera imitación y traslado mecánico y acrítico de la línea de los comunistas europeos, la dirección comunista uruguaya participaba también de la idealización de la conferencia de Yalta y de las implicaciones de la alianza entre los que tildaba “los tres grandes” (Stalin, Churchill y Roosevelt). Precisamente, la línea de unidad nacional, al entender de Gómez, se desprendía del acuerdo entre

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En Justicia (9 de noviembre de 1945) se anunciaba la partida de la delegación con una breve nota y una foto. En ella aparecían sentadas junto a la entonces diputada Julia Arévalo, la “educacionista” María Orticochea y la doctora Blanca L. de Bacigalupi. Las vestimentas, las facciones y la pose de las tres mujeres ante la cámara son altamente representativas de las diferencias sociales. Arévalo, de rasgos oscuros, con un vestido muy sencillo, miraba oblicuamente seria, inhibida ante la cámara. Orticochea, de piel clara que contrastaba con su cabello oscuro bien arreglado, vestía un traje moderno, funcional y no ostentoso, y miraba directamente a la cámara, con cierta naturalidad. La doctora Blanca L. de Bacigalupi, de tez clara, lucía una elegante boina cuidadosamente ladeada en su cabeza, usaba guantes, sus labios estaban ostensiblemente pintados y todo su cuerpo se inclinaba hacia delante, posando ante la cámara. Gómez (1945a).

ellos:52  “Este sistema de unidad nacional para los países liberados es en realidad consejo que los Tres Grandes dan a todos los pueblos. [...] Vale decir que es indiscutible para países como el nuestro...”. Se hace necesario aclarar que desde el fin de la guerra y más aún a lo largo de 1946, la línea de “unión nacional” no impidió que los militantes comunistas, junto a otros sindicalistas, protagonizaran una serie de conflictos laborales en los que ya no se debía evitar posibles daños al esfuerzo de guerra aliado, y por lo tanto no se temía utilizar el arma de la huelga. La conjunción del crecimiento económico y la coyuntura de un año electoral, facilitaba las victorias sindicales.53  Las experiencias de luchas en las cuales se agudizaba la conciencia de clase de los trabajadores, se forjaban las estructuras organizativas de los sindicatos y se experimentaban victorias, contribuyeron a formar toda una generación de obreros militantes. Algunos de ellos engrosaron las filas comunistas. Procurando resolver la sensación contradictoria de crecimiento partidario, victoria aliada, éxitos obreros y falta de efectividad política ante el gobierno, Gómez inició una reorientación de la militancia comunista hacia los Comités de Unidad Nacional. Con una visión muy simplista y burocrática de la política se determinó que el Partido Comunista priorizaría la creación de aquellos comités por sobre toda otra actividad.54  Eso implicaría en el curso de los meses siguientes –a medida que Gómez Chiribao, el hijo de Eugenio Gómez, elevado al puesto de secretario de organización iba imponiendo la aplicación organizativa de los informes de su padre–, restarle impulso a la impresionante red de exitosas organizaciones antinazis creadas durante la guerra y crear dificultades en el ámbito sindical. Sin embargo, los reajustes organizativos llevarían su tiempo y no opacarían de inmediato la sensación de festejo ni el ímpetu de la campaña electoral de 1946. La línea de apoyo al gobierno sí había conseguido crear una atmósfera de legitimidad, que fue muy fructífera para extender la presencia comunista en muchas esferas públicas y acrecentar su sensación de seguridad y optimismo. Esto se expresó en la campaña electoral sin precedentes en la que los comunistas llegaron a hablar y realizar eventos en lugares desconocidos hasta entonces, tanto en Montevideo como en el interior del país. La simpatía aún reinante en amplios sectores de la opinión pública hacia la Unión Soviética, por su sufrimiento y papel decisivo en la guerra, combinada con la falta de hostilidad por parte de las autoridades y el entusiasmo de los miles de militantes jóvenes que habían ingresado al Partido en los últimos cuatro años, aseguraron una muy exitosa elección.

52. 53. 54.

Ibíd., p. 26. Pintos (1960), pp. 308-310; Errandonea y Costabile (1969), pp. 208-213. Gómez (1945a), p. 38: “En la organización de los comités de unidad nacional debe concentrarse el trabajo de todo el Partido”.

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Impulsando la figura de Julia Arévalo como primera candidata al Senado, con más poder de convocatoria simbólica55  que capacidad parlamentaria, el Partido Comunista estaba en condiciones de recoger la cosecha de su reciente activismo antinazi y de los éxitos sindicales de la UGT.56  La Convención Nacional reunida en mayo de 1946 fue una instancia bastante festiva en la que se impulsó la campaña electoral. Para la gran satisfacción de los cientos de delegados se anunció, con cierta exageración, que habían alcanzado la cifra de 10.000 afiliados.57  Si bien la dirección partidaria reconocía que muchos de ellos no habían sido plenamente “asimilados” en las organizaciones partidarias, también era evidente que en tres o cuatro años se habían incorporado muchos militantes de destacadas actividades. Como ejemplos de quienes rápidamente se convirtieron en conocidos dirigentes se puede mencionar a algunos. José Luis Massera, incorporado formalmente en 1942 cuando ya se destacaba como militante estudiantil aliado al Partido Comunista y como dirigente del movimiento por la paz y en actividades antifascistas. Luis Tourón, otro militante estudiantil, que se afilió por 1944 o 1945 y poco después ya sería considerado un importante cuadro dirigente en distintos ámbitos de la vida partidaria. Jaime Gerschuni Pérez, un joven, hijo de inmigrantes judíos, que lideró una huelga y organizó sindicalmente al sector peletero en el gremio de la aguja. Muy pronto se convertiría en un cuadro ugetista importante y más tarde sería dirigente partidario departamental y edil, mucho antes de convertirse en uno de los principales dirigentes comunistas. Durante 1946 los festejos no pudieron ser completos mientras no se destrababa la situación judicial en la que se encontraban Rodney Arismendi y Alberto Suárez. Ambos, respectivamente redactores responsables y directores del Diario Popular y Justicia, habían acumulado una serie de demandas debidas a su furibunda campaña antiherrerista durante la guerra. La situación llegó a tal punto que Arismendi debió exiliarse en Argentina para no ser encarcelado. Diario Popular había sido muy apreciado en círculos intelectuales antifascistas y reflejaba una amplitud sin precedentes por parte de una publicación impulsada por los comunistas. Este aprecio permitió desarrollar una exitosa campaña pública en pro de la amnistía para Arismendi. En el seno del Partido Colorado las posiciones en torno a la amnistía a Arismendi se enmarcaban en la división entre los sectores más próximos al gobierno de Amézaga (baldomiristas y

55. 56. 57.

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Mientras que para muchos encarnaba el compromiso clasista con los obreros y las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras y los más humildes de la sociedad, para otros la figura de Julia Arévalo era una especie de equivalente uruguaya a La Pasionaria. La mayoría de los conflictos laborales de 1946 concluyeron exitosamente desde el punto de vista de los trabajadores. Véase, Errandonea y Costabile (1969), pp. 208-213. Gómez (1961), p. 203.

batllistas liderados por Luis Batlle) y los sectores de derecha, fuertemente anticomunistas, tanto los dirigidos por César y Lorenzo Batlle, como los remanentes del terrismo. Los primeros habían gozado del apoyo comunista durante la guerra y eran beneficiarios del antiherrerismo furibundo de Diario Popular.58  Al momento de la votación definitiva en el Parlamento sobre la “Ley de amnistía total por delitos de imprenta”, quien sorprendió a todos fue el propio Herrera, al instruir a los legisladores de su sector votar a favor. De esta manera el dirigente nacionalista desmentía buena parte de las acusaciones que se le habían hecho durante la guerra y marcaba distancia del alineamiento pronorteamericano de los otros sectores de la derecha local. Más que nada, se trataba de una lección de democracia y tolerancia. Indultando a quienes lo habían hostigado tanto reclamando su ilegalidad y encarcelamiento, Herrera realizaba una indudable contribución a la consolidación del pluralismo político uruguayo. Para los comunistas se trató de una victoria de su campaña pública y un nuevo motivo de festejos, pero también de una importante lección práctica. Si bien en 1946 estaban muy lejos de abrazar las premisas ideológicas de la democracia liberal y de ser capaces de una revisión crítica de sus anteriores actitudes persecutorias contra el herrerismo, nunca más reincidieron de tal manera en una campaña por ilegalizar fuerzas políticas parlamentarias rivales, por más reaccionarias que las hayan considerado. Los resultados de las elecciones fueron muy satisfactorios para el Partido Comunista. De 14.300 votos obtenidos en 1942 había crecido a 32.600, más del doble, aproximándose al 5% del electorado. En el plano parlamentario el Partido sería representado por primera vez en el Senado (Julia Arévalo) y tendría una gran bancada de 5 diputados (Antonio Richero, Rodney Arismendi, Héctor Rodríguez y Enrique Rodríguez por Montevideo y Carlos Leone por Canelones). La satisfacción comunista no derivaba tan solo de sus propios resultados electorales. Los sectores políticos más derechistas habían sido derrotados. La victoria en el seno del Partido Colorado del batllismo, la tendencia percibida como más progresista y representativa de la burguesía nacional, teóricamente destinada a concluir la “revolución democrática-burguesa” iniciada por el batllismo histórico, parecía confirmar el optimismo comunista acerca del porvenir de Uruguay en el marco del progreso de la humanidad.

58.

Poco después de dictada la primera sentencia contra Arismendi, Diario Popular titulaba en su primera página: “Amézaga expresó preocupación porque no se cumpla la injusta condena contra R. Arismendi”. Diario Popular, 9 de enero de 1945, p. 1. La información se basaba en una conversación de la senadora Julia Arévalo con el Presidente de la República.

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