Ezequiel Gatto - Días de alegría, años de rabia. Historia del hardcore/punk en Rosario 5

September 20, 2017 | Autor: Ezequiel Gatto | Categoría: Music and Politics, Punk Culture, Punk, Punk Studies, Music and social movements
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Descripción

Días de alegría, años de rabia
Capítulo 5:
Encontrarse en algún lugar.


Entre nosotros había algunos con espíritu comunicativo que, más que
informarse, querían entrar en contacto, lanzando y recibiendo señales
extramuros de la ciudad. Muchos tocaban en bandas. Otros no, como Zalo, que
decidió editar Movimiento Underground "convencido de que no todos podíamos
tocar la guitarra y cantar, que alguno se tenía que dedicar al bajo, otro a
la batería y, sobre todo, alguien tenía que difundir las bandas". Difundir,
palabra clave en esa flexible división social del trabajo que, casi
enseguida, incorporó otros elementos además de las bandas: ideas, poesías,
gráficas.

"Se puede decir que las personas que integraban este movimiento,
conectadas por cuestiones políticas o estéticas, formaban una especie de
comunidad global", dice Osvaldo Zulo. Esa comunidad produjo sus mensajeros
y viajeros que, convertidos en agentes de conexión con otros lugares,
escenas y territorios, alimentaron los vasos comunicantes con uno de los
bienes más queridos de la sociedad del intercambio analógico: la carta.
Papel-transporte de deseos de encuentro era, también, la superficie de una
lucha. Su lugar de paso obligado, el servicio de correo postal, no era una
mera herramienta; era también, como dice Pablo (Kambio Violento), un
"enemigo". No sólo porque muchas veces las cosas no llegaban o llegaban
abiertas y vacías sino porque sus costos ponían en riesgo la red. Fue por
eso que la inteligencia punk colectiva mundial pergeñó un estrategia
bellísima, que Zalo vivió como una revelación: "Al comenzar el intercambio
postal me llamó la atención que los que me escribían me pedían que
devolviera las estampillas, lo cual hacía. En un recital en el que vino a
tocar PENSAR O MORIR (de La Plata) le di sus estampillas a Tatán, el
integrante con el que me carteaba, y le pregunté por el motivo. Me dijo:
"Vení". Fuimos al baño, puso las estampillas bajo el agua de la canilla y
mágicamente desapareció el sello que le ponen en el correo: les ponía
boligoma arriba para poder limpiarlas y utilizarlas nuevamente. Fue un
antes y un después de ese descubrimiento, un cambio rotundo en mi
comportamiento postal".

Ese equivalente pegajoso de la descarga gratuita alivianó la economía
del ir y venir no sólo de papeles sino de discos y cassettes, soportes del
milagro de escuchar miles de bandas nacionales e internacionales mínimas.
Casi sin esperarlo, podías contar una buena cantidad de producciones
independientes sobre tu mesa y enterarte que había hardcore en Los
Polvorines, speedcore en La Rioja (España), punk rock en Villa Regina (Río
negro), que en San Francisco (Estados Unidos) había una banda que se
llamaba All you can eat (Tenedor libre) con un EP titulado, muy
adecuadamente, "With Salad Bar" (Con mesa de ensaladas) y que en Santiago
de Chile vivían los Bebés Paranoicos. Todo esto tenía un sano efecto-
contagio, daban ganas de compartir, y ayudaba a que el fanzine, hermano
mayor de la carta, fuera no sólo una publicación sino un nodo en una red de
comunicación.

Hecho de entrevistas, collages y fotos, reseñas de discos y discos,
citas, fragmentos y opiniones políticas, cada uno era una caja de
resonancia, si no mundial, occidental. Bicho inquieto alimentado a escritos
y sonidos, el hardcore punk bien podría aparecer como un adicto a la
creación de vínculos: "cada sobre, además de la carta, solía incluir
casettes, flyers y zines de donde uno era. Así se difundía y viajaba la
data", explica Eloy. Pablito amplía: "los flyers podían promocionar una
banda, un fanzine, un sello discográfico y siempre incluían la dirección
postal para que uno se comunicara. De esta manera se retroalimentaba esa
comunicación y se ampliaba la red de contactos. En ese momento creo que el
flyer cobró un sentido muy fuerte y literal, realmente "volaban" de un lado
al otro del mundo". En las doce páginas que tenía su Insulto al buen gusto
se anunciaban más de treinta: entre ellos, Superblind (Bs.As.), Underground
Forces Mag (Leopoldina, Brasil), Otra oportunidad (La Plata), Human
(Albacete, España), BA Underground (Bs.As.), Maldonado Radical Core
(Maldonado, Uruguay), Fatzine (Rosario), Under Force (C.del Uruguay),
Fuerza Interior (Venado Tuerto). Y como lo que va, a veces, es bueno que
vuelva Pablo recuerda que "en una semana podía recibir carta de Grecia,
México o Concepción del Uruguay", mientras Eloy enviaba y recibía cartas de
La Plata, Mendoza, Costa Rica, Uruguay, Colombia y el País Vasco y quien
esto escribe conserva epístolas provenientes de metrópolis y pequeñas
ciudades de España, Estados Unidos, Chile, Brasil así como de ciudades
argentinas.

No sólo cosas movía la red, los cuerpos también se pusieron en
movimiento. Podía tener el motivo clásico de un recital: bandas que venían
a la ciudad o nativos que viajaban a otros confines, gracias a contactos
previos hechos, casi siempre, a través de editores de fanzines. Zulo,
hombre de ferias fanzineras, trajo a los holandeses de Cathode y a los
uruguayos de Hablan por la espalda "en el momento en que la banda estaba
buena...". Podías también, como Pablo, ir a visitar a un compañero, del que
conocías su caligrafía pero no su rostro, "tocarle el timbre y decir: Hola,
soy el del fanzine". O accionar una movida exploratoria un poco más
intensa, como cuando viajamos a Buenos Aires con Zalo y Lucho y Hugo
(Aldegüello) para ver La Polla Records en Obras y decidimos ir a conocer la
mítica feria de fanzines de Plaza Congreso. Luego de bordear una fuente, un
tipo vendiendo garrapiñadas y ver cientos de palomas que parecían extras
cinematográficos, la encontramos. Debajo de unos árboles que soportaban un
pasacalle. Frente a la Avenida Rivadavia. Un tablón largo rodeado de pibes
y pibas: muchas gorras, pantalones camuflados, borcegos. Fueron una buena
cantidad de horas disfrutadas en charlas con desconocidos y en leer y
revisar decenas de fanzines que ignorábamos. Nombres, fotos, imágenes que
nos pogueaban una felicidad abrumadora, de gente encontrándose.

Ese día vimos a un pibe casi colgado de una columna, escribiéndola
con fibrón negro grueso indeleble. Era Javi, colega rosarino, haciendo
también la peregrinación punk. Él tenía una cicatriz cartográfica más
profunda que la nuestra. A los 16, en 1995, cruzó el Atlántico para conocer
a los destinatarios de las cartas. "Fui a recitales, casas okupas llenas de
punkis, me compré una remera de los Dead Kennedys". El viaje le terminó de
mostrar que el punk más interesante era el que se convertía en vehículo de
otras cosas más ambiciosas, de apuestas militantes. De paso, trajo unos
videos y fotos que circularon entre amigos, trayendo buenas noticias de
aquellos escondidos a estos otros, punks y hardcores rosarinos, seres
parados -sin saberlo- a metros (o años) de la frontera que dividiría
irreversiblemente al mundo analógico del digital. Seres que, entre
fotocopias, encomiendas, pasajes y bolsas de dormir ya practicaban la vida
en red.
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