Ezequiel Gatto - Días de alegría, años de rabia. Historia del hardcore/punk en Rosario 2

September 20, 2017 | Autor: Ezequiel Gatto | Categoría: Punk Culture, Punk, Punk Studies, Music and social movements, Hardcore punk, Música Social Y Política
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Descripción

Días de alegría, años de rabia.
Memorias del hardcore punk rosarino en los '90

Capítulo 2: La autogestión


Desde finales de los '80, Rosario fue territorio punk -esa subespecie
revulsiva de la provocación del rock- expresados en bandas como Robos y
Hurtos, Suicidio en masa y UNDM. Si hubiera que buscarle una imagen
distintiva a esa fase, quizá sea una clásica, hecha de tocar y consumir
música (no sólo punk, también new wave, rock, heavy), organizar recitales
picantes y disfrutar un ocio del tipo "pasábamos más que nada todo el
tiempo en Le Fou que era un bar que estaba por Entre Ríos; los fines de
semana mirando videoclips de heavy y punk y bebiendo cerveza hasta caer",
como relata Maxi Velloso, bajista de Animal Dead, formados en 1991.
Esa cadencia, sin desaparecer, fue transformada desde mediados de los
años noventa, cuando una nueva generación, poseedora de un oído menos
flexible que la anterior pero con un impulso práctico más ambicioso, se
enfocó en algo hasta entonces secundario: la autogestión. Su nombre en
dialecto local fue Házlo tu mismo, versión del DIY (Do It Yourself) y, como
dice Pablo Ottaviano (editor del fanzine Kambio Violento y baterista de
Deskontento Juvenil) "fue una filosofía punk, no un léxico de bricolaje"
que, agrego, prolongó su potencia hasta los primeros años del s. XXI.
Hacerlo uno mismo no equivalía a ser independiente de las
discográficas sino a poner la música en un juego más amplio, conectándola
con una idea de cambiar la vida. Lo que era "escena" se convirtió en
"movimiento". La rabia de los Pistols y la acción "por todos los medios
necesarios" de Conflict se afinaron para decir que había futuro cuando una
tribu de músicos dejó paso a otra que, además de bandas como Asko y Pena,
Ideales No Perdidos, Entre la basura, Aldegüello y 5 pal bondi incluía
gestores y activistas culturales. Muchos de ellos acordarían con Pablo
Tendela, por entonces editor esporádico de fanzines y todavía performer del
norte de la ciudad, cuando afirma: "no lo sentí sólo como preferencia
musical sino también como reacción a ciertos descontentos que sentíamos
frente a la realidad. Hijos de desocupados, abuelos que no cobraban
jubilación, nada de expectativa laboral y el fin de milenio (y del mundo) a
la vuelta de la esquina. Sólo quedaba ponerle banda sonora a ese final pero
también encontrar ideales que dieran una perspectiva más optimista y
empezar a practicarlos al menos en nuestro ambiente". El juego había
cambiado respecto a los años anteriores: "era algo mucho más amplio, no una
cuestión de escena, sino más profundo, que tenía que ver con el arte en
general, con la revolución de la vida cotidiana. El rock simplemente era un
fragmento de todo eso", dice Osvaldo Zulo, guitarrista de Zaqueo, Los
Daylight y varios etcéteras.
Los chicos (y algunas chicas) se estaban organizando, invitaban a
activar antes que a asistir o consumir. Organizar e ir recitales era una
tarea más, enlazada a denuncias políticas y afirmación ideológica, ferias
de publicaciones (como la de Plaza Pringles), sellos discográficos
(Pinhead) y distribuidoras, festivales maratónicos (en vecinales de zona
Sur y en la ACJ) programas de radios (Movimiento Underground de Zalo Old
Punk y RadioActiva, de Eloy Quintana), okupaciones de sitios abandonados
(como el Galpón Okupa) y del espacio público (como la Fiesta del fuego, que
los domingos de 1995 en el Parque España encontraba a artistas,
malabaristas, militantes anarquistas y músicos).
Cuando le pregunté a Oscar Favre, entonces cantante de Sumergido
(banda ajena al punk pero con contactos esporádicos) qué pensaba de aquél
movimiento aportó una imagen bella por épica: "Para mí fue una generación,
quizás la última, que vivió el rock, entre los 16 y los 20 años, de un modo
muy intenso, pateando las calles, conociendo gente, yendo de un subgrupo a
otro, interconectando público y bandas del centro con otras de los
barrios". Esa intensidad interconectiva fue la savia de una de las
estrellas de esta historia, tal vez (como esa generación) el epígono de la
era de Gutemberg: los fanzines.
Crecieron como hongos en la lluvia neoliberal rosarina, la mayoría
con hojas B/N. Unos morían en la orilla del primer número, otros en el
flyer que anunciaba su salida (fui padre de uno de ellos, Patxuco). Algunos
avanzaban, sus nombres se instalaban. Invoco: Pinhead (de Maxi Bueno,
probablemente EL zine, el que leíamos todos), Kambio violento e Insulto al
buen gusto (de Pablo Ottaviano), Kabezas Negras, Conformista cagón,
Desarme, De protesta para la resistencia (de Javier García Alfaro y Gustavo
Cabrera), Break it all, Die Tod, Fatzine, Piedra Libre (de Luchito), Made
in rosario (de Eloy Quintana), Freak your mind (de Ignacio Molinos),
Movimiento Underground y L.e.c.h.u.g.a. (Libertarios en camino hacia la
unidad generando amistad) (de Zalo Old Punk).
Materialización fotocopiada de que no bastaba con tocar, que debajo
de los escenarios y fuera de los ensayos había muchas otras cosas por decir
y hacer, armaron una red social con velocidad de línea de colectivo y
correo postal nacional e internacional. Eran adictivos: daban a los
creadores la posibilidad de salir del anonimato, conocer a otros y moldear
lo que estaba sucediendo y a los lectores de pertenecer a una comunidad
difusa y en movimiento. Ellos fueron la prensa de la autogestión punk
rosarina.
En su década de existencia el movimiento no careció de demarcaciones
estéticas e ideológicas que lo condicionaron profundamente ("demasiado
moralista", dice Zulo), trazando surcos más que líneas de fronteras. Pero
no deja de ser interesante que ese límite fue también posibilitador de
invenciones artísticas, aprendizajes técnicos y de gestión, miradas de la
ciudad, encuentros, politizaciones. Cuando le pido a los entrevistados que
busquen palabras para nombrar la experiencia, nadie esconde la
ambivalencia: participación, desahogo adolescente, violencias, indignación,
sensación de cambios y revoluciones inminentes, alegrías, toxicidad,
dogmatismos, carisma, altruismo, ansías de pertenencia, amistades. Ellas
conforman un retrato de aquellos inquietos habitantes musicales de una
ciudad bajo fuego neoliberal que se volcaron a improvisar, afirmarse y
existir, apostando a que hacerlo uno mismo podía ser un buen modo de
hacerlo para otros.
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