Etnografía de la práctica del sexo anónimo entre hombres

July 17, 2017 | Autor: J. Langarita Adiego | Categoría: Public Space, GLTBQ STUDIES, Homosexuality, Anthropology of Sexuality
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Descripción

ETNOGRAFÍA DE LA PRÁCTICA DEL SEXO ANÓNIMO ENTRE HOMBRES

Jose Antonio Langarita Adiego [email protected] Universidad de Girona Institut Català d'Antropologia

1. Introducción La práctica del sexo anónimo entre hombres en espacios públicos se conoce en nuestro contexto social como cruising. Sin embargo, el uso de la palabra inglesa para designar esta actividad es relativamente reciente, ya que hasta entrados los años ochenta del siglo XX el nombre que recibía en España este tipo de actividad era “hacer la carrera” (Guasch, 1991). De hecho, Bernaldo de Quiroìs y Llanas Agilaniedo (1901) se valen de este concepto (hacer la carrera) para explicar este tipo de encuentros sexuales en Madrid a principios del siglo XX: “En los lugares más céntricos y animados de Madrid, los uranistas de todas categorías hacen la carrera, una carrera doble en que el iìncubo busca al súcubo y éste a aquel... a veces, con equivocaciones involuntarias de funestas o grotescas consecuencias. Algunos, no obstante, chulitos afeminados que se exhiben ante señoritos, se transforman repentinamente de íncubos en súcubos si se les paga el sacrificio” (Ibíd., 285). La deriva conceptual se puede explicar gracias a la influencia del mundo anglosajón en la construcción de la identidad gay occidental a lo largo del último tercio del siglo XX y posiblemente, también, gracias a la popularidad que alcanzó entre la población homosexual española de los años setenta la película “Cruising”, traducida al español con el título “A la caza”. Una película en la que un policía (Al Pacino) está decidido a descubrir una serie de asesinatos protagonizados por un homosexual que frecuenta las zonas de intercambio sexual anónimo entre hombres en Nueva York. Con esta propuesta se pretende analizar la práctica del sexo anónimo entre hombres en

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espacios públicos con la finalidad de demostrar como la organización social y sexual de la ciudad obliga a algunos cuerpos a buscar escenarios alejados de los socialmente legítimos para el gozo sexual.

2. Metodología La etnografía es el resultado de un ejercicio de aproximación a una realidad social y cultural concreta. Aunque muchas de las ciencias sociales han recurrido a la etnografía como instrumento para canalizar sus investigaciones, para la antropología es una pieza clave que dota de sentido a nuestra disciplina, a partir de la cual se articulan las teorías que nos ayudan a entender el mundo desde su compleja diversidad. Esta diversidad nos conduce al análisis de la cultura, pero la cultura no es un espacio homogéneo que se muestra abierto a su conocimiento (Jenkis, 1994). En realidad, solo se puede conocer el mundo social a partir de una relación empírica, históricamente situada y fechada (Bourdieu, 1997: 12). Los límites de este trabajo se restringen a una actividad social determinada; la del intercambio sexual anónimo entre hombres en espacios públicos, a un lugar definido y acotado; la playa de Gavà, el parque de Montjuïc y la playa y el bosque de Sitges, y a un momento concreto; al intervalo de tiempo que va del año 2009 al 2013. A pesar de que la actividad del cruising, en realidad, no sea un acontecimiento aislado del resto de actividades sociales, cercarla de este modo la hace operativa, nos permite entender sus significados propios y a su vez garantiza aquellos límites que hemos considerado imprescindibles. Cabe señalar que en una investigación como la que se presenta se debe de tener en cuenta que el espacio público es un escenario inagotable de información que transita en múltiples direcciones, pero que no siempre permite ser registrada, comprendida y, en algunos casos, ni tan siquiera percibida. Por lo tanto, para no divagar en las observaciones he tratado de definir unos objetivos claros que permitan guiar el trabajo de campo y canalizar los intereses en el proceso de investigación. En este sentido, los objetivos de esta investigación giran entorno a los siguientes ejes: Espacio y lugar de las zonas de intercambio sexual. Usuarios y participantes de la actividad del cruising. La comunicación como base para la interacción sexual

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La construcción social de la relación entre homosexualidad y enfermedad. La práctica del intercambio sexual anónimo como ritual. El sexo como producto cultural. Este trabajo se ha llevado a cabo desde una perspectiva marcadamente cualitativa donde la entrevista y la observación participante han sido las dos técnicas básicas para el acceso a la información. He podido entrevistar a participantes, entidades de defensa de las libertades sexuales, de lucha contra el sida y a Mossos d'Esquadra. Así mismo, las conversaciones informales mantenidas con los participantes en las zonas de cruising han sido vitales para corroborar algunas de las hipótesis que iban surgiendo a lo largo del trabajo de campo. No obstante, la observación participante se ha convertido en la técnica fundamental que ha proporcionado, en gran medida, la información que se presenta. Participar en las interacciones con otros participantes me ha permitido conocer los procesos de negociación, experimentar el deseo y el rechazo en las zonas de cruising, así como profundizar en los modos de relación entre hombres que en principio no se conocen. El hecho de que buena parte de los participantes mostrasen una gran preocupación por el anonimato y, a su vez, que las interacciones se realizasen fundamentalmente en silencio, ha dificultado la comunicación verbal y me ha obligado a adoptar otros canales de acercamiento a los usuarios que pasan indiscutiblemente por el uso intensivo de la expresión corporal (Langarita, 2013a). En cualquier caso, son varias las preguntas que surgen cuando pensamos en la práctica del cruising: ¿quiénes son estos merodeadores de los parques? ¿Por quéì las prácticas sexuales se llevan a cabo en espacios públicos? ¿Cómo se dan a conocer estos espacios entre los posibles interesados? ¿Existen normas? ¿Jerarquías? ¿Queì tipo de prácticas concretas se llevan a cabo en las zonas de cruising? La práctica del sexo anónimo entre hombres es el resultado de diferentes circunstancias entre las que se pueden destacar: por un lado una nueva percepción, gestión y uso del espacio público que, como diría Manuel Delgado, es indiscutiblemente ideológico (Delgado, 2011) y, por el otro, una reconfiguración de la organización social del sexo. De manera que la coincidencia de estas dos circunstancias da lugar a un conjunto de estrategias que los usuarios de las zonas de cruising ponen en marcha para garantizar el acceso al sexo y evitar las sanciones, críticas y amonestaciones derivadas de la homosexualidad y la promiscuidad asociada a este tipo de espacios.

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3. El lanzamiento del proyecto heterosexualizante La genealogía sobre la sexualidad de Michel Foucault (2005) revela que a partir del siglo XIX se orquesta una nueva organización social del sexo. Según la propuesta de Foucault, a grandes rasgos, las prácticas sexuales en occidente pasan de ser gestionadas por los discursos religiosos de raíz judeocristiana a organizarse a partir de un emergente pensamiento psiquiátrico. En este sentido Gayle Rubin (1989) asegura que la sexualidad en occidente se organiza a partir de una jerarquía sexual que pone en los lugares más prestigiosos a aquellas personas con prácticas sexuales reproductivas y monógamas. De esta manera la heterosexualidad se erige como la opción, o mejor dicho, la imposición legítima para el conjunto de la sociedad, lo que provoca que más allá de una práctica sexual se convierta en un estilo de vida deseable para todos (Guasch, 2007). Por el contrario, aquellas personas con prácticas y deseos alternos a la lógica heterosexual poco a poco irán devaluando su legitimidad social y perdiendo el prestigio y aceptación que conlleva estar en las zonas altas de la pirámide sexual. En función del grado de ruptura que cada sujeto presente con respecto a la propuesta de éxito heterosexual, las personas irán variando su posición social (Rubin, 1989). No obstante, cabe destacar que la legitimidad y el poder social no se articulan únicamente alrededor de sus prácticas sexuales. A pesar de que la heterosexualidad es una buena carta en la partida de la aceptación social, existen otras bazas como la clase social, la etnia, situación económico y el género adscrito que indiscutiblemente también contribuyen a ganar o perder la partida, o quizás debería decir las partidas, ya que todos los sujetos acostumbramos a jugar diferentes ligas a la vez. La persecución y sanción que se articula alrededor de las zonas de cruising no se organiza en función de un único elemento basado en el deseo entre dos personas del mismo sexo, sino también por la promiscuidad que se asocia a esta práctica y el tipo de usuarios que las frecuenta. Las experiencias sexuales con múltiples personas en lugar de pensarse como un aspecto positivo que favorece el conocimiento de la propia sexualidad, deseos y gustos, son cuestionadas perseguidas y sancionadas socialmente. Las zonas de cruising son lugares inevitablemente asociados al sexo con diferentes parejas sexuales, lo que las sitúa en ese lugar de dudosa moralidad para las posturas más conservadoras. Es necesario destacar que la crítica

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a la promiscuidad de las zonas de cruising se vio notablemente incrementada por la pandemia del VIH, algunos homosexuales se sumaron a la crítica y desaprobación a este tipo de espacios a partir de los efectos que la enfermedad tuvo entre la población homosexual (ver Rotello, 1997 y Signorile, 1997). A las zonas de cruising se les ha asociado con las prácticas sexuales no seguras, sin embargo es difícil comprobar en qué medida se llevan a cabo más prácticas no seguras que en las zonas de cruising que el espacio sexual doméstico (Clatts, 1999). Se trata, de alguna manera, de recurrir a discursos sobre la promoción de salud para favorecer la sanción contra este tipo de espacios y contra las prácticas alternas a las lógicas monógamas. Otro de los elementos que convierte las zonas de cruising en lugares objeto de supervisión es el tipo de población que las frecuenta, especialmente en las grandes ciudades. El incremento de lugares para el encuentro entre homosexuales como bares, discotecas y restaurantes, la amplia gama de servicios que ofrece internet a partir de los contactos sexuales, así como los programas de geolocalización a través de los teléfonos móviles, ha provocado que un buen número de potenciales usuarios dejen de asistir a este tipo de espacios. Este hecho ha generado que a las zonas de cruising vayan personas que no pueden entrar en los circuitos de consumo del entorno homosexual o que no tienen acceso a las nuevas tecnologías como herramienta para el encuentro de parejas sexuales. Es decir, a las zonas de cruising van aquellas personas que, en buena medida, también cuentan con otros atributos desacreditadores en nuestro entorno social. Cabe destacar, no obstante, que el territorio en el que se ubica la zona cruising también contribuye a determinar el tipo de población que participa del intercambio. Pero en cualquier caso, merece nuestra atención la relación directa entre sexo, clase social y origen que se da en las zonas de cruising.

4. Estrategias para el gozo en anonimato Vemos que el contexto social no lo pone fácil para aquellos hombres con deseos de mantener relaciones sexuales con otros hombres, y mucho menos para quienes deseen, además, iniciar múltiples experiencias sexuales fuera de los circuitos comerciales destinados para el encuentro sexual. Es por ello por lo que los hombres que practican cruising han desarrollado un conjunto de estrategias que les permiten acceder al gozo sexual en espacios públicos sin

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poner en peligro su reputación. En este sentido la garantía de anonimato de los participantes es el principio que articula los encuentros. Se trata de poder presentar los cuerpos pero no a las personas. Los participantes ponen a disposición del resto de los usuarios sus atributos sexuales pero no su identidad personal. Para ello se recurre a la ley del silencio (Delph, 1978; Tewksbury, 1996; Langarita, 2013a), lo que significa que tanto el acercamiento, como la negociación y el acto sexual en sí mismo se producen en silencio, sin el intercambio de palabras, para así evitar dar información relativa al sujeto que pueda identificar otros aspectos de su vida. En silencio no es necesario decir el nombre, ni la procedencia, ni hablar de la familia, el participante no necesita explicar a qué se dedica. Garantizando la ausencia de palabras se reduce el compromiso de los interactuantes. La segunda estrategia que se pone en marcha es la ritualización de la interacción sexual. A partir de un conjunto de normas y símbolos, los participantes de las zonas de cruising interpretan una realidad temporalmente compartida que les conduce hacia la interacción sexual con otros participantes. Entre los símbolos que regulan la interacción podemos destacar: en primer lugar la mirada, en la medida en que se trata de una interacción sin el intercambio de palabras, la mirada permite reconocer el interés de los otros participantes. En segundo lugar, los genitales, la muestra de la erección es un símbolo clave que favorece la atracción de los otros hombres interesados. Y, finalmente, las formas de caminar y la persecución a los otros hombres, el interés por una pareja sexual se demuestra también a partir de la manera en la que unos hombres siguen a los otros para llegar al acto sexual. A su vez, el ritual se organiza en tres fases: una primera que pasa por el reconocimiento de la pareja sexual objeto de deseo, una segunda que es el acto de negociación de la interacción sexual a partir de los símbolos que he presentado anteriormente, y una última fase que culmina con el acto sexual. Normalmente, masturbación mutua o felación y raramente penetración anal.

5. Conclusiones La práctica del cruising es una actividad sujeta a diferentes amenazas: vallas que impiden el

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acceso a las zonas de intercambio, intensificación de la iluminación en los lugares más oscuros de los parques, incremento de la vigilancia en los baños de centros comerciales y estaciones, e incluso algunos políticos proponen el uso de la policía urbana para acosar a quienes acuden a este tipo de escenarios. Sin embargo todas estas medidas, por el momento, no han conseguido erradicar la actividad aunque si, en algunos casos, trasladarla a otros lugares. Es por ello por lo que la práctica del cruising no debemos entenderla como algo contra lo que luchar, sino como algo sobre lo que pensar. De manera que esta propuesta no es una herramienta contra el cruising, ni un instrumento para su defensa. Lo que realmente resulta interesante del análisis de las zonas de cruising son los conflictos que revela de nuestro modelo de organización socio-sexual. Llegados a este punto me gustaría destacar el ingenio cultural que ha permitido organizar el acceso al gozo sexual a partir del principio de anonimato y mediante la ley del silencio y la ritualización de la interacción. El anonimato en las zonas de cruising no es, en la mayor parte de los casos, el resultado de una fantasía sexual o de un interés morboso, sino el de una estrategia de seguridad que los participantes ponen en marcha para no ser descubiertos. Este hecho nos interroga sobre la función del lenguaje en la estructura simbólica. En las zonas de cruising el hecho comunicativo no se articula a partir del lenguaje, el lenguaje nunca existió, sin embargo todos los participantes aprenden a reconocer los símbolos y sus significados a partir de la experiencia. Finalmente, debería destacar que la práctica del cruising es el resultado de un modelo de organización sexual fuertemente regulado que obliga a determinadas personas a buscar estrategias de supervivencia en un entorno sexual hostil. No porque se apruebe el matrimonio entre personas del mismo sexo o se promocione el turismo gay se podrá acabar con una práctica que es producto del control social. Las zonas de cruising no son el producto de conductas individuales “viciosas” tal y como se ha tratado de juzgar desde las posturas más ortodoxas, sino que, por el contrario, son el resultado de una relación de desigualdad que se enmarca en una sociedad profundamente heterosexista. Pero a su vez, las zonas de cruising también demuestran que eso que se ha llamado comunidad gay, que cumplió una gran función de apoyo y solidaridad en la época en la que estalló el sida y que se supone aglutina al conjunto de población que desea a personas de su mismo sexo deja de tener sentido en nuestros días. La llamada comunidad ha construido un conjunto de referencias hegemónicas que poco tienen que ver con quienes frecuentas las zonas de cruising.

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Bibliografía

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Filmografía

Weintraud, J. (Productor) y Friedkin, W. (Director). (1980) Cruising. Estados Unidos de América.

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