Esa casa de la infancia: fantasmagorías de la patria en seis autores del Centenario

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ISSN: 0719-5222

    Esa casa de la infancia: fantasmagorías de la patria en seis autores del Centenario Nelson Zúñiga González1 Pontificia Universidad Católica de Chile Resumen El siguiente estudio aborda la producción de seis autores chilenos próximos al centenario, rescatando en su discurso un velado concepto de Patria. Comenzando por la propuesta de Mac-Iver en relación a la crisis moral de la República en 1900, Zúñiga avanza cronológicamente con los postulados de Nicolás Palacios, Alejandro Venegas, Luis Emilio Recabarren, Carlos Keller y Joaquín Edwards Bello. En todos ellos, el valor del patriotismo se evidencia desde un escenario de crisis, que sólo puede ser sorteada por la responsabilidad del Gobierno en la búsqueda de los mejores intereses para la población, alejados de beneficios individuales, ya sea en lo económico, político, educativo, etc. En síntesis, la crisis sólo podría ser resuelta si se posee un profundo amor a la patria, pero ¿qué se entiende por ésta? Desde aquí es que contraponiendo los enfoques de cada uno de los autores citados, se buscará dar forma a este concepto, manifestado como un impreciso lugar de tensión entre un origen mítico y una potencialidad aún por alcanzar. Palabras Clave Centenario chileno – Patria – República – Gobierno

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Magister en Estética. Universidad Católica de Chile. [email protected]

 

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“el miedo de perder con la lengua materna toda la realidad” (Enrique Lihn) I. Los autores y la crisis El propósito de este ensayo es acercarse al concepto de patria que estaría presente en seis autores chilenos en torno al Centenario y algunas décadas posteriores. Este concepto, no explicitado por ninguno de ellos, estaría relacionado con algunos mitos de origen y con la noción de un cierto deber ser, es decir, una chilenidad marcada por un origen y proyectada hacia un futuro. En esta primera parte se realiza una breve reseña de los rasgos generales de cada texto, teniendo presente el tema central del ensayo, mientras que en la segunda se aborda el tema a partir de los autores más representativos. Discurso sobre la crisis moral de la República, Enrique Mac Iver (1900) En este texto, leído en el Ateneo de la Universidad de Chile, Mac Iver se pregunta por la situación política, social y económica del país. En un momento en que la crisis parece ser el sentimiento generalizado, el autor se pregunta, en una palabra, si Chile progresa. En su opinión, el país parece estar estancado, principalmente en el ámbito económico: algunas inversiones chilenas en el extranjero se han perdido y en su lugar los capitales externos comienzan a tener cada vez mayor presencia dentro del país. Se pregunta el autor qué es lo que falla, por qué se detiene el avance de un país que llegó, en su palabras, a estar sobre Brasil y Argentina y a la par de Canadá y Australia. Para Mac Iver, una de las grandes causas de la crisis en que se encuentra el Chile de 1900 es la falta de

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  moralidad pública. Sin embargo, declara no tener intenciones partidistas en esta declaración, lo que resulta difícilmente creíble cuando el mismo Mac Iver pertenecía al Partido Radical, a la Gran Logia de Chile (llegó a ser Gran Maestro) y siendo presidente de la República Federico Errázuriz Echaurren, ex ministro de Balmaceda, ocupó importantes cargos de Gobierno. Sea como fuere, Mac Iver declara no saber quiénes son los responsables de esta inmoralidad pública. Lo que sí hace es definir con claridad a qué se refiere con el concepto de moralidad pública, que para el autor significa el total cumplimiento de los deberes y obligaciones de toda persona vinculada con el funcionamiento del Estado. Para Mac Iver, esta moralidad en los asuntos del Estado es virtud fundamental y señal de patriotismo. Dirige sus críticas al ambiente generalizado de componendas políticas y desnaturalización de las prácticas electorales, aspecto que caracteriza al Régimen Parlamentario chileno, aunque él mismo haya sido uno de los principales detractores de Balmaceda. Mac Iver cifra su desesperanzada visión en el no cumplimiento de los “sueños de grandeza” que se estimularon a partir de la victoria en la Guerra del Pacífico 2 , y señala que la riqueza obtenida por el país luego del conflicto significó más bien la corrupción moral, y no el tan anhelado progreso. Ejemplifica también su punto de la falta de moralidad pública en el mal funcionamiento de las recientemente creadas municipalidades, donde una

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Es interesante que Mac Iver señale la ocupación de los territorios de Perú y Bolivia como una obligación impuesta por la circunstancia, y no como parte de los objetivos económicos de la guerra. Por otra parte, la nominalización que se hace en Chile del conflicto –Guerra “del Pacífico”, en lugar de Guerra “del salitre”− tiende también a borrar esta motivación, a esconderla detrás de una construcción de la patria y del patriotismo.

 

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reforma necesaria se desperdicia, según el autor, por una enfermedad moral del país. Finalmente, el autor refiere que la única solución que vislumbra para la crisis moral es la opinión pública, la que entiende como una voluntad social de apertura, una especie de democratización en el acceso a los puestos del Estado y la administración a los jóvenes, en la medida en que su amor a la patria les haga virtuosos servidores del país. Raza chilena, de Nicolás Palacios (1904) En este extenso trabajo, Palacios se hace cargo de numerosas materias, pero siempre en relación a un concepto que podemos identificar como el ser chileno, siempre apuntando a una especificidad de la raza chilena, al reconocimiento y engrandecimiento de la misma. En Palacios también es posible notar la incomodidad que dimana de la percepción de una crisis, pero para el autor las causas del estancamiento nacional no tienen que ver directamente con factores económicos o productivos, sino raciales. O mejor dicho, Palacios cree ver el origen de los problemas administrativos en una política racial equivocada. Por ejemplo, critica duramente el exceso de inmigración de los países latinos, ya que según su visión, la población de Chile no respondería ni a la mentalidad ni a la moral latinas, sino más bien a sus manifestaciones germánicas. Es así que Palacios asegura que el origen de la raza chilena es el mestizaje del pueblo araucano con los primeros conquistadores españoles, godos en opinión del autor. El punto de partida de la reflexión de Palacios es la supuesta pureza de ambas etnias: en el caso de los araucanos, esta se debería a la situación de aislamiento total con respecto al resto de los pueblos originarios y,

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  en el caso de los “godos”, su pureza racial habría estado garantizada por el retraimiento experimentado desde la invasión musulmana de la península ibérica en el siglo VIII. Además de esta situación de aparente insularidad genética, Palacios establece otros puntos de convergencia entre estos dos pueblos, como por ejemplo su valentía a toda prueba y su aparente organización social patriarcal. Los esfuerzos del autor se dirigen en todo momento a sustentar la idea de que todos los chilenos serían producto de este mestizaje, y que las diferencias fenotípicas se deberían a los distintos porcentajes de sangre gótica o araucana que cada individuo recibe de sus padres. Apunta también con esto a una supuesta superioridad racial de Chile con respecto a sus vecinos, y por lo tanto a sus cualidades de líder natural en la región, situación que se encuentra perdida por la ya mencionada crisis. Palacios, que prestó servicios en el ejército chileno durante la Guerra del Pacífico, incorpora en su texto algunas referencias a relatos orales que circulaban entre los soldados con respecto a la valentía y el arrojo de los araucanos, junto a citas eruditas de textos históricos y literarios3 para respaldar su punto de vista. Esta mezcla de fuentes, junto al total crédito histórico que concede Palacios a relatos literarios como La Araucana, evidencian no solo una cierta falta de rigor, sino también un amplio conocimiento de dichas fuentes y la vehemencia del autor a la hora de defender su tesis del origen araucano-gótico de la raza chilena.

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Autores como Alonso de Ercilla, Francisco Nuñez de Pineda, Góngora Marmolejo, Alonso de Ovalle y otros son frecuentemente aludidos por Palacios.

 

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Sinceridad, Chile íntimo en 1910, de Alejandro Venegas (1910) Publicada en forma de cartas al Presidente de la República, Sinceridad…hace un agudo análisis de la realidad social y política del Chile del Centenario. Contrario a la imagen triunfalista y modernizadora que se intentaba promover, Venegas (bajo el seudónimo de Dr. Julio Valdés Canje) identifica una serie de “males” en las distintas áreas de la actividad nacional; en la agricultura, en la minería, en la administración, instrucción, etc. Mientras para otros autores el origen de la crisis tiene que ver con aspectos, digamos, valóricos, para Venegas la crisis del Centenario tiene un origen claro: la instauración del sistema monetario de curso forzoso, es decir, debido a la emisión y circulación, determinada por ley, de papel moneda no respaldado en metales preciosos. Para Venegas, este sistema representa el origen de la crisis, ya que, en su opinión, el curso forzoso favorece la aparición de intereses personales y especulaciones en torno a los asuntos del Estado. Las presiones y manipulaciones de ciertos grupos de poder (como los agricultores) habrían mantenido, según nuestro autor, el régimen de papel moneda de manera artificial, para su propio beneficio. Incluso cuando se refiere a problemas en ámbitos aparentemente alejados de la economía, como educación, donde la raíz del problema es el curso forzoso, ya que este habría provocado no solo un desorden, sino además una especie de falseamiento de las labores administrativas, lo que redundaría en una gestión negligente en la formación de alumnos y preceptores. Sin embargo, no todo serán críticas por parte de Venegas, ya que a cada uno de estos males les corresponderá también la propuesta de alguna reforma. Por supuesto, Venegas mantiene un enfoque

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  principalmente económico (muchas veces lo moral se supedita a lo económico en esta obra), llegando proponer como muestra de patriotismo la reforma del sistema de papel moneda por un régimen en metálico o, en su opinión, una moneda con valor fijo que favorezca la inversión y el progreso del pueblo. Patria y patriotismo, Luis Emilio Recabarren (1924) En este discurso, leído ante los diputados de la República −el mismo año en que se produciría el incidente conocido como “Ruido de sables”−, Recabarren hace una defensa del socialismo y de los socialistas, ante las acusaciones de antipatriotas que les habían imputado. El líder y fundador del Partido Obrero Socialista, posterior Partido Comunista de Chile, explica ante los honorables las labores de educación cívica y de mejoramiento que los socialistas realizaban en sus sedes. Señala como patriótica la lucha del partido en contra de la prostitución y del alcoholismo, males que considera de carácter moral, cuya erradicación es imprescindible para la emancipación de la clase trabajadora. Otra prueba de amor a la patria por parte de los socialistas es su oposición tenaz a la guerra, ya que destruye la riqueza y la población de los países. Centra la atención en la protección de la familia, que se ve mutilada con la partida de los hombres a un conflicto bélico, dejando a las mujeres y los hijos en total abandono. De esta forma, Racbarren argumenta amar la patria en la familia, en los trabajadores, pero también en el resguardo del erario público que, en su opinión, ha de servir para el engrandecimiento de los ciudadanos. Al defenderse de supuestos ultrajes a la bandera nacional, Recabarren señala hábilmente que las banderas nacionales sirven para dividir a los pueblos, llevar a los jóvenes al campo de batalla y luego cubrir sus cuerpos. Pero la

 

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bandera internacional –el trapo rojo− servirá para unir a los pueblos, para guiarlos hacia la paz y el amor universales. Culmina su discurso diciendo cómo los socialistas aman a la patria. Recurre para ello a la creación de una enrevesada imagen en que el amor a la madre, la esposa y la hija es análogo al que se siente por la humanidad, la patria y la familia, respectivamente. En un tono que mezcla elementos argumentales con un alto grado de emotividad, Recabarren instala la imagen del socialismo como una ideología basada en el amor fraterno y universal. La eterna crisis chilena, Carlos Keller (1931) El que sería el fundador del Movimiento Nacional-Socialista de Chile, entrega en este libro su análisis de la situación política, económica y social del país. Para Keller, los problemas que aquejan al Chile de su época tienen causas diversas, pero divisibles en mediatas e inmediatas. El autor dice ocuparse de las mediatas, causas, que podríamos llamar históricas del estancamiento, en que él ve a la República. El régimen instalado por los conquistadores españoles, la falta de iniciativa de los oligarcas terratenientes o la negligencia económica y el despilfarro de los nuevos ricos de la minería nortina, son algunas de las situaciones que el autor analiza. Para él, no importa realmente el tipo de organización que se le dé al Estado, sino que es más relevante que los hombres que lo tomen a su cargo cumplan con la misión de solucionar los problemas de manera práctica y no basándose en ideologías abstractas, las que para Keller solo han deslumbrado al pueblo con su brillo, pero que no han logrado solucionar sus problemas.

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  Enemigo de las clases medias, por considerarlas mediocres, rutinarias y apegadas a vivir de un empleo, critica la llegada de tecnócratas a puestos administrativos que requieren, en su opinión, no solo la aplicación de modelos, sino la adecuación de los principios que rigen esos modelos a la realidad nacional. Dicho de otro modo, Keller critica la irreflexividad en los profesionales técnicos, su falta de visión y creatividad. El texto de Keller no admite medias tintas, y si algo hay en él que puede interesar al lector contemporáneo es justamente lo agudo de su mirada crítica. Sin embargo, un lector igualmente agudo podría notar que, al despreciar a las capas medias pero admitir cierta honestidad y fortaleza en la fronda aristocrática terrateniente, al mismo tiempo que reputa a los obreros como una base sólida y necesaria a la sociedad, Keller hace apología de una sociedad de estamentos tan extremos como la sociedad barroca española que dice criticar. Más allá de este rasgo ideológico, su reflexión es sucinta y precisa, en tanto apunta a un cambio de mentalidad. Para él, los males del gobierno, de la industria y cualquier otro ámbito del país, es solo el reflejo exterior de un problema arraigado durante siglos en el cerebro de los chilenos. Dedica por ello su libro a las nuevas generaciones, en quienes pone la esperanza de la superación de este problema, en la medida en que, según el autor, se formen en reflexión científica, y sobre todo concreta, de la situación del país. La deschilenización de Chile, Joaquín Edwards Bello (1921-1961) El autor de El roto publicó estas crónicas en el diario La Nación, a lo largo de 40 años. A partir de 1928, en una sección propia, Los lunes de Joaquín Edwards Bello, el periodista y narrador ofrecía sus comentarios sobre algún

 

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aspecto de la contingencia nacional. Siempre con ironía y humor, el autor abordaba temas que podemos identificar con las costumbres o el modo de ser chileno. Esta pregunta de Edwards Bello se enfoca –en la recopilación que aquí se presenta− en aspectos que tienen que ver más bien con las costumbres sociales, las formas de comportarse en ciertas ocasiones, etc., siempre atento a criticar ácidamente los comportamientos superficiales de las clases altas o los sujetos aspiracionales. Sin embargo, también toca temas un poco más relacionados con la pregunta por la identidad, como por ejemplo en las crónicas La verdad sobre los indios o Cuando se es roto chileno. A pesar de ser poseedor de una reconocida agudeza, el cronista reproduce en sus escritos algunos estereotipos de lo chileno, además de presentar sin miramientos una tendenciosa “verdad” sobre los indios. Curioso, por decir lo menos, son los casos que presenta en El germano aindiado y la india germanizada, donde presenta justamente dos casos de transculturización: el de un chileno-alemán que, estando en Europa, se aburre platónicamente de lo regular, geométrico y predecible que le resulta el mundo germano moderno, manifestando su nostalgia por las selva Valdiviana, los puentes quebrados y la comida sureña, y el de una joven mapuche que había sido recogida al nacer y criada por un matrimonio alemán. La joven no hablaba sino alemán, y por supuesto compartía todos los rasgos propios de su familia adoptiva. La crónica es breve y se limita a la exposición sucinta, pero recuerda −insisto− curiosamente, las tesis de Nicolás Palacios sobre la supuesta compatibilidad germano-araucana. De los textos del corpus, Edwards Bello es el que más se interna en los vericuetos del siglo XX, lo que se hace evidente en su estilo ágil y fluido, abandonando ciertas formalidades heredadas del siglo anterior.

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  II. Dulce patria, o qué se ama cuando se ama “¿Qué se ama cuando se ama?” se preguntaba el poeta Gonzalo Rojas en uno de sus poemas más célebres. La pregunta –en apariencia tan simple y a la vez tan compleja−está motivada en el poema por la mujer. Podría especularse que por alguna mujer, pero los versos de Rojas nos llevan a la conclusión de que no puede amar a trescientas a la vez por estar condenado siempre a una, a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso. El amante se siente condenado a una mujer única, o mejor, a la idea de mujer. No se trata de una mujer ideal, sino de una abstracción que está a la vez presente y ausente en cada mujer individual. ¿Qué se ama cuando se ama, entonces? ¿Una conjunción de factores generales que se combinan de una manera particular en un individuo dado? ¿ese “qué sé yo” del tango? No lo sabemos –o no lo queremos saber–. Rojas se pregunta qué se ama cuando se ama, pero no logra responderse. La respuesta se le escabulle; como un espejismo, parece estar siempre un paso más allá. Sin embargo, el hablante se dice condenado siempre a una. Se trata entonces de un amar condicionado, de un sentimiento a pesar del hablante mismo. No es el propósito de este ensayo el tratar sobre la poesía de Gonzalo Rojas. Sin embargo, la pregunta que propone en su poema se me presenta bastante adecuada al pensar en uno de los tópicos más recurrentes de los autores chilenos del Centenario y primera mitad del siglo XX que componen el corpus bibliográfico objeto de este breve análisis. Me refiero al concepto de patria. Porque, si bien los autores manifiestan puntos de vista diversos y a veces contrapuestos en cuestiones políticas, económicas, educativas, etc., hay que

 

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reconocer que todos ellos parecen motivados por su amor a la patria. Por supuesto, este concepto es muy variado y de enorme alcance, por lo que solo podré acercarme a él de manera parcial, en esbozos que intentarán dar alguna entrada de lectura a los textos y autores aquí tratados. La pregunta por la patria nace del hecho de que la mayoría de los autores del corpus parecen notar una especie de crisis de carácter nacional, la que se manifiesta en un sentimiento de inquietud por los cambios en los distintos ámbitos de la vida: la economía, la familia, la educación, el trabajo…. la lista es larga. Sin embargo, y pese a la diversidad de autores y de momentos en que escriben, sus preocupaciones giran en torno a conceptos como país, nación, Estado, costumbres, tradición e identidad. La crisis percibida, entonces, parece estar ligada justamente a la forma en que los chilenos de la época se relacionaban consigo mismos y con la colectividad, pero también con las formas en que se representaban estas relaciones. En este sentido las posibles definiciones del concepto de patria varían de autor en autor. También son variadas las formas de expresar estas concepciones: mientras Enrique Mac-Iver pondrá el énfasis en los aspectos de sobriedad y entereza morales necesarias para la construcción y dirección del país, Recabarren se muestra enfático en demostrar que la patria se construye en la solidez de los lazos sociales y en el sentimiento de amor fraterno que inspira estos lazos. Otros autores pondrán el acento en los factores económicos (Venegas), políticoadministrativos (Keller) o tratarán de justificar una pretendida superioridad racial (Palacios). Sin embargo, a pesar de las distintas visiones e interpretaciones que tienen del concepto, los autores manifiestan, más o menos explícitamente, un sentimiento de apego por el país y sus habitantes. Esta parece ser también una

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  motivación para que los autores señalen los aspectos que les parecen negativos4. Algunos de ellos también propondrán soluciones o caminos posibles para superar la crisis que perciben. Y este es otro punto fundamental a la hora de preguntarnos por el concepto de patria que nuestros autores buscan construir. Esto es así porque en casi todos ellos podemos ver una especie de voluntad teleológica5, con notorios tintes épicos, que pretenden impulsar al país hacia una especie de Destino manifiesto. Nuestros autores escriben desde un momento de crisis, pero la mayoría de ellos vislumbra en el futuro un punto de llegada, un objetivo que la colectividad debería ser capaz de alcanzar. Este punto indefinido en el futuro parece constituir una especie de arco tensionado, cuya sujeción estaría precisamente en el concepto de patria que cada uno de los autores maneja, y que determinaría el camino que ese arco señala. Es decir, la patria sería un concepto que nace en algún momento del pasado y se proyecta hacia el futuro, hacia su destino. Nuestros autores parecen sentir esta tensión en el ambiente. Por supuesto, no estoy diciendo aquí que todos entiendan exactamente lo mismo por patria, lo que digo es que cada cual, desde su particular locus loquendi genera, comparte y problematiza un concepto de patria, asociado este a

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Guillermo Blanco cita a Gabriela Mistral en el prólogo al libro de Edwards Bello. De él dijo la poeta: “hijo más reprendedor no le nació a nuestro viejo Chile” y el mismo Blanco: “querer a la patria no podía ser pintarla con los brochazos embusteros del adulo o el triunfalismo barato”(1977: 11). 5 Excepción hecha de Joaquín Edwards Bello, quien escribe en las medianías del siglo XX. Testigo de dos guerras mundiales y del horror de la bomba atómica, el Chile que Edwards Bello percibe es bastante diferente del que vivieron los demás autores del corpus. La mirada del periodista y novelista será bastante más irónica e incluso sarcástica, alejándose así del sentimiento épico de la primera mitad del siglo.

 

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sentimientos, derechos, responsabilidades, deberes… es decir, asociado a una serie de conductas y unas prácticas determinadas, es decir, una ideología6. El diccionario de la RAE define patria como: “1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. 2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido”7. Como se puede ver, el diccionario es bastante escueto. Sin embargo se pueden ver aquí ciertas referencias más o menos útiles. El brazo armado de la gramática dice que la tierra natal o adoptiva, para ser considerada como patria, ha de estar organizada como nación. Esto me obligaría a ir de entrada en entrada, lo que no es producente para el caso. Dice luego que el ser humano se siente ligado a esta tierra por vínculos de tipo jurídico, histórico y afectivo. Esto es más interesante. La ligazón con la patria entonces, conlleva una relación del individuo con el dominio de la ley, una tradición o una cierta narrativa que le es común con otros individuos y una emotividad. ¿Qué pasa entonces con los pueblos nómades? No me voy a extender a este respecto, solo mencionaré que un pueblo sin una tierra a la que llamar patria puede perfectamente considerarse a sí mismo como nación y tener leyes que regulen sus relaciones internas. La segunda acepción del diccionario es aún más restringida, y habla específicamente de un lugar físico de origen. Es interesante que el diccionario omita toda                                                                                                                 6

Utilizaré aquí el concepto de ideología en el sentido en que lo define Teun van Dijk, es decir, como un sistema de creencias de un grupo particular y las prácticas asociadas a ellas. Para van Dijk las ideologías son “representaciones sociales que definen la identidad social de un grupo, es decir, sus creencias compartidas acerca de sus condiciones fundamentales y sus modos de existencia y reproducción”. En Ideología y análisis del discurso. Revista internacional de filosofía iberoamericana y teoría social N° 29, (Abril-Junio 2005). Recuperado de www.discursos.org/oldarticles/Ideolog%EDa%20y%20an%E1lisis%20del%20discurso.pdf (2106-2013) 7  Cfr.  www.rae.es  (20-06-2013)

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  referencia a la cultura, concepto que subsume a la ley, la historia y los afectos, pero que además implica una gran cantidad de factores no necesariamente cuantificables. Por ejemplo, los aspectos religiosos, míticos, lingüísticos, en fin, una o unas cosmovisiones no tan fácilmente reductibles. Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿qué se ama cuando se ama… la patria? En un sentido etimológico, patria es la tierra del padre, por lo tanto la herencia del hijo en una relación patrilineal. Esta relación puede verse, por ejemplo, en Raza chilena, cuando Palacios menciona el carácter patrilineal de las sociedades araucana y goda, situación de compatibilidad que les habría permitido generar un linaje mestizo sin mayor desajuste. El autor colchagüino sitúa el origen de este mestizaje en el siglo XVI, a la llegada de los conquistadores españoles. Esta situación adquiere ribetes casi míticos, ya que el autor señala el inveterado aislamiento de godos y araucanos con respecto a otros pueblos, asilamiento que se disolvería en los bosques del indómito Purén. Es notable como Palacios refiere constantemente a los mitos de la insularidad y de la telematicidad con respecto a Europa. La raza chilena se yergue así no solo por sobre sus vecinos americanos, sino que aspira un destino brillante a nivel planetario. Pero esto tampoco responde a la pregunta. ¿Dónde está, entonces, la patria de Palacios? A pesar de mencionar a Chile, Palacios está más concentrado en el origen del roto chileno que del lugar que le sería propio. Palacios no solo busca fundar el origen de los chilenos en este mestizaje araucano-gótico, sino que de alguna manera, para que su construcción tenga sentido, vincula a la raza chilena con un pasado mítico, por lo tanto fuera del tiempo, y con un futuro centrado en el deber ser de esta raza. El territorio pasa a segundo plano, si lo vemos de esta manera. Lo importante para Palacios no es

 

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dónde estamos, sino adónde vamos. Por eso escribe su libro, para corregir lo que según él eran conductas reñidas con la esencia del mestizo nacional. Por otra parte, Carlos Keller, aunque escribe varias décadas después de Palacios, comparte con él la percepción de una crisis nacional. Algo interesante es que Keller sitúa el origen de la crisis en la Guerra del Pacífico (algo que también harán otros autores del corpus, como Mac Iver y Venegas). Keller, en una visión que se pretende más pragmática, pero que en más de un punto sigue las ideas de Palacios, parece si no igualar, al menos poner en planos muy cercanos los conceptos de Estado y país, englobándolos en el concepto más amplio de nación. ¿Significa esto que la patria, para Keller, es la nación? El autor no lo explicita, pero, en su caso, el concepto parece estar vinculado a la restauración y unificación de ciertos estamentos sociales (obreros y oligarcas) en una unidad virtuosa que habría sido corrompida por las fuerzas disolventes del parlamentarismo y que se vería amenazada por el comunismo. Por más que el autor haga referencias a la aplicación de métodos racionalistas y científicos para abordar los problemas, Keller construye igualmente una relación ideal entre oligarcas y obreros, relación feudal que habría primado hasta la Guerra Civil de 1891. Sin embargo, el ascenso de las clases medias y su corrupción generalizada habría destruido esta armonía. Keller reescribe de manera bastante creativa el mito de la expulsión del paraíso. ¿cómo vamos a volver a él? Abrazando un cambio de mentalidad que, por su dificultad, solo podrá ser alcanzado por la correcta educación de las generaciones jóvenes, en el futuro. El momento presente, que se supone motiva la escritura y la reflexión de estos autores, parece diluirse. Pueden percibir la crisis, pero al parecer les resulta

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  un tanto abrumadora. Ponen la mirada en un pasado ideal, mítico. Y enseguida proyectan esa mirada hacia un futuro igualmente nebuloso. No digo que no sean hombres de su tiempo, o que tengan actitudes escapistas, para nada. Sin embargo, ¿qué es lo que aman cuando dicen amar la patria y al mirarla, como el dios Jano, miran simultáneamente a dos tiempos separados pero no al presente? Keller es sin duda un hombre más práctico, pero aún así no parece ver nada muy alentador en el tiempo en el que escribe. El que probablemente representa las antípodas de Keller y Palacios, es Luis Emilio Recabarren. No precisamente por ser menos idealista, sino porque, al menos en el discurso que forma parte de este corpus, pone el punto de origen en el momento presente; le interesa, como a Lenin, no el hombre futuro, el hombre que vendrá, sino el hombre tal como es hoy. Y como reconoce en ellos las falencias que les impiden su emancipación, trabaja en ello. De ahí la defensa que hace de las clases de educación cívica y de los arduos intentos por erradicar la prostitución y el alcoholismo. Por supuesto, Recabarren también vislumbra un futuro, pero es un futuro que, para él y para la clase obrera, se construye desde el presente. Su mitología de una sociedad sin clases, fraterna e igualitaria sigue siendo teleológico, pero a diferencia de Palacios y Keller, sus acciones concretas son el origen de su discurso. De alguna manera, coincide con los diagnósticos de Venegas, para quien “lo primordial en la felicidad de un pueblo es su holgura económica” (2009: 189). Racabarren añadirá a esto las nociones de dignidad y fraternidad humanas. Entonces, para nuestros autores, la patria ¿dónde está? Sin perder de vista el sentido territorial que tiene este concepto, a mi entender los autores de este corpus (algunos más que otros, evidentemente) presentan una construcción de la

 

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patria más bien como un lugar discursivo, como una referencia a una doble articulación: por una parte se sitúa un origen, generalmente mítico (o mitificado) que da origen a un vector identitario, por llamarlo de alguna manera. Es decir, hay algún hecho que pone en marcha un proceso. Este origen parece señalar un deber ser que se manifiesta también como necesidad. Cuando este vector es sacado de su trayectoria, o cuando la necesidad que este implica no se satisface, sobreviene la crisis, que puede adquirir ribetes incluso espirituales. Esta crisis tendría un carácter contingente, actual, alejada del origen y que es necesario rectificar. De aquí surge la proyección teleológica: es en un punto más o menos distante en el futuro cuando la crisis se verá superada. En algunos casos esta superación está dada por la recuperación de la recta conciencia de lo que se es por naturaleza (Palacios), a través de un proceso de mejoramiento de carácter moral (Keller, Recabarren) o bien por la rectificación de las condiciones económicas (Venegas). De alguna manera, la patria, tal cual es concebida por autores como Palacios y Keller, no puede ser vivida más que en esa tensión entre el origen y el deber ser en el futuro. Venegas y Recabarren, aunque plantean una patria más material, que se experimenta en condicionantes concretas como el trabajo y la economía, igualmente ven al presente como un momento que debe ser superado por el progreso, lo que de alguna manera difumina los límites de la concreción presente, al proyectarla en el horizonte del porvenir. La patria, entonces, que aman nuestros autores es un lugar que se debate entre dos tiempos, un puente en el que no se puede permanecer, un arco tensado que solo existe mientras se mantenga la tensión. Solo existe la patria mientras la patria pueda decirse, la única posibilidad de habitarla es la palabra. Podemos vivir en medio de la

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  araucanía, pero no estar ahí: como la india germanizada de Edwards Bello, cuya patria no eran ni la ley ni la historia ni los lazos de afectividad de los mapuche, sino la lengua germana propia de una tierra lejanísima. La patria se presenta así como la casa de la infancia, como la casa que soñamos para nuestra vejez; un espejismo, un lugar que podemos decir pero, tal vez, nunca habitar. Bibliografía Edwards Bello, J. (1977). La deschilenización de Chile. Santiago: Aconcagua Keller, C. (1931). La eterna crisis chilena. Santiago: Nascimento Mac-Iver, E. (1900). Discurso sobre la crisis moral de la república. Santiago: Imp. Moderna Palacios, N. (1987). Raza chilena. Santiago: Ediciones Colchagua Recabarren, L. E. (1971). Patria y patriotismo. Antofagasta: Universidad del Norte Van Dijk, T. (2005). Ideología y análisis del discursos. Disponible en www.discursos.org/oldarticles/Ideolog%EDa%20y%20an%E1lisis%20del%20di scurso.pdf Venegas, A. (Dr. J Valdés Cange) (2009). Sinceridad. Chile íntimo en 1910. Santiago: Cámara chilena de la construcción, Pontificia Universidad Católica de Chile, Dibam  

 

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