ISSN: 1133-1542
REVISTA ANUAL FUNDADA EN 1993 EDITA: SERVICIO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA PAMPLONA / ESPAÑA / ISSN: 1133-1542
José Luis RAMÍREZ SÁDABA In memoriam – Jürgen Untermann (1928-2013)
9 – 11
Javier ANDREU PINTADO Presentación: de nuevo sobre los Vascones y sobre las tierras de Navarra en la Antigüedad
13 – 17
Serafín OLCOZ YANGUAS — Manuel MEDRANO MARQUÉS Las primeras incursiones cartaginesas y romanas en el Valle Medio del Ebro
19 – 29
Luis AMELA VALVERDE Las tierras de Navarra en época tardorepublicana: entre la revisión historiográfica y los nuevos planteamientos
31 – 50
Francisco BELTRÁN LLORIS — Javier VELAZA FRÍAS El límite occidental del convento jurídico Cesaraugustano
51 – 71
Carmen CASTILLO GARCÍA Notas sobre onomástica de época romana relacionada con el territorio navarro
73 – 79
Ángel A. JORDÁN LORENZO Pautas generales del hábito epigráfico entre los Vascones durante el Principado (s. I-III d.C.)
81 – 111
Joaquín GORROCHATEGUI CHURRUCA — José Luis RAMÍREZ SÁDABA La religión de los Vascones. Una mirada comparativa. Concomitancias y diferencias con la de sus vecinos
113 – 149
Javier ARMENDÁRIZ MARTIJA Siglo y medio de investigaciones: estado actual de la Arqueología de época antigua en Navarra
151 – 218
María GARCÍA-BARBERENA UNZU — Mercedes UNZU URMENETA Un barrio artesanal periurbano en la ciudad romana de Pompelo
219 – 255
María PERÉX AGORRETA — Mercedes UNZU URMENETA Novedades en torno a la posible localización de Iturissa (Espinal/Burguete, Navarra)
257 – 268
Juan José BIENES CALVO Vestigios del poblamiento romano bajo la ciudad de Tudela. Estado actual de la investigación
269 – 290
Carlos ZUZA ASTIZ El “patio oriental” de la villa romana de Liédena (Navarra) en el Bajo Imperio y la annona militaris: una propuesta
291 – 308
Nicolás ZUAZÚA WEGENER Novedades sobre el poblamiento antiguo en la parte navarra de la Val d’Onsella
309 – 334
Pablo OZCÁRIZ GIL Nicasio Landa y su aportación a la Historia Antigua de Navarra: sobre la lectura y transcripción de las inscripciones romanas de Gastiáin
335 – 354
Javier ANDREU PINTADO Los Vascones van al Instituto: la imagen de la Navarra antigua en las publicaciones didácticas y escolares contemporáneas
355 – 383
REVISTA DEL DPTO. DE HISTORIA, HISTORIA DEL ARTE Y GEOGRAFÍA / FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS / UNIVERSIDAD DE NAVARRA / PAMPLONA / ESPAÑA
2013 / 21
CUADERNOS DE ARQUEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA
SERVICIO DE PUBLICACIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA
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Directora Mª AMOR BEGUIRISTAIN GÚRPIDE (Universidad de Navarra) Secretario JAVIER ANDREU PINTADO (Universidad Nacional de Educación a Distancia) Asesores MARTÍN ALMAGRO‐GORBEA (Universidad Complutense. Madrid) IGNACIO BARANDIARÁN MAESTU (Universidad del País Vasco‐Euskal Herriko Unibertsitatea) SERGE CASSEN (CNRS ‐ Université de Nantes) AMPARO CASTIELLA RODRÍGUEZ (Universidad de Navarra) ENRIQUE CERRILLO M. DE CÁCERES (Universidad de Extremadura) ALBERTO LORRIO ALVARADO (Universidad de Alicante) JESÚS SESMA SESMA (Patrimonio Histórico. Gobierno de Navarra)
Redacción y Administración Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra Departamento de Historia, Hª del Arte y Geografía Edificio Bibliotecas Universidad de Navarra 31080 Pamplona. Navarra (España) www.unav.es/historia/cuadernosdearqueologia Intercambio, Suscripciones y Adquisición
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ENTRE VASCONES Y ROMANOS: SOBRE LAS TIERRAS DE NAVARRA EN LA ANTIGÜEDAD Editor Científico Javier ANDREU PINTADO Con la colaboración de:
ÍNDICE José Luis RAMÍREZ SÁDABA In memoriam – Jürgen Untermann (1928‐2013) Javier ANDREU PINTADO Presentación: de nuevo sobre los Vascones y sobre las tierras de Navarra en la Antigüedad Serafín OLCOZ YANGUAS — Manuel MEDRANO MARQUÉS Las primeras incursiones cartaginesas y romanas en el Valle Medio del Ebro Luis AMELA VALVERDE Las tierras de Navarra en época tardorepublicana: entre la revisión historiográfica y los nuevos planteamientos Francisco BELTRÁN LLORIS — Javier VELAZA FRÍAS El límite occidental del convento jurídico Cesaraugustano Carmen CASTILLO GARCÍA Notas sobre onomástica de época romana relacionada con el territorio navarro Ángel A. JORDÁN LORENZO Pautas generales del hábito epigráfico entre los Vascones durante el Principado (siglos I‐III d.C.)
9 – 11
13 – 17
19 – 29
31 – 50
51 – 71
73 – 79
81 – 111
Joaquín GORROCHATEGUI CHURRUCA — José Luis RAMÍREZ SÁDABA La religión de los Vascones. Una mirada comparativa. Concomitancias y diferencias con la de sus vecinos Javier ARMENDÁRIZ MARTIJA Siglo y medio de investigaciones: estado actual de la Arqueología de época antigua en Navarra María GARCÍA‐BARBERENA UNZU — Mercedes UNZU URMENETA Un barrio artesanal periurbano en la ciudad romana de Pompelo María PERÉX AGORRETA — Mercedes UNZU URMENETA Novedades en torno a la posible localización de Iturissa (Espinal/Burguete, Navarra) Juan José BIENES CALVO Vestigios del poblamiento romano bajo la ciudad de Tudela. Estado actual de la investigación Carlos ZUZA ASTIZ El “patio oriental” de la villa romana de Liédena (Navarra) en el Bajo Imperio y la annona militaris: una propuesta Nicolás ZUAZÚA WEGENER Novedades sobre el poblamiento antiguo en la parte navarra de la Val d’Onsella Pablo OZCÁRIZ GIL Nicasio Landa y su aportación a la Historia Antigua de Navarra: sobre la lectura y transcripción de las inscripciones romanas de Gastiáin Javier ANDREU PINTADO Los Vascones van al Instituto: la imagen de la Navarra antigua en las publicaciones didácticas y escolares contemporáneas
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Cuadernos de Arqueología Universidad de Navarra 21, 2013, págs. 9 – 11
IN MEMORIAM JÜRGEN UNTERMANN (Rheinfelden, 24 de octubre de 1928 – 7 de febrero de 2013)
José Luis RAMÍREZ SÁDABA1
Oblatum ab amicis Hispanicis
Conocí a Jürgen Untermann en 1989, en Colonia, con motivo del V Con‐ greso de Lenguas y Culturas Prerromanas de la Península Ibérica. Desde enton‐
Ante el fallecimiento, en Febrero de 2013, de Jürgen Untermann, Premio Príncipe de Viana en 2010 e insigne promotor del estudio sobre las lenguas antiguas y, en particular, también sobre la de los antiguos Vascones, todos los participantes en el III Encuentro “Navarra en la Antigüedad”, celebrado en la UNED de Tudela en Marzo de 2013, acordaron hacer un re‐ cuerdo, en las actas del mismo, a su persona como, de hecho, se hizo en la clausura del pro‐ pio coloquio a cargo, también, del Prof. Ramírez Sádaba, que le trató con asiduidad en los últimos años y que se erige aquí en portavoz del sentimiento de pena por su pérdida que compartimos todos los que, de un modo u otro, hemos tenido que trabajar a partir de su fructífero magisterio. 1 Universidad de Cantabria. Dirección electrónica:
[email protected] CAUN 21, 2013
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JOSÉ LUIS RAMÍREZ SÁDABA
ces, y durante más de veinte años, mantuve una relación constante, periódica por la distancia, pero nunca perdida. Así que pude disfrutar de sus virtudes, científicas por supuesto, pero especialmente de las humanas. Hombre humilde y discreto, transmitía sus conocimientos con tal natura‐ lidad que nunca te sentías incomodo o ignorante. Tan servicial era, que ayu‐ daba desinteresadamente en todo cuanto se le consultaba, sin demorar la res‐ puesta esperada más allá de lo que sus ocupaciones inmediatas se lo impidie‐ sen. Pulcramente respetuoso en sus críticas o correcciones, sus palabras nunca resultaban, no ya soberbias, ni siquiera molestas. Su trato entrañable y la cali‐ dad de su magisterio propiciaron que muchos investigadores españoles apren‐ diéramos de él, directamente o leyendo sus obras, el rigor científico con el que abordar los problemas de los documentos antiguos y de la lingüística. Profesor Emérito de Lingüística Indoeuropea en la Universidad de Colo‐ nia, está considerado como el mayor especialista internacional en las lenguas y las escrituras prerromanas de la Península Ibérica. Su formación académica en el campo de la Lingüística Indoeuropea tuvo lugar en las universidades de Frankfurt y de Tübingen, bajo la dirección de Hans Krahe y Ulrich Schmoll. Dentro de este ámbito su investigación ha versado preferentemente sobre las lenguas antiguas de la Península Itàlica y muy en especial el osco y el umbro. Su Wörterbuch des Oskisch‐Umbrischen (Heidelberg, 2000) constituye una obra capital en el conocimiento de estas len‐ guas y de la familia indoeuropea en general. Sin embargo, su campo de investigación preferente debe considerarse el de las lenguas y escrituras antiguas de la Península Ibérica, al que ha dedicado más de cincuenta años de su vida y en el que ha desempeñado un papel uná‐ nimemente reconocido de maestro y fundador, hasta el punto de que puede afirmarse que nuestro conocimiento actual de muchas de dichas cuestiones es producto directo de su trabajo. Untermann comenzó a ocuparse de la documentación hispana en el año 1956, merced a una beca de la Deutsche Forschungsgemeinschaft en el marco de un proyecto auspiciado por Julio Caro Baroja y el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid. Aquella sería la primera de una serie ininterrumpida de visitas a la Península, destinadas a estudiar de primera mano todos los restos lingüísticos, en especial epigráficos, dejados por los pueblos prerromanos. Los primeros fru‐ tos de su trabajo no se hicieron esperar mucho tiempo: en 1961 vio la luz su libro Sprachräume und Sprachbewegungen im vorrömischen Hispanien, en el cual se reconsideraba buena parte de la geografía lingüística antigua y en 1965 se pu‐ blicaron sus Elementos de un Atlas antroponímico de la Hispania Antigua, obra de ejemplar metodología y esencial como base de descripción de la diversidad lin‐ güística peninsular.
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IN MEMORIAM
Pero Untermann detectó muy pronto que la principal carencia a la que los estudios de Paleohispanística se enfrentaban en su tiempo era la inexistencia de una edición completa y fiable de sus textos, cada vez más numerosos. Por tal motivo, se consagró al ambicioso proyecto de sus Monumenta Linguarum Hispa‐ nicarum (MLH), un corpus que recogería en cinco volúmenes las inscripciones conocidas de todas las lenguas antiguas de la Península, desde el tartesio hasta el lusitano pasando por el ibérico y el celtibérico, incorporando también las evi‐ dencias procedentes de la antroponimia, la toponimia y la teonimia antiguas. El primer volumen de MLH vio la luz en 1975 y recogió todas las monedas con rótulo en escrituras indígenas; el segundo, publicado en 1985, se dedicó a las inscripciones ibéricas del sur de Francia; el tercero, de 1990, recoge todas las inscripciones ibéricas peninsulares; el cuarto, editado en 2000, las tartésicas, las celtibéricas y las lusitanas; el quinto volumen está dedicado a los léxicos de cada una de esas lenguas y ha visto la luz ya su primer fascículo, con el Léxico celtibérico. Con su edición ejemplar y sus introducciones de descripción lingüís‐ tica y epigráfica, los Monumenta de Untermann se han convertido en la base imprescindible para trabajar en las lenguas antiguas de Hispania y en un instru‐ mento fundamental para describir la realidad cultural, étnica y sociopolítica de la Iberia antigua. Además de su impresionante obra científica, la figura de Jürgen Untermann no puede mencionarse sin hacer referencia al magisterio que ha desarrollado sobre varias generaciones de estudiosos hispanos. Ha dirigido numerosas tesis de doctorado sobre cuestiones de Paleohispanística, ha partici‐ pado en múltiples tribunales tanto en España como en Portugal, ha promovido múltiples encuentros científicos, en especial los Coloquios Internacionales sobre Lenguas y Culturas Paleohispánicas de cuyo Comité es Presidente de Honor. Es miembro del Instituto Arqueológico Alemán, del Institut d’Estudis Catalans y de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona y ha recibido Doctorados Honoris Causa por las Universidades de Santiago de Compostela y de Coimbra. Su interés por los pueblos prerromanos hispánicos le indujo a analizar también lo que ocurría en los territorios antiguos de la Navarra actual, estu‐ diando principalmente las peculiaridades de los vascones, el mosaico de Andelo, las téseras de Viana y los problemas de las fronteras lingüísticas. El Gobierno de Navarra premió su fecunda labor concediéndole el premio Príncipe de Viana el año 2010. Amigo Jürgen: con reverencia, si me lo permites, quiero terminar con el adagio latino: non omnis mortuus es, sed sit tibi terra levis.
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PRESENTACIÓN: DE NUEVO SOBRE LOS VASCONES Y SOBRE LAS TIERRAS DE NAVARRA EN LA ANTIGÜEDAD
Javier ANDREU PINTADO* En una reciente publicación sobre la Historia de Navarra, J. J. Sayas, uno de los mejores conocedores del “asunto vascón” afirmaba –para el periodo an‐ terior a la llegada de Roma al territorio actualmente navarro, si bien es cierto que la imagen nos parece válida para, también, los siglos de presencia romana en dicho ámbito geográfico– que las fuentes disponibles para estudiar a los antiguos Vascones componían “un libro de láminas sin texto” (Sayas, 2010: 41) imagen que pretendía subrayar que, a día de hoy, fundamentalmente, debía ser la investigación arqueológica la que aportase información novedosa respecto de los avatares del actual solar navarro en los tiempos antiguos. Así lo hizo notar también, prácticamente en los inicios de la preocupación historiográfica moder‐ na sobre el poblamiento vascónico, Mª J. Peréx cuando –en su citadísimo Los Vascones (el poblamiento en época romana)– señalaba que nuestro conocimiento de dicho grupo étnico era desigual porque desigual era, también, el grado de infor‐ mación de que disponíamos para cada una de las antiguas ciuitates en que el territorio atribuido a los Vascones tomó forma y se articuló en época romana (Peréx, 1986: 73). Esta investigadora concluía, además, que “el continuo avance de las investigaciones hará que éstos (conocimientos) vayan incrementándose día a día” (Peréx, 1986: 73). Pocas afirmaciones resultan tan acertadas respecto de la cuestión que nos ocupa como estas dos con que abrimos estas líneas –a modo de presentación– y, con ellas, un nuevo volumen relativo a la Historia Antigua de Navarra tras los editados en 2006 (Andreu, 2006) y 2009 (Andreu, 2009) como resultado de sendos coloquios organizados por la siempre activí‐ sima UNED de Tudela con el apoyo del Departamento de Historia Antigua de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Un nuevo volumen que,
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Universidad Nacional de Educación a Distancia – UNED. Dirección electrónica:
[email protected]
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como habrá notado el lector, forma parte de la prestigiosa revista Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra una publicación, como puede verse, de clara temática arqueológica. Efectivamente, respecto de nuestro conocimiento de los antiguos Vasco‐ nes, y como hemos subrayado en otro lugar (Andreu y Peréx, 2009: 162), al margen de las controversias –muchas veces ya casi eruditas cuando no esté‐ riles– que puedan plantearse respecto del catálogo de referencias a dicha etnia en los textos clásicos y respecto de su información (Blázquez, 2007‐2008), serán el análisis de la documentación epigráfica y, especialmente, el desarrollo cientí‐ fico y continuado –con la adecuada transferencia de resultados– de prospeccio‐ nes y excavaciones arqueológicas los que habrán de aportar nuevas noticias y añadir si no “texto” a las “láminas” sí unas “láminas” más expresivas, con ma‐ yor número de datos, más inteligibles y, por tanto, más válidas para escribir el “texto” de la Historia Antigua de Navarra, siguiendo la acertada expresión, an‐ teriormente citada, de J. J. Sayas. Con ese propósito se convocó en Marzo de 2013 una nueva edición –puntual, cada cuatro años– de los coloquios tudelanos sobre Navarra Antigua, el III Coloquio Navarra en la Antigüedad que fue seguido, además, con inusitada y nunca antes vista expectación por el gran pú‐ blico y por los estudiantes universitarios y en el que, además, la presencia de la investigación arqueológica fue, si cabe, aun más acusada que en otras ediciones dando razón a lo que hasta aquí se ha dicho. Las páginas que siguen a ésta son, pues, el resultado de parte de los tra‐ bajos que se llevaron a cabo en la UNED de Tudela durante los días 1 y 2 de Marzo de 2013. A través de ellas se percibe cómo, en los últimos años, se han incorporado a la investigación sobre el territorio atribuido a los Vascones zonas que reclamábamos ya como neurálgicas para la comprensión del mismo en otras ocasiones (Andreu y Peréx, 2009: 162) y que, hasta ahora, no habían mere‐ cido mucha atención de los expertos. Además, se ha retomado la investigación, con notables resultados, en algunas de las ciuitates que, hasta ahora, íbamos conociendo sólo de modo paulatino. Así, resulta especialmente grato que en este volumen se presenten los resultados –aportados, además, por savia joven y nueva de estudiosos– de trabajos realizados en torno a la importante y estra‐ tégica ciuitas de Campo Real/Fillera (Sos del Rey Católico/Sangüesa) –los firmados por N. Zuazúa sobre la Val d’Onsella y por C. Zuza sobre la villa romana de Liédena–, así como interesantes novedades sobre las mejor conoci‐ das ciuitates –pero esenciales para la comprensión de la organización territorial del solar vascón– de Iturissa (Espinal) y Pompelo (Pamplona) –éstas a cargo de las investigadoras pioneras del primer enclave, M. Unzu y Mª J. Peréx y, también, de M. García‐Barberena, para el caso Pompelonense–, trabajos éstos que unir al que realiza J. J. Bienes sobre la Tudela romana, de la que, recien‐ temente, se habían publicado aportaciones bien sugerentes (Canto, 1997: 62‐70) pero para la que había todavía mucho material pendiente de ser puesto a dis‐
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PRESENTACIÓN
posición de la investigación sobre el poblamiento antiguo en el Ebro Medio. Además del asunto del poblamiento, resulta especialmente grato verificar que las cuestiones territoriales siguen preocupando a los investigadores y que éstas, además, se abordan desde ópticas cada vez más innovadoras y relacionadas con el estudio de cuestiones transversales –e incluso periféricas– al asunto del lla‐ mado “territorio vascón”. Así, este volumen reúne algunos trabajos sobre los aspectos administrativos y la cuestión fronteriza del distrito Caesaraugustano al que perteneció el espacio supuestamente vascónico –en la aportación firmada por J. Velaza y F. Beltrán Lloris–, sobre la teonimia y la proverbial relación entre el ámbito navarro y el aquitano/pirenaico –en la investigación que abordan conjuntamente, y con más que interesantes novedades, J. Gorrochategui y J. L. Ramírez Sádaba–, o sobre las potencialidades del hábito epigráfico y de la onomástica como marcadores de carácter cultural sobre el ethnos que nos ocupa, asuntos abordados por Á. A. Jordán y C. Castillo respectivamente. Pero si, des‐ de luego, la madurez de una línea de investigación se constata en la generación de miradas historiográficas de revisión que actualicen los últimos planteamien‐ tos y salgan al paso de antiguas discusiones o planteen otras nuevas, las pá‐ ginas que siguen son una buena muestra del estado en que se encuentra nuestro conocimiento sobre los primeros contactos de Roma con el territorio actual‐ mente navarro y, en ese sentido, resultan sugerentes las aportaciones, siempre provocadoras, de S. Olcoz y de M. Medrano y de L. Amela. Es evidente, sin embargo, que todo este conocimiento que, en los últimos años, se ha ido generando sobre la Historia Antigua de Navarra debe servir a la sociedad y que la investigación universitaria y científica no ha de perder de vista nunca ese prisma de la difusión, de la transferencia social. Lo contrario sería encerrar la ciencia en una “torre de marfil” alejada de su necesaria utilidad y validez social, algo absolutamente injusto máxime cuando la demanda de los anteriores volúmenes de actas de los coloquios de Tudela y la numerosa asistencia de público a la última de estas reuniones demuestran que la sociedad tiene un interés real –e, incluso, podría decirse que creciente– en estas cuestio‐ nes. Por eso, hacer balance de cómo sirvieron a nuestro mejor conocimiento del pasado romano de Navarra autores pioneros como pudo serlo Nicasio Landa –estudiado en detalle por P. Ozcáriz en uno de los artículos de este volumen–, trazar un balance del último medio siglo de investigaciones arqueológicas en nuestra tierra y aportar, también, una clara prospectiva de retos, amenazas y oportunidades futuras –como hace J. Armendáriz en un artículo sin duda ya de referencia y que puede enlazarse con la crónica historiográfica que, hace al‐ gunos años, firmamos nosotros con Mª J. Peréx (Andreu y Peréx, 2009) o con la elaborada anteriormente por J. J. Sayas (Sayas, 2005)– o reflexionar sobre el gra‐ do de transferencia y de eco que nuestras investigaciones tienen en el ámbito educativo escolar –asunto que abordamos nosotros mismos en el último trabajo de este volumen– nos parece suponen aportaciones que van en la línea de com‐
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prometer, cada vez más, a las instituciones encargadas de la investigación en la adecuada gestión de resultados de la misma y en su feliz transferencia social. Resulta, desde luego, muy satisfactorio que, tras la implicación de la Insti‐ tución Principe de Viana y de la prestigiosa colección Instrumenta de monogra‐ fías sobre Historia Antigua de la Universidad de Barcelona en la publicación de los resultados de este tipo de coloquios, sea ahora la “decana” de las Univer‐ sidades de nuestra tierra, la Universidad de Navarra la que –siguiendo una estela de compromiso con el estudio de la Antigüedad de la actual comunidad foral ya evidenciada en otros trabajos anteriores más o menos recientes (Rodrí‐ guez Neila y Navarro, 1998 y Navarro, 2010)– aporte muestras de su compro‐ miso con el conocimiento de la Antigüedad Navarra acogiendo –gracias a la generosidad de J. Pavón, Directora del Departamento de Historia y de Mª A. Beguiristain, Directora de la revista que el lector tiene en sus manos– en un nuevo número de Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra –éste con el título monográfico Entre Vascones y Romanos: sobre las tierras de Navarra en la Antigüedad– una colección de trabajos que, seguro, estimulará muchas nuevas líneas de investigación en pro de resolver tantas apasionantes cuestiones como siguen abiertas sobre el carácter étnico, lingüístico, cultural y territorial de Navarra entre la Edad del Hierro II y la tardoantigüedad. BIBLIOGRAFÍA ANDREU, J. (2009) (ed.), Los Vascones de las fuentes antiguas. En torno a una etnia de la Antigüedad Peninsular, Instrumenta, Barcelona. —
(2006) (ed.), Navarra en la Antigüedad. Propuesta de Actualización, Gobierno de Na‐ varra, Pamplona.
ANDREU, J., y PERÉX, Mª J. (2009), “Los Vascones de las fuentes clásicas en época ro‐ mana: crónica historiográfica (2004‐2008)”, J. Andreu (ed.), Los Vascones de las fuentes antiguas. En torno a una etnia de la Antigüedad Peninsular, Universitat de Barcelona, Barcelona, 147‐168. BLÁZQUEZ, J. Mª (2007‐2008), “Los Vascones en las fuentes literarias de la Antigüedad y en la historiografía actual”, Trabajos de Arqueología Navarra 20, 103‐150. CANTO, A. Mª (1997), “La tierra del toro. Ensayo de identificación de ciudades vas‐ conas”, Archivo Español de Arqueología 70, 31‐70. PERÉX, Mª J. (1986), Los Vascones (el poblamiento en época romana), Gobierno de Navarra, Pamplona. NAVARRO, J. (2010) (ed.), Nueva Historia de Navarra, EUNSA/Universidad de Sevilla, Pamplona.
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PRESENTACIÓN
RODRÍGUEZ NEILA, J. F., y NAVARRO, J. (1998), Los pueblos prerromanos del Norte de Hispania. Una transición cultural como debate histórico, EUNSA, Pamplona. SAYAS, J. J. (2010), “Vascones y romanización de Navarra”, J. Navarro (ed.), Nueva Historia de Navarra, EUNSA/Universidad de Sevilla, Pamplona, 41‐88. —
(2005), “Protohistoria e historia de los Vascones. Balance historiográfico (1983‐ 2003)”, Vasconia: Cuadernos de Historia‐Geografía 34, 89‐116.
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LAS PRIMERAS INCURSIONES CARTAGINESAS Y ROMANAS EN EL VALLE MEDIO DEL EBRO
Serafín OLCOZ YANGUAS1 Manuel MEDRANO MARQUÉS2 RESUMEN: Analizamos en este texto la naturaleza del dominio cartaginés sobre
los territorios indígenas de la península ibérica, que fue mayor de lo que se venía creyendo hasta ahora y, del mismo modo, también lo fue después el dominio romano. Comenzamos por el Tratado de Asdrúbal y la llegada de los cartagineses a la margen derecha del río Ebro, revisamos la aparición de los vascones como pueblo diferenciado en las fuentes, los caminos de la conquista y la evolución del dominio de los territorios que corresponden a la actual Co‐ munidad Foral de Navarra tanto por los Cartagineses como por los romanos. PALABRAS CLAVE: Clave: Tratado de Asdrúbal, Guerras Púnicas, Vascones,
conquista de Celtiberia. ABSTRACT: We analyze in this text the nature of the Carthaginian domain on the
indigenous territories of the Iberian peninsula that it was bigger than what was thought until now and, in the same way, it was also later the Roman domain. We begin with the treaty of Asdrubal and the arrival from the Carthaginians to the right riverbank of the river Ebro, we revise the appearance of the Vascons like different people in the sources, the conquest roads and the evolution of the Carthaginian and Roman domain of the territories of the current Comunidad Foral de Navarra. KEYWORDS: Treaty of Asdrubal, Punic Wars, Vascons, conquest of Celtiberia.
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SERAFÍN OLCOZ YANGUAS – MANUEL MEDRANO MARQUÉS
1.
INTRODUCCIÓN
En contra de lo que se ha venido creyendo hasta ahora, la conquista ro‐ mana de Celtiberia no se produjo por medio del ascenso contracorriente por el valle del Ebro para acabar penetrando en la meseta central sino justo al revés3. El Tratado del Ebro marcó en 226 una frontera política, entre las dos potencias que entonces se disputaban la hegemonía en el Mediterráneo, que se mantuvo hasta mucho después de acabada la Segunda Guerra Púnica que co‐ menzó en 218, tanto en la península Ibérica, en 206, como en general, en 201. De hecho, esta frontera se mantuvo hasta que en 197 y de forma inaudita e inex‐ plicable el Senado de Roma decidió anexionarse parte de los territorios de los pueblos que habitaban en la península Ibérica, dando lugar a la formalización de las provincias romanas de Hispania citerior y ulterior, con unos límites entre ambas distintos a los establecidos desde el inicio de la citada guerra. El territorio que corresponde a la actual Comunidad Foral de Navarra se extiende tanto al norte como al sur del Ebro, de ahí que la evolución de su dominio tanto por los cartagineses como por los romanos siguió diferentes derroteros. Además, habitualmente el estudio de la Antigüedad en Navarra se viene centrando en el de la evolución de los vascones y se suele olvidar que la parte situada al sur del Ebro pertenecía inicialmente a Celtiberia, por lo que cree‐ mos que conviene corregir este sesgado enfoque a la hora de interpretar lo acae‐ cido desde que los primeros cartagineses y romanos llegaron al valle medio del Ebro, y es eso lo que nos proponemos a hacer en esta contribución. 2.
EL TRATADO DE ASDRÚBAL Y LA LLEGADA DE LOS CARTA‐ GINESES A LA MARGEN DERECHA DEL RÍO EBRO
Las noticias más antiguas y cercanas a los acontecimientos que condujeron a los romanos al valle medio del Ebro proceden de los fragmentos que han llegado hasta nuestros días de la obra de Polibio y, sobre todo, de la Tito Livio y de Apiano. Todo comenzó con el interés que los romanos mostraron por la Este trabajo corresponde a un breve anticipo del proyecto de investigación de la tesis del Dr. Serafín Olcoz (Olcoz, 2014) dirigida por el Dr. Manuel Medrano en la Universidad de Zaragoza, en proceso. De ahí que muchas de las afirmaciones presentadas en esta comuni‐ cación requieran consultar este trabajo para poder contrastar los argumentos y fuentes en que se sustentan, especialmente aquellas que contradicen lo que hasta ahora, y de forma ge‐ neralizada, se venía creyendo al respecto, tal como es recogido en la historiografía reciente y que también se ha revisado convenientemente en la citada tesis doctoral. En el texto, a no ser que se especifique lo contrario, todas las fechas son a. C.
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península Ibérica o, mejor dicho, por evitar que los Cartagineses instalados en ella pudieran llegar a aliarse con los Galos Cisalpinos que en 226 atemorizaban a los romanos y que juntos pudieran llegar a arrasar Roma (Italia). Hasta el otoño de dicho año los romanos no habían reparado en la penín‐ sula Ibérica pero el poderío de Asdrúbal en Nueva Cartago (Cartagena, Murcia) y el distanciamiento de éste con el Senado de Cartago (Túnez) propiciaron entonces el envío de la primera embajada romana que desembarcó en la pe‐ nínsula Ibérica. Resultando del encuentro de los legados enviados por el Senado de Roma para entrevistarse con Asdrúbal en Nueva Cartago el acuerdo conocido como Tratado del Ebro, por el que los Cartagineses se comprometieron en‐ tonces a no cruzar dicho río para hacerle la guerra a Roma. Con lo que los ro‐ manos volvieron a desentenderse de los asuntos de la península Ibérica y los Cartagineses aumentaron su dominio en ésta al sur del río Ebro. El asesinato de Asdrúbal en Nueva Cartago por parte de un galo, en 221, parece estar vinculado a la lealtad que aquél mantuvo con Roma, esto es, con su negativa a incumplir el mencionado Tratado del Ebro para aliarse con los Galos Cisalpinos en contra de los romanos. De ahí que, al sucederle su cuñado Aníbal y al ser éste de nuevo fiel al Senado de Cartago como lo había sido su padre, Amílcar, durante el período que estuvo a cargo de los dominios cartagineses en el sur de la península Ibérica, entre 237 y 229, se reactivara la ambición de éstos por disputarle a los romanos la hegemonía en el Mediterráneo. Aníbal no per‐ dió el tiempo y en el verano de 221 aprovechó para someter militarmente a los Olcades y, contando con el apoyo de los Turdetanos, comenzar también así a estrechar el cerco sobre Sagunto (Valencia), que acababa de aliarse con los ro‐ manos, precisamente con la intención de que éstos les ayudaran a evitar el inmi‐ nente peligro de caer bajo dominio cartaginés (Fig. 1)4. En el verano de 220, tras pasar el invierno en Cartagena, Aníbal marchó contra los Vacceos y a su regreso fue atacado por los Carpetanos y los vecinos de éstos, entre los que se encontraban los celtíberos que habían sido movi‐ lizados por los recién exilados de sus vecinos Vacceos y por los Olcades que el año anterior habían huido a Celtiberia, en la orilla del río Tajo. La victoria de Aníbal sobre esta coalición hispana le permitió hacerse con el control de todo el territorio situado al sur del Ebro, con excepción de Sagunto. Esto nos permite destacar el hecho de que la parte más meridional de la actual Comunidad Foral de Navarra, que entonces formaba parte de Celtiberia, pasó a ser territorio carta‐ ginés, siendo la ciudad de Contrebia Leucade (Inestrillas‐Aguilar del Río Alhama, La Rioja), que está muy cerca de la fronteriza villa navarra de Fitero, una de las La interpretación del texto del bronce que Aníbal mandó labrar y colocar en el templo de Hera Lacinia (Capo delle Colonne, Crotone, Italia) en 206 y que fue recogido por Polibio (3, 33), nos ha permitido reconstruir la estrategia defensiva de Aníbal así como la distribución de las provincias cartaginesas en la península Ibérica y el norte de África en 219, conside‐ rando dicho relato como un fósil director.
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más importantes de esta frontera pues, además, desde ella se controlaba el paso entre la meseta del río Duero y el valle medio del Ebro. De ahí que Aníbal orde‐ nara entonces reforzar sus defensas, tal como lo parecen corroborar los restos de la poliorcética cartaginesa que han puesto de manifiesto las correspondientes excavaciones arqueológicas. 3.
EL TERRITORIO SITUADO ENTRE EL EBRO Y LOS PIRINEOS BAJO DOMINIO CARTAGINÉS Y ROMANO, ENTRE 218 Y 206
Aníbal dedicó casi todo el año 218 al asedio y conquista de Sagunto, reti‐ rándose después a Cartagena para pasar el invierno de 219‐218 completando los preparativos de su próxima campaña contra Roma. Entre éstos se encontraba la alianza con los Ilergetes que debían facilitarle el paso al norte del Ebro por la actual Mequinenza (Zaragoza), desde donde su poderoso ejército se dividió en tres cuerpos con los que sometió a todos los pueblos situados entre este río y los Pirineos, al comienzo del verano de 218. Aunque tal dominio duró solo unos meses ya que a principios del otoño desembarcaron las tropas romanas que po‐ co después derrotaron a los cartagineses que habían quedado al norte del Ebro mientras el grueso del ejército de Aníbal continuaba su marcha hacia Roma, tras haber cruzar el río Ródano y los Alpes. De este modo, el territorio de la actual Comunidad Foral de Navarra situado al norte del Ebro, tanto la parte correspondiente a los Sedetanos como la de los vascones que entonces formaban parte de los Lacetanos que habitaban todo el Prepirineo, desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico y las Conchas de Haro (La Rioja), pasó en el segundo semestre de 218 de ser independiente a es‐ tar sometido a los Cartagineses y, antes de que acabara el año, a los romanos. Todo ello sin que los ejércitos de ambas repúblicas mediterráneas hubieran penetrado en el territorio de la actual Navarra pues las batallas entre éstos y los pueblos indígenas que se opusieron a ellos se celebraron más al este, principal‐ mente, entre el río Cinca y la costa del Mediterráneo, y sin que los territorios de los pueblos indígenas vieran modificados sus límites hasta después de acabada la Segunda Guerra Púnica en la península Ibérica, en 206. Mientras que el terri‐ torio navarro situado al sur del Ebro seguía entonces formando parte de Celti‐ beria y ésta, tras haberse sometido a los romanos y cumplido su compromiso con éstos derrotando a los cartagineses, todo ello en 217, seguía siendo indepen‐ diente e incluso había comenzado entonces el proceso de su expansión por los territorios vecinos que llegaría a su máxima amplitud en 197 (Fig. 2).
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4.
EL PASO DE ASDRÚBAL POR NAVARRA, VIGILADO POR LOS ROMANOS, EN 208
El único episodio de la Segunda Guerra Púnica cuyo escenario podemos localizar en Navarra se produjo en 208. Precisamente poco después de la pri‐ mera ocasión en la que este conflicto hubiera afectado a Celtiberia en ese mismo año pues, hasta entonces, romanos y cartagineses se habían mantenido al mar‐ gen de este inmenso territorio interior de la península Ibérica. Asdrúbal, tras regresar con los mercenarios celtíberos que habían reclu‐ tado en la zona más alejada de Celtiberia, fue derrotado por Publio Cornelio Escipión el Africano en la batalla de Baecula y ello le llevó a poner en práctica la estrategia que previamente había diseñado ante esta nefasta eventualidad. Atra‐ vesó la meseta siguiendo el curso del Tajo y de su afluente el río Tajuña, aden‐ trándose así en Celtiberia, donde de nuevo realizó una gran leva para completar la dotación del ejército con el que se disponía a unirse al de su hermano Aníbal en la península itálica, y llegó al valle medio del Ebro tras bajar de la meseta del Duero por el valle del Alhama, pasando por la ciudad de Contrebia Leucade que controlaba este estratégico paso que, años después, los romanos también des‐ cubrirían y lo renombrarían como paso Manliano en honor del procónsul que llevó a cabo esta hazaña. Por lo que el ejército cartaginés de Asdrúbal tuvo que cruzar el Ebro por las cercanías de Fontellas (Navarra) o no muy lejos de allí, para atravesar casi todo el territorio de la actual Comunidad Foral, de sur‐ suroeste a norte‐noroeste, hasta adentrarse por el extremo nororiental de Gui‐ púzcoa para poder llegar al paso oceánico de los vascones que por Oiasso per‐ mitía cruzar los Pirineos. Pues el paso oriental que había empleado Aníbal para cruzar los Pirineos en 218, por la vía más cercana a la costa mediterránea, estaba en manos de los romanos y no era posible atravesar esta cordillera más que por los pasos de sus extremos, los cuales incluso llegaron a enviar algunas tropas para que observaran y siguieran de cerca el paso de la expedición de Asdrúbal por los Pirineos, adentrándose así por primera vez también no sólo los carta‐ gineses sino también los romanos por el actual territorio de Navarra (Fig. 3). 5.
VASCONES ESCINDIDOS DE LOS LACETANOS EN 206 Y EXPAN‐ DIDOS DESPUÉS
En 206, tras la victoria del ejército romano sobre los Cartagineses en la península Ibérica, y después de haber sometido a los legionarios que, cerca de la desembocadura del río Júcar, se habían amotinado aprovechando la enferme‐ dad de Publio Cornelio Escipión, éste decidió acabar también con la subleva‐
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ción que al norte del Ebro había iniciado Indíbil, dando lugar a lo que los roma‐ nos calificaron como una “guerra de grandes proporciones”, pues fue la primera vez que se unieron pueblos de ambas márgenes del Ebro para luchar al norte de éste contra un ejército foráneo para todos ellos, como lo era el de Roma. El campamento permanente erigido por Indíbil en el que se encontraban los sublevados Ilergetes, sus coterráneos Lacetanos y los mercenarios celtíberos que habían sido contratados para la ocasión, por los detalles aportados por Polibio y Livio acerca de la campaña en la que Publio acabó derrotándoles allí, en la correspondiente batalla campal, estuvo situado al norte del Ebro y cree‐ mos que debió de estar en la comarca zaragozana de las Cinco Villas. No lejos de las montañas por las que se accedía al territorio de la capital de los Lace‐ tanos, Jaca (Huesca), y bien situado para arrasar el territorio de los Sedetanos aliados de los romanos al norte del Ebro cuyos territorios se encontraban al oeste de su afluente, el Cinca, y al sur del Prepirineo o Lacetania. Una de las principales consecuencias de esta victoria romana sobre los pueblos indígenas situados al norte del Ebro fue el hecho de que por primera vez se modificaron las fronteras de uno de éstos, dando comienzo así a su romanización. Publio debió de ordenar entonces la escisión de Lacetania de los pueblos situados en ambos extremos del Prepirineo, quedando ésta reducida a la Jacetania y apareciendo en el occidental el pueblo al que las referencias pos‐ teriores citan como vascones y que desde 206 debió de contarse entre los más fieles aliados de los romanos. Por lo que podemos considerar que este año co‐ menzó a tener entidad territorial para los romanos una zona muy parecida a la que hoy corresponde a la parte de Navarra que queda al norte del Ebro, aunque el territorio de los vascones entonces también incluía la parte de esta región que hoy pertenece a la vecina Comunidad Autónoma de La Rioja. Mientras que en la región de Navarra al sur del Ebro no se produjo ningún cambio y este terri‐ torio seguía perteneciendo entonces a la respetada e independiente Celtiberia. La condición de fieles aliados de los romanos y, concretamente, del Sena‐ do de Roma, conllevó el que los vascones posteriormente fueran recompen‐ sados con la expansión de su territorio a costa del de sus vecinos, tanto del de los Sedetanos, al norte del Ebro, como del de los celtíberos, al sur de éste. Sien‐ do, posiblemente, en época de Pompeyo y tras su victoria en la guerra que man‐ tuvo contra Sertorio en la península Ibérica, cuando debió de producirse la mencionada expansión del territorio de los vascones ya que a partir de entonces éstos constan ocupando unos territorios que anteriormente figuran como perte‐ necientes a otros pueblos indígenas.
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6.
LA CONQUISTA ROMANA DE CELTIBERIA, DESDE LA MESETA AL VALLE DEL EBRO
Así como la romanización comenzó al norte del Ebro y llegó a las tierras de la actual Navarra a los pocos años del desembarco de éstos en la península Ibérica, en 218, e incluso, como consecuencia de esto, su organización política fue modificada por Roma en 206, en la zona meridional y al sur del Ebro el inicio de la presencia romana estuvo supeditado a la conquista romana de Celti‐ beria en 179. En 221 Celtiberia pasó a formar parte de los dominios cartagineses y así se mantuvo hasta que en 218 dio comienzo la Segunda Guerra Púnica y en 217 los celtíberos decidieron sacudirse el yugo cartaginés pasando a ser aliados de los romanos. Además, este mismo año, tras derrotar en varias batallas a los cartagi‐ neses, Celtiberia recuperó en cierta medida la independencia que había perdido en 221 y gracias a ello no sólo su territorio no se vio afectado por la Segunda Guerra Púnica sino que incluso se benefició de ésta para expandirse por los te‐ rritorios de los pueblos vecinos. Hasta 208 no se tiene la primera noticia de la presencia de cartagineses reclutando mercenarios celtíberos en la parte de Celti‐ beria más alejada del Ebro y de Roma, precisamente como ya hemos visto, el mismo año en el que también volvió Asdrúbal con su ejército a cruzar Celtiberia para reclutar mercenarios y dirigirse con ellos al paso occidental de los Pirineos en su camino hacia los Alpes y la península Itálica. En 207, los Cartagineses volvieron a intentar un nuevo reclutamiento en Celtiberia que fue desbaratado por los romanos en la primera incursión que éstos hicieron en dicho territorio, valiéndose para ello de desertores celtíberos que les sirvieron como guías. A pesar de lo cual, Celtiberia se mantuvo al margen del conflicto entre cartagineses y romanos hasta el final de la Segunda Guerra Púnica en la península Ibérica, acaecido en 206, y entonces debió de revalidar su condición de aliado de Roma que formalmente había mantenido desde 217. En 197 la delimitación formal de las fronteras de las provincias romanas de Hispania citerior y ulterior, creadas como tales en 205, hizo que Celtiberia se viera casi completamente rodeada por el territorio que desde entonces corres‐ pondió a Hispania citerior, quedando al margen de ésta pero como su zona na‐ tural de futura expansión por la península Ibérica. Especialmente después de que, en 195, Catón llegó hasta las mismas puertas de Numancia (Garray, Soria), en el corazón de Celtiberia, para lograr el apoyo de ésta y que Roma se acabara anexionando el territorio de Turdetania y deportara a sus habitantes al territorio de la antigua Tarteso. Proceso imperialista éste que celtíberos, vaceos y vetones trataron de parar en el Tajo, enfrentándose juntos a los romanos en 193 y cuya derrota dio lugar al comienzo de la creación de una zona de seguridad entre Hispania ulterior y el valle del Tajo que, junto con el territorio correspondiente a
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la Celtiberia expandida, contribuyó a que los romanos pudieran dedicarse a la consolidación de los territorios pertenecientes a ambas provincias romanas de la península Ibérica. Particularmente a la de Hispania ulterior y a la de los terri‐ torios de la citerior limítrofes con ésta. En 187 dio comienzo la guerra celtíbero‐lusitana que concluyó en 179 con la conquista romana de Celtiberia y, en el curso de la cual, tuvo lugar también la primera incursión romana en el territorio de la Comunidad Foral de Navarra situado al sur del Ebro. Produciéndose este acontecimiento en 186, durante la tercera vez que el ejército romano penetraba en Celtiberia y esta vez lo hacía desde la meseta sur, atravesándola de sur a norte hasta llegar al valle medio del Ebro por el mencionado paso Manliano. Sin embargo, las victorias romanas obtenidas en esta campaña no condujeron al sometimiento de Celtiberia y, en 185, los celtíberos se aliaron con los lusitanos y se enfrentaron al ejército forma‐ do por las tropas de ambas provincias de Hispania, cerca del Tajo, saliendo és‐ tos victoriosos. Entre 184 y 182, los celtíberos, directa o indirectamente inten‐ taron infructuosamente bloquear los accesos a Celtiberia desde Hispania citerior, logrando mantener a los romanos alejados de su territorio. Sin embargo, en 181, éstos les derrotaron en Carpetania y después llevaron a cabo una campaña de saqueo por Celtiberia, logrando la sumisión de la mayor parte de los celtíberos e hibernando por primera vez cerca del somontano del Moncayo, concretamente en la localidad navarra de Fitero que está situada en el valle del Alhama justo en la zona en la que éste deja de discurrir encajonado entre montañas y conti‐ núa por la llanura hasta desembocar en el Ebro. Por lo que, en 180, los romanos que allí había remontaron el paso Manliano y llevaron a cabo una campaña en la Celtiberia ulterior o de la meseta del Duero, cuyos habitantes se habían ren‐ dido el año anterior, que casi les condujo a la derrota al regresar hacia el valle del Ebro por dicho paso. De ahí que, en 179, los romanos decidieran emprender la que sería la campaña definitiva para conquistar toda Celtiberia, empezando por la más alejada y ascendiendo desde allí por Oretania y Carpetania para vol‐ ver a penetrar en la Celtiberia primigenia antes de regresar al sur para completar la sumisión de los Olcades, tras conquistar su capital. Hecho lo cual, los roma‐ nos volvieron a la Celtiberia primigenia y culminaron la campaña que condujo a su definitiva y total conquista, tras una memorable victoria en el somontano del Moncayo, ocurriendo buena parte de estos acontecimientos en las cercanías del límite meridional de la actual Comunidad Foral de Navarra, lo que pone de manifiesto la relevancia que también tiene el estudio de la conquista de Celti‐ beria para el estudio de su Historia en la Antigüedad.
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BIBLIOGRAFÍA
OLCOZ, S. (2014), Análisis del contexto histórico‐arqueológico y epigráfico de las inscripciones celtibéricas: la conquista romana de Celtiberia (218‐167 a. C.), Tesis Doctoral inédita, Universidad de Zaragoza, Zaragoza.
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Fig. 1 La estrategia defensiva de Aníbal y las provincias cartaginesas
Fig. 2 Etnogeografía del norte del Ebro entre 218 y 206 a.C.
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Figura 3 Principales pasos empleados por cartagineses y romanos
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LAS TIERRAS DE NAVARRA EN ÉPOCA TARDOREPUBLICANA: ENTRE LA REVISIÓN HISTORIOGRÁFICA Y LOS NUEVOS PLANTEAMIENTOS
Luis AMELA VALVERDE1 RESUMEN: El presente artículo trata sobre los trabajos realizados en estos últi‐
mos años en el ámbito de la República romana tardía en la actual Comunidad Foral de Navarra, como continuación a los estudios efectuados en el I y II Colo‐ quio de Historia Antigua de Navarra por nosotros mismos y por J. Andreu y Á. A. Jordán. El eje de nuestro escrito es la figura de Cn. Pompeyo Magno (cos. I 70 a. C.), fundador de la ciudad de Pamplona, a la que dio su nombre. En él se repasan diversas cuestiones sobre este personaje y su conexión con el territorio actualmente navarro. PALABRAS CLAVE: Pompeyo Magno, Vascones, Oiasso, vía Tarraco‐Oiasso, guerra
sertoriana, trofeo de Urkulu. ABSTRACT: This article is about the work done in recent years in the field of the
Late Roman Republic in Navarra, as a continuation of studies presented in the I and II Colloquium in Ancient History of this territory by ourselves and also by J. Andreu and Á. A. Jordan. The focus of this paper is the figure of Pompey the Great (cos. I 70 BC), founder of the city of Pamplona, to which he gave his name. We review the new theories on various points connected with this person and with Navarra. KEYWORDS: Pompey the Great, Vascones, Oiasso, Tarraco‐Oiasso road, Sertorian
War, Urkulu trophy.
Este trabajo se inserta en el Proyecto I+D+i 2011‐2013 HAR2011‐24593 “Producción y comercio de alimentos hispanos: provincia Baetica y provincia Tarraconensis”. 1 Grupo CEIPAC – Universidad de Barcelona. Dirección electrónica:
[email protected] CAUN 21, 2013
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El presente trabajo parece un déjà vu de nuestra primera participación en el I Coloquio de “Navarra en la Antigüedad” (Amela, 2006b: 137‐166), y como una especie de continuación del trabajo presentado en el II Coloquio por J. Andreu y M. J. Pérex (Andreu y Pérex, 2009: 147‐168), pues prácticamente las mismas cuestiones permanecen abiertas por no decir, incluso, que se han complicado. De esta forma, se discute la existencia misma de una etnia de los Vascones, ya que para algunos investigadores no sería más que una creación artificial de los romanos (Sayas, 1999: 154; Roldán y Wulff, 2001: 414; Pina, 2009: 213; y Wulff, 2009: 38) quienes añadieron comunidades y territorios de otros grupos étnicos, con manifestaciones culturales y económicas muy distintas, a un elemento ori‐ ginal, para formar un único grupo (Sayas, 1999: 154). Estaríamos, pues, frente al mismo caso que los pueblos atestiguados en el norte de la Península Ibérica: Galaicos, Astures y Cántabros. Sería la acción po‐ lítica romana lo que al integrar a los Vascones de la franja norteña con los del centro y los del sur, y al añadir comunidades celtibéricas como Calagurris (Cala‐ horra, La Rioja) o ibéricas como la de Segia (Ejea de los Caballeros, Zaragoza), crearía de forma artificial un grupo étnico y territorial unitario. Una etnia de carácter dinámico a la que Roma va añadiendo progresivamente nuevas comu‐ nidades locales y tierras que pertenecían a otros pueblos. En esta característica se apreciaría, pues, la artificialidad de un pueblo que, bajo un etnónimo común, daba unidad a entidades locales y tierras que iban desde Oiasso (Irún, Gui‐ púzcoa) a Alavona (Alagón, Zaragoza), y desde Iacca (Jaca, Huesca) a Calagurris (Sayas, 1999: 155). Esto no es más que una reformulación del fenómeno del denominado “expansionismo” vascón, tanto en dirección al Valle del Ebro como a la costa atlántica, que, sin duda, tuvo que estar tolerado, si no fomentado, por Roma. No es el momento de hablar de este tema, pero, ante todo, a lo que nos enfren‐ tamos no es a la expansión de una etnia, desde un punto de vista político, como se ha defendido, sino que el testimonio del geógrafo Ptolomeo, único autor clásico que define concretamente el territorio vascón, reflejaría un territorio de carácter administrativo‐financiero que no tiene por qué corresponder a uno étnico (Amela, 2006a: 142). Ante todo, recordemos, que en el periodo en que nos movemos, la Repú‐ blica Romana Tardía, no son las agrupaciones étnicas, sino las civitates, las co‐ munidades urbanas, las unidades políticas claves para la gestión del territorio. Y ya conocemos cómo Roma va cambiando las fronteras según su interés. De este modo, P. Ozcáriz señala que la pertenencia de Oiasso a los Vasco‐ nes, el único puerto que tenía este grupo étnico en la costa atlántica, obedece en realidad a la estrategia geopolítica de la provincia de la Hispania Citerior: Oiasso no sería realmente la salida al mar de los Vascones sino la del convento jurídico cesaraugustano, posiblemente debido a razones de carácter fiscal; cada
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convento jurídico hispano tenía su salida al mar, y el cesaraugustano no podía ser la excepción. Por tanto, la adscripción de Oiasso a los Vascones obedecería únicamente a una política geográfica provincial, y no a una supuesta expansión de los Vascones (Ozcáriz, 2006: 78). Desde luego, habría que preguntarse cuando Oiasso pasó a ser vascona, como indican Estrabón (Str. 3, 3, 7; 3, 4, 10) y Plinio (Plin. Nat. 4, 110), pues una fuente desde el punto de vista cronológico entre ambos, Mela, señala que los Várdulos llegaban hasta los Pirineos (Mela 3, 15) (Sayas, 1991‐1992: 201) con lo que sería de suponer que Oiasso perteneció anteriormente a esta etnia (Pam‐ plona, 1966: 213), pero ni esto es seguro (Sayas, 1987: 101). De hecho, sólo Ptolomeo (Ptol. 2, 6, 10) cita a Oiasso como inequívocamente vascona (Jordán Lorenzo, 2006: 92 y Andreu y Jordán Lorenzo, 2007: 244). Sin entrar en mayores disquisiciones, y si se nos permite que la vía Tarraco‐Oiasso pueda haber sido planificada por Cn. Pompeyo Magno (cos. I 70 a. C.) (Amela, 2011: 119‐128, modificación y ampliación de Amela, 2000‐2001: 201‐208), como creemos haber demostrado, entre otras cosas, por la imposi‐ bilidad de que pasara por Caesaraugusta (Zaragoza), como algunos estudiosos han considerado (Armendáriz y Velaza, 2006: 110 o Gorbea, 2008: 6), la pre‐ gunta es obligada: ¿fue el mismo Pompeyo responsable de que Oiasso acabase dentro del marco territorial vascón? Quién lo sabe. La reorganización pompe‐ yana de Hispania tras la guerra sertoriana es prácticamente desconocida. Esperemos que futuras investigaciones sobre el trazado viario de la zona puedan confirmar la autoría de Pompeyo sobre la vía Tarraco‐Oiasso, al menos en el trayecto Osca‐Oiasso, que es el que nosotros defendemos (Fig. 1). Volviendo a la línea de pensamiento de P. Ozcáriz, es posible relacionar el cambio de adscripción de Oiasso con la división provincial en conventos jurí‐ dicos. Es muy posible que Oiasso siempre fuese várdula, pero que fuera inte‐ grada a los Vascones por Ptolomeo en aras, como indica Á. A. Jordán, de su pe‐ culiar concepción unificadora étnico‐administrativa (Jordán Lorenzo, 2006: 92). Más nos sorprende la teoría de F. Wulff, quien considera que, a partir de que (según su opinión) únicamente sólo existirían dos topónimos en territorio vascón que podrían ser explicados por el protoeuskera (Pompelo y Oiasso), consi‐ dera que los Vascones no serían una etnia autóctona de Navarra (Wulff, 2009: 34). En esta línea de razonamiento, Oiasso sería una fundación pompeyana en el contexto de la guerra contra Q. Sertorio (pr. 83 a. C.), con objeto de asegurarse su aprovisionamiento por vía marítima o, más probablemente, desde Aquitania (Wulff, 2009: 34), cosa que nos parece por lo menos “curiosa”, puesto que des‐ conocemos de dónde vendrían los barcos a suministrar a Pompeyo (¿de la le‐ jana Gades [Cádiz]?) y no creemos que los Aquitanos fomentaran precisamente la presencia de tropas romanas cerca o en su territorio. Ya alcanzada la paz, que
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Roma quisiera poner un pie en el mar Cantábrico a través de Oiasso es muy posible, e incluso es lo más probable, pero por ahora no tenemos pruebas. En su teoría, F. Wulff indica que como Andelo y Pompelo aparecen como co‐ munidades estipendarias, es decir, en lo que este estudioso considera como las peores condiciones jurídicas posibles en relación con Roma, en contraposición con otras poblaciones consideradas “vasconas” que tendrían un mejor trata‐ miento jurídico, ello parece entrar en contradicción con un supuesto beneficio colectivo hacia los Vascones en esta época (Wulff, 2009: 37). El colofón es que, para F. Wulff, los Vascones (a los que encontramos citados por primera vez en el contexto de la guerra sertoriana [Liv. 91 frag. 22, 14. Sall. Hist. 2, 93]) habían sido traídos del otro lado de los Pirineos por Pompeyo para ser asentados en Pompelo y Oiasso (Wulff, 2009: 53). Nos parece demasiadas actuaciones las que se atribuyen a Pompeyo du‐ rante y tras la guerra sertoriana. Si bien es cierto que tras este conflicto pueden detectarse en Hispania ciertos movimientos de población, siendo el más conoci‐ do el que dio origen a la comunidad de Lugdunum Convenarum, del que ya hemos hablado en otro lugar (Amela, 2000: 20‐30), nos parece un poco absurdo que Pompeyo trajera nuevas poblaciones a la Península para (re)poblar la actual Navarra Media. El Gobierno romano no es precisamente de los que fuera favorable a los movimientos de población (aunque utilizaba este método, como los imperios del Antiguo Oriente) y, desde luego, desconocemos qué podría ganar Roma con traer elementos de origen aquitano al otro lado de los Pirineos, a no ser que buscase una mayor desestabilización dentro de sus propias fron‐ teras, algo que hay que descartar de manera inmediata. Que los Vascones provi‐ nieran en última instancia de Aquitania es una cosa y otra que Roma fuese precisamente el elemento encargado del traslado. En este mismo sentido, podríamos hablar de la relación entre los Vascones y Pompeyo. Así, sin volver a repetirnos, podemos decir que recientemente Á. A. Jordán ha señalado que los argumentos de la supuesta fidelidad de los Vascones a Pompeyo carecen de solidez, cuando no son falsos (Jordán Lorenzo, 2006: 101), mientras que nosotros mismos ya dijimos que este apoyo no era más que una suposición gratuita (Amela, 2006b: 137). No tenemos textos a favor o en contra de esta teoría, por lo que hablar del tema es un ejercicio puramente filo‐ sófico. Como indica F. Pina, está extendida la idea de qué la fundación de Pompelo ha de verse como un regalo pompeyano hacia los Vascones, partiendo de la idea de que éstos habrían sido recompensados por su actuación favorable a las tropas senatoriales durante el conflicto sertoriano, de la que sería prueba un texto de Salustio (Sall. Hist. 2, 93) y su presunto campamento en territorio vas‐ cón, siguiendo supuestamente una alianza anterior con Roma, puesto que no se conoce de los Vascones (Pina, 2011: 142) ningún enfrentamiento con las legiones
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en los dos siglos que duró la conquista romana de Hispania (Pina, 2011: 142‐ 143). Esto último es cierto, pero no es en absoluto un dato definitivo teniendo en cuenta las lagunas de nuestra información, y en ningún caso puede aducirse como prueba de un colaboracionismo vascón con Roma (Pina, 2011: 143). En cualquier caso, que no haya noticias de conflictos bélicos no quiere decir nece‐ sariamente que los Vascones fueran aliados de Roma (Pina, 2009: 202). En el nombre de la ciudad, Pompelo, es decir, Pompeiopolis, “la ciudad de Pompeyo”, como afirma Estrabón (Str. 3, 4, 10), se ha querido ver la prueba de una especie de clientelismo colectivo vascón hacia Pompeyo, convertido así en un patronus de toda una etnia. El nombre debería entonces ser visto como un homenaje al fundador por parte de sus habitantes. Sin embargo, no hay razón para pensar que fueron los Vascones quienes decidieron llamar Pompelo a su ciudad en honor de Pompeyo. Más probable parece el procedimiento inverso, es decir, que Pompeyo Magno se honrara a sí mismo dando su nombre a una ciudad indígena, siguiendo el ejemplo de Alejandro Magno como en otros de sus comportamientos (Jordán Lorenzo, 2006: 102; Pina, 2009: 203; 2011, 143 y Novillo, 2012: 106). Ese es el modo en el que Pompeyo procedió en Oriente unos pocos años más tarde. En el año 67 a. C. Pompeyo refundó en Cilicia la ciudad de Soloi, que desde entonces pasó a llamarse Pompeiopolis. Tres años más tarde fundó en Paflagonia otra ciudad con este mismo nombre, con motivo de la creación ofi‐ cial de la provincia de Bitinia. Las respectivas fundaciones de ambas Pompeio‐ polis siguieron a sendos triunfos de Pompeyo, en el primer caso contra los piratas cilicios, en el segundo contra el rey Mitrídates VI del Ponto (120‐63 a. C.) y otros pueblos del Próximo Oriente (Pina, 2009: 203; 2011: 143). Miles de pi‐ ratas supervivientes fueron obligados a abandonar sus lugares de residencia y fueron deportados a otras regiones, donde fueron asentados en ciudades por lo general preexistentes, tanto en la costa cilicia como en otros lugares del Medite‐ rráneo. Una de esas ciudades fue Pompeiopolis, que había quedado unos años atrás despoblada a causa de anteriores enfrentamientos bélicos (Pina, 2009: 204; 2011: 143). Así pues, la fundación de Pompelo debería ser vista más bien como un “castigo” de Pompeyo a los Vascones y no como un premio a su supuesta no‐ beligerancia contra Roma (Andreu y Jordán Lorenzo, 2007: 242; Pina, 2009: 205 y Jordán Lorenzo, 2011: 165). Algo podemos matizar a la anterior visión. Si esto fuera así, difícilmente el nombre de la ciudad hubiera sobrevivido. Ciertamente, cruel destino de los pobres piratas. Pompeyo no los crucificó (recuérdese a M. Licinio Craso [cos. I 70 a. C.] y la vía Apia con los supervivientes de las fuerzas de Espartaco o a C. Julio César [cos. I 59 a. C.] con sus captores en las costas de Asia) ni los convirtió en esclavos; todo lo contrario, les dio tierras para que se asentaran y abando‐ naran su “oficio”. Todo un escándalo para la sociedad romana biempensante del momento. CAUN 21, 2013
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En Pompeiopolis no sólo se le recordó mediante una inscripción (AE 1888, 106 = IGRR III, 869), sino que tanto en vida de Pompeyo como en época imperial se emitieron monedas con su efigie (Amela, 2007: 3‐18; 2012a: 91‐95) lo cual nos muestra que los habitantes no percibieron su suerte como un castigo, precisa‐ mente. Que en Pompelo no tengamos estos recuerdos no quiere decir, evidente‐ mente, que no hayan existido. Pompelo se convirtió desde ese momento en una importante ciudad del territorio habitado por las gentes a los que los romanos llamaban Vascones, una amplia área en el que la epigrafía, la toponimia y la antroponimia han demostrado la existencia de una diversidad cultural a partir de la convivencia de elementos ibéricos, célticos y vascónicos. Se trata, por supuesto, de una ciu‐ dad indígena, poblada posiblemente sobre todo por Vascones, pero en la que, en opinión de F. Pina, no hay que descartar que habitaron también gentes pro‐ cedentes de otros lugares de la Península Ibérica, si tenemos en cuenta que Pompeyo deportó al final de la guerra sertoriana indígenas Vetones, Arévacos y celtíberos, con los que sabemos que, al menos, fundó una ciudad en el sur de la Galia, Lugdunum de los Convenae (Hieron. Ad Vig. 4) (Pina, 2009: 204; 2011: 145). Pompelo tuvo desde el comienzo una indudable importancia estratégica por estar ubicada en la que era la principal ruta que unía el valle del Ebro con Aquitania a través del paso pirenaico de Lepoeder. Suponía dotar de un centro urbano a un entorno étnico y geográfico que hasta ese momento carecería de asentamientos que pudieran ser calificados como ciudades, con lo que eso suponía de instrumento de expansión de la Romanidad en el medio indígena. Pompelo constituía una manera de simbolizar el dominio romano sobre el territorio vascón, y nada mejor que hacerlo que no dándole a la ciudad un nom‐ bre indígena, sino el de quien era entonces el general romano más relevante, principal ejecutor de la política del Senado (Pina, 2009: 205 y 2011: 145). Sea como fuere, debido al nombre del asentamiento, la ciudad debió surgir a inicia‐ tiva de Pompeyo (Magallón y Navarro, 2009: 230). Generalmente se admite que Pompeyo establecería durante el invierno del año 75/74 a. C. un campamento militar junto o sobre un núcleo indígena vascón de nombre desconocido, a través de una conocida teoría de Schulten (Andreu, 2003: 172; 2004‐2005: 287; Amela, 2006b: 149 n. 45; Blázquez, 2007‐2008: 106; Mezquíriz, 2007‐2008: 965; Magallón y Navarro, 2009: 230; Plácido, 2009: 302; Wulff, 2009: 50; Rodríguez González, 2010: 276; Sánchez Moreno, 2010: 232; Fasolini, 2012: 388; González, 2012: 98 y Novillo, 2012: 107), sobre la base de un texto de Plutarco (Plut. Sert. 21, 8). De hecho, F. Pina ha reexaminado las prue‐ bas, y concluye, creemos que con toda razón, que ciertamente Plutarco mencio‐ na a los Vacceos y no a los Vascones, como pensó Schulten, por lo que hay que refutar su teoría (Pina, 2004: 236‐237, 2009: 202 y 2011: 142; Andreu y Jordán Lorenzo, 2007: 239; Armendáriz, 2009: 331 y 334; Artica, 2009: 185; Jordán
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Lorenzo, 2011: 164 y Rodríguez Hornillo, 2012: 120 n. 49). Por tanto, la fecha de la creación de Pompelo ha de ser revisada. No sólo eso, sino que la base de que Pompeyo fuese al territorio vascón según Salustio podría haberse dirigido hacia Calagurris según la interpretación de F. Pina (Pina, 2004: 236 n. 140). Pero Artica señala acertadamente que, en el estado actual de nuestros conocimientos, cerca de la actual Pamplona tenemos pruebas fehacientes de la presencia del ejército de Sertorio y, probablemente, del de Pompeyo (Artica, 2009: 183). Se trata de las glandes localizadas en algún lugar del valle de Aranguren, a menos de 10 km de Pamplona, a nombre de Sertorio, y la existencia de un posible campamento y campo de batalla fechable en este periodo (Artica, 2009: 183‐184 y V. V. A. A., 2007: 303‐304). J. Armen‐ dáriz (Armendáriz, 2009: 333) piensa que sería un campamento sertoriano con objeto de asediar y atacar el oppidum del Castillo de Irulegui (Laquidáin, Aran‐ guren, Navarra), el núcleo urbano que parece jerarquizó el territorio de la comarca pamplonesa antes de la fundación de Pompelo, emplazado en lo alto de la sierra de Aranguren, situado a 10 km de distancia de Pamplona en dirección este (V. V. A. A., 2007: 303). Así pues, para F. Pina, la refundación o, mejor incluso, la repoblación de Pompaelo se efectuaría en el año 72 ó 71 a. C., tras el cese de las operaciones militares (Pina, 2004: 237, 2009: 202 y 2011: 142; y Andreu, 2006: 197; 2011a: 31), en el marco de la reorganización del territorio de nuevo sometido a Roma, así como recompensar o castigar a indígenas involucrados en el conflicto. Según este mismo autor, una parte de los nuevos pobladores serían deportados hispa‐ nos (Vetones, Arévacos o celtíberos, al estilo de Lugdunum Convenarum), que cohabitarían desde entonces con los preexistentes Vascones, y que, como en el caso de Pompeiopolis, donde los piratas cilicios convivieron con los antiguos ha‐ bitantes, la ciudad pasaría a llamarse desde entonces o desde algún tiempo posterior, Pompelo, en honor a Pompeyo (Pina, 2004: 237; Andreu, 2006: 197 y Artica, 2009: 186). Ha de señalarse que en las excavaciones llevadas a cabo en la Plaza del Castillo han aparecido un importante número de materiales de época imperial, incluido un par de fragmentos de sigilata cuyos signos han sido relacionados con la escritura paleohispánica, aunque han de ser manejados con mucha cautela (Velaza, 2009: 615‐616 y Ozcáriz y Unzu, 2011: 92). Así mismo, las últi‐ mas excavaciones en Pompelo, todavía no publicadas, parecen señalar a que la población prerromana era mucho mayor de lo que se pensaba anteriormente. Pero, volvamos un poco atrás. J. Andreu y Á. A. Jordán (Andreu y Jordán Lorenzo Lorenzo, 2007: 242 n. 25) han expuesto una serie de razones para mos‐ trar que los Vascones estuvieron en el bando anti‐pompeyano durante el con‐ flicto sertoriano. Vamos a citarlas brevemente y dar nuestra opinión al respecto.
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En primer lugar, si se considera que la fundación de Pompelo fue un “obse‐ quio” de Pompeyo, es extraño que éste estableciera en territorio aliado una fundación con un estatuto jurídico no privilegiado, puesto que la ciudad debió convertirse en municipium, como hemos indicado, en época flavia. Si bien pu‐ diera argumentarse que Pompeyo fundó Pompelo con un estatuto privilegiado, que posteriormente fue rebajado, no existen demasiados paralelos para esta época. Sobre este punto, las fundaciones orientales de Pompeyo precisamente no se caracterizan por tener estatutos privilegiados, por lo que no vemos una difi‐ cultad en este punto. Una cosa es tener distintos grados de privilegios, pero que esto no tenía que materializarse forzosamente en un estatuto jurídico determinado. En segundo lugar, el hecho mismo de la que la fundación de Pompelo fuera un “regalo” a un pueblo aliado contrastaría con la consciente y permanente imitatio Alexandri desarrollada por Pompeyo. No se entiende que una cosa vaya contra la otra: el mismo ejemplo de Alexandria ad Egyptum y de otras funda‐ ciones del gran monarca macedonio en Oriente indican que el establecimiento de un núcleo urbano ex novo podía ser beneficioso al conjunto del territorio don‐ de se instalaba. Posiblemente, en el caso de Pompelo, pequeñas poblaciones se irían abandonando en beneficio de la nueva creación. En tercer lugar, ello contrastaría con la presencia algo más al norte del monumento de Urkulu, precisamente visible desde la vía que desde Pompelo se dirigía hacia la Galia. Este sería uno de sus célebres trofeos ubicados en los Piri‐ neos, lo que ofrecería no pocas dudas sobre el por qué de la colocación de un monumento singular como éste en territorio de un supuesto aliado. No vemos tampoco la dificultad de erigir unos trofeos militares en Urkulu, aunque fuese en territorio aliado, ya que ante todo lo que se buscaría es marcar la frontera entre Galia e Hispania, un espacio libre de un espacio some‐ tido a Roma, por no decir que los famosos Trofeos de Pompeyo se encuentran en los Pirineos Orientales, en el Coll de Panissars, y que su nombre deriva no de que hubiera dos (uno en cada lado del Pirineo), sino en la propia forma del monumento. De vuelta a Pompelo, no hace mucho J. Arméndariz propuso identificar el campamento de Pompeyo, que supuestamente dio origen a la actual Pamplona, con el Alto de Santa Cruz (también denominado Zalbeta) de Aranguren, a escasos 8 kilómetros de Pamplona (Armendáriz, 2005: 54‐55 y Novillo, 2012: 106), aunque no se ha encontrado ninguna evidencia material directa al margen del hallazgo en Aranguren de dos glandes de Sertorio (AE 1991, 1062 = HEp4, 571), que estarían relacionadas con este yacimiento (Armendáriz, 2005: 49 y V. V. A. A., 2007: 304). A partir de ahí el citado investigador duda de la existencia de un campamento de Pompeyo en la actual Pamplona, a partir de los resul‐
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tados de las excavaciones efectuadas en su núcleo urbano (Armendáriz, 2005: 52) (y que efectivamente no existió), de que Pompeyo tuviera algo que ver con la ciudad, ya que la actual Pamplona podría haber recibido su nombre no como recuerdo de su memoria sino debido al asentamiento posterior de clientelas pompeyanas en la ciudad e incluso, rizando el rizo, como el geógrafo Estrabón no aclara de qué Pompeyo en concreto se trataba pudiera ser otro miembro de la gens Pompeia, pues César no habría permitido que la memoria de su “peor enemigo” perviviese en el nombre de una ciudad (Armendáriz, 2005: 54; 2009: 334), siendo Pompelo, a su juicio, simplemente un caso de un proceso evolutivo natural mediante sinecismo de otras comunidades vecinas que se irían abando‐ nando a lo largo de la segunda mitad del s. I a. C., tras el conflicto sertoriano, beneficiando a un poblado que en época de Pompeyo no se encontraba en la cúspide de la jerarquía de la ordenación territorial de la Cuenca de Pamplona (Armendáriz, 2005: 54); el verdadero punto de inflexión en los patrones de asentamiento del área septentrional de la actual Navarra hay que situarlo en los años siguientes al conflicto sertoriano (Armendáriz, 2009: 331). Simplemente, Pompelo se convertirá en una de las denominadas “ciudades del llano” (Armen‐ dáriz, 2009: 335). Las dudas sobre la autoría de Pompelo por obra de Pompeyo no son nue‐ vas. Tiempo ha, A. Mª. Canto expresaba que le resultaba extraño que se cam‐ biara el nombre a una ciudad indígena relevante (sic), debido a que no encajaba en la política romana habitual de denominación de ciudades que no se erigían ex novo, como sería el caso de la actual Pamplona. Así mismo, sería igualmente raro que César permitiera una memoria tan notable de su “peor enemigo”, co‐ mo se ha afirmado (Canto, 1997: 65 n. 147). Claro que, si esto fuera así, César, por ejemplo, habría demolido los Tro‐ feos de Pompeyo en el Coll de Panissars, y sólo se contentó con levantar un altar junto a éstos (Dio Cass. 41, 24, 3). Tampoco las ciudades de Anatolia con el nombre de Pompeyo fueron afectadas por ninguna medida de damnatio memo‐ riae; sólo diversas comunidades orientales abandonaron el calendario de una “era” pompeyana (Amela, 2011b: 65‐76), y de manera voluntaria, no forzosa, mientras que otras poblaciones continuaron utilizando este sistema. Incluso, hay que recordar que César levantó de nuevo las estatuas de Pompeyo –y de L. Cornelio Sila [cos. I 88 a. C.]– que se habían derribado tras la batalla de Farsalo (48 a. C.) (Dio Cass. 43, 49, 1. Plut. Caes, 57, 6; Cic. 40, 5; Máximas de romanos 205 E). Claro que, también hay que señalar que ciertos logros de Pompeyo fueron perseguidos en Hispania. De esta forma, su inscripción (y posible estatua) en Tarraco (Tarragona) sería reutilizada por un lugarteniente cesariano (Amela, 2002: 145‐151), y su nombre fue borrado en un epígrafe recientemente descu‐ bierto en Carthago Nova (Cartagena, Murcia) (Amela, 2012b: 191‐205).
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En este mismo contexto, Estrabón, nuestra única fuente, no aclara que Pompeyo sería el fundador de Pompelo, y A. Mª. Canto duda mucho que Pom‐ peyo Magno, con todo su imperium, fundara una ciudad con su propio nombre que en el año 57 d. C. todavía se denomina civitas (CIL II, 2958) y que en época de Vespasiano (69‐79 d. C.) seguía siendo estipendiaria (Plin. Nat. 3, 24). Pu‐ diera que esto último fuese debido a algún tipo de preterición estatutaria a causa precisamente de su origen, pero también piensa que no se debería de descartar buscar a algún Pompeyo anterior a Pompeyo Magno, como el primer cónsul de la familia, Cn. Pompeius (sic) (por Q. Pompeyo) (cos. 141 a. C.), gober‐ nador de Hispania Citerior los años 141‐140 a. C., o el propio padre de Pompeyo Magno, Cn. Pompeyo Estrabón (cos. 89 a. C.), otorgante de la conce‐ sión de la ciudadanía romana a los jinetes de la Turma Salluitana (Canto, 1997: 65 n. 147). Ahora bien, como indica F. Pina, no hay que descartar totalmente que se trate de una falsa etimología, de modo que Estrabón hiciera su propia interpre‐ tación del nombre de Pompelo a partir de su homofonía radical con Pompeyo (Pina, 2009: 202). Pero no lo creemos ni mucho menos. Ciertamente, sorprende que siendo Pompeyo fundador de Pompelo no haya quedado otra tradición que la noticia estraboniana, a diferencia de otras fundaciones de Pompeyo (Artica, 2009: 186 y Ramírez Sádaba, 2009: 135). Tam‐ poco nos ha de extrañar demasiado. Pompeyo fue el gran derrotado de las gue‐ rras civiles, y de su memoria sólo interesaba su legado político, que Augusto continuó, pero no la persona que era, por lo que sus biografías, como las escritas por sus amigos Posidonio de Apamea y Teófanes de Mitilene, no tuvieron la difusión que otras obras y, por desgracia, no han llegado hasta nosotros; sólo sabemos de su existencia. El pasaje estraboniano que menciona a Pompelo apenas presenta corrup‐ telas, por lo que es de suponer que esta ciudad fue fundada por Pompeyo. Realmente, si esto no hubiera sido así, sería difícil entender la formación de una glosa tan inequívoca por parte de Estrabón (Andreu y Jordán Lorenzo, 2007: 241). J. Andreu indica que la referencia que hace Estrabón sobre Pompelo como Pompeiopolis casi le obliga (por el modo singular con que a él se refiere el geó‐ grafo griego y que, a su juicio, deja poco margen a que fuera otro Pompeyo menos conocido) a aceptar que, efectivamente, el Pompeyo que diera nombre a la ciudad fuese Cn. Pompeyo Magno y no otros Pompeii clientes de aquél. Qui‐ zás, efectivamente, y ahí nos parece acertada la hipótesis de J. Armendáriz, Pompeyo se limitó a dar nombre a una ciudad nacida de la unión (con el habi‐ tual traslado in planum) de diversos poblados vascones del entorno, proceso en el que encaja bien la hipótesis que así mismo ha propuesto F. Pina (Pina, 2004: 236‐238 y Andreu, 2006: 197).
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Para E. García Fernández, no existe ni para Lugdunum Convenarum ni para Pompelo, ambas creaciones de Pompeyo, evidencias de que tuvieran de origen estatuto colonial latino; incluso, Plinio indica que era una comunidad estipen‐ daria (Plin. Nat. 3, 24), un hecho que la citada autora dice que no puede atri‐ buirse al propio Pompeyo, ya que no impondría su nombre a una población que, según su opinión, su condición administrativa sólo devendría desprestigio. La condición que nos transmite Plinio podría ser, a juicio de E. García Fer‐ nández, producto de un desclasamiento jurídico generado por la defensa de la causa de su fundador durante las guerras civiles, similar a la supresión de dere‐ chos que sufrió Volterra como castigo impuesto por Sila tras la guerra civil (Cic. Caec. 102) (García Fernández, 2007: 387). M. Á. Novillo (2012: 109) expresa que aunque el caso de Pompelo pudo ser uno de los que, por su adhesión a Pompeyo, perdió sus privilegios iniciales, también cabe considerar que la política pompeyana en este momento no estu‐ viera de forma generalizada a la concesión de estatutos privilegiados tanto a nivel individual como colectivo, política que se pondrá en práctica en Hispania con las gestiones cesarianas y augusteas, pues se puede apreciar que los casos de concesión de privilegio por parte de Pompeyo son muy escasos. De esta for‐ ma, F. Pina recuerda la fundación de varias poblaciones por diferentes gene‐ rales romanos, a las que no se conoce que obtuvieran ningún estatuto jurídico privilegiado: Gracchurris, fundada ca. el año 179 a. C. por Ti. Sempronio Graco (cos. I 177 a. C.); Valeria, fundada por C. Valerio Flaco (cos. 93 a. C.), gobernador de la Hispania Citerior durante los años 93 y 83 a. C.; y Brutobriga, fundada por D. Junio Bruto (cos. 138 a. C.), todas ciudades levantadas tras un triunfo romano (Pina, 2009: 204‐205; 2011: 144‐145). Por tanto, la fundación de Pompelo por Pom‐ peyo no es precisamente una excepción, sino forma más bien parte de una regla que, por desgracia, no conocemos muy bien. Ciertamente, no sabemos qué estatuto jurídico dio Pompeyo a Pompelo, pero no todo ha de girar sobre su condición jurídica: hay que buscar también elementos de carácter administrativo y económico‐fiscal que favorecieran la nueva “fundación”. La falta de datos no permite efectuar mayores precisiones. Interesante si cabe es el hallazgo de una tésera de hospitalidad procedente del despoblado de Lor, en Cascante (Navarra), que se conserva formando parte de una colección particular, con leyenda uaraka kortika, por lo que debería estar relacionada con la ceca de Uarakos, es decir, Vareia (Olcoz y Medrano, 2011: 246). Presenta forma de medio prótomo de carnero, como otra tésera que quizás provenga de la provincia de Cuenca, y que formó parte de la colección Turiel (CT‐5). Ambas téseras tienen en común la presencia de unas riendas, similares a una de las dos téseras de hospitalidad con forma de prótomo de ca‐ ballo y que fueron halladas en el campamento sertoriano de Fitero‐Cintruénigo (Navarra) (HEp5, 291) (Olcoz y Medrano, 2011: 245).
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Como la citada tésera de hospitalidad se encontró junto a la antigua vía romana entre Cascantum y Bursau (Borja, Zaragoza), que pasaba al norte de la laguna de Lor, se ha relacionado esta pieza con el posible itinerario seguido por Sertorio en el valle del Ebro durante el año 76 a. C., ya que, para castigar a los berones, siendo Vareia la ciudad principal de éstos, el general popular arrasó los territorios de Bursau, Cascantum y Graccurris (Liv. Per. 91). La presente tésera de hospitalidad podría ser un testimonio de la posible vinculación entre las comu‐ nidades de Cascantum y Vareia, lo que explicaría la actitud de Sertorio hacia estas poblaciones (Olcoz y Medrano, 2011: 245). Dejando de lado la posible falsedad de esta tésera (Jordán Cólera, 2012: 263), la teoría es interesante pero indemostrable, debido a que, por desgracia, hemos perdido la mayor parte de las fuentes literarias tras la primera conquista romana del territorio. Por tanto, no podemos saber cuántas veces Cascantum y Vareia actuaron en conjunción en un asunto político determinado. También ha de señalarse el campamento romano‐republicano de Fitero‐ Cintruénigo (Navarra), ubicado en la margen derecha del río Alhama, que se considera perteneciente a las fuerzas que lideraba Sertorio (Medrano y Díaz, 2003: 397; Medrano, 2004ª: 40; 2004b: 29‐30 y Olcoz, 2007: 240), a mitad de camino entre Contrebia Leucade (Aguilar del Río Alhama, La Rioja) y Graccurris (Alfaro, La Rioja). Quizás se trate de la Castra Aelia que menciona Livio (Liv. Per. 91, fr. 22, 3) (Olcoz y Medrano, 2006: 56‐58; 2009: 191 y Medrano y Remírez, 2009: 373), en contraposición con el yacimiento de La Cabañeta (El Burgo de Ebro, Zaragoza), con el que se suele identificar. Interesante comprobar que en este citado campamento romano se encon‐ traron tres glandes a nombre de Sertorio (HEp13, 473) (aunque al parecer había muchos más), que hay que unir a las citadas descubiertas en el campamento de Aranguren (HEp4, 571), mientras que las otras tres glandes en el de Ormiñén‐La Nava (HEp13, 474) son las mismas que el del primer campamento mencionado, debido a que está en el paraje de Ormiñén (Fitero)‐La Nava (Cintruénigo), como nos ha confirmado S. Olcoz. A título de inventario, hay que añadir que del ám‐ bito de este campamento militar proceden otras dos téseras de hospitalidad (HEp6, 291 y 293) (Díaz, 2009 y Jordán Lorenzo, 2006: 257). Sobre posibles lugares sertorianos, hay que citar la posibilidad de la exis‐ tencia de un campamento romano de esta época en Los Cascajos (Sangüesa, Navarra) (Armendáriz, 2009: 331), aunque no existe unanimidad sobre la cali‐ ficación de este yacimiento (V. V. A. A., 2007: 241). De hecho, el propio J. Armendáriz, en comunicación verbal, nos ha comentado que en las excava‐ ciones que ha realizado recientemente en este lugar muestran que en realidad se trata de un importante lugar de poblamiento, no de un campamento. También en el conflicto sertoriano se ha fechado la violenta destrucción y posterior abandono del yacimiento de Altikogaña (Eraul, Yerri, Navarra), ubi‐
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cado en la zona montañosa del río Urederra y emplazado estratégicamente en el camino de la cuenca del río Ega a las sierras de Urbasa y Andía (Armendáriz, 2009: 332 y 2010: 94); podría tratarse de una ciudad que pudo haber acuñado su propia moneda durante los siglos II‐I a. C. (Armendáriz, 2010: 112). Se ha en‐ contrado numeroso material de carácter bélico de época tardo‐republicana, reflejo de un ataque violento o un campo de batalla en este lugar, aunque desde un punto de vista cronológico se ha fechado el final de este yacimiento en la guerra sertoriana (paralelo al yacimiento de La Custodia [Viana, Navarra], sede del taller monetario Uarakos), debido a que el escenario del conflicto civil entre cesarianos y pompeyanos queda lejos de Navarra (Armendáriz, 2009: 333; 2010: 112), al menos, por lo que conocemos actualmente. Eso sí, J. Armendáriz (2010: 113) señala que hay elementos que parecen ser posteriores al conflicto sertoriano, por lo que A. Martínez Velasco (2003: 166‐ 167) lo adscribió al periodo inmediatamente anterior a la guerra astur‐cántabra. Esto pudiera ser paradójico, pero no lo es. En la colina de Andagoste (Cuartango, Álava) se ha hallado un posible campamento y/o campo de batalla tardorrepublicano (Ocharán y Unzueta, 2002: 311), en el que se ha localizado: monedas, elementos de sujeción para correajes, objetos de ornato o vestimenta, proyectiles (lo que implica la presencia de una catapulta para lanzarlos), glandes (77), una punta de pilum así como una flecha (Ocharán y Unzueta, 2002: 314). Ello contrasta con la total ausencia de materiales cerámicos y restos estructurales de fábrica en piedra o adobe, lo que lleva a suponer la inexistencia de un yacimiento estable de larga duración (Ocharán y Unzueta, 2002: 318 y Unzueta y Ocharán, 2006: 479). J. A. Ocharán y M. Unzueta, los descubridores de este yacimiento, postu‐ lan que éste está relacionado con las campañas de los gobernadores previos a la guerra astur‐cántabra (Ocharán y Unzueta, 2002: 324; Amela, 2006c: 52‐53; Unzueta y Ocharán, 2006: 481; y V. V. A. A., 2007: 234). La existencia de una unidad militar en este punto estaría relacionada con la sumisión de las tierras de Vizcaya, Guipúzcoa y la zona montañosa de las provincias de Burgos y Álava. Es quizás el intento de acceder y controlar el paso natural hacia la costa cantábrica en su sector oriental la causa principal y el objetivo que explique la presencia de este destacamento romano en tierras alavesas (Ocharán y Unzueta, 2002: 324 y Unzueta y Ocharán, 2006: 481‐482). De esta forma, pudiera ser que Altikogaña estuviera relacionado con los primeros movimientos romanos contra los pueblos de la Cornisa Cantábrica. Una intervención arqueológica en el lugar sin duda aportaría valiosa informa‐ ción al respecto. Para finalizar, nos vemos obligados de nuevo a hablar de la edificación circular de Urkulu (Orbaiceta, Navarra), a 1.420 m de altitud, situada al norte del paso de Roncesvalles, cercano a la vía romana de Pompaelo a Burdigala
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(Bordeaux, Gironde), entre Iturissa (Espinal, Navarra) e Imus Pyrenaeus, en medio de la frontera hispano‐francesa. Y, cómo no, del conflicto sertoriano. Para F. Pina, el traslado de deportados hispánicos a la futura Lugdunum Convenarum, que ya hemos citado, se realizaría por el paso de Lepoeder, en el Pirineo navarro, en territorio vascón, y que constituiría el camino más corto y directo hacia la Galia viniendo desde La Rioja y el Alto Duero. Es precisamente en este punto donde se encuentra el monumento de Urkulu, y su erección se debería precisamente al paso de las tropas pompeyanas triunfantes al acom‐ pañar a los diferentes miembros de etnias peninsulares a Lugdunum Convenarum (Pina, 2004: 235). Urkulu no sería más que una réplica de los Trofeos de Pom‐ peyo de Coll de Panissars, uno a cada lado de los Pirineos, que explicaría la duplicidad de los tropaea pirenaicos aplicados unánimemente a esta cons‐ trucción (Amela, 2001: 185‐202 y 2011c: 50‐57). Por nuestra parte, baste echar un vistazo a los pasos montañosos que cruzan los Pirineos para observar que existen varias alternativas para este trán‐ sito, no sólo el paso citado por F. Pina. Por tanto, no creemos que pueda ser utilizado como argumento para reivindicar el monumento de Urkulu como obra del omnipresente Pompeyo. En este mismo sentido, E. Artica indica, a partir del testimonio de Estrabón (Str. 3, 4, 10) que parece muy difícil que Pompeyo hubiera elegido los pasos occidentales del Pirineo: Lepoeder, puerto de Palo y Somport, para el transporte de prisioneros hacia Lugdunum Convenarum, ya que a partir del testimonio del citado geógrafo griego la comunicación con Aquitania se efectua‐ ría por la costa (Artica, 2009: 181), no por el interior. Ciertamente, sería raro que los romanos transportaran prisioneros por un territorio aún sin someter, y po‐ tencialmente hostil. Una nueva teoría la expresa A. Pérez de Laborda (2011: 164) quien, siguiendo un pasaje de César sobre la Guerra de las Galias (Caes. BGall. 3, 20, 1), considera que el monumento de Urkulu sería levantado ni más ni menos que por el propio Sertorio, para conmemorar su victoria sobre el procónsul L. Manlio (78 a. C.). Muy difícil se nos hace sustentar esta opinión, pues difí‐ cilmente, tras la finalización del conflicto, este monumento hubiera quedado en pie, pues lo más factible es que si hubiera sido de manufactura sertoriana, ha‐ bría sido derribado por los vencedores. Así mismo, habría de explicarse porque se levantó lejos del lugar del combate. De hecho, si bien se trata de un torre‐trofeo, más bien parece, a nuestro juicio, que este monumento fue realizado para conmemorar el sometimiento de los últimos Aquitanos rebeldes (27‐26 a. C.) por M. Valerio Messala Corvino (cos. 31 a. C.), que no a las actividades de Pompeyo en la zona, al vincularse este testimonio con el campamento fortificado de Sant Jean le Vieux (Basse Navarre,
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Pyrénées‐Atlantiques [la posterior mansio de Imus Pyrenaeus), de época augus‐ tea (Amela, 2006b: 135). Podemos concluir pues que si bien seguimos trabajando sobre los mismos temas, la investigación avanza y, poco a poco, se va clarificando el panorama de Navarra en la Antigüedad. Sin duda, los nuevos descubrimientos y revisión de trabajos anteriores nos permitirán aún más conocer y afinar mejor la historia de la Comunidad Foral. BIBLIOGRAFÍA AMELA, L. (2012b), “Precisiones al recientemente descubierto epígrafe de Cn. Pompeyo Magno en Carthago Nova”, Espacio, Tiempo y Forma (Historia Antigua) 25, 191‐205. —
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Fig. 1 Trazado de la vía Tarraco‐Oiasso
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EL LÍMITE OCCIDENTAL DEL CONVENTO JURÍDICO CESARAUGUSTANO*
Francisco BELTRÁN LLORIS1 Javier VELAZA FRÍAS2 RESUMEN: Tras examinar la naturaleza de los conventos jurídicos de la Hispania
Citerior, desechando su condición de circunscripciones propiamente adminis‐ trativas, este trabajo pretende establecer el trazado más verosímil de los límites occidentales del convento cesaraugustano –entendidos como una agregación de territorios municipales–, sobre todo en las áreas de las ciudades vasconas, vár‐ dulas y beronas, así como las razones que motivaron la presencia de varios le‐ gados jurídicos en Calagurris a comienzos del siglo II d. E. PALABRAS CLAVE: Conventos jurídicos, convento cesaraugustano (límite occi‐
dental), legado jurídico, Calagurris. ABSTRACT: Once examined the nature of the conuentus iuridici of Hispania Cite‐
rior and discarded its condition of proper administrative districts, this paper aims to establish the most likely layout for the western limits of the conuentus Caesaraugustanus (i. e., of the territories of its municipalities), especially in the areas belonging to the cities of the Varduli, Vascones and Berones. It deals also with the reasons which explain the presence of several legati iuridici in Cala‐ gurris at the early second Century CE. KEYWORDS: Conuentus iuridici, conuentus Caesaraugustanus (western boundary),
legatus iuridicus, Calagurris. Este trabajo se inscribe en los proyectos FFI2012‐36069‐C03‐03 y FFI2011‐25113, y en el Grupo de investigación Hiberus y el el Grup de Recerca Consolidat LITTERA (2009SGR1254). Queremos expresar nuestra gratitud a los colegas J. L. Ramírez Sádaba y J. Gorrochategui por sus valiosas sugerencias. 1 Universidad de Zaragoza. Dirección electrónica:
[email protected] 2 Universidad de Barcelona. Dirección electrónica:
[email protected] *
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1.
LOS CONVENTOS JURÍDICOS DE LA HISPANIA CITERIOR
Como es bien sabido, la delimitación de los conventos jurídicos peninsu‐ lares descansa sobre el testimonio de Plinio el Viejo quien, en su descripción de las provincias hispanas, recurrió a estas circunscripciones junto con criterios geográficos y étnicos –combinados de manera diferente en cada provincia– para compartimentar con mayor precisión el espacio que debía tratar3. Resulta evi‐ dente que el naturalista tuvo acceso a documentación administrativa, segura‐ mente de época augústea4, en la que figuraban listados de las ciudades que en‐ viaban delegaciones a cada sede conventual para encontrarse con el gobernador –o con su legado– en el curso de sus giras judiciales5. Ignoramos por completo si la adscripción de las ciudades a una sede conventual era estable o, si por el contrario, podía modificarse según las circunstancias6, si bien el abundante número de epígrafes de diferentes épocas que utilizan las demarcaciones con‐ ventuales para precisar la ubicación de ciudades induce a atribuirles una cierta estabilidad7. En lo que respecta al convento cesaraugustano, como se verá des‐ pués en detalle, los límites dependen del pasaje Nat. 3, 24, en donde Plinio men‐ ciona explícitamente sólo a veintinueve de los cincuenta y cinco populi que acu‐ dían periódicamente a Caesar Augusta, circunstancia que, unida al desconoci‐ miento de la localización de algunas de esas treinta comunidades –y de la ex‐ tensión de sus territorios–, impide establecer con precisión el área dependiente de esta sede conventual8. Precisamente es el límite occidental, sobre todo en la
Sobre la descripción pliniana de Hispania, BELTRÁN LLORIS, 2007, pp. 115‐160. Las convencionalmente denominadas formulae prouinciarum desde los estudios pioneros de DETLEFSEN, 1870 y 1908 y KLOTZ, 1906; véase también BELTRÁN LLORIS, 2007, pp. 118 ss. A juzgar por los datos de Plinio para Hispania Citerior, estos listados de ciudades debían estar organizados por conventos jurídicos y, dentro de ellos, por categorías político‐administra‐ tivas y, quizás, por agrupaciones étnicas. 5 Sobre éstas, véanse los trabajos clásicos de MARSHALL, 1966, pp. 231‐246 y BURTON, 1975, pp. 92‐106. 6 Así lo sugiere, por ejemplo, LE ROUX, 2004, pp. 337‐356, espec. 343 a partir de CIL VI 1463, inscripción esta sobre la que volveremos después. 7 Conventos Tarraconense: Attacensis (CIL II, 4189); Cartaginense: Alabensis (CIL II, 4200), Segobrigensis (CIL II, 4252); Cesaraugustano: Ercauicensis (CIL II, 4203), Karensis (CIL II, 4242); Cluniense: sin origo (CIL II, 4198); Astur: ciuitas Lougeiorum (AE 1984, 553); Lucense: sin origo (CIL II, 4255); Bracarense: Coelerni (AE 1972, 282), Aquiflauiensis (CIL II, 4204), sin origo (CIL II, 4236, 4257, 4324, CIL II2/14,3, 1298). Afecta en todos los casos a comunidades poco conocidas, y a inscripciones destinadas a ser ubicadas lejos del lugar de origen de la persona mencio‐ nada como son las tábulas de hospitalidad y patronato y, especialmente, los epígrafes erigi‐ dos en Tarraco, por lo que la referencia al convento debe ser entendida como un medio de precisar geográficamente la ubicación de la comunidad de origen del afectado. 8 Véanse los ensayos de plasmación cartográfica del convento cesaraugustano realizados entre otros por H. Kiepert en el Supplementum del CIL II y por Sancho, 1981. 3 4
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zona correspondiente a las ciudades vasconas, uno de los que plantea mayores problemas. La reciente publicación del término augustal de Lecumberri y su inter‐ pretación como un posible hito correspondiente a esta frontera occidental del convento cesaraugustano, sobre las que volveremos después, ha conferido ple‐ na actualidad a este problema, planteando, además, la posibilidad de que las circunscripciones conventuales pudieran contar con una delimitación propia9, cuestión esta que, a su vez, depende en gran medida de la naturaleza específica que se atribuya a estas circunscripciones10, que es la cuestión de la que nos ocu‐ paremos a continuación. En términos generales, dos son las posturas que se oponen en lo tocante a la naturaleza de los conuentus: por una parte, la de quienes consideran que se trata de un tipo de articulación, generalizado en todo el Imperio Romano, que se encontraba fundamentalmente al servicio de las giras judiciales del goberna‐ dor, aunque pudiera desempeñar también otras funciones complementarias como la articulación del culto imperial11; y, por otra, la de quienes, en el caso concreto de la Hispania Citerior, las consideran auténticas circunscripciones administrativas con carácter territorial y dotadas de funciones plenamente ad‐ ministrativas: no sólo judiciales, sino también religiosas, censales, fiscales y de integración cultural, además de otras más polémicas como las relacionadas con el reclutamiento o las obras públicas12. Evidentemente, si se acepta la primera caracterización de los conventos, no se aprecia razón alguna para que necesi‐ taran contar con una delimitación propia, pues se trataría simplemente de una agregación de ciuitates, cuyos límites, obviamente, coincidirían con los de las ciudades que la integraban; por el contrario, ello tendría más sentido si se asu‐ me la segunda postura. En cualquier caso y más allá de esta discrepancia de fondo, resulta indis‐ cutible que los conventos jurídicos de la Hispania Citerior presentan ciertas par‐ ticularidades atestiguadas por una notable documentación epigráfica con la que, significativamente, no cuentan los de otras provincias y que pone de PÉREX Y RODRÍGUEZ, 2011, 5‐19, espec. Pp. 11 y 16. Entre la amplia bibliografía menos reciente sobre la cuestión puede verse: ALBERTINI, 1923; SANCHO, 1978, pp. 171‐194 y 1981; DOPICO, 1986, pp. 265‐283. 11 En general, HAENSCH, 1997, espec. pp. 28 ss. Para Hispania, LE ROUX, 2004, espec. pp. 354‐356, entendiéndolos también como elementos vinculados al ejercicio de las funciones judiciales del gobernador así como del culto imperial; además, ALFÖLDY, 2007, pp. 325‐356, espec. 333‐338, en especial sobre los conventos noroccidentales y la fecha augústea de establecimiento de los conventos, puesta en duda por diversos investigadores, sobre todo franceses, como TRANOY, 1981, pp. 150‐153 (flavia) y, antes, ALBERTINI, 1923, pp. 53‐54 (claudia), pero que parece definitivamente aceptada: así, LE ROUX, 2004, p. 348, pese a seguir descartando, por falso, el testimonio de la tabula Lougeiorum, sobre la cual DOPICO, 1988. 12 Así, en particular, OZCÁRIZ, 2006, p. 143. Sobre los precedentes republicanos de la organi‐ zación conventual, BELTRÁN LLORIS, 2008, pp. 123‐143. 9
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manifiesto ciertos rasgos singulares en el conjunto del Imperio Romano, acep‐ tados de manera más o menos unánime por los investigadores: en particular, la existencia de sacerdotes del culto imperial y de concilia, y, quizás, la colabo‐ ración en tareas censales13. Naturalmente no puede afirmarse que tales rasgos sean exclusivos de la Hispania Citerior habida cuenta de que la documentación que los atestigua es exclusivamente epigráfica y siempre cabe la posibilidad de que nuevos hallazgos modifiquen el estado de la cuestión. De hecho, así ha ocu‐ rrido recientemente en el caso de Lusitania gracias a la aparición en la capital provincial de un epígrafe fragmentario de época julio‐claudia dedicado al salacitano L. Cornelio Boccho por los tres conventos lusitanos, según la restitu‐ ción de los editores14, que parece implicar algún mecanismo de decisión similar a los concilia de la Hispania Citerior que hasta la fecha era desconocido fuera de esta última provincia. Mucho menos seguro, a cambio, resulta que hagan refe‐ rencia a controles fiscales de los conventos béticos –astigitano, cordubense e hispalense– los rótulos de las ánforas del Testaccio15. De cualquier forma, el abundante número de inscripciones que atestiguan actividades de los conventos en la Hispania Citerior ponen de manifiesto su mayor relevancia en comparación con otras provincias, una circunstancia, bien subrayada por P. Ozcáriz16, que parece difícil no poner en relación con la enor‐ me extensión de la provincia Tarraconense. La cuestión básica estriba en dilucidar si estas actividades respondían a una naturaleza fundamentalmente administrativa, que sería lo propio de una circunscripción territorial propiamente dicha como la provincia o la ciudad, en cuyo caso debería contar como éstas con personal específico para desarrollarlas; o si, por el contrario, los conventos desempeñaban tan sólo un papel en la ar‐ ticulación de las comunidades cívicas de la enorme Hispania Citerior17. Aunque resulta imposible, por el momento, responder a esta cuestión de manera tajante, el examen de la documentación disponible induce a inclinarse por esta última alternativa18, pues ninguna de las inscripciones relativas a los conventos contradice esta caracterización ni atestigua la existencia de funciones administrativas específicas. Aparte de los epígrafes que se sirven del convento jurídico para precisar la ubicación geográfica de una ciudad poco conocida, la
Así, por ejemplo, HAENSCH, 1997, pp. 170‐171. STYLOW y VENTURA, 2009, pp. 453‐523, espec. 486‐489: [L. Cornelio L. f. Bo]ccho / [pr. fabr. V L. Fulcini Tr]ionis cos. / curatori templi diui?] Augusti / flamini prouinc.] Lusitan. / uniuersi prouinc. co]nuentus. Sobre la figura de Boccho puede ahora verse ALMAGRO y CARDOSO (eds.), 2011. 15 Al respecto, OZCÁRIZ, 2006, pp. 91 ss. 16 OZCÁRIZ, 2006, p. 33. 17 Estos dos perfiles son los que OZCÁRIZ, 2006, p. 141 describe, muy plásticamente, como ‘descendente’ y ‘ascendente’. 18 En este sentido, por ejemplo, LE ROUX, 2004, pp. 352 ss. 13 14
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mayor parte de la documentación epigráfica consiste en dedicatorias del con‐ vento honrando a diferentes personajes19. En ellas, generalmente, aparece como dedicante simplemente el conuentus, expresión tras la que cabe suponer que subyace en realidad el concilium conventual como se explicita en una tábula de patronato de 222 d. E., en la única mención específica de este órgano20. Este concilium debe ser concebido como una asamblea de los representantes de las diferentes ciudades que acudían a la capital conventual para reunirse con el gobernador o con su legado durante sus giras judiciales por la provincia, a se‐ mejanza de los concilia provinciales21 y que, como éstos, nombraban anualmente sacerdotes para oficiar en el culto imperial22, con el título de sacerdos Romae et Augustorum23, que parece ser el encargado de ejecutar sus decisiones24. Así, la presencia del gobernador o de su legado en la sede del convento sería aprovechada por las ciudades a él pertenecientes para que sus represen‐ tantes intercambiaran puntos de vista sobre los asuntos que les concernían y pudieran presentarlos con mayor fuerza ante la máxima autoridad provincial, además de solemnizar la ocasión con ceremonias que manifestaran su fidelidad al príncipe a través del culto imperial y expresar su agradecimiento a los perso‐ najes que les hubieran prestado algún servicio o con los que desearan congra‐ ciarse. Es probable, además, que los sacerdotes conventuales acudieran también a los concilia provinciales de Tarraco, si éstos, como parece, fueron los respon‐ sables de la erección en la capital provincial de pedestales de estatua dedicados a los genios conventuales25, de suerte que pudieran servir para informar a las
Las inscripciones relativas a los conventos de la Hispania Citerior aparecen recogidas en OZCÁRIZ, 2006, pp. 32‐34. 20 CIL VI, 1454. 21 Los concilia provinciales de la Hispania Citerior son explícitamente mencionados en varias inscripciones de Tarragona (CIL II, 4255; II2/14,2, 993, 1154, 1174, 1184 con bibliografía); HAENSCH, 1997, p. 171. LE ROUX, 2009, pp. 19‐44, espec. 32 nota 67 lo entiende como una asamblea de flamines que representarían a sus respectivas ciudades, aunque no puede ex‐ cluirse que formaran parte de ellas representantes de las ciudades que no fueran sacerdotes del culto imperial. 22 Sobre los flamines de la Tarraconense sigue siendo fundamental ALFÖLDY, 1973. 23 CIL II, 2416, 2426, 4223, 6094; II2/14, 2, 1145. O, más infrecuentemente, flamen (CIL II, 3418). 24 Así en CIL II, 3412 el convento cartaginense erige en Carthago Noua una estatua a Antonino Pío curante Postumio Clarano flamine, que debe ser identificado mejor como un flamen con‐ ventual (Abascal y Ramallo, 1997, núm. 43) que como un flamen cartagenero, habida cuenta de que esta denominación está atestiguada para el flamen conventual cartaginense (CIL II, 3418). Otras personas, sin embargo, podían ser encargadas de cometidos decididos por el concilium conventual: así el legado encargado de llevar a Roma la tábula de patronato decretada en honor de Gayo Mario Pudente Corneliano por el concilium conuentus Cluniensis en 222 d. E. aparece mencionado simplemente como Valerius Marcellus, Cluniensis (CIL VI, 1454); seguramente la necesidad de ausentarse de Clunia durante un cierto tiempo para cumplir con su legación aconsejaría que no fuera el flamen quien portara la tábula. 25 CIL II2/14, 2, 821‐825, espec. 821 sobre su ubicación y cronología, ALFÖLDY, 2001, pp. 139‐ 149. 19
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ciudades que no hubieran mandado legaciones a los concilia provinciales de sus decisiones y deliberaciones. De las restantes funciones que en alguna ocasión se ha atribuido a los con‐ ventos en el reclutamiento militar, el control fiscal, las obras públicas o la elaboración del censo26, ninguna de ellas implica la dotación de personal propio ni demuestra su condición de auténticas circunscripciones administrativas. La mejor documentada de ellas, la relativa al censo, lo es gracias a un epígrafe frag‐ mentario de Constantina en el que aparece mencionado un militar que actuó como censitor [conue]ntus Cae[saraugustani]27, si la restitución del texto, muy mu‐ tilado, es correcta. Este cargo, sin embargo, no implica, evidentemente, que los conventos contaran con funciones en este sentido y personal específico para ello –como se desprende de la misma inscripción–, sino simplemente que eran to‐ mados como ámbito de acción para la elaboración de un censo28, que sería diri‐ gido por personas designadas por la administración imperial como, por otra parte, se deduce de un epígrafe del siglo II relativo al senador C. Moconio Vero, que actuó, siendo tribuno militar laticlavio de la legión VII Gémina, at censos accipi[en]dos ciuitatium XXIII[I] Vasconum et Vardulorum29. La asociación de las
Véase el estado de la cuestión de OZCÁRIZ, 2006, pp. 86‐107 con amplia bibliografía. En lo que afecta a los reclutamientos ello se desprendería exclusivamente de la coincidencia de los nombres de ciertas unidades auxiliares con los de los tres conventos noroccidentales (lu‐ cense, brácaro y astur), argumento que, desde luego, no resulta concluyente. Respecto del control fiscal, sugerido por OZCÁRIZ, 2006, pp. 91‐105 a partir de los tituli picti anfóricos, el propio autor reconoce el carácter hipotético de la propuesta y subraya que se trataría en todo caso de distritos de control y no de recaudación, y que no puede afirmarse que fuera realizado directamente por el conuentus (espec. p. 104), pese a lo cual considera que esta sería la razón por la que los conventos debían contar con una salida al mar. En cuanto a las obras públicas, finalmente, esta función se ha deducido de los miliarios del Noroeste que pre‐ sentarían ciertas diferencias en sus formularios en los diferentes conventos: OZCÁRIZ, 2006, p. 34; ESTEFANÍA, 1958, pp. 51‐57; TRANOY, 1981, p. 166. Respecto del censo, HAENSCH, 1997, pp. 170‐171 señala simplemente: “Aber auch für den census scheinen die conventus von Bedeutung gewesen zu sein”. 27 CIL VIII, 7070 o, quizá, censitori [c(iuium) R(omanorum) conu/e]ntus Cae[esaraugustani]. El texto muy mutilado dice: [‐‐‐]ionio [praep(osito) uexillationi]/bus legio[num ‐‐‐ et IIII] / Flauiae F[e]li[cis ‐‐‐ / ‐]um censitori [c(iuium) R(omanorum)? conu]/[e]ntus Cae[esaraugustani] / [‐‐‐]nt [‐‐‐ misso contra] / rebelles pro[uinc(iae)] / [‐‐‐ praef(ecto) fa]brum [‐‐‐] / ex tes[tamento] / Q(uinti) Pacili [‐‐‐] / mag(istri) p[agi 3] / l(ocus) d(atus) [d(ecreto] d(ecurionum]. 28 Según se deduce también de los datos recogidos por Plin. Nat. 3, 28. 29 CIL VI, 1463: C(aio) Mocconio C(ai) f(ilio) Fab(ia) Ver[o] / praetori, legato pr(o) p[r(aetore)] / provinciae Achaiae, t[r(ibuno) pl(ebis)], / q(uaestori) urbano, IIIuir(o) capit[ali], / tribuno laticlauio l[eg(ionis)] / VII Gemin(ae) at census accipi[en]/dos ciuitatium XXIII[I] / Vasconum et Vardulorum / uixit annis XXXVI / ex testamento. Tanto ALFÖLDY, 1969, pp. 128‐129 como PIR2 M 649 fechan la inscripción, sin seguridad, en época de Adriano o Antonino Pío, y su tribunado, en época de Adriano como pronto. Si esta datación es acertada, el censo de las veinticuatro ciudades várdulas y vasconas sería diferente del atestiguado en época de Marco Aurelio, quizá hacia 173, en un pedestal de Tarraco (CIL II2/14, 1193). No existe una fecha precisable para la ins‐ cripción fragmentaria CIL VIII, 7070, en la que se menciona a un posible censitor del convento 26
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ciudades tanto várdulas y, en consecuencia, pertenecientes al convento clunien‐ se como vasconas, integradas en el cesaraugustano, no tiene por qué ser tomada como un indicio de la transferencia de unas u otras al convento vecino30. El esta‐ blecimiento del censo era una tarea que, en las regiones más urbanizadas, recaía sobre la administración municipal y que, sólo en caso necesario, era comple‐ mentada por las autoridades imperiales a través de senadores o caballeros, sobre todo en las provincias con menor nivel urbano31. Que las ciudades vár‐ dulas y vasconas, o mejor una parte de ellas32, fuera objeto de una actividad censal conjunta indica simplemente que se encontraban próximas y que, proba‐ blemente, contaban con un nivel de organización municipal limitado. Naturalmente, es más que verosímil que los concilia conventuales pudie‐ ran servir para transmitir instrucciones a las ciudades o coordinar sus activi‐ dades en materia censal o de cualquier otro orden, función de particular utili‐ dad en una provincia tan extensa como la Hispania Citerior y dotada, además, de áreas con un limitado desarrollo municipal. Sin embargo ello queda muy lejos de convertir a los conventos en circunscripciones propiamente adminis‐ trativas. También puede valorarse la posibilidad de que las capitales conven‐ tuales contaran con instalaciones que sirvieran tanto para albergar al goberna‐ dor durante sus giras como a los representantes de las ciudades en sus concilia: de hecho, se ha sugerido, a partir de un epígrafe de Asturica Augusta dedicado por un legatus per Asturiam et Gallaeciam al Genius praetorii33 la posibilidad de que la ciudad contara con un praetorium34. Ahora bien, habida cuenta de que se trata de un testimonio único y de que aparece asociado a un legado jurídico de Asturia y Galecia, resulta más verosímil que ese edificio estuviera ligado precisamente a la residencia de ese legado en la ciudad que, desde Antonino Pío, actuaba como sede de esa demarcación judicial. La existencia de grandes foros con basílicas y dependencias anejas en varias capitales conventuales como Caesar Augusta o Clunia35, capaces de acoger al gobernador en sus giras y a quie‐
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cesaraugustano, aunque, a juzgar por la probable mención de la legión IV Flavia, debe situarse a partir de Vespasiano como pronto. Como sostiene LE ROUX, 2004, p. 343. LE TEUFF, 2010, pp. 195‐211, espec. 198‐199. Según Plinio los várdulos contaban con catorce ciuitates (Nat. 3, 26), mientras que los vascones, según Ptolomeo (2, 6, 10 y 66) alcanzaban dieciséis, muchas de ellas con un elevado nivel urbano como los municipios augústeos de Calagurris, Cascantum o Gracchurris; es probable, por ello, que las veinticuatro ciudades afectadas por el censo mencionado en CIL VI 1463 fueran sólo una parte de las treinta que se deducen de los testimonios de Plinio y Ptolomeo. CIL II, 2634. LE ROUX, 2004, p. 354; OZCÁRIZ, 2006, p. 29, valorando su existencia en todos los conventos de la provincia. El foro de Clunia medía 160 x 115 m, PALOL, 1994, pp. 28‐46; la plaza central del cesarau‐ gustano alcanzaba 103 x 54 sin contar las dependencias anejas, con las que rebasa un área de c. 170 x 160 m (F. Escudero,) HERNÁNDEZ VERA y NÚÑEZ, 2007, pp. 43‐56, espec. 54‐56.
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nes con él se reunían, deberían bastar también para acomodar las sesiones del concilium conventual. Cabe también la posibilidad de que los conventos conta‐ ran con un personal administrativo mínimo para gestionar el tabularium en el que se custodiaran las actas de las reuniones del concilium o la correspondencia oficial36, pero la falta de datos al respecto aconseja no llevar más lejos estas su‐ posiciones. En definitiva, los conventos jurídicos aparecen a través de la documen‐ tación disponible más como una instancia de coordinación de las ciudades entre sí –es decir como un elemento de articulación de los provinciales– que como una circunscripción dotada de funciones propias al servicio de la administra‐ ción provincial o imperial y, en consecuencia, volviendo al problema del que arrancan estas reflexiones, resulta altamente inverosímil que para cumplir con esa finalidad requiriera contar con una delimitación territorial propia diferen‐ ciada de la de las ciudades. 2.
LOS LÍMITES DEL CONVENTVS CAESARAVGVSTANVS
En tales circunstancias, si los conventos no tenían, como nosotros enten‐ demos, un territorio propio y diferente del que les confería la suma de los te‐ rritorios de las ciudades que los integraban, no parece esperable que se llevaran a cabo en ellos operaciones de delimitación como la terminatio o la definitio, que conocemos bien, sin embargo, para otras entidades jurídicas37. De hecho, y aunque para este particular no contemos con evidencias positivas, es altamente probable que no existiese una forma conuentus comparable a las formae provin‐ ciarum, puesto que la composición conventual podía perfectamente expresarse mediante una simple lista de ciudades muy parecida a las que Plinio parece conocer y emplear para su descripción. Así pues, tampoco parece verosímil que el territorio de un conuentus fuese indicado con marcas sobre el terreno como lo eran, por ejemplo, las propie‐ dades particulares, las colonias, los terrenos militares o, quizás en algún caso también, las propias provincias. Por lo que se refiere al conuentus Caesaraugus‐ tanus, dos son los termini Augustales conocidos hasta ahora para los que se ha propuesto un valor de delimitadores conventuales: el primero de ellos38, hallado en la ermita de Nuestra Señora de los Remedios, en Colmenar Viejo, marcaba probablemente el límite entre las ciudades de Complutum y Mantua. El hecho de que la primera de ellas perteneciese al convento cesaraugustano y la segunda al Así LE ROUX, 2004, p. 354. Véase al respecto, por ejemplo, ARNAUD, 2006, pp. 67‐79. 38 STYLOW, 1990, pp. 307‐344, espec. 317‐323. 36 37
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cartaginense debe considerarse estrictamente una coincidencia, como ya indicó el primer editor de la pieza, A. Stylow. Y en el mismo sentido creemos que cabe interpretar también el segundo de los testimonios, el término augustal re‐ cientemente hallado en Lecumberri que han dado a conocer Mª J. Peréx y J. Rodríguez Morales39. Como han señalado adecuadamente los editores, la ubicación de la pieza viene a coincidir con la zona en la que cabe situar la fron‐ tera histórica entre los Várdulos y los Vascones y, tal vez también como vere‐ mos después, la delimitación entre los conventos cesaraugustano y cluniense. Sin embargo, más allá de la pura coincidencia, no parece haber motivo para pensar que lo que se separaba con el término augustal de Lecumberri era otra cosa que el territorio de dos ciudades contiguas: en este extremo las hipótesis, prudentemente señaladas por los editores, de que dichas ciudades fuesen Pompelo y Oiasso, ambas pertenecientes al conuentus Caesaraugustanus, o bien una de ellas y otra del ámbito várdulo pueden considerarse de peso semejante y, por el momento, resulta imposible decantarse definitivamente por una de ellas. Pero, en todo caso, lo que debe descartarse, a nuestro juicio, es que el terminus fuese grabado para marcar un presunto territorio conventual. Nuestro dossier de termini Augustales hispánicos, recientemente puesto al día por J. M. Abascal40, es lo suficientemente explícito como para afirmar que ese tipo de marcas estuvieron siempre destinadas a otras funciones delimitativas distintas de la conventual. En consecuencia, la cuestión de los límites entre conventos se convierte en la cuestión de los límites agregados de sus respectivas ciudades. Pero, si bien ello parece simplificar el problema cuando se trata de llevar a cabo descrip‐ ciones generales o teóricas, no lo hace en absoluto a la hora de realizar una car‐ tografía precisa de esos límites. Poner sobre el mapa el límite entre dos co‐ nuentus supone a menudo tomar decisiones comprometidas, basadas en testi‐ monios escasísimos o nulos de las fuentes literarias y epigráficas y recurriendo a argumentos de orden geográfico, étnico, lingüístico o de cultura material de valor casi siempre discutible. En sustancia, se trata de dar respuesta a una pregunta de enorme dificultad, a saber, cuál fue el criterio o los criterios que los romanos aplicaron a la hora de establecer los conventos. ¿Fueron siempre cri‐ terios semejantes o acaso cambiantes, siguiendo la sentencia de Estrabón en virtud de la cual los romanos modificaban sus divisiones geográficas según la
Ter(minus) Aug(ustalis); PÉREX y RODRÍGUEZ, 2011, pp. 5‐19, espec. 11, donde los autores plantean la pregunta de si era necesario marcar el límite conventual o bastaba con los hitos terminales de las ciudades, y 16, en donde concluyen que la primera posibilidad es la más probable, sin descartar que correspondiera a un hito entre los territorios de dos ciudades. 40 ABASCAL, 2008, pp. 77‐93. Al respecto pueden verse también LE ROUX, 1994, pp. 37‐51 y más recientemente los trabajos de MAYER, 2004, pp. 7‐22 y Mayer, en prensa (agradecemos muy sinceramente al autor que haya puesto a nuestra disposición el manuscrito de este trabajo). 39
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conveniencia o la necesidad41? ¿Se adecuaron los conventos a los territorios más o menos tradicionales de los pueblos autóctonos, como algunos autores han ve‐ nido indicando? ¿O bien, como prefieren otros, fueron más bien criterios geo‐ gráficos o de comunicación los que primaron? ¿Siempre? ¿Cuándo? ¿Dónde? La mejor prueba de la dificultad con la que afrontamos estas cuestiones todavía en nuestro momento es el hecho de las diferentes soluciones que han adoptado quienes se han visto en la tesitura de cartografiar los conventos hispa‐ nos y, por lo que aquí nos hemos propuesto, analizar, el límite occidental del cesaraugustano. La primera referencia que hemos de tomar es, sin duda, la dis‐ tribución que llevó a cabo Hübner de los capita del Corpus Inscriptionum Lati‐ narum. Si bien el gran epigrafista alemán no hizo explícita una justificación prolija de todos sus decisiones, parece evidente que éstas se fundamentaron, siempre que ello fue posible, en el texto de Plinio. Así se explica, por ejemplo, que los várdulos –junto con los cántabros– se incluyan en el convento cluniense, respondiendo a la indicación pliniana in Cluniensem conventum Varduli ducunt populos XIIII42. También en el cluniense incluyó Hübner Tritium Magallum, en esta ocasión por su errónea convicción de que los autrigones y los berones eran el mismo pueblo y, por lo tanto, idénticas las ciudades de mismo nombre que Plinio y Ptolomeo adjudican respectivamente a uno y otro43. Y en la práctica, esa exclusión supuso también la de Libia y la de Vareia, las otras dos ciudades que Ptolomeo44 menciona entre las de los berones. Por otra parte, en el extremo septentrional el límite de Hübner alojó en el cluniense la ciudad de Oiasso, que Ptolomeo menciona como vascona. La distribución conventual que Hübner estableció –y que hay que suponer que aceptó y aprobó también Mommsen– fue cartografiada en el volumen suplementario por H. Kiepert en un mapa que se hizo clásico. Sin embargo, en su trabajo sobre las divisiones administrativas de la His‐ pania romana publicado en 1923, E. Albertini propuso una distribución dife‐ rente. Por lo que se refiere a la zona que nos interesa45, dos fueron las nove‐ dades más principales que introdujo: la primera, la inclusión de Oiasso en el cesaraugustano, en razón de su carácter de ciudad vascona garantizado por Plinio y por Ptolomeo. E. Albertini pensaba todavía que Oiasso era la actual Pasajes, y ubicó la hipotética frontera marítima entre conuentus entre el río Bidasoa y el territorio de los várdulos. La segunda novedad fue la inclusión en el cesaragustano de todo el territorio berón, en razón de la identificación de Libia en Herramélluri y de la mención de ésta por parte de Plinio entre las ciu‐ dades estipendiarias del convento. Como puede verse, E. Albertini basaba sus 43 44 45 41 42
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Strab. 3, 4, 19. Plin. Nat. 3, 26. CIL II, p. 394. Ptol. 2, 6, 54. También discutió en detalle la ubicación de Segontia: ALBERTINI, 1923, pp. 99‐100.
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argumentaciones en la suposición de que para el establecimiento de los con‐ ventos se había atendido principalmente a razones de geografía étnica, y que la mención de una ciudad en un convento permite extrapolar que el resto de las ciudades de la misma etnia se incluía en el mismo convento. E. Albertini no se planteó, sin embargo, uno de los problemas más espinosos del debate, el de las fronteras entre vascones y várdulos o entre éstos y los berones, fronteras que, siguiendo su criterio, habían de constituir también los límites del convento. Sin embargo, si observamos la línea de su mapa en ese punto concreto, es probable que siga la linde entre las actuales comunidades de Navarra y el País Vasco. En cualquier caso, hay que señalar que el mapa establecido por E. Albertini superó pronto en fortuna al de H. Kiepert, y puede decirse que hasta nuestros días es el más reproducido en los trabajos de tipo general o incluso en algunos espe‐ cíficamente dedicados a las divisiones administrativas hispanas. Una postura discrepante es, no obstante, la representada por la Tabula Imperii Romani, que en su hoja K‐30 incluye un convento completo, el cluniense, y los territorios colindantes del conuentus Asturum, el Carthaginiensis y el Caesa‐ raugustanus. En el mapa que acompaña al volumen los límites entre cluniense y cesaraugustano siguen una línea que, a juzgar por la descripción que se hace en la introducción, parece obedecer esencialmente a criterios geográficos: “A partir de la Sierra de Guadarrama, la frontera recorre las Sierras de Somosierra, Ayllón, Altos De Barahona, Moncayo, Picos de Urbión, Demanda, Montes de Oca, valle del río Zadorra, Montes de Vitoria, Sierras de Urbasa y Andía y valle del río Oyarzun hasta el Cantábrico46“. Esta descripción conlleva varias nove‐ dades: en primer lugar, la inclusión de todo el territorio de los Várdulos. De la misma manera, se incorpora el territorio de los Berones, hasta incluir Libia, pero la línea llega a incluir Segisamunculum, ciudad que Ptolomeo menciona como autrigona. En realidad la justificación de tales decisiones no se hace expresa en ninguna parte de la obra, cosa que hubiera sido muy de desear47. En sustancia, los puntos conflictivos del límite noroccidental del convento Cesaraugustano son tres, a saber: en primer lugar, si hay que incluir o no la ciu‐ dad de Oiasso –y, secundariamente, cuánta parte de costa cantábrica supondría la respuesta positiva–; segundo, la adscripción del territorio várdulo al con‐ vento cesaraugustano o al cluniense; y, en tercer lugar, a qué altura del curso del Ebro habría de situarse el límite entre ambos conventos, lo que supone decidir a cuál de los dos pertenecían las ciudades beronas. Hay que anticipar que los datos con los que contamos para afrontar estas tres cuestiones son di‐ versos en cantidad y en calidad, de modo que, posiblemente, nuestras respues‐ tas a todos ellos no podrán ser igualmente sólidas. Por lo demás, existe también una restricción de principio de la que siempre hemos de ser conscientes: resulta TIR K‐30: 9. Sobre algunos criterios seguidos en el proyecto de TIR para la delimitación conventual puede verse el trabajo de CEPAS, 1995‐96, pp. 143‐151.
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perfectamente posible que las fronteras conventuales, como ocurre con algunas de las provinciales, sufrieran variaciones a lo largo del tiempo, pero nuestros datos son demasiado escuetos como para permitirnos apreciar con finura tales detalles. Por otro lado, como es bien sabido, es muy alta la probabilidad de que a lo largo de la época imperial algunos de los pueblos involucrados en nuestra cuestión experimentasen modificaciones en su territorio, singularmente los vascones. Nuestro objetivo aquí, sin embargo, se circunscribe a describir la situación en el momento de establecimiento de los conventos, es decir, en la época de Augusto, por más que sea imprescindible para ello recurrir a fuentes algo más tardías. Por lo que se refiere a la adscripción de la ciudad de Oiasso, el criterio prevalente ha de ser, a nuestro modo de ver, el aplicado por E. Albertini, esto es, el carácter vascónico garantizado por los testimonios de Ptolomeo y Plinio. Hasta donde podemos confiar en Plinio, parece que en su época todas las ciudades vasconas estaban incluidas en el cesaraugustano, de lo que se des‐ prende que Oiasso también debía de pertenecer al listado48. A ellos hay que aña‐ dir también el refuerzo, por mínimo que sea, de la onomástica, representada por el topónimo de la propia ciudad y por el antropónimo Valerius o Valeria Beltesonis de la estela de Andrerregia49, ambos de clarísima filiación vascónica50. En su conocido trabajo sobre los conuentus de la Citerior, P. Ozcáriz ha dado una razón suplementaria, la de que esa adscripción proporcionaba al cesaraugus‐ tano una salida al mar51; la constatación es muy interesante, pero quizás deba considerarse más como una consecuencia que como la auténtica causa de que Oiasso perteneciese a nuestro convento. La cuestión de qué extensión de la costa cantábrica habría de atribuirse como consecuencia al cesaraugustano podría responderse diciendo que toda aquella que correspondiera al territorium Oiasso‐ nense, pero concretar este territorium no está en nuestra mano con los conoci‐ mientos actuales. Es muy verosímil que en él se incluyera, desde luego, la loca‐ lidad actual de Oyarzun con su río homónimo, y probablemente la desemboca‐ dura de éste podría marcar el límite de la ciudad y, en consecuencia, del co‐ nuentus. En lo tocante al territorio de los várdulos, parece sensato seguir también aquí la descripción pliniana e incluirlo por completo en el convento Cluniense, esto es, aceptar, como ya se ha señalado, que en este tramo el límite conventual se fijó siguiendo una distribución territorial étnica que, seguramente gozaba de una larga tradición. Ello nos obliga, de resultas, a plantearnos un problema no menos complejo y sobre el que se ha escrito ya mucho, el de dónde se ubicaba la Que Oiasso fuera vascona ha sido puesto en tela de juicio por JORDÁN, 2006, pp. 81‐110, esp. p. 92. 49 EE VIII, 1897, pp. 78‐79. 50 RAMÍREZ SÁDABA, 2009, pp. 127‐143, esp. 133‐134. 51 OZCÁRIZ, 2006, p. 114. 48
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frontera entre várdulos y vascones52. Para responder a esta cuestión no conta‐ mos a día de hoy con más evidencias de las que se han venido empleando, pero quizás debamos valorarlas de una manera algo distinta. Como es bien sabido, los dos elementos que se han puesto más frecuentemente en juego a este res‐ pecto son el de la onomástica –en especial la personal– y el de la iconografía de las estelas funerarias. De buen principio, parece evidente que no puede otor‐ garse la misma importancia a uno que a otro. El hecho de que el conjunto epi‐ gráfico de la zona del valle de Codés, Gastiain, Larraona, Marañón y Zúñiga, todos ellos lugares de la actual Comunidad Foral de Navarra, tenga evidentes concomitancias con los documentados, ya en la provincia de Álava, en Con‐ trasta, Luzcando y lugares próximos, tiene su razón de ser sin duda en la exis‐ tencia de tradiciones culturales semejantes que se plasmaron en época imperial gracias a la actividad de varias oficinas lapidarias de similar escuela. Pero toda‐ vía más relevante es el hecho de que la antroponimia de esas zonas sea mani‐ fiestamente coherente y de raigambre claramente indoeuropea, por contraste con la onomástica, especialmente la teonimia, pero también la antroponimia, que se documenta en la zona indiscutiblemente vascónica de Tierra Estella y la Navarra Media53. Si para las zonas mencionadas la situación ha sido ya suficientemente descrita en trabajos anteriores, algo semejante puede afirmarse para la zona norte de la sierra de Urbasa, la Sakana. Allí los testimonios son muy escasos: hasta hace poco tiempo sólo se conocía una inscripción de Olazagutía en la que, pese a algunas dificultades de lectura, se identificaba un antropónimo de raíz claramente indoeuropea Seg‐. A ella hay que añadir ahora un nuevo ejemplar, todavía inédito, aparecido en la iglesia de Nuestra Señora de Lázkoz (Konze‐ zio), perteneciente al despoblado de Lázkoz, en el municipio de Etxarri‐ Aranatz: se trata del epígrafe funerario de un personaje llamado Calaetus Serani f(ilius)54 que parece ratificar el predominio de ese mismo tipo de onomástica, cuyo primer elemento es claramente céltico y, por lo tanto, difícilmente expli‐ cable como vascónico. En resumidas cuentas, y mientras no contemos con nue‐ vos testimonios que contradigan este panorama, parece pues indicado atribuir las zonas mencionadas al territorio várdulo y, en consecuencia, también al con‐ vento cluniense. La tercera cuestión en la que conviene que nos detengamos es la que atañe al territorio de los berones. Como ya se ha dicho, Ptolomeo menciona sólo tres ciudades correspondientes a dicho pueblo, Vareia, Tritium y una tercera que en los códices del geógrafo aparece como όλίβα o bien όλίβαρ. La communis opinio acepta que éstas son variantes textuales que corresponden a una forma original Véanse, entre otros, los trabajos de EMBORUJO, 1987, pp. 379‐393; EMBORUJO, SANTOS y ORTIZ DE URBINA, 1992, pp. 449‐468. 53 Contra lo que propone CANTÓN, 2009, pp. 423‐455. 54 Velaza, en prensa. 52
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Libia, con lo que estaríamos ante la ciudad que Plinio menciona como esti‐ pendiaria del convento cesaraugustano y el Itinerario de Antonino como mansio situada entre Tritio y Segisamunclo55. Así las cosas, tendríamos que Libia, en la actual Herramélluri, sería ciudad berona y del conuentus Caesaraugustanus, lo que, tanto por su situación como por su comunidad étnica, conducirían a pos‐ tular que Tritium, Vareia y el resto de las ciudades beronas pertenecerían al mis‐ mo convento. Sin embargo, ello no resuelve del todo la cuestión, puesto que deja pendiente la delimitación del territorio de este pueblo, sobre todo en sus límites con los várdulos y carietes o caristios. La escasez de datos es aquí aún más acusada si cabe: en todo caso, a juzgar por los indicios de orden geográfico, lo más verosímil es que el convento cesaraugustano incluyese también la zona de la Rioja Alavesa. En resumidas cuentas, y por recapitular, el trazado más verosímil de la frontera noroccidental del conuentus Caesaraugustanus sería, a nuestro modo de ver, la que se plasma en el Mapa adjunto a este trabajo. La línea azul indica la delimitación propuesta por E. Hübner y H. Kiepert, con la exclusión de Oiasso y del territorio berón –nótese que es sólo conjetural en lo tocante a la zona fronteriza entre Navarra y Álava, porque en ese punto el mapa mencionado es muy impreciso–. La línea verde representa el mapa de E. Albertini, con la inclusión de Oiasso, de los Berones y la delimitación del territorio vascón en la frontera navarra actual. La línea amarilla señala los límites propuestos por la Tabula Imperii Romani, que suponen la sorprendente e injustificada incorpora‐ ción de los várdulos e incluso de la autrigona Segisamunculo. Por fin, la línea de color rojo representa nuestra propuesta y supone la demarcación del territorio vascón desde Oiasso, dejando fuera la sierra de Urbasa y los valles de Lana y Codés para incorporar después el territorio de los berones. Esta delimitación conventual es también la que se aplicado a la nueva edición del Corpus Inscriptionum Latinarum para el fascículo 14 consagrado al Conuentus Caesarau‐ gustanus que estamos a punto de concluir. 3.
CALAGURRIS, ¿(SUB)SEDE CONVENTUAL?
Un último problema que vale la pena tomar en consideración respecto de la parte occidental del convento cesaraugustano es el papel desempeñado por el municipio augústeo de Calagurris en la administración de la justicia por parte del gobernador y su legado. Tal cuestión se ve suscitada por la confluencia de una epístola del año 119 dirigida por el legado jurídico Tiberio Claudio Cuar‐
Sobre Libia ver las diferentes contribuciones en ÁLVAREZ, 2006.
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tino (cos. suf. 130)56 a los pompelonenses, fechada en Calagurris57, y por el nom‐ bramiento como patronos de esta ciudad de otros dos legados jurídicos de los años previos58, que ha conducido a sugerir que la ciudad fuera una especie de subsede conventual en las giras judiciales del gobernador y su legado59 o, in‐ cluso, la posibilidad de que hubiera sido sede de un convento jurídico propio60. Los datos disponibles acerca de la actividad del legado jurídico provincial en el período previo a su circunscripción a Asturia y Galecia, a partir de Anto‐ nino Pío, indican que ejercía su jurisdicción en toda la provincia, allí donde el gobernador le encargara que actuara61, si bien desde fines del siglo I los escasos datos disponibles –que podrían conformar una falsa impresión– lo sitúan fun‐ damentalmente en las regiones interiores y occidentales de la provincia, perte‐ necientes a los conventos cesaraugustano, cartaginense, cluniense y bracarau‐ gustano62, quizás anticipando su posterior concentración en la parte norocci‐ dental de la provincia y dejando para el gobernador las zonas más orientales de la Tarraconense como parece haber ocurrido a comienzos del Principado, a juzgar por el testimonio de Estrabón63. ¿Cabría suponer que en este contexto el antiguo municipio romano augústeo de Calagurris, una ciudad bien situada en la red viaria para acceder tanto hacia Clunia y las regiones más occidentales del convento cartaginense cuanto, a mayor distancia, a los conventos noroccidentales hubiera servido de sede temporal para el legado jurídico? Sin duda las transformaciones derivadas del edicto de Vespasiano concediendo el ius Latii a las Hispanias y su pro‐
PIR2 C 990; ALFÖLDI, 1969, pp. 79‐81; SYME, 1989, pp. 241‐259, espec. 252‐253: Cuartino fue legado jurídico entre c. 117‐119. 57 CIL II, 2959; sobre los aspectos jurídicos D’ORS, 1953, pp. 353‐355; una extensa bibliografía en Lassard y Koptev. 58 G. Glitius Atilius Agricola (cos. suf. bajo Nerva), PIR2 G 181; ALFÖLDY, 1969, pp. 75‐76: legado jurídico entre c. 85‐88, atestiguado como patrono de Calagurris en una inscripción fragmen‐ taria de su patria, Augusta Taurinorum, CIL V, 6987; y T. Iulius Maximus Manlianus… (cos. suf. 112), portador de un largo poliónimo, PIR2 I 426; ALFÖLDY, 1969, p. 78: legado jurídico entre c. 100‐103, a quien le dedican una inscripción como patrono los calagurritanos en su ciudad natal, Nemausus, CIL XII, 3167. 59 ESPINOSA, 1984, pp. 175‐182; y antes MACELDERRY, 1919, pp. 86‐94, espec. 89. 60 OZCÁRIZ, 2006, pp. 35‐39. 61 ALFÖLDY, 1969, pp. 236‐243; 2007, 330‐332, incluyendo a Q. Gargilio Macro Aufidiano, cuyo desempeño data en 79/81 o 96/98 (CIL II2/14,2, 983); HAENSCH, 1997, 485‐487, con el posible caso de un legado jurídico de nombre incompleto atestiguado en Pollentia, HEp 2, 1990, 60; NAVARRO, 1999, 443‐465, espec. 455‐457. A éstos hay que añadir a [‐‐‐ Fu]ndanus Augustanus Alpinus, comprobado en la Lex riui Hiberiensis de época adriánea, que frente a su caracteri‐ zación como gobernador en BELTRÁN LLORIS, 2006, pp. 147‐197, espec. 162‐164, resulta mu‐ cho más razonable identificar como legado jurídico: NÖRR, 2008, pp. 108‐187, espec. 110; LE ROUX, 2009, p. 21; BELTRÁN LLORIS, 2010, pp. 21‐40, espec. 33‐34. 62 ALFÖLDY, 1969, p. 238. 63 Strb. 3 4, 20; ALFÖLDY, 1969, pp. 241‐242. 56
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gresivo desarrollo durante el período flavio64 hubieron de provocar un aumento de la actividad judicial en las regiones hasta ese momento menos municipali‐ zadas de la provincia que pudo hacer conveniente tal emplazamiento para el legado. La ciudad contaba con un conjunto monumental adecuado para ello, que incluía incluso circo y anfiteatro65, a alguno de cuyos edificios deben corres‐ ponder los excepcionales hallazgos epigráficos de la Avda. de la Estación 4, datados verosímilmente en época flavia66. Tal circunstancia no tuvo por qué implicar la supresión de la condición de sede conventual de Caesar Augusta, ni mucho menos la creación de un ‘convento jurídico calagurritano’ del que no existe testimonio explícito alguno y que, des‐ de luego, no hubiera pasado desapercibido para Plinio el Viejo que, como es bien sabido, ejerció como procurator Augusti en la Hispania Citerior67. De hecho, Caesar Augusta siguió recibiendo las visitas del legado jurídico, como cabe de‐ ducir de la intervención de Fundano Augustano Alpino en el conflicto entre cascantenses y cesaraugustanos que refleja la Lex riui Hiberiensis durante el reinado de Adriano68, mantuvo su capacidad de atracción en el seno del con‐ vento como queda de manifiesto, por ejemplo, por el desempeño del flaminado de la colonia por la osicerdense Porcia Materna, antigua flamínica provincial, hacia 120‐14069 y siguió despachando flamines conventuales a la capital provin‐ cial como se deduce, indirectamente, del importante listado de cesaraugustanos que fueron promovidos a la condición de flamen provincial a lo largo del siglo II y que constituyen el contingente más importante de la provincia después de Tarraco70. No resulta fácil dilucidar si Calagurris actuó simplemente como base temporal para los desplazamientos del jurídico por las zonas interiores de la provincia o si se convirtió también en sede de su actividad jurisdiccional, papel para el que, desde luego dentro del convento cesaraugustano, ocupaba una posición demasiado excéntrica. De hecho, no tenemos constancia de que así fuera71: la epístola de Cuartino no demuestra que a Calagurris acudieran lega‐ ciones de las ciudades para encontrarse con el jurídico, en cuyo caso, obvia‐ mente, no hubiera sido necesaria la redacción de la epístola a los pompelo‐ nenses, en la que, por cierto, no se mencionan legati y que, además, no instruye Sobre el cual ANDREU, 2004. ESPINOSA, 1984, pp. 179‐182, sugiriendo la posibilidad de que la elección de Calagurris como residencia pudiera tener que ver con su condición de patria del retor Quintiliano. 66 VELAZA, 2011, 115‐121: [Imp(erator‐) [‐‐‐] / Aug(ust‐) V[espasian‐?]; []um; [‐‐‐]ARVSA[‐‐‐]. 67 PIR2 P 493; Plin. Ep. 3, 5, 17, hacia 73. 68 BELTRÁN, 2006. 69 CIL II, 4241; ALFÖLDY, 1973, 96. 70 ALFÖLDY, 1973, 20‐21; BELTRÁN LLORIS, 2013, 641 ss. 71 Frente a lo que parece suponer OZCÁRIZ, 2006, 37. 64 65
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ni resuelve un caso, sino que se limita a despejar las dudas de los magistrados del municipio latino pompelonense sobre el desarrollo de los procesos en con‐ tumacia72. Por todo ello consideramos más probable que Calagurris no desempeñara el papel de subsede conventual, sino de mera residencia temporal del legado jurídico, quizás para pasar el invierno –la carta de Cuartino está fechada en octubre– en un lugar apropiado para desplazarse hacia las sedes conventuales de Caesar Augusta y Clunia, y más accesible para los provinciales que habitaban en las regiones interiores de la provincia, justamente en el período previo a su concentración en los conventos noroccidentales de Asturia y Galecia a partir de Antonino Pío. 4.
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Fig. 1 Propuestas para el límite occidental del convento jurídico cesaraugustano
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Cuadernos de Arqueología Universidad de Navarra, 21, 2013, págs. 73 – 79
NOTAS SOBRE ONOMÁSTICA DE ÉPOCA ROMANA RELACIONADA CON EL TERRITORIO NAVARRO
Carmen CASTILLO GARCÍA1 RESUMEN: Se ofrece aquí un conjunto de observaciones puntuales cuyo objetivo
es destacar la necesidad de conectar estudios que se limitan a una etnia deter‐ minada para obtener una visión que explique mejor las relaciones entre ellas. Y se apuntan algunas conclusiones que requerirán una investigación futura más amplia. PALABRAS CLAVE: Poblaciones prerromanas en la Península Ibérica, Onomástica
personal, toponimia ibérica, proceso de Romanización. ABSTRACT: This paper presents punctual observations about the necessary
connection in and about particular prerroman Iberian populations, intended to better knowledge of the Iberian ethnical composition specially the so‐called vasco‐aquitanos, and other populi. KEYWORDS: Prerroman populations in Iberia, personal onomastics, Iberian
toponimy, Romanization. 1.
ONOMÁSTICA VASCO‐AQUITANA Y ROMANIZACIÓN
La famosa estela de Lerga sigue siendo, hoy por hoy, el specimen más “pu‐ ramente vascónico” del territorio navarro, en razón de la onomástica de los personajes en ella inscritos: Umme, Sahar(i) fi(lius) y Narhungesi Abisunhari filio, relacionada con la aquitana (IRMNa 50). Universidad de Navarra. Dirección electrónica:
[email protected]
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CARMEN CASTILLO GARCÍA
El elemento Abisun aparece en un epígrafe hallado en Izcue (Navarra) como parte del nombre de un Pompaelonensis: Valeri Badan Abisunsonis f. (AE 1998, 776: Gorrochategui, 2006: 132 lo incluye entre los nombres vasco‐aquí‐ tanos). Merece la pena fijar la atención en el hecho de que algunos de estos ele‐ mentos onomásticos figuran también en otros lugares: Altus D(u)sanharis y Se‐ ranus Naru[nghesi f.?] en Sofuentes (ERZ 39 e HEp5, 931); formaciones similares encontramos en Valpalmas (Zaragoza): P. Calpurnius Serhuhoris (HEp5, 936, Calpurnia se llamaba la madre de Aemilius Seranus en Andelos: CIL II, 2967) y en Oyarzun (Guipúzcoa): Val(erius) Beltesonis (HAE 2464 conservada en el Museo de San Telmo)2. Todos ellos reflejan una contaminación con la onomástica ro‐ mana, aunque en distintas fórmulas: cognomen latino + filiación indígena en los epígrafes de Sofuentes, y otra en la que figuran ya nomina muy comunes –Cal‐ purnius, Valerius– e incluso praenomina en los otros casos. Cabe añadir a estos ejemplos el sobrenombre Ibarra, que pervive, y que llevaba un individuo llamado L. Iulius Lascivi (f.) Ibarra en inscripción hallada en Palenzuela (Cáceres) en pleno territorio vetón (Callejo, 1967: 107 y ss); aunque Mª L. Albertos (Albertos, 1970) pensaba que este individuo tenía la ciudadanía romana, no hay señal clara de que fuera así. Respecto a él, la mencionada inves‐ tigadora (Albertos, 1970) recuerda la existencia de cohortes Vasconum lectae a Galba (Tac. Hist. 1, 33), el hecho de que César tuvo guardia hispana (Caes. BCiu. 1, 68) y la existencia de una conocida manus Calagurritanorum en el ejército de Octaviano (Suet. Aug. 49). Son datos que pueden servir para indagar en la progresiva romanización de este territorio. 2.
GRUPOS FAMILIARES CÉLTICOS: LOS AMBATI Y SUS RELACIO‐ NES
Ambatus es uno de los nombres célticos frecuentes en la epigrafía hispana; parte de ellos corresponden a hallazgos en el territorio navarro limítrofe con Álava. Ambatus Celtus, padre de una Doitena (IRMNa 53 de Marañón); Ambatus, padre de Doiterus (IRMNa 55, Marañón), Iunia Ambata, hija de un Vironus (IRMNa 45 de Gastiain); Ambata, madre de un Sempronius (IRMNa 48 de Gas‐ tiain) y Porcia Ambata, hija de un Segontius (CIL II, 5829 de Gastiain). Es probable
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BARANDIARÁN, 1968, p. 200 y ss lo analiza como compuesto de Beltz ‘negro’ y el sufijo –son (‐xon) y dice que es más aquitano que vasco meridional. De él se ha ocupado también NAVARRO, 2009, p. 295.
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que estos Ambati pertenezcan al grupo de los Ambatici, documentados en la cornisa cantábrica (Ambatus Pentoviecus Ambatig(um) Pentovi f(ilius) en Luriezo, Santander, en AE 1960, 20) y en Ávila (Vernaculus Ambatic(um) Modesti (filius): Knapp, 1992: 95 = HEp1, 79). La enumeración de los Ambati de Navarra, aunque no muy amplia, per‐ mite vislumbrar la tendencia a emparentar con familias del mismo origen, asen‐ tadas en la misma población o en lugares próximos3. Entre ellos cabe destacar la presencia de Doiteri / Doiteni, nombre muy extendido, con diversas variantes, en las actuales provincias de Santander, León y también en el Principado de Asturias. Mª L. Albertos señaló su presencia entre los vaceos y los vetones, añadiendo que los navarros son los más orientales4. Entre ellos merece especial atención Doiterus Elicomele (?) documentado en Marañón5, cuyo segundo elemento recuerda al jinete Ordumeles de la turma Salluitana del Bronce de Áscoli, del 89 a. C. (CIL I, 709); el radical Ordu, docu‐ mentado en un epígrafe reutilizado en Muez, ha sido discutido ya en otros lugares (Castillo, 1992: 122). Por otro lado, el proceso de romanización de este grupo, que se refleja en la onomástica de Iunia Ambata, Porcia Ambata y de la Ambata casada con un Sem‐ pronius, ya antes tratada, es similar al que hemos visto en los grupos de origen vasco‐aquitano; también aquí los nomina latinos corresponden a los más fre‐ cuentes en esta zona. El proceso se refleja igualmente en la fórmula onomástica de Minicia Aunia Segonti f(ilia) documentada en Gastiain (CIL II, 5228). Quiero referirme por último a la presencia de un Vironus entre los pa‐ rientes de los Ambati: Vironus es un nombre especialmente frecuente en la zona astur (Untermann 1975: nº 85): estamos en la cornisa cantábrica. Señala Mª L. Albertos (Albertos, 1985: 302), que se encuentra además entre los vetones de Salamanca y entre los vadinienses6, aunque principalmente se documenta en Cantabria (Albertos 1970: 177). Con él se relaciona sin duda el topónimo Viro‐ vesca (Briviesca, Burgos).
Otra hija de un Segontius en el mismo Gastiain: (CIL II, 5828) y otro hijo de un Segontius en Zúñiga (HEp3, 269). 4 ALBERTOS, 1985, p. 282. De la presencia del arcaico sufijo alternante –teros /–tena, deduce que quizá responda al latín Gemellus, hipótesis algo arriesgada que mantiene en ALBERTOS, 1983, p. 865. Otras menciones de los nombres que nos ocupan se encuentran en unos epígrafes procedentes de Ávila, cuya lectura presenta dificultades. A mi entender, en uno de ellos (HEp4, 71), empotrado en la muralla, debe leerse Dobitericum Abuci f.; en otro (HEp4, 72): Am‐ bato pat(ri) et filio / Valaecio / et Cabura[e] / uxori. 5 Lectura de Baraibar recogida por ALBERTOS, 1970, pp. 133 y 143. 6 Cangilus Virono avunculo suo segisami f. Va(diniensi), en Villa Padierna (ALBERTOS 1983, p. 866). 3
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Lo anotado hasta aquí da cuenta de la ambigüedad de la afirmación hecha por Livio, que –aunque se refiere a tiempos más antiguos– escribe en época de Augusto: Celtiberia media inter duo maria est (Liv. 28, 1, 4). 3.
EL ELEMENTO URK‐ EN LA ONOMÁSTICA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Una mirada sobre los nombres propios de la Península, permite establecer el elemento URK‐ como algo común en la onomástica personal de Iberia desde muy antiguo: así lo muestran los nombres de dos magistrados monetales de Obulco, en la Bética, datados en el siglo II a. C. (Curchin, 1990: nºs 190 y 197 respectivamente). La presencia del nombre personal Urchail, también en la Bética (CIL II, 1087 de Alcalá del Río, Sevilla), debilita la hipótesis de que la grafia Urchatetel del epígrafe de Andelo (CIL II, 2967 de Andión, Navarra) suponga una variante “vascónica”7. Por otro lado, la conocida indistinción en la grafía de los guturales (so‐ nora/sorda) en algunos alfabetos antiguos, como ocurre por ejemplo en el etrusco (del que deriva el latino), permite asimilar el elemento URKI a urci / urgi que aparece tanto en posición inicial como final en abundantes topónimos de la Península (Untermann, 1975); cabe decir lo mismo de urcu‐ y de urca / urga. En‐ contramos este elemento en el trofeo de Urkulu, próximo a Iturissa (Espinal), dedicado a Pompeyo, como piensa entre otros Mª J. Peréx (Peréx, 2006: 74), o bien, como defiende ahora L. Amela, en conmemoración del sometimiento de los últimos aquitanos rebeldes por parte de M. Valerius Messala Corvinus, cos. a. 31 a. C. (Amela, 2006: 165). Todo hace pensar que este elemento es el mismo que aparece como de‐ signación de una unidad organizativa en territorio arévaco –en Osma (Soria)– en la forma Urcicon (González Rodríguez 1986, nº 193), y en el lugar geográfico designado como sinus urcitanus, que hace referencia a la ciudad ibérica de Urci, en la provincia de Almería (Ptol. 2, 6, 13; Mela 2, 94 y Plin. Nat. 3, 19). J. Untermann señaló la probable vinculación de este topónimo con la leyenda arkedurki que figura en monedas de bronce cuya tipología parece responder a una ciudad sedetana (Untermann, 1975: 219). César menciona a los Ilugavo‐ nenses entre los pueblos indígenas que se unieron a su causa en la guerra civil (Caes. BCiv. 1, 60): el nombre de este pueblo debe relacionarse seguramente con Así lo señaló, ya hace unos años J. Velaza, refiriéndose a GORROCHATEGUI, 1995, p. 229: “lengua ibérica en boca vascona”.
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el de la ciudad de Urgavo (Arjona) en la provincia de Jaén, mencionado en el Bellum Hispaniense (Caes. Bell. Hisp. 26, 3; 41, 3 y 42, 1). No es posible, hoy por hoy, asegurar la procedencia de los bronces con la leyenda u.r.ke.s.ken acuñados en la segunda mitad del siglo II a. C. (Untermann, 1975: 76). El antropónimo C. Irurcidarin se lee en un epígrafe de Tarraca (CIL II, 2976), ciudad vascona que J. Andreu (Andreu, 2006 y publicaciones posteriores) pro‐ pone identificar con el yacimiento de Los Bañales de Uncastillo en la zona de las Cinco Villas. Y volviendo a la onomástica personal, Urgidar se llamaba uno de los jine‐ tes ibéricos de la turma salluitana. Es muy posible que el elemento Urchatetelli de la onomástica de la esposa del Andelonense Aemilius Seranus haya que interpre‐ tarlo como filiación en –i. Ejemplos de esta fórmula se dan entre los jinetes Iler‐ denses de la susodicha turma Salluitana (Gorrochategui, 2006: 130). La huella de este elemento de la onomástica ibérica permanece en el apellido vasco Urquiola (Urkiola), en el monte Urkulu (Orbaiceta) y en un lugar al Sur del valle navarro de La Valdorba, en el que se lee: “Cruz de Urkamendi”. Pero, como se ha visto, no es privativo de esta zona. Todo lo dicho está en consonancia con la dificultad que Gorrochategui encuentra para distinguir los nombres ibéricos de los vascones “por razón de la semejanza estructural entre ambos sistemas onomásticos” (Gorrochategui, 2006: 134). Llega a esa conclusión el ilustre lingüista después de haber hecho notar que algunas leyendas monetales como arsaos y arsakoson “recuerdan vivamente” el nombre ibérico de Sagunto (Gorrochategui, 2006: 125). 4.
ALGUNOS NOMBRES DE ÉPOCA SERTORIANA
En la anterior reunión sobre Navarra en la Antigüedad publicada en 2009 (Andreu, 2009), J. L. Ramírez Sádaba (Ramírez Sádaba, 2009: 141) presentó un cuadro de onomástica personal en el que señala que las diferentes zonas de la región corresponden a distintas etnias. En el sector oriental, hoy en la zona aragonesa, tienen destacado papel los Segienses, que habitaban la zona correspondiente a Ejea de los Caballeros (Zara‐ goza). La onomástica personal de los Segienses encuadrados en la turma Sallui‐ tana, presenta un elemento inicial dominante: Sos‐: Sosinaden, Sosinasae f., Sosi‐ milus Sosinasae f.. Llama la atención por otro lado la reiterada presencia de los sufijos –ar y –nes: Urgidar Lupanar f., Arranes Arbiscar f., Agirnes; el sufijo –nes se encuentra entre los Suconenses según se desprende de la revisión de cecas que
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presentan en el mismo volumen F. Beltrán Lloris y J. Velaza (Beltrán Lloris y Velaza, 2009: 124). A este propósito entiendo que el lugar de origen de los Sosi‐ nestani documentadados en el Bronce de Contrebia no debía de llamarse Sosi‐ nestra, como a veces se dice, sino Sosines. Se deduce que los “jinetes ibéricos” de Segia tenían onomástica “vasco aquitana”. A este grupo pertenecía también Elandus Enneges f.: el nombre del padre es muy similar a los que acabamos de mencionar; Elandus, remite sin duda a los Elandorian (i) que figuran la tessera de bronce en forma de delfín hallada en Castra Caecilia (Cáceres) en la que seguramente debe leerse: H(ospitium) f(ecit) cum Elandorian(is), y que habría que relacionar en cuanto a tipología con el delfín de bronce hallado en Fuentes Claras (Teruel) en el que se lee, también en escritura punteada, Quom Mettellineis tessera8. 5.
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Puede verse a este respecto CASTILLO, 1997, pp. 202‐205, donde se reproduce un trabajo publicado en 1986 en el que se recogen las tesserae publicadas hasta entonces.
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NOTAS SOBRE ONOMÁSTICA DE ÉPOCA ROMANA
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PAUTAS GENERALES DEL HÁBITO EPIGRÁFICO ENTRE LOS VASCONES DURANTE EL PRINCIPADO (SIGLOS I‐III d.C.)
Ángel A. JORDÁN LORENZO1 RESUMEN: El presente trabajo se centrará en el análisis de la producción epigrá‐
fica en el solar atribuido a los vascones, a través de cuatro marcadores que aparecen de forma inequívoca en todas las inscripciones: su lugar de aparición, cronología, tipología y usuario. Con ellos se puede obtener una serie de pautas generales del uso de este medio de comunicación que permitan caracterizar la cultura epigráfica en este solar. PALABRAS CLAVE: Vascones, epigrafía, distribución geográfica, cronología, tipolo‐
gía, usuarios, epitafios. ABSTRACT: This paper will focus on the analysis of epigraphic production on the
site attributed to the Vascones, through four characteristics that appear unambi‐ guously in all tituli: place of finding, chronology, type and user. With them we can get a set of general guidelines on the use of this media to characterize de epigraphic culture. KEYWORDS: Vascones, epigraphy, place of finding, chronology, type, users, epi‐
taphs. Plantear el conocimiento del hábito epigráfico de un pueblo prerromano de carácter ágrafo puede parecer, a primera vista, una paradoja pues el desa‐ rrollo de este medio de comunicación fue un elemento característico de la cul‐ tura romana. Además, aunque los primeros textos conocidos en la zona pueden
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remitirse al siglo II a. C., no fue hasta el Principado cuando se produjo, al igual que en el resto del Imperio, el gran boom en el desarrollo epigráfico que carac‐ terizó su devenir cronológico. Para este momento, el solar de los Vascones lle‐ vaba ya, como mínimo, un siglo bajo dominio romano, de tal forma que es po‐ sible que gran parte de sus elementos idiosincrásicos se hubieran diluido bajo el influjo de la cultura dominante. Aun así, conviene reconocer que la imagen de una cultura ágrafa enfrentada ante un nuevo medio resulta tentadora. ¿Cómo reaccionó la sociedad ante el titulus? ¿Qué elementos recogió de la nueva cul‐ tura que le llegaba y cuáles desechó? ¿Incorporó aspectos propios generando una nueva cultura, distinta a la de su entorno, o el tiempo pasado en contacto con Roma propició su homogeneización con el espacio circundante? En nuestra opinión, para dar respuesta a estas preguntas es necesaria la realización de un análisis global de la producción epigráfica encontrada en el antiguo solar de los Vascones, aunque ésta se date durante el Principado, pues si se contrasta con el conjunto de textos procedentes del conuentus Caesaraugustanus (Jordán, 2013), es posible que las variables existentes sobre la media habitual puedan interpre‐ tarse como un reflejo postrero de la cultura preexistente en la zona. Para realizar este análisis se han identificado una serie de marcadores que aparecen de forma inequívoca en todas las inscripciones, como son su lugar de aparición, cronología, tipología y usuario, aunque en ocasiones el estado actual del monumento impida identificar alguno de ellos. Como ya expresamos en otro lugar (Jordán, 2013), su existencia permite un acercamiento coherente al fe‐ nómeno epigráfico a través de grandes conjuntos de inscripciones, por cuanto que permite la superación del entorno local, fuertemente condicionado por la especificidad cultural autóctona que, precisamente, sale a la luz al contrastar los resultados generales con los particulares. Con esta finalidad, se han seleccionado un total de 292 epígrafes, excluidos los tituli minores, procedentes del solar que, quizá, pudieron ocupar los Vascones en la Antigüedad (Jordán, 2006: 109)2. Este conjunto de monumentos se muestra A los límites propuestos entonces, conviene modificar ligeramente el trazado occidental, quizá incluyendo la zona de Contrasta (Álava), de donde proceden dieciséis inscripciones, basándonos en argumentos geográficos. Así, esta localidad muestra una mejor comunicación con la antigua ciuitas de Curnonium (Los Arcos) pues, en general, Berrabia y el valle de Lana están muy bien comunicadas por un barranco que atraviesa las estribaciones de Lóquiz. Por el contrario, se antoja más difícil el acceso a la ciudad emplazada en San Román de San Millán (¿Alba?), pues tiene por medio la Sierra de Urbasa‐Encia, que se ha de atravesar por el puerto de Opakua. En contra de esta hipótesis pueden plantearse argumentos onomásticos, pues el conjunto de Contrasta muestra una antroponimia indoeuropea (i. e. Ambata, Annicius, Araica, Cantaber, Caricus, Segontius) (VILLAR y PRÓSPER, 2005, pp. 498‐499). Ahora bien, ade‐ más de las limitaciones metodológicas que existen en los estudios onomásticos que, entre otras, impiden establecer directamente una relación entre nombre y lengua/cultura, pues se hace necesario la existencia de otros factores de coherencia geográfica, arqueológica o incluso de formación onomástica para poder realizar una reducción de este tipo (GORRO‐ CHATEGUI, 2006, pp. 113‐118), conviene tener en cuenta que la onomástica vascona resulta
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PAUTAS GENERALES DEL HÁBITO EPIGRÁFICO ENTRE LOS VASCONES
como el más abundante de este conuentus, puesto que representa el 38% de la epigrafía conservada, por el momento (Fig. 1). Además, su peso permite plan‐ tear una primera impresión sobre el empleo del medio epigráfico: su popula‐ ridad, especialmente sobresaliente si se tiene en cuenta que el punto de partida era el de una cultura ágrafa. Además, la incorporación del medio escrito al acerbo cultural de la zona implicó su inclusión en todos los aspectos de la vida cotidiana. Como se verá más adelante, se desarrolló como un nuevo medio con el que poder comunicarse con los antiguos dioses, como atestiguan los san‐ tuarios de Selaitse (o Stelaitse) y Losa (Tobalina, 2009: 491‐494), pero también se empleó como una nueva forma de reconocimiento, como se puede apreciar en la estancia autorepresentativa que M. Fauius Nouus y Porcia Fauentina cons‐ truyeron en el foro de Los Bañales (Uncastillo, ZA) (Jordán y Andreu, en pren‐ sa) y, por supuesto, como un medio para preservar la memoria del individuo. 1.
DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA
La distribución geográfica de las inscripciones (Fig. 2) muestra que los tex‐ tos conservados tienden a concentrarse en una franja situada, grosso modo, en la zona de la Navarra Media (Gómez‐Pantoja, 1979: 7) y Comarca de las Cinco Villas de Aragón, encabezadas por las ciudades de Curnonium, Andelo, Santacrís (Eslava, NA), Cara, Arsi (?), Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA) y Los Bañales (Uncastillo, ZA). Por el contrario, en la zona montañosa apenas se conservan inscripciones, pues sólo se han encontrado, por el momento, las procedentes de Lecumberri (NA), Arce (NA) e Ibañeta (NA) (CIL II 4919, IRMN 23, Pérex y Rodríguez, 2011). Además, también los textos procedentes del valle medio del Ebro son muy escasos, conociéndose los hallados en Tauste (ZA) (Magallón, 1977) y el municipio de Calagurri. La razón para esta peculiar distribución quizá descanse en las propias condiciones geológicas y habitacionales del terreno. Así, ha de tenerse en cuenta que el sustrato geológico del valle del Ebro está formado por tierras de aluvión, margas y yesos, lo cual hace que el soporte pétreo sea escaso y frecuente su reutilización (Beltrán Lloris, 1993: 237). Del mismo modo, la zona pirenaica del conuentus Caesaraugustanus, y la zona objeto de estudio en particular, se muestra excepcional en el conjunto epigráfico (apenas si se conocen trece testimonios), y su ausencia en este contexto puede deberse al azar en la transmisión de los textos. De hecho, un ejemplo de esta aleatoriedad puede apreciarse en San Román de San Millán, ciudad várdula (SAN‐ TOS, 1998, p. 196), donde existen dos estelas con sendos antropónimos vascos (Lutbelscottio – HEp6, 3– y Luntbelsar –HEp6, 4–). También, junto a estos elementos, resultan interesantes las precisiones realizadas sobre el paso de la muga entre vascones y várdulos en el río Larraun, quizá dejando fuera el valle del Araquil (PÉREX y RODRÍGUEZ, 2011, p. 16).
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especialmente despoblada, lo cual favoreció la ausencia de inscripciones. Esta distribución geográfica, por lo tanto, posiblemente constituya el reflejo de la distribución poblacional en época romana en este espacio, de tal forma que sólo 26 inscripciones (9%) no han podido encuadrarse dentro de una ciuitas, bien sea en el oppidum o bien sea en su territorium3. Las áreas de distribución de los tituli conservados muestran su concen‐ tración en ciuitates, mansiones y santuarios rurales, estos últimos encuadrados en los territoria de las ciudades. Analizando más en detalle esta dispersión, conviene resaltar que, en ge‐ neral, aunque la epigrafía aparece claramente relacionada con las ciuitates, en‐ tendidas éstas en su sentido más extenso, el peso que adquiere la producción epigráfica realizada dentro del territorium de la ciuitas asciende al 54% (147), un poco más de la mitad de las inscripciones conocidas, mientras que los textos encontrados en el oppidum suponen el 37% (105). Este peso es sorprendente, por cuanto que lo habitual suele ser lo contrario4, siendo difícil encontrar una expli‐ cación. En esta línea, tal vez sea consecuencia del azar en la transmisión de los textos, como podría indicar la concentración de la mayor parte de los tituli pro‐ cedentes de territoria en dos ciudades (Curnonium y Los Bañales (Uncastillo, ZA)), unida a la lamentable ausencia de excavaciones arqueológicas en las ciui‐ tates de la zona5. Dentro de este conjunto epigráfico, como se observa en la Tabla 1, desta‐ can dos emplazamientos por la cantidad de inscripciones que han deparado: Curnonium al Oeste (70) y Los Bañales (Uncastillo, ZA) al Este (50).
HEp9, 916 de Rivas (ZA); HEp 7, 477 y HEp9, 439 de Pueyo (NA); AE 1982, 583 de Iruñuela (NA); HEp 5, 628 de Olazagutía (NA); AE 1982, 587 de Cirauqui (NA); HEp5, 629 de Eristain (NA); IRMN 51 y 52 de Liédena (NA); IRMN 65 y 66 de Villatuerta (NA); CIL II, 4919 de Arce (NA); IRMN 1, ERZ 10, 11, 13, 42, 44 y Lostal, 1992: nº 262 de Castiliscar (ZA); IRMN 5 de Añorbe (NA); IRMN 82 de Zabal (NA); HEp15, 288 de las Bárdenas Reales (NA); HEp15, 294 de Garinoain (NA) y Pérex y Rodríguez, 2011 de Lecumberri (NA). A los que se pueden añadir dos textos de procedencia desconocida: IRMN 8 y Velaza, 1999: nº 1. 4 Así, por ejemplo, en el conjunto del conuentus Caesaraugustanus el peso de las inscripciones procedentes del oppidum asciende al 46%, frente a un 40% que fueron encontradas en los territoria. Además, centrando la atención en otros conjuntos epigráficos, las inscripciones encontradas en el centro urbano de Saguntum ascienden a 337 frente a las 219 procedentes del ager, o de la capital, Tarraco, proceden 1017 textos, frente a los 78 encontrados en el te‐ rritorium (GOROSTIDI, 2010). 5 Al hilo de ello, por ejemplo, las campañas de excavaciones que llevan realizándose desde el año 2009 en la ciudad de Los Bañales (Uncastillo, ZA), han permitido el hallazgo de dos conjuntos epigráficos compuestos por nueve inscripciones en total (JORDÁN, 2011 y JORDÁN y ANDREU, en prensa). 3
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PAUTAS GENERALES DEL HÁBITO EPIGRÁFICO ENTRE LOS VASCONES
Ciuitas
Total
Tituli proceden‐ Tituli procedentes tes del oppidum del territorium
Curnonium
70
1
69
Los Bañales (Uncastillo, ZA)
50
15
35
20
20
0
Cara
17
16
1
Calagurri
16
14
2
Arsi (?)
16
8
8
Santacrís (Eslava, NA)
16
11
5
Andelo
15
11
4
Muscaria
10
‐
10
Olontigi
10
3
7
Pompelo
8
5
3
Iacca
4
1
3
Total
252
105
147
Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA)
Tabla 1 Distribución geográfica de la epigrafía en zona vascona
El conjunto de 70 inscripciones procedentes de Curnonium es el mayor de esta zona, y resulta de la amplia presencia de textos en su territorium, puesto que del centro urbano sólo se conoce, por el momento, un epitafio. Éste se halla, por desgracia, desaparecido, habiendo sido transmitido por manuscrito en su traducción hispana e informa del enterramiento de, al menos, cinco miembros de una misma familia (Castillo, 1992: 129 y 132). De esta forma, la cantidad de epígrafes conservados se muestra como consecuencia de un ager extremada‐ mente fértil, desde el punto de vista epigráfico, quizá a causa del estableci‐ miento de diferentes uici y uillae, como invitan a considerar determinadas con‐ centraciones de inscripciones, aunque en ocasiones todavía no se haya encon‐ trado un enclave arqueológico que lo identifique. Este, tal vez, sea el caso de Gastiain (NA), en cuya ermita se han localizado 21 epitafios (32 contando los fragmentos anepígrafos) (Loizaga y Relloso, 2001) y Contrasta (AL), con quince textos empotrados en la ermita de Nuestra Señora de Elizmendi. Además, más interesantes, en nuestra opinión, resultan los con‐ juntos de Larraona (NA) (9) y Aguilar de Codés (NA) (7), pues la notable di‐ versidad antroponímica constatada en ambos enclaves, unida a la homoge‐
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neidad en su producción epigráfica, invita a pensar que también pudieron tra‐ tarse de conjuntos epigráficos procedentes de sendos uici. En Larraona (NA) se conservan nueve estelas, por desgracia fragmentadas en su mayor parte, organizadas según un esquema decorativo unitario (Gómez‐ Pantoja, 1979: 16), caracterizado por mostrar cabecera recta, inscripción en el centro y, tanto en la parte superior como en la inferior, una decoración esque‐ mática realizada por medio de una sencilla incisión en la piedra. Además, el campo epigráfico aparece delimitado por dos líneas paralelas incisas que tam‐ bién sirven de pauta a la caja de letras. Por su parte, los siete textos procedentes de Aguilar de Codés (NA) están caracterizados por la aparición de figuras hu‐ manas, realizadas de forma muy esquemática, y con frecuencia en grupos de tres (Marcos y García, 1972; García Ariza, 1991). Por último, completa este conjunto de epígrafes quizá procedentes de uici, las cuatro inscripciones conocidas en Barbarín (NA), pues posiblemente proce‐ dan del uicus de San Miguel (Armendáriz y Velaza, 2002: 47). Se trata de un conjunto de cuatro altares consagrados a Selatse (o Stelatse) (3) y las Ninfas (1), realizados por otros tantos promotores: Pomponius Betunus, C. Germanus, As‐ clepius Paternus y S(empronia) Flaua (IRMN 19, 20, 21 y AE 2002, 798). Junto a los uici, también puede hablarse de la influencia, aunque menor, de los tituli procedentes de uillae. De esta forma, es posible que se puedan re‐ lacionar con la villa de Arellano (NA) cuatro textos procedentes de Arróniz (NA) y una breve referencia en un mosaico de la propia uilla. Además, tal vez con otra uilla pueden vincularse algunas de las inscripciones procedentes de Marañón (NA) pues claramente se aprecian lazos familiares en dos de las es‐ telas datadas en el siglo II d. C. La semejanza onomástica y patronímica entre Doiterus Bodo Ambati f. (IRMN 55) y Doitena Ambati Celti f. (IRMN 53) invita a considerar que se trata de hermanos. Esto quizá permitiría plantear que el matrimonio entre Doitena Ambati Celti f. y M. Cae(cilius) Flauus implicó la pre‐ sencia epigráfica de la familia de la esposa en el lugar de residencia de ambos. Por desgracia, la ausencia de nomina impide poder establecer algún tipo de re‐ lación entre los individuos que aparecen en las otras dos estelas, de datación tardía (IRMN 54 y 56), con el resto de textos. Centrando la atención en el municipio desconocido de Los Bañales (Uncastillo, ZA), las excavaciones arqueológicas realizadas entre 2009 y 2013 han permitido incrementar considerablemente el número de inscripciones procedentes del oppidum (Jordán, 2012; Jordán y Andreu, en prensa), aunque continúan teniendo un peso considerablemente alto los textos procedentes del territorium (Tabla 1). Al contrario de lo apreciado en el caso de Curnonium, la distribución epigráfica del territorium de Los Bañales no muestra la existencia de uici. De hecho, por el momento sólo se ha interpretado como tal el enclave de El Zaticón, en el término municipal de Biota (Andreu, Luesma y Jordán, 2011:
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260‐262), aunque no se han encontrado, por el momento, inscripciones en esta zona. En general, los textos conocidos proceden en su mayor parte de uillae, muchas de ellas emplazadas en el valle del Riguel, como son la de “Los Atilios”, Puyarraso o La Pesquera (Andreu y Jordán, 2003‐04), que debieron de actuar como auténticos escaparates para las elites locales (Jordán, 2009: 521‐522). Ade‐ más, se suman a ellas el notable conjunto de textos grabados en los sillares del acueducto que suministró agua al municipio, y que informa de su construcción por parte de la legio IIII Macedonica, así como de una segunda intervención en él, aunque en un momento indefinido (Jordán, 2011: 326‐332). Desde un punto de vista cuantitativo, la Tabla 1 muestra con un menor número de inscripciones a las ciudades de Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA) (20), Cara (17), Calagurri, Arsi (?) o Santacrís (Eslava, NA) (16) y Andelo (15), con la di‐ ferencia de que se aprecia un mayor peso de la producción epigráfica del oppidum, aunque ello no derive necesariamente en una producción de mejor calidad. De entre ellas, destaca Calagurri, pues las dieciséis inscripciones conoci‐ das contrastan con el hecho de ser una ciudad privilegiada jurídicamente en un momento temprano, y posible sede del legado jurídico (Ozcáriz, 2006: 35‐39), lo cual debería haber generado un mayor número de monumentos. Esta situación quizá sea consecuencia del azar en la transmisión de los textos, pues las ins‐ cripciones conservadas destacan por su calidad, como es el caso de los dos ho‐ menajes al emperador conocidos (HEp1, 497 y HEp15, 308) o de dos epitafios de militares datados en el siglo I d. C. (CIL II, 2983 = ERR 6 y CIL II, 2984 = ERR 7). De esta forma, quedan establecidas dos grandes divisiones entre las ciui‐ tates conocidas, marcadas por el peso que adquieren los territoria en el conjunto epigráfico, aunque, por desgracia, desconocemos las razones que ocasionaron esta diferenciación tan grande. Junto a estos testimonios, se conservan monumentos epigráficos en dos mansiones: Summo Pyrenaeo y Beldalin, entidades menores que también debieron funcionar como centros consumidores de tituli. De la primera mansio procede un altar, por desgracia fragmentado, consagrado al Sol Invicto (IRMN 23). Por otro lado, en Beldalin posiblemente se encontró un epitafio, desaparecido, reali‐ zado por Seuera a su marido, de nombre desconocido (CIL II, 2961). Además, en Izcue (NA), localidad situada a escasa distancia de esta mansio, se halló un altar consagrado a Itsacurrine (HEp8, 379). Por último, aunque son muy pocos los santuarios que han podido ser identificados como tales desde un punto de vista arqueológico, pues, por el mo‐ mento, sólo se conoce el prehistórico de San Quiriaco en Echauri (NA) (Armen‐ dáriz, 2008: 230 y nº 41), determinadas concentraciones de inscripciones invitan a pensar en la existencia de algunos, como el de Selatse en Barbarín (NA), co‐ mentado con anterioridad, o el de Losa en Lerate (NA), localidad en donde se
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encontraron dos altares consagrados a esta deidad por Aemilia Paterna y un desconocido [‐‐‐]+ Tarsini f. (IRMN 24 y 25). En conclusión, el análisis de la distribución geográfica de la epigrafía en la zona vascona muestra su concentración en la Navarra Media y la comarca de las Cinco Villas de Zaragoza, alejada de los espacios montañosos y del valle del Ebro. El conjunto se va a integrar en su mayor parte dentro de la estructura urbana existente, creando una curiosa, e inexplicable, división del espacio entre 1) dos ciuitates, Curnonium y Los Bañales (Uncastillo, ZA), que, además, son las que más inscripciones han proporcionado, y 2) el resto de ciudades. Estos dos primeros núcleos muestran un enorme peso de la producción epigráfica reali‐ zada en los territoria, mientras que en los restantes la distribución de los epí‐ grafes conservados se concentra con preferencia en los diferentes oppida. Ade‐ más, el análisis de los textos procedentes de estas dos localidades tal vez mues‐ tra dos estructuras poblacionales distintas. Los textos conservados en el ager de Curnonium parecen concentrarse de forma preferente en uici que, además, pu‐ dieron desarrollar elementos estilísticos propios, como ejemplifican las inscrip‐ ciones procedentes de Aguilar de Codés (NA) y Larraona (NA). Por el contra‐ rio, el territorium de Los Bañales (Uncastillo, ZA), muestra un empleo del medio epigráfico especialmente restringido a las uillae que, tal vez, actuaron como segundo espacio autorrepresentativo para las élites locales. Por último, a la vez que las ciuitates desarrollaron de forma preferente la mayor parte del conjunto epigráfico de la zona, no se puede olvidar la existencia de pequeños enclaves, mansiones y santuarios rupestres, que, en mucha menor medida, también tuvie‐ ron un pequeño peso epigráfico. 2.
CRONOLOGÍA
Atendiendo al segundo marcador general de la epigrafía, su cronología, sorprende la evolución diacrónica que experimentó este medio (Fig. 3), desarro‐ llándose desde una presencia claramente residual en época republicana, prota‐ gonizada por el extraordinario conjunto de marcas grabadas en 28 proyectiles de catapultas encontrado en Calagurri (Velaza, Ramírez Sádaba y Cinca, 2003), a las 105 inscripciones datadas en el siglo I d. C. Sin duda, este salto es sorpren‐ dente, por cuanto que antes de la llegada de Roma, como se ha comentado con anterioridad, apenas se conocen textos escritos en la zona y, en nuestra opinión, refleja lo que puede calificarse de una auténtica ansia de la sociedad por em‐ plear este nuevo medio6. Por el momento se conocen diecisiete textos escritos en caracteres paleohispánicos, algunos de ellos datados en el siglo I d. C. y realizados en su mayor parte sobre soportes muebles,
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Avanzado el Principado, se aprecia la extensión completa del medio epi‐ gráfico por toda la zona objeto de estudio, si bien, al contrario de lo establecido para la evolución diacrónica de la epigrafía peninsular, existe un progresivo descenso en el número de inscripciones7. En general, de 105 textos datados en el siglo I d. C., se va a descender a 55 en el siglo II d. C. y, por último, a 35 en el siglo III d. C.8. Ahora bien, conviene reconocer que existen 70 monumentos sin datar, lo cual supone el 27% de los epígrafes conocidos. Sin duda, su gran peso obliga a tomar con cautela los datos que se pueden extraer de estas cifras. De esta forma, como se ha comentado, coincidiendo con la evolución gene‐ ral de la epigrafía en el conuentus Caesaraugustanus, se aprecia en el siglo I d. C. un repentino boom en el empleo de este medio. Un primer momento, época julio‐claudia, estuvo marcado por la presencia de epigrafía de carácter oficial, pues de las 29 inscripciones conocidas datadas en este periodo, 21 aparecen vinculadas con el ejército o la administración. De esta forma, se conservan nue‐ ve miliarios (HEp6, 792, IRMN 1, ERZ 19, ERZ 11, CIL II, 4904 = IRMN 3, CIL II, 4905, ERZ 30, IRMN 3, HEp1, 654), diez testimonios relativos a la construcción del acueducto de Los Bañales (Uncastillo, ZA) por parte de la legio IIII Mace‐ donica (Jordán, 2011: nos. 77‐86), un homenaje a Cayo César, de promotor desco‐ nocido, encontrado en Rivas (ZA) (HEp5, 916) y una tabla de hospitalidad da‐ tada en época de Nerón procedente de Arre (NA) (CIL II, 2958). Esta situación supone un reflejo de la práctica habitual del hábito epigráfico durante los pri‐ meros decenios del Principado en el conuentus Caesaraugustanus (Beltrán Lloris, 1993: 244), en donde se experimentó una fuerte intervención del ente público en la construcción de las infraestructuras necesarias para el óptimo desarrollo del entramado urbano, que ocasionó el consecuente acerbo epigráfico. Resulta, por ello, más interesante el análisis de la producción epigráfica privada de este momento temprano, compuesta por ocho inscripciones (Jordán, Andreu y Bienes, 2010: nos. 3, 4, 6, 8 y 15; HEp3, 262; HEp5, 936 y CIL II, 2983 = ERR 6). Sin duda, resalta su concentración en el Este de la zona a analizar, espe‐ cialmente en la desconocida ciuitas emplazada en Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA), pues fuera de esta zona sólo se conocen dos testimonios. El primero, pro‐ cedente de Calagurri, es el epitafio del soldado de la Legio VI, C. Varius Lem. C. f. Domitia[nus]. Por otro lado, el segundo se encontró en Andelo, y es un exvoto que Manilius Martialis dispuso a Larrahe, posiblemente una deidad vascona. El alto grado de concentración de estos primeros textos reflejan la rápida adopción del medio epigráfico por parte de los habitantes de la ciuitas de Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA) y, en general, de la zona, que se reflejó no sólo en el desarrollo posiblemente por influencia de las culturas circundantes (OLCOZ, LUJÁN y MEDRANO, 2007‐08 y VELAZA, 2009). 7 Véase, por el contrario, VELAZA, 1995, p. 211. 8 Aunque se debe tener en cuenta que se conocen 21 testimonios datados de forma genérica entre los siglos I‐II d. C. y seis textos datados entre los siglos II‐III d. C.
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de este medio, sino también, por ejemplo, en la paulatina incorporación de la onomástica romana. Un testimonio de ello se aprecia en una estela de Luna (ZA), realizada a P. Calpurni[us] Serhuhori[s] (HEp5, 936). Como se puede apre‐ ciar, el fallecido ostenta una estructura onomástica trinómica formada por un nomen latino y un cognomen indígena, si bien la ausencia de filiación y tribu in‐ vita a pensar que no se trataría de un ciudadano romano, sino que se estaría ante un caso de “nombre de contacto”. Un segundo ejemplo se encuentra en el epitafio de C. Atili[us – f. (?)] Aquilus, de quien se conoce también el nombre de su madre, Corneli[a] Placida, encontrado en Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA) (Jordán, Andreu y Bienes, 2010: nº 4). En esta ocasión, también se está ante un nombre formado por los tradicionales tria nomina, aunque en este caso no puede descartarse que el cognomen Aquilus sea una latinización del antropónimo Arranes, presente en el Bronce de Áscoli (CIL I, 709) entre los jinetes de Segia. De ser correcta esta hipótesis, se estaría ante una latinización completa de la onomástica del individuo, quien no sólo adoptaría un nomen latino, sino que también cambiaría su cognomen. Ahora bien, ¿por qué se produce un desarrollo del medio epigráfico tan rápido en esta zona? En nuestra opinión, posiblemente deba relacionarse con la influencia que debió tener la presencia del acuarte‐ lamiento de las legiones IIII Macedonica, VI Victrix y X Gemina, durante la cons‐ trucción de diferentes infraestructuras, como es el acueducto de Los Bañales (Uncastillo, ZA) y la calzada que, quizá, unía Caesaraugusta con Beneharnum (Moreno, 2009). Es posible que, a partir de mediados del siglo I d. C. la cultura epigráfica se extendiera por toda la zona, como podrían mostrar los 67 textos conocidos, datados de forma genérica en el siglo I d. C. y que reflejan el uso del monu‐ mento por todas las ciuitates. Estos textos muestran el impresionante despertar experimentado en el territorium de Curnonium, de donde proceden 25 inscrip‐ ciones. Del mismo modo, el ager del desconocido municipio de Los Bañales (Uncastillo, ZA) muestra una interesante concentración de ocho inscripciones, mientras que, por el momento, sólo se han localizado dos en el oppidum (ERZ 51 y 54). Frente a esta producción preferentemente rural, destacan los siete textos procedentes del oppidum de Andelo, al que acompañan otros dos encontrados en Oteiza (CIL II, 2968 y 2969). Por el contrario, sorprende la ausencia, desde un punto de vista epigráfico, de textos de carácter privado o, en cualquier caso, al‐ gún tipo de producción epigráfica datada en la segunda mitad del siglo I d. C., o de forma genérica en el siglo I d. C., en Calagurri. El cambio de siglo coincide con un fuerte descenso en la cantidad de ins‐ cripciones conservadas pues, por el momento, se han datado para este periodo 55 epígrafes9. Se desconocen las causas para esta caída tan súbita, aunque tal
Debe tenerse en cuenta que se conocen 21 inscripciones a las que se ha proporcionado una datación aproximada entre los siglos I‐II d.C.
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vez pueda estar relacionada con la ausencia de inscripciones de carácter oficial que, como se ha dicho con anterioridad, tuvo un gran peso durante el inicio del Principado. Así, por el momento sólo se conocen ocho monumentos: cinco miliarios (CIL II, 4906, ERZ 45, HEp5, 631, Lostal, 1992: nº 83 y Altadill, 1923: 523), dos tablas de bronce procedentes de Arre, correspondientes a una epístola enviada por Claudius Quartinus a los duoviros de Pompelo, datada en el 119 d. C., y a un pacto de hospitalidad establecido en el año 185 d. C. entre el Dama‐ nitanus P. Sempronius Taurinus y la respublica Pompelonensis (CIL II, 2959 y 2960, cf. Sayas, 1994, Díaz y Guzmán, 2009) y, por último, un homenaje, muy frag‐ mentado, realizado en Calagurri en honor de Marco Aurelio y Lucio Vero, con‐ memorando su subida al trono (HEp15, 308). También, esta producción epigráfica en el siglo II d. C. coincide con el brusco descenso en las inscripciones encontradas en Andelo, Los Bañales (Un‐ castillo, ZA) y Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA). En Andelo, por el momento, sólo se conocen tres: un miliario de Adriano, un titulus musiuus y una consagración a Apolo (HEp1, 491, HEp3, 266 y HEp5, 631), a los que, quizá, se pueda unir un fragmento datado de forma genérica entre los siglos I‐II d. C. (HEp8, 378). Por su parte, en Los Bañales (Uncastillo, ZA) se aprecia una disminución de 29 tex‐ tos datados en el siglo I d. C., a tan sólo ocho, a los que, quizá, se pueda unir el conjunto de cuatro pedestales cultuales promovido por Pom(peia ?) Pullatis f. Paulla en el foro de la localidad (Jordán, 2012). Por último, en Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA) se desciende de 11 textos a seis, correspondientes a cinco cupae y un miliario de Adriano (Jordán, Andreu y Bienes, 2011, nºs. 7, 10, 14, 16 y 17; ERZ 45). Por el contrario, hay tres ciudades que experimentan en ese momento un cierto aumento en el número de inscripciones: Pompelo, Santacrís (Eslava, NA) y Arsi (?). Como se puede apreciar, estas tres ciuitates se concentran en un área muy concreta, estando directamente relacionadas por la red viaria (Castiella, 2003: 213‐215), y formando un triángulo extraordinariamente fértil, si bien se desconocen las causas. En el caso de Pompelo, se evoluciona de una inscripción conocida para el siglo I d. C. (CIL II, 2958), a cuatro textos datados para el siglo II d. C. Éstos consisten en dos tablas de bronce relativas a una epístola que Claudius Quartinus envió a los IIuiri Pompe[l(onensibus)] y al pacto de hospi‐ talidad que el municipio realizó con P. Sempronius Taurinus en el 185 d. C., así como los epitafios de Val. Luppianus y de la familia de [‐‐‐]lus S[‐‐‐] Ant[o]ni (CIL II, 2959, CIL II, 2960, HEp9, 438 y Unzu y Velaza, 2007, nº 3). En el desconocido oppidum de Santacrís (Eslava, NA), se han encontrado cinco, una cantidad ligeramente superior a las tres datadas en el siglo I d. C. (AE 1961, 348, IRMN 67 y HEp9, 432), consistentes en un miliario fragmentado, un altar a Júpiter reali‐ zado por [‐‐‐] Flau(us), un epitafio de complicada lectura y las estelas de
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(A)em(ilia) Vafra (?)10 y [V]al. Ursinus (HEp9, 431, IRMN 22 y 40, Altadill, 1923: 523, Armendáriz y Mateo, 1997: 840). Por último, en Arsi (?) se han datado cuatro textos para el siglo II d.C., que duplican los testimonios conocidos para el siglo anterior. Estos monumentos consisten en una consagración que el aquilegus Varaiensis Q. Licinius Fuscus realizó en el balneario romano de Yesa (NA), así como los epitafios de Val. Fortunatianus, Val. Flauianus y un desco‐ nocido [‐‐‐]VIN[‐‐‐] (HEp17, 206, IRMN 26, Andreu, Jordán y Armendáriz, 2010: nº 1 y HEp9, 614). Esta evolución diacrónica culmina en el siglo III d. C., con la presencia de tan sólo 35 inscripciones que muestran, por un lado, la repentina desaparición de la producción epigráfica en el área de Curnonium, que tan fértil se había mostrado los dos siglos anteriores y, por otro lado, la concentración de los tex‐ tos en un espacio muy concreto, en el centro de la zona de estudio, limitado por las ciuitates de Olontigi, Cara, Los Bañales (Uncastillo, ZA) y Arsi (?) (Fig. 4). En general, la mayor parte de estos monumentos corresponden a milia‐ rios, de los cuales se conocen, por el momento, 21 (60%), de los que se hablará más adelante. Por el contrario, se han encontrado 14 disposiciones de carácter privado, que suponen testimonios casi únicos en la mayor parte de los núcleos de procedencia, excluyendo Olontigi, en donde se aprecia una repentina vita‐ lidad en su territorium consecuencia de dos consagraciones dobles procedentes de Ujué (NA) y San Martín de Unx (NA). En la primera localidad los Coelii Tesphoros, Festa y Telesinus dispusieron sendos altares a Júpiter y Lacubegi (IRMN 33 y 34), mientras que en San Martín de Unx (NA) Ner(ia) Helpis consa‐ gró dos altares, pro salute Coemiae, al Sol Invicto y a Cibeles (IRMN 30 y 31). De esta forma, en conclusión, las inscripciones conservadas, por el mo‐ mento, muestran una evolución diacrónica muy clara, desde un periodo de gran auge de epígrafes en el siglo I d. C., hasta su práctica desaparición en el siglo III d. C. Dentro de esta tendencia, sin duda fuertemente condicionada por la cantidad de monumentos sin datar y el azar en la transmisión de los textos, las diferentes ciuitates no evolucionaron de la misma forma. En la medida en que el margen de error existente permite aventurar alguna impresión al res‐ pecto, da la sensación de que hay tres núcleos que experimentaron un fuerte impulso en época temprana, como son Curnonium, Los Bañales (Uncastillo, ZA) y Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA), cuyas producciones epigráficas retrocederán desde entonces hasta prácticamente desaparecer en el siglo III d. C., así como, en menor medida, Andelo. El efecto contrario se aprecia en otras ciuitates, de tal forma que en el siglo II d. C. parecen desarrollar cierto peso epigráfico las ciudades de Pompelo, Arsi (?) y Santacrís (Eslava, NA). Por último, en el siglo III
Si bien, no descartamos una lectura de lín. 1‐2 en la forma D(is) M(anibus) / e(t) m(emoriae) ∙ V(aleriae), que se tratará en otro foro.
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d. C., en medio del retroceso general del empleo del medio epigráfico, Olontigi parece mostrar un inesperado aumento en el número de inscripciones. 3.
TIPOLOGÍA
El tercer marcador general de la epigrafía es su tipología (Fig. 5). Siguien‐ do la pauta general de desarrollo en el conuentus Caesaraugustanus (Jordán, 2013) y de la caracterización de la epigrafía en el Imperio romano, la mayor parte de la producción epigráfica conservada en la zona se identifica con el epitafio11. Los 144 textos conservados tienen un peso del 49% con respecto al total de las inscripciones conocidas. Le siguen, en menor cantidad, los monumentos de ca‐ rácter cultual (44 – 15%) y los miliarios (36 – 13%). Esta distribución implica el empleo del titulus con una visión claramente memorística del monumento. En relación con ello, sólo se han encontrado seis homenajes (2%) que, quizá, indica un cierto alejamiento del carácter más publicitario del medio epigráfico. Centrando la atención en los epitafios conservados (144), es posible apre‐ ciar que la mayor parte de ellos (94 – 65%) proceden de zonas rurales. Por el contrario, sólo 50 (35%) han aparecido en contextos estrictamente urbanos. Esta disparidad es sorprendente y se muestra especialmente en el siglo I d. C., en donde el 63% de los epitafios conocidos, por el momento (40), se descubrieron en entornos rurales, frente a 23 procedentes del área urbana de las ciuitates. En nuestra opinión, no cabe duda de que parte de culpa de esta proporción descansa en el azar en la transmisión de los textos y la falta de excavaciones en las necrópolis de las ciudades romanas. Sin embargo, no se puede minusvalorar la vitalidad que debieron tener las uillae cercanas a las ciudades en la configu‐ ración epigráfica de éstas. Un ejemplo de esta situación se puede apreciar en el entorno del municipium desconocido de Los Bañales (Uncastillo, ZA), en donde la mayor parte de los epitafios conocidos proceden del territorium (16), sólo ha‐ biéndose encontrado dos en el núcleo urbano. Esta fecundidad epigráfica proce‐ dente del territorio se relaciona con el desarrollo de las uillae que jurídicamente Dentro de este conjunto, conviene tener en cuenta que 23 inscripciones no han podido ser identificadas tipológicamente, aunque es muy probable que también sean epitafios. Son los casos de IRMN 73 y HEp15, 296 de Andelo, ERZ 52, 54 y ANDREU y JORDÁN, 2003‐04: nº 5 de Los Bañales (Uncastillo, ZA), HEp9, 440, 441 y HEp15, 299 de Cara, IRMN 79 de Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA), Armendáriz, Mateo, 1997: 840 de Santacrís (Eslava, NA), IRMN 69 de Aguilar de Codés (NA), IRMN 77, HEp3, 255, 256, 259 y HEp11, 334 de Gastiáin (NA), HEp 15, 288 de Cabezo Lobo (NA), en las Bardenas Reales, HEp5, 622 de Marañón (NA), ANDREU y JORDÁN, 2003‐04: nº 18 de Asín (ZA), HEp1, 11 de Contrasta (AL), así como tres textos inéditos empotrados en la ermita de la Virgen Blanca de Larraona (NA). En el primero aparece el final de un numeral ([‐‐‐]XXX), mientras que del segundo apenas se conservan tres letras ([‐‐‐]A TA[‐‐‐]) y del tercero dos (CO[‐‐‐]).
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dependían del oppidum central y que constituyeron auténticos escaparates de las elites locales, a la vez que servían de emplazamientos funerarios para toda la familia del propietario (Jordán, 2009). Volviendo al análisis de los epitafios, la reciente publicación de un trabajo monográfico sobre el hábito epigráfico funerario de los vascones (Andreu, 2011) nos exime de realizar un estudio en profundidad de este tipo epigráfico, aunque conviene destacar una interesante impresión. Atendiendo a su tipología, y según el autor, puede resaltarse la existencia de dos zonas claramente diferen‐ ciadas en cuanto a su disposición monumental (Andreu, 2011: 517), pues sólo parecen apreciarse dos elementos comunes a todo este espacio. Por un lado, la estela de remate curvo, que tiende a extenderse por el territorio de los Andelonenses, Carenses, Pompelonenses y en las Cinco Villas de Zaragoza (Andreu, 2011: 507). Por otro lado, también destaca como un segundo rasgo común el reducido conjunto de altares funerarios (Andreu, 2011: 515). Para el autor, esta división del solar tradicionalmente atribuido a los Vascones, siempre desde un punto de vista epigráfico, se muestra en la zona oriental por medio de una especial concentración de acotados funerarios, bien sea abiertos o en la forma de monumentales busta. Además, junto a ellos, se conocen, aunque en menor medida, estelas, especialmente de remate triangular, y, sobre todo, cabe resaltar el desarrollo de la cupa como un monumento ex‐ traordinariamente popular (Andreu, 2008; Andreu, 2011: 511‐514; Beltrán Lloris, Jordán y Andreu, 2011). Por otro lado, en la parte occidental y meridional se aprecia un mayor desarrollo de la estela como modelo de referencia, especial‐ mente aquellas de cabecera recta o cuadrangular (Andreu, 2011: 504‐505), muy vinculadas con los monumentos de la Meseta Norte. Tras los epitafios, las inscripciones cultuales suponen el segundo tipo monumental más empleado, con 44 testimonios. Con respecto a ellas, son tres las principales características que parecen conformar este exiguo corpus. Pri‐ mero, la existencia de una cierta concentración en la mitad occidental del terri‐ torio vascón (Fig. 6), especialmente en torno al valle del río Aragón, con las ciuitates de Santacrís (Eslava, NA) y Cara, y en la zona de Andelo, Muscaria y Curnonium. Por el contrario, la actual comarca zaragozana de las Cinco Villas muestra una desconcertante ausencia de testimonios epigráficos cultuales, sólo salvados por el reciente hallazgo de cinco inscripciones in situ en el foro de Los Bañales (Uncastillo, ZA) (Jordán, 2012; Jordán y Andreu, en prensa), los cuatro testimonios procedentes del entorno de la probable ciuitas de Arsi (?) (Abásolo y Elorza, 1974, IRMN 26 y 32 y HEp8, 372) y un altar a Júpiter encontrado en Asín (ZA) (HEp5, 913). La segunda característica es el peso que adquiere la epigrafía cultual de carácter rural, pues el 70% de ellas aparecieron en zonas rurales. Por último, conviene subrayar que la mayor parte de estas disposiciones se reali‐ zaron sobre altares, normalmente labrados en piedra local, pues sólo en siete ocasiones se han encontrado otras morfologías que, además, aludirían a la fi‐ 94
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nanciación de otros tipos distintos. De esta forma, Pom(peia ?) Pullatis f. Paulla dispuso cuatro estatuas en el foro de Los Bañales (Uncastillo, ZA), al igual que M. Fabius Nouus y Porcia Fauentina, que realizaron una consagración a la Victoria Augusta en la misma plaza. Además, de Andelo procede una especta‐ cular placa de bronce consagrada a Apolo Augusto (HEp1, 491) y en Calagurri se encontró un sello de oro realizado en honor de Júpiter (HEp15, 309). Se trata, sin duda, de realizaciones de gran valor, si bien constituyen, por desgracia, excep‐ ciones dentro del conjunto epigráfico cultual. Por otro lado, dentro de los diferentes tipos monumentales conservados, cabe resaltar el peso de los miliarios, pues los 36 miliarios conocidos suponen el 13% de la epigrafía seleccionada en la zona, lo cual contrasta con su presencia en el conuentus, donde representa el 2%. Esta circunstancia permite apreciar la importancia que tuvo el entramado viario y su conservación para el Imperio y, en nuestra opinión, permite caracterizar este territorio como muy abierto a los influjos culturales de otras zonas aledañas. Éstos se concentran de forma espe‐ cial en el tramo viario que unía Caesaraugusta con Arsi (?) y en la calzada que cruzaba el territorio vascón de Este a Oeste, entre Iacca y Vareia (Armendáriz, Velaza: 2006, 121‐124) (Fig. 7). Además, muestran una cronología especialmente centrada en el siglo III d. C., periodo en el cual se datan 21 monumentos (58% de los miliarios). De esta forma, por el momento se conocen nueve miliarios realizados en el siglo I d. C., centrados en el tramo de la calzada Caesaraugusta‐Beneharnum que unía Caesaraugusta con la desconocida ciudad de Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA). Más adelante, los pocos miliarios datados en el siglo II d. C., cinco, confirman, en la medida en que tan poca cantidad de inscripciones permite realizar una aseveración de este tipo, el interés de Roma por esta calzada. Además, el hallazgo de un miliario de Adriano en Oteiza (NA) (HEp5, 531), marca las primeras intervenciones conocidas en la vía Iacca‐Vareia. Por último, en el siglo III d. C. continúa el mantenimiento de estas calzadas, a la vez que el miliario procedente de Arce (CIL II, 4919) y el recientemente descubierto en Espinal, dedicado a Aureliano, y todavía inédito, invita a considerar la interven‐ ción en la importante vía 34. Más allá de estos tipos monumentales, otras tipologías tienen mucho me‐ nos peso en el corpus epigráfico seleccionado, como es el caso de las conme‐ moraciones de obras (ocho) y de los homenajes (seis). Con respecto a los monumentos que se levantaron para conmemorar una obra, pública o privada, por el momento se conocen ocho textos, procedentes de tres localidades: Calagurri, Los Bañales (Uncastillo, ZA) y Andelo. En el caso del municipio Calagurri, del circo de esta localidad procede un bloque de arenisca donde figura el inicio del nomen Aemil[‐‐‐] (HEp7, 578). Además, varios frag‐ mentos aparecieron durante las excavaciones de la Avenida de la Estación 5, el
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primero con los caracteres VM, el segundo con la secuencia ARVSA y el tercero quizá aludiendo a una financiación imperial (Angulo y Porres, 2009: 154‐155 y Velaza, 2011). Del municipio de Los Bañales (Uncastillo, ZA) proceden dos ins‐ cripciones conmemorando la construcción de una edícula consagrada a la Victoria Augusta en el pórtico occidental del foro (Jordán y Andreu, en prensa). Por último, en Andelo se encontró un bloque de arenisca en donde se conserva una X grabada con trazos de 17 cms. de altura, lo cual invita a pensar que pudo tratarse de parte de una inscripción de este tipo (HEp9, 436). Además, es posible que existiera otro texto de estas características en Ejea de los Caballeros (ZA), si es correcta la noticia que proporciona el cronista José Felipe Ferrer y Racaj, con respecto a la existencia de un fragmento epigráfico con la expresión opus (Jordán, 2009: 526). Junto a ellos, como se ha comentado con anterioridad, llama la atención la poca cantidad de homenajes encontrados, seis (Tabla 2). Esta característica se halla presente, por otra parte, en el conjunto del conuentus Caesaraugustanus, donde el peso de las honras asciende al 5% de la epigrafía conocida, por el mo‐ mento. Referencia
Lugar
Honrado
Promotor
Cronología
HEp 5, 916
Rivas (ZA)
Cayo César
‐
Augusto
Jordán y Andreu, en prensa
Los Bañales (Un‐ castillo, ZA)
L. Fabius Placidus
M. Fabius Nouus
Julio‐claudios
Jordán y An‐ dreu, en prensa
Los Bañales (Un‐ castillo, ZA)
Porcia Germulla
Porcia Fauentina
Julio‐claudios
HEp15, 308
Calagurri
Marco Aurelio y Lucio Vero
Plebs (?)
Marco Aurelio
HEp1, 497
Calagurri
Emperador
Municipium
Siglo III d.C.
HEp7, 472
Olontigi
Emperador (?)
Res publica
Siglo III d.C.
Tabla 2 Relación de homenajes conocidos procedentes del solar vascón
En nuestra opinión, su ausencia es posible que sea el reflejo de dos as‐ pectos. Por un lado, la consecuencia de un concepto del uso del monumento epigráfico alejado de los aspectos más publicitarios. Esto se aprecia claramente en el caso de los monumentos funerarios, los más populares en la zona vascona, en donde apenas se constata la intervención urbana en ellos (Andreu, 2011: 509‐
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510) y, por el momento, no aparecen testimonios del cursus honorum12. Además, a esta situación que, de entrada, no favorecería el desarrollo del titulus hono‐ rarius más allá de la financiación pública, se le puede unir la ausencia de excavaciones sistemáticas en los foros de las ciuitates vasconas, que, como se ha comprobado en el caso de las intervenciones realizadas en el foro de Los Bañales (Uncastillo, ZA), quizá pudieran arrojar interesantes sorpresas. Por último, junto a estos textos se conocen otros seis testimonios de otras tipologías correspondientes a hallazgos casi excepcionales. Este es el caso, por ejemplo, de las tres tablas de bronce encontradas en Arre (NA) (CIL II, 2958‐ 2960), el fragmento de la firma del artesano que construyó un mosaico en An‐ delo (HEp3, 266), la identificación de Cadmo de Mileto en uno de los mosaicos de la villa romana de Arellano (NA) (HEp5, 607), así como el término augustal recientemente encontrado en Lecumberri (NA) (Pérex y Rodríguez, 2011). En conclusión, el análisis de los diferentes tipos de inscripciones conser‐ vadas permite identificar el epitafio como la tipología más empleada. Esta ca‐ racterización no supone una novedad, pues se adecúa a la pauta habitual en el conuentus Caesaraugustanus y, en general, en el Imperio. Sin embargo, sí que representan dos interesantes peculiaridades el escaso peso de los homenajes, que coinciden con el alejamiento de la sociedad del empleo de los recursos pu‐ blicitarios del titulus, y la amplia presencia de miliarios en la zona que, no cabe duda, refleja la importancia del entramado viario que debió de abrirla a la in‐ fluencia del exterior. La sociedad, por lo tanto, posiblemente optó por emplear este medio con la doble finalidad de proteger al individuo contra el olvido, preservando su memoria, y, también, como un nuevo medio para establecer contacto con las deidades, tanto las nuevas como las tradicionales. Ahora bien, más allá de los elementos tipológicos, una importante impresión que se extrae del conjunto epigráfico es la división del territorio objeto de estudio en dos grandes zonas, la occidental y la oriental. Estos espacios no sólo se ven clara‐ mente diferenciados desde un punto de vista estético, sino que esta división quizá pueda ser más profunda pues, como se ha visto con anterioridad, la mitad oriental incorpora mucho antes el medio epigráfico que la occidental o, por ejemplo, se aprecia una mayor concentración de inscripciones de carácter cultual en la parte occidental que en la oriental. En relación con ello, por el momento sólo se conocen dos inscripciones, una de ellas, por desgracia perdida, en donde aparecen cargos municipales. Este es el caso de la epístola de Claudius Quartinus realizada en época de Adriano sobre una tabla de bronce y encontrada en el siglo XVIII en Arre (NA) y, por desgracia, fundida, donde aparecen unos IIuiri Pom‐ pe[l(onensibus)] (CIL II, 2959) y de una segunda tabla de bronce encontrada en Andelo, que recoge la donación de un monumento a Apolo Augusto realizado por los aediles del mu‐ nicipio Sempronius Carus Siluini f. y Lucretius Martialis Lucreti f. (HEp1, 491).
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4.
USUARIOS
Se finaliza esta caracterización de la producción epigráfica procedente de la zona vascona atendiendo a las personas que hicieron uso de ellas. Por el momento, se han podido identificar individuos en 196 textos (67%), lo cual pro‐ porciona un margen de error muy abultado, que necesariamente obliga a tomar con cautela los resultados de este análisis. Su estudio se centrará en dos puntos: su caracterización en la inscripción y su estatuto social Atendiendo a la caracterización del usuario en el medio epigráfico, en general, como se ha dicho con anterioridad, la mayor parte de los individuos atestiguados en las inscripciones aparecen representados en ellas como priuati, sin duda en consonancia con el uso que se le da al medio epigráfico, preferente‐ mente memorístico (Fig. 8). Junto a ellos, otro conjunto que se ha podido indivi‐ dualizar es el de los militares, cuyos 17 testimonios, tanto en colectivo como individuales, representan el 6% de los textos conservados. Por último, llama la atención la práctica ausencia de la figura imperial, pues aparece sólo en cuatro inscripciones (sin contar miliarios), tres de ellas procedentes de Calagurri (HEp1, 497 = ERR 5, HEp15, 308 y Velaza, 2011 de Calagurri y HEp5, 916 de Rivas (ZA)) y la ausencia, comentada con anterioridad, de magistrados. El estudio del principal conjunto de usuarios conocidos, el de los priuati, supone un problema para el investigador, puesto que la propia esencia de estos individuos, su alejamiento de los aspectos más autorepresentativos, limita de forma considerable cualquier análisis. Es por esta razón que, independiente‐ mente de los aspectos onomásticos, en los que no se entrará en este trabajo por haber sido tratados con exhaustividad en otros lugares (i. e. Beltrán Lloris 1986; Castillo, 1992 y 1997; Ramírez Sádaba, 1992; Gorrochategui, 2006; Cantón 2009), poco se puede hacer más allá de realizar unas escuetas reflexiones sobre su gé‐ nero. Así, los 196 textos conocidos con priuati han permitido identificar a 130 varones (58%) y 94 mujeres (42%), lo cual implica un ligero predominio de la figura del varón. Ahora bien, aunque los números que proporcionan son bas‐ tante equilibrados, el rol que cobran en el desarrollo de la inscripción no es tan igualado. Es posible apreciar que la mujer aparece de forma más activa desarro‐ llando un papel de promotora de inscripciones, pues de las 94 feminae identifi‐ cadas, el 63% actúan como promotoras, mientras que sólo el 37% fueron recep‐ toras de un monumento, normalmente un epitafio. Por el contrario, el papel masculino en los tituli aparece mucho más equilibrado, ya que el 54% aparecen como receptores y el 46% como promotores. Se desconocen las razones para esta orientación tan marcada de la mujer dentro de la disposición epigráfica, aunque el ligero predominio que se aprecia en su labor promotora dentro del
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epitafio (Fig. 9) lleva a pensar en un posible papel más orientado como garante de la memoria familiar. Para finalizar este breve análisis de la caracterización de los usuarios de las inscripciones en territorio vascón, se centrará la atención en el conjunto de 17 testimonios vinculados con el ejército. Con respecto a ellos, la mayor parte corresponden a atestiguaciones de la labor constructiva de los soldados de las legiones IIII Macedonica, VI Victrix y X Gemina, realizadas en época de Augusto, Estas referencias se dispusieron sobre miliarios, especialmente en el tramo de calzada que, cruzando la actual comarca de las Cinco Villas (Zaragoza), per‐ mitía la unión del valle del Ebro con Aquitania, y en la forma de diferentes mar‐ cas que atestiguan su intervención en la construcción del acueducto de Los Bañales (Uncastillo, ZA). Junto a estas referencias, de datación muy temprana, se conocen también cuatro testimonios de otros tantos soldados. De Calagurri proceden dos: el epita‐ fio del miles de la Legio VI, C. Varius Lem. C. f. Domitia[nus], quien falleció a los 24 años (CIL II, 2983 = ERR 6) y una estela realizada al eques Iulius Longinus Doles Biticenti f. (CIL II, 2984 = ERR 7). Más interesante resulta el testimonio, encon‐ trado en Muez (NA), que recoge la noticia del fallecimiento de [‐] Aemilius Or[du]netsis, un veterano de la Legio II Augusta, que debió de asentarse en esta zona tras su licenciamiento (HEp3, 267). Por último, se conserva un exvoto rea‐ lizado en la forma de un altar prismático de arenisca por Q. Licinius Fuscus, aquilegus Varaiensis, en Yesa (NA) y datado en el siglo II d. C. (HEp11, 339). Retomando el análisis de los usuarios, a continuación se atenderá al es‐ tatuto social del promotor, si bien conviene advertir que su identificación pre‐ dominante como priuati provoca que apenas se represente en las inscripciones algún tipo de gradación social. De esta forma, sólo se conoce un senador, el gobernador C. Messius Quin‐ tus Decius Valerianus, quien aparece en un miliario de procedencia desconocida (IRMN 8) dedicado al emperador Maximino. Por otro lado, son pocos los miembros que pueden incluirse dentro de la elite local de los respectivos municipios, no tanto por no emplear el medio epi‐ gráfico, cuanto por un expreso deseo de no figurar en los tituli haciendo pa‐ tentes sus cargos. Un vistazo a la epigrafía de las diferentes ciuitates permite identificar a Pomp(eia ?) Pullatis f. Paulla, M. Fauius Nouus y Porcia Fauentina, y C. Atilius L. f. Quirina Genialis, L. Atilius C. f. Quirina Festus y Atilia L. f. Festa en Los Bañales (Uncastillo, ZA), estos últimos atendiendo al mausoleo que realizó Atilia L. f. Festa; el magister Flauus (IRMN 18), posiblemente propietario de la villa de Arellano (NA), y, quizá, M. Caecilius Flauus y M. Caecilius Flauinus (IRMN 53), quizá poseedores de una villa en Marañón (NA), como se ha co‐ mentado con anterioridad, ambas en el territorium de Curnonium; C. Atili[us – f. ?] Aquilus en Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA) (CIL II, 2974 = ERZ 33), dado el
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espectacular mausoleo en el que fue enterrado; un desconocido Aemil[‐‐‐] en‐ contrado en Calagurri, quien quizá financió algún tipo de obra en el circo del municipio (HEp7 578); L. Aemilius Seranus, padre e hijo homónimo, Cornelia Flaua y Calpurnia Urchatetelli (CIL II, 2966 = HEp8, 377, CIL II, 2967 = HEp8, 376 y HEp3, 263), miembros de una misma familia que disponen un interesante ciclo estatuario en Andelo, así como los aediles Andelonenses Sempronius Carus Siluini f. y Lucretius Martialis Lucreti f. (HEp1, 491), que donaron una tabla de bronce a Apolo; los legati Pompaelonenses Sex. Pompeius Nepos, [‐] Sergius Crescens, T. Antonius Paternus y [‐] Caecilius Aestiuus (CIL II, 2958 y 2960) y, por último, Valerius Aquilus, posiblemente propietario de la villa romana de Artieda (ZA) (ERZ 3)13. Junto a ellos, se han podido identificar con seguridad a 15 libertos, proce‐ dentes, sobre todo, de la mitad oriental de la zona de estudio. De esta forma, en las cercanías de Arsi (?) se conoce el testimonio de los libertos Cornelius [Felix] y Cornelius Firmi[anus] (CIL II, 2965). Además, del mismo oppidum procede una cupa realizada por el liberto Val. Ursus (HEp17, 206), quien aparece también en otro epitafio realizado a su patrono en Santacrís (Eslava, NA) (HEp9, 432). Precisamente, de este oppidum procede el dispensator Athenio, a quien Ant(onia) Chrysaeis dispuso su epitafio (IRMN 67). Además, en Gallipienzo (NA), locali‐ dad posiblemente dependiente de esta desconocida ciudad, se tienen consta‐ tados dos libertos en un epitafio: Val. Tyrmo y Val. Eraste (HEp15, 292). Avan‐ zando a otro municipio, en Los Bañales (Uncastillo, ZA), se encontró la refe‐ rencia a Chresima y su esposo, Semp. Paramythius, quien la recordó tras su muerte con una de las mayores cupae conservadas en la Península Ibérica (Andreu y Jordán, 2003‐04: nº 2). Junto a ella, de su territorium, y más en con‐ creto, de la uilla romana de La Pesquera, procede una cupa financiada por Spes, quizá una liberta, a dos de sus hijos (HEp17, 207) y en Ejea de los Caballeros (ZA) se encontró una monumental lápida hexagonal realizada por los liberti de un tal L. Antonius Sino a su patrono (ERZ 4). Por último, de la desconocida ciudad emplazada en Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA) se han encontrado los epitafios de Iunius Eucarpus, posiblemente un liberto (AE 1977, 483), el de [Ty]che (HEp5, 930, cf. Jordán, Andreu y Bienes, 2010: nº 14) y, quizá, el de Iun[ius] [‐‐‐]us realizado por su esposa Iunia [‐‐‐]ba (Jordán, Andreu y Bienes, 2010, nº 10). Fuera de esta zona, geográficamente tan concreta, sólo se conocen cuatro referencias a liberti. De Calagurri procede el epitafio de [‐‐‐]a lib. (HEp9, 484); en Cara el de [Q. Antonius Fl]auus (CIL II, 2964); en Larraga (NA) se consagró un altar a Errensa pro l(ibertate ?) D(omitia) Materna (HEp3, 261) y, por último, en
Este conjunto puede completarse con la lista de magistrados monetales y otros individuos encontrados en otros lugares presente en ORTIZ DE URBINA, 2009.
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Arróniz (NA), posiblemente emplazado en el territorium de Curnonium, se encontró el epitafio de Festus Palydinus (HEp5, 608). Para finalizar este recorrido por las clases sociales atestiguadas en el solar de los antiguos vascones, conviene apuntar que sólo se conoce con seguridad, por el momento, el testimonio de un siervo: Thurscando, encontrado en Tafalla (NA), cerca de Olontigi (HEp7, 478, Cantón, 2009: 445). A modo de conclusión de este apartado, quizá puede caracterizarse al usuario del medio epigráfico en el solar de los antiguos vascones como un ingenuus que, por razones desconocidas, optó por representarse en los textos como priuatus. Así, se trata, en la mayor parte de los casos, de una producción epigráfica realizada por “gente corriente”. Esta situación provoca que, por desgracia, no sea posible extraer gran cantidad de información de carácter so‐ cial de los monumentos, siendo la mayor parte de los grupos sociales atesti‐ guados de forma excepcional. Pese a ello, parece advertirse la existencia de una cierta división del empleo de medio epigráfico en dos zonas distintas, pues se concentran las referencias a liberti en la mitad oriental. Con este panorama, el análisis de los principales usuarios del medio epigráfico, representados como priuati, necesariamente ha de centrarse en la onomástica, que no hemos tratado en este trabajo, y en el género del usuario. Es, precisamente, la búsqueda de datos en este último punto donde se ha obtenido la interesante imagen de una orientación distinta hacia el tituli en función del género, pues los textos cono‐ cidos hasta el momento permiten identificar en la mujer una clara vocación de preservar la memoria de la familia. 5.
CONCLUSIONES
Para finalizar, puede ser interesante recoger las principales ideas que se han ido extrayendo del corpus epigráfico a lo largo de estas páginas y que, en nuestra opinión, contribuyen a dibujar los grandes trazos que definieron la cul‐ tura epigráfica en el solar de los antiguos vascones. El punto de partida, y primera imagen que se extrae del conjunto conser‐ vado es la de su gran popularidad, que sobresale todavía más si se tiene en cuenta que la cultura vascona posiblemente fue, en origen, ágrafa. Ahora bien, esta visión tan elocuente no deja de tener sus claroscuros y conviene reconocer que la ausencia de excavaciones sistemáticas en la mayor parte de las ciuitates vasconas, especialmente en las necrópolis y espacios públicos, posiblemente condicionen de forma decisiva el conjunto epigráfico conservado.
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El desarrollo del medio epigráfico, popularmente adoptado por la socie‐ dad de la zona e incorporado a su acervo cultural, encontró su espacio de má‐ xima difusión en una franja situada en la zona de la Navarra Media y la co‐ marca de las Cinco Villas de Zaragoza, mientras que los espacios al norte (Pirineos) y sur (valle del Ebro), muestran una desoladora ausencia de tituli. En nuestra opinión, esta situación posiblemente sea un fiel reflejo de la distribución geográfica de la población. Además, en este contexto, surgen dos ciuitates, Curnonium y Los Bañales (Uncastillo, ZA) que destacan sobre todas por el peso que adquiere su producción epigráfica, especialmente centrada en los respec‐ tivos territoria. Por el contrario, otras ciuitates privilegiadas, como Calagurri, muestran un conjunto mucho menor, aunque centrado en el oppidum y con menos presencia de la producción del territorium. Por otro lado, conviene resaltar que la incorporación de la sociedad al medio epigráfico se realizó en una época temprana, pues se aprecia un fuerte aumento durante el siglo I d. C. Ahora bien, las inscripciones conservadas, por el momento, muestran una evolución diacrónica muy clara a partir de este mo‐ mento, disminuyendo en cantidad de forma continua hasta su práctica desapa‐ rición en el siglo III d. C. Sin embargo, dentro de esta tendencia, sin duda fuertemente condicionada por la cantidad de monumentos sin datar y el azar en la transmisión de los textos, las diferentes ciuitates no evolucionaron de la mis‐ ma forma. En la medida en que el margen de error existente permite aventurar alguna impresión al respecto, da la sensación de que hay tres núcleos que experimentaron un fuerte impulso en época temprana, como son Curnonium, Los Bañales (Uncastillo, ZA) y Cabezo Ladrero (Sofuentes, ZA) y, en menor medida, Andelo, cuyas producciones epigráficas retrocederán desde entonces hasta prácticamente desaparecer en el siglo III d. C. Por el contrario, un efecto distinto se aprecia en otras ciuitates, de tal forma que en el siglo II d. C. parecen desarrollar cierto peso epigráfico las ciudades de Pompelo, Arsi (?) y Santacrís (Eslava, NA) y, en el siglo III d. C., Olontigi. Una vez que la sociedad adoptó el titulus como un elemento comunicativo, desarrolló especialmente epitafios, como es habitual en el Imperio Romano du‐ rante el Principado, seguidos, a cierta distancia, por las inscripciones de carácter cultual. Ahora bien, la ausencia de elementos publicitarios en ellos, unido al poco peso que tienen tituli como los honorarii, invitan a pensar que la sociedad optó por emplear este medio con la doble finalidad de proteger al individuo contra el olvido, preservando su memoria, y, por otro lado, como un nuevo me‐ dio para establecer contacto con las deidades, tanto las nuevas como las tradi‐ cionales. Junto a estos tipos epigráficos, conviene resaltar la importancia que adquieren los miliarios dentro del corpus conservado, como consecuencia del interés que tuvo la administración por el cuidado de la red viaria a su paso por esta zona, en especial la calzada Caesaraugusta‐Beneharnum. Esta característica no es baladí, pues no creemos que se deba despreciar el papel de transmisor de
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modas culturales que pudieron tener estas vías, que bien pudieron influir de forma decisiva en la conformación del titulus, como, por ejemplo, la presencia de tipologías como las cupae. En consonancia con esta orientación hacia el uso del medio epigráfico, conviene subrayar que la mayor parte de los individuos, usuarios de los textos, se caracterizan como ingenui representados como priuati. Sin embargo, las ins‐ cripciones conservadas invitan a pensar que su orientación hacia el titulus fue distinta en función del género. Los testimonios conocidos muestran que la mu‐ jer aparece de forma preferente como financiadora de monumentos, especial‐ mente de epitafios, quizá con una clara vocación de preservar la memoria de la familia. Por el contrario, el varón muestra un empleo mucho más diverso, pues figura tanto de receptor como de donante, e igualmente, financiando monu‐ mentos funerarios y cultuales. Para finalizar, estas características generales no esconden un importante elemento subyacente de la producción epigráfica de esta zona, como es la exis‐ tencia de dos ámbitos geográficos claramente diferenciados. Esta división se puede apreciar analizando la tipología de los monumentos funerarios y tam‐ bién puede intuirse, aunque quizá de forma menos evidente, en otros aspectos, como son el peso que adquieren las consagraciones en la mitad occidental o la peculiar concentración de testimonios de liberti en la mitad oriental. Por el mo‐ mento, no tenemos una respuesta que explique esta dicotomía, aunque no se puede dejar de pensar en la influencia de la red viaria y del ejército como elementos transmisores de pautas culturales que afectaron a la disposición de inscripciones. Quedan así definidos, por lo tanto, los principales elementos que caracte‐ rizaron la cultura epigráfica en este solar, quizá ocupado por los vascones en época antigua. Algunos de ellos, que les diferencian de forma decisiva con respecto a la práctica habitual en el conuentus Caesaraugustanus, es posible que se puedan relacionar con el sustrato étnico, como pueden ser determinadas peculiaridades de carácter cultual o, quizá, el papel de la mujer en este con‐ junto. En otros casos, los rasgos definitorios tal vez procedan del exterior, como posiblemente ocurrió con la calzada Caesaraugusta‐Beneharnum, que debió de actuar como una auténtica autopista de transmisión cultural, o fueron impor‐ tados por el ejército, cuyo papel fue decisivo para el desarrollo urbano de esta zona, o incluso el Emperador. Son, en resumen, influencias tanto internas como externas que se entremezclaron en diferente medida sobre una cultura ágrafa, para dar lugar a dos interesantes espacios epigráficos: al occidente, un desa‐ rrollo del titulus más implicado en el medio rural, con unos monumentos, en general, menos elaborados y, tal vez, protagonizados por sencillos ingenui, con una interesante presencia de textos cultuales. Por el contrario, en el oriente, aunque el usuario sigue siendo preferentemente ingenuus y se representa como un priuatus, se aprecia una epigrafía más “jerarquizada”, con muchas más refe‐ CAUN 21, 2013
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rencias al estatuto social y unos modelos tipológicos distintos, tanto desde el punto de vista estilístico, como ejemplifica la extraordinaria concentración de cupae, como funcionales, pues son muy escasos los textos conservados de carácter cultual. La búsqueda de explicaciones para esta diferenciación abre, para finalizar, nuevas puertas para continuar ahondando en un fenómeno tan interesante como es el de la adopción y desarrollo de la cultura epigráfica entre los vascones. 6.
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Figura 7 Distribución geográfica de los miliarios en el conuentus Caesaraugustanus
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LA RELIGIÓN DE LOS VASCONES. UNA MIRADA COMPARATIVA. CONCOMITANCIAS Y DIFERENCIAS CON LA DE SUS VECINOS
Joaquín GORROCHATEGUI CHURRUCA1 José Luis RAMÍREZ SÁDABA2 RESUMEN: La comparación de las creencias religiosas de los vascones con las de
sus vecinos (várdulos, caristos, autrigones, berones, celtíberos y aquitanos) constata: a) que los vascones tuvieron unas creencias peculiares y distintivas: peculiares, porque su etimología no tiene explicación por el indoeuropeo y parecen referirse a fuerzas naturales o a ciertos animales totémicos; b) que lin‐ güísticamente se relacionan estrechamente con sus vecinos septentrionales, ya que ambos pueblos, a pesar de las cautelas insoslayables sobre las interpreta‐ ciones etimológicas, coinciden en exclusiva en tener dioses de nombre “éus‐ karo”, relacionados, además, con las fuerzas de la naturaleza. Muy distinto es el caso de los demás vecinos, cuyas divinidades se explican, tanto etimológica co‐ mo funcionalmente, en el ámbito indoeuropeo: c) que, sociológicamente, son los autóctonos los que han conservado estas creencias, incluso en un ambiente ya romanizado. Los pueblos hispánicos han adoptado, de forma casi generalizada, la estructura y onomástica latina, pero dejan percibir su origen autóctono en la mayoría de los casos. Los aquitanos presentan un indigenismo mucho más acusado: tan solo un tercio ha adoptado la estructura y onomástica romana. PALABRAS CLAVE: Creencias religiosas, vascones, várdulos, caristos, autrigones,
berones, celtíberos, sedetanos, aquitanos. ABSTRACT: Comparing the religious beliefs of the Vascons with those of the
peoples bordering (vardulos, autrigones, berones, celtiberos and aquitanos) we can state that: a) The Vascons owned quite distinctive and particular beliefs, rather peculiar because their etymology cannot be explained under Indo‐Euro‐ Universidad del País Vasco. Dirección electrónica:
[email protected] Universidad de Cantabria. Dirección electrónica:
[email protected]
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pean basis and they seem to refer to nature forces or to certain totemic animals, b) According to linguistics the Vascons are closely connected with their northern neighbours; despite unavoidable caution upon etymological interpre‐ tations, just both of them agree on having gods regarding to nature forces with an “euskaro” name. This is not the same for the rest of the surrounding peoples whose deities can be explained into the Indo‐European sphere according to function and etymology. And, c) The native inhabitants of the land are, under sociological terms, those who have preserved these beliefs even in an already romanized background. On the whole, the Hispanic peoples adopted Latin structures and onomastics, though in most cases their autochthonous origin can be traced. These indigenous features are more clearly marked in the peoples from Aquitaine; only one third of them followed the Roman pattern for structu‐ res and onomastics. KEYWORDS: Religious beliefs, vascons, vardulli, caristi, autrigones, berones, cel‐
tibers, sedetani, aquitani. 1.
INTRODUCCIÓN
a) Las creencias religiosas de los Vascones
De los diferentes aspectos de una sociedad antigua que son el objeto de estudio del historiador, muy probablemente los que tienen que ver con las creencias religiosas y la concepción del mundo sean de los más difíciles de aprehender, analizar y explicar. Una de las razones principales consiste en que la información referida a ese ámbito es, cuando existe, enormemente parcial y sobre todo descontextualizada. Queda limitada a alguna referencia suelta tras‐ mitida por alguna fuente grecorromana, en la que se comenta algún rito, alguna creencia especialmente sobresaliente del pueblo en cuestión, y a los arqueoló‐ gicos que de una forma u otra remiten a cultos a divinidades indígenas, siendo las más habituales restos de templos o lugares de culto, y altares votivos con expresión figurada o nombre explícito de alguna divinidad. El caso vascón no es una excepción. En nuestro caso el interés por la reli‐ gión de los antiguos Vascones se acrecienta por un hecho que inevitablemente siempre incide en el acercamiento a cualquier aspecto social o etnológico de este pueblo: la estrecha vinculación histórica (e historiográfica) entre Vascones y pueblo vasco. Esta vinculación, consciente o inconsciente, coloca el problema en una perspectiva más amplia que es la oposición entre indoeuropeo (o alguna de sus ramas concretas, como la céltica) y no indoeuropeo, al que pertenece lo
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vasco. Esta oposición es, originariamente, un hecho exclusivo de lengua, pero los arqueólogos y los historiadores de las poblaciones y civilizaciones admiten, al menos como posibilidad teórica, la reconstrucción hacia el pasado de una unidad étnico‐cultural indoeuropea de un pueblo que hablando una fase anti‐ gua de indoeuropeo sería poseedor de unas creencias, cosmología, divinidades y ritos propios. La comparación ejercida sobre el numeroso material de carácter mitoló‐ gico trasmitido en las diferentes tradiciones indoeuropeas antiguas, desde la India hasta Irlanda, ha llevado a los estudiosos a presentar unos rasgos propios “indoeuropeos”. Sin ánimo de exhaustividad: la divinidad suprema de los in‐ doeuropeos gobernaba el cielo luminoso o diurno, Dyau‐ (el Júpiter latino o Zeus griego); parece que la actividad humana y divina se divide en tres esferas de acción, las tradicionalmente llamadas tres funciones de G. Dumézil: esfera de la soberanía y la religión, la esfera de la guerra y defensa de la sociedad; la esfera de la producción, fertilidad y bienestar del cuerpo social; ritos específicos de la realeza, como la unión rey‐divinidad femenina, sacrificios de caballos, etc. El lado vasco presenta una gran desventaja. No es solo que se carezca de la posibilidad de comparación al estilo indoeuropeo, debido a la inexistencia de parientes lingüísticos, sino que el propio material mitológico susceptible de remitir a una fase de creencias precristiana es muy escaso y se halla completa‐ mente desnaturalizado por la gran presión de la religión cristiana. Consiste en relatos folclóricos, en los que aparecen algunos personajes salvajes, seminatu‐ rales, dotados a veces de fuerza destructiva, presentados otras veces como seres primitivos y atrasados, que intervienen tangencialmente en los asuntos huma‐ nos; muchas creencias son de tipo mágico, que tienen que ver con la interven‐ ción o control de fuerzas naturales, rayo, tormenta, nube, y supersticiones acerca de aparecidos, almas, lamias, unidas a brujas y el demonio, trasfigura‐ ciones en animales, etc. Falta toda construcción teológica coherente. Además, ¿estamos seguros de que esas ruinas mitológicas, alusiones y creencias remiten a un mundo no‐indoeuropeo, simplemente porque son rela‐ tos vascos? J. Caro Baroja ha aducido gran cantidad de paralelos procedentes de otros lugares de España y Europa. El padre J. M. de Barandiarán, al que debe‐ mos principalmente la colección y publicación de relatos vascos, ya indicó los paralelos que hallaba entre la concepción celeste vasca y la de los antiguos germanos. Todo ello nos recuerda un hecho que se olvida frecuentemente, que las creencias traspasan fronteras y lenguas, se acomodan a expresiones lingüís‐ ticas diferentes, adquieren nuevos significados, etc. Gracias a la información trasmitida por G. Aymeric Picaud, peregrino a Santiago de Compostela (en el famoso codex Calixtinus de la catedral de San‐ tiago, texto del siglo XII), sabemos que los vascos “Deum appellant Urçia”. Es a todas luces un nombre que remite a un estrato anterior al Jaungoikoa “Señor de
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lo alto” cristiano (Cf. “Grado a ti Sennor Padre que estas en alto” del Cantar del Mío Cid), y cuyo significado era “cielo”, tal como queda reflejado en muchos derivados vascos con el elemento ortz‐/ost‐ como ortzmin (‘lengua del cielo’ ‘rayo’), ortzarri (‘piedra del cielo’, ‘rayo’), y posiblemente ortzegun, ostegun ‘jueves’