Entre sí. Por una historia social de los procesos de civilización

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Entre sí. Por una historia social de los procesos de civilización José Mª IMÍZCOZ BEUNZA Universidad del País Vasco x

“El cambio de comportamiento y de vida afectiva al que llamamos “civilización” depende de la interrelación intensa de los seres humanos y de su creciente interdependencia” 1. En este texto vamos a tratar de conectar los procesos de civilización y de distanciamiento cultural creciente entre las élites y el pueblo llano, que se producen en Occidente durante la Edad Moderna, con las transformaciones de los entramados sociales que estuvieron en su base, siguiendo la idea de Norbert Elias de que hay una relación entre la interdependencia social y las costumbres: Entre una organización de las relaciones humanas (un tipo de entramado social con una serie de dependencias mutuas o interdependencias entre los individuos) y un tipo de costumbres; y entre la reorganización de las relaciones humanas y el cambio de las formas de comportamiento y de sensibilidad 2. Investigando sobre las élites de la modernidad política y cultural de la España moderna, nos encontramos con cambios culturales notables que se producen, de forma especialmente significativa, en los grupos sociales de la clase política e intelectual del reformismo borbónico. Para abordar esta cuestión de forma comparativa, y en un contexto occidental más amplio, vamos a plantear nuestra reflexión desde los sectores de las élites que, a nuestro entender, fueron un fermento principal de cambio en los procesos civilizadores de la modernidad europea. Siguiendo nuestra perspectiva de redes sociales 3, en este caso de lo que Norbert Elias llama “interrelación”, “interdependencia”, “entramado social” u x

Proyecto de investigación del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España, HAR2010-21325-C05-02, sobre “Las élites de la modernidad: Familias, redes y cambio social, de las comunidades tradicionales a la revolución liberal, 1600-1850”, en el marco del Proyecto coordinado HAR2010-21325-C05, años 2011-2014. 1 Elias, Norbert, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México-Madrid-Buenos Aires, FCE, 1987, p. 361. 2 Ibídem, p. 537. 3 Hemos expuesto las bases conceptuales en Imízcoz Beunza, José Mª, “Actores, redes, procesos: reflexiones para una Historia más global”, Revista da Facultade de Letras- História, III Série, volume 5, Porto (Portugal), 2004, pp. 115-140.

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“organización de las relaciones humanas”, proponemos, ampliando el concepto de E.P. Thompson, que el cambio se produce en los encuentros y las experiencias compartidas entre actores sociales4. En el proceso que queremos observar, nos parecen decisivos los cambios culturales y societarios que se producen cuando determinadas élites, especialmente influyentes, se encuentran entre si: la aristocracia en la sociedad cortesana; las élites urbanas europeas, en círculos y prácticas específicas, separadas del vulgo; los miembros de la nueva administración borbónica, en la España del siglo XVIII, y el encuentro entre si de ciertas élites cultas en los círculos de sociabilidad ilustrados. En estos encuentros se generan prácticas propias, nuevos elementos de distinción y, consecuentemente, procesos de segregación o separación social con respecto a otros sectores sociales. En esta línea, nos interrogaremos sobre las consecuencias de estos procesos de civilización. Observaremos la difusión selectiva y diferencial de los cambios, los contrastes que esto produce, así como el proceso de segregación y las reacciones de resistencia que conllevó. 1. El proceso de la civilización occidental: de la desigualdad compartida a la separación cultural entre élites y pueblo llano Peter Burke vio en los cambios culturales que se producen en Occidente durante la Edad Moderna un proceso de distanciamiento creciente entre las élites y el pueblo llano, provocado por el apartamiento de las clases altas de la cultura común que élites y pueblo compartían todavía a finales de la Edad Media. Entre 1500 y 1800, se pasaría de compartir una cultura común a una disociación en que el clero, la nobleza, los comerciantes y las profesiones liberales habían abandonado la cultura de las clases bajas, de las que se hallaban separadas, más que nunca, por profundas diferencias en su visión del mundo 5. Tradicionalmente, la gran desigualdad de la sociedad del antiguo régimen no se traducía en una separación en clases de los diferentes, sino, al contrario, en estrechas relaciones verticales de jerarquía y subordinación, de autoridad y dependencia, de protección y de servicio. El señor vivía en medio de sus sirvientes, vecinos y vasallos. Con ellos comía, bebía, dormía y se entretenía. Estar rodeado de sus criados y dependientes era la señal más clara de su distinción. Esta inmediatez era jerárquica pero inclusiva. En un mismo espacio local y vecinal, el señor, o los principales del lugar, estaban siempre a su cabeza y encabezaban la comunidad mediante su preeminencia en iglesias, actos públicos, procesiones, revistas de armas y fiestas, y mediante la deferencia en gestos y palabras de que eran acreedores. 4

Thompson, Edward P., La formación histórica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832, Barcelona, Laia, 1977. 5 Burke, Peter, La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, Alianza, 1990, pp. 376390.

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Entre toda la documentación, el Journal de raison de Gilles de Gouberville, un señor normando de mediados del siglo XVI, es, en mi conocimiento, el documento que mejor muestra cómo podían ser las relaciones cotidianas entre un señor y sus dependientes. A lo largo de una escritura gris, el diario consigna hora a hora, día a día, durante diez años, sus menudos hechos y gestos, sus encuentros e intercambios con unos y con otros, inmediatos, omnipresentes. Gouberville comparte su vida con sus criados, bajo el mismo techo. Mantiene amistad personal con algunos de ellos, en especial con su fiel Cantepie, con quien vive los momentos de trabajo y de juerga. La relación jerárquica con sus criados es dúplice; les hace favores, les regala alguna ropa, pero también les riñe de vez en cuando, incluso propina alguna zurra. La relación con el pobre cura de la pequeña parroquia es también ambivalente, le procura subsistencia a cambio de pequeños trabajos menudos, pero también le pone verde en público el día en que llega a predicar con resaca. Los campesinos allegados le solicitan como padrinos de bautismo de sus hijos y le invitan a sus casas y a su mesa. Es también un anfitrión con la puerta de su casa siempre abierta y la mesa dispuesta, y recibe a gente de toda condición. En ocasiones le vemos velando de noche, a la cabecera de sus vasallos enfermos, que le llaman y confían en su conocimiento de las hierbas y los remedios naturales contra la enfermedad. Gouberville es el señor que recibe las prestaciones personales y, que tras el corte de las hierbas, abre su gran sala y ofrece y comparte, carnes, vino y música 6. Esto no supone en modo alguno una idealización de las relaciones entre señores y dependientes. En otro lugar hemos explicado cómo estas relaciones verticales, cuya materia prima era la propia desigualdad, eran tanto relaciones de dominación como relaciones de protección y daban lugar a un abanico muy amplio de comportamientos y experiencias, entre la protección, el servicio y la deferencia, o la explotación, el abuso y la violencia. Pero todas estas experiencias formaban parte de la misma vinculación efectiva, de la misma inmediatez, de la misma estructura social, articulada básicamente por lazos verticales de autoridad (el pater familias, el señor, Dios) y por una intensa economía vertical de intercambios y reciprocidades. En este contexto, no se daban grandes diferencias culturales o de costumbres, sino que la mayoría compartían ampliamente una misma cultura común, muy marcada por rasgos que posteriormente se calificarían como populares. Solamente una pequeña minoría (principalmente clérigos) participó en una cultura superior, con el desarrollo de las escuelas de gramática y las universidades 7. Así mismo, élites y pueblo llano compartían costumbres y comportamientos. La expresión de los instintos y de los impulsos corporales era 6 Foisil, Madeleine, Le Sire de Gouberville, un gentilhomme normand au XVIe siècle, Paris, Flammarion, 1986. 7 Burke, P., op. cit., p. 68.

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vista como algo natural. Era común, por ejemplo, orinar o defecar en público, escupir, comer con las manos, eructar, hablar a voces, expresar las emociones de forma abrupta o dejarse llevar a actitudes violentas, sin la civilidad y refinamiento que las élites cultivarían más tarde 8. Norbert Elias fue el primero que intentó reconstruir el proceso de civilización que se inicia en las sociedades cortesanas. Primero y de forma limitadas, en las cortes renacentistas de los príncipes italianos, en que surgen los primeros tratados de ‘cortesía’, destinados a formar a la aristocracia en el modo adecuado de comportarse en la corte. Progresivamente en otras cortes europeas, a medida en que estas se fueron desarrollando en torno soberanos poderosos y atrayendo a la nobleza de sus reinos. El cénit de este proceso sería la corte de Versalles, con Luis XIV, que se convierte en el centro de residencia continua -ya no ocasional- de la aristocracia, un espacio exclusivo y ritualizado en que la nobleza se encuentra intensamente entre si, configurando una sociedad específica, y genera unos usos propios, cada vez más depurados. Esta sociedad elitista desarrolló un modelo de civilización que, dada la influencia del país, fue imitado por las cortes de las diversas monarquías europeas. Los modos distinguidos de la corte fueron imitados progresivamente, primero por las élites inmediatamente inferiores, las élites de las ciudades, como señal de distinción, y sucesivamente, descendiendo a lo largo de la pirámide social, como modo de distinguirse de los grupos inmediatamente más bajos. La influencia de la corte francesa a partir de Luis XIV y la adopción de su canon por el resto de cortes europeas dio unidad al fenómeno y permite hablar de un proceso de civilización occidental que, si bien no llegó a todas partes ni a todos los estamentos por igual, sí dotó de cierta coherencia y semejanza a la conducta de las élites cosmopolitas de Occidente. La historia es conocida. Entre los cambios de conducta de las clases altas del mundo occidental producidos a partir de la sociedad cortesana, Norbert Elias subraya la compostura en la mesa, la regulación de las necesidades corporales, los cambios de los modos de sonarse y de escupir, los comportamientos en el dormitorio, los cambios de actitudes en las relaciones entre hombres y mujeres, la contención de los instintos, la transformación de la agresividad, los progresos de la racionalización, y los avances del pudor, la vergüenza y el desagrado 9. Estos avances del refinamiento impregnaron todas las esferas del comportamiento social de estas élites cortesanas y se manifestaban en la modelación del lenguaje, los gestos, el trato y el gusto. Al mismo tiempo, esta agudización de la sensibilidad comportó inevitablemente un desagrado frente a 8 9

Elias, N., op. cit., pp. 282 y ss. Elias, N., op. cit., pp. 129-229 y 466 y ss.

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las formas soeces de conducta. El refinamiento de los sentidos conllevó un rechazo del vocerío, el ruido, los malos olores, los sabores bastos o el mal gusto. El desarrollo de una sensibilidad superior frente a los gustos inferiores de las clases bajas conllevó un rechazo creciente hacia lo vulgar 10. La tendencia de la aristocracia a relacionarse entre si en la sociedad cortesana tuvo su paralelo en la tendencia de las élites urbanas a configurar unas prácticas de sociabilidad propias, cada vez más separadas de las prácticas que antiguamente compartían con el pueblo llano y que cada vez les resultan más vulgares. En el caso de Francia, se ha observado cómo, entre 1500 y 1700, el tejido comunitario de las sociedades urbanas se desgarró, a medida que las formas de sociabilidad, jerárquicas pero inclusivas, que las élites y el pueblo llano compartían a finales de la Edad Media, fueron derivando hacia prácticas sociales separadas. Los notables abandonaron progresivamente las sociedades báquicas y festivas en que gente de toda condición se reunía para compartir mesa, beber, reír y divertirse juntos. O las fraternidades de jóvenes, en que los solteros de toda condición social organizaban las fiestas urbanas, o ridiculizaban determinados comportamientos mediante cencerradas jocosas. En el siglo XVII, una fracción cada vez mayor de las élites urbanas abandona estas prácticas, que denuncian como groseras y licenciosas, y se repliegan hacia formas de sociabilidad que les son propias11. Probablemente, este movimiento fue más precoz e intenso en las capitales y en las grandes urbes, más conectadas con la corte, y se difundió hacia otras ciudades, en mayor o menor grado según su influencia y conexión. En grandes ciudades como París o Londres, la separación social parece traducirse incluso materialmente, en el espacio urbano y en los nuevos modos de habitación. En París, por ejemplo, desde el siglo XVII se forman barrios aristocráticos, primero en el Marais, y más tarde en el faubourg Saint Germain, donde tienden a concentrase los nuevos palacios, o en el propio Versalles, donde, en torno al palacio del rey, proliferan las residencias de la aristocracia. El cambio se manifiesta así mismo en los nuevos modelos de mansión o palacio urbano que construyen las élites de la capital a partir del siglo XVII y que sería imitado por las élites de otras ciudades. Lejos de los antiguos palacios rústicos, en que el señor compartía un gran espacio abierto, la gran sala, con sus criados, deudos e invitados, los nuevos palacios urbanos se separan de la calle y del populacho por un gran ‘portail’, cuya puerta cochera deja pasar las carrozas a un patio interior. Tienen amplios salones para recibir a sus pares y un bello jardín interior para su recreo. Los espacios interiores del edificio están compartimentados: la instauración de pasillos para circular permiten separar las habitaciones, que se cierran como espacios reservados de privacidad. 10

Ibídem, pp. 506 y ss. Chartier, Roger y Neveux, Hugues, “La ville dominante et soumise”, en Duby, George (dir.), Histoire de la France urbaine, t. III, Paris, Seuil, 1981, pp. 180-183.

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En este movimiento, aparece una nueva sociabilidad de notables, más intelectual, como las reuniones en la tienda de un librero, en un gabinete o biblioteca privada, o en un salón aristocrático. Se trata de reuniones de élites cultas que se encuentran entre sí para conversar y debatir agradablemente en torno a libros, cartas de corresponsales, lecturas de periódicos; unas reuniones destinadas al placer del espíritu y de la conversación, en las que no suele faltar una buena taza de chocolate y otros encantos (como veladas musicales, representaciones de obras de teatro o juegos). Esta sociabilidad culta, muy minoritaria en sus comienzos, supuso una ruptura fundamental con la cultura urbana anterior, compartida por el pueblo y los notables. Reducidas a un puñado de tertulianos, estas reuniones privadas y amistosas se documentan ya en París en la primera mitad del siglo XVII y se multiplican en las ciudades francesas en la segunda mitad de la centuria. Progresivamente, algunas de ellas adquirieron una forma reglada y dieron lugar a las “academias”, que ya funcionaban en doce ciudades francesas a la muerte de Luis XIV12. En los siglos XVII y XVIII, estas élites se fueron encerrando en su cultura exclusiva. Sus diversiones se depuran y separan de las formas antiguas de diversión, que son abandonadas para el vulgo. Veladas musicales refinadas, bailes elegantes a puerta cerrada, abandono de los teatros públicos, vulgares, en favor de representaciones privadas, ópera italiana, etc. Al mismo tiempo, estas élites urbanas tienden a ‘civilizar’ la vida pública, intentando regular los desórdenes, las prácticas de ocio y los desbordamientos festivos. Las celebraciones públicas tienden a pasar de fiestas muy participativas, en que el pueblo llano tenía un papel protagonista, a “fiestas otorgadas” al pueblo por los notables, en que los sectores populares quedan reducidos a simples espectadores 13. Desde luego, es necesario matizar esta idea de separación cultural creciente entre élites y pueblo llano. Por un lado, hubo sectores sociales ‘interfaces’ que sirvieron de mediadores entre ambas culturas, como, por ejemplo, los clérigos rurales. También, los propios notables podían adoptar comportamientos alternos, utilizando lenguajes y modales diferentes, según trataran con sus pares o con la gente popular. Sobre todo, esta evolución fue algo tendencial que tuvo enormes matices. No se produjo con la misma intensidad ni con los mismos ritmos en todos los lugares. Varió considerablemente, según los países, el tamaño de las poblaciones, los entornos sociales, y el enclavamiento o apertura al cambio de sus élites. El cambio fue, sin duda, más intenso y precoz en las ciudades occidentales con importantes concentraciones de élites, que podían encontrarse 12 Ibídem, pp. 183-184; Roche, Daniel, Le Siècle des Lumières en province. Académies el Académiciens provinciaux, 1680-1789, Paris-La Haya, Mouton, 1978. 13 Chartier, R. y Neveux, H., art. cit., pp. 191-193.

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entre sí y conformar su propia sociabilidad, que en las pequeñas ciudades o en las sociedades agrarias, con notables escasos y dispersos, insertos en una convivencia más compartida con sus convecinos de toda condición. El tamaño no lo es todo. Este fenómeno fue también, sin duda, más precoz e intenso entre las élites más conectadas con la corte y con las redes de la modernidad social, cultural y económica, que en aquellas que permanecían ancladas en unos entornos más desconectados de estas redes y más enclavados en los horizontes de la tradición local. Por ejemplo, en España llama la atención, a mediados de la centuria, la muy precoz modernidad social y cultural de unas élites que vivían en pequeñas localidades del norte de la península, como Azcoitia o Vergara, muy enclavadas aparentemente entre montañas, incluso en un idioma extraño, y que, sin embargo, crearon la primera sociedad económica española, la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (1764), modelo de todas las posteriores, y el Real Seminario de Nobles de Vergara (1776). ¿Cómo se explica? Se trataba de unos sectores de las élites especialmente vinculados, por sus carreras y negocios, con el gobierno de la monarquía, con las finanzas del estado y con la economía colonial, y sus redes sociales estaban muy estrechamente conectadas con los centros de poder y de riqueza y con los flujos de la primera globalización occidental. En cambio, da la impresión de que la gran mayoría de las élites de las ciudades castellanas, aún en el siglo XVIII, fueron mucho más tradicionales. 2. Las nuevas formas de sociabilidad ilustradas: la matriz de la transformación política Este proceso de separación cultural culmina en el siglo XVIII, con la difusión de las nuevas formas de sociabilidad ilustradas. A lo largo de la centuria, los círculos de sociabilidad intelectual de las élites cultas, que se habían iniciado en cenáculos restringidos durante el siglo XVII, se multiplicaron en todo Occidente, especialmente en la segunda mitad del siglo, y adquirieron una gran variedad de formas, desde los salones franceses y las tertulias en el mundo hispánico, hasta sociedades más formalizadas como las academias, las sociedades literarias, las logias masónicas, las sociedades económicas, o los clubs patrióticos. Estas nuevas formas de asociación se difundieron entre las élites cultas de todo occidente, aunque seguramente con diferente intensidad según los países. Sabemos, por ejemplo, que en la Francia meridional, las élites urbanas pasaron masivamente, a lo largo del siglo XVIII, de las formas tradicionales de asociación, básicamente las cofradías piadosas, agrupadas en torno a diversas devociones y órdenes religiosas, a este nuevo tipo de sociedades 14.

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Agulhon, Maurcie, Pénitents et Francs-Maçons dans l'Ancienne Provence, Paris, Fayard,

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Un rasgo de modernidad decisivo de estas nuevas sociedades es que su constitución se basaba en la adhesión del individuo como sujeto autónomo, esto es, no según su pertenencia a un estamento, a una corporación profesional o a una iglesia, sino mediante su adhesión individual, libre y revocable. Su organización interna no correspondía a criterios jerárquicos estamentales, sino, al contrario, agrupaba a individuos de diversos estamentos, guiados por su sola razón, que se reunían según sus afinidades ideológicas y sus relaciones de amistad. Sin embargo, estas sociedades eran selectivas. En sus inicios, sus miembros tenían en común su pertenencia a las élites cultas. En el mundo hispánico, las principales formas de reunión fueron las tertulias, reuniones informales de amigos que se encontraban en casas particulares para conversar. Parece que los sectores sociales más implicados en ellas fueron nobles y patricios, eclesiásticos, profesores y estudiantes, en las ciudades universitarias, y empleados públicos, aunque sabemos poco más sobre a qué sectores de la nobleza, del clero y del patriciado correspondían, más allá de esta identificación, demasiado genérica, de clase culta. Algunas de estas sociedades se formalizaron pronto, dando lugar a las academias reales, o a las Sociedades Económicas de Amigos del País, que tanto significado público tuvieron en la política reformista de la segunda mitad de la centuria 15. En España, el movimiento ilustrado estuvo muy vinculado a la monarquía reformista, especialmente durante el reinado de Carlos III. Muchos promotores de las principales tertulias políticas, de las academias reales y de las sociedades económicas fueron administradores, militares y eclesiásticos vinculados a la corona que, desde ellas, plantearon reformas que pudieran ser llevadas a cabo por el gobierno de la monarquía. Progresivamente, en las décadas finales de la centuria, este movimiento salió de las casas particulares y se abrió a espacios semi-públicos, como cafés, fondas y tabernas, en que estas élites políticas, intelectuales y periodísticas, entraron en contacto con un público más amplio, compuesto por elementos del comercio y el artesanado de las ciudades. Estas nuevas sociedades se multiplicaron de forma extraordinaria en Occidente durante la segunda mitad del siglo. Muy relacionadas entre sí, configuraron unas redes sociales e intelectuales bastantes densas, que articularon intelectualmente a las élites ilustradas de Occidente, a través de la correspondencia epistolar, los viajes de conocimiento, las publicaciones y la circulación de proyectos y escritos 16. 15

Franco Rubio, Gloria A., “El ejercicio del poder en la España del siglo XVIII. Entre las prácticas culturales y las prácticas políticas”, en López-Cordón, Mª Victoria y Luís, Jean-Philippe (coords.), La naissance de la politique moderne en Espagne, Madrid, Mélanges de la Casa de Velázquez, Nouvelle série, 35 (1), 2005, pp. 51-77. 16 Beaurepaire, Pierre-Yves et Hermant, Héloïse (eds.), Entrer en communication, de l'âge classique aux Lumières, Paris, Classiques Garnier, 2013.

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Las lecturas culturalistas de las sociedades ilustradas han enfatizado sus aspectos culturales o sus formas de trato y sociabilidad, pero su significado político es menos conocido, cuando, desde 1978, una corriente historiográfica ha visto a estas ‘sociedades de pensamiento’ como la matriz en la que se produjo, progresivamente, el cambio ideológico revolucionario 17. 3. Reformar, ilustrar, civilizar Nuestra investigación intenta conectar los cambios de la modernidad reformista que se observan en el siglo XVIII español con los sectores sociales que los produjeron. En este camino, nuestras observaciones chocan con una historiografía recurrente que cuelga el cambio dieciochesco de la percha de ‘la burguesía’, siguiendo el modelo de explicación de la quiebra del antiguo régimen y de la revolución liberal que ha dominado la historiografía española desde los años 1970. Las nuevas ideas, las críticas de la nobleza y de las taras del antiguo régimen, las sociedades económicas, los planes reformistas, las nuevas pautas educativas, las nuevas modas en el gusto, el vestir o los modales, los nuevos valores y un largo etcétera serían ‘burgueses’. Los progresos en la descripción de todos estos aspectos, con la multiplicación de las historias en ‘ítems’, han sido notables, pero, bajo esta superficie, la falta de una historia social aglutinante no ha permitido renovar del mismo modo el análisis de las bases sociales de dichos cambios, conectando todos estos ‘ítems’ dispersos con el proceso global del que formaron parte. Por ello, tras finas descripciones y sutiles retóricas, acabamos colgando la pieza en la vieja percha de la ‘burguesía’, que le daría su sentido histórico en última instancia. En otro lugar hemos planteado una hipótesis alternativa y no es el momento ahora de ocuparse de ello18. Nuestras observaciones nos han llevado a trabajar con la hipótesis de que los sectores de la sociedad española de mayor modernidad política y cultural en el siglo XVIII serían los sectores administrativos más vinculados al gobierno ejecutivo y reformista de la Corona, esto es, aquellos que participaron más intensamente en la construcción del Estado administrativo, militar, económico y cultural en aquella centuria, y especialmente en su segunda mitad. Esto se entiende mejor si consideramos, en contra de una opinión extendida, que el Estado absolutista fue la primera forma de modernidad política con respecto a las monarquías tradicionales, de corte agregativo, jurisdiccional, pactista y señorial 19. 17

Cochin, Augustin, Les sociétés de pensée et la démocratie moderne, Paris, Copernic, 1978; Furet, François, Penser la Révolution française, Paris, Gallimard, 1978; Guerra, F.X., op. cit., cap. 3. 18 Imízcoz Beunza, José Mª, “Las redes de la monarquía: familia y redes sociales en la construcción de España”, en Chacón, F. y Bestard, J. (dirs.), Familias. Historia de la sociedad española (de final de la Edad Media a nuestros días), Madrid, Cátedra, 2011, pp. 393-444. 19 Garriga, Carlos, “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”, Istor, 16 (2004), vol. IV, Historia y derecho, historia del derecho, pp. 1-21; Guerra, F.X., op. cit., cap. 2.

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Parece que en esta modernidad estuvieron especialmente presente los ministros, oficiales e intendentes de la administración ministerial, los militares formados en las academias reales, los abogados y fiscales empleados por el rey para el control de los consejos, los eclesiásticos regalistas, los sectores financieros y mercantiles más conectados con la economía del Estado, los intelectuales orgánicos promovidos por la Corona (muchas veces funcionarios reales) y, sin duda, los jóvenes estudiantes provenientes de estos grupos. Esto parece conectar con las observaciones de Jesús Cruz, según las cuales, las élites que llevaron a cabo la revolución liberal en la primera mitad del siglo XIX serían, en buena medida, herederas de los grupos que construyen el Estado español en el segunda mitad del XVIII. Aquí, historia política e historia social se darían la mano, si estamos de acuerdo con la idea de este autor de que una revolución política, como la revolución liberal, debe tener ante todo explicaciones políticas20. Socialmente, estos sectores provenían, en muchos casos, de la mediana y pequeña nobleza, y no pocas veces de ascensos sociales bastante recientes, a partir del comercio, aunque la presencia de elementos de la alta nobleza no estuviera excluida. En realidad, más que el determinismo económico o estamental, lo que pesó en la configuración de esta clase política y cultural sería su transformación societaria e ideológica en una misma matriz, la de las instituciones reformadas por los Borbones y la de las sociedades ilustradas. En las instituciones del Estado borbónico, los jóvenes de familias de orígenes sociales diversos, una vez entrados al servicio del rey, se forjaron en unas experiencias, valores y encuentros específicos. Más allá de sus diferencias de origen o partisanas, en estas trayectorias adquirieron unos rasgos semejantes y una cultura política que, si bien no tenía nada de revolucionaria, era profundamente diferente a la que había caracterizado al gobierno de los Austrias. El mejor ejemplo de ello es la crítica recurrente, desde estos sectores, hacia la pretensión de la nobleza tradicional de mantener su posición sobre la base de la antigüedad de sus linajes, cuando el principal valor social debía ser la entrega al bien público -el servicio al rey y al total de la nación- y, para ello, la capacitación que sólo podía procurar una buena educación. Aquí se produciría, en la segunda mitad del siglo XVIII, la primera fase, silenciosa, del proceso de revolución política que concluye a mediados del siglo XIX: la marginación del gobierno de la monarquía, al menos relativa, de la aristocracia señorial, de los letrados y de los sectores eclesiásticos no-regalistas, a favor de nuevas formas de gobierno y de la correspondiente nueva clase política e intelectual21. 20

Cruz, Jesús, Los notables de Madrid. Las bases sociales de la Revolución liberal española, Madrid, Alianza, 2000. 21 Dedieu, Jean-Pierre, Après le roi. Essai sur l’effondrement de la monarchie espagnole, Madrid, Casa de Velázquez, 2010.

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Pero lo que ahora nos interesa es otra cosa. Los hombres de estos sectores se encuentran entre si y configuran unos entramados sociales y culturales bastante densos. Desde muy jóvenes, comparten unas mismas vías de educación y de reclutamiento de cuadros al servicio del rey; se conocen, desarrollan amistades y afinidades personales en unos mismos semilleros y al filo de unas mismas carreras, y sus matrimonios vinculan a sus familias en densas endogamias profesionales. Sus mismas experiencias en las instituciones ejecutivas de gobierno, como agentes del reformismo ministerial, les forja en una cultura política específica, muy diferente de lo que había sido la cultura jurisdiccional de la antigua clase política de los letrados. Una excelente muestra de las conexiones y afinidades que configuran la formación de esta clase política borbónica es el modo en que estos administradores se cooptan sistemáticamente para ingresar en la orden de Carlos III. Naiara Gorraiz está investigando esta cuestión. Estas afinidades de estudios y carreras se completa con la abundante presencia de los miembros de estos sectores administrativos en las sociedades ilustradas. Muchos de ellos, en efecto, estuvieron especialmente presentes en la creación, dirección y vida de las academias reales, de las principales tertulias políticas y de las sociedades económicas, en la segunda mitad de la centuria. Unas sociedades que han sido vistas por la historia política como la matriz en que se produjo el cambio ideológico y la difusión de los nuevos valores políticos y sociales en el mundo occidental22. Nada tiene, pues, de extraño que sea en estos sectores de las élites administrativas, militares y financieras donde converja la doble modernidad del reformismo político y de las ideas de las Luces. A estas observaciones se añaden otras que apuntan en el mismo sentido y que parecen contradecir el paradigma dominante de la revolución burguesa. Ahora sabemos que la mayor parte de las Sociedades Económicas no fueron creadas por comerciantes, sino por nobles y eclesiásticos reformistas, vinculados a la política de la corona. O que entre los procuradores de las Cortes de Cádiz que establecen la primera Constitución liberal sólo había un 1% de comerciantes, contra 30% de clérigos, 21% de funcionarios de la administración pública, 9% de militares y 7% de miembros de oligarquías municipales, muchos de ellos nobles. O que los políticos de los gobiernos liberales de la primera mitad del siglo XIX provenían, en buena medida, de los grupos que habían construido la administración estatal en la segunda mitad del siglo XVIII23. La modernidad que supuso esta élite administrativa reformista no ha sido bien entendida, al medirla con los parámetros de ruptura radical de la Revolución Francesa. No ha ayudado tampoco el no entender la modernidad política que supuso 22

Cochin, A., op. cit.; Furet, F., op. cit.; Guerra, F.X., op. cit., cap. 3. Cepeda Gómez, José, “Carlos III (1759-1788)”, en Floristán, A. (coord.), Historia de España en la Edad Moderna, Barcelona, Ariel, 2004, p. 627; Guerra, F.X., op. cit., cap. 3; Cruz, J., op. cit.

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el absolutismo del XVIII, con respecto a la tradicional monarquía contractual: la novedad del proceso propiamente estatalista que se desarrolla, en particular, desde mediados de la centuria, con respecto al tradicional gobierno jurisdiccional. Estos sectores deben ser comparados con el peso de la tradición que dominaba a la sociedad de su entorno. Frente a ella, estas élites se caracterizaron por su voluntad de reforma y, específicamente, por su voluntad de reformar la tradición. Para entender la ‘revolución silenciosa’ que supuso este afán de reformas por parte de los políticos e intelectuales ilustrados, es necesario tomar conciencia de lo que significaba la tradición en la sociedad del Antiguo Régimen, en la que el poder político estaba al servicio de la tradición y en la que ésta podría ser considerada como el verdadero soberano de aquella sociedad 24. Con respecto al orden dado por Dios y por la tradición, en la segunda mitad del siglo XVIII se observa en toda Europa una voluntad de reformas sin precedentes, de la mano de los gobiernos reformistas, que luego fueron bautizados como despotismo ilustrado. Estos gobiernos estuvieron vinculados, de un modo u otro, a los círculos de sociabilidad de las Luces, al menos hasta la reacción de rechazo que se produjo, en todas partes, al ver los efectos de la Revolución Francesa y los peligros a que conducía la senda del feliz reformismo. En España, durante el feliz reinado de Carlos III, se dio un matrimonio ideal entre la voluntad reformista del gobierno de la monarquía y los ilustrados, cuyos proyectos y sociedades fueron promovidos desde los ministerios y muchos de cuyos promotores y actores principales fueron administradores, militares y eclesiásticos muy vinculados a la política de la Corona. Este vínculo se rompió a partir de 1791, cuando, asustado ante las consecuencias de la Revolución Francesa, el gobierno instauró una política represiva sobre la prensa, las tertulias y la opinión pública. Entonces, el mundo de las sociedades ilustradas se sumergió en la sombra de la clandestinidad, sus miembros comenzaron a tachar al gobierno de despotismo y sus elementos más jóvenes se radicalizaron, como se comprobaría en la explosión de 1808, cuando las sociedades y los periódicos salieron a plena luz 25. 4. La modernidad civilizadora en ‘la hora del XVIII’. Una investigación desde los agentes del cambio Nuestro proyecto de investigación se centra especialmente en los grupos originarios del norte hidalgo de la Península, concretamente de las provincias vascas y de Navarra, que participaron con especial intensidad en las carreras administrativas y los negocios en el marco de la monarquía borbónica. En otros trabajos hemos analizado las transformaciones sociales, culturales y políticas que se 24

Garriga, C., op. cit.; Guerra, F.X., op. cit., cap. 2. Calvo Maturana, Antonio, Cuando manden los que obedecen. La clase política e intelectual de la España preliberal (1780-1808), Madrid, Marcial Pons Historia, 2013, pp. 220-240; Guerra, F.X., op. cit., cap. 3.

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produjeron en estos grupos, al filo de su participación en la doble modernidad política española de la construcción del Estado y de las sociedades ilustradas. Hemos mostrado cómo los creadores y dirigentes de la primera sociedad económica, la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, formaban parte de los grupos familiares de las provincias vascas más vinculados a las carreras de la administración real, el ejército, las finanzas y la economía imperial desde el reinado de Felipe V26. Hombres de estos grupos participaron también muy activamente en la creación y dirección de la Matritense y de otras sociedades de España y de América, como la de Sevilla, la de Zaragoza o la de Tudela. La correspondencia epistolar muestra cómo las redes de estos grupos conectaban intensamente sus familias de las provincias con la Corte, con las instituciones de la monarquía en diferentes ciudades de la Península, con el gobierno del imperio americano y con los negocios al servicio de la corona y en la economía atlántica. A través de estas redes circularon novedades, ideas, valores, modas y modos de vida. Nuestras investigaciones actuales se centran en la influencia de estos actores como agentes de cambio y de reforma en sus comunidades provinciales, lo que conecta directamente con los procesos de civilización de los que hemos hablado. Nuestra hipótesis de trabajo es que los miembros de estos grupos fueron los principales agentes de este proceso, en claro contraste con los sectores más tradicionales de aquella sociedad: el pueblo llano, por un lado, pero también los sectores de la nobleza local que permanecieron arraigados en las experiencias y valores tradicionales. Es la hipótesis que sugiere en sus Memorias José Ignacio Mencos, conde de Guendulain, al explicar la división de la nobleza navarra en la primera guerra carlista: las familias de la nobleza que a lo largo del siglo XVIII habían permanecido más arraigadas en el país fueron del partido del Pretendiente, mientras que “las casas (salvo raras excepciones) más relacionadas con la Corte y que contaban sus hijos en el Ejército nos habíamos declarado a favor de los derechos de las hijas del difunto Monarca” 27. Según esta hipótesis, el cambio diferencial de valores se produciría en los entornos y experiencias de la dinámica estatal de la segunda mitad del siglo XVIII, en claro contraste con los sectores de las élites que no participaron en esta dinámica, sino que permanecieron arraigados en los horizontes mentales de la comunidad tradicional. Aunque no quepa tratarlos aquí, podemos señalar algunos de los cambios ‘civilizadores’ más significativos que detectamos en estos grupos, en espera de un

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Imízcoz, José Mª y Chaparro, Álvaro, “Los orígenes sociales de los ilustrados vascos”, en Astigarraga, Jesús, López-Cordón, Mª Victoria y Urkia, José Mª (eds.), Ilustración, ilustraciones, Donostia-San Sebastián, RSBAP, 2009, vol. II, pp. 993-1027. 27 Memorias de Don Joaquín Ignacio Mencos, conde de Guendulain, 1799-1882, Pamplona, Aramburu, 1952, edición preparada por J.M. Iribarren, p. 83.

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desarrollo más detallado 28. Después, observaremos algunas consecuencias de su acción en la sociedad vasca, entre la imitación y el rechazo. Cambios culturales, educativos y lingüísticos. Se observa una multiplicación de escuelas de primeras letras, financiadas por administradores reales y comerciantes originarios de los grupos de parentesco que se enriquecen en los espacios de la monarquía. Ésta correspondió a una intensa demanda educativa de estos grupos para posibilitar las carreras de sus vástagos y produjo la extensión de una alfabetización selectiva, circunscrita especialmente a las redes de parentesco que participaron en esta dinámica 29. En el mundo rural vascófono, esto aceleró el aprendizaje del castellano como condición sine qua non para acceder a dichas carreras y negocios. Las élites alfabetizadas de estos territorios adoptaron el castellano como lengua escrita (hasta prácticamente el siglo XX, el castellano fue la lengua escrita de los vascos) y como lengua de distinción social, como señaló el padre Manuel de Larramendi al tratar de la Guipúzcoa del mediados del siglo XVIII. Según su observación sociológica, estos cambios lingüísticos se estaban produciendo por procesos internos de la sociedad vasca relacionados con el proceso que estamos observando. Larramendi se refiere explícitamente a los notables y clérigos que desde su infancia se habían formado en la retórica latina y castellana y que hablaban “el vascuence indignamente y sin rastro de inteligencia”. Según su descripción, “los que entienden el castellano son los eclesiásticos, los religiosos, los que han estudiado, los caballeros, los que se han criado en Castilla”, “gentes acostumbradas desde chicos al castellano o a la gramática que aprendieron del latín”. En particular, señala a los “jóvenes que vienen de colegios, de seminarios, muy imbuidos de bellas letras, y del latín, romance o francés en que las han estudiado” y que luego desdeñan “hablar (…) en la lengua materna del país, como que esto es cosa de menos valer”30. Los hijos de estas élites especialmente conectadas con las carreras al servicio al rey en la administración y en el ejército se forman luego en los centros de formación y de reclutamiento privilegiado de la nueva clase política (Seminarios de Nobles de Madrid y Vergara, academias militares, covachuelas de las Secretarías

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Hemos desarrollado estas cuestiones, limitándonos esencialmente al caso de la sociedad navarra, en Imízcoz, José Mª, “La ‘hora del XVIII’. Cambios sociales y contrastes culturales en la modernidad política española”, Príncipe de Viana, 254 (septiembre-diciembre 2011), pp. 37-64. 29 Imízcoz, J. Mª, “Las bases sociales de la educación en la España alfabetizada. Demanda familiar, fundación de escuelas y despegue económico de la periferia norteña, 1650-1800”, en Imízcoz, José Mª y Chaparro, Álvaro (eds.), Educación, redes y producción de élites en el siglo XVIII, Madrid, Sílex, 2013, pp. 63-87. 30 Larramendi, Manuel de, Corografía de la Muy Noble y Muy Leal Provincia de Guipúzcoa, Bilbao, Editorial Amigos del Libro Vasco, 1986, pp. 283-284.

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del Despacho), en función de las carreras para las que les destinan y apadrinan sus redes familiares 31. Estas carreras requerían, además, un ‘pulido’ especial de las costumbres y conllevaban el aprendizaje, primero informal, en casa, y luego reglado, en dichos centros de formación, de los modales, los usos civilizados, la equitación, el baile, la esgrima, los idiomas y otras prácticas de higiene, cuidado personal, trato, disciplina, que requerían las carreras en la corte, la diplomacia, el mando del ejército y cualquier ‘buena sociedad’, provincial o imperial, en que aquellos jóvenes iban a ejercer funciones de gobierno y representación en nombre del rey. Así mismo, las hijas de estas familias, si iban a ser mujeres de administradores reales, gobernadores, oficiales del ejército, embajadores, financieros de la corona, o, simplemente, mujeres de patricios provinciales, que debían representar la reputación de la casa a escala local, necesitaban pulirse y saber estar. Sin ser revolucionaria, su educación no podía ser la de simples madres y esposas, educadas en la religión y las tareas domésticas, sino que, además, debían adquirir habilidades sociales para saber representar en la sociedad a la que se les destinaba, donde el arte de la conversación, los buenos modales, el francés, el dominio de instrumentos musicales, etc. eran muy apreciados. Los apuntes de Jovellanos sobre algunas de estas mujeres, a su paso por Bilbao, Vitoria y Vergara, son bastante elocuentes32. Élites globalizadas, conectadas e influyentes. Las prácticas epistolares de estas élites muestran su grado de conexión y de globalización, así como las ideas, prácticas, informaciones, recursos, objetos, saberes que circulaban intensamente a través de sus redes epistolares. Estas prácticas se completan con las experiencias y aprendizajes que comportaba su importante movilidad geográfica al filo de sus carreras a escala de imperio, así como los viajes de estudios por Europa, al modo del ‘grand tour’ que practicaban otras élites europeas cosmopolitas. La conexión de estas redes con la corona, la corte y el imperio se reforzó por otros medios de información. Entre ellos destacó la Gaceta de Madrid, fundada por Juan de Goyeneche y cuyos suscriptores fueron mayoritariamente, hasta mediados del siglo XVIII, miembros de estos grupos de parentesco norteños. Estos hombres fueron, sin duda, agentes de cambio en sus comunidades, aunque el alcance de su influencia es difícil de medir. Algunos de ellos, después de estudiar y pulirse en centros privilegiados y de seguir carreras al servicio del rey, volvieron al país y ocuparon posiciones de mucha influencia en cargos locales y provinciales. Otros influyeron desde lejos, a través de una correspondencia epistolar en la que transmitían conocimientos, informaciones, valores, una visión del mundo 31

Imízcoz, José Mª y Chaparro, Álvaro (eds.), Educación, redes y producción de élites en el siglo XVIII, Madrid, Sílex, 2013; Chaparro, Álvaro, Educarse para servir al Rey: Real Seminario Patriótico de Vergara (1776-1804), Bilbao, Universidad del País Vasco, 2011. 32 Jovellanos, Gaspar Melchor, Diario (Antología), Edición, introducción y notas de José Miguel Caso González, Barcelona, Planeta, 1992.

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exterior. Otros lo hicieron a través de conversaciones, con ocasión de viajes al país, o de visitas de sus familiares a la Corte. Así lo refleja el Diálogo, un cuaderno en que Francisco Javier de Goya y Muniain, un labrador acomodado de Azanza, pequeña aldea de Navarra, anotó, en 1797, las conversaciones que mantuvo con su hermano José, eclesiástico, humanista y bibliotecario real, cuando fue a visitarlo a Madrid. El Diálogo recoge las ideas económicas, sociales y políticas de corte ilustrado que su hermano le transmitió en este encuentro 33. La intensa sociabilidad entre sí de una ‘sociedad escogida’. Sobre la base de sus vínculos de parentesco y de amistad, los miembros de estos grupos que residían en las provincias compartían una intensa sociabilidad. Testimonios como las visitas de Jovellanos, en los años 1790, a Bilbao, Portugalete, Hernani, Tolosa, Vergara y Vitoria revelan unas conexiones intensas entre estas familias y unas prácticas de sociabilidad en las que sus miembros se encontraban entre sí en tertulias, comidas y paseos. En Bilbao, los miembros de las familias Barreneche, Gómez de la Torre, Mazarredo, Urdaivay, Zarauz, Ibáñez de la Rentería, Mollinedo, Colón. En Portugalete, miembros de las familias Salcedo, Acebedo, Gacitúa, Sesma, Campomanes o los marqueses de Hervías. Visitas a Cabarrús padre y a los marqueses de Rocaverde. En Hernani, a la familia del marqués de Iranda. En Tolosa, encuentros con Samaniego y Juramendi. En Vergara, Foronda, Lili, Gaitán de Ayala, Barroeta, los hermanos Manuel y Miguel de Lardizábal, que están de viaje, y su primo guipuzcoano, Miguel de Lardizábal. En Vitoria, Ortuño, Álava, Narros, el conde de Echauz, Salazar, el marqués de la Almada, Vicuña, Prestamero… Destacan las comidas y tertulias en las que se reúnen parientes y amigos, con conversaciones, música y mesas de juego. Unas tertulias que se tornan más políticas cuando se reúnen los hombres entre sí, en que las conversaciones giran en torno a noticias del gobierno, acontecimientos internacionales, artículos de prensa, proyectos y ensayos literarios34. Los hijos de estas familias no sólo eran parientes entre sí en diversos grados y se socializaban naturalmente en estos círculos. El reglamento de los alumnos de la Bascongada, en 1765, estimulaba la interconexión entre ellos, así como con los cuadros de la Sociedad. Al ser admitidos en ella, debían escribir a todos los demás alumnos para presentarse y luego tenían que escribir al menos dos veces al año a los alumnos de su Nación. Así mismo, debían escribir a las señoras de los cargos de la Sociedad y a sus maridos en cualquier ocasión de enhorabuena (Pascuas, nombramientos a cargos…), así como a las novias de cualquier socio y, si residían en el mismo lugar que estas señoras, debían hacer los cumplidos en persona, ser 33

“Cuaderno de curiosos apuntamientos para uso privativo de Francisco Javier de Goya, vecino del lugar de Azanza, Valle de Goñi en el Reino de Navarra. Año 1790. Diálogo o conversación que yo, Francisco Javier de Goya, tuve en Madrid, con mi hermano don José, presbítero, oficial 1º de la Real Biblioteca de S.M.”, editado por J. Goñi Gaztambide, “El “diálogo” de José Goya y Muniain”, Príncipe de Viana, XXXII (1971), pp. 77-115. 34 Jovellanos, G.M., op. cit.

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muy asiduos en visitarlas, y asistirlas siempre que las encontrasen en los paseos y parajes públicos. Modos y modas de vida material en edificios, mobiliario y vestido: la construcción de la distinción y del ‘buen gusto’. Así lo muestran los palacios y las casas señoriales que los miembros de estas familias construyen y decoran en las ciudades. En Bilbao, la magnífica casa de Ventura Gómez de la Torre, ‘pintada a la moda’. En Vitoria, el palacio Verástegui, de una familia noble de origen comerciante muy conectada con el comercio de Cádiz. En Pamplona, las casas señoriales de los marqueses de la Real Defensa, de los marqueses de San Miguel de Aguayo, de los Goyeneche, de los Guendica, de los Navarro Tafalla, de los Urtasun, construidas en el siglo XVIII por familias enriquecidas en las carreras cortesanas y militares al servicio del rey, a las finanzas de la Corona, o al comercio y el gobierno de las Indias. La conexión de estas realizaciones con la Corte y las modas cortesanas es, en algunos casos, espectacular. El ejemplo más llamativo es el del ministro de Guerra, Sebastián Eslava Lasaga, que, a mediados de siglo, financió desde Madrid la construcción y el embellecimiento de la espléndida casa de su sobrino, Gaspar de Eslava y Monzón, enviando, además, desde la Corte, muebles, esculturas, lámparas, adornos, láminas y numerosos objetos de decoración 35. Este fenómeno no fue exclusivamente urbano ni dependía del tamaño de las poblaciones. Su explicación es familiar y su geografía, la de determinadas redes de parentesco por las que circulaban las oportunidades de carrera, los apadrinamientos, los capitales y las novedades. Así, llama la atención la abundante construcción de palacios y casas solariegas de estilo cortesano en el mundo rural, especialmente en los principales focos de producción de estas élites, como el Valle de Baztán y la regata del Bidasoa, donde destacan, entre otros, los palacios o casas solariegas de Narvarte, Elizondo, Errazu, Oarriz o Irurita. Uno de los aspectos más visibles del cambio fueron las novedades en la forma de vestir, imitando las modas cortesanas. Parece que, en el conjunto de España, el fenómeno de la moda se produjo solamente en determinados sectores sociales, principalmente en Madrid y, menos, en algunas ciudades señaladas como Cádiz, Zaragoza o Barcelona, mientras que, en la mayor parte de los casos, lo habitual fue la austeridad, la monotonía y el apego a la tradición 36. Sin embargo, la penetración de las modas cortesanas en los sectores de las élites vascas especialmente conectadas con la Corte fue intensa, al menos si creemos el testimonio de Larramendi sobre Guipúzcoa a mediados del XVIII: “De pies a cabeza se han de vestir a la moda de Francia o de Castilla. Camisas, camisolas, corbatines, pelucas, peluquines de tantos modos y figuras, sombreros de 35

Andueza Unanua, Pilar, La arquitectura señorial de Pamplona en el siglo XVIII. Familias, urbanismo y ciudad, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2004. 36 Franco, Gloria A., La vida cotidiana en tiempos de Carlos III, Madrid, ediciones Libertarias, 2001, pp. 131-133.

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esta manera y de la otra y a la prusiana, o chamberí, con sus tres mocos de candil de garabato; chupas, casacas y emballenadas, redingotes, surtues, roclas, nombre que sustituye al español sobretodo; y ahora el embeleco de los capingotes: todo con el pretexto de defenderse del frío. Marisijas, que así degeneran de sus antepasados y los desacreditan. Guantes, manguitos, ya estrechos y libres, ya atados y anchos (…) esto han aprendido nuestros jaunchos, como otros españoles, que aprenden todos las nulidades de Francia, y no hacen caso de tanto bueno que pudieran aprender y comunicarlo a España”37.

Todo esto tuvo una influencia en la construcción del ‘buen gusto’; esto es, el gusto refinado y a la moda de cierta élite que marca tendencia, con respecto a los gustos más vulgares de la plebe, o, más ampliamente, con respecto a los sectores sociales más tradicionales, tanto de las élites encorsetadas como del pueblo llano. Un ejemplo revelador de este choque de gustos -y de las redes sociales a través de las cuales afloran y se imponen los nuevos modelos- es la construcción, en los años 1770, del retablo mayor de la iglesia de Irurita, un lugar del Valle de Baztán. En este caso, el diseño establecido por un buen arquitecto de Pamplona, al estilo dominante del barroco tardío, es sometido, a través de las conexiones de los promotores del retablo con sus parientes de la Corte, al dictamen de la Real Academia de Bellas Artes. Esta lo califica de “monstruoso, sin idea, sin arte, sin regla ni buen gusto”, y, en su afán por “ayudar a desterrar el mal gusto”, encarga a un prestigioso arquitecto de la Academia el nuevo diseño. Esto explica la paradoja aparente de que un retablo precursor del estilo neoclásico en Navarra se construya en una recóndita parroquia del mundo rural. Reformar las costumbres. Una obsesión común de los ilustrados fue reformar las costumbres. Por ejemplo, la Bascongada no sólo buscaba mejorar la agricultura, la industria y el comercio, sino reformar las costumbres: “corregir y pulir las costumbres, desterrar el ocio, la ignorancia y sus funestas consecuencias”, como rezan sus estatutos. En este contexto, los ilustrados vascos produjeron discursos civilizadores muy significativos, que se verán contradichos, cuando quiebren sus bases sociales y políticas, ya en las primeras décadas del siglo XIX, por ‘discursos vascongados’ de signo contrario. Las investigaciones de Javier Esteban sobre esta evolución auguran resultados muy interesantes38. Estos objetivos reformadores se materializaron en el reforzamiento de la ‘policía de las costumbres’. En la segunda mitad del siglo XVIII se reforzó la política de control de prácticas públicas que hasta entonces estaban más o menos toleradas, como las cencerradas, prácticas jocosas de escarnio mediante las que los jóvenes habían ejercido tradicionalmente su crítica moral en la comunidad. Se multiplicaron las medidas contra vagos y vagabundos, se estimuló la creación de hospicios para ponerlos a trabajar y se tomaron otras medidas destinadas a erradicar 37

Larramendi, M., op. cit., pp. 220-225. Esteban Ochoa de Eribe, Javier, Los discursos civilizadores vascongados, Trabajo de fin de master, UPV/EHU.

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los vicios sociales y a reforzar el orden público. En la misma línea, parece que las élites urbanas de San Sebastián y Bilbao consiguieron una relativa ‘domesticación’ de prácticas festivas, como los carnavales, a juzgar por los testimonios de las primeras décadas del XIX39. 5. Distinción y segregación. Imitación y rechazo ¿Hasta qué punto fueron estar élites fermento de ‘civilización’ en su sociedad? ¿Hasta dónde llegó su influencia? ¿Qué reacciones produjeron? Aunque es demasiado pronto para pronunciarse, observamos dos tipos de reacciones. La primera es la imitación de algunas de sus pautas de comportamiento por elementos de sectores sociales inferiores. Un ejemplo material es el de las modas en la forma de vestir, cuya difusión social Larramendi analiza de la siguiente manera: “Yo me acuerdo cuando las caseras se vestían sólidamente y con decencia, sí, pero sin tantos melindres y piezas superfluas, de que se visten hoy. Estas modas son nuevas, y las han aprendido de la gente de calle, a quien han dado y dan ejemplo los caballeros y señoras. Ellos son monos unos de otros, y todos lo son de franceses y castellanos”. Es probable que Larramendi exagere sobre la difusión de dichas modas, pero el análisis social de lo que observa queda claro. Asocia esta difusión a jerarquías sociales de distinción y la explica como un fenómeno de imitación vertical, semejante al que plantea Norbert Elías, en que los estamentos inferiores imitan los usos de los más elevados, en su afán por distinguirse y distanciarse de los inmediatamente inferiores. Pero, junto a la imitación descendente, observamos fenómenos de rechazo, sobre todo mediante actitudes de menosprecio. Porque, si estas prácticas civilizadoras eran una señal de distinción, conllevaban, al mismo tiempo, cierta separación y segregación con respecto al pueblo llano. El esnobismo producía reacciones contrarias, como ilustran testimonios de diversas latitudes. En España, según El Censor, “todos los que vuelven de la capital vienen regularmente afectando desdén y un menosprecio de cuanto ven entre nosotros y con un prurito de contarnos las cosas de Madrid, que por un par de años no hay paciencia que los aguante”40. En Francia, se ha señalado cómo la exasperación del esnobismo nobiliario, en su carrera por distinguirse de sus competidores, los sectores sociales inmediatamente inferiores de la élite administrativa ennoblecida, proveniente del Tercer Estado, y la alta burguesía de las

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Enríquez, José Carlos, Costumbres festivas y diversiones populares burlescas (Vizcaya, 1700-1833), Bilbao, Beitia, 1996; Ibídem, “Los carnavales urbanos vascos del siglo XIX. Las fiestas burguesas de la estabilidad social y política”, en Imízcoz Beunza, José Mª (dir.), Élites, poder y red social, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1996, pp. 161-173. 40 Citado por Franco, G.A., op. cit., p. 131.

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ciudades, fue un factor decisivo del rechazo hacia la nobleza y los privilegiados en la Revolución Francesa41. En la sociedad vasca se observan actitudes de rechazo que requieren una investigación más sistemática. Por ejemplo, en los pasajes sobre el vascuence que hemos citado, Larramendi pone de relieve la distinción que suponía, a ojos de las élites cultas guipuzcoanas, el uso del castellano, así como su menosprecio hacia el vascuence. Estas preferían expresarse en castellano como señal de calidad, considerando que “el vascuence es solamente lengua para aldeanos, caseros y gente pobre”, “cosa de menos valer”, y que “no da más de sí”. Larramendi critica este comportamiento como “irracional y locura” 42, iniciando una reacción cultural que cobrará especial fuerza desde las primeras décadas del siglo XIX. Javier Esteban está investigando en este campo. Algunas comedias teatrales, destinadas a ser representadas en casas de notables ilustrados para recrear a parientes y amigos, reflejan de forma jocosa este contraste creciente entre élites cultas y pueblo llano. Es conocida la sátira El borracho burlado, compuesto por el propio Peñaflorida43. En la misma línea, el ‘grand tour’, escrito por Joaquín Alcibar para ser representado en Azcoitia en la Navidad de 1772, pone en escena el contraste entre la madre del autor, María Antonia Acharán, cuyos hijos hacen el ‘grand tour’ por Europa, y dos mujeres de la localidad, una vecina y una costurera. Llegan a su casa noticias de lugares de los que éstas nunca han oído hablar (Venecia, Alemania, Viena, Londres, París) y, ante sus torpes preguntas, la señora les explica, con paciencia y echando mano de parámetros locales, que esas ciudades no se ven desde la cumbre del monte más alto del lugar, que ‘Alemania’ no se dice ‘Animal’, que Viena es como dos veces más grande que San Sebastián, o París más que las tres provincias vascas juntas44… Este contraste entre las élites cosmopolitas instruidas y los aldeanos ignorantes que permanecen enclavados en sus pueblos es objeto de condescendiente diversión, cuando parientes y amigos ilustrados se encuentran entre sí. El afán de reforma de las élites ilustradas chocó con la resistencia popular para mantener su tradición 45. Desde este punto de vista, la obligación de Esquilache, en 1766, de cambiar el vestido tradicional no fue tan fútil como se ha pretendido. También, en el motín de 1766 en Guipúzcoa, junto a los motivos tradicionales de revuelta ante la carestía de cereales, la especulación y la saca de trigo, hubo elementos simbólicos muy significativos. En varias ocasiones, la plebe rechaza los 41

Furet, F., op. cit., p. 134. Larramendi, M. de, op. cit., pp. 283-284; 287-288. 43 Esteban Ocho de Orive, J., op. cit. 44 Chaparro, Álvaro y Artola Renedo, Andoni, “El entorno de los alumnos del Real Seminario de Nobles de Madrid (1727-1808). Elementos para una prosopografía relacional”, en Imízcoz, José Mª y Chaparro, Álvaro (eds.), op. cit., pp. 199-200. 45 Thompson, Edward P., “Costumbre y cultura”, en Costumbre en común, Barcelona, Crítica, 1995, p. 13. 42

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signos de distinción que ostentaban las élites y que rompían el vínculo de comunidad, la proximidad tradicional entre éstas y el común. En la villa de Guetaria, por ejemplo, los amotinados obligaron al alcalde y a los regidores a quitarse las pelucas, a calzar abarcas, como los campesinos, y a bailar en la plaza pública46. Carestía y especulación habían sido factores recurrentes de revueltas desde la Edad Media, pero ahora parecen cobrar fuerza otro tipo de causas de descontento 47. El ‘proceso de civilización’ había sido, al mismo tiempo, un proceso de distanciamiento creciente, de segregación social y cultural entre las élites ilustradas y las clases populares enclavadas en su cultura y en sus usos tradicionales. Gestos como los de Guetaria parecen reacciones ante la fractura de las formas de vida tradicionales -desiguales, pero inclusivas y compartidas localmente por las élites y el pueblo llano- que se produce cuando determinadas élites tienden a encontrase entre sí, a conectarse con otras élites cosmopolitas y a aislarse del populacho, adoptando prácticas en el vestido, en los usos, en el idioma, en sus reuniones, en la educación y los modales que les distinguen y les distancian de las formas vulgares de la plebe, que no eran otras que las prácticas compartidas por unos y otros en el pasado. Todos estos elementos aparentemente superficiales fueron acompañados de una voluntad de reformas políticas y sociales de gran calado, que acabó produciendo graves fracturas internas. El mejor exponente de esta política reformista fue el ataque frontal, por parte de los notables, a la institución del concejo abierto de vecinos, en el último tercio del siglo XIX. Estas asambleas vecinales se habían mantenido hasta entonces en la mayor parte de las villas vizcaínas y de los lugares de Navarra. Su función era asegurar los equilibrios comunitarios mediante la búsqueda de soluciones consensuadas. El argumento de los notables para su supresión es que se habían convertido en escenarios de tensiones y conflictos que impedían el buen gobierno, entendiendo este como el gobierno de los hombres más instruidos. En villas de Vizcaya, como Munguia, se critica que “hay veces que no concurren los hombres más ilustrados y científicos del Pueblo por no verse vejados de vecinos atrevidos de poco valer”48. En Navarra, diversos pueblos critican “los gravísimos inconvenientes y perjuicios que sienten de que sus asuntos y negocios se ventilen y resuelvan en Concejos, como lo han tenido de costumbre, porque por los 46

Alberdi Lonbide, Xabier y Rilova Jericó, Carlos “¿Una rebelión de tierra adentro? Nuevas perspectivas sobre San Sebastián y la machinada de 1766”, Boletín de estudios históricos sobre San Sebastián, 43 (2010), pp. 479 y 485. 47 Imízcoz, José Mª, “Liens verticaux, crises et économie morale dans l’Espagne moderne”, en Coste, Laurent y Guillaume, Sylvie, Élites et crises du XVIe au XXIe siècle, Europe et Outre-Mer, Paris, Armand Colin, 2014, pp. 77-97. 48 Martínez Rueda, Fernando, Los poderes locales en Vizcaya. Del Antiguo Régimen a la Revolución Liberal (1700-1853), Bilbao, Universidad del País Vasco, 1994, pp. 34-36.

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alborotos que regularmente ocurren no se vota con libertad, se falta al respeto debido a los del Ayuntamiento, y el mayor número, que suele ser de gente popular, vence y deja sin efecto los dictámenes de los más instruidos y que con cabal conocimiento atienden a la conveniencia y utilidad común: por cuyo motivo y el de no poder sufrir en algunas ocasiones la insolencia de algunos concurrentes dejan de acudir a los concejos, quedando estos reducidos en diferentes pueblos a la gente de ínfima clase (…)”49. En todas partes, los notables ilustrados propugnan que había que apartar a la gente popular del gobierno de las comunidades, reservándolo para los más instruidos. En el Valle de Baztán se regula “que los hombres que hayan de entrar al gobierno del Valle sean los más instruidos, capaces y más bien intencionados” y que, en el nombramiento de los jurados de los lugares, había que “desterrar la costumbre demasiadamente introducida de echar la carga a los más ignorantes”50. Sin duda, muchos testimonios muestran el aumento de la conflictividad interna en las comunidades. Parece, en efecto, que los mecanismos de autoridad y solidaridad vecinal que habían imperado en el siglo XVIII empiezan a declinar en las últimas décadas de la centuria, hasta las rupturas de la primera guerra carlista. Junto a otros factores alegados tradicionalmente por los historiadores, como los económicos, las distancias culturales y políticas que se habían alimentado durante la centuria jugaron, sin duda, un papel decisivo.

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Ley XXVII de las Cortes de Navarra de 1794-1797, Cuadernos de las Leyes y Agravios reparados por los Tres Estados del Reino de Navarra (Cortes de 1724 a 1829), Biblioteca de Derecho Foral de Navarra, Instituto Príncipe de Viana, Pamplona, ed. Aranzadi, 1964, t. II, pp. 90-91. 50 Archivo Histórico del Valle de Baztán, “Nuevas Ordenanzas, Cotos y Paramentos del Noble Valle y Universidad de Baztán, confirmadas por el Real Consejo el año de 1832”, caps. 5 y 1, p. 11.

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