En búsqueda del Padre de la Patria

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Descripción

En búsqueda del Padre de la Patria La historia debe ser, por lo tanto, releída en la simple perspectiva del tiempo transcurrido. -FERNANDO AÍNSA No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños. -CICERÓN

Empecemos

con

esta

interesante

acogida

de

Alejandro

Rosas,

escritor de Mitos de la historia mexicana, con una perspectiva hacia el espíritu de la insurgencia de Miguel Hidalgo: “¡Caballero, somos perdidos; aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines!” Fue la frase destructora con la que Hidalgo llamó a sus más cercanos compañeros –Allende, Aldama y Abasolo- a iniciar la lucha por la independencia. “¡Mueran los gachupines!” Grito desaforado, justiciero, violento. Invitación al pueblo a tomar las armas para conquistar su libertad. Palabras que resumieron el resentimiento generado por siglos de pobreza y desigualdad. Comenzó así la primera etapa de la guerra de independencia, encabezada por un cura que se perdió en el laberinto de su poder y lo ejerció de manera semejante al de un monarca y un dictador, con los excesos propios del absolutismo, dueño de ejércitos, hombres y vidas. (Rosas 2006: 27)

En la presente investigación se narrarán los hechos que precedieron a la insurgencia de Miguel Hidalgo y Costilla, como también la vida del caudillo insurgente y los hechos que se sobrellevaron en la aparatosa Revolución de independencia que él comenzó,

con

textos

oficialistas

y

contraoficialistas,

así

contraponiéndose para evidenciar la manera en que se exponen diferentes

puntos

de

vista

en

una 1

etapa

de

la

historia

de

México, como también relacionándose entre sí, lo que una teoría abarca, otra la refuerza, y de esta forma dando un punto de crítica histórica próspero, un diálogo histórico; de este modo, se aportará una reflexión para el lector ideal de este trabajo hacia la “génesis” de la historia de México y la figura de Miguel Hidalgo, el Padre de la Patria.

Antes y mucho antes de la Revolución de independencia de Miguel Hidalgo Como dijo José Antonio Crespo: “No deja de ser paradójico” que el hijo legítimo de Hernán Cortés, el famoso marqués del valle de Oaxaca, haya comenzado el primer intento independentista de la colonia española (Crespo 2009: 76), cuando ya hacía algunas pocas

décadas

había

acontecido

la

completa

conquista

de

Tenochtitlán. Él fue Martín Cortés1. Martín Cortés, fue incluido en un complot, una conjura en que lo proclamaban a él como el monarca, el rey de la Nueva España, y lo más interesante, a diferencia

del

nacionalismo

criollo,

este

primer

intento

separatista incluía rodear de nobles indígenas en la monarquía con “títulos de marqueses y condes, para así dotar a la Corona mexicana de un halo autóctono y crear un simbolismo indígena que rodeara al nuevo poder independiente” (Crespo 2009: 76).

1

No confundirse con su medio hermano Martín Cortés, con el mismo nombre, que fue hijo de la Malinche.

2

Martín

Cortés,

personaje

relativamente

relegado

de

la

historia oficial, fue el primer insurgente mexicano, al menos intentándolo. Él nació en Nueva España, aunque, se había criado en España desde temprana edad, donde llevó la vida de noble, tanto, que se inmiscuyó en algunas escaramuzas al lado del rey Felipe II, que eran grandes amigos (Crespo 2009: 76). ¿Y por qué desde

aquellos

molesta?

Había

prohibían

la

tiempos un

gran

la

sociedad

conflicto

conformación

de

novohispano con

las

nuevas

se

Leyes

encontraba Nuevas

encomiendas,

y

que “las

existentes quedarían abolidas tan pronto muriera el encomendero original, sin posibilidad de heredarlas a sus vástagos” (Crespo 2009: 77); desde aquí vemos la segregación racial, porque la mayoría de los vástagos eran de origen novohispano, criollos, americanos, que, aunque eran en apariencia, cultura y acento casi

como

cualquier

descalificados

desde

su

español,

ellos

nacimiento,

aún

eran cuando

relativamente las

colonias

americanas estaban en un estado incipiente. ¿Y qué pasó con la conjura que proclamaba a Martín Cortés como el legítimo monarca novohispano? decidieron

tomar

el

poder

en

Data que los conjurados 1566,

así

haciendo

la

independencia, y, aun pueda verse anacrónicamente maquiavélico, se les devolverían las encomiendas que les quitarían cuando sus padres mueran, ya que, como se ha dicho, por ley no las podrían heredar; esta es una situación política curiosa, puesto que es 3

muy parecido a lo que se relatará más adelante siglos después con los criollos de la nata y crema a finales del siglo XVIII y principios del XIX, donde preservarían los privilegios de las élites virreinales, adjuntando a criollos y peninsulares, pero desligándose de la política Española (Crespo 2009: 78). Pero,

como

toda

conjura

que

se

efectuaron

en

la

Nueva

España, fue descubierta; no obstante, esta fue a tiempo, antes que cualquier acto pernicioso a la corona española surgiera: la Audiencia

virreinal

ejecución

de

sufrieron

tal

estos

de

inmediato

primeros

suplicio

que

ordenó

la

independentistas; varió

entre

aprehensión pero,

ser

no

y

todos

decapitados

o

descuartizados, tuvieron una pena endeble que consistía en el destierro y la incautación de sus bienes. Así que se puede decir que

“con

tales

actos,

quedaron

sentados

los

odios,

las

diferencias y los resentimientos entre criollos y peninsulares” (Crespo 2009: 79). Siglos después, en 1756, cuando las cosas no pintaban bien ideológica y socioeconómicamente para los criollos, porque se acrecentaron las diferencias de castas y comenzó a advertirse un aire de rebeldía entre ellas. Mas la gota que derramó el vaso fue

la

invasión

napoleónica

en

España,

la

cual

causó

la

abdicación del trono de Carlos IV a José Bonaparte, alias “Pepe Botella”. Imaginar la magnitud de ese cambio de poder en España, de esa súbita usurpación, que llega hasta el otro lado del mar, 4

al “Nuevo Mundo”, es decir, a las colonias españolas, es un hito en el pensamiento hispanoamericano, como también el eco de un grito de libertad. Para esto, desde la expulsión de los jesuitas en toda América ya había rondado la profecía de un levantamiento poderoso en contra de por lo menos la manera injusta como la corona española trataba a sus colonias, sin importar su casta, las cuales se dividían así: Imagen I2

Entre otros detalles atractivos para reconocer el creciente espíritu revolucionario mexicano que nació desde el siglo XVI, hubo una leyenda que un indio declaraba ser descendiente de 2

Cuadro extraído de la página Wordpress El cúmulo imaginario, “Mapa de castas en la Nueva España”, publicado en primero de enero del 2011. https://elcumuloimaginario.wordpress.com/2011/01/24/mapa-de-castas-en-lanueva-espana/

5

Moctezuma y quería reclamar su trono (Cosío 1978: 323); por este hecho, además de estar estaba a la espera de que un “misterioso ejército” llegara a atacar, la oligarquía española establecida en Nueva España siempre estaba a la espera de que un “misterioso ejército” llegara a atacarlos. Otra breve insurrección fue la de la Llama de los machetes, que surgió en 1799, once años antes de la de Miguel Hidalgo, la cual, muy adecuada como una primer guerra de clases en Nueva España, estaba conformada por labradores y artesanos: pretendían matar

a

los

“gachupines,

abrir

las

prisiones

y

convocar

al

pueblo bajo la imagen de la virgen de Guadalupe; ola de un indio de

Tlaxcala,

llamado

Mariano,

denunciada

en

1801,

que

se

proponía coronarse como rey” (Cosío 1976: 329). Nueva España, al parecer,

pasó

por

sus

últimas

décadas

en

las

orillas

de

lo

absurdo, del carnavalismo. No obstante, para 1808 ya se había creado la segunda y antepenúltima conjura, la cual fue despreciada en la posteridad. Esta vez fue dirigida por los criollos y peninsulares Gabriel de Yermo, rico hacendado español, y secundado por dependientes de grandes casas de comercio novohispanas: pretendían dar un golpe de estado. Y lo efectuaron. Prendieron y destituyeron al virrey Iturrigaray

convocaron

a

la

Real

Audiencia,

que

nombró

como

nuevo virrey a Pedro Garibay, un anciano veterano de guerra que manejaría con facilidad (Cosío 1976: 323). “Esta vez, en este 6

golpe de estado de esta conjura y la posterior destitución del arzobispo Lizana, al intento de cortar de raíz todo intento de reforma, tiene un efecto contrario: obligan a radicalizar la actitud de criollos” (Cosío 1976: 323); los primeros caudillos del movimiento posterior de independencia no dejaron de “señalar este acto arbitrario [el aprisionamiento de varios criollos en 1808] de los europeos como la causa inmediata de la revolución” (Cosío 1976: 324). En septiembre de 1809 se descubre la conjura, que, caso curioso, coincide en la misma región donde Miguel Hidalgo formó la suya, Valladolid, la cual fue dirigida por el capitán José María García Obeso y don José Mariano Michelena, en la que se encontraban varios oficiales criollos y miembros del bajo clero, muy parecida a la conspiración del cura Hidalgo. El plan de ellos consistía en juntar un congreso, formado por vocales de las villas, que guardara el depósito de la soberanía real. En este caso, convinieron en ganarse a los campesinos a su causa prometiéndoles la abolición del impuesto per cápita sobre los indios.

Pese

a

que

no

fueron

lo

suficientemente

cuidadosos,

todos los principales conjurados fueron presos y sometidos a proceso, son puestos en libertad por la intervención de Lizana, que aún era virrey (Cosío 1976: 324). Sin embargo, antes de explorar la insurgencia y vida de Miguel

Hidalgo,

es

importante 7

revisar

los

eventos

y

acontecimientos que experimentaban los países novohispanos, para reconocer las razones de sus primeros levantamientos e ideas sobre

las

principiar,

revoluciones

independentistas

se

que

considera

en

la

embrionarias.

economía

Para

novohispana

de

finales del siglo XVIII era plausible, incluso mejor que en la de

otros

momentos,

razón

por

la

cual

es

muy

importante

desarrollar el tema. En

aquellos

tiempos,

Cádiz

tenía

el

monopolio

de

las

relaciones económicas y comerciales de la Nueva España y sus colonos: esas relaciones apoyaban y privilegiaban los tratos con los

españoles.

Todo

fue

generado

por

las

varias

reformas

borbónicas (el tratado de Cádiz): estas paulatinamente creaban una creciente molestia de los criollos porque la mayoría de “los grandes comerciantes, tanto de la capital como de provincia, eran de origen europeo, y entre los propietarios de minas se encontraban tanto familias criollas como peninsulares” (Cosío 1976: 306), destacándose así una élite y poderío español aún más dominante en la colonia. Pero esto no quedaba nomás ahí, sino que también la mayoría de puestos administrativos y militares de alto

rango,

así

como

los

de

la

carrera

eclesiástica,

eran

ocupados únicamente por migrantes, los cuales generalmente eran pertenecientes de la península Ibérica (Cosío 1976: 307). Por otro lado –el lado más austero-, gran parte de la tierra agrícola estaba repartida entre comunidades indígenas, con un 8

rendimiento económico de muy baja productividad que sólo llevaba al autoconsumo de sus productores en los mejores de los casos (Cosío 1976: 307). No obstante, el problema se agravaba aún más cuando, irónicamente, el eje de la capital financiera de que dependían los campesinos, y con la que muchas veces quedaban eternamente endeudados, era regularizada por una institución que actuaba

como

banco

agrario:

la

Iglesia

(1976:

308).

A

esto

habría que sumar el mal necesario que es el crédito que aportaba la Iglesia, el cual era indispensable para los terratenientes, sobre todo en años de crisis: mediante hipotecas, la Iglesia controlaba un gran número de propiedades rurales. De este modo, el clero constituía un grupo social cuyos intereses económicos se dirigían al mercado interno de la colonia (Cosío 1976: 308). En el caso de los criollos, para el mal económico de algunos de sus miembros, entre ellos los emprendedores vitivinícolas, la Corona española los sojuzgaba al punto de siempre dejarlos como pequeñas

empresas

para

que

no

surgiera

algún

riesgo

de

competencia con la de los españoles, aunque fuera la más mínima. También, para perjudicar más la situación socioeconómica de las clases sociales más altas entre las castas, los criollos, se aprobó el mandato de destruir algunas fábricas textiles en toda América, ya que los productos de esta índole debían elaborarse en España o en otras colonias del imperio, en particular la fabricación de la seda (Cosío 1976: 309). Los impuestos de la 9

corona española, “para sufragar las perpetuas guerras” (Cosío 1976: 310), pendían especialmente de aquellas clases con menor capacidad de acumulación de capital: hacendados e incipientes industrias manufactureras. A

principios

del

siglo

XIX,

por

cuestiones

tributarias

impuestas por el Consejo del Reino, la Nueva España suministraba al imperio español gran parte del total de sus recursos, las tres cuartas partes de ellos, dando por hecho que la situación dentro de la colonia había llegado a la cima de su explotación, o en otras palabras menos amenas, sobreexplotación. Uno de los grupos que más sufrió por estas acciones fueron hacendados e industriales que dependían de su crédito, formando una bola de nieve

que

no

paraba

de

crecer

por

medio

de

estos

absurdos

cambios y sobreexplotaciones (Cosío 1976: 310). La élite criolla no dejó de protestar por estas políticas; sin embargo, todo fue en vano (Cosío 1976: 310). También en este caso a los sacerdotes criollos no les iba bien, ya que eran descartados para los altos niveles

jerárquicos

por

ser

criollos,

aún

cuando

estos

eran

parte de la clase social mediana alta o alta. Un acontecimiento hito que hizo levantar voces rebeldes en la Nueva España, concretamente el 26 de diciembre de 1804, fue un

decreto

capitales hicieran

de

real

que

ordenaba

capellanías

efectivas

las

y

la

obras

hipotecas, 10

enajenación pías

y

así

vendiendo

de

todos

exigía las

los

que

se

fincas

de

crédito vencido (Cosío 1976: 311). De esta manera el conflicto entre criollos y “gachupines” se incrementó convirtiendo a este segundo en antagonista. Los

inconformes

ante

esta

situación

fueron

los

criollos

letrados pertenecientes a la clase media, media alta o alta, mismos que se pusieron al frente como los defensores de los intereses americanos, en este caso, de la Nueva España. Así, tras múltiples vicisitudes, poco a poco las palabras “raza” y “nacionalidad” se incorporan al imaginario cultural de la época, las

cuales

económicas

sirven y

para

raciales

explicar

entre

y

dramatizar

peninsulares,

diferencias

criollos

y

demás

castas (Cosío 1976: 312-313). Un

dato

beneficiaban comparación

importante

es

muy

de

del

poco alto,

el

que

el

los

bajo

y

medio

privilegios

cual

se

clero

se

económicos

a

componía

solamente

de

peninsulares, los cuales recibían todos los privilegios y vivían de la abundancia. De esta forma, se posicionaban a los españoles seculares y todo el alto clero como un binomio execrable para los

americanos.

Junto

con

la

milicia

y

las

leyes,

los

eclesiásticos del bajo clero eran socorridos por muchos criollos descendientes de familias con nula fortuna prometedora o títulos nobiliarios (Cosío 1976: 313). Los criollos, que en su mayoría residían en ciudades de la provincia, tenían en común su gran insatisfacción por su estatus 11

social y económico. La parte “letrada”, tenía la desventaja de ser improductiva económicamente, pero tenían un arma terrible: los aspectos filosóficos y epistemológicos que heredaron de las lecturas de la Ilustración francesa y su resentimiento contra un sistema que los relegaba frente a los españoles, más cuando se hablaba

de

desigualdades

e

injusticias.

Ellos,

los

de

la

intelligentsia criolla, eran los “depositarios de las semillas de cualquier cambio” (Cosío 1976: 314). Otro

elemento

muy

importante

fueron

las

grandes

crisis

agrarias, aquellas que parecían eternas, cíclicas, las cuales llevaron a que el maíz escaseara y que el poco existente fuera acaparado por los hacendados, llegando a ser inaccesible, lo que traía

como

enteras. esos

La

consecuencia generación

desastres,

hambrunas

que

hará

la

en

1785

a

cuando

que

devastaban

independencia 1786

el

país

regiones

experimentó vivió

esta

situación. Muchos de los curas que después se unieron a la causa insurgente. Sobrecogidos de espanto, los sacerdotes auxiliaron a las brigadas de asistencia social organizadas por la institución eclesiástica

para

ayudar

a

las

masas

hambrientas

y

enfermas

(Cosío 1976: 314-5). Pero el problema más grave a principios del siglo XIX era el crecimiento desmesurado de la plebe en las ciudades; incluso Humboldt (1769-1859) señaló la existencia en la ciudad de México de por lo menos 30 mil desocupados, harapientos y miserables. 12

Esta

plebe

era

caldo

de

cultivo

para

cualquier

explosión

violenta (Cosío 1976: 315). Ahora bien, en marzo de 1808 las tropas de Napoleón entraron incontenibles en España. Carlos IV abdicó y el 2 de mayo de ese año el pueblo español, abandonado por sus monarcas, asume la iniciativa y en las calles de Madrid y se inicia la resistencia. A causa de esto, se puede decir que “A la degradación de la Corona responde la soberanía del pueblo” (Cosío 1976: 316; el subrayado es mío). En esta coyuntura de la Nueva España, las aspiraciones de los criollos acomodados y de la clase media encontraron su mejor apoyo en el ayuntamiento de la ciudad de México. El ayuntamiento percibió el cambio de la situación y comprendió que por fin se había abierto la posibilidad de reformas políticas (Cosío 1976: 317). Sin embargo, el ayuntamiento no sostenía ninguna tesis revolucionaria,

tampoco

dependencia

la

de

pretendía

colonia.

La

alterar

nación

no

el

sistema

puede,

según

de el

ayuntamiento, desconocer el pacto de sujeción a la Corona, pero puede darse la forma de gobierno que necesite en las actuales circunstancias o “sólo por esos instantes” (Cosío 1976: 318). No obstante, en los primeros meses de 1810 empiezan a llegar noticas del otro lado del Atlántico: la invasión y ocupación de las tropas de Napoleón de la mayor parte del territorio español, y luego la insurrección en varias ciudades de América del Sur: 13

estas

noticias

americanas,

las

eran

devastadoras

cuales

se

para

mantuvieron

todas aún

las

más

colonias

hostiles

y

confusas. Ahora, si los criollos no hubieran contado con la fuerza de otras clases sociales, no hubieran obtenido la victoria. Así, la represión

contra

reformistas trabajadoras,

de

los la

intentos

clase

recurso

de

media

a

estratégico

reforma, aliarse

que

antaño

obligar con no

las

a

los

clases

parecía

ser

necesario, dio un nuevo intento de independencia con un sesgo diferente al de las demás colonias americanas, y este proceso apareció claramente en la conspiración de Querétaro (Cosío 1976: 325).

La vida de un sacerdote ilustrado

Hidalgo, figura polémica, figura diacrónicamente fluctuante, de manera plausible se inscribió a aquella antigua tradición de patriotismo criollo3, la cual surgió evidentemente desde el siglo XVI con el primer intento de insurgencia de Martín Cortés y, también, la causa más influyente fueron las campañas de los criollos jesuitas ilustrados del siglo XVIII, quienes, en 1767, fueron expulsados de todas las colonias españolas supuestamente por conflictos con la institución inquisitoria, aunque, se dice 3

O nacionalismo criollo, como se le quiera decir, según perspectiva o gustos.

14

que

fue

por

mero

celo

de

su

influencia

y

ser

populistas

y

grandes científicos (Krauze 1997: 51). E incluso, hacia fines del siglo XVIII, una particular corriente de pensamiento criollo que

representaba

fray

Servando

Teresa

de

Mier,

elaboró

extraordinarias conjeturas teológicas, que colindaron con las fronteras de la fantasía, para fomentar el derecho criollo sobre Nueva España, sobre toda América, llegando a ligar el pasado azteca

con

el

de

los

criollos,

los

cuales

genéticamente

no

tenían ninguna conexión, pero era un excelente argumento para deslegitimizar los derechos divinos de la Corona española en torno a la Conquista (Krauze 1997: 51). Además, antes de empezar con las múltiples versiones de la biografía

de

Miguel

Hidalgo,

un

detalle

muy

importante

para

entender el espíritu que pervivía alrededor del siglo XIX era que, en México y en varias partes del mundo, la figura del sacerdote tuvo una particular importancia en la vida del pueblo común, tal vez fundamentado por los jesuitas, y especialmente entre

los

sectores

marginados

de

la

población.

El

cura,

el

sacerdote, específicamente los del clero secular no se limitaban a la de guías espirituales; los clérigos también han participado en

varias

ocasiones

como

líderes

(jefes)

virtuales

“de

su

comunidad, de sus feligreses, animadores, jueces, organizadores de diversas empresas y eventos sociales, enfermeros, formadores de opinión política y cualquier actividad que pueda imaginarse” 15

(Crespo 2009: 85). Y es particularmente curioso que cerca de cuatrocientos

sacerdotes

participaran

directamente

en

la

Revolución de independencia, y más de cien fueron ejecutados bajo el alto cargo de traición (Crespo 2009: 87). Miguel Hidalgo y Costilla nació en 1753 en la hacienda de Corralejo, Guanajuato, donde era hijo del administrador de esa hacienda (Krauze 1997: 52). Según Ramos Medina se ha afirmado en varios textos de investigación que Miguel Hidalgo tomó el camino del sacerdocio con fines intelectuales, ya que a los integrantes pertenecientes al clero se les permitía tener estudios más altos que cualquier otro americano, así como la facilidad de encontrar lecturas que no eran fáciles de hallar en América (Ramos 2010: 102), dato que, en efecto, coincide con la personalidad que a lo largo de la historiografía ha perfilado a la figura del cura Hidalgo. Aunque, Ramos Medina, tratando de defender a la figura de Miguel Hidalgo con una postura relativamente conservadora, oficialista, dice que estas interpretaciones vienen como aro de oro al dedo meñique de la mano derecha, porque a Hidalgo se le ha sacado de su contexto histórico, sin pensar que su vida sacerdotal la desarrolló con una gran pasión, lo que solo responde a una verdadera vocación entregada a su entorno social, que lo respetaba, admiraba y lo procuraba como pastor de su parroquia. (Ramos 2010: 102)

Miguel

Gregorio

Antonio

Ignacio

Hidalgo

y

Costilla

Gallaga

Mandarte Villaseñor (1753-1811) fue un criollo ilustrado criado por jesuitas. Desde sus nueve años de edad quedó huérfano de 16

madre, lo cual hace suponer que, dejándole un hueco en la vida maternal,

por

eso

se

acercó

más

al

mundo

religioso

y

sus

funciones sacerdotales (Ramos 2010: 102). Contando con doce años, junto a su hermano José Joaquín, Hidalgo

estudió

en

la

ciudad

de

Valladolid;

entraron

en

el

colegio de la Compañía de Jesús -de ahí su fuerte conexión con los jesuitas-. San Francisco Javier se llamaba aquel colegio, donde sus compañeros le llaman “el Zorro”, sea por su carácter perfectamente taimado (Krauze 1997:52); aquel colegio era uno de los que tenía más prestigio de los otros veinticinco fundados en Nueva España por la misma orden jesuita, solamente que éste era superado por el de la ciudad de México y Puebla de los Ángeles. Dos

años

después

los

jesuitas

fueron

expulsados

de

todo

el

imperio español. Esto, obviamente, sea porque Miguel Hidalgo se fascinaba

con

las

cátedras

de

los

ilustrados

jesuitas,

lo

conmocionó (Ramos 2010: 103). A Hidalgo le atraían en demasía los estudios universales, desde los grandes ilustrados del siglo XVIII,

hasta

los

grandes

tratados

teológicos,

“así

como

la

lectura de la Biblia, fuente de su inspiración para sus sermones que eran muy famosos tanto por el contenido como por la forma en que los pronunciaba” (Ramos 2010: 102). Hidalgo, después de la expulsión

de

los

jesuitas,

sus

estudios

continuaron

en

el

Colegio de San Nicolás, así que no tuvo que salirse de la ciudad de Valladolid, donde estudió teología y aprendió latín, tarasco 17

y Filosofía. El 20 de febrero de 1770 se graduó como bachiller en letras; para validarse, de este modo tuvo que viajar a la ciudad de México para obtener el título de la Real y Pontificia Universidad (Ramos 2010: 103; Krauze 1997: 52). Tiempo sacerdote;

después pero

regresó

decidió

a

Valladolid

ingresar

al

y

clero

decidió secular,

volverse para

así

tener mayores libertades y poseer bienes materiales, una gran biblioteca y vivir con su familia, ya que si se hubiera metido en el clero regular, hubiera pasado el resto de su vida en un convento como fraile. El 12 de agosto de 1778 fue ungido, y, según Ramos Medina “jamás negó su vocación, al contrario, fue su fe, su dedicación y su entrega en los curatos a los que fue destinado” (Ramos 2010: 103). En 1784, “en defensa de la teología positiva y frente a la interminable hermenéutica de la teología especulativa”, publicó dos versiones de su Disertaciones sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica, las cuales fueron escritas una en latín

y

otra

en

castellano,

de

este

modo

consiguiendo

el

reconocimiento de gran teólogo de su tiempo (Krauze 1997: 52). Miguel Hidalgo comenzó su fama poco antes de 1790, año en que fue nombrado Rector del Colegio de San Nicolás, el mismo lugar rector

donde

antes

favoreció

había a

los

sido

un

alumnos,

honorable

estudiante.

aportándoles

Como

alimentos

y

revisando sus estudios. Puso énfasis en las fiestas religiosas, 18

ritos que “de alguna manera sacaban a la sociedad de su vida cotidiana para enaltecer a la propia religiosidad” (RAMOS 2010: 103). También fue permisivo con lecturas que en su tiempo eran tenidas como peligrosas. Muchas eran de franceses ilustrados. Tanta

fama

tuvo

por

sus

hazañas,

ingenio

y

caridad

por

la

enseñanza y conocimiento, que en algún momento llegaron tales detalles a la Inquisición, lo que siguió a un juicio que no trascendió. Por ejemplo, hay información contraoficialista que relata que cuando oficiaba en la copiosa parroquia de San Felipe Torres Mochas, las alarmas al Santo Tribunal de la Inquisición fueron de algunas personas que dijeron que eran de dos géneros: moral y teológico; aquellas que podría decirse que eran sus enemistades no dudaron en hablar sobre su “finísimo argüir”, que era “genio” como “jocoso” o “travieso [sic] en línea de letras”; pero las denuncias

no

se

quedaron

tan

cortas:

expusieron

que

tenía

conductas extravagantes como la de “jugador de profesión y como tal

disipado”,

“continua

“libre

diversión”

a

en tal

el

trato

grado

de

de

mujeres”,

que

“en

dado

casa

de

a

la

dicho

Hidalgo había una revoltura que era una Francia chiquita”, donde se daba el encuentro de “músicos y músicas, juegos y fandangos”, “tiene asalariada a una completa orquesta cuyos oficiales son

19

sus comensales y los tiene como de su familia” (Krauze 2007: 523)4. Sin embargo, sus ideas heterodoxas empezaron a inquietar a sus

superiores

eclesiásticos

y

fue

destinado

al

curato

de

Colima, donde desarrolló una gran actividad con la población dedicándose

a

la

pastoral

completamente

(RAMOS

2010:

103).

Posteriormente pasó a la vida de San Felipe. Porque conocía trabajo

cercano

con

bien el los

náhuatl, pudo llevar

indígenas

al

fundar

a cabo un

“talleres

de

alfarería”, de “agricultura”, y, además a los indígenas “los atendía espiritualmente. Todo ello le ganó el reconocimiento de los habitantes de la región por su ejemplo como sacerdote y su entrega a su trabajo” (Ramos 2010: 103-104). Bastante tiempo después, cuando murió su hermano Joaquín, ganó el curado de Dolores cuando llegó a sus cincuenta años de edad. En este pueblo continuó sus actividades pastorales que siempre hizo, pero, como lo hizo con las comunidades indígenas en San Felipe, estableció talleres productivos para la región 4

También hubo otros cargos no menos curiosos: (…) entre los muchos cargos que se le hacían, Hidalgo habría negado el infierno (“No creas eso Manuelita”, confesaba haberle oído decir a una amiga cercana, quizá demasiado cercana, “que éstas son soflamas”), se burlaba de santa Teresa (“una ilusa, porque como se azotaba, ayunaba mucho y no dormía, veía visiones”), predicaba un libertinaje intelectual (la Biblia se debía “estudiar con libertad de entendimiento para discurrir lo que nos parezca sin temor a la Inquisición”), dudaba que los judíos pudiesen convertirse (“pues no consta del texto original de la Escritura que haya venido el Mesías”), leía libros prohibidos y, ya en el extremo, sostenía festivamente (en el confesionario, según algunos) que “la fornicación no es pecado”. (Krauze 2007: 53)

20

como

la

curtiduría

carpintería bastante

y

telares

llamativo:

lamentablemente

de

no

pieles,

(Ramos el

dio

de

buen

talabartería,

2010:

104),

gusanos efecto;

y

de el

herrería,

entre

ellos

seda,

el

cultivo

de

uno cual

la

vid

(Rosas 2006: 29), que tampoco fue tan bueno; asimismo, también se dijo de él, en textos contraoficiales, que tenía un gran carisma, era amante de la música, componía canciones de amor y era “un seductor de almas” (Rosas 2006: 29-30). Pero algo infortunado que podría ser parte de su posible rebeldía, contra el virreinato y contra el mal gobierno de la corona fue esto: la brutal exacción fiscal de 1804 por parte de la Corona a las colonias, la cual financiaba la guerra de aquel entonces contra Inglaterra; no sólo esta exacción fiscal puso casi en la ruina en 1807 a Hidalgo y a su familia, sino que había afectado en demasía a su hermano Manuel, el menor de sus hermanos,

que

lo

llevó

al

enloquecimiento

y

muerte

en

1809

(Krauze 1997: 52) Por último, otro detalle que se adjunta con su personalidad intelectual, la biblioteca de Miguel Hidalgo y Costilla era una de las más admiradas y completas de todo el Virreinato, ya que es muestra de sus inquietudes intelectuales, pero también religiosas. Lo mismo leía sobre filosofía que teología, que a Molière o a Bossuet. Leyó a los enciclopedistas. Pero los indicios y sospechas a favor del enciclopedismo de Hidalgo son débiles frente a la evidencia de sus

21

lecturas teológicas que desde temprano estructuraron larga y profundamente su mentalidad. (Ramos 2010: 104)

Y, conforme la interpretación histórica, Ramos Medina dice que “su sacerdocio era prioritario. Respetó su vida religiosa. Que si tuvo hijos o no, ¿qué importancia tiene?” (Ramos 2010: 104); y, siguiendo la defensa hacia la figura de Hidalgo, también testifica que “era un ser humano con sus grandes virtudes y defectos, como todo ser viviente. En última instancia su vida privada

en

nada

desmerece

su

actividad

como

miembro

de

la

Iglesia” (Ramos 2010: 104)5. O como apunta Enrique Krauze, un poco contradictorio a la personalidad eclesiástica de Miguel Hidalgo en cuanto a sus enseñanzas que describe y ampara Ramos: se dice que Hidalgo en su ejercicio ministerial […] mostró que no era afecto a los trabajos de notaría parroquial ni a celebrar muchas misas; en cambio le gustaba predicar adaptando sus saberes teológicos y tomaba muy a pecho la confesión de enfermos y moribundos. Es decir, buscaba convertir la teología en caridad. Este aspecto paternal del Cura se manifestaba sobre todo en su trato con los indios: sabía su idioma y les enseñaba artes y oficios […] además de atender la administración de las pequeñas haciendas familiares, Hidalgo criaba abejas, curtía pieles, fabricaba loza, cultivaba viñedos y, en su última parroquia del pueblo de Dolores, extendió el plantío de moreras para la cría de gusanos de seda. (Krauze 1997: 54)

A diferencia de Ramos, los historiadores Krauze, Crespo y Rosas, estos dos últimos más extremistas como críticos de la Historia, 5

Este argumento de Manuel Ramos Medina, historiador, que escribió el artículo “Hidalgo, el sacerdote”, aparenta ser una apología a Miguel Hidalgo, lo cual, no lo hace desacreditable, pero sí pone en tela de juicio si fue un crítico parcial o imparcial hacia lo que ha sido diacrónicamente la figura de Hidalgo.

22

ellos buscaron exponer lo que Ramos no quiso hablar sobre la vida

de

Miguel

Hidalgo,

ya

que

era

algo

“superfluo”

o

“difamatorio”; en pocas palabras: ellos trataron de reelaborar la historia de México con otros medios que fueron más allá de solamente

la

lectura

de

algunos

textos

oficiales,

textos

de

poder. Y, por si fuera poco, los libros de Historia en la educación básica comparten indirectamente el punto de vista histórico de Ramos: los varios autores del libro de Historia optaron por eludir

tales

testificaciones

que

podrían

descalificar

a

la

figura paternal de Miguel Hidalgo y Costilla. Aunque

esto

no

declara

que

Krauze,

Crespo

y

Rosas

despotricaban en contra de lo que posiblemente haya sido Miguel Hidalgo; ellos buscaron los pros y no solamente los contras del mito del Padre de la Patria. Para esto, véase lo que comentó Krauze sobre el cura Hidalgo: era un cura no sólo inquieto sino excéntrico, un hombre libre y brillante que atraía –que seducía- a sus contemporáneos más ilustrados pero incomodaba a los más rígidos y conservadores. Vagamente adivinaban en él la semilla de algo nuevo y desconcertante. (Krauze 1997: 53)

Y, también con Krauze, declara algo menos solemne, pero un punto de vista coherente y pertinente: En su ánimo de viejo criollo pesaba de igual forma el resentimiento contra los “gachupines” y la tradicional lealtad al soberano. Hidalgo no era un republicano o un liberal en potencia. No tenía proyectos políticos de alternativa claros a los cuales asirse. Era un criollo educado en la monarquía, atrapado en ella, aunque recelara

23

del tiránico y despótico gobierno español […]. (Krauze 1997: 62)

O aquí con la perspectiva de Rosas: “Padre de la patria” es un término excesivo bajo cualquier circunstancia. Sin embargo, el cura de Dolores se ganó un lugar en la historia. Su grandeza, como la de sus compañeros de armas, se encuentra en el acto íntimo, libre y voluntario de atreverse. Hidalgo dio un paso más y traspasó el umbral de la vida cotidiana, a la que renunció irremediablemente. (Rosas 2006: 32)

A esto, en manera de respuesta historiográficamente indirecta, Ramos responde con: Así, su vida entera la dedicó al servicio a los demás, muy particularmente a sus estudiantes y gente necesitada en los curatos en los que desempeñó su ministerio. Por ello es importante acercarnos a su quehacer en sus cincuenta y siete años anteriores a la guerra, para darle un justo valor a toda su vida y no sacándole de su contexto histórico. (Ramos 2010: 101)

Y además: El padre Hidalgo fue uno de los personajes más sobresalientes, al haber sido el iniciador del movimiento armado cuya personalidad vigorosa aglutinó los primeros impulsos de una serie de transformaciones en el orden social, político, cultural y económico del Virreinato. Por eso, conocer al "Padre de la Patria" nos acerca a nuestra historia, como base y fundamento en el desarrollo de una manifestación histórica en que fue determinante, y en quien se conjugó la trágica aureola del iniciador, conformada en la misión de sacerdote y caudillo. (Ramos 2010: 101)

Justamente en este momento tiene mucha razón la frase de Octavio Paz que dice “Explicar el mito, desentrañar su sentido, es humanizarlo. Y al mismo tiempo, aclara el sentido de nuestra historia”,

porque,

tanto

en

la

mitificación

como

en

la

desmitificación, se encuentra una dialéctica que se le podría decir que es el hado de la Verdad, donde la interpretación no 24

queda soslayada sólo por el rigor del historiador/escritor, sino en

una

dialogización

ecuménicamente

forjan

perfecta,

la

y

a

entre una

vez

varios

verdad

con

la

puntos

de

histórica,

virtud

de

vista

aunque

ser

que nunca

infinitamente

perfectible, de esta manera avanzando y siendo más asequible que la(s) anterior(es) en sincronía.

La prensa y los insurgentes

Como dijo María Beatriz Gentile: No cabe duda que el conflicto por la independencia se manifestó sustancialmente por las armas, pero también a través de la prensa. Esta última constituyó un instrumento de confrontación y un espacio público en tanto la discusión sobre toda clase de temas, entre ellos los políticos, comenzó a desvincularse del control ejercido por el Estado absolutista. (Gentile 2010: 74) La

prensa

es

en

la

Revolución

de

independencia

de

México,

un

tema

poco

concurrido, fue tan importante como la guerra en sí: entre los machetazos, sangre,

desmembramientos,

caudillos,

gritos

de

victoria

o

suspiros

de

derrota, los panfletos, notas periodísticas y cartas insurgentes y realistas tomaron un papel importante en aquellos diez años bélicos (1810-1821) para la creación

de

conservación

nuevas

ideas

de

tradición

la

revolucionarias colonialista.

y,

por Así

el se

bando

opuesto,

utilizaron

la

anatemas,

tratados, apologías y diálogos sobre papeles en vez de machetes, fusiles y cañones. En el caso de los americanos que fueron protagonistas de emancipación – en la parte revolucionaria-, la prensa les denominó de varias maneras. De esta manera, se puede decir que la guerra de Independencia también fue de

25

“palabras”, ya que por ambos bandos se vituperaban, como el caso de los insurgentes que oscilaban entre ser simplemente “insurgentes”, o “rebeldes”, o “patriotas” y “revolucionarios (Gentile 2010: 74). Se dice que en los años 1808 y 1809 para México fueron:

devastadores para la producción del Bajío, una gran sequía había afectado la actividad de las zonas mineras y textiles planteando un profundo contraste entre el empobrecimiento de los trabajadores y el enriquecimiento de la elite criolla y peninsular. Con este escenario, en septiembre de 1810, en una misa convocada a los fines Hidalgo levantaba su proclama en el simbólico “Grito de Dolores”. El manifiesto se resumía en la lucha por la independencia, la defensa de la monarquía, de la religión católica y de la virgen de Guadalupe. A pesar del registro tradicional que expresaba el movimiento, la presencia de peones rurales, mineros y campesinos junto a la introducción del reclamo agrario dotaron a la revuelta de un contenido desestabilizador del mismo orden que pretendían conservar. (Gentile 2010: 75) Las pretensiones de los insurgentes franqueaban sobre el “reconocimiento de un orden político que no dejaba de identificar a Dios con la patria y a la religión con el Estado” (2010: 76). Así, en cuanto se posibilitaba, en el periódico insurgente Despertador Mexicano hacia ver que su causa era un tipo de “guerra santa” contra los ateos franceses (Gentile 2010: 77-78). En cuanto a la prensa oficialista, o

mejor dicho

realista, tomó y

manipuló algunos escritos de Miguel Hidalgo, los cuales publicó recortándolos en partes específicas para desvirtuar su discurso con algunas frases. De este modo

“se

pone

de

manifiesto

la

importancia

de

la

prensa

escrita

como

mecanismo de información y formación de una opinión que se volvió decisiva para la marcha de la guerra” (Gentile 2010: 78). No obstante, estos medios, tanto con los insurgentes y los realistas, fueron muy débiles como para que la

sociedad

novohispana

se

decidiera

estar

de

acuerdo

con

un

bando

en

específico, ya que ni el diez por ciento de la población sabía leer o no tenía la suerte de llegar a esa información. Aunque el movimiento de Hidalgo sostenía un discurso conservador en el plano de la relación que guardaba el

26

vínculo sociedad

entre

rey

y

súbditos,

comprometiéndola

en

“introducía una

la

movilización

confrontación

directa

armada con

el

de

esa

orden

establecido” (Gentile 2010: 78). Pero esto de utilizar a la religión como un medio que mueve masas fue algo que seguramente Miguel Hidalgo lo pensó como herramienta utilísima, ya que de esta forma podía sostener su causa insurgente sin mucha dificultad. Se dice que en “un extenso alegato […], argumentaba acerca de los mecanismos falaces de los que se habían valido los españoles para condenar al movimiento y

a

su

católica

conductor

como

constituía

herejes”,

“las

mayores

esto

constataba

cosmovisiones

que,

con

además

fuerza

que

la



identitaria”,

Hidalgo estaba muy al tanto de lo que se decía de él y de sus huestes, así como para saber que él necesitaba unificar a una población “dividida por castas y esclavos”, lo cual no era casual que la acusación de herejía pesaba más que la de traidor a la Corona (Gentile 2010: 78). Según el historiador inglés John Lynch, en efecto, así fue:

el énfasis de Hidalgo en el aprisionamiento de los europeos, el secuestro de sus propiedades, la abolición del tributo indígena y su invocación a la virgen de Guadalupe eran intentos de dar al movimiento un apoyo de masas. (Gentile 2010: 79-80) Así que si si alguna vez de habló de una “máscara de Fernando VII”, ésta se había solapado en menos de un año y las aspiraciones “autonomistas” cobraban una fuerza mayor que se explicitó sin reparos (Gentile 2010: 80).

La decisión de Hidalgo

La invasión napoleónica a España encontraba a Hidalgo preocupado por

lo

mismo

peninsulares

que

al

suscitaba

conjunto inquietud”

de

las

(Gentile

élites 2010:

criollas 5),

lo

y

cual

atraería a un tremendo dilema a todas las colonias españolas: la 27

entrega de la corona de Fernando VII a Napoleón Bonaparte. Pero, esta desastrosa situación monárquica y colonial no fue solamente una

mera

abdicación

de

una

corona

a

otra,

el

problema

se

acrecentó considerablemente por este hecho: Desde el siglo XVI, todas las doctrinas realistas tuvieron en común la distinción entre el rey como persona física y el rey como persona jurídica, entre su patrimonio privado y el de la corona. Los Borbones, al desconocer este principio y entregar el reino, desataron una crisis de legitimidad que terminaría por socavar su propia autoridad. (Gentile 2010: 74-5)

En

1810

se

conforma

otra

conspiración:

la

famosa

conspiración de Querétaro. Entre los personajes más importantes de

ese

movimiento

eclesiástico, Colegio

de

se

prototipo San

encuentran del

Nicolás

Miguel

“letrado” de

Hidalgo

criollo,

Valladolid,

y

ex

con

Costilla, rector

del

donaires

de

intelectualidad; Ignacio Allende, oficial y pequeño propietario de

tierras;

y

Juan

Aldama,

oficial

también,

hijo

del

administrador de una pequeña industria (Cosío 1976: 325): todos estos hombres son prototipo de los criollos en crisis por las injustas reformas políticas y económicas de la colonia, sólo véase

que

el

primero

de

todos

ellos,

y

más

importante

del

movimiento, es clérigo de clase media a media alta; el segundo un oficial propietario en pequeño de tierras y, por último, Juan Aldama, hijo de un administrador de una pequeña industria; estas fueron

razones

suficientes

para

adscribirlos

a

las

clases

sociales en pugna contra la tiranía española. Aun cuando los 28

criollos

eran

la

clase

más

privilegiada

después

de

los

peninsulares, ellos no podían soñar con los más altos puestos ni trascendencias

reconocibles,

solamente

por

haber

nacido

en

América, pues eran al final de cuentas eran relativamente parte de las castas marginadas. Ya avanzado el año de 1810 la conspiración fue descubierta y sólo quedaba un recurso: la decisión que tomó Miguel Hidalgo. La noche del 15 de septiembre, en la villa de Dolores, donde Miguel Hidalgo es párroco, él llama en su auxilio a todo el pueblo (indígenas, mestizos y criollos; artesanos y campesinos), libera a los presos –tal como quisieron que sucediera en la conjura de 1808- y se hace de las armas de la pequeña guarnición oficial (Cosío 1976: 325). Como dijo Krauze: “sólo una vez, en los

tres

siglos

‘chusma’

de

indígena

dominación similar

española,

asaltar

el

se

había

palacio

visto del

una

virrey

siguiendo a un cura”, cuando el arzobispo Diego Carrillo de Mendoza

y

Pimentel

[¿?-1636]

entró

al

Palacio

Real

y

gritó

“¡Viva el Rey, muera el mal gobierno!” (Krauze 1997: 57). Como se ha visto, las grandes masas populares entraron en la escena de la batalla; su opresión, su miseria e incultura, su falta

de

organización,

convierten

al

movimiento

en

súbito,

impredecible y explosivo (Cosío 1976: 326). En este particular caso de que un cura haya dado el toque de guerra

en

la

iglesia

de

un

pequeño 29

pueblo,

hace

pensar

en

aquellas revoluciones que empiezan desde un pequeño grano de mostaza hasta llegar a todo un imperio como una bola de fuego; pero la figura sacerdotal llama la atención, así como lo ven Krauze y David Brading, que “la toma de las armas del bajo clero fue una peculiaridad de la Independencia mexicana, pues en otros países de Sudamérica se limitaron a ser consejeros, asesores o capellanes, y no líderes militares y del ejército insurgente” (Krauze 1997: 87), esta apreciación hace rememorar a aquellos sacerdotes y al alto clero que se aventaban a las filas bélicas de

las

cruzadas

por

supuestas

razones

religiosas,

o

a

los

jesuitas que durante la conquista y en la colonización tenían que estar armados para estar prevenidos de cualquier tipo de desventura. Durante

todas

sus

batallas,

Hidalgo,

según

Rosas,

puede

estar por encima de los demás jefes insurgentes, ya que se ganó la voluntad del pueblo por métodos poco ortodoxos: “permitió el saqueo, la rapiña y, en ocasiones, hasta el asesinato” (Rosas 2006: 31). Volviendo con la ruta de Hidalgo: las huestes insurgentes, luego de tomar Celaya, la columna insurgente se acerca a una de las más ricas ciudades mineras, Guanajuato, a la que dominan: sus fuerzas suman aproximadamente unos veinte mil combatientes. De

esta

modo,

se

forman

grandes

30

columnas

rudimentariamente

armadas,

entre

las

que

si

bien

Allende

trató

de

introducir

disciplina y orden militar, fracasó (Cosío 1976: 326). Por un tiempo esta región fue una fortaleza insurgente, donde

habían

ciudadanos

y

cantos

de

victoria

pueblerinos;

Hidalgo

y

fanfarrias

proclamó

que

entre

los

“Haremos

uso

libre de las riquísimas producciones de nuestro país y a la vuelta de pocos años disfrutarán sus habitantes de todas las delicias de este vasto continente”; mientras Allende creía que Guanajuato sería “la capital del mundo” (Krauze 1997: 52). Después

las

tropas

insurgentes

continuaron

avanzando

y,

cerca de la capital, en el Monte de las Cruces, las tropas españolas enviadas de México hicieron frente a los insurgentes. Después de una sangrienta batalla, los restos de la guarnición europea tuvieron que huir a México en espera del asalto final. El camino de la capital estaba abierto; la revolución parecía al filo del triunfo, pero la multitud insurgente sufrió grandes pérdidas,

estaba

agotada

y

carecía

de

pertrechos:

del

norte

venía un ejército realista comandado por el general Félix María Calleja, que podría atacarla en unos días. Sea por estas razones de orden militar, sea por el temor del sacerdote a la violencia y

al

saqueo

de

la

capital

por

parte

de

la

plebe

indígena,

Hidalgo decidió no atacar la ciudad de México (Cosío 1976: 326327).

31

Cuando el ejército insurgente se instala en Guadalajara, donde no poco tiempo permanece, Krauze dice que Hidalgo se hacía tratar como un soberano en Guadalajara, donde prodigaba empleos, vivía rodeado de guardias, andaba del brazo de una joven hermosa y había consentido que se le diese el título de “Alteza Serenísima”. […] Efímeramente, parecía cumplir los deseos teocráticos que un capitán suyo había expresado al joven [Lucas] Alamán en Guanajuato: él sólo quería “ir a México a poner en su trono al señor cura”. (Krauze 1997: 58)

Si bien el mundo en que vivían parecía una fantasía, tanto al principio, durante el desarrollo y al final de la Revolución de independencia, parecía más una novela de aventuras que un suceso histórico: una invasión en España despierta la conciencia la

conciencia

militares,

de

los

autoridades

criollos;

una

políticas,

a

conspiración una

bella

involucra

mujer

y

a

a un

generalísimo cura poco ortodoxo (Rosas 2006: 31). Lo que vino en esa temporada en Guadalajara se dice que, según apunta la crítica histórica de Krauze, fue algo sombrío: se llevó a cabo un genocidio de españoles por un torero apodado Marroquín, lo cual fue permitido por el mismísimo cura Hidalgo; pero Allende no consistió tales asesinatos y está el rumo en que quiso envenenar a Miguel Hidalgo, pero no pudo; aunque, por fortuna, Abasolo pudo salvar a algunos españoles antes de ser muertos por el torero (Krauze 1997: 59-60). La revolución de 1810 poco tuvo que ver con los intentos de reforma de los años anteriores. Por su composición social, se

32

trata de una rebelión campesina -otra vez, una guerra de clases,

a

la

que

se

unieron

los

trabajadores

y

la

plebe

de

las

ciudades y los obreros de las minas, y unos cuantos criollos de la

clase

media

como

dirigentes;

todo

esto

se

asemeja

más,

curiosamente, a anteriores alzamientos campesinos esporádicos de la época de la colonia (Cosío 1976: 327). De hecho, aparte de la guerra campesina, ontológicamente le Revolución de independencia se podía tomar, según la perspectiva, como una cruzada, una supuesta

purificación

del

gobierno

que

se

regía

en

aquellos

últimos años de la colonia. Por eso mismo hubo muchos elementos del bajo clero dentro de las filas insurgentes y sus generales bordeaban

el

fanatismo,

así

como

dijo

Allende,

uno

de

los

principales caudillos de la Revolución de Hidalgo “La causa que defendemos es de religión y por ella hemos de derramar hasta la última

gota

de

causa…

nos

iremos

al

cielo

como

víctimas

de

nuestra sagrada religión” (Krauze 1997: 87), discurso que, en cuestión

de

incluir

al

alto

clero

a

la

revolución,

fue

una

estratagema hábil en su argumento fanático (Krauze 1997: 87). Incluso hubo una guerra de polos, de diadas, una guerra de signos

culturales

católicos

en

antitéticos,

la el

que

se

colonial

conformaban y

el

dos

símbolos

postcolonial:

el

estandarte de la Virgen de Guadalupe con los insurgentes, y con los realistas la Virgen de los Remedios (Crespo 2009: 93). Estas estrategias religiosas para las masas fueron geniales, tanto que 33

hasta

Simón

Bolívar

pensó

que

era

una

hábil

estratagema

incorporar el fanatismo en su causa revolucionaria (Crespo 2009: 88). Después

de

todo,

las

medidas

políticas

que

tomaron

los

insurgentes, al igual que sus propósitos, deben verse a la luz de

la

composición

social

del

movimiento:

Miguel

Hidalgo

y

Costilla comparte las ideas de su clase y piensa en un congreso compuesto de “representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino”, es decir, de los ayuntamientos, y que guarde la soberanía para Fernando VII. Pero su situación es ambigua: al reclamar la ayuda del pueblo, el cura ilustrado se erige

como

impulso

su

hasta

representante, convertirlo

en

y

el

vocero

pueblo de

lo

sus

absorbe propios

en

su

deseos.

Hidalgo, para satisfacer a la causa, toma todas las providencias en su nombre (Cosío 1976: 327). Así su utilización en la acción revolucionaria da a las fórmulas políticas del criollo ilustrado un nuevo sentido. Antes de cualquier evolución teórica, el pueblo se puso a sí mismo como fundamento real de la sociedad. El cura Hidalgo decretó la confiscación de bienes de los europeos, clase apoyada por el Estado, y dictó la primera medida agraria: la restitución a las comunidades indígenas de tierras que les pertenecían. El otro dirigente de la rebelión, Allende, no pudo seguir fácilmente el sesgo popular que la revolución había tomado; sus desavenencias 34

con Hidalgo se explican por su situación social ambigua (Cosío 1976: 328). Los

insurgentes

fueron

rechazados

hasta

por

los

conspiradores de 1808: Abad y Queipo lanzaba anatemas a Hidalgo; Lizana

y

la

inquisición

excomulgaron

a

Hidalgo

y

a

sus

insurgentes (Cosío 1976: 329). La clase media es la que, después de todo, se encontraba entre dos fuegos. Ante la rebelión del pueblo, que tiende a desbordar sus propósitos, se le planteaba un dilema: muchos elegirán al pueblo, mejor dicho, tratarán de utilizar su movimiento en provecho propio; otros, al contrario, aterrorizados por la violencia popular y el desorden, se pasarán al bando contrario. Estas vacilaciones son comprensibles, ya que en el movimiento reformista iniciado por el ayuntamiento, que en otras colonias americanas había tenido éxito, en la Nueva España se injerta una revolución distinta que hace peligrar el poder de los mismos criollos (Cosío 1976: 330). Posteriormente

fue

tomada

Guadalajara

en

manos

de

José

Antonio “el Amo” Torres, el cual no necesitó derramar sangre y optar por el medio del pillaje (Crespo 2009: 93). Los

acontecimientos

revolución

a

partir

de

empezaron

a

noviembre

de

ser

desfavorables

1810.

Aunque

el

a

la

norte

(Coahuila, Nuevo León y Texas) apoyaba a los insurgentes, en el centro

se

formaban

también,

con

el

auxilio

de

mineros

y

hacendados, nuevos cuerpos de ejército realistas bien armados. 35

El

general

realista

Félix

Calleja

(1753-1828)

recupera

Guanajuato y luego ataca Guadalajara, donde se encontraban de nuevo unidos Hidalgo y Allende. El 16 de enero de 1811 Miguel Hidalgo enfrentó a sus tropas en Puente de Calderón con los ejércitos

realistas.

Su

derrota

fue

total

y

Calleja

tomó

Guadalajara. A pesar de eso el ingenioso general Calleja dijo: Este vasto reino pesa demasiado sobre una metrópoli cuya subsistencia vacila. Sus naturales, y aun los mismos europeos, están convencidos de las ventajas que les resultaría de un gobierno independiente, y si la insurrección absurda de Hidalgo se hubiera poyado sobre esta base, me parece, según observo, que hubiera sufrido muy poca oposición. (Krauze 1997: 64)

Como si estando convencido de que, aparte de sentirse en el bando equivocado, los insurgentes tenían la razón de exigir un cambio en el modo de gobierno de las colonias, y el gobierno independiente parecía ser la mejor opción. Al ser derrotados, empieza el penoso éxodo de los jefes insurgentes hacia el norte de Guadalajara. La versión de Crespo dice que Hidalgo fue despojado del mando militar, dejándolo “en manos

de

Allende,

quien

puso

bajo

arresto

virtual

al

‘cura

bribón’ –como le decía Allende, y amenazado de muerte en caso de intentar huir” (Crespo 2009: 94). Cuando se dirigieron al norte, primero optaron por ir a Zacatecas, luego a Saltillo. Acompañados de una escasa tropa, Hidalgo y Allende salieron hacia Monclova. En el camino cayeron 36

en

una

terrible

emboscada.

Juzgados

en

Chihuahua,

fueron

ejecutados el 30 de julio, mientras la ejecución de Hidalgo no se realizó en público, sea por su carácter sacerdotal. Pero, antes de ser ejecutado, en su sentencia Miguel Hidalgo declaró estar “vivamente arrepentido” y afirmó que lo había hecho era para complacer a “los indios y la ínfima canalla… (unicos) que deseaban esa escena” (Krauze 1997: 61). Por eso dice Rosas que, con la violencia desmesurada que se desató, “el buen sacerdote enferma de poder y la sinrazón lo toma como rehén. Cuando se percata del camino de sangre que ha dejado a su paso, recupera la razón.”, pero ya era demasiado tare, porque supuestamente así fue cuando fue aprisionado junto con sus compañeros de armas (Rosas 2006: 31-32). Sus cabezas, encerradas en jaulas, colgaron de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato, donde a nombre del pueblo los primeros caudillos insurgentes obtuvieron su primera victoria (Cosío 1976: 330). Sus cabezas permanecieron colgando durante diez años (Krauze 1997: 63; Ramos 2010: 102). Lamentablemente

murieron

alrededor

de

seiscientos

mil

hombres de un aproximado de seis millones de habitantes que había

en

1810;

o

en

cálculos

más

contemporáneos,

esto

equivaldría a aproximadamente diez millones en el México actual (Crespo 2009: 88-89). Este holocausto causó que sucumbiera la mitad

de

la

fuerza

de

trabajo,

haciendo 37

muy

difícil

que

la

economía se recuperara, tardando décadas para esto, dificultando el surgimiento de un régimen político que sólo diera estabilidad (Crespo 2009: 89). Se puede conjeturar, con base en los hechos expuestos, que la experiencia que Hidalgo vivió en su insurgencia lo había desengañado,

ya

que

muy

probablemente

su

proyecto

de

independencia, el cual no estaba previamente formado, hubiera terminado en anarquía o en completo despotismo (Krauze 1997: 61). De esta manera, Krauze pensó que No hay razón para suponer que su remordimiento –como lo ha llamado Luis Villoro- fuera insincero. Tampoco hay motivo para dudar que, hasta muy avanzada su lucha, su propósito hubiese sido –como él mismo declaró- “el de poner el reino a disposición de don Fernando VII”. Hidalgo había querido la independencia como una vaga utopía, algo que advendría como fruto de un milagro tan incomprensible y súbito como la revolución que con su prédica había desatado. (Krauze 1997: 61)

Lo cual, si se arregla con el historiador, específicamente con Enrique Krauze, y observamos el texto como un río que fluye agresivamente,

se

puede

suponer

cualquier

cosa:

Hidalgo

bien

pudo haber sido un tirano, como tal vez no; Hidalgo puede ser que haya sido un gran héroe épico, mítico, casi sin pecado; Miguel Hidalgo probablemente fue un humano que tuvo sus errores, sueños, deseos, aspiraciones y elementos extraordinarios que lo pusieron

sobre

los

demás

personajes

históricos

de

la

Independencia de México. Puede que con el maniqueísmo político o

38

interpretativo del crítico veamos aspectos absurdos que están lejanos a la realidad ontológica que vemos hoy en día en los héroes; así que, como dice Crespo, “la historia crítica tiene el abierto

propósito

de

desenmascarar

a

la

historia

oficial,

difundir los hechos ocultos o deformados deliberadamente por la élite

en

pensamiento

el de

poder” que

(Krauze el

oficio

2009:289),

lo

tanto

historiador

del

cual

motiva como

al el

lector implícito, uno que sea crítico, son los de nunca estar satisfechos con un marco teórico de la Historia, ni tampoco las historias que se cuentan en la historia. Por eso y más la vida y figura de Miguel Hidalgo serán varios rostros, varias máscaras, que todos y todas a la vez son el

mismo,

el

mismo

cura

que

en

historia y se convierte en un mito.

39

el

Gran

Tiempo

discurre

su

Bibliografía: Cosío Villegas, Daniel et al. Historia General de México. “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico, 17501808”; “La revolución de independencia”. Tomo II. México: Colegio de México, 1976. Crespo, José Antonio. Contra la historia oficial. México: Debate, 2009. Gentile, María. “Insurrección y lealtad en la independencia México”. Vol. 10, no. 110. México: Anuario del Centro Estudios Históricos “Prof. Carlos S.A. Segreti”, 2010.

de de

Krauze, Enrique. Siglo de caudillos. México: Tusquets Editores, 1997. Ramos, Manuel. “Hidalgo, el sacerdote”. México: Contenido, septiembre 2010. Ramos, Manuel. “Por qué Miguel Hidalgo y Costilla no entró a la ciudad de México”. México: Contenido, octubre 2010. Rosas, Alejandro. Mitos de la historia mexicana. México: Editorial Planeta Mexicana, 2006.

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