EN BUSCA DE UNA NOBLEZA DE SERVICIO. EL CONDE DUQUE DE OLIVARES, LA ARISTOCRACIA Y LAS ÓRDENES MILITARES (1621-1643)

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EN BUSCA DE UNA NOBLEZA DE SERVICIO. EL CONDE DUQUE DE OLIVARES, LA ARISTOCRACIA Y LAS ÓRDENES MILITARES (1621-1643)1.

AGUSTÍN JIMÉNEZ MORENO. UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID.

INTRODUCCIÓN.

Las algo más de dos décadas que D. Gaspar de Guzmán permaneció en el poder fueron testigo de una nueva formulación de las relaciones de la Corona con la aristocracia. Más allá de la simpatía o de la animadversión que generó su acción de gobierno, lo cierto es que en muchos aspectos hubo un antes y un después de su vida pública. El tema que nos proponemos abordar en esta comunicación, se refiere a una de las facetas en las que se puede apreciar con mayor claridad, tanto las virtudes como los defectos de su proyecto político: la relación del Conde Duque con la aristocracia, y el papel que ésta debería jugar en la monarquía de Felipe IV. Como punto de partida, debemos decir durante sus relaciones con el estamento nobiliario fueron, cuando menos, tensas. A ello contribuyeron los apriorismos que Olivares tenía sobre aquellos con quien compartía status social, motivados, entre otras cuestiones, por la diferente concepción que tenían del servicio a la Corona2. Esta 1

La realización de esta comunicación ha sido posible, en gran medida, gracias a una Beca Doctoral concedida por la Fundación Caja Madrid al proyecto “Nobleza, guerra y servicio a la Corona. Los caballeros de hábito en el siglo XVII”. Comunicación enviada al Congreso Internacional “Nobleza hispana, nobleza cristiana”, celebrado en Alcázar de San Juan (Ciudad Real), durante los días 1-4 de octubre de 2008. Publicado en: RIVERO RODRÍGUEZ, M. (Coord.): Nobleza hispana, nobleza cristiana. La Orden de San Juan. Vol. I. Madrid, Polifemo, 2009, 209-256. 2 El marqués Virgilio Malvezzi, uno de los hombres de confianza de Olivares, en su historia sobre el reinado de Felipe IV, publicada en 1639, puso de manifiesto que, desde su llegada al poder, trató de reducir el poder y la influencia de la alta nobleza. “Quitar el fausto de llenar los aposentos de nobleza con no admitir en los suyos sino a los que habían menester hablarle. Quitar la vanidad de andar rodeado en los caminos de grandes con andar siempre con pocos, y pocas veces en público. Quitó el gusto de ensalzar a los parientes y amigos, con no tener otro por pariente y por amigo, ni por émulo ni por enemigo, que el

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tirantez fue más intensa con los escalafones superiores del segundo estado (grandes y títulos), pues consideraba que debían justificar su posición privilegiada con una colaboración incondicional en las empresas regias3. ¿Pero cómo fermentaron estas ideas en la mente de D. Gaspar? ¿Cuáles fueron sus influencias?4 Al igual que cualquier otro estadista, la ideología de Olivares no surgió espontáneamente, sino que fue el resultado de un proceso madurado a lo largo del tiempo y que, en último lugar, vio la luz (es decir, pasó del ámbito de las ideas al de la realidad) cuando alcanzó el poder5. Dos fueron las principales corrientes que confluyeron en la configuración de su programa político: la tacitista-neoestoica6 y la arbitrista7. En cuanto a la primera de ellas, destaca la importancia de las enseñanzas de Justo Lipsio (filósofo flamenco que vivió entre 1547 y 1606) el cual, a su vez, estaba

que merecía o el que desmerecía con su rey. Mostró de despreciar la utilidad de hacerse dueño de todas las mercedes, honores y tesoros de la monarquía (.....). Y alejó la ambición de ostentar la grandeza y la potencia con no vivir más lucido en la dignidad de lo que viviese antes (.........).” MALVEZZI, V.: Historia de los primeros años del reinado de Felipe IV. (Edición de SHAW, D.L.), Londres 1968, 7-8. (1ª edición: ¿1639?) 3 Según Carrasco Martínez, la dinámica de las relaciones entre ministro y aristocracia se mueve una aparente contradicción. Por una parte se considera el fenómeno del valimiento como un triunfo para la nobleza, pues el cargo de valido o ministro principal se provee entre los miembros del segundo estado. Mientras que por otra, se afirma que una parte sustancial de los problemas del valido se deben a su relación con la nobleza, pues se erige en oposición a sus proyectos y será una especie de espada de Damocles sobre su cabeza. CARRASCO MARTÍNEZ, A.: “Los grandes castellanos ante el valimiento”, en: La declinación de la Monarquía Hispánica. Actas de la VII Reunión Científica de la FEHM, ARANDA PÉREZ, F.J. (coord.), Cuenca, 2004, 607-608. 4 Gregorio Marañón, en un trabajo sobre la biblioteca del Conde Duque, apunta que sus libros favoritos eran los de Historia, concretamente los de la Antigüedad clásica, los cuales ejercieron una fuerte influencia a la hora de conformar su pensamiento político. MARAÑÓN, G.: “La biblioteca del Conde Duque”, en: Boletín de la Real Academia de la Historia, nº107 (1935), 681-684. Más recientemente, destacan dos artículos de Gregorio de Andrés sobre la colección de Olivares, tanto impresa como manuscrita, sobre todo el segundo, pues ofrece una relación de 1.291 manuscritos que formaron parte de su biblioteca, clasificados alfabéticamente y por la lengua en la que estaban escritos. ANDRÉS, G. de: “Historia de la biblioteca del Conde Duque de Olivares y descripción de sus códices. I”, en: Cuadernos Bibliográficos, nº 28 (1972), 131-142. ANDRÉS, G. de: “Historia de la biblioteca del Conde Duque de Olivares y descripción de sus códices. II”, en: Cuadernos Bibliográficos, nº 30 (1973), 5-73. 5 Unas notas generales sobre su programa de gobierno en: ZUDAIRE HUARTE, E.: “Ideario político de D. Gaspar de Guzmán, privado de Felipe IV”, en: Hispania, nº 25 (1965), 413-425. 6 Hay una coincidencia generalizada a la hora de establecer el contacto de D. Gaspar con esta escuela de pensamiento, ya estaba vigente en la ciudad de Sevilla en los años anteriores a su llegada a Madrid (16071615). Allí, Olivares formaba parte de un grupo en el que concurrían, entre otros: D. Baltasar de Zúñiga, su tío, que conoció a Lipsio en persona cuando era embajador en Bruselas y sostuvo correspondencia con él; y Antonio de Vera y Zúñiga, conde de la Roca, autor de El Embajador. RAMÍREZ, A.: Epistolario de Justo Lipsio y los españoles, 1577-1606, Madrid 1966. ELLIOTT, J.H.: El Conde Duque de Olivares. El político de una época en decadencia, Barcelona 1990, 52-58. (1ª edición en inglés: Londres, 1986). RODRIGUEZ GINARTE, V.: El Conde de la Roca (1583-1658), Madrid 1990, 59-63. 7 GUTIÉRREZ NIETO, J.I.: “El pensamiento económico y social de los arbitristas”, en: Historia de España de Ramón Menéndez Pidal. Tomo XXVI, vol. I: Religión, Filosofía y Ciencia, Madrid 1986, 234351.

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influenciado por el historiador de la Antigua Roma Cayo Cornelio Tácito, y por el filósofo Séneca8. El atractivo de esta doctrina, y la influencia que ejerció entre ciertos “políticos” españoles de finales del siglo XVI y principios del XVII, se debió a que los valores presentados se erigieron en referente de quienes, ante todo, buscaban robustecer el poder del monarca. Esto se produjo porque desplegaba una serie de valores a seguir (disciplina, austeridad, trabajo, etc.), los cuales sustentaron la grandeza del Imperio Romano, y que bien podían ser extrapolables a este momento histórico. Lipsio, además, plantea temas tan importantes como la posibilidad compatibilizar la razón de estado con la moral cristiana, con el objetivo de hacer frente a los postulados propuestos desde el maquiavelismo político9. Para el tema que nos ocupa, la principal consecuencia que tuvo en D. Gaspar fue su firme convicción de que la autoridad de la Corona debía ser reforzada, y por este motivo necesitaba a una nobleza comprometida y dispuesta a sacrificarse en aras del bien de la “república”. De nuevo es la civilización romana la que proporciona el modelo a seguir, pues en ella abundan los ejemplos de individuos que supeditan su interés personal al del poder político. Esta es la clase de nobleza que quiere el Conde Duque, cuya lealtad a la Corona sea absoluta, siempre dispuesta a cumplir con las obligaciones inherentes a su posición de privilegio, y no el grupo de indolentes y apáticos, sin ninguna conciencia de sus obligaciones como clase social privilegiada en la cual, según su criterio, se había convertido. En este sentido las enseñanzas de Lipsio eran las que mejor se adecuaban a la realidad que le había tocado vivir; en ella, la desobediencia, el

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CORBETT, T.G.: “The cult of Lipsius: a leading source of Early Modern Spanish Statecraft”, en: Journal of the History of ideas, nº 36 (1975), 139-152. FERNÁNDEZ SANTAMARÍA, J.A.: Razón de Estado y política en el pensamiento español del Barroco (1595-1640), Madrid 1986. ANTÓN MARTÍNEZ, B.: El tacitismo en España en el siglo XVII. El proceso de receptio, Valladolid 1991. FERNÁNDEZ SANTAMARÍA, J.A.: La formación de la sociedad y el origen del estado: ensayos sobre el pensamiento político en el Siglo de Oro, Madrid 1997. 9 No obstante, tal y como ha puesto de manifiesto Carrasco Martínez, el interés por Séneca y Tácito no fue algo novedoso, pues según este autor, se identifica una línea de continuidad desde la Edad Media hasta comienzos del siglo XVII, que tuvo sus principales valedores entre la aristocracia castellana. Entre ellos, destacan: el marqués de Santillana en cuya biblioteca se encontraban ejemplares de los diálogos y las epístolas de Séneca, o el duque del Infantado, que encargó a mediados de la década de los 60 del siglo XVI una traducción del Enchiridion de Epicteto. La traducciones del Politicorum por Bernardino de Mendoza, en 1604, y De Constantia, por Juan Bautista de Mesa, en 1616, junto con las sucesivas ediciones en latín de sus textos, construyeron la base sobre la que se sustentó el neoestoicismo nobiliario español en el siglo XVII. Esta concordancia entre la doctrina neoestoica y la aristocracia, se vio reforzada por las buenas relaciones que Justo Lipsio tuvo con algunos aristócratas españoles como el condestable de Castilla o D. Baltasar de Zúñiga. CARRASCO MARTÍNEZ, A.: “El estocismo, una ética para la aristocracia del Barroco”, en: Calderón de la Barca y la España del Barroco, ALCALÁ-ZAMORA, J. y BERENGUER, E. (coords,), Tomo I. Madrid 2001, 305-330.

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desorden, la indisciplina y las particularidades regionales suponían un desafío a sus planes de fortalecimiento del poder real10. Pero una cosa era la concepción que Olivares tenía de las relaciones entre la Corona y la aristocracia, y otra era la realidad. Desde el segundo estado se tenía una concepción diferente de esta materia, y pese a que se asumían ciertos deberes, se trataba de un servicio voluntario, bajo determinadas circunstancias, y nunca bajo amenazas o coacciones. La brecha entre ministro y primera nobleza se fue agudizando a partir de 1629, con motivo de la guerra de Mantua, cuando las exigencias que acarreaba la defensa de la posición española en Europa y, sobre todo, la tensión creciente con Francia, que alcanzó su punto culminante en 1635 con la ruptura de las hostilidades, motivaron la puesta en marcha una política destinada a “poner a España en pie de guerra”. A partir de ese momento, y hasta su salida del poder, las diferencias entre ambos fueron ya insalvables. Esta falta de sintonía, como consecuencia de la negativa de grandes y títulos a someterse a sus dictados, obligó al Conde Duque a buscar nuevos aliados en los que apoyarse. En suma, si la nobleza tradicional, sustentada en la sangre y en la tradición, no mostraba intención de colaborar (siempre según los criterios de Olivares), se debía articular una nueva, basada en el mérito y en el servicio a la Corona. Así, de nuevo bajo influencia de los postulados tacitistas y neoestoicos, se declara como un ardiente defensor del mérito frente a la sangre (lo añadiría nuevos elementos de polémica a sus ya de por sí complicadas relaciones con grandes y títulos) a la hora de la conceder recompensas. Al mismo tiempo, en concordancia con la frugalidad en el gasto de las finanzas reales que proponía esta escuela de pensamiento, se mostrará partidario de utilizar mercedes de carácter honorífico en detrimento de las pecuniarias, cuando se deba honrar a alguien11.

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ELLIOTT, J.H.: Richelieu y Olivares. Barcelona 1984, 31-40. (1ª edición inglesa: Cambridge University Press, 1984). 11 “Dos géneros de personas ha de premiar V.M. y hacerles honras y mercedes, el uno es de los que le sirven bien en la guerra o en la paz; y el otro el de los hombres doctos y virtuosos, que con doctrina y ejemplo sirven a la Iglesia y autorizan los reinos de V.M. Para éstos tiene V.M. en todos ellos prelacías, dignidades, prebendas, cátedras, beneficios, pensiones y oficios eclesiásticos; y atendiendo más a los más beneméritos, todos quedarán contentos y se animarán a merecer. Para los seglares, tiene V.M. virreinatos, embajadas, cargos, gobiernos, oficios de paz y guerra, hábitos, encomiendas, pensiones, hidalguías, plazas, audiencias, consejos, asientos de su casa, títulos, grandezas y otras honras innumerables, en que el ánimo y grandeza real puede vaciarse con gran consuelo de V.M., y particular reconocimiento a Dios que tanto le ha puesto en sus manos, procurando serlo agradecido en la justa y cabal distribución de tantos bienes, y dando su lugar y proporción a los méritos y servicios de cada uno, que la igualdad de esta balanza conserva reyes y reinos, y los hace pacíficos y bien aventurados.

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Sin embargo, aunque el neoestocisimo puso a disposición del Conde Duque de Olivares una serie de valores que le venían como anillo al dedo a la hora de dar forma a sus proyectos de acrecentar el poder de la Corona, al mismo tiempo, según Carrasco Martínez, ofrecía a sus “enemigos” referencias morales con las cuales hacer frente a esta nueva situación. Pues era evidente que esta forma de concebir la vida y la política, caracterizada por la sumisión nobiliaria al rey y el servicio al Estado, no despertó las simpatías de la clase nobiliaria, acostumbrada a obtener altas cuotas de poder por su asistencia al monarca. En este sentido, el neoestocismo fue interpretado de manera diferente por otra parte de la nobleza; nada próxima a los ideales de orden, disciplina, sacrificio y unidad que hizo suyos el Conde Duque. Por el contrario, en ciertos aristócratas vino a justificar un repliegue del noble sobre sí mismo y, sobre todo, a conformar un pensamiento que se adaptaba perfectamente a los difíciles tiempos que les había tocado vivir, y en los que su posición se encontraba más amenazada que nunca12. La otra gran influencia de D. Gaspar fueron los autores arbitristas13. Según Jago, en los años finales del siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII, cristalizó una corriente de pensamiento caracterizada por unas posiciones muy críticas con la nobleza y su función en la sociedad del momento. Si bien gran parte de los reproches que se le hacían venían motivados por tópicos y apriorismos, lo cierto es que los arbitristas fueron capaces de canalizar el cada vez mayor descontento hacia una aristocracia que, según su criterio, era incapaz de proporcionar jefes militares, no estaba preparada para ocupar cargos de gobierno y de responsabilidad, y empleaba el tiempo en despilfarrar sus patrimonios en actividades improductivas para el bien común 14. El aspecto en el que mejor se puede ver esta similitud de pensamiento, es en la necesidad de articular un programa de reformas cuyo objetivo era convertir a la nobleza en un grupo (.....) Suplico a V.M. se sirva de mandar a todos los consejos, tribunales y ministros que, de aquí adelante, por ninguna causa, ni con pretexto alguno, aunque sea de remuneración de servicios, no consulten a V.M. mercedes perpetuas ni temporales, que hayan de salir de la Real Hacienda. Y que en las mercedes, cargos, honra y oficios que V.M. puede dar graciosamente, tengan su debido lugar y proporción los servicios y merecimientos de los consultados, para que así corra todo con el orden, igualdad y justificación que V.M. desea.” Memorial sobre las mercedes (1621), ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares. Tomo I, Madrid 1981, 9. 12 CARRASCO MARTÍNEZ, A.: “El estoicismo.......” Op. cit., 307 y 321-23. Sobre esta cuestión véase, también del mismo autor: “Cultura política e identidad aristocrática en la Europa de los reyes y privados”, en: Cuadernos de Historia de España, nº77 (2001-2002), 165-185. 13 Marañón valora de forma negativa la coincidencia ideológica de D. Gaspar con esta corriente de pensamiento, y critica su excesiva “credulidad en los arbitristas”, pues mostró una predisposición, cuando menos, a estudiar proyectos que según sus contemporáneos eran descabellados. MARAÑÓN, G.: El Conde Duque de Olivares. La pasión de mandar. Madrid 1999, 150-151. (1ª edición: Madrid, 1936). 14 JAGO, C.: “The crisis of the aristocracy in the seventeenh-century Castile”, en: Past and Present nº 84 (1979), 80-81.

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comprometido con el servicio a la Corona, el cual demostrara su utilidad ante el resto de la comunidad15.

PUNTOS

DE

FRICCIÓN

ENTRE

OLIVARES

Y

LA

NOBLEZA E INTENTOS DE SUBSANARLOS.

Pese a que los proyectos del Conde Duque para el segundo estado, en general, tenían un objetivo común: involucrar a los principales súbditos de la Monarquía con el servicio al monarca, se abordó desde diferentes perspectivas, ya que no se podían emplear los mismos métodos con un Grande de España que con un hidalgo o un caballero. Donde mejor se puede apreciar la opinión del Conde Duque con respecto al estamento privilegiado, es el Gran Memorial, presentado al rey Felipe IV a finales del 1624. En el, da a conocer sus proyectos para cada una de las categorías que conforman la realidad conocida como segundo estado. Según nuestro criterio, se pueden observar dos líneas de actuación claramente diferenciadas. Una primera, caracterizada por el recelo y la sospecha, en la cual se incluirían los títulos y, sobre todo, los grandes. Mientras que la segunda, circunscrita a caballeros e hidalgos, ofrece un panorama mucho más alentador, ya que Olivares articula sobre ellos sus proyectos de establecer una nobleza comprometida con el servicio a la Corona, en concreto con la carrera de las armas16. Una de las cuestiones que más irritaba a D. Gaspar eran las abusivas condiciones que la aristocracia ponía al monarca para ponerse a su servicio17, realidad que se agudizará conforme avance su ministerio. Esta situación, lesiva para el interés público, debía ser remediada mediante la articulación de un nuevo programa ideológico, en el cual el estamento privilegiado estaba llamado a jugar un activo papel, caracterizado por el encumbramiento del servicio público como la actividad más honrosa y digna de 15

GUTIÉRREZ NIETO, J.I.: “El reformismo social de Olivares”, en: La España del Conde Duque de Olivares, ELLIOTT, J.H. y GARCÍA SANZ, A. (coords) Valladolid 1990, 419-441. 16 Gran Memorial (1624), ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.:Op. cit. Tomo I, 55-61. 17 “(.........) No tiene V.M. vasallo que no capitule con él cuanto quiere en mandándole algo, vendiéndose. Como se vio en el de Cardona, en el de Villafranca, en D. Gonzalo, el de Leganés, en el de Castañeda, en Oñate, ahora en D. Cristóbal de Benavente, el de Feria, ahora los que van a Roma, y en efecto todos los chicos y los grandes.” Carta del Conde Duque al sr. Infante D. Fernando. Madrid, 27-9-1632, ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 76.

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elogio, pero no a cualquier precio, ya que Olivares no creía conveniente dar una mayor cuota de poder a quienes ya, de por sí, eran los suficientemente poderosos. No sabemos si la severidad de Olivares estaba motivada por la actitud de parte de la nobleza, o si la intransigencia nobiliaria se debía a las maneras exhibidas por el ministro18, aunque lo más probable es que ambas partes tuvieran parte de culpa en este desencuentro. En descargo de D. Gaspar, debemos decir que sus exigencias no se circunscribieron únicamente al segundo estado, sino que el clero19 y las oligarquías urbanas20 también las sufrieron. Además, estos grupos manifestaron desde el principio una actitud claramente obstruccionista, pues temían perder sus privilegios y exenciones. Pero sí se debe reprochar a Olivares su incapacidad para presentar sus proyectos reformistas de una manera atractiva para la “opinión pública” y, sobre todo, la falta de sintonía entre las prioridades de la Monarquía y la de sus primeros súbditos; es decir la divergencia de objetivos entre ambos. Nos inclinamos a pensar que el Conde Duque era consciente de esto, y que cualquier innovación que pretendiera introducir sería muy difícil de llevar a la práctica si no contaba con su colaboración. La mejor prueba de que la relación entre el Conde Duque y la primera nobleza no era todo lo cordial que debiera (salvo con aquellos que formaban parte de su facción), se encuentra en el activo papel que ésta jugó en la destitución de D. Gaspar. 18

Al parecer, la sutileza y el tacto no se encontraban entre las virtudes de D. Gaspar, lo cual le valió numerosas críticas por su carácter desabrido, excesivamente soberbio y poco conciliador. “(.....) Sus enemigos no ponían en duda su integridad, ni su deseo ardiente de acertar y engrandecer el reino, sino que le culpaban del mal éxito que alcanzaba su política, atribuyéndolo a la impetuosidad de su carácter. (.....) Acusábanle también, y no sin razón según las noticias todas, de insoportablemente altanero en su trato, de hablar demasiado, y con tal vehemencia que dejaba descubrir sus intenciones a los enemigos.” CÁNOVAS DEL CASTILLO, A.: Bosquejo histórico de la Casa de Austria en España. (Edición de YLLÁN CALDERÓN, E.), Málaga 1992, 231. (1ª edición: 1869). Marañón considera que su fama de rudo se debe a la propia naturaleza del carácter de Olivares, el cual oscilaba entre momentos de cólera e irritación, con otros de clemencia e indulgencia. En cuanto a los primeros, se hacían especialmente intensos cuando se le llevaba la contraria o no se comulgaba con sus argumentos. MARAÑÓN, G.: El Conde Duque…..Op. cit., 105-107 y 163-168. 19 Sobre los requerimientos al clero durante este periodo, véase: DOMÍNGUEZ ORTIZ, A.: Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen, Madrid 1973, 359-382. ALDEA VAQUERO, Q.: “La resistencia eclesiástica al Conde Duque”, Op. cit., ELLIOTT, J.H. y GARCÍA SANZ, A. (coords), 399416. BURGOS ESTEBAN, F.M.: “El poder de la fe y la autoridad de la palabra: Iglesia y fiscalidad en la época del Conde Duque de Olivares”, en: Actas de la III Reunión Científica de la Asociación Española de Historia Moderna, LOBO CABRERA, M., MARTÍNEZ RUIZ, E. Y SUÁREZ GRIMÓN, V.J. (coords). Tomo I. Iglesia y Sociedad en el Antiguo Régimen. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria 1995, 429-438. CÁRCELES DE GEA, B.: “La contribución eclesiástica en el servicio de millones”, Ibidem, 439-448. 20 En cuanto a la dinámica de las relaciones entre la Corona y los patriciados urbanos, véase: HERNÁNDEZ, M.: A la sombra de la Corona. Poder local y oligarquía urbana (1608-1808). Madrid 1995. Sobre todo, 53-223. MERCHÁN FERNÁNDEZ, C.: Gobierno municipal y administración local en la España del Antiguo Régimen. Madrid 1998. GELABERT, J.E.: Castilla convulsa (1631-1652), Madrid 2001. FORTEA PÉREZ, J.I.: “Las ciudades, sus oligarquías y el gobierno del Reino”, en: España en tiempos del Quijote, FEROS, A. y GELABERT, J.E. (dirs), Madrid 2004, 235-278.

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Según Benigno, grandes y títulos aprovecharon el ambiente sumamente hostil que había contra el ministro (agravado tras la fracasada campaña de 1642 que concluyó con la derrota de Lérida frente a los franceses) para provocar su caída21. De esta manera, tras 1643, se hace evidente la determinación de la nobleza de recuperar el poder y la influencia perdida22. Este menoscabo de sus atribuciones, respondió en parte a la actitud adoptada por parte del estamento nobiliario que, ante sus discrepancias con Olivares, optó por retirarse y esperar tiempos mejores23. Pese a la falta de apoyo que, a lo largo de su ministerio, encontró en la aristocracia tradicional, no se resignó a que ésta quedara al margen de sus ambiciosos proyectos. En este sentido, fraguó una serie de disposiciones con las cuales esperaba acercar los intereses de la primera nobleza a los suyos propios, que por ende eran los de la Corona. Entre ellos se encuentra la reeducación de la aristocracia (en concreto de sus miembros más jóvenes), y encaminarla hacia una nueva forma de vida, en la cual el servicio a la “república” sea lo más importante24. 21

BENIGNO, F.: La sombra del rey. Validos y lucha política en la España del siglo XVII. Madrid 1994, 201-203. (1ª edición en italiano: Venecia, 1992). 22 Elliott considera que la determinación nobiliaria de provocar la caída de Olivares, no fue un acto de valentía, sino más bien lo contrario, ya que esperaron demasiado para intervenir, y no lo hicieron hasta que la situación fue insostenible. Al mismo tiempo, reprocha al estamento nobiliario su falta de unidad y de acción conjunta, pues solo coincidían en su malestar hacia el ministro. Este ambiente hostil pudo cristalizar porque el Conde Duque, al contrario que Lerma, no desarrolló un proyecto en torno al cual aglutinar a las grandes casas nobiliarias en torno a su proyecto político. Así, en el momento de su caída, ningún aristócrata se movió para acudir a su rescate. ELLIOTT, J.H.: “Conservar el poder: el Conde Duque de Olivares”, en: El mundo de los validos, ELLIOTT, J.H. y BROCKLISS, L. (dirs.), Madrid 1999, 171-173. (1ª edición en inglés: Yale University Press, 1999). 23 Sobre esta cuestión, Carrasco Martínez plantea una interesante reflexión sobre los objetivos que se escondían detrás de la oposición al valido. En suma, si era una crítica contra esta forma de gobierno, o lo que realmente se pretendía era ocupar esa privilegiada posición: “La oposición al valido es en realidad una discrepancia conceptual al gobierno personal o, por el contrario, se debe sólo a la ambición de ocupar el puesto de privado. Es decir, ¿hay un programa político detrás de la oposición al valimiento, que podría definirse como una vía aristocrática al absolutismo, o una propuesta de gobierno monárquicoaristocrático, nacida de una determinada idea de lo que debe ser la organización sociopolítica compartida por los grandes?” CARRASCO MARTÍNEZ, A. “Los grandes castellanos…….”, Op. cit., 614-615. 24 La educación de la nobleza no fue una preocupación exclusiva de la monarquía española, sino que se puede constatar en toda Europa una gran interés por proporcionar una buena educación y un adecuado empleo a los hijos de los aristócratas; pues si no se les llevaba por el camino correcto, era más que probable que empeñaran sus energías y sus haciendas en actividades poco útiles para el Estado. Pero si se ofrecía una buena educación, se conseguiría someter a un grupo social siempre proclive a alterar la estabilidad social con sus luchas internas, y crear una nobleza con la instrucción necesaria para poder servir a la Corona. En este sentido, el cardenal Richelieu también trató de sacar adelante algunos proyectos para establecer academias en las que paliar la falta de instrucción de los vástagos de la nobleza. A pesar de todo, al igual que en el caso español, ninguno de sus designios tuvo demasiado éxito, y a su muerte cayeron en el olvido, sin embargo dejaron el camino abierto a las academias que se crearon durante el reinado de Luis XIV. El origen de estas instituciones se encontraba en las cortes renacentistas, con sus escuelas palaciegas, sus casas para pajes, y en las cofradías nobiliarias dedicadas a actividades ecuestres y caballerescas. A mediados del siglo XVI se fundaron algunas, como la “Academia d’huomini d’arme”, fundada en Verona en 1565; y ya a finales del siglo XVI (1595), se puede destacar la aparición, en París, de la Academia de

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El Conde Duque tenía muy claro que todos sus planes estaban condenados al fracaso si no se emprendía una reforma a fondo de esta cuestión. Pues era capital proporcionar a los jóvenes aristócratas una buena formación para que pudieran llegar a convertirse en la nobleza de servicio, con un compromiso y una fidelidad incondicional a la Corona, que deseaba Olivares. Sin embargo, no iba a ser fácil domesticar a unos individuos que no estaban dispuestos a renunciar a los privilegios inherentes a su distinguida posición; y sobre todo, a los que irritaba profundamente recibir órdenes de un ministro al cual aborrecían y consideraban inferior. En suma, el objetivo global de este designio, deudor de las tesis neoestoicas, entre cuyos objetivos estaba el hacer de los miembros de la nobleza ciudadanos provechosos y útiles para el estado, era proporcionar a España la clase dirigente que Olivares consideraba necesaria para el mantenimiento de la Monarquía. Según Kagan, desde el comienzo de su ministerio se tomó muy en serio este asunto, como lo demuestra la serie de instrucciones elaboradas por él, en 1624, para su futuro yerno, Ramiro Pérez de Guzmán. Al año siguiente, esta propuesta fue revisada y, combinando la instrucción en las armas y en las letras, la convirtió en un nuevo plan de estudios para el madrileño colegio jesuita de San Isidro, una institución que se volvió a bautizar con el nombre del Colegio Imperial25. Este designio parece que estaba inspirado por la Academia de Matemáticas y Arquitectura Civil y Militar fundada, en 1582, por Felipe II para paliar la carencia de personal especializado en matemáticas, fortificaciones e ingeniería civil y militar. Respecto al profesorado de la misma, sabemos que Juan Cedillo Díaz ostentó la cátedra de Matemáticas y el capitán Cristóbal de Rojas la de Fortificación. También se aprecia la influencia de Sancho de Moncada, que en 1619 propuso crear una nueva “Universidad Cortesana”, cuyo propósito sería enseñar la ciencia de gobernar. Se buscaba integrar en ella a los hijos de nobles, para instruirles en las materias de

Antoine Pluvinel. En varias ciudades francesas se fundaron otras academias nobiliarias, con fortuna dispar, en las primeras décadas del siglo XVII (Orleáns o Aix). Es bastante probable que la relación de la Academia parisina de Pluvinel, tuviera influencia en la fundación, entre 1608 y 1610, de las Academias de Padua, Udine y Treviso. HEXTER, J.H.: “The education of the aristocracy in the Renaissance”, en: The Journal of Modern History, nº 22 (1950), 1-20. HALE, J.R.: “Military academies on the Venetian Terraferma in the early seventeenth century”, en: Studi Veneziani, nº 15 (1973), 273-295. NELSON, H.: “Antoine de Pluvinel, classical horseman and humanist”, en: The French Review, nº 58 (1985), 514-523. HANLON, G.: The twilight of a military tradition. Italian aristocrats and European conflicts. Londres 1998, 329-334. VAN ORDEN, K.: Music, discipline and arms in Early Modern France, Chicago University Press 2004, 125-235. 25 KAGAN, R.L. “Olivares y la educación de la nobleza española”, Op. cit., ELLIOTT, J.H. y GARCÍA SANZ, A. (coords), 227-28.

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gobierno, con vistas a una ulterior ocupación en puestos administrativos o diplomáticos26. El proyecto original contemplaba la formación de veintitrés cátedras, en las cuales tendrían cabida materias como: economía, geografía, historia, ciencia militar, navegación y política, al tiempo que continuaba vigente el plan de estudios tradicional del colegio jesuita. Todo ello con la intención de ofrecer a los hijos de la clase privilegiada una formación lo más completa posible, que les permitiera afrontar con garantías los retos que deberían afrontar a lo largo de su vida pública. El empeño del Conde Duque por sacar este proyecto adelante permitió que, tras superar grandes obstáculos, los “Estudios Reales” (como se les denominó en la época) fueran solemnemente inaugurados en febrero de 162927. A pesar de todos sus esfuerzos, el Colegio Imperial nunca consiguió atraer a un número considerable de estudiantes. Esto se debió, en parte, a la oposición de las universidades castellanas, temerosas de perder el monopolio de la educación; pero sobre todo a la reluctancia de la alta nobleza a someterse a un sistema educativo cuyo objetivo final era la subordinación de sus intereses personales a los de la Corona. Ya en 1634 el proyecto estaba condenado a la desaparición, pues en esa fecha el Consejo de Castilla sugirió a la Corona que retirara su apoyo a lo que, según su criterio, era un ejemplo de ineficacia y despilfarro, pues contaba con sólo 60 alumnos, ninguno de los cuales pertenecía a la alta nobleza28. Incluso antes de esta fecha, D. Gaspar era consciente de que había fracasado en la tarea de instaurar una escuela en la que formar a los futuros servidores del Estado. Pero no por eso se dio por vencido, pues tenía otro plan en mente, articulado en torno a la inauguración de una red de academias para la nobleza, dos de las cuales estarían en Madrid, y el resto se ubicarían en Sevilla, Granada, Lisboa, Valladolid, Pamplona, y la última en una ciudad de la Corona de Aragón, aún por designar. Sin embargo, tampoco obtuvo el fruto deseado y debió resignarse a contemplar como uno de sus proyectos más ambiciosos naufragaba sin remisión29. Junto a las medidas adoptadas para encauzar a la aristocracia, sobre todo a los miembros más jóvenes, hacia el servicio a la Corona, y que lo vieran como algo atractivo, no se puede dejar de lado la recompensa de los servicios prestados. En este 26

MONCADA, S. de: Restauración política de España. (Edición de: VILAR, P. ) Madrid 1974, 229-239. (1ª edición: Madrid, 1619). 27 SIMÓN DÍAZ, J.: Historia del Colegio Imperial de Madrid. Tomo I. Madrid 1952, 60-72. 28 KAGAN, R.L.: Students and society in Early Modern Spain. Baltimore 1974, 180-192. 29 ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II., 69.

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aspecto, el Conde Duque era consciente de que por muchos castigos que se impongan, cualquier iniciativa estaba condenada al fracaso si no se ofrecían importantes recompensas a la nobleza. Aquí, Olivares podía hacer de la necesidad una virtud, y tratar de aprovechar la ambición desmedida de la que parece hacer gala la aristocracia, y canalizarla hacia el servicio al Estado. Pues únicamente la promesa de importantes recompensas parece mover al segundo estado a abandonar un modo de vida que, según Olivares, se caracterizaba por su falta de utilidad de social, e implicarse en la administración y defensa del Imperio30. Al mismo tiempo era consciente de que la única manera de conseguir algo positivo era una política de “palo y zanahoria” es decir severidad, disciplina y rigor, pero al mismo tiempo, recompensas a quien lo merezca. En lo tocante a la nobleza, Olivares se quejaba de que, en general, se era demasiado laxo con ella y era necesaria una mayor severidad. De esta forma, el Conde Duque se mostraba partidario de realizar algún que otro castigo ejemplar en “personas de primera clase”, para escarmentar a todos aquellos que se oponían a sus designios y así ablandar su resistencia. Tal es la motivación que se encuentra detrás de la constitución de la “Junta de Obediencia”. Pese a todo, no parece que se obtuvieran los objetivos deseados; sino que más bien parece haber ratificado la determinación de grandes y títulos de oponerse al ministro y no ceder en sus planteamientos31.

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“Parece que se debe dar cobro, por los caminos permitidos, justificados y sin violencia, a la observancia de la virtud y apartamiento de los vicios, que como cosas que se desea, más que se fuerza ha de tener gran dificultad. (………) La ambición es vicio, pero es un medio tan con natura a los hombres, que le considero por el solo camino y medio de esperanza del remedio que hoy nos queda, pues al paso que ha criado el vicio mala crianza y ocupación de la nobleza de Castilla, al mismo también ha crecido la ambición, no contentándose con nada, pareciendo que del vicio mayor, de la más suelta vida y costumbres estragadas, pueden conseguir los mayores premios, y pretenderlos, y quejarse si no los alcanzan.” Memorial del Conde Duque sobre la crianza de la juventud española. (1632), en: ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 88. 31 Pero la nobleza no era la única que mostraba poco respeto por las órdenes reales, pues los integrantes de consejos y tribunales tampoco facilitaban la labor. En este sentido, a finales de febrero de 1640, a instancias de la Junta de Ejecución se creyó oportuno proveer una institución para supervisar el cumplimiento de las disposiciones emanadas por la Corona, en concreto las relacionadas con aspectos de la defensa, que se centrara tanto en los ministros, como en los capitanes generales de los diferentes ejércitos levantados para la defensa de España, a quienes se consideraba igualmente culpables de los daños producidos por su actitud. “(....) V.M. se sirvió resolver, en consulta de 26 de febrero, se formase una junta de diferentes ministros para que, con ella, se viesen las órdenes que se daban, así a los capitanes generales como a los oficiales de la pluma, sobre las disposiciones pertenecientes a prevenir lo que juzgare ser necesario a la defensa y seguridad de estos Reinos, y si se ejecutaban dentro del plazo que se señalase. Respecto que la experiencia ha mostrado la poca observancia que ha tenido el cumplimiento de las órdenes, y los inconvenientes que resultan de la falta de obediencia.” Consulta de la junta de Ejecución, en la que representa lo que se le ofrece para que mejor se ejecuten las órdenes que se dieren en todas partes. Madrid, 19-3-1640. Archivo General de Simancas (en adelante AGS), Guerra Antigua (en adelante GA), Leg. 1327.

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En el otro lado de la balanza se encuentra el ofrecimiento de mercedes y honores, en una proporción tal que viniera a justificara los sacrificios realizados y, sobre todo, que permitieran asociar el servicio a la Corona con promoción personal y familiar. Además con estas políticas se buscaba compatibilizar ambas posiciones, con un doble objetivo: mentalizar al estamento privilegiado de que su suerte iba unida a la del monarca, y que la mejor forma de progresar era la de servir fielmente al rey, entendido el servicio a la Corona como una realidad múltiple, el cual podía ser acometido desde varias perspectivas: donativos, levantamiento de tropas a su costa, servicio en la administración, cargos de gobierno, y también servicio militar personal. Respecto a esta cuestión, resulta digno de mención que, pese a la reiteración de la tesis tradicional de ruptura del vínculo nobleza-guerra durante el siglo XVII, todos los altos puestos militares (sobre todo capitanes generales) fueran ostentados por miembros del segundo estado. Un ejemplo lo encontramos

a principios de 1640,

cuando el puesto de capitán general de la caballería del ejército de Cataluña se encontraba vacante. Pese a que lo más recomendable sería proveer este cargo en un individuo con los conocimientos militares necesarios para un cometido tan importante, se sugiere al monarca que se designe a un grande, pese a que no tenga la experiencia castrense suficiente32. Con todo, no se deseaba cargar sobre los hombros de un recién llegado a los campos de batalla un lastre tan pesado, por lo que quedaría bajo supervisión de D. Felipe Spínola, marqués de los Balbases, que ostentaba el empleo de gobernador general de las armas del ejército de Perpiñán (hijo del afamado D. Ambrosio Spínola), y que ya acreditaba varios años de servicio, primero en el ejército de Cantabria y luego en Cataluña33. Desde un primer momento, el candidato favorito parece ser el duque de Híjar (que finalmente fue el elegido), aunque también se cuenta con los duques de Medinaceli y Osuna para dicha responsabilidad. Sin embargo, pese a que se trata de una de las más elevadas distinciones que, en lo concerniente al mundo de las armas, se podía ofrecer, se 32

“(….) Ha parecido a la junta representar a V.M. que este puesto es de la calidad e importancia que V.M. tiene entendido. Que si bien sería lo más a propósito poner en el sujeto de experiencia y conocidas partes, como hay la falta de ellos que se sabe, y es conveniente irlos criando para gobernar ejércitos. Porque si en esto no se pone todo cuidado, sin duda, se hallarán las armas de V.M. sin el abrigo de cabezas que con menester en tantas partes para gobernarlas.” Consulta de la junta de Ejecución sobre lo que conviene nombrar capitán general para la caballería del ejército de Cataluña. Madrid, 14-1-1640. AGS, GA, Leg. 1326. 33 “(…..) Y el duque [Híjar], si ha de servir en la guerra, no puede hallar ocasión igual a esta, ni de menos embarazo, para probar la profesión sin el empeño total que fuera en cualquier otra parte, fuera de España, ni con caballería a la que hoy tengo en Cataluña, y con cabo tan experimentado como el marqués de Los Balbases.” Ibidem.

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creyó oportuno sondear a los pretendientes, dando a entender que se trata de contactos extraoficiales, no vinculantes, y realizados al margen de la Corona34. Suponemos que esta discreción podía estar motivada por la poca aceptación que, en general, despertaría tal encargo, de manera que sería más conveniente llevar a cabo las gestiones con cautela. Pese a todo, da la impresión de que el tiempo vino a dar, en cierto modo, la razón al Conde Duque. Pues según apunta Stradling, pese al ambiente hostil al que debía enfrentarse, en 1635 había conseguido que seis de los principales aristócratas descontentos se reconciliaran con la Corona (Alcalá, Feria, Cardona, Terranova, Velada y Sessa). Esto fue posible porque se venció su animadversión con el ofrecimiento de empleos, cargos y/o mercedes. Este hecho indica que, mediante la utilización de ciertas tácticas políticas y una actitud más conciliadora, Olivares podía contar con la lealtad de parte de la nobleza, aun obligándola a hacer grandes sacrificios materiales. Aunque a partir de ese año, con motivo de la declaración de guerra por parte de Francia, su comportamiento se radicalizó. Esta polarización se tradujo en un aumento de la presión sobre quienes no estaban dispuestos a contribuir en las condiciones que exigía D. Gaspar35. Otra forma de vincular al segundo estado con el esfuerzo bélico de la Corona, era resucitar las viejas obligaciones, de carácter feudal, que la nobleza debía prestar al monarca. La más importante de ellas era la obligación que grandes y títulos (y también algunos prelados, así como los poseedores de encomiendas de las Órdenes Militares) tenían, de aportar un número específico de hombres de armas en caso de guerra (en principio siempre y cuando el rey se pusiera al frente de las tropas), conocida como lanzas. Sin embargo, en 1631 se decidió conmutarla por el pago de una cantidad de dinero para costear cierto número de soldados que servirían en los presidios. Aunque en un principio esta imposición, que entraría en vigor a partir del 1 de enero de 1632, solo estaría vigente durante seis años, a los sucesivos vencimientos fue renovada automáticamente36. 34

Ibidem. STRADLING, R.A.: Felipe IV y el gobierno de España. (1621-1665), Madrid 1989, 230-31. (1ª edición inglesa: Cambridge University Press, 1988). 36 Esta exigencia a la nobleza se inserta dentro de un proyecto general, que empezó a madurar a principios de la década de los 30, cuyo objetivo era costear 18.000 infantes para que sirvieran en los presidios. Según los cálculos presentados, se necesitaría algo menos de 1’2 millones de ducados (exactamente 1.178.172), resultado de multiplicar los referidos soldados por 60 reales mensuales que importaba su salario. De esta cantidad, los 241 grandes y títulos que el Consejo de Castilla contabilizaba, debían asumir el pago de 1.599 soldados (una media de 6’6 cada uno) cuyo coste total ascendía a 104.661 ducados; es 35

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Por ejemplo, al duque de Béjar se le asigno, en lugar de las 60 lanzas con que debía servir al monarca, el pago de 15 soldados, equivalente a 982’5 ducados. Con el objetivo de que esta cantidad no estuviera sujeta a los accidentes de la gestión ordinaria de su patrimonio, se le exhorta que la consigne en rentas reales, si las tuviere, o en las suyas propias, siempre y cuando haya certeza de cobro, presentando escritura de cesión a favor de la persona a quien se encargue su administración37. Pero al igual que había pasado con otras peticiones a la aristocracia, se produjeron dilaciones y retrasos que motivaron la consiguiente recriminación del monarca. Uno de los amonestados fue el conde de la Puebla de Montalbán, que en julio de 1632 aún no había hecho efectivo el pago de los 5 soldados que se le habían repartido, a cambio de las 20 lanzas que estaba obligado a mantener, al tiempo que se le concedía un plazo de 15 días para que cumpliera con su deber38. La exhumación de las obligaciones medievales inherentes al segundo estado, era un buen método para vencer su resistencia, pues no podían negarse a cumplir con lo que les correspondía, no por lo que lo dijera Olivares, sino porque así estaba recogido en la legislación vigente; y una vez demolidas sus defensas, sería más sencillo que se doblegaran a los requerimientos de la Corona. Lo acontecido con el servicio de lanzas es sumamente esclarecedor a este respecto, pues el propio monarca era el primero en reconocer la poca utilidad que, desde el punto de vista militar, tenía el servicio de unas tropas de caballería armadas a la antigua, que suponían una considerable carga al aristócrata que debía aprestarlas. Pero este anacronismo podía ser utilizado por la Corona a su favor, como de hecho así ocurrió, para proponer a los nobles su permuta en metálico, debido “al mayor gasto que se causa en el servicio de las lanzas, y el poco efecto que de el resulta, en la forma que hoy se practica la guerra”39. Ni que decir tiene que, grandes y títulos no tenían ningún deseo de presentar estas “lanzas”, y que para

decir 432 ducados por aristócrata. “Y aunque la suma parece mucha, como se divide entre tantos, viene a costar a un señor con otro, a menos de 500 ducados, como se ver.” Consulta del consejo de Castilla para la situación de 18.000 soldados en sus presidios (sin fecha, pero de 1630-31). Biblioteca Nacional (en adelante BN), Manuscritos (en adelante Mss.), 7760. Fols. 76r-80v. 37 Carta del secretario Gaspar Ruiz Ezcaray al duque de Béjar sobre la dotación de los presidios. Madrid, 19-11-1631. Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional (en adelante SNAHN), Osuna, 3620/73. 38 Carta del rey, dirigida al conde de la Puebla de Montalbán, para que haga la consignación del importe de los 5 soldados que se le mandaron disponer, en agosto de 1631, por no haberlo hecho hasta ahora. Madrid, 1-7-1632. SNAHN, Frías, 26/144. 39 Carta del rey a D. Jerónimo Garcés Carrillo de Mendoza, conde de Priego, en la que le manda que haga la situación del servicio de lanzas. Madrid, 10-12-1632. SNAHN, Priego, 3/17.

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ellos era mucho más sencillo y cómodo contribuir con dinero, por lo que ambas partes quedaban satisfechas40. Pese a que los ingresos percibidos por la Corona no fueron los esperados41, el balance, según nuestro criterio, puede ser calificado como positivo. A este respecto, no debemos olvidar que la Real Hacienda iba a ingresar unas cantidades que, antes de esta fecha, nunca habían figurado entre sus haberes, por lo que se trataba de unos fondos extraordinarios que, teóricamente, se iban a destinar a mejorar la defensa de España, por lo cual el beneficio era doble. Y esto hay que anotarlo entre los méritos de Olivares, que fue capaz de imponerse a los individuos más importantes del segundo estado, y llevarlos a su terreno. También podría ser calificada de reminiscencia medieval, el intento del Conde Duque de aprovecharse de la influencia de la nobleza, en concreto a nivel local, donde su implicación personal redundaría en beneficio de la Corona. Dos eran los aspectos en los que, según D. Gaspar, se podría explotar esta potencial colaboración: el levantamiento de tropas y la asignación de la defensa de determinados territorios42. Esta actuación se cimentaba en la imposibilidad de la Corona de hacer efectivo su poder en los dominios aristocráticos, y la autoridad y prestigio del que disfrutaban en sus señoríos, donde la mano del rey era mucho más corta de lo que le hubiera gustado a Olivares. En este aspecto asistimos a una de las paradojas que caracterizaron su actuación con respecto al segundo estado, ya que al delegar parte de las atribuciones que le correspondían al monarca (las de carácter militar) se conseguía, precisamente, lo contrario. Pues se trataba de disminuir el poder y la capacidad de influencia de la alta 40

De esta manera, durante los años siguientes se siguieron cobrando estos derechos. Pero al estar también comprendidos los prelados en esta obligación, se decidió que la contribución de grandes y títulos fuera gestionada por la Cámara de Castilla, mientras que el Consejo de Guerra se encargara de la de los religiosos. “(......) Se ha servido V.M. de mandar se pida a los grandes, títulos y prelados de estos Reinos el servicio de lanzas correspondiente a la obligación de cada uno. Y como quiera que para los grandes y títulos, el consejo va caminando en ello, ha tenido el de la Cámara por de su obligación, poner en consideración a V.M. que lo que mira a los prelados siempre ha corrido por el consejo de Guerra.” Consulta de la Cámara en la que da cuenta a V.M. que por el consejo se queda ajustando la obligación de lanzas que mira a los grandes y títulos, y que para lo que toca a los prelados, conviene se escriba y corra por el consejo de Guerra. Madrid, 20-10-1640. Archivo Histórico Nacional (En adelante AHN), Consejos, Leg. 4428, nº 91. 41 Según Domínguez Ortiz, la Corona esperaba recibir unos 400.000 anuales con esta renta, pero a la altura de 1660 apenas rendía 150.000 (es decir, menos de la mitad de los ingresos teóricos). DOMÍNGUEZ ORTIZ, A.: Política y hacienda de Felipe IV. Madrid 1960, 227-228 42 En el caso de Castilla la Vieja, se ofreció el cargo de capitán general al almirante de Castilla, pero ante la poca predisposición mostrada, se creyó oportuno encomendárselo al condestable, que en última instancia aceptó, “pues en él [el condestable] estará más propiamente [este cargo] que en otro; así por el séquito que tiene en aquella provincia, por tener sus estados en ella, como por otras razones.” Consulta de la junta de Ejecución sobre el cargo de capitán general de Castilla la Vieja. Madrid, 1-4-1640. AGS, GA, Leg. 1327.

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nobleza, pero con actuaciones de este tipo se le ofrecían nuevas opciones a las que aferrarse, desde las cuales podían imponer sus posiciones y tratar de coaccionar a la Corona a cambio de su colaboración. Otra de las incongruencias se refiere, justamente, al grado de colaboración de la aristocracia durante el ministerio olivarista. Según las investigaciones más recientes se está matizando el sombrío panorama esbozado por el Conde Duque (en cuanto a la utilidad de la nobleza y su falta de vocación de servicio al Estado) pues ésta contribuyó al esfuerzo bélico común, sobre todo a partir del año 1635, cuando la lucha por la hegemonía en Europa también pasó a dirimirse en la península ibérica43. En este sentido, con motivo de los levantamientos de Cataluña y Portugal, la participación del segundo estado se hizo más necesaria que nunca, pues cualquier intento de organizar una defensa coherente de las regiones más próximas a los rebeldes, era imposible de llevar a la práctica si no estaba coordinada (y dirigida) por la nobleza local. Un ejemplo lo encontramos a principios de enero de 1641, cuando se había afianzado la defección portuguesa. Este acontecimiento motivó que el deseo de Felipe IV de salir al frente de sus tropas, en este caso hacia sus dominios peninsulares más occidentales, cobrara nuevos bríos. Tal decisión también tendría consecuencias para la nobleza, pues si el monarca salía al frente, estaban obligados a acompañarle con todos los medios a su alcance, pero esto supondría detraer de determinados lugares unos individuos que podrían prestar grandes servicios a la Corona, asumiendo la defensa local. Así pues, al igual que en su momento el levantamiento de Cataluña, la proclamación del duque de Braganza como rey de un Portugal independiente, vino a agudizar la disyuntiva existente sobre si la nobleza, como grupo, debía a acudir a servir 43

Entre las principales aportaciones de esta nueva tendencia historiográfica, destacamos: MAFFI, D.: “Potere, onore e carriere nell’ esercito di Lombardia (1630-1660), en: La Espada y la pluma. Il mondo militare nella Lombardia spagnola cinquecentesca, RIZZO, M. y MAZOCCHI, G. (Eds.). Lucca 2000, 195-245. SALAS ALMELA, L.: “Las espadas del rey: nobleza territorial en Castilla en el siglo XVII”, en: Campo de Calatrava, nº3 (2001), 101-114. STORRS, C.: “La pervivencia de la monarquía española bajo el reinado de Carlos II (1665-1700)”, en: Manuscrits, nº21 (2003), 39-61. HERNÁNDEZ FRANCO, J. y MOLINA PUCHE, S.: “El retraimiento militar de la nobleza castellana con motivo de la guerra franco-española (1635-1648). El ejemplo contrapuesto del Reino de Murcia”, en: Cuadernos de Historia Moderna, nº 29 (2004), 111-130. CÓZAR GUTIÉRREZ, R. y MUÑOZ RODRÍGUEZ, J.D.: “El reino en armas. Movilización social y “conservación” de la Monarquía a finales del siglo XVII”, en: Guerra y sociedad en la Monarquía Hispánica. Política, estrategia y cultura en la Europa Moderna (1500-1700), GARCÍA HERNÁN, E. Y MAFFI, D. (coords), Tomo II, Madrid 2006, 436-446. THOMPSON, I.A.A.: “Consideraciones sobre el papel de la nobleza como recurso militar en la España Moderna”, en: Los nervios de la guerra. Estudios sociales sobre el ejército de la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVIII): nuevas perspectivas, JIMÉNEZ ESTRELLA, A. y ANDUJAR CASTILLO, F. (eds.), Granada 2007, 1535. JIMÉNEZ MORENO, A.: “Poder central y poderes locales. El cumplimiento de la convocatoria de los caballeros de hábito del año 1640 en Jerez de la Frontera” (Comunicación enviada a la IX Reunión Científica de la FEHM, celebrada en Málaga los días 7-9 de junio de 2006.) En prensa.

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allí donde lo determinara el monarca (en este caso para sofocar la revuelta portuguesa), para lo cual se estableció la fecha del 15 de marzo. Pese a que lo ideal, o mejor dicho, lo que tendría mayores repercusiones a nivel ideológico y propagandístico, sería que los principales súbditos del Reino, junto con sus séquitos, acompañaran al monarca al campo de batalla, había razones de carácter logístico y estratégico que lo desaconsejaban. Dichos motivos son más evidentes en los casos de la nobleza extremeña y la de aquellas regiones de Castilla la Vieja colindantes con Portugal, y en última instancia se estableció que, por una cuestión de proximidad con el reino levantado, permaneciesen allí para defender las fronteras ante cualquier ataque rebelde44. También se creyó conveniente tomar la misma resolución con los nobles del señorío de Vizcaya, ante la posibilidad de que los franceses emprendieran una ofensiva por allí45. Según nuestro criterio, en la base de todo se encuentra la diferente concepción que, tanto la Corona como el segundo estado, tenían de la participación en la guerra. Por una parte, como hemos apuntado, lo ideal sería que todos los aristócratas acompañasen al rey, pero si se les obligaba, podían excusar su presencia invocando muy diversas razones, por lo que no se obtendría nada de ellos; por ese motivo, debía tratarse de una contribución voluntaria. De esta manera, si permanecían en sus lugares de origen, servirían con mayor entusiasmo, pues eran los principales interesados en que los enemigos de España no llevaran a cabo ninguna acción ofensiva. Al mismo tiempo, es en el ámbito local donde los nobles pueden desarrollar con mayor intensidad su influencia y explotar su red clientelar, las cuales son puestas, si bien de manera indirecta, a disposición del monarca, por lo que ambos salían ganando. En suma, es más productivo para los intereses regios que los nobles sirvan en sus dominios, contentos y con espíritu constructivo, que no fuera de su ámbito (si es que finalmente acudían), malhumorados, descontentos y deseando marcharse a la primera ocasión. Atendiendo a tales planteamientos, nos aventuramos a afirmar que la participación aristocrática en el sostenimiento de la Monarquía española fue mucho más cuantiosa e importante de lo que se ha venido considerando, y no se circunscribió a los dos aspectos que acabamos de mencionar, pues hubo otras muchas maneras de 44

Consulta de la junta en que asiste el obispo gobernador del consejo de Castilla, sobre cuanto convendrá aliviar a Extremadura, por ser donde caerá la mayor carga. Madrid, 30-1-1641. AHN, Estado, Leg. 6405(2), nº 2. 45 Ibidem.

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colaboración: donativos, repartimientos forzosos, valimientos de juros, etc. Otra cosa muy diferente era que su contribución fuera la deseada por D. Gaspar, ya que en un contexto de guerra permanente a escala mundial, como fue el reinado de Felipe IV, suponemos que las necesidades, tanto de hombres como de dinero, serían insaciables, y el ministro pensaría que cualquier contribución nobiliaria era susceptible de ser mejorada; o que ésta fuera incondicional y gratuita, pues ningún miembro del segundo estado se mostró dispuesto a poner su patrimonio, e incluso su integridad física, al servicio del monarca, si la Corona no atendía a sus reivindicaciones, o no se ofrecían unos incentivos proporcionales al riesgo que se asumía. Además, no se podía esperar que todo el segundo estado respondiera de la misma manera a las demandas regias, pues suponemos que un amplio grupo de nobles, descontentos con la forma en la que Olivares estaba llevando a cabo su cometido, o apartados del poder por no incluirse dentro de su grupo de colaboradores, se resistieran lo más posible a los requerimientos reales (aunque siempre como medida de protesta ante un ministro que no los tenía en cuenta y los marginaba). Pero en esta cuestión, el Conde Duque siempre predicó con el ejemplo, pues durante los años que estuvo en el poder fue el primero en acudir a las peticiones de auxilio del monarca46. En último lugar, dentro de estas disposiciones encaminadas a esquilmar los patrimonios nobiliarios, y muy característico dentro de la política olivarista de alternar el premio y el castigo, en este caso mediante la liberalidad real, sería una buena medida conceder a la nobleza empleos de carácter honorífico, pero que suponían un importante

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Según consta en el “Nicandro”, aparecido como respuesta a los “Cargos” publicados por Andrés de Mena en 1643, el anónimo autor de esta obra se lamenta de que no se haya tenido este aspecto en cuenta. “¿Cómo no atendió a las continuas coronelías que ha levantado a su costa? ¿Cómo no descubrió que el año de 1638, en un tercio que formó de 1.000 infantes, gastó más de 500.000 ducados en plata, y el año de 1641, en los soldados que sustentó en las fronteras de Cataluña, gasto 740.000 ducados? ¿Cómo no supo que en Zaragoza, y demás tiempo que duró la Jornada [viaje de Felipe IV al Reino de Aragón en 1642 para ponerse al frente de las tropas que combatían contra los franceses] tuvo mesa franca para cuantos señores y soldados quisieron ir a sentarse a ella, cómo no se informó de otra mesa que dio a caballeros particulares y criados suyos el mismo tiempo a donde entraban a comer todos los soldados de la compañía de la nobleza que era suya, y otros muchos, siendo muy abastecida y regalada? ¿Cómo no nos contó que daba todos los meses 60.000 reales de plata a D. Mateo Ibáñez de Segovia, para que socorriese a la gente de las fronteras de Aragón? ¿Cómo no vio que todas las compañías que pasaron en todo tiempo por Cuenca, Molina y Zaragoza y otros partes, que fueron grande número, mandó dar a cada soldado raso cuatro reales de plata, ocho a los reformados y veinticuatro a los oficiales vivos, que montó una suma muy grande? Demás de esto, pagó a los 300 hombres de la guarda que V.M. tuvo en Zaragoza, dándoles ración en dinero. Pues, ¡qué si se contaran las dádivas secretas, los socorros a personas particulares que no se señalan! Dejó otros innumerables gastos que, desde el principio del reinado de V.M. ha hecho, que sólo me he divertido en los referidos, por más vecinos y cercanos.” Nicandro o antídoto contra las calumnias que la ignorancia y envidia ha esparcido por deslucir y manchar las heroicas e inmortales acciones del Conde Duque de Olivares después de su retiro (1643), ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 263.

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desembolso al titular. Según el Conde Duque, este sería un buen método para disminuir la arrogancia y altivez que, según Olivares, ésta mostraba. Aquí también se puede apreciar una incoherencia en el proceder del ministro. Así, se constata una voluntad de mejorar la situación económica de las principales casas nobiliarias (aunque más bien se trata de un problema de liquidez y no de empobrecimiento), para lo cual propuso una serie de medidas destinadas a la contención del gasto en que incurría el segundo estado, como consecuencia de su elevado tren de vida47. Sin embargo, le convenía que los poderosos atravesasen por dificultades financieras, ya que siempre podría jugar esta baza (como de hecho lo hizo), para obtener su colaboración. Una muestra de esta interacción la podemos apreciar en un documento fechado a la altura de 1641. En él, aparecen las mercedes que se concedieron a 18 aristócratas (entre ellos algunos de los que acreditaban mayor antigüedad, como el condestable de Castilla, o los duques del Infantado, Pastrana, Medinaceli, Medina Sidonia, Béjar o Sessa) destinadas a aliviar los agobios financieros por los que atravesaban48. Sin embargo, no se trata de concesiones gratuitas, sino que eran contraprestaciones a su colaboración en diferentes servicios solicitados por la Corona (coronelías o compañías de caballos49), o para paliar los gastos que acarrearía su hipotética movilización. A grandes rasgos, se trata de facultades para vender bienes vinculados a mayorazgos, prorrogaciones, por un tiempo variable, para continuar disfrutando de las rentas de encomiendas que ya no tienen derecho a percibir, suspensiones parciales del pago de los 47

“Las cosas se hallan en estado que sin ninguna desorden ni desperdición, no es posible vivir estos caballeros; unos bien en la Corte otros en sus casas. Será muy del paternal amor de VM el mandar velar sobre el modo de proceder y vivir de los que están en sus casas, los que no están en ellas o en las chancillerías, mandándolos ir a sus casas y procurar que en ellas no gasten desperdiciadamente y amonestárselo. Los que se hallan en la Corte, juzgaría por muy conveniente que VM ordenase que alguno del Consejo los llamase de uno en uno, y hacer que traigan delante de el sus contadores el libro de todo lo que tienen de hacienda. Se verá si tienen hacienda o no para aquello que es necesario para su lustre, y si lo tuvieren y no lo tuvieren se convencerá que no lo gasta mal, y sin reprensión ni castigo se viene a atajar aquel daño. Y si se cargaren de criados, o en el comer, o en los vestidos o libreas, moderar aquello. Consulta del Conde Duque a S.M. el rey D. Felipe IV..... (agosto-septiembre? 1637), ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 179. 48 Relación de los efectos y medios que se han concedido a algunos grandes. Sin fecha, 1641. AHN, Estado, Leg. 6405(2). 49 Nos referimos a un proyecto denominado “las 64 compañías de caballos”, que vio la luz a finales de 1634 o principios de 1635, dentro de las medidas destinadas a mejorar la defensa peninsular con vistas al inevitable enfrentamiento con Francia. Se trataba de encomendar a otros tantos aristócratas, en este caso pertenecientes a la nobleza media, el levantamiento de una compañía de caballería. Tras interminables negociaciones, y un continuo tira y afloja entre la Corona y los nobles, la mayoría de ellos conmutó esta obligación por el pago de una cantidad de dinero. No obstante, trataron de sacar el máximo partido posible a su participación, ya que todos ellos obtuvieron permiso para tomar fondos de mayorazgos, tomar cantidades a censo, etc. JIMÉNEZ MORENO, A.: Nobleza, guerra y servicio a la Corona. Los caballeros de hábito en el siglo XVII. (Tesis doctoral en curso).

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censos impuestos sobre sus mayorazgos (o consentimiento para fundar otros nuevos), licencias para labrar dehesas, licencias para introducir productos de contrabando, hábitos de las Órdenes Militares para emplearlos en quien creyeran oportuno, empleos en consejos, etc50. Jago y Benigno coinciden en que la dependencia económica de la aristocracia permitió a Olivares importantes márgenes de maniobra, sobre todo en lo relativo a la fiscalidad, ya que le situaba en condiciones de reducir, o al menos atenuar, la oposición nobiliaria a la imposición de nuevas cargas fiscales, cuyo objetivo era hacer contribuir económicamente al segundo estado. Además, tenía otros mecanismos a su alcance para vencer su resistencia, entre ellos: la posibilidad de resucitar viejos pleitos sobre los bienes y derechos usurpados por la aristocracia51, o la capacidad de influir en las estrategias matrimoniales de las casas nobles y, sobre todo, orientar las sentencias de los pleitos sucesorios originados a la muerte de algún aristócrata. Con todo, la nobleza castellana, aunque enfrentada al régimen de Olivares, salvo alguna contada excepción, mantuvo su fidelidad a la Corona. Pese a las diferencias existentes entre ministro y nobleza titulada, a ésta le convenía una actitud de razonable colaboración, ya que si mostraba una oposición absoluta a los requerimientos de la Corona tendría mucho más que perder, que si se decidía a colaborar, siempre en la medida de sus posibilidades52 (que nunca satisficieron las demandas de Olivares).

EL CONDE DUQUE Y LA FORMACIÓN DE UNA NOBLEZA DE SERVICIO.

Vista la falta de sintonía entre Olivares y la nobleza tradicional, no sorprende que el ministro buscara configurar una nueva clase dirigente, más sumisa a someterse a sus postulados, basada en el servicio a la Corona. Además, se trataba de ampliar la libertad del rey para conceder premios y mercedes, al tiempo que se encaminaba tal 50

Relación de los efectos y medios........... Se trata sobre todo de las alcabalas, aunque también se vendieron tercias reales e incluso el servicio ordinario y extraordinario de algunas localidades. DOMÍNGUEZ ORTIZ, A.: Política y........Op. cit. 193204. MARCOS MARTÍN, A.: “¿Fue la fiscalidad regia un factor de crisis en la Castilla del siglo XVII?, en: La crisis de la Monarquía de Felipe IV, PARKER, G. (coord.), Barcelona 2006, 200-214. 52 JAGO, C.: “La Corona y la aristocracia durante el ministerio de Olivares”, en: Op. cit., ELLIOTT, J.H. y GARCÍA SANZ, A. (coords). 375-393. BENIGNO, F.: Op. cit. 159-165. 51

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facultad al bien público, dando los premios a los que realmente los hubiesen merecido. De la misma manera, se buscaba reducir la influencia que consejos y tribunales tenían en este proceso, y que fuera el monarca quien controlara todo el proceso, sin injerencias externas. En esta nueva política de remuneraciones se asistiría a un cambio de prioridades en cuanto a la valoración de los méritos, pues se rebajaría la importancia de los servicios de los antepasados, y por el contrario, aumentaría el de los realizados por uno mismo. Tales consideraciones vendrían a enrarecer, aún más si cabe, las relaciones del Conde Duque con la aristocracia, pues el giro que estaba dispuesto a emprender, se oponía a la concepción que el segundo estado tenía de esta cuestión. Pues los nobles creían que, únicamente por su condición, la cual implicaba un origen elevado y una indudable limpieza de sangre, tenían derecho a recibir, entre otras mercedes, hábitos y encomiendas. En cambio, el Conde Duque consideraba que para acceder a estas recompensas, tenían que hacer méritos propios, reflejados en una inequívoca vocación de servicio público53. De este modo, pese a que la utilización de hábitos y encomiendas estaba destinada a jugar un activo papel a la hora de dar forma a la tan deseada nobleza de servicio, también podían ser útiles para animar a la juventud aristocrática a emular las hazañas de sus antepasados. Pero lo cierto es que no estaban muy por la labor pues, salvo excepciones, creían que no estaban obligados a la prestación de servicios (en concreto militares), para acceder a estas distinciones. Según nuestro criterio, esto se debía a una política de remuneración de los servicios prestados que, cuando menos, podía ser calificada de poco eficaz. Su principal defecto consistía en la ausencia de una normativa legal, que regulara los años y condiciones del servicio tras los cuales se podría acceder a un hábito o una encomienda; deficiencia que era aplicable también al sistema de ascensos castrenses. Además, debemos tener presente que acreditar servicios castrenses no era imprescindible para la obtención de estas prebendas, sino que otro de actividades (servicios en embajadas, consejos, administración local, administración de justicia, etc.), ajenas a la carrera militar gozaban de, al menos, la misma valoración a tal respecto. 53

“(.......) Tampoco se ha de poder dar hábito a ningún caballero de capa y espada que no haya servido en guerra viva dos años, o bien sustentado por tiempo de cuatro años dos soldados a su costa o cuatro dos años. Parece que se puede conceder hábito a quien hubiere servido diez y seis años en guerra viva y hubiere sido seis años capitán. Si no se ponen incentivos fuertes en el ejercicio militar y privilegios muy extraordinarios, entiendo que en vano trabajaremos en procurar adelantar esta materia.” Memorial del Conde Duque sobre la crianza de la juventud española (1635), ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 95-96.

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Estos planteamientos, unidos con las nuevas pautas que Olivares trataba de imponer, con respecto a la limpieza de sangre y oficios mecánicos, representaban el ataque más directo que podía lanzarse contra el orden y las bases en que se sustentaba la Monarquía de los Austrias españoles. Además, una de sus grandes aspiraciones fue esperanzar al estamento llano, y tuviera presente que, si acreditaban los servicios necesarios, el monarca sabría recompensarles acorde a ellos, sin tener en cuenta su nacimiento. La política olivarista de mitigar la importancia de la limpieza de sangre, y de promocionar a individuos que, al margen de su origen, hubieran servido abnegadamente a la Corona, se iba a encontrar con la oposición de la Inquisición y de la Iglesia. En este sentido, ya desde 1624, coincidiendo con los postulados de los arbitristas, atacó el excesivo poder y riqueza de la Iglesia (lo cual le valió la acusación de consentir y permitir la herejía, e incluso se le calificó de sacrílego, cuando abandonó el poder). No abandonó esta línea crítica hacia la acumulación de bienes en manos eclesiásticas, y en 1637 denunció las perniciosas consecuencias que, para la buena marcha de la Monarquía, tenía el excesivo número de clérigos y religiosos. Entre las actuaciones que Olivares se proponía emprender, destaca su intención de elevar la consideración social de los trabajos agrícolas y manuales para que, por sí mismos, tuvieran la suficiente importancia y estimación social. Si se alcanzaba este objetivo, se podría evitar que la obtención de mercedes honoríficas (en clara alusión a los hábitos de las Órdenes Militares) fuera tan importante para el estamento llano, y que estuvieran dispuestos a hacer cualquier cosa por obtenerlo, incluso mediante el recurso a prácticas ilícitas (en concreto la falsificación de genealogías, la compra de testigos para que respondieran favorablemente a las personas encargadas de hacer las pruebas para la ulterior concesión de un hábito o, directamente, proceder a la compra de la merced). Otra de sus grandes obsesiones fue eliminar las connotaciones negativas que, en el ideario colectivo, tenía el comercio y la navegación, pues el desempeño de ambas ocupaciones repercutía positivamente en el buen funcionamiento de la “república”. La principal causa del descrédito de dichas actividades, eran los estatutos de limpieza de sangre. En este sentido, las Órdenes Militares consideraban impedimento de limpieza, y obstáculo para entrar en ellas, el haber sido mercader o marinero. Esta mancha afectaba, tanto al que hubiese desempeñado tales oficios, como a sus descendientes. Con estos puntos de partida, cuyo objetivo final era la formación de una nobleza de servicio, a la cual gratificar con honores, no sorprende que Olivares fuera uno de los 22

más acérrimos opositores a los estatutos de limpieza de sangre. En este sentido, siempre propugnó por su supresión, o al menos su atenuación, a la hora de acceder al honor 54, e incluso la consideró como en un premio en sí misma, susceptible de ser concedida a quien realizara los méritos suficientes. El Conde Duque se mostró siempre muy crítico con la realidad que le había tocado vivir, pues disuadía del servicio a la Corona a individuos capaces, pero que no se atrevían a salir de su “medianía”, por miedo a que se descubrieran unos orígenes vergonzantes. Tampoco debemos ignorar el papel principal que los hábitos de las Órdenes Militares estaban destinados a jugar en todo este proceso. Así, pese a las oposiciones que encontró por parte de determinadas instancias, pugnó porque estos honores se destinasen, de forma preferente, a la gratificación de quienes hubieren realizado servicios distinguidos, sobre todo quienes habían arriesgado su integridad física en los diferentes teatros de operaciones donde estaban involucrados los ejércitos y armadas de la Monarquía española. Si las cosas se hicieren de esta manera, muchos individuos con notables servicios, realizados con la espada en la mano, no se verían obligados a recurrir, en el mejor de los casos, a falsificar las informaciones sobre su limpieza de sangre, (según denunciaba el Consejo de Inquisición) y en el peor a renunciar al hábito, por miedo a que se descubran unos orígenes incompatibles con la pertenencia a este selecto club55. La declarada voluntad del Conde Duque por dar un vuelco a la situación se tradujo en una serie de iniciativas, las cuales, pese a intentar atajar el problema de raíz, no fueron más que parches en una situación general demasiado compleja. Pese a las buenas intenciones del aparato estatal por promocionar a los militares profesionales, lo cierto es que la Corona no tenía la capacidad suficiente para remunerar a todos aquellos 54

Es muy posible que la actitud de Olivares con respecto a esta cuestión estuviera muy influenciada por su experiencia personal. No olvidemos que el bisabuelo de D. Gaspar, el secretario Lope Conchillos, descendía de una familia de conversos. Por este motivo, sería razonable suponer que sería uno de los primeros interesados en reducir la importancia de la limpieza de sangre, y primar los servicios personales por encima de todo. CARO BAROJA, J.: Los judíos en la España moderna y contemporánea, Tomo II. Madrid 1962, 15-16. 55 (....) Propongo que, a quien hubiere servido 20 años en guerra viva, y sido 8 años de estos capitán vivo, se le haya de dar el hábito, supliéndose en la información cualquier defecto de limpieza o nobleza o oficios mecánicos, no habiendo pecado en la fe él, su padre y abuelo. Y este privilegio ha de pasar a hijos y descendientes. Que estos mismos, queriendo más gozar de la honra de las entradas de los gentileshombres de la boca, se les conceda. Que si tuviere mayor puesto, como el de maestre de campo, goce de prerrogativa de consejero de Guerra; que si tuviere mayor puesto, como de capitán general, maestre de campo general, general de la caballería, o de la artillería, gocen de entrada de mayordomos. Para los servicios particulares muy aventajados, que se habrán de expresar fuera de las ventajas que les tocan, habrán de tener un hábito por premio. Y si hubieren menester dispensación en él, se les dará, con que no haya de pasar la tal dispensación en los hijos. Memorial del Conde Duque...........(1635), ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 94.

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que servían bajo las banderas del rey de España. Entre ellas, podemos destacar aquellas que buscaban no solo atraer a nuevos individuos hacia el servicio militar, sino que el objetivo prioritario era que todos aquellos soldados veteranos (muchos de los cuales eran oficiales reformados), que en esos momentos no se encontraban prestando servicio activo, volvieran hacerlo. Las primeras noticias que hemos encontrado a este respecto, datan de febrero de 1635 cuando, en el contexto de una hipotética movilización general, por si el rey creyera conveniente comandar los ejércitos reales, en caso de una agresión francesa, se escribió a las autoridades locales con el objetivo de que remitieran los nombres de todos aquellos individuos que residieran en sus dominios, y respondieran al perfil referido. Estos veteranos formarían la piedra angular sobre la que se sustentarían las fuerzas hispanas, por lo que su presencia sería más que recomendable. Para obtenerla, desde la Corona se estaba dispuesta a conceder el último sueldo que hubieran cobrado. Se trataba de un reclutamiento dirigido única y exclusivamente a individuos con experiencia castrense, pues debían demostrar, al menos, cuatro años de servicios en la Armada o en destinos extrapeninsulares56. Según nuestro criterio, el objetivo de Olivares era mucho más ambicioso de lo que pudiera parecer en un principio, pues iba más allá de obtener el servicio militar de un grupo humano cuyos servicios se revelaban especialmente valiosos en este momento. Así, consideramos que buscaba tener disponible una reserva de soldados experimentados con los cuales dar cuerpo al proyecto de las coronelías (los regimientos encargados por Felipe IV a cierto número de grandes y títulos), pues se dispuso que todos aquellos individuos que ya se hubieran comprometido a servir en estas unidades, no deberían registrarse ante las autoridades locales57. Además, se buscó revitalizar el vínculo entre nobleza y guerra mediante la promoción en el acceso al honor de dos grupos que, por sus características, podían ser sumamente útiles a la hora de configurar una élite al servicio de la Corona. Nos referimos a los capitanes de infantería y a las “personas de calidad” (individuos procedentes de los cuadros inferiores del estamento nobiliario, posiblemente con poca experiencia militar). Pero la generosidad que la Corona estaba dispuesta a mostrar, 56

Consulta de la junta donde concurren el conde duque, el arzobispo inquisidor general, el marqués de Leganés, el duque de Villahermosa y el marqués de Castrofuerte, sobre un papel del conde duque sobre levantar gente vieja en España. Madrid, 10-2-1635. AGS, GA, Leg. 1120. 57 “(.....) Que se les advierta [a los corregidores] que si algunos soldados estuvieren asentados en las coronelías que ahora se levantan, los dejen servir en ellas, y que no se entienda con ellos esta orden. Ibidem.

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debía ser correspondida por la otra parte. En concreto, se trataba de que pusieran su capacidad de financiera al servicio del monarca, asumiendo los gastos de equipamiento, manutención y paga de un número variable de estos “soldados viejos”. Respecto a los primeros, la cifra se estipulaba en 15 veteranos, mientras que para los segundos, la cifra ascendía a 25. Pese a que Felipe IV acogió esta propuesta de forma favorable, consideraba que era susceptible de ser mejorada. Por este motivo, ordenó que los hipotéticos beneficiarios de los hábitos aumentaran el número de soldados que debían costear58. Aunque esta propuesta revela una firme determinación de premiar a los militares por encima de otros individuos, sus potenciales efectos (por lo menos en cuanto a los profesionales de la milicia) serían bastante limitados. Pues únicamente aquellos con ciertos ingresos podrían beneficiarse de esta medida, ya que, en general, su situación económica no permitía acometer inversiones tan importantes. Según nuestro criterio, corroborado por los acontecimientos de los años posteriores, los auténticos beneficiarios de esta medida fueron aquellos sujetos con patrimonios importantes, pero privados de honores, que mediante el pago de una cantidad (siempre para gastos militares), podían acceder a tan codiciadas prebendas, al tiempo que se revestía de legalidad un acto que, a todas luces era ilegítimo. No obstante, tenemos la certeza de que, a diferencia de lo acontecido con otros proyectos para facilitar a los militares el acceso a los hábitos, en esta ocasión se deseaba que cristalizaran en resultados prácticos. Una de las resoluciones más palmarias a este respecto, fue publicada a finales del mes de febrero, y en ella se contemplaba la concesión de mercedes a todos aquellos veteranos retirados que, de nuevo, empuñaran las armas59. En ella, se ordenaba a los corregidores que registraran a todos los veteranos que hubiera en sus respectivos distritos (incluidos los que se habían alistado en las coronelías, pues debían hacer constar la unidad en la que sirven y con qué empleo); pero además, debían incluir en su informe si mostraban algún interés por retomar de nuevo el

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“(.....) Y convendrá alargar un poco más el servicio para que se de el hábito, por parecer corto el que se propone para honra tan grande.” Ibidem. 59 “(….) Después de haber publicado la orden de S.M., en que se contienen las mercedes que es servicio hacer a los que fueren a servir, y se encargaren de llevar el número de soldados que en ella se señala, se ha de hacer una relación muy particular de todos los soldados viejos que hay en cada lugar, puestos que han tenido, edad y disposición que se hallan los que se ofrecieren para ir a servir; los que se excusaren, refiriendo con particularidad las causas legítimas que los impiden y representaren para no poderlo hacer.” Instrucción que se ha de guardar en el cumplimiento de lo que V.M., manda, en carta de este día, que trata de la conducción de los soldados viejos al Principado de Cataluña, Fuenterrabía y Navarra. Madrid, 27-2-1635. AGS, GA, Leg. 1120.

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servicio, en los tres destinos que se establecieron a tal efecto: Cataluña, Fuenterrabía y Navarra. Se trataba de tres regiones fronterizas con Francia, susceptibles de ser atacadas (como de hecho así ocurrió) por los ejércitos enemigos60. Una vez que se hizo oficial el estado de guerra entre Madrid y París, lo cual acarreaba, inevitable, el levantamiento de más contingentes militares para hacer frente a este nuevo desafío, el problema de qué hacer con los veteranos retirados cobró aún una mayor importancia. Este problema era más acuciante incluso en la Corte, pues en ella residían un número considerable de capitanes reformados y “soldados particulares”, a los cuales se debía hacer una propuesta atractiva para que se integraran en los ejércitos hispanos. Llama la atención que en un contexto caracterizado por unas necesidades militares crecientes, hubiera un número de individuos con amplios conocimientos castrenses, pero que no mostraban ningún interés en volver al servicio activo. Para tratar de remediar esta situación, se constituyó una junta, compuesta por los marqueses de Leganés y Castrofuerte, junto con D. Felipe de Silva la cual, a finales del mes de julio, recomendó adoptar la solución más sencilla: integrarlos en los empleos de la oficialidad (específicamente para los empleos de sargento mayor y/o capitanes de las compañías) en las diferentes coronelías que se estaban levantado, para lo cual se envió una relación de estos individuos a los aristócratas, con el objetivo de que propusieran personas para los referidos puestos de entre los incluidos en esta lista61. Pese a que este procedimiento vino a aliviar algo la situación, lo cierto es que se trató de una medida cuyos efectos globales fueron muy limitados, ya que únicamente se acogieron a ella, a lo sumo, dos centenares de ellos. Además, no debemos olvidar que algunos de los grandes y títulos designados como coroneles, hicieron uso de las patentes en blanco que recibieron para proveer los puestos de teniente coronel, sargento mayor y capitanes de las compañías con individuos procedentes de su red clientelar62 (muchos de los cuales no acreditaban los años de servicio que establecían las Ordenanzas), lo cual suponía implicaba restar 60

Una vez que comenzaron las hostilidades entre ambas monarquías, la preocupación por tener bien guarnecidos los territorios colindantes con el enemigo transpirenaico, adquirió aún más importancia. Y todos los proyectos destinados a robustecer la capacidad militar de la Corona española, muestran una creciente inquietud por conseguir este objetivo. Ibidem. 61 “En consulta de 26 de julio pasado, se dio cuenta a V.M. de los capitanes y soldados particulares que se hallan en la Corte, que podrían emplearse en los puestos de sargentos mayores y en compañías de infantería. Y fue V.M. servido de mandar se enviase relación de ellas a los coroneles, y se les dijese los propongan para estos puestos.” Consulta de la junta que trata de los capitanes y personas particulares que se hallan en esta Corte. Madrid, 7-9-1635. AGS, GA, Leg. 1120. 62 Esto fue lo que ocurrió con el duque de Escalona, que se negó a proveer los referidos empleos con personas propuestas por la Corona. Ibidem.

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oportunidades a los militares profesionales, que por sus conocimientos y experiencia merecían ocuparlos. Situaciones tan paradójicas como la que acabamos de presentar apuntalan, en lo relativo a las deficiencias militares de la monarquía española en el siglo XVII, uno de los argumentos que sostenemos en nuestra tesis: el principal problema al que debía hacer frente el poder central no era, como hemos puesto de manifiesto con este ejemplo, la escasez de hombres, sino que tendría una mayor importancia la errada política de gratificación de los servicios prestados, caracterizada por la escasez de alicientes que ofrecía el servicio militar y la falta de oportunidades de promoción, así como la ausencia de una normativa eficaz que regulara, de forma escrupulosa, los criterios para la concesión de estas prebendas y de los ascensos en la carrera militar. Por este motivo, muchos profesionales de la milicia no veían remunerados sus largos años de servicios, mientras que recién llegados y advenedizos, con buenos contactos y/o una buena posición económica les privaban de sus justas recompensas. Así, no es de extrañar que muchos de ellos, una vez licenciados o reformados, no tuvieran ningún deseo de retomar la profesión militar63. En relación con la materia que acabamos de abordar, otro de los problemas que se detectaron hacía referencia a la inexistencia de políticas destinadas a retener a quienes habían alcanzado el hábito por servicios militares. Daba la impresión de que, una vez logrado este objetivo, habían colmado todas sus expectativas y no tenían ningún estímulo para seguir exponiendo su vida en servicio del monarca. Para poner coto a estos abandonos masivos, dentro de la política de intento de promoción de los profesionales de la milicia a la hora de acceso al honor, se comenzó a institucionalizar una práctica que produjo importantes beneficios, tanto para la Corona como para los militares: la concesión de hábitos a individuos con experiencia militar, siempre y cuando se comprometieran a continuar con sus servicios durante cierto número de años, los cuales variaban según la situación de cada uno ellos. Estas inquietudes estuvieron presentes en la mente de D. Gaspar de Guzmán durante los años que permaneció en el poder, pues era consciente de la necesidad de articular algún programa destinado a retener a los soldados veteranos en los ejércitos, y la promesa de hábitos, siempre y cuando continuaran desempeñando su cometido, era uno de los más razonables.

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JIMÉNEZ MORENO, A.: Nobleza, guerra y.......Op. cit.

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De la misma manera, consideramos que este designio se revelaría especialmente útil, con vistas a una hipotética movilización de los caballeros de hábito (algo que también flotaba en el pensamiento olivarista desde el comienzo de su ministerio). Pues si en última instancia se creía oportuno que prestaran servicio militar en persona, encuadrados dentro de una unidad separada, sería aconsejable que hubiera el mayor número de individuos con experiencia en la guerra, los cuales podrían constituir la piedra angular sobre la cual articular dicha unidad. Aunque Postigo Castellanos ya puso de manifiesto la utilización de los hábitos de las Órdenes Militares más como incentivo para servir en el ejército o en la armada, que para remunerar servicios militares prestados con anterioridad, establece el inicio de esta tendencia en el año 163864. Pese a todo, consideramos que no se trata de una medida abierta a cualquiera, sino que la prestación de servicios militares previos se antoja como requisito imprescindible. Al mismo tiempo, pese a la validez de sus planteamientos, hemos encontrado algunos ejemplos que permiten retroceder el origen de estas prácticas en tres o cuatro años. En concreto, se trata de dos ejemplos acaecidos durante los años 1634-163565, aunque no sabemos si durante los años anteriores se produjeron actuaciones similares. De esta manera, las políticas del Conde Duque supusieron una eficaz barrera a la hora de evitar las fugas de militares profesionales, así como un primer paso para establecer algo parecido a un sistema definido a la hora de acceder a los hábitos de las Órdenes Militares. Ante lo atractivo de la propuesta, un importante número de militares vio con buenos ojos continuar prestando servicios bajo las banderas de Felipe IV, y el Conde Duque se vio obligado a formar una junta para gestionar las peticiones de hábitos por parte de profesionales de la milicia. El organismo creado para esta labor se denominó Junta del Despacho de los Soldados, y podemos asegurar, de forma inequívoca, que en 1636 ya se encontraba en funcionamiento. Su objetivo era centralizar y tramitar, única y exclusivamente, las peticiones de hábitos de los profesionales de la milicia. En este sentido, dicha organización nacía con una vocación exclusivista, pues el resto de los solicitantes no podían acudir a ella para negociar sus solicitudes, lo cual era 64

POSTIGO CASTELLANOS, E.: Honor y privilegio en la Corona de Castilla. El Consejo de las Órdenes y los caballeros de hábito en el siglo XVII. Valladolid 1990, 119. 65 Se trata de los capitanes de infantería D. Pedro de Cañaveral y Córdoba y D. Ambrosio de Carranza, a quienes se hizo merced de hábito, con la condición de que siguieran sirviendo. En el caso de D. Pedro, se estableció que sirviera tres años, mientras que en el de D. Ambrosio, no sabemos el tiempo que se comprometió a continuar en servicio activo. Ambos cumplieron con su obligación, y recibieron sendos hábitos de la orden de Santiago. AHN, OO.MM (En adelante OO.MM), Caballeros-Santiago, Expediente 1488. AHN, OO.MM., Caballeros-Santiago, Expediente 1587.

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otra manera de favorecerles, pues se trataba de evitar los engorrosos e interminables trámites burocráticos que, en muchas ocasiones, dilataban las resoluciones a la hora de conceder los hábitos66. Por otra parte, al menos hasta 1638, era “condicio sine qua non” que el peticionario se encontrara, en el momento de presentar su demanda, prestando servicios militares. Sin embargo, a partir de esa fecha, y coincidiendo con un aumento de las necesidades militares, se producirán concesiones de hábitos a individuos cuyo único mérito es disponerse a servir en la guerra, si bien ante la avalancha de solicitudes, tales gracias se dispensarían atendiendo a criterios selectivos. Sin embargo, y pese a la adopción de medidas tan acertadas como ésta, lo cierto es que la Corona no tenía la suficiente capacidad para conceder hábitos a todos los militares que lo merecieran, pero no ya por cuestiones meramente numéricas (pues acarrearía sobrecargar de trabajo al Consejo de Órdenes), sino también por la presión de algunos grupos. Este aspecto es muy importante, pues tanto el Consejo de Órdenes, la nobleza de sangre y la mayor parte de los individuos que ya lo poseían, no deseaban que se ensanchara en exceso el número de personas que pertenecían a este selecto club67. Ante la magnitud del problema a resolver, y la imposibilidad de tramitar las peticiones de todos ellos, la Junta del Despacho de los Soldados articuló en torno suyo otros dos pequeños órganos administrativos, destinados a tratar de solucionar problemas muy específicos, circunscritos a un ámbito geográfico o a una campaña concreta, para liquidarlas una vez cumplido el objetivo que justificaba su existencia. La primera de ellas se conocía como Junta del Despacho de los Soldados que asisten en la Corte, mientras que la denominación de la segunda era Junta del Despacho de los Soldados de la ocasión de Fuenterrabía. La implicación personal del Conde Duque en la buena marcha de estos designios, es más que evidente, ya que presidió las reuniones de ambos organismos, y se encargó de supervisar hasta el más mínimo detalle para que sus propósitos se vieran coronados por el éxito. Respecto a la primera, es muy probable que su formación obedeciera a motivos geográficos, pues en Madrid se concentraba la mayor parte de los militares retirados. Por este motivo, mediante la instauración de una junta que se

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JIMÉNEZ MORENO, A.: Nobleza, guerra y......Op. cit. Sobre esta cuestión, véase el reciente trabajo de GUILLÉN BERRENDERO, J.A.: La idea de nobleza en Castilla durante el reinado de Felipe II, Valladolid 2007. Asimismo su tesis doctoral de inminente lectura. 67

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dedicase, de forma exclusiva, a la gestión de sus pretensiones, se podría atender mejor a sus demandas y encaminarlos lo antes posible, de nuevo, hacia el servicio activo. Dada la urgencia de la situación, no había ni un segundo que perder, por lo que la junta se puso manos a la obra. Así, el 22 de mayo de 1638 promulgó un bando, en el cual se establecía un plazo, el cual vencía el 7 de junio, para que todos aquellos militares que lo desearan, acudieran a ella a realizar sus pretensiones, al tiempo que debían presentar evidencias documentales de los servicios que habían realizado, tanto de los lugares en que lo habían hecho, como de los empleos que habían alcanzado y de su duración68. Pese a que en un principio la junta estaba concebida para atender las demandas de los profesionales de la milicia retirados (independientemente de si iban a servir o no), desde el principio el Conde Duque ordenó mostrarse más benevolente con quienes mostraran interés por volver a empuñar las armas y enrolarse en los ejércitos reales. Durante los meses siguientes este criterio se fue imponiendo y, en la práctica, fueron descartadas las peticiones de todos aquellos que no se comprometieran a servir durante cierto tiempo en el ejército69. Sobre la otra, también conocida como “Junta de los Soldados de Fuenterrabía”, o simplemente “Junta de Fuenterrabía”, vio la luz en las semanas posteriores al levantamiento del sitio que la plaza guipuzcoana había sufrido desde el mes de julio de 1638, por parte de las tropas francesas, hasta principios del mes de septiembre, en que los invasores fueron obligados a retirarse. Su objetivo era satisfacer las demandas de los militares que habían prestado servicio en esta campaña, así como de todos aquellos que bajo la promesa de importantes mercedes, se animaron a servir en ella sin salario del rey. Pese a la conveniencia de esta medida, con vistas a elevar al estamento privilegiado a una serie de individuos que realmente lo merecían, debido al gran número de militares que se encontraban en esa situación, y a los tejemanejes del aparato administrativo, en última instancia solo una minoría de ellos pudo ver satisfechas sus demandas70.

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“En la junta que se tuvo en el aposento del conde duque de Sanlúcar, para el despacho de los soldados que asisten en esta Corte, se han visto los papeles que, en cumplimiento del bando de 22 de mayo, han presentado hasta hoy algunos capitanes y otros oficiales, con los memoriales de sus pretensiones.” Consulta de la junta que se tuvo en el aposento del conde duque de Sanlúcar, para el despacho de los soldados que asisten en esta Corte, en la que se da cuenta de los que hasta hoy han presentado sus papeles. Madrid, 7-6-1638. AGS, GA, Leg. 1218. 69 Ibidem. 70 “(.......) A algunos de los que estuvieron en Fuenterrabía han dado hábitos. Y otros muchos, de más méritos, se quedan sin ellos y con grandes quejas. No se puede contentar a todos, ni muchos tienen camino para negociar con quien tiene mano para esto; y negocia quien la tiene.” Carta del padre Sebastián González al padre Rafael Pereira. Madrid, 7-12-1638. Memorial Histórico Español, Tomo XV. Madrid 1862, 118.

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Si bien el funcionamiento de este organismo era similar al de los dos anteriormente descritos, la principal novedad era que, bien de una manera, bien de otra, se trató de que el compromiso de los interesados de servir durante un tiempo variable por la merced del hábito, quedara recogido mediante algún documento legal, pues parece ser que algunos militares a quien se honró con esta merced, una vez obtenida no mostraron ningún deseo de cumplir con su obligación. Para evitar estos fraudes, se creyó conveniente obligarles a que, o bien abonaran una cantidad en concepto de fianza, como garantía de que servirían los años acordados71, o bien que aportaran una escritura según la cual aceptaban dicho compromiso72. A modo de conclusión, avanzamos que de las casi 300 mercedes de hábito (concretamente 297) que hemos identificado entre 1635-1641, en las cuales el motivo principal por el que se concede este honor es por haber servido en el ejército o la armada durante un número variable de años, o por comprometerse a servir durante un periodo de tiempo establecido73, 195 corresponden a capitanes, tanto de infantería como de caballería (en concreto 166 de la primera categoría y 29 de la segunda), lo cual supone un 66% del total, mientras que el tercio restante se lo reparten una gran variedad de grados militares74 (desde maestres de campo hasta capitanes de la Armada, o individuos sin un empleo militar establecido). En este sentido, llama la atención la ingente cantidad de capitanes de infantería respecto a sus colegas del arma montada, pues estamos hablando de una proporción de 6 a 1 a favor de los de a pie. Este hecho llama aún más la atención cuando, al menos desde el punto de vista teórico, las Órdenes Militares eran, al mismo tiempo, órdenes de caballería. Sin embargo, la importancia numérica de la infantería en los ejércitos, se traducía en que, por una cuestión de simple aritmética, los que servían en ella, al ser

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Papel del secretario D. Fernando Ruiz de Contreras a la secretaría de las Órdenes, en el que informa que S.M., por consulta de la junta de Fuenterrabía, ha hecho merced de hábito al capitán D. Pedro de Olave. Madrid, 30-1-1639. AHN, Órdenes Militares, OO.MM, Leg. 104(1), nº 112. 72 “(.....) ha sido S.M. servido de resolver que al capitán José de Oyancos se le de, desde luego, el hábito de que se le hizo merced por la junta del despacho de los soldados, sirviendo dos campañas, quedando obligado y dando seguridad de que las cumplirá. Y ha dado fianza de servirlas, por escritura que otorgó, ante Hernando de la Carrera Camino.” Papel del secretario Contreras a la secretaría de Órdenes, en el que informa que se S.M. ha hecho merced de hábito al capitán José Oyancos Sañales. Madrid, 20-61640. AHN, OO.MM, Leg. 105(1), nº 51. 73 Evidentemente se trata de una muestra que, si bien no tiene intención de ofrecer datos definitivos, puede ofrecer una valiosa información sobre la forma en que se concedieron los hábitos por servicios militares, a quien estaban dirigidos, y quienes lo obtuvieron en última instancia. 74 AGS, GA, Legs. 1122 y 1215, y AHN, OO.MM, Legs. 104-106, 1397, 7022.

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muchos más, siempre iban a suponer un mayor porcentaje que los capitanes de caballería, menos numerosos75. Además, resulta sorprendente que la cúspide del escalafón militar aparezca representada de forma residual. En lo referente a los profesionales de la milicia, se ha mantenido que la concesión de un hábito vendría a suponer el reconocimiento a una larga trayectoria castrense, llevada a cabo a lo largo de toda una vida. Sin embargo, solo hemos encontrado 35 individuos (de los 297), que respondan a este perfil, en el cual se encuadran: capitanes generales, maestres de campo generales, coroneles o maestres de campo, lo cual supone únicamente el 12% del total76. Lo cual nos lleva a pensar que, la concesión de hábitos por servicios militares entre 1635-1641 no buscaba gratificar a los altos mandos de la carrera militar. Como hipótesis, nos inclinamos a pensar que el objetivo prioritario era ennoblecer a los cuadros inferiores de la oficialidad (pues como ya hemos apuntado el 66% de los beneficiarios ostentaba el empleo de capitán, tanto de infantería como de caballería), con vistas a que tal distinción les sirviera como acicate para continuar sirviendo77. La otra posibilidad que ofrecían las Órdenes Militares para regular el acceso a los honores, así como la configuración de una élite sumisa y comprometida con el servicio a la Corona, eran las encomiendas. En lo relativo a ellas, el Conde Duque no hace más que retomar los planteamientos expuestos por otros autores, como Rafael de la Barreda o Alonso de Barros (entre otros), de principios del siglo XVII, pertenecientes a la corriente arbitrista, que propugnan su utilización para la remuneración de servicios prestados en la milicia. En cuanto al primero, dentro de su proyecto de organizar un contingente militar fijo, conocido como “Batallón”, dichas mercedes están llamadas a jugar un activo papel a este respecto, como medida para paliar la escasez de jefes militares competentes78. Para ello, propone que se haga una valoración global de las 75

Ibidem. Ibidem. 77 El ejemplo apuntado por Andujar Castillo, para el periodo 1700-1715, guarda algunas similitudes con las conclusiones que presentamos. Entre esos años, se concedieron 139 hábitos de Santiago a militares (aproximadamente el 30% del total); de ellos, el 61% eran capitanes, mientras que los coroneles sólo representaban el 9% y los generales el 5%. Para este autor, se podría llegar a pensar que los hábitos “pudieron recaer en oficiales del ejército que iban a tener un futuro profesional brillante, que habían destacado antes de la concesión”. Pero al mismo tiempo, constata que la carrera profesional de los capitanes agraciados con el hábito parece estacarse tras obtener este galardón, pues únicamente 14 de ellos alcanzaron el grado de general. ANDUJAR CASTILLO, F.: “Milicia y nobleza. Reformulación de una relación a partir del caso granadino (siglos XVII-XVIII)”, en: JIMÉNEZ ESTRELLA, A. y ANDUJAR CASTILLO, F. (eds): Op. cit., 262-264. 78 “(.......) hay falta de cabezas que gobiernen las cosas de guerra. Y esto es la causa de que mucha gente principal que se movió a ir a la guerra, después de haber consumido su hacienda y servido muchos años 76

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rentas anuales que producen todas ellas, y una vez averiguada la cantidad total, que se dividan conforme un nuevo criterio, que abarcaría desde los 400 ducados (las de menor cuantía), y a partir de ahí aumentarlas de 200 en 200 ducados, hasta alcanzar los 3.000 ducados en que se tasaban las más valiosas. Una vez cumplido este punto, las mejor dotadas se destinarían a los cuadros de mando del contingente que proyectaba levantar; en concreto, las de 3.000 ducados serían para los coroneles, las de 2.000 para las de los maestres de campo, mientras que las de 1.000 irían a parar a los capitanes, valorándose en todos ellos la antigüedad79. Alonso de Barros, por su parte, consideraba que sería beneficioso para tal fin, la división de todas las encomiendas de las Órdenes Militares en dos categorías: la destinada a profesionales de las armas, y la reservada a cortesanos, las cuales, en un principio, quedaban reservadas a cada uno de estos grupos. Sin embargo, la principal motivación era que, todos aquellos que habían obtenido una encomienda por méritos ajenos al mundo castrense, empuñaran las armas y se hicieran merecedores de una de las reservadas a los militares80. Al tiempo que buscaba ofrecer una seguridad a todos aquellos individuos con vocación militar, pero de origen humilde, que no se animaban a

en la guerra, vienen a pedir mercedes, y como no tienen favor y qué gastar, se van a sus tierras y dejan de servir la guerra. Y para esto puede haber un remedio muy provechoso para el servicio de V.M, y son las encomiendas y órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara.” Batallón de los treinta y seis mil a caballo y ciento cincuenta mil infantes con la traza para haber caballos de las órdenes de Santiago, Christus, Montesa, San Juan y Calatrava, para conquistar la Berbería y defender el reino, compuesto por D. Rafael de Barreda Figueroa, vecino de Madrid, dirigido a la Majestad del rey Don Felipe, que Dios guarde muchos años. S.f., s.l. (muy probablemente escrita en los primeros años del reinado de Felipe III). AGS, Estado, Leg. 493. Edición moderna: GARCÍA HERNÁN, E.: Milicia general en la Edad Moderna. El Batallón de D. Rafael de la Barreda y Figueroa. Madrid 2005, 168. 79 “(......) que se hiciere un tanteo de todas las encomiendas que hay de las tres órdenes, y hecho, que se dividiesen. Y que hubiese encomiendas de 400 ducados de renta cada año, y de 600 ducados, yendo subiendo en cada encomienda 200 ducados, hasta llegar a 3.000 ducados de renta cada año, y de aquí no pase. (...........) Que las encomiendas de 3.000 ducados sean para coroneles, y las de 2.000 ducados para maestres de campo, y las de mil para capitanes de infantería que ha de haber en España en este batallón. Y las demás, que no llegan a esta cantidad, para los caballeros aventureros que tienen hábito de las tres órdenes, dándoselas por su antigüedad. De esta manera, V.M. no pagará ningún coronel, ni maestre de campo ni capitán de su patrimonio, sino de lo que rentan las encomiendas.” Ibidem, 168. 80 “(.......) Y pienso que sería muy grande para la dignidad real, para la defensa de estos reinos, paga y aumento de la gente de guerra, que S.M. permitiese que todas las encomiendas de los maestrazgos de España se partiesen, y que la mitad fuese para los soldados, haciendo merced a quien de ellos fuese servido, por las informaciones que de sus servicios trujesen, y la otra mitad para los cortesanos. Con que ni los unos ni los otros pudiesen pedir las unas, ni los otros las otras, excepto los criados de los reyes que han servido en la guerra, con los cuales no se entiende esta prohibición, ni sería justo que el que ha trabajado en dos cosas, no fuese capaz de dos recompensas, antes sería necesario hubiese algunos que, alcanzada la encomienda en paz, fuesen a merecer la de guerra, como se hace en Portugal.” BARROS, A. de: Reparo de la milicia y advertencias. S.f., s.l. (principios del siglo XVII). Fol. 5r.

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hacer carrera en el ejército y en la armada por temor a que sus servicios no se vieran coronados por el acceso al honor81. Los postulados arbitristas se aprecian con toda claridad en los planes que el Conde Duque tenía para la utilización de estas prebendas, con vistas a su utilización para gratificar, y elevar la posición social, a unos individuos que hacían del servicio a la Corona su principal mérito. En este caso, lo que D. Gaspar propone es la utilización de parte de las cuantiosas rentas de las encomiendas, con el objetivo de tener unos fondos fijos que puedan ser destinados al pago de pensiones para militares, en lugar de conceder la titularidad de las encomiendas directamente, con la intención de que esta medida comprendiera al mayor número posible de soldados. Su propuesta consiste en la consignación de 200.000 ducados, procedentes de las rentas de las encomiendas de España e Italia, así como de las pensiones cargadas sobre ellas82. Una vez reservada esta cantidad, se utilizaría para dotar una serie de pensiones, siendo la mayor de 1.000 ducados y la menor de 100, (estableciéndose unas gratificaciones intermedias de 800, 400 y 200 ducados respectivamente)83. Pese a la sensatez de sus propuestas, cuyo objetivo final era aliviar parte de los problemas del dispositivo militar hispano, así como la configuración de una nobleza de 81

“(........) Habrá también, junto con esto, satisfacción de paga, que es el nervio de la guerra, y la que todo lo allana, porque aunque hasta ahora se dan hábitos y encomiendas a caballeros soldados, como no es cosa cierta ni señalada, no se pueden persuadir los demás que les ha de caber parte de semejantes premios, y por eso no van de tan buena gana a pelear como irían si supiesen que ya las encomiendas no se alcanzan en solo virtud de sangre heredada, si no va mezclada con la propia. Y si hasta ahora todos sirven venciendo imposibles, y de suerte que no perdonan trabajo, ni temen peligro, a trueco de dilatar esta monarquía, cuando supiesen que les están aparejados premios tan honrosos y provechosos, como son hábitos y encomiendas, ¿qué cosa, por áspera que fuese, dejarían de acometer? ¿ni que se podría defender de su valor, que no acabasen? ¿ni que mozo bien nacido, de buenos ni malos pensamientos osaría parecer delante de gentes, haciendo culpable su juventud viciosa con el ejemplo de los viejos que de la guerra viese venir medrados?” Ibidem. Fol. 5v. 82 El designio de Olivares entraba dentro de lo realizable, pues según los cálculos realizados por el licenciado Manuel Riberos de León (abogado de los reales consejos, que en esos momentos refería haber servido 40 años) a principios de 1630, con vistas a un proyecto similar, las rentas anuales de las Órdenes Militares en España, ascendían a unos 477.000 ducados, por lo que aún descontando los referidos 200.000 ducados, quedaba una suma más que importante. Según sus averiguaciones, las 87 encomiendas y 11 alcaidías y tenencias de la orden de Santiago producían unos ingresos anuales de 268.077 ducados; las 34 encomiendas y 9 prioratos y sacristías de la orden de Calatrava, 107.200 ducados. Y finalmente, las 35 encomiendas, 4 alcaidías, 3 prioratos y una sacristía de la orden de Alcántara, tenían unas rentas de 102.350 ducados anuales. Consulta del licenciado Manuel Riberos de León, hecha a la Majestad del rey Don Felipe Cuarto, sobre echar pensión en las encomiendas de las tres órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara, para soldados que actualmente sirvan, y la nómina de las que son, con sus valores. Madrid, 6-2-1630. BN, Mss., 18.658, nº 25. 83 “(……..) Parece necesario poner interés [para revitalizar la profesión militar]. Éste podría ser, apartando de todas las encomiendas de España, y de todas las pensiones de ella y de Italia, 200.000 ducados de renta, con facultad de dividirlos y subdividirlos de 200 en 200 ducados. La mayor encomienda de estas, ha de ser de 1.000 ducados, de que ha de haber tantas, de 800 tantas, de 400 tantas y de 200 tantas, y de a 100.” Memorial del Conde Duque...........(1635), ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 97.

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servicio mediante la revitalización del vínculo que unía ambas realidades, lo cierto es que sus resultados finales fueron bastante limitados. Como ya hemos mencionado en las líneas anteriores, se trataba de una tarea que, de antemano, estaba condenada al fracaso, pues implicaría cambiar drásticamente las relaciones entre el triángulo Corona-nobleza y militares. De esta manera, si la monarquía española deseaba satisfacer las ingentes demandas de hombres que solicitaba, no podía hacerlo con un sistema de remuneración tan limitado y arbitrario. Como correctamente diagnóstico Olivares, se hacía imprescindible el establecimiento de unas recompensas más o menos fijas, para todos aquellos que arriesgaban su vida en los campos de batalla, pues si no tenían la certeza de que sus servicios serían recompensados, cada vez sería más difícil encontrar soldados cualificados84. Pero solo había dos maneras de acometer tal problema: mediante el pago de unos salarios regulares, fijos, lo cual suponía gravar aún más la Real Hacienda; o mediante mercedes honoríficas (entre las que se incluían hábitos y encomiendas), cuyo coste no repercutiría sobre las arcas reales. Ambas tenían sus ventajas e inconvenientes, pues si se optaba por establecer unos salarios más o menos seguros, se solucionarían los problemas que afectaban a la estructura militar de la monarquía. Pero por otra parte, la profesión castrense quedaría reducida a un oficio más, en el cual todos aquellos que militaran en ella recibirían un estipendio, a la manera de los artesanos o los labradores, de manera que la reputación y la aureola de prestigio que envolvía a la carrera de las armas desaparecería 85. En cuanto al uso generalizado de los hábitos para recompensar a los militares, la principal ventaja 84

“(........)¿Por qué aquel hábito que se debe al desnudo pecho de un soldado, aireado solamente con cicatrices de heridas, ha de adornar al del hijo de un oidor bastantemente pagado con los provechos de la toga, sobradamente honrado con el cortejo de los tristes litigantes? Si se prohibiera con inviolable ley e indispensable decreto obtener oficios y alcanzar encomiendas quien no hubiera servido veinte años continuos en los ejércitos o armadas del rey, es infalible que no se harían las levas con tanta dificultad que no se desharían los campos con tanta facilidad, si como hoy la más virtuosa juventud de nuestra nobleza no tiene otro estado a que aspirar que al de un beneficio eclesiástico o al de un escapulario de San Benito, supiese un caballero mozo que habiendo militado el estatuto tiempo y no faltándole los requisitos, calidades, había de ser proveído precisamente. (......) Para cincuenta de estos oficios tendría mil pretendientes la campaña; entre tanto es fuerza que se criasen varones eminentes de los cuales, empleados unos en los mismos cargos militares, promovidos otros a los políticos, quedaría el rey bien servido, ennoblecida la nación honrosamente, satisfechos los trabajos y poblados los reinos de veteranos soldados de que se experimentan tan faltos en repentinas invasiones entre otras infinitas utilidades que de esto se conseguirían, no sería la menos considerable que lo que vanisimamente se desperdicia con perdidas mujercillas, músicos, truhanes, representantes. Provechosisimamente se emplearía entre soldados, porque un sargento mayor o un maestre de campo, que gozasen mil o dos mil ducados de una encomienda, no regulando el gasto a la moderación de los sueldos, lucirían en criados, en armas, en caballos, socorrerían liberales las necesidades de su tercio, agasajarían camaradas, animándolos a la virtud, adelantándose con el séquito a puestos superiores.” TORME Y LIORI, A. de: Misceláneos políticos e históricos. S.f., S.l. (posterior a 1640). BN, Mss., 1.927. Fols. 14v-15r. 85 Sobre esta cuestión, véase: SALES, N.: “La desaparición del soldado gentilhombre”, en: Saitabi, nº 21 (1971), 41-69.

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que ofrecía era que se trataba de un método muy barato, y que se adaptaba perfectamente a todos los designios presentados para dar nuevos bríos al binomio nobleza-guerra. Sin embargo, implicaría un aumento desmesurado del número de caballeros y, como consecuencia, una devaluación de la estimación social de hábitos y encomiendas86. El Conde Duque siempre tuvo claro que había que incidir en la segunda, aunque ello le valiera las críticas de sus detractores, las cuales se radicalizaron tras su salida del poder. La más importante, respecto al tema que nos ocupa, fue la acusación de contribuir a devaluar y desprestigiar el valor de los hábitos, así como de alentar su venta87. En cierto modo, sus enemigos no andaban del todo desencaminados, pues con absoluta seguridad se puede afirmar que, entre 1635 y 1642 tuvieron lugar estas transacciones, aunque siempre de manera encubierta, camufladas como recompensa por haber financiado el gasto de cierto número de soldados, o realizar una leva para los ejércitos reales88.

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Stone puso de manifiesto cómo en Inglaterra durante el reinado de Jacobo I, se produjo un aumento considerable de los títulos de knight y baronet, fenómeno que se repitió a partir de 1640, con el estallido de la guerra civil, hasta el derrocamiento de Carlos I, y que se tradujo en una merma de la importancia que estas distinciones tenían para los coetáneos. STONE, L.: La crisis de la aristocracia, 1558-1641. Madrid 1985, 52-57 (1ª edición en inglés: Oxford University Press). 87 “Las mercedes de hábitos dados a muchos, dice que se pregonaban como fiades de escribanos. No puedo dejar de reprender este ministro que, hablando con V.M., se atreve a usar palabras tan indecentes para desacreditar las mercedes que V.M. ha hecho. Yo, señor, entiendo que uno de los mejores dictámenes del Conde ha sido el facilitar las mercedes, que en 22 fuerza es sean muchas. Cuando a un soldado o persona benemérita no se le podían dar dineros, dábansele hábitos para que los vendiesen, con que VM pagaba aquel soldado, y juntamente criaba más caballeros que estuvieran obligados a servir a VM con vínculo particular, aumentábase no menos la nobleza española y se honraba. (.......) Nadie quiere ir a perder la vida y la honra, a pasar incomodidades sin relevados intereses. Antes, entiendo que el no estar esta monarquía fundada en seguros e infalibles premios de la milicia, sin dependencia de solicitarlos por medios de secretarios y ministros, como los tuvieron los romanos, y ahora los turcos, y hacer otros estados de vida de mayor estimación que las armas la ha de perder. Quien puede ser eclesiástico o letrado, u hombre de pluma a donde hay comodidades y honra, ¿para qué ha de ser soldado, si por allí tiene en la vida y en la vejez descanso y satisfacción cierta y segura, y por acá certeza de perderse e incertidumbre, el premio que se da con dificultad y después de largos años, y a peso de favores, y no a todos? El que teme morir en un hospital, o pidiendo limosna después de haber servido a V.M., con ejemplo de otros, ¿para qué ha de seguir forma de vida tan peligrosa e inútil? Esta es la causa, señor, de que no halla hombres grandes para la guerra, de que V.M. no pueda llevar la gente sin extorsiones a sus ejércitos, el que estos no procedan con la fama que les adquirieron sus mayores. De suerte que este grande error y defecto de la Monarquía, procuró el Conde enmendar, haciendo tantas mercedes a soldados para suplir otras formas que se debían introducir para el establecimiento de este imperio, que quizá no se atrevió, porque a V.M. no inquietase con el pretexto de la novedad. Y sin duda, V.M. se perderá cuando no tratare de fundar su monarquía en relevados, ciertos e infalibles premios de la milicia, pues es ésta la única defensa contra tantos enemigos.” Nicandro o antídoto contra las calumnias que la ignorancia y envidia ha esparcido por deslucir y manchar las heroicas e inmortales acciones del Conde Duque de Olivares después de su retiro (1643), ELLIOTT, J.H. y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 259-260. 88 A este respecto, véase: JIMÉNEZ MORENO, A.: “Honores a cambio de soldados. La concesión de hábitos de las Órdenes Militares en una coyuntura crítica (1635-1642)” Comunicación enviada al

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La mejor prueba de que la formación de una nobleza de servicio fue una de las prioridades del Conde Duque, se encuentra en la virulencia con que sus enemigos le reprocharon tal intento. Fue censurado por no haber sido capaz de articular una política ecuánime en lo referente a la distribución de premios y mercedes, sino que había favorecido y promocionado a los suyos, muchos de los cuales procedían del estamento llano, e incluso de origen converso, en detrimento de la nobleza tradicional89. Aquí tampoco andaban errados sus críticos, pero esta era la única política de recompensas viable si se quería crear una nobleza basada, por encima de todo, en el servicio al monarca. No obstante, según nuestro criterio, el balance final arroja más luces que sombras, pues el ministerio de Olivares (especialmente tras 1635) fue el periodo de la dinastía austriaca en el que más se trabajó por vincular a la nobleza con la guerra, y la elevación social de los militares.

CONCLUSIONES.

1ª. Gran parte de las diferencias entre Olivares y la nobleza tradicional, representada por grandes y títulos, venían motivadas por la diferencia de criterios que ambos tenían del servicio a la Corona. Mientras que el Conde Duque esperaba, y exigía, de ellos un servicio más o menos incondicional, la primera nobleza no estaba dispuesta a agachar la cabeza y someterse a la voluntad del monarca. Como hemos sostenido a lo largo de esta comunicación, la resistencia de la aristocracia y, en algunos casos, su obstruccionismo a los proyectos olivaristas, no significaba que hubiera desaparecido su vocación de servicio, sino que únicamente manifestaban su intención de que realizara conforme unas contraprestaciones, a la Congreso Internacional Las Élites en la época moderna, celebrado en Córdoba los días 25-27 de octubre de 2006. En prensa). 89 “En tiempo de su abuelo de V.M., ningún presidente tuvo más de un cuento de maravedís de salario, ni el consejero más de medio, e iban al Consejo en unas mulas y un lacayo, teniendo en sus casas unos guadamecíes y lienzos de Flandes, que costaban seis reales. Y ahora tienen las caballerías más cumplidas que los grandes, y tantas salas de tapicerías ricas, que no son tales las de V.M.; de suerte que ellos son los grandes de tiempo del rey Don Enrique. Y los grandes de este tiempo los oidores de aquel, porque con las coronelías, crecidos donativos y servicios que han hecho, los más andan buscando lo preciso para sustentarse.” Cargos contra el Conde Duque (1643), ELLIOTT, J.H. Y DE LA PEÑA, J.F.: Op. cit. Tomo II, 237. “(…..) Alcanzaban hombres bajísimos plazas en los consejos y otros cargos importantes, y se apresuraban a acumular riquezas mediante todo género de rapiñas.” CASTRO, A. de: El Conde Duque de Olivares y el rey Felipe IV, Cádiz 1847, 157.

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manera de un contrato. Así, como en cualquier operación mercantil, los nobles estaban dispuestos a ofrecer unos servicios, pero a cambio esperaban recibir una contraprestación. 2ª. La falta de sintonía entre ambos, junto con el carácter activo de Olivares, que no deseaba ver paralizados sus designios reformistas, motivó que buscara articular un nuevo grupo dirigente sobre el que apoyarse. Desde muy pronto volvió sus miras hacia los escalones inferiores del segundo estado y, sobre todo, a individuos que, pese a proceder de orígenes humildes, o bien acreditaban largos años de servicios, o una indudable intención de servir incondicionalmente al monarca, así como miembros del segundo estado empobrecidos (en concreto hidalgos y caballeros, aunque también nobles titulados), que vieran en el servicio a la Corona una forma de superar las dificultades y acceder a las mercedes que solicitaban). 3ª. Pese a todo, y aunque el Conde Duque tuviera parte de razón cuando se quejaba de la falta de compromiso de la aristocracia con la defensa de la monarquía, sus opiniones deben ser entendidas dentro de un contexto ideológico que buscaba la subordinación del segundo estado a la Corona. Si tenemos en cuenta este punto de partida, nos resultará más fácil comprender tanto la ofuscación de Olivares cuando los aristócratas requeridos no estén dispuestos a entrar en este juego, y muestren una actitud poco constructiva a someterse incondicionalmente al poder real, como la falsedad de la tesis tradicional que sostiene la pérdida de la vocación de servicio (en concreto de los llevados a cabo con las armas), por parte de grandes y títulos. Además, no podemos ignorar que Olivares, en su intento por disminuir el poder de grandes y títulos, se mostró menos generoso con ellos, a la hora de recompensarles, que con individuos procedentes de los cuadros inferiores del estamento nobiliario, e incluso ajenos a el. Esta realidad, indudablemente, tuvo que tener consecuencias negativas a la hora de obtener algo positivo de ellos. Análogamente, debemos partir de la base de que el servicio al monarca es una realidad demasiado compleja para circunscribirla al servicio militar en persona (incluso en ese supuesto se pueden encontrar abundantes ejemplos de miembros de la nobleza que militaron en los ejércitos y armadas del Rey Católico, algunos de los cuales lo pagaron la vida). En suma, la nobleza sí estaba dispuesta a servir; es más, necesitaba entrar al servicio del rey, pues no podía dar la espalda a la principal fuente de honores, empleos y gratificaciones. Lo que no iba a consentir era que ese servicio fuera incondicional y gratuito, sino que, a cambio, se debían ofrecer atractivos suficientes 38

para compensar el esfuerzo a realizar (lo cual no quita que en ocasiones se realizaran peticiones desmesuradas en relación al servicio ofrecido). 4ª. Si algo se puede sacar en claro de los designios olivaristas, con respecto a la formación de una nobleza de servicio y el reforzamiento del binomio nobleza-guerra, es que si se ofrecían los incentivos adecuados, y éstos se ofrecían de una manera reglamentada y segura, no faltarían hombres dispuestos a empuñar las armas. Así, como hemos apuntado en las páginas anteriores, el principal problema que afectaba al dispositivo militar de la monarquía española no era la falta de hombres, sino la ausencia de un sistema eficaz de remuneración de los servicios prestados, en el cual se establecieran una serie de premios, que serían concedidos a los interesados de manera automática (sin necesidad de involucrarse en farragosos procesos administrativos). 5ª. Aunque antes del ministerio de Olivares ya se había detectado este problema, y se habían apuntado soluciones para atajarlo, lo cierto es que el Conde Duque fue el primer estadista que elevó estas inquietudes a categoría de cuestión de estado, pues era consciente de que la suerte de la monarquía española iba pareja a la resolución de este dilema. Pero a pesar de sus esfuerzos, y la adopción de medidas encaminadas a invertir la situación, lo cierto es que tuvieron un éxito limitado, pero no porque se revelaran equivocadas, sino porque se trataba de una realidad demasiado compleja, que sobrepasaba su capacidad de influencia (pese a que se trataba del individuo más poderoso de la Corte española después del monarca). En realidad, se enfrentaba a una tarea que únicamente se vería coronada con el éxito mediante una profunda transformación de los valores imperantes en la sociedad del momento, algo para lo cual ésta no se encontraba preparada todavía.

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