El viaje hacia el Parnaso (Artículo para Pastiche Magazine)

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Descripción

El viaje hacia el Parnaso

Jaime Infante Ramírez



A la manera de Derrida, que se interrogaba por Hegel al principio de Glas,
cabe preguntarnos: ¿qué, después de todo, nos queda a nosotros, aquí y
ahora, de un Cervantes? La cuestión, que puede parecer baladí, no lo será
en cuanto situemos los motivos.

Ahora que el Cervantes-hombre no es más que polvo y huesos cuyo paradero
concreto es actualmente investigado, lo que nos queda es un segundo
Cervantes. Muy famosamente apunta Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte
que, como decía Hegel, todos los grandes hombres aparecen dos veces en la
Historia; pero, apostilla agudamente Marx, lo hacen primero de forma
trágica y después como farsa. El Cervantes-hombre llevó una de las vidas
más desgraciadas que cabe imaginar; a pesar de su vida como hombre, el
Cervantes-mito, grabado en la roca de aquel Parnaso al que en vida le fue
negado llegar, puede estar bastante cerca de la farsa. Pero este proceso
siempre puede ser revocado mediante la reivindicación del hombre y de la
obra per sé, por encima del Cervantes de Avellaneda que parece haber
quedado institucionalizado como marca.

¿Por qué se da la repetición como farsa en este caso, cabe preguntarse? ¿No
es acaso orgullo y esplendor de la lengua patria, archinarrador de la
españolidad, de esa Castilla polvorienta y pajiza, pícara, terrible y
tierna, además de nuestro escritor más universal? ¿No son sus escenas
instantáneas de una forma de sentir concreta, expresada a través de una
lengua que es la más apropiada para expresar lo expresado, y que, mediante
esta expresión, se ha visto enriquecida? Cervantes goza de la vida póstuma
de algunos selectos grandes hombres de letras: la de haber sido constituido
"Escritor Nacional". El Escritor Nacional suele tener una posteridad
cansada y atareada: no sólo se fijarán gran parte del léxico y de los
significados de la lengua en que escribió en torno a su obra, sino que esta
se verá tan plagada de sus dichos y ocurrencias que, con el tiempo, incluso
será identificada con él. "La lengua de Cervantes" es, desde luego, mucho
más usada que "la lengua de Fernando de Rojas", "la lengua de Calderón" o
"la lengua de Quevedo". Con el tiempo esta identificación quedará
cristalizada, como tantas veces pasa, al nivel de la institución: véase el
global Instituto Cervantes, encarnación, junto con la RAE, de nuestra
lengua.

A estas alturas poco queda del hombre. Ahora queda como autor -papel que no
dista mucho del de personaje-, y por tanto inseparable y a menudo
confundido con su obra. Y de la osificación a la osteoporosis; del hombre
al gesto, y al resto: del ser humano viviente y sufriente, al autor, y a la
institución y a la verdadera farsa; la absorción en el mojete de la marca
España. Así en unos cuantos pasos hemos ido del valiente soldado, pobre
recaudador de impuestos, y desdichado preso de Argel a la excusa para
vender vinos y quesos manchegos, jamón ibérico y aceite de oliva; y, por
metonimia, sinónimo de sol y playa, paellas y chiringuitos, toros, tablaos
flamencos, sueldos bajos y empleo precario. Todo ello, cómo no, en la
tierra del Quijote[1].

Pero tanto la fijación de la lengua como el concepto mismo de "nación" en
torno al que gira la idea de Escritor Nacional tienden a ser no sólo
independientes y ajenas, sino posteriores a la obra o la vida del autor
–siendo Goethe una excepción-. El servicio prestado por los escritores a
estos idiomas vulgares termina por derivar en una identificación; y de la
lengua a la nación sólo va un paso: el lingüístico es siempre uno de los
argumentos de peso aducidos a la hora de abogar por la unidad territorial.
Recuérdese que un siglo y pico antes de Cervantes, Nebrija les había hecho
uno de los mejores regalos posibles a los Reyes Católicos al entregarles
su Gramática.

El concepto de "nación" es moderno y no data, al menos tal y como lo
entendemos ahora, de antes del s. XVIII -en España se corresponde con el
ascenso de los Borbones en la figura de Felipe V: de nada sirve invocar al
Cid-, y, aunque heredero directo de la ilustración y del romanticismo, en
gran parte es consecuencia de las cosmovisiones generadas desde las dos o
tres centurias previas, en la temprana modernidad (los s. XV, XVI y XVII).
Los afamados Siglo de Oro español o teatros Isabelino y Jacobino ingleses
coinciden temporalmente con la obsesión moderna por la representación del
mundo, paso importante en su apropiación: es el tiempo de la cartografía,
de los tratados sobre las formas de gobernar y sobre las pasiones humanas;
es El gran teatro del mundo, de Calderón; es la era del realismo pre-
fotográfico de Velázquez; unas pocas décadas en el futuro esperaba ya el
racionalismo cartesiano. Entre esas formas de ordenar y representar el
mundo también está la fijación de la lengua y de sus significados, y la
obra de Cervantes no sólo bebe, sino que enriquece este caudal.

Pues bien, ¿a qué suena la búsqueda de los huesos de Cervantes en un
momento en que el concepto de la españolidad es puesto en duda desde
diversos frentes?, ¿qué nos queda de un Cervantes en un contexto ya no sólo
europeísta, sino globalizado y globalizante? En definitiva, la que nos
hacemos es la pregunta por el Cervantes universal.

Pero es que esto también es un lugar común: no queremos pecar de ingenuos y
pensar que existe una hermenéutica universal que hace que, por ejemplo, El
Quijote[2] sea entendido y apreciado de igual manera en España, en
Alemania, en Rusia, en China y en Samoa. Tampoco es de recibo dar la vuelta
al argumento y considerar que cualquiera que se acerque a esta fuente
sacará algo de agua con su cántaro, sea lo que sea, porque eso también
diluiría por completo la valía del texto y lo equipararía con cualquier
otro, pues todo el mundo saca algo del prospecto de una caja de
medicamentos.

El primer argumento contra la interpretación universal de este texto (el
espacial) queda también probado por el argumento temporal: ha habido tantos
Quijotes, y, consecuentemente tantos Cervantes, como épocas; a saber, en su
tiempo era leído en las tabernas como un ingenio divertido lleno de
ocurrencias, crueldades y porrazos; para los ilustrados era un lamentable
caso de vida alejada de la Luz de la Razón; para los románticos era un
pionero, la encarnación definitiva del héroe trágico, perdido en la locura
y recibiendo los palos del cruel mundo; finalmente, la que parece la
encarnación definitiva -antes del vaciamiento como marca- es la de adalid
del idealismo, figura cuasi religiosa reivindicada por Unamuno -otro Don
Miguel, al que en estos menesteres conviene hacer caso-, que se refería al
personaje como "Nuestro Señor Don Quijote", y al libro como "la Biblia
española". Esto nos hace ver que, a pesar de lo dicho, en el segundo
argumento sí que hay algo de verdad; no todas las tradiciones del mundo,
pero al menos sí gran parte de las occidentales han sacado algo de la obra
de Cervantes: un reflejo de sí mismas, un espejo sobre el que proyectar el
propio tiempo. Aparte de la de Unamuno, una de las descripciones más
hermosas que se han hecho del Quijote no pertenece a un español, sino a un
ruso, Dostoievski: "En todo el mundo no hay obra de ficción más sublime y
fuerte que ésta. Representa hasta ahora su suprema y más alta expresión del
pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre, y si
se acabase el mundo y alguien le preguntase a los mortales: 'Veamos, ¿qué
habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis
deducido de ella?', podrían los hombres mostrar el Quijote y decir: 'Esta
es mi conclusión respecto a la vida… ¿y podríais condenarme por ella[3]?'"
Esta sentimental descripción deja intuir lo que creo que es el centro de la
obra de Cervantes: algo que se puede sentir profundamente pero expresar con
dificultad. Y es que, si con el cántaro se va a cualquier fuente, claro que
se sacará agua: de todo texto se extrae una información. Pero de lo que se
trata es de algo que pueda ser aprehendido más allá de lo concreto
expresado en el texto, algo que se tiene en estima por ser único; no nos
referimos, pues, a una información cualquiera: hablamos de algo cercano a
la sabiduría.

La sabiduría encerrada en Cervantes está sutilmente apuntada por
Dostoievski, y concuerda con la forma que tenía de entender el Quijote
Nabokov como una enciclopedia de la crueldad: los personajes de Cervantes
lo pasan realmente mal y son terriblemente maltratados. Cervantes es el
cruel titiritero y antiguo condenado a galeras, Ginés de Pasamonte, que se
divierte con las barbaridades que ocurren a sus creaciones. Pero también es
capaz de los momentos más luminosos de misericordia. Esta "conclusión
respecto de la vida" que podemos sacar es el encuentro entre humanos, el
nacimiento de una ética. Más importante que la inevitablemente citada lucha
de Don Quijote contra los molinos es su liberación de los cautivos, la
compasión inmediata por el otro en apuros: su entero y nada apologético
cuidado, absolutamente entregado, al otro. Y ese es también el valor de
Sancho Panza, respecto de su amo: a pesar de las muchas mezquindades que se
tienen preparadas el uno al otro, existe una tierna e infinita lealtad
mutua. Esto, que a primera vista puede parecer muy romántico e incluso
peligroso -si no hay absolutamente ningún juicio que detenga la acción
podemos caer en los horrores analizados por Hannah Arendt respecto de la
Revolución Francesa en Los orígenes del totalitarismo- sólo funciona si
vemos la manera en que Cervantes hace su gran aportación al pensamiento
occidental: el movimiento mediante el cual se crea una subjetividad
compartida, algo que no sólo se ve en el Quijote, sino en otros textos
cervantinos, como en la genial Novela Ejemplar El coloquio de los perros,
de la que Freud sacó bastantes pistas para el método psicoanalítico.

Harold Bloom define este movimiento al contraponerlo a la forma de
interioridad más egoísta representada en Shakespeare: "la poesía, sobre
todo la de Shakespeare, nos enseña cómo hablar con nosotros mismos, pero no
con los demás. Las grandes figuras de Shakespeare son magníficos
solipsistas [...]. Don Quijote y Sancho se escuchan de verdad el uno al
otro, y cambian a través de su receptividad. Ninguno de ellos se oye por
casualidad a sí mismo, que es el estilo shakespereano. Cervantes o
Shakespeare: son los maestros rivales de cómo cambiamos, y por qué"[4]. Ese
cambio y esa receptividad son las características definitorias de la
intersubjetividad presente en Cervantes. A este respecto quiero recordar un
aforismo de Ángel Gabilondo que nos puede facilitar la tarea al
ejemplarizar el problema de la falta de receptividad y de atención:
"Paseábamos juntos, tú conmigo, yo sin ti"[5]. A la desgraciada Ofelia sólo
habría podido salvarla un Hamlet atento que se hubiera tomado la molestia
de explicarle sus preocupaciones, o uno lo suficientemente poco egoísta
como para no matar a Polonio, ¡o uno que, al menos, se hubiese disculpado
con ella por matar a su padre! Paseaban juntos, pero Hamlet sin Ofelia,
porque Hamlet solamente puede estar consigo mismo. Y lo mismo Otelo, que
nunca escuchó de verdad a la pobre Desdémona, o Lear, que para cuando
decidió entrar en razón y escuchar a Cordelia ya era fatalmente tarde. En
El coloquio de los perros Berganza puede contar su historia y entenderse a
sí mismo porque Cipión le escucha atentamente, incluso haciendo
apreciaciones y correcciones, como buen psicoanalista; y tanto Sancho como
Don Quijote son receptivos el uno para el otro. Esto se ve muy claramente
en el nivel del lenguaje: poco a poco, el uno va tomando expresiones del
otro, apropiándose de él a través de las palabras. Este escuchar
atentamente implica, precisamente, pasear juntos. Esto lleva a la atención
en cuanto que oído prestado desinteresada y activamente al otro. Y de ahí,
a la atención qua auxilio, va un paso que define una ética: se ha pasado de
una experiencia en primera persona a una en segunda[6].

Así el cambio en Cervantes implica que uno hace un alto en lo que está
haciendo -pensamiento y acción centrados en sí mismo- porque toma
conciencia de la existencia de otro y, escuchándole y entablando diálogo
con ese otro, lo asume; y en esa asunción, se hace cargo. Pero esto no es
inmediato. Por ejemplo, Don Quijote, Sancho, el sacerdote y el barbero
escuchan la historia de Cardenio: se ocupan en tratar de comprenderla en su
integridad, a pesar de las muchas detenciones y accidentes durante la
narración y, finalmente, en la venta, son parte de la resolución del
problema; unos por curiosidad, otros por altruismo y otro, Don Quijote,
porque siempre se siente identificado con el sufriente de penas de amor.
Del mismo modo Cipión se ocupa de escuchar la historia entera de Berganza
y, haciéndolo, descubre también algo de sí mismo: en el proceso de atención
a otro se está cuidando, indirectamente, a sí mismo. Y así, en muchos
casos, creándose la sensación de comunidad.

Como vemos hay mucho que podemos -y debemos- reivindicar en Cervantes, pero
no chovinistamente. En él, como en Shakespeare y en un pequeño puñado de
otros, estaba ya la modernidad encapsulada, como el piñón dentro de la
cáscara y de la piña. Sólo hay que dejar de oír el ruido y prestarle
-¡regalarle!-, verdaderamente, atención. Esa sería, creo, su verdadera y
merecida ascensión a ese Parnaso lejano y maldito de los Escritores
Universales -más que Nacionales- que tan remoto debió parecerle al
sufriente Cervantes, que proyecta hasta el ahora la sonrisa amarga -pero
sonrisa, al fin y al cabo- de toda la humanidad.



Jaime Infante, en Los Cortijos de Abajo (Ciudad Real, La Mancha)











Bibliografía:



Bloom, H. (2006) ¿Dónde se encuentra la sabiduría? Punto de Lectura,
S. L. Madrid.

Cervantes, M. de. (2004) El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha.: Espasa. Madrid.

Cervantes, M. de. (2004) El coloquio de los perros en Novelas
ejemplares. Santillana Ediciones Generales, S. L. Madrid.

Derrida, J. (1974) Glas. Galilée Editions. París.

Dostoievski, F. (1964) Diario de un escritor en Obras completas, III.
Aguilar. Madrid.

Gabilondo, A. (2014) Por si acaso. Máximas y mínimas. Espasa Libros.
Madrid

Marx, K. (2009) El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Alianza Editorial.
Madrid.

Shakespeare, W. (2007) Hamlet. Penguin Books. Londres.




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[1] A este respecto, Castilla la Mancha se ha teñido de un tono mítico que
está en contradicción con la irónica intención de Cervantes, que situó allí
un Caballero Andante porque nunca sucedía nada.
[2] Tomamos el Quijote por ser el ejemplo paradigmático de la obra
cervantina, y el más conocido; aunque de lo que hablamos aquí también está
presente por doquier en el resto de su obra.
[3]Diario de un escritor. Dostoievski en Obras completas, III. 1964. p.
943.
[4]¿Dónde se encuentra la sabiduría?. Bloom. 2006. p. 110.
[5] Por si acaso. Máximas y mínimas, Gabilondo. 2014.
[6] No critico la primera persona como forma de entendimiento, pero dudo
que se pudiera trazar una ética a partir de Hamlet, como sí se puede con El
Quijote.
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