EL VIAJE DE LAS FAMILIAS

August 7, 2017 | Autor: F. Chacón Jiménez | Categoría: History of the Family, Social History, Family history
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Descripción

EL VIAJE DE LAS FAMILIAS EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA. VEINTE AÑOS DE HISTORIOGRAFÍA

Francisco Chacón Jiménez

EL VIAJE DE LAS FAMILIAS EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA. VEINTE AÑOS DE HISTORIOGRAFÍA

UNIVERSIDAD DE MURCIA 2014

Chacón Jiménez, Francisco. El viaje de las familias en la sociedad española. Veinte años de historiografía / Francisco Chacón Jiménez.— Murcia : Universidad de Murcia. Servicio de Publicaciones, 2014. 400 p.­­— (Editum) ISBN: 978-84-16038-66-4 Familia-Aspectos sociales. Familia-España. Universidad de Murcia. Servicio de Publicaciones. 316.36(460)

1ª Edición, 2014 Reservados todos los derechos. De acuerdo con la legislación vigente, y bajo las sanciones en ella previstas, queda totalmente prohibida la reproducción y/o transmisión parcial o total de este libro, por procedimientos mecánicos o electrónicos, incluyendo fotocopia, grabación magnética, óptica o cualesquiera otros procedimientos que la técnica permita o pueda permitir en el futuro, sin la expresa autorización por escrito de los propietarios del copyright. Este libro se integra en el proyecto de investigación: “Realidades familiares hispanas en conflicto: de la sociedad del linaje a la sociedad de los individuos, siglos XVII-XIX”, referencia: HAR201021325-C05-01, del que es Investigador Principal, Francisco Chacón Jiménez y ha colaborado en su financiación gracias a la concesión del Ministerio de Economía y Competitividad. Secretaría de Estado de Universidades e Investigación. Colección: Familia, Élite de poder, Historia Social Directores: Francisco Chacón Jiménez y Juan Hernández Franco © Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 2014

ISBN: 978-84-16038-66-4 Depósito Legal: MU 1104-2014 Fotocomposición COMPOBELL, S.L. Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Murcia C./Actor Isidoro Máiquez, nº 9. 30007-MURCIA Impreso en España - Printed in Spain

ÍNDICE

I. Primeras palabras Prólogo..................................................................................................................... 13 James Casey Presentación............................................................................................................ 19 Francisco Chacón Jiménez Introducción............................................................................................................ 25 Juan Hernández Franco y Antonio Irigoyen López Conversaciones sobre Sociedad y Familia en el tiempo y en el espacio...... 29 Joan Bestard, Ricardo Ciccerchia, Pablo Rodríguez y Francisco Chacón. II. Teoría y Práctica historiográfica A) Teoría y método 1. F. Chacón Jiménez, (1991) “Nuevas tendencias de la demografía histórica en España: las investigaciones sobre historia de la Familia”, Boletín de la Asociación de Demografia Histórica, IX-2, pp. 79-98................................... 43 2. F. Chacón Jiménez, (1995) “La historia de la familia. Debates metodo lógicos y problemas conceptuales”, Revista Internacional de Sociologia, tercera época, 11, mayo-agosto, pp. 5-20...................................................... 61 3. F. Chacón Jiménez (2000) “Estructuración social y relaciones familiares en los grupos de poder castellanos en el Antiguo Régimen. Aproxi mación a una teoría y un método de trabajo”, La pluma, la mitra y la espada, Marcial Pons, Historia, Madrid, 355-362......................................... 75 7

4. F. Chacón Jiménez, (2003) “Una aproximación a la historia de la familia en España a través de las fuentes bibliográficas durante el siglo XX”, Francisco Chacón Jiménez, Antonio Irigoyen López, Eni de Mesquita Samara, Teresa Lozano Armendares (eds.), Sin distancias. Familia y tendencias historiográficas en el siglo XX, colección mestizo. Universidad de Murcia-Universidad Externado de Colombia, 63-84.................................. 83 5. F. Chacón Jiménez, (2008) “La revisión de la tradición: prácticas y dis curso en la nueva Historia Social”, Historia Social, 60, pp. 145-154......... 99 B) Familia y Sociedad 1. Población y recursos humanos 6. F. Chacón Jiménez, José Hurtado Martínez, Juan J. Sánchez Baena, Rafael Torres Sánchez (1992), “El Censo de Floridablanca desde una perspectiva regional. Nuevas aportaciones al análisis de la población española en el siglo XVIII”, F. Chacón Jiménez (dir.) La Población espa ñola en 1787. II Centenario del Censo de Floridablanca, Instituto Nacional de Estadística, Madrid, 13-39.......................................................................... 113 7. F. Chacón Jiménez, J. Recaño Valverde, (2002) “Matrimonio, trabajo y reproducción social en un área de Europa meridional a finales del siglo XVIII: Lorca (1797)”, History of the Family, 7, pp. 397-421.......................... 141 8. F. Chacón Jiménez, (2011) “¿Trabajo o/y forma de vida? Diversidad y precariedad: un nuevo concepto de la actividad humana en las agro ciudades del Sur de Europa en el siglo XVIII (Lorca 1771)”, en “Le Travail comme resource”, Melanges de L´ecole Française de Rome 123-1, 129-141.................................................................................................................... 169 2. Organización y grupos sociales 9. F. Chacón Jiménez, R. Fresneda Collado, R. Elgarrista Domeque (1991) “Mercenarismo. ¿Mito o realidad? Análisis del comportamiento de las amas de cría en el Reino de Murcia (siglos XVII-XVIII)”, Enfance abandonnée et societé en Europe, XIV-XXé siécle, Ecole Française de Rome, pp. 405-437... 195 10. F. Chacón Jiménez (2001) “Historia de grupos: parentesco, familias, clientelas, linajes”, Castillo, S. y Fernández, R. (coordinadores), Historia Social y ciencias sociales, pp. 165-183............................................................. 223

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11. F. Chacón Jiménez, (2002) “Población, familia y relaciones de poder. Notas y reflexiones sobre la organización social hispánica: circa siglo XV-circa siglo XVII”, Miguel Rodríguez Cancho (coordinador), Historia y perspectivas de investigación. Estudios en memoria del profesor Ángel Rodríguez Sánchez, pp. 85-93.......................................................................... 241 12. F. Chacón Jiménez, A. Pérez Ortiz (2004) “Relaciones de dependencia y sistema social. Una aproximación a la definición de grupo social: el ejemplo de los jornaleros (Lorca, 1771)”, VI Congreso Internacional Asociación de Demografía Histórica, II volumen, Castelo Branco, pp. 171-188........... 259 13. F. Chacón Jiménez, (2007) “Familia, casa y hogar. Una aproximación a la definición y realidad de la organización social española (siglos XIII-XX)”, F. Chacón Jiménez, J. Hernández Franco (Eds.), Espacios sociales, universos familiares. La familia en la historiografía española, Editum, Universidad de Murcia, 51-66....................................................................... 285 14. F. Chacón Jiménez, (2011), “Familias, sociedad y sistema social. Siglos circa XVI-circa XIX”, Francisco Chacón y Joan Bestard (dirs.), FAMILIAS. Historia de la sociedad española (del final de la Edad Media a nuestros días), Cátedra, Madrid, 325-444.............................................................................. 301 3. Familia, herencia y movilidad social 15. F. Chacón Jiménez, (2006) “Reflexiones sobre historia y movilidad social”, F. Chacón Jiménez, Nuno G. Monteiro (eds.) Poder y movilidad social. Cortesanos, religiosos y oligarquías en la Península Ibérica (siglos XV-XIX), Biblioteca de Historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 64, Universidad de Murcia, 43-58................................................................ 369 16. F. Chacón Jiménez, (2009) «Patrimonio y matrimonio. Sistemas here ditarios y cambio social en la Europa Mediterránea (siglos XV-XVIII)”, Simonetta Cavaciocchi, La Famiglia Nell´economia Europea secc. XIII-XVIII, Atti delle 40 Settimane di Studi di Prato, Firenze University Press, 69-80. 383 Epílogo .................................................................................................................. 395 Martine Segalen

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I. PRIMERAS PALABRAS

PRÓLOGO Dr. James Casey Reader Emeritus University of East Anglia, Norwich

En sus Memorias de un Anciano, el político radical Antonio Alcalá-Galiano cuenta a sus lectores sus circunstancias familiares como explicación parcial de su carrera política. Era un ejemplo de lo que había venido a ser la moda, desde Rousseau: la familia ayuda a comprender la actuación pública. Su concepto era bastante nuevo: un cambio de enfoque, poniendo al autor al centro y no la comunidad, abandonando el modelo de la autobiografía tradicional como crónica local. Su obra, sin embargo, sigue el camino familiar al principio, dibujando el cuadro de su genealogía, como dice, para que el lector supiese que no era ningún demagogo que se habría aprovechado del derrumbe del antiguo régimen para lanzar su carrera. Ostentaba un orgullo comprensible al entretejer la historia de su familia con la de España de antes de 1808. Cito el ejemplo porque me viene a la mente como una ilustración de la tesis del nuevo libro de Paco Chacón: la familia no es un ente separado, sino que forma una parte integral de la historia política, con las influencias mutuas que no siempre surgen a la superficie. El profesor Chacón no necesita de presentación mía. Su trabajo en el campo de la familia se ha extendido sobre más de 30 años, haciendo de él uno de sus principales intérpretes. La amplitud y generosidad de su visión, plasmada en sesiones sucesivas del Seminario de Familia y Poder que ha dirigido desde su cátedra de Murcia, se reflejan en esta nueva recopilación de algunos de sus artículos. Más que un libro de síntesis, es una invitación al debate sobre la metodología y los objetivos de la investigación: ¿por qué se estudia la familia, y cómo hacerlo? Una mesa redonda clausura el debate, al menos por hoy. Aquí, correspondiendo a su generosa invitación, me limito a comunicar algunas ideas que me ha inspirado su obra. La familia como tema de investigación generalmente ha gustado más a los antropólogos que a los historiadores, sin duda por la ausencia de documentación escrita en ambos casos. Los antropólogos llenan el vacío conversando con los indígenas, los historiadores vuelven la espalda al problema, enfocando las

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instituciones que enmarcan cualquier actividad visible de las personas. También se intuye que la familia ha gustado más a los conservadores del pasado, en oposición a los reformistas que querían transformar su legado. No podemos olvidar los orígenes remotos del debate en los trabajos de Le Play, ingeniero que encontraba en la familia el germen del desasosiego político y social que padecía su país. Excepcional era Peter Laslett cien años después, en su obra pionera sobre El mundo que hemos perdido. Simpatizando con las izquierdas y protagonista de una sociología histórica, quiso desengañar a sus compatriotas sobre el alcance y significado de las revueltas del siglo XVII, tradicionalmente festejadas como la piedra angular de la democracia y la acompañante prosperidad de los Británicos. Revuelta de las elites, si cabe, no de las masas. Pero, ¿qué sabemos exactamente, preguntaba, sobre estas masas, su vida diaria borrosa, vislumbrada sólo a través de las lentes deformadoras de la clase letrada, su mentalidad la sumisión o la dependencia? En vez de agruparles precipitadamente en clases sociales, Laslett sugirió la investigación de otras formas de solidaridad : solidaridad de la familia, movilidad social y geográfica, mentalidad. Desde los años innovadores de 1960, la demografía histórica ha ido profundizando nuestro concepto del pasado. Gracias a la documentación generada por la nueva burocracia civil de la monarquía absoluta (recuentos de la población a fines fiscales sobre todo), y por la Iglesia, envuelta en una campaña sin tregua contra la herejía que la llevó a imponer poco a poco el registro de bautizos, matrimonios y entierros, se ha inaugurado una nueva etapa en la historiografía de la gente común. Fuentes apenas explotadas hasta entonces, señaladamente los humildes archivos parroquiales, han proporcionado una visión bastante viva e íntima del hogar no sólo de la élite sino de campesinos y obreros. En cierto modo este material no hace más que confirmar lo que pensábamos sobre la precariedad de la vida en una Europa preindustrial amenazada por los vaivenes de la cosecha, las epidemias y las guerras, las cuales se eternizaban, derivando en pillaje del pueblo que supuestamente protegían. A la sombra de la corte del Rey Sol, Luis XIV, luchaban diariamente por su subsistencia los veinte millones de franceses de que habla Pierre Goubert, pionero en este tipo de investigación. Para aproximarse a aquella sociedad hace falta una revisión de la escala de la vida. La tercera parte de la población eran jóvenes, con menos de 16 años de edad. Al contrario, los ancianos empezaban a faltar en su mayoría entre los 50 y los 60 años. Estos viejos representaban un 10 por ciento de cualquier población europea, en el mejor de los casos. O sea, la sociedad preindustrial era esencialmente una población joven, a menudo huérfana de al menos uno de sus padres. Estos jóvenes crecían a menudo en otras casas y no en las suyas, como aprendices o criados. El cuento de Cenicienta, cuya versión definitiva le debemos a la pluma de un ministro de Luis XIV, Charles Perrault, reflejaba la dura realidad de unos hogares “en migas”, desprovistos a veces de la intimidad que para nosotros evocan los términos de hogar o familia. Más que la casa, es la comunidad la que parece enmarcar las actividades familiares. La relación entre los vecinos constituye un tramo tupido de hilos 14

que conducen de la calle a la casa, de la cocina al mercado, de la fuente de agua a la lavandería en la ribera del río, del escritorio doméstico al foro público. Ser ciudadano y padre de familia eran cara y cruz de la misma moneda. Colocar a sus hijos en la vida, asegurar (como se decía entonces) que “tomen estado” según la calidad de sus padres, era la gran preocupación, que constituía la política de la familia en su sentido más amplio. El matrimonio y el celibato, la mortalidad en baja edad de los críos, las oportunidades de tomar servicio como criado o aprendiz, la transmisión del patrimonio entero a un solo hijo o la división entre todos, la capacidad de lo que se llama a veces reproducción social de las familias (contra la mera reproducción biológica), planteaban cuestiones que no pudieran limitarse a la familia o a la casa como tal, sino que exigían respuestas al nivel de la república. A partir de 1982, los historiadores de la familia comenzábamos a tomar conciencia de esta reorientación. Significativo era el papel desempeñado por el autor de este libro, Francisco Chacón Jiménez, a quien le debemos una serie de iniciativas, culminando en seminarios y congresos internacionales. Es una bonanza, por lo tanto, tener entre las manos esta recopilación de artículos suyos, que nos permite seguir la evolución del pensamiento del maestro sobre la familia y su significado. Se suele pensar en la familia como un núcleo básico, como la piedra angular de la estructura social, sobre la cual se va edificando una comunidad más amplia. De esta manera los filósofos de la Antigüedad y sus sucesores habían visto la ciudad o república como una federación de familias que se agrupaban para su mutuo socorro y seguridad. Sin embargo, tal hipótesis no debe hacernos olvidar que sin la república y sus leyes no existiría la familia. Para el eminente antropólogo Claude Lévi-Strauss la familia es un reflejo de la civilización que le impone sus reglas, definiendo las normas del matrimonio, la educación de los hijos, la solidaridad de los parientes. La familia no existe sólo para la reproducción biológica sino para la reproducción social. Toma formas diferentes según las culturas, pero siempre acata las normas religiosas, las especificaciones de casta, el orden político y jurídico que acabarán moldeando al ciudadano del futuro. El problema es que la familia se encuentra al cruce de dos fuegos que pueden interferir el uno con el otro: el de la autoridad en el hogar y el del poder que se ejerce en la plaza pública. Ya en 1764 el gran jurista Becarria evocaba el dilema. Aludía al contraste entre los que reclamaban la libertad en la república, sin pensar en su repercusión en el hogar. Nada más funesta, según él, que la tiranía doméstica, nada menos seguro que un régimen político que depende de los varones adultos y los padres de familia exclusivamente. En principio, el antiguo régimen dependía de un compromiso entre la aristocracia hacendada y poderosa y lo que podríamos llamar una hidalguía numerosa, a veces segundones de la aristocracia, excluidos de la herencia paterna por pasarse ésta al mayorazgo. Este hijo mayor era considerado como el guardián del patrimonio, una especie de fideicomisario que pudiera evitar la fragmentación del solar de los antepasados empleando los fondos en la educación de sus 15

hermanos y hermanas, colocando a aquellos en el ejército o la iglesia, a éstas en conventos o en matrimonio. En cierto modo el mayorazgo resume la característica principal del antiguo régimen, el cual llegaba a ser no sólo una protección para la familia sino un instrumento político del estado moderno, respaldado por un conjunto de valores religiosos y cívicos. Establecido a finales de la Edad Media, su intento era romper con el sistema de herencia igualitaria practicada anteriormente por una aristocracia guerrera que cifraba sus tesoros más en el número de sus deudos que en la cantidad de sus tierras. Reducida la herencia y así la capacidad de casarse por parte de los hijos segundos, éstos se dedicaban a la Iglesia o a la caballería, constituyendo el espinazo de la burocracia civil y eclesiástica de las monarquías absolutas en los siglos venideros. Mientras tanto, el patrimonio del hijo mayor se redondeaba de una generación a la siguiente, constituyendo en principio un apoyo de la autoridad monárquica en la periferia. Queda aquí mucho por hacer para comprender la evolución paralela entre las dos facetas del mayorazgo, su papel político cada vez más superfluo al establecer las burocracias, su papel familiar cada vez más impugnado como un asalto al sentimiento de solidaridad entre hermanos. Una de las cosas que más llaman la atención cuando nos acercamos al tema, es la imbricación entre la familia y la república En la época moderna pocas eran las comunidades que sobrepasaban los 30.000 habitantes. En la Florencia del Renacimiento, con igual número de personas, una guía a la ciudad avisa al forastero que si busca a alguien, todo lo que tiene que hacer es dirigirse a la plaza del mercado y preguntar por él por su nombre. Cada uno, o casi, conocía a su vecino. La vida privada existía pero de una manera diferente, ya que la casa era el taller o la granja, donde se codeaban criados y amos. Aunque uno podía aspirar a “valer más” por sus propios méritos, el hombre nacía en un hogar que le ofrecía mayor o menor prestigio, mayor o menor oportunidad para ejercer sus talentos, mayor o menor acceso al bien estar gracias al patrimonio que podían legarle sus padres o la dote que pudiera aportarle su novia. El acceso al trabajo, al aprendizaje o a una heredad de tierra, pasaba en gran medida por la familia. La estructura de las viviendas, la situación y carácter de los barrios de cualquier pueblo, la cartografía de los lugares de memoria –capilla funeraria del linaje a la vez que la vecindad de la “casa grande”, fuente de limosnas a veces– todos son aspectos de aquella comunidad que el historiador de la familia desea reconstituir. La relación entre los vecinos constituía, como ya hemos indicado, un tramo tupido de hilos. Las noticias se transmitían, el chismorreo constituía un puente entre la familia y la república. Los límites de aquella solidaridad familiar eran vagos y flexibles. No se imponía la familia sino que se construía, utilizando el vasto repertorio de términos de que el lenguaje disponía: señor natural, deudo, compadre, hermano, cofrade, compatriota, amigo. Hacia 1613 el gran dramaturgo Lope de Vega se disculpaba ante su patrono, el duque de Sessa, tras un malentendido, “Córrome que vuestra excelencia no crea my amor…que por vyda de Carlos (su hijo querido de Lope), que le saque la sangre por darla a un criado de vuestra Excelencia, que no tengo 16

más que encarecer. ”Expresión retórica, por supuesto, pero que arroja una luz extraña y cruda sobre las relaciones entre las personas y sobre cómo la sangre o la familia podía postergarse a aquella familia más amplia, enmarcada en las relaciones de “deudo” –término crucial, que se asemeja a la vez al parentesco y al sagrado nexo de “vasallaje”, y hasta al de compadre–. Posiblemente la mayor difusión del compadrazgo en la América colonial se debe a la influencia de los misioneros, siempre hostiles a los lazos que prescindían de la bendición de la Iglesia y que preferían que los vecinos se reuniesen en cofradías. En los pueblos de antaño con sus 30.000 o menos habitantes, se planteaba la cuestión del enlace entre lo público y lo privado. El magistrado podía ser tu amigo o enemigo: ¿cómo distinguir entre el oficio y el oficia, entre el disfraz y el amigo disfrazado? Al contrario de nuestra sociedad anónima, las compraventas estaban sujetas al regateo, que sabía tomar en cuenta el trasfondo de los clientes: el amigo, el rival, el forastero, la víctima de chismorreo desfavorable, el padre de familia con quien no había burlas… El dinero efectivo solía ser escaso. Por lo tanto el préstamo se hacía imprescindible, sea para pagar los impuestos, sea para la subsistencia en las crisis frecuentes de alimentos. El préstamo creaba lazos de dependencia a largo término, reembolsado, cuando más, en la forma de servicios de todo tipo. A menudo se convertía en una dependencia general, una “amistad desequilibrada”, en palabras de Pitt-Rivers, entre el rico y el pobre a largo término. La tesis del etnólogo Julian Pitt-Rivers, como se sabe, había llamado la atención sobre la importancia de las jerarquías informales y relaciones personales dentro de los pueblos agrarios de la Andalucía del siglo pasado. En unas páginas muy sugestivas, mostraba cómo la calle (el mundo del negocio y de la política) estaba separado de la casa mientras que el mundo interior estaba reservado a las mujeres; pero dependía de ella. El ´honor´ de la familia, fraguado y mantenido esencialmente en el hogar, determinaba en gran medida el respeto que se prestaba al jefe de familia cuando trataba de negociar en el mercado o defender sus tierras contra sus vecinos delante de los tribunales. El hombre sin “familia” era un marginado en todos los sentidos. En vez de “clases sociales”, opinaba Pitt-Rivers, el pueblo se gobernaba con arreglo a otra jerarquía más informal. El trato principal era de persona a persona, y la elite recurría al mecenazgo de todo tipo –regalos, cartas de recomendación, copas de amistad– para consolidar su posición. Al fin y al cabo, en la Grazalema de Pitt-Rivers, los terratenientes contaban su hacienda no en hectáreas sino en la solidaridad de sus grupos de “amigos” y deudos. La tesis de Pitt-Rivers es controvertida. No tardaba el historiador Juan Martínez Alier, especialista de la historia agraria contemporánea, en ponerla en duda. El pueblo estudiado por Pitt-Rivers en 1954, la famosa Grazalema, había sido uno de los centros del anarquismo andaluz en los años turbulentos de la Segunda República española. Parecía más seguro seguir hablando de clases y de luchas de clases en el campo andaluz que andar buscando ficciones sobre clientelismo o lazos de lealtad personal y familiar entre él y sus afines. ¿Podían 17

reconciliarse las dos interpretaciones? Sin duda, estamos frente a un sistema que no es ni capitalista ni “feudal”, sino una mezcla de ambos. Para el terrateniente andaluz, sus rentas dependían tanto de la inversión de tiempo y energía en el cultivo de buenas relaciones sociales con la persona y la familia de sus dependientes, como de los beneficios de la venta de sus cosechas. El beneficio que puede sacar de su hacienda, como ya lo había advertido Marc Bloch para la nobleza medieval francesa, se aseguraba más por la presión que ejercía sobre los costos de la mano de obra que por la inversión en la construcción de embalses o carreteras para acarrear sus cosechas al mercado donde encuentre el mejor precio. En vez de asumir la existencia de clases sociales o de grupos familiares, debemos explorar cual era la naturaleza de la red social en la cual se sentían implicados los hombres y mujeres que estudiamos. Red social: una palabra que implica mucho, sobre todo para los historiadores, dependientes como estamos de una documentación bastante difícil de comprobar o averiguar, demasiado formal para una sociedad analfabeta. Al contrario de los antropólogos no podemos entrevistarnos con nuestros informantes. Sin embargo, a fuerza de paciencia, poco a poco empieza a configurarse un rompecabezas, hecho de múltiples detalles puntuales. Un mapa se despliega así ante nuestros ojos –mapa de intereses, de correspondencia, de influencias y de exclusivismos–. Se rastrea el movimiento de las personas, su movilidad geográfica y social, las alianzas que forman, los matices de la educación o aprendizaje de sus hijos. Buceando en los archivos locales, sobre todo notariales y jurídicos, llegamos a conocer el ambiente de un pueblo y la trastienda de sus habitantes. Cotejando un documento jurídico con otro, y leyendo las diferentes versiones de lo que pasó tales como se presentan ante los tribunales, se llega a penetrar al menos en alguna parte de la oscuridad del “mundo que hemos perdido”, y a rastrear aquellos hilos tan tenues que constituyen las redes sociales. Pocas palabras me quedan por concluir. No hace falta recomendación otra que el nombre del autor para que se lea y se medite sobre el importante libro que tenemos en la mano. Incisivo en sus juicios y desde una perspectiva amplia Francisco Chacón plantea cuestiones acerca de la relación a menudo ambigua entre la casa y la calle, entre la familia doméstica y la parentela, entre la familia y la república. La familia guarda sus tradiciones, pero tiene que ajustarse a nuevos modelos de interacción social, mientras que la sociedad se moviliza utilizando los recursos de estas mismas familias. Entre una y otra, hay un intercambio continuo. Es lo que Francisco Chacón denomina acertadamente la red social, concepto clave para comprender la estructura del antiguo régimen.

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PRESENTACIÓN Francisco Chacón Jiménez

¿Un libro más sobre Familia? En la presentación del libro La Familia en la España Mediterránea (siglos XV-XIX) (1987), Pierre Vilar afirmaba que sus palabras eran unas breves páginas, escritas de manera apresurada y en palabras suyas con “carácter de urgencia”. Sin embargo, el tiempo ha demostrado que se han constituido en una continua referencia y una radiografía precisa, fina y analítica respecto al significado y a las posibilidades futuras de un objeto histórico que se integra en sistemas culturales y se vuelve protagonista al ser parte de un equilibrio conflictivo y sujeto del cambio social. El recorrido historiográfico que se puede seguir en este libro entre los años 1991 y 2011, ha ido evolucionando y cambiando sus objetivos, sus miradas, sus perspectivas y demostrando un mayor interés hacia la organización y el sistema social y cultural, y hacia las relaciones que ponían en común a hombres y mujeres. En este sentido es necesario pensar la familia como espacio de contactos y encuentros, y tener muy en cuenta la textura y características de quienes componen las redes de relación social. Nos encontramos ante un objeto “aparentemente muy particular, exige una cultura pluridisciplinar, y sugiere un tratamiento histórico totalizador” (Vilar, 1987, 9). El viaje de las familias en la sociedad española? Veinte años de historiografía, ¿Qué novedades aporta?, ¿A qué preguntas responde?, ¿Qué va a encontrar el lector en las páginas que siguen? Es decir, qué finalidad y qué objetivos tiene. Difíciles preguntas para contestar en una presentación. Pero al menos, sí que podemos ofrecer algunas innovaciones. La primera, es un sugerente debate y confrontación de ideas entre un antropólogo y tres historiadores con experiencia empírica en Europa y América Latina, que contrastan sus opiniones a partir de unas breves palabras de presentación sobre las fuentes y hasta qué punto éstas condicionan las líneas de investigación; cómo se construyen las hipótesis de trabajo y qué papel juegan los problemas actuales; cuáles son los objetos de investigación y el significado de la interdisciplinariedad y, por último, qué situación presentan los estudios sobre Familia en España y en América Latina. Estas conversaciones sobre Sociedad y Familia en el tiempo y en el espacio, rompen la estructura clásica 19

de un libro que se enmarca entre las palabras del prólogo de James Casey, las de la conclusión o epílogo, a modo de recapitulación de lo conseguido, de Martine Segalen; y entre ambas, las palabras de quienes, Juan Hernández Franco y Antonio Irigoyen López, me han acompañado intelectual y, sobre todo, personalmente con su amistad en estos años, y lo siguen haciendo con una generosidad digna de todo elogio y alabanza por mi parte. Deseo mencionar, expresamente, pero sin hacer referencia nominativa alguna, pues sería muy extensa y podría olvidar algún nombre, al numeroso grupo de alumnos, becarios, y doctorandos integrados en el Seminario Familia y Élite de poder que, a lo largo de los treinta años de vida del mismo, han compartido, y continúan haciéndolo, investigaciones, debates, reuniones, congresos, en definitiva, amistad y enseñanzas mútuas. Pero permítanme una excepción: se trata del Dr. Francisco García González, alumno en la Universidad de Murcia y formado en el Seminario Familia y Élite de Poder; posteriormente becario y Catedrático en la Universidad de Castilla La Mancha y creador del Seminario Historia Social de la Población, con quien compartimos muchas de nuestras iniciativas como el congreso Internacional celebrado en Murcia y Albacete: “Familia y ordenación social en Europa y América. Siglos XV-XIX”(2007). Su amistad y colaboración permanente no sólo se ha extendido a la siguiente generación sino que nos ha otorgado a ambos seminarios una dimensión que multiplica nuestras respectivas sinergias, performances e internacionalización”. En 1990, el libro Historia Social de la familia, recogía nueve artículos publicados entre los años 1983-1988 (Historia social de la familia en España, Instituto de cultura Juan Gil Albert, Alicante). Hoy, el Viaje de las familias en la sociedad española. Veinte años de historiografía, lleva a cabo un recorrido mucho más amplio: un total de 16 contribuciones publicadas entre 1991-2011. Es decir, casi tres décadas (28 años), cierran una aportación historiográfica compuesta por 25 textos; a través de los cuáles se puede deducir y analizar la evolución de los problemas, objetivos, avances e innovaciones en el campo de la historia social y de la historia de la familia. Circa 1983-circa 1997, es el período clave en la iniciación y posterior impulso en los estudios de historia de la familia en España. A lo largo de estos quince años tiene lugar una muy notable transformación en los presupuestos teóricos y metodológicos de la historiografía española. La familia se ha consolidado como un objeto científico cuyo análisis y explicación de la organización social, ha transformado los contenidos con los que se ha venido explicando la historia de España. Podemos afirmar que en los últimos treinta años hemos pasado de estudiar y analizar una geografía de las formas familiares basadas en las relaciones de carácter rígido entre estructura del hogar –en confusión permanente con el concepto y la realidad familia–, la edad de acceso femenino en primeras nupcias y el sistema de herencia predominante en cada territorio, a profundizar en el conocimiento de la organización social y el sistema de relaciones sociales horizontales y verticales en donde los conceptos de jerarquía, dominación y fidelidad alcanzan un protagonismo fundamental. 20

En la presentación del libro de 1990 se había puesto de manifiesto la trascendencia de la solidaridad familiar y se planteaban como futuras orientaciones el estudio de la vecindad, la amistad, la proximidad física del lugar donde se reside y las redes del parentesco, aparte de orientar las investigaciones desde la óptica nominativa mediante el cruce de fuentes que permitan captar la verdadera dimensión de la familia integrándola en las redes genealógicas que nos permitan conocer y medir la movilidad social. Estas sugerencias continúan, todavía, vigentes. Es decir, nos encontramos, actualmente, ante una historia de la familia mucho más social que demográfica y económica como fue en los primeros momentos (finales de los setenta), pero que no puede cometer el error de dejar de considerar, eso sí, en su exacto lugar, los factores contextuales demográficos, políticos, culturales o simbólicos; se trata, por tanto, de articular lo estadístico con lo social. Un importante cambio de objetivo pero que se construye sobre, y a partir, de la experiencia acumulada. Una experiencia que parte de una contradicción histórica. La necesidad de justificar los orígenes familiares y el peso de la tradición familiar en la vida social, económica y política de España desde la Edad Media ha impregnado la vida diaria y cotidiana hasta el punto de que el interés jurídico, político y cultural de la familia no se ha transformado en interés científico por explicar la organización social desde la institución familia. Se encuentra integrada en la propia idiosincrasia del sistema cultural y relegada a un plano privado, muy cultivado biográficamente por las clases privilegiadas, que explica el abandono historiográfico. Sólo el teatro de García Lorca en la década de los años treinta (Yerma, Bodas de sangre, Doña Rosita la soltera, La casa de Bernarda Alba) devuelve a la actualidad la fuerza de las relaciones familiares y de parentesco en las estrategias matrimoniales y en los intereses de promoción y movilidad social. De todas formas, no será hasta finales de los sesenta y en la década de los setenta del siglo XX cuando la ciencia histórica llega a un objeto de investigación que para la antropología había significado su consagración como disciplina científica. La fuerza de la familia indicaba que, por encima de la jurisprudencia y normas legales establecidas a partir de la creación del Estado liberal, eran las relaciones que se establecían desde las familias las que permitían la promoción social y garantizaban, en parte, las condiciones de vida. Es por ello que la búsqueda de los orígenes de quienes iniciaron el estudio de la familia se encuentra en contemporáneos que se preocuparon y analizaron las grandes transformaciones que experimentaban sus sociedades. F. Le Play en Francia, Joaquín Costa en España, Medeiros en Portugal, Guillermo Errázuriz y E. Alliende en Chile, Freyre en Brasil, Jorge Bejarano en Colombia. Permítanme que haga referencia al libro: Francisco Chacón Jiménez, Juan Hernández Franco (eds.), (2007) Espacios sociales, Universos familiares. La familia en la historiografia española. XXV aniversario del Seminario Familia y elite de poder en el Reino de Murcia. Siglos XV-XIX, Universidad de Murcia; en el mismo se recoge, detalladamente, el origen, desarrollo y evolución del Seminario de 21

Familia y elite de poder (“Introducción. Más allá de la familia. Veinticinco años de investigaciones y debates en el marco del Seminario Familia y elite de poder en la Universidad de Murcia”, 13-23), así como algunos de los logros intelectuales conseguidos: la solidaridad familiar, expresada en términos de vecindad y relaciones de trabajo comunes que sobrepasan el concepto clásico de hogar para proyectar una dimensión social y antropológica de familia en el sentido de lazos y vínculos que están en la base de la explicación de la organización social, es una de las reflexiones que hemos situado en el centro de nuestra investigación. En este contexto, tenemos que mencionar la expresión: la casa se mueve, que pone de relieve la movilidad que incorporan familiares, cede espacios a nuevos matrimonios y, en definitiva, refleja una adaptabilidad a las coyunturas y las condiciones socio-económicas que matizan la rigidez y el estatismo de los modelos que se utilizan como referencia. Precisamente, la organización social se ha visto reforzada con la crítica y reflexión sobre la categoría analítica de grupo, a la vez que conceptos como: ideal de perpetuación, capital relacional y la teoría de los vasos comunicantes sobre las interacciones e interrelaciones de los distintos actores sociales, completan un complejo pero apasionante panorama historiográfico. A éste se añade la importante teoría de redes o network analysis. Una de las prospectivas del máximo interés para el análisis social. Sin embargo, es necesaria una gran precaución en la aplicación de categorías y conceptos procedentes de otras ciencias sociales; y no sólo en la sociología, también en la antropología; como ha dicho Gerard Delille, el historiador no puede ser el antropólogo de los siglos XV, XVI, XVII, XVIII o XIX. No se trata de deducir y encontrar redes a través del amplio entramado del tejido social como consecuencia de una aplicación mimética de las teorías y conceptos sociológicos, sino de observar cómo se producen, de qué manera y con qué intensidad las relaciones sociales en un período y espacio determinado, y conocer sus cambios, permanencias, continuidades y evoluciones, así como las desigualdades, dependencias y jerarquías internas. La genealogía social es la síntesis y culminación de esta nueva interpretación. El levantamiento de genealogías a partir de la fusión e integración de distintas familias con sus diferentes ramas y relaciones con otras, despliega la complejidad de la sociedad de manera sencilla, concreta y explicando cada uno de los pasos que han permitido una determinada movilidad social ascendente o descendente en un contexto de reproducción social. Esta última aportación nos une con la realidad presente que siempre inspira un objeto vivo y permanente, pero a la vez cambiante y cuya transformación en el momento presente refleja las situaciones tan diversas, plurales y complejas que se presentan. Escuchemos, ahora, al gran maestro D. Antonio Domínguez Ortiz, cuando en la presentación, póstuma, al libro citado apuntaba algunas sugerencias: “los lazos afectivos, las solidaridades, insertaban al individuo en una cadena que lo vinculaba a los antepasados conservando sus restos en tumbas colectivas que podían llegar a ser monumentales, y caminaba hacia el futuro por medio de los mayorazgos e instituciones análogas. Una solidaridad que explica el extraordina22

rio desarrollo de la devoción de las Ánimas del Purgatorio. ¿Y cuánto podríamos decir de la influencia del sentimiento familiar en el arte, en la cultura en general?”. Al cortar en la carne viva de la sociedad y separar algo que se llama familia de la red de relaciones que le da vida y la explica, la atención a la coyuntura, a lo contingente, a lo individual, distingue al historiador en comparación con su colega sociólogo, más atento a las estructuras. Se trata de devolver su humanidad al pasado, reconstruyendo una cultura y civilización con todos sus matices, sus equívocos, y también sus compromisos frente a las coartadas de cada época. El desmantelamiento de las antiguas formas de solidaridad, utilizando las palabras de James Casey, era el verdadero problema y no tanto el tamaño o el tipo de familia y su cambio; es por ello que la clave se encuentra en investigar la naturaleza de las redes de solidaridad que relacionaba a unas personas con otras; de esta manera, lo fundamental es recuperar la textura de las relaciones sociales. En este sentido, hemos pasado de los modelos a las relaciones hombre/mujer, con la vecindad, amistad y padrinazgo como ejes de relación social más allá de los lazos familiares. Es esa textura, que acabamos de mencionar, la que permite explicar desigualdades, alianzas, dependencias y, en definitiva, conflictos. La capacidad de integración de la institución familiar aparece con una fuerza desconocida para las instituciones cuando el acceso de la mujer al trabajo y el proceso de envejecimiento, con la necesaria atención a los mayores, ponen en tensión los afectos y los vínculos parentales. La tradición, en sus términos más positivos, se hace efectiva y el grupo familiar se convierte en el punto de apoyo fundamental. Pero la sensibilidad de las solidaridades familiares detecta, inmediatamente, la contradicción entre atender las necesidades que se originan en el interior de la unidad familiar y cumplir las exigencias de una promoción personal, especialmente en el caso de la mujer.

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INTRODUCCIÓN Juan Hernández Franco Antonio Irigoyen López

Cuando se vuelve la vista atrás –y los historiadores deberían estar acostumbrados a hacerlo– se descubre, mejor dicho, se redescubre lo que se ha hecho. Para algunos, la hora del balance no siempre resultará satisfactoria. En cambio, para otros será sumamente grata y será un acicate que anime a seguir avanzando. Entre estos últimos se encuentra el Dr. Francisco Chacón Jiménez. Constancia, reflexión y compromiso son algunas de las cualidades que pueden definir su obra. A estas cualidades une tenacidad, un amplio sentido de la oportunidad y una notable visión de futuro. Es un historiador que ha contribuido de manera importante al desarrollo de la disciplina histórica en España. Las páginas que componen este libro son el reflejo de treinta años de su investigación. Decir Francisco Chacón es decir Historia de la Familia en España, sin menoscabo de los otros buenos investigadores que se han significado en nuestro país en esta temática. Sus aportaciones reunidas en este libro corroboran de forma clara esta afirmación. Pero si hay un hecho que justifica esta posición privilegiada es que la obra del profesor Chacón no puede separarse de una maravillosa experiencia universitaria que acaba de cumplir treinta años, como es el Seminario Familia y Élite de poder, de la Universidad de Murcia. Lo excepcional es que se trata de un verdadero espacio de debate, en el cual, como a él le gusta decir, no hay más jerarquías que las que establece el conocimiento científico. De tal suerte que conviven en él alumnos de todos los cursos, becarios, investigadores y profesores universitarios. La consecuencia ha sido la creación de una cantera de la que han salido muchos y cualificados profesionales. Y que, además, ha dejado un testimonio por escrito: más de cuarenta obras auspiciadas por el Seminario Familia y Élite de poder. A Francisco Chacón se le deben unos de los más acertados análisis y reflexiones sobre la familia en el pasado. Desde luego, hay un principio indiscutible: su artículo “La familia en España, una historia por hacer”, incluido en esa obra

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colectiva, coordinada por él mismo y publicada en 1987, que habría de ser referencia obligada en este campo: La familia en la España mediterránea. Este trabajo fue redondo; no sólo establecía las coordenadas temáticas y diagnosticaba fallos y carencias, sino que también proponía toda una agenda de futuro –brillante y completada con artículos posteriores como, entre otros, “Nuevas tendencias de la demografía histórica en España: las investigaciones sobre historia de la familia”, “Reflexiones sobre Historia y movilidad social”, “La revisión de la tradición: prácticas y discurso en la nueva Historia Social”, o “Nuevas lecturas sobre la sociedad y la familia en España. Siglos XV-XIX”–. Su afán último ha sido siempre situar a la historiografía española sobre familia a la misma altura que la de otros países europeos. Tanto ese primer artículo como el libro en el que estaba incluido supusieron el inicio de la renovación de estos estudios. Francisco Chacón siempre ha apostado por el rigor conceptual, tanto que ha hecho de él una de sus señas de identidad. Su afán “por estar a la última”, le ha permitido incorporar a sus propias ideas y planteamientos las nuevas aportaciones historiográficas. Continuamente reflexiona sobre la carga y contenidos, sobre la fuerza o sobre la pertinencia o no de la utilización de los conceptos. Pero todo lejos de discusiones bizantinas ya que su finalidad siempre ha sido dotar de lenguaje especializado a la historiografía. Quién más o quién menos, ha tenido que enfrentarse a la realidad histórica y a la construcción de categorías analíticas que contribuyeran a su explicación. ¿Cuándo hablar de casa, o de familia, o de linaje, o de individuos? ¿Cuándo de hogar, de agregado doméstico, de núcleo conyugal, o de parentesco? Son cuestiones sobre las que Francisco Chacón vuelve una y otra vez, lo que es testimonio de su compromiso como científico social y de su inconformismo intelectual. Todo lo cual ha contribuido a que la Historia de la familia haya conocido un notable enriquecimiento conceptual. Conceptos tales como movilidad social, reproducción social, capital relacional, o ciclo de vida han pasado a ser lugares comunes en la historiografía. Y qué no decir del concepto de red social y de la incorporación de la metodología del análisis de redes sociales. Y lo ha logrado porque desde el primer momento ha tenido claro que la familia no era el objetivo de la investigación; la familia es el objeto científico que utiliza para alcanzar el objetivo: el funcionamiento de la organización social en el devenir histórico. Por esta razón, la Historia de la Familia no la entiende sino como vía para que la Historia Social avance. Pues, Francisco Chacón es, ante todo, un magnífico historiador social. Se llega, sin solución de continuidad, a la metodología, tan deudora de la precisión conceptual. De nuevo, la aportación del profesor Chacón es más que sobresaliente; no porque haya generado novedades espectaculares sino, más bien, por la profunda reflexión llevada a cabo. Por esta razón, cuando habla de análisis nominativo, de metodología comparada o de genealogía social, está aludiendo al uso de técnicas, métodos y estrategias de trabajo que permiten la resolución de los problemas a los que se enfrentan los investigadores sociales.

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Francisco Chacón ha hecho de la familia el elemento fundamental a partir del cuál se ha intentado explicar la organización social. En este sentido, ha contribuido a incorporar nuevas perspectivas y sobre todo a repensar el tiempo y a dotar de sentido y unidad al proceso histórico. ¿Qué mejor manera de comprobar los cambios y las permanencias que a través de la familia? Sin lugar a dudas, pensando la sociedad es como mejor se conoce a las familias. Si hay una institución donde mejor se pueda apreciar y estudiar el cambio social, ésa es, sin lugar a dudas, la familia, la cual se puede concebir como un termómetro social porque siempre está y ha estado en el centro de la sociedad. Se dice que hay ahora multitud de modelos de familia, pero es que, tal y como continuamente ha inquirido el Dr. Chacón, siempre los ha habido, aunque sin perder de vista que en todas las épocas siempre ha habido un modelo predominante. Y, precisamente, su preocupación ha sido preguntarse cómo ha llegado a serlo y por qué, y hasta cuándo; y qué consecuencias tuvo para la organización social y cómo dejó de ser dominante. Preguntas, interrogaciones a las que Francisco Chacón Jiménez se enfrenta para estudiar el cambio y las permanencias. Su reivindicación de la utilidad social de la disciplina histórica la realiza con su trabajo, con su investigación; como a él le gusta decir: comprender el pasado para explicar el presente. Lo que, evidentemente, no es poco. Y siempre pensando que es posible llegar más allá en la Familia.

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CONVERSACIONES SOBRE SOCIEDAD Y FAMILIA EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO

CUESTIONARIO Las fuentes ¿Hasta qué punto condicionan las fuentes las líneas de investigación? FRANCISCO CHACÓN JIMÉNEZ La crítica, revisión y nueva lectura de las ya conocidas y utilizadas es condición necesaria y se convierte en premisa básica en cualquier investigación; máxime en el terreno de la historia de la familia por razones del carácter multidisciplinar y las permanentes interacciones de sus objetivos. Por otra parte, las fuentes son muy diversas: literarias, etnográficas, de origen antropológico, incluso orales, aparte de las propiamente históricas. Todo lo cuál obliga a una constante y contínua revisión sobre las mismas. RICARDO CICERCHIA Existe una obvia saturación de las hipótesis y protocolos metodológicos en torno al análisis histórico de las organizaciones familiares. La explosiva experiencia inicial tributaria de los archivos judiciales, fundamentalmente, dio paso a un tipo de indagación más microsocial, vinculando las variables de agencia, experiencia y performance. En un punto, casi logramos reproducir a escala 1 a 1, como el famoso mapa borgiano: inútil, la cartografía familiar, por lo menos desde el Antiguo Régimen y para todo el Occidente. Fueron los embates del giro lingüístico, la configuración de redes sociales y los estudios de género, los que despertaron el campo de la historia cultural revalorizando por un lado, el enfoque etnográfico (vieja enseñanza antropológica), como central en la búsqueda de indicios y patrones (¿por qué no globales?), de las dinámicas domésticas; y desde otro ángulo, recomponiendo el tramado social que co29

necta mejor familia y mercado. Sin embargo, se hace necesario también un regreso a ciertos fundamentos, me refiero a las dimensiones estructurales de los procesos sociales, y aquí sigue siendo la demografía histórica la base inexcusable de toda plataforma de investigación. Demás está decir que sus fuentes son archiconocidas. PABLO RODRÍGUEZ La relación de la investigación y las fuentes en las que se basa es incuestionable. Si bien hace mucho se estableció la importancia que tienen las hipótesis y las teorías en el proceso investigativo, resulta llamativo cuán determinantes pueden llegar a ser las fuentes. No son pocos los casos en los que el estudio de un problema de interés se ve limitado por la falta de fuentes. Respecto al propio campo de la historia de la familia, no cabe duda que fueron los profundos cambios ocurridos en la formación y vivencias familiares, los que demandaron urgentes explicaciones históricas. Dichos interrogantes plantearon a los historiadores cambios de gran significación. Uno fue la formulación de nuevas preguntas, pero también sucedió la relectura de las fuentes tradicionales y, especialmente, la disposición para la apropiación de nuevas fuentes. Esta especie de revolución llevó a que a los tradicionales archivos civiles y religiosos, se integraran las colecciones epistolares, las autobiografías, las fotografías, la arquitectura doméstica y los museos de trajes y objetos personales. Es como si los historiadores de la familia hubieran logrado liberarse, gracias a su imaginación, de la servidumbre de las fuentes. JOAN BESTARD Dado que soy antropólogo social voy a contestar en un sentido diferentes a como lo haría un historiador. Para nosotros las fuentes son nuestros informantes. Es importante saber conversar con ellos, conseguir una cierta empatía y comprender los sentidos que rigen sus acciones. De alguna manera es un papel parecido al del historiador, pero en sentido inverso. Así como un historiador tiene que imaginarse a las personas concretas que hay detrás de las fuentes escritas, el antropólogo tiene que imaginarse lo que queda de significado después de largas conversaciones con los informantes. Tiene que fijar el significado a partir de la gente que habla, mientras que el historiador ya tiene el significado preciso en la fuente escrita, pero tiene que imaginarse quienes son los que hablan en la fuente. Para un antropólogo es importante saber seguir el sentido que marcan los informantes, es decir, saber interpretar el significado desde el punto de vista de los informantes. Puesto que he investigado cuestiones relativas a las relaciones de parentesco, la familia, la filiación y el matrimonio, uno de mis instrumentos para fijar el significado que dan los agentes a sus relaciones de parentesco fue la recogida de genealogías orales, una técnica válida para estructurar el universo del parentesco local. Esta técnica tenía claramente una limitación teórica, cuando la apliqué hace años en Formentera. Es un hecho bien conocido por parte de los antropólogos que se dedican a estudiar relaciones de parentesco, que hay un 30

determinado tipo de sistema de parentesco que no tiene ningún límite interno, es una red que se va extendiendo indefinidamente; me refiero al parentesco bilateral, cognaticio o indiferenciado –es decir, el sistema que definido negativamente denominamos no-unilineal–. Esta situación conducía a afirmaciones locales del tipo “aquí todos estamos emparentados”; un tipo de afirmación que parecía obvia, que ni tenía que ser aceptada o refutada por los hechos, sino que simplemente tenía que ser entendida en términos locales. Tratar de entender esta falta de límites hablando localmente de la familia fue una tarea que acompañó la recolección de genealogías. Se trataba de observar donde se ponían los límites a esta red indefinida de parentesco; qué tipo de mecanismos daban al parentesco bilateral un carácter limitado. Un buen recurso fue confiar en la memoria familiar y ver cómo los sistemas de olvido proporcionaban unos límites, es decir, unos principios de identidad y pertenencia. Ante las paradojas a que conducía la consideración del parentesco como un dominio puro me pareció importante restituir su valor de sistema de símbolos relacionados con la forma de percibir la propia iden­tidad a través del tiempo. Es decir, se trataba de restituirle el papel híbrido que el parentesco tiene a nivel local. Se trataba de encontrar diferentes elementos que auto-delimitaban la indiferenciación de las redes de parentesco. ¿Cómo se forman unidades discretas? Me centré básicamente en la “casa” como categoría local que sintetiza diferentes formas de construir unidades discretas que entran en relación. Podríamos decir que encontré un punto de coincidencia entre el interés local por la casa y el interés teórico por la casa en antropología. En primer lugar estaban los nombres y la curiosidad local por hacerse un mapa mental de las relaciones a través de las formas de denominación de las casas. Por otra parte, analicé las relaciones entre “parentesco“, “localidad“ y “comunidad“. El parentesco no solamente contribuye a la formación de la identidad personal o doméstica, sino participa también en la constitución de la identidad colectiva. En este sentido “la casa“ aparece como la unidad elemental que corta la indeterminación de la red de pa­rentesco y se incluye en otras representaciones sociales. Como institución que con­densa el principio de la residencia (la “tierra“) y el de la descendencia (la “raza“) en una misma línea patrimonial, la casa se introduce como modelo para pensar la isla como una comunidad y la identidad de las personas pertenecientes a una misma localidad. Las representaciones de la reproducción social están mediatizadas por la casa como línea de continuidad patrimonial y, de esta manera, las ideas de “localidad“ se organizan junto a las de “consanguinidad“. Dada la importancia de la casa en el sistema de denominación y en la organi­zación de las ideas sobre la reproducción social analicé los tres componentes de esta unidad elemental: la residencia, las líneas patrimoniales y la alianza ma­trimonial. A través de los análisis de las formas residenciales relacioné la composición residencial con otros elementos del contexto social: las relaciones de género, la emigra­ción temporal, la distribución de la propiedad y la disposición del espacio domés­tico a lo largo de diferentes cambios sociales. De esta manera investigar la familia a través de las genealogías orales era el prisma a través del cual analizaba las relaciones sociales de una población determinada. 31

Las hipótesis de trabajo y los objetivos ¿Cómo se construyen las hipótesis de trabajo y qué papel juegan los problemas actuales? FRANCISCO CHACÓN JIMÉNEZ La abundante bibliografía y la diversidad temática del objeto familia, permiten plantear preguntas que giran alrededor de: relaciones sociales, dominación, desigualdades, cambio y movilidad social o permanencia y continuidad. RICARDO CICERCHIA La noción de ´régimen de historicidad´ remite a una herramienta conceptual que intenta descifrar la relación de una comunidad con su pasado, su presente y su futuro, y por cierto, a las genealogías propiamente históricas de cada evento social. Una aproximación histórica despliega, en general, tres registros, sinuosos y paradójicos. La mirada monumental, el punto de vista anticuario y la observación crítica. En nuestro caso, el de la historia de las formas familiares, se reclaman como encadenamientos que eventualmente podrían proyectar una cultura histórica. La historia monumental como veracidad icónica, de particularidad estricta. Conservación y veneración hacia lo envejecido, ese patrimonio de los antepasados. Y la historia crítica, siempre al servicio del saber y de la vida1. Así, el saber histórico deambula con las presiones del presente. Es nuestra obligación entender nuestro tiempo como resultado de condiciones de posibilidad, sobredeterminado y abierto al mismo tiempo. Sensibilidad vis a vis extemporaneidad, tensión desde donde nuestro métier ha dado respuestas en el campo específico de una manera crítica y profesional, comprometidas con una rigurosa vocación de conocimiento. Una salida posible es reinterpretar las prácticas familiares como expresión y formación de un sistema cultural. Lo simbólico posee entidad y es tangible como cualquier producción material. Las estructuras que representa, por cierto opacas en la mayoría de los casos, son realidades concretas. Los nuevos instrumentos deben capturar lo más local de los detalles y los más global de las estructuras, eso sí, de manera simultánea. 1 Resulta obvio que dicho protocolo, por cierto intempestivo, le pertenece en sus orígenes a Nietzsche (1873). Friedrich Nietzsche, Von Nutzen und Nachteil der Historie für das Leben (Stuttgart, Reclam, 1982). Traducción en castellano, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida (Madrid, Edaf, 2000). Yo leí el texto editado en Buenos Aires en 1945, algún tiempo atrás. Se trata de un libro perteneciente a la biblioteca circulante Harrods (Buenos Aires), Tomo 4843, cuya ficha se encuentra sin indicación de lecturas previas: De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos para la vida. Traducción del alemán, revisada y corregida por el Doctor Gabriel Moner (Buenos Aires, Editorial Bajel, MCMXLV). Como rogaba su etiqueta, intenté devolver el libro –acto fallido por supuesto por la desaparición de la institución–, y lo mantuve en perfecto `estado de higiene´. Vicisitudes de nuestra contemporaneidad.

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Los estudios de familia necesitan posicionarse como una indagación interpretativa en busca de significaciones en la dirección de delinear un nuevo campo –y discursos sociales–. Un mejor escrutinio de los saberes producidos sobre la familia debe expresarse en proposiciones bien establecidas en torno a la autoridad del pater, a los ciclos familiares y sus ritos de pasaje, a las identidades sexuales, a los intercambios con las instituciones sociales. Parte importante de nuestra indagación debe concentrarse en lo que denomino la dimensión cultural del análisis de las formas familiares. La percepción de que la familia armoniza las acciones humanas con un orden y proyecta ese mismo orden al plano de la experiencia, parece ya una verdad de perogrullo. A pesar de tanta etnografía acumulada, carecemos de una explicación analítica de toda esa cotidianeidad, se ha descuidado la manera concreta, empírica, vivencial, en que este proceso se realiza. Ampliar ese marco conceptual implica definir la familia como un sistema cultural que establece estados, motivaciones y vínculos profundos y duraderos, fomentando percepciones y concepciones de un orden general de existencia eficiente. Una nueva humanística que sí podrá hacerse presente sin demagogias ni malentendidos en los diagnósticos y proposiciones. PABLO RODRÍGUEZ Las hipótesis son las preguntas que orientan una investigación. Su formulación nace de la sensibilidad hacia ciertos problemas históricos. Las hipótesis surgen o se elaboran en el proceso de investigación. Su consistencia y pertinencia requiere el conocimiento de la literatura histórica que trata problemas relacionados con las preguntas que se formulan. Es evidente que en el caso del campo de la historia de la familia las hipótesis han tenido relación con los problemas que esta unidad social ha vivido en los últimos sesenta años. Sus profundas transformaciones, tanto en términos de estructura como de contenido y representación, han incidido en las preguntas que los historiadores se han planteado. Los estudios historiográficos han abordado el estudio de cuándo y cómo se llevaron a cabo las investigaciones más relevantes. Las obras más relevantes sobre la historia de la familia, lo son en cuanto formularon preguntas decisivas sobre los grandes cambios que ésta vivió a lo largo de los tiempos. JOAN BESTARD Es evidente que ninguna investigación puede prescindir de las hipótesis de trabajo que guían las preguntas que se van haciendo durante el proceso de investigación. Por otra parte las hipótesis dependen de teorías que desde un conjunto de hipótesis generales tratan de dar respuesta a cuestiones sobre qué es la sociedad, qué es la cultura, qué es la historia, o sobre el papel que tienen los 33

símbolos, la economía, la ecología, la estructura social o la estructura cognitiva en las relaciones y acciones sociales humanas. Las hipótesis son los instrumentos teórico más imaginativos para encontrar relaciones entre elementos que en principio no son obvias, que necesitan argumentos y pruebas para ser claramente establecidos y ser convincentes. Hay que tener en cuenta que en ciencias sociales no utilizamos las hipótesis como lo hacen las ciencias experimentales naturalistas. Ni el trabajo de campo del antropólogo ni en trabajo en archivos del historiador pueden compararse a un trabajo de laboratorio donde las variables son claramente controlables. Lo que hacemos es interpretar y matizar nuestros argumentos a partir de lo que nos dicen los informantes en el campo o lo que encontramos ya dicho en los archivos. De ahí que el proceso de escritura sea esencial en este trabajo argumentativo y de presentación de pruebas. En la etnografía antropológica como en la monografía histórica se pone a prueba la imaginación del autor en relación al estado de la teoría de su disciplina para hacer inteligible y relevante lo que los informantes dicen o las fuentes escritas significan. Un elemento importante en la imaginación científica del autor es su capacidad de plantear hipótesis que sean pertinentes para su tiempo, es decir, que tienen que ver con las preguntas que la sociedad tiene planteadas en cada momento histórico. Ello puede hacerse sin caer ni en el anacronismo o presentismo en historia ni en el etnocentrismo en Antropología Social. Si nos interesa investigar sobre el matrimonio en el pasado o en otras culturas, ello tiene que ver con las nuevas definiciones de matrimonio que la sociedad plantea con los matrimonios gays o con la sentimentalización de las relaciones íntimas; si queremos conocer la evolución de la familia, tiene sentido en relación a los cambios que en la familia están sucediendo en el presente; si creemos que es pertinente preguntarnos por las relaciones entre naturaleza y cultura en las relaciones de parentesco, es significativo en relación a los cambios en la percepción de la naturaleza humana debido a las transformaciones de la medicalización de la reproducción humana; si nos interesa analizar las relaciones de filiación desde un punto de vista comparativo o histórico, ello es debido a que ha habido un cambio profundo en la idea de patrimonio familiar. Los objetos de investigación y la interdisciplinariedad ¿Cuáles son los objetos de investigación y el significado de la interdisciplinariedad? FRANCISCO CHACÓN JIMÉNEZ Podríamos afirmar que hay tantos objetos como perspectivas, facetas o miradas ofrecen las familias en sus análisis temporales y en sus múltiples interacciones y relaciones sociales. Dichos objetos a la vez que se integran en la familia se proyectan hacia el exterior ofreciendo el análisis social imprescindible del conjunto de la sociedad y haciendo posible que toda historia de la familia sea siempre, y se convierta, en una historia de la sociedad. De esta manera tanto la biografía como el estudio de casos se integran en la historia social. 34

RICARDO CICERCHIA Podemos distinguir al menos cinco corrientes de análisis en la historia de familia. En primer término, los estudios dedicados al comportamiento de las familias de la elite enfocados en la interpretación entre el mundo doméstico y el poder. En segundo lugar, los vinculados a la demografía histórica que destacan una mirada de larga duración sobre los matrimonios, la fertilidad, la ilegitimidad, las migraciones y la estructura de las unidades domésticas. Un tercer punto de vista, que atiende a los aspectos jurídicoslegislativos pensando en la relación familia-Estado e indagando acerca de la evolución de los sistemas de herencia. En cuarto lugar, el abordaje a las cuestiones identitarias en torno a la clase social y al grupo étnico en el examen de prácticas endogámicas o exogámicas en la formación y la organización de las familias y en los ciclos de vida. Y por último, los enfoques que examinan el entramado familiar, las redes internas, las estrategias y performances y las relaciones de género. Todas áreas que destacan el papel de las mujeres en el seno familiar y la configuración del proceso de toma de decisiones dentro del universo doméstico. La manera en que los historiadores estamos tratando la familia es tributaria de las mencionadas tendencias historiográficas que la confirman como un sujeto histórico. Pero sobre todo, de los innumerables incidentes que la tienen como protagonista en la actualidad: políticas de intervención pública en el marco del desmoronamiento del Estado de bienestar; episodios de violencia doméstica abrigados por las visiones religiosas; resistencias a la aceptación de nuevos tipos familiares; estigmatización de las familias en situación de pobreza o indigencia; fragantes manipulaciones desde el discurso político y económico; entre otros tantos. Por esto mismo, la idea de familia no deja de ser problemática, sobre todo a la hora de pensar en los dispositivos de imposición desde el poder. La cuestión deber ser, por el momento, abordada no tanto sobre la naturaleza de esa construcción, sino en el estilo con el que es imaginada. Entonces la prevención de introducir una voz histórica sobre nuestra contemporaneidad se desvanece. Esta intrepidez, sumada a cierto propio compromiso social, produce variaciones de nuestra aprehensión del tiempo y una reflexión sobre el estado actual de la disciplina histórica en torno a los criterios de construcción del conocimiento. En otras palabras, problematizar el discurso histórico como un espacio socialmente útil y programático es, entre otras cosas, un ejercicio de empoderamiento de la memoria histórica y política de nuestras comunidades. A modo de conclusión, ensayo aquí siete fundaciones capitales para recuperar el encanto de la interpelación a las familias: 1) Combatir la preexistencia de una matriz patriarcal autoritaria en el orden familiar. 2) Reconocer el impacto negativo de la nueva lógica económica del capitalismo financiero sobre los mecanismos de reproducción social. 3) Revisitar las lógicas de la ‘razón familiar’ aceptando y promoviendo la diversidad. 35

4) Reinterpretar las prácticas familiares como expresión de un sistema cultural. 5) Repensar el trabajo, el matrimonio y la vivienda como pilares de la cuestiónsocial. 6) Reorientar los lineamientos de la investigación hacia los efectos familiares de los nuevos tipos e intensidades de pobreza y marginación. 7) Proponer un discurso de las formas familiares que ´historice´ el imaginario social y confronte con las visiones ideológicas. PABLO RODRÍGUEZ Si hay un campo de la historia que haya registrado mayor interdisciplinariedad es el de la familia. En su corta historia de construcción se reconocen la historia anticuaria, el derecho, la demografía, la sociología, la antropología, el sicoanálisis, la literatura, la iconología y otros. Estudiosos de esas disciplinas o historiadores con familiaridad con ellas, desarrollaron perspectivas analíticas de campos específicos de la familia. El carácter central de la familia en las sociedades del pasado y del presente, la ha convertido en una zona de enorme potencial investigativo. Es esto lo que explica la riqueza y novedad analítica de la historia de la familia. Son diversos los estudios que tratando un objeto específico, el de la historia de la familia, han merecido el reconocimiento del conjunto de la ciencias sociales. Ahora bien, resulta llamativo como en la historia de la familia se pueden advertir épocas, o períodos, en los que esas disciplinas definieron la orientación de las investigaciones. Fases que corresponden, en alguna medida, al ritmo de su emergencia y auge intelectual y académico. Han sido proyectos editoriales monumentales los que han permitido el acercamiento de esas distintas perspectivas y la construcción de una perspectiva de conjunto. JOAN BESTARD La historia de la familia ha sido un campo muy rico para desarrollar la interdisciplinariedad. Historiadores, demógrafos, antropólogos y sociólogos encontraron en la familia y sus historias un rico campo para intercambiar perspectivas teóricas disciplinares. En Antropología Social fue un campo que sirvió para pensar las relaciones de parentesco más allá del estructuralismo y el funcionalismo. La diacronía se imponía sobre la sincronía. Por otra parte, la perspectiva histórica superaba las grandes dicotomías como las de tradición y modernidad, así como la imagen de la gran familia campesina sobrecargada de funciones que nos habían dejado los estudios pioneros sobre el campesinado europeo. Obras como las de Jack Goody, Alan Macfarlane, Martine Segalen o Emmanuel Todd cambiaron definitivamente la manera como narrar la historia de la familia en Europa. Por otra parte, los estudios de caso sirvieron para poner a prueba estas grandes narrativas históricas de la familia. Los trabajos en el Sur de Europa fueron esenciales para poner a prueba hipótesis generales, así como la identificación de diferentes áreas culturales de estructuras familiares en Euro Asia. 36

Los estudios en España y su proyección en América latina ¿Qué situación presentan los estudios sobre familia en España y su proyección en América Latina? FRANCISCO CHACÓN JIMÉNEZ Siempre existe una línea de continuidad en América Latina para proseguir la evolución histórica de la familia en sus problemas actuales, mientras que en España esa línea se rompe cuando se trata de crisis y orientación familiar, tratamiento sociológico y terapias. Una línea de separación recorre en España el pasado y el presente. Lo cuál, creemos, es un error por cuanto desvincula de su carga histórica y evolutiva, dejándola aislada y sin perspectiva histórica. RICARDO CICERCHIA La historia de la familia se ha convertido en las últimas cinco décadas en uno de los campos más audaces de la historia social. Incógnitas, saberes y proyecciones fueron parte de sus desafíos esenciales. Un conocimiento construido en base a polémicas, desacuerdos y desmitificaciones. Hoy por hoy, las heterodoxias regionales y nacionales desde una mirada historiográfica son mínimas. Lo que también puede resultar un problema. Hay direcciones comunes, con aceptación de bifurcaciones bien dotadas y espacios para la innovación. Me animo a confirmar que atravesamos itinerarios más temáticos y conceptuales que nacionales, continentales o gramaticales, con la necesaria valoración de las tradiciones historiográficas de cada país. Existe una sólida comunidad internacional en torno al campo. Veamos… Entre los consensos más significativos, nuestra indagación académica ha demostrado inequívocamente la diversidad de las formas familiares a los largo de la historia –y del presente–, en torno a su morfología, funciones sociales, actitudes intrafamiliares, comportamientos económicos y redes de sociabilidad. Nunca existió un tipo único de familia, sí una organización micro-social que se alberga bajo un techo, comparte el fuego y planifica las trayectorias de vida de sus integrantes, parientes o no. El giro culturalista en las Ciencias Sociales, también había afectado tanto la mirada como el objetivo en el campo de la historia de familia. Fueron las advertencias hechas desde la antropología en la convicción de tratarse de un sujeto social de carácter eminentemente interdisciplinario, las que introdujeron la idea de sistema cultural que subsume las otras variables estructurales de la dinámica social potenciando el juego de prácticas y representaciones del escenario doméstico. Y en el punto de vista destacan dos perspectivas: la historia regional y local y la configuración de redes sociales y familiares. La eficiencia del concepto de región, ha sido objeto de permanentes discusiones que giraron en torno a la operatividad del mismo 37

para los análisis de las disciplinas sociales. Para los historiadores la región puede considerarse como el resultado de un proceso histórico que le da ciertas características homogéneas (región histórica); como un universo simbólico que afirma los rasgos de pertenencia de una sociedad particular localizada geográficamente (regionalismos); como el resultado de una planificación políticaeconómica (teorías del desarrollo y modernización); o bien como categoría de análisis que sirve para hacer inteligible la localización de procesos históricos en el espacio (región como campo). Las regiones, los pueblos, la comunidad, escenarios exclusivos de la indagación antropológica, fueron encontrando traducción en los intentos de la microhistoria. Derivado de la corriente transaccional, también se reforzaba la mirada etnográfica y el concepto de estrategia. Para evaluar objetivos y performances de estas estrategias individuales racionales se entendió la necesidad de reconstruir toda una red de relaciones basadas en el parentesco, las lealtades locales y la vecindad. La recreación de varios egos que explicaban mejor las dimensiones, alcances y consistencias de dicha interacción. Así se perfeccionaba un concepto esencial para el seguimiento de los procesos de reproducción familiar y de los principios y normas que gobiernan la transmisión de bienes tanto simbólicos como materiales, que templa mejor voluntades, performance y determinaciones de todos los actores, en el intento de una reconstrucción más íntegra y democrática de nuestros pretéritos. Para el caso de los estudios de familia, las bondades de esta nueva escala han sido más que evidentes y por varios motivos. En primer lugar por la discusión la operatividad de los términos región y estado nacional como marcos espaciales. Desde un punto de vista historiográfico, por el entrecruzamiento de los diferentes enfoques metodológicos desarrollados desde la historia local, la historia regional, la microhistoria, la historia nacional, lo que alimentó el necesario debate sobre las diferentes opciones teórico-metodológicas que subyacen en la definición de las escalas y delimitación de los temas y problemas del campo. Así, las formas familiares como organización social se configuran en los aspectos centrales de procesos históricos en diferentes espacios y dimensiones analíticas (económicas, políticas, sociales, demográficas, culturales). En segundo lugar, una idea de red familiar tributaria inicialmente del concepto sociológico de red social. En la década de 1960 el concepto de red aparecía en diversos trabajos de antropología social. El foco de atención estaba puesto en la forma en que las redes sociales unen o dividen a los individuos y a los grupos dentro de una categoría social considerada como dispositivo básico de estudio. En la configuración de las redes, el foco está puesto en las formas en que un grupo constituye una geografía propia. Por lo tanto, una red es una configuración social en la que algunas, no todas, las unidades externas que la componen mantienen relaciones entre sí. Entonces es posible pensar a la organización familiar en su actuación como colectivo relacional y como entidad social donde se conforman alianzas, relaciones sociales, modos de inversión o tipos de participación política. Una estructura que es al mismo tiempo una 38

entidad privada, donde sus contratos siempre involucran un entrecruce entre las esferas públicas y domésticas, donde ideas y acciones familiares se tiñen de intereses individuales que actúan en asuntos públicos en tanto se despliegan de manera emparentadas. En este marco, las familias son consideradas como grupos no corresidentes, unidos por vínculos de parentesco consanguíneo, por alianzas o relaciones de parentesco ficticio, que aparecen como datos frecuentes de la realidad para afirmarse ante la incertidumbre del mundo social. Un buen ejemplo de esto son las relaciones de compadrazgo, creando un lazo de cohesión al establecer, a través de una ceremonia pública, un padrino y una madrina frente a un ahijado/a, en escenarios de boda, nacimiento o bendición de una casa, estableciendo reglas y obligaciones claras, asumidas a partir de códigos comunes. PABLO RODRÍGUEZ Los estudios sobre historia de la familia son relativamente recientes en América Latina. No tienen más de cuarenta años. Sin embargo, estudiosos como Gilberto Freire, Aguirre Beltrán o Jaime Jaramillo Uribe advirtieron mucho antes problemas cruciales en la formación de las sociedades latinoamericanas. La esclavitud y el mestizaje fueron fenómenos sociales centrales que tuvieron especial incidencia en la estructuración social y cultural de los complejos familiares. De manera intuitiva y brillante estos autores, junto a otros, señalaron problemas que mantienen plena vigencia en la comprensión de la familia en esta zona del planeta. Algunos de ellos son, por supuesto, la jefatura femenina de hogar, la ilegitimidad de nacimiento, las relaciones interraciales, etc. En Latinoamérica, probablemente más que en España, las explicaciones sobre la formación familiar, sobre los comportamientos y las actitudes, en fin, sobre la cultura familiar, han tenido carácter de urgencia. Las explicaciones dadas por la tradición y la religión no podían sostener un entramado cada vez más debilitado. Los programas de investigación llevados a cabo en las últimas décadas, construidos en un diálogo fructífero con historiadores españoles, europeos y americanos, formularon preguntas de largo aliento. Si nuestro trabajo ha tenido algún sentido, y creo que lo ha tenido, ha sido el de intentar responder aquellas preguntas con argumentos convincentes, elaborados sobre una fuerte base documental. Los estudios sobre violencia doméstica, abandono y maltrato infantil, no sólo han servido para dar sosiego, sino para servir de apoyo a los cambios legislativos que están ocurriendo en cada uno de los países en materia familiar. Diversidad, una categoría tan cara y principal en los estudios de historia de la familia, adquiere todo su potencial en América Latina. La complejidad de su formación social a partir de los siglos XV y XVI, el peso desigual de las poblaciones indígenas, europea y africana, como la diversidad de los espacios regionales, dieron lugar a un abanico multicolor de composiciones y culturas familiares. A pesar de todo, las tentaciones de generalizar y homogenizar esa diversidad son muchas. 39

JOAN BESTARD Tanto en Historia como en Antropología Social es prioritaria la comparación. No podemos quedarnos en nuestro campo de estudio local ni en nuestro etnocentrismo disciplinar. Los estudios de la familia en América Latina han servido para añadir nuevos temas que habían sido poco desarrollados en los estudios de la familia en la Península Ibérica. Cito algunos: la importancia de las ideologías, la reproducción de la jerarquía social; los estudios de la marginación social y la familia; las diferentes lógicas familiares entre las culturas indígenas; el papel del patriarcado y la matrifocalidad en diferentes poblaciones. Para acabar quisiera subrayar como la comparación ha sido fundamental en Antropología Social para el desarrollo de las teorías de las relaciones de parentesco durante el siglo XX y principios del XXI: las investigaciones entre los aborígenes Australianos fueron centrales para el desarrollo de la teoría de las estructurales elementales del parentesco; las etnografías hechas en África sub-sahariana fueron la base para el desarrollo de la teoría de la filiación; las investigaciones más recientes en Melanesia fueron capitales para incorporar en las teoría del parentesco la noción de persona, cuerpo, así como el contraste entre masculino y femenino; actualmente los estudios entre los pueblos Amazónicos son fundamentales para repensar la relación entre naturaleza y cultura, uno de los pilares básicos sobre el que se ha construido la teoría del parentesco clásica. Sin comparación no es posible el desarrollo de la teoría.

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TEORÍA Y PRÁCTICA HISTORIOGRÁFICA A) TEORÍA Y MÉTODO

NUEVAS TENDENCIAS DE LA DEMOGRAFÍA HISTÓRICA EN ESPAÑA: LAS INVESTIGACIONES SOBRE HISTORIA DE LA FAMILIA

Llevar a cabo un estado de la cuestión sobre cualquier objeto de investigación histórica constituye siempre un difícil empeño sobre todo cuando no se ha desarrollado, previamente, un debate epistemológico y conceptual que permita precisar los términos y definiciones del objeto, y se carece igualmente de los suficientes estudios empíricos como para establecer análisis comparativos que permitan no sólo una síntesis sino establecer unos denominadores comunes. A pesar de ello, la historia de la familia salta en los primeros años de la década de los 80 a las revistas, dossiers y propuestas de divulgación histórica. Lo que da lugar a una paradójica situación, ya denunciada en 1979 por Bernanrd Vincent: ”le théme de la famille a eté negligé: faute d’elemente”. La creación de propuestas conceptuales aplicadas a la evolución histórica constituye uno de los factores más innovadores. Los conceptos de transición y de protoindustrialización han supuesto una revisión teórica trascendental en la recuperación y visión del pasado. La familia, sin poder alcanzar dicha categoría por su carácter institucional, sí que permite, al menos, plantear una revisión del pasado que tiene entre sus métodos de trabajo desentrañar el tipo y las características de las interinfluencias y relaciones a las que hemos aludido, además de lograr colocar en las complejas redes y entramado de la realidad social los sistemas y mecanismos de funcionamiento de la sociedad, pero no desde la búsqueda de verificación de teorías en datos cuantitativos, tipologías más o menos abstractas o modelos formales simplificados, sino en la sutileza del análisis, que, como el de Giovanni Levi (1990), ponen de manifiesto la estrategia –que puede servir de modelo– llevada a cabo por una pequeña comunidad agraria para luchar contra la inseguridad que la inestabilidad e imprevisibilidad del ciclo agrario y la dificultad de control del mundo político y social le crean continuamente. Yen este contexto el mercado de la tierra y las estrategias familiares sugieren algunos de los principios normativos sobre los que la comunidad se organizaba. El mundo de las relaciones, no ya horizontales entre parientes, sino también verticales en la red de las clientelas, la protección, las fidelidades, colocan a la 43

historia de la familia, como afirma Levi, en un contexto esencial que explica sus comportamientos y estrategia, en la que cada núcleo concreto no actúa aislado sino que es llamado a realizar sus opciones en el sinuoso recorrido de una compleja red social esencial para su supervivencia (Levi, 1990:7). Esta perspectiva es, evidentemente, muy distinta y supone un cambio de nivel, que se confirma con las aportaciones de Robert Rowland que a continuación indicaremos, respecto a la investigación que, entre 1969 y 1985 aproximadamente, se ha llevado a cabo sobre la historia de la familia, y que ha permitido construir geografías cerradas desde el punto de vista de la definición funcional y estructural de la familia, y que encierran una simplificación –la familia como unidad de residencia– de la que es necesario salir, sin que por ello sea preciso abandonarla, pero tampoco tenerla en exclusividad. Desde esta perspectiva y propuesta conceptual, intentaremos plasmar en estas líneas un doble objetivo: sintetizar lo realizado hasta ahora sobre historia de la familia en España; eso sí, sin ánimos exhaustivos ni de erudición, lo que sería, por otra parte, imposible en un artículo de síntesis y tampoco es mi objetivo, sino más bien subrayar las grandes líneas de investigación seguidas hasta ahora; y en segundo lugar, plantear algunas propuestas y nuevas perspectivas de investigación siendo coherente con nuestro enfoque conceptual y epistemológico. Pero antes de abordar este doble objetivo hay que considerar la reciente propuesta de Robert Rowland sobre un necesario cambio de nivel en el análisis de la historia de las poblaciones (Rowland, en prensa); y ello por dos razones. La primera porque la problemática de los regímenes demográficos es intrínsecamente interdisciplinar, pués sólo en relación directa con el contexto socio-económico y cultural se pueden explicar las variables demográficas, especialmente nupcialidad y mortalidad; en segundo lugar, porque no es posible establecer la naturaleza de las relaciones entre los mecanismos demográficos y sus respectivos contextos sin cambiar el nivel de análisis. Un cambio que exige partir de los modelos que los censos de población permiten establecer, utilizando la documentación local entonces desde una doble vertiente: mediante la reconstitución de familias para así conocer fecundidad, intervalos intergenésicos, duración media de las parejas, edad de acceso al matrimonio y las restantes variables biológicas, pero no con el carácter repetitivo y rutinario con que hasta ahora se ha planteado, sino para confirmar, matizar o completar las líneas generales que el modelo demográfico, como marco global, nos ofrece. Y poder discernir las especificidades de los distintos ámbitos territoriales; sobre todo por la influencia de las variables económicas y la estrecha relación entre salarios y nupcialidad y la trascendencia del mercado y los precios sobre la crisis de subsistencia. Dentro todo ello de un régimen de fecundidad natural. En segundo lugar, los análisis nominativos mediante el cruce de fuentes, y el recurso a la informática permitirá dar un salto cualitativo que tienda a la identificación y caracterización de los distintos grupos sociales y al levantamiento de genealogías sociales que permitan analizar la movilidad social y los mecanismos de constitución de los grupos de poder. 44

De esta manera conseguiríamos, como dice Rowland, no sólo liberar a la demografía histórica española de su dependencia respecto a los modelos francés e inglés, sino además, avanzar en el proceso de conocimiento de la sociedad española a través del análisis de la institución básica en cualquier sociedad: la familia, máxime en la española por lo que ya hemos indicado. Si tuviésemos que señalar la procedencia y el origen de las investigaciones sobre historia de la familia, tendríamos que apuntar hacia una triple vertiente: Por una parte, la proveniente de la demografía histórica francesa, que al comienzo de los años 70 tiene en Antonio Eiras Roel y sus discípulos un significativo ejemplo, que culmina una década después, aproximadamente 1984, con las propuestas de modelos demográficos: arcaico, mixto y evolucionado (Eiras, 1984), que se podría completar con los modelos demográficos regionales: central, norteño, ibérico-levantino y bético, establecidos a partir del censo de 1787 (Eiras, en prensa). Esta corriente adquiere carta de naturaleza en la historiografía española, con independencia de los postulados científicos franceses y junto con otras corrientes y tendencias historiográficas de enorme relieve y trascendencia científica, al constituirse y crearse en 1983 la Asociación de Demografía Histórica (ADEH). Pero el desarrollo más importante de cara a la historia de la familia ha sido la confirmación del artículo de Hajnal (Hajnal, 1965: 101-143) sobre el modelo europeo de matrimonio, que, aparte de trazar una líneas divisorias, ha logrado un significativo avance al permitir poner en relación edad al matrimonio, estructura familiar y sistema de herencia. Siguiendo este análisis y tomando como referencia el Censo de Floridablanca y los del siglo XIX nos encontramos con tres modelos; el primero corresponde a la región centro-meridional y al sur de una línea que corre de Lisboa a Logroño y que atraviesa la parte meridional de Aragón y Cataluña, y que se caracteriza por familia nuclear y sistema de residencia neolocal, matrimonio casi universal y precoz con elevadas tasas de natalidad y mortalidad; régimen, por tanto, de alta presión con escasa significación de la nupcialidad como regulador del sistema. Las regiones del Noroeste, Portugal, Galicia, Asturias y País Vasco, forman un segundo modelo, con una nupcialidad muy restringida, familia troncal, la hija podía ser heredera y tanto la fecundidad general como la mortalidad alcanzan un nivel atenuado. Un tercer modelo corresponde al territorio septentrional catalana-aragonés, con familia troncal patrilineal y matrimonio femenino precoz (Rowland, 1968: 72-137). Si estudiásemos con cierta profundidad las dos propuestas de división geográfica sobre los distintos modelos demográficos y de familia en la Península Ibérica, se puede comprobar que, aparte de la evidente coincidencia geográfica entre ambas propuestas y una mayor integración en la de Rowland, nos encontramos ante una línea de investigación en la que se debe de seguir profundizando tras haber logrado superar el impasse al que nos condujo la tesis evolucionista de Pierre Chaunu (Rowland, 1988: 72-137), a la vez que se observa la penetración de influencias muy distintas en la historia social de la población a través de una y otra propuesta. Sin que este comentario pretenda, en absoluto, plantear ambas 45

divisiones de modo contrapuesto, sino complementario e, incluso, directamente interrelacionadas, sí que es necesario dejar de manifiesto el punto de partida del que proceden ambas y la evolución historiográfica que han seguido. Hajnal parte de una división regional entre una línea imaginaria que corre de Trieste a Leningrado, al Este de la cual el matrimonio es precoz y casi universal, mientras que al Oeste el celibato definitivo incluía al menos al 10% de cada generación y el resto casaba a edades superiores a los 24-25 años, lo que desde el punto de vista de la reproducción biológica suponía hacer entrar como mecanismo regulador el freno preventivo (preventive check) de Malthus. Situación que parece guardar cierta relación con la gran transformación que en la Edad Moderna se produce en ese territorio de Europa y, por tanto, con la ética protestante y el desarrollo del capitalismo. Para Jack Goody la transformación se produce un milenio antes, aproximadamente hacia el siglo IV, momento en el que tiene lugar la cristianización y la secta se convierte en Iglesia, poniendo ésta un especial interés en conferir a los sacerdotes el control sobre las estrategias de la herencia y los matrimonios endogámicos, para lo que se proscribe un conjunto de acciones como poligamia, concubinato, divorcio, segundas nupcias y, sobre todo, endogamia. Las diferencias que observa Pierre Guichard entre las estructuras de la cultura cristiana indígena y las impuestas por los conquistadores del litoral norteafricano, no parece que sean tan claras para Jack Goody (Smith, 1988: 55-71), quien ve en la preferencia monogámica de los pueblos de la ribera circunmediterránea una característica del sistema de parentesco que deriva de la transmisión divergente o participación directa de la mujer en la transmisión –que no gestión– de la tierra a través de la herencia. Lo cual, aparte de vincular, en opinión de Goody, a los pueblos de Europa con los de las orillas norte y sur del Mediterráneo –aunque sería necesario hacer extensiva tal similitud al régimen matrimonial y al sistema familiar y aquí, por las informaciones que poseemos (distinto régimen jurídico y consuetudinario y el reforzamiento de las estructuras cristianas tras Trento) las diferencias a partir del siglo XVI serían muy notables–, demuestra la necesidad de estudiar regionalmente la historia de la familia. Especialmente en el caso de España, por cuanto la parte meridional tiene una vinculación mediterránea que la convierte en muy específica frente a la realidad histórica del Noroeste y la zona septentrional de Cataluña y Aragón. De todas formas, la edad de ingreso femenino en las primeras nupcias pone en duda que la unidad de la zona circunmediterránea quedara rota por los procesos derivados de la transformación del cristianismo de una secta en una Iglesia a partir del siglo IV. Así pues, la propuesta hecha por Chaunu en los años 70 toma como punto de partida las tesis de Hajnal y llega a la conclusión de que nos encontramos ante un proceso único, aunque con ritmos distintos, dentro de un sistema de civilización de la cristiandad latina, que irá imponiéndose paulatinamente con un carácter teleológico que ha hecho comparar los resultados de algunas regiones españolas con estudios sobre Francia o Inglaterra. Inspirada en esta propuesta se encuentra la división llevada a cabo por Eiras, en donde 46

compara el régimen demográfico y el sistema familiar gallego con Francia e Inglaterra para considerarlo arcaico, evolucionado o mixto (Eiras, 1984: 249-257). No se tienen en cuenta aspectos conceptuales (Chacón, 1987: 23). Por otra parte es necesario considerar también los problemas de mercado y salario que hacen difícil la equiparación de un régimen a otro, aunque las variables demográficas alcancen niveles semejantes, pero ello se produce en contextos muy diferentes. Por su parte la propuesta de Rowland, aun teniendo el mismo origen, critica la tesis de Chaunu, integrando en su análisis las tres variables que Hajnal había tenido: edad al matrimonio, estructura familiar y sistema de herencia. Las invitaciones de Smith a plantear modelos distintos entre las diferentes regiones españolas y las investigaciones realizadas hasta el momento presente confirman no sólo la diversidad regional, sino que incluso contextos tan amplios y vagos como familia mediterránea no son válidos (Chacón, 1990: 7-10). A los planteamientos de la demografía histórica francesa les van sustituyendo, paulatinamente, tanto la fuerte influencia de los postulados del Cambridge Group como de la antropología social histórica. Es preciso colocar como ejes cronológicos tres puntos de referencia fundamentales: el trabajo de Vicente Pérez Moreda: “Matrimonio y familia. Algunas consideraciones sobre el modelo matrimonial español en la Edad Moderna”, escrito en 1978, aunque publicado ocho años después (Pérez Moreda, 1986: 3-52); el estudio de David Reher: “La importancia del análisis dinámico ante el análisis estático del hogar y la familia. Algunos ejemplos de la ciudad de Cuenca en el siglo XIX” (Reher, 1984:107-135). Y el trabajo de Robert Rowland: “Sistemas matrimoniales en la Península Ibérica (siglos XVI-XIX). Una perspectiva regional”, que, presentado a las jornadas constitutivas de la Asociación de Demografía Histórica (Madrid, 1983), no se publica hasta 1988 (Rowland, 1988: 72-137). Habría que añadir los seminarios celebrados en Oeiras. Es decir, entre 1978 y 1984 disponemos de un marco empírico y teórico de reflexión que se superpone a la influencia, tanto francesa –en cierto retroceso a partir de mediados de la década de los ochenta– como del Cambridge Group, mucho más potente y viva por la fuerte personalidad científica de Meter Laslett y de los propios postulados de algunos de sus miembros; y la antropología social histórica, que tiene en Carmelo Lisón, Joan Bestard, Dolores Comas, Xavier Roigé, Andrés Barrera y Joan Frigolé algunos de sus mejores representantes. Sin embargo, no puede extrañar que ante esta cronología la historiografía internacional ignore, prácticamente, al menos en las obras de síntesis (Burguière, Klapisch-Zuber, Segalen y Zonabend, eds., 1986), la producción española. Nos encontramos, por tanto, con una situación al comienzo de la década de los 90 favorable para avanzar en el proceso de conocimiento de la evolución histórica de España entre los siglos XVI y XIX. Primero porque tenemos definido claramente un objeto y un objetivo científico: familia y reproducción social del sistema respectivamente; segundo porque es absolutamente imprescindible regionalizar la investigación por el distinto contexto socio-económico y jurídico de las diferentes áreas territoriales que conforman a partir del siglo XVIII un estado falsamente integrado; y tercero, porque somos conscientes de la especificidad de dicho proceso 47

histórico. Lo que no significa que no tengamos todavía que despejar determinadas rémoras, como investigaciones cuyo objetivo final y único es la tipología estructural, la falta de contextualización socio-económica y cultural o seguir manteniendo que el único campo de interés de la familia es el de la mentalidad. El primer desafío que tienen los estudios sobre historia de la familia es el mismo que cabe a la demografía histórica y a la historia social de la población: desprenderse de los métodos aplicados en otros laboratorios europeos, que corresponden a contextos distintos, teniendo en cuenta que se necesita introducir matizaciones regionales y especificidades históricas y culturales propias de la Península Ibérica. Y la obligada regionalización de los estudios y, sobre todo, de las comparaciones. No es casualidad que hayan surgido en el ámbito mediterráneo los primeros seminarios: Murcia desde 1981, Palma de Mallorca en 1986, con carácter permanente; que varias publicaciones se hayan orientado en la línea de una investigación territorial que intenta desentrañar de modo comparativo los elementos de articulación social, o que se haya confirmado la inexistencia de una familia mediterránea, de la misma manera que una familia española, a causa, precisamente, de la diversidad de situaciones y comportamientos que se encierran en el conjunto de la Península Ibérica. Especificidades que matizan los modelos en vigor y sirven, sobre todo, para ampliar el obligado sistema de relaciones que es necesario investigar y estudiar en el caso de la familia. El mercado y los sistemas de trabajo de la tierra, la estructura de la propiedad o la transmisión de la herencia, unidos a la intensidad nupcial y al mayor o menor celibato así como las costumbres, tradiciones, autoridad y jerarquía familiar, son algunos de los elementos indispensables en el complejo sistema de relaciones. Junto a los dos seminarios “mediterráneos” la década de los ochenta ha asistido también, en sus últimos años, a la implantación del seminario “Relaciones de poder, de producción y parentesco en la Edad Media y Moderna (Pastor, C.S.I.C., 1988), y a la reciente constitución sobre “Familia y nobleza en la España del Antiguo Régimen” (Atienza, Universidad Autónoma de Madrid, 1991). Los frutos de lo que podríamos denominar segunda fase, 1981-90, que cronológicamente se encadena con la primera (1978-84), abarcan un amplio campo en el que se ha profundizado sobre tres realidades: la complejidad y diversidad que presenta la familia en el Mediterráneo; las relaciones sociales de producción y parentesco, y la especificidad de la nobleza. Pero tal vez lo más importante sea destacar las perspectivas que se abren desde estas diversas orientaciones, ya que recogen los presupuestos científicos mencionados más arriba y sólidamente implantados en la primera etapa, y se preparan, además, para recoger algunas de las sugerencias, como la de Vicente Pérez Moreda: “los expedientes de dispensas matrimoniales de los archivos eclesiásticos españoles no han sido aún explotados sistemáticamente… y por lo mismo el estudio social de consanguinidad necesario para construir la historia de la práctica matrimonial y de la familia está aún por hacer” (Pérez Moreda, 1986: 25). Estas palabras, pronunciadas en 1978, todavía se encuentran en plena vigencia, lo que nos coloca ante otro de los importantes y fundamentales desafíos a los que se enfrenta la historia social 48

de la población y la historia de la familia, sobre todo si tenemos en cuenta que el parentesco es uno de los mecanismos de regulación del sistema matrimonial. Numerosas investigaciones se imbrican y entremezclan con estos tres focos de atención, sobre todo en el terreno de la antropología social histórica (Comas, 1980; Bestard, 1986; Bermejo, 1988; Roigé, 1989; Barrera, 1990). Esta etapa ha estado problematizada por la discusión de dos factores fundamentales: la dificultad de aplicación del esquema de Cambridge Group a la realidad social española, y las relaciones entre estructura familiar, propiedad, sistemas de trabajo de la tierra y herencia. En el primer caso el debate ha derivado hacia una mayor precisión en la definición y, por tanto, diferenciación de los términos hogar, casa y familia. Creemos que ha quedado en cuestión el significado y la realidad social que se esconde detrás del término familiar nuclear, muy diferente al de otros territorios. James Casey y Bernard Vincent afirman que: “detrás de la aparente uniformidad de la familia nuclear se esconden diferencias sensibles” (Casey y Vincent, 1987: 187). Respecto a hogar, Isabel Moll afirma que “la utilización de la categoría hogar, con la residencia como elemento definitorio, no sirve para analizar todo tipo de estructura familiar, como ocurre en el caso de la nobleza mallorquina, no sólo porque ésta no tenía hogar, sino porque se excluirían comportamientos relevante como los referidos a costumbres y modos de vida” (Moll, 1987: 233). Por su parte, David Reher distingue de manera más nítida y rotunda entre hogar y familia, entendiendo el hogar en su sentido espacial, lugar de residencia, mientras que la familia es una institución con vínculos de parentesco (Reher, 1988, 149-150); sin embargo al no introducir en el binomio el tercer y básico elemento de la discusión: casa, creemos que aún siendo válida su definición, queda incompleta. Sobre todo no porque el 90% o más de un padrón de habitantes pueda tener exactamente igual su estructura del hogar que su estructura familiar, sino porque las redes del parentesco y los vínculos familiares y las solidaridades rompen las prácticas físicas de la casa o del hogar para adquirir una dimensión mucho más social, que tiene que ver con las funciones de la familia. De nuevo recurrimos a la palabra de Casey y Vincent: “uno puede preguntar, en primer lugar, si la arquitectura de la casa granadina no vacía de su sentido el concepto de familia nuclear” (Casey y Vincent, 1987: 191). Si consideramos que este problema tiene una especial relevancia, ello es debido a la peculiar conformación histórica de la Península Ibérica, a la vez que a los planteamientos conceptuales y metodológicos de la antropología social histórica y del objetivo que nos trazábamos: la reproducción del sistema social, para cuyo logro nuestro interés se centra fundamentalmente en la familia como institución y ámbito de reproducción biológica y a la vez espacio privilegiado de socialización. Así pues, creo conveniente proponer una serie de consideraciones sobre tipología y sistema de residencia que nos permitan colocar en su justo lugar la utilización de unas fuentes (padrones y censos) cuyas posibilidades de reflejar la realidad social puede ir mucho más allá de expresar una determinada estructura del hogar. 49

En primer lugar, las listas nominativas reflejan formas de residencia que no deben confundirse con formas de familia. Estas se encuentran desde el punto de vista de la realidad social, muy por encima de aquéllas; ahora bien, son mucho más difíciles de clasificar y encerrar en una determinada taxonomía que permita una rápida y sencilla comparación. Los factores que influyen sobre las formas de familia y que forman parte de su propia composición son tan diversos como los propios elementos que podríamos utilizar para definir formas de familia: conjunto de actividades y funciones como producción, distribución, socialización y reproducción llevado a cabo por personas relacionadas entre sí mediante lazos de parentesco, aunque no exclusivamente. Una segunda consideración, en relación directa con la primera, es la posibilidad de que formas de residencia y de familia puedan superponerse. En cualquier caso, lo que resulta fundamental es saber por qué en una determinada comunidad las formas de residencia son de un tipo y no de otro. En tercer lugar, y dando un paso adelante en el complejo sistema de relaciones que es y permite, hay que confirmar que estructura familiar y sistema de transmisión guardan una estrecha relación, aunque no es determinante, pues los matices en los sistemas de herencia son tales que la simple diferencia entre formas no divisibles y divisibles constituye un cierto reduccionismo, no en la regulación del cuadro jurídico, sino en las adecuaciones precisas y concretas de cada grupo social, en cada comunidad y en cada momento histórico. Diremos, por último, que las tipologías, si bien encierran un camino comparativamente fructífero, pueden conducir a transformar en semejante lo que es producto y consecuencia de procesos culturales y sociales diferentes. Por eso es necesario considerar factores de vecindad, trabajo, parentesco, en lo que en realidad son grupos de residencia familiar, pero no unidades familiares independientes. Desde este punto de vista, el estudio de la historia de la familia siempre admitirá la historia del hogar como punto de partida, referencia y hasta comparativo, pero nunca como análisis independiente y absolutamente diferenciado de la familia que le envuelve socialmente y de la casa que les acoge físicamente. Las distintas tipologías que los padrones ofrecen no son más que factores indicativos que es necesario completar para una aproximación a la realidad social de una comunidad. En cuanto al concepto de residencia, sobre todo la neolocal, no se puede entender como un proceso individualizado por el que el nuevo hogar es independiente de sus respectivos núcleos de procedencia y no guarda relación alguna. Esta manera de entender el concepto de residencia debe ser revisada, pues de nuevo la realidad social compuesta de factores económicos, relaciones de trabajo, de parentesco o de redes de solidaridad familiar y vecinal, se encuentra por encima de un concepto muy debilitado por lo que acabamos de señalar y por el sistema de patrivirilocalidad, que limita claramente el concepto expresado. Por otra parte, el sistema de herencia y la costumbre social de practicar por la nueva unidad familiar una separación más física que real de la autoridad paterna y, sobre todo, de la unidad de explotación económica y las relaciones de producción, 50

son aspectos que explican una nueva residencia física, incluso, si se encuentra muy próxima de la casa del padre o aún en habitaciones de la misma casa. Es lo que ha demostrado claramente Reher en su análisis sobre Cuenca (1984: 107135), Vroelant sobre Versalles (1988: 639-658) o Gambín y Martínez García en una parroquia de Murcia (1989: 111-125). Teniendo en cuenta estas consideraciones, podríamos preguntarnos qué líneas de investigación es necesario potenciar o qué facetas no han sido tenidas en cuenta para conocer los mecanismos de perpetuación y reproducción del sistema social y la mayor o menor movilidad de éste. Dos orientaciones se hacen necesarias: • Pasar de la historia de la familia a la historia de las familias, teniendo la capacidad suficiente de relacionar la esfera de lo general y la de lo particular. El esfuerzo de método y concepto debe ser aquí especialmente notable. Y la genealogía social y el estudio de las biografías puede ser uno de los mecanismos que permita dicha relación. • Es necesario dar un salto cualitativo a través de la problematización de la historia de la familia mediante la interrelación de las distintas variables a considerar. Para lograr estas dos propuestas es necesario considerar: 1) Que alianza, familia y parentesco constituyen denominadores comunes en los mecanismos de reproducción y control social. Matrimonio y patrimonio, es decir, familia y propiedad, son dos realidades estrechamente ligadas y que forman el eje de vertebración social fundamental para comprender los mecanismos de funcionamiento de la familia y el poder local como el medio donde se desarrollan las relaciones sociales y se refleja la manera en que se constituyen las redes clientelares y los grupos de poder hacia alianzas familiares cuyo objetivo fundamental es controlar los recursos económicos. 2) Es necesario establecer un análisis de la familia socialmente diferenciada mediante una triple relación: a) estructura de edades del cabeza de familia; b) estructura y tamaño de la familia; c) grupos socio-profesionales. De aquí se deriva una clara relación directa entre mayor status social y mayor tiempo de permanencia en el hogar paterno y, como consecuencia, una edad de acceso al matrimino y a la dirección de la familia más elevada. 3) Atención al desarrollo del ciclo de vida y su relación con el binomio consumo-trabajo. En consecuencia es necesario orientar nuestras investigaciones desde la óptica nominativa, mediante el cruce de fuentes y que se dirija hacia la reconstrucción del patrimonio y del status social y el conocimiento de la estructura familiar, tanto en su ciclo de vida como en su dimensión espacial, económica 51

y de relaciones de parentesco, que permiten captar la verdadera dimensión de la familia integrándola en las redes genealógicas, que posibilitarán conocer y medir la movilidad social de la población hacia la estrategia familiar y de reproducción social. Para concluir desearía señalar algunos de los problemas y línea de investigación a los que es necesario prestar atención en los próximos años. Si en la historia social de la población se han producido hasta el momento presente dos avances metodológicos de enorme repercusión en el proceso de conocimiento, como han sido el método de reconstitución de familias al final de la de cada de los 50 y las propuestas de Hammel-Laslett y el grupo de Cambridge a partir de 1969, nos encontramos a las puertas de un tercer momento, mucho menos concreto, por cuanto no se materializa en una determinada propuesta (lo que desconcierta a los demógrafos e historiadores-demógrafos más partidarios de análisis estadísticos y cuantificables y les causa una notable inquietud metodológica), pero tal vez más apasionante, en el que la complejidad y la problematización de las variables concretada en la reproducción social del sistema y en la familia como institución y propuesta conceptual semejante a transición o protoindustrialización es el denominador común. En este contexto enunciaremos una serie de propuestas que no se deben de considerar como un programa a desarrollar, ya que carecen de la suficiente coherencia y están planteadas y enunciada como perspectivas absolutamente necesarias a considerar en el estudio de la familia, independientemente de que cada uno de esos bloques puede significar un proyecto de investigación en sí mismo. 1) Estudio del cuadro legal y de las costumbres. Varias encuestas nacionales de principios del presente siglo han permitido recuperar el conocimiento sobre una serie de tradiciones, modos de vida y comportamientos que algunas encuestas orales han ido confirmando o matizando, y que permiten retrotraernos a unas prácticas propias de la sociedad del Antiguo Régimen. Pese a la existencia de dichas fuentes, son pocas las regiones que cuentan con ediciones o reediciones, bien de la memoria premiada por la Real academia de Ciencias Morales y Políticas sobre Derecho Consuetudinario y Economía Popular, o la encuesta que el Ateneo de Madrid promovió en 1901 sobre costumbres populares españolas de nacimiento, matrimonio y muerte. Continuar con un análisis regional o plantear un proyecto de investigación más ambicioso en el que se comparasen e interrelacionasen ambas encuestas podría dar excelentes resultados. Pero no acaban aquí las referencias a la familia o a alguno de sus múltiples aspectos en documentos de finales del siglo XIX, principios del XX e incluso anteriores. Este país tiene una cierta tradición biográfica que arranca, precisamente, de la necesidad de justificación que el problema de la diferenciación étnica y limpieza de sangre origina en los siglos XVI y XVII. Historias locales justificando los gloriosos y limpios antepasados del grupo dirigente enlazan con el afán biográfico como símbolo de grandeza 52

de esas mismas clases dirigente en el siglo XIX. A estas referencias y vía de investigación hay que unirles los numerosos, pero a la vez desconocidos, todavía, archivos privados existentes en este país. En este sentido la Corona de Aragón, y en especial Cataluña, conserva un material cuya riqueza permitirá en el futuro conocer mucho mejor no sólo el comportamiento y la reproducción de los grupos dirigentes sino también de la burguesía y otros grupos sociales. 2) El papel de la Iglesia y la imposición de un modo de vida, así como la intensidad de resistencia al mismo y las diferencias cronológicas en los distintos espacios regionales, constituye otro de los grandes problemas sin resolver. De una cosa podemos estar seguros: la fuerte influencia de la Iglesia católica en el proceso de comportamiento social. La eliminación de las heterodoxias religiosas llevada a cabo desde finales del siglo XV se complementa con el intento de homogeneización de las prácticas cotidianas y la regulación del matrimonio, el cumplimiento de sus normas y el acatamiento de las prohibiciones. A través de manuales de confesores, constituciones sinodales y visitas pastorales y ad limina, podemos aproximarnos al modelo oficial que la Iglesia procura imponer. Pero la realidad no siempre responde a los deseos de la institución eclesiástica, sobre todo en zonas alejadas del clero y a quienes el alimento espiritual sólo les llega una vez a la semana en forma de misa. El noviazgo y el matrimonio constituyen el foco de atención del clero, ya que a partir de ellos se regulará la vida familiar, las normas de comportamiento y el modelo a imitar. 3) Cada vez es más necesario prestar atención a factores como parentesco, amistad o vecindad para poder explicar la realidad de la vida social y la estructura familiar, así como las solidaridades familiares o las relaciones de trabajo. También la conflictividad familiar forma parte de esta misma realidad. En definitiva, estamos ante el problema de la movilidad social en el que hay que tener en cuente que depende del sexo, la profesión y la herencia e, incluso, del mercado, entendido éste en el sentido amplio del término y no sólo como oferta y demanda monetaria o de productos. El levantamiento de genealogías en las que se relacionan familia, profesión y status social, unido a los estudios prosopográficos, están marcando una orientación que estamos seguros adquirirá un mayor relieve en el futuro. 4) Estudiado como un problema mental, la estructura de la autoridad y jerarquía dentro de la familia traspasa esa perspectiva para entrar en el ámbito de las relaciones familiares y los problemas de autoridad paterna. La vida doméstica y su perspectiva económica forman parte también de esta necesaria línea de investigación. Este bloque de problemas no quedaría completo si dejásemos de incluir el estudio de la mujer. Su responsabilidad económica en la constitución del núcleo familiar o en la herencia, o el papel pacificado a través del matrimonio, son factores básicos para comprender su significación familiar y social. 53

No existe un denominador común capaz de aglutinar la serie de aspectos que acabamos de señalar, pero si tuviésemos que buscar aquel que guarda mayor relación con todos ellos éste sería sin duda la formación de la familia y su posterior evolución biológica, económica y social, ligada con los sistemas de parentesco y su relación con las estructuras económicas y políticas de una sociedad. Nos encontramos ante un salto cualitativo que la problematización de la historia de la familia permitirá dar en un futuro más o menos inmediato mediante el desarrollo de las investigaciones propuestas. No se trata pese a lo que hemos mantenido recientemente (Chacón, 1990: 9) de articular lo estadístico y lo social, sino buscar una prioridad: genealogía social, y poner en relación el contexto demográfico y patrimonial que explica el comportamiento y la reproducción social. Poder-tierra-sangre forman el primer elemento del binomio, mientras que el segundo lo constituyen nupcialidad-fecundidad-migración. De donde se derivarían tres propuestas muy concretas de investigación: las relaciones de parentesco, la movilidad social y la estructura de la autoridad. La historia de la familia en España es una historia por hacer, como he escrito anteriormente, sin embargo es absolutamente necesario que este camino se emprenda si queremos comprender en su plenitud los mecanismos de funcionamiento de la reproducción social y el comportamiento de la sociedad. BIBLIOGRAFÍA Las referencias bibliográficas sobre historia de la familia tienen un origen muy diverso a causa de las diferentes disciplinas que tienen relación con ella: historia del derecho, antropología, sociología, etnografía, demografía histórica, historia de la mujer, historia. Por ello, el establecimiento de una síntesis de las referencias bibliográficas necesarias para una aproximación al conocimiento de la historia de la familia en España es un objetivo utópico. Por varias razones. En primer lugar, carecemos de compilaciones semejantes a la de David Reher y Vicente Pérez Moreda (1988). Sólo contamos con una recopilación bibliográfica: La familia en la España Mediterránea, Barcelona, 1987. La explicación de esta situación puede encontrarse en la no definición del objeto científico, su dispersión entre las diferentes ciencias sociales o la débil investigación existente. Por esta razón el establecimiento de un banco de datos se impone como un nuevo objetivo que no puede, evidentemente, ser reflejado en las indicaciones que haremos a continuación. Éstas son referencias a las últimas tendencias bibliográficas de los trabajos esenciales sobre historia de la familia en España. Excepto en un número muy restringido de casos, que tienen un sentido de orientación metodológica, no haremos alusión a la bibliografía internacional, que se puede, por otra parte, encontrar en las dos obras ya citadas. ANDERSON, M., 1988, Aproximaciones a la historia de la familia occidental (15001914), Madrid, Siglo XXI. 54

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LA HISTORIA DE LA FAMILIA. DEBATES METODOLÓGICOS Y PROBLEMAS CONCEPTUALES Sin familia no habría sociedad, Pero tampoco habría familia si no existiera ya una sociedad. (C. Levi Strauss, Historia de la Familia, I, 1988, prefacio, 13). RESUMEN La familia y su perspectiva histórica constituyen un objeto de investigación complejo, tanto por su relación con diferentes disciplinas como por el carácter explicativo de los distintos sistemas sociales. Ello ha originado diversos debate teóricos y conceptuales, sobre los que es necesario incidir para poder comprender el papel de la familia como institución jurídica y organización biológica y económico-social que explica, precisamente, dichos sistemas y el modo y forma en que se reproducen. Ante la proliferación de investigaciones y estudios sobre la familia, James Casey (1989) aconsejaba, en un brillante y sugerente libro, detenernos, recobrara la respiración y hacernos una pregunta ¿Qué nos proponemos? Aunque nuestra intención es ofrecer una respuesta, la empresa no resulta fácil tanto por la ausencia de una obligada y muy necesaria reflexión metodológica y epistemológica, como por el panorama que se dibuja en la historiografía española, consecuencia directa de la mimesis con que se adaptan los métodos y técnicas desarrolladas en los laboratorios europeos de muy escasa aplicación a nuestra realidad social histórica, especialmente en el complejo problema que nos ocupa. DEBATES METODOLÓGICOS Tal vez parezca obvio volver a subrayar la fuerte tendencia al conocimiento de las estructuras familiares que, desde 1969 y tras el congreso celebrado en el Reino Unido por el Cambridge Group, invades las distintas publicaciones 61

especializadas. Aun siendo ciertamente mucho más compleja la propuesta de Meter Laslett, la contraposición y ruptura con el modelo patriarcal que, según una lectura no muy adecuada se había transmitido de los textos de Le Play, terminó por simplificar y hasta caricaturizar una situación que quedó sintetizada en lo siguiente: predominio y antigüedad de la estructura nuclear sin influencia de los procesos de industrialización, urbanización y migración, frente a la tesis de la permanencia de la familia patriarcal y su disolución como consecuencia de los procesos citados. De todas formas, la propuesta de Meter Laslett habría que incluirla en un proceso que tiene a la reconstitución de la familia en la década de los cincuenta como un primer paso. a finales de los sesenta se produce el segundo avance metodológico importante con el sistema ideográfico y cuantitativo de Hammel-Laslett, mientras que a finales de los sesenta y, sobre todo, en la década de los ochenta las obras de Poni (1977), Merzario (1981), Delille (1985), Levi (1985) o Casey (1989), por citar algunas de las más notables dentro del contexto espacial en el que nos movemos, significan un tercer paso y una nueva dimensión, dentro de la cuál se intenta una comprensión del sistema social imperante y de los mecanismos tanto demográficos como económico-sociales y culturales que explican, justifican y legitiman un determinado sistema social. Desde esta perspectiva, la historia de la familia en España se encuentra atrapada no sólo por estas distintas tendencias que tienden a polarizarse entre, por una parte, el análisis demográfico interesado en medir el comienzo de la contracepción, las clases sociales que lo practican, la explicación y casuística de la crisis y alzas de la población en el Antiguo Régimen y la transición demográfica1 y, por otra parte, una historia de la familia realizada en colaboración con antropólogos y con una vertiente mucho más social, sino también por un cierto desconcierto producido por el sentido imperialista de la familia. Cualquier estudio sobre instituciones2, grupos sociales3, o en relación con la Inquisición4, por poner un ejemplo, tienen a la familia como protagonista. Comienza a manifestarse así un doble proceso. Por un lado, la especificidad del 1 Se ha exagerado, desenfocado, aisaldo y descontextualizado este rascendental problema historiográfico que implica factores culturales, mentales y de evolución económico-social. Para un análisis correcto e integrado del mismo véase R. Rowland (1989). 2 J. Fayard, Los miembros del Consejo de Castilla (1621-1746), Madrid, 1982. 3 Diferentes obras han abordado en los últimos años el estudio de la burguesía con una clara referencia a los grupos familiares. Véase J.I. Gómez Zorraquino, Zaragoza y el capital comercial. La burguesía mercantil en el Aragón de la segunda mitad del siglo XVII, Zaragoza, 1987; R. Franch Benavent, El capital comercial valenciano en el siglo XVIII, Valencia, 1989; R. Maruri Villanueva, La burguesía mercantil santanderina 1700-1850, Santander, 1990; M. Bustos Rodríguez, Burguesía de negocios y capitalismo en Cádiz: Los Colarte (1650-1750), Cádiz, 1991. Análisis más demográficos han integrado el estudio de un grupo social: la burguesía, y es posible hacerlo extensivo a otros, desde la perspectiva de la reproducción social mediante el matrimonio. Véase Ll. Ferrer i Alós, “Casament i reproducció social. L’exemple de la burguesía de Manresa en el segle XVIII”, La vida cuotidiana dins la perspectiva histórica, III Jornades d’Estudis Histórics Locals. Institut d’Estudis Baleárics. 1985. 4 J. Contrera, “Regidores y judaizantes (criptojudaismo, contrareforma y poderes locales), Cultural Encounters, Department of Medieval Renaissance Studies. U.C.L.A. Los Angeles (en prensa).

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sur de Europa y, en concreto, de Castilla y Aragón, en donde la sangre es un elemento de identificación, definición y rechazo a la vez que articulador de la jerarquía social y de las posibilidades de movilidad del cuerpo social. La trascendencia del fenómeno comienza a ser advertida y el análisis del parentesco deja de ser patrimonio de los antropólogos para formar parte de las consideraciones del historiador5. Por otro lado, la impregnación a un amplio campo de la investigación histórica podría dar lugar a la falsa impresión de que la historia de la familia se diluye en múltiples facetas y aspectos concretos, lo que significaría un debilitamiento del concepto familia y una pérdida del objeto de investigación histórica. La necesidad de análisis metodológico y conceptual es evidente y la primera reflexión se debe dirigir no tanto a evitar, sino a ser conscientes de la polarización entre las tendencias apuntadas a causa de la especialización y profundización de los objetivos de cada una. De la superación epistemológica de este primer y fundamental debate depende, en buena medida, las perspectivas de la historia de la familia. No se trata del predominio de una u otra tendencia, de una especie de síntesis o interrelación entre variables, lo que en sí mismo es necesario, sino de tener un objeto de investigación que logre explicar el sistema social y sus permanencias y transformaciones. Si partimos de este principio, las palabras de A. Wrighley alcanzó pleno sentido: “la historia de la población se fundamenta en una cuestión primordial: el sistema de reproducción…la madurez alcanzada por la historia de la población se ha manifestado a medida que se han puesto en evidencia las limitaciones de una investigación puramente demográfica y el matrimonio y la familia parecen de forma cada vez más clara el centro natural de interés” (Wrighley, 1985: 21). De todas formas, el problema metodológico ha quedado en su forma más expresiva y clara por Robert Rowland al manifestar que muchos demógrafos no se sienten cómodos al tratar la familia, pues piensan que es un objeto de investigación mucho más próximo a historiadores y antropólogos. Tras esta reticencia, continúa afirmando Rowland, no hay solamente una visión estrecha del objeto de los estudios demográficos, sino el viejo problema metodológico de las relaciones entre análisis ideográficos y estadísticos, entre investigaciones extensivas e intensivas o entre perspectivas macro y micro. Y es en la demografía familiar, en el contexto socio-económico y en la representaciones simbólicas del sistema familiar desde donde se pueden explicar mejor los distintos modelos demográficos, siempre que tengamos presente que, en la larga duración, la comprensión de las transiciones: emergencia de un nuevo modelo de nupcialidad en Europa occidental hacia 1500 y su posterior difusión, o bien la caida de la mortalidad seguida de la fecundidad primero en algunas regiones de Europa y a continuación en otras del mundo, hay que incluirlas en la reproducción social del sistema (Rowland, 1989: 39-40). Volveremos inmediatamente sobre este importante y fundamental concepto metodológico. Ese mismo año, Rowland concreta su propuesta para orien5 F. Chacón Jiménez y J. Hernández Franco, 1992.

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tar nuestras investigaciones desde la óptica nominativa-la informática resulta imprescindible-mediante el cruce de fuentes que apunten hacia la reconstrucción del patrimonio y status social y el conocimiento de la estructura familiar en su ciclo de vida y en su dimensión espacial, económica y de relaciones de parentesco, ópticas que permitan captar la verdadera dimensión de la familia integrándola en las redes genealógicas que nos hagan conocer y medir la movilidad social de la población (Chacón, 1990a:10). Tengamos en cuenta que en el ciclo doméstico las relaciones sociales y las relaciones de propiedad se encuentran en una contínua interelación. LA FAMILIA, EN EL PROCESO DE REPRODUCCIÓN SOCIAL No pretendemos analizar el significado del término reproducción, sino que lo entendemos como una categoría conceptual que, aplicada al conjunto de la sociedad, nos permita a través de la herramienta y el instrumento básico que es la familia medir, comprender, explicar y analizar cómo, de qué manera y a través de qué medios se llega a producir en cada generación una permanencia, incremento, disminución o/y, en definitiva, alteración de la estructura de las relaciones sociales y de poder en el seno de una comunidad. La pregunta que surge inmediatamente es porqué la familia tiene esta capacidad explicativa. Su carácter jurídico-institucional biológico y de aglutinante de valores sociales predominantes en el Antiguo Régimen hispánico, como la sangre, el linaje, el grupo familiar puede ser una respuesta satisfactoria, sobre todo por la pretensión de comprensión del sistema social, lo cuál le otorga una capacidad de análisis como ningún otro instrumento conceptual ni herramienta de trabajo científico ha tenido en la historia. Debe quedar claro que no nos proponemos una síntesis integradora, sino colocar a la familia en una dimensión metodológica y conceptual que, pese a no tener la potencialidad del paradigma transición o protoindustria, permita un conocimiento del sistema social y estimule un debate que enriquezca la escasa aportación teórica. La reproducción6 significa interdependencia, pues sólo se consigue cuando hay relación entre unas familias con otras. Fortes definió el ámbito doméstico como el sistema de relaciones sociales por medio del cual el núcleo reproductivo se integra en el medio ambiente y en el conjunto de la estructura social. Las normas, prohibiciones, formas y manera en que se produzca dicha integración reflejarán los mecanismos de funcionamiento del sistema social. Entrar en el análisis de este proceso sería no sólo demasiado complejo, sino prácticamente imposible por el desconocimiento de muchos aspectos. Uno de ellos es la 6 Sobre este tema véanse los trabajos de Raúl Iturra: “El grupo doméstico o la construcción coyuntural de la reproducción social”, 1987, IV Congreso de Antropología, Alicante, pp. 19-38; “La reproduction hors mariage. L’exemple d’un village portugais (1862-1983)”, Etudes Rurales, janv.-juin, 1989, 113-114: 87-100. También en el trabajo de Dolors Comas D’Argemir, “Rural crisis and the reproduction of family systems. Celibacy as a problem in the Aragonese Pyrenees”, Sociología Ruralis, 1987, vol. XXVII-4: 263-277.

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evolución seguida por el sistema de parentesco dentro de las estrategias de alianza en la sociedad española del Antiguo Régimen. El papel de la Iglesia es fundamental por cuanto introdujo, una vez que de secta se convirtió en Iglesia a partir del siglo IV d. J.C., toda una serie de nuevas pautas de comportamiento en materia de parentesco y matrimonio, contrarias a las costumbres de los pueblos que pretendía convertir, a la herencia romana en la que se inspiraba y a la enseñanza de sus textos sagrados (Goody, 1986: 69). Así, mediante la idea de que los bienes debían dedicarse a asegurar parte del alma y transformarse en una organización poseedora de tierras, se ponen en marcha normas que combaten prácticas como adopción, concubinato, divorcio y otras estrategias hereditarias de que disponían los romanos. No parece accidental que la Iglesia condenase, precisamente, las prácticas que le podían privar de propiedades y riquezas. Para ampliar tal fin, una de las primeras medidas fue prohibir el matrimonio de los clérigos (Concilio de Constantinopla, 680 d. J.C.), aunque hasta la llegada al papado del monje Hildebrando (1073) no se produjo una aceptación general del celibato. De esta manera se alejaba al clero de los lazos de la familia y el parentesco y se vinculaban a la Iglesia las posibles herencias. El Concilio de Nicea (325 d.J.C.) prohibe el matrimonio de un viudo con la hermana de su primera esposa (sororato). En el año 393 d.J.C. se prohibe el matrimonio entre primos hermanos y la unión con la esposa del hermano fallecido (levirato). Estas obligaciones obligarán a una ampliación del campo matrimonial, que quedará regulado en el Concilio de Letrán (1215) respecto a los grados de consanguinidad. Se abre así la posibilidad de crear parientes más allá de la propia consanguinidad, con lo que la afinidad, la alianza y el linaje adquieren carta de naturaleza en el sistema de parentesco, confirmando que ningún sistema de parentesco es pura y simplemente resultado de la reproducción biológica, y la familia que se deriva de éste escapa igualmente a dicho condicionamiento. Pero el eje de toda esta compleja transformación que obliga al historiador a salir del periodo histórico e incluso del siglo que domina y le exige entrar en relación con otras ciencias, es la prohibición del incesto: un problema de la cultura del mundo clásico, trasladado a la civilización y cultura cristiana, que supone la transición entre el estado de la naturaleza y el estado de la cultura, y señala la articulación entre el hecho natural de la consanguinidad y el hecho cultural de la alianza. La prohibición del incesto implica, además, el intercambio y ampliación de familias y la necesidad de reglamentar las relaciones sociales y sexuales. Ante esta situación las estrategias familiares constituyen respuestas complejas a condiciones económicas y materiales, culturales e ideológicas, determinadas por el tipo de reproducción social y biológica, teniendo en cuenta que cada grupo social pone en práctica una estrategia propia de reproducción social. Los diferentes sistemas de transmisión y los distintos tipos del grupo residencial son respuestas a una misma pregunta: ¿Cómo garantiza su reproducción a lo largo de las generaciones una sociedad que saca la parte principal de sus recursos y de sus sustentos del trabajo de la tierra? Toda una rica, amplia y diversa literatura religiosa apoyará el modelo familiar y de matrimonio que se consolida entre el 65

siglo IV d.J.C. y la baja edad media. El sistema de reproducción social tiene en el matrimonio su máxima expresión. Tres procesos se ponen en marcha: el abandono del celibato o la viudedad de hombre y mujer, la transferencia y transmisión de propiedad de una generación a otra y el establecimiento de relaciones entre dos grupos familiares hasta ahora, excepto en el caso de parientes, desconocidos. Desde esta triple vertiente: demográfica, económica y social, hay que contemplar el aparentemente sencillo, pero complejo factor social del matrimonio, cuyo campo de acción o, por emplear un término más demográfico, mercado, no puede ser ni excesivamente lejano (en términos sociales) ni excesivamente cercano (en términos de consanguinidad). Es necesario, en primer lugar, desarrollar, y de manera independiente, cada uno de estos procesos y, en segundo lugar, y lo más interesante, ponerlos en relación para conocer los mecanismos que cada grupo social adopta y de qué manera y forma se pone en práctica el proceso de reproducción social. Probablemente nos encontramos ante uno de los objetos científicos de estudio más complejos de la historiografía contemporánea. Una de las primeras medidas es tener en cuenta la tradición historiográfica que, en el caso de España, por las razones de linaje y grupo familiar que anteriormente apuntábamos, resulta de una enorme abundancia aunque de calidad diversa y, además, dispersa en diferentes colecciones bibliográficas y documentales e incluso en archivos y bibliotecas privadas7. La recuperación de esta tradición historiográfica constituye un primer paso para no olvidar que, en el tipo de organización social, institucional y de relaciones personales que caracterizaban el Antiguo Régimen, el patronazgo, el clientelismo, la vecindad o las diferentes formas de sociabilidad como la amistad o el sentimiento de familia, formaban parte de los mecanismos de funcionamiento de las sociedades del pasado. Junto a ello es fundamental el marco conceptual, mental y cultural dentro del cuál se producían y justificaban actitudes y comportamientos que tenían su reflejo en normas de conducta, costumbres y prácticas matrimoniales; igualmente, los sistemas simbólicos y de representación, así como las adecuaciones de los distintos grupos sociales a los sistemas y reglas de transmisión del patrimonio y la herencia a causa de la diferencia entre norma y práctica. Esta especie de matriz cultural, difícilmente medible y cuantificable, es reivindicada como dactor explicativo por la tendencia más social de la historia de la familia, mientras que produce cierta inquietud entre los demógrafos; sin embargo, no se tratar de articular lo estadístico y lo social, sino de buscar la explicación de las normas de conducta y comportamiento que justifican y legitiman el orden social existente. 7 Encuesta que el Ateneo de Madrid promovió en 1901 sobre costumbres populares españolas de nacimiento, matrimonio y muerte. Sobre ellas hay algunas obras. Por ejemplo: A. Limón Delgado, Costumbres populares andaluzas de nacimiento, matrimonio y muerte, Sevilla 1981; J. Francisco Blanco (ed.), Usos y costumbres de nacimiento, matrimonio y muerte en Salamanca, Salamanca, 1986. También hay ue hacer referencia a la memoria de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas sobre Derecho Consuetudinario y Economía Popular, de la que también, en algunas regiones, se han editado o reeditado los textos originales: M. Ruiz Funes García, Derecho consuetudinario y economía popular en la provincia de Alicante, Madrid, 1905.

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LAS VARIABLES DEMOGRÁFICAS Al aproximarse a la historia de la familia desde campos diferentes con una formación y objetivos distintos, se produce una serie de disfunciones que arrancan del utópico, pero positivo planteamiento metodológico de la interdisciplinariedad; sin embargo, la necesaria y muy estrecha interrelación de variables que exige la comprensión de la familia no puede detenerse en este estadio. Joan Bestard (1980) propuso mediante el paso de la interdisciplinariedad a la desdisciplinariedad encontrar problemas y puntos de contacto comunes que eliminasen esa unidad y totalidad ilusoria del objeto familia. Sin embargo, la experiencia demuestra que la necesidad de conocer el contexto socioeconómico, las condiciones medioambientales y la matriz cultural para comprender y entender la estructura familiar y las reglas de residencia, hace imposible que se aborden problemas comunes prescindiendo de la relación y mútua explicación entre las distintas variables que intervienen el estudio de la familia, entre otras razones porque el régimen demográfico es, intrinsecamente, interdisciplinar, y para explicar fecundidad, nupcialidad, intensidad matrimonial, celibato o mortalidad hay que conocer el contexto socioeconómico y cultural. Ni siquiera el concepto de ciclo doméstico permitiría superar esta dicotomía, problema metodológico básico, agudizado precisamente, por el desarrollo y potenciación de la historia de la familia. Una propuesta de solución al problema de las variables demográficas es planteado por Robert Rowland (1992) al señalar que no será posible establecer la naturaleza de las relaciones entre los mecanismos demográficos y sus soportes socioeconómicos y socioculturales sin cambiar de nivel de análisis y efectuar investigaciones basadas en el cruce nominativo entre registros parroquiales y otras fuentes de ámbito local. Pero tampoco quedaría, en nuestra opinión, solucionado el verdadero problema. Sólo integrando las propuestas de ciclo doméstico que, además, conlleva el necesario tiempo histórico (algo que si no parece olvidado, sí es muy poco resaltado por P. Laslett), el levantamiento de genealogías sociales ascendentes y descendentes, y el estudio de los sistemas de parentesco y de transmisión de la propiedad dentro del concepto de reproducción y a través, evidentemente, de la familia, podría evitarse la dispersión y diluimiento del objeto de estudio. Transcurridos once años de su primera propuesta, Joan Bestrd apunta a que en la necesaria relación entre historia, demografía y antropología para el estudio de la familia se ha llegado a una situación crítica que exige la revisión de conceptos y categorías que se utilizan para analizar los fenómenos sociales y culturales en torno a la familia y el parentesco8. La elaboración de modelos ha supuesto un avance significativo no exento de problemas. El primero de ellos derivado de la abusiva tendencia inicial de caracterizar la familia por el grupo de residencia, lo que ha dado lugar a una geografía de las formas familiares en las que se han 8 J. Bestard, “Antropología histórica de la familia”, I Congrés d’Historia de la Familia, Mayo, 1991. Resumen de ponencias y comunicaciones.

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incluido variables demográficas y sistemas de transmisión de la propiedad que han permitido dibujar unas zonas más o menos homogéneas, pero en las que a medida que estudios locales han planteado matices y diferencias se hace más difícil no sólo extraer conclusiones generales, sino mantener el modelo. El ejemplo de la familia mediterránea muestra claramente la dificultad de identificar modelos de familia basados en áreas geográficas, y la aparente coincidencia de variables demográficas y formas de residencia. Este es el segundo y fundamental problema, a saber: que cuanto más complejas son las variables que intervienen en la explicación de un fenómeno más difícil resulta mostrar esta complejidad mediante modelos formalizados (Comas, 1988:139). De aquí deriva otra dificultad añadida, la representatividad de los ejemplos locales, lo que nos traslada a la primera exigencia metodológica importante: el método comparativo. Resulta habitual levantar hipótesis de trabajo referidas a grandes espacios territoriales basándonos en la aportación empírica de una pequeña localidad o ciudad: Castilla, Galicia, Andalucía o el Mediterráneo pueden quedar representados por poblaciones que no alcanzan ni el 1% de esos territorios; tampoco se trata de cubrir todo el espacio, sino ser conscientes de las limitaciones de representatividad de cada ejemplo. De la misma manera que en el análisis de las poblaciones se ha demostrado la importancia de las variaciones en el espacio y los distintos modelos regionales frente a una perspectiva evolucionista que intenta reducir dichas variaciones a la mera diferenciación interna de un proceso único de ámbito continental (Rowland, 1992), la historia de la familia recoge ejemplos y modelos regionales donde el sistema de transmisión de la propiedad, la regla de residencia y la forma que adopte la familia otorgan una especificidad que, en ocasiones, hace difícil obtener modelos generales por las peculiaridades de cada localidad y que deja claramente de manifiesto la dificultad de establecer modelos. Ello no quiere decir que podamos ni debamos prescindir de ellos; muy al contrario, es precisamente la constitución de los mismos, pero también las matizaciones y correcciones que se les vayan haciendo, lo que permite avanzar en el proceso de conocimiento. EL DEBATE SOBRE LA TIPOLOGÍA FAMILIAR Toda una serie de debates conforman un panorama de la historia de la familia en plena efervescencia y con una clara penetración en los análisis de los distintos períodos históricos. Tal vez el que primero se mostró con mayor claridad fue el relativo a la tipología familiar, aunque es necesario no desenfocar el problema y situarlo en su contexto, pero teniendo en cuenta que toda tipología, aparte de restrictiva, por la selección que implica, aunque ello tiene la ventaja de la comparación, refleja, al realizarse necesariamente sobre un censo, una instantánea. Pero el problema es que la familia desborda por extensión y funciones la unidad de residencia, lo que nos lleva inmediatamente a una distinción entre hogar y familia, pues mientras aquel se encuentra limitado por la casa física 68

en la que reside, la segunda puede quedar constreñida al hogar, lo que ocurre además, en porcentajes elevados, pero supera a éste ampliamente en relaciones sociales y económicas, de parentesco, vecindad y amistad. Es decir, el concepto y la práctica social de la familia no puede quedar reducida a una determinada tipología, sobre todo si no somos conscientes de que es tan sólo un primer paso, fundamental, eso sí, por cuanto refleja el sistema predominante de residencia y de transmisión de propiedad. Es mucho más complejo y casi imposible poder medir, cuantificar, correlacionar e informatizar las categorías y valores sociales de una comunidad. De aquí la intranquilidad de algunos demógrafos e historiadores demógrafos. Sin embargo, todo depende del objetivo que persigamos; desde nuestro punto de vista consiste en explicar como se lleva a cabo y de qué manera las relaciones sociales y de producción, y si se alteran o no según las distintas clases sociales dentro del análisis de la reproducción del sistema social. Es evidente que la tipología del hogar ha supuesto un avance metodológico básico y que las propuestas del Cambridge Group al distribuir la población según sexo, edad, categoría socio-profesional y estructura del hogar, junto con la relación entre estructura de edades del cabeza de familia, estructura y tamaño del hogar y grupos socio-profesionales, complementan, exhaustivamente el análisis de los censos. Sin embargo, no debe de producirse ninguna confusión entre hogar y familia, y en el caso de la Península Ibérica el problema es más complejo que en otros ámbitos europeos. Primero, por la presencia musulmana hasta principios del siglo XVII y, en segundo lugar, por el ideal de limpieza de sangre que recorre el cuerpo social desde finales del siglo XV y que coloca a ésta como elemento articulador de las relaciones sociales, extensivo no sólo al hogar, sino a la realidad social básica que es la familia, cuyas fronteras son las del parentesco y amistad, pero nunca las que marcan el sistema de residencia, de transmisión de la propiedad o las paredes físicas de la casa. Aquí también habría que incluir la vecindad familiar y las relaciones de trabajo familiares como factores explicativos de las relaciones sociales y del sistema de reproducción social, teniendo en cuenta factores como prestigio, jerarquía, autoridad, consideración social, tan estimados y valorados por la sociedad del Antiguo Régimen, lo que significa diversos tipos de solidaridades: de vecindad, comunidad de oficios, generación y, por supuesto, la red de parentesco y consanguinidad. De esta manera evitaríamos el peligro de tratar a la familia como un campo aislado o de no analizar el contexto o de reemplazar el rigor metodológico por la precisión cuantitativa. Así, pues, el debate entre estructura y tipología del hogar y de la familia, aparte de superar la confusión terminológica entre hogar y familia, debe orientarse hacia la búsqueda de elementos de integración y cooperación entre ambas realidades, no antagónicas sino complementarias. De esta manera, el exceso de nuclearidad que tanto ha llamado la atención en una sociedad como la castellano-aragonesa de los siglos XV-XIX, no refleja más que el predominio, como ya hemos señalado, de un sistema de residencia y la práctica de un sistema de transmisión de propiedad; factores ambos que se adecúan a la realidad demográfica, a las tendencias de determinados grupos sociales o determinadas 69

coyunturas. Ese exceso de nuclearidad o bien de troncalidad habría que entenderlo como un iceber que oculta las complejas relaciones sociales de cada comunidad. El primer elemento de integración viene determinado por el ciclo doméstico y familiar que le otorga la dimensión temporal a un análisis hasta ahora estático. No podemos olvidar la coincidencia generacional de abuelos, padres e hijos en cada momento y coyuntura concreta, ni tampoco la serie de posibilidades y sugerencias metodológicas que este hecho significa no tanto desde el punto de vista de la estructura demográfica algo mucho más conocido y estudiado, sino desde la relación entre vida o/y muerte de los padres y herencia del patrimonio familiar y acceso a la jefatura de la casa. De aquí se deriva la importancia de la dote y su influencia sobre la estructura del hogar, puesto que las distintas formas de transferencia del patrimonio familiar junto a otros factores dan origen a sistemas culturales y formas del hogar y la familia diferentes. Así, mientras que en los territorios de derecho romano la dote dependía del padre y otros miembros del grupo familiar, lo que suponía ciertas exigencias por parte del linaje, en el mundo anglosajón el precio de la novia señala una clara contraposición territorial que acentúa el individualismo y autonomía del hogar inglés, originando el mantenimiento de una determinada tipología; y aunque ese sería el resultado, sus causas se encuentran en relación directa con el paso de una economía agraria comunal a otra individualista (“enclosures”) encaminada a la comercialización de los productos, con una religiosidad mucho más interiorista y menos espectacular que la católica, unido a la concentración de derechos de propiedad absolutos en el cabeza de familia. Frente a esta situación, el predominio en las relaciones sociales del linaje y las redes del parentesco en el ámbito mediterráneo, sin que ello deba entenderse como algo totalmente homogéneo, apunta hacia una clara división de la estructura del hogar y de la familia entre la Europa del norte y la del sur; y ello a pesar del predominio de la nuclearidad reflejado en los censos de aquellos territorios hispánicos cuyo sistema de residencia es neolocal y en donde la transmisión de la propiedad se efectúa de manera teóricamente igualitaria y sin exclusión de las hijas tras recibir la dote. Una de las corrientes que se observan claramente en Europa es, precisamente, la búsqueda del individualismo inglés junto a la comprensión de los cambios sociales en la traumática Europa del siglo XIX. Y es necesario advertir sobre los sutiles planteamientos metodológicos de algunos historiadores y antropólogos anglosajones, como el caso de Alan Macfarlane, que intenta justificar y legitimar un determinado modelo socio-político buscando la permanencia de un sistema familiar que queda completamente descontextualizado (Macfarlane, 1978). En Europa se pasó del precio de la novia (que dan los padres del novio o el novio) a la dote que pagan los padres y también otros familiares de la novia al novio9. La devolución de la dote tras la muerte de la esposa a la línea de sus ascendientes 9 J. Hughes, “From brideprice to dowry in Mediterranean Europe”, Journal of Family History, 3, 1978: 262-296.

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en el caso de no tener hijos, o los condicionamientos del marido para disponer de ese fondo que queda para los hijos, en el caso de que existan, demuestra el papel de la línea paterna y la fuerza del grupo del que procede la mujer. Pero la dote y la herencia no son elementos aislados en la transmisión de bienes y en la formación de la alianza matrimonial. Es necesario poner de relieve y subrayar algo escasamente destacado hasta ahora, como son las condiciones para la formación de una nueva unidad familiar y la definición cultural de los papeles respectivos y de las responsabilidades de hombres y mujeres en lo que toca a la creación de las condiciones necesarias para la creación de esa nueva unidad. Ello nos conduce hacia otro de los debates apenas planteado pero básico: la diferencia y el papel del mercado y la herencia en la conformación y creación de nuevas unidades familiares. La discusión sobre el predominio del mercado o la herencia en la constitución de éstas no sólo es un problema que depende del mayor o menor desarrollo del primero y de los distintos grupos sociales, sino que hay que considerar que el sistema agrícola tradicional opera más por aportación de mano de obra que por estímulo del mercado. La evolución temporal marcará unas diferencias hacia el predominio o disminución del papel jugado en el sistema por cada uno de los componentes señalados que, sin finalidades teleológicas, apuntan hacia la consolidación del mercado y la distribución entre lo público y lo privado, siendo éste otro de los aspectos a considerar en el estudio de historia de la familia. Pero los sistemas de transmisión no sólo ponen en circulación bienes materiales. Existe un sustrato ideológico que define una determinada jerarquía familiar y una concepción de la autoridad a través de las prácticas de herencia. De aquí derivan los conceptos de autoridad y pater-familias, tan escasamente estudiados, y también algo que resulta fundamental como es la idea de pertenencia a un grupo o linaje. CONCLUSIONES Lejos de plantear una síntesis erudita con amplia relación y puesta al día bibliográfica de los numerosos estudios que sobre historia de la familia o de aspectos que tienen relación con ella se han llevado a cabo en los últimos años, hemos procurado sintetizar algunos de los, en nuestra opinión, más importantes problemas metodológicos y debates planteados a través, precisamente, de estos trabajos. Es necesario insistir en el paradigma reproducción como elemento conceptual que permita eliminar la falta de perspectiva temporal y evolución de las formas familiares. La sustitución generacional dentro del ciclo doméstico y familiar permite un seguimiento de los acontecimientos demográficos de las familias, a la vez que, desde la perspectiva metodológica nominativa, la transmisión de la propiedad permite conocer las adecuaciones a las normas legales igualitarias o no y el acceso a la jefatura familiar, independientemente o no de la muerte de los padres y recepción de la herencia. Sin embargo, este planteamiento sería insuficiente si no integramos en el sistema demográfico y económico-social las peculiaridades del área territorial que estamos analizando. A ello hay que añadir la necesidad de que el estudio se realice por grupos sociales. 71

La necesaria distinción y claridad entre familia y hogar no pretende eliminar, en absoluto, los aspectos positivos de la tipología familiar; pero habría que entenderlos como un iceberg, debajo del cuál se encuentra la explicación de aquello que se registra en los censos. Pero la reproducción no es sólo material, sino también simbólica y de representaciones. El modo y las vías de circulación de este capital guardan una relación directa con los conceptos de jerarquía, autoridad y prestigio. Si tenemos en cuenta la matriz cultural, comprenderemos el funcionamiento del sistema de relaciones sociales que tiene en el papel de la iglesia parte de la explicación a los comportamientos y actitudes reflejadas después en muy diversa documentación. De esta manera podremos llegar a dar pasos adelante en la comprensión del sistema social, último objetivo que persigue la historia de la familia. BIBLIOGRAFÍA BARBAGLI, M., KERTZER, D., (1992), Storia Della famiglia italiana 1750-1950, Il Mulino, Milán. BESTARD CAMPS, J., (1980), “La historia de la familia en el contexto de las ciencias sociales”, Cuaderns de l´Institu d´Antropologia, 2, 154-162. – , J., CONTRERAS, J. (1985), “Algunas reflexiones en torno a la historia de la familia y los estudios locales”, La vida cuotidiana dins la perspectiva histórica, III Jornadas d´Estudis Hstórics Locals, Institut d´Estudis Balearics. – , (1986), Casa y Familia. Parentesco y reproducción doméstica en Formentera, Institut d´Estudis Balearics. CASEY, J. (1989), The History of the Family, Oxford, Blasic Blackwell (Trad. Española, 1990, Madrid). – CHACÓN JIMÉNEZ, F., et alii (1987), La Familia en la España mediterránea (siglos XV-XIX), Barcelona. CHACÓN JIMÉNEZ, F., (1990a), Historia social de la famila en España, Alicante, Insituto Juan Gil Albert. – (1990b), “Nuevas tendencias de la demografía histórica en España: las investigaciones sobre historia de la familia”, Boletin ADEH, 79-99. – (1995), Familia y relaciones de parentesco, monográfico Historia Social, Valencia, UNED. – HERNÁNDEZ FRANCO, J., PEÑAFIEL RAMÓN, A., (eds.), (1991), Familia, grupos sociales y mujer en España, siglos XV-XIX, Murcia. – HERNÁNDEZ FRANCO, J. (eds.), (1992), Poder, familia y consanguinidad en la España del Antiguo Régimen, Anthropos, Barcelona. COMAS D´ARGEMIR, D., (1988), “El comparativismo y la generalización en los estudios sobre historia de la familia”, Historia Social, 2. DELILLE, G., (1985), Famille et proprieté dans le Royaume de Naples (XVé-XIXé siécles), Roma. GOODY, J., (1986), La evolución de la familia y el matrimonio en Europa, Barcelona. LASLETT, P. et alii, (1972), Household and Family in Past Time, Cambridge. 72

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ESTRUCTURACIÓN SOCIAL Y RELACIONES FAMILIARES EN LOS GRUPOS DE PODER CASTELLANOS EN EL ANTIGUO RÉGIMEN. APROXIMACIÓN A UNA TEORÍA Y UN MÉTODO DE TRABAJO

Mi intención no es tanto presentar los resultados de una investigación concreta, sino reflexionar sobre una problemática que se inscribe en uno de los procesos más complejos de la sociedad hispánica: el estudio de la organización y vertebración de la sociedad castellana durante el período denominado Antiguo Régimen, apellido insuficiente cronológica y conceptualmente; a la vez que sugerir nuevas vías de aproximación a su estudio, pero teniendo en cuenta el estado de la cuestión y las tendencias sobre análisis de la administración y las instituciones dentro de una perspectiva social. Ello ha dado lugar en los últimos veinte años, aproximadamente, a una intensa y diversa literatura, una parte de la cuál ha logrado recuperar la raíz y el origen de los problemas y contradicciones de una sociedad especialmente compleja por razones étnico-religiosas, económicas y de relaciones sociales y de poder. Desde las sugerentes páginas de José Antonio Maravall, en las que ya apuntaba la importancia social de la tierra como factor de prestigio en los procesos de movilidad social1, pasando por la perspectiva castizo-estamental indicada por Gutiérrez Nieto2, se ha producido un cambio de enfoque y nuevas perspectivas que han abierto vías de investigación y señalado caminos como los propuestos por Juan Pro Ruiz para iniciar el estudio desde el análisis de personas y relaciones. De esta manera consideraríamos las distintas formas de organización: grupo, clases, como el punto de llegada y explicación3 y nunca de partida; o bien 1 José Antonio Maravall, “Estado Moderno y mentalidad social”, Revista de Occidente, 1972, Madrid, II, p. 54, nota 94. 2 Juan Ignacio Gutiérrez Nieto, “Estructura castizo-estamental de la sociedad castellana en el siglo XVI”, Hispania, 125, 1973. 3 Juan Pro Ruiz, “Las élites de la España liberal: clases y redes en la definición del espacio social (1808-1931), Historia Social, 21, 1995, p. 62.

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de José María Imízcoz, quien plantea el estudio de la organización en términos de relación y no de separación4. Se llega así a la conclusión que plantea Jaime Contreras: “La realidad social cotidiana se encontraba más dinamizada por las presiones de la riqueza que por la resistencia del honor, y como el dinero y la riqueza habían roto, en parte, las barreras sociales, la diferencia y la desigualdad venía marcada por la antigüedad del linaje”5. Estos cambios y nuevas perspectivas, se enmarcan en un contexto de renovación más amplio que abandona determinados aspectos y ciertos determinismos de la historia económico-social de los años sesenta y setenta para tener presente una mayor complejidad en la que el individuo, integrado en sus distintas realidades sociales, obliga a una multicasualidad y a análisis hasta ahora no contemplados e incluso excluidos6. En este contexto, la relación entre familia e instituciones constituye no sólo un marco teórico, sino un entramado en el que las vinculaciones y dependencias entre los individuos y las organizaciones sociales de poder ponen de manifiesto que nos encontramos ante nuevas formas de comprensión de la organización social y del papel y la función que en las mismas tuvieron las instituciones y los hombres que las desempeñaron e hicieron posible. El estudio de las instituciones se ha planteado desde una perspectiva mucho más orgánica que social y, por tanto, de una forma que podemos calificar de cerrada en el sentido de no considerar a quienes la hacen posible como los verdaderos protagonistas y actores de una realidad social que tiene a las familias y sus estrategias como la columna vertebral de todo el sistema. Ahora bien, para entender la relación entre familias e institución es necesario tener en cuenta los lazos y vínculos que se establecen entre los individuos, y que han tenido en las perspectivas clásicas de Mousnier y alguno de sus discípulos, como Yves Durand: estudio de las fidelidades y el clientelismo, una vertiente que es necesario completar, tanto con las relaciones de parentesco que explican la articulación entre poder y organización social, como con el patronazgo yla consideración social y el sentido antropológico y de representación que han señalado Norbert Elias, Bourdieu o Chartier, entre otros. De aquí se deriva una estrecha relación entre status, poder y grupo social.

4 José María Imizcoz, “Comunidad, red social y élites. Un análisis de la vertebración social en el Antiguo Régimen”, José María Imizcoz (ed.), Elites, poder y red social, Vitoria, Universidad del País Vasco, 1996, p. 17. 5 Jaime Contreras Contreras, “Linaje y cambio social: la manipulación de la memoria”, Historia Social, 21, 1995, pp. 116-118. 6 Imizcoz, “Comunidad…”, pp. 15-16; Santos Julía, Historia social/Sociología histórica, Madrid, siglo XXI, 1989; J. Casanova, La Historia Social y los historiadores ¿Cenicienta o Princesa?, Barcelona, Crítica, 1991.

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En definitiva, la relación básica se establece entre lo individual y lo colectivo, siendo el proceso generacional el que incorpora el ciclo de vida, las relaciones de parentesco y las estrategias familiares que tienen a las distintas instituciones y organizaciones administrativas y de poder como objetivos básicos. Si entendemos por institución como afirma A. Guerreau: “forma concreta y estable de relaciones sociales percibidas como un todo”7, nos encontraremos en una encrucijada, ya que se estudian determinadas familias en tanto que son miembros, predominantemente, de una institución. Sin embargo, la mirada debe ser más flexible y no centrarse en una sola, sino en aquellas instituciones ocupadas por ésta o éstas familias. Las estrategias familiares desde la perspectiva de la institución se deben entender tanto en sentido horizontal, con ocupación de diversas instituciones, como vertical, en cuanto a continuidades de distintas ramas en la ocupación de determinados cargos y oficios. Por otra parte, el enlace de familias completa la ocupación de diversas instituciones o/y cargos por una o varias familias. De aquí precisamente deriva la teoria que denominamos de los vasos comunicantes y a la que haremos referencia más adelante. Si estamos de acuerdo con la siguiente afirmación: “el poder no se encuentra solamente en las instituciones, sino también fuera de ellas”, debemos de ser conscientes de la necesidad de de la institución y de las instituciones para comprender el sistema de relaciones salir sociales y de poder, y como consecuencia, la función y el papel que éstas han tenido en dicho sistema. Si hasta hace muy poco tiempo el estudio y la investigación sobre la administración ha realizado sus análisis a partir de la ocupación de oficios, con lo que se nos ofrecía una visión uniformizada desde la consecución del puesto y desde la prioridad, necesaria y obligada, por otra parte, de estudiar una sola institución u órgano administrativo, y aunque se han conseguido logros notables en este terreno (consejeros de Castilla, intendentes, militares, cónsules, oidores, secretarios, etc.)8, consideramos conveniente sugerir nuevos enfoques. Sobre todo, porque la continuidad de estas líneas de investigación podría llegar a ofrecernos un detallado y completo estudio de todas las instituciones del Antiguo Régimen, pero al tener un sentido particular y concreto, el análisis no iría más allá de lo que las relaciones sociales, económicas y de poder de cada miembro individual 7 Reina Pastor (ed.), Relaciones de poder, de producción y parentesco en la Edad Media y Moderna, Madrid, C.S.I.C., 1990, p. 463. 8 Sería muy amplia y prolija la referencia bibliográfica a realizar, pero apuntemos, al menos, los ya clásicos trabajos de J. FAYARD, D. OZANAM Y F. ABBAD, E. JIMÉNEZ LÓPEZ, F. ANDUJAR o J. PRADELLS sobre los miembros del Consejo de Castilla, los intendentes, militares o cónsules, respectivamente. Estudios que abordan problemas de familia, parentesco y patrimonio, pero circunscritos al ámbito de sus respectivas instituciones. La pertenencia a la institución es la condición necesaria para ser objeto de estudio y análisis; las ramificaciones, relaciones a través de parientes consanguíneos o no con otras instituciones y las estrategias familiares de ocupación de dichas instituciones o de otras-y tengamos en cuenta que hablamos de varones-quedan al margen y en un plano secundario. Lo cuál es normal si consideramos el objetivo que persigue la investigación.

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permitiese. Sin embargo, y estando de acuerdo en que la organización política de la administración y la burocracia forman parte del proceso social y en que aquella no puede ser explicada sin tener en cuenta éste, y en segundo lugar, que aunque se ocupe un cargo o puesto a título individual y el personaje en cuestión siga una determinada trayectoria, lo fundamental no se encuentra tanto, con ser importante, en la biografía o en la actividad desarrollada en el órgano correspondiente de la administración, sino más bien en el contexto del que proceden quienes ocupan cargos, dentro de qué clientelas y redes sociales se encuentran insertos, cuáles son las perspectivas horizontales y verticales de las mismas, qué significado y repercusión tiene para las estrategias de reproducción familiar y clientelar. Los estudios sobre historia social de la administración, representados en las diversas investigaciones sobre instituciones y órganos de la administración constituyen la mejor plataforma de reflexión, pero también han demostrado su insuficiencia, sobre todo si se pretende contribuir no sólo al esclarecimiento y comprensión de la administración española del Antiguo Régimen, sino a explicar y entender el sistema social y sus mecanismos de reproducción. Por otra parte, ser conscientes de la importancia de la familia no es suficiente; primero, porque la estructura social trasciende a esta primera célula de integración y articulación biológico-social y reproductiva del individuo y, en segundo lugar, porque son las relaciones de parentesco las que otorgan la verdadera dimensión en cuanto a integración y vertebración social de individuo. Además, se debe prestar atención, desde esta perspectiva, no sólo a una institución, sino a varias instituciones, lo que significa un giro teórico y un cambio de objetivos. Aquí reside precisamente nuestra principal observación a la vez que llamada de atención para las futuras investigaciones; ahora bien, esta perspectiva exige que desde el levantamiento de genealogías sociales sean los miembros de una determinada familia y los enlaces y relaciones que se establezcan con otras a través del matrimonio y las relaciones de parentesco, los protagonistas y el objeto de atención prioritario antes que las propias instituciones. De esta manera podremos llegar a conocer y comprender, en una escala de tiempo generacional, fundamental para poder medir los procesos de movilidad social, el paso, la presencia, la permanencia y la trascendencia de las distintas instituciones dentro de las estrategias familiares de conservación, perpetuación y reproducción del status social, así como de la movilidad y la promoción social. Por tanto, el denominador común de esta reflexión teórica se encuentra fuera de cada institución propiamente dicha y tiene a la familia y a las relaciones de parentesco como uno de los dos pilares básicos en los que apoyarse. Unas relaciones de parentesco en las que habría que incluir amistades, clientelismo y, como consecuencia, un determinado grado de dependencia, y desde las cuales se penetra, de diversas formas, con una conflictividad mayor o menor, en las diferentes instituciones y órganos de gobierno que conforman y constituyen el orden político-jurídico y social. Este es el segundo pilar en el que se apoya 78

nuestra reflexión. Para su puesta en práctica es necesaria una nueva estrategia que desde lo nominativo recorra tres caminos: a) El genealógico, partiendo del individuo, ya que para estudiar la estructuración de la sociedad, siguiendo a Gribaudi, es necesario hacerlo a varios niveles. Desde el individuo seguiremos trayectorias personales que se insertan en el contexto de las biografías y éstas en las genealogías. Ellas permiten detectar no sólo al individuo, sino también su contexto básico: familia, enlaces, oficios. Este contexto se traduce, en definitiva, en la relación entre el nivel individual y el colectivo. La forma de medir esta relación es generacional, por lo que es preciso incorporar al análisis el ciclo de vida. Para completar este paso es necesario integrar la profesión en el ciclo de vida y el análisis genealógico. De esta manera, al comparar las actividades de los distintos miembros de la red familiar y sus enlaces se puede determinar hasta qué punto algunas profesiones están controladas por una o unas familias, detectar la existencia o no de determinadas tradiciones familiares, grupos de presión y su ámbito territorial, local o nacional. Nos encontraremos con un importante problema: pertenencia de miembros de una misma familia a diversas instituciones y poderes locales: concejo, cabildo eclesiástico, Inquisición, chancillería, etc., y muchos de ellos poseedores de mayorazgos. Como consecuencia de esta situación, y dentro del proceso de reproducción, se producen dos tipos de enfrentamiento: 1) La vinculación a la institución del individuo, pero en tanto que miembro de una familia; por eso cuando se producen rivalidades entre instituciones en las que hay miembros de una misma familia la tensión se traslada a la familia y su respectiva clientela. 2) Un segundo tipo de problema va de la familia a las instituciones. Se produce, sobre todo, en el momento de la herencia y el acceso a la jefatura del poder y el control familiar (mayorazgos). Las ramas familiares rivalizan entre sí, y estas disensiones suelen llegar a las instituciones. Problemas que se suelen solucionar con matrimonios que abren la red del parentesco y hacen fluir nuevos recursos en forma de privilegios, sangre, etc. b) El segundo camino es el que pone en relación lo individual con lo general. Una vez que se ha establecido el punto de partida desde el individuo con su trayectoria personal e inclusión de lo genealógico y el ciclo de vida, el enlace y la relación con el conjunto de la sociedad se produce a través de una serie de lazos de diverso tipo. Habría que distinguir lazos entre los individuos e instancias sociales, como la familia y las relaciones de parentesco, la amistad y el clientelismo, y los lazos derivados de espacios de sociabilidad que reflejan un mundo cultural y de significaciones, como la parroquia o la cofradía, y, por otra parte, las organizaciones del trabajo como el gremio, las compañías comerciales y, por último, la compra de 79

empleos en la administración o la Iglesia. En todos estos espacios sociales, el individuo establece relaciones que dan lugar a lazos verticales genealógicos y otros horizontales, como gremio, cofradías, corporaciones, etc. Se producirán entonces, y a la vez, la coexistencia de varios niveles de relación que seguirán evoluciones distintas y que darán lugar a posibles procesos de movilidad social diferentes según los lazos y, por tanto, ofreciendo una estructura social compleja. No olvidemos que es través de la movilidad social como se pone en relación el individuo, protagonista del proceso, con el grupo promotor de la iniciativa y receptor de las consecuencias. Recordemos que ciclo de vida y lazos de relación son los dos marcos conceptuales que, proyectados sobre los procesos que permiten las posibilidades de promoción y la movilidad en sí misma, ofrecerán nuevas perspectivas sobre la estructura y el sistema social. c) El tercer camino, y que marca un nuevo horizonte teórico en el que se sintetiza toda nuestra propuesta, es la denominada teoría de los vasos comunicantes. La misma se explica, primero por el carácter integral del sistema social, en el que la no separación de lo público y lo privado, por una parte y, por otra, de lo sagrado y lo profano, explica la ocupación de diversos cargos en la administración civil o/y religiosa; en segundo lugar, la permanencia en dichos puestos no es vitalicia y se produce una movilidad y un proceso de dislocación al pasar a regiones distintas dentro de los amplios territorios de la Corona: Italia, Indias, o a otros puestos de la administración que afectan no sólo al protagonista, sino también a su clientela y a la de aquella persona a la que sustituye. Por tanto, debemos de afrontar dos problemas: 1) La territorialización de los estudios. La base regional de numerosas investigaciones no suele tener en cuenta ni los orígenes de las clientelas que llegan de la mano de algún alto cargo de la administración religiosa (obispo) o de justicia (presidente de una chancillería), ni la ampliación, a través de la alianza, a otros espacios territoriales de los grupos de poder locales. En esta persepectiva, no podemos olvidar la relación de la nobleza de corte con los grupos locales, especialmente en la parte meridional de Castilla. Estas barreras, ficticias en realidad pero reales en la práctica, no captan una dinámica que explique con claridad la estrategia de reproducción de los grupos dirigentes. Un ejemplo concreto nos lo ofrecen los comendadores de la orden militar de Santiago. Si los estudiamos desde uno de los reinos de la Corona de Castilla, el de Murcia, por ejemplo, no veremos relación entre ellos; pero analizados en el conjunto de la Corona observaremos con claridad el reparto del territorio y las relaciones familiares y de parentesco entre los mencionados comendadores9. Los grupos dirigentes locales, ante la escasez de iguales en sus respectivos 9 Miguel Rodríguez Llopis, “Poder y parentesco en la nobleza santiaguista del siglo XV”, Noticiario de Historia Agraria, 12, 1996, pp. 57-90.

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espacios territoriales, establecían relaciones de parentesco con las élites vecinas aunque se tratase de otra Corona. El caso de Murcia (Castilla) y Orihula (Aragón) es significativo y, desde luego, no único. 2) El seguimiento nominativo sobre distintas instituciones o puestos de la administración. Más que un problema se trata de una nueva orientación y estrategia de investigación que supone un cambio radical en el enfoque seguido hasta ahora respecto a las instituciones. Ello es posible cuando se cuenta con una base de datos que permite deducir los apellidos y las familias desde las que iniciar la investigación de las instituciones a través de quienes ocuparon sus puestos, los heredaron y patrimonializaron. La conclusión es clara y evidente: la necesaria superación del estudio individualizado de una institución o cargo y de sus responsables durante un período de tiempo, para pasar a conocer y explicar los puestos en diversas instituciones o cargos desempeñados por una familia, su parentela y clientela, así como sus relaciones con otras familias. Sin embargo, no debemos olvidar que a lo largo del siglo XVIII determinadas instituciones, militares por ejemplo, profesionalizan cada vez más sus puestos. La dinámica: preparación-formación y procedencia familiar-servicio de los antepasados estará presente en nuestras instituciones.

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UNA APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DE LA FAMILIA EN ESPAÑA A TRAVÉS DE LAS FUENTES BIBLIOGRÁFICAS DURANTE EL SIGLO XX

PRESENTACIÓN DEL PROBLEMA Si existe un espacio historiográfico necesitado de plantear un balance y a la vez una revisión que permita comprender cuál es el estado de la cuestión, las corrientes y tendencias que han influido en el mismo y las líneas de investigación que se encuentran en estudio y aquellas otras que deberían de potenciarse y, en algunos casos, iniciarse, ése es el referido a la Familia y su proceso histórico hasta la actualidad. Sin embargo, la tarea es demasiado ambiciosa y exige la natural prudencia a la par que una explicación. Y la razón no es que se haya producido, lamentablemente, una eclosión literaria y publicística, aunque en la última década —como ocurre en casi todos los países europeos— las investigaciones y publicaciones han aumentado respecto a fechas anteriores, sino que obedece más bien a la diversidad y pluralidad de orientaciones y perspectivas que ofrece un objeto de investigación tan complejo como es familia. Las situaciones y circunstancias por las que ha atravesado la historiografía española a lo largo del siglo XX han sido convulsas, complejas y problemáticas. Pero para entender en su plena dimensión el significado de la familia’ hay que pensar y reflexionar sobre la trascendencia social y política que ha tenido a lo largo del tiempo y que alcanza hasta el momento presente. El papel amortiguador y de colchón protector que ha surgido en los últimos treinta años respecto a las tensiones originadas en la organización social y, sobre todo, en el seno de la propia familia como consecuencia de las crisis económicas y las elevadas tasas de paro, no solo explica que se haya convertido en un referente básico sino que demuestra la potencia y resistencia de una institución cuyas raíces son muy profundas a la vez que posee una gran fuerza en los lazos y vínculos familiares y que transmite a los individuos que las componen. La solidaridad familiar, que desde la crisis de inicios de la década de los setenta se ha percibido con claridad en la sociedad española, no es una estrategia coyuntural como respuesta a una situación determinada, sino que 83

responde a una tradición y a unas prácticas culturales que tienen a la familia como punto de apoyo y referencia en la realidad diaria y en la vida cotidiana. La capacidad de integración de la institución familiar aparece con una fuerza desconocida para las instituciones cuando el acceso de la mujer al trabajo y el proceso de envejecimiento, con la necesaria atención a los mayores, ponen en tensión los afectos y los vínculos parentales. La tradición, en sus términos más positivos, se hace efectiva y el grupo familiar se convierte en el punto de apoyo fundamental. Pero la sensibilidad de las solidaridades familiares detecta, inmediatamente, la contradicción entre atender las necesidades que se originan en el interior de la unidad familiar y cumplir las exigencias de una promoción profesional, especialmente en el caso de la mujer. El Estado y las instituciones prestan una atención insuficiente y muy limitada. Todo ello reafirma la trascendencia de la institución familiar como objeto de análisis, tanto en el plano individual de cada familia entendida en sentido amplio desde la perspectiva del parentesco, como en la proyección de un conjunto de familias unidas por razones sociales, económicas, políticas o de clase. Conocer y explicar la evolución y el proceso seguido hasta el momento presente, le otorga a la historia de la familia una dimensión que exige la prudencia propia de la contextualización histórica para alejarse del presentismo fácil, pero también la posibilidad de analizar cómo y a través de qué mecanismos se han desarrollado complejos procesos de reproducción, movilidad social y cambio histórico en la organización social hispánica y la influencia que éstos han tenido sobre la familia. Ello ha significado la ruptura de los marcos académicos docentes e investigadores tradicionales, lo que permite ofrecer explicaciones de mayor complejidad pero también de una comprensión mucho más coherente con el análisis de los procesos que tienen lugar en cualquier organización social y comunitaria.

ORÍGENES Y EVOLUCIÓN En la historiografía española, la tradición ha pesado, y mucho, a la hora de aceptar nuevas tendencias. La significación y fuerza de la institución familiar había adquirido dimensiones especiales ante el fenómeno de diferenciación étnico-religiosa y de limpieza de sangre que se produce entre los siglos XIV-XVII, como consecuencia de la repercusión social que tiene al penetrar ampliamente en todas las esferas de la vida cotidiana. Historias locales que justifican el glorioso, noble y, sobre todo, limpio pasado respecto a la sangre mora o judía, de los antepasados del grupo dirigente, enlazan y explican, a la vez, la tradición biográfica alcanzada en la historiografía española y que tienen en el Diccionario Carraffa, en la biblioteca genealógica de D. Luis de Salazar y Castro1, en el libro de Fulgencio de Ochoa (1856-1870, Epistolario español: colección de cartas de españoles ilustres antiguas y modernas, 2 vols. Madrid), o en 1 Soria Mesa, E.; (1997) La biblioteca genealógica de Don Luis Salazar y Castro, Córdoba.

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la biblioteca del Marqués de Saltillo (1953, 2 vols., Miguel Lasso de la Vega, Historia nobiliaria Española. Contribución a su estudio; depositada en la Casa de Velázquez, Madrid) entre otros, algunos puntos de referencia. Nos encontramos, pues, ante una tendencia secular que hunde sus raíces en la organización social comunitaria de los distintos reinos de la monarquía hispánica, que con una regulación jurídica sobre familia diferente en cada uno de ellos, dificultará y retrasará, respecto a otros países europeos, la redacción de un código civil hasta finales del siglo XIX. La obra de Joaquín Costa es significativa2 del interés que el derecho de familia tiene en la explicación del proceso histórico en España. Interés que Segismundo Moret (1929, La familia foral y la familia castellana, Madrid) pone de manifiesto en la clásica dualidad: primogenitura versus igualitarismo. Pero no se trata de un impedimento legal sino que es el reflejo de una realidad social en la que la familia sigue siendo, a principios del siglo XX, el espacio social fundamental, tanto desde el punto de vista de la integración en otros espacios, incluidos los profesionales, como de los procesos de promoción personal. El pasado familiar sigue siendo determinante; el premio convocado por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas a partir de 1898 por el que se premiaba cada año la memoria de una provincia sobre Derecho Consuetudinario y Economía Popular, que guarda una estrecha relación con la diversidad jurídica del derecho de familia en los distintos reinos, unido a la encuesta que el Ateneo de Madrid promovió en 1901 sobre Costumbres Populares de Nacimiento, Matrimonio y Muerte, confirman la trascendencia que para la organización social y para la vida política, cultural y simbólica, tenía la familia. Se explica así la fuerza de lo biográfico, pero no se comprende el paulatino abandono del objeto Familia, excepto si consideramos la ausencia del mismo en las grandes corrientes internacionales de la época: materialismo histórico, inicios de la sociología histórica y fuerte positivismo. Es decir, el interés social, jurídico, político y cultural de la familia no se ha transformado en interés científico por explicar la organización social desde esta institución. La historiografía dominante en estos momentos no tiene entre sus objetivos a la familia. Por ello, cada vez más queda relegada a un plano privado, cultivado biográficamente por las clases dirigentes, aunque las prácticas sociales contemporáneas sí están dominadas por la realidad familiar. Se inicia así un periodo que podemos calificar de abandono historiográfico, que sólo el teatro de García Lorca (Yerma, La Casa de Bernarda Alba) devuelve a la actualidad la fuerza de las relaciones familiares y de parentesco en las estrategias matrimoniales y en los intereses de promoción y movilidad social3.

2 Costa, J.; (1882) “La libertad de testar y las legítimas”, Revista General de Legislación y Jurisprudencia, 60, pp. 422-450; Derecho consuetudinario y economía popular en España, (1885-1902), 2 vols. Barcelona; Colectivismo agrario en España, (1898-1915), vols. Zaragoza. 3 Véase el sugerente trabajo de Frigolé, J.; (1995), Un etnólogo en el teatro. Ensayo antropológico sobre Federico García Lorca.

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A partir de 1939, y como consecuencia de la guerra civil, se produce un cambio drástico y dramático en la historiografía española, en general, y en la historia social en particular. Nos vamos a encontrar con una orientación histórica dirigista, de corte y explicación triunfalista y que nos aleja de las corrientes internacionales. A partir de finales de los cincuenta y los sesenta, algunas figuras aisladas, entre las que habría que incluir a Vicens Vives, Joan Regla, Antonio Domínguez Ortiz o Julio Caro Baroja, inician, bajo nuevos presupuestos e influidos por las nuevas tendencias, una recuperación que intenta llenar un vacío historiográfico; pero será ocupado, principalmente por la historiografía francesa a través de sus tesis regionales y estudios cuantitativos entre los que la reconstitución de familias, dentro de la demografía histórica, alcanza una fuerte influencia convirtiéndose, como ocurre en casi toda la historiografía internacional, en el punto de partida y origen de los futuros estudios sobre Familia y Sociedad. Sin embargo, y a pesar de que la familia entendida en su complejidad, multiplicidad y diversidad, sigue ausente de las preocupaciones históricas, la demografía histórica logró recuperar no sólo las variables demográficas mediante el método agregativo, sino el matrimonio, sus referencias nominativas y la posibilidad, que se convertirá en real a finales de los noventa con el método propuesto por Norberta Amorín, recientemente puesto al día (Congreso ADEH, Cástelo Branco (Portugal), abril 2001) y de levantar genealogías sociales y trazar trayectorias de vida. Se trata, por tanto, de cruzar fuentes y dar un sentido social con profundidad genealógica vertical y horizontal para poder medir así procesos de movilidad social, perpetuación, reproducción y cambio histórico. Así, pues, la demografía histórica, desde la perspectiva de la historia de la familia no sólo es un precedente, sino el origen de un proceso histórico que teórica y conceptualmente, gracias a la perspectiva multidisciplinar y al notable desarrollo de la antropología, ha logrado convertirse en uno de los objetos con mayor repercusión para analizar y comprender la sociedad, su organización, contradicciones y proceso histórico. Volviendo a la evolución que estamos dibujando, sólo algunos estudios de Caro Baroja como Linajes y bandos (Bilbao, 1956) o La hora Navarra del XVIII: Personas, familias, negocios e ideas (Pamplona, 1969), crean una línea que tardará muchos años en tener continuidad. Algunas de sus investigaciones sobre los conceptos de casa, familia o algunas familias concretas abrieron líneas de investigación que, sin embargo, no tuvieron el eco necesario y no se han continuado hasta la década de los noventa. Es necesario subrayar la orientación que el profesor Salustiano del Campo ofrece en su temprano estudio La familia española en transición (1960, Cuadernos de Investigación, Madrid), en su apartado: “La familia y el cambio social” (pp. 145-161) y el cuadro comparativo: “características de la familia tradicional y de la moderna” (ob. cit., pp. 159-161). De todas formas, la antropología anglosajona de estos años: J. Davis, J. Peristiany, Pitt Rivers, estudia las realidades familiares del mediterráneo y del Sur de España dentro de una perspectiva comparativa que, si bien contribuyó a la recuperación de las relaciones de parentesco también dio lugar a la creación de cierto estereotipo. Posteriormente, el Grupo de Cambridge, que inició sus tra86

bajos en 1964 y publica en 1972 el coloquio del año 69, influirá a través de los seminarios celebrados en Oeiras (Portugal), a principios de los ochenta bajo la) dirección de Robert Rowland; también se observará una mayor receptividad en demografía histórica a partir de la constitución de la Asociación de Demografía Histórica Hispano-Portuguesa (ADEH) en 1983. Simultáneamente, la situación política y social en España durante la década de los 60 y 70, significó una ideologización y politización de la vida cultural y académica en particular. La familia, patrimonializada por la dictadura como cauce de participación institucional en la llamada “democracia orgánica”, unido a la fuerza de las corrientes “hippys” contrarias a la misma y a las connotaciones religiosas de las autoridades eclesiásticas en connivencia con las civiles, aisló de todo interés científico e historiográfico a la familia, produciendo un paréntesis de más de medio siglo cuyas consecuencias se pagan hasta el momento presente4. Si a la influencia de la corriente de Anuales, añadimos la que, poco a poco, lleva a cabo el grupo de Cambridge, nos explicaremos que no sea hasta finales de los setenta cuando se inicia en España una verdadera renovación que tiene como protagonista a la historia social y, particularmente, a la historia de la familia. El estudio del matrimonio, en su vertiente más demográfica, y la reconstitución de familias unido al análisis tipológico de los hogares, es la preocupación prioritaria de la investigación española en los años sesenta y principios de los setenta. Las grandes tesis regionales francesas se sumaban a esta situación. LA PROFUNDA RENOVACIÓN DE LOS AÑOS OCHENTA. EL IMPULSO 1982-1984 A finales de los setenta y hasta 1984, aproximadamente, se da un paso adelante muy significativo. De todas formas, la situación en España en los inicios de la década de los ochenta presentaba un panorama de iniciación que se irá conformando mediante la presencia e influencia de distintas comentes que han ido caracterizando distintas etapas y fases de una evolución que ha terminado por convertir a la familia en un objeto autónomo dentro de las ciencias sociales y que ha logrado romper sus lazos de dependencia con la demografía histórica. Lo que no significa que haya prescindido, ni deba hacerlo, de las variables demográficas básicas cuya explicación viene dada por el contexto socio-cultural y económico en una estrecha y directa interdependencia e interrelación, así como con lassituaciones políticas por las que atraviesa cada comunidad. Se trata, pues, 4 En la recopilación bibliográfica llevada a cabo en 1987: Pérez Moreda, V. y Reher D. S., eds.; Demografía Histórica en España, la problemática relativa a la Familia quedó integrada dentro del capítulo más genérico de: Nupcialidad, y enunciado como: Familia y hogar: formación, tamaño y estructura; ciclo vital de la familia; mercado matrimonial (P- 560).

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de una ruptura positiva y realizada en términos de ampliación conceptual y teórica, considerando, como premisa básica, que la familia es una variable dependiente a la vez que independiente y que de ser una unidad de análisis en sí misma al igual que el hogar, debe de entenderse, a diferencia de éste, en términos de proceso y para ello pasar de la realidad y concepto familia al de familias. Para explicar y entender esta evolución hay que situarse en un recorrido temporal e historiográñeo que se inicia a partir de finales de la década de los setenta, y que presenta un componente antropológico con el parentesco y el matrimonio como objetivos de análisis5. Sin embargo, la influencia de los años 70 se percibe con mucha más fuerza e intensidad a través de la difusión que se lleva a cabo desde la demografía histórica, especialmente mediante los laboratorios, seminarios y revistas francesas y en un segundoplano, la historiografía anglosajona e italiana6. Pero para ser más precisos habría que ampliar la existencia de una primera fase, aproximadamente, a lo largo del primer lustro de la década de los ochenta. Ya hemos señalado los seminarios celebrados en Oeiras por el profesor Robert Rowland, pero también debemos mencionar la creación en Murcia del seminario “Familia y élite de poder en el Reino de Murcia (ss. XV-XIX)” (iniciado a partir de 1982 y que se celebra anualmente) y las reuniones que grupos en Palma de Mallorca o Barcelona emprendían alrededor de estos mismos años. No es de extrañar que sea la fachada mediterránea la que protagonice las primeras iniciativas e impulsos. Es un momento historiográfíco al que le corresponde un gran número de estudios basados en la estructura del hogar y su relación con la edad a las primeras nupcias femeninas y los distintos sistemas de transmisión de la herencia; lo cuál derivó en una geografía de las formas familiares a 5 Douglass, W. A.; (1975), Muerte en Murélaga, Barcelona. Caro Baroja, J.; (1978), “Sobre los conceptos de casa, familia y costumbre”, Saioak. Revista de estudios vascos, II, San Sebastian, pp. 3-13. Vincent, B.; (1979) “La famille morisque”, Historia, Instituciones y Documentos, 5, pp. 1-15. Mira, J. F.; (1979) “Organisation sociale et strategie matrimoniale dans la región de Valence (Espagne)”, Etudes Rurales, 75, pp. 77-96. Ruiz Domenech, J. E.; (1979) “Systeme de párente et theorie de l'alliance dans la societé catalane (env. 1000-env. 1200)”, Revue Historique, 532, pp. 305-326. 6 Monográfico Annales ESC, (1972) “Famille et Societé”, 27, 4-5, París. Monográfico Quaderni Storici (1976) “Famiglia e Comunitá.. Storia sociale della famiglia nell'Europa moderna”, 33. Monográfico Annales de Demographie Historique (1976) “Autour de la famille”, pp. 305-441, París. Monográfico Annales de Demographie Historique (197'6) “Genealogie et Demographie Historique”, pp. 73-170. París. Flandrin, J. L.; (1976) Familles, Párente, maison, sexualité dans l'anciénne societé (traducción castellana, 1979), París. Goody, J.; (1976) Production and Reproduction, Cambridge. Goody, J.; (1976) “Inheritance, property and vvomen: soine comparative considerations”, in Goody, J.; Thirsk, Thompson, eds.; Family and Inheritance, Cambridge. Medick, H.; (1976) “The proto-industrial family economy: the structure function of household and family during the transition from peasant society to industrial capitalism”, Social History, 3, pp. 291-315. Poni, C; (1977) Cultura Popolare Nell 'Emilia Romagna. Strutture rurali e vita contadina, Milán. Hareven, T; (1977) “The family cycle in historical perspective: a proposal for a develpmental approach”, en Cuisenier, J.; The family Ufe cycle in European Societies, pp. 339-352, Paris. Barbagli, M, ed.; (1977) Famiglia e mutamento sociale, Bolonia. MacFarlane, A.; (1978) The origins of English Individualism: the family, property and social transition, Oxford. MacFarlane, A.; (1978) “Modes of reproduct ion”, in Journal of Development Studies. 14, 4, pp. 100-120. Poni, C; (1978) “Family and podere in Emilia-Romagna”, The Journal of Italian History, 1, 2, pp. 201-234.

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la que se dedicó la primera generación de historiadores de la familia; tendencia muy influenciada por el célebre articulo de J. Hajnal (1965): “European marriage in perspectives”, a la que se une la explicación y significación de los sistemas de herencia y transmisión de la propiedad. Lo que podríamos denominar el giro de los años ochenta, centrado, sobre todo, en el primer lustro, se explica por la repercusión que comienzan a tener las críticas al grupo de Cambridge7, la propia obra de Wall, R.; Robin, J. y Laslett, P., Family forms in historie Europe (1983), obra publicada el mismo año que el libro de J. Goody: The development of the family and marriage in Europe, y que en España podría sintetizarse, a modo de ejemplo, con algunas investigaciones escritas y publicadas entre 1978 y 19848 y la constitución y creación de la Asociación de Demografía Histórica Hispano-Portuguesa. Los años 1983 y 1984 son trascendentales en una perspectiva internacional. En 1984 se publican obras de tanta incidencia, en los diversos planos que la familia ofrece, como las de Barbagli, Medick y Sabean, Godelier, Plakans o Segalen, sin contar con los trascendentales trabajos de Collomp y Goody en 1983 y de Gerard Delille en 1985. Nos encontramos, pues, dentro de una coyuntura clave en la que tiene lugar el proceso de recepción de unas corrientes internacionales que ya desde la antropología anglosajona de los añossesenta (J. Davis, J. Peristiany, Pitt Rivers) había puesto su atención en las sociedades mediterráneas y muy particularmente en las complejas relaciones de parentesco, con la familia como motor y eje de la explicación social y cultural. Una construcción que presenta varias características que nos permiten definir cuáles son las líneas por las que discurre la historia de la familia en España en las últimas dos décadas, qué problemáticas son las hegemónicas y qué nuevas perspectivas se plantean de cara al futuro. Creemos necesario indicar que las metodologías de reconstitución de familias y de análisis de hogares se desarrollaron, ante la ausencia de tradición sobre estudios 7 Collomp, A; (1974) “Marriage et famille. Etudes comparatives sur la dimensión et la structure du groupe domestique”, Annales, E.S.C., 29, 777-786. Berkner, L.; (1975) “The use and misuse of census data for historical analysis of family structure”, Journal of Interdisciplinary History, IV, pp. 721-738. Wilk, R. y Netting, R.; (1981) “Notes on the history of the household concept”, in Households: changings forms andfunctions, Wenner-Gren Foundation Symposium. Razi, Z.; (1993) “The myth of the immutable english family”, Past and Present, 140, 3-44. Smit, D. S.; (1993) “The curious history of theorizing about the history of the western nuclear family”, Social Science History, 17, 3, 325-353. 8 Así, en 1978, Vicente Pérez Moreda, escribe: “Matrimonio y familia. Algunas consideraciones sobre el modelo matrimonial español en la Edad Moderna”, aunque se publica ochos años después (1986, Boletín de la Asociación de Demografía Histórica, IV, 1, Madrid, 3-51); en 1979, F. Chacón escribe: “Introducción a la historia de la familia española: el ejemplo de Murcia y Orihuela (siglos XVII-XIX)” publicado cuatro años más tarde (1983, Cuadernos de historia. Anexos de la revista Hispania, 10, Madrid, 235-267); en 1982, Camilo Fernandez Cortizo publica: “A una misma mesa y manteles: la familia de Tierra de Montes en el siglo XVIII” (Cuadernos de Estudios Gallegos, XXXIII, 237-276); en 1983, Robert Rowland, en las jornadas constitutivas de la Asociación de Demografía Histórica (ADEH), presenta: “Sistemas matrimoniales en la Península Ibérica (siglos XVI-XIX): una perspectiva regional”que no se publica hasta 1988; en 1984, D. Reher publica: “La importancia del análisis dinámico ante el análisis estático del hogar y la familia. Algunos ejemplos de la ciudad de Cuenca en el siglo XIX” (Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 27, 107-135); también en 1984, Ángel Rodríguez Sánchez publica: “Las cartas de dote en Extremadura” (La documentación notarial y la historia, 83-100).

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de familia, como novedosas tendencias historiográficas dentro de un contexto más amplio de hegemonía de la demografía histórica y la escuela de Anuales. La consecuencia fue una gran capacidad de penetración del método de reconstitución de familias, curiosamente en un país con fuertes corrientes migratorias, impedimento notable para dicho método, y con fuertes y sólidos lazos y vínculos familiares que superan el sentido unívoco, independiente y aislado del hogar como entidad social. El resultado es que el método de reconstitución de familias no se practica y los estudios sobre estructura del hogar se completan al integrar y explicar las distintas tipologías de hogares según las funciones de los miembros que forman parte de los mismos, su ciclo de vida y sus genealogías. No se trata, al analizar los numerosos estudios sobre estructura del hogar, de oponer una tipología de hogar a otra con el único criterio de la residencia, sino de precisar hasta qué punto los hogares, que reflejan en determinadas fuentes una estructura determinada: nuclear, extensa o compleja, responden social, económica y políticamente, desde el criterio del sistema de relaciones y considerando, en su conjunto, la organización social, a una realidad nuclearizada o aislada o, por el contrario, forman parte de un entramado mucho más complejo en el que la realidad y la práctica de la familia es la categoría que concede sentido y perspectiva histórica a dicho análisis. En éste, una o unas determinadas familias pueden encontrarse aisladas en el sentido fiscal y censal del término, pero vivir dentro de un ámbito de relación social con fuertes vínculos y lazos, tanto de parentesco como económicos y sociales, con las familias que residen en casas próximas pero que son consideradas en las fuentes censales y fiscales como hogares nucleares e independientes ante la existencia de una persona que como cabeza de familia aglutine bajo su responsabilidad civil lo que los anglosajones han denominado como grupo doméstico. Sin embargo, todavía en 1986, Gerard Delille afirmaba que el estudio de la familia en Europa occidental era: “encoré trop souvent” tributario de intereses derivados de la demografía histórica tradicional o de la metodología elaborada por el grupo de Cambridge9. Se pone de manifiesto la necesidad de romper y eliminar el sentido de aislamiento que ofrecen los estudios sobre familia, para pasar a un estadio superior en el que sea la sociedad y los procesos que ésta desarrolla los verdaderos protagonistas. Lo que significa, por tanto, tener en cuenta la necesaria e imprescindible relación entre individuo, familia y comunidad. Es a partir de aquí, cuando el problema historiográfico de la familia comienza a situarse en términos adecuados y lo que explica, en parte, la dificultad y complejidad de establecer una puesta al día respecto a la producción bibliográfica en España a lo largo del siglo XX. A pesar de lo cuál es necesario e incluso urgente su realización. Por varios motivos. En primer lugar, la denominada por Joan Bestard: “ilusión interdisciplinaria”; se pone a prueba en esta compleja pero vital coyuntura historiográfica. La paulatina recuperación de la realidad social histórica de la familia en España comienza a contrastar, incluso notablemente, con 9 Delille, G.; (1986) Le modele familia! Européen. Normes, déviances, controle du pouvoir, Introduction, p. VII. Roma.

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los esquemas, hipótesis y estereotipos de otros laboratorios europeos muy interesados, eso sí, por el contraste que suponía el espacio mediterráneo y diversos factores históricos como la presencia de varias etnias y culturas en los distintos reinos que conformaron la Monarquía Hispánica y en concreto el territorio denominado España. Así, la limpieza de sangre, instituciones como la Inquisición, la fuerza de las Ordenes militares o los requisitos para ingresar en algunos de los cuerpos de la Monarquía e incluso el Imperio que dominó el mundo durante varios siglos, refuerzan a la institución familiar como el vehículo que permitió construir una sociedad basada, fundamentalmente, en los lazos de parentesco y en las relaciones clientelares y de patronazgo. En segundo lugar, la imagen historiográfica que emerge, impulsada por una mutua interinfluencia e interacción de las distintas ciencias sociales se traduce en una descomposición del objeto que significa una notable profundización en las distintas vertientes (mujer, herencia, transmisión del patrimonio, migraciones, actividades económicas, autoridad y jerarquía, lazos y relaciones sociales, simbología y construcción de pautas culturales y de sociabilidad) que la historia de la familia permite conocer a partir de las relaciones sociales que se establecen en una comunidad. Temas como las relaciones de poder, la historia política o de la administración “descubren” la fuerza explicativa de la familia. Estas características podrían aplicarse a la historiografía internacional; sin embargo, los resultados demuestran la especificidad de la orientación que se produce en España y que tiene su reflejo en la bibliografía. Por otra parte, la especialización historiográfica ha producido un doble efecto: en un caso positivo, ya que ha hecho aparecer el fenómeno en tendencias historiográficas que no lo habían planteado, sobre todo en historia política e historia del poder; pero en otro el resultado es negativo, por cuanto ha contribuido a una separación que no permite trazar con facilidad líneas de investigación en donde la sociedad y la organización social se conviertan en los verdaderos protagonistas. Así, por ejemplo, incluso perspectivas directamente relacionadas con familia como mujer, parentesco, herencia o/y transmisión de la propiedad, han profundizado en sus respectivas problemáticas pero se encuentran ausentes en los análisis de conjunto, por otra parte, bastante escasos. Pero ello es normal en el estado actual de la investigación y la historiografía’ y, a la vez, enormemente contradictorio con la gran influencia y el peso de la familia en la proyección social, económica y política de los individuos hasta bien entrado el siglo XX. LA ETAPA DE LA COMPLEJIDAD Y LA INTERDISCIPLINARIEDAD: 1985-1988 La segunda mitad de los años ochenta se presenta como una nueva etapa en la que se incorporan perspectivas y miradas antropológicas, culturales y regionales, que se encontraban iniciadas anteriormente. En esta etapa podemos afirmar que se ponen las bases teóricas y conceptuales respecto al objeto familia. El impulso que adquiere la investigación incorpora nuevas temáticas y hace que grupos sociales e instituciones hasta entonces completamente al margen de análisis sociales en los que se tuviesen en cuenta trayectorias, 91

ciclos de vida, genealogías sociales y procesos de reproducción y movilidad social, comienzan a formar parte de una nueva mirada historiográfica. Algunas obras son significativas y apuntan con claridad a una nueva fase alrededor de los años 85-88. El segundo lustro de la década de los ochenta es altamente significativo. La obra de Isabel Testón, (1985) Amor, sexo y matrimonio y las de los antropólogos, Joan Frigolé y Joan Bestard, Llevarse la novia. Estudio comparativo de matrimonios consuetudinarios en Murcia y Andalucía y Casa y Familia en, Formentera publicadas, respectivamente, en 1984 y 1986, significan una mirada hacia factores culturales y antropológicos que habían tenido precedentes en las obras de P. Aries en 1960 y los antropólogos ingleses de los 50 y 60. La diferencia se encuentra, además, en la profunda regionalización que comienza a plantearse alrededor de los años 87 y 88, coincidiendo con el mayor impulso de la etapa inicial y que supone un giro notable en la historiografía sobre familia. Precisamente, en 1987, se publica el primer libro del seminario “Familia y élite de poder”, Familia y Sociedad en el Mediterráneo Occidental (siglos XV-XIX), el libro de Isidro Dubert, Los comportamientos de la familia urbana en la Galicia del Antiguo Régimen: el ejemplo de Santiago de Compostela en el siglo XVIII; de Ignacio Atienza, La Casa de Osuna y “Nupcialidad y familia aristocrática en la España moderna: estrategia matrimonial, poder y pacto endogámico”, y La Familia en la España mediterránea. Siglos XV-XIX, que, con rotundidad, niega la existencia de una familia mediterránea como tal y plantea la diversidad de los espacios que componen el mediterráneo español entre los siglos XV y XIX. Esta tendencia espacial se intensifica a partir de este momento. En 1988, podemos señalar, entre otras, las significativas obras de David Reher (Cuenca) y Lanza García (Santander); pero a la especialización regional le sigue la temática, con orientaciones y relaciones que se estaban produciendo desde inicios de los ochenta; se trata, por ejemplo, del trabajo de Narotzky, S., Trabajar en familia. Mujeres, hogares y talleres. Toda la tradición de historias de caso referidos a la nobleza, aristocracia y grupos de poder continuará en la década de los ochenta, sobre todo en Cataluña, donde se publica un significativo trabajo de raíz antropológica y orientado al conocimiento de una institución cultural altamente significativa del poder de determinadas familias pertenecientes a dicha institución. Me refiero a la obra de McDonnogh, Las buenas familias de Barcelona. Este nuevo giro de los años 87-88 sienta las bases de una futura orientación marcada por la complejización temática y regional. La perspectiva antropológica desde una línea territorial tiene también en el año 1988 un libro representativo: Parentesco, Familia y Matrimonio en la Historia de Galicia, una serie de trabajos reunidos por Bermejo Barrera. En 1989 y 1990, Reyna Pastor, como fruto de un seminario creado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Xavier Roigé, contribuyen a esta línea. Línea que va a proseguir a lo largo de la década de los noventa y hasta el momento presente. Entran en escena los distintos grupos sociales, no al modo de las familias-socios del Liceo de Barcelona, sino desde una perspectiva más clásica: burguesía, campesinado, artesanado; y son objeto de continuos análisis y estudios relacionados directamente con la familia. 92

Los regidores y grupos de poder concejiles tienen un protagonismo específico que ha sido y está siendo objeto de continuos análisis de caso; se haría interminable la relación, incluso una selección de dichos trabajos. Tal vez los de Mauro Hernández y Guerrero Mayllo sobre Madrid, Burgos Esteban sobre Valladolid o los que desde el Seminario Familia y élite de poder se llevan a cabo sobre el Reino de Murcia, puedan ser representativos de la diversidad de perspectivas que desde conceptos como perpetuación y reproducción analizan la organización social. La familia aparece también como una institución con fuerza explicativa respecto a los procesos sociales en diversas instituciones: colegiales (Cuart); educación (González Cruz); magistrados (Giménez López); Audiencias (Pedro Molas). Sin embargo, no se encuentra la clave explicativa y el objetivo principal en detectar la fuerza y el papel que juega la familia en sentido amplio y desde la perspectiva del parentesco y la amistad respecto a los procesos sociales de cada familia individual y en relación con las de su entorno consanguíneo y estratégico más próximo, sino en la puesta en relación del ciclo de vida y la estrategia familiar tanto para la supervivencia y mantenimiento de los recursos materiales y de prestigio disponibles como para las posibilidades de ascenso y movilidad social con objeto de reproducir, perpetuar e incluso, si fuese posible, aumentar, los recursos económicos y, sobre todo, los simbólicos y, por tanto, el espacio y el ámbito de las relaciones sociales. Ciclo de vida, estrategia, reproducción, perpetuación, movilidad social son conceptos que forman parte directa de las posibilidades que la historia de la familia abre, siempre que se considere como una llave explicativa del sistema social y no como un fin en sí misma. LAS PERSPECTIVAS ACTUALES Los años 96-97, suponen, al igual que ocurrió en la década anterior, un giro historiográfico muy significativo y de notables repercusiones. Pero antes de indicar algunas de las obras que permiten señalar este cambio de tendencia es preciso subrayar la diversidad de temáticas que desde la década de los noventa existen sobre historia de la familia en España; sin embargo, la publicación de determinados libros apunta líneas de tendencia que creemos significan un cambio respecto al predominio de lo que se escribía hasta ese momento. Pese a tratarse de obras generales, debido a su gran influencia y capacidad de sugerencias indicaremos: The East in the West (1996) de J. Godoy; Populaçao, Familia, Sociedade (1997) de Robert Rowland; Kinship in Neckarhausen, 1700-1870 (1998) de D. W. Sabean. La familia en España. Pasado y presente, (1996), de David Reher; Élites, poder y red social. Las élites del país Vasco y Navarra en la Edad Moderna, (1996), de José María Imízcoz Beunza; Gentlemen, bourgeois and revolutionaries. Political change and cultural persistence among the Spanish dominant groups, 1750-1850 (1996, traducción al castellano, 2000), de Jesús Cruz; Familia, trabajo y reproducción social. Una perspectiva microhistórica de la sociedad vizcaína a finales del Antiguo Régimen, de Mercedes Arbaiza (1996); y, en 1997, la publicación del congreso internacio93

nal celebrado en Murcia en el 9410 y Conflictividad y disciplinamiento social en la Cantabria del Antiguo Régimen, de Tomás Mantecón Movellán, pueden servirnos como ejemplo de tres perspectivas que aparecen con fuerza y se consolidarán cada vez con más potencia. Pero antes hay un denominador común sobre el que es preciso insistir: la organización social es la preocupación, el protagonista y el objetivo básico. Se ha producido un cambio de perspectiva. 1996-97, significa una coyuntura decisiva en la que confluyen: la evidencia de una potente contradicción entre factores de continuidad familiar en la realidad política, económica y social y una legislación superadora de la misma; en segundo lugar, el análisis rupturista de una nueva definición respecto a la pertenencia a unos u otros grupos sociales mediante identificadores más complejos que los empleados hasta ahora, con especial atención a los culturales, simbólicos y a los que explican el disciplinamiento social; y, por último, los intentos de síntesis. Circa 1983-circa 1997, es el período clave en la iniciación y posterior impulso en los estudios de historia de la familia en España. De la reconstitución de familias y el matrimonio pasando por los análisis antropológicos y regionales a los intentos de síntesis. A lo largo de estos quince años tiene lugar una muy notable transformación en los presupuestos teóricos y metodológicos de la historiografía española. La familia se ha consolidado como un objeto científico cuyo análisis y explicación de la organización social a partir de las nuevas propuestas conceptuales y metodológicas: reproducción y movilidad social, transforman los contenidos con los que se ha venido explicando la historia de España. La renovación producida en los estudios de historia política, las nuevas miradas sobre historia social y las interrelaciones con otras ciencias sociales, han significado una profunda revisión en la historiografía española. Podemos afirmar que en los últimos treinta años hemos pasado de estudiar y analizar una geografía de las formas familiares basadas en relaciones de carácter rígido entre estructura del hogar —en confusión permanente con el concepto y la realidad familia— la edad de acceso femenino en primeras nupcias y el sistema de herencia predominante en cada territorio, a profundizar en el conocimiento de la organización social y el sistema de relaciones sociales horizontales y verticales en donde los conceptos de jerarquía, dominación, clientelismo y fidelidad alcanzan un protagonismo fundamental. Nos encontramos ante una historia de la familia mucho más social que demográfica y económica como fue en los primeros momentos (finales de los setenta), pero que no puede cometer el error, normal en esos años por el predominio de las tendencias historiográficas, de dejar de considerar, eso sí, en su exacto lugar, los factores contextúales demográficos, políticos, cultu10 Rowland, R. y Moll, I.; (1997) (eds.) La demografía y la historia de la familia, Murcia. López Cordón, M. V. y Carbonell Esteller, M.; (1997) Historia de la mujer e historia del matrimonio. Murcia. Chacón Jiménez, F. y Ferrer i Alós, LL.; (1997) Familia, Casa y Trabajo, Murcia. Casey, J. y Hernández Franco, J.; (1997) Familia, Parentesco y Linaje, Murcia. Rodríguez Sánchez, A. y Peñafiel Ramón, A.; (1997) Familia y Mentalidades, Murcia.

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rales o simbólicos; se trata, por tanto, de un importante cambio de objetivo pero que se construye sobre y a partir de la experiencia acumulada. Un cambio de objetivo que va mucho más allá de lo anunciado por nosotros mismos en 1991: estudio del cuadro legal y de costumbres; el papel de la iglesia; estudio de la amistad, vecindad, las solidaridades familiares, las relaciones de trabajo, la estructura de la autoridad paterna y la jerarquía en el interior de la familia. Y que significan, en definitiva, integrar y adoptar nuevos conceptos teóricos procedentes de la relación historia-ciencias sociales: cambio social, reproducción y movilidad social,para entender los procesos de cambio, permanencia o transformación que sufren las comunidades organizadas socialmeníe mediante un sistema de relaciones sociales de dependencia y subordinación que es necesario explicar. Pero esto no puede significar una especie de “abandono familiar”, sino todo lo contrario; se trata de colocar a la institución clave en los procesos de sociabilidad y reproducción en su lugar y, como consecuencia, en su contexto y con sus condicionamientos. De esta forma, además, comprenderemos el trípode, en el que se apoya toda la organización social: persona, familia y grupo familiar, en sentido amplio, y sociedad; ésta con sus corporaciones y formas de estar organizada y articulada. Es necesario, y sin su conocimiento es imposible comprender los procesos que tienen lugar en el interior del sistema y que producen las transformaciones o/y los cambios, analizar las transferencias de responsabilidad y funciones a la vez que las continuas interacciones que se producen entre los tres pilares citados. Sin embargo, la preocupación social en relación con la historia de la familia no es nueva, y de una u otra manera siempre se ha tenido en cuenta una orientación específica como la propuesta por Charles Tilly en 198711. También en España ha sido un objetivo básico. Es muy difícil, por no decir casi imposible, señalar una obra que suponga el inicio de esta orientación, pero el excelente libro de James Casey, History of the Family (1989, traducción al castellano en 1990) y su homenaje a John Elliott: “Familia y Sociedad”(1991)12, podrían significar el comienzo de esta tendencia. Diversas propuestas teóricas e investigaciones podemos encontrar en el seminario “Familia y élite de poder” de la Universidad de Murcia. La antropología ha utilizado estos conceptos desde una perspectiva empírica regional13. Esta vertiente y línea de orientación se encuentra formulada con claridad en las propuestas que surgen de las obras referidas en los años 96-97 y enlazan con toda claridad con el denominador común al que acabamos de referirnos. Ahora bien, una segunda línea se refiere a la necesidad de elaborar obras de síntesis sobre historia de la familia. Algo de lo que se encuentra muy necesitada la historiografía española considerando la continua producción de obras 11 “Family history, social history and social change”, en Haréven, T. y Plakans, A. (eds.), Family History at the crossroads. A Journal of Family History Reader, Princeton. 12 El mundo hispánico, homenaje a John Elliott, Barcelona, pp. 185-202. 13 Cardesin Díaz, J. M; “La heterogeneidad de la reproducción social en una sociedad estratificada: la Galicia rural del siglo XIX”, en Antropolgia cultural, (1999), X. M. González Reboredo, coordinador.

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regionales sobre una determinada temática o/y época dentro de las múltiples y diversas perspectivas que ofrece la historia de la familia. Es cierto que algunas obras han intentado ofrecer una síntesis, al menos en el título, sobre historia de la familia en España; sin embargo, las orientaciones han sido excesivamente unívocas, careciendo, en general, de una perspectiva de conjunto14. Esta situación contrasta, vivamente, con otras historiografías nacionales, como la inglesa o la italiana que cuentan con síntesis por épocas históricas o incluso desde la antigüedad hasta la actualidad15. En España se han prodigado los análisis sociológicos sobre familia desde los años sesenta y de manera notable sobre los cambios demográficos y las rupturas de la tradición, producidas en los últimos años16. El acceso de la mujer al trabajo, el envejecimiento de la población y el consecuente cuidado de los ancianos, atribuido por hábito y costumbre a las hijas, han transformado en los últimos treinta años las pautas de conducta y sociabilidad desde la familia y respecto a la familia. Sin embargo, la tradición sigue teniendo fuerza pero se ha roto en las últimas décadas con las generaciones que se incorporan al mercado, al matrimonio y a las posibilidades de tener hijos desde posturas de independencia, autonomía y, sobre todo, de individualidad. El grupo familiar no ha dejado de ser un punto de apoyo en momentos de dificultades; todas las estadísticas europeas sobre la ausencia de los hijos del hogar o la consideración de la familia respecto a la preocupación que sobre estos temas tienen los jóvenes, colocan en un lugar muy destacado la consideración de la familia como institución y espacio social básico, lo que explica la compleja y contradictoria situación presente. Una prueba evidente es su excesivamente temprana llegada al mercado de la divulgación histórica, cuando apenas si se practicaba en el ámbito científico. Pero no era un hecho aislado, unos años antes: 1979, Bernard Vincent reclamaba la urgente necesidad de recuperar el proceso histórico seguido por la familia en España. Precisamente, las líneas futuras en la investigación sobre historia de la familia deben de abordar dos tipos de análisis absolutamente 14 Reher, D. S.; (1996) La Familia en España. Pasado y Presente, Madrid. Véase la reseña de Chacón Jiménez, F.; en Hispania, LVIII/3, 200 (1998), pp. 1177-1180. 15 Para el caso de Inglaterra, entre otras, podríamos mencionar: Stone, L.; (1977) The family, sex and marriage in England, 1500-1800, Londres. MacFarlane, A.; (1987) Marriage and Love in England. 1300-1840, Oxford. Davidoff, L; (1990) “The family in Britain”, en Thompson, F. M. L., ed.; The Cambridge Social History of Britain, 1750-1950. En Italia, Kertzer, D. I.; Saller, R. R, eds.; (1991) The family in Italy (from antiquity to the present), Yale. Barbagli, M. y Kertzer, D., orgs.; (1992) Storia della famiglia italiana. 1750-1950. Casanova, C; (1997) La famiglia italiana in etá moderna. Ricerche e modelli, Roma. Rowland, R.; (1997) Populacao, Familia, Sociedade. Portugal, séculos XIX-XX. En este contexto continúa siendo incomprensible la falta de integración, pese a los significativos avances producidos por la historia de la familia en los últimos veinte años, en las síntesis internacionales y europeas sobre Historia de la Familia. Véase al respecto: Burguiere et al.; (1986) Histoire de la Famule, 2 vols., París; y más recientemente Kertzer, D. 1. y Barbagli, M.; (2001) Family Ufe in Early Modern Times 1500-1789, Yale. 16 Entre una producción abundante y muy variada, podríamos señalar: Flaquer i Viladerbó, L.; (1998) El destino de la familia, Barcelona; Alberdi, I.; (1999) La nueva familia española, Madrid; Iglesias de Ussel, J. y Meil Landwerlin, G; (2001) La política familiar en España, Madrid.

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necesarios: por una parte, estudios micro desde la perspectiva de comprender y explicar el sistema de relaciones sociales; a ellos se deben unir trabajos regionales que pongan de manifiesto la diversidad de los reinos hispánicos pero también sus similitudes; una segunda línea apuntaría hacia la necesidad de situar a la familia como factor explicativo: primero, del cambio histórico en el interior de un proceso económico que desde la protoindustrialización nos coloca en la transición y consolidación hacia una economía industrial y postindustrial; y, en segundo lugar, respecto a la transición de las familias hacia el Estado a partir de la fuerza de las relaciones personales y familiares como constitutivas de las instituciones, a la vez que una paulatina distinción entre público-privado y sagrado-profano. Este ambicioso y sugerente programa de trabajo puede partir del método de levantamiento de genealogías sociales y construcción de redes. De esta manera comprenderíamos las fases e intensidades de los procesos de clientelismo y patronazgo caracterizados por la desigualdad y la jerarquía a la vez que la relación social y la economía donativa en el conjunto de la organización social y explicaríamos la reproducción y la movilidad social existente en ésta. Evidentemente, asistiremos a distintas fases del proceso; una vez identificadas y caracterizadas podremos determinar hasta qué punto la familia explica la evolución histórica de la sociedad española, así como su perspectiva comparativa respecto a las sociedades de Iberoamérica. Esta es la responsabilidad y el reto que tienen ante sí los cultivadores de esta disciplina: un paradigma social complejo y comprometido, pero a la vez apasionante en el conjunto de las ciencias sociales.

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LA REVISIÓN DE LA TRADICIÓN: PRÁCTICAS Y DISCURSO EN LA NUEVA HISTORIA SOCIAL*

SITUACIÓN Y COMPLEJIDAD Existen muchas moradas en la casa del Padre, reza un principio evangélico que señala la diversidad y variedad de las formas religiosas dentro del cristianismo. Trasladado el aforismo a la historia social y poniéndolo en relación con la abundante literatura existente sobre esta materia, podríamos preguntarnos si en lugar de la situación en la que se encuentra actualmente la historia social deberíamos hablar de las distintas formas y modos de abordar dicha disciplina. No cabe duda que la historiografía presenta un evidente problema según se trate de una u otra época histórica, ya que cada una con sus tradiciones y objetos de estudio preferentes ha practicado el análisis de lo social aplicando métodos y formas de recuperación del pasado que si bien no son diferentes, sí se han centrado en temáticas distintas; por otra parte, ha sido el carácter transversal y de larga duración de las problemáticas abordadas el que ha impulsado el análisis de lo social. ¿Qué causas explican esta situación? Antes que una respuesta necesitamos argumentos y razonamientos; en cualquier caso, si tuviésemos que definir el panorama de la historia social es probable que los dos términos indicados más arriba nos fuesen de gran utilidad; pero si utilizásemos un símil de márketing y publicidad referido a la visibilidad de las instituciones, entidades y corporaciones, y la dificultad que éstas tienen para hacer llegar sus mensajes a los ciudadanos, tendríamos que añadir las palabras: dificultad y complejidad. En definitiva, lo que pretendemos plantear como primera premisa de aproximación al estado actual de la cuestión sobre historia social en España, es la de

* El presente trabajo forma parte del proyecto de investigación: “Sociedad, Familia y grupos sociales. Redes y estrategias de reproducción sociocultural en Castilla durante el Antiguo Régimen (siglos XV-XIX)”, referencia: HUM2006-09559, del que es Investigador Principal, Francisco Chacón Jiménez y ha sido posible gracias a la financiación concedida por el Ministerio de Educación y Ciencia. Secretaría de Estado de Universidades e Investigación.

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una cierta desorientación, especialmente a partir de una excesiva teoría, o mejor dicho, de una profundización teórica que nos aleja cada vez más de la necesaria y básica comprobación empírica. Tampoco nos hemos alejado, excesivamente, de la confusión entre teoría y método (Piqueras, 1991)1. Nos encontramos, pues, ante problemas que vienen originados por tres razones o casuísticas: en primer lugar, la división de los objetos de estudio; en segundo lugar, el planteamiento metodológico de lo individual frente a lo colectivo y, por último, las semánticas del tiempo y, por tanto, de cada fase o etapa histórica. Estas palabras de Reinhart Koselleck, han condicionado, primero los conceptos y, después, las explicaciones sociales del pasado. De la frase clásica de Lucien Febvre por la que toda historia, por definición, es social y el sentido que M. Bloch otorga a la historia como ciencia del cambio, podemos introducir las palabras de F. Braudel en su conferencia inaugural en el Collége de France en 1950, cuando advertía del peligro de una historia social que olvidase que: “dans la contemplation des mouvements profonds de la vie des hommes, chaque homme aux prises avec sa propre vie, son propre destin”2; o el argumento de Bernard Lepetit al indicar que la historia es una técnica, un oficio fundado sobre la manipulación de archivos, series, contextos, escalas, hipótesis y la experimentación sobre la realidad pasada (Lepetit, 1995, 13). O seguir el consejo y definición de James Lockhart: buscar detrás de las instituciones el plasma vital de las relaciones sociales. A partir de estos planteamientos se producen, de manera recurrente, una serie de análisis binarios de carácter dialéctico y contrapuesto (estructura-suceso, larga duración-coyuntura, macro-micro, universal-local), que constituyen el denominador común de las contradicciones espacio-temporales respecto a una de las lógicas más complejas de la historia social: individuo-colectividad. Pero no se trata de buscar definiciones, sino de entender y explicar cómo se produce la recuperación del pasado; al igual que Edoardo Grendi, Giovanni Levi, Simona Cerutti y otros destacados miembros de la historiografía italiana, creemos que es necesario comprender lo social como una descripción de las relaciones sociales. En 1991, Simona Cerutti recogía una afirmación de E. Grendi en la que ponía en relación las acciones individuales y los fragmentos de vida como una concepción de las relaciones sociales; de esta forma, cada fuente puede capturar la alteridad de los diferentes sistemas de significación y al cruzarse con otras captar el conjunto y el funcionamiento del sistema social reflejado en determinados valores sociales, comportamientos y actitudes (Cerutti, 1991, 1442). Ahora es posible plantear la pregunta: ¿Donde se pueden situar los límites entre los estados individuales y los comportamientos colectivos? 1 Pese a la puesta al día que supuso la publicación del congreso (Zaragoza, 1990) de la Asociación Española de Historia Social (S. Castillo (coord.) La Historia Social en España. Actualidad y perspectivas, Madrid, Siglo XXI, 1991), con un completo análisis temático y por épocas, su penetración e influencia no ha tenido en las prácticas históricas la repercusión que hubiese sido de desear y la calidad de sus textos merece. 2 Ecrits sur L´Histoire, Paris, 1969, pp. 34-35.

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La desorientación a la que hacíamos referencia anteriormente se pone de manifiesto si tenemos en cuenta tres debates que ocupan a la historia social: los modos de descripción de las lógicas del pasado; la estratificación y organización de la sociedad y la comprensión de la historia social como descripción de relaciones. Debates que guardan una relación directa con las casuísticas que hemos señalado más arriba y que planteaban problemas de comprensión y enfoque de la historia social: la división del objeto histórico, individual versus colectivo y las, en palabras de Koselleck, semánticas del tiempo. La atención prestada al lenguaje y al discurso como prácticas estructuradas de la realidad social ha hecho que disminuya la sensación de falta de comprensión y de confusión o desorientación. La razón no es otra que la aceptación de una pluralidad y el rechazo a todo debate unilineal, bien sea de inspiración funcionalista, estructural o inspirado en el materialismo histórico. Esta amplitud de miras e incorporación de nuevos principios teóricos y epistemológicos ha sido posible, en parte, gracias al paso de gigante que ha significado el método nominativo, punto de arranque teórico de la corriente microhistoria y, desde luego, algo más que un método. En este sentido y para explicar la nueva situación, el lenguaje y el discurso se presentan como claves explicativas de la realidad social, cultural y política. Ahora bien, el lenguaje no son simplemente palabras, sino modos de pensar y entender el mundo y la sociedad. El resultado es que la categoría clase se bate en retirada y emerge una historia atenta a la semiología y a las identidades y, por tanto, a lo simbólico y lo representativo. Desde esta perspectiva la historia social de las dos últimas décadas logró incorporar ingredientes de la historia cultural y política. Y para ello era necesario decodificar prácticas simbólicas. Lo cultural se presenta así como expresión y representación de las experiencias y relaciones sociales. INDIVIDUO-COLECTIVIDAD: PROBLEMÁTICA Y DEBATES Nos encontramos en un momento de transición fundamental: hemos estado acostumbrados a pensar e interpretar la historia a partir de categorías rígidas y preestablecidas que arrancan de finales del siglo XIX y primera mitad del XX, como revolución industrial, revolución francesa, Antiguo Régimen, burguesía, nobleza o campesinado, que se han proyectado sobre las fuentes para confirmar o no unas hipótesis de trabajo construidas a partir de rígidas lecturas del pasado en las que predominaba lo estructural. Entre esta realidad y la ruptura de la misma, asistimos a un largo proceso en el que aparecen algunos significativos y relevantes denominadores de cara a explicar el estado de la cuestión; se tiene la sensación de que según el período histórico que se analice o la problemática que se estudie, el enfoque cambia y las teorías se aplican de manera distinta; la formación teórica es débil y la relación entre teoría, método y experiencia empírica desigual; en ocasiones, se produce un exceso de teorización con falta de relación entre teoría y práctica; existe ansiedad por buscar elementos de 101

definición: aparte de los conceptos de habitus, discurso o giro lingüístico, giro material, giro social, giro cultural o giro constructivista son empleados para definir los cambios introducidos en el análisis social. La ruptura y el cambio sobre esta problemática vendrá dada por lo que supuso el giro lingüístico al cuestionarse las estructuras sociales que tendían, en palabras de Sewell, a reducir a los actores a autómatas programados (Sewell, 1992, 2), a partir de los códigos y significados que las palabras y, por tanto, el lenguaje concedía y otorgaba a la interpretación histórica. Para explicar esta ruptura tomaremos en consideración los elementos constitutivos de los distintos debates señalados; en primer lugar: los modos de descripción de las lógicas del pasado. Desde esta perspectiva, el giro lingüístico supone adoptar la noción de que el lenguaje es el factor clave que da contenido y significación al pasado; de tal forma y con tanta fuerza que la semiótica se convierte en una referencia para algunos historiadores al pensar que aparte de medio de comunicación es una estructura de relaciones objetivas que explica el discurso, convirtiéndose éste en la clave explicativa del pasado y del presente cuya comprensión viene dada por el lenguaje y sus códigos. Sin embargo, el giro lingüístico también busca a través de la construcción discursiva la capacidad de creación de una unidad social bien de grupo o de clase, que no es posible plantear sólo desde los intereses materiales; es éste un tipo de análisis en el que los individuos desaparecen. La postura de E.P. Thompson sintetiza los cambios que se producen en el análisis histórico: en lugar de estructura hablamos de proceso, y el sujeto y el individuo vuelven a la historia. La contextualización de esta postura impulsa la historia cultural que intenta superar la división entre sociedad y cultura. Hasta ahora se ha analizado y subrayado un concepto de cultura vinculado a grupos sociales: cultura popular, cultura de élite, y, tal vez, se ha dejado en un plano secundario la cultura como síntesis de pertenencia a una sociedad que reúne unos determinados caracteres. Sin embargo, creemos que hay que considerar a la cultura como una categoría de la vida social relacionada con la economía, la sociedad y la política; también se puede considerar como un sistema de símbolos que poseen una coherencia que al ponerse en práctica está sujeta a transformaciones. Desde este punto de vista, y siguiendo la reflexión de Beatriz I. Moreyra (Beatriz I. Moreyra, 2007), se debe rechazar toda autonomización de la cultura y subrayar su imbricación con el contexto espacial y temporal. Pero no al modo que plantean los Cultural Studies, ya que al anular las jerarquías y los sistemas de dominación, rompen las relaciones sociales. La dimensión cultural y la material deben de guardar una estrecha relación; así lo prueban los estudios que desde el consumo y las relaciones comerciales alteran los presupuestos de procesos históricos que, como la Revolución industrial, por ejemplo, sólo se han explicado desde perspectivas y miradas economicístas. Entendemos el concepto de cultura como acciones que, con o sin carácter estratégico, se identifican con un determinado y concreto código semiótico que 102

se expresa a través del lenguaje y con el que se ponen en relación símbolos y signos con hechos reales. Esta realidad es la práctica que se entiende como el espacio en el que se produce el encuentro entre los individuos, con las actuaciones que llevan a cabo y el sentido y significado discursivo de dichas actuaciones expresadas a través del lenguaje. De esta manera, cualquier forma de práctica cultural significa basarse en un conjunto de significados convencionales pero compartidos, por lo que pueden ser comprendidos y coherentes. Nos encontramos en el ámbito de la representación y, por tanto, en el de percepción y en el de la recreación del discurso. Pero en el concepto de representación conectamos tres realidades: las expresiones colectivas que incorporan los individuos, las formas e imágenes del poder y de lo social, y todo ello formando parte de la identidad individual y colectiva. El segundo debate: estratificación y organización de la sociedad, parte de un problema inicial: el anacronismo del lenguaje utilizado en siglos posteriores para referirse a situaciones y hechos del pasado, así como la proyección del presente sobre fuentes creadas en otras épocas y contextos y, por tanto, con significados diferentes. Aparece como problema en las significaciones políticas, en los análisis de actividades profesionales y en las denominaciones de las mismas y, por supuesto, en los análisis culturales. La síntesis entre la profesión y el estatuto social delimita grupos en virtud de criterios comprensibles para los investigadores que pueden no corresponder a la experiencia de los actores sociales, lo que nos traslada a un anacronismo y a un significado distinto del lenguaje. En el centro de este problema se encuentra, como afirma Simona Cerutti, “la classification ignore le probléme de la validité de ses propres critéres aux yeux des protagonistes de l´époque” (Cerutti, 1995, 228). En este sentido, las categorías sociales no deberían ser separables de las prácticas que les dan sentido. No se puede hacer una definición a posteriori que los contemporáneos no habrían reconocido como tales. Se trata de elaborar análisis de identidades sociales que no “aprisionen” a los actores sociales en categorías rígidas. Los grupos socioprofesionales se han entendido como instrumentos de identificación de los individuos y se plantea la diferencia entre socio-profesional y grupo social. Esto nos lleva a la relación entre profesión o actividad y status social; lo cuál hace que dicha realidad quede señalada sólo a partir de la indicación de la actividad. Esta es muy limitada y por sí sola no es capaz de recoger la complejidad del estatuto social. Sería aplicar criterios de clasificación social propia de los siglos XIX y XX a realidades que se dejan englobar muy poco por estas clasificaciones. La taxonomía es una forma de representación, pero la actividad que se indica, desliza al individuo hacia el grupo. Lo cuál ha dado lugar a una situación esclerotizada, estática y rígida, se ha producido, por tanto, una vuelta a las fuentes, al lenguaje de los documentos y, sobre todo, a completar una realidad limitada a la que se le habían otorgado amplísimos poderes explicativos. Es decir, los actores sociales son protagonistas de lo individual pero sin romper el grupo; definiéndoles más en profundidad mediante su trayectoria de vida y genealogía social. La explicación individual servirá para matizar el grupo. 103

No se intenta negar la pertenencia de los individuos a las categorías profesionales, sino examinar cómo las relaciones sociales crean solidaridades, alianzas y grupos estables. Pero se pueden producir rupturas entre discursos y comportamientos. Más que en términos de unidades individuales se trata de pensar en términos de sistemas de relaciones. Al reconstruir las interrelaciones no se puede limitar a niveles de análisis preestablecidos (relaciones de producción), el horizonte social lo dibujan y escriben los individuos a través del recorrido que llevan a cabo en diferentes medios: la familia, el trabajo, la vida social. Lo importante es comprender las formas que adopta la estratificación social y las razones de estas reformas. Tenemos que dirigir nuestra mirada hacia las imposiciones normativas y hacia la capacidad mayor o menor, pero siempre capacidad, de los actores sociales para cambiar. Nos encontramos ante una aproximación lingüística que puede producir una separación entre los discursos y el plano social; de tal forma que los semiólogos se convierten en referencia de los historiadores más que los especialistas en ciencias sociales. Pero, en realidad, la clasificación funde su legitimidad en el interés y en las experiencias, así como en las relaciones sociales. Como consecuencia de todo lo expuesto, no se puede hablar de un conjunto único de fenómenos determinando las formas de organización social y su transformación, sino más bien de una pluralidad de fenómenos independientes y de naturaleza diferente que coexisten en el mismo espacio social, y que evolucionan según sus propias lógicas y no según un proceso general preestablecido y predeterminado. A un interés por la trayectoria y la función ha sucedido un interés por el contexto y el sentido. Es decir, la confianza en el hecho social ha dado paso a la cultura y al discurso como formas más ricas y complementarias de explicación, pero no deben de anular lo social. Sólo si se establecen unas mejores posibilidades de análisis del hecho social, el discurso y la cultura serían positivos. El historiador social ha aprendido a descodificar prácticas simbólicas y representaciones del mundo social que son constituyentes de dicha realidad social. Aquí entra la representación que modela las prácticas. El importante libro Beyond the cultural turn. New directions in the study of society and culture, (Bonnell V. y Hunt (eds.) (1999) indica que es necesario que los historiadores sociales vuelvan al análisis de las estructuras, de los procesos económicos así como de la cuantificación. ¿Hasta qué punto el sentido, la percepción y la significación de lo social, es decir, de formar parte de un conjunto social estructurado de una forma o de otra se encuentra interiorizado e incluido en el orden jerárquico de los individuos? Es necesario reformular la noción de lo social para que la investigación dé cuenta de la naturaleza material de los contextos sociales. Se trata de una diversificación y amplitud del foco que ilumina la historia social. Un foco que tiene en el concepto de causalidad social la piedra angular del paradigma explicativo de la historia social. Digamos que el concepto de sociedad surge y se descubre en el siglo XVIII frente al de comunidad. En los años 60 y 70 del siglo XX la noción gramsciana de 104

“hegemonía” se opone a los modelos reduccionistas propios del funcionalismo norteamericano a la vez que considera la complejidad de la evolución social. Es a principios de los 80 cuando las concepciones culturalistas se ven desplazadas por la atención prestada al lenguaje (Moreyra, 2007, 5). Es entonces cuando la historia social no se realiza a partir de las lógicas preestablecidas sino considerando las acciones humanas llevadas a cabo en momentos sucesivos y en circunstancias determinadas. La actividad social es siempre provisional e inestable, y los actores sociales que la ponen en acción y la justifican recurren a numerosos y diversos planos y esferas de la realidad; así pues, no se puede hablar de un conjunto único de fenómenos determinando las formas de organización social y su transformación sino una gran variedad de hechos que no siguen unas normas preestablecidas sino sus propias lógicas, por tanto aparecen con un carácter discontínuo, indeterminado y multidireccional; la consecuencia es la dificultad de captar el sentido y la dirección y estrategia de dichos comportamientos. En el panorama de la historia social el sentido culturalista y la reivindicación de lo individual trae nuevas formas, ya que sociedad e individuo están relacionados y genealógicamente unidos. Los límites y las capacidades de elección del individuo dependen, esencialmente, de las características que presentan sus relaciones con los otros; es este proceso social el que se sitúa en el corazón del análisis y el que desplaza la historia hacia el proceso y las interacciones y relaciones (Cerutti, 1995, 233). En este panorama podemos dibujar una trilogía formada por: INDIVIDUO-SOCIEDAD-SOCIAL, en la que la estadística juega un importante papel para dar fuerza a lo social. Se trata de una formalización estadística de lo social que tendrá en lo biográfico su mejor reflejo (Gribaudi, 2004; Acton, 2005). Los datos son necesarios para la recuperación del pasado social; y en cuanto a los datos nominativos, hay que desplazarlos hacia las articulaciones internas de las acciones y realidades sociales de cada momento; es por ello, que podemos afirmar que abandonar la cuantificación de manera absoluta significa una involución en el desarrollo disciplinar de la historia social. Afirmación un tanto atrevida o que será leída con cierto desdén, pero que nos parece fundamental en el sentido particular y global de la evolución histórica. El ejemplo de la relación entre poder, familia y sociedad a lo largo del Antiguo Régimen puede ser demostrativo de lo relacional así como de la estratificación y organización social y también de los modos de descripción. Tengamos en cuenta, en primer, lugar que el orden político es concebido en términos de Cristiandad antes que en el de formaciones estatales. El entramado institucional demuestra esta teoría y la organización polisinodial de la Monarquía que incluía tres Consejos: Inquisición, Ordenes, Cruzada, de difícil justificación político-administrativa, demuestra el papel de la Iglesia y de lo religioso en una sociedad en donde no existe la separación entre lo sagrado y lo profano ni entre público y privado. Por otra parte, familia se vincula directamente al parentesco y a las formas de organización doméstica, de convivencia y a las relaciones sociales. Hay, además, una gran diversidad y diferente significación de los conceptos Familia y Poder en espacios y épocas distintas, de manera que 105

se expresan de distintas formas, maneras y adoptan unas relaciones diversas que corresponden a los valores y prácticas que explican dichas relaciones. Pero cuando la realidad se expresa lo hace a través de la organización social existente en cada época y coyuntura, por lo que no existe el poder como concepto ni como praxis desgajado de la realidad social. El significado de Poder para Foucault revela el sentido integrador del mismo; para este autor no es característica de una clase o de una elite gobernante, no se origina en la economía o en la política; el poder existe como una red infinitamente compleja de micropoderes, es decir, de relaciones de poder que penetran todos los aspectos de la vida social y están entrelazados y relacionados con la producción, el parentesco, la familia y pueden ser estudiados, al menos en su concepción teórica, mediante la tratadística.(O´Brien, 1989, 36). Por ello, es en las formas y prácticas de las relaciones sociales por donde circula el poder y se manifiesta a través de ellas. Es aquí, precisamente, donde se produce la confluencia de los intereses entre ambos objetos de estudio; es decir, a través de las estrategias y las formas que adopta el poder para expresarse, especialmente en la intermediación y en los espacios desde los que se proyecta y donde descansa. Y aquí la familia tiene plena presencia por cuanto ella es instrumento que aglutina y moviliza poderes y, por tanto, órgano de expresión de los mismos. El surgimiento de nuevos enfoques y planteamientos en el horizonte historiográfico sitúa a la familia y su capacidad explicativa en un primer plano. No exenta de problemas respecto a los mecanismos de relación, ya que habría que preguntarse cómo toman forma los destinos individuales y en qué medida son influenciados, organizados y encuadrados por las estructuras y las relaciones sociales. Es evidente que nos encontramos en plena fase de cambio y transformaciones. Así, tras la reconstrucción familiar, la tipología estructural y una intensa etapa de intentos de modelización a través de establecer relaciones entre tipología y variables demográficas y económicas (edad femenina en las primeras nupcias, niveles de celibato definitivo, sistemas de herencia), aparecen nuevos problemas en el horizonte: integrar el parentesco en su dimensión social; analizar y explicar los vínculos que ponen en relación a los individuos o situar a la familia en la red social de solidaridad, relaciones de dependencia y ciclo de vida. Y todo ello se configura y constituye alrededor de un primer círculo basado en las relaciones de consanguinidad, que se mezcla, une y confunde, en muchas ocasiones, con el originado por el parentesco ficticio y la alianza. Desde estos círculos, y a través de la amistad, se proyecta la relación familiar hacia otros grupos sociales que pueden convertirse en lazos de amistad; también la relación clientelar, de carácter dependiente y vertical, se puede iniciar, aunque no necesariamente, desde círculos familiares. El entramado que se produce, tiene y presenta una gran complejidad por cuanto los lazos y vínculos de relación social están atravesados por la consanguinidad, el parentesco, el parentesco ficticio, la alianza, la amistad, el clientelismo y, además, se entretejen sobre diversas instituciones que actúan como órganos independientes, aunque quienes les dan vida pueden y suelen estar relacionados 106

entre sí por fuertes y sólidos lazos de sangre o/y amistad. Por ello, es fundamental reconstruir la red de relaciones que se entrelazan a partir de la familia y en las que los intereses horizontales de grupo están cohesionados por la familia y la amistad, mientras que la cohesión clientelar, al tener un carácter jerarquizado, aparece cohesionada por relaciones de dominación de carácter vertical. Pero no pensemos que ambas situaciones se dan en estado puro; al contrario, el camino de la relación o el del ascenso social y la estrategia suelen caracterizarse por un entramado a la vez vertical y horizontal con nudos centrales muy fuertes que, conforme nos alejamos de ellos tanto en sentido vertical como horizontal, se van debilitando. Estas relaciones se plasman, se consolidan o se enfrentan alrededor de los poderes señoriales, eclesiásticos, locales o del Rey. Sólo desde una perspectiva generacional es posible entender los ideales de reproducción y perpetuación. Por todo ello, se explica la fuerte presencia historiográfica que tienen los estudios de network analysis o redes sociales. Son, precisamente, los siglos de la modernidad (XV-XVI-XVIII-XIX), los que se definen no tanto por los cambios en la organización y estructuras sociales como por la burocracia que generan las monarquías renacentistas y barrocas y también la difusión de una cultura escrita. Para completar la definición se pone de manifiesto la necesidad de explorar las múltiples influencias procedentes de las crisis políticas e intelectuales, a la vez que las corrientes más lentas y profundas de la economía. Igualmente, hay que considerar el enlace entre mentalidad religiosa y reafirmación de las estructuras políticas y sociales a la vez que el juego mútuo de influencias entre las formas de economía, jerarquía social y corrientes de reforma y rivalidad religiosa. CONCLUSIÓN A pesar de los diez años transcurridos desde la publicación de la crítica de Gareth Stedman Jones al libro de Bernard Lepetit, Les formes de l´experience. Une autre histoire sociale (Stedman Jones, G., 1998) en donde aparte de subrayar las notables diferencias entre la práctica de la historia social en Francia e Inglaterra3, lleva a cabo un recorrido sobre los puntos básicos de la nueva historia social, así como la reciente publicación (2005) de la obra editada por Gabrielle M. Spiegel (Practicing History. New directions in historical writing after the lingüistic turn), no podemos decir que se hayan producido novedades de interés o que las propuestas teóricas hayan alcanzando ejemplos prácticos que demuestren una renovación profunda en la historiografía internacional, más allá de lo que significa el lingüistic turn, la historia conceptual e intelectual de origen alemán y su relación con la historia social. 3 Una de las críticas hace referencia a la nula discusión de la historiografía francesa sobre la frontera entre la historia social y la historia política ni la presencia de vías alternativas como la que desarrolla en Cambridge sobre el contexto de los lenguajes políticos o el proyecto que, en Alemania, dirige Koselleck sobre historia social e historia intelectual, ibidem, p. 390.

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Si quisiésemos establecer una conclusión en el terreno de las prácticas, ésta podría orientarse hacia la necesidad de crear espacios de debate que den lugar a una síntesis explicativa que integre lo individual y lo social a la vez que el lenguaje y el contexto político-cultural de la sociedad. Sintetizando, se trata de poner en relación tres elementos clave: individuo-discurso y cultura. Al giro lingüístico le está sucediendo un giro histórico. A esta torpe manera de definir la situación creada por las influencias historiográficas de las nuevas corrientes, podríamos darle un sentido más exacto si afirmásemos que al giro lingüístico se le está superponiendo y relacionando de manera más estrecha cada vez, lo que nunca debió de abandonarle: el giro histórico; es decir, una nueva interpretación y revolución de lo nominativo. Al innovador trabajo de Carlo Poni y Carlo Guinszbur, il nome e il come, tendríamos que añadirle las propuestas que desde la categoría del individuo se han presentado en el escenario de la historia social para recuperar su necesario protagonismo. Y así, la biografía, la prosopografía, la genealogía y las redes sociales se integran en las nuevas interpretaciones de una historia social en la que la acción histórica supone poner en relación al individuo con el contexto cultural en el que se insertan y explican los poderes y las instituciones formadas por individuos, pero a los que no podemos entender como seres aislados sino integrados en espacios familiares, de parentesco y de carácter económico y político. Alrededor de esta problemática surgen tres cuestiones clave: 1. estructuración de las sociedades en grupos sociales con recuperación del concepto clase, pero concibiéndolo como el producto de un proceso histórico que no precisa cumplirse forzosamente, sino que se encuentra condicionado por realidades y relaciones sociales que pueden matizar la integración del individuo en dicho espacio social, al tratarse de una situación mucho más compleja en la que entran en juego las jerarquías sociales. 2. Estudio de las desigualdades y sus evoluciones, con especial atención a la jerarquía como factor explicativo de la dominación y la dependencia. 3. Estas dos cuestiones previas, reenvían al estudio de la familia, la actividad, las circunstancias de vida y la autoridad bajo las cuáles las personas actúan y elaboran sus interpretaciones. Es ahora cuando la familia se convierte en un laboratorio de relaciones de clase y procesos sociales. Cuestiones que requieren unas condiciones: en primer lugar superación de las dualidades que contraponen análisis materiales, estructurales o institucionales a los culturales, simbólicos y representativos; en segundo lugar, y como consecuencia de esta necesaria eliminación, es preciso que los historiadores sociales relacionen sus propuestas con los procesos económicos y políticos y con los modos de producción y distribución; una tercera condición es la necesaria superación del marco nacional como unidad de análisis. Los enfoques deben ser transnacionales en perspectiva comparativa.

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La respuesta de Annales a la crítica de G.Stedman Jones concluye señalando la aportación de Patrick Joyce y el propio Stedman Jones y el Cambridge turn respecto a la necesidad de sobrepasar una historiografía determinista, e interrogándose sobre cómo introducir la historicidad de las instituciones en los análisis que privilegian al actor individual, y cómo articular y legitimar los análisis efectuados a escalas diferentes (Stedman Jones, G., 1998, 394). El problema que se plantea y que puede sintetizar la reflexión teórica contenida en estas líneas, es la de cómo pasar de una escala a otra a la vez que es necesario integrar ambas. Es decir, hay que salir del individuo y de la familia para llegar al análisis de conjunto pero sin abandonarles. Sólo la práctica nos dará respuesta. Desde esta perspectiva, la investigación histórica tendrá a las prácticas, y no a la estructura, como el punto de partida del análisis social, pues es en la práctica donde tiene lugar la intersección entre los discursivo y la iniciativa y acción individual (Spiegel, G.M., 2006, 42) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ACTON, F., (2005): “la biografía y el estudio de la identidad”, en Davis, J.C. y Burdiel, I. (eds.), El otro, el mismo. Biografía y autobiografía en Europa (siglos XVIIXX), Valencia, pp. 177-197. BONNELL V. y HUNT (1999) (eds.): Beyond the Cultural Turn. New directions in the study of society and culture, Berkeley. BRAUDEL, F. (1969): Ecrits sur l´Histoire, Paris. CABRERA, M. A. (2003): “La crisis de la historia social y el surgimiento de una historia postsocial”, Ayer, 51, pp. 201-224. – (2006) (ed.) “Más allá de la historia social”, Ayer, 62, pp. 9-17. – y Santana Acuña, A. (2006): “De la historia social a la historia de lo social”, Ayer, 62, pp. 165-192. CASTILLO, S. (1991) (coord.): La historia social en España. Actualidad y perspectivas, Madrid. CERUTTI, S. (1991): “Pragmatique et histoire, ce dont le sociologues son capables (note critique)”, Annales ESC, novembre-décembre, 6, pp. 1437-1445. – (1995): “La construction des categories sociales”, Passés recomposés. Champs et chantiers de l´Histoire, editions Autrement, 150-151, pp. 224-234. – (1997): “Le linguistic turn en Angleterre. Notes sur un débat et ses censures”, Enquete, 5, pp. 125-140. CHARTIER, R. (1992), El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural, Barcelona. – (1993), “De la historia de la cultura a la historia cultural de lo social”, Historia Social, 17, pp. 97-103. GRENDI, E. (1986): “Storia sociale e storia interpretative”, Quaderni Storici, 61, a. XXI, 1, aprile, pp. 201-210. GRIBAUDI, M. (2004): “Biography, academic context and models of social análisis”, Anna-Maija Castrén (ed). Between sociology and history, Helsinki, pp. 102-129. 109

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B) FAMILIA Y SOCIEDAD 1. POBLACIÓN Y RECURSOS HUMANOS

INTRODUCCIÓN EL CENSO DE FLORIDABLANCA DESDE UNA PERSPECTIVA REGIONAL. NUEVAS APORTACIONES AL ANÁLISIS DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII

Los motivos que impulsaron al comité organizador a ce­lebrar el segundo centenario de la realización del Censo de Floridablanca fueron múltiples. Por un lado, homenajear la labor desarrollada por un ministro de origen murciano en el conocimien­to de la población de su época, con una mentalidad que se adelan­taba notablemente a todos los intentos estadisticos anteriores por evaluar el volumen de la población y, permitía, por primera vez, dotar a los gobernantes ilustrados de un instrumento eficaz para conocer el volumen y características de los efectivos huma­nos disponibles por el Estado. Por otro lado y, sin duda el mo­ tivo más importante, suponía la posibilidad de una reflexión co­mún sobre uno de los acontecimientos fundamentales en la historia demográfica española. El indudable avance técnico y estadístico que se deriva de algunas de las directrices básicas que presidie­ron la realización de este Censo –voluntad de las autoridades de incluir al conjunto del territorio y de la población, responsabi­lidad civil en la articulación de la recogida de información y rapidez en su elaboración– permiten dar un elevado margen de va­lidez a sus resultados. La asignación tradicional de un teórico grado de fiabilidad a este primer Censo nacional, nos aconsejó enfocar el con­greso primando la perspectiva regional. La posibilidad de aproxi­marnos a la realidad y significado del Censo para el conjunto de las distintas regiones de la monarquía española, permite una im­ portante base de comparación. Aspectos como, la validez de la fuente en cada espacio regional, la adecuación de sus resultados a los conocimientos de que disponemos sobre la dinámica demográ­fica y características de sus poblaciones, la realidad de unos comportamientos demográficos en función de la ocupación del medio y de su aprovechamiento económico, o, incluso, la utilización de los resultados del Censo para definir y establecer la existencia de unas tipologías y sistemas demográficos, son cuestiones sufi­cientemente importantes que nos animaron para llevar adelante el proyecto. 113

Pero, sin duda, el análisis del Censo de Floridablanca va más allá. No sólo se trata de constatar unas realidades demo­gráficas en las distintas regiones, sino también de ratificar hi­pótesis sobre las características y dinámica de las poblaciones españolas sustentadas por el análisis de otras fuentes demográfi­cas. Debe ser una tarea futura sobre la que se puede profundizar con la información contenida en el Censo, y el propósito último de establecer un marco explicativo del comportamiento demográfico de los españoles a finales del s. XVIII. Nuestro objetivo aquí es hacer algunos comentarios a los principales planteamientos y con­clusiones desarrollados a la luz de la documentación regional del Censo de Floridablanca. *** Durante el congreso y posteriormente en las distintas colaboraciones escritas, se ha ido resaltando el extraordinario avance que supone para la historia demográfica española la reali­zación del Censo de Floridablanca. No obstante, al analizarlo a la luz de la realidad regional, surgieron numerosos comentarios que, sin cambiar el sentido general de notable fiabilidad, permi­te detectar aciertos e irregularidades que en muchos casos ayudan a comprender el significado real de la información contenida. En primer lugar, cabe preguntarse cuál fue el propósito de los gobernantes ilustrados con este Censo; parece obvio que su respuesta nos pone sobre la pista de la validez de la fuente. La firme decisión de dotar al país de un instrumento eficaz de con­trol de sus recursos humanos y conocer su distribución y composi­ción. Lo cuál no es una acción aislada, respondía a toda una lar­ga tradición que nacerá con el Estado moderno: ordenar esporá­dicamente la realización de censos generales y averiguaciones sobre el volumen de la población con evidentes propósitos fisca­les y militares1. De manera más directa, respondía a los esfuer­zos de las administraciones borbónicas para racionalizar los re­cursos económicos y humanos2. Por tanto, el Censo de Floridablan­ca es deudor de sus precedentes “no es una catedral en el desier­to”3. Así, las operaciones puestas en marcha con el proyecto de la Única Contribución4, y sus posteriores intentos de actualiza­ción5, o la realización del Censo de Aranda, son experiencias más que suficientes para diseñar y perfeccionar un modelo de actuación en la recogida de información y confección de un censo a escala nacional. Al mismo tiempo, las condiciones coyunturales parecían propicias para poner en marcha esta vasta 1 MARAVALL, J.; Estado Moderno y Mentalidad Social. Madrid, 1986, Tomo I, p. 114. 2 MARTÍN RODRÍGUEZ, M.; Pensamiento Económico Español sobre la Población, 1984, p. 30. 3 LIVI-BACCI, M.; “El Censo de Floridablanca en el contexto de los cesos europeos”, en esta misma obra. Para las sucesivas referencias a colaboraciones incluidas en este volumen se citará en el texto sólo el nombre del autor. 4 CAMERO BULLON, C.; Burgos y el Catastro de Ensenada. Burgos, 1989. 5 PÉREZ GARCÍA, “Algunas reflexiones en torno a la utilización de los resúmenes generales de la Unica”, en I Jornadas de Mº de Extremadura: La tierra. Cáceres, 1979.

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operación estadística: habían pasado casi dos décadas desde la última averiguación de población (1768), y se estaba, en palabras de los redactores del Censo, “en medio de la paz más duradera”6, requisito necesario si se pretendía reducir al mínimo las oculta­ciones, “temerosos los Pueblos de las quintas, o aumento de con­tribuciones, ocultan las noticias, y disminuyen el número, sobre todo en tiempo de guerra”. Es decir, existía una serie de condi­ciones “objetivas” que facilitaban la realización de la macroencuesta. Oficialmente, el objetivo perseguido era doble. Por un lado, propagandístico, “para que vean los Estrangeros que no está el Reyno tan desierto como creen ellos” y, por otro, se necesita­ba constatar los efectos demográficos de las reformas emprendidas por los gobernantes ilustrados, “para conocer los aumentos que ha recibido con el fomento dado a la Agricultura, Artes y Oficios”, así como las posibles desigualdades de poblamiento que existiera en el territorio de la monarquía e intentar remediarlas. Para alcanzar estas pretensiones oficiales los mismos gobernantes ilustrados intentaron reducir el natural recelo de sus subditos dando un paso decisivo en la historia estadística, se eliminaban las referencias nominativas “sin tomar por eso sus nombres”, de­claran los redactores de la “Advertencia”. Todas estas referencias han sido argumentos manejados repetidamente para ilustrar y justificar tanto las pretensiones meramente estadísticas de las autoridades como la fiabilidad de los resultados del Censo. El profesor F. Bustelo, en un comenta­rio sobre este Censo, concluía: “Lo que sí es cierto es que habi­da cuenta del temor a quintas y contribuciones, el censo se hizo en tiempo de paz y sin que se tomara nota del nombre del decla­rante. Los justicias de cada pueblo y el párroco o un vecino co­nocido que supiera escribir tenían que ir de casa en casa anotan­do los habitantes e insistiendo en el número exacto de hijos de cada familia. No obstante, falta saber si estas instrucciones tan precisas se cumplieron”7. Efectivamente, durante el congreso, se ha insistido sobre la posible intención fiscal y hasta militar del Censo. Así, en el análisis de la posterior Instrucción reser­vada a la Junta de Estado del propio Floridablanca (1787), o en su Memorial (1789), existen, a juicio de Livi-Bacci, suficientes elementos para cuestionar la pretensión oficial del Censo. Los resultados obtenidos con este Censo permitieron a Floridablanca solicitar la realización de “encabezamientos” cada cuatro o cinco años, atendiendo al aumento “de muchos millares de contribuyen­tes” que el Censo reflejaba. Precisamente, desde comienzos de la década de los 80 se había iniciado de acuerdo con los planes del ministro de Hacienda Pedro de Lerena (1781-91) –directamente inspirados por Floridablanca–, y debido a los fracasos en los inten­tos por establecer la contribución fiscal directa, una profunda revisión y actualización de los encabezamientos, como principal recurso fiscal del Estado. Esto supondrá la necesidad de conocer el volumen real de población y 6 Advertencia, 1787. 7 BUSTELO, F. “La población española en la segunda mitad del s. XVIII”, en Rev. Moneda y Crédito, nº 123, (1972), Madrid, p. 92.

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su distribución para repartir con mayor equidad la carga tributaria, y sobre este punto insistirán las instrucciones enviadas a los empleados de la Hacienda en los años inmediatos al Censo8. Por otro lado, también parece probable que el Censo de Floridablanca esconda una finalidad militar. Aparte de las refe­rencias concretas en algunos “Estados de Población” locales a la advertencia de sus autoridades sobre la incapacidad de dar alojamiento a las tropas (como en Peñíscola), Pla Alberola llamó la atención sobre la posible finalidad militar del criterio de cla­sificación de edades. Así, considera que si el límite de “discre­ción parcial” es a los 7 años (posibilidad de acceder al sacra­mento de confesión) y el de la “discreción plena” es a los 12 años, parece lógico que se hubiera establecido un grupo de edad entre esas fechas, en vez del que se fijó de 7 a 16 años. Si no se hizo fue porque, a su juicio, es a partir de los 16 años cuan­do comienzan las obligaciones de milicias, y, además, la inclu­sión en el Censo de otro grupo de edad con el límite de los 40 años también es por los mismos motivos, al coincidir con la edad máxima para ser movilizados en milicias. [Bevia Llorca, P., Gimé­nez López, E. y Pla Alberola, P.]. Por tanto, hay razones para pensar que las pretensiones de los gobernantes ilustrados con la realización de este Censo no fueron tan altruistas como hicieron constar en la “Advertencia”. De cualquier forma, y esto creemos que es lo más importante, la escasa claridad en las instrucciones remitidas a las autoridades locales –quizás de manera consciente–, o la incapacidad para transmitirles una nueva concepción de la política censal, no evitaran el recelo de la población y autoridades ni introducirán variaciones importantes en el proceso de recogida de la informa­ción primaria, que seguirá siendo sustancialmente similar a los censos tradicionales. De hecho, la aparición de la documentación primaria que sirvió para la confección de los Estados de Pobla­ción, sobre la que insistiremos más adelante, permite afirmar que en la “técnica” de recogida de la información base, a pesar de las declaraciones oficiales, no se va a diferenciar de los censos precedentes. En esta fase del proceso de elaboración, aparece como un censo “más”, con lo que esto supone para la pervivencia de unos niveles de ocultación. El recelo de la población ante una nueva ocasión de fiscalización fue probablemente similar a las anteriores, incluso podrá venir acompañado de la complicidad de las autoridades encargadas de su confección, que seguirán dudando de las intenciones oficiales y llegarán, como ocurrió en el País Vasco, a planificar la ocultación [Ortega Berruguete, A.]. En resumen, las intenciones expresadas por los redactores del Censo de Floridablanca no puede ser argumento suficiente para fundamen­tar un determinado grado de fiabilidad. Una segunda vía para aproximarnos a la validez de la fuente es analizar el proceso seguido en la recogida y elaboración de la información necesaria para confeccionar el Censo de Floridablanca. Ya hemos indicado anteriormente que algunos de los principales rasgos que definen el censo y permiten catalogarlo como “moderno”, son precisamente características derivadas de una firme vo8 ARTOLA, M.: La Hacienda del Antiguo Régimen, 1982, p. 336 y 340.

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luntad política de mejorar el proceso de elaboración del censo: universalidad, rapidez y responsabilidad civil. En conjun­to, podemos afirmar que se cumplieron en gran medida. Con fecha de 25 de Julio de 1786, se cursó una real orden a todos los in­tendentes del reino para que remitieran, de acuerdo a un modelo impreso, información sobre el volumen y composición de la pobla­ción de todos los pueblos sin excepción. Para recoger la informa­ción se ordenaba que en cada pueblo los regidores y el cura reco­rrieran toda la población, “...calle ita formando lista del núme­ro de almas o individuos de cada casa, habitación ó refugio den­tro del Pueblo, ó en su campo y jurisdicción, conforme a la edad de cada uno poco más o menos, y con expresión del oficio que exerca”. Con estos datos se debía formar el “Estado de Población” que se agregaría al resto de núcleos de población, empezando por las unidades más pequeñas, las parroquias, y hasta completar el conjunto de cada intendencia, todo ello en el menor plazo de tiempo posible: “que todos los que hayan de contribuir a esta operación, procederán con la mayor brevedad y exactitud en sus relaciones”. Efectivamente, a finales de abril de 1787 ya se había recibido en Madrid la información solicitada por el rey. Pese a la rapidez con que se cumplieron las órdenes reales, oscilaron bastante según las regiones. Diversos factores como el tamaño de la población, el acceso a las vías de comunicación o el recelo de las autoridades en iniciar o concluir los “Estados”, parecen ex­plicar esta desigualdad. Así, por ejemplo, las autoridades vascas retrasaron el inicio del recuento hasta principios de diciembre de 1786, porque se pretendían “garantías fidedignas de la no uti­lización del censo con fines fiscales o de reclutamiento mili­tar” [Ortega Berruguete]. En otros casos, la lentitud burocrática podía suponer más tiempo que el invertido en realizar la opera­ción censal: las órdenes para poner en marcha el recuento en las poblaciones de Cantabria, no fueron reexpedidas desde Burgos y Toro hasta Octubre de 1786, llegando a los distintos núcleos cán­tabros entre noviembre y diciembre, mientras que hacia febrero de 1787 estaban concluidos la mayoría de “Estados de Población” de esta región [Vara Recio, A.]. En general, los mayores desfases dentro de un mismo territorio se registrarán entre las poblaciones grandes y los núcleos más reducidos, ya que en las primeras la existencia de una división parroquial obligará a una mayor coordinación en las operaciones censales, lo que se traducirá en notables variaciones entre parroquias en el periodo de tiempo invertido, con el consi­guiente retraso del “Estado” general de la localidad; en las pa­rroquias de la ciudad de Guadalajara, por ejemplo, el desfase irá desde agosto de 1786 a la última entrega en junio de 1787 -[Martín Galán, M.]. No “obstante, la tónica general será de cumplir la orden en un tiempo realmente corto. En Navarra, el Consejo Real pondrá como plazo “un mes preciso y perentorio”, y efectivamente, en menos de un mes y medio estaban cumplimentados todos los “Estados” del reino, con la excepción de sólo dos casos [García-Sanz Marcotegui, A.]; o en las provincias de Guadalajara y Cuenca, entre el 65 y el 80% de las localidades habían cumplimentado sus “Estados de Población” antes de finalizar 1786. 117

Esta extraordinaria rapidez, que en algunos casos hace sospechar de un “rellenado sobre la mesa”, es sin duda uno de los principales logros de este censo, que no se explicaría sin la firme intervención de las autoridades civiles. Desde el mismo Floridablanca, que despachará una activa correspondencia sobre las numerosas dudas que irán surgiendo, llegando incluso a com­probar los datos y ordenar la nueva realización del Censo, como ocurrió con los “Estados de Población” de la ciudad de Murcia, hasta los intendentes que presionarán reiteradamente a las auto­ridades locales para que se cumplieran las órdenes con la mayor diligencia; en las Islas Baleares, por ejemplo, mientras que la mayoría de pueblos de Mallorca y Menorca había terminado antes de finalizar 1786, la ciudad de Palma no concluirá el suyo a pesar de las reiteradas reclamaciones del intendente, y sólo accederá a entregárselo cuando a comienzos de abril de 1787 amenace al Ayuntamiento y exija su entrega en el “plazo de 6 días” [Juan Vidal, J.]. Pero, ¿podemos decir lo mismo de la fase de recogida de información primaria? La localización de vecindarios y recuentos de población en archivos municipales y escribanías notariales coincidentes en la fecha con la realización del Censo de Flori­dablanca, nos pone sobre la pista del efecto que la real orden de 25 de Julio de 1786 tuvo en el proceso de elaboración de los da­tos solicitados. En numerosas regiones españolas se han descu­bierto padrones y vecindarios cuya relación con el Censo de Floridablanca deja de ser una mera coincidencia (La Rioja, Nava­rra, Baleares, Murcia, La Mancha,...). Aunque todavía no son mu­chos los padrones locales hallados, frecuentemente suelen ser casos aislados, con la excepción de Navarra donde llegan a repre­sentar el 25% de su población; su vinculación al Censo de Floridablanca parece confirmarse al comprobar el elevado grado de coincidencia con las cifras de sus “Estados de Población”; en tres vecindarios de poblaciones pertenecientes a La Rioja, dos presentan datos que concuerdan plenamente en ambas fuentes, mien­tras que en el último caso es mayor el total de población en la plantilla del “Estado” y diferente las cifras en los grupos de edades [P. Gurria García]; en cuatro poblaciones manchegas las conclusiones son parecidas, igual volumen de población en dos de los núcleos y ligeras oscilaciones en los otros dos, y al igual que en los ejemplos riojanos, las mayores diferencias se regis­tran en la distribución por grupos de edad, pero en todo caso permiten mantener fácilmente la relación entre los vecindarios y sus “Estados de Población”. De cualquier modo, esta vinculación parece definitiva al haberse encontrado algunos casos en los que los pueblos enviaron a la misma vez el vecindario y la plantilla del “Estado”, como es el caso de 14 pueblos manchegos, localiza­dos por M. Martín Galán. La estructura informativa de estos vecindarios locales apenas se aleja de los censos y averiguaciones tradicionales, es decir, nominativos y manteniendo como unidad básica de recogida de información el grupo familiar, a la vez que una variada in­formación sobre edad, sexo, estado civil, profesión, pertenencia al grupo familiar o, incluso, la procedencia geográfica del individuo, como se ha constatado en los encontrados en Navarra. Se observa, pues, un método tradicional en la recogida de la in­formación base, que debía de servir para rellenar la 118

plantilla enviada por el gobierno, y, por tanto, no se atiende a las instrucciones de anonimato dictadas al respecto, aunque posterior­mente en los “Estados” sólo consten los totales de población. Más incierto resulta saber si estas averiguaciones de población se realizaron por todo el país tras recibirse la Real Orden. Hasta que no tengamos una mayor muestra de vecindarios locales, no po­dremos precisar si se confeccionaron a raíz de la orden siguiendo el tradicional método nominativo, o bien las plantillas se relle­naron utilizando padrones o matrículas religiosas existentes, lo que explicaría que no se halla conservado un mayor número de es­tos vecindarios; de alguna manera esta posibilidad también impli­cará un cierto nivel de ocultación, desde el momento que no es coetáneo al “Estado de Población”. Por tanto, aunque los gober­nantes ilustrados mostraron una especial preocupación para que el Censo cubriera la totalidad del territorio nacional y se adopta­ron las medidas necesarias para reunir la información en el menor plazo de tiempo posible, apenas se podrá modificar los métodos de recogida de información primaria que seguirán siendo sustancialmente parecidos a las averiguaciones precedentes. La falta de instrucciones específicas tanto para la recogida de información como para su posterior tratamiento y re­llenado de la plantilla, supondrá además la posibilidad de apli­car criterios personales, que no siempre se corresponderán con la política censal del gobierno y que producirán notables oscilacio­nes en la calidad y significado de la información. Desde el mo­mento que se realizan averiguaciones de población que responden antes a un método tradicional que a las exigencias posteriores de una plantilla, la confección del “Estado de Población” vendrá fuertemente condicionada. Problemas como el mantenimiento de la unidad fiscal y familiar, en detrimento de la realidad demográfi­ca individual, el variado significado de las actividades labora­les, condicionado por la estructura económica de la zona, y que debía resumirse en una protestada tipología socioprofesional, o el problema de la inclusión de la población transeúnte, especial­ mente importante en áreas de economía de montaña, o marítima, o con fuerte movilidad de su población, supone la adopción de cri­terios de lo más variado. A los que se sumarán los elegidos para rellenar la plantilla enviada por el gobierno. Una simple compa­ración, allí donde sea posible, entre los vecindarios locales y sus “Estados de Población”, permite constatar como tampoco hubo unidad de criterios en la traslación de la información primaria a las casillas de los “Estados”. Esto será especialmente visible a la hora de incluir en los respectivos grupos de edad a los indi­viduos con edades límites, ya que de una población a otra se cam­biará el criterio, con las negativas consecuencias que estas os­cilaciones tiene para determinados grupos de edad y los consi­guientes cálculos de índices demográficos, como ocurrirá con el grupo infantil de 0 a 7 años, aunque, a juicio de Martín Galán, el criterio general parece que fue considerar la edad que cie­rra el grupo incluyendola en el mismo. Sin embargo, en Murcia los ejemplos indican lo contrario. Junto a esta posible recogida de la información si­guiendo los métodos tradicionales y aplicando una amplia variedad de criterios para solucionar las 119

peticiones del gobierno, existe otra posibilidad como es la confección de los “Estados de Pobla­ción” locales directamente, “sobre la mesa”. La presencia de no­tables desequilibrios, a menudo de muy difícil explicación, en la distribución de la población en los “Estados” parece confirmar esta última posibilidad. En ninguna región será numerosa la existencia de hojas locales del Censo con importantes irregulari­dades, como la acumulación o desaparición de efectivos humanos en determinados grupos cuya presencia no responde a un comportamien­to mínimamente coherente del ciclo biológico, y, en general, sue­ le ser frecuente constatar fuertes variaciones entre las propor­ ciones de sexos, grupos de edad, y estados civiles, o, por con­tra, sospechosas similitudes en las cifras: en el 19% de los “Es­tados” locales de la provincia de Guadalajara coinciden el número de varones y de hembras en cada grupo de edad [Martín Galán]; lo mismo ocurre en el 9% de los casos de las comarcas meridionales valencianas [Bevia Llorca, Giménez López, Pla Alberola], y esta circunstancia afecta al 7’4% de los casos del País Vasco [Ortega Berruguete]. Las modificaciones pueden llegar a afectar notable­mente incluso al total de habitantes; en una localidad navarra, Vera de Bidasoa, según el “Estado” de su población existía un total de 2686 personas, mientras que una nota advierte que “Esta tabla se halla equivocada, porque habiendo examinado” el alistamiento original sólo resultan 1905 almas” [Á. García-Sanz Marcotegui]. Aunque los ejemplos se podrían multiplicar, lo importante es destacar que en estas primeras fases de recogida de la infor­mación, la falta de unas órdenes precisas que hubieran permitido limitar la aplicación de sucesivos criterios particulares, cons­tituye, a nuestro juicio, el principal defecto del Censo de Floridablanca y, de alguna manera, reduce el rasgo de actualidad que se podía derivar de las referencias en la “Advertencia” de sus redactores a una recogida anónima. Una vez concluida esta fase, se procederá a realizar “Estados” resumen con todas las hojas locales. Esta traslación será también motivo de modificaciones en la información, funda­mentalmente debido a errores estadísticos y a sospechosas correc­ciones; en la provincia de Cuenca, por ejemplo, aunque habrá al­gunas poblaciones que no distribuirán sus efectivos por edades –esta circunstancia afectará al 8% de la población conquense–, o sobrevalorarán la población de algún estado civil, como resultado de la suma de los restantes, no parece detectarse errores en el “Estado” resumen provincial [Martín Galán]. Los errores aritméti­ cos tampoco estarán ausentes, en el País Vasco afectarán al 49% de sus localidades, no obstante, todavía será un porcentaje muy inferior al registrado diez años después: en el Censo de Godoy supondrá el 18’3% [A.R. Ortega Berruguete]. En algunas regiones se ha podido cuantificar el alcance del traspaso de información del Censo desde las hojas locales al resumen general. Según Josep Iglésies, esta operación supone en los corregimientos de Cataluña una pérdida del 7’4% de los efectivos humanos existentes en las hojas locales9, y Pierre 9 IGLESIES, Josep, El cens del Comte de Floridablanca, 1787, Part de Catalunya, 2 Vols., Barcelona, 1969-70, vol. I, p. 12.

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Vilar eleva el porcentaje de pérdida al 10’5%10. No obstante, esta operación no tuvo porqué saldarse ne­cesariamente con una disminución de población. Según el recuento de Castello Traver, el cuadro resumen del Censo en el País valen­ciano supone un aumento del 0’5% respecto al total de población (sin comparar la población en comunidades ni las Nuevas Poblacio­nes)11, y el paso de las hojas locales al total provincial en Extremadura supondrá un incremento de la población regional en un 2’5%, [M. Rodríguez Cancho]. El problema de la traslación de la información, sobre el que no se ha insistido lo suficiente, puede constituir un tema a desarrollar mucho más interesante, y con mejores perspectivas de solución que, por ejemplo, la discusión sobre la inclusión en los “Estados” de la población en comunida­des, cuyo volumen incluso suele ser menor. Así, mientras que ésta supone el 1’1% del total de población en la región extremeña, el traslado de información, en esta fase, supone un incremento del 2’5%, del volumen de población. Para terminar con el análisis de la fuente, cabría pre­guntarnos por el significado de la información contenida en los “Estados de Población” que nos han llegado, o lo que es lo mismo, qué nivel de representatividad del conjunto demográfico de la monarquía española podemos asignarle. Ya hemos apuntado, anterior­mente, que uno de los principales avances de este Censo es la firme decisión de los gobernantes ilustrados de alcanzar la co­bertura total. Desde el punto de vista geográfico, supone el pri­mer censo nacional que representará la totalidad de las regiones españolas, sin distinción jurisdiccional (como ocurrió en el cen­so de Aranda). Esta innovación va a suponer un avance notable incluso a escala regional; para algunas regiones este Censo su­pondrá la primera oportunidad de evaluar el conjunto regional (País Vasco). Aunque al ir descendiendo en la escala de observación geográfica vayan registrándose algunas omisiones, suelen ser de escasa relevancia y sustancialmente no modifican la impresión general de una elevada representatividad. En Asturias, por ejem­plo, donde faltan los “Estados” de 15 concejos, un estudio de las desviaciones en los respectivos grupos de edad de todos los pue­blos asturianos permite constatar que la información no está ses­gada y la representatividad es “casi total” [M. Ansón Calvo]. En La Mancha faltan tres pueblos; en La Rioja una localidad serrana y varios barrios de Logroño; en el País Vasco, no hay ninguna omisión en Vizcaya y Guipúzcoa, y falta el 3% de información en Álava; en Valencia no se hará referencia a las “Pías Fundaciones” que, probablemente, con un fin propagandístico, fueron incluidas en los “Estados” de Nuevas Poblaciones. El origen de estas omisiones parece estar en una impre­cisa adecuación entre las unidades de recogida de información y la estructura del poblamiento. Los criterios por los que se ri­gieron las autoridades locales para elegir la población 10 VILAR, Pierre, La Calogne dans l’Espagne moderne, Recherches sur les fondementes economiques des structures nationales, Paris, 1962, 3 vols., Vol. II, p. 40. 11 CASTELLO TRAVER, Jospe-Emili, El País Valenciano en el Censo de Floridablanca, (1787), Valencia, 1978, p. 33.

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objeto de recaudación informativa nos son desconocidos. No siempre el con­ junto de habitantes aparece configurado en torno a una jurisdic­ción civil o religiosa definida, a menudo la estructura del po­blamiento impondrá una serie de agrupaciones o separaciones de difícil explicación y, frecuentemente, resultará imposible su detección. A modo de ejemplo sirva el caso de Galve de Sorbe, una localidad de Albacete, que con 100 caseríos independientes se agrupa en 11 “Estados de Población” que agrega, arbitrariamente, a la población; falsea la estructura del poblamiento e introduce un factor distorsionador a la hora de intentar explicar la evolución demográfica [Martín Galán]. Aún a riesgo de generalizar demásiado, parece que esta tendencia a desvirtuar unos niveles de representatividad geográfica del Censo se agudiza conforme descendemos hacia el sur y en el medio rural; los grandes núcleos urbanos tienen una estructura mucho más definida. Si bien en las regiones más septentrionales se registra una mayor presencia de poblamiento disperso que podría facilitar esta imprecisión de límites a la hora de recoger la información, también en estas zonas las es­tructuras jurisdiccionales están más consolidadas, debido a una larga trayectoria del poblamiento. En cambio, hacia el sur, las arti­culaciones jurisdiccionales comienzan a ser relativamente más recientes y menos definidas, en estrecho paralelismo con el desa­rrollo demográfico en estas áreas. De tal manera, que los mayores problemas a la hora de definir los criterios de agrupación de las poblaciones para obtener información se darán, precisamente, en aquellas regiones que tengan un poblamiento más reciente. Asi, en la España levantina, que experimentará un fulgurante proceso de poblamiento durante el s. XVIII, a partir de unos niveles de ocu­pación muy bajos, se registrará una elevada inestabilidad en la agrupación de las comunidades humanas con vistas a la confección de los “Estados de Población”, lo que se traducirá en inexplica­bles ausencias de núcleos de población, especialmente en las re­giones de más tardío poblamiento, como el sur valenciano y Mur­cia. Así, por ejemplo, a pesar del importante crecimiento demo­gráfico durante toda la centuria en las comarcas meridionales de Valencia, se mantuvo sustancialmente los patrones de recaudación de información que la administración borbónica había establecido para el cobro del “equivalente” (1718), sin que se fuera ajustando, posteriormente, a los rápidos cambios en la estructura del po­blamiento [Bevia Llorca, Giménez López y Pla Alberola]. Es decir, el nivel de representatividad geográfica del Censo de Floridablanca es muy satisfactorio, y los problemas que se detectan pro­vienen fundamentalmente de una falta de adecuación entre el cre­cimiento demográfico y una todavía inestable articulación del poblamiento. Más problemas surgen a la hora de intentar valorar el alcance de la representatividad demográfica del Censo. La eviden­cia de que, en el mejor de los casos, no se procedió a recoger anónimamente la información demográfica, la constatable manipula­ción de datos, o la contradictoria aplicación de criterios sobre la inclusión de determinados sectores de la población, permiten asegurar unos niveles de ocultación. Los mismos redactores del Censo reconocerán la existencia de esta ocultación: “si a este exceso se agrega el que por consideración prudencial 122

puede agre­garse, atendido el cuidado con que los pueblos y vecinos procuran disminuir el número de sus habitantes, temerosos de que tales numeraciones se dirijan a aumentar las cargas de los servicios personales, o de los tributos...”. Este convencimiento les lleva a incrementar la diferen­cia que resultaba de comparar el total de población entre 1768 y 1787, 1.108.151, en casi 400.000 personas más: “se concluirá, que el aumento excede de millón y medio”, lo que supondrá un incre­mento lineal del 3’8%, sobre el total de población en 1787, con o sin población en comunidades. Esta circunstancia, y la constatada falta de adecuación entre las hojas locales del Censo y el cuadro-resumen impreso, que en el caso más conocido, el de Cata­luña, llegaba a suponer una pérdida del 10% de sus efectivos hu­manos, ha aconsejado el sistemático incremento del Censo de Floridablanca en un 5-10%12. En principio, nos parece razonable este porcentaje de corrección, pero no por los errores que pudie­ran haberse cometido en el traslado de información desde las ho­jas locales hasta el cuadro resumen que, recordemos, no siempre supondrá una disminución en el total de efectivos humanos, sino más bien por la tendencia a la ocultación que implicará la pervivencia de unos métodos tradicionales en la averiguación del total de población. De cualquier modo, mientras no contemos con más estu­dios regionales que incidan en la comparación entre padrones lo­cales y sus “Estados” de población, o se cuantifique en un mayor número de regiones la variación en las cifras que supone el traspaso de información a los cuadros-resumen, no podremos fundamen­tar ningún otro porcentaje de corrección a escala nacional. Por ahora, parece más prudente limitarnos a señalar la existencia de unos niveles de ocultación, con una incidencia similar a censos anteriores, pero que cuantitativamente supone una reducción im­portante desde el momento que el Censo de Floridablanca abarca la práctica totalidad del conjunto nacional. *** Ahondando en esta conclusión general, durante el Con­greso, sin minimizar la importancia trascendental de este Censo para la historia demográfica de España, se destacaron algunas cuestiones que refuerzan la existencia de notables oscilaciones en los niveles de representatividad demográfica del Censo. Así, por ejemplo, el profesor Eiras Roel, utilizando los “Estados” resumen regionales, considera que cualquier fluctuación en la distribución de la población por sexo, estado civil y grupo de edad superior al 20% de la media nacional, constituye un indicador para detectar anomalías en la fuente que no se pueden explicar por la distribución interna de la población. Este método le per­mite hallar notables incorrecciones como una importante acumula­ción de varones menores de 7 años y fuerte reducción en el grupo de más de 50 años en la provincia de Jaén, disminución de los varones de Salamanca entre 40 y 50 años, o una extraordinaria acumulación de viudas con más de 50 años en Guipúzcoa. En esta misma línea, 12 BUSTELO, f., ob.cit., p. 93., A. EIRAS ROEL. “Problemas demográficos del siglo XVIII” España a finales del siglo XVIII”. Tarragona, 1982, p. 17-18. V. PÉREZ MOREDA, “La población Española”, en Enciclopedia de Historia de España, dirigida por M. Artola, I, Economía, Sociedad, 1988, p. 385.

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M. Carmen Ansón Calvo, calcula para diversas provin­cias el porcentaje de variación entre varones y hembras, según grandes grupos de edad y estado civil, lo que le permite regis­trar una importante oscilación en los datos de Cataluña. Mientras la totalidad de regiones españolas presentan una mayor presencia de niños que de niñas de hasta el 3%, Cataluña registra un com­portamiento inverso, que nos podría indicar la presencia de un subregistro femenino. En otras ocasiones, las diferencias no son tan evidentes y existen razones que pueden reducir su trascenden­cia. El ejemplo más significativo es la subinscripción de varones jóvenes en las provincias vascas, que podría responder a la au­sencia temporal de estos efectivos humanos, por la elevada inci­dencia que las actividades marineras y pesqueras tienen en esta área, pero también a una postura de las autoridades vascas con­traria a su inscripción, recordemos el enfrentamiento a la orden de realización del Censo. Más interés ha mostrado la historiografía en resolver una cuestión que afecta también al nivel de representatividad demográfica de la fuente, como es la inclusión en los “Estados de Población” de la población residente en comunidades. A pesar de que en la “Advertencia” de los redactores se especifica claramen­te la obligación de incluirla: “sin dexar de incluirlo en el es­tado general de edades, aunque tenga lugar en qualquiera otra clase de los estados”, a la hora de establecer el “Resumen Gene­ral”, en todas las provincias se procederá a sumar al total de “almas” que aparecen en el “Estado” las personas que viven en comunidades, lo que supone un incremento del 1’3%, unas 141.729 personas más. Es decir, si este sector de la población ya estaba incluido en los “Estados de Población”, tal y como manifiestan los redactores, en realidad se estaba sumando dos veces. Esta población en comunidades estaba compuesta por los religiosos regulares, incluyendo en esta partida a los “profe­sos”, “novicios” y “legos”, y a las religiosas regulares, inclu­yendo a las “profesas” y “novias” (los “donados”, “criados”, “ni­ños”, y las “señoras con vestido secular”, “niñas” y “criadas”, según se ha podido constatar aparecen incluidos en la partida general de “Personas que viven en Comunidades, Hospicios, con o sin ser profesos”). En esta última partida se incluye, además de los anteriormente citados, al personal de Hospitales (“capella­nes”, “empleados”, “facultativos”, “sirvientes”, “enfermos/ as”, “locos/as”, “expósitos/as”), de Hospicios o Casas de Misericor­dia, Casas de Reclusión de Expósitos y Colegios. Además de esta población en comunidades, a la luz de las aportaciones regiona­les, también hay algunas dudas sobre la inclusión del clero secu­lar en los respectivos “Estados de Población”. Así, en la ciudadela de Menorca hay referencias expresas a la no inclusión de la población en comunidades ni el clero secular [J. Vidal]. El aná­lisis de las hojas locales del País Vasco también lo confirman. En el 48’9% de las localidades vascas se expresa la no inclusión del clero secular en el “Estado”, frente a un 29‘3% que sí, y un 21’8% en los que no se especifica [A. R. Ortega Berruguete]. Del mismo modo, en La Rioja, se han detectado casos donde se detalla expresamente la exclusión del clero secular, aunque es ligeramen­te superior el número de casos donde sí se considera incluido [P.A. Gurría García]. 124

Las repercusiones demográficas de la inclusión en los “Estados de Población” de las personas en comunidades o del clero secular son múltiples. Por un lado, si es que se sumó dos veces, estamos hablando de un conjunto de población que, en la mayoría de las regiones españolas, se situará en torno al 2% del total de habitantes. Es decir, el peso específico, es relativamente peque­ño, sobre todo si tenemos en cuenta los mayores porcentajes de fluctuación de cifras que se producía en el proceso de elabora­ción del censo. No obstante, debido a que este sector de la po­blación estará estrechamente vinculado a las actividades de admi­nistración civil, religiosa, sanitaria y de enseñanza, funciones concentradas en los núcleos urbanos, su trascendencia será muy superior. Por poner un ejemplo extremo, la presencia del clero regular y personal adscrito representa en la ciudad de Toledo el 9’2% del total de población, y el porcentaje alcanza 17% si in­cluimos el personal vinculado a instituciones de enseñanza y hos­pitalarias [M. Martín Galán]. Por otro lado, la distribución demográfica de este sec­tor es también muy particular: la presencia de varones representa normalmente el doble de la de mujeres; se produce una notable acumulación de efectivos en las edades más avanzadas en detrimen­to del grupo infantil que rara vez supera el 15%, y se limita básicamente al estado civil célibe. Por tanto, las repercusiones demográficas pueden ser importantes, especialmente para el análisis de la incidencia del celibato y del acceso nupcial, así como los niveles de masculinidad. Componentes que, como sabemos, son de especial incidencia en los núcleos urbanos, con el evidente peligro de distorsión (una acumulación de varones jóvenes en un medio urbano en cualquier “Estado de Población” puede interpre­tarse como consecuencia de un proceso de inmigración o como la inclusión de población en comunidades). Esta incertidumbre no ha quedado solucionada con el recurso a las indicaciones que al respecto se hicieron en las hojas locales. Una vez más, la parquedad e imprecisión de las instrucciones enviadas por el gobierno, permitió a las autorida­des locales la aplicación de criterios particulares, en muchas ocasiones con notables contradicciones, incluso entre localidades próximas. Los numerosos ejemplos que se han aportado durante el Congreso sobre esta fuerte disparidad de criterios, con referen­cias muy significativas a las declaraciones de las autoridades locales encargadas de realizar las operaciones censales, son su­ficientemente claras y rotundas al respecto, y nos aconseja ser prudentes a la hora de establecer generalizaciones. A la misma conclusión llegamos tras analizar la distri­bución de la población en los “Estados”. La posibilidad de dedu­cir la inclusión de la población en comunidades a partir del aná­lisis de la distribución en grupos de edades, comparando si el número de individuos mayores de 25 años es notablemente superior al total reunido en comunidades o al contrario, sólo parece obte­ner resultados significativos en casos muy concretos y normalmen­te coinciden con núcleos urbanos, donde las condiciones de movi­lidad de su población invalida en buena medida el razonamiento y, por supuesto, no facilita la generalización de una postura sobre su inclusión. Del mismo modo, la comparación de la proporción 125

de célibes mayores de 25 años con un censo en el que hay una mayor certeza de la inclusión de la población en comunidades (1797), tampoco permite extraer unas conclusiones universales13. Si bien el conjunto nacional registra un incremento en las tasas de celibato, lo que confirmaría la ausencia de la población en comunidades en 1787, habrá regiones donde se producirá un notable descenso (Aragón y Navarra), indicando así una inclusión en 1787 y, otras regiones, donde los incrementos en la presencia de céli­bes serán tan notables que la inclusión de población en comunida­des no basta para explicar este comportamiento. En estos casos la explicación podría venir por un endurecimiento en las condiciones económicas de finales de la centuria que repercutiría sobre las posibilidades de acceso nupcial y, en definitiva, en el incremen­to del celibato. Por tanto, parece imposible argumentar, por lo menos para amplias zonas geográficas, la inclusión o no de la población residente en comunidades. Lo que explicará el total desacuerdo entre las colaboraciones al Congreso a la hora de es­tablecer un criterio sobre la representatividad de este grupo en los “Estados de Población”, y la imposibilidad de fijar un crite­rio válido para el conjunto nacional, por lo menos mientras no se avance en la investigación; en este sentido la mejor vía podría ser mediante la comparación del censo con los padrones locales. En resumen, la realización del Censo de Floridablanca supone un paso decisivo en la historia de la estadística demográ­fica española. Se pretendía conocer la estructura de la población del conjunto de la monarquía con la mayor exactitud posible, y para ello se arbitraron una serie de medidas, no muy abundantes –por lo menos si tenemos presente el afán legislador de las auto­ridades borbónicas–, que debería asegurar la fiabilidad de la in­formación recibida. Al mismo tiempo, unas importantes mejoras en la organización y publicación de los datos reunidos, permitieron conseguir una visión de la realidad demográfica española bastante aproximada y, sin duda, mejorar los logros obtenidos en anterio­res averiguaciones de población. Las distintas colaboraciones regionales presentadas al Congreso han ratificado esta circuns­tancia, pero también han puesto de manifiesto una realidad no tan conocida, las operaciones censales que se desarrollaron con el Censo de Floridablanca no son sustancialmente diferentes a otros censos anteriores. La principal novedad que se pretendía implan­tar con este Censo, la recogida anónima de la información demo­gráfica, chocará con unos métodos tradicionales de averiguación de la población, que las escasas órdenes dictadas por el gobierno no podrán evitar. La parquedad de las instrucciones a las autori­dades locales, con la consiguiente aplicación de criterios particulares ante cada cuestión, junto a los numerosos errores estadísticos cometidos en la traslación de datos a los sucesivos “Estados de Población” parecen ser los defectos más importantes que podemos atribuirle a este Censo. *** 13 PÉREZ MOREDA, V., “En defensa del Censo de Godoy: Observaciones previas al estudio de la población activa española de finales del siglo XVIII. Historia económica y pensamiento social. Estudios en homenaje a Diego Mateo del Peral. 1983, pp. 283-291.

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Las diversas monografías que han ido apareciendo en los últimos años, al compás de la difusión del método de reconstruc­ción de familias, nos han permitido diseñar el modelo demográfico que caracteriza el conjunto de la población española y apuntar las diferencias geográficas más significativas. Según éstas, la población española del s. XVIII no presenta todavía los más míni­mos rasgos de un inicio de transición demográfica. Es una pobla­ción plenamente identificada con una fecundidad natural elevada, consecuencia de una intensa participación nupcial y un rápido reemplazo de población infantil, pero fuertemente determinada por unos notables niveles de mortalidad, especialmente infantil. Jun­to a la vigencia de unos comportamientos demográficos propios del Antiguo Régimen, y sensiblemente indiferentes a los cambios que estaban comenzando a experimentar algunas regiones europeas, es­tas monografías también permiten detectar las principales dife­rencias dentro del conjunto nacional, y que básicamente se cen­tran en la existencia de un comportamiento nupcial mucho más res­trictivo en la España húmeda, a diferencia del resto de España, pero que permitirá unas mayores posibilidades de crecimiento, debido fundamentalmente al recurso de la emigración y a unos me­nores niveles de mortalidad. Como dijimos al principio, la distribución y presenta­ción de la información demográfica reunida en el Censo de Flori­dablanca permite aproximarse, con una minuciosidad desconocida hasta entonces, a la estructura demográfica de la población ana­lizada y, por tanto, comprobar la representatividad de los mode­los demográficos detectados en las diversas monografías parro­quiales, al tiempo que intentar una sistematización de los resul­tados deducidos del estudio del Censo. Así, las distintas colabo­raciones en el Congreso han estudiado la realidad de estas es­tructuras demográficas en los diferentes marcos regionales, cons­tatando la gran variedad de estructuras existentes y establecien­do los elementos fundamentales que las configuraban en cada caso. Interesaría, por tanto, hacer un breve comentario a estas conclu­siones, con el fin de resaltar uno de los principales logros del Censo como es la posibilidad de comparar resultados a escala na­cional. En primer lugar, hay que plantearse si los resultados obtenidos son representativos sólo de una coyuntura y una pobla­ción concreta, como era la generación que vivió en la segunda mitad del s. XVIII, o bien, debido a la estabilidad a largo plazo de los comportamientos demográficos en las sociedades preindustríales, podemos asignarle una mayor trascendencia y considerarlos como representativos de la estructura demográfica española de buena parte del Antiguo Régimen. Aunque resulta obvio que algunos de los componentes demográficos que determinan la estructura de la población tienen bastantes posibilidades de variación, como por ejemplo los movimientos migratorios en función de las condiciones económicas –con evidentes repercusiones para el resto de la estructura demográfica–, los dos principales motores de la demografía preindustrial, la nupcialidad y la mortalidad, parecen no haberse modificado sustancialmente a lo largo de, por lo menos en el caso español, la Edad Moderna. Un factor tan definidor del comportamiento demográfico como la edad de ingreso al matri127

monio, manifiesta una gran estabilidad en largos periodos de tiempo, como demostró Pérez Moreda14 sobre todo a la hora de mantener las desigualdades geográficas15; incluso por encima de una visión “evolucionista” de las estructuras demográficas16. Es decir, aun­que toda estructura demográfica es producto de las condiciones socioeconómicas más inmediatas, no parece muy arriesgado conce­derle un elevado margen de representatividad a los resultados extraídos del análisis del Censo de Floridablanca. La estructura demográfica que se deriva de un rápido análisis de la distribución de la población española en grupos de edad, sexo y estado civil en el Censo de Floridablanca, confirma plenamente su pertenencia al régimen demográfico “antiguo”. Se trata de una población presidida por una notable acumulación de efectivos humanos en las edades mas jóvenes, en detrimento de las personas con edad más avanzada –sólo el 14% de los españoles su­peraban los 50 años–, fiel reflejo de una todavía reducida es­peranza de vida. La participación nupcial de estos españoles seguirá siendo limitada por un elevado porcentaje de celibato definitivo, que mantenía lejos del matrimonio a más del 10% de los españoles con más de 40 años (media ponderada), ligeramente superior en las mujeres, de tal manera que sólo el 66% de las mujeres entre los 16 y 50 años aparecerán casadas o viudas. No obstante, el acceso al matrimonio se realizará a una edad relati­vamente precoz, por lo menos dentro del conjunto europeo; por termino medio el español contraerá matrimonio en torno a los 25 años y la mujer a los 23 años. A pesar de esta precocidad nupcial la presencia de hijos por mujer casada entre los 16 y 40 años no será elevada, entorno a los 1’7 de media, lo que sin duda nos pone en la pista de una notable inestabilidad en la duración de la unión matrimonial y, en definitiva, nos apunta la pervivencia en esta población de una elevada incidencia de la mortalidad, no sólo infantil sino también de adultos. Los interesantes contrastes regionales que se detectan en las estructuras demográficas españolas a la luz del Censo de Floridablanca, vendrán determinados por la diferente relación del hombre con las condiciones del medio físico y la disponibilidad de recursos económicos, pero, sobre todo, por la capacidad del hombre de utilizar, conservar y desarrollar estos recursos y de repartir sus beneficios. Variados mecanismos se irán articulando en cada sociedad para mantener el equilibrio entre la población y los recursos, con lo que se condicionarán extraordinariamente las distintas variables demográficas y económicas, posi14 PÉREZ MOREDA, V., “Matrimonio y Familia. Algunas consideraciones sobre el modelo matrimonial español en la Edad Moderna”, en Boletín de la Asociación de Demografía Histórica, año IV, nº 1, marzo, (1986), p. 9. 15 Cachinero, Sánchez, B., “El modelo europeo de matrimonio: evolución, determinantes y consecuencias”. Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 15, 1981, pp. 33-58 y ROWLAND, R., “Sistemas matrimoniales en la Península Ibérica (siglos XVI-XIX). Una perspectiva regional”, en V. PÉREZ MOREDA, y D.S. REHER (eds.), Demografía histórica en España, Madrid, 1988, p. 93. 16 EIRAS ROEL, A., “Modéle ou modeles de démographie anacienne?”, en La France d’Ancien Etudes reunies en l’honneur de Pierre Goubert, Toulouse, 1984, vol. I, pp. 249-257.

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bilitando la permanencia de unas determinadas conductas que confirmen, en úl­tima instancia, dicho equilibrio. Esta interrelación entre la disponibilidad de recursos y los mecanismos de control que el hombre vaya diseñando y perpetuando, vía costumbre, legislación o mentalidad, confirmará sucesivamente una peculiar composición de la sociedad y, en definitiva, de su régimen demográfico. Uno de los problemas fundamentales en cualquier sistema demográfico en relación con lo que acabamos de indicar, lo constituye la estructura de poblamiento. Su complejidad e interrela­ción con factores económicos y variables demográficas le convier­te en un elemento básico para la comprensión del sistema. El Cen­so puede ofrecer respuestas sobre este problema, aunque la com­plejidad y también las dificultades de la fuente hace muy difícil la tarea: sólo contamos como referencia con los agrupamientos de los distintos núcleos de población según su tamaño y las calificaciones de aldea, lugar, caserío, diseminado. Sin embargo, su interés es evidente, y la necesidad de profundizar en un futu­ro sobre este problema también ya que incide en una triple ver­tiente: el proceso de urbanización, la relación hombre-medio apuntada y la densidad. Precisamente la densidad es un resultado final que tiene un alto valor comparativo y que permite sinteti­zar y globalizar el complejo problema de relación ya citada, pero en cuyo interior existen numerosas desigualdades por las diversas cifras y matizaciones que cada espacio ofrece en lo que podríamos denominar espacio social. Pero la relación mencionada se encuen­tra condicionada por los sistemas de trabajo, la estructura de la propiedad y el control, en definitiva, de los medios de produc­ción, así como también por los movimientos migratorios que pueden obedecer a numerosas causas: expectativas de trabajo, desequili­brio de sexos, prácticas de herencia, coyunturas catastróficas o bien la coincidencia de varias de ellas. Es evidente, por tanto, y frente a concepciones que nos hablan y subrayan el voluntarismo de las poblaciones en el condicionamiento del espacio, que la relación hombre-medio tiene un origen y una dinámica que se basa en la propia acción del hombre sobre cada espacio, dentro de las posibilidades que éste ofrece y permite, y que las consecuencias dependen, de manera fundamental, de las relaciones sociales de producción y del control de dichos medios de producción. Si partimos del hecho, suficientemente comprobado, que en las sociedades preindustríales el crecimiento demográfico ve­nía determinado, dada la existencia de una fecundidad natural, por unos hábitos nupciales, y, en último extremo, por el freno positivo de la mortalidad, parece conveniente intentar definir las diferencias regionales en función de los comportamientos nup­ciales que manifestaban los españoles a la luz del Censo de Floridablanca. En primer lugar, la participación nupcial de la población variará ostensiblemente según los grandes conjuntos regionales. A grandes rasgos, los mayores niveles de actividad matrimonial se registrarán en la España interior, especialmente en la Submeseta Sur, Extremadura, periferia levantina, sobre todo Valencia, y la región aragonesa, donde la presencia de célibes estará por debajo de la media nacional y la tasa de nupcialidad será superior al resto del Estado. En cambio, las regiones del norte 129

peninsular, Andalucía, Mallorca y Canarias, reflejarán una actividad nupcial mucho más limitada, con valores de celibato en torno al 13% del total de población con más de 40 años (Andalucía presentará un aberrante 19% de celibato). Este comportamiento regional se agudiza en el sexo femenino. Las mujeres de las re­giones cantábricas y atlánticas, a diferencia del resto del con­junto español, presentarán, una vez más, la menor participación matrimonial, con unos porcentajes de casadas que se mantendrán a notable distancia de la media del Estado. Andalucía y Baleares, aunque mantendrán unos niveles de soltería definitiva elevados, sobre todo la primera, registrarán un importante incremento en el porcentaje de mujeres casadas y viudas, alineándose con el com­portamiento nupcial más dinámico de las regiones próximas; Balea­res incluso llegará a superar ampliamente la media del Estado. Las causas que explican esta desigualdad en la partici­pación nupcial de los españoles son complejas y varían en cada caso. En líneas generales, la existencia de un mercado matrimo­nial suficientemente abierto y dinámico para mantener una elevada demanda conyugal, junto a la reducción de los requisitos necesa­ rios para ingresar en el matrimonio, no sólo económicos sino tam­bién sociales y jurídicos, parece estar detrás del incremento en la intensidad nupcial, como en gran medida ocurrirá en algunas sociedades del interior peninsular y levante. Por contra, la par­ticipación nupcial se verá seriamente frenada en aquellas áreas donde exista un mercado nupcial más reducido e inestable, como consecuencia de una ausencia notable de efectivos humanos (migra­ciones) o por acumulación de grupos con una escasa o nula parti­cipación nupcial, como ocurre en los grandes núcleos urbanos con acumulación de eclesiásticos, militares o inmigrantes o, en aquellas sociedades donde la existencia de una estructura productiva y jurídica obliga a establecer unas medidas de selección en el acceso a los medios de subsistencia, como ocurrirá en las regio­nes norteñas. Lógicamente, junto a esta distribución general de los comportamientos nupciales de los españoles en la segunda mitad del s. XVIII, los “Estados Locales” del Censo de Floridablanca también nos permiten registrar las oscilaciones producidas dentro de las regiones, que serán notables y vendrán causadas por la acumulación o desaparición de los factores anteriormente citados. Así, por ejemplo, el País Vasco, registrará un fuerte retroceso en la participación nupcial de sus ciudadanos debido, principal­mente, a una rígida estructura socioeconómica, donde la escasa disponibilidad de tierras obliga a la superposición de la unidad de explotación y el grupo familiar, limitando la promoción nup­cial de sus miembros, incrementando el período de permanencia dentro del grupo familiar y acentuando la vía de la emigración como recursos de promoción económica y social. Ello se traducirá en un menor ingreso nupcial, especialmente entre las mujeres vas­cas, los hombres tenían mayores posibilidades de promoción emi­grando –de hecho, la participación nupcial de los varones vascos será sensiblemente inferior al resto del Estado–. Según el Censo de Floridablanca la incidencia de este comportamiento general oscilará ostensiblemente dentro del País Vasco, en general hacia el sur, se registrará una mayor intensidad nupcial 130

conforme nos alejemos de la plena incidencia de los factores restrictivos apuntados. Mientras en Guipúzcoa, el 15’8% de las mujeres con más de 40 años permanecerá sin contraer matrimonio y sólo el 41’8% de las mujeres con edades entre 16 y 40 años aparecerán casadas, en Álava, con reducción de la presencia de agricultores independien­tes y una menor necesidad de regular el ritmo de reproducción económica y demográfica de sus individuos, la participación nup­cial se intensifica, reduciéndose la presencia de célibes al 11’6% e incrementándose el porcentaje de casadas entre 16 y 40 años al 48‘2% [A.R. Ortega Berruguete]. Junto a esta distribución regional de la intensidad nupcial de los españoles, las mayores oscilaciones en el comportamiento matrimonial dentro de los diversos conjuntos regionales se registrarán en función de la estructura del poblamiento, lo que a su vez es reflejo de las posibilidades del medio y de la capacidad del hombre de ir adaptándose a él y transfor­marlo. Así, encontraremos sensibles diferencias entre las pautas nupciales de las poblaciones de montaña o serranías, donde el medio impone un poblamiento disperso en pequeños núcleos de po­ blación, y las áreas de llanuras, valles o riberas, donde las posibilidades de concentración de la población son mayores y la diversificación económica aumenta considerablemente. Según una organización de los datos locales del Censo de Floridablanca atendiendo a la estructura del poblamiento, en Aragón, por ejem­ plo, la proporción de mujeres casadas entre los 16 y 40 años en los pequeños núcleos del Pirineo no llegan al 50%, y supera el 13% las que nunca ingresarán en el matrimonio, mientras que en las comunidades de la ribera del Ebro, la participación nupcial en­globará a casi las dos terceras partes de las mujeres entre 16 y 40 años, sólo quedará de manera definitiva fuera del matrimonio el 6% del total de mujeres con más de 40 años. La excepción a esta creciente intensidad nupcial conforme nos aproximamos al poblamiento concentrado de la llanura la protagonizarán, al igual que en otras regiones, los núcleos con mayor población; en el caso aragonés la ciudad de Zaragoza. La atracción que estas ciu­dades ejercen, como centros con una notable diversificación socioprofesional –desarrollo del servicio doméstico, del sector servicios, administración, artesanado...–, producirá una impor­tante acumulación de inmigrantes, eclesiásticos, militares, etc., que el mercado matrimonial de la ciudad, aunque abierto y dinámi­co por el efecto diluidor de este grupo sobre las relaciones so­ciales y económicas de la población, no podrá absorber en su to­talidad, quedando un importante grupo que terminará sus días sin contraer matrimonio; en el caso concreto de Zaragoza, supondrá el celibato definitivo del 22’8% de los varones con más de 40 años (media ponderada) y el 8’3% de las hembras, y los ejemplos pueden multiplicarse para el resto de regiones [A. Moreno Almarcegui]. Como hemos dicho, el grado de participación nupcial nos aproxima al modelo demográfico de la sociedad, pero no nos per­mite explicar las posibilidades de crecimiento demográfico de dicha sociedad. En un régimen demográfico dominado por la inci­dencia de la fecundidad natural, la duración de la vida matrimo­ nial junto con las posibilidades de conservación de los nacidos constituirán los ejes fundamentales para explicar el desarrollo demográfico. 131

Él Censo de Floridablanca nos permite aproximarnos a la duración de la vida matrimonial de los españoles a través de la edad de acceso nupcial y de la incidencia del reingreso al matri­monio. A grandes rasgos, la distribución regional de la edad de acceso al matrimonio va a coincidir con el reparto geográfico de la participación nupcial, aunque las diferencias se van a notar especialmente en aquellas áreas donde se detecte la plena actua­ción de los mecanismos de control en el acceso a los recursos económicos necesarios para la reproducción demográfica. Así, en zonas como las provincias del norte peninsular, donde la disponi­ bilidad de tierras es reducida y la creación de una nueva unidad familiar suele coincidir con el acceso a la explotación de la tierra, el ingreso al matrimonio será retrasado ostensiblemente. La articulación de unos sistemas de herencia selectivos, que pri­man al heredero único (País Vasco) o al que ofrece mayores garantías para la pervivencia del grupo familiar y la solidaridad fa­miliar, especialmente en la asistencia a los miembros con más edad (Galicia), contribuirá a mantener el equilibrio entre los recursos disponibles y la población, pero obligará a esta pobla­ción a permanecer más tiempo dentro del grupo familiar, retrasan­do la edad de ingreso nupcial, o impulsándola a la emigración temporal o definitiva, contribuyendo también al retraso en el inicio de la vida matrimonial. La distribución de la población del Censo de Floridablanca nos muestra el resultado de la interrelación de estos fac­tores. Mientras en el conjunto de España, por término medio, el 13’6% de las mujeres menores de 25 años habían ya contraído ma­trimonio e incluso habían enviudado, en las provincias vascas, el porcentaje no llega al 8% (Guipúzcoa el 5%). Esta proporción irá aumentando hacia el sur, aunque se mantendrán en unos niveles entre el 10-12% en toda la cornisa cantábrica, Galicia y, sor­prendentemente, en la práctica totalidad de la submeseta norte. Aragón y Toledo, con valores entre 13-14% supondrán una zona in­termedia hacia los máximos del sur. Toda la periferia levantina, desde Cataluña, Extremadura, parte de la Submeseta sur y Andalu­cía –con la excepción, una vez más, de Córdoba (reafirmándose la incorrección de sus datos)–, presentarán una precocidad nupcial femenina muy notable, todas estas regiones superarán el 15%, al­canzándose el máximo en Murcia, con el 18’5%. La distribución regional de la precocidad nupcial del varón no aparece tan uni­forme. No llegarán al 7%, de los hombre casados y viudos antes de los 25 años en el País Vasco, Navarra y buena parte de la Subme­seta Norte, mientras que en Galicia o Asturias el porcentaje su­perará el 10%, aproximándose más a los valores máximos alcanzados en Extremadura, Andalucía Oriental, Cataluña y Baleares. Esta variación en el comportamiento nupcial de los varones en las pro­vincias gallegas y asturianas, vendrá condicionado por la notable emigración masculina, que reducirá el total de efectivos del gru­po y sobrevalora la incidencia de los que acceden al matrimonio. Por tanto, según los datos del Censo, se puede hablar de una distribución regional muy definida de la precocidad nup­cial, que tiene una incidencia más directa sobre los niveles teóricos de fecundidad, retrasándose el acceso al matrimonio en la mitad norte y adelantándose hacia el sur y periferia levanti­na. 132

Resulta fundamental conocer y precisar el papel y la respon­sabilidad del hombre y de la mujer a la hora de la creación de la nueva unidad familiar y del acceso, por tanto, al matrimonio. Hay que tener en cuenta, no sólo la existencia de mecanismos de con­trol para el acceso a los recursos económicos y medios de subsis­tencia, sino también el momento de la vida en que cada sexo acce­de a esos medios económicos familiares y las diferencias que las distintas clases sociales imponen dentro del marco jurídico, las prácticas de herencia y transmisión de la propiedad. Sin embargo, la disponibilidad económica no parece tan determinante a la hora de configurar la distribución geográfica de la precocidad nupcial femenina que, por otro lado, manifiesta uniformidad en los gran­des subconjuntos descritos, a pesar de que incluye zonas de es­tructuras socioeconómicas muy diferentes, como la cornisa cantá­brica y la submeseta norte: el 10’6% de las mujeres asturianas menores de 25 años o el 11’1% de Galicia, junto al 10% de Burgos, el 10’8% de Salamanca o el 9’3% de León (el mínimo peninsular tras el País Vasco). La posibilidad que brinda el Censo de Floridablanca del cálculo indirecto de la edad media de acceso al matrimonio según la proporción de solteros por grupos de edades (Método de Hajnal y, posterior adaptación al Censo de R. Rowland17) nos permite comparar con otras informaciones. En general, los resultados ob­tenidos con la aplicación de dicho cálculo no difieren en gran medida de los valores que ya conocíamos a través de las recons­trucciones de familia, aunque suelen mostrar una tendencia al alza: en Navarra, las edades de acceso nupcial obtenidas mediante la proporción de solteros superarán en un año los valores conse­guidos en varias reconstrucciones de familia (La Barranca o Estella); del mismo modo, en Castilla la Vieja, las edades de ingreso nupcial femenino según las reconstrucciones de familia de varias localidades no llegaban a los 23 años, mientras que según los datos provinciales del censo todas superaban dicha edad, aunque las diferencias eran inferiores al año, excepto en Burgos, Sala­manca y León (ésta última con dos años). De cualquier modo, no creemos que dicha comparación aporte mucha luz sobre las causas de la distribución geográfica de la precocidad nupcial, y mucho menos sobre la validez o no del cálculo de la edad al matrimonio a través de la proporción de solteros, ya que estamos comparando dos magnitudes diferentes. La distribución geográfica de la edad de acceso al ma­trimonio, que resulta del cálculo de la proporción de solteros, coincide aproximadamente con la descripción que realizábamos de la incidencia regional de la nupcialidad precoz. No obstante, los valores regionales de la edad media de acceso al matrimonio pre­sentan unos contrastes más definidos. Si nos fijamos en las eda­des de las mujeres, éstas accederán al matrimonio, por término medio, entre los 24 y 25 años en la franja que va desde Galicia a Navarra, incluyendo la mitad septentrional de la Submeseta Norte, Salamanca, y Canarias. Accederán con una edad de 23 17 ROWLAND, R., “Sistemas matrimoniales en la Península Ibérica (siglos XVI-XIX). Una perspectiva regional”, en V. PÉREZ MOREDA, y D.S. REHER (eds.), Demografía histórica en España, Madrid, 1988, pp. 133-37.

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años, esto es, la media nacional, las regiones comprendidas entre Salamanca y Cataluña, incluyendo por el sur a Cuenca, y el resto de provin­cias meridionales y Baleares se situarán, sin excepción, entre los 21 y 22 años. La edad de acceso nupcial de los varones será inversa, reduciéndose ahora desde el nordeste al suroeste. El acceso en Cataluña, Navarra y parte de País Vasco será a los 26 años, un año después lo harán los varones de las provincias com­prendidas al norte de una diagonal imaginaria que iría desde Sa­lamanca a Granada, dejando fuera a Toledo y Ciudad Real. Estas últimas, junto con Salamanca, Córdoba y Andalucía Oriental forma­rían otra franja en la que el acceso nupcial de los varones se reduce a los 24 años, y, por último, en el extremo suroeste de la Península, el ingreso se produciría entre los 22 y 23 años. En resumen, el varón español de la segunda mitad del s. XVIII se casaba más tarde en la mitad septentrional de la penín­sula y la periferia levantina, mientras que no esperará tanto en Andalucía y Extremadura. En cambio, la mujer española, presentará una notable precocidad en la mayor parte del territorio peninsu­lar, a excepción de las provincias más septentrionales. Las cau­sas de este comportamiento regional en el inicio de la vida ma­trimonial vendrán relacionadas, en última instancia, con el desi­gual papel que jugarán el hombre y la mujer en cada sociedad y estructura económica. La diferente consideración de la función que deben desempeñar los dos sexos en la creación, mantenimiento y dirección de la unidad matrimonial y familiar es, aparte de la estructura demográfica y económica y la interrelación y adecua­ción entre el medio y la población en relación con el control de los medios de producción dentro del sistema social dominantes, un problema de base cultural. Precisamente la escasa mutabilidad de las pautas culturales y mentales y su incidencia sobre los com­portamientos sociales, permiten explicar la sorprendente estabi­lidad de la edad de ingreso nupcial a lo largo del tiempo. Pero las desigualdades en el acceso nupcial vendrán también producidas por la configuración del mercado matrimonial, o lo que es lo mis­mo, por la existencia o no de una demanda nupcial, en primera o segundas nupcias. Este mercado matrimonial será más fluido conforme se diversifique la economía, lo que, en general, se producirá en el medio urbano o en agriculturas comercializadas. Así, por ejemplo, en La Rioja [P.A. Gurría García], encontramos un progresivo adelanto en la edad de ingreso nupcial conforme nos alejamos de las zonas montañosas, donde las posibilidades económicas están presididas por la ganadería trashumante, una agricultura de autoconsumo, y una complementaria y dispersa artesanía textil, lo que producirá una notable emigración de población y un ritmo más lento en la reproducción de hogares. En cambio, hacia el valle del Ebro, la posibilidad de desarrollar una agricultura cerealícola, que absorberá una importante cantidad de mano de obra, la existencia de un cultivo de regadío y especialización comercial en torno a la vid, junto a la aglomeración de población en núcleos para responder a las necesidades de administración, servicios, e intercambios, permitirán la existencia de un mercado matrimonial muy activo. La llegada a los núcleos de la ribera de contingentes humanos para cubrir una mayor diversificación ocupacional, facilitará el incremento de la de134

manda nupcial y, por tanto, reducirá la actuación de mecanismos de control sobre la reproduc­ción de hogares, que en estos núcleos urbanos estará muy amorti­guado y limitado sólo a las clases dirigentes, consiguiendo, en definitiva, el adelanto de la edad media de acceso al matrimonio en estas poblaciones. La principal excepción a este esquema general, pero que también es trasladable al resto de regiones peninsulares, es el comportamiento de las grandes aglomeraciones urbanas. La diversi­ficación económica y la consiguiente fluidez matrimonial que se produce con el aumento de la población y la aparición de activi­dades urbanas, no se traducirá indefinidamente en un progresivo adelanto en el acceso nupcial. A partir de un determinado volumen de población en un núcleo, que suele coincidir con la presencia destacada de funciones administrativas y asistenciales, el merca­do matrimonial, que sigue estando presidido por una importante acumulación de individuos jóvenes, no se muestra tan fluido como debería corresponder a dicha estructura de población. El creci­miento desmesurado de la demanda de servicio doméstico en estos grandes núcleos producirá una fuerte avalancha de jóvenes varones y, sobre todo, de muchachas, que encontrarán en esta actividad un medio de conseguir reunir los medios necesarios para poder con­traer matrimonio, pero que obligará a una permanencia en el esta­do célibe mucho más prolongada, cuando no definitiva, o podrá suponer una pérdida para el grupo de casados de esa población si decide regresar al lugar de origen. Si a esta concentración de población fluctuante, unimos los individuos que en razón de su cargo, como eclesiástico, no ingresarán al matrimonio, o que tie­nen bastantes posibilidades de retrasar su ingreso por motivos laborales: comerciantes, mercaderes, militares, el resultado será una ruptura de la tendencia descendente en la edad de acceso nup­cial conforme se incrementa el volumen de población, confirmándo­se un notable retraso nupcial; recordemos como en estos grandes núcleos se producía también un retroceso en los niveles de parti­cipación nupcial. La precocidad nupcial de los españoles que deducimos de los datos del Censo de Floridablanca, nos ayuda a definir unas pautas nupciales –no olvidemos que es uno de los principales me­dios de control del desarrollo demográfico en las poblaciones antiguas– y nos informa sobre la distribución regional de las posibilidades de formación de unidades matrimoniales o familiares pero, sobre todo, nos indica el inicio de la vida matrimonial, con las repercusiones que esto puede tener en un sistema demográ­fico presidido por la fecundidad natural. No obstante, con las condiciones de mortalidad tanto infantil como de adultos que pre­sidían la demografía del Antiguo Régimen, la precocidad nupcial no asegura una vida matrimonial más prolongada. De hecho, la rup­tura de la unión matrimonial por fallecimiento de uno de los cón­yuges será un acontecimiento completamente normal, que producirá una acumulación notable de viudos y viudas en las estructuras de estas sociedades, potenciando la demanda en el mercado matrimonial. La distribución regional de la tasa de viudedad, aunque sin la uniformidad de los anteriores indicadores, permite con­cluir que los niveles más elevados se encontrarán en Andalucía, Extremadura y Submeseta Sur, regiones que pre135

sentaban, sino una extrema intensidad nupcial, si la mayor precocidad nupcial. En cambio, las regiones septentrionales, que estaban presididas por una nupcialidad restrictiva, aparecerán ahora con la menor pre­sencia de viudos/ as. Comportamiento al que se sumarán las provin­cias de la Submeseta norte, recordemos que presentaban un notable retraso nupcial y, de manera destacada, las regiones levantinas que mantendrán, sobre todo las mujeres, una intensa y precoz pre­disposición nupcial con una escasa participación de la viudez. Y como común denominador para el conjunto peninsular, la proporción de viudas será muy superior a la de viudos, alcanzándose el mayor superávit de viudas en Andalucía y periferia levantina. La distribución de la viudez vendrá relacionada, en primer lugar, con los niveles de mortalidad. Una más intensa pre­sencia de viudos y viudas en las poblaciones meridionales podía estar indicándonos una mayor incidencia de la mortalidad entre los grupos de edad adulta en estas sociedades. Del mismo modo, la mayoritaria presencia de viudas en todas las estructuras demográ­ficas españolas nos confirmará la menor esperanza de vida de los hombres. Así, la presencia de personas en este estado civil aumenta con la edad, manteniéndose siempre la superioridad de las viudas, y sólo se detectará un distanciamiento notable entre los sexos a partir de los 50 años, cuando la mujer mantenga unos porcentajes mientras que los viudos reducen considerablemente su presencia [M.C. Ansón Calvo]. Pero la viudez también vendrá determinada por la capa­cidad de reingreso nupcial de estas personas que, obviamente, no será la misma en cada sociedad. En conjunto, las tasas de viude­dad aumentarán con el tamaño de población y las diferencias ya serán notables, significativamente, desde los 25 años; en Aragón, por ejemplo, los núcleos con más de 1600 habitantes, presentarán en todos los grupos de edad a partir de los 25 años una tasa de viudedad de casi el doble de la que se registra en los núcleos con una población inferior a 400 habitantes, y las diferencias serán especialmente notables en el caso de las viudas [A. Moreno Almarcegui]. El incremento de población puede suponer el aumento de las condiciones de morbilidad por la insalubridad que suele acompañar a las grandes concentraciones preindustriales, pero también supone una mayor acumulación de población joven –servicio doméstico, inmigrantes–, que encontrarán en el matrimonio con viudas y, sobre todo, viudos la posibilidad de integración so­cial, al tiempo que para las viudas representa la pos ibilidad de mantener la continuidad del grupo familiar. Es decir, nos refle­jaría la interrupción de la vida matrimonial, pero también nos apuntaría la enorme flexibilidad de las pautas nupciales que, insistimos, parecen alcanzar los máximos en las sociedades meri­dionales. El resultado más visible en el Censo de Floridablanca de la fecundidad que generó estos niveles de nupcialidad es la distribución de la población en el grupo de edad de 0 a 7 años. Su relación con la intensidad nupcial nos apuntará un valor que puede considerarse como representativo de la “fecundidad matrimo­nial” o “fecundidad bruta”. No obstante, este grupo de población no 136

nos permite aproximarnos tanto a los niveles de fecundidad como a los valores absolutos de una supervivencia infantil. Se­ría, pues, el resultado de un volumen de nacidos desconocidos y la actuación de la mortalidad infantil sobre ellos. Si, como sa­bemos, la mortalidad infantil hasta esa edad puede afectar al 30-50% de los nacidos, parece lógico que se reduzca la representatividad y validez de cualquier relación que se establezca con este grupo con el fin de apuntar el comportamiento de ]a fecundi­dad. En el caso de las poblaciones aragonesas, se ha demostrado una clara relación entre las condiciones climáticas, el acceso a las vías de comunicación y la mortalidad infantil, lo que ha dado lugar a una significativa gradación en ésta entre los valores mínimos registrados en las zonas de montaña y los máximos de las poblaciones de llanura; el incremento de las temperaturas y la dependencia del agua tendrá funestas consecuencias para la ali­mentación de la población infantil sobre las poblaciones de las llanuras, especialmente en el medio urbano (menor acceso a curso de agua) y durante el verano, suficientes para justificar una acusada pérdida de población infantil que, en definitiva, reduci­rían el éxito de los “esfuerzos”. Este impreciso sentido del grupo de población infantil nos ayudará a comprender la fuerte relación inversa que se ha observado en todo el conjunto peninsular entre los niveles de nupcialidad y los de fecundidad. Así, la menor fecundidad se constatará, precisamente, en las regiones meridionales y núcleos urbanos, donde la intersidad matrimonial es considerablemente mayor. Por contra, en aquellas regiones septentrionales que defi­níamos por presentar unas pautas nupciales muy restrictivas, con notables retrocesos en la edad de acceso al matrimonio y acumula­ción de célibes, registran ahora los mayores niveles de fecundi­dad. Los ejemplos al respecto se podrían multiplicar, por conti­nuar con el ya comentado de La Rioja, la relación entre la pobla­ción infantil y las mujeres casadas entre 16 y 40 años lleva a la conclusión de que la fecundidad alcanzará sus máximos en las zo­nas montañosas y los mínimos en las poblaciones urbanas de la ribera del Ebro [P.A. Gurria García]. La posibilidad de que con este indicador estemos mi­diendo el éxito de la doble actuación de unas pautas nupciales –controladas o favorecidas por la disponibilidad de recursos eco­nómicos, existencia de un mercado y una demanda nupcial o por condicionantes culturales– y de la incidencia de la mortalidad infantil, no parece descartable. No obstante, esta menor capaci­dad de sacar adelante a la población infantil no tiene porqué corresponder con unas menores perspectivas de crecimiento. De hecho, a largo plazo, será precisamente en los grandes núcleos de población donde se registre el más elevado crecimiento demográfi­co. Y esto se deberá a una constante afluencia de población, lo que permite la existencia de una poderosa reserva demográfica, que se verá atraída por la mayor diversificación ocupacional que ofrecen estos núcleos, por las perspectivas laborales y, por tan­to, nupciales, lo que asegura una activa participación en el mer­cado matrimonial, unas mayores facilidades de reingreso nupcial y, además, confirma una mayor capacidad para reponer los efecti­vos perdidos y para mantener el crecimiento demográfico. 137

Precisamente, la explicación de la tasa de crecimiento, teniendo en cuenta que ha supuesto en el siglo XVIII y no sólo para España sino, prácticamente, en toda Europa una notable transformación, como afirma Flinn18, se ha convertido en uno de los problemas clave de la demografía histórica. Cuya explicación vendrá dada por un descenso de la mortalidad o un incremento de la fertilidad o por una combinación de ambos fenómenos. Sin olvi­darnos de la influencia de los movimientos migratorios a través de los vínculos causales entre las variaciones en el ritmo de la migración y los cambios de la tasa global de crecimiento demográ­fico. De muy difícil explicación porque si bien, como indica Flinn19 la migración es una consecuencia de las tasas de creci­miento y no una causa, habría que precisar que tal afirmación no es válida desde las posibilidades y perspectivas de las localida­ des que reciben la población, ya que los emigrantes, estacionales o definitivos, se concentran masivamente en los grupos de edad correspondientes a los adultos jóvenes, por tanto en edad repro­ductiva, y sus movimientos en cuanto a composición de sexo, van a alterar las oportunidades de acceso al matrimonio. Sin que éstas pretendan ser unas conclusiones definiti­vas, sí que podrían recoger y sintetizar dos de los problemas que el Censo de Floridablanca plantea respecto a la historia de la población española en el último tercio del siglo XVIII: sus enormes posibilidades como fuente y el s ignificativo paso que supone con respecto a censos anteriores, y que a la vez le sitúan en el contexto europeo y mundial como un precedente fundamental de la época estadística. Pero también algunas limitaciones, sobre toda en relación con el proceso de recogida de información: in­tención de que fuese anónima, población institucional y los dife­rentes escalones de la administración por los que pasan los datos-base; y, en segundo lugar, la explicación de la estructura demográfica. Explicación que ofrece, además, el marco en el que se insertan los datos procedentes de las reconstituciones de fa­milia y los libros parroquiales. Si a estas conclusiones le añadimos la complejidad y diversidad de los comportamientos demográficos de las distintas regiones, parecía oportuna la celebración de una reunión cientí­fica en la que se manifestasen y contrastasen los modelos demo­gráficos regionales. Esta es la razón fundamental que nos impulsó a la convocatoria de este congreso. Los cumpleaños de los grandes acontecimientos históricos vienen siendo utilizados por los his­toriadores como un momento oportuno para tener acogida favorable en las instituciones y en los mecenas culturales que permitan la recreación, la reflexión y el trabajo histórico sobre el tema en cuestión. Nuestra opinión es coincidente, en parte, al menos des­de el momento en que a los 200 años de haberse concluido el pri­mer Censo de ámbito nacional, convocamos desde Murcia –no hay que olvidar el origen murciano de D. José Moñino quien terminó por dar nombre a través de su título de Conde de Floridablanca al Censo– la reunión que hoy se recoge en este libro. Sin embargo, creemos que de la misma manera que la memoria es el 18 FLINN, M.W.: El sistema demográfico europeo, 1500-1820. Barcelona, Crítica, p. 111. 19 FLINN, M.W.; ob.cit., p. 112.

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instrumento fundamental en la capacidad de relación social del ser humano, la memoria social precisa de revulsivos que llamen la atención a modo de herramientas críticas que permitan una puesta al día y una revisión a la luz de los intereses de las generaciones actua­les y, por tanto, de la historiografía actual. En este sentido, son muchos los estudios sobre el Censo de Floridablanca y las referencias bibliográficas exigirían una nota excesivamente am­plia para una introducción. Sin embargo, es la primera vez que se plantea una puesta al día desde cada región para de esa manera poder comparar, contrastar y obtener una imagen sobre la pobla­ción española de finales del siglo XVIII nítida, diversa, pero también más compleja de lo que hasta ahora pensábamos. La proyec­ción del modelo demográfico resultante en cada región y en el conjunto nacional sobre el siglo XVIII y XIX permitirá seguir profundizando en las realidades sociales y culturales que refleja la historia de la población. Ahora bien, el Censo de Floridablanca no es un tema agotado ni resuelto en su totalidad; hasta tal punto que las con­tribuciones regionales y muy especialmente las propuestas de Robert Rowland y la exhaustiva investigación de A. Eiras Roel, hacen referencia explícita a la necesidad de proseguir los estu­dios empíricos desde el ámbito local y dentro de nuevas perspec­tivas que se abrirán a través del cruce con fuentes nominativas y la inserción de las investigaciones parroquiales y locales en el modelo demográfico que ofrece el Censo confirmando o matizando el sistema. Pero no queremos concluir estas páginas, que ya alcan­zan algo más que una introducción, aunque la trascendencia del problema historiográfico así lo exige, sin dejar de manifestar el apoyo, la colaboración y el aliento que siempre ha expresado a este proyecto el Instituto Nacional de Estadística, y la ADEH. En el primer caso, nuestra iniciativa entraba directamente en rela­ción con el ambicioso proyecto de dar a la luz pública los datos originales contenidos en los resúmenes depositados actualmente en la Real Academia de la Historia. La excelente predisposición en­contrada en D. Javier Ruiz-Castillo, director de dicho organismo cuando el proyecto fue presentado, así como la colaboración de D. Eduardo García España, Vicente García Sestafe y Augusto Barrionuevo, ha permitido esta relación científica entre la Universidad de Murcia a través de su Departamento de Historia Moderna, Con­temporánea y de América, organizador del congreso y el Instituto Nacional de Estadística. Por su parte, la ADEH prestó su apoyo científico desde el primer momento a través de sus órganos direc­tivos y de las páginas del Boletín de dicha asociación. En cuanto a las instituciones regionales de Murcia es preciso subrayar el papel del Excmo. Ayuntamiento de Murcia, organizador del acto de apertura, así como de diversas entidades financieras, muy espe­cialmente Caja-Murcia, por las grandes facilidades encontradas en sus responsables. En definitiva, un esfuerzo colectivo que permite avan­zar en el proceso de conocimiento científico de la historia de la población a través de una herramienta tan importante y sobre la que todavía restan bastantes posibilidades de investigación. 139

MATRIMONIO, TRABAJO Y REPRODUCCIÓN SOCIAL EN UN ÁREA DE EUROPA MERIDIONAL A FINALES DEL SIGLO XVIII: LORCA (1797)

RESUMEN En este artículo, se ha analizado el proceso de reproducción social en Lorca, un municipio de la región mediterránea occidental de Murcia (España), a finales del siglo XVIII. Se ha utilizado un exhaustivo subconjunto de datos procedentes del censo local de Godoy (1797), que contabilizaba a un total de 29.875 habitantes repartidos en un total de 7.566 hogares. Esta población se distribuía entre la ciudad, la Huerta (la comunidad agrícola murciana de regadío) y el campo. Los resultados han confirmado, por una parte, que existe una relación directa entre un mayor estatus social y el mayor tamaño del hogar, con un mayor número de hijos mayores en los hogares de los labradores propietarios que en los de los labradores arrendatarios y en los de los jornaleros. Más hijos en hogares con un estatus más elevado indican que los hijos abandonan el hogar más tarde y por ello aumentan los problemas relacionados con la herencia, lo que influye a su vez en la reproducción social dentro de estos grupos. Espacialmente, se ha observado una clara división entre el campo, con más mano de obra masculina y un mayor índice de actividad masculina y la Huerta, con un cierto predominio femenino. Palabras clave: Familia; Trabajo femenino; Matrimonio; Hogar; Estructura social 1. INTRODUCCIÓN La demografía histórica ha demostrado la existencia de determinados tipos de comportamiento y estrategias en los distintos grupos sociales, lo que se ve reflejado en las diferentes tasas de nacimiento, matrimonio y muerte (Delille, 1985; Derouet, 1980; Pérez Moreda, 1997). Estas variables demográficas se expresan numéricamente a través de las relaciones que existen entre los factores 141

económicos, ambientales, culturales y sociales que forman una comunidad y que son relevantes para la organización del sistema social (Casanova, 1997: Casey, 1990; Chacón, 1990; Reher, 1996; Rowland, 1997; Seccombe, 1992). En este contexto, matrimonio y trabajo son dos realidades que pueden ayudar a explicar las numerosas interacciones existentes entre el sistema demográfico y el contexto socioeconómico y cultural. Consecuentemente, la institución del matrimonio juega un papel central en la relación entre demografía y sociología. Intereses de grupo, aspiraciones sociales, tensiones, movilidad, las posibilidades de reproducción biológica, la transmisión de la herencia y las normas de conducta y sociabilidad son todos factores que dependen de alguna manera de la institución del matrimonio (Comas, 1984; Costa, 1885-1902; Derouet, 1996; Ferrer, 1992; Hajnal, 1965; Rowland, 1988). A nivel de hogar, el matrimonio nos permite estudiar la unidad de producción y trabajo, además de la unidad familiar. Precisamente en esta área, podemos ver cómo determinados tipos de comportamiento demográfico están relacionados directamente con el tipo de actividad ocupacional y la importancia del trabajo en el hogar (Chacón y Ferrer, 1997; García González, 2001: Howell, 1975; Kriedte, Medick y Schlumbohm, 1992). En este estudio, el proceso de reproducción social es analizado en términos de relaciones entre el hogar, el lugar de trabajo y la localización geográfica al final del siglo XVIII en Lorca, una comunidad occidental mediterránea (Región de Murcia, España) (véase Fig. 1). Nuestro objetivo es medir y comprender el significado del hogar y su tamaño como una función de la composición de la familia en términos de sexo y número de hijos que residen en el hogar familiar, además de la actividad del cabeza de familia. Desde esta perspectiva, las normas de reproducción social expresadas a través de dos de los indicadores que definen las tendencias matrimoniales (la edad media en el primer matrimonio y la proporción de los nunca casados de los datos del censo) deben estar relacionadas con la actividad laboral, el tamaño y la composición del hogar, así con el espacio físico implicado. Esto lleva a un análisis más complejo e interrelacionado que puede revelar más claramente el proceso de reproducción social que se origina desde el hogar y la institución del matrimonio. En una economía agrícola, como la de Lorca, donde una importante actividad económica era llevada a cabo en el sector textil principalmente por mujeres, la capacidad para casarse y formar un hogar dependía de distintos factores: el tipo de actividad ocupacional que desarrollaba el individuo, las prácticas comunes en relación con la herencia y la sucesión, el acceso a la posición de cabeza del hogar, el sistema de residencia, los hábitos y costumbres del régimen demográfico del momento, así como las restricciones que impone una localización geográfica con enormes contrastes. Se usará un exhaustivo subconjunto de los datos individuales originales para Lorca del censo de Godoy1 (1797). (Lorca es 1 Al final del siglo XVIII, dos censos proporcionaron importantes fuentes de información en el contexto europeo de aquella época: el de Floridablanca (1787) y el de Godoy (1797). Mientras el

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el municipio más extenso de España, con unos 2.000 km2). Este subconjunto incluye el registro de censo de 29.875 individuos repartidos en 7.566 hogares. Esta población se distribuía espacialmente entre la ciudad, la Huerta (la comunidad agrícola murciana de regadío) y el campo2. La extensa información proporcionada por el censo de Godoy, a la hora de definir, delimitar y clasificar el tipo de actividad ocupacional –es decir, el trabajo realizado por cada miembro de la comunidad– nos permite analizar dos aspectos de los problemas ya mencionados. En primer lugar, es posible analizar el sistema de residencia y demostrar con qué facilidad los que no poseían tierras podía formar hogares propios, no a partir de sus propios recursos, sino continuando la actividad de sus padres. Esto no conllevaba la independencia, ni económica ni de hogar, ya que la nueva pareja vivía normalmente cerca del hogar de los padres, si no lo hacía en realidad en una nueva construcción dentro de la misma propiedad. La presencia del joven hijo de viudo que vive en la casa de su padre muestra el fuerte componente agnaticio de esta sociedad. De esta manera, los grupos familiares reales se formaban en torno a diferentes hogares que, sin embargo, estaban relacionados por vínculos familiares y laborales. La herencia condicionaba el proceso de movilidad social, pero no la creación de nuevos hogares (Laslett, 1989; Collomp, 1977).

de Floridablanca ha sido objeto de un exhaustivo análisis regional y local (Dopico y Rowland, 1990; Chacón, 1992; Instituto Nacional de Estadística (INE), 1987), el censo de Godoy (INE, 1992) se ha mantenido en la sombra, a pesar del hecho de que se trata de una excelente fuente para analizar la demografía española a finales del siglo XVIII (Pérez Moreda, 1983). Posiblemente este olvido se deba a sus menores detalles locales frente al de Floridablanca. 2 Si la población se hubiera mantenido estable desde 1787, los 29.875 habitantes representarían casi el 80% de la misma. Este porcentaje sería menor, de hecho, teniendo en cuenta que ya eran 3.265 habitantes más en 1797 (41.096 frente a los 37.831 de 1787). Por ello, en términos absolutos, el subconjunto existente representa a más del 70% (72,69%) de la población. Dado el tamaño de la población, este dato parece suficiente para obtener conclusiones válidas. Además, la población del campo y la huerta quedaba registrada casi por completo. Disponemos de información de 60 de las 63 localidades. La localidad (diputación) es la unidad administrativa civil que recoge al total de la población y es distinta y más pequeña que la parroquia. La jurisdicción religiosa de Lorca estaba formada por tres parroquias: Coy, Puerto Lumbreras y San Patricio. Así, 2.000 km2 de campo dependían de San Patricio, desde su fundación en 1723, cuando se crearon las otras dos parroquias. Estamos ocupándonos de una gran zona geográfica, de hábitat disperso, y con una compleja estructura de población. Históricamente, esta área fue frontera entre la España cristiana y la musulmana. El choque de culturas que produzco la presencia musulmana influye en las características descritas arriba y en la coexistencia de administraciones civiles y religiosas. La institución religiosa es mucho más amplia en alcance, ya que varias localidades quedan incluidas dentro de cada parroquia (Chacón, 1992, nota 10, p. 363). La zona urbana está menos representada en su totalidad. Aproximadamente la mitad de la población mencionada en 1787 es registrada, de un total de 18.631 habitantes pertenecientes a las siete parroquias (San Juan, San Cristóbal, San Pedro, San José, Santiago, San Patricio y San Mateo) existen datos de 8.519 habitantes. Los datos de San Cristóbal, la parroquia más poblada, también incluyen características mixtas en términos ocupacionales. Por otra parte, nos falta San Mateo, que nos hubiera ofrecido datos sobre los grupos de poder. La documentación se encuentra en el Archivo Municipal de Lorca, Sala III, Secciones 5 y 6. Un empleado de la administración, normalmente acompañado por el sacerdote local, recogía los datos originales puerta a puerta.

143

En segundo lugar, la información proporcionada por esta fuente nos permite estudiar el “trabajo” no solamente como la pertenencia a un determinado sector de actividad económica (esto sería una proyección errónea de nuestra sociedad industrializada a una época diferente). El trabajo debe verse como la capacidad o la falta de la misma para ser propietario de los medios de producción. Esta clasificación usa criterios diferentes de los usados previamente. Dichos criterios permiten un análisis en profundidad de la realidad social y la jerarquía de diversas actividades, ya que éstas muestran la rigidez de la estructura sociolaboral. De esta forma, el hogar puede ser considerado una unidad de trabajo, en las que la mujer y los hijos, así como otros miembros del grupo residencial, son registrados con sus respectivas actividades. El análisis tiene en cuenta no sólo la actividad del cabeza de familia, sino también el potencial de trabajo y la fortaleza del hogar como un todo. Así, no sólo el cabeza de familia es el factor determinante, sino el grupo familiar completo. El tamaño de la familia, el número de hijos, sus edades, la estructura de edad del grupo familiar, el papel y el trabajo de la mujer, el tipo de trabajo y el ejercicio de una o varias actividades entre los miembros del hogar. Éstos son todos los factores que nos permiten establecer diferencias adicionales entre las zonas geográficas de Lorca: la ciudad, la huerta y el campo (Benigno, 1989a; Benigno 1989b; Casey y Chacón, 1987; Garrido, 1995; Levi, 1973; Mikelarena, 1992; Pérez García, 1992). Más aún, podemos analizar en mayor profundidad los que vivieron en el campo para encontrar las diferencias reales que existieron dentro de este sector de la sociedad. Hasta ahora, este sector ha sido caracterizado por sus vínculos cercanos a la tierra, pero no por la forma en que se trabajaba la tierra y las relaciones de trabajo que se establecían allí. Como grupo, la población rural estaba fragmentada y se observaban diferentes tipos de habitantes rurales. Por esta razón, en el presente estudio nos ha parecido apropiado analizar la actividad ocupacional, o más precisamente, la actividad llevada a cabo basándose en el hogar y estudiar la relación de la ocupación con la actividad de los restantes miembros del hogar. 2. FUENTES Y METODOLOGÍA La conservación de un gran subconjunto de los registros originales del censo de Godoy relativos a muchas de las localidades de Lorca hace que éste sea una importante fuente demográfica española antes de la época del análisis estadístico. Tres características la convierten en excepcional: En primer lugar, el subconjunto está formado por casi 30.000 individuos y 7.566 hogares, lo que proporciona a los resultados un elevado nivel de relevancia estadística. En segundo lugar, las dimensiones espaciales de las tres distintas zonas geográficas y sociales de Lorca nos permite introducir muchas variables, especialmente las referidas a los tipos de cultivos, así como al tamaño y uso de la propiedad. En tercer lugar, y probablemente la característica más interesante desde el punto de vista del historiador social, es la anotación sistemática de la actividad ocupacional de las mujeres, lo cual es inusual en la documentación demográfica conservada de este periodo concreto. 144

F. Chacón, J. Recaño /History of the Family 7 (2002) 397-421

Fig. 1. 1. Mapa Murcia (España) Fig. Mapa de delalaRegión Regióndede Murcia (España)

El censo de Godoy es descrito en la Tabla 1. El tipo de información recogida no es fundamentalmente distinto de los primeros censos españoles y de las listas electorales del siglo XIX. Se trata de un censo moderno por su diseño, que nos permite delimitar las características individuales y del grupo familiar, en en 1787 es registrada, de un total de 18.631 habitantes pertenecientes a las siete parroquias (San Juan, San Cristóbal, 145 San Pedro, San José, Santiago, San Patricio y San Mateo) existen datos de 8.519 habitantes. Los datos de San Cristóbal, la parroquia más poblada, también incluyen características mixtas en términos ocupacionales. Por otra parte, nos falta San Mateo, que nos hubiera ofrecido datos sobre los grupos de poder. La documentación se encuentra en el

los términos de la relación de cada individuo con el cabeza de familia y de las relaciones observadas entre los nombres y apellidos. Si combinamos esta doble dimensión, tratando la familia, el individuo y las actividades ejercidas, somos capaces de analizar el factor del trabajo, integrando la actividad ocupacional del cabeza de familia y las de los restantes miembros del hogar. Tabla 1 Información ofrecida por el censo de Godoy. Lorca (1797) Variables en el censo de Godoy, Lorca (1797) Localidad Número de formulario del censo Nombre Primer apellido Segundo apellido Edad Estado civil Relación respecto al cabeza de familia Actividad

Variables deducidas Número de registro Tamaño de la unidad familiar Sexo del individuo

Dos pasos eran necesarios para sistematizar la información de los casi 30.000 registros que forman nuestra base de datos: En primer lugar, se compiló un diccionario de términos, correspondientes a las relaciones de familia y a los grupos de actividad ocupacional. Basándose en este diccionario, se reagruparon los datos y seguidamente se recodificaron numéricamente, siguiendo la tipología de relaciones familiares de Laslett y Hammel. Este procedimiento exhaustivo sistematizó las actividades, teniendo en cuenta el trabajo y el acceso a los medios de producción3. Una vez fueron caracterizados los hogares de acuerdo con los tres campos (Zona, localidad y número de miembros del hogar), se derivaron datos diferentes para cada miembro del hogar, incluyendo el cabeza de familia. En el Apéndice A se recogen todas las variables derivadas para el análisis de los hogares. 3 Los datos de actividad ocupacional se refieren a los hombres, las mujeres y los niños, lo que nos permite desarrollar una tipología social y laboral mucho más adecuada para el contexto social, profesional y económico de la sociedad tradicional de la época. Nuestro primer punto de referencia era si los individuos poseían o no los medios de producción. Por ello, dividimos a los labradores en tres grupos distintos. Dentro de la categoría de los artesanos, diferenciamos a los artesanos textiles y a las mujeres que trabajaban en el sector textil de los restantes artesanos. Otras categorías eran: servicios y administración, comercio y servicio doméstico.

146

Dada la estructura de la información recopilada, se pueden construir las tablas presentadas en este artículo seleccionando simplemente uno de los registros. Hay que aclarar algunos aspectos metodológicos. Se pueden producir problemas al usar sólo una fuente transversal para derivar indicadores estadísticos y demográficos. La población de Lorca necesita un cierto grado de estabilidad demográfica para que los resultados sean significativos a nivel demográfico, tanto en relación con el matrimonio (método Hajnal) como con el ciclo vital (analizando el tamaño del hogar y la media en el número de hijos para cada edad del cabeza de familia). En primer lugar, esto no debería estar sujeto a cambios significativos en la intensidad y desarrollo en el tiempo de los diferentes fenómenos que podrían afectar a la generación que se está analizando. Esta estabilidad excluye tanto las catástrofes demográficas como los procesos emprendidos en una transición demográfica. Cuando calculamos el celibato definitivo en Lorca en 1797, establecimos la media de las generaciones nacidas en los periodos 1738-1742 y 1743-1747, la mayoría de cuyos individuos se casaron entre los 20 y los 30 años de edad, en el periodo entre 1758 y 1777. Cualquier variación en la frecuencia del matrimonio podría distorsionar los datos obtenidos por el método Hajnal (1953) y esta distorsión podría verse magnificada por una migración diferencial de los hombres solteros. Los registros de parroquias incompletos de la ciudad de Lorca proporcionan datos que sugieren que en la segunda mitad del siglo XVIII la población aumentó ligeramente en un contexto demográficamente estable con movimientos migratorios sin importancia4. La estabilidad demográfica de Lorca en los años anteriores a nuestro estudio y el tamaño del subconjunto utilizado suponen que, estadísticamente hablando, los indicadores calculados en este estudio son muy fiables. 3. EL TAMAÑO DEL HOGAR Y SU RELACIÓN CON LA ACTIVIDAD LABORAL Y LA LOCALIZACIÓN ESPACIAL Uno de los problemas teóricos a la hora de explicar las continuas interacciones e influencias de los factores demográficos, económicos y culturales en el matrimonio y el hogar reside en la dificultad de determinar el papel y la influencia de la actividad ocupacional y cómo se desarrollaba, así como el espacio en el que vivía la familia. La dimensión del hogar puede explicar no sólo la regulación de las costumbres de la herencia en relación con el sistema de residencia o con los hábitos, costumbres y conducta de determinados grupos sociales. Otro factor es la relación con la zona geográfica en la que el cabeza de familia lleva a cabo su actividad económica.

4 Entre 1756 y 1787, la población de Lorca aumentó de 29.180 habitantes a 37.831 habitantes, creciendo a un ritmo del 1,24% anual. El aumento fue debido principalmente a que la tasa de nacimientos fue mayor a la tasa de mortalidad.

147

El tamaño del hogar, independiente del espacio ocupado y del número de hijos, de acuerdo con los diferentes grupos de edad y tipos de actividad ocupacional del cabeza de familia muestran una realidad que no se puede explicar por la lógica de las relaciones identificadas en la historiografía de habla inglesa: la necesidad de capital acumulado en el mercado para que un nuevo hogar alcance un estatus independiente (Laslett, 1983). Por esta razón, la composición del hogar en términos de número de hijos e hijas, tanto en total como en lo referido a cuáles de ellos trabajan, ofrece un indicador aproximado de su fuerza y potencial laboral. Además, se pudieron calcular las actividades que generaban mayores niveles de colaboración por parte de hijos e hijas y, como resultado, el papel de las mujeres. Tabla 2 Tamaño medio de hogar para diferentes actividades de los cabeza de familia y zonas de residencia, Lorca (1797) Actividad ocupacional del cabeza de familia Jornalero/pastor, sin propiedad Labrador propietario Labrador arrendatario, mediero, a partido Artesano Artesano textil Trabajadora textil Servicios y administración Comercio Criados y sirvientas Total

Ciudad

Huerta

Campo

Lorca

3,73 4,41

3,68 4,39

3,87 4,29

3,79 4,32

4,57 4,32 4,12 3,60 4,05 4,17 3,50 3,91

4,29 4,33 3,67 2,14 4,22 3,25 4,60 4,04

4,77 4,24 3,25 3,29 3,71 4,16 3,11 4,20

4,62 4,30 4,07 2,88 3,99 4,14 3,40 4,09

Fuente: Censo de Godoy (1797). Extrapolación.

Observando las relaciones entre hogar, trabajo y espacio y examinando el concepto de hogar como unidad de producción, intentaremos mostrar el potencial laboral de cada unidad familiar y el papel en cada unidad de hijos, hijas y mujeres (no sólo la esposa). De los hogares analizados, el 64% (4.837) estaban situados en la Huerta, el 14% (1.057) en la ciudad y el 50% (3.780) en el campo. El tamaño medio de un hogar en Lorca in 1797 era de más de 4 miembros (4,10) en los 7.566 hogares considerados. Cuando se analiza esta variable en relación con la localización geográfica y la actividad ocupacional del cabeza de familia, aparece un número significativo de diferencias, principalmente en las zonas rurales. En primer lugar, la tierra sin riego, etiquetada como “campo” tiene una media de 4,21 miembros por hogar, mayor que la de la huerta (4,04) y que 148

la de la ciudad (3,91) (Tabla 2). (Si la tierra era de regadío o no lo era, no tenía consecuencias importantes para los recursos humanos y en cómo se usaban). En segundo lugar, cuando la relación entre localización y la actividad agrícola del cabeza de familia era estudiada en los casos de jornaleros no propietarios, labradores propietarios y labradores arrendatarios, existía una correlación directa entre tamaño del hogar y el tipo de actividad del cabeza de familia. El tamaño del hogar era más pequeño para los jornaleros, mientras que los que poseían los medios de producción o una mayor estabilidad ocupacional formaban hogares más grandes. Excepto para los labradores propietarios, el campo seguía siendo el lugar en el que más gente vivía bajo un solo techo, aunque la diferencia se debía no tanto al espacio como a lo recursos. Los hogares más pequeños de los jornaleros, independientemente de dónde estuvieran situados, hacía necesario centrarse en la composición de los hogares, incluyendo las diferencias por sexo (el número de hijos e hijas en el hogar) y los cambios en el hogar a lo largo del tiempo. El último aspecto es analizado observando el tamaño medio de los hogares con cabezas de familia de diferentes edades y grupos de actividad ocupacional (véanse el Apéndice B y la Fig. 2). Tabla 3 Porcentaje de personas que trabajan en el hogar relacionado con la actividad ocupacional del cabeza de familia. Lorca (1797)

Actividad ocupacional del cabeza de familia

Nº medio de personas trabajando

% trabajando por hogar

Ciudad Huerta Campo Ciudad Huerta Campo Jornalero/pastor, sin propiedad Labrador propietario Labrador arrendatario, mediero, a partido Artesano Artesano textil Trabajadora textil Servicios y administración Comercio Criados y sirvientas Total zona

1,34 1,48

2,08 1,72

1,96 2,21

35,9 33,6

56,5 39,2

50,6 51,5

1,43 1,51 1,38 2,32 1,66 1,51 1,88 1,44

2,02 1,83 1,33 1,76 2,33 2,13 2,50 1,95

2,03 2,12 1,50 2,70 1,95 2,04 1,96 2,08

31,3 35,0 33,5 89,2 41,0 36,2 53,7 36,8

47,1 42,3 36,2 82,2 55,2 65,5 54,3 48,3

42,6 50,0 46,2 82,1 52,6 49,0 63,0 49,5

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

El tamaño del hogar muestra una mayor variación cuando se analiza en combinación con la edad del cabeza de familia, tal como se ve en la Fig.2. Se pueden confirmar las diferencias entre los distintos tipos de actividad. Al igual que otros factores, el de la herencia fue obviamente de gran importancia y el régimen demográfico ejerció determinada influencia. Sin embargo, las prácti149

cas culturales de residencia reflejadas en familias con un estatus económico inferior y menos hijos apuntan hacia una relación entre los procesos de movilidad social y las normas de reproducción social. El tamaño del hogar indica diferencias de estatus. Así, la evolución del hogar en términos de estructura de edad, tanto en el campo como en la huerta, y en los tres grupos analizados, muestra que los hijos y otros familiares se quedaban más tiempo en el hogar cuando se poseían los medios de producción. En el campo, el tamaño medio del hogar llegaba a 5 e incluso era superior en los grupos de edad de 40-44 para los labradores propietarios y de 35-39 para labradores arrendatarios (véanse los Apéndices C, D y E y las Figs. 2 y 4). Estos datos indican la existencia de una relación directa entre la posesión de los medios de producción y la estabilidad laboral, lo que se puede ver en el elevado número de miembros del hogar. Claramente, el comportamiento social difiere entre los diferentes grupos sociales. Cuanto más elevado es el nivel del estatus social y económico, mayor es el tamaño medio del hogar. ¿Significa esto que cuando en un hogar había más personas, había más trabajadores? ¿O que cuando había más hijos, se daba una demografía diferenciada socialmente? Este aspecto será analizado en detalle en la siguiente sección. Tabla 4 Diferencia en el tamaño del hogar y el número medio de personas trabajando, relacionado con la zona de residencia y la actividad ocupacional del cabeza de familia, Lorca (1797) Actividad ocupacional del cabeza de familia Jornalero/pastor, sin propiedad Labrador propietario Labrador arrendatario, mediero, a partido Ayuntamiento de Lorca

Ciudad

Huerta

Campo

2,39 2,93 3,14 2,47

1,60 2,67 2,27 2,09

1,90 2,08 2,74 2,12

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

4. EL TRABAJO Y LA COMPOSICIÓN DEL HOGAR COMO FACTORES CONDICIONANTES DE LA REPRODUCCIÓN SOCIAL Para responder a las preguntas mencionadas anteriormente, la composición del hogar debe analizarse en función de las diferentes categorías de actividad ocupacional del cabeza de familia. El mayor tamaño de las familias de los labradores propietarios o arrendatarios se debe a que los hijos permanecen en el hogar más tiempo en estos dos grupos sociales, en los grupos de edad comprendidos entre los 30 y los 35 años y más. Un fenómeno idéntico se puede observar con el número medio de mujeres, que es inferior para los jornaleros, en el grupo 150

F. Chacón, J. Recaño /History of the Family 7 (2002) 397-421

Fig. 2: Tamaño del hogar y media del número de hijos para diferentes actividades del cabeza de familia, Fuente: Lorca Censo(1797). de Godoy (1797). Extrapolación.

Fig. 2: Tamaño entre del hogar hijos(véase para diferentes actividades de edad comprendido los y25media y losdel29número años ydemás el Apéndice D). del cabeza de Lorca del (1797). La salida familia, más precoz hogar familiar, tanto de los hijos como de las hijas, explica la diferencia en tamaño del hogar, en función de la actividad ocupacional

151

techo, aunque la diferencia se debía no tanto al espacio como a lo recursos. Los hogares más pequeños de los jornaleros, independientemente de dónde estuvieran situados, hacía necesario centrarse en la composición de los hogares, incluyendo las diferencias por sexo (el número de hijos e hijas en el hogar) y los cambios en el hogar a lo largo del tiempo. El último aspecto es analizado observando el tamaño medio de los hogares con cabezas de familia de diferentes edades y grupos de actividad ocupacional (véanse el Apéndice B y la Fig. 2).

Fig. 3. Diferentes tamaños de hogar de labradores propietarios y jornaleros para diferentes propietarios y jornaleros para diferentes edades de labradores de hogar Fig. 3. Diferentes tamaños edades del cabeza de familia. del cabeza de familia.

del cabeza de familia. Existe una relación directa entre el tamaño del hogar y el número de personas que trabajan (Tablas 3 y 4). Aunque, en términos globales, la mayor tasa de actividad económica se presenta en el campo (el 49,5 % de los miembros del hogar trabajan), se pueden extraer dos conclusiones cuando se comparan distintas actividades realizadas en la tierra: En primer lugar, los hogares con el mayor potencial de trabajo eran los de los labradores propietarios en el campo, seguidos de los de los jornaleros en la huerta. En segundo lugar, la mayor proporción de miembros del hogar estaba trabajando en los tres tipos de tierra, en la huerta. ¿Significa esto que algunas actividades agrícolas exigían más mano de obra? Los datos relativos al sexo de los que trabajaban en las tres zonas de Lorca y en las distintas actividades ocupacionales desvelan el papel de las mujeres en la huerta, donde el número medio de mujeres trabajando era superior en los hogares de los jornaleros al que encontramos en el campo y en la ciudad. Sin embargo, el mismo fenómeno se presentaba para los labradores propietarios y arrendatarios: las mujeres eran más activas que en el campo y en la ciudad. No era el caso para los hombres: ellos seguían la tendencia identificada anteriormente. Una mayor proporción de hombres trabajaba en el campo que en la ciudad o en la huerta. El potencial para el trabajo de las mujeres en la huerta era cuatro veces superior al que encontramos en la ciudad y un 30 % superior al del campo. 152

El número de niños y su actividad eventual son asimismo factores esenciales para entender el proceso de la reproducción social a través del tamaño y de la mano de obra del hogar. Desde la perspectiva del número de niños por hogar, el campo seguía teniendo una media superior, con las cifras más altas para los labradores propietarios y arrendatarios (véase la Tabla 5). Las cifras más bajas de los jornaleros indican que existía un sistema de residencia distinto y, posiblemente, una edad para el matrimonio inferior a la de los otros grupos de actividad ocupacional. Esta misma realidad se hace evidente si se tienen en cuenta los indicadores del trabajo de los niños en los grupos de edad comprendidos entre los 5 y los 9 años y los 10 y los 14 años (véase la Tabla 6). En ambos grupos, el campo era el lugar donde los niños empezaban a colaborar en la actividad del cabeza del hogar en la edad más temprana. Tabla 5 Número medio de niños por hogar según las distintas actividades ocupacionales del cabeza de familia y las zonas de residencia. Lorca (1797) Actividad ocupacional del cabeza de familia Jornalero/pastor, sin propiedad Labrador propietario Arrendatario, mediero, a partido Artesano Artesano textil Trabajadora textil Servicios y administración Comercio Criados y sirvientas Total zona

Número medio de niños por hogar Ciudad

Huerta

Campo

Lorca

1,74 2,13 2,14 2,16 1,87 1,42 1,71 1,88 1,56 1,81

1,77 2,46 2,40 2,33 2,00 1,12 2,22 1,38 2,70 2,17

1,97 2,48 2,81 2,30 1,50 2,28 2,03 2,23 1,33 2,34

1,85 2,45 2,68 2,19 1,86 1,82 1,79 1,98 1,57 2,15

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

Si la perspectiva del ciclo de la vida se introduce mediante la estructura de las distintas edades, se confirma la presencia de un mayor número medio de niños entre los labradores propietarios y arrendatarios que entre los jornaleros. Esto era el caso desde las franjas de edad de 20 a 24 años hasta los 75 años (véase la Figura 2). La mayor diferencia se encontraba entre las edades de 40 a 54 años, el periodo de 15 años en la vida familiar en el que los niños abandonaban la casa y creaban su propio hogar. Si se analiza la diferencia por zonas, el campo sigue teniendo un mayor número de niños por hogar y la propiedad del medio de producción sigue generando diferencias de tamaño que reflejan 153

el estatus y las estrategias matrimoniales respecto a la creación de un nuevo hogar. Estas estrategias también aparecen en la edad en la que las personas contraen matrimonio y asumen el papel de cabeza del hogar. Medida a lo largo de todo el ciclo de la vida, la importancia relativa de hombres, mujeres y niños varía dependiendo de si el cabeza de familia era un jornalero o un agricultor propietario y de si el hogar se encontraba en la huerta o en el campo. De media, más niños vivían en el hogar que hombres y mujeres, tanto en la huerta como en el campo. Esto sugiere una práctica cultural relacionada con el estatus, aunque también existe la posibilidad de tasas de fertilidad y natalidad socialmente diferenciadas, compensadas por tasas de mortalidad igualmente diferenciadas. Dependiendo de si el cabeza de familia era un jornalero o un labrador, un número menor de mujeres vivía en el campo (véanse los Apéndices C y D). Una comparación entre los jornaleros que vivían en la parroquia de San Cristóbal, una zona mixta próxima a la huerta, y aquéllos que vivían en la huerta y en el campo muestra claras diferencias entre la ciudad y el campo. Los hogares eran más grandes en el campo, con un mayor número de hombres, mujeres y niños (Apéndice C). Un análisis más detallado de las diferencias entre los distintos grupos de actividad ocupacional (basado en los datos que figuran en el Apéndice C), que tiene en cuenta a las dos zonas rurales de la huerta y del campo, muestra que las diferencias más grandes entre los jornaleros y los labradores propietarios se encontraban en la huerta. La mayor similitud entre los dos grupos, en términos de grupos de edad, está en el campo (véase la Figura 3). Esto muestra hasta qué punto el campo era distinto en términos de recursos humanos. La familia rural, especialmente en las zonas no irrigadas, necesita el trabajo de una mayor cantidad de trabajadores, independientemente de la actividad ocupacional del cabeza de familia. La Figura 3 revela asimismo que las diferencias en el tamaño del hogar entre labradores y jornaleros era más marcada en el ciclo de la vida, cuando se hacía una distinción entre la huerta y el campo. La conclusión es obvia: mientras que en el municipio de Lorca en su conjunto y en la huerta, el principio mencionado anteriormente y confirmado en otros municipios5 (cuanto mayor es el estatus social y económico, más grande es el tamaño del hogar), en el campo, esta dinámica no estaba presente, lo que complicaba las diferencias socioprofesionales. Esta naturaleza única de la zona rural queda confirmada igualmente por el número medio de personas que trabajan en varios sectores de actividad en distintas zonas de residencia. De manera 5 Cartagena. 1752: jornaleros (2.172 familias), labradores (972 familias); Cieza, 1756: jornaleros (279 familias), labradores (283 familias); Fortuna, 1756: jornaleros (191 familias), labradores (189 familias); en Chacón et al. (1986). Lorca. 1756: nobles (hijosdalgo) (63 familias); Abarán. 1756: jornaleros (76 familias), grupos de poder (13 familias), labradores (32 familias); Fortuna, 1870: jornaleros (506 familias), labradores (69 familias). Esta muestra reúne a un total de 3.224 familias de jornaleros y 1.621 familias de labradores y grupos de poder repartidos entre las distintas zonas de la región de Murcia.

154

155

0,01 0,01 0,00 0,02 0,02 0,00 0,06 0,02 0,00 0,01

Labrador propietario

Arrendatario, mediero, a partido

Artesano

Artesano textil

Trabajadora textil

Servicios y administración

Comercio

Criados y sirvientas

Total zona

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

Edades 5-9

Edades 10-14

0,02

0,00

0,00

0,11

0,00

0,00

0,17

0,02

0,02

0,04

0,03

0,00

0,00

0,03

0,05

0,00

0,04

0,05

0,03

0,03

0,03

0,00

0,00

0,03

0,05

0,00

0,04

0,05

0,03

0,02

0,09

0,38

0,07

0,13

0,23

0,11

0,10

0,14

0,11

0,06

0,14

0,30

0,13

0,22

0,12

0,00

0,33

0,15

0,11

0,14

0,26

0,17

0,23

0,34

0,44

0,00

0,28

0,30

0,27

0,20

0,19

0,24

0,12

0,18

0,32

0,10

0,14

0,25

0,23

0,14

Ciudad Huerta Campo Lorca Ciudad Huerta Campo Lorca

Jornalero/pastor, sin propiedad

Actividad ocupacional del cabeza de familia

Tabla 6 Trabajo de los niños: número medio de niños que trabajan entre las edades de 5 y 14 años para las distintas zonas de residencia y actividades ocupacionales del cabeza de familia. Lorca (1797)

156

1,23 1,31 1,43 1,31 1,24 0,49 1,38 1,27 0,94 1,23

Labrador, ganadero propietario

Labrador arrendatario, mediero, a partido

Artesano

Artesano (sector textil)

Trabajadora textil

Servicios y administración

Comercio

Criados y sirvientas

Total zona

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

Hombres

Mujeres

1,12

1,50

1,38

1,44

0,55

1,33

1,00

1,17

1,08

1,14

1,49

1,11

1,72

1,24

1,00

1,25

1,37

1,62

1,60

1,37

1,35

1,13

1,35

1,35

0,78

1,25

1,32

1,48

1,47

1,28

0,22

0,94

0,24

0,29

1,82

0,14

0,20

0,00

0,17

0,12

0,83

1,00

0,75

0,89

1,21

0,00

0,83

0,85

0,64

0,94

0,59

0,85

0,52

0,71

1,70

0,25

0,75

0,41

0,61

0,59

0,51

0,89

0,35

0,40

1,64

0,14

0,32

0,55

0,58

0,43

Ciudad Huerta Campo Lorca Ciudad Huerta Campo Lorca

Jornalero/pastor, sin propiedad

Actividad ocupacional del cabeza de familia

Tabla 7 Número medio de personas trabajando, por sexo, zona de residencia y actividad ocupacional del cabeza de familia, Lorca (1797)

general, trabajaba un mayor número de hombres en el campo que en la huerta o en la ciudad y en el municipio, en general. Sin embargo, por lo que atañe a las mujeres, había más trabajo en la huerta que en otras zonas, como ya hemos visto (véase la Tabla 7). Así pues, una dicotomía territorial surgió entre los sexos en términos de trabajo: predominio masculino en el campo frente al predominio femenino en la huerta. Esta dicotomía estaba directa mente relacionada con el tamaño del hogar, las prácticas residenciales y el sistema de herencia, así como con la zona de residencia y los indicadores de matrimonio (véase la Tabla 8). Esto también explica el mayor porcentaje de hombres solteros en el campo, en la franja de edad comprendida entre los 15 y los 39 años (como se muestra en el Apéndice D), así como la gran diferencia entre la proporción de mujeres solteras, con edades comprendidas entre los 25 y los 29 años en el campo (17,1 %) y en la huerta (8,2 %). Es igualmente significativo que el 89,3 % de las mujeres en la huerta, con edades comprendidas entre los 25 y los 29 años, estaban casadas; frente al 81,3 % en el campo y el 74,9 % en la ciudad. Tabla 8 Indicadores de matrimonio para las zonas de residencia, Lorca (1797)

Hombres

Mujeres

Diferencia entre los sexos

Campo

24,81 (4.180)

22,34 (4.031)

2,47

9,71

4,74

Huerta

25,65 (1.035)

22,23 (1.047)

3,42

3,99

0,05

Ciudad

26,62 (2.557)

22,06 (2.950)

4,56

3,50

0,53

Lorca

25,91 (7.772)

22,16 (8.028)

3,75

5,74

2,08

Zona de Lorca

Edad media de matrimonio

Celibato definitivo Hombres

Mujeres

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación. N = Número de personas con edades comprendidas entre los 15 y los 54 años.

En el campo, el número medio de niños con una actividad ocupacional fija, independientemente de su sexo, era mayor al de cualquier otra zona, incluso cuando los niños eran menores, tal como indica la Tabla 6. Cuando la población es desagregada por sexo, se observa que había claramente más hijas en los hogares de la huerta que en el campo o en la ciudad, tanto si tenemos en cuenta a los jornaleros, a los labradores propietarios, a los labradores arrendatarios o a la población en general. Esta situación cambia para el número total de niños y para los hijos varones. En la huerta, sin embargo, las mujeres, y no sólo las esposas, encontraban un mayor potencial de trabajo que en el campo o en la ciudad. ¿Qué tipo de actividad ocupacional ejercían estas mujeres para generar tal diferencia, sin que esto influya ni en el tamaño del hogar ni en los indicadores del matrimonio? 157

F. Chacón, J. Recaño /History of the Family 7 (2002) 397-421

Fig. 4. Tamaño medio del hogar y número de niños para distintos grupos de edad, distintas actividades del cabeza de familia y zonas de residencia. Lorca (1797) del hogar y número de niños para distintos grupos de edad, distintas actividades del cabeza de familia y zonas

Fig. 4. Tamaño medio 5. TRABAJO FEMENINO Y SU RELACIÓN CON EL HOGAR (1797) de residencia. Lorca

Si tenemos en cuenta el número medio de hombres que trabajaba en la agricultura, un número que era mayor en el campo, tanto para los jornaleros como para los labradores arrendatarios o propietarios, vemos que las mujeres trabajaban generalmente más en la huerta que en el campo o en la ciudad. Esto ocurría así, por lo menos, en las actividades relacionadas con la agricultura, en especial 158

Tabla 9 Tasas de actividad de la población femenina según la zona de residencia y el grupo de of edad, Lorca7(1797) F. Chacón, J. Recaño /History the Family (2002) 397-421 Tabla 9 Tasas de actividad de la población femenina según laeconómica zona de residencia y el grupo de edad, Lorca (1797) Tasa de actividad femenina

Edad

Edad

Tasa de actividad económica femenina Ciudad Huerta Campo

Ciudad 15-19 0,0 0,0 15-19 0,0 20-24 2,7 20,9 20-24 2,7 25-29 1,3 30-34 18,5 25-29 1,3 2,2 35-39 1,4 13,2 30-34 2,2 40-44 2,5 45-49 17,5 35-39 1,4 3,4 50-54 3,4 17,9 40-44 2,5 55-59 6,3 21,1 45-49 3,4 8,1 60-64 65-69 22,0 50-54 3,4 7,4 N 3482 30,4 6,3 55-59 Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación

60-64 65-69 N

8,1 7,4 3482

29,0 13,6 1181

Huerta 0,0 20,9 18,5 13,2 17,5 17,9 21,1 22,0 30,4 29,0 13,6 1181

38,2 12,9 10,0 8,9 10,2 11,3 12,4 16,3 15,1 17,8 16,6 4503

Campo 38,2 12,9 10,0 8,9 10,2 11,3 12,4 16,3 15,1 17,8 16,6 4503

Lorca 19,8 10,5 7,9 7,0 8,2 8,5 10,3 11,7 12,9 14,5 11,2 9166

Lorca 19,8 10,5 7,9 7,0 8,2 8,5 10,3 11,7 12,9 14,5 11,2 9166

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

Figura 5: Tasas de actividad femenina por zona de residencia, Lorca (1797) Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación

cuando elFigura cabeza de familia era un jornalero. En estos casos, las cifras duplican 5: Tasas de actividad femenina por zona de residencia, Lorca (1797). aquéllas de otras zonas territoriales (véase la Tabla 7). El mismo fenómeno puede observarse cuando el cabeza de familia era un labrador arrendatario. Sin em159

160

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

Jornalero/pastor, sin propiedad Labrador propietario Labrador arrendatario, mediero, a partido Artesano Artesano (sector textil) Trabajadora textil Servicios y administración Comercio Criados y sirvientas Total zona

Actividad ocupacional del cabeza de familia

Hogares nucleares

4,7 1,1 0,0 6,2 3,2 0,0 2,0 5,6 0,0 4,3

59,3 26,3 38,3 33,3 0,0 0,0 44,4 37,5 40,0 38,3

31,9 21,2 10,9 32,9 25,0 1,7 13,2 17,3 26,1 21,6

23,4 20,8 19,6 11,6 4,0 0,9 6,0 10,4 22,2 18,9

1080 94 323 94 57 152 161 16 1984

270 262 366 6 3 42 9 8 10 976

1219 923 777 76 4 115 38 81 46 3279

2569 1279 1150 405 101 214 199 250 72 6239

Ciudad Huerta Campo Lorca Ciudad Huerta Campo Lorca

% de esposas trabajando en el sector textil

Tabla 10 Porcentaje de esposas trabajando en el sector textil, por zona de residencia y actividad ocupacional del cabeza de familia (todos hogares nucleares), Lorca (1797)

bargo, cuando el cabeza de familia era un labrador propietario, las mujeres trabajaban igualmente en la huerta y en el campo (véase Tabla 7). Una comparación de la Tabla 7 con la Tabla 3 muestra que los hogares encabezados por jornaleros en la huerta tenían un mayor potencial de trabajo en las actividades agrícolas y, al mismo tiempo, estas familias eran las que contaban con un mayor número de mujeres trabajadoras. Por consiguiente, el hecho de que los hogares de la huerta compuestos por jornaleros tuvieran un mayor número de personas trabajando que otros hogares de la huerta se debía a que trabajaban más mujeres. En los hogares en los que el cabeza de familia era un labrador propietario o arrendatario, el número medio de mujeres trabajando era mayor en la huerta que en el campo, aunque en los hogares de los labradores propietarios esta diferencia era mucho menos marcada. Por otro lado, los hogares del campo encabezados tanto por un labrador propietario como por un labrador arrendatario tenían un mayor número medio de personas trabajando, lo que sostiene la idea del predominio masculino en el campo y la importancia de las mujeres en la huerta. El grupo de edad y la zona de residencia en la Tabla 9 y la Figura 5 muestran las tasas de actividad económica de las mujeres trabajadoras en el hogar. De manera general, estas cifras confirman que había una mayor actividad femenina en la huerta que en el campo, aunque el porcentaje inusualmente alto registrado en esta última zona para el grupo de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años no puede explicarse. Se puede observar un aumento progresivo y continuo a medida que la edad subía en la ciudad, la huerta y el campo. Sin embargo, la huerta registraba las tasas más elevadas. Entre las edades de 45 a 49 años y de 60 a 64 años, la tasa de actividad femenina alcanzaba el 30,4% (grupo de edad 55-59 años), es decir una cifra que duplicaba el dato registrado para el campo (15,1%) y que era cinco veces más alta que la de la ciudad (6,3%). No obstante, no deberíamos pensar en algún tipo de pobreza femenina, por la que el trabajo de las mujeres en la huerta y en los hogares donde el cabeza de familia era un jornalero era un elemento imprescindible para la subsistencia. La Tabla 10 muestra que, aunque el mayor número de mujeres trabajadoras se registraba en la huerta, cuando el porcentaje de esposas que trabajaba en el sector textil se calculaba en función de la actividad del cabeza de familia, el total combinado de las esposas de labradores propietarios y arrendatarios trabajando en el sector textil era en realidad mayor al de las esposas de los jornaleros. 6. CONCLUSIÓN Inicialmente, la historiografía relacionaba el tamaño del hogar con el sistema de herencia y a las características demográficas. Cuando se incluía el estudio del ciclo de la vida, sin embargo, se observaba que las fases por las que atravesaba el hogar rompían cualquier tipo de molde estático condicionado por una combinación determinada de miembros de la familia. Y esto ocurría independientemente de las reglas de residencia estrechamente vinculadas con el sistema por el que la propiedad se transmitía y el concepto y la práctica de la autoridad familiar. 161

En esta breve contribución, el propósito ha sido ampliar los horizontes empíricos mostrando las relaciones que existían entre hogar, trabajo y espacio. La riqueza de la información en la fuente permitió el diseño de una división socioprofesional utilizando distintos criterios. Hasta ahora, el criterio exclusivo había sido el de la actividad ocupacional del cabeza de familia con el fin de analizar la influencia de la posesión por parte de la familia de los medios de producción. La naturaleza de los datos originales ha permitido este importante cambio de perspectiva. No obstante, desde el punto de vista del trabajo y de la actividad ocupacional ejercida, no se trata del aspecto más importante. La mano de obra y su potencial dentro del hogar, teniendo en cuenta el número total de personas que ejercen una actividad económica, es un criterio que permite hacer divisiones claras entre el campo, con un mayor número de trabajadores masculinos y un mayor índice de actividad masculina, y la huerta, con un cierto predominio femenino. Junto a esta división, el estudio confirma la relación entre un estatus más alto (la posesión de las tierras o la estabilidad de los medios de producción de la actividad económica ejercida) y un hogar de mayor tamaño, lo que implica un número medio de niños más elevado que en el caso de los labradores propietarios y arrendatarios o de los jornaleros. Al observar el hogar, su tamaño y el trabajo ejercido, se pueden extrapolar los datos relativos al estatus, el papel de las mujeres y el proceso de la reproducción social. Este cambio de perspectiva es significativo y las conclusiones referentes al hogar como conjunto y a sus posibilidades en términos de potencial de trabajo son muy diferentes de las que podríamos extraer si analizáramos tan solo la actividad del cabeza de familia. Al igual que Gerard Delille estableció (1985) una demografía diferencial para el Reino de Nápoles, en función del tipo de cultivo, el ejemplo de Lorca nos permite diferenciar el comportamiento social en función no sólo de la estructura por edades, la edad, el sexo y el estado civil de los miembros de la familia, sino también en función de la importancia de los niños y del periodo de tiempo durante el cual permanecían en el hogar con respecto al ciclo vital. Esto afectaba a su disponibilidad para formar parte de la mano de obra del hogar. Estas diferencias se agudizan cuando se introduce además el componente espacial del campo, la ciudad o la Huerta. De hecho, la diferencia entre las tres zonas es una de las conclusiones más claras que se puede extraer y que rompe el concepto monolítico de la ciudad campesina. AGRADECIMIENTOS Este estudio se presentó por primera vez en el V Congreso Internacional sobre la Población ADEH, en Logroño, en abril de 1998. Este artículo forma parte del proyecto de investigación “Familias: Nuevas perspectivas sobre las formas de organización social en la España meridional. Ciclo de vida, identidad y progreso familiares y reproducción sociocultural”. Patrocinado por la Dirección General de Investigación Científica y Técnica del Ministerio de Educación y Ciencia, PB97-1058. 162

Apéndice A Descripción del registro final con variables derivadas Nº de campo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46

Campo

Descripción del campo

REGISTRO ZONA DIPUTACION N_FAM TAMANO N-ORD SEXO CEDAT ECIV RFAM1 RFAM2 CPROF1 CPROF2 CPROF3 CPROF4 CPROF5 HSPP HECPP EDADPP NMARIDOS NESPOSAS NOV NMUJ NHIJOSV NHIJOSH NHIJOSC NOTROSV NOTROSH NHIJASC PORFPP2 PROFPP3 PROFPP4 PROFPP5 PROFESP2 PROFESP3 PROFESP4 PROFESP5 NHOMTRAB NMUJTRAB NHIJOTRA NHIJATRA TESPOSA NORT5 NORT10 NMUJTEXT TYPEFAM1

Número del individuo Zona de Lorca Localidad Número de familia Tamaño de la unidad familiar Número de orden en la familia Sexo Edad Estado civil Relación familiar real Relación familiar codificada Actividad real Tipo profesional I Tipo profesional II Tipo profesional III Tipo profesional IV Sexo del cabeza de familia Estado civil del cabeza de familia Edad del cabeza de familia Número de hombres casados Número de mujeres casadas Número de hombres en el hogar Número de mujeres en el hogar Número de hijos varones Número de hijas Número de hijos varones casados Número de otros varones Número de otras mujeres Número de hijas casadas Actividad del cabeza de familia tipo I Actividad del cabeza de familia tipo II Actividad del cabeza de familia tipo III Actividad del cabeza de familia tipo IV Actividad de la esposa del cabeza de familia tipo I Actividad de la esposa del cabeza de familia tipo II Actividad de la esposa del cabeza de familia tipo III Actividad de la esposa del cabeza de familia tipo IV Número de hombres trabajando Número de mujeres trabajando Número de hijos varones trabajando Número de hijas trabajando Actividad de la esposa del cabeza de familia en sector textil Número de niños trabajando con edades de 5-9 Número de niños trabajando con edades 10-14 Número de mujeres trabajando en sector textil Tipo de familia (Clasificación de Laslett)

163

Apéndice B. Número de hogares (n tamaños) en Tablas 2-7, Lorca (1797) Número de hogares

Actividad ocupacional del cabeza de familia Ciudad Jornalero/pastor, sin propiedad Labrador propietario Labrador arrendatario, mediero, a partido Artesano Artesano (sector textil) Trabajadora textil Servicios y administración Comercio Criados y sirvientas Total zona

1.080 94 7 323 94 57 142 161 16 1.974

Huerta 270 262 366 6 3 42 12 8 10 979

Campo 1.219 923 777 76 4 115 96 81 46 3.337

Lorca 2.569 1.279 1.448 405 101 214 189 250 72 6.527

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

Apéndice C. Características de los hogares de Lorca por actividad profesional y grupo de edad del cabeza de familia, Lorca (1797)

(1) Jornalero/pastor, sin propiedad (2) Labrador propietario (3) Labrador arrendatario, mediero, a partido Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

164

Apéndice D. Diferentes características de los hogares de Lorca, por zona de residencia y actividad del cabeza de familia, Lorca (1797)

(1) Jornalero/pastor, sin propiedad (2) Labrador propietario (3) Labrador arrendatario, mediero, a partido Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

165

Apéndice E. Distribución por sexo, grupo de edad, estado civil y zona de residencia, Lorca (1797)

Fuente: Censo de Godoy (1797), extrapolación.

166

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168

¿TRABAJO O/Y FORMA DE VIDA? DIVERSIDAD Y PRECARIEDAD: UN NUEVO CONCEPTO DE LA ACTIVIDAD HUMANA EN LAS AGRO-CIUDADES DEL SUR DE EUROPA EN EL SIGLO XVIII (LORCA 1771)1

CONCEPTO, IDENTIDAD Y SIGNIFICACIÓN1 El sentido evolucionista con el que algunos historiadores han interpretado el proceso histórico, ha dado lugar a una fácil y cómoda aceptación respecto a las anotaciones que sobre las actividades que ejercía la población recogían las fuentes pre-estadísticas de los siglos XVIII y primera mitad del XIX (censos de población y encuestas fiscales, especialmente) y, sobre todo, a interpretar las indicaciones de dicha época en función del concepto presente de trabajo. Se han considerado y entendido, además, como parte de una etapa previa o antecámara de lo que, posteriormente, se consolidó como clases sociales. Es decir, como un precedente que daba lugar y proporcionaba identidad y simbolismo a una clasificación socio-profesional que correspondía a una división social del trabajo condicionada por el nuevo sistema de relaciones sociales que originaba la Revolución Industrial en el que el concepto de clase social es fundamental. Proyectar sobre el pasado el origen de las clases sociales configuradas a partir de los procesos de la Revolución Industrial, ha distorsionado la explicación histórica y el proceso de cambio que sufre la organización social en sus actividades profesionales y de trabajo como consecuencia de las transformaciones económicas, políticas y culturales a las que se enfrenta la sociedad durante los siglos XVIII y XIX. No se puede tratar con sentido teleológico y como etapa previa o antecedente sin más a las indicaciones sobre actividades que recogen el trabajo que se realiza. 1 Este trabajo se incluye dentro del proyecto de investigación: “Realidades familiares hispanas en conflicto: de la sociedad de los linajes a la sociedad de los individuos”, del que es investigador principal Francisco Chacón Jiménez, y ha sido posible gracias a la concesión del Ministerio de Ciencia e Innovación (Referencia: HAR2010-21325-C05-01)

169

Esta perspectiva continuista ha causado un grave daño historiográfico y es uno de los errores a rechazar y rectificar para situar en su verdadero contexto y temporalidad el mundo del trabajo dentro de la historia social. Se debe entender, como primera premisa, que la actividad indicada y anotada en las encuestas fiscales de los siglos XVIII y primera mitad del XIX (especialmente interesante resultan las indicaciones sobre el trabajo en el que se ocupaban los cabezas de familia, he aquí uno de los aspectos más novedosos ya que consta también –aunque no siempre– la actividad de la mujer y de los jóvenes), significa y tiene el sentido de recurso de supervivencia dentro de unas relaciones personales de carácter dependiente y con factores familiares como punto de apoyo y sostén ante un umbral de vulnerabilidad e incertidumbre consustancial y propio de las inseguridades de la sociedad tradicional. Pero, sobre todo, se trata de desvelar la verdadera significación del concepto trabajo en el interior de la organización social dentro de cada coyuntura histórica. Si el status viene no solo condicionado sino organizado a partir del origen, el nacimiento, los antepasados, la pertenencia a un grupo determinado y, en consecuencia, de las relaciones familiares y sus amplias redes sociales en una comunidad, la actividad, el trabajo, el oficio que se ejerce no pueden quedar desligados ni estar al margen de dichas situaciones que, en definitiva, forman parte del mismo proceso social. Por tanto, el estudio de las actividades desarrolladas por las poblaciones anteriores a la industrialización debe de enmarcarse en este contexto. Sin embargo, ha primado un enfoque finalista y presentista del proceso histórico buscando los orígenes de la situación presente frente a la orientación que supone el análisis y conocimiento del cambio social y la explicación de los factores y condiciones que han posibilitado dicho cambio. Es cierto que los estudios sobre protoindustrialización de Medick, Kriedte y Schlumbolch, especialmente, han matizado esta visión2. * * * La organización social existente durante el Antiguo Régimen se explica y responde en mayor medida mediante el análisis de las relaciones horizontales, verticales, clientelares y de patronazgo, a partir de la familia como célula social básica. En esta compleja red se inserta el trabajo, cuya puesta en práctica y realización se encuentra plenamente integrada en la organización social señalada. Pero el análisis llevado a cabo hasta ahora por la historiografía sobre la actividad humana, creemos que no ha penetrado con la fuerza necesaria en el sistema de relaciones sociales que explica el funcionamiento del trabajo que realizaba cada persona y, sobre todo la consideración que se tenía del mismo y que le era asignado, como una determinada actividad, a cada una de ellas. Desde este punto de vista podemos afirmar que el concepto trabajo se suele confundir con identidad o status, cuando en realidad aquel se convierte a la vez que en un recurso en una 2 Kriedte, P., Medick, H., Schlumbohm, J. (1992), “Sozialgeschichte inder erweiterung protoindustrialisierung inder verengurg? Demographie, sozialstrukkur, moderne hansindustrie; eine zwischenbilanz der proto-industrialiserungs-forschung“, Geschichte und Gesellschaft, 18, 231-255.

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forma de vida, quedando sometido a los vaivenes de las coyunturas así como a la diversidad y variedad de situaciones mixtas motivadas por la estacionalidad de las actividades agrícolas (lo que analizaremos más adelante), coexistiendo, también, con las corporaciones gremiales y su rigidez. Las personas que responden a cuestionarios en las sociedades tradicionales ofrecen imágenes de carácter etnográfico con las que se fabrican las nomenclaturas en una forma de representación de la sociedad, totalmente necesaria; ahora bien, es preciso partir de las propias indicaciones ofrecidas por los protagonistas, y conocer de esta manera cómo se percibían ellos mismos y cómo les anotaban las personas encargadas de incluirles en el censo o declaración correspondiente; así como recoger las indicaciones sociales y la diversidad de situaciones y matices que de hecho se presentaban. Estamos ante un sentido de actividad, utilidad y uso más que de funciones profesionales propiamente dichas. Por otra parte, podemos afirmar que no existen jerarquías de lo asalariado, independientemente de que existiesen diferencias en la retribución económica3, ni de la preparación educativa, aunque se paguen salarios y la formación exista (gremios), pero éstos tienen un método familiar en la formación. La actividad y las indicaciones de trabajo reflejan una unidad familiar y expresan, claramente, un sentido colectivo de apoyo a las necesidades familiares frente a la jerarquía que marcará el salario y la capacidad educativa y formativa, como factores de diferenciación. Nos encontramos, pues, en espacios distintos que reflejan la realidad de sistemas sociales diferentes, es decir, lo colectivo familiar como unidad de producción y consumo frente a lo individual. La transición y el cambio social se registra mucho más en el paso de actividades colectivas a individuales que no en el sentido evolucionista al que hacíamos referencia en las primeras líneas; sin embargo, hay que precisar que dentro del sentido colectivo que significa la familia, las indicaciones individuales presentan dificultades para incluirlas en una determinada clasificación. Analizar, en profundidad, estas situaciones permite avanzar en el conocimiento de la realidad y en el concepto de trabajo. Como afirman Desrosiéres y Thévenot4, las codificaciones sociales previas al trabajo estadístico no recogen todas las situaciones, pero sí designan, cuando menos, las líneas de fuerza que, después, obligan y dejan una parte de decisión al estudio caso por caso. Tengamos en cuenta que cualquier clasificación está ligada a las operaciones de representación de una sociedad, que tiene tres vertientes: estadística, política y cognitiva Las indicaciones, los detalles y los matices que se incluyen 3 Parece que en igualdad de tiempo y condiciones, está en función de la edad como factor que permite un mayor rendimiento y, en consecuencia, una retribución más elevada. Es el caso de una viuda de 40 años, cabeza de familia con 7 hijos, 4 de ellos varones, de 23, 17, 14 y 12 años y tres mujeres de 10, 8 y 6 años, respectivamente. En cuanto a los varones todos están con amo, y sus salarios son, por orden de edad: 200 reales, 198, 165 y 132; parece evidente que la edad condiciona la cantidad a ganar. 4 Alain Desrosiéres, Laurent Thévenot (2002), Les categories socio-professionnelles, La Decouverte, Paris, p. 26

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y se anotan como parte del trabajo que se realiza, dan lugar a unas representaciones mentales que dan pie y son la base de la nomenclatura de cada momento. Además, tal y como se refleje dicha nomenclatura pone de manifiesto el tipo y características de representación. Es por ello que partiremos de la experiencia empírica que suponen dos extraordinarios documentos existentes en el área del Sur de Europa (Lorca, Reino de Murcia) a finales del siglo XVIII (Declaraciones Juradas 1771 y Censo de Godoy, 1797). Para aproximarnos a una determinada definición de nomenclatura partiremos de las propias indicaciones que proporcionan los protagonistas, para conocer cómo ellos mismos perciben su actividad y cómo eran anotadas por las personas encargadas de recoger dicha información. Estudiaremos así las indicaciones y explicaciones sociales que se ofrecían y la diversidad y precariedad de situaciones. De esta manera comenzaremos a caracterizar las familias y los hogares a partir de una indicación de actividad que aunque tome forma de oficio los matices y condicionamientos familiares y de apoyo social no permiten considerar que nos encontremos ante un contexto jerarquizado por la formación y el salario como acabamos de indicar, sino por la diversidad de funciones, el apoyo a las necesidades familiares como objetivo prioritario y la consecución de los recursos alimenticios imprescindibles para la supervivencia en una sociedad caracterizada por la fragilidad y la inseguridad. LA FUENTE Y LA REALIDAD HISTÓRICA Nuestro ejemplo se lleva a cabo a partir de las Declaraciones Juradas de 1771 y sobre una población de 20000 habitantes, 5000 familias que registran determinadas peculiaridades sobre la actividad que llevaban a cabo. A partir de las mismas conoceremos su contexto familiar (composición, tamaño, tipología, estructura de edades), actividades de los restantes miembros de la unidad familiar y capacidad económica de la misma (bienes muebles, inmuebles, rentas, censos), para así explicar la significación y la realidad de unas sociedades que han sido interpretadas, hasta ahora, de manera un tanto estereotipada a partir de estructuras socioprofesionales estudiadas según criterios de sectores de actividad primario, secundario y terciario, completamente anacrónicos, ya que son las relaciones y condiciones familiares y de parentesco, las fundamentales en una división del trabajo que responde a criterios de supervivencia para hacer frente a la inestabilidad e inseguridad de una sociedad donde no existe un estado del bienestar pero sí una familia que apoya y ayuda. Un territorio del Sur de Europa, como ya hemos indicado, en el ámbito mediterráneo (Lorca) con espacios de huerta, campo y ciudad y con una población suficientemente representativa, ofrece un ejemplo excepcional para plantear modelos interpretativos sobre el concepto de la actividad y la significación de un recurso: el trabajo, atravesado por la inseguridad y vulnerabilidad, el ciclo de vida y el contexto familiar y social en el que se integran los individuos en una etapa previa a la industrialización. 172

Se ha vinculado indicación pre-estadística de actividad con identidad de clase y pertenencia a grupo socio-profesional, sin tener en cuenta ni considerar, no ya la definición de cada indicación en función de su contexto y periodo histórico concreto, sino la forma concreta y práctica que adopta cada una de dichas definiciones en la realidad de los distintos casos que se pueden analizar y estudiar. Pongamos un simple ejemplo, pero muy significativo: Juan Morales, de 28 años, mancebo, que forma una unidad familiar y fiscal en la relación jurada a la que está obligado en función de su independencia y posesión de propiedades en Lorca (Reino de Murcia) en 1771, declara ser jornalero del campo, aunque respecto a su actividad la fuente precisa, textualmente en la declaración que realiza a las autoridades encargadas: que “lo paso en cuidar de mis haciendas y de ganar un jornal donde me sale”; si continuásemos leyendo la totalidad de sus bienes(1´5 has de secano de tercera clase, medio celemín de regadío de segunda, propiedad sobre riego de agua, y una cerda, una colmena y una jumenta) es evidente que rompe todos los moldes clásicos del jornalero como mano de obra sin recursos y que alquila su fuerza de trabajo en las plazas de los pueblos. No es la norma el ejemplo de Juan Morales, pero tampoco lo es el sentido unívoco y la definición, como etapa previa o precedente casi obligado, a la creación y constitución de clase social. Un caso opuesto es el que representa Agustín Jordan, de 22 años, se encuentra al frente de una familia compuesta por su esposa de 20 años y un hijo de 8 meses, y su “ejercicio”(nota. Indicación textual expresa respecto a la indicación de trabajo de quien ostenta la jefatura de familia; en la base de datos se incluye en el apartado: Prof.A, mientras que los matices u observaciones sobre cómo se desarrolla ese trabajo o actividad se ha incluido en el apartado: Obser.Prof.) es el de labrador; pero sus propiedades son sólo animales de labor (exactamente dos jumentas), con las cuales labra tierras de Andrés Manzanera. Es decir, carece de propiedad agrícola, y alquilará sus animales de labor para labrar tierras ajenas. Estos dos ejemplos nos sitúan en posiciones distintas, diversas e, incluso, contrapuestas pero que ponen de manifiesto la ausencia de una rigidez en la nomenclatura. Sin los matices que suelen incluirse en Observaciones de Profesión, así como el conocimiento de sus bienes, el significado preestablecido de trabajo y de la nomenclatura a partir de los conceptos: jornalero y labrador, produciría, cuando menos, confusión. La información proporcionada por esta fuente nos permite estudiar el “trabajo” no solamente como la pertenencia a un determinado sector de actividad económica (esto sería una proyección errónea de nuestra sociedad industrializada a una época anterior y diferente), sino en una doble vertiente: el acceso o no a los medios de producción o bien la utilización indirecta de los mismos y, en segundo lugar, el sentido familiar y de apoyo que significa el desarrollo de un “ejercicio” que permite la supervivencia de la unidad familiar. Bajo estos presupuestos el trabajo tiene un sentido muy diferente al propio de un status, una identidad o una estructura socio-profesional y una conciencia de clase en sentido plenamente individual; se trata más bien de situar y colocar la actividad en el lugar social desde donde se proyecta y realiza: en 173

el seno familiar. Señalemos algunos ejemplos que nos sirvan de referencia; el caso del clérigo de menores de 23 años, Pedro Antonio León, figura como sirviente y el cabeza de familia el presbítero de 76 años Don Francisco García Zerón, lo define como: “lo tengo en mi casa para asistencia de mi ancianidad”; casa en la que conviven 4 personas, aparte de los dos citados, una sobrina del presbítero y una sirviente de 64 años. Las posesiones de D. Francisco García alcanzan un volumen muy destacado, pues superan las 300 has., 8 casas y 2 barracas. Pero el sentido de trabajo u oficio no siempre tiene una significación económica; es el caso de Clemente Millana, de 21 años, casado, su oficio es: “cantar y vender algunos romances”. También introduce matices a considerar, la declaración que realiza Don Andrés Pérez de Tudela casado con Doña Lucía Pérez Menduiña, ambos de 24 años, y cuya actividad se define de la siguiente manera: “no poseo cosa alguna, mi oficio es amanuense con escribano y no tengo utilidad”. El sentido de beneficio y de rentabilidad y rendimiento queda disminuido en esta declaración. Por otra parte, la dedicación corporal y la utilidad de los animales de labor se destaca notablemente en estas otras dos declaraciones: Nicolás Romero, jornalero del campo con 62 años, su esposa de 40 y una hija de 10, indica respecto a su “ejercicio”: “mi trabajo corporal el día que sale”; Pedro Navarro, de 55 años, casado con un hijo de 18, soltero, declara: “jornalero del campo, bienes ninguno porque con el trabajo del jumento mi hijo y el mío me mantengo”. De esta forma, el hogar puede ser considerado una unidad de trabajo, de producción y de consumo en el que la mujer y los hijos, así como otros miembros del grupo residencial, son registrados con sus respectivas actividades. El análisis tiene en cuenta no sólo la actividad del cabeza de familia, sino también el potencial de trabajo y la fortaleza del hogar como un todo. Así, no sólo el cabeza de familia es el factor determinante, sino el grupo familiar completo. El tamaño de la familia, el número de hijos, sus edades, la estructura de edad del grupo familiar, el papel y el trabajo de la mujer, el tipo de trabajo y el ejercicio de una o varias actividades entre los miembros del hogar. Éstos son todos los factores que nos permiten establecer diferencias adicionales entre las zonas geográficas de Lorca: la ciudad, la huerta y el campo La indicación en la fuente original se incluye en la parte inicial del documento, especie de ficha con tres apartados independientes: 1) los datos de identificación de la persona responsable de la declaración: lugar de residencia, nombre, apellidos, consideración social, estado civil, en cuanto a la actividad que desarrolla siempre se indica mediante las palabras: “ejercicio de…” y lugar de pertenencia como vecino; en el segundo apartado se incluye la familia con los datos: nombre y apellidos de la esposa o de las personas que conviven, edad e indicación de su actividad; en el apartado 3 se anotan los bienes, se detallan las tierras, casas, animales de labor, las condiciones de trabajo: arrendamiento, cultivo directo o a través de persona interpuesta, bien sea familiar, hijo, sobrino, o criado, mozo, sirviente; en ocasiones, la indicación se hace constar en el apartado familia, como en el caso citado de Juan Morales. 174

Aunque dos ejemplos no son, en absoluto, representativos sobre más de cinco mil, sí que reflejan la actividad si la entendemos como trabajo que no se encuentra incluido al modo que la historiografía nos ha acostumbrado a pensar. Una parte de la población, especialmente los sectores comprendidos entre los 6-15 años, aproximadamente, no están insertos en un esquema de actividad estructurada; además, no hay una organización social en oficios, ni éstos representan status social más allá de los gremios y de los puestos de alta responsabilidad política y que se deben a la gracia y merced del Rey en un planteamiento muy distinto al de la actividad laboral. Varios ejemplos (ver Anexo I) reflejan el significado de la actividad, pero no el sentido de profesión: “se ocupa en pedir limosna por ser cojo y manco”; “y para ayuda a mi manutención me valgo del trabajo diario de mis manos”; “me alimento de lo que trabajo con mis manos”; “me mantengo con el trabajo de mis manos”. Más que funciones propiamente profesionales se trata de utilidad, uso y beneficio familiar. Así ocurre con las indicaciones relativas a los hijos: “lo tengo aquejado con un par de mulas mías”; “lo tengo a lo que sale como jornalero del campo”; “lleva par de mulas en mi casa”; “sirve para llevar la basura a la huerta. Trabaja con las bestias menores”. Los términos: lleva, cuida, sirve, en mi asistencia, en mi ejercicio, reflejan el sentido de colaboración, apoyo y ayuda en el contexto familiar. Lo mismo se puede señalar de otras expresiones como: “empleado en cultivar huerta”, “empleado en custodiar ganado”, “empleado en el campo en lo que sale”, “guarda bestias”, “trabaja en lo necesario”, “trabaja el esparto”, “trae leña”, “trayendo basura”. Se explica que estemos ante unas descripciones carentes de regulación y de sentido profesional; por otra parte, la actividad que se desarrolla y asigna a cada individuo tiene un sentido de integración y de colaboración en el conjunto familiar formando parte de un trabajo colectivo más que de una definición individual, aunque la actividad concreta se realiza de manera personal5. Si nos centramos en la actividad agrícola que desarrollan seis indicaciones como: jornalero, labrador, hortelano, mozo, criado y sirviente, podremos comprobar la diversidad de situaciones y determinadas características que permiten definir con más precisión el tipo de actividad; por ejemplo, trabajar tierras de otra persona y hacerlo con animales ajenos y que es necesario, por tanto, alquilar. Otra situación que se puede plantear es la de quien es definido como jornalero, pero se indica que posee propiedades y a la vez gana un jornal: “tengo un par de mulas y un carro y mi ejercicio es a jornal donde me llaman”. Situación sorprendente, ya que personas identificadas como labradores no poseen los medios de producción que se atribuyen a este jornalero. A partir de estas indicaciones nos podemos acercar a una mejor comprensión de lo que significaba ser jornalero, labrador, hortelano, pero no tanto como una actividad de plena dedicación o con una definición unívoca, sino como un sistema de posibilidades económicas que permitiesen la supervivencia, en el 5

Alain Desrosiéres, Laurent Thévenot (2002), ob.,cit., p. 10

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que las formas que adoptaba el trabajo se explican en función de las relaciones sociales de dependencia reflejadas en las distintas formas que adopta la actividad desarrollada: alquiler fuerza de trabajo, trabajo con el padre, a medias, concertado, ajustado. Las observaciones a la actividad indicada como primera definición de la que realiza cada persona, es una aproximación sociológica y antropológica de especial relevancia y que nos permite observar dimensiones ni conocidas ni tenidas en cuenta, hasta ahora, en los análisis de estructuras socioprofesionales muy condicionadas, todas ellas, por la proyección hacia el pasado de la vida profesional contemporánea articulada en sectores de actividad. Precisamente, la fuente demuestra que lo fundamental no reside en ser jornalero, labrador, hortelano, sino en cómo se practica ese trabajo, de qué manera se lleva a cabo, en qué condiciones; se establece así una clara consecuencia: la organización de la actividad de la población se regula no solo por las definiciones con la que los propios contemporáneos se definen a sí mismos y a los demás sino, especialmente, en el caso de las actividades relacionadas con la tierra, dependiendo de si poseen medios o/y recursos económicos, bien sea tierras o/y ganado; pero, incluso, este factor no es suficiente y se pone de manifiesto la existencia de una amplia zona de carácter mixto en la que ni la palabra principal que sirve para definir la actividad ni la posesión o no de medios de producción son suficientes. Sin embargo, es necesario representar estadísticamente la organización socio-profesional de una comunidad. Es ahora cuando son más necesarias las indicaciones sociales y las actividades mixtas. Esta diversidad de situaciones hace que sea imposible incluir en la categoría jornalero, sin medios de producción ni propiedad alguna, a quienes son dueños de un par de mulas y un carro, por ejemplo, ya que los igualaríamos con aquellos que afirman vivir de lo que ganan con sus manos y con lo que les sale (“cuido mi hacienda y gano un jornal donde me llaman”). Las situaciones mixtas tienen que ver con la estacionalidad agrícola, es el caso de los almazareros y algunos artesanos, o bien con situaciones personales. Un breve análisis de los 105 casos, tanto los que son cabeza de familia (85), como los que no lo son (20) ponen de manifiesto la complementariedad de la actividad agrícola con el comercio, caso de trajinantes, carreteros, tabernero, molinero, amasador de pan, artillero en el castillo de San Juan de las Águilas. Este mismo agrupamiento se observa con el grupo de los que se dedican a los servicios como administrador y jurado, canónigo y abogado de los Reales Consejos, presbítero y abogado de la Chancillería, acólito y en asistencia de canónigo, capellán de religiosas y fiel del granero. No hemos llevado a cabo, todavía, un análisis micro y detallado que permita establecer si los medios económicos: tierras, casas, barracas, ganado, rentas, con que cuentan quienes desarrollan actividades mixtas superan a aquellos otros que no la indican, con objeto de determinar si son las diferencias en el tamaño de la familia, la composición de la misma y los grupos de edades a los que pertenecen, las causas que permitían o, por el contrario, obligaban a llevar una actividad, en principio, más diversa y plural. 176

Junto a las situaciones mixtas, hemos considerado e incluido un apartado denominado: consideración social. En el mismo reseñamos(eliminar y sustituir por: dentro de las situaciones mixtas hemos reseñado) actividades, o mejor dicho, explicaciones de por qué no realiza ningún “ejercicio” el cabeza de familia: “hombre tachado de inútil para ningún trabajo”, “sin ejercicio por tener la pierna quebrada”, “sin ejercicio por avanzada edad”, “sin ejercicio alguno por baldado”, “por mi avanzada edad no ejerzo oficio alguno”, “sin poder trabajar en casa oficio alguno”; y así podríamos añadir algunas otras expresiones similares, o muy parecidas, pero con el mismo significado. Otro tipo de indicaciones guardan relación con situaciones personales alejadas de cualquier consideración de “ejercicio” o actividad, pero ponen de manifiesto la ausencia de significación o valoración únicamente económica de lo que se entiende por trabajo laboral; así aparecen 21 cabezas de familia considerados como “pobre”, sobre un total de 119 cabezas de familia incluidos en este apartado; es decir, un 17,6%, y un 23,5% (28 casos) con indicaciones como: “ciego”, “tullido”, “impedido”, “demente”, “simple”, “imposibilitado”, “pedigüeño por ser cojo y manco”; con lo que ambos grupos suman un total de 49 cabezas de familia, o lo que es lo mismo un 41,1%. Existen también jornaleros, hortelanos, labradores, artesanos, pero todos ellos acompañados de indicaciones de hidalguía o bien de estar impedidos por causas físicas. Cuando se trata de personas que no son cabezas de familia, hijos, por ejemplo, la actividad indicada: “simple”, “ciego”, “tullido”, “baldado”, “incapaz”, “impedido”, “corto de vista”, “recogida”, “demente”, “inútil”, “con enfermedad habitual”, son el mismo caso que el de los cabeza de familia, alcanza un total de 35 casos (31,8%) sobre 110; cuando son hermanos o familiares, también estas indicaciones forman parte del tipo de actividad señalada. Una lectura detallada de las tareas incluidas en el apartado Profesión y en el de Observaciones Profesión junto con la indicación de si es cabeza de familia (Persona Principal) o bien la relación que tiene con ésta (ver Anexo), refleja una radiografía social que nos acerca a un mundo que se define por su situación física y sus posibilidades de ejercer o no una determinada actividad, pero que presenta una gran complejidad. El término “impedido”, por ejemplo, no significa ninguna distinción especial si estudiamos el caso de Julián Cortijos, de 61 años, labrador impedido, con 5 hijos, todos solteros, dos varones, el mayor de 25 años que es el primogénito y su actividad es llevar 2 mulas que posee, entre otro ganado; otro hijo varón de 6 años y tres hembras de 20, 15 y 9 años, respectivamente, sin indicación alguna de actividad. Los medios de producción con que cuenta corresponden a los de un gran propietario, al menos respecto a la extensión media de la propiedad en la zona, un total de 13 parcelas de tierra, una de ellas de 30 hectáreas y el resto entre 10 y 0,2 has., con un total de casi 50, todo de secano, una casa y entre el ganado, aparte de 2 mulas, posee una jumenta y una cerda. El caso del jornalero del campo Sebastián Navarro, también “impedido”, estaría dentro de los parámetros de cualquier otro jornalero, aunque al menos posee una casa y son tres miembros de familia, una esposa de 61 años, él cuenta con 68 y una hija 177

soltera de 22. Un caso distinto es de Bernardo Navarro, de 80 años, quien vive con su esposa de 76, indica que: “no tengo hijos algunos”, y en profesión declara ser: “pobre de solemnidad y me mantengo de pedir limosna”. No es de momento nuestro objetivo ni la finalidad principal de este texto, pero es evidente que necesitamos penetrar en la compleja realidad que se oculta, en principio, tras unas definiciones que tienen detrás de ellas un sentido pleno de colaboración y ayuda familiar y una contraprestación en el apoyo de hijos y familiares. Contemplemos ahora la realidad desde aquellas personas que son hijos o familiares y aparecen con calificaciones profesionales no vinculadas directamente a una actividad económica. De esta manera conoceremos el interior familiar y la red en las que estas personas se integran. Es el caso de Pedro, primogénito, y Antonio Fernández, de 22 y 9 años, respectivamente, ambos calificados en su actividad como: “baldado de pies y manos”; ahora bien, están integrados en una unidad familiar de 15 miembros, su padre, Pedro Fernández, tiene 57 años y es labrador, con 0,2 has. De secano y 2 casas, pero donde se encuentra el patrimonio de este hombre es en el ganado: 90 cabras, 35 ovejas, 1 mula, 2 vacas, 3 burras, 9 muletos y 6 garaños. La unidad familiar cuenta con ocho hijos, una sobrina, hija del hermano del cabeza de familia, huérfana de padre y madre, y dos mujeres sirvientes de 38 y 12 años. Un caso distinto es el de Juan García, de 16 años, calificado como “demente”, que lleva un par de mulas; se encuentra dentro de una unidad familiar encabezada por su madre, viuda, Pascuala Bastida, que labra al partido del sexto tierras de Miguel Martínez Montesinos, y con un tamaño de 9 personas, 6 hijos, un hermano del cabeza de familia, Juan Bastida, y una hija, por tanto, sobrina de Pascuala Bastida, de 60 y 20 años, respectivamente, calificados como pobres, ambos, y cuya riqueza se limita a la posesión de ganado: 22 chotas, 18 borregas, 3 mulas y 1 jumenta, y las tierras que labra la madre. El “impedido” Salvador Rodríguez, de 15 años, se encuentra dentro de una familia compuesta por 6 miembros, el padre Juan Rodríguez, de 53, labrador de tierras de Francisco Martínez Zúñiga, la madre de 50; Salvador tiene tres hermanos, dos varones de 20 años, jornalero del campo que sirve amo, otro de 19 años “que me ayuda”, indica la declaración que hace el padre a las autoridades y una hermana de 14 que no especifica ninguna actividad. La única posesión es una burra. El caso de Franco Arroyo, de 15 años, ciego, es también diferente a los otros tres casos narrados; su padre Andrés Arroyo, de 39 años, es maestro sastre, su madre cuenta con 34 años, y tiene 4 hermanos, un varón de 4 y tres hermanas de 13, 11 y 9, y las posesiones son una casa y un solar. Más allá de los casos concretos, será necesario precisar las líneas generales en las que se sitúan indicaciones que siempre se han considerado marginales, pero que comprobamos que no es exactamente así y que hay que precisar mucho más en un doble sentido: tanto en el interior familiar en el que se encuentra cada caso y el conjunto de casos y, en segundo lugar las relaciones sociales de producción que significa el trabajo con amo, el labro tierras de, etc., y que va mucho más allá de lo que esta colaboración pretende, pero que no se puede considerar al margen, sino todo lo contrario puesto que forma parte de una comunidad. 178

Es fundamental y básico poner en relación mediante cruce nominativo quienes trabajan para quien, como jornalero, labrador, están con amo, criados, sirvientes, mozos. Es este abigarrado y muy complejo mundo de la dependencia social y profesional a la vez que de la colaboración y ayuda familiar el que permitirá analizar y entender y comprender la realidad social del concepto trabajo a través del sistema de relaciones sociales de producción. Estas situaciones mixtas son las que nos llevaron a establecer respecto al Censo de Godoy (1797), un sistema de estructura socio-profesional basado en el acceso a los medios de producción6, y que es el mismo que hemos establecido para el año 1771 a partir de las Declaraciones Juradas7, cuyos criterios podríamos sintetizar en los siguientes apartados: a) posesión o no de medios de producción: tierra o/y ganado; b) estabilidad en el trabajo pero mediante sistemas de trabajo como: arrendamiento, a medias, a partido e incluso jornaleros que son caseros y llevan tierras de alguien, aunque, eso sí, sin poseer medios de producción; c) poseer cualquier medio de producción, por escaso que sea, bien se trate de un animal para trabajar la tierra, como burra, jumenta o mula, y trabajan a jornal con dichos animales; suele ser el caso de quienes tienen un par menor; d) el carácter complementario, no solo del ganado y de la tierra, sino también de quienes trabajan tierra suya y ajena bien a jornal o arrendada, a medias, o a partido. Citemos el ejemplo de Baltasar García, de “ejercicio” labrador, casado, con 49 años, su esposa, Catalina Florea de 40 años; tiene 5 hijos, el mayor Baltasar García, sirviente de 20 años; posee una casa, 6 has, de tierra de segunda y tercera calidad y varios animales domésticos, entre ellos un par de mulas, en cuanto a su actividad específica señala que: “cultivo tierra propia de Doña Isabel de Tudela, que las lleva Baltasar García, mi hijo, casado”. También hay que considerar la combinación de oficios artesanales y actividad agrícola, en conjunto. Así, Mateo García, tendero, posee una casa, una mula, dos carros, un torno y una renta por 6 Francisco Chacón Jiménez, Joaquin Recaño Valverde (2002), “Marriage, work, and social reproduction in one area of southern Europe at the end of the 18th Century: Lorca (1797), History of the Family, 7, 397-421. 7 1.- AGRICULTURA: 1.a: jornalero, gañan, pastor, carbonero, cazador, cuida las bestias, cogedor de esparto, cochinero, marinero, embalador de barrilla, guarda bestias, empleado en cultivar huerta, empleado en custodiar ganado, empleado en el campo en lo que sale, trabaja en lo necesario, trae leña, trayendo basura, trabaja el esparto, todos ellos sin propiedad. 2: labrador, ganadero, propietario, con vinculo. 3: arrendatario, mediero, a partido, concertado, terrazguero, labrador que paga renta, ajustado. 4: trabaja tierra sin poseerla, pero posee ganado. 5: complementariedad tierra o/y ganado. 2.- ARTESANADO. 1: mujer 3.- ARTESANADO TEXTIL 4.- MUJER TEXTIL. 1: mujer tejedora. 2: mujer hilandera. 3: mujer costurera. 4: otros oficios desempeñados por mujeres. 5.- COMERCIO 6.- CRIADOS, SIRVIENTES, MOZOS. 1: Ayuda padre o/y ayuda casa. 7.- ADMINISTRACIÓN Y SERVICIOS. 1: Ejército. 2: Clero. 3: Sanidad. 4: Enseñanza. 8.- OFICIOS MIXTOS 9.- INDICACIONES SOCIALES, PERSONALES O/Y DESCONOCIDAS

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la tienda, su hijo de 12 años “ocupado en lo que sale”, y en su caso: ”ocupado en lo que se ofrece cuidar así la casa como carro y mulas a lo que sale”. Se pone de manifiesto la trascendencia de la unidad familiar, y no solo nos referimos a la de los hijos, sino aquellas personas calificadas como mozo, sirviente o criado que, en general, guardan una relación muy estrecha con las actividades agrícolas. Se produce, además, una fuerte movilidad de la población juvenil trabajando en casas distintas a las de origen. Junto a este mercado de la fuerza de trabajo juvenil que se desplaza hacia quienes poseen tierra y ganado, existe otro, no menos importante pero apenas mencionado: el de los animales de labor que se ponen en alquiler por sus dueños; como el caso de Blas García, de 28 años, soltero, que vive con su madre, Juana Vilar, viuda de 60 años, que es la cabeza de familia y que posee una casa y dos caballerías menores con las cuales el hijo: “trabaja a jornal con un par de caballerías menores”. En ocasiones la tierra no la trabaja el propietario, sino un jornalero o labrador, bien como trabajo a jornal o en régimen de arrendamiento, a medias, o al tercio, quinto o sexto; y los animales de labor que se emplean no pertenecen ni al dueño ni a quien lleva o trabaja directamente la tierra, sino que son alquilados por éstos. Sebastián González, de 70 años, viudo solitario, que posee como bienes una jumenta, es labrador y labra las tierras de Diego Ortega y lo hace con pares ajenos. El alquiler de los animales de labor es controlado por las autoridades y dependiendo del tiempo, es decir de los meses que trabajen alquilándose, así se les carga fiscalmente8. La necesidad de reflejar esta compleja realidad nos ha llevado a establecer una clasificación, como acabamos de indicar, según la posesión o no de medios de producción pero, eso sí, manteniendo la desigualdad dentro de la misma categoría; lo que significa una realidad muy distinta a la que se ha entendido hasta ahora. En cualquier caso, lo que es evidente es que se rompe la imagen aislada, falsa e irreal, al menos de la totalidad, del jornalero alquilando su fuerza de trabajo o el labrador dueño de tierras. La multiplicidad y diversidad de situaciones nos ofrecen otro panorama, no solo de trabajo sino también social, pues las actividades que se desarrollan actúan a modo de colchón protector entre los dos factores de la producción más determinantes: estructura de la propiedad y sistema de relaciones de trabajo. Ahora bien, ello significa la consideración de dependencia tal y como se manifiesta en los criados, sirvientes y mozos, y la fuerza de trabajo que representa la familia como aglutinante de la producción y también del consumo. 8 Podemos poner tres ejemplos: Juan Miñano, hortelano en la huerta de Cazalla, de 30 años, su mujer de 32, con 5 hijos, Juan de 8 años, Francisco de 6 y tres infantes, sin indicación de actividad alguna; labra tierras de un propietario con 2 mulas que posee; también cuenta con una cerda y dos barracas que son suyas en las tierras que labra; situación que se da con cierta frecuencia. Le calculan 4 meses trabajando las tierras que lleva y los 8 restantes trabajando con ellas en régimen de alquiler; debe pagar en concepto de industria, 600 reales; otros ejemplos de alquiler de animales, cuando es por ejemplo por 6 meses, un par de machos y una jumenta, y pagará Antonio Segura, jornalero en la huerta de Cazalla, 420 reales. Por los 4 meses que trabaja Francisco Marín, labrador viudo con residencia en la huerta, con sus jumentos, paga 216 reales.

180

Lo cuál nos lleva a establecer dos conclusiones: predomina el concepto de ayuda y colaboración familiar, y aunque no es un factor nuevo sí que alcanza un peso más considerable del que pensábamos, en principio, con indicaciones muy diversas sobre la actividad a desarrollar; por otra parte, junto al concepto de propiedad y posesión o no de medios de producción, debemos considerar el concepto de estabilidad en el trabajo de la tierra mediante sistemas de vinculación permanente, o al menos más allá del tiempo de siembra, recolección o cualquier otra tarea agrícola, a la actividad agraria, aunque no a la propiedad: arrendamiento, a medias, a partido, trabajando tierras propias y ajenas, así como el complemento fundamental que significa el ganado. Ello podría explicar la debilidad de los conflictos radicales, pero a la vez el mantenimiento de situaciones de dependencia. Por otra parte, es también necesario considerar que aunque analicemos la pluralidad y diversidad del mundo campesino, éste se encuentra muy relacionado con el de la ciudad. Las agro-ciudades del mundo mediterráneo de las que hablaban Braudel, Henri Bresc y Maurice Aymard para Sicilia, significan una interacción y relación entre ciudad-rural, especialmente cuando entra en juego un tercer espacio perfectamente diferenciado: nos referimos a las huertas, como hemos comprobado en el Censo de Godoy. * * * Precisamente los veintiséis años que separan la elaboración de las Declaraciones Juradas (1771), y el censo de Godoy (1797), es un tiempo que nos permitirá medir y reflejará factores de sumo interés en el transcurso de una generación. Por otra parte, el estudio realizado sobre el Censo de Godoy nos permite incluir distintos indicadores como, por ejemplo, la evolución en el tamaño de los hogares de los jornaleros en relación con el de los labradores propietarios y de los labradores arrendatarios, medieros o a partido, así como la mayor o menor fuerza de trabajo en el campo o en la huerta considerando el papel y la actividad de los niños y de las mujeres, y de esta manera completar nuestra visión sobre este espacio agrícola del sur de Europa en cuanto a su actividad y concepto de trabajo. En una economía agrícola, como la de Lorca, donde una importante actividad económica era llevada a cabo en el sector textil principalmente por mujeres, la capacidad para casarse y formar un hogar dependía de distintos factores: el tipo de actividad ocupacional que desarrollaba el individuo, las prácticas comunes en relación con la herencia y la sucesión, el acceso a la posición de cabeza del hogar, el sistema de residencia, los hábitos y costumbres del régimen demográfico del momento, así como las restricciones que impone una localización geográfica con enormes contrastes. Cuanto más elevado es el nivel del estatus social y económico, mayor es el tamaño medio del hogar. ¿Significa esto que cuando en un hogar había más personas, había más trabajadores? ¿O que cuando había más hijos, se daba una demografía diferenciada socialmente? 181

TABLA 1. Diferencia en el tamaño del hogar y el número medio de personas trabajando, relacionado con la zona de residencia y la actividad ocupacional del cabeza de familia, Lorca (1797) Actividad ocupacional del cabeza de familia

Ciudad

Huerta

Campo

Jornalero/pastor, sin propiedad Labrador propietario Labrador arrendatario, mediero, a partido

2,39 2,93 3,14

1,60 2,67 2,27

1,90 2,08 2,74

Fuente: Censo de Godoy (1797), Francisco Chacón Jiménez, Joaquín Recaño Valverde, (2002)”Marriage, work, and social reproduction in one area of southern Europe at the end of the 18th century: Lorca (1797)”, History of the family, 7, P. 406.

TABLA 2. Número medio de niños por hogar según las distintas actividades ocupacionales del cabeza de familia y las zonas de residencia. Lorca (1797) Número medio de niños por hogar

Actividad ocupacional del cabeza de familia Jornalero/pastor, sin propiedad Labrador propietario Arrendatario, mediero, a partido Artesano Artesano textil Trabajadora textil Servicios y administración Comercio Criados y sirvientas Total zona

Ciudad

Huerta

Campo

Lorca

1,74 2,13 2,14 2,16 1,87 1,42 1,71 1,88 1,56 1,81

1,77 2,46 2,40 2,33 2,00 1,12 2,22 1,38 2,70 2,17

1,97 2,48 2,81 2,30 1,50 2,28 2,03 2,23 1,33 2,34

1,85 2,45 2,68 2,19 1,86 1,82 1,79 1,98 1,57 2,15

Fuente: Censo de Godoy (1797), Francisco Chacón Jiménez, Joaquin Recaño Valverde, (2002)”Marriage, work, and social reproduction in one area of southern Europe at the end of the 18th century: Lorca (1797)”, History of the family, 7, P. 408.

Trabajan más los hogares de jornaleros porque las diferencias entre tamaño y número medio de trabajadores es menor. El potencial para el trabajo de las mujeres en la huerta era cuatro veces superior al que encontramos en la ciudad y un 30% superior al del campo. El número de niños y su actividad eventual son asimismo factores esenciales para entender el proceso de reproducción social a través del tamaño y de la 182

mano de obra del hogar. Desde la perspectiva del número de niños por hogar, el campo seguía teniendo una media superior, con las cifras más altas para los labradores propietarios y arrendatarios. Las cifras más bajas de los jornaleros indican que existía un sistema de residencia distinto y, posiblemente, una edad para el matrimonio inferior a la de los otros grupos de actividad ocupacional. Existe presencia de un mayor número medio de niños entre los labradores propietarios y arrendatarios que entre los jornaleros, el campo sigue teniendo un mayor número de niños por hogar y la propiedad del medio de producción sigue generando diferencias de tamaño que reflejan el estatus y las estrategias matrimoniales respecto a la creación de un nuevo hogar. TABLA 3 Número medio de personas trabajando, por sexo, zona de residencia y actividad ocupacional del cabeza de familia, Lorca (1797) Actividad ocupacional del cabeza de familia

Hombres

Mujeres

Ciudad Huerta Campo Lorca Ciudad Huerta Campo Lorca

Jornalero/pastor, sin propiedad

1,23

1,14

1,37

1,28

0,12

0,94

0,59

0,43

Labrador, ganadero propietario

1,31

1,08

1,60

1,47

0,17

0,64

0,61

0,58

Labrador arrendatario, mediero, a partido

1,43

1,17

1,62

1,48

0,00

0,85

0,41

0,55

Artesano

1,31

1,00

1,37

1,32

0,20

0,83

0,75

0,32

Artesano (sector textil)

1,24

1,33

1,25

1,25

0,14

0,00

0,25

0,14

Trabajadora textil

0,49

0,55

1,00

0,78

1,82

1,21

1,70

1,64

Servicios y administración

1,38

1,44

1,24

1,35

0,29

0,89

0,71

0,40

Comercio

1,27

1,38

1,72

1,35

0,24

0,75

0,52

0,35

Criados y sirvientas

0,94

1,50

1,11

1,13

0,94

1,00

0,85

0,89

Total zona

1,23

1,12

1,49

1,35

0,22

0,83

0,59

0,51

Fuente: Censo de Godoy (1797), Francisco Chacón Jiménez, Joaquín Recaño Valverde, (2002)”Marriage, work, and social reproduction in one area of southern Europe at the end of the 18th century: Lorca (1797)”, History of the family, 7, P. 410

El campo era distinto en términos de recursos humanos. La familia rural, especialmente en las zonas irrigadas, necesita el concurso de una mayor cantidad de trabajadores, independientemente de la actividad ocupacional del cabeza de familia (cuanto mayor es el estatus social y económico, más grande es el tamaño del hogar); en el campo, esta dinámica no estaba presente, lo que complicaba las diferencias socioprofesionales. 183

De manera general, trabajaba un mayor número de hombres en el campo que en la huerta o en la ciudad y en el municipio, en general. Sin embargo, por lo que atañe a las mujeres, había más trabajo en la huerta que en otras zonas. Esta dicotomía estaba directa mente relacionada con el tamaño del hogar, las prácticas residenciales y el sistema de herencia, así como con la zona de residencia y los indicadores de matrimonio. TABLA 4 Indicadores de matrimonio para las zonas de residencia, Lorca (1797) Zona de Lorca

Edad media de matrimonio

Diferencia Celibato definitivo entre los Hombres Mujeres sexos

Hombres

Mujeres

Campo

24,81 (4.180)

22,34 (4.031)

2,47

9,71

4,74

Huerta

25,65 (1.035)

22,23 (1.047)

3,42

3,99

0,05

Ciudad

26,62 (2.557)

22,06 (2.950)

4,56

3,50

0,53

Lorca

25,91 (7.772)

22,16 (8.028)

3,75

5,74

2,08

Fuente: Censo de Godoy (1797), N = Número de personas con edades comprendidas entre los 15 y los 54 años. Francisco Chacón Jiménez, Joaquín Recaño Valverde, (2002)”Marriage, work, and social reproduction in one area of southern Europe at the end of the 18th century: Lorca (1797)”, History of the family, 7, P. 411

En el campo, el número medio de niños con una actividad ocupacional fija, independientemente de su sexo, era mayor al de cualquier otra zona. En la huerta, sin embargo, las mujeres, y no sólo las esposas, encontraban un mayor potencial de trabajo que en el campo o en la ciudad. El hecho de que los hogares de la huerta compuestos por jornaleros tuvieran un mayor número de personas trabajando que otros hogares de la huerta se debía a que trabajaban más mujeres; en cuanto a los hogares del campo que estaban encabezados tanto por un labrador propietario como por un labrador arrendatario, tenían un mayor número medio de personas trabajando, lo que sostiene la idea del predominio masculino en el campo y la importancia de las mujeres en la huerta. Hasta ahora, el criterio exclusivo había sido el de la actividad ocupacional del cabeza de familia No obstante, desde el punto de vista del trabajo y de la actividad ocupacional ejercida, no se trata del aspecto más importante. La mano de obra y su potencial dentro del hogar, teniendo en cuenta el número total de personas que ejercen una actividad económica, es un criterio que permite hacer divisiones claras entre el campo, con un mayor número de trabajadores masculinos y un mayor índice de actividad masculina, y la huerta, con un cierto predominio femenino. Al igual que Gerard Delille estableció (1985) una demografía 184

diferencial para el Reino de Nápoles, en función del tipo de cultivo, el ejemplo de Lorca nos permite diferenciar el comportamiento social en función no sólo de la estructura por edades, la edad, el sexo y el estado civil de los miembros de la familia, sino también en función de la importancia de los niños y del periodo de tiempo durante el cual permanecían en el hogar con respecto al ciclo vital. De hecho, la diferencia entre las tres zonas es una de las conclusiones más claras que se puede extraer y que rompe el concepto monolítico de la familia campesina. ANEXO RELACIÓN

PROF_A

OBS_PROF

 

ESTADO MANCEBO

 

 

AUSENTE

AUSENTE

 

ORATORIO SAN FELIPE NERI

 

 

REDENCION CAUTIVOS

 

 

AUSENTE SIN CONOCER PARADERO

 

 

LABRADOR

DE ESTADO LLANO DE EJERCICIO LABRADOR

 

MARIA

 

 

CONDE DE VILLAMENA

 

 

MARQUES DE DOS FUENTES

 

 

ESTADO NOBLE

 

 

HEREDEROS

 

 

ESTADO HONESTO

 

 

DIFUNTO

DIFUNTO CON LOS BIENES EMBARGADOS POR LA REAL HACIENDA SIN ADJUDICAR

 

ESTADO LLANO

 

 

ESTADO LLANO

 

 

ESTADO NOBLE CON GOCE

 

 

ESTADO LLANO

 

 

ESTADO LLANO

 

 

ILMO. SR. D.

 

 

CONDE DE MONTEALEGRE, BARON DE POLOP

 

 

DE ESTADO NOBLE

 

 

FAMILIAR Y ALGUACIL MAYOR SANTO OFICIO

 

 

DIFUNTA

ADMINSITRADOR DELOS BIENES PROINDIVISO

 

ESTADO LLANO

 

 

MAZARRON

 

ASCENDIENTES

POS SIU AVANZADA EDAD LO MANTENGO

 

ASCENDIENTES

POR AVANZADA EDAD LO MANTENGO

 

ASCENDIENTES

IMPEDIDO

 

ASCENDIENTES

POBRE DE SOLEMNIDAD

 

ASCENDIENTES

RECOGIDO

 

DESCENDIENTES

HUERFANA

 

ESPOSOS

POBRE DE SOLEMNIDAD

 

185

RELACIÓN

PROF_A

OBS_PROF

ESPOSOS

AUSENTE

 

ESPOSOS

ESPOSA

 

ESPOSOS

ESPOSA

 

FAMILIARES

RECOGIDO

 

FAMILIARES

RECOGIDA DE LIMOSNA

 

FAMILIARES

RECOGIDO

 

FAMILIARES

RECOGIDA

 

FAMILIARES

HUERFANA

 

FAMILIARES

POBRE

 

HERMANOS

MENOR

 

HERMANOS

MENOR

 

HERMANOS

MENOR

 

HERMANOS

MENOR

 

HERMANOS

POBRE

 

HERMANOS

CIEGO A QUIEN TENGO RECOGIDO

 

HERMANOS

FATUO

 

HERMANOS

HUERFANA

 

HERMANOS

MENOR

 

HIJOS

ME SIRVE PARA LO QUE OFRECE

 

HIJOS

SIMPLE

 

HIJOS

SIMPLE

SIMPLE

HIJOS

CIEGO

 

HIJOS

AUSENTE EN EL REAL SERVICIO

 

HIJOS

SIMPLE

 

HIJOS

VALDADO

 

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

IMPEDIDO

 

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

TONTA, TULLIDA Y CIEGA

 

HIJOS

TULLIDO Y SIN HABLA

TULLIDO Y SIN HABLA

HIJOS

VA A LA ESCUELA

 

HIJOS

CIEGO

 

HIJOS

SIMPLE

 

HIJOS

FUGITIVO

SIN SABER SU PARADERO DESDE EL DIA 23 DE AGOSTO DEL AÑO PROXIMO PASADO DE 1770

HIJOS

INCAPAZ

LO TENGO FUERA DE MI CASA

HIJOS

CON ENFERMEDAD HABITUAL

 

HIJOS

SI SABERSE SU PARADERO

 

HIJOS

CIEGO

 

HIJOS

HIJASTRO

 

HIJOS

IMPEDIDO

 

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

IMPEDIDO

 

HIJOS

ZAQUILERO

 

HIJOS

IMPEDIDO

IMPEDIDO

HIJOS

JORNALERO DEL CAMPO FATUO

JORNALERO DEL CAMPO PERO “FATUO”

186

RELACIÓN

PROF_A

OBS_PROF

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

SIMPLE

 

HIJOS

VALDAO

 

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

INVALIDO

 

HIJOS

SIMPLE

 

HIJOS

MELGUIZA

 

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

MELGUIZA

 

HIJOS

VALDADO DE PIES Y MANOS

 

HIJOS

CIEGO

 

HIJOS

CORTO DE VISTA

 

HIJOS

CORTO DE VISTA

 

HIJOS

VALDADO DE PIES Y MANOS

 

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

RECOGIDA

 

HIJOS

CIEGO

 

HIJOS

TULLIDO

 

HIJOS

AUSENTE

 

HIJOS

RECOGIDA

 

HIJOS

CIEGO

 

HIJOS

PEDIGUEÑO

SE OCUPA EN PEDIR LIMOSNA POR SER COJO Y MANCO

HIJOS

FATUO

 

HIJOS

HIJO

 

HIJOS

DEMENTE

LLEVA UN PAR DE MULAS

HIJOS

INUTIL

HOMBRE TACHADO E INUTIL PARA NINGUN TRABAJO

HIJOS

POBRE

 

HIJOS

IMPEDIDO

 

HIJOS

IMPEDIDO

 

HIJOS

INVALIDO DE UNA PIERNA

 

OTROS

SIMPLE

 

OTROS

HIJA DE LA PILA

 

P(ersonaje) P(rincipal)

IMPEDIDO

  TACHADO HORTELANO

PP

HORTELANO

PP

POBRE

VIUDA POBRE

PP

SIN EJERCICIO POR AVANZADA EDAD

 

PP

POBRE

 

PP

SIN EJERCICIO ALGUNO POR VALDADO

POBRE DE SOLEMNIDAD

PP

POR MI AVANZADA EDAD NO EJERZO OFICIO AL

 

PP

POBRE

 

187

RELACIÓN

PROF_A

OBS_PROF

PP

POBRE

 

PP

POBRE

 

PP

HIJODALGO ABOGADO CHANCILLE  RIA GRANADA

PP

POBRE DE SOLEMNIDAD

 

PP

PIDE LIMOSNA PARA STA QUITERIA

 

PP

AUSENTE

 

PP

HIJODALGO LABRADOR

 

PP

POBRE DE SOLENIDAD

 

PP

IMPEDIDO

IMPEDIDO POR ACCIDENTE

PP

POBRE

NO TENGO BIENES ALGUNOS Y SOLO VIVO DE PEDIR LIMOSNA ALIMENTO FAMILIAR

PP

CIEGO

 

PP

LABRADOR IMPEDIDO

NO ME OCUPO EN NADA POR ESTAR COJO

PP

CIEGO

 

PP

CIEGO

 

PP

POBRE

 

PP

LABRADOR HIDALGO NOTORIO

 

PP

POBRE

 

PP

HORTELANO

TACHADO JORNALERO

PP

IMPEDIDO

 

PP

LABRADOR

HIDALGO CON GOZE Y EJERCICIO LABRADOR

PP

JORNALERO DEL CAMPO IMPEDIDO

 

PP

LABRADOR

NOBLE SIN GOZE

PP

MESTRO PALLERO

 

PP

HILAR POR SER POBRE DE SOLEMNIDAD

  POBRE

PP

POBRE

PP

JORNALERO DEL CAMPO

POBRE

PP

IMPEDIDO

 

PP

POBRE DE SOLEMNIDAD

 

PP

SIN PODER TRABAJAR

SIN PODER TRABAJAR EN COSA ALGUNA

PP

POBRE DE SOLEMNIDAD

 

PP

ENTONADOR

 

PP

POBRE

 

PP

PRESBITERO INQUISICION HIJODALGO

 

PP

EJERCITADO EN PEDIR LIMOSNA

EJERCITADO EN PEDIR LIMOSNA

PP

MENOR

 

PP

SIN EJERCICIO

SIN EJERCICIO ALGUNO POR ESTAR ACCIDENTADO DE LA VISTA

PP

IMPEDIDO

IMPEDIDO

PP

JORNALERO DEL CAMPO

ERMITAÑO DEL SANTO SEPULCRO

PP

IMPOSIBILIADO

IMPOSIBILITADO

PP

IMPEDIDO

IMPEDIDO

PP

POBRE

 

188

RELACIÓN PP

PROF_A

OBS_PROF

LABRADOR Y DEL ESTADO YDALGO NOTORIO

LABRADOR Y DEL ESTADO YDALGO NOTORIO Y NOGOZE

PP

LABRADOR HIJODALGO

 

PP

HIJODALGO

 

PP

JORNALERO DEL CAMPO

IMPEDIDO

PP

POBRE

 

PP

DIFUNTO

 

PP

POBRE

 

PP

AVANZADA EDAD NO EJERZO OFICIO ALGUNO

 

PP

PIDIENDO LIMOSNA Y BALDADO DE LAS PIERNA

VALDADO PIDE LIMOSNA

PP

AUSENTE

 

PP

JORNALERO DEL CAMPO

ACCIDENTADO

PP

IMPEDIDO

 

PP

SIN EJERCICIO POR TENER LA PIERNA QUEBRA

 

PP

HIDALGO Y LABRADOR

 

PP

MENOR

 

PP

POBRE DE SOLEMNIDAD

ME MANTENGO DE PEDIR LIMOSNA

PP

TABLILLA DE SAN CLEMENTE

 

PP

POBRE PIDIENDO LIMOSNA

 

PP

SANTERO

ME MANTENGO CON LA LIMOSNA QUE RECOJO EN DICHA ERMITA DEL SEÑOR MISERICORDIA

PP

CANTANTE Y VENDEDOR DE ROMANCES

ES MI OFICIO CANTAR Y VENDER ALGUNOS ROMANCES

PP

ZAQUILERO

 

PP

PRESBITERO E HIJODALGO

 

PP

LABRADOR

CABALLERO HIJODALGO NOTORIO

PP

SIN EJERCICIO

 

PP

ME MANTENGO DE MI CORTO TRABAJO

DE MI CORTO TRABAJO Y LIMOSNA DE BIENECHORES

PP

POBRE

 

PP

INVALIDO

 

PP

ZAQUILERO

 

PP

SACRISTAN MAYOR DE SAN JOSE

HIJODALGO NOTORIO SACRISTAN MAYOR DE SAN JOSE

PP

ZAQUILERO

MI OFICIO ES ZAQUILERO CON DOS BESTIAS MENORES

PP

IMPEDIDO

 

PP

LABRADOR

DE ESTADO NOBLE CON GOZE

PP

POBRE DE SOLEMNIDAD

  RECOGIDO EN CASA DE PASCUALA BASTIDA

PP

SIN EJERCICIO

PP

IMPOSIBILITADO DE TRABAJAR

IMPOSIBILIATADO

PP

MENOR

 

PP

HIDALGO SIN GOCE JORNALERO DEL CAMPO

 

PP

VIUDA

 

189

RELACIÓN

PROF_A

OBS_PROF

PP

MENOR

 

PP SOLITARIO

IMPEDIDO

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

HUERFANA DE PADRE Y MADRE

 

PP SOLITARIO

HIJODALGA

 

PP SOLITARIO

MADRE TUTORA HIJOS MENORES

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

POR SU AVANZADA EDAD NO TIENE EJERCICIO

 

PP SOLITARIO

IMPEDIDO

 

PP SOLITARIO

CIEGA Y TULLIDA

 

PP SOLITARIO

HIJODALGA

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

HIJODALGA

 

PP SOLITARIO

HIJODALGA

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

HIJODALGO NOTARI CLERIGO MENORES

 

PP SOLITARIO

POBRE

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

CIEGA

 

PP SOLITARIO

JORNALERO DEL CAMPO

ME HALLO SOLO SIN FAMILIA ALGUNA

PP SOLITARIO

POR AVANZADA EDAD NO EJERZO OFICIO ALGUN

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

PRESBITERO Y NOBLE

 

PP SOLITARIO

ME MANTENGO DE MI CORTO TRABAJO

 

PP SOLITARIO

CLERIGO MENORES HIJODALGO

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

IBALIDIDO Y POBRE

 

PP SOLITARIO

MENOR

 

PP SOLITARIO

ENTERRADOR

 

PP SOLITARIO

SIN EJERCICIO

 

PP SOLITARIO

HILAR Y PEDIR LIMOSNA

 

SIRVIENTES

MANCEBO

SIRVE PARA LLEVAR LA BASURA A LA HUERTA TRABAJA CON LAS BESTIAS MENORES

SIRVIENTES

AMA

 

SIRVIENTES

BALDADO

 

SIRVIENTES

AMA

 

SIRVIENTES

AMA DE LECHE

 

SIRVIENTES

AMA

 

SIRVIENTES

MANCEBO

LABRA CON UN PAR DE VACAS

SIRVIENTES

SEW OCUAPA DE LA CAMIÑÑA

 

SIRVIENTES

AMA DE SERVICIO

SIN MAS SALARIO QUE COMER Y VESTIR

190

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS AD KNOTTER (2001), “Problems of the family economy. Peasant economy, domestic production and labour markets in pre-industrial Europe”, in Early Modern Capitalism. Economic and social change in Europe, 1400-1800, ed. Maarten Prak, Londres, 135-160. ARBORIO, A.M., et alii (2008), Observer le travail, La Découverte, Paris. BOLTANSKI, L., (1982), Les cadres; la formation d´un groupe social. Ed. de Minuit, Paris. CHACÓN JIMÉNEZ, F., RECAÑO VALVERDE, J., (2002), “marriage, work, and social reproduction in one area of southern at the 18th Century: Lorca (1797), History of the Family, 7, 397-421. CHACÓN JIMÉNEZ, F., PÉREZ ORTIZ, A.L., (2004), “Relaciones de dependencia y sistema social. Una aproximación a la definición de grupo social : el ejemplo de los jornaleros (Lorca 1771)”, Actas VI Congreso Internacional Asociación de Demografia Histórica, II vol. Castelo Branco, 171-188. DELILLE, G. (1985), Famille et propieté Dans le royaume de Naples (XV-XIX siécles), Roma, Ecole Française de Rome. DESROSIÉRES, A., (1985), “Histoires de formes: statistiques et sciences sociales avant 1940”, Revue française de sociologie, 26, 2, pp. 277-310. DESROSIÉRES, A. (1987), “Les nomenclatures de professions et emplois”, in Affichard, J. (ed.) Pour une histoire de la statistique, t. 2 INSEE-Economica, Paris, pp. 35-56. DESROSIÉRES, A., THÉVENOT, L., (2002), Les categories socio-professionnelles, La Decouverte, París. DURIEZ, B., ION, J., PINÇON, M., PINÇON-CHARLOT, M. (1991), “Institutions statistiques et nomenclatures socioprofessionnelles. Essai comparatif: RoyaumeUni, Espagne, France”, Revue française de sociologie, XXXII, pp. 29-59. FONTANA, J., (1997), «Los campesinos en la historia: reflexiones sobre un concepto y unos prejuicios”, Historia Social, 28, 3-11. GARCÍA GONZÁLEZ, F., (2001), Las estrategias de la diferencia. Familia y reproducción social en la Sierra (Alcaraz, siglo XVIII), Madrid. GARRIDO GONZÁLEZ, L., (1997), “La configuración de una clase obrera agrícola en la Andalucía contemporánea: los jornaleros”, Historia Social, 28, 41-67. HANNE, G., (2006), Le travail dans la ville. Toulouse et Saragosse des Lumières à l´industrialisation. Étude comparée. Toulouse. HURTADO MARTÍNEZ, J., (1987), “Familia y propiedad: análisis del hogar y de la estructura de la propiedad en Lorca (1771)”, en F. Chacón (ed.), Familia y Sociedad en el Mediterráneo Occidental. Siglos XV-XIX, Universidad de Murcia, 301-334. JAN LUCASSEN, (2001), “Mobilization of labour in early modern Europe, in ob., cit., Ad Knotter, 161-174. KALAORA, B., SAVOYE, A., (1987), Les inventeurs oubliés. Frédéric Le Play et ses continuateurs, CERFISE. 191

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2. ORGANIZACIÓN Y GRUPOS SOCIALES

MERCENARISMO. ¿MITO O REALIDAD? ANÁLISIS DEL COMPORTAMIENTO DE LAS AMAS DE CRÍA EN EL REINO DE MURCIA (SIGLOS XVII-XVIII)*

INTRODUCCIÓN Hasta los años 70, los niños abandonados formaban parte de un epígrafe del capítulo de población o de marginalidad social en las tesis de historia urbana. Es el cambio de actitud hacia el niño lo que hace interrogarse al historiador sobre el porqué del abandono y le hace reflexionar sobre la trascendencia del aspecto mental y cultural en el fenómeno de la exposición. El número monográfico de Annales de démographie historique1, los trabajos de Bardet sobre Rouen2 y de Gar­den sobre Lyon3, o las investigaciones sobre el amamantamiento de Morel4 y de Bourdelais-Rauloí5 o Le Roy Ladurie6, el estudio sobre Sevilla de Álvarez

* Agradecemos la colaboración prestada en 1987 por la Dirección Regional de Cultu­ra (Comunidad Autónoma de Murcia) para la realización de este trabajo. 1 Enfant et sociétés, Paris, 1973, 483 pgs. 2 J.P. BARDET, Enfants abandonnés et enfants assistés Rouen dans la seeonde moitié du XVIl/e siecle, en Sur la population francaise aux XV/Ile et X/Xe siecles. Hommage a Mar­eel Reinhard, Paris, 1973, pp. 19-47. Del mismo autor, Rouen aux XVIle et XVIl/e siecles: les mutations d’un espace social, Paris, 1983. 3 M. GARDEN, Lyon et les lyonnais au XVIl/e siecle, Paris, 1975, 374 pgs. 4 M. F. MOREL, “Théories et pratiques de l’allaitement en Franee au XVIl/e siecle”, en Annales de démographie historique, Paris, 1976, p. 393-426. 5 B. BOURDELAIS-J. Y. RAULOT, “Des risques de la petite enfance a la fin du XVIIe siecle. Gestation, allaitement et mortalité”, en Annales de démographie historique, Paris, 1976, p. 305-318. 6 E. LE Roy LADURIE, “L’allaitement mereenaire en Franee au XVIl/e siecle”, en Communication (École des hautes études en sciences sociales. Centre d’études transdisciplinai­res), 1979, p. 15-21.

195

Santaló7 y de Larquié sobre Madrid8 o de Hunecke respecto a Milan9, así como la relación con la familia10 y el problema de identidad11, han renovado intensamente las investigaciones sobre el niño abandonado integrándolas en una globalidad mucho más dinámi­ca en la que problemas educativos y psicológicos forman, igualmente, un punto de referencia básico. A la hora de analizar el problema de los expósitos hay que tener en cuenta que la sociedad tradicional del Anti­guo Régimen encontró en el abandono de niños un mecanismo de regu­lación demográfica, que supuso tanto un control positivo como un medio de establecer el número adecuado de miembros que la familia podía mantener. La práctica de la exposición no estuvo restringida a grupos sociales marginados, aunque la posición, intereses y actitudes ante el fenómeno variaban según el grupo social de que se tratase. Pese a que son numerosas las variables que forman parte de este complejo problema social, la relación entre ellas ha quedado limitada a una necesaria pero primaria comparación con la coyuntura general del movimiento de la población o de las fluctuaciones de precios. Y es evi­dente que debe de ampliarse el objeto científico de estudio, ya que su inserción en la problemática social y cultural de aquellas poblaciones que lo practican otorga una dimensión socio-antropológica en la que la sencilla pero fundamental relación: abandono y puesta en ama de cría, constituye el eje de vertebración de una práctica social en la que ama­mantar al niño y lograr su supervivencia es el objetivo teórico a conse­guir desde el momento en que es expuesto por quienes le engendraron, independientemente de su origen legítimo o no; sin embargo, se produ­cirán rupturas y disfuncionalidades en un sistema que en el traslado, recepción, acogida y posterior distribución cuenta con escasos medios, dando lugar a elevados porcentajes de mortalidad. La supervivencia del niño depende de las condiciones en que viva y, sobre todo, de que sea adecuadamente alimentado. El problema principal, la elevada 7 L. C. ÁLVAREZ SANTALÓ, Marginación social y mentalidad en Andalucía Occidental: expósitos en Sevilla (1613-1910), Sevilla, 1980. 8 C. LARQUIÉ, “Les milieux nourriciers des enfants madrilenes au XVIIe siecle”, Mélanges de la Casa de Velázquez, Paris, 1983, vol. XIX, p. 221-242; “La mise en nourrice des enfants madriIenes au XVII” siede”, en Revue d’histoire moderne et contemporaine, janv.-mars, 1985, p. 125-144; “L’enfant abandonné a Madrid au XVII” siede: bilan et perspectives”, en Familia y sociedad en el Mediterraneo occidental, siglos XV-XIX (ed. F. Chacón), Universi­dad de Murcia, 1987, p. 69-93. 9 V. HUNECKE, “Les enfants trouvés: contexte européen et cas milanais (XVIII”-XIX” sie­ des)”, en Revue d’histoire moderne et contemporaine, janv.-mars 1985, p. 3-29. 10 Ph. ARIÉS, L ‘enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime, Paris, 1961, reedición 1973; A. ARMENGAUD, La famille et l’enfant en France et en Angleterre du XVI” au XVIII” siede, Paris, 1975; F. LEBRUN, La vie conjugale sous l’Ancien Régime, Paris, 1975; C. CORSI­NI, “Materiali per lo studio della famiglia in Toscana nei secoli XVII-XIX: gli esposti, fami­glia e comunita”, en Quaderni storici, 33, 1976, p. 998-1052. 11 R. FRESNEDA Y R. ELGARRISTA, “Aproximación al estudio de la identidad familiar: el abandono y la adopción de expósitos en Murcia (1601-1721)”, en Familia y sociedad en el Mediterráneo occidental, siglos XV-XIX (ed. F. Chacón), Universidad de Murcia, 1987, p. 93-117; ver también el artículo citado de C. Corsini.

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mortali­dad, radica, por una parte, en esta serie de condicionamientos de muy diverso tipo y que irían desde el transporte a la institución con varias jornadas de viaje, hasta el tiempo que el ama emplea en volver a su residencia rural con el niño que ha tomado, pasando por el que trans­ curre en la institución alimentado por las amas internas sin ser entre­ gado, definitivamente, a nadie. Pretendemos, por tanto, abordar a tra­vés, no sólo del ejemplo de Reino de Murcia en los siglos XVII y XVIII12 sino de la comparación con otras ciudades castellanas y euro­peas, dos perspectivas del problema del abandono hasta ahora no con­sideradas con la suficiente atención por la historiografía y que, ade­más, una de ellas: el mercenarismo de las amas de cría, se ha distorsio­nado excesivamente al proporcionar una sencilla pero insuficiente ex­plicación a la evidente e incontestable realidad de la elevada mortali­dad que causan las, como indica Bardet para Rouen, «amas asesinas». EL ABANDONO: CONDICIONAMIENOS Y FACTORES DE MORTALIDAD HASTA LA PUESTA EN AMA DE CRÍA Conocemos numerosos detalles respecto al abandono. Se producía a lo largo de la noche y el niño se solía depositar en los lugares destina­dos a ello: torno de las instituciones, portales de iglesias o catedrales o bien casas particulares13. Respecto al sexo no parecen existir diferencias y aunque la relación de masculinidad supone de un 4 a un 6% de diferencia a favor de los varones, hay que tener en cuenta que no todo los abandonados son recién nacidos y que en una población normal, la separación existente al nacimiento entre los dos sexos se reduce progresivamente por sobremortalidad masculina. Los porcentajes son: en Paris, de 50’2% varones y 49’8% hembras en el siglo XVIII14; en Murcia, (1630-1704), 51’9% varones y 48’0% hembras; y 50% exactamente para varones y hembras entre 1769-1774; en Sevilla, en el XVII, de cada 100 ingresos los niños representaban el 52%, en el XVIII la superioridad masculina se mantiene constante entre el 50’5% y el 56% de ingresos15. En Madrid y Barcelona, la situación es distinta: 45’72% varones y 52’47% hembras en Madrid en el siglo XVII16, y en Barcelo­na: 40’8% varones y 59’1% hembras entre 1532-159317; si bien para Madrid no se da ninguna explicación, en el caso de Barcelona se argumenta si la institución de «hereu» y la sobrevaloración masculina no dará lugar a esta alteración. 12 Territorio de 20.570 km2 situado en el extremo suroriental de Castilla con salida al Mediterráneo a través del puerto de Cartagena. 13 En cuyo caso se ha querido ver una intencionalidad en los abandonadores para que el dueño de la casa se hiciese cargo del niño o prestase su ayuda en la manutención y crianza. 14 C. DELASELLE, “Les enfants abandonnés Paris au XVIII siecle”, en Annales E.S.c., janv.-févr. 1975, p. 199. 15 L. C. ALVAREZ SANTALÓ, ob. cit., p. 94 Y 95. 16 C. LARQUIÉ, La mise en nourrice desenfants madrilenes ..., ob. cit. p. 131. 17 A. ROLDAN BARRERA, “Els nens abandonats a la Catalunya del segle XVI”, en dossier sobre: La familia a la Catalunya de l’antic regim, L’Avenc, 66, diciembre 1983, p. 62.

197

La edad a la que se suelen abandonar los niños es otro elemento común del problema. Las dos terceras partes tienen menos de un año, y es en los primeros meses, sobre todo durante el primer mes de vida, cuando se produce la mayor parte de los abandonos. Por ejemplo, en Barcelona es el 63’7%; en París en el siglo XVIII, el 80%; en Murcia entre 1650-1669, solo tenemos información sobre 75 niños de un total de 637, es decir el 11’7%, y de ellos el 49’3% (37) son recién nacidos en el momento del abandono, y el 17’3% (13) en la primera semana, en total el 73’3% son abandonados durante el primer mes de vida. Sin embargo, y al igual que ocurre en Paris18, los niños legítimos son abandonados en un elevado número después del primer mes. Por tanto, al permanecer durante el periodo más difícil con los padres alcanzan unos porcentajes de mortalidad bastante inferior. ¿A qué es debida una permanencia superior con los padres? ¿A una justificada desconfianza hacia la institución de acogida? ¿A la imposibilidad de proseguir el mantenimiento del hijo? Resulta muy difícil dar una respuesta. Según el informe del Obispado de Cartagena-Murcia, realizado sobre la Inclu­sa el 21-XI-1775, las diferencias entre los expósitos y los niños de padres conocidos son las siguientes en el periodo 1770-1774: Expósitos

Muertos

Padres conocidos

Muertos

33

33

43

9

y se afirma textualmente que: «el fallecimiento de los expósitos de uno y otro sexo es de más de 82% y los de padres conocidos de un 27%». El total de niños expósitos atendidos por el hospital de San Juan de Dios en el mismo periodo de tiempo es de 734, el 81’74% (600) mueren y el 18’25% (134) sobreviven. Las razones de esta enorme diferencia consi­stirían, sigue diciendo el informe: «en el amor y vigilancia de los padres naturales con el mismo socorro aunque pobres y miserables»19. Independientemente de las razones, cuando las fuentes, pese a su par­quedad, permiten comparar la supervivencia de aquellos que son aban­ donados por sus padres legitimos frente a los que se desconoce su ori­gen, los resultados subrayan de manera muy clara esta mortalidad diferencial. En el periodo 1736-1774, el número de ingresos en la Inclu­sa creada por el cardenal D. Luis Belluga20 es de 521, de ellos murieron 378, es decir el 72’5%; entre 174618 C. DELASELLE, ob. cit., p. 200. 19 Archivo diocesano del obispado de Murcia, n° 24, legajo 12, Murcia 21 de noviem­bre de 1775, firmado por D. Antonio Carrillo de Mendoza. 20 Desde la primera mitad del siglo XVI en que comienza a funcionar el hospital de San Juan de Dios, hasta que en el siglo XVIII el cardenal D. Luis Belluga incluyó, dentro de sus obras de beneficencia (ver R. SERRA RUIZ, El pensamiento social-politico del carde­nal Belluga (1662-1743), Murcia, 1963), la creación de una casa para expósitos o Inclusa, aquel fué el único centro de acogida de niños abandonados. Las escrituras de fundación del conjunto de sus obras fué ortorgada en Roma a 8 de diciembre de 1729 y en ella concede el Patronato de todas las fundaciones a Felipe V, aprobada por breve de Bene­dicto XIII el 13-XII-I729. El edificio que Belluga ofreció para este fín, y que todavía se conserva, se concluyó en 1713-14 y fué puesto en funcionamiento en 1718. A partir de ese año

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1753, de los 131 ingresos, 16 consta como legítimos y de éstos murieron 6, es decir el 37’5% mientras que los ilegítimos y de origen desconocido alcanzan un porcentaje en este mismo periodo que se eleva a 82,4%. Por otra parte, el destino de los diez legítimos que no mueren es la recuperación por parte de sus padres; en el periodo 1762-1774 mueren 22 legítimos de un total de 53 ingresados, 41’5%, mientras que este porcentaje se vuelve a elevar en los restante casos al 77’5% (93 muertos sobre 120 ingresos)21. En Rouen, la ayuda económica que se prestaba a los pobres cuando tenían al menos tres hijos nacidos en la ciudad o sus arrabales para ponerle con un ama de cría, se traducía en una mortalidad inferior a la de los niños abandonados, solo morían un 20% antes de un año22. El llegar o no bautizados y acompañados de una cédula, son las dos últimas características que, normalmente, se anotan en los libros de registro que no son, en realidad, controles de entrada de niños sino más bien libros económicos para el pago a las amas, por lo que se pre­sentan determinadas dificultades y problemas metodológicos a la hora de un seguimiento detallado del ciclo de vida de los niños en la institu­ción, o del mercenarismo de las amas. Pese al conocimiento de todos estos aspectos, la historiografía no ha prestado suficiente atención a otras circunstancias que rodean al fenómeno del abandono. Es cierto que las fuentes suelen ser muy escuetas y apenas si permiten obtener conclusiones firmes, pero tam­bién lo es que resulta imprescindible para poder entender los elevados porcentajes de mortalidad entre esta población infantil determinadas circunstancias: como el transporte desde zonas rurales hasta la ciudad, lugar habitual de ubicación de los centros de comenzaron á funcionar, conjuntamente, ambas instituciones, hasta el 1 de octubre de 1784 en que se fundieron. Desde 1738 poseemos datos sobre expósitos que son atendidos por la Inclusa, aunque parece que primero eran enviados al Hospital general de Sar Juan de Dios, y de allí un número concreto, según las rentas disponibles de los fondos de las pías fundaciones con que Belluga dotó al centro, eran enviados al nuevo lugar para su cuidado, atención y posterior entrega a un ama. También eran ingresados en la Inclusa los niños huérfanos o legítimos que eran abandonados por la escasez y miseria de sus padres. Todo ello hace que se registre una menor mortalidad entre los niños abandona­dos y cuidados por la Inclusa frente a los que son atendidos por el Hospital de San Juan de Dios. Carecemos de fuentes para este centro justo en el periodo 1721-1764, es decir, previamente a que se pusiese en funcionamiento la Inclusa y hasta tres años antes (1767) de que los religiosos de San Juan de Dios, a cuyo cargo estaba la casa de expósitos del Hospital, fundada (como se señala en el informe de 1790, realizado para conocer el esta­do de los lugares de expósitos: Biblioteca nacional, Sec. Mss. 11267, n° 32) por el Inquisi­dor general D. Alonso de Lorca y D. Bernabe de Rivera Tamariz, deán de la iglesia cate­dral. En el periodo final 1764-84, poseemos fuentes para ambas instituciones, y un infor­me en el que se confirman las mayores posibilidades de vida, así como el distinto número de niños atendidos en uno y otro centro. El funcionamiento paralelo de dos instituciones con la misma finalidad entre 1736 y 1784, y el paso de los niños del Hospital de San Juan de Dios, que parece que actuó durante este tiempo como lugar de centralización, a la Inclusa, en donde solo se atendían unos pocos niños y entre ellos los huérfanos y legítimos, puede ser la causa de las dificul­tades y problemas que las fuentes presentan en el siglo XVIII. 21 De los 31 que vivieron, 13 fueron “recuperados por sus padres, 15 criados por su propia madre aunque no consta recuperación, uno criado por otra mujer al ser el padre viudo, uno recuperado por su madre que fué su ama, y otro adoptado por personas sin relación de parentesco con el niño. 22 J.P. BARDET, Enfants abandonnés et enfants assistés Rouen ..., ob. cit., p. 28.

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acogida –tengamos en cuenta que el radio de acción suele ser bastante amplio, al menos hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX en que se crean, en función de la distancia, nuevos centros que evitan desplazamientos de uno y dos días con la consiguiente mortalidad–; el número de amas internas dispuestas y preparadas a recibir y ofrecer los primeros cuidados a los niños abandonados; el tiempo de permanencia en el centro hasta que eran entregados a un ama externa; el origen social de quienes se ofrecían como amas de cría y las condiciones de vida que podían proporcionar al abandonado. Se trata, pues, de centrar nuestra atención en el ciclo de vida del niño abandonado así como del ama que le amamanta y sus características familiares, para saber en qué momentos se produce una mayor mortalidad y a qué razones obedece, y hasta qué punto el mer­cenarismo es realmente una práctica habitual y común en la totalidad de las amas de cría o, por el contrario, en ciertos casos –núme­ro difícil de precisar– de una separación temporal entre madre e hijo. La trascendencia de esta situación y la descripción del mecanismo por el que el niño abandonado es entregado a un ama, coloca sobre el mismo plano de la realidad un problema que ha sido abordado de manera independiente y cuya relación es necesaria para comprender en su totalidad y complejidad el fenómeno del abandono. La historia del abandono y la del amamantamiento son dos aspectos de una misma realidad y no pueden ni deben quedar disociados. Por otra parte, cono­cemos bien la consecuencia de esta relación: una fuerte mortalidad, pero no así, o al menos no está suficientemente demostrado, las causas por las que se alcanzan cifras de mortalidad superiores al 50% de cada generación de niños abandonados. Pero con ser importante esta consta­tación, lo es mucho más el hecho de que un porcentaje elevado de esta mortalidad se produce durante el primer mes. En Reims, entre 1779-1784 mueren el 38%23; en Thoissey, en Dombes, el 34’5%24; en Rouen, entre 1783-1789, el 69’8%25; en Madrid, de 343 niños cuya edad es cono­cida durante la segunda mitad del siglo XVII mueren, en el primer mes, el 52’7%26; en Sevilla, ocurre algo parecido en 1690: el 47% de los niños de esa generación murieron antes de un mes; en 1740, el 32%; en 1790 el 49%; en 1800 el 46% y en 1830 el 53%27; En Murcia: 1650-59

1660-69

1670-79

1680-89

1690-99

1700-03

1711-21

40’47%

37%

46’35%

27’96%

33’57%

26’94%

59’58%

23 A. CHAMOUX, “L’enfance abandonnée a Reims a la fin du XVIII’ siecle”, en Annales de démographie historique, 1973, p. 227. 24 A. BIDEAU, “L’envoi des jeunes enfants en nourrice. L’exemple d’une petite ville: Thoisseyen-Dombes 1740-1840”, en Sur la population francaise au XVIII’ et XIX’ siecles, Paris, 1973, p. 54. 25 J. P. BARDET, ob. cit., p. 27. 26 C. LARQUIÉ, ob. cit., p. 137. 27 L. C. ALVAREZ SANTALÓ, ob. cit., p. 129.

200

¿Significa esto que la puesta en ama de cría favorece, como indica Larquié28 la muerte de los niños? Podríamos preguntarnos ante el esca­so tiempo que han vivido si realmente obedecen la mayor parte de estas muertes a la escasa atención y cuidados del ama o a esa serie de cir­cunstancias a las que aludíamos anteriormente. M. Garden llama la atención sobre. el estado en que son abandonados en Lyon29. En este sentido algunos ejemplos murcianos son significativos30. Pero no solo puede ser ésta la razón de la rápida mortalidad de los expósitos, hay que tener en cuenta los problemas de traslado y las condiciones de aco­gida de las instituciones. Respecto a los traslados no solo estamos ante un problema de distancia, ya de por sí importante, sino de recursos económicos y de responsabilidad institucional en cuanto a la obligación de acoger y cuidar a los niños abandonados, sobre todo cuando en la segunda mitad del siglo XVIII el volumen de ingresos aumenta consi­derablemente. Por ello, desde el obispado murciano se recomendaba en 1775 que para evitar los problemas del traslado y, en el caso de que hubiese amas en el pueblo: «los curas párrocos y las justicias de los pueblos deberán admitir y recoger con caridad los expósitos que les echen a sus puertas o en cualquiera otra del lugar, poniendolos inme­diatamente en amas ... y si no las hubiese dispondrán su remesa a la casa hospicio de Murcia, siendo a cuenta de los fondos comunes del mismo pueblo el pago de la conducción a razón de 18 reales cada párvulo ... con recibo del conductor visado por el cura y alcalde»31. Sin embargo, los derechos y atribuciones de cada institución podían causar problemas que tenian como consecuencia retardar excesivamente el envío de un niño a Murcia, como ocurrió en Totana, localidad situada a 40 Kms. de la capital del Reino, en Septiembre de 179232. En la respuesta del obispado de Cartagena-Murcia33 a la encuesta que dirige el Consejo de Castilla en fecha 6-1II-1790, se apunta la necesidad de establecer de manera permanente las casas de expósitos de Cartagena y Lorca, a la vez que la necesidad de crear dos nuevas: una en Chinchilla y otra en Jorquera. Al señalar los lugares que abarca28 C. LARQUIÉ, ob. cit., p. 137. 29 M. GARDEN, ob. cit. Señala la denuncia de Prost de Royer respecto a los males de la institución que acogia a los abandonados, indicando que entre los que eran depositados habia bastantes enfermos y con defectos físicos. Ver sobre todo el epígrafe: «La prise de conscience lyonnaise», p. 77-84 de la obra citada. 30 El ll-XII-1650, se deposita en el torno del Hospital de San Juan de Dios, un niño sin bautizar que venía «muy maltratado y muriendose». efectívamente murió ese mismo día. (Archivo histórico de la Administración regional, Murcia, Sección Hospital de San Juan de Dios, libro de expósitos 1650-1693). En otras ocasiones la situación no es tan trágica: «con una señal en la cabeza de que estaba magullada», «es cojo y tuerto», «con una nube en un ojo». 31 Archivo diocesano del obispado de Murcia, n° 24, legajo 12. Un ejemplo de este tipo de visado puede ser el siguiente: «pasa Josef Duarte, vecino de esta villa, de nación ber­berisco, con un niño de padres no conocidos de ese ospital de Nuestra Señora de Gracia de la ciudad de Murcia, y para que no le impidan ni le pase perjuicio, doi el presente en la villa de Alcantarilla en 20 de marzo de mill setezientos y seis años. Juan de Molina Jiner, presbitero» (Archivo Histórico de Administración Regional, Murcia, Sección Hospi­tal de San Juan de Dios, legajo 92, n° 414). 32 Archivo municipal de Totana, Acta capitular de 1792. 33 Biblioteca nacional, Sec. Mss. 11267. n° 32.

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ría la jurisdicción de cada una de estas nuevas casas, se indica: «el que menos distante tres jornadas de esta ciudad. Sin más auxilio que un conductor merce­ nario que no cuida más que de su conveniencia y utilidad» (el subrayado es nuestro). Pérez Moreda recoge la dura descripción que Antonio Arte­ta hace en 1802 de las condiciones en que se trasladaban los niños a sus respectivas inclusas34. De todas formas, en 1775 el informe del obispado murciano proponía premiar con 12 reales, provenientes de los fon­dos de la Inclusa, al que hiciere la entrega del expósito: «Sea de noche o de día y sin riesgo alguno de ser descubierto, pues bajo excomunión mayor y privación de oficio quedará prohibido el interrogarle cómo se llama, quién es, de qué oficio, de qué lugar, de donde conduce la cria­ tura, quién se la dio, a qué hora, ni otra cosa, más que recibirla y pagarle los 12 reales; y este estimulo benefico será un indulto de muchos parvulos que hoy perecen por temor de los conductores a ser descubiertos y castigados» (el subrayado es nuestro). Esa especie de ver­güenza social que inducirá a la ocultación, será la causa de numerosas muertes entre los expuestos35. Los problemas de traslado son, por tan­to, importantes, aunque resulta difícil de precisar con exactitud sus consecuencias. Los datos de que disponemos para el caso de Murcia, matizan la importancia del traslado en la mortalidad36. Es posible que la proximidad sea una 34 V. PÉREZ MOREDA, Las crisis de mortalidad en la España interior. siglos Madrid, 1980, p. 177, nota 89. Ante el mal estado económico de la casa de expósitos de la Inclusa se acuerda que sean los Propios de cada pueblo los que paguen los gastos ocasio­nados por la crianza y traslado de los niños desde los pueblos hasta la casa de expósitos (Archivo Inclusa, Informe de la Junta de las Pías Fundaciones, 1785). En 1797, se sigue igual y se envia carta a los pueblos para que busquen allí amas y no envien niños a la casa de expósitos. Tampoco los pueblos disponian de fondos suficientes para poder pagar el mantenimiento y el traslado de tanto niño que se abandonaba (Archivo Inclusa, legajo: Certificaciones curas y oficios alcaldes de pueblos 1801-1810). 35 Es la situación en que se encuentra una niña abandonada en Ricote, localidad del valle del mismo nombre, en la cuenca media del Segura, durante cuatro días: del 5 de octubre de 1785 en que se encontraba en Ricote en la puerta de un domicilio particular, hasta el 9 del mismo mes en que es depositada en el torno, ha sido llevada por la justicia de Ricote un día a Ulea y otro a Archena, y encontrada de nuevo en Ricote. Finalmente es conducida a Murcia, pero no es aceptada en la Inclusa, sin embargo apareció en el torno esa misma noche. Murió 4 dias después de su ingreso. No es necesario preguntarse por las causas (Archivo municipal de Totana, Acta capitular 1792). 36 Entre 1650-1721 constan como procedentes de fuera de la ciudad y huerta próxima de Murcia, 242, que suponen tan solo el 7,34% del total de ingresados: 3292, en ese perio­do. De ellos mueren el 62,57% (149), aunque hay que indicar que en muchas ocasiones se carece de datos concretos que especifiquen el destino de los abandonados, por lo que el resultado real debería incrementarse. El tiempo que transcurre entre la llegada de estos niños y su muerte es de una semana en el 14.4% de los casos (21); de dos semanas en el 20,80% (31); de 3 semanas en el 18,14% (27); y de 4 semanas en el 9,39% (14). Es decir, el 34,89% mueren en los primeros quince días y el 62,41% a lo largo del mes. No parece existir una relación directa entre procedencia de fuera y mortalidad inmediata; una vez transcurrida la segunda semana desde la llegada a la institución es bastante improbable que la muerte obedezca a razones de traslado y de viaje. En el siglo XVIII, aumenta el porcentaje de los que proceden de fuera, aunque el resto de la situación es similar. Un sondeo realizado en el Hospital en el quinquenio 1769-74 nos da el siguiente resultado: el 39,1% (271 sobre un total de 692 ingresos) proceden de fuera. Morirán 269; de éstos, en la primera semana el 8,9% (24); en la segunda el 9,6% (26); en la tercera el 8,5% (23) Y en la cuarta el 11,5% (31). Es decir, en los primeros quince días el 18,5% y en el primer mes el 38,5%. Los porcentajes se han reducido fuertemente con relación a la segunda mitad del siglo XVII y primer tercio del XVIII. En el sondeo realizado en la Inclusa entre 1746· 1759,

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de las causas, ya que la zona de influencia no obliga, normalmente, a traslados de más de 50 Kms. Situación muy distinta a la de París con niños transportados, a veces, desde más de 400 Kms. La preocupación por estos problemas termina por trasladar a la legislación, como ya ha indicado Pérez Moreda, una situación social que pese a los buenos propósitos, queda demostrado que no se solucio­na sólo con eso y se hace necesaria una regulación legal. En cuanto a las condiciones de acogida de la institución, no varia­ban mucho de un lugar a otro37. Amas en número suficiente y con abundantes recursos para amamantar a los niños que se abandonan, podría evitar la muerte de muchos de ellos. El 24 de Abril de 1674 se denuncia la siguiente situación en el hospital de San Juan de Dios de Murcia: «el ama que oi está en el dicho torno no tenia leche para criar los niños que alli caian en el interim que se hallaban amas que los criasen, por cuya razón los daba a diferentes personas de la ciudad para que les die­sen de mamar y cuando no hallaba quien hiciese esta obra de caridad con migas los sustentaba, y también los daba a diferentes personas recien paridas para que les mamasen los calostros llevando por esto cier­to interés por cuya razón en todo el tiempo que es ama de dicho torno no se ha logrado ningún niño si no es los que estan criando fuera y que todo lo referido lo sabia muy bien la comunidad y era público y notorio en este barrio»38. ante lo cual se despide al ama y son contratadas dos. Situaciones como la descrita son las que justifican plenamente que se denominase a estos lugares, agencias de infanticidio o como lo califica Alberto de Megino «potros de infanticidio»39. En el periodo 1786-1790, el 79% del total de los fallecidos en Zaragoza lo fueron dentro de la Inclusa40. El hecho de que en Murcia se aumente el número de amas encargadas de cuidar los niños mientras no eran enviados con amas externas, demuestra la imposibilidad de atender adecuadamente a los abandonados, y si tenemos en cuenta que en el periodo 1650-69, el 20’8% son entregados a un ama el mismo día o al siguiente al de ser abandonados, es casi seguro que tendrían que alimentar a varios niños. Todo ello incrementaría la mortalidad en los prilas cifras nos alejan todavía más de la posibilidad de que el traslado sea la causa de la muerte: del 79,16% (38 sobre 48) de los niños que proceden de fuera (48 de un total de 243 ingresados); sólo en cuatro casos, por el tiempo transcurrido entre ingreso y muerte: 17, 20, 21 y 23 días, podría obedecer al traslado, el resto superan ampliamente el mes. 37 Una serie de amas permanecen de manera constante en el recinto de la correspon­diente institución para proporcionar los primeros cuidados y ayuda alimenticia: 24 amas internas hay en Sevilla en 1849 (L. C. ÁLVAREZ SANTALÓ, ob. cit., p. 34); 30 en Madrid en el siglo XVII (C. LARQUIÉ, ob. cit., p. 131); 2 en Murcia en la misma época, que en el siglo XVIII aumentan hasta 8 (Archivo diocesano del obispado de Murcia, n° 24, lego 12). 38 Archivo Histórico de la Administración Regional, Murcia, Sección Hospital de s. Juan de Dios, libro de Juntas de los religiosos del convento hospital de S. Juan de Dios, caja n° 21, 24·IV-1674. 39 Recogida de V. PÉREZ MOREDA, ob. cit., p. 184. 40 V. PÉREZ MOREDA, ob. cit., p. 184.

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meros días de estancia en las instituciones de acogida. El tiempo de permanencia en los hospitales o inclusas puede variar desde no más de tres semanas en Madrid, hasta 10 días en Reims. En Murcia, entre 1650-69 el 57’60% son entregados dentro de la primera semana; el mismo o el primer día el 20’86%, entre el segundo y el quinto día el 30’8%, y en las dos primeras semanas el 74’33%; en el primer mes el 91’5% y entre 1 y 2 meses el 6’73%41. Un sondeo realizado en el hospital de San Juan de Dios entre 1670-1721 demuestra, con excepción de la década 1690-99, que el porcentaje de niños muertos es siempre muy superior entre aquellos que, teóricamente, no han sido entregados a un ama. Y decimos teóricamente porque la irregularidad de las anotaciones de los libros-registro no nos permite establecer una conclusión firme y convincente. El porcentaje de niños que entregados a un ama mueren, es semejante al de Madrid entre 1650-1700: 60’76%42. Otra importante razón para poder explicar la rápida mortalidad se encuentra en las condiciones de las propias amas, resumidas con cierta exageración, no exenta de verdad, por el informe de D. Antonio Carrillo de Mendoza: «pasar a poder de un ama pobrísima y asquerosa que libra todo su sustento en los 12 reales mensuales de asistencia y aún así por no perder­los oculta su nuevo embarazo, los accidentes que padece y la falta de leche»43. A ello hay que unir el riesgo de que los ahoguen mientras duer­men. Se podrían añadir las que Morel resume para Francia en el siglo XVIII: escasa limpieza, poca vigilancia, ausencias prolongadas que ori­ginan accidentes o dormir con los niños. La causa de esta situación vie­ne determinada por la baja procedencia social de la mayoría de las amas que con recursos muy escasos acuden, por tanto, a este sistema de ayuda y complemento. El viaje con el ama externa completa parte del ciclo de vida del niño abandonado. Justamente una etapa de total trascendencia para su supervivencia y en la que perecen casi las dos terceras partes de los ingresados. Frente al sistema de Madrid, en el que las amas llegan en «duo» o en «trio»44 a llevarse un niño, en Mur­cia nos encontramos con un sistema mixto: por una parte llegan amas procedentes de las parroquias de la ciudad y de la zona próxima de huerta, pero también el ama mayor acompañada de un carretero, siste­ma semejante al francés, lleva niños a criar en localidades alejadas de Murcia, incluso a la vecina ciudad de Orihuela, a 20 Kms. de distancia, aproximadamente, pero perteneciente a la Corona de Aragón. Esta situación corresponde al siglo XVII y parece que en el XVIII se produ­ce un proceso de concentración y la mayor parte de las amas son de localidades próximas a la capital. 41 Por el contrario, en la casi totalidad de los 243 ingresos producidos en-la Inclusa entre 1746-1759, la entrega al ama se produce el mismo día o uno después de haber ingresado el niño, independientemente de su procedencia legítima o no. 42 C. LARQUIÉ, ob. cit., p. 136. 43 Archivo diocesano del obispado de Murcia, n° 24, lego 12. 44 C. LARQUIÉ, ob. cit., p. 133.

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Cuadro n° 1 Mortalidad diferencial según se entreguen o no los niños a amas de cría 1670-1720 (Hospital de S. Juan de Dios) Niños entregados a amas

Niños muertos

%

Niños no entregados a amas

Niños muertos

%

1670-79

189

95

50’2

142

116

81’6

1680-89

248

115

46’3

8

5

62’5

1690-99

358

228

63’6

141

73

51’7

1700-03

270

175

64’8

21

20

95’2

1711-20

207

98

47’3

631

472

74’8

Cuadro n° 2 Evolución de la procedencia de amas a lo largo del s. XVII en % 1629-1721 (Hospital de S. Juan de Dios) % Procedencia parroquia

% Huerta

% Localidades de Fuera

1629-59

73’30

17’24

9’45·

1660-89

63’69

26’89

9’40

1690-1721

78’34

20’74

0’9

Concluido lo que podríamos llamar el ciclo de muerte del niño abandonado, es decir desde que este hecho se produce hasta que lleva más de un mes con un ama de cría, se inicia una segunda etapa a la que la historiografía apenas si ha prestado atención, y en la que es muy necesario poner en relación la serie de variables que forman parte del proceso de amamantamiento del niño. Uno de los tópicos más extendi­dos es el cambio de ama como causa de mortalidad. Los datos recogi­dos por nosotros en Murcia demuestran que la mortalidad es muy semejante si el niño es amamantado por una sola ama o por dos, tres o más. Entre 1650-1664, de 352 niños, 53 (15’05%) tienen 2 o tres amas, y 10 (2’84%) más de tres. De los 63 niños con más de un ama mueren 32, es decir el 50’7%, mientras que de los 289 que solo tuvieron una murie­ron el 49’3% (143). En el período 1695-1703, de 487 niños, el 26’89% (131) tienen dos o tres amas, y el 4’31 % (21) más de tres. De los 152 niños con más de un ama murieron el 70’74% (237). Independiente­mente de esta mayor mortalidad, que puede obedecer tanto a una ano­tación y registro más correcto como a una coyuntura más negativa, la similitud porcentual de los niños muertos entre quienes tienen un ama o más de una, no parece apuntar hacia una mayor mortalidad en razón del cambio de ama. 205

Cuadro n° 3 Mortalidad y amas: 1650-1664 y 1696-1703 (Hospital de S. Juan de Dios) Sin amas

1 Ama

2 Ó3 amas

Mas de 3 amas

n° Niños Muertos

63 32

277 143

55 28

10 4

n° Niños

65

312

126

21

Muertos

63

229

98

18

Años

1650-1664 1696-1703

Parece, pues, que este hecho no se refleja, al menos en estos ejem­plos del siglo XVII, en una más elevada mortalidad. Por tanto, las razo­nes de fondo del cambio de ama podrían apuntar no hacia la enferme­dad de los niños, como así se indica en ocasiones, sino tal vez hacia problemas del ama que no quedan registrados, como haber quedado embarazada, agotársele la leche o cualquier otra circunstancia. Aunque también hay que señalar que dejar un niño no significa siempre que el ama abandone la práctica del amamantamiento; en ocasiones, en el mismo día se deja uno y se toma otro niño. Esta variedad de situacio­nes y de ejemplos contradictorios hace muy difícil llegar a conclusiones que puedan ser generalizables. En cuanto a la relación amas-niños, no llegan a alcanzar ni siquiera la media de dos por niño. En Rouen, las amas de cría no cogían más que uno por año45. En Sevilla, el promedio de amas que se han ocupado del mismo niño no llega a dos; durante el siglo XVII fue de 1’5, en el siglo XVIII de 1’3 y en el XIX de 1’446. En el caso de Madrid, entre 1650-1700 y sobre 1.207 niños, 959 han sido cria­dos por una sola ama lo que representa el 79’45%47. Bien es cierto que hay casos de niños que han tenido 3, 4 y hasta 5 o 6 amas, pero son una excepción. Es, por tanto, una constatación muy generalizada que diluye el sentido de mercenarismo y la idea de que se cambiaba constantemente de niño por parte de las amas para sustituirlo por otro cuando el anterior estaba enfermo o a punto de morir. LA REALIDAD DEL MERCENARISMO: AMAMANTAMIENTO Y CONCEPTO DE LACTANCIA Para abordar el estudio del mercenarismo es necesario invertir la relación y conocer el número de niños que cada ama, a lo largo de su vida fértil y de distintos embarazos, tomó el destino final de los mismos. Para ello hemos realizado dos sondeos, uno en el período 1650-1669 en el hospital de San Juan de Dios y otro en la Inclusa, durante 1746-1759. En el primer caso el total de amas es de 427, de 45 J. P. BARDET, ob. cit., p. 32. 46 L. C. ÁLVAREZ SANTALÓ, ob. cit., p. 128. 47 C. LARQUIÉ, ob. cit., p. 133.

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ellas 352 amamantan a un solo niño, es decir el 82’43%; la misma ama amamanta a dos niños en el 11’94% (51), Y a tres o más de tres en el 5’62% (24). En el siglo XVIII, Y aunque al ser más reducido el período, tanto en los años iniciales como en los finales, pueden quedar distorsio­nadas los resultados o al menos no ser exactos, de todas formas cree­mos que ello no puede llegar a suponer un cambio en la tendencia general: 338 amas, de las que 278 solo aparecen amamantando a niños una vez, 82’24%; amamantando a dos, 44, 13’01%, y a tres o más de tres, 16, 4’73%. Si sumamos los porcentajes en uno y otro siglo de amas que amamantan a dos, tres o más niños, los datos serían de 17’56% para el siglo XVII y 17’74% para el XVIII. Por tanto, ambas relaciones son perfectamente complementarias. Cada niño suele tener un ama (y en algunos casos dos) y más del 80% de las amas amamanta a un solo niño. Resulta evidente que amamantar a más de un niño o que éste ten­ga entre dos y tres amas es un hecho anormal, vistas las cifras y los resultados que arrojan los datos, y que sitúan, por lo que al amamanta­miento se refiere, las situaciones anormales en menos de un 20%. Por otra parte, la sorprendente igualdad de los porcentajes a mitad del siglo XVII y del XVIII nos pone de manifiesto la permanencia y estabi­lidad de una situación independientemente de la época y de la institu­ción de acogida, y reduce la idea de que el mercenarismo era una reali­dad extendida a la gran mayoría de las amas y la causa principal de la alta mortalidad registrada entre los niños abandonados. El amamantamiento48 se convierte por tanto, en el fenómeno fun­damental que puede explicar, en parte, las situaciones de anormalidad, asi como la idea de mercenarismo aplicada a aquellas amas que ama­mantan a dos o más de dos niños. Varios trabajos se han centrado sobre el estudio del amamantamiento, pero el problema fundamental reside en el planteamiento realizado por Flandrin, en el que si la breve­dad del intervalo intergenésico se explica cuando el niño muere y la mujer vuelve a recuperar su capacidad de fecundación, habría que pre­guntarse si la muerte del niño no obedece a una nueva concepción de la madre durante el periodo de amamantamiento por no haberlo respe­tado, y a causa del destete prematuro que se le imponía entonces. Pero parece que la mujer que alimenta un niño 48 Varios trabajos se han centrado sobre el problema del amamantamiento: J. VAUGE­LADE, Fécondité, mortalité infantile et allaitement. Sehéma d’analyse, en Population, 2, 1969, p. 343-348; E. et F. VAN DE WALLE, Allaitement, stérilité et eontraeeption: les opi­nions juseu’au XIX’ siecle, en Population, 4-5, 1972; F. FAy-$ALLOIS, Les nourriees Paris au XIX’ siecle, Paris, 1980; C. KLAPISCH-ZUBER, Genitori naturali e genitori da latte nella Firenze del Quattrocento, en Quaderni storici, 44, 1980, p. 543-563; J.-C. PEYRONNET, Les enfants abandonnées et leurs nourrices Limoges au XVIII” siecle, en Revue d’histoire moderne et contemporaine, 23, 1976, p. 418-441; F. LEBRUN, Naissance illégitimes et aban­dons d’enfants en Anjou au XVIII” siecle, en Annales E.S.C., 1972, p. 1183-1189; E. GRENDI, Sistemi de caritá: esposti e internati nella societá di antico regime, en Quaderni storici, 18, 1983, p. 383-577; A. FINÉ, La limitation des naissances dans le sud-ouest de la Franee. Fécondité, allaitement et contraception au Pays de Saut du milieu du XVIII” siecle 1914, en Annales du Midi, 137, avril-juin 1978, p. 153-188; A. FINÉ, Mortalité infantile et allaite­ment dans le sud-ouest de la France au XIX’ siecle, en Annales de démographie historique, 1978, p.81-103. Habria que añadir los trabajos citados en las notas 4,5 y 6. Uno de los mejores trabajos es el de C. CORSINI, La fécondité naturelle de la femme mariée. Le cas des nourrices, en Population, 1974, p. 243-258; llega a la conclusión de que a pesar de las prohibiciones un cierto número de mujeres concebian durante el periodo de amamanta­miento, ver pág. 251 y not 11.

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retarda la recuperación de la ovulación, aunque también existía la prohibición o la creencia de que no se debe tener relaciones sexuales durante el amamantamiento; Van de Wallé sostiene que hasta el siglo XIX se mantendría la continencia cuando la mujer amamantase. Bourdelais y Raulot, en un artículo fun­damental sobre este problema49, cuestionan la tesis de Van de Walle, indicando que la vida conyugal de los campesinos de Ile de France se ve muy poco detenida por la prohibición social mientras dura el ama­mantamiento. Se ha demostrado, por otra parte, que el embarazo no es ni para todas las mujeres ni desde los primeros meses, ablactivo50. También la composición de la leche materna permanece estable a lo, largo del embarazo. Imhof piensa que las madres que amamantan tienen un índice de fertilidad menor con el consiguiente retraso en los intervalos intergenésicos, debido al efecto de la amenorrea del amamantamiento que ofrece a la madre alguna protección frente a nueva concepciones51. Por su parte, M. Godelier opina que el periodo prolongado de lactancia limitaba el número de miembros de una comunidad52. Mc Keown apunta, por el contrario, que la eficacia de la lactancia prolongada en la reducción de la fecundidad ha sido estimada exageradamente53. En efecto, la mortalidad infantil puede acelerar e intensificar la fecundidad a la vez que reducir los intervalos intergenésicos De todas formas, al referirnos a un grupo específico de mujeres: las amas que se ofrecen para amamantar niños a cambio de dinero, aparte de hacerlo normalmente con el suyo, nos lleva a tener en cuenta otros factores como, por ejemplo, el ocultamiento y la posible colaboración entre diversas amas; téngase en cuenta que viven, al menos en la ciudad de Murcia, concentradas en determinadas parroquias e incluso en calles como la de la Gloria (S. Juan) o Árbol del Paraiso (San Antolín). Sin embargo, el problema es saber cómo piensa la sociedad y que medidas se acuerdan en función de la creencia sostenida y acordada por el conjunto social. Sabemos que se les imponían ciertas condiciones y entre ellas, no quedar embarazadas54. Está clara la postura social adoptada, pero también era muy difícil controlar esa realidad. Tenemos referencias que demuestran que el descubrimiento del embarazo significaba quitarle el niño al ama55. Es innegable, por tanto, la existencia de factores mentales en la explicación de los fenómenos de amamanta­miento. Las dificultades para captar la 49 Artículo citado nota 5. 50 BOURDELAIS-J. Y. RAULOT, Des risques de la petite ..., p. 315. 51 A. IMHOF, Introduzione alla demografia storica, Bolonia, 1981, p. 109. 52 M. GODELIER, Antropologia y biología. Hacia una nueva cooperación, Barcelona 1976, p. 68 Y ss. 53 T. McKEOWN, El crecimiento moderno de la población, Barcelona, 1978, p. 29. 54 M. BARBAGLI, Solto lo stesso telto. Mutamenti deUa famiglia in Italia dal XV al secolo, Bolonia, 1983, p. 373. 55 El 6 de marzo de 1601 es abandonado un niño que a los nueve días es tomado por Juana Nuñez, pero cuatro meses más tarde «dejolo el 26 de julio de 1601 por estar preña· da. El 31 de julio de 1601 se llevó este niño su padre» (Archivo histórico de la Administra· ción regional, Murcia, seco Hospital de San Juan de Dios, libro 1601-1603). El 20 de ago­sto de 1601 es abandonado un niño que toma una semana después Catalina Martínez, once meses después «dejolo por estar preñada el 15 de julio de 1602» (Archivo histórico de la Administración regional, Murcia, seco Hospital de San Juan de Dios, libro 1601­1603).

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compleja realidad del fenómeno del amamantamiento son muchas. Sin embargo, es fundamental anali­zar la intensidad y la realidad del mercenarismo. Para ello hay que alterar, en primer lugar, el concepto de tiempo referido a amas que toman uno o varios niños, concretado en meses o años, para pasar a considerar en relación directa con el amamantamiento, el concepto de lactancia. Concepto básico y fundamental y que incide directamente sobre el sentido de mercenarismo, ya que si en un solo periodo de lac­tancia un ama amamanta tres niños, siendo el tiempo de vida de cada uno de ellos de unos meses tan solo y, posteriormente, no aparece como ama, tal vez por no quedar de nuevo embarazada, por muerte, por mejora de situación económica o por otras razones ¿ podríamos hablar del mismo grado de mercenarismo frente a mujeres que, por el intervalo de tiempo transcurrido en tomar a criar varios niños han tenido que emplear, al menos, dos periodos de lactancia y en cada uno de ellos han tomado varios niños? Por tanto, el mercenarismo estará en relación muy directa con el tiempo total de amamantamiento y secun­dariamente con el total del número de niños, ya que aquel dependerá del número de embarazos y de la capacidad de lactancia, teniendo en cuenta que en un solo embarazo pueden amamantarse varios niños, sobre todo si mueren pronto. Ahora bien, hay que tener presente en el tiempo total de amamantamiento el tiempo habitual, que suele ser de 18 meses, antes de que se produzca el destete, también que se pueden amamantar a varios niños a la vez y por último que hay amas que se ofrecen como tales, pero con la finalidad de amamantar sus propios hijos. Así, pues, la definición del concepto de lactancia queda perfecta­mente unida a la de embarazo y tiempo posterior de posible amamanta­miento, con lo cual hay que tener en cuenta, en el interior de este con­cepto, el número de niños que se han tenido durante ese periodo de tiempo pero nunca el número de niños en total. Como con­secuencia, el mercenarismo estará más en relación directa con el nú­mero de niños por lactancia. Pero hay que hacer constar que si el niño sobrevive ello podría conducirnos a error, por lo que si en una nueva lactancia se repite la toma de expósitos, estaremos más cerca de la realidad mercenaria. Incluso el tiempo que transcurre entre la muerte de un niño criado por un ama y la toma de otro, es un índice bastante fiable de la actitud mercenaria del ama, ya que de una posible ayuda económica practicada eventualmente, por una vez, que no se repite, o en cada lactancia con un solo expósito, pasaríamos al consumo de niños como recurso económico, con graves repercusiones sobre sus posibilidades de supervivencia. Hemos considerado una lactancia el total del tiempo empleado en amamantar a uno o varios niños más los intervalos entre niños (si se producen), siempre que no supere los treinta meses; también cuando el intervalo no supera una semana, tiempo límite para que la leche de la mujer, si no se amamanta ningún niño, se le retire, aunque lo más probable es que amamante al suyo y, por tanto, tres, cinco, siete o incluso ocho meses pueden estar dentro de una lactancia; lo cual resulta imposible de saber desde una perspectiva estadística, aunque podamos conocer algunos ejemplos aislados. Por ello, determinados casos 209

ofrecen dudas difícilmente superables; sin embargo, son muy pocos y, por tanto hemos podido utilizar en casi todos los casos y con bastante seguridad el concepto de lactancia aplicado al amamantamiento y al mercenarismo. Para llegar a establecerlo, ha sido necesario individualizar todas las amas de cría mediante la creación de una lista nominativa en una especie de libro-índice, en el que se han ido anotando el número de niños, el tiempo de amamantamiento con cada uno de ellos y el intervalo que transcurre entre dejar un niño y tomar otro. Sumado todo este tiempo tendremos un teórico tiempo total de amamantamiento que, junto con el intervalo, sirve para poder establecer el número de lactancias, independientemente del número de niños amamantados en cada una de ellas. Para poder individualizar mejor a las amas y evitar los problemas de homonimia, se ha anotado también el nombre del marido del ama, su profesión, cuando se indica­ba, y el lugar de residencia. Respecto al niño hemos indicado, cuando era posible, su destino o muerte, adopción, prohijamiento, cambio de ama, recogido por sus padres o devolución al torno. De las 51 amas que crían dos niños entre 1650-69 en el hospital de S. Juan de Dios, 30 de ellas, teniendo en cuenta el intervalo de tiempo sobre el prime­ro y el segundo niño y las precauciones ya apuntadas, los amaman­tan en una sola lactancia. La ausencia de intervalo entre el primero y el segundo niño en 5 casos56 o el tomar en dos ocasiones los dos niños el mismo día57 y en otras cuatro dejar un niño y tomar otro el mismo día58, nos coloca, en 11 de los 30 ejemplos en los que las amas crían a dos niños en una sola lactancia, en la zona de mercena­rismo más fuerte, 56 En un caso, Agustina García, casada, y que vive en la placeta de Azcoitia, el segun­do niño lo tiene en el mismo periodo de tiempo que el primero e incluso muere antes, el 12 de abril de 1662, frente al 8 de junio del mismo año en que fallece el que cogió prime­ro. Otro caso distinto es el de Maria Lozano, casada y con residencia en Fortuna, locali­dad del campo murciano, a 20 km de la capital del reino en dirección al de Valencia, quien toma el segundo niño cuando todavía tenía el primero, pero hacía un año y 5 días que le criaba, con lo que es de suponer que le destetase y entonces tomase al segundo, el cual corre mejor suerte y es adoptado 10 meses más tarde, exactamente el 14 de diciem­bre de 1662. Mucho más corto es el tiempo de permanencia conjunta de 2 niños en el caso de la viuda Beatriz de Sandoval, prácticamente cuando el niño va a morir toma otro. El 12 de septiembre de 1653 muere el que habia sacado el 19 de mayo del mismo año, 3 días antes saca el segundo, que prohijó el 12 de enero de 1655. También tres días tiene a 2 niños la mujer de Bartolomé Navarro, Maria Gimenez, quienes viven en la huerta. El primer niño vive un mes y dos días, y el segundo tan solo 11 días, del 27 de agosto de 1667 hasta el 8 de septiembre de 1667. Tan solo durante un día, Maria de Villena, casada con Juan de Yebes, y que vive en casa de D. Geronimo lo amamanta 6 días y muere el 1 de febrero de 1667, el segundo lo toma el 31 de enero de 1667 y desconocemos su desti­no. 57 En el primer caso, 1652, uno muere a los 27 días y el segundo al cabo del año; en 1657, carecemos de información sobre destino posterior de los niños. 58 La suerte de los niños es muy dispar. Veamos algunos casos: a Inés Guerra, soltera que vive en Trapería, se le muere el 9 de agosto de 1656 un niño que lo había tomado 20 días antes, saca otro pero desconocemos que sucedió con él; Beatriz de Musas, casada que vive en la huerta dentro de la jurisdicción de Santa Maria, toma un niño el 6 de noviembre de 1662 y se le murió a los 15 días; el segundo, cogido también ese mismo día muere tras 19 de permanencia en casa de Beatriz de Musas. Su nombre desaparece. Tam­poco volvemos a encontrar a Juana Pérez tomando más niños, tras dejar destetado en el torno al primero del que tenemos constancia, después de haberle tenido 9 meses; estaba casada con Alonso Cascales y ambos vecinos de Fortuna.

210

al menos con mayor intensidad que en los 21 casos restantes en que los dos niños son criados por la misma ama, pero en una sola lactancia cada niño. Hay que tener en cuenta que en 11 ocasiones son tan solo días lo que separa la toma del segundo niño; en 8 el intervalo supera el mes, más exactamente entre 5 y 10 meses, lo cual es relativamente significativo porque el ama puede en ese intervalo estar amamantando a su propio hijo y, por tanto, el segun­do niño quedaría englobado en la misma lactancia. Lo que sí resulta evidente es la disminución y menor consideración de mercenarismo desde el momento en que cada uno de los dos niños amamantados por el ama se encuentran en lactancias distintas. El intervalo de tiempo es lo que obliga a considerarlo así, en ocasiones llega hasta 7 y 9 años. Aunque desconocemos el destino de muchos de estos niños parece que la mortalidad es menor y, desde luego, hay un mayor número de adopciones y prohijamientos y también devoluciones a la madre. Independientemente del destino, que desconocemos, del 40% de estos niños tenemos la seguridad de que el 30% murieron, cifra que se eleva hasta el 40% cuando se trata de amas que, aparte del número de lactancias, han tenido 3 o más niños. Nos encontramos entonces en una zona teóricamente de mayor mercenarismo; varios hechos lo de­muestran; por ejemplo que al ama Ana López se le quite un niño por tenerlo maltratado y llagado59; es significativa la muerte de los tres niños que toma Catalina Prado entre el 30-X-1664 y el 9-IV-1667, y tal vez en una lactancia, ya que el tiempo total es de 2 años, 5 meses y 9 días y el intervalo entre un niño y otro es de 7 días. En una situación parecida se encontraría Isabel Mateo, quien de los 4 niños que toma: del primero se desconoce su destino pero los tres restantes murieron60. También mueren los tres últimos niños que toma el ama María Galian, mujer de Juan Fernández, quienes viven en la calle de Balboa, parro­quia de San Nicolas (en 1650, pues en 1661 indica que vive en la calle de la Calderería en la parroquia de S. Antolín), que registra un tiempo total de amamantamiento de 13 años, 3 meses y 6 días (l3-XI-1650 y 21-11-1664), y tomó a 7 niños en 4 lactancias; aparte de la muerte de los tres últimos, al primero lo devolvió al torno, del segundo y el tercero desconocemos sus destinos y el cuarto lo dejó también en el torno. Podríamos seguir citando varios ejemplos más, como el de Catalina Sajer, quien a lo largo de 3 años, 9 meses y 22 días amamanta a 4 niños en 3 lactancias siendo el destino del primero la muerte y desconocemos el de los otros tres, pero el resultado sería muy parecido. Al poner en relación el número de niños con el de lactancias surgen diferencias muy grandes que de otra forma no hubiesemos detectado; por ejemplo, entre María Pérez quien toma 3 niños pero lo hace en tres lactancias61 o Luisa Cabreta, de La Ñora, que en cuatro lactancias amamanta 59 Eso ocurre el 30 de julio de 1660, el niño murió el 1 de septiembre de ese año, pero tal vez lo más significativo es que mes y medio después se le da otro niño. 60 El total de tiempo fué 11 años, 10 meses y 5 días, entre d 10 de junio de 1658 y el 5 de abril de 1670. 61 El 3 de mayo de 1654 toma el primero, lo deja el 10 de noviembre de 1651, desco­nocemos si lo devuelve al torno o es que cambia de ama; el segundo niño lo toma el 27 de julio de 1655, posible, por tanto, gracias a un nuevo embarazo y consiguiente periodo posterior de la lactancia, lo deja al

211

a 4 niños frente a Francisca Hernández Ribera, quien en una sola lactancia amamanta a tres niños. Los intervalos de 5 días entre el primero y el segundo (29XII-1650 y 3-1-1651), y de 9 entre el segundo y el tercero (26-I1-1651 y 7-III-1651) son significativos del sentido de aprovechamiento que otorga a sus recursos biológicos. El resultado es que en tan solo 3 meses y 15 días ha amamantado a tres niños, aparte, posiblemente, del suyo, pero con la muerte de todos ellos como resultado. Caso parecido es el de Juana Martínez, con residencia en S. Lorenzo, que amamanta durante 8 meses y 19 días (5-II-1651 y 24-X-1651) a 4 niños en un solo periodo de lactancia. La continua repetición y toma de niños demuestra el carácter mercenario del ama y su deseo de obtener unos beneficios económicos extras. Pese a ello, si nos guiásemos por el número de niños amamantados por cada ama nuestra conclusión sería errónea ya que, en definitiva, tan sentido de mercenarismo tiene quien en cada periodo de lactancia aprovecha para criar un niño ajeno a cambio de dinero como quien en una lactancia toma tres o cuatro niños, posiblemente porque los devuelve al torno o se le hayan muerto. Tengamos en cuenta que lo mismo ganaría un ama teniendo un solo niño durante 1 año y medio, que si en ese periodo ha tenido que devolverlo o se le han muerto. Sin embargo, mientras que para aquellas amas que amamantan un solo niño pueden ofrecerse explicaciones que no sea el simple mercenarismo –bien porque el ama sea la propia madre, un familiar cercano u otra razón–, para aquellas que toman a más de un niño no puede hallarse otra razón que la cobranza de los reales que se les ofrecían. Teniendo en cuenta que las amas que amamantan un solo niño superan el 80% del total, el mercenarismo se vería relegado a menos del 20% de las amas. De todas formas, es necesario entrar en una fase de gradación o mayor o menor consideración de mercenarismo, en cuyo caso el cociente a establecer entre el número de niños amamantados y el número de lactancias nos puede ofrecer una cifra teórica e irreal, como todas las medias, pero al menos indicativa. En la que, además, se prima el número de niños por lactancia, ya que cuanto más se aproxime a la unidad se estará más cerca del niño por lactancia y, por tanto, en teoría, de un grado distinto de mercenarismo, mientras que conforme se incrementa hasta llegar a 3 o 4 puntos, supone 3 o 4 niños en cada lactancia. También hay que tener en cuenta que el cociente resultante es una media teórica en tanto que reduce, por ejemplo, al mismo resultado 6 niños en 4 lactancias = 1’50, que 3 niños en 2 lactancias = 1’50. Pese a todo, está claro que aunque se prime en este cociente el número de niños por ‘ama, la repetición y el tomar 1 niño en cada periodo de lactancia es igualmente una forma de merce­narismo. Ni mayor ni menor, ya que establecer gradaciones y escalas en una problemática social en la que influyen factores tan complejos como las necesidades económicas, el modo de vida, las costumbres sociales, consideracabo de 9 meses y 16 diás: 13 de mayo de 1656, al cabo de este tiempo muere; al tercer niño lo toma el 17 de junio de 1660, pero 8 días después cambia de ama. Está claro el aprovechamiento biólógico que Maria Pérez hace de sus recursos en cada ocasión que le es posible.

212

ciones mentales y culturales sobre el abandono y el amamantamiento, la actitud y el verdadero cariño y amor hacia el niño, es muy difícil y en la que, por otra parte, existen ejemplos muy diversos y muy particulares que convierten en difícilmente generaliza­ble cualquier conclusión. El resultado es el siguiente, y sirve para indi­carnos la zona media en la que se sitúa el número de niños amamanta­dos por un ama según el número de lactancias. (Ver Cuadro n° 4). Cuadro n° 4 Mercenarismo y cociente de amamantamiento 1650-1669 (Hospital de S. Juan de Dios) Nombre ama

N° Niños

N° Lactancias

Cociente

Luisa Cabrera

4

4

1

Micaela Guardia

3

3

1

Maria Pérez

3

3

1

Maria Cantera

4

3

1’33

Isabel Mateo

4

3

1’33

Catalina Sajer

4

3

1 ‘33

Isabel de Castañeda

3

2

1’50

Maria de Cardenas

3

2

1’50

Ana Cutillas

3

2

1’50

Esperanza García

3

2

1’50

Maria de Gea

3

2

1’50

Ana Rubio

3

2

1’50

Catalina de Roda

3

2

1’50

Maria Ortigosa

3

2

1’50

Baltasara Palazón

3

2

1’50

María Galian

7

4

1’75

Ana López

4

2

2

Isabel Moreno

4

2

2

Juana Cascales

3

1

3

Francisca Hernández

3

1

3

4

1

4

Ribera Juana Martínez

213

Casi un 43%, 9 en total, han amamantado a 3 niños en dos lactan­cias. En esta zona se en contraria el nivel medio del mercenarismo con casos extremos en ambos márgenes, tanto de quienes en una lactancia amamantan 3 o 4 niños como quienes en 4 lactancias amamantan a uno por lactancia. El tiempo total de amamantamiento varia mucho pero siempre está en relación directa con el número de lactancias. Para completar esta información y verificar, en la medida en que ello es posible, la fiabilidad del sondeo compararemos en el cuadro n° 5 el número de lactancias de cada ama con el tiempo de amamantamiento y el año de comienzo y final en que aparecen las distintas amas dentro del periodo cronológico estudiado; hay que tener en cuenta que la media de edad de las amas de leche podría oscilar entre 20 y 25 años hasta los 35, aproximadamente, y que el final del periodo de fertilidad femenino se situa entre los 40 y 45 años. Aquellas amas que durante 4 o más años hayan estado amamantando niños y se encuentren separadas de las fechas límite 4 años, se podría considerar que han tenido el número de lactancias posibles. Hemos señalado con un asterisco aque­llas amas que cumplen estos requisitos: 9 sobre 21, con lo que la repre­sentatividad estaria alrededor del 43,%. Para una más fácil compara­ción hemos seguido el orden alfabético establecido por el cociente niños amamantados-lactancias. Convirtiendo en meses el tiempo total de amamantamiento de las amas y dividiendolo por el número de amas, nos daría una hipotética cifra media de amamantamiento que estaría en 5 años y 5 meses, aproximadamente. Si esta es la conclusión que se obtiene en el siglo XVII ¿cuál es la situación en la siguiente centuria? ¿Se ha producido algún cambio notable respecto al sentido del mercenarismo tal y como lo hemos ana­lizado entre 1650-1669? Este segundo sondeo lo hemos realizado en la Institución que fun­dó Belluga: Inclusa, entre 1746-59. El número de amas que toma dos niños a lo largo del periodo es de 44, que suponen el 13% del total de amas; en 19 casos, los dos niños son amamantados en una sola lactan­cia. En cuanto a los intervalos, en seis ocasiones el ama tiene dos niños a la vez, y en los seis el primero muere y queda solo con el segundo. El tiempo que permanecen juntos es de tres dias, en dos ocasiones, 8, 17, 20 días y un mes. En tres ocasiones muere también el segundo niño62.

62 Catalina Morata, que vive en San Juan y su marido es jornalero, pierde el segundo niño tras cuatro meses de amamantarlo; a Josefa Ayala, cuyo marido es trabajador, se le muere el segundo niño tras un mes; lo mismo le sucede a Catalina Bernabé, quien también vive en la parroquia de San Juan, su marido es mayoral de ganado y tras 17 días se le muere el segundo niño. Por el año en que se produce la muerte: 1654, 1658, 1659, podrian, en años posteriores a los comprendidos en el sondeo, volver a tomar niños.

214

Cuadro n° 5 Hospital 1650-1669 Nombre ama

N° Lactancias

Tiempo total de Am.

Comienzo- Fin

Luisa Cabrera

4

9a. 8m.25d.

1657-1667 *

Micaela Guardia

3

3a. 7m.

1654-1658 *

María Pérez

3

9a. lm.22d.

1651-1660 *

Maria Cantera

3

13a. 7m.21d.

1653-1666 *

Isabel Mateo

3

lla.lOm. 5d.

1658-1670*

Catalina Sajer

3

3a. 9m.22d.

1651-1654

Isabel de Castañeda

2

Maria de Cardenas

2

Ana Cutillas

2

Esperanza Garcia

2

2a. 2m. 5d.

1651-1653

Maria de Gea

2

4a. lm.17d.

1660-1664

Ana Rubio

2

4a. 9m.29d.

1650-1655

Catalina de Roda

2

4a. 2m. 6d.

1650-1654

Maria Ortigosa

2

Baltasara Palazón

2

Maria Galián

4

Ana López

2

6a. 5m.13d.

1654-1660 *

Isabel Moreno

2

5a. lm.6d.

1664-1669

Juana Cascales

1

meses

Fa Hernández Ribera

1

3m.15d.

1651

Juana Martinez

1

8m.19d.

1651

8a.

20d.

4a.llm.20d. 3a.8m.

4a.l0.25d. 5a. 4m.22d. 13a. 3m.6d.

1652-1660 * 1651-1656 1661-1664

1659-1664 * 1650-1664 1650-1664 *

1659

Teresa Martínez, casada con un jornalero adoptará el segundo niño tras año y medio y 20 días de haber tenido a dos. En los restantes casos el intervalo es de tan solo días, de todas formas como ya hemos señala­do en el caso del hospital, un plazo de 7 días sin amamantar un niño significaría la retirada de la leche, con lo que en los casos en que ese plazo se supera el ama amamanta sólo a su hijo. El destino de esos 41 niños es la muerte en el 58’5% de los casos (24), en el 31’7% (13), desco­nocemos lo que les ocurrió y sabemos que tres fueron adoptados por las amas y uno es devuelto al torno. Cifras que si las compa-

215

Cuadro n° 6 Mercenarismo y cociente de amamantamiento: 1746-1759 (inclusa) Nombre ama

N° Niños

N° Lactancias

Cociente

Maria de Murcia

3

3

1

Tomasa Pérez

3

3

1

Isabel Pérez

4

4

1

Francisca Asensio

4

3

1’33

Alfonsa Marin

4

3

1’33

Josefa Ferrer

3

2

1’50

Maria Gómez

3

2

1’50

Maria Gallego

3

2

1’50

Rosa Lopez

6

4

1’50

Teresa Martínez

3

2

1’50

María Párraga

3

2

1’50

Ana Ugena

3

2

1’50

Isabel Sánchez

S

3

1’66

Gerarda Ortiz

3

1

3

Josefa Sáez

3

1

3

ramos con lo que sucede a mitad del siglo XVII puede dar la impresión, pues el 70% murió en aquellas fechas, que se ha producido una mejora en el siglo XVIII, aunque si sumamos los porcentajes de los que desconoce­mos su suerte, parte de los cuales probablemente moriria, el porcentaje de los niños fallecidos estaría alrededor de esos dos tercios del siglo XVII. Es evidente que tomar dos niños en una sola lactancia les condu­ce casi irremediablemente a la muerte. Por el contrario cuando se trata de dos lactancias, la mortalidad disminuye y las posibilidades de vida de los niños aumentan, incluso dos llegan a 6 años y pasan al colegio, otros dos son adoptados, uno por el ama y el otro por gente distinta. El porcentaje de los que conocemos que murieron ha descendido al 39’ 5%, aunque de la mitad de los niños (24) no sabemos su destino, lo que ele­ varía el porcentaje real de fallecidos. Lógicamente el intervalo de tiem­po entre el primero y segundo niño aumenta. Es significativo el hecho de que mueran más niños en la primera lactancia que en la segunda, 11 frente a 8, lo que sería poco representativo si no se diese la circunstan­cia de que los dos niños adoptados y los dos que pasan al colegio son tomados en la segunda lactancia. Por otra parte, el tiempo total com­prendido entre las dos lactancias, en estos 216

217

2 2 2 2 2 1 1

María Gallego

Teresa Martínez

María Párraga

Ana Ugena

Gerarda Ortiz

Josefa Sáez

3

Alfonsa Marín

María Gómez

3

Francisca Asensio

2

3

Tomasa Pérez

Josefa Ferrer

3

Maria de Murcia

3

4

Rosa López

Isabel Sánchez

4

N° Lactancia

Isabel Pérez

Nombre ama

- meses,

- meses, 5 días

3 días

- años, 7 meses, 15 días

2 años, 8 meses, 22 días

3 años, 5 meses, -

2 años, 5 meses, 27 días

6 años, 9 meses, 24 días

5 años, 2 meses, 12 días

9 años, 6 meses, 15 días

4 años, 6 meses, -

8 años, 7 meses, -

5 años,

13 años,

7 años, 10 meses, 11 días

9 años, 1 meses,

13 años, 2 meses, 15 días

7 años, 9 meses, 11 días

Tiempo total amamanta.

Cuadro n° 7 Lactancia y periodo de amamantamiento: 1746-59 (Inclusa)

- 1750

1755-1758

1757-1760

1756-1758

1747-1754

1751-1756

1749-1759

1747-1752

1754-1762

1749-1754

1749-1762

1748-1756

1749-1758

1747-1760

1752-1759

Comienzo-Fin

casos, supera los 8 años, concretamente 8 años 9 meses en el caso de Agueda Lorca, cuyo segun­do niño lo tiene hasta que pasa al colegio; 8 años y 7 meses en Agueda Peña, cuyo segundo niño, el primero había muerto, es adoptado por otras personas; y 11 años y 10 meses, el tiempo máximo, en el caso de Tomasa Jiménez cuyo segundo niño pasa al colegio. Periodos de tiempo que probablemente signifiquen, o al menos esten muy cercanos, al final del periodo de fertilidad femenina y sea, por tanto, la última posibilidad de tomar niños. O también se puede dar el caso de Juana de Ante­quera, casada con un jornalero, adopta el segundo niño por: «no tener hijos ni posibilidad». Los intervalos de tiempo entre tomar el primero y el segundo dicen muy poco, pues son, respectivamente, de dos años y 8 meses, 1 año y 10 meses y 4 años y 10 meses. Lo importante es la rela­ción entre un elevado tiempo total de amamantamiento y una mortali­dad inferior y mayores posibilidades de vida, que colocan el sentido de mercenarismo, al repetir en cada lactancia la toma de un niño, en un grado bastante débil. Muy diferente, al igual que ocurria en el hospital en el siglo XVII, es la situación de la Inclusa con aquellas amas que amamantan tres o más niños. De los 57 que se encuentran en esta situa­ción, 26 (45’61 %) se desconoce su destino y sólo dos sabemos que son devueltos al torno, dos pasan al colegio y otros dos son adoptados. Nos encontramos en una situación muy semejante a la que ocurre un siglo antes en el Hospital de San Juan de Dios. Gerarda Ortiz y Josefa Saez tomaron tres niños en una sola lactancia, en ambos casos sabemos que los dos primeros niños murieron, mientras que para el tercero descono­cemos su destino. Dos amas amamantan a 3 niños en una sola lactan­cia, seis amamantan a 3 niños también, pero en dos lactancias; después hay 5 amas que en 3 lactancias amamantan: una a 5 niños y las otras cuatro a cuatro niños cada una; dos amas aparecen con cuatro perio­dos de lactancia, una amamanta a 6 niños, se trata de Rosa Lopez, esposa de un jornalero que viven en la parroquia de San Juan; la otra es Isabel Perez, esposa de un pastor que trabaja para la Compañía de Jesús, quienes también viven en San Juan y que amamanta a cuatro niños. Lógicamente el tiempo total de amamantamiento es muy elevado en estos dos casos, 13 años, 2 meses y 15 días para Rosa López y 7 años, 9 meses y 11 días para Isabel Pérez; los mínimos corresponden a quienes en una sola lactancia amamantan a 3 niños, como Josefa Saez, 7 meses y 15 días. Los casi cuatro años (3 años y 11 meses) de Gerarda Ortiz obedecen a que al tercer niño lo coge destetado con lo que en realidad debería de incluirse en el grupo de dos niños. El cuadro N° 6 sobre el cociente y número de niños y de lactancias permite deducir una franja media situada, al igual que ocurria en el hospital, a mitad, del siglo XVII, en dos lactancias y 3 niños. Siete amas de 15 estan dentro de este grupo. Que la causa sea lo años que comprende el sondeo es posible, pero nuevamente la hipotética media del tiempo total de amamantamiento: 6 años y 6 meses –1 año y 1 mes más alta que en el siglo XVII–, se aproxima mucho a la que ofrecen las amas con dos lactancias; de todas formas el grado de representatividad en este ejemplo del siglo XVIII se reduce al disminuir el número de años del sondeo. 218

La consecuencia de esta situación es que, efectivamente, nos encontramos en plena práctica mercenaria con consecuencias muy negativas para la supervivencia de los niños abandonados, pero a la vez es necesario rectificar la idea de un mercenarismo extendido y generaliza­do a la totalidad de las mujeres que se ofrecen para criar un niño. Ten­gamos en cuenta que en el hospital de San Juan de Dios en el siglo XVII, las amas con tres o más de tres niños amamantados sólo suponen el 5’62% y en el siglo XVIII en la Inclusa el 4’73%. Y de estas cifras, incluso en algunos casos habría que matizar el sentido de mercenaris­mo. CONCLUSIÓN Demóstrada suficientemente en la sociedad europea del Antiguo Régimen la universalidad del fenómeno del abandono y sus graves con­secuencias, dos hechos llaman la atención: en primer lugar la respon­sabilidad que en los elevados porcentajes de mortalidad tienen todos los aspectos que acompañan al abandono; desde las propias condicio­nes en que es abandonado el niño, su llegada e ingreso en la institución de acogida, hasta el tiempo que transcurre mientras un ama se hace cargo, definitivamente, de su cuidado y alimentación. Esta serie de pasos que se dan antes de que un ama comience su trabajo pueden explicar, en nuestra opinión, los elevados porcentajes de mortalidad y que sea durante el primer mes, sobre todo, cuando se produzcan. En segundo lugar, la historiografía ha transmitido, en relación casi directa con el fenómeno de la exposición y de la alta mortalidad, el concepto de mercenarismo. Y es cierto, algunas mujeres utilizaban los recursos biológicos que cada parto les suponía para tomar uno o varios niños mientras pudiesen, e incluso engañaban y ocultaban el mal estado del niño, su muerte o su embarazo, con tal de cobrar el dinero que las instituciones les abonaban mensualmente. Un verdadero mercenarismo se produce en determinadas capas sociales, concentradas en barrios marginales de los núcleos urbanos e incluso en alguna calle concreta de los mismos. Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto el fenó­meno es extensible al conjunto de mujeres que se ofrecen como amas de cria. ¿Es realmente culpable el mercenarismo y hasta donde de la fuerte mortalidad que se registra entre los niños abandonados? La rela­ción entre abandono y amamantamiento es tan estrecha y fundamental como lo es la continuidad en la alimentación del niño, independiente­mente de la relación consanguínea o no del pecho que le amamante. Hemos señalado la existencia de factores mentales y culturales para entender el fenómeno del amamantamiento, sobre todo desde el punto de vista de un nuevo embarazo con el riesgo de que se retire la leche y corra peligro la vida del niño ante la necesidad de un destete prematu­ro. Otros factores culturales entran también en juego a la hora de intentar explicar la fuerte mortalidad y el mercenarismo o no de las amas. Una mayor preocupación de la sociedad y un cambio de actitud hacia el niño, según la tesis de Philips Ariés, estaría en contradicción con el fuerte crecimiento del abandono que se produce en el curso del siglo XVIII. De todas formas, en España se percibe una 219

mayor preocu­pación por parte de las autoridades ante el elevado desarrollo del fenó­meno. Larquié apunta para el caso de Madrid una emergencia del amor por parte de las amas a causa de un elevado porcentaje que adop­tan los niños que amamantan. Fenómeno que se contradice con la opi­nión de Alvarez Santaló para Sevilla, quien subraya la falta de relación afectiva entre el ama y el niño. Y con los datos de Murcia, ya que un determinado número de adopciones, resulta difícil precisar cuantos fueron con exactitud, debieron de ser recuperaciones encubiertas. En el periodo 1630-1721 el 40% (87) de las adopciones son realizadas por amas. Es imposible saber cuantas de ellas eran realmente sus madres, pero también es cierto que tan solo las motivaciones sentimentales no pueden explicar una cifra tan elevada. Como no puede explicarse que el 37’36% de amas adopten niños en Madrid entre 1650-1700 y la causa sea una corriente de amor por parte de aquellas63. 14 niños de los 16 que en Murcia son adoptados por amas en los años 1659 y 1660 tuvie­ron una sola ama, que fue quien les adoptó pasado el periodo de lac­tancias y fueron recogidos por éstas en los primeros días de su ingreso, algunos de ellos incluso el mismo día. El hecho de que algunas amas sean las madres de los niños viene demostrado por la práctica, hasta cierto punto habitual, de abandonar a los propios hijos para ofrecerse, posteriormente, como amas y así recibir una ayuda económica64. Resul­ta difícil argumentar en uno u otro sentido, ya que son muchos los fac­tores a tener en cuenta pero, al menos, los ejemplos murcianos que hemos estudiado demuestran, claramente, que frente a la hipótesis de Shorter: indiferencia de las madres, o el amor de las amas en Madrid, la suma del porcentaje de niños recuperados por sus familiares y adop­tados, aunque no alcanzan en total el 8%65 sí que reduce la idea de merce63 C. LARQUIÉ, ob. cit., ver el apartado, «L’émergence de l’amour», p. 141-144. En su trabajo sobre: Les milieux nourriciers ... arto cit. (ver nota 8) en la página 235 y concretamente en la nota 10 dice que la adopción de incluseros por sus amas implica algo más que interés económico. Sin duda una afección, una sensibilidad una visión de la infancia particularmente atenta. Y nosotros preguntariamos ¿no sería que muchas eran sus madres? Hasta qué punto podriamos hablar de amor, no ya en las amas, sino en las propias madres ante ejemplos como el de un niño, que evidentemente puede ser una excepción, depositado el 12 de noviembre de 1660 con tres meses de edad y en el que se registra la siguiente anotación en el correspondiente libro: «apareció su madre y se lo llevó. La cual se habia entrado a criar en una casa particular y la despidieron, y se supo cómo para el dicho efecto habia echado a su hijo en el torno, y se le apremió para que se lo llevase como dicho es» (Archivo Histórico de la Administración Regional, Murcia, sec. Hospital de San Juan de Dios, libro 1650-1693). 64 En algunos casos esta peculiaridad quedaba anotada en los libros de registro de entrada. Por ejemplo, el 26 de abril de 1662 ingresa una niña que es entregada a los dos días al ama Catalina Fernández, casada, pero se descubrió que era la madre de la niña se le quiso quitar, pero se quedó con ella a su costa. El 30 de mayo de 1695, es echado al torno un niño y tres días después «vino una mujer que delató ser su hijo y de un hombre casado y que se le queria llevar. Dió bastantes señas y testigos de ser su madre y se lo llevó» (Archivo Histórico de la Administración Regional, Murcia, sec. Hospital de San Juan de Dios, libro 1693-1711). A veces las informaciones son más escuetas: «pareció su padre y no se paga» (1691) «se lo llevó su madre» (1631) «se lo llevó su madre que era la dicha ama» (1630), etc. (las citas estan extraidas del Archivo Histórico de la Administra­ción Regional, Sec. Hospital de San Juan de Dios, libros 1629-1650 y 1650-1693). 65 El número de niños adoptados en el periodo 1630-1721 se eleva a 223, lo que signi­fica un 6,03% sobre el total de ingresados. El porcentaje de los que son recuperados por sus familiares es del

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narismo, que queda muy matizada si tenemos en cuenta que en la cara opuesta de la relación abandono-amamantamiento, las amas que en una o varias lactancias amamantan dos o más niños e incluso en cada lactancia toman algún niño oscilan alrededor del 5% con lo que el mercenarismo entendido como profesión y recurso continuado debe de quedar, primero: reducido a un número escaso de amas y, segundo: es un fenómeno con diversas gradaciones e intensidades dificil de deter­minar. Pero lo que sí resulta una conclusión firme y que se constata en Murcia, e igualmente en Madrid o Sevilla es, por una parte, la relación entre las amas que tiene cada niño, que no llegan a dos pero superan el uno, y el número de niños que tiene cada ama, en el 80% de los casos es uno. Nos encontramos, pues, ante una banda que oscila alrededor del 80% en la que cada ama toma a un niño y, o bien muere, lo devuelve o permanece con él hasta el destete e incluso después. La fuerte mortali­dad se encuentra, pues, en todo lo que rodea a la entrega, llegada a la institución y paso al ama en los primeros días y meses de vida del niño, y en el auténtico mercenarismo pero de un 5% de amas, no en el resto. Dirigir la investigación a confirmar estas hipótesis en otros lugares y en el tránsito del XVIII al XIX; estudiar asimismo en profundidad la relación abandono-amamantamiento y los problemas culturales y men­tales en relación tanto con el amamantamiento como con los distintos grupos sociales es, no solo una propuesta de investigación, sino una verdadera necesidad para integrar el problema de los niños abandona­dos en el análisis familiar y social de los reinos hispánicos durante el Antiguo Régimen.

1,52% (ver. R. FRESNEDA-R. ELGARRISTA, Aproximación al estudio de la identidad familiar: el abandono y la adopción de expósitos en Murcial (1601-1721), en Familia y sociedad en el Mediterráneo occidental. Siglos XVI-XIX (ed. F. Chacón), Universi­dad de Murcia, 1987, p. 104. El porcentaje global de recuperaciones y adopciones es de 7,57%.

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HISTORIA DE GRUPOS: PARENTESCO, FAMILIAS, CLIENTELAS, LINAJES1

Clío, Sísifo y Penélope ...1, tres personajes en busca de un autor. Parece como si el historiador se encontrase permanentemente atrapado entre la complejidad de la realidad y la enorme dificultad, a la vez que necesidad, de ofrecer a la sociedad una interpretación para así concederle a los acontecimientos el sentido de historicidad; es decir, en cada generación el historiador se encuentra condenado a volver a tejer el hilo de la historia a la vez que intenta levantar, de nuevo, el velo que origina el paso del tiempo en la memoria. El presente se convierte así en una cima por cuya pendiente asciende la interpretación del pasado pero que cae rodando a la búsqueda de sus orígenes justo cuando ha estado a punto de alcanzar el cielo donde se encuentra su musa: Clío. Esa vuelta a empezar se asemeja al telar de Penélope en el que se tejen contenidos, hipótesis e interpretaciones que al contribuir a un avance en el proceso de conocimiento rompe el sentido cíclico de los mitos clásicos a la vez que demuestra la necesidad de reflexionar sobre temas ya estudiados pero con nuevas herramientas teóricas que hacen que la piedra que asciende por la vertiente o el hilo con el que se teje un vestido sean productos nuevos pero enriquecidos y con mayor conocimiento. Sirva esta metáfora para manifestar la necesidad de aportar nuevas sugerencias desde la renovación historiográfica y metodológica y poder profundizar así sobre in­terrogantes no resueltos y debates que, como el de los años sesenta sobre órdenes-clases en pleno predominio y hegemonía de la historiografia de Annales y de la corriente del materialismo histórico, se plantearon más en un marco de confrontación ideológica propio de la situación internacional de guerra fría y enfrentamiento de bloques, que en el sentido propiamente histórico. Al contrario que el debate sobre clases, el análisis y estudio de grupos sociales no ha constituido nunca un punto de referencia unitario, ni el debate historiográfico se ha planteado alrededor de su significado, diversidad y heterogeneidad. El término 1 El presente trabajo ha sido posible gracias al apoyo de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica, y se inserta dentro del proyecto de investigación PB97-1058. Familias. Nuevas perspectivas sobre la estructura social en la España meridional: ciclo de vida, trayectoria e identidades familiares y reproducción sociocultural.

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grupo no guarda relación con la realidad de una sociedad organizada en cuerpos y que tiene en la familia, el linaje y el parentesco su forma de organización y estructura básica. Sin embargo, no se puede negar unos intereses semejantes que pueden dar lugar a una expresión conjunta de los mismos. Si consideramos que no estamos ante un concepto que pueda proyectarse teóricamente sobre un determinado campo empírico sino que se trata más bien de un término descriptivo que refleja agrupamiento o unión de personas por motivos diversos, y que tampoco procede un análisis de conjunto, nuestro enfoque se dirigirá por una parte hacia las realidades sociales próximas: familia, linaje, parentesco y, en segundo lugar, hacia el sistema de relaciones y de reciprocidad que refleja tensiones, conflictos, equilibrios y, en consecuencia, las formas y la explicación de la organización social. El análisis y estudio de ésta y del sistema que rige sus mecanismos de funcionamiento, es uno de los problemas clásicos y a la vez más apasionantes de la historia en general y de la historia social en particular. Por otra parte, las revisiones y nuevas miradas sobre el pasado por parte de la generación presente son necesarias y obligadas para escapar de la sensación de encontrarnos atrapados entre lo general y lo particular, entre lo universal y lo local o entre lo macro y lo micro; especialmente cuando se trata de analizar, explicar y desentrañar los distintos factores y las múltiples interacciones del complejo proceso social de una comunidad en la larga duración, máxime si es una sociedad que, como la castellana, vive en una permanente situación de contradicción. Sin embargo, no nos encontramos ni ante un problema de escalas ni tampoco de fuentes, sino más bien de interpretación y análisis del pasado desde la trayectoria, el ciclo de vida, el pensamiento de un determinado individuo, o bien, desde el funcionamiento de una institución o de un determinado grupo o clase social. Se trata de reconstruir la inserción social de los individuos a través del parentesco, las alianzas de todo tipo, la sociabilidad, la estrategia y la trayectoria, el empleo de intermediarios, las relaciones de patronazgo y clientela. Es preciso com­prender y explicar de qué manera se ponen en relación las distintas instancias del conjunto social, cómo se produce la articulación entre ellas o qué niveles de jerarquización existen en su interior. En este sentido es necesario subrayar el papel que el grupo familiar tiene en su espacio social originario y también la posibilidad de convertirse en un vehículo institucional desde el cuál entra en relación con otras instituciones. Ello significa que debemos orientar nuestro análisis hacia el estudio de las relaciones sociales en el pasado para así explicar, precisamente, las instituciones, los grupos sociales y el papel de la organización social. Pero no se puede hablar de un conjunto único de fenómenos determi­nando y condicionando las formas de organización social y sus cambios y transformaciones; se trata, más bien, de una pluralidad de fenómenos de naturaleza diferente que coexisten en el mismo espacio social y evolucionan según sus propias lógicas. Con ser significativos los avances teóricos que se han logrado, en realidad debemos a la introducción de categorías analíticas como cambio social y su 224

proyección sobre el orden social existente, y a la incorporación de conceptos procedentes de la sociología histórica: reproducción y movilidad social, que se esté produciendo una amplia reflexión a la vez que un intenso debate. Explicar el proceso que sufre la organización social hispánica a lo largo del Antiguo Régimen, no sólo es una tarea que supera con creces las posibilidades de esta breve reflexión, sino que la complejidad del problema y el profundo cuestionamiento de muchos de los postulados clásicos con los que se operaba, como el de la diversidad de los distintos grupos en que se calificaba y dividía la organización social, exige esperar a que las investigaciones y estudios en marcha, con los notables avances teóricos y metodológicos que se están produciendo, den sus frutos. No es momento de síntesis sino de aportaciones. Sin embargo, se están dando pasos agigantados que es necesario fijar en el terreno de las hipótesis y de las explicaciones. El proceso de integración del individuo en la familia y en la comunidad y, por tanto, en los distintos espacios de sociabilidad es uno de los motores explicativos de toda orga­nización social pero también y, tal vez, esto sea lo más significativo, de la diferente orientación y enfoque que se ofrece entre la forma en que se integraba y el tipo de entidad: estamento, grupo, casta, clase, y el tipo de relaciones o/y vínculos que se producen entre los individuos al integrarse y que explican, precisamente, los agrupamientos que formaban: familia, parentesco, linaje, clientela, red social. Es decir, la atención y la preocupación se ha transferido desde las formas de integración a las relaciones de integración. Cada uno de los términos empleados requeriría un amplio análisis etimológico y social para determinar su significado en cada momento y situación histórica. Lo cuál conduciría nuestro proyecto por un camino de inextricable complejidad, aparte de introducirnos en uno de los debates superados: el nominalista; y aunque es cierto que los problemas semánticos registran altas cotas de sensibilidad como consecuencia de la carga simbólica y conceptual que encierran términos como estamento, casta, clase, grupo, han dado lugar a debates, reflexiones y definiciones que se han movido siempre en el terreno de la clasificación y la tipología. Se ha analizado y considerado para ello los factores jurídicos, de nacimiento y herencia, de sangre, religión y dinero que componen el complejo puzzle de una organización social en la que conocer su entramado y explicarlo exige una necesaria interrelación e interdependencia de los factores señalados. Así, pues, no nos interesa, en este momento, tanto una explicación profunda y detallada de cada uno de los términos empleados y el contexto y significado que se les ha dado y en el que han sido utilizados, sino la relación que establecen en el seno de una comunidad respecto al individuo y su integración en distintos espacios de sociabilidad. La historia de la familia, verdadero eje aglutinador e integrador de la relación entre historia y ciencias sociales, inicia su andadura a finales de los años ochenta; estamos asistiendo, por tanto, a una situación en la que el verdadero protagonista no es tanto la familia, el parentesco, los linajes o las clientelas, sino el sistema de relaciones sociales y su explicación. Es aquí donde se encuentra, donde 225

reside el verdadero núcleo duro del debate y la reflexión. Pero una situación que, aunque abre unas perspectivas de enorme capacidad analítica y puesta en práctica de nuevos métodos de trabajo, no se encuentra exenta de ciertos peligros y, sobre todo, de caer en un nuevo neopositivismo esterilizante. Dos de las más importantes virtudes de esta nove­dosa reflexión teórica y conceptual, que desde la teoría social está permitiendo abrir el campo de las explicaciones a los clásicos problemas de lo general­particular o macro-micro son, por una parte, la ruptura de los marcos cronológicos tradicionales en una sustitución de lo político-institucional por lo social y, en segundo lugar, la distinción y profundización en cuanto a una mayor diversidad de los, hasta ahora, conocidos como grupos sociales: nobleza, grupos de poder, clero, burguesía, artesanado, campesinado, mar­ginados. En el primer caso, frente al criterio funcionalista tripartito medieval hay que incorporar los de riqueza y posesión de status, condicionados ambos por el culto a los antepasados pero en continua tensión y rivalidad por prevalecer uno sobre el otro. En esta situación, el contexto es fundamental para una adecuada comprensión de la organización social. De la misma manera, el concepto y la cultura de limpieza de sangre se interfiere como un arma a utilizar para defender privilegios, excluir promociones sociales y mantener status y, por tanto, poder y control de medios políticos y sociales. Tengamos en cuenta que familias, redes sociales, linajes, clientelas, son algo más que formas de organización en tanto que inciden sobre el orden político y los procesos de movilidad social. El problema que se presentaba era el de legitimar el enriquecimiento. Si ponemos en relación las palabras de Saavedra Fajardo: Si bien la China es tan poblada que tiene setenta millones de habitadores, viven felizmente con mucha abundancia de lo necesario, porque todos se ocupan en las artes; y porque en España no se hace lo mismo se padecen tantas necesidades, no porque la fertilidad de la tierra deje de ser grande, pues en los campos de Murcia y Cartagena rinde el trigo ciento por uno, y pudo por muchos siglos sustentar en ella la guerra; sino porque falta la cultura de los campos, el exercicio de las artes mecánicas, el trato y comercio, a que no se aplica esta nación, cuyo espíritu altivo y glorioso (aun en la gente plebeya) no se quieta con el estado que le señaló la naturaleza, y aspira a los grados de nobleza, desestimando aquellas ocupaciones que son opuestas a ella; desorden que también proviene de no estar, como en Alemania, más distintos y señalados los confines de la nobleza y de la patria2. con la tesis recogida por Fanfani quien a su vez la toma del cardenal Gaetano, hombre influyente en nuestros moralistas y teólogos del XVI, según la cuál cuan2 MARAVALL, José Antonio, Estado moderno y mentalidad social. Siglos XV a XVII, vol. II, 1972, pp. 380-381.

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do alguien se encuentra dotado de condiciones propias para alcanzar puestos de relevancia y ascender socialmente, le es lícito buscar riquezas para lograr el estado que le corresponde a su calidad, se llega a la siguiente conclusión: es la pertenencia a un estado y sus condiciones de origen y nobleza lo que influye, fundamentalmente (tengamos en cuenta que según el propio Saavedra Fajardo –texto citado–, hay ocupaciones que no son apropiadas a ciertos grados de nobleza), y para ello hay que tener riquezas que guarden relación y correspondan al mérito personal. El cambio se produce cuando teniendo riquezas de principio y figurando y estando situado en un determinado estrato social, se aspira a subir en la escala social mediante inversiones inmateriales en status a través de compra de cargos, honores o/y méritos. De esta forma, la nobleza de origen y los antepasados van siendo relegados por la adquisición de recursos económicos que permiten construir una memoria genealógica adecuada a las necesidades sociales y de reconocimiento del momento. Lo cuál crea una tensión social entre miembros de nobleza reconocida y quienes aspiran a ella3. Se produce entonces una doble cara en la sociedad española: la necesidad de tener recursos económicos, bien para acceder a cargos y honores o mantenerlos y a la vez no practicar determinadas actividades, ni fomentarlas. Es aquí donde tiene lugar la contradicción más flagrante del sistema social y el cortocircuito económico y también social. La nobleza exigirá medios económicos que justifiquen su ennoblecimiento. Así, pues, se produce una relación entre nobleza y riqueza. Quien tiene rique­zas acumula poder. Según Maravall, a quien seguiremos en estas sugerencias, posición social, riqueza y poder se relacionan y determinan recíprocamente4. Que la nobleza lleva aparejada riqueza es una idea que estará vigente durante mucho tiempo. La riqueza y la función social que se desprende de ella tiene una notable presencia en el conjunto social. Frente a la creencia y el ideario medieval: todo noble es rico, se ha producido el cambio siguiente: todo rico es noble. Lo cuál no significa que la riqueza se vuelva autónoma, pues en la sociedad hispana riqueza es hidalguía. Pese a todo, el auge económico había propiciado la proliferación de distintos escalones en la organización social, lo que significará una mayor amplitud en los extremos de cada segmento y a la vez un territorio mayor de ambigüedad en cuanto a la pertenencia a uno u otro estrato. La amplitud de esta zona propicia una intensidad más elevada en los procesos de movilidad social 3 Una sencilla muestra puede servir de referencia. Declaración de un testigo ante la petición de hábito de la orden militar de Santiago para Tomás Martínez Galtero en 1620: “y en los linajes que le nombraba no era ninguno de los cuatro apellidos del dicho Don Antonio Martínez ni de sus padres y abuelos... demás de que de veinte a treinta años a esta parte se han levantado en aquesta ciudad algunas casas de labradores por haber crecido en hacienda, y por tal tiene la del pretendiente... preguntado si sus tíos y abuela le daban alguna razón particular para convencer que los dichos apellidos no eran nobles, dijo: que no tenían más razón de la pública voz y fama, y el estado que entonces tenían estos linajes, y para que entendiese quién era la gente noble de este lugar” Archivo Histórico Nacional, orden de Santiago, expediente 4595; publicado en CHACÓN JIMÉNEZ, F., “Hacia una nueva definición de la estructura social en la España del Antiguo Régimen a través de la familia y las relaciones de parentesco”, Historia Social, 21, 1995, p. 103. 4 MARAVALL, José Antonio, op. cit., p. 40.

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y se convierte en uno de los puntos cruciales del sistema social por cuanto se trata, en realidad, de intersticios que abren vías de circulación social y puertas de acceso a status y consideración social. Además, una buena parte de los procesos de intermediación se producen en los espacios más sensibles al ascenso y la promoción social. Decía Huarte de San Juan al afirmar que seis cosas dan la honra: “la segunda cosa que honra al hombre es la hacienda, sin la cuál ninguno vemos ser estimado en la república5”. Sin embargo, con el paso del tiempo algo cambió respecto a la estimación social de las riquezas; aunque hubiesen sido ganadas en una actividad de tipo netamente económico, no se rechazaban de plano. Se trataba de armo­nizarlas dentro de una ética social. Aquí se encuentra una de las explicaciones clave del importante proceso de movilidad social, tanto ascendente como descendente que tiene lugar en la sociedad hispánica y que modifica, notablemente, la visión que hasta ahora nos ofrecía la historiografía: no tanto de las formas de composición y organización como de la relación entre individuos y de éstos con las diversas instituciones. Jerarquía, dependencia y el grado de intensidad que alcancen son manifestaciones propias del contexto social en el que se produce y tiene lugar la movilidad. La aparente rigidez de la sociedad tradicional ha hecho aplaudir la movilidad de las sociedades contemporáneas. Pero ésta es una dicotomía simplista, por cuanto son los modelos culturales los que sostienen la legitimidad y la representación de las desigualdades a la vez que explican el tipo, las características y la intensidad de las estrategias de movilidad. Por otra parte, dicha dicotomía no refleja la modulación temporal y espacial que se registra en toda sociedad. El concepto movilidad social posee tal tensión conceptual que ha modificado el significado de las categorías profesionales basadas en las denominaciones ofrecidas por censos y padrones. Tengamos en cuenta que aquellas no son homogéneas ni solidarias y se produce una gran diversidad dentro de las mismas. La trayectoria y el itinerario social de los individuos está marcado por el grupo familiar al que pertenecen y el contexto de apoyos familiares, solidaridades y clientelas que puedan alcanzar. El ciclo de vida pone de manifiesto que la movilidad social se lleva a cabo desde la familia y en el interior de una clientela y suele tardar dos generaciones, al menos. Al producirse el crecimiento económico, aumentar las actividades y diversificarse, aumentarán lo que Maravall denominó como “los eslabones de la cadena social”6; lo que dará lugar a mayores posibilidades de ascenso y movilidad social. Eso sí, los fenómenos de movilidad se van a producir entre grupos cercanos7. El nivel de riqueza establece diferencias, 5 Biblioteca de Autores Españoles, tomo 65, p. 480. 6 Op. cit., p. 21. 7 De menestral a mercader tienda, de mercader tienda a mercader en grueso; de mercader en grueso a empresario de comercio marítimo, de empresario de comercio a terrateniente, tal vez regidor, hidalgo, caballero con hábito de órdenes militares, señor de vasallos, noble. Las cortes castellanas de 1548 y 1570 piden que mercaderes y tratantes no sean admitidos como regidores en los concejos; pero no se hace referencia a cambistas y banqueros, mercaderes en grueso o comerciantes marítimos.

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pero siempre en el interior de los estratos, colocando peligrosamente a quiénes se encuentran en el nivel mínimo a punto de ser alcanzados por aquellos que desde otro estrato inferior pueden, mediante dinero, comprar cargos y acceder a honores y posición social. Este espacio de proximidad y de movilidad intraestamental es donde tienen lugar, casi exclusivamente, los procesos de movilidad. Para poder medirla, debe hacerse con el grupo de origen o de pertenencia del individuo y su familia. Pero uno de los problemas clásicos y no por ello mejor conocidos es el de la limpieza de sangre8. Las relaciones sociales y los procesos de confor­mación de los grupos de poder, incluido el sistema clientelar y de relaciones de dependencia, se encuentran completamente mediatizadas por una situación excepcional en el contexto europeo y que, en muchas ocasiones, no se tiene en cuenta. Pero la sociedad hispánica se va a vertebrar alrededor de dos principios que son a la vez exigencia para la promoción y el ascenso social pero que se pueden alcanzar por vías muy diferentes y que, en ocasiones, se vuelven antagónicas y completamente enfrentadas. El status y consideración social que otorga el hecho de formar parte de la hidalguía en los padrones concejiles es la línea de flotación no solo del poder local, disputado en buen número de localidades al sistema de mitad de oficios, sino de las posibilidades de promoción y, por tanto, movilidad. Pero para alcanzar nuevos escalones en la pirámide social es imprescindible la limpieza. Los estatutos establecidos por distintas corporaciones se convirtieron, en definitiva, en un mecanismo de defensa contra la intromisión de quiénes, por vía económica, logran acceder a puestos de privilegio. Por ello es un movimiento más social que religioso. En definitiva, y aunque el triángulo formado por limpieza de sangre, hidalguía y nobleza, y enriquecimiento no es ni mucho menos rígido sino fluctuante, equívoco y engañoso, en este sutil y complejo juego de relaciones la nobleza y, como consecuencia, el ideal de los antepasados, el linaje y la familia siguieron predominando. Como el dinero compraba cargos y honores para equipararse a la nobleza, la única manera que tenían los nobles de origen y solar, y casa y familia reconocida para defenderse de intrusos era mediante la petición de limpieza. Así, pues, la atención se dirige ahora hacia el interior de la organización y, en concreto, hacia el amplio campo de las relaciones sociales. Recientemente, señalábamos la necesidad de considerar el capital relacional del objeto de estudio: familia, como un factor fundamental para explicar el contexto y el entorno en el que vive y se desarrolla la familia. La afirmación de Juan Pro: “la historia social deja de ser el estudio de las grupos sociales del pasado y pasa a ser el estudio de las relaciones sociales en el pasado”9, viene a sumarse a una línea teórica concretada en las posibilidades de la microhistoria, el network analysis y el método de 8 HERNÁNDEZ FRANCO, Juan, Cultura y limpieza de sangre en la España moderna. Puritate sanguinis, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. 9 “Socios, amigos y compadres: camarillas y redes personales en la sociedad liberal”, en CHACÓN ]IMÉNEZ, F., HERNÁNDEZ FRANCO, (eds.), Familia, Poderosos y oligarquías, Murcia, Universidad de Murcia, 2001, p. 175.

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historia nominativa. Tengamos en cuenta que una sociedad, mejor dicho, una organización social, no es un sistema de niveles económicos, de suma y agregación de distintos tipos de actividad o bien de diferente origen o nacimiento, todos ellos superpuestos, sino que se trata, en realidad, de un sistema de relaciones jerarquizadas en función de la naturaleza y el tipo de dichas relaciones. Por otra parte, toda relación social incluye una parte de pensamiento, de simbolismo y de representaciones que legitiman los valores por los que el sistema se regula y organiza a través de normas y leyes. Dichas representaciones y símbolos no tienen sentido más que en el interior de un sistema de ideas y de valores que explican, a su vez, el reparto de tareas y actividades. Así, una relación social es un conjunto de representaciones, principios y reglas que es necesario poner en acción para regular la relación entre los individuos y los grupos que esos individuos forman y crean. Y aquí, precisamente, es donde, como hemos visto anteriormente, reside el problema fundamental. Si existe algún espacio en el que la elaboración de pensamiento, el análisis teórico y conceptual y las corrientes y tendencias historiográficas han producido un avance en el conocimiento, ese es el de la explicación de las relaciones y, por tanto, del sistema social. Resulta evidente la insuficiencia de los análisis basados en la definición a posteriori de formas de organización que los propios contemporáneos no reconocerían como tales. *** Las distintas tendencias historiográficas coinciden en la necesidad de formular nuevas interpretaciones que expliquen los procesos de cambio social. Ahora bien, si nos detenemos y reflexionamos en dos direcciones: la de la influencia de las ciencias sociales y la de la interpretación, justificación y legitimación histórica, tenemos que reconocer que se ha producido un verdadero terremoto. Hace tan solo poco más de una década, ninguna de las palabras que figuran en el enunciado de esta ponencia formaban parte de ningún capitulo o epígrafe de la historia de España en la Edad Moderna. Se ha profundizado, notablemente, en la caracterización de distintos grupos sociales: nobleza, élites de poder, miembros del clero, burguesía, artesanos, sectores comerciales, campesinos en general y grupos marginados. Se ha producido una ruptura del paradigma definitorio pero sin llegar a establecer una propuesta alternativa lo suficientemente clara y coherente como para permitir sustituir las clásicas definiciones. Tal vez no haya que sustituirlas, más bien el problema es de complejidad y, en definitiva, de enriquecimiento. La imagen que la historiografía nos ha transmitido sobre la sociedad tradicional es la de un conjunto formado por sectores, precisamente, independientes, con escasa o nula relación entre ellos y que, además, como consecuencia del proceso de especialización son investigados y estudiados de la misma manera. Citar tan solo algunos de los ejemplos más significativos sobre nobleza, élites locales, burguesía, clero, artesanado o campesinado sería una tarea imposible de reseñar en este trabajo; y si esta orientación es necesaria para profundizar y obtener un mejor conocimiento de cada uno de estos grupos, resulta fundamental dirigir nuestra mirada hacia el sistema de relaciones sociales y, en concreto, a la relación entre individuo y comunidad. Dicha relación no se 230

puede entender desde procesos macrosociales y generales, sino desde lógicas y comportamientos que permitan al individuo conseguir sus objetivos a través de las instituciones sociales y políticas en las que se integre y se sienta representado. Evidentemente, la familia ejerce el papel de intermediación entre el individuo y otras instituciones de dimensión no solo parental, consanguínea y afectiva, sino política y económica. Pero qué duda cabe que el peso de ésta y no solo como lazo y nexo de unión respecto a las relaciones sociales sino también como entidad de referencia que posee dentro de cualquier comunidad una determinada identidad y, por tanto, una capacidad, mayor o menor, de acceder a los recursos materiales e inmateriales que otorgan y conceden status y sirven para mejorar posiciones en la escala social, resulta básico y fundamental para entender la relación individuo-comunidad10. Hay que considerar que toda organización social atraviesa etapas de cohesión y otras de división. Gluckman introduce el concepto: análisis situacional11, a partir del cuál y dada una situación concreta, entendiendo por tal una deter­minada problemática que se sintetiza y en la que el individuo es el centro de una red de relaciones explicativas, se intentará reconstruir los compor­tamientos, objetivos, estrategias e intereses de los protagonistas. El término comportamiento es interpretado como la pertenencia de cada individuo a un determinado grupo social y a su integración en instituciones. En este contexto y en polémica con el estructuralismo, la sociedad es pensada como una trama fluida en la que los individuos intentan a través de la cadena de relaciones y procesos de intermediación lograr sus objetivos. Por tanto, consideramos totalmente necesario un cambio de enfoque en el que la delimitación de los grupos sociales no sea un punto de partida que venga dado por la actividad indicada en un censo o por la división actual en sectores productivos, sino una suma de factores que, considerando el marco legal y cultural tenga presente la actividad, aunque no en sentido estable, fijo y rígido. Cerrados, herméticos y considerados como bloques homogéneos, sepa­rados por fronteras rígidas y definidas de la misma manera. Con estas palabras plan-

10 La bibliografía es reciente pero comienza a ser abundante, algunos de los trabajos que plantean perspectivas realmente innovadoras: REY, M., “Communauté et individu: l’amitié comme lien social á la Renaissance”, Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine, XXXVllI, 1991, pp. 617-625; SCHLUMBOHM, J., “Quelques problemes de micro-histoire d’une société locale. Construction de liens sociaux dans la paroisse de Belm (l7e-19e siècles)”, Annales HSS, juillet-août 1995, 4, pp. 775802; IMIZCOZ BEUNZA, J. M., “Comunidad, red social y élites. Un análisis de la vertebración social en el Antiguo Régimen”, en IMIZCOZ BEUNZA, J. M. Ced.), Elites, Poder y Red Social, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1996, pp. 13-49; CRISTOBAL MARTÍN, Ángeles, Amistad, parentesco y patronazgo: redes vinculares y servidores inquisitoriales en el tribunal de Logroño (siglo XVII)”, Historia Social, 17, 1993, pp. 21-32; en la obra de MANTECÓN MOVELLÁN, T., Conflictividad y disciplinamiento social en la Cantabria rural del Antiguo Régimen, véase el capítulo segundo: “lazos verticales y dependencias personales: de los señores a los caciques, las formas de tiranía”, pp. 214-245, Santander, Universidad de Cantabria, 1997. Por último la interesante introducción del reciente libro de GARCÍA GONZÁLEZ, F., Las estrategias de la diferencia. Familia y reproducción social en la sierra (Alcaraz, siglo XVllI), Madrid, Ministerio Agricultura, 2001. 11 GRlBAUDI, G., “La metáfora della rete. Individuo e contesto sociale”, Meridiana, 15, 1992, p. 92.

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teaba G. Levi12 una reflexión a través de la cuál se cuestionaban los esquemas clásicos con los que se nos había transmitido el orden social o las clases sociales. Es preciso rechazar las clasificaciones rígidas de las categorías profesionales teniendo en cuenta y considerando no solo las distintas formas de propiedad y de relaciones de producción13 y la colaboración de miem­bros de la unidad familiar y la diversidad de actividades ejercidas, sino también la consideración social de la actividad que se realiza y su fragilidad frente a la estabilidad del mundo contemporáneo, dentro de un marco cultural con un código de valores sociales que otorga al trabajo una consideración de actividad social muy alejada del intercambio y venta de servicios profesionales con que se mide y considera en la sociedad contemporánea. Lo cuál supone una clara diferencia social, por ejemplo, en el campesinado alejándonos de la homogeneización con que hasta ahora se había utilizado dicho término en función de la dualidad propietarios/ señores-campesinos14. Además, las distintas categorías sociales con que definimos y dividimos al conjunto de la sociedad presentan numerosas deficiencias y debilidades. El problema es complejo y comenzaría por el de la propia definición y significación de grupos sociales. Como afirma Anita Guerreau, considerar los grupos sociales como objetos reales es, sin duda, el modo más común de cerrarse el paso a toda explicación15. Ni categorías socioprofesionales pre­concebidas o surgidas del planteamiento administrativo de los responsables del censo, la recaudación de impuestos o las estadísticas, ni entes definidos previamente, sino más bien procesos históricos resultado de la interacción de los individuos entre sí. No olvidemos que hacemos tipologías a posteriori y basándonos en términos: jornalero, labrador, hortelano, comerciante, artesano, burgués, clérigo, etc., cuyo significado no era el mismo para el individuo del siglo XVII que para el del XIX o para nosotros, y que aparecen registrados en fuentes, normalmente, de 12 “Carrieres d’artisans et marché du travail a Turín (XVIII-XIX siecles)”, Annales ESC, novembre-décembre, 1990, 6, pp. 1351-1364. 13 Véase al respecto los recientes análisis de SCHLUMBOHM, J., “Labour in proto­ industrialization”, en PARK, M., Early modern capitalismo Economic and social change in Europe, 14001800, Londres, 2001, pp. 125-134; en la misma obra, KNOTTER, A., “Problems of the family economy. Peasant economy, domestic production and labour markets in pre-industrial Europe”, op. cit., pp. 135-160, o de LUCASSEN, J., “Mobilization of labour in early modern Europe”, pp. 161-174. Sobre las relaciones entre parentesco, herencia y mercado véase la reciente propuesta de DEROUET, B., “Parenté et marché foncier a l’époque moderne: une reinterpretation”, Annales HSS, mars-avril 2001, 2, pp. 337-368. Respecto al problema de los grupos sociales, véase la nota crítica de STEDMAN JONES, G., “Une autre histoire sociale. (Note critique)” Annales HSS, mars­-avril 1998, 2, pp. 383-392. 14 Ver al respecto, KRIEDTE, P.; MEDICK, H.; SCHLUMBOHM, J, “Sozialgeschichte inder erweiterung inder verengurg? Demographie, sozialstrukkur, moderne hansindustrie; eine zwischenbilanz der proto-industrialisierungs-forschung”, Geschichte und Gesellschaft, 18, 1992, pp. 231-255; CARDESÍN DÍAZ, ]. M., “Paysannerie, marché et état. La structure sociale de la Galice rurale au 19e siècle., Annales HSS, novembre-décembre 1996, 6, pp. 1325-1346; CHACÓN JIMÉNEZ, F.; PÉREZ ORTÍZ, A. L., “Relaciones de dependencia y sistema social. Una aproximación a la definición del grupo: el ejemplo de los jornaleros», VI Congreso de Demografía Histórica, Castelo-Branco, Portugal, abril 2001. 15 El Feudalismo. Un horizonte teórico, Barcelona, 1984, p. 176.

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carácter fiscal. Tengamos en cuenta que los análisis de la sociedad en términos de grupos sociales tienden a la separación. Pero frente a la idea de separación de cuerpos independientes con normas jurídicas y privilegios, la vinculación y relación que se establece en el interior de la organización social entre los diferentes individuos da lugar a unas relaciones de dominio y dependencia con una pervivencia y duración en tanto que el sistema lo permita. El privilegio originará desigualdad y de esta forma se construye y conforma una organización jerarquizada cuyo soporte está constituido por una serie de valores que explican la consistencia, fortaleza, resistencia y perdurabilidad del sistema pese a los cambios institucionales de orden político16. La interacción de los individuos da lugar a relaciones de dominación y dependencia, lo que constituye uno de los ejes –otros vendrán apuntados por las relaciones de parentesco17– y compadrazgo y el concepto de jerarquía q ­ ue permite la inserción social de éstos a través de espacios de sociabilidad: familia, parroquia, cofradía, gremio, concejo, y supone un cambio radical de perspectiva y orientación. El término y el concepto grupo social ha sido utilizado como recurso que permite eludir definiciones, establecer criterios que definen la composición y organización del campesinado, la burguesía, la nobleza, el clero, los grupos dirigentes o los marginados; es decir, aquellos agrupamientos o reuniones de individuos que poseen los atributos necesarios para formarse como tales, y que les permiten tener una consideración determinada por parte de los demás grupos dentro de sus respectivas comunidades: poseen patrimonios, fuentes de riqueza y, sobre todo, tienen una posición en el sistema productivo diferente en cada caso tanto respecto a la fiscalidad como a la recepción de rentas; y, además, sus intereses son semejantes. Es evidente que un solo criterio es completamente insuficiente, aunque se trate bien de la actividad que aparece registrada en los padrones o/y catastros, o bien de ser o no hidalgo. Lo que nos lleva inmediatamente a subrayar la diversidad y hetero­geneidad de cada grupo. La rigidez del concepto estamental se cuartea y en los límites de cada grupo surge la posibilidad de un ascenso o un descenso en la categoría o consideración alcanzada y reconocida por los demás. Nos en­contraríamos en los puntos de unión del sistema, es decir en los ejes por donde fluye la corriente de la movilidad social. Alrededor de este espacio social actuan los procesos de intermediación, tal y como señalábamos anteriormente. El clientelismo es su principal aliado y la promoción hacia puestos de superior reconocimiento y categoría ofrece la 16 Véase, CRUZ, Los notables de Madrid. Las bases sociales de la revolución liberal española, Madrid, Alianza, 2000; PRO RUIZ, “Las élites de la España liberal: clases y redes en la definición del espacio social”, Historia Social, 21, 1995, pp. 47-69; WRAY MCDONOGH, G., Las buenas familias de Barcelona. Historia social de poder en la era industrial, Barcelona, 1989. 17 Sobre la problemática del parentesco en su relación con la historia de la familia véase BESTARD, J., Parentesco y modernidad, Barcelona, 1998; o la reciente nota critica de DELlLLE, G., “Reflexions sur le systeme europeen de la parenté et de l’alliance”, Annales HSS, mars-avril 2001, 2, pp. 369-380.

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imagen de una trama fluida frente a la rigidez del estamento. Esta impresión se acentúa más si tenemos en cuenta que las relaciones efectuadas y trabadas en un determinado sector de la acti­vidad tienen reflejo, a su vez, en otros sectores. Ha causado un enorme daño el sentido teleológico y la obligada condena a convertirse en clase por parte de cualquier agrupación de individuos que hasta finales del siglo XVIII perte­necían a un determinado estamento pero en el XIX ya eran, inevitablemente, clase social. Sin embargo, nuestro nuevo objeto de investigación se encuentra en la cadena de relaciones que implica y suponen la puesta en contacto de personas que pertenecen a esferas sociales diferentes y, por tanto, con perspectivas y valores culturales distintos. Es necesario añadir la reconstrucción de las relaciones sociales, los vínculos y lazos así como pensamiento, ideales y objetivos que unen a unas personas con otras dentro de unos determina­dos y concretos intereses, deseos y actitudes. Esto significa, en definitiva, que los actores sociales, verdaderos protagonistas, tienen capacidad de transfor­mación de las normas, tipologías y clasificaciones en las que el historiador o el sociólogo suelen incluirles, por no decir, encerrarles. Se trata, en definitiva, de una perspectiva horizontal que intenta romper las barrreras rígidas de clasifi­caciones apriorísticas determinadas desde la contemporaneidad y proyectadas hacia el pasado. El ciclo y la trayectoria de vida, al insertarse necesariamente en un contexto familiar y de colectividad, así como en sus objetivos y estrategias, está obligando al historiador a llevar a cabo toda una serie de relaciones cuyo conocimiento nos permitirá entender el tipo de relación y comprender por qué se produce. Estas, aparentemente, separadas –desde nuestra óptica de estudio– y diferenciadas, según actividad o consideración social, líneas de organización social, forman parte de una misma realidad. Una realidad que se encuentra determinada por el sistema de relaciones dentro del cuál el status, la forma de adquirirlo, la jerarquía y su modo de conformación en el interior de una organización social y, sobre todo, la diversidad y pluralidad de situaciones que las clasificaciones tradicionales presentan, pone de mani­fiesto el principio de complejidad frente al de simplificación. Existen muchos tipos de campesinado, de burguesía, de clero, de nobleza. Nos encontramos, sobre todo, ante una sociedad de cuerpos18 en la que los individuos se integran en ella a través de instituciones como la familia y de corporaciones que regulaban la vida política y social; y se relacionan entre sí desde dichas instituciones y corporaciones mediante una serie de lazos y vínculos de diverso tipo y origen, pero atravesados por relaciones de dominación y dependencia. Así, podemos afirmar que la vida individual nace de la colectiva. Es a partir de aquí cuando se demuestra que las categorías de análisis social construidas solamente desde la actividad que el individuo desarrolla son totalmente insuficientes y precisan introducir otros conceptos, como el de jerarquía, dentro del cuál tiene más fuerza el honor y la consideración social que la riqueza, aunque ésta es necesaria. 18 ZARDIN, D., “Corpi, fraternita, mestieri: intrecci e parentelle nella costituzione delle trame di base della societa europea. Alcune premesse”, en ZARDIN, D. Ced.), Corpi, fraternitá, mestieri nelta storia delta societa europea, Roma, 1998, pp. 9-36.

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Ya José Antonio Maravall, al hablar de la imagen de la sociedad estamental planteó la necesidad de considerar tanto el individualismo como la ordenación estamental y su interdependencia dentro de las tensiones sociales que se producen en la etapa de la llamada monarquia absoluta19. El problema es de interpretación de la realidad social y de comprender su lógica interna. Desde que en 1985, François-Xavier Guerra20 propusiese una conceptua­ lización global sobre las características de los vínculos existentes en la sociedad tradicional, y el método nominativo unido a los presupuestos teóricos de la micro historia iniciasen un camino dirigido a desentrañar, conocer y explicar el sistema de relaciones sociales, la historiografía se viene interrogando sobre cómo se lleva a cabo la siempre necesaria y obligada relación entre el individuo y la comunidad en la que se inserta; dentro de qué espacios de sociabilidad se integra, cómo se produce dicha integración, y cómo se han conformado y construido las células de sociabilidad que definen, caracterizan y represen­tan al individuo. Estas son algunas de las preguntas básicas a las que se están ofreciendo diversas respuestas desde opciones teóricas semejantes y con un claro y evidente denominador común: la recuperación del individuo como protagonista y actor social pero sin abandonar su contexto y el espacio social, entiéndase, sobre todo, familia, que le permite reconocerse como indi­viduo pero, eso sí, dentro de la entidad y la representatividad que ésta le ofrece. Es desde la familia y a partir de ella que el individuo cobra y adquiere personalidad propia. Pero es preciso dar un paso adelante. De todas formas, si bien es cierto que los vínculos entre individuos: parentesco, amistad, consanguinidad, reconstruyen la estructura de una comunidad, es insuficiente para explicar la organización de esa sociedad; por otra parte, la estratificación social, si bien es cierto que se produce teniendo en cuenta las relaciones entre las personas, no podemos dejar de considerar que la creación de posi­bilidades de acceso a los recursos unido a las estrategias posibles en función de los patrimonios heredados e, incluso, adquiridos, es decir, de la riqueza, es un factor del que no se puede prescindir a la hora de explicar la organización de una comunidad. Por otra parte, es necesario considerar el trabajo y la actividad que desarrolla el individuo como un factor que influye en dichas relaciones, teniendo en cuenta los condicionamientos que supone el parentesco y que explica, en gran medida, el dominio, la dependencia y relación de producción dentro de la cuál se inserta dicha actividad. Los lazos y relaciones que los individuos establecen entre sí están guiados por normas y prescripciones sociales que implican decisiones y otorgan identidades, y se encuentran condicionados por un ámbito cultural de prácticas y hábitos, aparte de las relaciones económicas y sus propias jerarquías, pero no en un sentido independiente si no respecto a la fuerza de la riqueza como factor condicionante. *** 19 Op. cit., p. 11. 20 Le Mexique, de l’Ancien Regime a la Revolution, París, 1985.

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El problema fundamental que se nos plantea y sobre el que debemos ofrecer propuestas es el de la organización social. Hemos intentado demostrar que la definición de grupos sociales es insuficiente. Los individuos se inte­graban en corporaciones, unas de origen familiar estructuradas en linajes con base en antepasados; otras de tipo laboral como gremios o bien cofradías y, por supuesto, los concejos que regulaban la vida política y social. La pervivencia del sistema tiene su mejor explicación en la práctica de la concesión de mercedes y gracias; porque no solo reflejan el clientelismo basado en una relación de dependencia personal que implica la conformación de jerarquía en el interior del sistema, sino que supone una desigualdad plenamente aceptada en tanto que otorga status y reconocimiento social; un status que, al adscribirse al individuo o bien heredarse por parte de éste, consolida la forma casi exclusiva de incorporación a dicha jerarquía y, por tanto, a los procesos de movilidad social. Si entendemos la concesión de gracias y mercedes no sólo restringida a la corte y a los favores que el monarca otorgaba, sino en un sentido amplio y como un método que abarca desde la protección del señor, expresada en diversos y múltiples detalles de la vida cotidiana, hasta las relaciones de producción, comprenderemos el sentido vertical de este tipo de vínculos y lazos que se ven reforzados por el propio método que se traslada desde los grupos poderosos de la pirámide social al conjunto de la organización. Se trata de sistemas de reciprocidad que dan lugar a relaciones asimétricas que son la base del clientelismo. La consolidación de la jerarquía, como base de la organización social, tiene en el linaje y, por tanto, en el contexto familiar y en los antepasados, la limpieza de sangre y el dinero, los valores que explican la aceptación y legitimación de dicha jerarquía. Esta realidad circula por todo el cuerpo social pero no sería posible sin el principio regulador a la vez que integrador de lo que podemos denominar cultura familiar. Tengamos en cuenta que el individuo, entendido como actor social se sitúa en la escala de la jerarquía social en tanto que es poseedor y tiene atributos que le han sido otorgados y que posee en función de su pertenencia a un grupo familiar. No olvidemos que sin grupo de referencia y comparación no hay reconocimiento de status. Esta situación, precisamente, es la que es necesario medir en cuanto a su permanencia, mayor o menor, o su cambio, a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Dos peligros nos acechan: el protagonismo en las explicaciones históricas de formas de sociabilidad como familias y otras más amplias como linajes, parentelas, clientelas o bandos y el papel que en todas ellas tiene el individuo considerado como actor social, puede significar el regreso por la puerta falsa de formas de explicación y análisis que subrayan con más fuerza lo individual y particular, que la organización social y lo general. Hay que considerar que el complejo entramado social del mundo tradicional en el que se superponen una multiplicidad de poderes y legislaciones, tiene en los vínculos sociales y lazos personales que integran a los individuos en sus espacios relacionales, la verdadera razón de ser. Los vínculos o/y los lazos que unen a los individuos entre sí y con sus respectivas 236

corporaciones, así como las normas y hábitos de comportamiento constituyen la verdadera columna vertebral del sistema. Así se explica que las relaciones ofrezcan la lectura más clara y sencilla de una organización social en la que las categorías no deben ser separadas de las prácticas sociales que le dan sentido. Estos vínculos o lazos son de diverso tipo: familiar o profesional; en ambos casos coexistirán niveles de relación que seguirán evoluciones distintas, predominantemente genealógica y verticales en las de tipo familiar, y horizontal en las relacionadas con el desempeño de actividades en gremios, cofradías o corporaciones. Darán lugar a movilidades diferentes y a una estructuración compleja. Tienen una cierta entidad, reglas, prácticas específicas; suponen normas de funcionamiento, ejercicio de auto­ridad, jerarquía, solidaridad. En este sentido podemos decir que el individuo está plenamente integrado en dichos vínculos y suponen, por tanto, dependencia. Lo cuál significa un proceso de diferenciación social y de iden­tidad. La interacción entre grupos e individuos da lugar a relaciones asimétricas y complementarias. La vinculación, además, en tanto que relación puede derivar en conflicto o en solidaridad, y en ambos casos es necesario contextualizar al individuo o a los individuos cuyas posibilidades de realización personal y de promoción en su ciclo de vida están ligadas a las condiciones culturales, materiales y, por supuesto, al tipo de vínculos así como al ámbito familiar y relacional en el que se desarrolla. En este sentido es fundamental analizar la naturaleza de los lazos que mantienen el orden social. Es preciso considerar el conflicto como una categoría social que permite detectar posiciones, status y situación dentro de la organización social; establecer qué valores predominan a la hora de la consideración y, sobre todo, la capacidad relacional del individuo y la de la familia. Entender las relaciones en términos sólo de solidaridad no permite comprender las dimen­siones dialécticas que se presentan en cada círculo social. Las candidaturas a los hábitos de órdenes militares, constituían una de las mercedes más deseadas por cuanto consolidaban plenamente a sus beneficiarios y reforzaban el status del entorno familiar. Los procesos económicos quedan condicionados de esta forma, más allá del lugar que cada uno ocupa en las relaciones de producción. Pero lo que adquiere una importancia capital para comprender el sistema de relaciones son los sistemas simbólicos. Se ha llegado a afirmar de manera tajante, rotunda y absoluta, que: “dans la perspective de la microhistoire et de ses tenants, si l’on pousse le raisonnement a son terme, on peut affirmer qu’il n’est de société qu’a travers des réseaux relationnels: c’est l’existence des réseaux qui détermine la configuration et l’existence d’une société”21. Posiblemente no merecería la pena prestar mucha atención a una aseveración de este tipo, dado el alto grado de univocidad intelectual que implica, si no fuese por la fuerza explicativa del concepto red 21 BERTRAND, M., “Familles, fidetes et réseaux: les relations sociales dans une société d’Ancien Régime”, en CASTELLANO CASTELLANO, J. L. Y DEDlEU, J. P., Réseaux, familles elpouvoirs dans le monde iberique ala fin de l’Ancien Régime, París, 1998, p. 182.

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social y por la influencia de este nuevo método de análisis. Recuperar y dibujar la red de relaciones sociales de los individuos es uno de los pasos previos para explicar las estrategias, alianzas y procesos de movi­lidad social ascendente o descendente; la red descubre el espacio territorial en el que desarrolla sus actividades el individuo, el ámbito social y político en el que establece contactos y en el que encuentra sus intereses, pero apenas nos dice nada, no es su objetivo aunque se puede deducir, del tipo y la intensidad de dichas relaciones y, sobre todo, de las razones por las cuáles se han formado dichas redes y los niveles de dependencia, dominación y jerarquía que implica. Si perdemos de vista el objetivo de nuestra investigación: la explicación de la organización social y su proceso evolutivo, es posible que un nuevo neopositivismo se esté introduciendo por la vía de los nuevos métodos. CONCLUSIÓN Aparte de difícil y atrevido, ambicioso sería el adjetivo apropiado para calificar un intento de conclusión en una problemática historiográfica en plena revisión y de una enorme complejidad. El estudio de la organización social a lo largo de la etapa conocida como Antiguo Régimen o sociedad tradicio­nal presenta, en primer lugar, una pervivencia y persistencia de sus formas y sistemas de relación social que superan ampliamente el inicio de la implan­tación política del llamado estado liberal. La solidez y fortaleza de los lazos y vínculos de dicha relación resistió el ataque y desmantelamiento del entra­mado político institucional del Antiguo Régimen, a la vez que demostró la continuidad de la organización clientelar y de las redes de dependencia y dominación. Es por ello que las vinculaciones entre grupos dirigentes y familias explican la evolución de los órganos políticos mucho más que las nuevas instituciones; en segundo lugar, se ha pasado de estudios sectoriales y criterios económicos que separaban a los individuos dentro de clasificaciones tradicionales a integrarlos a través del análisis de los vínculos y lazos que permiten establecer las diferencias y las desigualdades que tienen lugar en cada círculo social expresados en términos de relación de dependencia. Se trata de establecer el papel del individuo dentro de espacios sociales y culturales como. familia, parentesco, linaje, clientela, determinando el tipo de relación social y el grado de dominación, dependencia, desigualdad y jerarquía que se alcanza en cada situación concreta. Para estudiar la estructuración de la sociedad hay que hacerlo a varios niveles: primero, individual; siguiendo trayectorias personales que se insertan en el contexto de las biografías, y éstas en las genealogías. Ellas permiten detectar no solo al individuo, sino los factores básicos de éste: familia, estrategia familiar, parientes, etc. El siguiente paso es integrar la profesión del individuo en su contexto genealógico para así comparar con las restantes actividades familiares, y poder precisar hasta qué punto determinadas profesiones estan ·controladas por unas familias o el grado de status y riqueza de aquella familia que ocupa determinados cargos o ejerce actividades concretas. De esta manera, podríamos establecer 238

qué grupos de presión existen y quienes los componen, así como su ámbito de actuación social y profesional. Para una mejor comprensión de la organización social es preciso resituar las relaciones de producción y de clase. El entrama­do social aparece como un conjunto de cuerpos y comunidades que se integran en redes sociales formadas, a su vez, por vínculos y lazos personales. Como afirma G. Levi, la familia de origen, el lugar que se ocupe en la misma, la edad, el sexo y los vínculos y lazos a los que ya hemos hecho referencia, son más importantes que el modo de producción, siempre que pongamos en contacto las relaciones de producción y la estratificación social22. Las desigualdades pueden ser consolidadas a través de procesos de ascen­ sión o regresión social, dependiendo de oportunidades y estrategias que ofrece el matrimonio. La reproducción y perpetuación tienen a la movilidad social como método y termómetro de la intensidad y presión de la organización social. Son muchos los factores y los criterios a tener en cuenta y no podemos dejar al margen el lugar que se ocupa en los procesos de producción y distri­bución de los recursos económicos.

22 LEVI, G., op. cit.

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POBLACIÓN, FAMILIA Y RELACIONES DE PODER1. NOTAS Y REFLEXIONES SOBRE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL HISPÁNICA: CIRCA SIGLO XV-CIRCA SIGLO XVII

Uno de los problemas historiográficos que ha producido una abundante literatura, a la vez que se le ha prestado mayor atención, renovado sus objetivos y método de trabajo desde la década de los setenta, ha sido el análisis de las élites locales. Su interés viene motivado por la necesidad de conocer tanto la articulación política de España a lo largo de los siglos XIII-XIX y las relaciones entre los distintos poderes e instituciones que conforman un entramado social caracterizado por el peso de la jerarquía y un notable clientelismo, como por el conocimiento de la propia organización social, muy condicionada por los fuertes lazos personales que cristalizan y se reflejan en la potencia de los grupos de poder local y sus estrechos vínculos con la nobleza en general y, especialmente, la más próxima a la Corte. Pero hay un factor añadido para explicarnos el enorme relieve que ha alcanzado su estudio: los fueros y privilegios concedidos en el proceso de conquista y ocupación cristiana a las distintas villas y comunidades. Tales concesiones significaron para ellas una capacidad de negociación fiscal y de autonomía política que la Corona intentó contrarrestar empezando por la figura del corregidor. La evolución que sufrirán los concejos y, sobre todo, el regimiento en tanto que órgano colegiado que cumple la función de representación, tras la reforma de Alfonso XI, respecto a su composición y a la posibilidad de formar parte de él, no será más que una consecuencia de la fuerte presión a que se verán sometidos por parte de la nobleza, el poder señorial y la Corona a la hora de regular el acceso de aquellos grupos sociales enriquecidos que aspiran al disfrute del privilegio y a entrar en la consideración social que supone ser miembro del regimiento. Su composición será bastante heterogénea al incorporar personas ennoblecidas o procedentes de la administración real, o bien promocionadas en las guerras castellanas de la época Trastámara. Consis1 El presente trabajo se enmarca en el proyecto de investigación financiado por la Dirección General de Investigación Científica y Técnica, PB97-1058.

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tía en hidalgos que su familia lo había sido durante tres generaciones; grandes mercaderes; hidalgos nobles de sangre, en ocasiones, pobres; propietarios rurales; caballeros de cuantía en proceso de conseguir su hidalguía y transmitirla; segundones de alta nobleza. La riqueza y la limpieza de sangre son factores que hay que considerar y añadir para entender la originalidad del caso hispánico y la importancia de los procesos de representación, aristocratización y patrimonialización que se produce alrededor de los concejos. Así, pues, el nuevo enfoque y las perspectivas que ofrece la historia de las élites de poder local entre los siglos XIII-XIX, es de una trascendencia que supera, con claridad, el ámbito estricto de las relaciones de poder para entrar en la explicación más compleja de la organización social. Pese a todo, los estudios y análisis realizados hasta ahora se han planteado mucho más en términos del poder que detentan y ejercen y de qué manera se consigue, que como explicación de la articulación y configuración del sistema social y político. Por ello, es necesario invertir la tendencia de una creciente especialización historiográfica sobre los grupos de poder locales para insertar su análisis en un contexto más amplio, en el que a través de un sistema de relaciones, pese a la complejidad del mismo, podamos explicar el trascendental papel que han tenido en la historia de España. Es necesario plantear el significado del poder como una realidad que explica el modo en que se establecen las relaciones de dominación mediante prácticas clientelares derivadas del carácter vertical que la jerarquía existente en la organización social consolida, y que se manifiesta a través, primero, de desigualdades fiscales, jurídicamente reconocidas; en segundo lugar, mediante la posición y consideración que se tiene en la pirámide social y, por último, en la capacidad de acceso a las decisiones de gobierno. El concepto de poder, no es sólo el ejercicio del gobierno y de la auctóritas, ni tampoco la práctica de la justicia. El poder, según Norbert Elias, tiene un sentido antropológico con integración social y religiosa. Poseerlo y ejercitarlo en los distintos puestos y oficios implica status, consideración y posibilidad de movilidad social no solo personal e individual sino familiar y colectiva. Se convierte así en una práctica cultural, una forma de vida, con sus sistemas de representación y su simbología. Se trata de una nueva mirada en la que los necesarios análisis sectoriales de tipo político, institucional, social, económico y demográfico, dan paso a tres interpretaciones globales que permiten desentrañar diferentes procesos : conformación y consolidación de las oligarquías locales ; papel del parentesco y la familia en el linaje y el mayorazgo como factores de movilidad social y a la vez perpetuación social; y, sobre todo, para comprender y explicar el papel de las élites locales en el contexto del sistema de relaciones socio-clientelares y culturales, y nunca como realidades independientes o explicadas por su propia casuística interna.  Pese al notable avance historiográfico de los últimos años, las síntesis son escasas; por otra parte, las llamadas de atención de algunos historiadores por abandonar el terreno de la superespecialización y volver a interpretaciones generalistas y globales no logra penetrar en la literatura histórica, excepto si consideramos los documentos de valor excepcional sobre personajes comunes que 242

la microhistoria eleva a categoría de ejemplo general y de alta representatividad aunque se trate de individuos aislados. La razón no es otra que la necesidad previa de construir modelos de análisis que estudien procesos en los que intervienen múltiples variables y que encierran una complejidad explicativa muy notable. Sin embargo, estos modelos se suelen construir, al menos en las ciencias sociales, desde presupuestos teóricos en los que la tradición historiográfica, los debates en el interior de cada disciplina así como la constitución y consolidación de cada una de ellas en cuanto a sus objetivos y métodos de trabajo, condicionan, de forma incluso rígida, las posibilidades de relación con otras disciplinas, aunque éstas sean afines. Precisamente, el avance que se ha producido en el ámbito de la historia social española motivado por la creación de la revista Historia Social y de la Asociación Española de Historia Social, unido a las tendencias historiográficas internacionales, han colocado lo social en el centro de la atención histórica. Se convierte así en el objeto de estudio. Ahora bien, trasladar del campo teórico a la realidad explicativa y narrativa análisis históricos que son por esencia y definición globales e interrelacionados, pero que a la vez presentan múltiples facetas desde las cuáles el historiador intenta profundizar en su conocimiento mediante la necesaria especialización resulta, cuando menos, difícil puesto que se trata de conseguir el equilibrio entre lo general y lo particular. Pero si ésta es una dependencia clásica y un constreñimiento normal para el historiador, también se encuentran caminos que superan dicha dialéctica: la creación de conceptos que obliguen a la puesta en práctica de análisis e investigaciones. Conceptos que se han definido, contrastado y consolidado en Antropología, Sociología, Etnografía, Demografía Histórica y en otras ciencias sociales, pero que han ido adecuándose a la necesidad de integrar el tiempo histórico y la perspectiva comparativa al ser asumidos por el historiador y fomar parte de su utillaje teórico y conceptual y de sus instrumentos de análisis. *** Complejidad es, creemos, el término que mejor puede definir la evolución y el proceso del sistema social en los reinos hispánicos, especialmente Castilla y Aragón, durante los siglos XIII-XIV y XIX. La razón no es otra que las contradicciones resultantes de los procesos de formación y organización del sistema político-social que se configura desde una pluralidad y diversidad socio-económica y étnica atravesada y condicionada por el factor religioso. Una complejidad que se convierte en denominador común en tanto que los factores mencionados no pueden separarse ni aislarse dentro del contexto de una especialización y profundización historiográfica, ya que la interacción y la interrelación son sus principales valores. Alrededor, sobre todo aunque no exclusivamente, de tres conceptos: red social, reproducción social y movilidad social, gira no sólo la tendencia historiográfica que ha considerado a las oligarquías locales como el nervio de todo el proceso por el que se configura y organiza el poder social y político entre los siglos XIII-XIV y XIX, sino la transformación historiográfica más profunda e innovadora llevada a 243

cabo hasta ahora en el terreno de la historia social. No es casualidad, precisamente, que, en los tres conceptos, el segundo apellido coincida. Y, por otra parte, red, reproducción y movilidad se unen entre sí a través de la realidad social familia y las múltiples derivaciones y significados que ésta encierra. No pretendemos, ni es el objetivo de este artículo, reflexionar teórica y metodológicamente sobre Población, Familia y Relaciones de poder, sino más bien superar análisis aislados e intentar demostrar que a través de un sistema de relaciones es posible avanzar en el proceso de conocimiento y en la explicación de la organización social. Pero para hacerlo desde una propuesta interdisciplinar es necesario poner en común aquellos objetivos que permiten relacionar factores y crear así, desde un nuevo enfoque teórico, un sistema de interacciones y conexiones que ofrece nuevas lecturas y análisis innovadores. El proceso de conformación y consolidación de las oligarquías locales del que se deduce una necesaria relación entre número de hidalgos, espacio y sistemas de acceso al poder local así como la separación entre oligarquías y común de la vecindad, es la primera relación que quereremos apuntar. El ennoblecimiento de las oligarquías locales supone el punto de separación de la representación popular. El concejo, entendido como totalidad de los vecinos sufre, con la reforma de Alfonso XI (de concejo abierto a cerrado o de representación), una de las transformaciones más profundas y de mayor repercusión en el sistema feudovasallático de relaciones sociales y de dependencia. Comienzan a darse diferencias, cada vez más notables, entre quienes representan a la comunidad y ella misma; se altera un equilibrio que no volverá a producirse, entre otras razones porque los protagonistas cambian y el contexto socio-político es diferente2. Entre la segunda mitad del siglo 2 Una de las principales líneas de investigación de los historiadores medievalistas que se han preocupado de las relaciones sociales de poder en la baja edad media, ha consistido, precisamente, en el análisis de los concejos y su formación y evolución en la transición de abierto a cerrado, así como en las tensiones que comienzan a generarse desde el momento en que los grupos intermedios intentan acceder al privilegio y a la exención fiscal. Sin embargo, las absurdas fronteras académicas han hecho concluir, en ocasiones, precipitadamente, un proceso histórico que como ocurre en otras muchas temáticas se inicia en los siglos XII o XIII y continua a lo largo de la coyuntura histórica que suponen los siglos XVI y XVII. Esta situación es especialmente importante en el estudio de los grupos locales de poder. No es posible, ni es nuestra intención, recoger en una nota la exhaustiva bibliografia al respecto, pero sí apuntar, al menos, aquellos estudios que son un precedente imprescindible. Entre otros trabajos, Benjamín GONZÁLEZ ALONSO, Sobre el estado y la administración de la Corona de Castilla en el Antiguo Régimen, Madrid, 1981; especialmente el apartado: “Sociedad urbana y gobierno municipal en Castilla (1450-1600), pp. 57-83; Miguel Angel LADERO QUESADA, “Corona y ciudades en la Castilla del siglo XV”, en En la España Medieval, Universidad Complutense, Madrid, Tomo V, 1986, pp. 551-574; Miguel Angel LADERO QUESADA, “Linajes, bandos y parcialidades en la vida política de las ciudades castellanas (siglos XIV y XV)”, Actas Coloquio Biblioteca Española, Paris, 1987; texto presentado al coloquio, Les societés urbaines en France meridionale et la Peninsule Iberique au Moyen Age y publicado en 1991 bajo el título: “Lignages, bandos et partis dans la vie politique des villes castillanes (XIVe-XVe siécles), pp. 105-130; María ASENJO GONZÁLEZ, “Sociedad y vida política en las ciudades de la Corona de Castilla. Reflexiones sobre un debate”...; Paulino IRADIEL, “Formas del poder y de organización de la sociedad en las ciudades castellanas de la baja Edad Media”, en Estructuras y formas del poder en la historia, Universidad de Salamanca, 1991, pp. 23-49. En la nota 1 de este trabajo, el autor introduce una amplia referencia bibliográfica con indicación de autores concretos como Jose María Monsalvo, Jose Antonio Bonachía, Carlos Estepa o Julio Valdeón, que han tratado las formas y la organización social del poder; Máximo DIAGO HERNANDO, “Estructuras familiares de la nobleza

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XIV y 1543, podemos situar una etapa3 fundamental para comprender la evolución social en la que surgen valores anclados en la fuerza y en el peso de la tradición familiar pero a la vez con principios contradictorios. El culto a los antepasados, la fidelidad y la lealtad, el prestigio de la guerra y la milicia se unen a la riqueza y a la preparación de los individuos a la hora de acceder a los puestos de privilegio. Las propias cortes ponen de manifesto semejante contradicción. En 1506, las cortes de Valladolid afirman: “que sean personas hábiles y provechosas a vuestro servicio y no sean poderosos”4. Se expresa y manifiesta así una alteración en la consideración de los grupos que forman la organización social. Y de la preponderancia de los hidalgos en los siglos medievales, éstos pasan a ocupar el último escalón de la jerarquía nobiliaria a principios del siglo XVI5y una devaluación en el XVII. A esta situación le acompaña la necesaria formación para la detentación del oficio. Los conocimientos y la preparación del letrado se convierten en una necesidad, y aunque no se rompen los valores corporativos, la nobleza tradicional incorpora, junto a la herencia, representada en los servicios prestados por los antepasados y familiares del candidato, el linaje y la clientela, la formación y el estudio6. La construcción del edificio político-social y constitucional se explicará también a través, por una parte, de la pluralidad de espacios normativos y de jurisdicciones que constituyen una verdadera malla de normas y, por tanto, de elementos estructurantes de la organización político-insitucional ; y, por otra, la adopción del linaje como organización familiar, pero con prácticas sociales y de reconocimiento político que permitirá distinguir a la nobleza de sangre del resto de grupos sociales, y que se encuentra en las sociedades feudales europeas a partir del siglo XI. Las solidaridades que impulsan los lazos de parentesco se van a convertir en prioritarias sobre los de vecindad a la hora de definir la posición de un individuo en el seno de su comunidad. En definitiva, se está produciendo una situación mixta y compleja pero, sobre todo, contradictoria; pues mientras se buscan personas urbana en la Castilla bajomedieval: los doce linajes de Soria”, en Studia Stórica-Historia Medieval, 1992, 10, pp. 47-71; Máximo DIAGO HERNANDO, Estructuras de poder en Soria a fines de la Edad Media, Junta de Castilla y León, Valladolid, 1993;Jose María MONSALVO ANTON, “Parentesco y sistema concejil. Observaciones sobre la funcionalidad política de los linajes urbanos en Castilla y León (siglos XIII-XV)”, Hispania, LIII/3, 185, 1993, pp. 937-969; Jose María MONSALVO ANTON, “Historia de los poderes medievales del Derecho a la Antropología(el ejemplo castellano: monarquía, concejos y señoríos en los siglos XII-XV)”, Historia a Debate Medieval, Carlos BARROS, editor, Coruña, 1995, pp. 81-150. Este trabajo también incluye un amplio repertorio bibliográfico al que remitimos; José Antonio JARA FUENTE, “Sobre el concejo cerrado. Asamblearismo y participación política en las ciudades castellanas de la baja edad media”, Studia Stórica. Historia Medieval, 17, 1999, pp. 113-136. 3 Remitimos al texto, en prensa, sobre “Análisis de las oligarquías locales en Castilla. Siglos XV-XVII”, en Poder y movilidad social en el Sur de Europa. Siglos XV-XIX, Madrid, C.S.I.C, en el que analizamos diversos ejemplos y llevamos a cabo comparaciones sobre los procesos de oligarquización y patrimonialización del poder local. 4 Jose Antonio MARAVAL, Estado moderno y mentalidad social. Siglos XV a XVII, vol. II, Madrid, 1972, p. 490. 5 Joseph PÉREZ, “Reflexions sur l’hidalguia”, en Hidalgos, hidalguía dans L´ Espagne des XVIeXVIIIe siècles, C.N.R.S., París, 1989, pp. 11-22. 6 Beatriz CÁRCELES DE GEA, “Nobleza, hidalguía y servicios en el siglo XVII castellano”, en Hidalgos, hidalguía dans L´ Espagne des XVIe-XVIIIe siècles, C.N.R.S., París, 1989, pp. 71-93.

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provechosas para los oficios y se pide que los cargos sean temporales, la sangre y la alianza con la Monarquía por parte de las oligarquías van a ir tiñendo de nobleza las capas de la sociedad y una de esas serán las oligarquías locales. Pero lo más destacado en este punto será la diversidad de situaciones que se producen. Mientras las ciudades de voto en cortes responden al modelo de ennoblecimiento que se ha extendido más comúnmente, en muchas pequeñas villas y aldeas la mitad de oficios ocasiona tensiones que generan una violencia desconocida hasta entonces. La usurpación de la soberanía popular y las resistencias que ésta lleva a cabo son una muestra de la lucha que se mantiene. Una de las razones que explican el problema es que se estan invirtiendo los términos de la jerarquía social, en tanto que de nobleza de origen y antepasados que necesitan dinero para mantenerse, se está pasando a poseer dinero y desde esta plataforma ennoblecerse. La economía comienza a verse impulsada por el afán de lucro y se abren, aunque con extremada prudencia, las puertas de la estimación social a aquél que logra acumular una fortuna superior a su estado u origen social. Sin embargo, la obtención de rentas continua siendo propia del modelo económico feudal, y lo que es más grave, las inversiones -en buena medida condicionadas por el deseo de incorporación al modo de vida oligárquico y nobiliario- se orientan hacia el reforzamiento y mantenimiento de un status carente de incentivos económicos que supongan beneficios. De esta forma se mantendrán las relaciones sociales de dependencia y la administración municipal y el poder local se aristocratizarán. Aparentemente, asistimos a un fuerte contraste entre movimientos individuales y la conservación del rígido caparazón estamental. Sin embargo, no es exacta esta imagen; ambas figuras: individuo y estamento, se relacionan y a la vez se distinguen en el seno de la familia y de los contextos y espacios socio-institucionales en los que se desarrollan; me refiero a linajes, redes de poder, clientelas. En este sentido, podriamos preguntarnos de qué manera se plantean las relaciones entre los miembros de los grupos de poder local respecto a otras instituciones de poder como alta nobleza, alto clero, Inquisición, Corona. Señalemos, en primer lugar, que es alrededor de los concejos y del poder local donde se manifiestan y relacionan los intereses de la nobleza, la Corona y, por supuesto, las propias oligarquías. Dos tipos de análisis se han llevado a cabo hasta ahora con desigual fortuna en la interpretación, pero dejando siempre de manifiesto un sentido unívoco y rígido que ha producido interpretaciones de dudosa y confusa aceptación. Primero, se ha partido de un desarrollo evolucionista, lineal y tautológico para explicar el proceso seguido por las élites y los poderes locales en la construcción del estado. La hipótesis inicial se ha construido alrededor del binomio: a una mayor consolidación y fortalecimiento del estado le corresponde una progresiva y paulatina debilidad de los viejos grupos corporativos7. Sin embargo, el sistema feudo-vasallático de vínculos personales de carácter vertical que arranca de la monarquía y desciende por toda la pirámide social, significa y tiene como consecuencia que los conflictos y sus posibles 7 Gerard DELILLE, “Storia politica e antropología: gruppi di potere locale nel mediterraneo occidentale dal XVe al XVII secolo”, L’Uomo, Universitá di Roma “La Sapienza”, Vol. VII, ½, 1994, p. 132.

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soluciones no sólo se dirimen en cada localidad, sino en la corte y en otras instancias y contando con la intervención de otros protagonistas. Por ello, mientras las clientelas locales no se diluyan el proceso de formación del estado centralizado se encontrará condicionado, algo que explica su continuidad y perdurabilidad hasta el siglo XIX. Lo cuál significa que se pone en cuestión el esquema evolucionistatautológico y demasiado lineal y simple del regidor del XVI-XVII que se convierte en el cacique del siglo XIX. M.C. Gerbet afirma que “le caciquisme qui impregnera si durablement la vie locale espagnole ainsi que celle des colonies, constitue en fait un archaïsme par le rôle et l´importance des liens personnels et familiaux comme moyens de gouvernement”8. Es decir, relaciones clientelares dentro de un contexto de jerarquía y status social aceptado y reconocido, procesos de intermediación y formas de construcción vertical que, si bien guardan relación con el caciquismo, no tienen nada que ver con su sistema político; son valores y códigos de comportamiento diferente y, por tanto, difícilmente puede ser, como afirma Gerard Delille, una reproducción del viejo sistema político de los bandos9. El contexto cambia, y no solo porque los bandos tradicionales del Antiguo Régimen no se puedan explicar sin las relaciones clientelares que permanecen, y con mucho vigor, a lo largo del siglo XIX e, incluso, en determinadas zonas, sobre todo rurales, hasta principios del XX, sino porque las relaciones de desigualdad y dependencia son otras. La presencia de factores como el nuevo sistema político, el voto censitario o la diversificación del trabajo, vuelve más cultural la dependencia; con menos fuerza legal y jurídica y, por tanto, con más capacidad reivindicativa en las capas sociales sometidas. El argumento de Giovanni Levi, viene a corroborar esta hipótesis: “la capacidad innovadora de estas figuras no permite igualarlas con caciques o capos de mafia de las sociedades contemporáneas, y es además inadecuado aplicar con rigidez al siglo XVII (podríamos hacer extensiva esta idea al Antiguo Régimen. Esta aclaración es nuestra) modelos interpretativos construidos para situaciones diferentes”10. No es posible la comparación con los caciques al haberse producido unos cambios en los valores sociales comenzando por el diluimiento de la red clientelar y el poder local, ya que el regimiento y la fuerza de lo local ha sido sustituida, primero, por la corte y, después, por los intereses hacia el ejército o la administración. La vinculación de los linajes se orienta hacia estos espacios. Los bandos comienzan a disolverse como estructura social con capacidad de aglutinar y cohesionar familias, estimular y potenciar intereses de poder y orientar y aconsejar matrimonios, lo que no quiere decir que haya desaparecido el sistema de relaciones clientelares, pero sí que ha disminuido su potencialidad y, sobre todo, hay que situarlo en otro contexto.

8 La noblesse dans le royaume de Castille. Etude sur les structures sociales en Estremadure de 1454 á 1516, Paris, 1979, p.465. De la misma autora, “Mayorat, strategie familiale et pouvoir royal en Castille. D, après quelques exemples puis en Estremadure á la fin du moyen-age”, en Les Espagnes medievales. Aspects economiques et sociaux, Melanges a Jean Gautier Dalché, Niza, 1984, pp. 257-281. 9 Gerard DELILLE, op.cit., p. 144. 10 Giovanni LEVI, La herencia inmaterial, Madrid, 1990, p. 207.

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El planteamiento de un estado centralizado frente a la debilidad de instituciones y grupos sociales se relaciona, en parte, con la hipótesis centro-periferia. Estamos de acuerdo con la propuesta del profesor Nuno Monteiro según la cuál se trata de una conveniencia de lenguaje, ya que no existe una acción concertada entre los órganos que podríamos llamar centrales y los periféricos11. La monarquía hispánica integra en un mismo territorio entidades políticas autónomas y diferenciadas entre sí. La monarquía no coincidía con el reino y, por tanto, el rey tiene que gobernar sobre varios reinos, en ocasiones, muy diversos entre sí, para intentar llevar a cabo, sin embargo, una política común. Se trata de las denominadas por J. Elliot, monarquías compuestas12. La corona se sitúa frente a cuerpos dotados de fuerte identidad y con expresión territorial. Pero sólo se justifica en tanto que lo que se entendería por periferia, es decir, las ciudades o las administraciones de las distintas coronas, forman parte sustantiva y sustancial de la monarquía, es decir, el centro. Las relaciones entre monarquía y ciudades siempre fueron más complejas de lo que parece indicar el binomio centralización monárquica-oligarquías locales13. La existencia de espacios políticos locales, la fuerza de las respectivas coronas, la necesidad de negociar y consensuar con ellas las políticas fiscales y militares de la monarquía, junto a los poderes corporativos tradicionales y el sistema clintelar de relaciones socio-políticas, obliga, necesariamente, a cambiar el enfoque centro-periferia por el de la dialéctica del compromiso y la coordinación de intereses antes que el enfrentamiento; se intentará buscar el consenso tácito en lugar de la ruptura14. El estudio de Raggio sobre la Liguria o de Simona Cerutti sobre Turín15, demuestra la debilidad del estado y la potencia y presión de los grupos locales 11 Nuno MONTEIRO, “Monarquía, poderes locais e corpos intermedios no Portugal moderno (seculos XVII e XVIII)”, en Centralizaçao e descentralizaço na Península Ibérica, Actas dos IV Cursos Internacionais de Verao de Cascais, Cascais, 1998, vol. 2, pp. 113-123. Véase al respecto las interesantes reflexiones de Xavier GIL PUJOL, “Centralismo e localismo? Sobre as relaçoes políticas e culturais entre capital e territorios nas monarquías europeias dos séculos XVI e XVII”, Penélope. Fazer e desfazer a Historia, 6, 1991, pp. 119-144. 12 John Elliot, “A Europe of composite monarchies”, Past and Present, 137, 1992, pp. 48-71. 13 Alberto MARCOS MARTÍN, “Oligarquías urbanas y gobiernos ciudadanos en la España del siglo XVI”, en Felipe II y el mediterráneo, Vol. II, Sociedad Estatal para la conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid, 1999, pp. 265-293. Pablo FERNANDEZ ALBALADEJO, “Cities and the state in Spain”, in Cities and the rise of states in Europe, Charles TILLY and Wim P. BLOCKMANS, editores, Oxford; Pablo FERNANDEZ ALBALADEJO, “Monarquía y reino en Castilla: 1538-1623”, en Fragmentos de Monarquía, 1992, pp. 246-247; José Ignacio FORTEA PEREZ, Monarquía y cortes en la Corona de Castilla. Las ciudades ante la política fiscal de Felipe II, Salamanca, 1990; José Ignacio FORTEA PEREZ, “Poder real y poder municipal en Castilla en el siglo XVI”, en Estructuras y formas del poder en la historia, Universidad de Salamanca, 1991, pp. 117-142; Bartolomé YUN CASALILLA, “Aristocracia, corona y oligarquías urbanas en Castilla ante el problema fiscal. 1450-1600. (Una reflexión en el largo plazo)”, en Historia de la hacienda en España (s. XVI-XX), homenaje a Felipe Ruiz Martín, Hacienda Pública Española, 1, 1991, pp. 25-41. 14 Alberto MARCOS MARTIN, ob.cit., p. 268. 15 Osvaldo RAGGIO, Faide e parentele. Lo stato genovese visto dalla Fontanabuona, Turín, 1990; Simona CERUTTI, Mestieri e privilegi. Nascita delle corporazioni a Torino. Secoli XVII-XVIII, Einaudi, Turín, 1992. Véase al respecto, Wolfgang REINHARD, director, Les élites du pouvoir et la construction de l´ Etat

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de tradición y origen familiar. El período sobre el que estamos llevando a cabo nuestra reflexión: circa último tercio siglo XV-inicios siglo XVII, es la historia de un proceso de rivalidad por el control de los medios del poder entre los grupos privilegiados y los populares. El fenómeno de aristocratización de la sociedad se produce por la integración de las capas populares más ricas en el grupo noble seguido de un cierre social en la segunda mitad del siglo XVI y primera del XVII. Las relaciones entre ambos se canalizan a través de una doble vía: instituciones como Inquisición, Iglesia o Corona pero, sobre todo, por el sistema clientelar y la enorme fuerza y viveza de los lazos y vínculos que lo explican; y que son especialmente significativos en los reinos hispánicos a lo largo del período indicado. La puesta en práctica de estas relaciones significa y supone intermediación y, en tanto que tal, intervención en los asuntos locales para convertirse: Inquisición, Iglesia, Monarqía e, incluso, Papado16en árbitro, regulador y legitimador de las tensiones y rivalidades locales que pueden significar, en algunos casos, enfrentamientos entre facciones nobiliarias. En este secular proceso, mercaderes, artesanos y grupos populares, irán ganando ennoblecimiento, adornando su pasado con blasones, glorias, hazañas y sangre inmaculada, dando lugar a un cierre social dentro del cuál se produce movilidad17. En el proceso de oligarquización, aristocratización y posterior patrimonialización que se produce en el gobierno de las ciudades, la separación política, social y cultural entre la comunidad considerada como una colectividad y agregado de corporaciones constituida por diversos ámbitos con expresión política de autogobierno legitimado en sus fueros y privilegios, y el regimiento, compuesto por representantes de diversos sectores pero que se aleja cada vez más de sus originarias funciones, es una de las consecuencias del citado proceso, que nos permite situar los términos de nuestra reflexión en el punto concreto de la conflictividad y de los intereses y estrategias de los sectores sociales que participan en el proceso. Es necesario estudiar en profundidad porqué se producen nuevas situaciones. Los requisitos para formar parte del grupo de poder reflejan mecanismos de jerarquización a la vez que de separación, exclusión y solidaridad. El conflicto y su control se plantea en tres niveles: institucional, privado, y ritual o de manifestación simbólica que dan como resultado: unión de parientes contra adversarios exteriores; escisiones en los linajes y en los bandos; movilización de recursos y redes de alianzas y clientes para hacer frente a nuevas familias rivales y paces locales provisionales para oponerse a peligros exteriores. La conflictividad que genera este proceso, así como las formas de plantearse y sus soluciones se explican en tanto que la organización social se encuentre dominada por relaciones clientelares que no se dirimen sólo en la localidad sino en niveles en Europe, P.U.F., París, 1996. Pablo SANCHEZ LEÓN, “Nobleza, estado y clientelas en el feudalismo. En los límites de la historia social”, texto mecanografiado consultado por amabilidad del autor. 16 Jaime CONTRERAS CONTRERAS, Sotos contra Riquelmes, Anaya-Muchnik, Madrid, 1992. 17 Tengamos en cuenta que la movilidad no se puede producir entre grupos socialmente opuestos sino que, previamente, existe una diversidad dentro, por ejemplo, de la nobleza o del campesinado. Lo cuál significa una total adaptación a los valores, modos de vida y pensamiento del grupo al que se quiere pertenecer o dentro del cuál se pretende escalar posiciones sociales.

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sociales y políticamente, como ya hemos indicado, más altos. Las respuestas, por tanto, tienen lugar en otro espacio social: el de las relaciones clientelares. Por ello se explica que dinero y honores, dinero e hidalguía, coexistan. En este contexto hay que colocar el fenómeno de la venta de cargos que, aparte de marcar una cronología y las durísimas luchas y rivalidades que tienen las familias en ascenso frente a las que desean mantener sus privilegios, estamos ante un instrumento de renovación social y de disgregación de grupos corporativos. La implicación de la monarquía en la venta de cargos locales supondrá una movilidad interna y una renovación y nueva perspectiva del viejo sistema. Un segundo tipo de análisis ha estado orientado por la contradicción entre estado centralizado y sociedad segmentaria. La hipótesis por la cuál el estado se fortalece en tanto que influye, mediatiza y termina por controlar las rivalidades locales supone una total rigidez y dejaría al margen las relaciones clientelares, los procesos de intermediación y, sobre todo, el peso de la influencia familiar en la construcción de las redes sociales de influencia, amistad y compromiso que vinculan y relacionan grupos y personas en un contexto de coexistencia entre razón de estado y razón de familia18. Cepeda afirmaba que el estado moderno estaba integrado por grupos, familias, oficios y órdenes; Gibert planteaba que la dicotomía rey-reino, comienza a desplazarse por estado-sociedad. Otro de los trabajos pioneros es el llevado a cabo por Vicens Vives en 1960, “estructura administrativa estatal en los siglos XVI y XVII”19, es una excelente guía sobre las contradicciones de la monarquía y su proceso socio-político. Para poder explicar los dos análisis planteados: fortaleza o debilidad del estado versus corporaciones y estado centralizado versus sociedad segmentaria, es absolutamente necesario reflexionar sobre el segundo de los tres procesos señalados al principio de estas páginas: el papel de la familia y el parentesco en el linaje y en el mayorazgo como factores de movilidad y perpetuación. En palabras de Gerard Delille, nos encontramos ante uno de los problemas fundamentales que el historiador deberá afrontar para comprender la vida política y social con sus conflictos y estrategias en la edad moderna20. Pero si ampliamos e incluimos, aunque la complejidad se vuelva mayor, el concepto, significado y realidad de clientelismo, podremos comprender más adecuadamente el orden social, ya que donde se concentra una mayor capacidad de relación es en los procesos de intermediación21. El clientelismo, propio de una sociedad jerarquizada, se verá 18 Joan Luís PALOS, “Vivir en Barcelona. Sugerencias para una conceptualización de la élite ciudadana en los siglos XVI-XIX”, Manuscrits, 1988, 7, pp. 263-283. 19 En Coyuntura económica y reformismo burgués y otros estudios de Historia de España, Barcelona, 1971, 3ª edición, pp. 101-141. 20 Gerard DELILLE, ob.,cit.,p. 136. 21 Desde hace unos años, aunque pocos, comienza a ser habitual el enfoque sobre relaciones sociales en los análisis historiográficos españoles. Entre algunos ejemplos, Christian WINDLER, Elites locales, señores, reformistas. Redes clientelares y monarquía hacia finales del Antiguo Régimen, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1997; Christian WINDLER, “Clientèles royales et clientèles seigneuriales vers la fin de l´ Ancien Régime. Un dossier espagnol”, Annales HSS, 52, 1997, pp. 293-319; Jean Pierre DEDIEU, Christian WINDLER, “La familia: ¿Una clave para entender la historia política? El ejemplo de la

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potenciado de manera exponencial en un contexto de relaciones personales en el que la promoción y movilidad social dependerá de las relaciones horizontales y verticales que ponen en tensión un sistema de desigualdades que se legitima en el ideal de reciprocidad de servicios prestados. El sistema funciona en tanto que se generan obligaciones y lealtades surgidas de unas relaciones de dependencia que tienen su origen en la proyección que la familia hará de sus distintos miembros para la supervivencia, la permanencia en el status alcanzado o la promoción a partir del que se posea. Familia, parentesco, linaje y clientela se suelen fundir, confundir, mezclar y relacionar en un complejo puzzle teórico y conceptual que siempre intenta explicar el orden y la organización social; es decir, el sistema que legitima las actuaciones de los distintos grupos sociales y poderes que actuan en una comunidad y sufren una determinada evolución con el paso del tiempo. No pretendemos, ni es posible en el espacio de este articulo, llevar a cabo una explicación de cada concepto; pero sí queremos subrayar la necesaria relación entre ellos. Primero, porque las relaciones de parentesco constituyen la matriz de las relaciones sociales. No hay que confundir clientelismo con parentesco, aunque en la sociedad tradicional se produce ante la potencia de las relaciones clientelares que comprenden tanto a parientes como a criados, amigos, aliados o el parentesco ficticio, uno de los fenómeos más relevantes en las sociedades mediterráneas. El compadrazgo pretende reforzar lazos de amistad en los que está ausente el parentesco consanguíneo y, de paso, aumentar la red clientelar. Clientelismo significa dependencia y se basa en la desigualdad, por lo que en sociedades jerarquizadas y desiguales como la que nos ocupa, y en general, la del Antiguo Régimen, es un factor fundamental para entender la organización social y, sobre todo, la constitución de los grupos de poder. El clientelismo, al reposar sobre relaciones desiguales y bilaterales, será siempre una estructura vertical que se cohesiona y consolida cuanto más próxima se encuentra de las relaciones familiares. Sin embargo, ésta es una de las líneas de confusión y de necesaria aclaración por cuanto las estrategias y los intereses famiEspaña moderna”, Studia Stórica. Historia Moderna, 18, 1998, pp. 201-233; Tomás MANTECÓN MOVELLAN, Conflictividad y disciplinamiento social en la Cantabria rural del Antiguo Régimen, especialmente el capítulo segundo: “Lazos verticales y dependencias personales: de los señores a los caciques, las formas de tiranía”, Santander, Universidad de Cantabria, 1997, pp. 214-145; Juan PRO RUIZ, “Socios, amigos y compadres: camarillas y redes personales en la sociedad liberal”, en Familia, poderosos y oligarquías, Francisco CHACÓN JIMÉNEZ Y Juan HERNÁNDEZ FRANCO, editores, Murcia, Universidad de Murcia, 2001, pp.153-173; Francisco GARCÍA GONZÁLEZ, “Reseaux familiaux, reseaux sociaux. Richesse, pouvoir et parenté dans la Sierra d´Alcaraz au XVIIIe siécle”, en Juan Luis CASTELLANO CASTELLANO, Jean Pierre DEDIEU, Des réseaux en Espagne. Réseaux sociaux, familles et pouvoir dans le monde ibérique á la fin de l´Ancien Régime, París, C.N.R.S., 1998, pp. 89-110; José María IMIZCOZ BEUNZA, “Comunidad, red social y élites. Un análisis de la vertebración social en el Antiguo Régimen”, en José María IMIZCOZ BEUNZA, director, Élites, poder y red social. Las élites del País Vasco y Navarro en la Edad moderna, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1996, pp. 13-50; Robert DESCIMON, Jean Frédéric SCHAUB, Bernard VINCENT, Les figures de l´administrateur. Institutions, réseaux, pouvoirs en Espagne, en France et au Portugal, XVIème-XIXème siècles, París, EHESS, 1997. En el ámbito del clero ver el reciente y sugestivo estudio de Antonio IRIGOYEN LÓPEZ, Entre el cielo y la tierra. Entre la familia y la institución. El cabildo de la catedral en Murcia en el siglo XVII, Murcia, Universidad de Murcia, 2001.

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liares se unen de forma horizontal; ahora bien, la creación de bandos y facciones formados por grupos familiares con sus respectivas clientelas, relacionados entre sí y articulados a través de redes, presentan relaciones verticales, aunque no se pueden excluir las horizontales. La problemática específica de la sociedad hispánica se encuentra en la coincidencia y permanencia tanto de la potencia del lazo entre señor y vasallo, que en un principio fue más fuerte que el de consanguinidad, lo que significó para el clientelismo y el patronazgo un papel no suficientemente estudiado hasta ahora, como en la consistencia de los lazos familiares. Ahora bien, en el parentesco y en las familias pueden existir relaciones horizontales y verticales; hay que entender que ninguna de estas relaciones es rígida sino que, muy al contrario, presenta una flexibilidad que depende de diversos factores: la fortaleza de los vínculos y lazos; los intereses en juego; la amplitud o estrechez de las alianzas; de los equilibrios de fuerza tanto familiares como del grupo, bando o facción. Si penetramos en la estructura del bando, su organización es, al igual que la de la sociedad, plenamente piramidal22. Todo bando estará dirigido por un patrón que a su vez tendrá varios clientes, pudiendo ser cada uno de ellos, a su vez, patrón de otros clientes. Esta pirámide y cadenas de clientelas estan dirigidas por patrones que son cabezas de familia y cuya clientela es familiar en su base pero se puede ampliar a criados, amistades y personas sin relaciones consanguíneas ni de parentesco ficticio. La conclusión es que la estructura de bandos, reposa en gran medida, sobre lazos de hombre a hombre; en este sentido y siguiendo la definición dada por M.C. Gerbet, podriamos decir que todo bando es un grupo de familias, cuyos miembros estan ligados por la sangre, la tradición familiar y la clientela alrededor de un linaje dominante que da su nombre al bando. El término linaje responde a una entidad superior que agrupa a varias familias procedentes de un mismo tronco u origen y que aglutina intereses políticos y de perpetuación y reproducción social. La trascendencia del linaje y la necesidad de profundizar en su origen y significado se debe a la integración y síntesis que supone para la familia, las relaciones de parentesco y el poder tanto en su dimensión local como de corte. A partir de los años centrales del siglo XIII se hace explícita la conciencia del linaje. Se menciona en textos jurídicos y narrativos como los códigos alfonsinos o la obra de D. Juan Manuel; así linaje: “línea de parentesco es ayuntamiento ordenado de personas que si tienen unas de otras como cadena descendiente de una rayz”23. Desde el siglo XII se comienzan a usar emblemas heráldicos como elementos identificadores del linaje24. En el siglo XIII empiezan a utilizar un cognomen o renombre como apellido fijo y seña de identidad del linaje25. La es22 Una explicación clara y sencilla se encuentra en la obra citada de Marie Claude Gerbet, La noblesse..., París, 1979. 23 Las Siete Partidas, t. II, 4ª partida, tit. VI, ley II, fol., 16-17. 24 A.R. FIRPO, “ L, ideologie du lignage et les images de les familles dans les “Memorias” de Leonor López de Córdoba (1400)”, Le Moyen Age, t. 87, 2, pp. 243-263. 25 Isabel BECEIRO, Rafael CORDOBA, Parentesco, poder y mentalidad. La nobleza castellana. Siglos XII-XV, C.S.I.C., Madrid, 1990, pp. 58-59.

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tructura agnática y la filiación paterna con preeminencia de la masculinidad y la primogenitura, son los rasgos de la estructura del linaje que no se verán formalizados hasta bien entrado el período bajo-medieval, aunque la organización en linajes de los caballeros villanos está documentada entre mediados del siglo XIII y primeras décadas del XIV26. Pero el linaje funciona como una red de alianzas ya que su cohesión interna se basa en las alianzas matrimoniales dentro de las estrategias de perpetuación y clientelismo político y económico. En este sentido, se produce un equilibrio entre la primacía de la primogenitura en la herencia y la dotación de importantes dominios para los segundones. Para entender la organización social hay que introducir la creación del mayorazgo y ponerlo en relación con el linaje. El desarrollo de los mayorazgos a partir del siglo XVI significa el predominio de los intereses del linaje y, por tanto, de las familias sobre el de los individuos singulares en su aspiración por el control del poder local. El linaje aparece entonces como un factor de movilidad social a partir de tres realidades: primero, cuando en el matrimonio cada esposo es dotado con un mayorazgo; esta doble procedencia de bienes matiza la idea de que es el linaje masculino sobre el que se construye la identidad social del mismo. Los símbolos de identidad y perpetuación reposan sobre el apellido y éste en la familia que da con su nombre el del linaje. Pero la fuerza de ramas secundarias, las dotaciones de segundones y la sucesión femenina en la cabecera de los mayorazgos, unido al crecimiento económico y aumento en el número de mayorazgos y diversidad de situaciones en el control del poder local, convierte la organización social en mucho más plural; segundo, el orden sucesorio del mayorazgo se encuentra en hermanos del primer dueño/a antes que en hijos del primer dueño/a; y tercero, predominio del apellido y rivalidad dentro de la familia para continuar el linaje. Pero a partir de finales del XVI y primera mitad del siglo XVII, se produce el estancamiento en las ramas de linajes coincidiendo con el cierre social de los antiguos hijosdalgo que quieren impedir a toda costa el acceso al privilegio y al poder local de las capas intermedias enriquecidas. La fuerza que adquiere la primogenitura y el deseo de ostentarla se convierte en uno de los pilares fundamentales del orden nobiliario. La descendencia asume un desarrollo estrictamene lineal de padre a hijo primogénito y pone en práctica medidas demográficas y estrategias matrimoniales que tienen como consecuencia: práctica del celibato, envío de mujeres a conventos, de segundones a la milicia o a la iglesia. Se producen numerosas disputas para ostentar la titularidad del mayorazgo. En un trabajo anterior, señalábamos la estrecha unión entre linaje y apellido27. La posesión de mayorazgos y el patronazgo de capellanías y capillas 26 Juan HERNÁNDEZ FRANCO, Antonio PEÑAFIEL RAMÓN, “Parentesco, linaje y mayorazgo en una ciudad mediterránea: Murcia (siglos XV-XVIII)”, Hispania, LVIII/1, 198, 1998, pp. 157-183. 27 Francisco CHACÓN JIMÉNEZ, “Hacia una nueva definición de la estructura social en la España del Antiguo Régimen a través de la familia y las relaciones de parentesco”, Historia Social, 21, 1995, pp. 75-104. Diversos autores han hecho importantes contribuciones a la significación social del mayorazgo, entre otros señalaremos: Marie Claude Gerbet, “Mayorat, stratégie familiale et pouvoir royal en Castille. D´après quelques exemples pris en Estremadure à la fin du Moyen-Âge”, en Les

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se vincula y une al linaje a través del apellido y, por tanto, de la familia que da nombre a aquél. Pero el linaje no solo se construye en torno a un antepasado común. Las diversas ramas familiares constituyen una amplia red que tiene a su alrededor una clientela que se fortalece y extiende mediante lazos personales y familiares. El crecimiento de la nobleza en la baja edad media y los enfrentamientos por el poder local con intervención e intermediación de la Corona, le otorgan al bando o parcialidad, no en todas las villas y ciudades, un sentido y un espacio social y político más amplio que el de linaje, aunque ambos reposan sobre el grupo familiar. Debemos distinguir, por una parte, y subrayar, por otra, la importancia de las relaciones clientelares en la formación y constitución del bando mientras que el parentesco tiene un papel más relevante en el linaje. Sin embargo, la distinción bando-linaje es un fenómeno más complejo de lo que en un principio parece y la historiografía ha señalado. Primero porque el linaje es la expresión social de aglutinarse el grupo familiar mientras que el bando es la expresión política que alcanzan las familias a través del linaje. Son éstos los que canalizan el acceso a los cargos del poder local de las personas que los detentarán mediante un equilibrio en el turno respecto a qué linaje le corresponde proponer persona. Pero no se pueden separar porque en realidad no lo están, ya que a través de las uniones matrimoniales o las alianzas por intereses forman un bloque compacto. Semejante al que indica en 1620 el regidor de la ciudad de Murcia don Pedro Zambrana, quien declara como testigo ante una petición de hábito de Santiago. Afirma que su abuela Doña Ginesa Corella Fajardo le dijo que para poder emparentar:”en esta ciudad había dieciocho o veinte linajes de personas nobles hijosdalgo, y después acá se las nombró”28. Ahora bien, no nos encontramos ante un grupo compacto. Como demostró Jaime Contreras, las rivalidades y tensiones entre Sotos y Riquelmes en Murcia alcanzaron en el siglo XVI una intensidad poco habitual; heredera, además, de la que en los siglos bajomedievales habían mantenido Manueles y Fajardos. Esta situación ambigua de proximidad-lejanía y unión-separación no es más que el reflejo de una de las contradicciones más notables de la sociedad hispánica en la edad moderna: el proceso de cierre y movilidad socio-política. En el mismo participaron protagonistas de enorme influencia que le dieron un giro notable al proceso a partir de mediados del quinientos: las ventas de cargos, regidurías especialmente, por parte de la monarquía a partir, sobre todo, de 1543; la puesta en práctica de los estatutos de limpieza de sangre para ingresar en distintas instituciones, entre ellas los concejos, u obtener reconocimiento social como el que otorgaba los hábitos de órdenes militares y, en tercer lugar, siguiendo con el ejemplo de la declaración del regidor D. Pedro Zambrana en 1620:”de veinte a treinta años a Espagnes medievales. Aspects économiques et sociaux. Mélanges offerts à Jean Gautier Dalché, Niza, 1984, pp. 257-276; Jean Pierre MOLENAT, “La volonté de durer: mayorats et chapellenies dans la pratique tolédane des XIIIe-XVe siécles”, en En la España Medieval, V, Madrid, Universidad Complutense, 1986, pp. 683-696; Jean Pierre DEDIEU, “Las élites: familias, grupos, territorios”, Bulletin Hispanique, T.97, 1995, 1, pp. 13-32. 28 Francisco CHACÓN JIMÉNEZ, ob.,cit., p. 103.

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esta parte se han levantado en aquesta ciudad algunas casas de labradores por haber crecido en hacienda”29. No olvidemos que está señalando las familias de origen linajudo para poder emparentar. El problema se sitúa, por tanto, no en la existencia de un mayor o menor número de linajes y en las familias que los componen, o si con el paso del tiempo aquellos aumentan aunque no cuenten con el beneplácito y aceptación de los antiguos linajes, si no en las estrategias matrimoniales y en el parentesco de quienes pretenden alcanzar un determinado status y consideración social. De dicha aspiración no está ausente el nivel económico y político que se posea en una determinada comunidad30. La inestabilidad, el conflicto y las rivalidades políticas reflejan claramente las contradicciones sociales, y su agudización y posterior cierre social la presencia de nuevos elementos: venta de cargos, limpieza de sangre, enriquecimiento y acceso de capas intermedias al poder local y devaluación de la consideración de hidalgos. La aparente fluidez y coexistencia de familias integradas en un bando pero que algunas por razones de intereses o estrategias se integren en otro, no significa que estemos ante una gran fluidez del cuerpo social; todo lo contrario, la rigidez que adopta el grupo que disfruta del privilegio ante las nuevas posibilidades que se abren a quienes aspiran también a dicho privilegio, puede llegar a tensionar hasta extremos dramáticos la sociedad española y constituye, pues, el enfoque necesario para entender la relación que nos preocupa desde el principio. A partir de ahora se podría situar la población, la familia y las élites de poder local en el centro de un debate que tiene como finalidad explicar el sistema de organización social y los fines e intereses que persiguen los distintos grupos que componen el tejido social. A través de dos procesos, que no son más que las dos caras de una misma moneda, podemos aproximarnos a semejante objetivo: a) proceso de oligarquización y patrimonialización del poder local mediante el cuál la comunidad pasará a ser representada por un sistema de selección que variará en función de la jurisdicción, la composición social y el tamaño de los núcleos, y en el que intervendrán la Corona, la nobleza territorial y los propios representantes y miembros de la oligarquía local. El control de los mecanismos de elección y las relaciones de parentesco son dos factores a tener en cuenta. No olvidemos que Europa pasaba de una fase de compañeros de armas, aún típica del Islam, a otra de jerarquía y mando y de señores con castillos y vasallos; de una hermandad igualitaria de guerreros a una sociedad estratificada en términos de autoridad y recursos materiales. Pero la venalidad de oficios y la patrimonialización de los mismos romperán el concepto jerárquico de estratificación social, agudizando antiguas rivalidades y permitiendo procesos de movilidad social en los que la riqueza y la limpieza de sangre jugarán un papel fundamental. Ambos factores constituyen los elementos de un segundo proceso, en el que un fino y 29 Francisco CHACÓN JIMÉNEZ, ob.,cit., p. 103. 30 Maurice GODELIER, “L’occident, miroir brisé. Une evaluation partielle de l’anthropologie sociale assortie de quelques perspectives”, Annales ESC, septembre-octobre, 1993, 5, pp. 1183-1207; Pierre BOURDIEU, “Esprits d´État. Genése et structure du champ bureaucratique”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 96-97, 1993, pp. 49-62.

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sutil hilo conductor se establece entre la obtención de riqueza y la movilidad social a través de la dote y en detrimento del concepto de honor mediante la inversión en una adecuada y correcta estrategia que permita la promoción familiar a través del matrimonio de una hija, sobre todo, o de un hijo, o de una sobrina/o. Y si es necesario, y lo es en muchas ocasiones, inventando y construyendo falsas genealogías31. El auge de la dote significó la ruptura con las antiguas formas de jerarquía, pues establece la riqueza como factor de promoción social a la vez que un elemento de consideración y reconocimiento de status. De esta manera, las relaciones de parentesco se convierten en clave para explicar la constitución y organización del poder que tiene en la familia y en el linaje en el que se integran varias familias, parte de la explicación de los conflictos que se producirán desde la baja edad media. La evolución que seguirán ambos procesos estará condicionada por el espacio; el número de habitantes de cada localidad y su composición social; los lazos, vínculos y redes que se establecen en la consolidación social y política de los grupos de poder y en la relación con otras instituciones, especialmente, la Monarquía y la nobleza territorial. *** Así, pues, una vez analizadas las relaciones que se pueden establecer entre población, familia y grupos de poder para analizar y comprender la organización social intentaremos dar un paso metodológico en el que cristalicen las complejas e interrelacionadas variables estudiadas hasta ahora. Para ello es preciso superar el contexto social restringido en el que familia o/y grupos de poder han sido estudiados. Es aquí, cuando la influencia de la categoría red social a través de propuestas concretas alcanza un nivel de condensación o/y cristalización que permite explicar las situaciones de dependencia, intermediación y solidaridad características de las relaciones familiares y clientelares. En un sugerente, pero escasamente conocido, artículo del profesor Pedro de Brito32, se propone un método que basado en el concepto de red, privilegia el entrelazamiento o unión de sus miembros. A partir de aquí traza sociogramas que explican las relaciones y miden la distancia, densidad y grado social de dichas relaciones. En definitiva, un método semejante al propuesto por el profesor Jean Pierre Dedieu y su equipo33, y que 31 Se pueden encontrar algunos precedentes en distintos trabajos de Antonio DOMINGUEZ ORTIZ; Jaime CONTRERAS CONTRERAS, “Linajes y cambio social: la manipulación de la memoria”, Historia Social, 21, 1995, pp. 105-124. 32 “O patriciado urbano na recente historiografia alemá”, Revista da Faculdade de Letras, vol. IX, Porto, 1992, pp. 319-334. En 1997, publica su libro: Patriciado urbano quinhentista: as familias dominantes do Porto (1500-1580), Porto, 1997. 33 Juan Luis CASTELLANO CASTELLANO, Jean Pierre DEDIEU, Des reseaux en Espagne. Reseaux sociaux, familles et pouvoir dans le monde ibérique á la fin de l´ Ancien Régime, París, C.N.R.S., 1998; Jean Pierre DEDIEU, “Procesos y redes. La historia de las instituciones administrativas de la época moderna, hoy”, en La pluma, la mitra y la espada, Juan Luis CASTELLANO, Jean Pierre DEDIEU, Maria Victoria LOPEZ-CORDÓN, editores, Madrid, 2000, pp. 13-30; Jean Pierre DEDIEU, “Familia y alianza. La alta administración española del siglo XVIII”, en Juan Luis CASTELLANO CASTELLANO, editor, Sociedad, administración y poder en la España del Antiguo Régimen. Hacia una nueva historia institucional, Granada, Universidad de Granada, 1996, pp. 47-76.

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tiene sus orígenes en la teoría sociológica del network analysis, adoptada por distintos historiadores desde una perspectiva teórica y metodológica relacional en una nueva lectura y aproximación a la organización social del Antiguo Régimen, pero en la que no sólo se privilegia al actor y al individuo como protagonista en sus respectivos marcos de sociabilidad, sino las transformaciones, cambios o permanencias que tienen lugar en el sistema social como consecuencia de las acciones y situaciones que los distintos grupos, corporaciones o instituciones llevan a cabo y ponen en práctica en función de intereses, objetivos y estrategias que proceden de los propios individuos y familias y se canalizan a través de las distintas agrupaciones de una comunidad y dentro de un sistema y una organización con sus valores y pautas de conducta. Es aquí, donde el concepto y la realidad red social alcanzan su justificación. Sin embargo, nos parece insuficiente determinar y precisar las redes en las que se insertan una serie de individuos y no explicar los intereses que justifican las relaciones que en ellas se detectan y de qué tipo u origen son éstas. Un avance teórico notable significa detectar y levantar las genealogias sociales que dentro de una institución, un grupo social, un cuerpo o una familia determinada nos explica la identidad de los individuos en términos de actividad, detentación de determinados puestos, relación social, estrategia matrimonial o de procesos de movilidad social. Es así como familia, linaje, clientela, alcanzan su sentido y razón de ser; pero, además, desde donde se comprende lo que podríamos denominar capital relacional y las propuestas avanzadas en este trabajo. CONCLUSIÓN En 1989, Robert Rowland34 proponía en un clarificador artículo sobre la explicación y el significado del concepto familia y la relación de la historia de la familia con otras ciencias sociales, que la historia de la familia tendría que ser a la vez una historia demográfica y una historia social; una historia que se definiría no sólo en términos de sus funciones sociológicas, sino como una historia multifacética abierta a la demografía y a la antropología de la organización social de la reproducción35. En definitiva, el antropólogo, historiador y sociólogo portugués, de origen brasileño, no hacía otra cosa que recoger, a su vez, las sugerencias de otra importante reflexión llevada a cabo en 1981 por Antony Wrigley36. Transcurridos veinte años de estas propuestas, se contínua avanzando teóricamente mediante la ampliación del campo relacional; es decir, se trata de salir de la familia para explicar desde ella grupos sociales y realidades políticas pero teniendo en cuenta la fuerte implicación socio-religiosa y cultural que éstas tienen. La influencia de distintas ciencias sociales y la construcción de nuevas propuestas metodológicas a partir de conceptos como reproducción social y movilidad social, ha permitido 34 “Población, familia, sociedad”, en monográfico Familia y Sociedad, Francisco CHACÓN JIMÉNEZ, coordinador, Gestae. Taller de Historia, Murcia, 1989, pp. 15-21. 35 Robert ROWLAND, ob.,cit., p. 21. 36 Anthony WRIGLEY, traducción castellana del Journal of Interdisciplinary History: “Las perspectivas de la historia de la población en la década de los 80”, Boletín de la ADEH, III, 2, pp. 4-31.

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avanzar en el difícil terreno de las relaciones sociales de poder y familia. Tal avance nos ha hecho detectar ciertas rigideces historiográficas: el análisis finalista regidor-cacique y el círculo cerrado del lenguaje en el que se ha movido la reflexión historiográfica centro-periferia. Por otra parte, el análisis: fuerza o debilidad del estado versus corporaciones y estado centralizado versus sociedad segmentaria, ha permitido reforzar el concepto linaje como factor vertebrador de una sociedad en la que las relaciones familiares y clientelares en su doble perspectiva horizontal y vertical explican la organización social y su funcionamiento. Si ponemos en relación familia, linaje y clientela, los procesos de intermediación y las redes de clientelas se configuran como los factores explicativos esenciales para entender los fenómenos de reproducción social, movilidad social y perpetuación o cambio social. En este contexto hay que situar la coyuntura de finales del siglo XVI y primera mitad del XVII, en la que tanto la venta de cargos como el enriquecimiento de las capas intermedias y los deseos por una parte de aspirar y disfrutar del privilegio y, por otra, de evitar el ascenso social de quienes carecían del origen adecuado, marca toda una época con precedentes en la separación del común al convertirse el concejo en representativo tras la reforma de Alfonso XI. Esta situación demuestra la fuerza de la tradición y la diferencia en los procesos de conquista cristiana, con un muy elevado número de hidalgos en el norte frente a una progresiva disminución conforme llegamos al sur. Los mapas de Annie Molinié sobre el censo de 1591 son altamene expresivos37. En relación directa con este fenómeno se encuentra el tamaño de los concejos y la existencia del fenómeno político-social de mitad de oficios. La coincidencia en las zonas meridionales castellanas de una fuerte presencia musulmana unida a la escasez de hidalgos, concejos amplios, predominio de mitad de oficios con presencia de hidalgos procedentes de otras localidades que ocupan puestos del concejo tradicionalmente desempeñados por familias pecheras de la localidad, a lo que hay que unir una mayor venta de cargos, jurisdicciones señoriales y conflictos de mayor repercusión, conforman esa geografía tan diferente que no nos permite, sin embargo, apuntar a modelos espaciales ya que cada localidad suele responder a su propia dinámica pese a los denominadores comunes apuntados. Por otra parte, no creemos que sea un enfoque acertado dibujar una geografía de similitudes en sistemas de acceso al poder local, sino en establecer las redes sociales y las genealogías sociales que fijan los niveles o intensidades de dependencia, jerarquización y clientelismo y desde ellas explicar las vías del ascenso social y, por tanto, de la modificación y cambios en el sistema social. Pero éstos nunca se producirán de manera lineal dentro de interpretaciones finalistas, sino adecuadas a los componentes del sistema social cuya complejidad ha quedado demostrado obliga a profundizar en el sistema de relaciones horizontal y verticalmente; nunca en una sola línea u orientación ni en temáticas aisladas o/y autónomas.

37 Annie MOLINIE, Au siècle d´or. L´Espagne et ses hommes. La population du royaume de Castille au XVIe siècle, París, 1985.

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RELACIONES DE DEPENDENCIA Y SISTEMA SOCIAL. UNA APROXIMACIÓN A LA DEFINICIÓN DE GRUPO SOCIAL: EL EJEMPLO DE LOS JORNALEROS (LORCA, 1771)1

1 Analizar a la vez que explicar e interpretar, para así poder entender y comprender mejor el funcionamiento de la organización social en Castilla a lo largo del Antiguo Régimen, es uno de los objetivos prioritarios en la historia social española. La revisión, por otra parte, de algunos presupuestos clásicos como: la conformación y existencia de una sociedad de clases a principios del siglo XIX, demuestran la necesidad y urgencia de profundizar y volver a considerar y reflexionar sobre determinados postulados. Uno de los más significativos es el que hace referencia al estudio y análisis de los distintos grupos sociales. Lo que exige un nuevo planteamiento de los conceptos teóricos clásicos con los que hasta ahora se había estudiado su composición, caracteres y el papel que desempeñaban dentro de la organización social. Se trata, sobre todo, de construir nuevas hipótesis de trabajo que nos permitan entender, en términos de relación social, el complejo entramado de dependencias, desigualdades y desequilibrios que configuran una sociedad tan compleja como la castellana y en la que se desarrolla un proceso de contradicción: dinero y riqueza frente a nobleza y antigüedad de antepasados, que crece y se agudiza con el paso del tiempo. El resultado es una separación y diversidad de situaciones y conflictos que son la puerta de toda una red de clientelismo que atraviesa y condiciona todo el sistema. En 1992, (P. KRIEDTE, H. MEDICK Y J. SCHLUMBOHM, 1992: 231-255) afirmaban que para profundizar en la comprensión de la sociedad del Antiguo Régimen hay que rechazar las clasificaciones rígidas de las categorías profesionales ante las distintas formas de propiedad y de relaciones de producción, teniendo

1 El presente trabajo se enmarca en el proyecto de investigación PB97-1058 financiado por la Dirección General de Investigación Científica y Técnica. No es la primera vez que las Declaraciones Juradas son utilizadas en una investigación, Hurtado Martinez, J.; “Familia y propiedad: análisis del hogar y de la estructura de la propiedad en Lorca(1771)”, en F. Chacón,(ed.) Familia y Sociedad en el Mediterráneo Occidental. Siglos XV-XIX, Universidad de Murcia, 1987, pp. 301-334.

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en cuenta la colaboración de miembros de la unidad familiar y la diversidad de actividades ejercidas e incluso las variaciones y modalidades dentro de la misma, como es el caso, precisamente, de los jornaleros (F. CHACÓN, 1995:73). Es cierto que la preocupación y los interrogantes han partido de la historiografía que estudia la transición al estado liberal con la consiguiente crisis y ruptura de la sociedad tradicional y el correspondiente cambio social (GARRIDO GONZÁLEZ, 1997:41-67; FONTANA, 1997:3-11; CARDESIN DIAZ, 1996: 1325-1346; GARCÍA GONZÁLEZ, 2001)que ello conlleva, y que la construcción y creación del concepto y realidad clase social se encuentra entre las inquietudes de muchos historiadores que vuelven a plantearse, de nuevo, un clásico problema analizado ahora con nuevas informaciones y de manera diferente2. Pero la realidad es que la reflexión afecta e incluye no solo el momento de transición hacia la sociedad del estado liberal, sino al conjunto del período de tiempo que comprende la denominada sociedad tradicional o de Antiguo Régimen. También es cierto que sólo desde una revisión conceptual, teórica y empírica en profundidad podemos desentrañar el entramado social y aproximarnos a unas denominaciones mucho más complejas pero a la vez más precisas. El ejemplo que presentamos pretende, precisamente, demostrar la intensa y potente interinfluencia de las relaciones de producción y trabajo dentro de la configuración y estructuración de la sociedad tradicional. Para ello nos vamos a servir de una fuente de excepcional riqueza informativa: declaraciones juradas de 1771 en Lorca3. Esta documentación puede contemplarse dentro de tres enfoques; primero desde una perspectiva dinámica y transversal a través del método nominativo y las informaciones cualitativas 2 Sirvan de apoyo a esta reflexión las palabras de Giovanni Levi al afirmar que la familia de origen, el lugar que se ocupa en la misma, la edad, el género y los vínculos y lazos son más importantes que el modo de producción siempre que pongamos en contacto las relaciones de producción y la estratificación social, “carriéres d’artisans et marché du travail á Turín (XVIIIe-XIXsiécles)”, Annales, ESC, nov.-dec.,1990, 6, pp. 1351-1364. 3 Archivo Municipal de Lorca, en adelante (A.M.L.), legajos 162, 163, 164, 166, 168, 170, 171, 175, 176, 177, 183, 188, 190, 191, 199, 204, 219, 229, 232, todos estos de la sala II, y el legajo 101 de la sala I. La amplitud y representatividad de la fuente: 4399 declaraciones juradas, de las que 1429, es decir, el 32,4% pertenecen a cabezas de familia de jornaleros, que suponen un total de 15.166 habitantes, con una media teórica, por tanto, de 3,4 habitantes; distribuidos entre campo, ciudad y huerta, en un espacio de dos mil kilómetros cuadrados. Las informaciones son de una gran calidad. Se une en una sola ficha la unidad familiar con sus datos de edad, sexo, estado civil y actividad, así como las posesiones, bien sea en tierras, casas o ganado y también el sistema de trabajo que se lleva a cabo al señalar, normalmente, las relaciones de dependencia, lo cuál significa avanzar en el conocimiento de la organización social. Esta riqueza cuantitativa y cualitativa se inserta y se muestra en la denominada declaración jurada. Nos encontramos ante una fuente fiscal obligada a registrar la familia y las propiedades que quedan bajo el control y responsabilidad del cabeza de familia. Ello supondrá la inclusión de criados, mozos, muleros o sirvientes a quiénes se les paga un salario y se les utiliza para determinadas tareas agrícolas, por tanto se integran en la declaración. Pero en caso de estar casados estan obligados a presentar su propia declaración. Lo que significa una posibilidad excepcional de cruce de información que permite dar un sentido dinámico y transversal a la fuente, pero teniendo en cuenta que se repetirá población. En ocasiones se indica que trabajan tierras de un propietario determinado. Así, pues, es posible establecer la red de relaciones de trabajo y las dependencias existentes en el mismo reflejadas en el parentesco, la proximidad y vecindad de tierras, el pago de salario o la presencia de uno o varios hijos o del padre, también, en tierras del propietario.

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a las que hemos hecho referencia. La transversalidad frente a la estaticidad de los censos es una de las grandes posibilidades de esta información que permite detectar, más allá de la propia declaración y de la unidad familiar, relaciones de parentesco y de trabajo que ofrecen la verdadera imagen de una organización social. En segundo lugar, posibilita detectar la movilidad y residencia de la población, sobre todo, en el caso de sirvientes, mozos o criados. El estudio de la edad, sexo, estado civil y repercusión sobre tamaño y composición de los distintos hogares nos aproxima al conocimiento de uno de los factores más significativos en la sociedad tradicional: la complementariedad de las unidades familiares; es decir, hijos que colaboran con el padre en tareas agrícolas; yernos o hijos que aparecen como sirvientes en las declaraciones del padre o del suegro y que se dedican, fundamentalmente, a tareas agrícolas (labran tierras o cuidan el ganado); también los hijos de jornaleros aparecen registrados en otras unidades como muleros, mozos, criados o sirvientes. Pero no se trata ni pretendemos subrayar la singularidad de la fuente, sino poner el acento en nuestro objetivo: revisar el concepto de clase o/y grupo social a través de los vínculos y relaciones que las indicaciones y características de la actividad desarrollada por los, denominados como: jornaleros, permite deducir desde el punto de vista de las relaciones de parentesco, trabajo y producción. Se trata de considerar la dependencia y el sistema de relación social a través del trabajo pero no solo en función de la denominación que se indica en la fuente, como hasta ahora se ha hecho, sino considerando aquellas características que les definen: tamaño, composición, estructura y actividades. La identidad y, sobre todo, la clasificación de la actividad de cualquier grupo en el interior de una comunidad a través de una fuente fiscal o/y económica, ha dependido, hasta ahora, de la propia definición ofrecida por la fuente, a la que le acompañaban unas determinadas informaciones demográficas y económicas. Nuestro objetivo es detectar la diversidad de situaciones que se presentan respecto a los medios de producción entre aquellos que son calificados como jornaleros. Para ello es preciso conocer y comprender el tamaño, composición, fuerza de trabajo y diversidad de actividades y, sobre todo, relaciones de trabajo y producción a través de la red de relaciones sociales, de parentesco y de trabajo. Desde la afirmación de Kriedte, Medick y Schlumbochm a la que hemos hecho referencia, anteriormente, y la diversidad de situaciones en cuanto a la actividad y posesión de medios de producción incluidos e integrados en las denominaciones que censos como el de Godoy4 o las Declaraciones Juradas ofrecen, es necesario avanzar en el proceso de conocimiento para determinar y establecer cuál es el contexto relacional de las distintas actividades que realizan quienes trabajan la tierra. Si entendemos por jornalero a toda aquella persona que carece de medios de producción y la dife4 Una primera contribución al planteamiento señalado puede leerse en Chacón Jiménez,F.; Recaño Valverde, J.; “marriage, work and social reproduction in one area of southern Europe at the end of the 18th century: Lorca, 1797”, The History of The Family. An International Quarterly, aceptado para su publicación, en prensa.

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rencia entre mozo, criado, sirviente, mulero, pastor y jornalero la remitimos a funciones específicas pero relacionadas entre sí y girando alrededor de la tierra y del cuidado de los animales de labor y del ganado, comprenderíamos que nuestra atención debe dirigirse hacia las relaciones de parentesco y de trabajo dentro de una dependencia de quién es dueño de las tierras o/y ganado; pero también de la cadena de relaciones que puede establecerse y que tiene a la presencia en otras declaraciones y movilidad de la población como protagonista. El método nominativo nos ofrece la posibilidad de mostrar, al menos con carácter provisional parte de este capital relacional, verdadera explicación de la organización social. Mateo González, viudo y labrador de 48 años vive con dos hijos: Antonio de 14 años y Andrés de 28. Se dedica a labrar las tierras del presbítero D. Fernando Ulzea, con las que, precisamente, limitan las seis fanegas de secano de tercera calidad, única propiedad en tierras de este vecino de Rambla Nogalte en la parroquia de Puerto Lumbreras; quien, además, posee un par de mulas con las que su hijo Andrés, el primogénito, considerando en la declaración como “mozo de servicio”, se encarga de labrar. Pero no es la única tierra que este labrador de escasos medios de producción, al menos en tierras, trabaja, ya que indica que cultiva también tierras de José Ruiz Luque, situadas igualmente en Rambla Nogalte. Los animales de labor y cría marcan una clara diferencia, ya que aparte del par de mulas, posee un par de burras, una lechona con dos crías y dos colmenas que completan el patrimonio de este viudo y su hijo, mozo de servicio, quien desempeña tareas agrícolas en tierras de otros alquilando los animales de labor del padre y en directa colaboración con él. La autonomía y residencia propia, o no, de hijos que trabajan con sus padres o personas empleadas en una determinada actividad es la gran ventaja que el cruce nominativo ofrece. Desconocemos en el caso de Andrés González su estado civil y si posee bienes propios y presenta una declaración; pero sí es el caso de José Pintor, casado, de 35 años; su esposa de 20 y una hija de un año. En su declaración consta como jornalero del campo y posee una casa de 4 por 15 varas(medida de longitud equivalente a ocho centímetros); aparece registrado en la declaración de su padre: Marcos Pintor, labrador de 66 años; su hijo José Pintor consta como sirviente y empleado en llevar un par de mulas, por lo que percibe de salario al año 22 ducados (748 reales) y una fanega de trigo y otra de cebada; su otro hijo: Antonio, de 29 años, lleva un par de machos; también viven y constan en la misma declaración cinco nietos (de 12, 8, 6, 10 y 4 años) de su hijo Alfonso y su esposa Juana de Sola, difuntos. En cuanto al patrimonio de Marcos Pintor, posee una casa en la parroquia de San Juan, ciudad de Lorca, y dos propiedades en La Paca (de 10 fanegas y 9 celemínes de secano y 4 fanegas y 8 celemínes, también de secano, ambas de tercera calidad). El ganado5 supone un fuerte contrapunto a esta propiedad de escaso valor productivo, pero la complejidad respecto al concepto de posesión, 5 Ciento ocho cabras, diecinueve ovejas, ocho colmenas, dos machos romos, tres mulas romas, una muleta cerril, una burra y tres cerdos.

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en relación con la denominación de la actividad, aumenta con el caso del pastor Alonso Franco, de 25 años que trabaja para su amo, el caballero hijodalgo y labrador Don Diego Marín Monte, de 40 años, casado, con cinco hijos (7, 14, 12, 9, 5 y 3 años), un mozo de soldada: Julián Barcelón, 18 años, y el citado pastor, quien hace su declaración pues posee en el partido de La Escucha dos propiedades (una de dos fanegas y otra de dos fanegas y media) además de un par de vacas que tiene entregadas a Catalina Carrasco que las utiliza en labrar sus tierras; también posee 24 ovejas que custodia, dentro de sus funciones de pastor, pero en casa de su amo; también apacienta 80 ovejas que Don Diego Marín Monte posee a medias con su tio Pedro de Ayala. Aparte de ganado de labor, el citado hijodalgo, naturalmente, a través de su mozo de soldada y de su pastor, cultiva una hacienda de Don Alfonso de Guevara. Esta diversidad y relaciones de intermediación en la propiedad, uso y trabajo de la tierra a la vez que en las funciones tradicionales de cada tipo de actividad se pueden completar, por ejemplo, con el caso de Martín de Miras, mozo de soldada de 36 años, casado con un hijo de dos meses; posee una casa, en la que vive, de 13 por 9 varas (medida de longitud equivalente a ocho centímetros) en la calle de Franco, parroquia de San José; sirve como mozo a Don Francisco Sanz: “para llevar el carro” y gana de salario cada año, 36 ducados (1.224 reales). Esta serie de ejemplos y otros indicados anteriormente, deben de entenderse no como ejemplos de una documentación excelente en información, aunque lo sea, sino como una muestra que precisa ser tratada estadísticamente para reflejar a través de su representatividad y de la obtención de conclusiones cualitativas la complejidad de la realidad social. El entrelazamiento de las interrelaciones entre quienes poseen tierras y animales y a la vez trabajan (labran o/y cultivan, aunque el significado y la realidad no es la misma) tierras de otros es una constante que demuestra la ambigüedad de las denominaciones con sentido unívoco, a la vez que la versatilidad y diversidad del sentido de propiedad, uso y trabajo de la tierra. Sobre ella se superponen múltiples y diversos derechos de los que surgen relaciones de dependencia. Aparte del carácter provisional del presente texto, es necesario señalar también que sólo un análisis comparativo desde la perspectiva de los propietarios de tierras, es decir quienes figuran, normalmente, como labradores, grupos de poder, instituciones religiosas, artesanos, comerciantes, mercaderes y otros, puede completar el verdadero puzzle de una compleja situación que tiene al jornalero y a quienes trabajan la tierra, independientemente de la denominación que reciban, como protagonistas de un sistema de relaciones diverso y que matiza la idea tradicional que hasta ahora teníamos de ellos. Uno de los primeros problemas es el de la denominación, relacionada directamente con el tipo de actividad que se realiza. Pongamos el significativo ejemplo de Juan Padilla, incluido como jornalero del campo en su declaración correspondiente y que, sin embargo, cuando indica que trabaja en tierras de Maria Navarro queda inscrito, dentro de la misma declaracion, como: ”hortelano en hacienda de”. No existe una diferenciación nítida entre determinadas de263

nominaciones y el tipo de actividad que se realiza; el mozo, mozo de soldada, criado, sirviente, quien declara que se encuentra “en asistencia de”, o bien “sirve su amo”, incluso quien desarrolla su trabajo con animales de labor: mulero, “el trabajo que realiza con dos bestias menores donde le llamen”; todos ellos tienen una actividad relacionada con la tierra. Las diferencias se encuentran más próximas a la vinculación con dueños o/y propietarios (que en bastantes ocasiones son parientes) y en la posesión o alquiler de animales de labor, que en la actividad concreta que aparece reseñada en la fuente. La diversidad de situaciones es tal que una lectura de las observaciones y matices a la actividad preponderante declarada de jornalero, jornalero del campo, mozo o mozo de soldada, criado, sirviente, revela, en primer lugar, el sentido de supervivencia6 que el trabajo de la tierra supone. Por ello, las relaciones de parentesco y el apoyo y la solidaridad familiar7 forman parte de las relaciones de producción, 6 Clemente Poveda, 55 años, casado, impedido de las piernas y que pide limosna, sobrevive gracias a su hijo Clemente de 18 años, que trae haces de romero. La actividad indicada en la declaración para el hijo es: jornalero del campo. Otro caso extremo, entre los que podriamos citar y particularizar es el del también jornalero del campo Nicolás Martínez, casado, de 35 años, con seis hijos de entre 12 años y dos niñas de 16 meses (en ninguno se indica que tenga actividad); posee cinco fanegas y media de secano de tercera calidad, una tahulla de viña y una burra con una cria; vive en la hacienda de Francisco Martínez Gavarrón: “quien me tiene de gracia en su casa porque le tenga la puerta abierta”. Que vivo del trabajo de mis manos y a lo que sale, son las palabras que recogen los peritos encargados de elaborar y confirmar la veracidad de las declaraciones en diversos casos de jornaleros. 7 Entre otras muchas referencias, hemos elegido algunas que no son especialmente significativas, sino que reflejan una situación general y un denominador común. Juan Santos, jornalero del campo, de 26 años, casado con Juana Sanchez de 25 y que vive en la diputación de Coy, indica que para mantener su familia “estoy concertado con mi padre para llevar un par de mulas”. Pese al matrimonio y la independencia teórica, las relaciones de parentesco y trabajo, y muy probablemente de vecindad, establecen unos lazos que condicionan las relaciones de producción y obligan a revisar los factores que intervienen en la conformación de grupos y clases sociales. La integración en la declaración del padre de los hijos casados que, por tanto, presentan la suya, obligará a cruzar, nominativamente, todas las informaciones para detectar dichas situaciones y no repetir población como ya indicamos anteriormente en la nota 6. Hay que tener en cuenta que no siempre se indica que el mozo, mozo de soldada, sirviente, criado o jornalero que trabaja en una unidad familiar es hijo o tiene relaciones de parentesco. Esto ocurre en el ejemplo del labrador Cristobal de Grima, de 66 años, casado; vive en Aguilas y entre los miembros de su unidad familiar se encuentra su hijo Alfonso, casado: “mozo que conmigo labra”. Esta vinculación de trabajo implica una clara perspectiva para Alfonso de ascenso social. Prestemos atención a las denominaciones concretas que los peritos indican en la documentación: “jornalero mozo de”, por ello obtiene un salario anual de 20 ducados (680 reales) y mantenido; las funciones que va a desarrollar son, en concreto y como él mismo afirma en su propia declaración: “el ejercicio de labrar sin llevar par alguno”. En la declaración de Cristobal Grima, su padre, la actividad que se indica es: ”mozo que conmigo labra”. Es evidente que el paso de mozo y jornalero a labrador estará vinculado a la herencia y al ciclo de vida, aparte de circunstancias imprevistas. Nos encontramos ante un mozo o/y jornalero que, por razones de parentesco, no se puede incluir en el mismo status que aquel otro que solo tiene sus brazos para trabajar y mantener su familia. Por otra parte, sus hermanos, Cristobal, de 25 años, es mulero; Clemente, de 20, trabaja con un par menor y José, de 14, se ocupa de un par vacuno. La colaboración de un hijo dentro de la propia unidad familiar se ve con claridad en ejemplos como el del jornalero del campo Pedro Navarro (“con un jumento”), casado, de 55 años, tiene un hijo, José Navarro, de 18 años, también al igual que el padre, jornalero del campo. Lo significativo

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caracterizadas, a su vez, por un grado de dependencia en el que ser criado, sirviente o servir un amo es el primer nivel de un sistema económico en el que cultivar o labrar las tierras de alguien es otra característica de la dependencia a la que hacíamos referencia anteriormente. En tercer lugar, el trascendental significado de los animales de labor; su posesión marca un escalón superior dentro de la jerarquía económica y social que significa el jornalero. El ejemplo de Salvador Vidal, de 33 años, casado con Josefa García, de 24, con dos hijos (Magdalena de dos años y medio y Juana de medio año) posee un par de mulas y un carro, “y mi ejercicio es el trabajar a jornal donde me llaman”. Lo que le proporciona, según su declaración, unos ingresos de 1464 reales, es decir el doble de un salario de mozo, pastor o mulero. Lo cuál contrasta con el caso del igualmente jornalero Juan Fernández, de 23 años, casado con Ana Lacio de 21, tienen un hijo de 3 años y viven en la parroquia de San José y sus “bienes se reducen al trabajo de mis brazos al jornal en el campo, con lo que me mantengo y a mi familia”. Este contraste nos sitúa en uno de los ejes clave para comprender y entender la diversidad del campesinado y, en este caso, de los jornaleros. Grupo social escasamente homogéneo, aunque mantiene unas determinadas señas de identidad. La propiedad o no de medios de producción: tierras, casas, animales o instrumentos de trabajo, unido al trabajo mediatizado por una relación de servicio más o menos estable o permanente: arrendamiento, criado, cultivando o labrando tierras de alguien y, además, situaciones que podemos denominar como mixtas; por ejemplo, poseer el estanco de tabaco, labrar tierras a medias con animales alquilados, o cuidar su hacienda y ganar un jornal donde le contratan o, incluso, compaginar actividades artesanales: amasador albañil, con jornalero y hasta trajinante, indicando que ejerce dicha actividad cuando encuentra quien le preste dinero8. La diversidad del grupo social jornalero, sin incluir en el proceso estadístico mozo, mozo de soldada, sirviente, criado, o trabaja con amo, se demuestra cuando incluimos la propiedad agrícola, el ganado y la vivienda que poseen los citados jornaleros. El área rural dedicada casi exclusivamente al secano registra un mayor porcentaje de propietarios jornaleros que en la ciudad o en la huerta, en donde apenas es sigde este ejemplo se encuentra al declarar ante los peritos los bienes que posee e indicar:”mis bienes son ningunos porque con el trabajo del dicho jumento, el de mi hijo y el mio mantengo mi familia”. En otras ocasiones, el apoyo y la ayuda familiar hay que encontrarla fuera. El ejemplo de la viuda Catalina Jiménez es ejemplar. Con cincuenta años tiene dos hijos: Bartolomé Pérez, de 20, jornalero del campo y Pedro Pérez, de 15, para quien no se indica ninguna actividad; al final de la declaración la madre indica:” los que preocupados en servir amo para mi asistencia”. Pero la ayuda y la colaboración familiar no solo se produce en línea padre-hijo, sino dentro de una perspectiva bilateral. Así, Sebastián Martinez, jornalero del campo, con 22 años, casado con Pascuala Sanchez, de 17, declara que: “estoy en las casas de Miguel Sanchez, mi suegro, quien está alimentando así a mi mujer como a mi, y solo yo gano veinte ducados de soldada y una fanega de trigo”. 8 Juan Diego Esteban, de 17 años es amasador de albañil y “a lo que sale como jornalero”. Es hijastro de Juan de Olivares, de 50 años, casado y oficial de albañileria. Luis de Munuera, de 32 años, casado, es traficante y jornalero del campo. Al final de su declaración precisa que es traficante, “cuando encuentro quien me preste dinero y cuando no jornalero, que son estas mis agencias”.

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nificativa su presencia (tablas I y II). La misma constante se mantiene respecto a la vivienda (tablas III y IV) y en las cabezas de ganado (tablas V y VI); en éste caso, las diferencias en volumen y propiedad media del campo respecto a ciudad y huerta son muy elevadas. El campo se dibuja, pues, como el espacio donde el jornalero desarrolla su mayor actividad y es protagonista (tablas VII y VIII). Que el 35,9% de los jornaleros posean una o más parcelas en propiedad, aunque la extensión sea escasa: entre 4 y 2 fanegas, unido a la posesión de cabezas de ganado, significa la existencia de un grupo de jornaleros que se diferencian, claramente, del resto. En este sentido, resulta significativa la posesión de vivienda, más elevada en el grupo de edad 45-49-55-59. Así, pues, no se trata de definir jornalero con otros términos como se ha hecho para el siglo XIX y XX en Andalucía: pegujalero, gañán, yuntero, cortijero, trabajador asalariado. El problema es de forma de vida a la vez que explicar el sentido y significación de la actividad en su contexto; es decir, para el propio jornalero que desarrolla toda esta serie de actividades y para los demás miembros de la comunidad que le reconocen como tal realizándolas. Las relaciones de producción sólo se explican si consideramos el parentesco y la intensidad de la dependencia para así entender el nivel y la fuerza de la jerarquía y, por tanto, la organización social. Ahora y aquí es cuando el concepto y la práctica: red social, alcanza sus máximas posibilidades. Con objeto de avanzar en esta línea, nuestra propuesta de trabajo pretende analizar, en primer lugar, las características del hogar de los jornaleros y, en segundo lugar, desentrañar el complejo sistema de relaciones sociales que creemos caracterizado por una interdependencia en la que es preciso explicar la simultaneidad e interrelación de las relaciones de parentesco, trabajo, producción, vecindad y dependencia. *** Teniendo en cuenta las 4399 declaraciones juradas, el tamaño medio del hogar indica con claridad la presencia de población como criados, sirvientes y otros entre los grupos de edad 40-44 y 50-59 (ver tablas IX, X y XI y gráfico 1); las cifras medias superan los 5 miembros por declaración. Se nos presenta aquí uno de los problemas teóricos más debatidos a la vez que una de las posibilidades metodológicas más apasionantes de esta fuente, que hemos abordado en otro estudio (F. CHACON Y J. RECAÑO; en prensa). Nos referimos a la triple vertiente: fiscal, familiar y de propiedad que refleja cada declaración y que permite llevar a cabo, y determinar con bastante precisión, mediante el cruce de las distintas declaraciones, la residencia o no de sirvientes, criados, mozos, mozos de soldada, muleros, pastores, jornaleros; en definitiva, empleados en una determinada unidad de explotación que colaboran en tareas agrícolas y que, en ocasiones, conviven y residen en la unidad familiar que les contrata y para la que trabajan, mientras que en otras no es así. La vecindad y proximidad de tierras es un factor fundamental en una explicación que informa claramente de la fuerte circulación de una población que presenta una complejidad mucho más notable que la simple definición: alquiler de fuerza de trabajo. Pongamos un solo 266

ejemplo como prueba; es el caso de la declaración de Salvador Mateos, 50 años, casado con María Robles de 40, tienen 5 hijas de las que 4 viven con ellos: María, Luisa, Ángela y Leonor, de 17, 12, 10 y 4 años, respectivamente; familia, por tanto de seis miembros; sin embargo, en la declaración jurada aparece un séptimo miembro: “Juan Pérez, mi yerno y sirviente, preocupado en labrar”; falta añadir para completar esta visión a través de este sencillo ejemplo de los más de cuatro mil que ofrece la fuente, que Salvador Mateos tiene entre sus propiedades, aparte de una jumenta con su cría y una cerda, “un par de vacas con las que labra dicho mi sirviente las tierras que cultivo”; para concluir hay que señalar que la actividad de Salvador Mateos es la de: “labrador en tierras de Luis Carrasco”. Por supuesto, su yerno, Juan Pérez, presenta su propia declaración, que queda ajustada a lo que sería un hogar y una familia, indicando que tiene treinta años, es jornalero del campo y está casado con Juana Mateos de 24. Salvador Mateos y su hija mayor, la primera que se casa de las cinco que tenía, residen en la misma diputación del campo de Lorca: Águilas; eso sí, desconocemos la mayor o menor proximidad entre ambos domicilios. Pero volvamos al tamaño, en la comparación de las tablas XI y XII, los datos referidos a huerta no son representativos, ya que la denominación de hortelanos es la que se emplea mayoritariamente para la población jornalera, aunque hemos preferido mantener en el análisis el empleo del término jornalero; el campo registra las cifras más altas con un mayor número medio de hombres. Si comparamos la diferencia en el campo respecto a los casados entre el total de población y los jornaleros, se produce un mayor porcentaje de éstos respecto al total de población entre 15 y 44 años, mientras que desde los 45 años el porcentaje de cabezas de familias de jornaleros es bastante menor en relación con el total de población. Es posible que procesos de movilidad social, aparte de otras causas, a partir de ese grupo de edad, puedan explicar esta clara tendencia estadística. Esta percepción se confirma en el gráfico 2 con la fuerte disminución del número medio de hijos, a partir del grupo de edad 40-44 que significará, probablemente, una incorporación al mercado matrimonial y a la creación de nuevas unidades familiares pero sin abandonar la proximidad espacial familiar de origen; lo que se observa en expresiones como: “estoy asistido por mi hijo” y otras parecidas; lo que podría explicar el alza y proximidad en la cifra media a partir del grupo de edad de los 65. El gráfico 1, demuestra con claridad el menor tamaño del hogar jornalero, algo ya conocido por su temprana edad de acceso al matrimonio y no acumulación de fuerza de trabajo sino redistribución de la misma en otras unidades familiares de status social diferente. Las diferencias en el tamaño según el espacio (ciudad, campo, huerta; gráficos 3, 4 y 5), demuestra comportamientos demográficos, trasladados al ciclo de vida, también diferenciados; pero las causas no serán sólo demográficas aunque el primer reflejo se produzca en el tamaño según el ciclo de vida. Razones económicas y de mayor o menor posibilidad de movilidad social explican diferencias tan notables. El número medio de hijos demuestra el fuerte peso de la huerta (tabla XI), lo que continuará 267

ocurriendo en 1797 (Censo de Godoy), mientras que si nos referimos sólo a los jornaleros, el espacio vuelve a marcar diferencias, pero sin una tendencia clara, aunque sí con un predominio en el campo a partir de los 40 años (tabla XII). *** Pero donde el análisis puede alcanzar un alto grado cualitativo y ofrecer una explicación sobre la definición del grupo social de los jornaleros y, por tanto, la comprensión del funcionamiento del sistema social que es realmente nuestro objetivo, es a partir tanto de la circulación y redistribución a la que hemos hecho referencia anteriormente con el ejemplo de Salvador Mateos, como en las observaciones de la profesión jornalero y aquellas que se aprecian entre éste y el propietario. Respecto a las observaciones de las actividades que lleva a cabo el jornalero, un listado completo de las mismas nos informa clara y rápidamente de la diversidad de situaciones; así, desde “poseer un par de mulas con las que trabajar a jornal” o “llevar las burras al jornal”, pasando por la compatibilización de tareas, tal y como señalamos anteriormente, o bien, con claras relaciones de parentesco y trabajo: “ayudando a mi padre”, “mozo de mi padre”9. No faltan indicaciones que significan dependencia laboral, como “trabajar con amo”, “mozo de soldada de”, “empleado en trabajar tierras de”. Pero esta diversidad de situaciones, normal por una parte y ya conocida, anuncia también la posesión de medios de producción y relaciones de dependencia de trabajo que significan, en ambas situaciones, status distintos a los habituales en la definición y clasificación de jornalero. CONCLUSIÓN Resulta difícil obtener conclusiones, pero el entramado y la red de relaciones de parentesco, trabajo y producción es muy intenso y señala, claramente, en dirección hacia unos lazos de dependencia laboral tejidos fuertemente y muy consolidados por una práctica cultural, y no tanto or el salario aunque existe, sino por la supervivencia de la unidad familiar dentro de unas relaciones sociales de dependencia. El jornalero, cultiva y labra tierras de alguien de forma mayoritaria; el sistema de trabajo a medias, a partido o concertado, o bien en arrendamiento, completa unas relaciones que nuevamente significan diferencia de status en el interior del grupo social jornalero. Pero lo realmente importante es detectar la presencia de distintos jornaleros trabajando para un mismo propietario, o lo que es más común un jornalero que trabaja para varios propietarios o señores. Lo que resulta evidente es que las relaciones jornalero/propietario-amo son plurales, tanto en el sentido de trabajar con varios propietarios y cada uno de éstos tener diversos jornaleros, pastores, sirvientes o criados trabajando y cuidando su patrimonio. Pero aparte de plurales, estas relaciones se producen en un contexto de parentesco, vecindad y con9 Véase nota 7.

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diciones sociales y culturales que le dan al trabajo un valor mucho más próximo a la dependencia personal que a la conciencia y constitución de clase. Por otra parte, la distinción y diversidad del jornalero queda claramente establecida. BIBLIOGRAFÍA AD KNOTTER, 2001, “Problems of the family economy. Peasant economy, domestic production and labour markets in pre-industrial Europe”, in Early Modern Capitalism. Economic and social change in Europe, 1400-1800, ed. Maarten Prak, Londres, pp. 135-160. CARDESÍN DÍAZ, J.M. 1996, “Paysannerie, marché et état. La structure sociale de la Galice rurale au 19e síecle”, Annales HSS, novembre-decembre, 6, pp. 13251346. CHACÓN JIMÉNEZ, F., 1995, Familia y relaciones de parentesco en la España moderna, Historia Social, 21, p. 73 FONTANA, J., 1997, “Los campesinos en la historia: reflexiones sobre un concepto y unos prejuicios”, Historia Social, 28, pp. 3-11. GARCÍA GONZÁLEZ, F., 2001, Las estrategias de la diferencia. Familia y reproducción social en la Sierra (Alcaraz, siglo XVIII), Madrid. GARRIDO GONZÁLEZ, L., 1997, “La configuración de una clase obrera agrícola en la Andalucía contemporánea: los jornaleros”, Historia Social, 28, pp.41-67. HURTADO MARTÍNEZ, J., 1987, “Familia y propiedad: análisis del hogar y de la estructura de la propiedad en Lorca (1771)”, en F. Chacón, (ed.) Familia y Sociedad en el Mediterráneo Occidental. Siglos XV-XIX, Universidad de Murcia, pp. 301-334. JAN LUCASSEN, “Mobilization of labour in early modern Europe”, in ob., cit. Ad Knotter, pp. 161-174. P. KRIEDTE, H. MEDICK Y J. SCHLUMBOHM, 1992, Sozialgeschichte inder erweiterung protoindustrialisierung inder verengurg? Demographie, sozialstrukkur, moderne hansindustrie; eine zwischenbilanz der protoindustrialisierungs-forschung”, Geschichte und Gesellschaft, 18, pp. 231-255.

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TABLA I. Tamaño medio de la Propiedad agraria. Total población Lorca 1771. Nº propiedades Sin prop. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 o más Total

Campo Casos % 1013 47.45 349 16.35 210 9.84 128 6 125 5.85 61 2.86 54 2.53 35 1.64 33 1.55 127 5.93 2135

Ciudad Casos % 975 81.18 82 6.83 34 2.83 18 1.5 13 1.08 17 1.42 12 1 7 0.58 4 0.33 39 3.25 1201

270

Huerta Casos % 106 61.99 24 14.04 9 5.26 14 8.19 3 1.75 1 0.58 1 0.58 4 2.34 1 0.58 8 4.69 171

271

8

11

3

3

5

681

6

7

8

9 o más

Total

31

3

5

58

2

25

103

1

4

434

Sin prop.

Casos

3.81

0.44

0.44

1.62

1.17

3.67

4.55

8.52

12.12

64.1

%

1.86

3.75

1.68

5.40

1.90

2.73

2.44

3.90

4.32

-

Fanegas

Campo

2.76

3.8

3.43

3.36

2.12

4.12

3.95

4.06

5.90

-

Celemines

496

1

1

0

0

1

0

0

4

15

474

Casos

0.2

0.2

-

-

0.2

-

-

0.81

3.02

95.57

%

5.28

1.91

-

-

3.37

-

-

6.64

7.69

-

Fanegas

Ciudad

-

-

-

-

-

-

-

-

9

-

8

0

0

0

0

0

0

2

3

3

35

Celemines Casos

0

0

0

0

0

0

4.65

6.98

6.98

81.4

%

-

-

-

-

-

-

10.5

4.50

1.75

-

-

-

-

-

-

-

4

0.93

3

-

Fanegas Tahullas

Huerta

TABLA II. Tamaño medio de la Propiedad agraria según tipología. Jornaleros Lorca 1771

TABLA III Tamaño medio y distribución de la vivienda por grupos de edad. Jornaleros Lorca 1771. G.EDAD 0 A 14 15 A 19 20 A 24 25 A 29 30 A 34 35 A 39 40 A 44 45 A 49 50 A 54 55 A 59 60 A 64 65 A 69 70 A 74 75 A 79 80 A 84

Total 1 15 177 131 241 152 221 84 90 48 76 16 23 4 2

Total % 33,3 28,2 19,0 33,6 44,0 48,8 51,1 48,8 62,5 55,2 62,5 56,5 100 100

Jornalero 5 50 25 81 67 108 43 44 30 42 10 13 4 2

272

Nº Casas 1 1.07 1.25 1.04 1.13 1.17 1.16 1.12 1.19 1.22 1.09 1.07 1 1.33

Superficie* 53.6 55.4 35.4 39.4 45.1 52.7 42.4 49.4 55.6 54.9 49.1 37.1 71.9 45.3

273

47

21

38

8

15

-

1

50 A 54

55 A 59

60 A 64

65 A 69

70 A 74

75 A 79

80 A 84

1

-

7

4

23

20

27

26

48

44

46

15

29

3

-

100

-

46,6

50

60,5

95,2

57,4

56,5

45,2

45,3

37,3

20,8

29,8

37,5

-

%

1.5

-

1

1

1.04

1.21

1

1.1

1.06

1.06

1.04

1.12

1

1

-

Nº Casas

50

-

44.2

43.6

42.5

39.7

44.1

35.2

41.9

40.8

33.6

35

39.4

61.3

-

Superficie*

-

3

7

7

30

24

36

35

92

47

97

47

65

5

-

-

2

5

4

20

11

13

15

49

22

26

10

15

2

-

Total Jornalero

-

66,66

71,4

57,1

66,6

45,8

36,11

42,8

53,2

46,8

26,8

21,2

23,07

40

-

%

Ciudad

-

1

1.17

1.2

1.27

1.08

1.33

1.22

1.25

1.25

1.04

1.4

1.17

1

-

-

-

2

-

3

-

2

-

9

5

7

6

8

-

-

75.5

41.4

63.5

65.9

79.6

58.7

53.7

55.3

53.9

47.1

35.9

68.8

37.8

-

-

-

-

-

2

-

1

-

-

-

-

66,66

-

50

-

77,77

7 -

60

-

16,67

37,5

-

-

%

3

-

1

3

-

-

Nº Casas Superficie* Total Jornalero

-

-

-

-

37.3

-

36

-

100

43.3

-

32

34.9

-

-

-

-

-

1

-

1

-

1.9

1

-

1

1.25

-

-

Nº Casas Superficie*

Huerta

“*”: Superficie en varas castellanas, calculada a partir de la medida de “frente” (fachada) y “fondo” (lateral).

46

45 A 49

123

30 A 34

106

72

25 A 29

40 A 44

97

20 A 24

97

8

15 A 19

35 A 39

-

Total Jornalero

0 A 14

G.EDAD

Campo

TABLA IV Tamaño medio y distribución de la vivienda por grupos de edad según espacio. Jornaleros Lorca 1771.

80 A 84

75 A 79

70 A 74

65 A 69

60 A 64

55 A 59

50 A 54

45 A 49

40 A 44

35 A 39

30 A 34

25 A 29

20 A 24

15 A 19

0 A 14

G.EDAD

TABLA V. Distribución media de cabezas de ganado por grupos de edades y espacio. Jornaleros Lorca 1771. G.EDAD 0 A 14 15 A 19 20 A 24 25 A 29 30 A 34 35 A 39 40 A 44 45 A 49 50 A 54 55 A 59 60 A 64 65 A 69 70 A 74 75 A 79 80 A 84

NºCab. 3 8 259 273 422 419 317 292 183 234 229 49 78 3

Nº Medio 3 2 2.5 3.1 2.5 2.8 1.8 4 2.5 4.7 3.7 3.5 4.9 1

campo 3 2 2.9 3.2 2.7 3.0 1.8 5.1 3 5.3 4 2 4.8 1

274

ciudad 2 1.7 2.3 2.1 1.5 1.9 1.5 4 3.7 1 6.7 -

huerta 1.4 5 2 1.4 1.2 1.5 1 7.8 -

275

205

268

296

141

25 A 29

30 A 34

35 A 39

40 A 44

32

63

-

2

65 A 69

70 A 74

75 A 79

80 A 84

2

-

13

8

7.5

10

4.1

8.2

2.4

5.0

4.3

5.3

4.6

2.5

3

Nº Medio

2

-

15

1.5

7.3

11

5

11

2.4

5.0

4.4

5

4.8

2.5

3

Campo

-

-

9

-

9.8

12

2.2

3

2.1

3.3

5.5

2.7

6.3

-

-

Ciudad

-

-

.

-

-

18

-

2

1.2

1

2.8

11

1.6

-

-

-

-

-

8

2

2

2

-

4

5

6

1

-

-

-

huerta Nº Cab.

-

-

-

2.7

2

2

2

-

2

1.7

1.5

1

-

-

-

-

-

-

2.7

2

2

-

-

2

1.5

1.5

1

-

-

-

Nº Medio Campo

B

1. Tipo A: Cordero, cabras, ovejas, colmenas, porcino y aves de corral. 2. Tipo B: Vaca, Buey, novillo y ternero. 3. Tipo C: Caballos, mulas, burros, asnos.

185

173

55 A 59

60 A 64

112

179

20 A 24

50 A 54

5

15 A 19

222

3

0 A 14

45 A 49

Nº Cab.

G.EDAD

A

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

Ciudad

1

-

15

9

54

47

69

70

172

118

148

67

80

3

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

huerta Nº Cab.

1

-

1.5

1.3

1.4

1.5

1.5

-

-

1.5

1.7

1.5

1.5

1.7

1.7

1.6

1.5 1.5

1.4

1.4

1.5

1.3

1.5

-

1.4

1.4

1.4

1.3

1.5

-

Nº Medio Campo

C

-

-

2

1

1.3

1.5

1.2

1.2

1.3

1.3

1.4

1.2

1.2

-

-

Ciudad

-

-

-

-

1

-

1

1

1.4

1.5

1.4

1.2

1.3

-

-

huerta

80 A 84

75 A 79

70 A 74

65 A 69

60 A 64

55 A 59

50 A 54

45 A 49

40 A 44

35 A 39

30 A 34

25 A 29

20 A 24

15 A 19

0 A 14

G.EDAD

TABLA VI. Distribución media de cabezas de ganado por grupos de edad y espacio según su tipología. Jornaleros Lorca 1771.

276

3

6

42

22

23

14

18

6

2

2

6

-

2

1

-

147

15 A 19

20 A 24

25 A 29

30 A 34

35 A 39

40 A 44

45 A 49

50 A 54

55 A 59

60 A 64

65 A 69

70 A 74

75 A 79

80 A 84

TOTAL



0 A 14

GRUPOS DE EDAD

S

-

0.68

1.36

-

4.08

1.36

1.36

4.08

12.24

9.52

15.65

19.47

28.75

4.08

2.04

%

1642

12

12

43

37

109

103

149

149

268

223

272

147

114

4

-



C

8.95

6.94

0.24

-

%

0.73

0.73

2.62

2.25

6.64

6.27

9.07

9.07

16.32

13.58

16.57

CAMPO

295

3

4

23

13

45

38

47

18

49

18

14

5

10

-

-



6.10

4.75

1.69

3.39

-

-

%

1.02

1.36

9.49

4.41

15.25

12.88

15.63

6.10

16.61

V

158

-

5

6

5

7

12

8

14

27

19

11

10

11

10

-



S

-

3.16

3.80

3.16

4.43

7.59

5.06

8.86

803

6

0.75

0.50

1.99

16 4

1.49

6.48

6.23

8.97

8.09

16.81

10.21

17.81

8.84

11.46

0.37

-

%

12

52

50

72

65

135

82

17.09

143

6.96

71

92

3

-



12.03

6.33

6.96

6.33

-

%

C

CIUDAD

180

8

2

10

9

32

18

26

20

24

12

12

3

4

-

-



TOTAL POBLACION

6.67

6.67

1.67

2.22

-

-

%

4.44

1.11

5.56

5.00

17.78

10.00

14.44

11.11

13.33

V

12

-

-

1

-

-

-

1

1

2

3

2

-

-

2

-



S

-

-

8.83

-

-

-

8.83

8.83

16.67

25.00

16.67

-

-

16.67

-

%

157

1

-

6

2

7

8

13

14

32

27

17

16

13

-

-



C

0.64

-

3.82

1.27

4.46

5.10

8.28

8.92

20.38

17.20

10.83

10.19

8.28

-

-

%

HUERTA

23

2

2

2

-

2

1

5

1

6

1

-

-

1

-

-



TABLA VII Distribucion cabezas de familias segun estado civil y lugar de residencia. Declaraciones juradas. Lorca 1771.

V

8.70

8.70

8.70

-

8.70

4.35

21.74

4.35

26.09

4.35

-

-

4.35

%

277

5

3

-

40 A 44

45 A 49

50 A 54

%

-

-

-

-

68

75 A 79

80 A 84

TOTAL

-

-

-

-

1.47

1.47

-

4.41

7.35

13.24

13.24

16.18

35.29

5.88

1.47

65 A 69

S

70 A 74

1

9

35 A 39

1

9

55 A 59

11

25 A 29

30 A 34

60 A 64

4

24

15 A 19

20 A 24

1



0 A 14

GRUPOS DE EDAD

571

1

-

10

6

28

15

41

39

96

84

113

62

72

4

-



0.70

-

%

0.18

-

1.75

1.05

4.90

2.63

7.18

6.83

16.81

14.71

19.79

10.86

12.61

C

CAMPO

45

-

-

5

2

9

5

6

5

7

4

1

-

1

-

-



V

19

11.11

-

-

11.11

4.44

20.00

11.11

13.33

158

-

3.16

3.80

5

3.16

6

4.43

7.59

5.06

8.86

17.09

12.03

6.96

6.33

6.96

6.33

-

%

5

7

12

8

14

27

8.89 15.56

11

10

11

10

-



2.22

-

2.22

-

-

%

S

803

6

4

16

12

52

50

72

65

135

82

143

71

92

3

-



C

0.75

0.50

1.99

1.49

6.48

6.23

8.97

8.09

16.81

10.21

17.81

8.84

11.46

0.37

-

%

CIUDAD

JORNALEROS

180

8

2

10

9

32

18

26

20

24

12

12

3

4

-

-



V

4.44

1.11

5.56

5.00

17.78

10.00

14.44

11.11

13.33

6.67

6.67

1.67

2.22

-

-

%

1

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

1

-

-

-

-



S

-

-

-

-

-

-

-

-

-

-

100

-

-

-

-

%

39

-

-

2

-

1

-

-

1

9

5

6

7

7

-

-



C

-

-

5.13

-

2.56

-

-

2.56

23.08

12.82

15.38

17.95

17.95

-

-

%

HUERTA

4

-

-

-

-

1

-

2

-

1

-

-

-

-

-

-



V

-

-

-

-

25.00

-

50.00

-

25.00

-

-

-

-

-

-

%

TABLA VIII Distribucion jornaleros cabezas de familias segun estado civil y lugar de residencia. Declaraciones juradas. Lorca 1771.

TABLA IX Número de miembros por declaración según lugar de residencia. Lorca 1771. Miembro por hogar 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 TOTAL TAMAÑO MEDIO

CASOS 7 32 35 34 29 23 13 8 5 3 1 195

HUERTA CIUDAD CAMPO (%) POBL. CASOS (%) POBL. CASOS (%) POBL. 3.59 7 91 7.96 91 111 5.32 111 16.41 64 221 19.34 442 281 13.48 562 17.95 105 268 23.45 804 345 16.98 1035 17.44 136 222 19.42 888 340 16.31 1360 14.87 145 145 12.69 725 318 15.25 1590 11.79 138 98 8.57 588 243 11.65 1458 6.67 91 54 4.72 378 189 9.06 1323 4.10 64 20 1.75 160 124 5.95 992 2.56 45 10 0.87 90 59 2.83 531 1.54 30 5 0.44 50 40 1.92 400 2 0.17 22 10 0.48 110 0.51 12 2 0.17 24 7 0.34 84 3 0.14 39 1 0.09 14 3 0.14 42 100 837 1143 100 4276 2085 100 9637 4.29 3.74 4.62

TABLA X Número de miembros por declaración de jornaleros según lugar de residencia. Lorca 1771. Miembro por hogar 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 desconocido TOTAL TAMAÑO MEDIO

CASOS 1 9 12 11 6 4 1 2 46

HUERTA (%) POBL. 2.17 1 19.57 18 26.09 36 23.91 44 13.04 30 8.70 24 2.17 7 4.25 16 100 3.82

176

CASOS 12 96 132 108 66 46 24 7 3 1 3 498

278

CIUDAD (%) 2.41 19.28 26.51 21.69 13.25 9.24 4.82 1.41 0.60 0.20 0.60 100 3.91

POBL. 12 192 396 432 330 276 168 56 27 10 11 1952

CASOS 60 139 146 118 104 57 44 15 5 3 2 693

CAMPO (%) 8.77 19.01 21.35 17.25 15.20 8.33 6.43 2.19 0.73 0.44 0.29 100 3.81

POBL. 60 278 438 472 520 342 308 120 45 30 22 2647

279

Total Pob.

2,4

2,47

2,96

3,41

4,01

4,69

5,12

5,72

5,42

5,28

4,3

4,52

4,18

3,68

3,87

0 A 14

15 A 19

20 A 24

25 A 29

30 A 34

35 A 39

40 A 44

45 A 49

50 A 54

55 A 59

60 A 64

65 A 69

70 A 74

75 A 79

80 A 84

2,93

3,42

3,63

3,2

3,43

4,14

4,82

5,28

4,57

4,24

3,7

3,04

2,87

2,29

0

4,6

4,04

4,56

5,28

4,87

5,84

5,77

6,03

5,43

4,79

4,153

3,6

2,96

2,67

2,25

3

3,33

3,75

4,5

3,9

6,88

5,74

5,11

2,42

2,18

2,30

2,60

2,34

2,99

2,93

3,06

2,59

2,41

5,07 5,47

2,08

1,67

1,51

1,38

1,4

Total Pob.

1,6

1,72

1,84

1,60

1,65

2,24

2,49

2,75

2,26

2,06

1,93

1,46

1,43

1,15

-

3,14

2,58

2,61

3,16

2,79

3,36

3,24

3,33

2,80

2,52

2,15

1,77

1,53

1,6

1,25

Total Total ciudad Campo

2

2

1,5

2,5

1,9

3,66

2,63

2,18

2,53

2,41

2,10

1,81

1,73

1,5

-

Total huerta

Número medio de Hombres

4,51

3,68

3,8

2,5

-

Total Total Total ciudad Campo huerta

Tamaño medio del hogar

Edad

Grupo

1,45

1,5

1,88

1,92

1,96

2,29

2,49

2,66

2,53

2,28

1,93

1,74

1,45

1,09

1

Total Pob.

1,33

1,7

1,79

1,6

1,78

1,90

2,33

2,53

2,31

2,18

1,77

1,58

1,44

1,14

-

Total ciudad

1,46

1,46

1,95

2,12

2,08

2,48

2,53

2,70

2,63

2,27

2,003

1,83

1,43

1,07

1

Total campo

1

1,48

1,26

1,71

2,25 1,33

1,62

1,72

2,11

2,11

2,12

2,05

1,76

1,55

1,43

1,19

1

-

2

2

3,22

3,11

2,93

2,94

2,66

2,41

1,87

2,07

1

-

Total Total huerta Pob.

Número medio de Mujeres

Total población

1,18

1,5

1,61

1,47

1,5

1,67

1,94

1,91

1,86

1,52

1,52

1.21

1,16

-

-

Total ciudad

1,7

1,09

1,74

1,72

1,83

2,21

2,17

2,25

2,14

1,84

1,58

1,56

1,21

-

-

Total Campo

1,33

1

1,71

1,5

1,46

2,8

2,75

2

2,21

1,65

1,65

1,38

1,23

-

-

Total huerta

Numero medio de hijos

80 A 84

75 A 79

70 A 74

65 A 69

60 A 64

55 A 59

50 A 54

45 A 49

40 A 44

35 A 39

30 A 34

25 A 29

20 A 24

15 A 19

0 A 14

huerta

TABLA XI Características de los hogares lorquinos según el lugar de residencia. Declaraciones juradas. Lorca 1771.

280

4,18

4,83

5,08

4,91

4,31

4,03

4,23

3,34

3,25

3

40 A 44

45 A 49

50 A 54

55 A 59

60 A 64

65 A 69

70 A 74

75 A 79

80 A 84

3,085

25 A 29

35 A 39

2,85

20 A 24

3,63

2,46

15 A 19

30 A 34

2

0

3,66

4,02

3,83

3,73

4,07

4,63

5,4

4,73

4,22

3,535

2,9

2,835

2

0

Total Total población ciudad

4

0

3,1

4,7

4,335

4,82

5,16

4,9

4,97

4,1

3,68

3,23

2,78

2,62

2

Total campo

Número medio de Hombres

0

0

1

0

1

0

2

1

3

4,2

2,125

1

2,11

0

0

2

1,5

1,52

1,93

1,93

2,38

2,51

2,52

2,4

2,09

1,8

1,56

1,45

1,28

1

0

1,66

1,42

2

1,7

2,24

2,22

2,67

2,28

2,12

1,91

1,38

1,46

1

0

3

0

1,6

1,87

2,21

2,71

2,82

2,5

2,55

2,04

1,66

1,69

1,39

1,42

1

1

1,75

0 0

1,82

2,3

2,1

1,93

2,4

2,56

2,43

2,09

1,83

1,525

1,4

1,18

1

Total población

1

0

1

0

1

1

1

1,2

1,125

1

1,11

0

0

Total Total Total Total Total huerta población ciudad campo huerta

Tamaño medio del hogar

0 A 14

Edad

Grupo

Total jornaleros

0

2

2,6

1,83

2,03

1,83

2,41

2,73

1

0

1,5

2,83

2,125

2,11

2,34

2,4

2,42

2,06

2,1 2,45

2,02

1,54

1,39

1,2

1

Total campo

1,625

1,52

1,375

1

0

Total ciudad

0

0

0

0

0

0

1

0

2

3

1

0

1

0

0

Total huerta

Número medio de Mujeres

2

1,25

1,64

2

1,76

1,88

2,09

1,95

1,29

1,64

1,49

1,35

1,19

1

0

0

1,25

1,83

2

1,53

1,82

2,14

2,15

1,85

1,46

1,49

1,2

1,14

0

0

2

0

1,54

2,25

1,84

2

2,06

1,81

2,02

1,75

1,5

1,46

1,19

0

0

Total Total Total población ciudad campo

Numero medio de hijos

0

0

1,5

0

1,83

0

3

2

1,714

1,7

1,375

1,33

1,42

0

0

Total huerta

TABLA XII Características de los hogares lorquinos de los jornaleros según el lugar de residencia. Declaraciones juradas. Lorca 1771.

GRAFICO 1. TAMAÑO MEDIO HOGAR .LORCA 1771. 7

6

GRAFICO 1. TAMAÑO MEDIO HOGAR .LORCA 1771. 5

Nº DE MIEMBROS

7

6

4 TOTAL JORNALEROS

Nº DE MIEMBROS

5 3

4

2 TOTAL JORNALEROS

3

1

2

0 0 A 14 15 A 19 20 A 24 25 A 29 30 A 34 35 A 39 40 A 44 45 A 49 50 A 54 55 A 59 60 A 64 65 A 69 70 A 74 75 A 79 80 A 84 GRUPO DE EDAD

1

0

Gráfico 1. Tamaño medio hogar. Lorca 1771

0 A 14 15 A 19 20 A 24 25 A 29 30 A 34 35 A 39 40 A 44 45 A 49 50 A 54 55 A 59 60 A 64 65 A 69 70 A 74 75 A 79 80 A 84 GRUPO DE EDAD

GRAFICO 2. TAMAÑO MEDIO Nº DE HIJOS SEGUN DECLARACIONES JURADAS LORCA 1771 2,5

GRAFICO 2. TAMAÑO MEDIO Nº DE HIJOS SEGUN DECLARACIONES JURADAS LORCA 1771 2,5

2

2

Nº DE HIJOS

1,5 1,5

TOTAL

Nº DE HIJOS

JORNALEROS TOTAL JORNALEROS

1 1

0,5 0,5

0 0

A 1415 A15 19A 24 20 A2524 A 29 A 44 39 45 40AA4944 5045 A 4955 A5059A 54 59A 69 60 A7064 A A6979 70 0 A014 19 A 20 A 2925 30 A 34 3035AA34 39 35 40 A A 54 60 A 55 64 A65 A 746575 80AA 74 84

75 A 79

GRUPO DEGRUPO EDAD DE EDAD

Gráfico 2. Tamaño medio nº de hijos según declaraciones juradas. Lorca 1771

281

80 A 84

GRAFICO 3. TAMAÑO MEDIO HOGAR CIUDAD.LORCA 1771. 6

GRAFICO 3. TAMAÑO MEDIO HOGAR CIUDAD.LORCA 1771.

5 6

5

TOTAL

3 Nº MIEMBROS

2

1

TOTAL

3

JORNALEROS

2

1 0 A 14

15 A 19 20 A 24 25 A 29 30 A 34 35 A 39 40 A 44 45 A 49 50 A 54 55 A 59 60 A 64 65 A 69 70 A 74 75 A 79 80 A 84

0

GRUPO DE EDAD 0 A 14

15 A 19 20 A 24 25 A 29 30 A 34 35 A 39 40 A 44 45 A 49 50 A 54 55 A 59 60 A 64 65 A 69 70 A 74 75 A 79 80 A 84

GRUPO DE EDAD

Gráfico 3. Tamaño medio hogar ciudad. Lorca 1771 GRAFICO 4. TAMAÑO MEDIO HOGAR CAMPO.LORCA 1771. GRAFICO 4. TAMAÑO MEDIO HOGAR CAMPO.LORCA 1771.

7 7

6 6

5 5

Nº MIEMBROS

4

3

4 TOTAL 3

1

1

0

0

0 A 14

0 A 14

15 A 19

15 A 19

20 A 24

20 A 24 25 A 29 30 A 34 35 A 39 40 A 44

25 A 29

30 A 34

35 A 39

45 A 49 50 A 54 55 A 59 60 A 64 65 A 69

40 A 44 GRUPO 45 A 49 50 A 54 DE EDAD

55 A 59

60 A 64

70 A 74 75 A 79 80 A 84

65 A 69

70 A 74

75 A 79

80 A 84

GRUPO DE EDAD

Gráfico 4. Tamaño medio hogar campo. Lorca 1771 GRAFICO 5. TAMAÑO MEDIO HOGAR HUERTA. LORCA 1771. 8

8

7

7

6

5

GRAFICO 5. TAMAÑO MEDIO HOGAR HUERTA. LORCA 1771.

282

5

6

4

TOTAL JORNALEROS

JORNALEROS

2

2

MIEMBROS

0

JORNALEROS

4

Nº MIEMBROS

Nº MIEMBROS

4

TOTAL JORNALEROS

GRAFICO 5. TAMAÑO MEDIO HOGAR HUERTA. LORCA 1771. 8

7

6

Nº MIEMBROS

5

TOTAL

4

JORNALEROS

3

2

1

0 0 A 14

15 A 19

20 A 24

25 A 29

30 A 34

35 A 39

40 A 44

45 A 49

50 A 54

55 A 59

60 A 64

65 A 69

70 A 74

75 A 79

GRUPO DE EDAD

Gráfico 5. Tamaño medio hogar huerta. Lorca 1771

283

80 A 84

FAMILIA, CASA Y HOGAR. UNA APROXIMACIÓN A LA DEFINICIÓN Y REALIDAD DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL ESPAÑOLA (SIGLOS XIII-XX)*

El lenguaje, en tanto que refleja las experiencias sociales y el contexto cultural en el que éstas se han producido, constituye una herramienta y un instrumento fundamental para el historiador, puesto que modela la realidad y tiene sentido como código de identificaciones con plena validez social en cada coyuntura y momento histórico. Ahora bien, no tratamos de plantear la teoría del discurso o dar pleno sentido a la propuesta del giro lingüístico, con la perspectiva de diso­lución de los problemas históricos en el análisis del lenguaje, sino de desvelar los significados y las relaciones entre historia, teoría social y lenguaje; es decir entre lenguaje e identidad, entre el nombre y aquello que se nombra. Abordar el significado y la evolución que han sufrido los conceptos casa, familia y hogar, exige algo más, en realidad mucho más, que esta escueta pre­sentación. Por varias razones: diversas tendencias historiográficas como historia intelectual y de los conceptos, los estudios culturales o la historia social propia­mente dicha, integran diversos ejes transversales como identidades colectivas, contextos socio-culturales y redes sociales y familiares que permiten deducir los verdaderos significados que encierran las palabras y, en segundo lugar, proyec­tan toda una realidad social tomada a partir de las relaciones sociales y de los propios hechos. Una doble corriente se instala en las palabras: por una parte la significación que tienen para la sociedad en cada momento y, simultáneamente, los cambios sociales transforman y modifican esos mismos significados alterando el código * “El presente trabajo forma parte del proyecto de investigación: “Sociedad, Familias y grupos sociales. Redes y estrategias de reproducción sociocultural en Castilla durante el Antiguo Régimen (siglos XV-XIX)”, referencia: HUM2006-09559, del que es Investigador Principal, Francisco Chacón Jiménez y ha sido posible gracias a la financiación concedida por el Ministerio de Educación y Ciencia. Secretaria de Estado de Universidades e Investigación”.

285

de identificación de las palabras como consecuencia del proceso histórico tem­ poral. Es decir, representación y simbolismo social y cultural se manifiestan en conceptos como el de nación o familia, por ejemplo, que no serían realidades objetivas sino representaciones o construcciones culturales que otorgan una de­ terminada realidad a lo que se pretende que sea real y que cambia con el tiempo. Este importante concepto de representación deriva hacia el de percepción o con­ figuración de la opinión pública; a partir de aquí se pueden producir situaciones de manipulación de la memoria, invención de genealogías y, como consecuencia: discursos de invención. Mediante la representación se conectan tres realidades distintas: las diferen­ tes realidades sociales expresadas cada una de ellas en sus propias prácticas que son asimiladas por los individuos y las muestran a todo el conjunto social; la segunda realidad es la forma en que se orientan y son captadas por los grupos dirigentes hacia imágenes del poder, y estas dos realidades cristalizan en la identidad individual o colectiva. Innovador y adelantado a su tiempo, como en tantos otros temas, Julio Caro Baroja, trató “sobre los conceptos de casa, familia y costumbres” en la revista de estudios vascos, Saioak; y aunque se centró en la casa Navarra, realiza un recorrido histórico de los conceptos casa y familia a partir de un análisis lin­ güístico que inicia, precisamente, con la palabra familia. Pero antes de llevar a cabo y seguir este camino, señalemos una importante precisión: junto a la escasa atención prestada, de manera explícita y concreta a la significación de cada uno de estos conceptos, es necesario estudiar, analizar, profundizar y abordar de manera sistemática una problemática que, hasta ahora, se ha presentado en la historiografía de forma binaria y aislada; así, mientras por una parte Familia se ha interpretado en términos de personas que residen y, por tanto, lo que ha in­ teresado ha sido el tamaño del núcleo familiar y la tipología según las relaciones de parentesco o/y consanguinidad existentes entre quienes coexisten y conviven bajo un mismo techo, por otra, Casa se ha entendido como espacio material en el que se desarrollan una serie de funciones propias de la familia. Esto significa que quedan al margen consideraciones sobre familia como: un sistema de relación entre práctica hereditaria y estructura de parientes que trasciende a la propia unidad familiar; o que en el concepto casa no se tiene en cuenta el valor simbó­ lico, representativo y de identidad, y que no es sólo un espacio privado sino que está condicionado por relaciones de poder; además, la figura del pater familias debe aparecer unida a la casa como responsable del gobierno de la misma, y de la económica que ello supone y con las virtudes que le corresponden. Pero esta falta de relación y puesta en común entre visiones y concepciones distintas, pero necesaria y obligatoriamente complementarias, es algo más que el reflejo y orientación distinta del enfoque que se plantea respecto a los objetivos que se persiguen. La situación es a la vez más profunda y también más sencilla. Profunda porque se trata de un problema epistemológico de teoría del conoci­miento, lo que implica una determinada perspectiva. Sin embargo, más que una separación de dos orientaciones que divergen, Casa y Familia deben 286

de plan­tearse, siempre que las entendamos como herramientas e instrumentos desde los que poder aproximarnos al conocimiento y la explicación de la organización social, no en términos exclusivos de historia de la familia, sino de comprensión de las diferencias sociales y del sistema social. La conclusión es evidente, aunque las definiciones y las palabras tengan sen­tido propio y respondan a realidades propias, sólo se comprenden si se integran y se estudian en estrecha relación e interacción. Esta es la conclusión que quere­mos transmitir: la unidad social e histórica de ambos conceptos. Las palabras del propio Caro Baroja son significativas: “la noción de familia está esencialmente relacionada con la de casa y hogar” (Caro Baroja, 1978, 7). La razón es que el modelo familiar es una articulación entre el orden biológico y el orden social, entre lo individual y lo colectivo, y existe una relación directa entre el modo de concebir la familia y los comportamientos que ésta produce; tanto la etnología como la antropología han enseñado a considerar la familia como una construc­ción cultural y como la unidad elemental de la función social. Por otra parte, y para comprender mejor dicha unidad hay que subrayar que la distancia entre la persona y la sociedad sólo se puede recorrer a través de la familia, entendiendo que ésta debe integrarse en el conjunto de familias que forman la comunidad, siempre que el peso de las relaciones personales, los vínculos y lazos de paren­tesco y solidaridad familiar y de amistad se privilegien sobre la organización del poder y la soberanía de la ley. Medir y explicar hasta qué punto uno u otro factor es predominante, constituye una transición fundamental que tiene en el reconocimiento del individuo como entidad con personalidad jurídica y social propia el final de una etapa que supone, epistemológicamente, la integración de la categoría familia en la explicación del cambio histórico.

*** Una vez planteada la necesidad de unir e integrar el análisis de ambos con­ ceptos para la explicación de la organización social, volvamos al camino que nos mostraba Caro Baroja y al que nosotros mismos contribuimos en nuestra propia preocupación por el problema (Chacón Jiménez, 1997 y 2000). La palabra fami­ lia aparece ya en Berceo, pero impregnada de sentido religioso. En realidad, las partidas de Alfonso X (VII, tit. XXXIII, ley VI) son las que clarifican y ponen la referencia precisa sobre el alcance y la significación del término: “Familia se entiende el señor Della e su mujer, y todos lo que biben so el, sobre quien ha mandamiento, assi como los fijos e los sirvientes e los otros criados. Con familia es dicha aquella, en que biven mas de dos omes al mandamiento del señor, e dende en adelante; e no seria familia fazia suso. E aquel es dicho, Paterfamilias, que es señor de la casa, Moguer que non haya fijos. E Materfamilias es dicha la muger, que bive honestamente en su casa”. 287

(Caro Baroja, 1978, 6). Más adelante, en el vocabulario de Nebrija (hacia 1495) aparecerá traducido como domus. Familia en latín derivaba de la palabra famulus, que quiere decir criado, y hasta el siglo XVIII y la Revolución Industrial se tendió a situar en el contexto del buen orden general. Existía la “política”, es decir, el gobierno de la comunidad en general, y la “economía”, y la “familia” que era el patrimonio del ciudadano destinado a satisfacer las necesidades de vestido, alimentación y educación de los habitantes. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su decimo­ novena edición (1970), nos propone en el caso de Familia tres acepciones con diferentes significados: “Cuerpo de personas emparentadas entre sí que viven juntas bajo la autoridad de una de ellas; número de criados de uno aunque no vivan dentro de su casa; conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje”; mientras que respecto al término Casa, abre un amplio abanico de acepciones y posibilidades comprensivas; pero todas ellas alejadas del principio que marcaba el moralista aragonés Juan Costa, cuando afirmaba que la casa era la cuna de] ciudadano, James Casey, recoge una interesante afirmación del moralista arago­ nés del siglo XVI: “el ciudadano ha de saber regirse a sí, su casa y familia para que sepa bien regir su república” (Casey, 2003, 793). Se ha producido, por tanto, una evidente permanencia a la vez que una transición entre las Partidas de Alfonso X y el Diccionario de la Real Aca­demia Española de la Lengua de 1970. La integración de los criados como familia, aunque no vivan dentro de la casa supone mantener la autoridad pero también la responsabilidad de quien se encuentra al frente de la familia. Y aquí es donde se produce, en nuestra opinión, la transición hacia la jefatura familiar, pero no necesariamente del padre, sino de alguna de las personas que son parientes y viven juntas; las dos condiciones necesarias para que el grupo de personas sean consideradas familia; lo que integra, a la vez, la ne­cesaria realidad casa. Pero volvamos a los autores y a las referencias de los siglos modernos. Así, en 1611, Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española, definía Familia de la siguiente manera: “en común significación vale la gente que un señor sustenta dentro de su casa, de donde tomó el nombre de su padre de familias... Pero ya no solo debaxo deste nombre se comprenden los hijos, pero también los padres y abuelos y los demás ascendietes del linaje... ni más ni menos a los vivos, que son de la mesma casa y descendencia, que por otro nombre y su muger, y los demás que tiene de su mando, como hijos, criados, esclavos y hazen familia tres personas governadas por el señor”.

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En cuanto a casa: “agora en lengua castellana, se toma casa por la morada y habitación fabricada con firmeza y sumptuosidad; y las de los hombres ricos llaman en plural las casas del señor fulano, o las del duque o conde, etc., y porque las tales son en los propios solares de donde traen origen, vinieron a llamarse los memos linajes casas, como la casa de los Mendoza, Manriques, Toledos, Guzmánes, etc. Otras veces significa la familia; y assi decimos: fulano ha puesto mui gran casa cuando ha recebido muchos criados”. El Diccionario de Autoridades (1726-1737), presenta las siguientes definicio­ nes y acepciones sobre el término Familia: “La gente que vive en una casa debaxo del mando del señor de ella. Por esta palabra familia se entiende el señor de ella, e su muger, e todos los que viven so él, sobre quien ha mandamiento, assii como los fijos e los sirvientes e los otros criados, cá familia es dicha aquella en que viven más de dos homes al mandamiento del señor, e dende en adelante”; “Se toma muy comúnmente por el número de los criados de alguno aunque no vivan dentro de su casa” “Significa también la ascendencia, descendencia y parentela de alguna persona; y así se dice, la familia de los Pachecos, de los Mendozas” Respecto a Casa, las acepciones y significaciones son numerosas, pero señala­ remos la que hace referencia al espacio físico de morada o residencia: “edificio hecho para habitar en él, y estar defendidos de las inclemencias del tiempo, que consta de paredes, techos y tejados, y tiene sus divisiones, salas y apartamientos para la comodidad de los moradores”, y, especialmente: “vale asimismo la familia de criados, y sirvientes, que asisten y sirven como domesticos al señor y cabeza o dueño de ella” “se llama también la descendencia o linaje que tiene un mismo apellido, y viene de un mismo origen; y assi se dice, la Casa de los Pachecos, de los Guzmanes, de los Sylvas, de los Mendozas, Toledos”. Esta última acepción guarda una gran similitud con la última indicada de Familia; lo mismo se puede decir respecto a los criados, incluidos tanto en la acepción de familia como de casa, y que han sido incorporados al Diccionario de la Real Academia de 1970. Resulta llamativa la permanencia de los criados en el concepto de Familia desde las Partidas de Alfonso X el Sabio hasta el Dic­cionario

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de 1970. Es evidente la conclusión que se puede obtener: la estrecha relación y mutua explicación entre Familia y Casa, así como un sentido amplio de los miembros y personas que integran la familia; pues aparte de la persona que ejerce las funciones de cabeza y responsable, se entiende la esposa, hijos y criados, aunque no vivan dentro del espacio físico de la casa. Esta superación física del espacio Casa recogida en la propia normativa es un hecho no desta­cado hasta ahora y que apoya y demuestra el error producido al considerar y entender la familia como las separaciones de carácter fiscal que se encuentran en los censos de población y que constituyeron el punto de arranque e inicio de la formulación teórica sobre Familia, aunque bien es cierto que el grupo de Cambridge estudia el hogar y no la familia. Pero la confusión fue inmediata. La crítica a esta situación, llevó a una parte de la historiografía a rechazar el carácter exclusivamente nuclear de la familia superando el apego a la fuente y no viendo más allá de ella. Naturalmente, que son muchas las virtudes y posibilidades que dicha línea de investigación significó, pero al no prestar atención a la tratadística y normativa reguladora de las relaciones sociales, dejó de lado una perspecti­va fundamental para la comprensión de la organización social que ha venido hasta nosotros de la mano de la sociología histórica y la antropología. Así, en un artículo seminal, como suelen ser varios de los escritos por James Casey: “La invención de la comunidad y la historia social” (Casey, 2003) apunta a que sólo una revolución cultural de gran magnitud podría explicar el desmantelamiento de las antiguas formas de solidaridad de la pequeña comunidad. Volver la es­palda a las obligaciones tradicionales de vecindad-mezcla de ayuda mutua y de explotación-exigía la dedicación a la autonomía personal gracias al trabajo y a la vigilancia sistemática de la conducta propia asociada con la Reforma protestan­te; es decir, el análisis de las formas familiares y su geografía para desmitificar el predominio de la familia extensa estudiada por autores como Frederic Le Play, y que fue el punto de partida y arranque de la Historia de la Familia, olvidó y no tuvo en cuenta que los tratados confirmaban este sentido amplio, pero sin considerar el sistema de relaciones sociales y culturales que lo explicaban. Es decir, el desmantelamiento de las antiguas formas de solidaridad, utilizando las palabras de James Casey, era el verdadero problema y no tanto el tamaño o el tipo de familia y su cambio; es por ello que la clave se encuentra en investigar la naturaleza de las redes de solidaridad que relacionaba a unos hombres con otros; de esta manera lo fundamental es recuperar la textura de las relaciones sociales; para ello es válido el método de levantamiento de genealogías sociales y el de biografías individuales y colectivas; pero se trata, en definitiva, de de­tectar, comprender y analizar el sistema de redes de relaciones que explican la organización social. Todo estudio en términos de redes es creíble sólo en la medida en que se acompaña de una reflexión sobre los lazos y las palabras que se utilizan en cada contexto; por ejemplo: amigo, pariente o allegados, criados (Gerbert, M.C., 2001). La aplicación del análisis de redes a la familia puede ayudar a llevar una nueva mirada sobre este objeto, a menudo demasiado prisionero de otra representación 290

formal tan clásica como la genealogía. La familia prisionera de la genealogía puede llegar a liberarse a través del concepto de red, que ayudará a entender las relaciones y los lazos que unen a los miembros más verticales que horizon­ tales de una genealogía. Imperfecta como todo utillaje de las ciencias sociales, el análisis de redes permite señalar la importancia de una representación de lo real y propuestas para su estudio. En este sentido, el análisis de redes no puede ni debe circunscribirse a la producción de grafos o a la utilización del tal o cuál elemento estadístico (densidad, intensidad, etc.). La denominación: análisis de redes, sería la corriente que a partir de fuentes genealógicas y micro viene a definir la extensión y composición del parentesco disponible; es decir, número medio, por ejemplo, de primos disponibles en vida que cuenta un individuo de 40 años en 1850. La familia no es la única forma de red, de contexto o de organización inter­ media donde se inscribe el individuo. Para Paul Rosental, la familia representa un lugar de mediación entre la influencia de los cambios generales macro y el individuo; el lugar donde estos cambios son traducidos diversamente según las formas de familia en influencias sobre los comportamientos individuales; para Giovanni Levi, la familia sería como un conjunto de parientes y aliados que co­ operan y que no se estructura como un grupo uniforme de individuos que tienen derechos y deberes iguales, sino como un conjunto diferenciado y jerarquizado, aunque fuertemente coherente; a partir de ambas definiciones o aproximaciones, el análisis de redes habría que entenderlo no como un fin en sí mismo, sino como un utillaje para comprender mejor las formas sociales y políticas. Son pocos los historiadores de la familia que incorporan la teoría de redes; se trata más bien de especialistas en redes que derivan hacia el dominio de la historia de la familia, pero la contribución de la teoría de redes no reside tanto en poner a disposición del historiador análisis estadísticos, sino plantear nue­ vos conceptos para pensar formas variadas y diversas de relaciones familiares y de la relación individuo-familia-comunidad. ¿Qué peso tiene la familia en la comunidad? ¿Qué estrategias sigue? ¿Cómo entender el encadenamiento de alianzas, del parentesco y las diferencias dentro del mismo? La teoría de redes, si no encuentra respuestas, puede plantear, al menos, hipótesis de in­vestigación. Hemos llevado a cabo un largo recorrido por caminos que no nos han hecho perder de vista lo fundamental; creo que, al menos, las menciones a las definicio­ nes nos han permitido contextualizar una realidad cuyo principal activo eran las relaciones que se tejían en torno a la casa, y que se integraba en una comunidad en la que las personas que formaban parte de la familia tenían una dimensión cultural, o al menos aspiraban a ello, respecto a la memoria del linaje y a la so­ lidaridad con los amigos de la casa. La familia es un medio para reconstruir la red de relaciones sociales de una comunidad. Sólo desde ella entendida como un laboratorio podemos observar conflictos, alianzas, acuerdos, estrategias. La familia no era un ente aislado, necesitaba insertarse en la comunidad mediante una trama de amigos, conocidos, vecinos, parientes que producían un medio so­ cial magmático a la vez que denso y fluido, muy solidario hacia el exterior, pero 291

en el que se podían producir conflictos de intereses muy duros en su interior. Un medio en el que el poder consistía no tanto en la propiedad como en la posesión de influencia sobre las personas.

*** “El gobierno del vasallo en su familia es semejante del que ha de tener el príncipe en los negocios públicos; que la poítica es administración de lo doméstico comunicada al bien universal” “Es cada familia una república; y así para el político gobierno de los mayores, se ensayan en la economía de sus casas los padres de familia” con estos dos textos de la obra: El Consejo y consejero de Príncipes (Madrid, 1617), iniciaba una contribución al problema de Familia y Casa en el período de Carlos I (Chacón, 2000). Se pone de manifiesto la interacción entre lo económico, lo do­ méstico y lo político respecto al gobierno y prácticas de la Casa y a la concepción de Familia. Naturalmente se exige una diversidad y pluralidad de enfoques y acercamientos a dicha temática. Sin embargo, de falta de sensibilidad calificaba Ignacio Atienza en 1991 (Chacón, 2000), el aislamiento y su consecuente dis­ función en el análisis de la familia. Transcurridos más de 15 años, no podemos decir que se haya avanzado en la solución, y aunque las líneas de investigación se plantean más en términos de relación y de descodificar los significados de las prácticas sociales, la dificultad se encuentra en establecer relaciones entre disci­ plinas próximas, sí, pero con técnicas distintas y epistemologías y orígenes muy diferentes; en este punto las tradiciones ejercen un peso y una fuerte influencia en los cambios de orientación investigadora. Para conseguirlo será necesario pensar más en términos de reproducción de un sistema social que necesita, por tanto, la tradición analítica de la demogra­ fía, la economía y la sociología. Al historiador de la familia le preocupan las consecuencias económicas y culturales sobre el hogar y la familia, pero para conseguirlo es necesario relacionar los nuevos sujetos que suponen el parentesco y la significación de Casa y Familia. Si avanzamos un paso más incluiremos el ciclo de vida y la perspectiva generacional, tanto en sus valores demográficos y económicos como socio-culturales, lo que nos permitirá definir la naturaleza de la relación entre dichos comportamientos demográficos y sus contextos so­ cioeconómicos y culturales (Rowland, 1997). Es decir, a partir de la llamada de atención de E.A. Wrigley (Wrigley, 1981), se han escuchado algunas voces que plantean la necesidad de integrar y rela­ cionar orientaciones y tendencias; sin embargo, el resultado creemos que sigue siendo pobre. El mismo depende de trabajar a partir de conceptos que, como reproducción social, permitan detectar las múltiples interacciones existentes en el conjunto de toda organización social y comunidad. Desde esta perspectiva, 292

aproximarse al conocimiento de la organización social a través del concepto, realidad y significado de Casa y Familia, es un objetivo prioritario; en el mismo, uno de los puntos de máximo interés es el de los escritos de los contemporáneos; patrimonio que nos es casi desconocido, y sólo la guía de Norbert Elias, o la obra general de Baltasar Castiglione, Del cortesano al discreto, amén de manuales de confesores como el de Pedro Lujan o el libro de Juan de Pineda, Diálogos fami­ liares de la agricultura cristiana (Salamanca, 1589), nos permiten contextualizar el papel y el significado de Casa y Familia. Aunque fue escrita a finales del siglo XVIII (1791), la obra de fray Antonio Arbiol, La Familia regulada, es una referencia imprescindible para acercarse a la cultura sobre la familia, que es tanto como decir las normas y valores respecto a la institución y al papel que representa en la sociedad. Determinados comportamientos, como edades al matrimonio o normas y hábitos como casarse entre iguales, o regulación de las cantidades a entregar en concepto de dote, se recogían en la legislación de la época. A falta, pues, de un estudio exhaustivo, en lo que podría significar una verdadera propuesta de investigación, la tratadística puede contribuir, de manera notable, a entender no sólo determinados conceptos y realidades sino los valores que sustentan una forma de comprender y aceptar el orden social establecido. Aparte de la tratadística, a la que autores como James Casey o Ignacio Atienza le han prestado atención y han abordado esta temática y sobre el cuál podemos afirmar que nos encontramos en un desierto historiográfico muy necesitado de ser estudiado y analizado, dos nuevas vertientes contribuyen a un mejor conocimiento de la organización social: nos referimos al papel de la mujer y a la influencia que las prácticas matrimoniales de la monarquía y la nobleza ejercen sobre el conjunto de la organización social. Respecto al papel de la mujer, obras como las de Luis Vives, Instrucción de la mujer cristiana (1523), o la perfecta casada de Fray Luis de León, nos permitirán deducir situaciones en las que se aprecia con claridad el triunfo de la ortodoxia católica y el eje femenino alrededor de la casa, y el sostenimiento moral de la vida doméstica y educativa de la familia. En cuanto a las prácticas matrimo­ niales, sólo el levantamiento de un completo cuadro genealógico de la propia monarquía y de varias casas nobiliarias: Alba, Medinaceli, Osuna, etc., permiti­ ría extraer conclusiones sobre las prácticas matrimoniales. Razones de régimen demográfico pero también de estado y de política internacional, sitúan los ma­ trimonios a edades muy tempranas, aunque también ésta sea una práctica que afecta a casi todos los grupos sociales; la dificultad de obtener herederos varones y que sobrevivan, la elevada mortalidad postparto o una escasa esperanza de vida y el agotamiento biológico de las familias, son algunas de las deducciones que se pueden obtener de los cuadros genealógicos. Son muchas las conclusiones a extraer del seguimiento del ciclo de vida de los grupos de la nobleza y la Corte. Lecturas no sólo demográficas y de prácticas endogámicas en las estrategias matrimoniales, sino también lecturas políticas respecto a estrategias de unión entre casas y títulos de relieve y significación 293

distintas; mantenimiento de determinadas distinciones en una familia concreta. Momentos en los que por merced real u otro sistema se produce el acceso a una determinada rama familiar al privilegio de un cargo, título o puesto de la admi­ nistración y el gobierno; en definitiva, una cierta aproximación a una movilidad política y social que, epidérmicamente, queda tan solo apuntada en las múltiples genealogías que es posible levantar de las casas nobiliarias. Las conclusiones provisionales que podemos obtener de estas tres priorida­ des confirman la trascendencia de los conceptos Casa y Familia. Sin embargo, hay que señalar que durante una generación los historiadores de la familia se han dedicado a dibujar el mapa y la geografía de las formas familiares, cuando en realidad lo que planteaban era unas formas de hogar. La fuente utilizada y la teoría que la sustenta explica el resultado. La confusión procede del significado de Familia que es, por supuesto, algo más complejo que el de hogar y supera el concepto de residencia y el vivir bajo un mismo techo teniendo relaciones de consanguinidad aunque no necesariamente; la familia se encuentra más allá de las paredes físicas de la casa y, por tanto, de los límites del censo y también de los límites de la unidad fiscal y religiosa que es, en definitiva, lo que refleja el censo. El abuso de una fuente en el sentido de buscar más explicaciones de las que podía ofrecer y, sin embargo, no reparar en algunas realidades que escondía y cuyo descubrimiento exige el cruce de fuentes y, sobre todo, un marco teórico de reflexión y de nuevos interrogantes es la explicación a la esterilidad de mu­ chos análisis. Ya en 1949, G.P. Murdock denomina a la unidad básica del grupo familiar: familia nuclear. Así, pues, teniendo en cuenta estas consideraciones, la realidad y el concep­ to de Casa y Familia, es el de entidades de integración más que de separación y diferenciación social. Pero dicha integración se produce de manera vertical confirmando los lazos y vínculos entre miembros de distintos estratos y cuer­ pos. Las relaciones de dominación y dependencia personal se intensifican y solidifican notablemente alrededor de Casa y Familia. Es, precisamente, desde ella, desde donde se producen procesos de movilidad social y control de los recursos políticos a través del ejercicio del poder. Se ha puesto de manifiesto la fuerza del linaje familiar respecto al poder local y al control de los recursos y a su transmisión y perpetuación (Gerbet, M.C., 2001 y Montojo Montojo, V., 2001). El apellido es el elemento de unión. Las fuertes tensiones de origen religioso y étnico-cultural a que se ve someti­ da la sociedad hispánica durante las últimas décadas del siglo XV y los reinados de Carlos I y su hijo Felipe II, tienen una clara consecuencia: refuerzan y conso­ lidan la necesidad de unos lazos de solidaridad y relaciones clientelares como medio de defensa ante las presiones y tensiones de todo tipo y que, en cualquier momento, podían afectar al señor más poderoso de una comunidad. No sólo se puso a prueba el clientelismo y la solidaridad sino que se reforzó. Por otra parte, no podemos olvidar la tradición y el origen igualitario de la comunidad local. Frente a él, nos encontramos con un culto cada vez más exacerbado al privilegio y a la diferencia. 294

Es ésta rivalidad, que se convierte en una lucha sorda, callada y de enormes consecuencias sociales, una de las situaciones más apasionantes y compleja que ha vivido la sociedad hispánica, precisamente en el momento de su despegue como gran potencia e imperio mundial. Es alrededor de esta transición donde encontrarán sentido y se contextualizan, adecuadamente, los espacios sociales y culturales de los que el individuo, no es que se integre, sino que forma parte inexcusable de los mismos. Familia, casa, parroquia, gremio, cofradía, concejo; nos encontramos en una sociedad de cuerpos donde el análisis aislado e in­ dividual de cada uno de ellos no permite explicar las contradicciones de una organización social en la que coexisten el interés y la fuerza político-social del dinero con el origen limpio de sangre mora o/y judía de los antepasados, y cuyo resultado es un proceso de cierre social para el que se utilizan factores cultura­ les excluyentes de limpieza de sangre; factor étnico y religión que darán como resultado una potenciación del privilegio. Sin embargo, los problemas religiosos, estrechamente vinculados a la defini­ ción y toma de postura, al menos oficial y hacia el exterior, sobre limpieza de sangre y origen noble, alimentan la exclusión del orden social establecido y una fractura y división social que provocará las fidelidades y lealtades hacia los fac­ tores que permitan integrarse en la ortodoxia a la vez que potencian relaciones de origen clientelar cada vez más sólidas. Y aquí la familia y la casa juegan un papel decisivo. Se llega así a una cultura, práctica y sentimiento de familia que se sedimentó profundamente en el comportamiento social. Los lazos y vínculos personales incrementan su dependencia personal. La percepción y el sentido que los habitantes tienen de vivir en familia a la vez que son parte de una, o ser miembros de una casa y vivir en ella, es muy dis­ tinta según los grupos sociales. Las divisiones sociales, jurídica y legalmente re­ conocidas, se proyectan a través de status y consideraciones que tienen su reflejo en el privilegio y en la capacidad económica para desempeñarla y ejercerla. La relación, pues, entre casa, familia y organización social nos ofrece algo más que una forma de completar una división en grupos y una determinada estructura. No se trata, pues, de poner en relación los distintos grupos sociales: nobleza, élites locales, comerciantes, mercaderes, artesanado, labradores, jornaleros, etc., con el respectivo concepto de casa y familia, sino, por el contrario, explicar qué factores ponen en relación casa, familia y organización social. Lo cuál no quiere decir que la comparación entre el concepto de casa y familia en la nobleza, los comerciantes o los labradores o los jornaleros, no forme forme parte de nuestro plan de trabajo, pero desde la óptica y el enfoque de la relación. Sin embargo, para llegar a ésta es conveniente explicitar las lógicas de com­ portamiento de cada grupo. Así, para la nobleza, el término casa significa no sólo el gobierno de sus estados, rentas o criados, sino una cosmovisión socio-feudal mediante el gobierno, el espíritu y la realidad de un espacio no solo, por supuesto, físico y material, sino, sobre todo, inmaterial y que enlaza con la tradición genealógica y familiar de los antepasados. Conforme descendemos en la escala social el sentido y la realidad de casa queda reducida a un espacio más particular 295

e íntimo, pero en cuya concepción podemos observar una nota­ble diferencia respecto a los grupos dirigentes; mientras en éstos el sentido de pertenencia a una casa implica la pertenencia a un grupo familiar y a un origen común; el jornalero, el arrendador entiende la realidad casa en un sentido res­trictivo y vinculado a su espacio más vital, es el concepto y la realidad familia la que, a través del parentesco, le permite tener una percepción de integración social. Es difícil establecer, porque, además, no existe, una división y concepto per­ fectamente diferenciado entre los distintos grupos sociales. Es evidente, que el concepto y la realidad casa es muy distinta para un miembro de la nobleza que para un jornalero o un comerciante; sin embargo, no ocurre igual con el término y la realidad familia mucho más homogénea para los diferentes grupos sociales. Es esta concepción más homogénea de la familia, la que explica la trascendencia que tiene para el individuo en sus trayectorias personales y profesionales; y, so­ bre todo, explica porqué implica a los restantes miembros de la familia la acción personal e individual de cualquiera de ellos. Pero para comprender, adecuadamente, este análisis, debemos de integrar aquellos factores que relacionan casa, familia y organización social. En primer lugar, la herencia. A ella va unida algo más que la transferencia de propiedad a la siguiente generación; la jefatura de familia y las posibilidades de formación de una nueva unidad doméstica junto a la promoción y movilidad social, dibuján­ dose así un marco de realizaciones que vendrá posibilitado por el segundo fac­ tor: el ciclo de vida. Significa la puesta en relación de factores demográficos con transferencia de propiedad y posibilidades de movilidad y promoción social. El ciclo de vida permite comprender situaciones complejas. Pero es el parentesco, tanto consanguíneo como espiritual el eje fundamental de nuestro razonamien­ to; precisamente, casa, familia y organización social tienen en el parentesco el más destacado factor de relación. Estas nuevas orientaciones parten de conceptos y categorías que, como repro­ ducción social, movilidad social o ciclo de vida, intentan desde una perspectiva integradora, explicar las lógicas de los comportamientos; y cómo, por ejemplo, por qué y qué consecuencias tiene una posible fotografía de una determinada comunidad en un momento concreto. En este sentido, Familia y Casa, pretenden ofrecer elementos de articulación desde esta nueva perspectiva teórica. En ella, el problema de definición se convierte en fundamental y, aunque ha ocupado muchas páginas y levantado polémicas, en ocasiones estériles e innecesarias, parece conveniente, sin caer en nominalismos, dejar claras las diferencias entre casa, hogar y familia. La definición de familia no sólo es compleja, sino difícil de precisar por las numerosas funciones que ejerce y por el sentido amplio que el concepto y la categoría de familia tiene desde el punto de vista del parentesco. Las listas de censos de población se refieren a la forma de residencia que adoptan quienes, con relaciones de consanguinidad y parentesco, pero no exclusivamente, viven bajo un mismo techo. Quienes forman parte del hogar, término que define al grupo de personas indicadas, lo hacen como familia, pero ésta supera las paredes del hogar 296

y las separaciones de las listas de censos, como ya hemos in­dicado. La estructura del hogar, las formas de corresidencia y el tamaño medio del hogar son realidades fijas que se alteran con el ciclo de vida y los sistemas de herencia y ponen de manifiesto, tanto la variación de la estructura del hogar como la tendencia de una comunidad y la fuerza de las relaciones de parentesco, solidaridad y vecindad que se sitúan por encima del concepto de hogar y de su restrictivo análisis. Por otra parte, cuando hablamos de grupo doméstico, se deben incluir fun­ ciones como producción, distribución, socialización y reproducción que no pue­ den deducirse de las indicaciones de residencia. De esta manera, el análisis del hogar a través de la excelente fuente que son los padrones y censos de población ofrece unas posibilidades de estudio que el cruce con otras fuentes, el ciclo de vida y el concepto de familia con la multiplicidad de funciones de la misma explican una estructura del hogar que por sí sola no significa nada. No confun­ dir y tener en cuenta que el hogar, realidad y concepto más restrictivo que el de familia, se explica por y a través de ésta, para así entender la organización familiar y social de una comunidad, es la conclusión a la que podemos llegar. Así comprenderemos que resulta imposible comparar tipologías de hogares sin tener en cuenta su verdadera explicación. La que le otorga la familia y sus fun­ ciones. Se puede entonces, como afirma Joan Bestard, convertir en semejante lo que es producto de unos procesos culturales y sociales diferentes. Desagregar y estudiar las estructuras de los hogares según tipología, tamaño, profesión y edad del cabeza de familia, número de miembros femeninos, masculinos, indicaciones de edad y trabajo de unos y otras, etc., explica que dentro de una misma comunidad se produzcan comportamientos sociales y lógicas total­mente distintas. Existe un espacio social y biológico en el que las personas que viven bajo un mismo techo y que desarrollan funciones como producción, consumo, reproduc­ ción, distribución y socialización forman un hogar. Individualizadas y caracte­ rizadas administrativa y fiscalmente, pero también una familia. Este punto de coincidencia y, sobre todo, no distinguir que el hogar y la familia coinciden, no como conceptos o categorías, sino en la práctica y en las personas que lo con­cretan, es otro punto de confusión. Que se amplia y alcanza una dimensión de error cuando no se tiene en cuenta el límite del hogar, circunscrito a la indicación de la fuente: lista de población y a las paredes de la casa; y las posibilidades y realidades de superación de las mismas que tiene la familia tanto en las funcio­nes citadas como en las redes de parentesco y de solidaridad familiar, vecinal y de amistad. La unidad por distintas vías y caminos como: relaciones de producción, pa­ rentesco, solidaridad, vecindad, etc., de diversos hogares da lugar a familias con fines, objetivos y estrategias comunes. En la medida en que la fuerza de estas vías y caminos sea notable, será la familia y su proyección en familias y en clases sociales, el objetivo fundamental. Cuando las funciones y el papel de las familias ha pasado a otras instituciones, el hogar vuelve a adquirir protagonismo. Y así ocurre en los estudios sociológicos sobre el siglo XX. Esta transición se encuentra en relación directa con el proceso de cambio histórico y la fuerza del indivi­dualismo sobre lo colectivo y comunitario. Resulta de interés la comparación que Salustiano 297

del Campo realiza a la altura de 1960, entre las características de la familia tradicional y de la moderna, que aunque tomadas de la sociedad americana muchos de los elementos comparativos son válidos (Campo, S. del, 1960, 159-161). En cuanto al concepto de casa, es evidente que no se refiere ni limita al grupo de personas que ocupa la casa como unidad de residencia, como señalábamos anteriormente, sino a una amplia red de individuos unidos por vínculos de parentesco consanguíneo o artificial que se simbolizan e identifican mediante elementos comunes como escudos, armas, tierras, cargos o títulos. El sentido de identidad y simbolismo que la casa ofrece, tiene en los territorios con sistemas de herencia indivisible y entre los grupos de poder que se rigen por el sistema divisible, pero con la corrección que supone el mayorazgo, su máxima expre­sión. La elaboración de modelos constituye el único camino para conseguir nues­ tro objetivo: la comprensión y explicación de la organización social y su evo­ lución; pero hacerlo desde la categoría familia supone tener en cuenta no sólo la tensión entre lo particular y lo general, y resolverla a través de los vínculos, lazos y relaciones familiares, sociales, económicos y culturales de la comunidad en la que viven y se relacionan, sino entendiendo que toda historia particular debe de convertirse en una historia general. La familia es uno de los mejores laboratorios de experimentación científico-social para lograr esa comprensión global y general del proceso social y su evolución en el tiempo. FUENTES IMPRESAS ARBIOL, A., 1739, La Familia regulada, edición de Fernández Díaz, R., 2000, Ins­ tituto Fernando el Católico, Zaragoza COVARRUBIAS OROZCO, S., (1611), Tesoro de la lengua castellaa o española, edi­ ción Turner, 1979, Madrid. DICCIONARIO DE AUTORIDADES (1726-1737) (1984), ed. facsímil Gredos, 3 vol. Madrid. DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA LENGUA (1970), 19 edición, Madrid. PINEDA, ]., (1589), Diálogos familiares de la agricultura cristiana, Salamanca. BIBLIOGRAFÍA ATIENZA HERNÁNDEZ, I., 1991, “Teoría y administración de la casa, linaje,’ familia extensa, ciclo vital y aristocracia en Castilla. Siglos XVI-XIX”, en Familia, grupos sociales y mujer en España (siglos XV-XIX), Chacón Jiménez, F., Hernández Franco, }., Peña fiel Ramón, A. (eds.), Universidad de Murcia, Murcia, 13-47. ATIENZA HERNÁNDEZ, I., 1990, “Pater familias, señor y patrón: oeconómica, clientelismo y patronato en el Antiguo Régimen”, en Relaciones de poder, de producción y de parentesco en la Edad Media y Moderna, Pastor, R. (ed.), C.S.I.C., Madrid, 411-458. 298

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FAMILIAS, SOCIEDAD Y SISTEMA SOCIAL. SIGLOS CIRCA XVI-CIRCA XIX

INTRODUCCIÓN Analizar y explicar la organización social de cualquier comunidad en un largo período de tiempo (siglos XVI-XIX), es como intentar penetrar en las entrañas de un ser vivo. Su evolución vital, movilidad e, incluso, su constante cambio de posición nos ofrece situaciones nuevas en cada acción, momento, o coyuntura temporal determinada. Si trasladamos el símil a los seres humanos, son las relaciones que se establecen entre ellos las que determinan y explican el tipo de organización y los mecanismos que se ponen en práctica para responder a la diversidad y multitud de problemáticas que se suceden en el tiempo. Siguiendo Georges Duby (nota: “Aux origines d´un Systeme de classification sociale”, Hommage a l´honneur de F. Braudel, II, 1973, Toulouse, 183-188), en una buena parte de Europa occidental durante siglos el juego de las relaciones humanas estuvo dominado por un sistema que agrupaba y repartía a los hombres en tres categorías jerarquizadas: un primer grupo reunía a los especialistas y a quienes se dedicaban a la oración; un segundo grupo reunía a quienes se dedicaban y estaban preparados para el combate; y un tercer grupo, mucho más numeroso, en el que se confundían todos los trabajadores dedicados a mantener con el fruto de su esfuerzo a los miembros de las otras categorías. A decir verdad, la historia de este sistema de clasificación, bien conocido, es bastante impreciso ya que no delimita con exactitud los espacios que comprende el amplio y abigarrado conjunto de los trabajadores. El lugar de nacimiento y/o el lugar de la primera socialización del individuo contribuye a construir la forma cultural y de conciencia de sí mismo. Esta doble metamorfosis, en palabras de Maurice Godelier (nota, pp. 188-189), es una pieza fundamental en el proceso de construcción del individuo como sujeto social y está presente en toda cultura a la vez que reenvía a una realidad fundamental: los seres humanos no viven solamente en su sociedad como el resto de animales, sino que ellos producen la sociedad para vivir. Este hecho que tiene dimensiones multiespaciales y, por tanto, transculturales, explica la existencia misma de la diversidad cultural de la especie humana. 301

Así, pues, todo individuo comienza su existencia interiorizando una visión cultural que no ha sido creada por él y que tampoco puede ser objeto de su elección, pero que se integra e interioriza por el individuo; es lo que Bourdieu ha denominado los “habitus” y que orientan a aquel en sus pensamientos, actos y tomas de decisión y elección. En consecuencia, el sujeto social se adapta a un orden social que le ha precedido y del que él se impregna para vivir, pero que a la vez es capaz-y ésta es la gran revolución del ser humano-de transformar y cambiar dicho orden que le domina. Esta es la grandeza y la gran dificultad de la explicación histórica respecto a la organización social. Y es ahora cuando las relaciones que se establecen entre los sujetos sociales adquieren un papel explicativo de primer orden. Dichas relaciones comprenden unos determinados universos simbólicos de base cultural que permiten entender la idiosincrasia, la aceptación y la legitimidad de las situaciones que se van presentando en cada coyuntura. En este contexto, la evolución y, por tanto, el cambio social se convierte en objetivo prioritario del análisis y la explicación histórica. Pero será necesario insertarlo dentro del concepto y significación de lo social. Su interés y necesidad surge del carácter transversal de las problemáticas que se abordan y también de la larga duración de las mismas. ¿Hasta qué punto el sentido, la percepción y la significación de lo social, es decir, de formar parte de un conjunto social estructurado de una forma o de otra se encuentra interiorizado e incluido en la vida cotidiana y en la realidad de los individuos? Es necesario revisar y replantear la noción y el concepto de lo social para que la investigación dé cuenta de la naturaleza material de los contextos sociales. Se trata de una diversificación y amplitud del foco que ilumina la historia social. Un foco que tiene en el concepto de causalidad social la piedra angular del paradigma explicativo de la historia social. Digamos que el concepto de sociedad surge y se descubre en el siglo XVIII frente al de comunidad. En los años 60 y 70 del siglo XX la noción gramsciana de “hegemonía” se opone a los modelos reduccionistas propios del funcionalismo norteamericano a la vez que considera la complejidad de la evolución social. Es a principios de los 80 cuando las concepciones culturalistas se ven desplazadas por la atención prestada al lenguaje (Moreyra, 2007, 5). Es entonces cuando la historia social no se comprende ni explica a partir de las lógicas preestablecidas sino considerando las acciones humanas llevadas a cabo en momentos sucesivos y en circunstancias determinadas. El individuo como actor social y protagonista de los hechos y de las acciones que realiza, junto con la familia, el ciclo de vida en el que se inserta, y la genealogía social en la que participa, pone de manifiesto una nueva concepción y problemática histórica que ofrecerá nuevas lecturas del pasado. La actividad social es siempre provisional e inestable, y los actores sociales que la ponen en acción y la justifican recurren a numerosos y diversos planos y esferas de la realidad; así pues, no se puede hablar de un conjunto único de fenómenos determinando las formas de organización social y su transformación, sino una gran variedad de hechos que no siguen unas normas preestablecidas sino sus propias lógicas. Como consecuencia, aparecen 302

con un carácter discontinuo, indeterminado y multidireccional; la conclusión es la dificultad, pero también la necesidad, de captar el sentido, la dirección y la estrategia de dichos comportamientos. En el panorama de la historia social, el sentido culturalista y la reivindicación de lo individual trae nuevas formas ya que sociedad e individuo están relacionados y genealógicamente unidos. Los límites y las capacidades de elección del individuo dependen, esencialmente, de las características que presentan sus relaciones con los otros; es este proceso social el que se sitúa en el corazón del análisis y el que desplaza la historia hacia el proceso y las interacciones y relaciones (Cerutti, 1995, 233). En este panorama podemos dibujar un binomio formado por: INDIVIDUO-SOCIEDAD, en el que la estadística juega un importante papel para dar fuerza a lo social. Es necesaria una formalización estadística que refleje los comportamientos y explique, en parte, las actitudes del conjunto social. Los datos nominativos hay que desplazarlos hacia las articulaciones internas de las acciones y realidades sociales de cada momento y tendrán en lo biográfico su mejor reflejo (Gribaudi, 2004; Acton, 2005); es por ello que podemos afirmar que abandonar la cuantificación de manera absoluta, significa una involución en el desarrollo disciplinar de la historia social. Afirmación un tanto atrevida o que será leída con cierto desdén, pero que nos parece fundamental en el sentido particular y global de la evolución histórica. A partir de aquí, y teniendo en cuenta el período histórico que estudiamos, las relaciones sociales que llevan a cabo los individuos y actores sociales protagonistas de la organización y el orden social se expresan en formas familiares, de parentesco, vecindad o/y amistad. Pero los verdaderos ejes de articulación del sistema de relaciones sociales están constituidos por el clientelismo y el patronazgo por una parte y, por otra, la aspiración social entendida como proceso de movilidad ascendente pero que se puede convertir, también, en descendente. Ambas manifestaciones se van a expresar mediante el establecimiento de vínculos sociales y lazos personales. En ellos entran la familia, el parentesco, la vecindad, la amistad, es decir aquellos que constituyen las relaciones sociales que ponen en práctica los individuos dentro de un determinado sistema. Sistema que se enmarca en el interior de una determinada jerarquía y su forma de expresión y visualización. Se explica que surjan y aparezcan los tratamientos, la suntuosidad, los criados, las demostraciones de posesión material y una serie de normas y hábitos de vida cultural y material que distingue a los grupos sociales y, sobre todo, los diferencia. Por ello serán necesarias leyes y normas que eviten superar mediante la obtención y el acceso a los recursos materiales lo que la consideración social y el status no ha concedido. Este es el campo de las rivalidades y conflictos sociales, a los que se unen las discordias y desavenencias políticas que no son más que manifestaciones de una jerarquía social alterada por quienes aspiran a entrar en el grupo de quienes detentan el privilegio. Desde estos presupuestos, la articulación y organización que adoptan los individuos se concreta en lo que denominaremos grupos sociales. La adopción 303

de tal denominación no es sólo un problema semántico, sino que a través de la abundante literatura existente se deducen dos interpretaciones: la incorporación del concepto red social para explicar el sistema de organización, y la de clases sociales. Red, clase o grupo social no es, precisamente, un debate estéril. La gran transformación teórica que se ha producido ha sido la del protagonismo alcanzado por el individuo, concepto que se proyecta sobre el pasado con la necesaria precaución y siempre dentro del contexto genealógico y, por tanto, familiar. Pero el individuo no está solo en sociedad, y sus acciones establecen relaciones de diverso tipo con otros individuos: parentesco, amistad, poder, económicas. La naturaleza de estas acciones convergen o divergen, pero se encadenan y dan lugar a una red de relaciones que definen la identidad social a la vez que individual de cada ser humano en sociedad. El historiador social debe observar atentamente los sistemas de clasificación que el propio historiador crea a partir del análisis y observación de la realidad social que estudia y la propia clasificación que se dan a sí mismos los contemporáneos de cada época y que se imponen a la conciencia colectiva. Estas representaciones y clasificaciones gobiernan, en efecto, directamente los comportamientos sociales, puesto que es a través de ellas como las gentes toman conciencia de su relación con el otro y con el resto de la sociedad. Si la organización social y su relación con las familias constituye nuestro leit motiv fundamental, el matrimonio, como reflejo de la máxima expresión de la relación entre personas de la misma o distintas comunidades, pone las bases de la reproducción biológica y de la continuidad social y genealógica. Las perspectivas que reúne: demográficas, sociales, jurídicas, religiosas y culturales, aparte de simbólicas, conforman y constituyen el punto de referencia central en cualquier organización social. En la sociedad tradicional o de Antiguo Régimen, se acentúa todavía más dicha importancia dado el peso del factor herencia y continuidad en la obtención y alcance de méritos, virtudes y capacidades de la población; en muchas ocasiones condicionadas por la herencia y transferencia de la familia a sus descendientes. I. RENOVACIÓN EN EL PROCESO DE CONOCIMIENTO DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DURANTE EL ANTIGUO RÉGIMEN I.a) Las familias como mecanismo explicativo Cuando queremos explicar el panorama y la situación de la sociedad española en la etapa previa a la industrialización y que Michelet denominó, con frase acertada y aceptada internacionalmente por la historiografía, de Antiguo Régimen, la primera impresión que se obtiene, tras la abundante y variada literatura producida en los últimos decenios, es de dificultad y complejidad. Dificultad para eliminar los mitos creados a lo largo del tiempo por una historiografía excesivamente dependiente de interpretaciones rígidas, elaboradas en laboratorios ajenos que respondían a otras realidades, por lo que se encontra304

ban muy alejadas de la especificidad que caracterizó a la sociedad española de la denominada época moderna. Por otra parte, complejidad ante una sociedad compuesta por etnias, religiones y culturas distintas que coexistieron, pero que en el proceso unívoco comprendido entre 1492 y 1609-14 por el que la sociedad se configuró a partir de una sola etnia, religión y cultura, creó sus señas de identidad. Y se pusieron de manifiesto las contradicciones de un sistema que tuvo en la jerarquía social que se implantó y en su propia inestabilidad o procesos de movilidad-ascenso y descenso-social, el reflejo de una realidad que se tradujo en vínculos sociales y lazos personales como expresiones vivas de un sistema de relaciones cuyas prácticas pusieron de manifiesto dichas contradicciones. Es, precisamente, en este contexto, donde se inicia a partir de finales de los años ochenta –con alguna excepción anterior, como el caso de José Ántonio Maravall con su extraordinaria obra: Estado moderno y mentalidad social (1972)– un proceso de revisión historiográfica que penetra en el corazón de las relaciones sociales para desentrañarlas y explicarlas. Comienza a tenerse en cuenta el papel que tuvo el individuo y su trayectoria personal a través del estudio del ciclo de vida, dentro del ámbito familiar en el que se inserta y del lugar que ocupa en la organización social; lo mismo ocurre con la familia, que al ser considerada cómo célula básica en el funcionamiento del sistema social, se le relaciona con las distintas instituciones e instancias políticas por lo que se inicia su toma en consideración a la vez que alcanza y se le otorga el protagonismo que le corresponde. No es casual que uno de los principales problemas teóricos de la historia de la familia sea no haber planteado, clara y suficientemente, su integración e inserción en el estudio de la comunidad. La vasta y amplia literatura existente sobre historia de la familia no ha dado, todavía, de manera firme y decidida, el paso hacia la plena y completa integración en la historia social. Además de la dependencia de otras historiografías y no haber abordado los problemas del pasado desde ópticas apropiadas a la especificidad hispánica, es necesario salir del individuo y de la familia para llegar al análisis del conjunto pero, eso sí, sin abandonarles. Sólo las prácticas nos darán la respuesta. Desde esta perspectiva, la organización social tendrá a aquellas, y no a la estructura ni a lo simbólico o representación, como el punto de partida-que no de llegada-del análisis social, pues es en la práctica donde tiene lugar la intersección entre lo discursivo y la iniciativa y acción individual, pero siempre dentro de un contexto comparativo. Por otra parte, el potente y fuerte desarrollo historiográfico en diferentes aspectos y facetas, totalmente necesarios para el conocimiento de la familia y su proceso histórico, ha dado lugar a una notable especialización y sectorialización, lo que ha provocado una menor atención en el estudio de los factores de integración y contextualización. Si revisamos algunas de las obras generales y de divulgación científica publicadas en los últimos años, comprobamos que la familia se incluye de manera independiente y como un agregado que se suma a los temas demográficos (tamaño y composición del hogar, celibato, nupcialidad) o sociales (relaciones de parentesco o/y familiares entre hogares vecinos; herencia y acceso a la jefatura 305

familiar; papel de las viudas y los criados y sirvientes como fuerza de trabajo y en la organización familiar), entre otros, pero que carece de integración en el conjunto de la explicación social. En algunas síntesis generales de Historia de España Moderna se incluye la familia, pero siempre como un epígrafe complementario. Es el caso de la escrita por Alberto Marcos Martín, una de las más logradas y completas (España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y sociedad, 2000), donde incluye un apartado sobre: “El régimen demográfico. La familia”, dentro del capítulo más general titulado:”Las fuerzas productivas: la población, fuerza de trabajo y demanda potencial”. Bastantes años antes (1989), Domínguez Ortiz en La crisis del siglo XVII, al tratar la sociedad española de dicha época, dedicaba un capítulo de los diez en que divide su estudio a: “La mujer. La sexualidad. La familia”. En 2005, Antonio Domínguez Ortiz y Alfredo Alvar Ezquerra (La sociedad española en la Edad Moderna), dan un paso adelante y superan el régimen demográfico para integrar la familia en el análisis social. En cualquier caso, y aunque se ha producido un indudable avance, todavía es insuficiente, y no solo porque la intención de integración de la familia en la organización social no es, en absoluto, efectiva, sino porque también la rigidez y la sectorialización siguen siendo denominadores comunes. Es cierto, además, que cada uno de los grandes problemas de la familia: reproducción biológico-social, herencia y transmisión de la propiedad, matrimonio y alianza unidos al parentesco, ciclo de vida en relación con la biografía y la genealogía social histórica, constituyen en sí mismos problemas y análisis que exigen una explicación global pero, como señala en una de sus múltiples y sugerentes indicaciones James Casey, la familia se tiene que interpretar en el contexto más general del cuerpo social ciudadano (Granada, 24). Además, cuando el historiador se aproxima a cualquier problema desde una perspectiva global, bien sea económica, política, social o cultural, las prácticas ponen de manifiesto el relevante y fundamental papel que juegan las familias en tanto que espacios desde los que se proyecta el ser individual hacia la culminación de sus aspiraciones mediante trayectorias y recorridos individuales, pero que tienen a la familia como el marco y el contexto desde el que es posible llevarlo a cabo y a quien también beneficia o le perjudica, en última instancia, en caso de no conseguir los objetivos deseados. *** Analizar, estudiar y comprender la sociedad española y sus modos y forma de organización social a lo largo de los siglos XVI-XIX, es decir, mientras no se implanta de manera decidida y clara la sociedad de clases y continúan predominando los factores familiares y la fuerza y el papel que ejercen los antepasados en la promoción de los individuos, aunque mezclados con los méritos y capacidades individuales y personales en la conformación y configuración de las jerarquías sociales, es uno de los desafíos y ejercicio más difícil de abordar y 306

explicar; primero por la simultaneidad de situaciones relacionadas con la tradición, o bien con los cambios e innovación, y también por las tensiones sociales y jurídicas que los momentos de cambio histórico producen. En este contexto, no solo los matices son numerosos, distintos y diversos, sino que habrá que tener en cuenta los cambios que se producen en hábitos, actitudes, comportamientos, valores sociales, conductas, costumbres y que las fuentes empleadas suelen tener dificultades para captar y reflejar. Tras la lectura de la abundante literatura existente, la conclusión fundamental a la que se llega es la siguiente: los vínculos sociales y los lazos personales son la clave de una explicación que tiene en la jerarquía social el eje y la columna vertebral de una bóveda constituida por un conjunto de factores (linaje, antepasados, limpieza de sangre, dinero) que permiten entender los valores culturales en su contexto social. Pero mientras no analicemos la jerarquía social en su integridad y totalidad no podremos entender la conformación, constitución y configuración de la organización social y su sistema de funcionamiento. Afirmaba Bartolomé Bennassar en un ya clásico trabajo sobre: ”Vivir en Andújar en el siglo XVII”, que son los propios vecinos, 193 testigos, quienes con sus declaraciones en un proceso judicial: “nos descubren que la sociedad de Andújar no está dividida en clases sino en clanes, en bandos que recorren de arriba abajo el tejido social, desde la nobleza a los criados y a los esclavos”(Salamanca, 196); es decir, continúa diciendo el hispanista en una referencia que compartimos plenamente que, “tal como apuntaba José Antonio Maravall, se consolida así la extraordinaria fuerza integradora de la sociedad urbana en la época barroca, capaz de convocar ante las mismas pasiones y las mismas liturgias a hombres y mujeres de muy diversa condición, pero para quienes los gestos, las palabras y las creencias tienen un mismo y único sentido” (Salamanca, 196). Estamos ante un problema de jerarquía y desigualdad social, con su correspondiente legitimidad; pero en donde la diversidad de la estructura social se manifiesta en el contexto de una específica conflictividad social que apunta hacia la dialéctica de una formación de clase. Apuntaba James Casey en 1994 (art. La familia española y europea (siglos XVIXVII), Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine), cómo el debate sobre el Código Civil entre 1851 y 1889 movilizó de manera importante a la opinión pública española, siendo una de las bases del movimiento autónomo catalán. El problema se centraba en el convencimiento de Costa sobre la superioridad del sistema de heredero único respecto a la división de las herencias. Al igual que Le Play, para Costa el sistema y la forma de transmisión del patrimonio de una generación a otra influía, y poderosamente, en el carácter y en la conformación de un país. El contraste entre Cataluña y Aragón –prosperos, trabajadores y estables– y Castilla, depauperada y caracterizada por un campesinado sin raíces y sujeta al caciquismo, se relacionaba, directamente, con la costumbre, práctica y tradición de dividir el patrimonio entre todos los hijos. Desde aquella época la historia de las clases y de la economía ha parecido que ofrecía una explicación más verídica y coherente de la evolución de las estructuras sociales. 307

Pero ha sido la antropología, la que ha ofrecido un viraje notable que ha consistido, y aquí reside la transformación y el nuevo enfoque de las últimas décadas, en la manera de concebir la jerarquía y la comunidad y, por tanto, las relaciones en el interior de la misma. Frente a una sociedad de masas altamente móvil y profesionalizada, y en la que la familia ha comprobado cómo disminuía el parentesco, sus lazos y la potencia de la relación social reduciéndose a una gran variedad y diversidad de formas familiares y más exactamente de hogares, como una especie de refugio con un gran sentido de privacidad respecto al exterior, las sociedades que estudiamos, y a cuyo análisis han contribuido notablemente los científicos sociales y muy especialmente los antropólogos, se caracterizaban por un acceso a los bienes que pasaba, en gran parte, por el matrimonio o la herencia. Además, la vecindad podía reservarse a los hijos de familias ya establecidas, y la protección de la vida y de los bienes dependía de amigos y parientes. Por todo ello es necesario prestar atención a la cultura política en el sentido de forma de convivencia de los vecinos y súbditos, en la que la organización familiar y, en consecuencia, social, desempeñaba un papel primordial. Queda en un segundo plano el estudio sectorial de la economía, muy privilegiado por la vieja historia social, siendo necesario un enfoque mucho más integrado en el vivir cotidiano de los vecinos y miembros de cualquier comunidad. En esta explicación, el triángulo: individuo-familia-comunidad se vuelve fundamental y básico, pero antes de abordar dicha problemática es preciso que mencionemos y hagamos un recorrido breve y sintético, pero necesario, a través de las teorías clásicas sobre la organización social y su virtualidad en la sociedad hispánica. El orden social en la época feudal viene marcado por tres ordenes o estamentos: clero, nobleza, campesinado-estados era la denominación clásica-, y tenían asignada una función: rezar, guerrear y laborar, respectivamente; por tanto era un orden orgánico y funcionalista, cuya cabeza era el monarca, igual que Cristo lo era del cuerpo místico de la Iglesia. Esta sociedad de órdenes se distinguía por los privilegios jurídicos que daban lugar a la estratificación. El privilegio se convierte en el eje que marca la división social a la vez que es el denominador común de los valores sociales imperantes y la aspiración fundamental que se persigue. El deseo de exención jurídica y la posibilidad de disfrutar del privilegio definía a la sociedad feudal y estamental. Pero aquel, con la consiguiente diferenciación y distinción, no significaba aislamiento de los individuos y de los grupos, al contrario, la protección, seguridad y dependencia se convertían en factores de relación social. Así, pues, el privilegio como factor jurídico que distingue unos estamentos de otros y da lugar a una jerarquía social determinada, que es aceptada por el conjunto de la organización social, se convierte en elemento clave de la explicación social. Desde la Edad Media se inicia la transición hacia una sociedad más ordenada y con jerarquía mejor definida. Sin embargo, las interpretaciones historiográficas, especialmente el marxismo, plantearon debates muy controvertidos con interpretaciones divergentes. 308

El período de guerra fría que se vivió en los años sesenta y setenta polarizó de manera exagerada, rígida y sin la posibilidad de introducir matices, las interpretaciones y enfoques que giraron, fundamentalmente, alrededor de órdenes, estamentos y clases(nota libro C.E. Labrousse, P. Goubert, J.Le Goff, A. Soboul, P. Vidal-Naquet; Ordenes, estamentos y clases, siglo XXI, Madrid, trad. Española 1978, ed. original francés, 1973, Ordres et classes, Mouton, Ecole Pratique des Hautes Etudes). Lo cuál impidió tener en cuenta el sistema de relaciones que los individuos creaban a partir de las propias relaciones familiares, y la integración en instituciones y espacios económicos y políticos a los que se llegaba desde el impulso de las familias. De esta manera, quedaba completamente al margen la posibilidad de considerar a la familia como un espacio social desde el que los individuos establecían sus relaciones dentro, eso sí, del privilegio jurídico y la jerarquía social que les integraba, les protegía y les obligaba. Para salir de esta polarización se pusieron en marcha dos operaciones: el estudio de los procesos de cambio histórico, que suponían una evolución y transformación social sin fines tautológicos, como presentaban las antagónicas posturas de estamentos, órdenes, o bien clases; y, en segundo lugar, las interpretaciones que ofrecían autores como François Xavier Guerra y nuevas corrientes como la historia de la familia, que significaron trascender e ir más allá de la familia para penetrar en el necesario sistema de relaciones que las personas tejen en toda organización social y política. A partir de los principios de privilegio y jerarquía, aquella, basada en el clientelismo y el patronazgo, obliga a establecer pactos y acuerdos. Pero a la vez se crean rivalidades, que siempre tienen el origen familiar como justificación. Es en este tejido, confeccionado y creado a partir de intereses que ponen en práctica acuerdos y alianzas mediante vínculos sociales y lazos personales, donde se integran familias, sistemas políticos, medidas fiscales y, por tanto, la explicación de la sociedad y su proceso evolutivo. El parentesco y la amistad completan un cuadro que la antropología de finales del siglo XIX y principios del XX había analizado para la comprensión de la organización social. Los sistemas de filiación regulaban las identidades con nombres asignados siguiendo el orden sucesorio de mayor a menor con claro predominio de la primogenitura y lo cognaticio, mientras que las prácticas de herencia y sus distintos sistemas legales explicaban la reproducción del sistema social a partir de la célula básica de funcionamiento: la familia. El parentesco alcanzaba así categoría de regulador de la sociedad dentro de una gran diversidad (poliandria, poliginia) y variedad de situaciones y denominaciones familiares. En este contexto, las formas de entender la sociedad giran alrededor de dos visiones: la tradicional o de estamentos, con el nacimiento, el privilegio y la sangre como factores de diferenciación; y la relacionada con las jerarquías del mundo del trabajo y la actividad profesional siendo el dinero el factor que refleja la desigualdad. Pero la simultaneidad de estas visiones, dentro de un sistema de jerarquía orientado por la limpieza de sangre y por el origen de los antepasados, produjo situaciones que podríamos denominar como mixtas y que daban lugar 309

a una sub-jerarquía dentro de los estamentos creándose, entonces, espacios e intersticios de posible promoción y ascenso que tenían a la familia y al dinero como motores de impulso. Impulsos que se potencian gracias al consumo, la producción de alimentos y bienes, la economía doméstica y también el trabajo; todos ellos se entrelazan en una compleja red de interacciones e interinfluencias que son las que dan lugar a la redistribución y al movimiento económico global que genera la acción de las familias en esta faceta. Intervienen, entonces, otros grupos sociales: mercaderes, comerciantes, banqueros, relacionados, a su vez, en otras tramas y redes pero en donde el origen familiar y los intereses familiares juegan un papel muy destacado; pero lo mismo ocurre cuando se trata de la transferencia y transmisión de los bienes y propiedades a las siguientes generaciones a través del mecanismo de la herencia o bien la venta; y lo mismo podríamos decir de los espacios de poder político y de control de concejos o acceso a cargos, prebendas y mercedes concedidas por el Rey pero logradas a través de intermediaciones que guardan una relación directa con intereses y gestiones puestas en marcha por los individuos pero a través de las familias. En definitiva, la fuerza movilizadora de las familias se proyecta también a otra serie de esferas y espacios socio-económicos, políticos y culturales; se trata de la vida en sociedad, donde las relaciones sociales se expresarán a través de las familias y éstas mediante vínculos y lazos personales. Se construye una gran red de relaciones sociales que es necesario desentrañar para explicar y comprender las jerarquías y los mecanismos sociales. La organización social se nos presenta, y lo estudiaremos más adelante, como una cadena de relaciones jerarquizada a la vez que entre iguales; en la que es necesario prestar atención no a las redes que forman los individuos sino a los lazos estructurales que les unen. (nota indicando la inspiración en este punto de las teorías de Jean de Vries (2009) en su obra: La revolución industriosa. Consumo y economía doméstica desde 1650 hasta el presente, Crítica, Barcelona). I.b) Sociedad-Familia. Una relación dinámica Una de las reflexiones más interesantes sobre las familias es la que hace referencia a la proyección de éstas en el conjunto social; hasta ahora, la historiografía no ha salido de la familia y ha utilizado dicho objeto para analizar múltiples facetas que al tener como protagonista a los individuos tenía también a las familias como actores sociales. Sin embargo, la proyección de las familias en el conjunto social constituye un espacio revolucionario en la reflexión teórica y en la puesta en práctica del análisis histórico. La relación Sociedad-Familia es, precisamente, la que permite comprender la organización y el funcionamiento del sistema social. Es por ello que partimos de una rotunda afirmación de Levi-Strauss: sin sociedad no hay familia y sin familia no hay sociedad, es la frase con la que el ilustre antropólogo francés señalaba el relevante y rotundo protagonismo de una institución: la familia, que al unir 310

a la reproducción biológica la legitimidad jurídica, además de la transmisión material y el espacio en el que se regulaba y concretaba el mundo de los sentimientos, los afectos, la transmisión de valores, las conductas, la educación y formación de comportamientos y, en el fondo, una propia cultura y forma de ser, alcanzaba una dimensión social única para conformar y constituir la propia sociedad. Ahora bien, ¿hasta qué punto es imprescindible o no la organización familiar para que exista la sociedad? La humanidad a lo largo de su dilatado proceso histórico se ha relacionado y agrupado a través de una serie de formas distintas y muy diversas que, en líneas generales, pero no siempre, han tenido como base a los procreadores. Desde época romana y, especialmente, a partir de la implantación del cristianismo, los principios religiosos de judaísmo, islamismo o cristianismo han influido, notablemente, en la regulación de las formas de relación social. En este contexto, el matrimonio sintetiza y engloba lo social y la sociedad por cuanto se unen personas pero, sobre todo, dos familias que producen un incremento de las relaciones de parentesco consanguíneo a la vez que del ficticio, verdadera conexión con el conjunto y la globalidad de la sociedad. Es a partir de múltiples conexiones, por tanto de múltiples matrimonios, como se va construyendo y configurando la organización social. El binomio Sociedad-Familia, Familia-Sociedad es una de las perspectivas teóricas más complejas de abordar a la vez que apasionante a la que, curiosamente, apenas se le ha prestado atención. La fuerte vinculación a los estudios de demografía histórica de la historia de la familia; la tradición antropológica sobre el parentesco que arranca desde el siglo XIX y, en tercer lugar, el impulso que ha significado el Grupo de Cambridge desde finales de los años 70 e inicios de la década de los ochenta con el estudio del hogar, ha independizado las investigaciones sobre familia produciendo una sectorialización semejante a los análisis sobre los distintos grupos sociales: nobleza, clero, burguesía, artesanado, campesinado, que imperan en historia social. Esta diversidad y pluralidad de las familias, ha dado lugar en los últimos treinta años a una necesaria especialización y profundización en el conocimiento de los factores demográficos con el estudio hegemónico del hogar más que de la familia, gracias a las posibilidades de explotación demográfica y, sobre todo, de perspectivas comparativas; por ejemplo, los relacionados con el tamaño, composición y evolución del hogar; fecundidad y reconstrucción de familias o transmisión de la propiedad. La necesaria y continua interacción de los factores demo-económicos y sociopolíticos en un determinado contexto cultural explica y pone de manifiesto la primera contradicción en la relación sociedad-familia: por una parte una profunda especialización en los estudios de sociedad con un análisis de los distintos grupos y del sistema de relaciones entre ellos y, por otra, un análisis sobre la relación individuo-comunidad que coloca a la familia en un punto básico y fundamental. Pero no se crea que nuestros argumentos critican esta especialización, muy al contrario, se trata de una evolución necesaria en cuanto a la aportación empíri311

ca y el avance en el conocimiento; sin embargo, el problema se plantea cuando dicha especialización no se entiende como algo que forma parte de un todo sino que posee entidad propia. El resultado y la conclusión más evidente es que el estudio hegemónico del hogar más que de la perspectiva familia, mucho más cercana al análisis de la sociedad, ha sido superado pero a partir de la importancia y trascendencia que ha alcanzado el individuo. De esta manera se supera la contradicción, ya que los protagonistas y sus conductas se individualizan, pero en el interior de familias que son analizadas en términos de ciclo de vida, generacionales y genealógicos, con una relación fundamental: vida o/y muerte de los padres en el momento del matrimonio hijo/a y acceso a la jefatura familiar y transmisión del patrimonio. El análisis de la familia ofrece, entonces, el dinamismo propio del ciclo de vida, que nos lleva, en un seguimiento personalizado, individual y micro, a una genealogía que nos conducirá, obligatoriamente, a establecer relaciones con otras familias y otorgarle una dimensión necesariamente plural al caso individual elegido. Se alcanza así, fácilmente, la dimensión social de las familias. El matrimonio se convierte entonces en el verdadero eje de análisis que, mediante múltiples conexiones y redes de relación, explicarán la organización social y el funcionamiento del sistema. Es evidente que la investigación de los últimos treinta años abandonó el contexto social, y más que tener en cuenta la familia, el hogar fue el verdadero protagonista. La salida a esta situación se encuentra, una vez superada la contradicción, en lo genealógico mediante un enfoque generacional; de esta manera se produce una integración en la que las relaciones personales alcanzan una trascendencia notable por la gran capacidad explicativa del sistema social mediante la interrelación de lo individual y lo colectivo. Hay que distinguir entre biografía, autobiografía, crónica y genealogía familiar. Pero todas estas formas de análisis tienen como eje la memoria. Ésta se convierte y se constituye, entonces, en algo vital y fundamental dentro del esquema vital y del comportamiento social de las personas. Por otra parte, es también evidente, y la amplísima bibliografía lo demuestra, que no se puede hablar en singular de cada uno de los sectores sociales: nobleza, clero, artesanado, campesinado, ya que la diversidad económica, los cargos y mercedes que obtiene y posee cada individuo y las trayectorias vitales y personales rompen una ficticia unidad, que desde el análisis individual y familiar matiza los presupuestos teóricos con los que se ha venido explicando la organización social. El problema reside en el análisis de los mecanismos sociales, su evolución, cambios y relación. Pese a ello tenemos que tener en cuenta que la sociedad española se ha configurado y conformado, históricamente, a partir de la familia. Y ésta es una de las razones que explican la alta sensibilidad y valoración de la sociedad hacia la institución familiar. Pensar la sociedad en términos de familia es una orientación que coincide con las formas en que ésta se ha organizado. La familia era y es una manera de pensar, una práctica propiciada por ciertos valores, es decir, un habitus más que una estructura formal o incluso más que una institución, pese a que 312

se concreta y cristaliza jurídica y socialmente como tal. Naturalmente, tiene una connotación y realidad institucional y adopta unas formas que son cambiantes en función de las coyunturas históricas que se reflejan en los nacimientos, defunciones y matrimonios. También la familia es una representación social expresada mediante una descripción que recoge la morfología y las funciones. La familia ha de ser contextualizada como conjunto de parientes más allá del propio hogar. El modelo familiar es una articulación entre el orden biológico y el orden social, con relación directa entre el modo de concebir la familia y los comportamientos. La familia conyugal se abre paso desde los inicios de la Edad Moderna en la que comienza a desarrollarse la autonomía del individuo. La etnología y la antropología han enseñado a considerar la familia como una construcción cultural y como la unidad elemental de la función social. La familia es, pues, un sistema de relación que contribuye a explicar el contexto social y se integra en una red de relaciones comunitarias, por lo que el sentido real y, sobre todo, la terminología a emplear será siempre la relativa y derivada de las familias. Cuando comprobamos los múltiples lazos de negocios y alianzas superpuestos a la amistad y el parentesco, nos damos cuenta de lo complejo del concepto familia. La parentela era lo que permitía sortear los escollos y dificultades demográficas o/y económicas, que estaban preocupando a las personas en las difíciles condiciones materiales de la época. La familia es, pues, un proceso activo y no una entidad fija y estática. Las familias vivían, a menudo, cerca las unas de las otras y compartían valores comunes. Al contrario que la ciudad del siglo XIX, la comunidad urbana durante la época de la modernidad (siglos XVI-XVIII) se mantenía unida a consecuencia de su pequeñez y de los sólidos vínculos de la familia, la economía y la religión. Cuando reunimos, como indica James Casey, los trozos de la red de conexiones familiares siguiendo los hilos que aparecen en los testamentos o en los contratos nupciales, llegamos a tomar conciencia de hasta qué punto fueron personales las conexiones entre individuos de diferentes niveles sociales.(p. 328). Las familias vivían a menudo unas cerca de las otras y compartían valores comunes, deudas, ayudas y redes de solidaridad, amistad, vecindad y de parentesco, por supuesto. Para fundar una familia sólida, ésta tenía que insertarse en una armadura más permanente de vecinos, conocidos y parientes. Trabajo, religión, demografía, éstos eran los factores que contribuían a modelar el espacio en el que una familia adquiría sus rasgos característicos (p. 217). El poder en las comunidades pequeñas emanaba de la autoridad moral, pero son las relaciones interpersonales las que arrojan luz sobre el proceso de formación de un grupo de familias. Max Weber escribió en 1921 que en la ciudad antigua el individuo era un ciudadano, pero lo era únicamente en tanto que miembro de un linaje. Mientras los palacios comunales crecían en las ciudades toscanas, las torres de los magnates se derribaban en Castilla. En España, tras la restauración de la autoridad real después de la guerra civil de 1474-1479, la institución familiar dentro del linaje aparece como la gran protagonista. La solidaridad de clan se fue haciendo progresivamente menos necesaria a medida que la ciudad313

estado o el Principe asumieron la responsabilidad del orden público, y a medida que el mercado se fue desarrollando más allá del círculo de caras conocidas de la comunidad local. Había nacido un cierto individualismo renacentista reflejado en el arte y en la literatura y reconocible en los fundamentos sociales. ¿Qué es lo que mantenía su vigor respecto de aquella vieja forma de ver las cosas?: el sentido de la piedad familiar, el culto a los antepasados, o la red de primos y familiares que se visitaban, entre otros. (p. 219). En lugar de la integración de individuos a través del intercambio de servicios especializados, la sociedad de antaño conocía más bien la federación de familias, buscando el sustento de sus miembros en sus propios recursos cuando esto era posible, y cuando no, en los lazos de confianza y de crédito que paliaban la escasez de dinero. La división tan familiar hoy en día entre el mundo privado de la domesticidad, no tenía mucho sentido en una época en la cual el acceso a la propiedad venia condicionado, a menudo, por el matrimonio y la herencia de los padres. La familia es, en definitiva, un medio para reconstruir la red de relaciones sociales de una comunidad. Sólo desde ella entendida como un laboratorio podemos observar conflictos, tensiones, alianzas, acuerdos o estrategias. Junto al concepto de familia se encuentra también el de casa; más allá del espacio físico y del simbolismo que éste representa en las casas de heredero único, mayorazgo o de la nobleza, la casa hay que interpretarla como un archipiélago de unidades familiares dispersas por calles y barrios, en el que se incluían casas, conventos y escuelas. (p. 226). Una vertiente y realidad muy plástica y a la vez muy urbana, es la de la casa que se divide, se vuelve a unificar, incorpora partes de la casa vecina y cede de la originaria; naturalmente, la movilidad biológica-matrimonios, ancianos, viudedad de cuñados/as, yernos/nueras-es la explicación, en parte, de estos movimientos. Se adapta, en suma, al juego de alianzas de una población orientada hacia la solidaridad entre suegros, yernos, hermanos y cuñados. Es decir, la casa se mueve (nota F.Chacón). Lo que da lugar a una delicada red de lazos personales que se extendían por el espacio físico de la comunidad en su conjunto. Pero la casa era frágil, tanto a causa de la alta tasa de mortalidad como de la naturaleza del patrimonio. Y hay que añadir un factor que configura la realidad cotidiana: la inseguridad, elemento a sumar en situaciones concretas y determinadas de la población. La casa se integraba en el conjunto de la comunidad de la cual dependía para proseguir su función doméstica y económica. En el hogar se carecía de la intimidad burguesa a la que la sociedad contemporánea está acostumbrada y habituada como una de las normas de vida; la casa albergaba una familia nuclear, semejante a la actual, pero las relaciones entre sus miembros solían ser más complejas. La muerte temprana dejaba viudas o viudos con necesidad de buscar otro padre o madre. El vacío se llenaba de criados, eran como privados o deudos de su amo. Se creaba un ambiente en el cuál el criado parecía un hijo adoptivo. Uno de los rasgos de la época era la constante intervención e interacción de hermanos, parientes consanguíneos y amigos en el cuidado de los hijos y nietos, 314

con lo que tenemos una delicada red de lazos personales que se extendían por el espacio físico de la comunidad en su conjunto, La realidad es que el matrimonio no crea células nucleares autónomas sino que echa puentes entre los troncos originarios. II. LA CONFORMACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL La problemática historiográfica que gira alrededor de la estratificación y la organización social es uno de los debates más clásicos de la historia social. Si, además, ponemos en relación algunas de las características propias del sistema social: diversidad dentro de cada uno de los cuerpos de la organización social; relaciones personales sociales y familiares e institucionales que se cruzan entre los distintos miembros, a modo de vasos comunicantes; y venalidad de cargos. El resultado es la necesidad de plantear en términos de debate nuestro análisis. La relación implicaría dos grandes realidades del sistema: poder político y organización social. En este sentido, las diferencias entre Mousnier y Porshnev1 podrían ser una primera referencia que podría tener a los debates y seminarios de Saint Cloud sobre clases sociales como otro punto de partida. Pero el foco de interés en el análisis y estudio de las estructuras y las instituciones se ha desplazado hacia los procesos sociales y las interacciones individuales en los distintos contextos sociales. Sin embargo, nuestra reflexión se inicia desde una constatación simple: el ser humano pertenece, se configura y define mediante situaciones y acciones, más que a través de grupos sociales; lo importante, pues, a partir de este principio se encuentra en que, como afirma Goffman y recoge Simona Cerutti, a quien seguimos en estas reflexiones, el proceso por el cuál los individuos pasan a constituir y formar un grupo social no se ha explicado suficientemente2. Es necesario comprender los lazos y los vínculos que se establecen y porqué razones se unen en un grupo social. La movilidad social aparece, en la mayor parte de los casos como, en palabras de Gerard Delille, una construcción que interesa a varias generaciones y es una consecuencia de la separación de estados o cuerpos y cuanto más cerrados se encuentren los mismos, el paso de uno a otro y, por tanto, de la movilidad social, será más complejo y difícil. Por otra parte, los análisis de redes sociales y determinadas interacciones han quedado prisioneras de sus objetivos y con escasa capacidad relacional, sobre este punto incidiremos y volveremos en la segunda parte de este texto. En este sentido podemos considerar que la organización social ha sido estudiada en términos binarios: hidalgos frente a estado llano; separación a la que se le 1 Véase la crítica de A. Arriaza, (1980) “Mousnier and Barber: the theoretical underpinning of the Society of orders in early modern Europe”, Past and Present, 89, 39-57. 2 S. Cerutti, (1996), “Processus et experience: individus, groupes et identities á Turin, au XVIIé siécle”, en J. Revel (direction), Jeux D´Echelles. La micro-analyse á l´experience, Gallimard, París, 183. Véase también al respecto, F. Barth (ed.), (1978), Scale and social organisation, Universitetsforlaget, Oslo-Bergen.

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ha unido la trascendental oposición cristiano nuevo-cristiano viejo, dentro del problema más amplio de la limpieza de sangre. Esta visión ha tenido una consecuencia: ocultar las relaciones que la fragmentada organización social ponía en práctica para obtener consideración social más allá de la rigidez de ser hidalgo y de sangre limpia. Por ello, los grupos sociales los podemos constituir a partir de las relaciones que unen a los individuos. Relaciones que girarán alrededor de intereses comunes como la misma actividad, la misma consideración social y estatus, la pertenencia a la misma parroquia, gremio y cofradía. Las realidades económicas constituyen otro campo de interés en la definición y, sobre todo, configuración y conformación de los grupos sociales; vivir dentro de la misma forma de relación económica, bien sea de dependencia, subordinación o de otro tipo, otorga una identidad de experiencia común que podríamos considerar de grupo pero igualmente de clase, siguiendo los postulados de Thompson o de Sewell3. Se trata, en definitiva, de estudiar los mecanismos que regulan y conforman la sociedad del Antiguo Régimen a través de los recorridos individuales y la vida social: actividad, status, familia, patrimonio, dentro de trayectorias familiares. El privilegio, jurídicamente reconocido, marca diferencias y, sobre todo, desigualdades social y culturalmente aceptadas. Es ahora cuando podemos hablar de una división y estratificación social articulada a partir de grupos sociales cuya denominación ha estado condicionada por el nombre dado a la actividad que cada persona desarrollaba y se incluía en los censos y padrones de población. Sin embargo, los intereses y los objetivos de los individuos superaban ampliamente el trabajo que desempeñaban; es fundamental un seguimiento de la trayectoria y ciclo de vida. Es básico, ahora, interrogarse sobre la relación entre racionalidad individual e identidad colectiva. El proceso por el cuál el individuo se identifica en el seno de una colectividad es lo fundamental y lo que nos permite entrelazar solidaridad y jerarquía social. La movilidad de las sociedades depende de sus caracteres internos. La del pasado se encuentra basada en el linaje. Pero los linajes se encuentran directamente vinculados al problema de la jerarquización, ya que son éstos los que establecen los verdaderos límites de la jerarquía. Podemos entender los linajes como cuerpos constituidos por diferentes ramas, familias y casas, cuyos caminos, recorridos y trayectorias sinuosas y complejas se trazan alrededor del parentesco estableciendo redes y conexiones que se plasman en capellanías, capillas, mayorazgos y, por supuesto, acceso a cargos, mercedes, honores y privilegios. Resulta complejo entrar en definiciones cuando se ha estudiado suficientemente el problema; sin embargo, con M.C. Gerbet diríamos que todo bando es un grupo de familias cuyos miembros están ligados por la sangre, la tradición familiar y la clientela alrededor de un linaje dominante que da su 3 W. H. Sewell Jr. (1990) “How classes are made: critical reflections on E. P. Thompson´s theory of working class formation”, in H.J. Kaye et K. McClelland (eds.), E.P. Thompson. Critical Perspectives, Philadelphie, Temple University.

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nombre al bando. Hay una estrecha unión y relación entre linaje y apellido. La posesión de mayorazgos y el patronazgo de capellanías y capillas se vincula y une al linaje a través del apellido. El desarrollo de los mayorazgos a partir del siglo XVI, significa el predominio de los intereses del linaje y, por tanto, de las familias sobre el de los individuos singulares. El linaje funciona como una red de alianzas ya que su cohesión interna se basa en las alianzas matrimoniales dentro de las estrategias de perpetuación y clientelismo político y económico. La distinción bando-linaje es un fenómeno más complejo de lo que en un principio parece y la historiografía ha señalado. Las relaciones clientelares tienen un papel relevante en la formación y constitución del bando, mientras que el parentesco es el que predomina en la constitución del linaje. La distinción entre ambos se encuentra en que el linaje es la expresión social y el resultado de aglutinarse el grupo familiar, mientras que el bando es la expresión política que alcanzan las familias. El conjunto de mecanismos de funcionamiento del sistema social por los que los linajes se transforman y derivan hacia relaciones familiares es uno de los problemas más apasionantes. Los linajes se extinguen por: a) generalización de las primogenituras a partir del siglo XVI y b) extensión de los mayorazgos. En cuanto a los mecanismos de promoción, desde el auge de la cultura en los siglos XII y XIII y la correlativa reducción de la función guerrera, el saber cada vez era más estimado y convertido en base de promoción en la sociedad a favor del individuo que lo poseía; también, junto a los antiguos títulos del linaje y de la virtud, se añadirá, paulatinamente, el de la riqueza como legitimadora del ennoblecimento, lo mismo que el del saber. Esta simultaneidad de factores pero, eso sí, dentro de los ejes del privilegio, la desigualdad y la justificación de status y legitimidad jurídica, explica la enorme importancia de los rituales de afirmación y visualización de los poderes. De todas formas, sería un error considerar que el universo cultural explica y justifica todas las formas de expresión y de comportamiento. Los conflictos y las disonancias demuestran las rivalidades horizontales pero también las que se producen como consecuencia de la porosidad y movilidad de una sociedad cuya estructura organizativa se queda estrecha y muy reducida como para poder incluir la gran diversidad de situaciones que se están produciendo. Asistimos a un cambio de perspectiva. Se están invirtiendo los términos de la jerarquía social, en tanto que de nobleza de origen y antepasados que necesitan dinero para mantenerse, se está pasando a poseer dinero y desde esta plataforma ennoblecerse. El ennoblecimiento de las oligarquías supone el punto de separación de la representación popular. De la preponderancia de los hidalgos en los siglos medievales éstos pasan a ocupar el último escalón de la jerarquía nobiliaria a principios del siglo XVI y una devaluación en el XVII. La economía comienza a verse impulsada por el afán de lucro y se abren, aunque con extremada prudencia, las puertas de la estimación social a aquél que logra acumular una fortuna superior a su estado u origen social. Sin embargo, la obtención de rentas continúa siendo propia del modelo económico feudal, y lo que es más grave, las inversiones-en buena medida condicionadas por el deseo de incorporación al modo de vida oligárquico y nobiliario-se orientan hacia el 317

reforzamiento y mantenimiento de un status carente de incentivos económicos que supongan beneficios. De esta forma se mantendrán las relaciones sociales de dependencia y la administración municipal y el poder local se aristocratizarán. El fenómeno de aristocratización de la sociedad se produce por la integración de las capas populares más ricas en el grupo noble seguido de un cierre social en la segunda mitad del siglo XVI y primera del XVII. Las relaciones entre ambos se canalizan a través de una doble vía: instituciones como Inquisición, Iglesia o Corona pero, sobre todo, por el sistema clientelar y la enorme fuerza y viveza de los lazos y vínculos que lo explican; y que son especialmente significativos en los reinos hispánicos a lo largo del período indicado. La puesta en práctica de estas relaciones significa y supone intermediación y, en tanto que tal, intervención en los asuntos locales para convertirse: Inquisición, Iglesia, Monarquía e, incluso, Papado4 en árbitro, regulador y legitimador de las tensiones y rivalidades locales que pueden significar, en algunos casos, enfrentamientos entre facciones nobiliarias. En este secular proceso, mercaderes, artesanos y grupos populares, irán ganando ennoblecimiento, adornando su pasado con blasones, glorias, hazañas y sangre inmaculada, dando lugar a un cierre social dentro del cuál se produce movilidad5. Sin embargo, el sistema feudo-vasallático de vínculos personales de carácter vertical que arranca de la Monarquía y desciende por toda la pirámide social, significa y tiene como consecuencia que los conflictos y sus posibles soluciones no sólo se dirimen en cada localidad, sino en la corte y en otras instancias y contando con la intervención de otros protagonistas. Por ello, mientras las clientelas locales no se diluyan el proceso de formación del estado centralizado se encontrará condicionado, algo que explica su continuidad y perdurabilidad hasta el siglo XIX. Lo cuál significa que se pone en cuestión el esquema evolucionistatautológico y demasiado lineal y simple del paso de regidor del XVI-XVIII que se convierte en el cacique del siglo XIX. M.C. Gerbet afirma que: “el caciquismo que impregnará tan fuertemente la vida local española y la de las colonias, constituye de hecho un arcaísmo por el papel y la importancia de los lazos personales y familiares como medios de gobierno”. Es decir, relaciones clientelares dentro de un contexto de jerarquía y status social aceptado y reconocido, procesos de intermediación y formas de construcción vertical que, si bien guardan relación con el caciquismo, no tienen nada que ver con su sistema político; son valores y códigos de comportamiento diferente y, por tanto, difícilmente puede ser, como afirma G. Delille, una reproducción del viejo sistema político de los bandos. El contexto cambia, y no solo porque los bandos tradicionales del Antiguo Régimen no se puedan explicar sin las relaciones clientelares que permanecen, y con mucho vigor, a lo largo del siglo XIX e, incluso, en determinadas zonas, sobre todo rurales, hasta principios del XX, sino porque las relaciones de desigualdad 4 J. Contreras Contreras (1992), Sotos contra Riquelmes, Anaya-Muchnik, Madrid. 5 Tengamos en cuenta que la movilidad no se puede producir entre grupos socialmente opuestos sino que, previamente, existe una diversidad dentro, por ejemplo, de la nobleza o del campesinado. Lo cuál significa una total adaptación a los valores, modos de vida y pensamiento del grupo al que se quiere pertenecer o dentro del cuál se pretende escalar posiciones sociales.

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y dependencia son otras. La presencia de factores como el nuevo sistema político, el voto censitario o la diversificación del trabajo, vuelve más cultural la dependencia; con menos fuerza legal y jurídica y, por tanto, con más capacidad reivindicativa en las capas sociales sometidas. El argumento de G. Levi, viene a corroborar esta hipótesis: “la capacidad innovadora de estas figuras no permite igualarlas con caciques o capos de mafia de las sociedades contemporáneas, y es además inadecuado aplicar con rigidez al Antiguo Régimen modelos interpretativos construidos para situaciones diferentes”. No es posible la comparación con los caciques al haberse producido unos cambios en los valores sociales comenzando por el diluimiento de la red clientelar y el poder local, ya que el regimiento y la fuerza de lo local ha sido sustituida, primero, por la corte y, después, por los intereses hacia el ejército o la administración. La vinculación de los grupos de poder se orienta hacia estos espacios. Los bandos comienzan a disolverse como estructura social con capacidad de aglutinar y cohesionar familias, estimular y potenciar intereses de poder, y orientar y aconsejar matrimonios; lo que no quiere decir que haya desaparecido el sistema de relaciones clientelares, pero sí que ha disminuido su potencialidad y, sobre todo, hay que situarlo en otro contexto. II.a) Los factores de la jerarquización social El surgimiento de nuevos enfoques y planteamientos en el horizonte historiográfico, sitúa a la familia y su capacidad explicativa en un primer plano. No exenta de problemas respecto a los mecanismos de relación, ya que habría que preguntarse cómo toman forma los destinos individuales y en qué medida son influenciados, organizados y encuadrados por las estructuras y las relaciones sociales, podemos afirmar que tras el estudio de los métodos experimentados por la primera generación de historiadores con la reconstrucción familiar, la tipología estructural y una intensa etapa de intentos de modelización a través de establecer relaciones entre tipología y variables demográficas y económicas (tipología del hogar y tamaño, edad femenina en las primeras nupcias, niveles de celibato definitivo, sistemas de herencia), aparecen nuevos interrogantes en el horizonte: integrar el parentesco en su dimensión social; analizar y explicar los vínculos que ponen en relación a los individuos o situar a las familias en la red social de solidaridad, relaciones de dependencia y ciclo de vida. Sin embargo para comprender los resultados a que ha dado lugar la investigación sobre estos problemas, hay que constatar que se trata de una sociedad de cuerpos, en donde la jerarquía social condiciona al individuo pero también a la familia. Es cierto que los vínculos sociales y los lazos personales es lo fundamental para explicar la sociedad de Antiguo Régimen, pero siempre que consideremos y tengamos en cuenta que el eje vertebrador se encuentra en la jerarquía social, en el privilegio y en el conjunto de relaciones (socio-económicas, culturales y políticas). Se trata, en definitiva, del sistema de valores socio-culturales predominantes. Por ello, antes de plantear la articulación y formas de organización de una comunidad, es necesario definir y conocer los vínculos sociales que unen a 319

unas personas con otras, a la vez que aquellos factores que les separan, bien sean religiosos, sociales, étnicos o culturales; y, entonces, reconstruir las relaciones sociales concretas y definir sus características. De esta manera no definiremos, previamente, la sociedad ni la organizaremos según cánones y módulos preestablecidos, sino que lo haremos a partir de las realidades y prácticas concretas. Apuntábamos al comienzo de este texto la trascendencia e importancia de la jerarquía social como eje y columna vertebral en la comprensión del sistema social y de las formas de organización, sobre todo para explicar la formación, constitución y desarrollo de los vínculos y lazos personales. La jerarquía social debe de situarse frente a la inestabilidad social, o lo que se ha denominado procesos de movilidad o ascenso y descenso social. Es decir, jerarquía frente a inestabilidad constituye el primer referente en la explicación de una organización social que presenta, en el caso de la sociedad hispánica, tres principios básicos: el linaje, los antepasados y la especificidad hispánica de la limpieza de sangre. Es a partir de estos tres pilares –que se relacionan directamente con el orden social medieval– cuando se configura el privilegio como elemento de distinción, lo que tiene como consecuencia e implica privilegio de fiscalidad y, también, consideración social; lo cuál unido al dinero y a la sociedad de la comercialización y el beneficio que se inaugura con el descubrimiento de las Indias y la puesta en circulación (de manera muy paulatina y lenta) de nuevos valores económicos, consolida el sistema social basado en el privilegio, la desigualdad y su principio rector: la jerarquía social. Pero también, y simultáneamente –y éste es el problema, la paradoja y la contradicción–, el deseo de aspiración a formar parte del privilegio y a conseguir y adquirir mediante los nuevos sistemas económicos los recursos necesarios para aspirar a su obtención y, por tanto, conseguir el ascenso social; lo cuál está produciendo un lento pero inexorable diluimiento de los valores tradicionales en los que se asienta el fundamento teórico de la jerarquía social. Un mundo tradicional que, curiosamente, comienza a tener necesidad de adquirir esos recursos económicos para mantener el status a que está obligado por su condición. Afortunadamente para quienes se encuentran en esta situación, los favores, gracias y mercedes del Rey les son próximos, pero comienzan a no ser suficientes y, además, no pueden impedir las compras de otros advenedizos para gozar de ese disfrute de la gracia, la merced y el privilegio. Es aquí y en este contexto, cuando podríamos hacer una breve referencia a la limpieza de sangre. Pero tengamos en cuenta que surgen voces –y no solo la de Don Gaspar de Guzmán– contra la aplicación de dichas normas. Ahí esta la obra de Salucio del Poyo (Fray Agustin Salucio del Poyo, Discurso sobre los estatutos de limpieza de sangre, s.a, ¿1600?, Colección El Ayre de la Almena, XL, La fonte que mana y corre, Cieza 1975). El estatuto de limpieza de sangre es más bien, y así habría que entenderlo, como un movimiento social no religioso. Los estatutos de limpieza de sangre ponían en peligro la propia existencia del orden estamental, a la vez que recortaban la capacidad graciosa de los monarcas. Amenazaban las bases culturales y políticas de la Monarquía Hispana, y contribuyeron a 320

radicalizar la desigualdad basada en una identidad religiosa que tenía origen étnico-racial y se convirtió en cultural con la gran dificultad que ello suponía para eliminar tal contaminación en el sistema social. Siempre se mantuvo y existió diferencia entre hidalguía y limpieza; así ser limpio no daba derechos distinguidos, había que ganarlos. Y en este recorrido hasta obtenerlos es donde se encuentra y se sitúa el espacio libre que ocupan el dinero, las amistades, las clientelas y las redes sociales. Pero en el caso de que no hubiese limpieza desaparecían ciertos derechos y casi todas las posibilidades. La hidalguía siempre prevaleció, es decir, el antiguo solar conocido, y a partir de ella la limpieza. Lo importante es que la suma de ambas se hacía necesaria para el reconocimiento, la promoción y el ascenso social. La limpieza de sangre sólo era un factor más en el ordenamiento social del Antiguo Régimen, diseñado desde los valores nobiliarios de desigualdad, linaje, privilegio y dominación. La lógica de los estatutos de limpieza de sangre es la misma que la de los mayorazgos o que la de los gremios. Si lo bueno (nobleza, ortodoxia) se transmite por la sangre, también lo malo (macha, pecado), afirma Antonio Irigoyen (nota art.). Antonio Irigoyen López, Religión católica y estatutos de limpieza de sangre. A propósito de un Memorial al Conde-Duque de Olivares, Sefarad, 70 (2010). Juan Hernández Franco Cultura y limpieza de sangre en la España Moderna: Puritate Sanguinis, Murcia, Universidad de Murcia, 1996. Sangre limpia, sangre española. El debate sobre los estatutos de limpieza (siglos XV-XVII), en presa, Cátedra Así dos grandes agrupamientos de referencias se encuentran enfrentadas: nacimiento, herencia, familia, raza, sangre, que lo condicionaban todo, frente a ellas, el mérito, la virtud, el dinero, parece que lo alteraban escasamente. Ésta es la dialéctica social predominante y preponderante en la sociedad española del Antiguo Régimen. *** La consideración de la jerarquía como el factor clave en la regulación y conformación de la organización social nos sitúa en un punto de mira diferente al que hasta ahora se había tenido, ya que la sectorialización había separado e individualizado los vínculos sociales y lazos personales por una parte, frente al clientelismo y patronazgo por otra como formas de relaciones sociales distintas; sin embargo, no se pueden entender ni estudiar unos sin otras. Los estamentos, pese a su legítima y jurídica separación e independencia, socialmente aceptada, no son espacios estancos, todo lo contrario. El sistema social del mundo tradicional rompe el aislamiento o cierre legal, pero a la vez simbólico, mediante una organización en la que las relaciones sociales ponen en comunicación a personas pertenecientes a estamentos distintos a través, precisamente, del clientelismo y el patronazgo y mediante el mecanismo 321

de vínculos y lazos personales. Es obvio que estos mecanismos de relación social tienen lugar también entre grupos pertenecientes a distintos grados o escalas dentro de los propios estamentos; pero, en cualquier caso, lo que se pone de manifiesto es un nuevo enfoque no considerado en el análisis social, al menos de esta manera integrada que supone, además, situarnos en el interior de la relación individuo-comunidad, con el eje central de la familia como institución de análisis que pone en comunicación ambas realidades. Este planteamiento obliga, como afirma Simona Cerutti, a reconstruir las interrelaciones e interacciones sociales no limitándose a niveles de análisis estudiados previamente, sino analizando los recorridos de los individuos en el seno de los diferentes medios: la familia, el trabajo, la cofradía, el gremio, la parroquia, el concejo. Son estos medios, precisamente, las instituciones y realidades en las que se ponen en práctica y concretan lo familiar y lo social y, por supuesto, donde cristalizan, se plasman y proyectan los vínculos sociales y los lazos personales; verdaderos ejes del sistema social y de las relaciones verticales o/y horizontales en las que se expresaban aquellos. En consecuencia, las desigualdades y las diferencias sociales eran entendidas como normales y formando parte de la idiosincrasia social, por lo que no podían constituir un factor de inestabilidad. La jerarquía era algo, por tanto, natural, pero cada uno de los estamentos o categorías: pecheros, hidalgos, caballeros, señores de vasallos, nobleza titulada, presentaba variedad y diversidad dentro de sus respectivos grupos; lo que en la práctica, aunque no significaba una división, pues todos los componentes y miembros de un grupo o estamento seguían disfrutando de los mismos derechos y privilegios, sí que significaba una más amplia diversidad y menor homogeneidad, sobre todo en riqueza, recursos y también en relaciones sociales, amistades y capacidad clientelar; esta pluralidad de situaciones familiares así como el apoyo, dependencia y solidaridad que se derivan de éstas, rompían el sentido horizontal del encorsetado sistema feudal para entrar en una relación vertical que, según las circunstancias y con el paso del tiempo, se volvía cada vez más intensa, profunda, jerarquizada y dominante pero con altas dosis de colaboración y lealtad. Al llevarse a cabo entre personas pertenecientes a grupos e incluso estamentos distintos, el corrosivo papel del enriquecimiento y de las formas de vida produce un paulatino crecimiento de los subgrupos y unas relaciones verticales más amplias que fueron diluyendo, paulatinamente, el orden social, aunque el sistema se mantenía. Lo cuál da lugar a procesos de inestabilidad en el interior de la jerarquía social con la consiguiente movilidad. De esta manera se puede contraponer una jerarquía estamental y una jerarquía social. La estamental es imprecisa porque no tiene en cuenta las diferencias existentes entre los componentes de cada estamento que tenían que ver más con la riqueza y la posesión que con el privilegio y la sangre. La social es la que se va conformando, readaptando y reflejándose en los procesos de movilidad social. *** 322

Diseccionar, indicar prioridades y jerarquías, poner en relación los numerosos factores que influyen, condicionan y caracterizan la sociedad según lo que llevamos expuesto y analizado hasta ahora, es la tarea que nos hemos propuesto. De todas formas, nuestro objetivo no es llevar a cabo un análisis exhaustivo de una problemática necesitada, todavía, de numerosos estudios tanto sectoriales como generales, sino realizar una aproximación que ponga en relación los factores que condicionan la jerarquía social. Es preciso definir, concretar y colocar en su lugar correspondiente los distintos factores y elementos que integran el complejo entramado de una sociedad jerarquizada. En definitiva, se trata de incorporar, en este punto y de esta forma, el sentido y la realidad de lo biográfico-social de cada individuo y su genealogía histórica tanto en la perspectiva familiar como en la de la comunidad. Así, biografía, genealogía y relación social se estructuran en una misma línea de análisis que tiene mucho que ver con pensar en términos de relaciones en lugar de individualmente respecto al resto de la comunidad dentro de un determinado proceso social. El corazón del análisis se desplaza hacia los procesos y las interacciones que explican la jerarquización del sistema social y sus propias contradicciones. Desigualdad, dominación y linaje fundamentaban la sociedad del Antiguo Régimen. El linaje significa solidaridad entre quienes lo poseen y defienden sus privilegios; sin embargo, el vasallaje, que articula la desigualdad con la dominación y la dependencia significa protección, apoyo y clientela. Ante esta situación, la jerarquía social hay que completarla, en realidad, con un panorama en el que las amistades y enemistades tejían una red de relaciones personales que pesaban más que la letra del derecho canónico o civil. Mantener viva la memoria del linaje jugaba también un importante papel en aquellas otras sociedades de frontera en la que se asignaba oficios públicos a los nobles sobre la base de su pertenencia a un clan. La ley de 1451, prohibía armar caballeros a hombres “que no son nacidos ni criados en el oficio de la caballería, ni aviendolo usado ni acostumbrado”. El linaje era el estimulo de la caballería y creían que sus valores eran el fundamento de una sociedad bien ordenada, de aquí la fascinación por la genealogía, particularmente en los lugares de frontera, puesto que ella establecía y determinaba el origen del individuo dentro del grupo familiar correspondiente. El centro de la lealtad era el linaje, más que la familia nuclear. Argote de Molina afirmaba: “las personas de los homes e mugeres en este mundo en sus estados son mas honrados ellos e los sus linajes con las sepulturas honradas e apartadas e señaladas, porque las otras cosas del mundo son todas fallecederas, e las tales sepulturas quedan para siempre jamás en memoria de aquellos a quien fueron o son dadas” (Nobleza de Andalucía, 612-614, p. 245). La virtud había que buscarla, más que en la disciplina del hogar en el honor del linaje. El panteón era el centro de los dispersos linajes granadinos, afirma James Casey. Pero se podría decir de los linajes de cualquier ciudad. Mayorazgo y panteón funerario eran la unión de dos factores clave. Para comprender adecuadamente la jerarquía social es necesario considerar las instituciones y entidades de las que formaba parte el individuo: familia, ac323

tividad, gremio, cofradía, parroquia, concejo; los antepasados y el linaje le viene dado según el nacimiento; el clientelismo, patronazgo y redes, depende de las relaciones sociales que el individuo establezca en función de las posibilidades que su posición y status en la escala social le permitan; la reputación y la limpieza de sangre dependerán tanto de la persona como de la familia; mientras que el dinero y los recursos económicos, de la propia acción individual. Pero la interacción entre reputación y recursos económicos es evidente. Es decir, ante este cúmulo de posibilidades pero también de restricciones, no podemos considerar tan solo los análisis que parten de lo individual para explicar el recorrido social básico de una persona y entender el lugar y el puesto que ocupa en la sociedad según la consideración de los demás. Hay que combinar y conjugar de manera simultánea y concreta los aspectos señalados, así como otro factor: las condiciones sociales de carácter general dentro de las cuáles se mueven los individuos y que están, en muchas ocasiones, matizadas por alguna de estas realidades. Si aceptamos la existencia de desigualdad en toda organización, la pregunta es ¿cómo se conforma y configura la jerarquía en el interior de dicha organización social? ¿Cuáles son los valores predominantes que permiten crear el necesario consenso para ser admitida, aceptada y legitimada dicha jerarquía? La jerarquía, en tanto que otorga status, se convierte en el factor fundamental de la articulación de una comunidad a la vez que es aceptada por todos los miembros de la misma, lo que permite acceder a una determinada reputación entre los vecinos de la localidad correspondiente. Es fundamental comprender que los méritos, consideraciones, cargos, mercedes a los que se accede se logran a título individual; es decir, los obtiene una persona en concreto; sin embargo se llega hasta ellos y se alcanzan dichos privilegios a partir de consideraciones de conjunto que tienen a la familia, los antepasados y el linaje como avalistas y valedores de la petición. Una vez obtenida, a titulo individual, la consideración repercutirá sobre el conjunto familiar y social del que se procede. Toda estratificación social ha de asumirse siempre como una forma de jerarquización y, por tanto, de desigualdad social. La estratificación social se cimenta en el poder, el privilegio, el prestigio, la honra, la fama, los recursos económicos y la consideración social de los demás. Tengamos en cuenta también que los status dependen de los entornos culturales y jurídicos Por tanto, jerarquía y sociedad de cuerpos forman parte indisoluble de una organización que presenta relaciones de dominación y de dependencia, pero que son aceptadas y admitidas por la totalidad de la población. Así, podemos afirmar que las relaciones que se tejían alrededor de la familia y de la casa mediante la vecindad y el trato entre el señor con sus criados y el mercader con sus proveedores, o bien entre el labrador y el mediero o el jornalero, no reflejan ni tienen un sentido de plena dominación y jerarquía, sino más bien de vínculos y lazos personales creados dentro del sistema jerarquizado pero que se encuentra matizado por dichos vínculos y lazos y, sobre todo, impiden la aparición de una conciencia de clase a la vez que se convierten en factores de intermediación que dificultan el surgimiento de conflictos. 324

Se trata, por el contrario, de una determinada relación social que implica dependencia y jerarquía pero que significa, a la vez, estrecha relación y vinculación personal, hasta el punto que el término criado alcanza un significado mucho más próximo y cercano, sobre todo entre los grupos de poder y de la nobleza, al que tiene en la actualidad. También el parentesco y la vecindad de los familiares en el espacio urbano y rural contribuye a diluir el sentido de una jerarquía social rígida, presentándosenos como más fluida o al menos más compleja de lo que hasta ahora se había entendido. La imagen que nos transmite James Casey al hablar de Granada se puede trasladar a cualquier agro-ciudad de los reinos hispánicos: la ciudad ofrecía el aspecto de una federación de familias con sus clientes, amigos y parientes, que formaban y constituían una comunidad, con sus rivalidades y sus acuerdos. Lo cuál no quiere decir que no exista o no se produzca el conflicto, sino que hay que entender a la familia como un medio, desde el que se puede y se debe reconstruir la red de relaciones sociales de una comunidad. *** Seducidos por el estudio de las grandes agrupaciones estamentales o clasistas, hemos descuidado el estudio de otras de más reducido ámbito: profesionales, familiares, locales, en las que será necesario profundizar para encontrar el secreto de muchas ascensiones misteriosas, tras las cuales se encuentran lazos de paisanaje, de familia, de amistad o de intereses comunes, afirmaba Domínguez Ortiz en 1989, con lo que planteaba la problemática clave, históricamente hablando. Una de las preocupaciones del período moderno fue crear una jerarquía social estable, reservando, para ello, el gobierno a los hombres de buena familia, pero la venta de oficios abrió la puerta a hombres nuevos y aunque se pusieron impedimentos y obstáculos, la rivalidad entre quienes querían entrar en el espacio del privilegio y aquellos que no querían que se introdujesen nuevas gentes fue constante. Situación que se produjo dentro de un determinado contexto en el que destacaban: la alteración de la memoria genealógica, las estrategias matrimoniales, y el dinero. Se creó una cultura aristocrática en las ciudades y se fortaleció la idea de linaje y pasión por la genealogía. Pero también se creó el principal problema: el ascenso de demasiadas personas con el riesgo de subvertir la jerarquía social. La prueba básica era la fama que quedaba establecida mediante testigos y, en consecuencia, la consideración de los demás en una cultura oral. Afirmaba Castillo de Bobadilla: “No hay cosa más estimada que la buena fama y honra”. Por esto se explica lo que afirmaron algunos regidores de Toledo en 1586: “no hay cosa más odiosa ni de donde se engendran mayores rencores y enemistades, ni más se turbe la paz de una congregación, que en entrar en examen y prueba de calidades y linajes”. El linaje se expresaba en el panteón de enterramiento, de aquí la importancia del enterramiento en las catedrales y el levantamiento de capillas. Se producía, además, una situación curiosa pero extraordinaria: el valor que se le concedía al dinero, pero teniendo, naturalmente, origen y ascendencia noble. 325

Contradicción que imperará en la sociedad hispánica. Aquí podrían resonar bien las palabras de Santa Teresa: el revolvedor del dinero. El dinero era un factor clave para vivir de la manera noble que se exigía por la jerarquía existente Pero no nos equivoquemos, las candidaturas de quienes deseaban aspirar a cargos se encontraban llenas de orígenes honrosos y nobles. Así se explica que la memoria tuviese una cercanía muy precisa y concreta. Es decir, por ejemplo, una ofensa era alimentada cuidadosamente y pasaba de generación en generación. La serie de obligaciones que generaba la red de amigos, clientes, familiares convertía en enormemente compleja cualquier situación de conflicto pues, pese a la existencia de la ley, tenía que ser resuelta en el contexto social imperante; es decir, en una red de múltiples lazos de dependencia e influencia que era conocida por todos y en la cuál la solución también sería conocida por todos. Y aquí se jugaba la fama de una persona y, por tanto, de su familia. Es decir, su futuro. En 1593, la monarquía, preocupada por las irregularidades en las probanzas de hidalguía, decretó que un alcalde de la Chancillería tendría que acompañar al receptor o escribano que visitaba los pueblos de origen. Las cortes protestaron contra el costo de tal procedimiento que parece no se cumplió. En 1703, el rey decretó que los pueblos no podían conceder posesión o ejercicio de hidalguía sin investigar las circunstancias de las familias y transmitir su documentación para revisarla. La sociedad hispana parecía muy jerarquizada y a la vez muy igualitaria, puesto que al ser el honor patrimonio común las demás distinciones resultaban accidentales. Saavedra Fajardo, afirmaba: “el espíritu altivo y glorioso (aún en la gente plebeya) no se quieta con el estado que le señaló la naturaleza y aspira a los grados de nobleza, desestimando aquellas ocupaciones que son opuestas a ellas; desorden que también proviene de no estar, como en Alemania, más distintos y señalados los confines de la nobleza”. Lo que ocurre es que había un gran dinamismo social con capilaridad social, y unos hechos excepcionales que no se producían más que en España: los estatutos de limpieza. Los villanos se desquitaban del orgullo y los privilegios de los hidalgos recordándoles que eran tan limpios de sangre como ellos, y a veces más que ellos. Se establecía así una cierta igualdad social que no se reflejaba en la fiscalidad, ni en el protocolo, ni en la jerarquía social, pero sí repercutía en las relaciones sociales entre desiguales. El teatro nos ha dejado numerosos ejemplos de ello. Dentro de aquella sociedad había grados, estados; nadie impugnaba la existencia de una clase nobiliaria. Ninguno ponía en duda que los clérigos debían tener un estatuto privilegiado. Nunca se pidió la desaparición del régimen señorial. La desigualdad contributiva y la descentralización del control de los impuestos en manos de elites locales, agravaba el riesgo de explosiones de descontento desde abajo, aunque aseguraba la lealtad de la aristocracia y la nobleza a la monarquía. Uno de los rasgos definitorios en la organización político-social era la diversidad de jurisdicciones dentro de un marco social diversificado y dividido por el acceso o no al privilegio. La aceptación por el conjunto social de quienes formaban parte de los privilegiados es una seña de identidad de esta sociedad. Pero esta situación 326

no significa una sociedad incomunicada, en permanente conflicto o carente de un sistema de relaciones sociales. Todo lo contrario. El ambiente de aspiración social genera un clientelismo y un patronazgo que son la base de las relaciones sociales propias de un sistema cuya organización tiene a la familia como factor clave en cuanto es crisol y cristalización de las prácticas del sistema social. La riqueza y la aspiración al privilegio rompen también la rigidez y la horizontalidad de los estamentos con la verticalidad y jerarquización propia del clientelismo, y se produce una unión, mezcla y simbiosis de ambas situaciones. Y es en este nuevo escenario que se crea, donde se potencian los intersticios para subir de un escalón a otro en la escala de la organización social. Una movilidad que es individual, tanto en el ascenso como en la posible caída, pero que también significa el ascenso o la caida de la familia. Por ello los conflictos que dirimían la posición y la jerarquía social eran claves. De aquí que la fama, el honor y la honra fueran fundamentales. Quien se consideraba preterido no podía transigir sin incurrir en la reprobación de sus compañeros, de aquí la aspereza de las cuestiones que se planteaban sobre el uso de los símbolos externos que definían la posición de individuos y grupos en una escala social complicada y que cada uno defendía. Los símbolos eran muy variados: se referían a los tratamientos y a las cortesías, a los puestos, asientos y precedencias, saludos, numero de criados, porte de armas nobles (la espada era propia de ser llevada por hidalgos), vestiduras de lujo, coches, lugar de enterramiento, capillas, levantamiento de esculturas o túmulos funerarios, etc. Se explican las numerosas pragmáticas y leyes suntuarias para mantener la jerarquía social. Y también se explica que fracasaran; es decir, el dinero y la ostentación intentan subvertir el orden social a través de la apariencia. En la compra de cargos hay una contradicción: el monarca es fuente de ennoblecimiento, pero se rompe el principio de sangre como transmisor de status y de los valores nobiliarios. No sólo se valoran las virtudes nobiliarias individuales y méritos personales de ascendencia familiar, era necesario contar con un capital que permitiese, en la práctica-aunque se ocultaba en forma de donación y el Rey nunca vendía sino que efectuaba una merced en honor a la virtud del solicitante-, un ingreso a las exhaustas, normalmente, arcas reales. En todo caso era una contradicción con los principios en los que se basa el sistema social. El resultado era que la monarquía con su política de enajenaciones y ventas propiciaba la integración de amplios sectores burgueses en la nobleza y en los grupos feudales. Las leyes de 1775 y 1785 favorecieron la idea del mérito basado en la virtud y en los servicios al monarca. Poco a poco se van identificando, separando e individualizando los conceptos de nobleza y riqueza. II.a.1) El dinero La riqueza podía llevar a la hidalguía, al igual que el saber y el mérito; pero con eso no bastaba y, desde luego, era imposible si solo se poseía uno de estos atributos. Por lo que se hacia muy conveniente la conjunción de todos ellos, 327

y muy necesaria la consideración social aunque determinadas actividades no gozaban de ella. El dinero y, en concreto, el acceso a los recursos económicos alterará y condicionará una estructura rígida y fija desde el nacimiento de las personas, pero que alcanzará notables cotas de movilidad social pese a la contradicción que significaba. Los vínculos sociales y los lazos personales se verán alterados y conformados a partir de la influencia que tiene el dinero en la organización social. Este dinamismo es una de las claves explicativas de la complejidad que presenta aquella y de sus contradicciones. El triángulo: dinero-nobleza-limpieza de sangre es un reflejo evidente. Existe cada vez más una estrecha vinculación entre dinero y prestigio social, que altera las relaciones sociales. La conclusión sería que se ha producido un cambio, y mientras en la organización propiamente medieval todo noble es rico, el cambio en la sociedad de los siglos XVI, XVII es que todo rico es noble Introducir la riqueza como factor de definición es fundamental. La riqueza ofrece fuerza social a sus dueños, naturalmente a partir de unas condiciones de partida como origen, antepasados e hidalguía, pero lo cierto es que la estratificación económica comienza a tener fuerza y consideración sobre otros criterios de prestigio y poder. Así, posición social, riqueza y poder se relacionan y se determinan recíprocamente. López Pinciano sostiene que la nobleza es antigua riqueza, ésta da siempre nobleza y la virtud, algunas veces. Arce de Otalora sostiene, en el siglo XVII, que el hidalgo se caracteriza por la descendencia de padres ricos y de limpia sangre. Lope se atreve a decir mediante un mercader, que no tiene más honra el hombre que la hacienda que tiene, mientras que Sepúlveda, a través de la pícara Justina, afirma que en el mundo solo hay dos linajes: tener o no tener. Esta alteración de valores la expresa Pérez de Guzmán al afirmar: “oy no tiene enemigos el que es malo sino el que es muy rico” (Maravall, II, 55). Los grupos y las instituciones privilegiadas, como receptores de la masa de excedente, eran los únicos con capacidad de inversión pero es evidente que no estaban dispuestos a hacer nada que pusiese en peligro la integridad del sistema del que ellos eran sus principales beneficiarios. Por tanto, los procesos de movilidad social son complicados y presentan numerosos matices, entre otros la aspiración a entrar dentro del privilegio, pero con la contradicción de ser necesario el dinero para escalar, promocionar y buscar el ascenso social y, por tanto, la movilidad. Y, sin embargo, una vez en el interior del grupo social nobiliario, se aceptan sus valores sociales, su modo de vida y la cultura nobiliaria, con lo que el necesario proceso de enriquecimiento se orientaba a mantener, e incluso mejorar, pero no con el sentido de acumulación de capital para invertir y obtener beneficio económico, el status y la consideración social. Esto no significa que se renunciase al beneficio económico, necesario y fundamental para el mantenimiento del status, pero los niveles de riqueza se acababan configurando como factores de diferenciación social con lo que se producía una contradicción respecto a los principios ideológicos del orden social y de las funciones que cada estamento poseía. 328

Pero no se puede establecer una separación tajante entre privilegio y renta, porque como afirma Marcos Martín, la obtención de la segunda dependía del primero. Además ambas interactuaban, ya que los privilegios (fiscal, jurídicopenal, político) significaban un elemento de diferenciación social en comunidades en las que se plasmaba y visualizaba de manera práctica y concreta, y a los ojos de todos, dichas situaciones y diferencias. Por otra parte, a privilegio y renta hay que añadir influencia. Ser noble y tener ilustres antepasados está muy bien, observa el medico Huarte de San Juan, pero con ello no basta; también se necesita fortuna. El hidalgo aspiraba a ser caballero y el caballero a un título de marqués, conde o duque. La fortuna era determinante para pasar de un escalón a otro. Sin embargo, se producen en la sociedad hispánica situaciones contradictorias y ambiguas. Así, la pragmática de 1682 o la Real cédula de 18 marzo de 1783 dignificando el trabajo manual, significaba que seguían existiendo muchos prejuicios. Además, a la nobleza le repugnaban las actividades relacionadas directamente con la economía, a la vez que se alentaba la tendencia de la burguesía al ennoblecimiento. II.a.2) Individuo-Comunidad Este doble juego de individuo-grupo familiar es fundamental para entender la dinámica y el dinamismo social de una comunidad que se enfrenta a numerosas contradicciones y procesos de cambio a lo largo de su recorrido histórico. Así, pues, la relación individuo-comunidad se vincula directamente a la aceptación de la jerarquía social, ya que el recorrido que el individuo efectúa en el seno de diferentes espacios y medios de relación social: familia, parroquia, gremio, cofradía, concejo, nos reflejan una sociedad de cuerpos basada en el criterio medieval de funciones tripartitas: orar, guerrear y trabajar. Podemos decir que la Europa anterior a 1789 era una sociedad de cuerpos donde los individuos se integraban en corporaciones que regulaban la vida política y social. De esta vida colectiva surgirá la vida individual, una vez que se produzca el reconocimiento jurídico y la aceptación social del conjunto de la comunidad a través de normas políticas de convivencia. Ahora bien, la familia existe no sólo por razones biológicas o de la necesaria regulación jurídica ligada al matrimonio, sino por la reproducción y perpetuación unidos a la transmisión de bienes y valores culturales y simbólicos, lo que significa que toma cuerpo a partir de personas concretas y dentro de un grupo concreto quedando ligada al conjunto de la sociedad. Es aquí cuando tiene sentido la integración individuo-comunidad; es decir, a partir del nexo de unión fundamental y básico que supone y significa la familia. Se nos presentan, pues, tres espacios sociales: el individuo, la familia y la comunidad. El problema no es el estudio particularizado de cada uno de ellos, sino, precisamente, el necesario y obligado análisis conjunto; sobre todo, porque el individuo no desaparece, todo lo contrario, adquiere su plena realización y se 329

convierte en protagonista y actor social pero dentro de las instituciones que le otorgan y le dan personalidad, fuerza y posibilidades de actuación y realización. Tampoco es una integración mecánica, sino individual a la vez que corporativa y de pertenencia a uno u otro estamento o grupo social. Esta doble dirección, que en definitiva supone una continua y permanente interacción entre lo individual y lo colectivo, entre el ser humano y sus distintos espacios de sociabilidad: bien sea la familia, la parroquia, el gremio, la cofradía, el concejo, constituye la verdadera esencia del proceso histórico que caracteriza a la sociedad española a lo largo de esta etapa histórica. De todas formas, uno de los problemas fundamentales en la historia social actual es el enfoque sobre el individuo y su integración en los distintos espacios de sociabilidad. Sin embargo, resulta evidente que partimos de un concepto plenamente contemporáneo y carente de significación cultural y social en los reinos hispánicos durante el Antiguo Régimen. El individuo nunca se proyecta por sí solo, aunque su integración sea a título individual, pero se produce y es debida en tanto que perteneciente a una familia, un linaje, un gremio, o una corporación. Nuestro análisis no podemos plantearlo en términos de individualidad, sino en términos de relaciones de unos individuos con otros a partir de un sistema social conformado y organizado de una determinada manera, y en el que la familia a la que pertenece cada individuo supone algo más que el soporte biológico y social pues significa, en realidad, la plataforma desde la que el individuo se puede proyectar. El status se adscribe en función de la pertenencia a una determinada familia a la vez que implica una determinada consideración social; cuando el status se adquiere es el individuo el protagonista, lo que supone un esfuerzo propio pero en función de un contexto y unas condiciones y posibilidades que le suelen venir dadas por razones de origen familiar, herencia o también, es posible, adquisición propia. Se explica, por tanto, que la clave se encuentre en los recorridos que las personas realizan en el interior de sus diferentes medios: la familia, el trabajo, la vida social, que definen sus relaciones dentro de la jerarquía de la sociedad con un horizonte determinado y concreto. En este contexto partimos, en primer lugar, de las consideraciones de Maravall, quien percibe una evidente tensión entre el individualismo que despierta muy lenta y difícilmente a lo largo de los siglos, y la jerarquía estamental, compuesta de elementos y factores religiosos, antepasados, reputación y consideración social de origen familiar. La traslación política es que el Estado moderno no se encuentra integrado por individuos, sino por familias, oficios, órdenes. Las reglamentaciones de oficios y corporaciones, las pruebas de sangre o de hidalguía, el estatuto de la nobleza, nos colocan ante una sociedad bajo el régimen del honor y del linaje; pero es necesario tener en cuenta, también, otra cara de la moneda. Así, Huarte de San Juan postula la adecuada correlación entre calidad individual y papel social. Miguel Sabuco pide que se reserve la ciencia a los individuos que poseen aptitudes y capacidades para ello. Pedro de Valencia, indica que la persona puede rendir de acuerdo a la preparación que ha adquirido. Estos ejemplos, ponen de relieve el 330

sentido individual, y si bien es cierto que no alteran el sistema sí que significan en palabras del propio Maravall: “el ligero aliento de una concepción nueva”. Otro significativo ejemplo de contradicción lo representaba el mayorazgo que suponía el predominio de los intereses del linaje sobre los de los individuos singulares, a pesar del individualismo renacentista. La regularización de los apellidos en la forma que se ha plasmado en el mundo hispánico, no tiene semejanza en ninguna otra cultura. El Consejo de la Suprema llamaba la atención en 1574 sobre los cambios de los apellidos de los condenados para que no sean conocidos como tales y no se les pueda averiguar sus genealogías. II.b) Denominaciones y definiciones como reflejo de las realidades sociales El problema que abordamos a continuación es uno de los, aparentemente, inocuos y, sin embargo, de los más complejos. No se trata, ni pretendemos, derivar en un problema nominalista, pero resulta evidente que otorgar una denominación a los agrupamientos y formas de relación social que se dan en el conjunto de una comunidad no es cuestión aséptica, precisamente. Primero, porque las formas familiares adquieren sentido y significado mediante las denominaciones que las mismas adquieren; segundo, porque dichas denominaciones o definiciones ponen de manifiesto la realidad que contienen y encierran, a la vez que caracterizan y explican la organización social en cada momento histórico. Pero la situación es más compleja ya que nos enfrentamos a un grave problema teórico: la confusión entre los conceptos y categorías analíticas elaboradas y construidas a partir de las prácticas y las experiencias actuales, pero que se proyectan –y aquí reside el problema– hacia el pasado con el objetivo de recuperar la representación, el significado y el simbolismo de realidades históricas que han perdido sus funciones y su sentido, y otorgándole a las definiciones del pasado significados actuales que no les corresponden. Es necesario descodificar el sentido de los términos y las palabras que se emplean, pero siempre dentro de su contexto. Así, por ejemplo, la palabra criado encierra una cierta ambigüedad, ya que también se aplica al niño que se cría. Se desarrollaban lazos íntimos con el amo. El criado podía ser un hijo ilegítimo del amo. Términos genéricos como arrendador o cultivador u otros, no hacen justicia a la diversidad de relaciones ni a la pluriactividad tan frecuente en las economías domésticas. El principal problema es que en este recorrido no se produce ninguna adecuación o corrección y el concepto o/y categoría –es el caso de las redes, por ejemplo–, entra en contacto, sin preparación ni adaptación previa, con los términos y palabras de la época tomadas directamente de la documentación. Ahora bien, estas palabras poseen y explican una determinada realidad, propia del momento histórico en que se generaron y construyeron, pero sin relación con la categoría o concepto creado en el momento presente. Este normal desencuentro tiene desastrosas consecuencias: la primera, establecer y sacar conclusiones erróneas ya que el camino a seguir es, precisamente, a la inversa; es decir, desde los términos y palabras de época deducir y descomponer su significado y simbo331

lismo mediante el conocimiento concreto de las prácticas. Se construye entonces, a partir de las nuevas preguntas y métodos de interrogación, las realidades históricas a las que hacíamos referencia. La explicación que pretenda e intente recuperar una realidad del pasado sin tener en cuenta este proceso de adaptación, se desvirtuará por completo. Un proceso que para captar las realidades del pasado debe partir de las prácticas y terminología de época, planteando nuevas preguntas desde las categorías actuales una vez que están adecuadas a la época y período histórico concreto. Dicho de otra manera y de forma muy gráfica y en palabras de Gerard Delille: no se trata de ser el antropólogo ni el sociólogo de los siglos XVI, XVII o XVIII, sino de interrogar a estos siglos en su propio contexto y significado con nuevas preguntas aportadas por la teoría antropológica o sociológica contemporánea y actual (nota con libro de G. D). En este contexto, y directamente relacionado con lo que acabamos de apuntar, hay que señalar el anacronismo del lenguaje utilizado en siglos posteriores para referirse a situaciones y hechos del pasado, así como la proyección del presente sobre fuentes creadas en otras épocas y contextos y, por tanto, con significados diferentes. Tengamos en cuenta que las palabras y los términos de época encierran unos valores y unas normas, dentro de una determinada jerarquía social, que se ha visto apoyada por el marco jurídico-político de la época en cuestión, pero que no puede recoger ni reflejar los movimientos sociales que se producen y que va dejando sin sentido ni significado dichas palabras. Se crea entonces un problema que se manifiesta en las significaciones políticas, en los análisis de actividades profesionales y en las denominaciones de las mismas y, por supuesto, en los análisis culturales. La síntesis entre la actividad que desarrolla una persona y el estatuto social que alcanza en el contexto social, delimita el papel y la consideración social de los distintos protagonistas históricos (personas y grupos) en virtud de criterios comprensibles para los investigadores, que pueden no corresponder a la experiencia de dichos actores sociales, lo que nos traslada a un anacronismo y a un significado distinto al del lenguaje. Tengamos en cuenta que en Historia se actúa desde el plano de las fuentes; es decir, nuestra mirada al pasado se sitúa según nos coloquemos en unas u otras fuentes. Así, mientras el sociólogo o el antropólogo se colocan en el plano de la realidad presente, el historiador lo hace desde el puzle incompleto de unas determinadas fuentes del pasado. Pongamos algunos ejemplos. Alfonso X el Sabio en Las Partidas (VII, tit. XXXIII, ley VI) dice: “Familia se entiende el señor della e su mujer, y todos los que biben so el, sobre quien ha mandamiento, assi como los fijos e los sirvientes e los otros criados”. En 1611, Covarrubias, en El tesoro de la Lengua castellana, definía familias de la siguiente manera: “en común significación vale la gente que un señor sustenta dentro de su casa, de donde tomó el nombre de padre de familias…pero ya no solo debaxo deste nombre se comprenden los hijos, pero también los padres y abuelos, y los demás ascendientes del linaje…ni más ni menos a los vivos, que 332

son de la mesma casa y descendencia, que por otro nombre dezimos parentela, y debaxo desta palabra familia se entiende el señor y su muger y los demás que tienen de su mando, como hijos, criados, esclavos y hazen familia tres personas governadas por el señor”. La condesa de Aranda (1644), en Ideas de nobles y sus desempeños en aforimos, dice: “Es cada familia una república: y así para el político gobierno de los mayores se ensayan en la económica de sus casas los padres de familia”. En el Diccionario de Autoridades (mitad XVIII), se define familia: “la gente que vive en una casa debaxo del mando del señor de ella”, y a continuación incluye la definición dada en las Partidas por Alfonso X; en otras dos acepciones indica: familia “se toma mui comúnmente por el numero de los criados de alguno, aunque no vivan dentro de su casa”; familia significa: “también la ascendencia, descendencia y parentela de alguna persona; y así se dice, la familia de los Pacheco, de los Mendoza”. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su edición de 1970 define familia, en su primera acepción, como: “grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas bajo la autoridad de una de ellas”; dos acepciones más recogen en su definición perspectivas históricas. Leamos: “número de criados de uno aunque no vivan dentro de su casa”, y “conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje”. Un ejemplo concreto lo podemos plantear a partir de las categorías sociales; debemos de indicar que éstas no deberían ser separables de las prácticas que les dan sentido. No se puede hacer una definición a posteriori que los contemporáneos no habrían reconocido como tales. Se trata de elaborar análisis de identidades sociales que no “aprisionen” a los actores sociales en categorías rígidas. Los grupos socio-profesionales se han entendido como instrumentos de identificación de los individuos, por lo que se plantea la diferencia entre socio-profesional y grupo social. Esto nos lleva a la relación entre profesión o actividad y status social; lo cuál hace que dicha realidad quede señalada sólo a partir de la indicación de la actividad. Esta es muy limitada y por sí sola no es capaz de recoger la complejidad del estatus social. Sería aplicar criterios de clasificación social propia de los siglos XX y XXI a realidades que se dejan englobar muy poco por estas clasificaciones. La taxonomía es una forma de representación, pero la actividad que se indica desliza al individuo hacia el grupo. Lo cuál ha dado lugar a una situación esclerotizada, estática y rígida al confundir actividad con grupo; es necesario, por tanto, que se produzca una vuelta a las fuentes, al lenguaje de los documentos y, sobre todo, a completar una realidad limitada a la que se le habían otorgado amplísimos poderes explicativos. Es decir, los actores sociales son protagonistas de lo individual mediante su trayectoria de vida y genealogía social, pero sin romper el grupo. La explicación individual servirá para matizar éste. No se intenta negar la pertenencia de los individuos a las categorías profesionales, sino examinar cómo las relaciones sociales crean solidaridades, alianzas y grupos estables. Pero se pueden producir rupturas entre la teoría de los discursos y los comportamientos Como consecuencia de todo lo expuesto, no 333

se puede hablar de un conjunto único de fenómenos determinando las formas de organización social y su transformación, sino más bien de una pluralidad de fenómenos distintos y de naturaleza diferente que coexisten en el mismo espacio social, y que evolucionan según sus propias lógicas y no según un proceso general preestablecido y predeterminado. A un interés por la trayectoria y la función ha sucedido un interés por el contexto y el significado. Es decir, la confianza en el hecho social ha dado paso a la cultura y al discurso como formas más ricas y complementarias de explicación, pero no deben de anular lo social. Sólo si se establecen unas mejores posibilidades de análisis del hecho social, el discurso y la cultura se comprenderían mejor y se integrarían en la explicación del hecho social. El historiador social ha aprendido a descodificar prácticas simbólicas y representaciones del mundo social que son constituyentes de dicha realidad social. Aquí entra la representación que modela las prácticas. El importante libro Beyond the cultural turn. New directions in the study of society and culture, (Bonnell V. y Hunt (eds.) (1999) indica que es necesario que los historiadores sociales vuelvan al análisis de las estructuras, de los procesos económicos así como de la cuantificación. III. GRUPOS SOCIALES III.a) El papel de las relaciones sociales en la consideración, configuración y división de grupo social Para explicar una forma de organización social es necesario describir los procesos que la han originado. La formación de cualquier grupo social exige la percepción y la posterior toma de conciencia de un determinado número de personas; que se encuentran, normalmente, homologadas y dentro de unas características comprobadas y experimentadas a partir de unas actividades y experiencias comunes que son semejantes y que tienen sus propios límites: como, por ejemplo, el tipo de actividad, la fiscalidad, la consideración social del resto de los vecinos y habitantes de la comunidad, así como el tipo de lazos y vínculos que se establecen entre ellos. Todo ello permite definir e identificar a quienes viven y se encuentran en un espacio social semejante que se plasma en un lenguaje específico a la vez que da lugar a una confianza y conciencia colectiva. Pero no olvidemos que el individuo no es el único protagonista; el grupo al que pertenece y, por tanto, la familia y sus relaciones de parentesco real y ficticio son, igualmente, actores y promotores de una realidad compleja, formada por diversos factores, que exigen una continua interrelación para comprender la estratificación social. La imagen de una sociedad rígidamente jerarquizada, de una escasa movilidad geográfica y con un peso notable de lo heredado no parece corresponderse con la realidad que van dibujando las investigaciones sobre diferentes grupos sociales, o los estudios sobre familia y genealogía social. Una de las consecuencias más evidentes es la complejidad de la sociedad y la dificultad de encerrar en esquemas clásicos y preconcebidos una organiza334

ción social que, como la hispánica en los siglos XVI-XIX, presenta muchos más factores y matices de ordenación y regulación de los que hasta ahora se habían tenido en cuenta. La ruptura de los bloques homogéneos que formaban la nobleza, el artesanado, el campesinado y otros, en diversos grupos dentro de cada una de estas categorías en función de factores como el origen familiar, la fortuna, la posición social y la consideración de los vecinos, las redes de relación y, por supuesto, el status que se detente, es el objetivo fundamental. No es posible entender a la sociedad del Antiguo Régimen organizada, por ejemplo, por sectores productivos, como si se tratase de una organización social de la segunda mitad del siglo XIX; bien es cierto que, en distintas ocasiones, para agrupar y presentar la diversidad de denominaciones se opta por dicha manera de exposición. Pero no se debe de confundir exposición de los datos con organización social. Hay que tener en cuenta, además, lo que podemos denominar como cultura del trabajo. La denominación en los censos de población de la actividad que se ejerce no solo responde a dicha realidad sino también a una forma de vida y a la consideración que los demás vecinos tienen de cada cabeza de familia; ello explica que algunos vecinos aparezcan registrados con dos y tres actividades o con detalles que ponen de manifiesto lo alejado que se encuentra el concepto trabajo de cualquier regulación fija o/y rígida. La variación en la actividad a desarrollar, dependiendo de diversos factores, así como el carácter temporal de las actividades es otro elemento que matiza la rigidez indicada. Sin embargo, esto no significa que se deban invalidar, todo lo contrario. Permiten una imagen, eso sí, aproximada y también estática, de una determinada comunidad, a la vez que nos ofrece un elemento entre otros varios, a la hora de comprender la organización social. Toda esta situación cristaliza y se construye a partir de las relaciones, más o menos estables o/y continuadas, que los individuos llevan a cabo entre sí. Las relaciones sociales son, pues, el objetivo concreto de estudio. Por ello nuestra atención y enfoque se dirige hacia los individuos y sus relaciones sociales mucho antes que a las estructuras socio-profesionales, a partir de la actividad que aparece registrada en un determinado y concreto censo y en una fecha precisa y estática. No se trata de negar la pertenencia de los individuos a las categorías profesionales, pero en cualquier taxonomía o clasificación que, además, nunca es neutra y depende de quién y para qué se realice, prepare y organice, poco importa si los que pertenecen a la misma categoría socio-profesional no comparten los mismos intereses y los mismos ideales. El problema de la división socio-profesional es que la denominación de una actividad: abogado, comerciante, artesano, jornalero, labrador, deduce y da por supuesto, desde la perspectiva actual, que se comparten los mismos intereses, ideales y problemas entre todos aquellos que coinciden en la actividad que desarrollan; cuando la realidad podía ser muy distinta para los protagonistas de cualquier periodo histórico. La clasificación ignora si aquellos que reciben en el documento en cuestión: censo, padrón o cualquier otro, la misma denominación comparten intereses o tienen los mismos ideales, incluso si tienen consideración social distinta, aún dentro del mismo estamento, y un nivel de recursos econó335

micos y de bienes diferente, semejante o parecido. Ello supone que si nuestra visión es mecánica y rígida, las contradicciones y la disparidad de comportamientos de la realidad social no se recogerán en la clasificación correspondiente, ni tiene por qué recogerse ya que la clasificación está organizada según unos criterios que no responden a los de grupo social. Significa que dicha rigidez no permite observar la diversidad dentro del grupo social, por ejemplo, justamente donde se encuentran los espacios de movilidad social. Por tanto, no debemos negar la pertenencia de los individuos a las categorías profesionales, sino penetrar en el interior de las mismas para matizar e, incluso, desdoblar determinadas categorías profesionales y, en una última fase, analizar comportamientos individuales que confirmen la aceptación de valores y de hábitos y prácticas que respondan a los propios de la categoría de que se trate. Llegamos así al individuo como ser racional y social que persigue un cierto número de fines, cuyos límites y posibilidades dependen de sus relaciones con otras personas e instituciones. Es decir, se trata del recorrido que llevan a cabo los individuos en el seno de diferentes medios sociales: la familia, el trabajo o la vida social. En ellos se encuentran la mayor parte de los mecanismos descritos: clientelismo, lazos, vínculos, que conforman el proceso social, verdadero motor explicativo del sistema. De esta manera se produce un deslizamiento del individuo al grupo, dentro de los cauces legalmente establecidos y que no incluyen ni el término ni la realidad: “grupo”. Concepto y categoría que estamos utilizando como marco flexible que permite integrar la diversidad de situaciones y la heterogeneidad de comportamientos. Vida individual y vida colectiva, desde el punto de vista de la actividad y la organización social. Se demuestra que las categorías de análisis construidas solamente desde la actividad que la persona desarrolla son totalmente insuficientes y precisan introducir otros conceptos y realidades. Cuando analizamos la familia en términos de grupo social, debemos de ponerla en relación con el ciclo de vida, pero también con la movilidad social. La forma de estudiar ambas realidades presenta una doble vertiente, hasta ahora no contemplada por la historiografía, al menos de manera conjunta; en primer lugar, generacionalmente, por lo que es necesario incorporar el ciclo de vida dado el trascendental significado que tiene en el ámbito familiar y patrimonial. Lo que obliga a salir del individuo para situar nuestro análisis en todos aquellos espacios sociales: origen familiar, actividad, fortuna, redes de relación, en los que el individuo está inserto. En segundo lugar, desde la perspectiva de la cultura familiar, considerando los lazos que existen entre los individuos y las normas sociales a los que éstos se sujetan. Lo cuál nos traslada inmediatamente al problema de las relaciones sociales. Éstas crean solidaridades y alianzas que dan lugar a intereses y objetivos comunes; en definitiva, a la noción de grupos sociales que, naturalmente, encierran diversidad de comportamientos, pero a la vez se encuentran en el interior de un espacio social común. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los grupos sociales, tal y como los entendemos y expresamos, carecen de definición o reconocimiento jurídico expreso. 336

Pero la clave y lo más importante se encuentra en captar y aprehender la realidad que reside en las relaciones sociales; arbitrariamente separadas en numerosas ocasiones, desde una perspectiva metodológica, por los denominados límites de la competencia entre disciplinas afines y sus respectivos métodos de trabajo cuya oposición entre lo cuantitativo-cualitativo, teoría y práctica, estructuras e individuos, tiene mucho de artificial y obedece también a una jerarquía de las tareas. La aprehensión y captación de la realidad social se organiza a partir de múltiples, distintos y jerarquizados hechos e indicios que se establecen entre los individuos y que, en la práctica, son objetos con posibilidad de tratamiento estadístico. Esta realidad se convierte en un campo de rivalidades en el que se dirimen las posibilidades de cada individuo y grupo al que pertenece; por ejemplo, ante la obtención de una merced, un beneficio, una regiduría o un hábito de orden militar, nos encontramos ante un espacio en el que se enfrentan distintas estrategias dirigidas a la conservación o al crecimiento. A partir del resultado y de la solución de estas rivalidades, se producen redistribuciones de las fuerzas políticas y sociales en juego que dan lugar a modificaciones o mantenimiento del orden establecido y de la clasificación u/y organización social Cuando nuestra mirada se aproxima a la sociedad hispánica y abrimos la puerta del pasado a través de las relaciones entre los individuos y su articulación en grupos sociales, estamos contribuyendo al conocimiento y a la explicación del sistema social. Pero hay que tener en cuenta que grupo social es un concepto que se inserta y se inscribe plenamente en el conjunto de la organización social, en tanto que surge de los mismos individuos y protagonistas que están insertos en una organización estamental regida por principios de jerarquía y privilegios fiscales, ocupación de puestos de poder político y, sobre todo, del fundamental protocolo, tan importante en una sociedad que se comunica casi exclusivamente de manera oral, y transmite valores y simbolismo a través de la visualización de la jerarquía social en todo tipo de actos religiosos y profanos. Si la formación de cualquier grupo social exige la existencia de alguna forma de conciencia colectiva, intereses comunes y confianza entre sus miembros, se presentan diversos problemas: el de la insuficiencia de análisis basados en definiciones previas no teniendo en cuenta ni las conductas ni las relaciones sociales; la delimitación del grupo social no puede ser un punto final que venga referido por la indicación de la actividad en un censo, por la división en sectores productivos, por el volumen de recursos económicos, por el status o/y privilegios alcanzados, por la identidad religiosa, o por la consideración social de los restantes vecinos, sino que estamos ante una suma de factores. El problema es complejo y comenzaría por el de la propia definición y significado de grupo social. No se trata ni de categorías socioprofesionales preconcebidas o surgidas del planteamiento administrativo de los responsables del censo, la recaudación de impuestos o las estadísticas, ni entes definidos previamente, sino más bien procesos históricos resultado de la interacción de los individuos entre sí. No olvidemos que hacemos tipologías a posteriori y basándonos en palabras que como: jornalero, labrador, hortelano, comerciante, artesano, burgués, clérigo, 337

hidalgo, noble, tienen un significado que no era el mismo para el individuo del siglo XVII que para el del XIX o en la actualidad, y que aparecen registrados, normalmente, en fuentes de carácter fiscal. Tengamos en cuenta que los análisis de la sociedad en términos de grupos sociales tienden a la separación. Pero frente a la idea de separación de cuerpos independientes con normas jurídicas y privilegios, se proyecta la vinculación y las relaciones sociales entre los individuos, en un análisis, aparentemente contradictorio, pero necesariamente complementario. El concepto grupo social se inscribe, plenamente, en la organización social en tanto que surge de los mismos individuos y protagonistas que están insertos en una organización estamental regida por principios de jerarquía y privilegios fiscales. Lo cuál nos lleva a subrayar la heterogeneidad y diversidad dentro de cada grupo. La rigidez del concepto estamental se cuartea, y en las periferias de cada estamento social surge la posibilidad de un ascenso o un descenso a la categoría o consideración alcanzada y reconocida por los demás. Nos encontraríamos en los puntos de unión a la vez que de ruptura del sistema, es decir en los ejes por donde fluye la corriente de la movilidad social y, en consecuencia, en el espacio social donde mejor se pueden explicar los procesos de cambio. Ha causado un enorme daño el sentido teleológico y la obligada condena a convertirse en clase por parte de cualquier agrupación de individuos que, hasta finales del siglo XVIII, pertenecían a un determinado estamento pero en el XIX ya eran, inevitablemente, clase social. Lo cuál no quiere decir que no se haya profundizado, notablemente, en la caracterización y el conocimiento de distintos grupos sociales: nobleza, elites de poder, miembros del clero, burguesía, artesanos, sectores comerciales, campesinos en general y grupos marginados. Pero el contraste es, hasta ahora, demasiado evidente. A la intensidad y dedicación de los análisis sobre cada uno de los denominados grupos sociales, les corresponde una gran debilidad respecto al conocimiento mútuo y al contacto entre los diferentes grupos y, sobre todo, miradas desde la jerarquía social para establecer las relaciones de dominio y dependencia entre quienes se dedican a actividades distintas, pero tienen evidentes niveles de relación personal y social que van más allá de la propia actividad económica. Ésta, en numerosas ocasiones, se integra en planos de relación personal, familiar y social. Es este conjunto de intercambios, a modo de nebulosa, los que caracterizan a una sociedad articulada a través de estas relaciones. El resultado es un agrupamiento y una definición de grupo social en el que hay que integrar todos estos factores para, entonces, ir definiendo su evolución temporal y sus cambios y permanencias. Es una sociedad que vive marcada por las lealtades personales y las devociones particularizadas. Se convivía y compartía con el vecino, los parientes y los amigos tanto la vida cotidiana como los actos básicos del trabajo y la religiosidad que tenían lugar en instituciones como la cofradía o la parroquia. A las personas se les exige una serie de características para formar parte de un determinado grupo social, pero éste a su vez se ve fortalecido y crecido por las características particulares de quienes forman parte de él; así 338

se explica, por ejemplo, que las palabras mayores, medianos y menores entren a formar parte de la clasificación de grupos sociales y que el nivel de riqueza determine estos estratos. López Pinciano afirma que cuatro son las artes nobles: letras, armas, agricultura y mercancía en grueso. Muchos comerciantes en grueso obtuvieron ennoblecimiento, sobre todo, en la primera mitad del reinado de Felipe IV. En este contexto, surge también el concepto de labradores acomodados; es decir, se trata del villano rico que constituye una ampliación de la base en la que se apoyaba el complejo monarco-señorial del barroco. “Trabajan hasta sudar por adquirir hacienda para sustentar honra”, dice Luis Mexia; pero la hacienda del mercader depende de la opinión ajena, de la fama virtuosa. Y es la reputación y la buena fama la que da ventaja a unos hombres sobre otros; es decir, la clave de la jerarquía social se encuentra aquí. Las excepciones de nobles e hidalgos ocupados en actividades comerciales eran más de las que se pensaba, afirma Maravall (p. 31). Hay una separación entre quienes trabajan artesanalmente y quienes tienen auxiliares y mercaderes al detalle, y los grandes mercaderes de comercio internacional. Este grupo de artesanos, mercaderes e industriales se sitúa entre nobles y campesinos. Se abre una brecha entre grandes mercaderes, cambistas y los detallistas y artesanos. La fragmentación del sistema tradicional de estamentos, trajo mayor proximidad entre los distintos estamentos a la vez que propiciaba una mayor movilidad social (Maravall, 21). La estratificación económica y la estratificación social tienden a superponerse, pero la riqueza termina por ser la que determina los estratos y definiciones de grandes, medianos y pequeños. Esta es la razón por la que los hombres importantes se muestran dadivosos y generosos, organizan fiestas y se preocupan de la memoria de los antepasados ya que así se construye el futuro de las generaciones venideras; de la misma manera que ellos se han encumbrado y escalado en la pirámide social gracias a la buena fama de sus antepasados. “Tuvieron más atención de poner personas prudentes y de habilidad para servir, aunque fuesen medianos, que no personas grandes y de casas principales”, afirma Galíndez de Carvajal (Libro de los estados, XCIII, B.A.E., II, 338). Es el sentido cambiante de la combinación de diversos factores lo que reflejan estas palabras. En definitiva, se ha producido una estimación social de la riqueza que pasa a formar parte, junto con el origen, el poder y la posición social, de los factores que articulan el entramado social. Se ha producido una ruptura del paradigma definitorio pero sin llegar a establecer una propuesta alternativa lo suficientemente clara y coherente como para permitir sustituir las clásicas definiciones. Tal vez no haya que sustituirlas, más bien el problema es de complejidad y, en definitiva, de enriquecimiento en la definición. La imagen que la historiografía nos ha transmitido sobre la sociedad tradicional es la de un conjunto formado por sectores, precisamente, independientes, con escasa o nula relación entre ellos y que, además, como consecuencia del proceso de especialización son investigados y estudiados de manera independiente. 339

III.b) La existencia del grupo social: vinculos sociales y lazos personales La reivindicación del término: grupo social constituye una propuesta de futuro, cuando menos, incierta. Entre otras razones porque carece de cualquier punto de apoyo documental, de referencia jurídica e incluso de denominación de época. ¿Por qué entonces una apuesta por una denominación cuyo concepto no supone ni implica teóricamente, ni en la práctica, una vinculación firme y decidida con la articulación y división de la organización que se propone a través de dicha palabra y término? Pues, precisamente, porque la indefinición, la ambigüedad y el carácter etéreo o liquido de aquello guarda una relación directa con la situación ambigua, indefinida y contradictoria de la propia organización social. Precisamente, dicha situación se agudiza con el paso del tiempo llegando a dar como resultado, en pleno siglo XIX, una sociedad de clases pero con un caparazón y una matriz de una sociedad fundada en otro tipo de vínculos, de los que no logra desprenderse con firmeza y claridad. Pongamos varios ejemplos: por los vínculos de la confianza personal circulaba la mayor parte del crédito en una sociedad de escasa institucionalización de los mercados financieros (Pro, 54), o el interés por mantener la institución del mayorazgo aunque se reconoce lo anacrónico de una institución que impide el libre comercio y la inversión productiva. Ahora bien, la mirada hacia el período de la sociedad tradicional o de Antiguo Régimen, está impregnada y caracterizada por una sociedad de órdenes que se encuentra prisionera, además, de un modelo aristocrático, conservador del linaje, el privilegio y la jerarquía, pero con una gran diversificación en donde el dinero se mezcla con el honor. Juan Pro, cuando se aproxima a la definición de los grupos que dominaban la sociedad liberal española, refleja una variedad que demuestra el desconcierto teórico. Elites, notables, oligarquía, clase dominante, son denominaciones que se mezclan, según el autor, con otras más específicas como: aristocracia, burguesía, caciques, terratenientes. Ante tal diversidad, pluralidad y, cómo no, ambigüedad, sólo cabe obtener una conclusión válida: nos encontramos ante una etapa de transición y cambio social que como el ave fénix va a dar lugar a un nuevo sistema desde el interior de otro que va caducando pero que, por determinadas causas de profunda raíz histórica, evoluciona de una determinada manera. Es por ello que nuestra opción por el término grupo se basa en la posibilidad de que recoja esta imprecisión y ambigüedad por dos razones: los estamentos, ni son compartimentos estancos ni presentan una uniformidad e igualdad absoluta de personas con idéntica renta y formas de vida, costumbres y procedencia. En segundo lugar, el sistema de relaciones sociales a partir del clientelismo y patronazgo, ha demostrado el sentido vertical de dichas relaciones con lo que se rompe el principio horizontal del estamento para permitir y dar lugar a unos procesos de movilidad social que invalidan las definiciones firmes y basadas en los cargos, en los puestos que se desempeñan o bien en exenciones fiscales. No quiere decir, y nos apresuramos a decirlo, que no existan, todo lo contrario: hidalgos, pecheros o señores de vasallos; definiciones que continuarán 340

todo el período histórico del Antiguo Régimen condicionando la vida cotidiana de la población, ya que les coloca en una situación determinada. Sin embargo, cada vez los espacios de la movilidad, la diversidad, la apariencia y el ascenso social por el dinero y la riqueza se apoderan de la organización social, que se ve justificada por los bienes materiales que obtienen y compran con los recursos y capitales que poseen pero de los que carecían por nacimiento u origen. La mezcla de situaciones es cada vez mayor y los ejemplos de denominaciones que acabamos de indicar anteriormente, son una prueba contundente. Estamos de acuerdo con el planteamiento de Juan Pro en cuanto a negar validez a la propuesta de Jürgen Kocka sobre identificar una cultura burguesa como principal rasgo diferenciador de la aristocracia y de la burguesía en el siglo XIX y principios del XX, al menos por lo que se refiere al caso de España. La heterogeneidad, mezcolanza matrimonial, convivencia en espacios de sociabilidad compartidos (véase el análisis dedicado por Gary McDonnogh a las “buenas familias de Barcelona”), da lugar a una amalgama de viejos y nuevos elementos en donde no se aprecia el predominio de ningún elemento sobre los demás (J. Pro, 54). Estas palabras y argumentación de Pro se pueden trasladar a períodos anteriores, pero subrayando el mayor peso de los esquemas y jurisdicciones propias de la sociedad estamental. Sólo los hábitos de consumo material y cultural, su penetración en las vidas cotidianas y en las prácticas de las familias desde la perspectiva de la revolución industriosa (Jean de Vries) y las prácticas matrimoniales, lo que abordaremos en la segunda parte de este trabajo, pueden ir abriendo espacios de clarificación dentro de esta heterogeneidad y diversidad que es, en definitiva, su elemento más característico. Cuando hablamos de un determinado grupo social, nos referimos a un conjunto de personas con los mismos orígenes e intereses comunes pero entre las que puede presentarse cierta heterogeneidad. Si incluimos la definición de grupo del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “pluralidad de seres o cosas que forman un conjunto material o mentalmente considerado”, coincidimos con la argumentación de base histórica. Creo que nos encontramos respecto a la firmeza en las definiciones y denominaciones, en una etapa y fase de análisis que comenzamos a vislumbrar como crisis de las certidumbres. A la segmentarización propia del privilegio y la jerarquía social continúa una etapa de inestabilidad y fuerte movilidad con alteración e, incluso, invención de la memoria genealógica (art. J. Contreras) y ruptura de los antiguos principios e incorporación del dinero y la riqueza como factor de distinción y diferenciación; pero, eso sí, dentro del contexto que marcaba el orden social de la herencia, la jerarquía y el privilegio. Este período coincide con unas necesidades de la Corona por razón de mantener el orden político internacional y la hegemonía de la Monarquía Hispánica, y un endurecimiento religioso y político que tiene su reflejo en Mülhberg, el concilio de Trento y las Alpujarras, aparte de la actuación de la Suprema, como ejes articuladores de una organización social que se dirige hacia bloqueos de cualquier iniciativa igualitaria (nota art. Milhou) o de desviación religiosa y que rinde culto al privilegio y la desigualdad. 341

No se deben de entender dichos bloqueos como si fuese una confrontación entre quienes pertenecen a estamentos distintos, éste ha sido, precisamente, el gran error de la historiografía de los años sesenta y setenta, muy imbuida del ambiente de guerra fría internacional y de la hegemonía reinante por parte del concepto clase; se trata en realidad de circulación social y fluidez, mayor o menor, del cuerpo social en función de las estrategias familiares promovidas y llevadas a cabo por las familias pero protagonizadas, naturalmente, de forma individual. La definición de: grupo, la podemos considerar un proceso que supera la de estamento, ya que rompe la rigidez jurídica y de privilegio y exclusión de éste gracias a un sentido más amplio con incorporación de las vertientes y los aspectos económicos. El término grupo social ha sido utilizado como recurso conceptual y lingüístico que permite eludir definiciones, pero que a la vez establece criterios para definir la composición y organización del campesinado, la burguesía, la nobleza, el clero, los grupos dirigentes o los marginados; es decir, aquellos agrupamientos o reuniones de individuos que poseen los atributos necesarios para formarse como tales, y que les hace tener una consideración determinada por parte de los demás grupos dentro de sus respectivas comunidades. Pero el problema que se plantea es qué grupos existen, quienes forman parte de cada uno de ellos y qué criterios se utilizan para considerar a una determinada persona integrada en uno u otro grupo; es decir, donde se encuentran los factores de separación y, por tanto, de definición. En primer lugar, como ya hemos indicado, el término grupo no está adscrito a una realidad jurídica ni a una determinada procedencia. En segundo lugar, para comprender la significación del término grupo deberíamos de tener en cuenta dos niveles: el relativo a los orígenes y a la división jurídica en la que se encuentra toda persona, y a la que hay que sumar las actividades económicas y políticas que otorgan, a la vez, un determinado status y consideración. Un segundo nivel es el que se configura a partir de las relaciones sociales y las formas de organización social: nos referimos al clientelismo y al patronazgo. Las relaciones sociales se producen no sólo entre quienes pertenecen al mismo origen, status y consideración, sino también, y de manera normal y habitual, entre personas pertenecientes a estamentos distintos. Pese al carácter de dominación que suponen, reflejan otra vertiente fundamental: la ayuda y la protección, así como la fidelidad y la lealtad entre ambas partes. El concepto de economía donativa y la teoría del don (Mauss, Godelier) deben de incorporarse a esta reflexión. Dos problemas fundamentales surgen como nuevos objetivos: la desigualdad social y la diversidad de la estructura social. Objetivos que se insertan en el contexto de una específica conflictividad social que apunta hacia la dialéctica de una formación de clase. Hay que tener en cuenta el papel de la Corona como reguladora del proceso de selección de las clases dominantes del sistema monarco-señorial. Lo cuál convierte a las familias en un instrumento teórico y multidisciplinar que no sólo permite comprender los procesos de transición de 342

los sistemas sociales, sino que ofrece la nueva perspectiva de su relación con el cambio social, con las relaciones de parentesco y con las respuestas económicodemográficas de un determinado sistema social. En definitiva, significa el inicio de la ruptura del rígido concepto de estamento y de la matización respecto a las situaciones de confrontación y rivalidad. Este sistema de relaciones se manifiesta y se expresa mediante dos formas: vínculos sociales y lazos personales. Su trascendencia es clave para entender el significado del término grupo y la realidad del mismo. Pero antes de concretarlo indiquemos que sobre las dos formas a las que nos acabamos de referir, actúa y presiona el dinero y los deseos de promoción social. El resultado es un variado, complejo, heterogéneo y diverso conjunto social en el que comienzan a ser insuficientes, y poco realistas, las denominaciones de estructura profesional, las de origen social de procedencia estamental, ni tampoco las clásicas basadas en la división jurídica y fiscal. Ahora bien, no se trata de la aceptación o no del término, sino si es adecuado y apropiado para expresar y reflejar la complejidad, la ambigüedad y la simultaneidad de situaciones y, por tanto, es la definición menos equívoca y más apropiada. Posiblemente, una de las consecuencias es la necesaria revisita a las fuentes para matizar la rigidez con que se han abordado los estudios sociales a partir de definiciones cerradas y unívocas. Hay que salir de los sólidos y firmes: nobles, clérigos, artesanos, comerciantes, campesinos, para considerar la diversidad de cada uno de estos grupos así como las transformaciones y cambios que se van produciendo en el interior de los mismos y que tienen su reflejo en el consumo, las inversiones, formas de vida, estrategias matrimoniales, acceso a los medios de producción y, en definitiva, hacia el tipo de relación social y las solidaridades que se ponen en práctica. Siguiendo a M. Gribaudi (Espacios, Temporalidades, Estratificaciones, 13), afirmaríamos que la organización social de una comunidad puede ser conceptualizada a través de la imagen de una configuración de individuos que unen sus interacciones a través de una cadena de relaciones o lazos interpersonales. Estas cadenas o lazos son las que forman los sub-grupos que explican la organización de la sociedad. El sistema productivo y la organización del trabajo inciden de manera contradictoria, sobre todo por lo que se refiere a los gremios ya que su sentido vertical (aprendiz, oficial, maestro), unido al condicionante de una producción no ajustada al mercado sino al cumplimiento de las normas que rigen el gremio, impide una comercialización basada en el beneficio y la inversión para aumentar la producción y la calidad. En el campesinado ocurre otro tanto. La diversidad de situaciones no depende de una denominación determinada a partir de un censo de población, sino del acceso o no a los medios de producción, bien sean tierra, animales domésticos, o bienes inmuebles. Dependerá del régimen de propiedad y de las formas de trabajo que se establezcan en cada parcela de tierra; es decir, de las relaciones de producción que se determinen. El resultado es que un jornalero puede poseer animales domésticos o de trabajo que arrienda y alquila, o bien ganado con el que sobrevive. 343

Cualquier trozo de tierra, por pequeño que sea, eleva a su propietario por encima de la masa de los que no poseen nada y lo asciende, al menos aparentemente, al grupo de los campesinos con tierra. Es decir, en la población campesina asistimos a un proceso de diferenciación de la misma en función del acceso indicado a los bienes de producción agrícola, que no solamente es la propiedad de la tierra, sino otros bienes: ganado, animal de tiro y trabajo de la tierra, artefactos agrícolas (carros, etc.); en este contexto, el apoyo entre familiares y la presencia de población juvenil ayudando en tareas agrícolas en casas de familiares es un ejemplo de la movilidad y solidaridad familiar y de trabajo, así como de la que caracteriza un mundo que no se rige por el intercambio y compraventa de servicios sino por el apoyo y ayuda familiar y vecinal. La jerarquía no es rígida en tanto que no existe un sistema contractual de trabajo sino más bien un apoyo familiar y una dependencia de relación social con padres e hijos colaborando juntos en la hacienda del labrador o apoyándose entre ellos (art.alemán). Hay que rechazar las clasificaciones rígidas de las categorías profesionales ante las distintas formas de propiedad y de relaciones de producción, teniendo en cuenta la colaboración de miembros de la unidad familiar y la diversidad de actividades ejercidas. Lo cuál supone una clara diferenciación social en el campesinado, alejándonos, por tanto, de la homogeneización con que, hasta ahora, se había utilizado dicho término en función de la dualidad propietarios/señores-campesinos. Por tanto, sólo la comparación y el contraste con otras categorías como estamento y clase, puede contribuir a una mejor clarificación y comprensión del término. Respecto a la primera no hay duda de su significación y hemos incidido ampliamente en este texto; en cuanto a clase es evidente que no responde al requisito de intereses comunes tal y como los definía Juan Pro para la sociedad liberal española de los siglos XIX y XX. La razón no es otra que las relaciones entre personas de estamentos distintos con fidelidades y lealtades de carácter personal. No creemos que se pueda dibujar tampoco un espacio marcado por la sustitución de una clase en decadencia por otra ascendente, sobre todo si no consideramos el concepto de clase como propio del análisis social que llevamos a cabo, sino más bien de una cooptación de elementos nuevos por una élite ya establecida y que produce un espacio social diverso, nuevo, en parte, y plural en cuanto a su composición pero que se sigue basando en las relaciones patrón-cliente y para los procesos de movilidad pone en marcha mecanismos como riqueza y nexos fundamentados en el parentesco, la amistad y el paisanaje. La mezcla, amalgama y simbiosis entre viejas familias aristocráticas y personajes ascendientes, es todo un paradigma de grupo dominante español de la época liberal. Pensar la sociedad en términos de relaciones es muy distinto a pensarla en términos de categorías agregativas, basadas, normalmente, en la profesión. El cambio de óptica, ha permitido deducir que las relaciones crean solidaridades y alianzas, conformando, junto a otros factores que ya hemos mencionado, grupos sociales. Las relaciones personales explican comportamientos diferentes y dibujan la forma en la que los individuos se insertan en los espacios sociales y lo hacen a través, bien de: familia, gremio, cofradía, parroquia o concejo. 344

Retomamos aquí, para concretar, los vínculos sociales y los lazos personales. Ambas categorías encierran algo más que denominaciones. Se trata del verdadero tejido y urdimbre de una compleja realidad social entremezclada a partir de la contradicción entre orígenes, status y riquezas por una parte, y que caracteriza y define a cada estamento distinguiéndolo de los demás con claras diferencias jurídicas y de privilegio; y, por otra, con relaciones de tipo vertical en las que solidaridades y fidelidades verticales que rompen el régimen estamental horizontal, reflejan una realidad que si bien se cuartea y debilita cada vez más, continúa siendo la referencia legal aunque con escasa legitimidad conforme avanza el tiempo. Es difícil separar y distinguir los lazos personales de los vínculos sociales. En realidad se trata de dos miradas íntimamente relacionadas entre sí. La relación de parentesco y la fuerza de la familia en el sentido amplio y extenso de la misma penetra en la amplia red social y en su articulación. Marie Claude Gerbet nos habla para Extremadura de criados, deudos y familiares, no distinguiéndose los primeros de los segundos. Lo que sí es evidente es que los lazos de sangre no sirven como único criterio de clasificación. Otra categoría es la de allegados, con un carácter más político e incluso militar y considerados como personas próximas a sus señores pero sin la cercanía del criado (nota M.C. Gerbet, Carlos V, IV, 344, incluir doc. P. 344). En cuanto al vasallo es una denominación que refleja la dependencia y el servicio a un señor. El término cliente incluye estos grupos cuyo denominador común es la relación vertical de dependencia, pero con fidelidad y lealtad mútua, por lo que se rompe el status que otorga el estamento y también el lazo de vinculación social. PARTE II LAS PRÁCTICAS SOCIALES I. Tomar estado a) El matrimonio, sus limitaciones y consecuencias Entre el estudio que lleva a cabo José María Imízcoz en 1996: “la insuficiencia de los “grupos sociales” tradicionales”, (art. Imizcoz: Comunidad, red social y élites. Un análisis de la vertebración social en el Antiguo Régimen”, Elites, Poder y Red social. Las élites del País Vasco y Navarra en la Edad Moderna, Bilbao, 1996, p. 14) y el análisis de redes de Claire Lemercier en 2005 (“analyse de réseaux et histoire de la famille: une reencontré encore á venir?”, monográfico Annales de Demographie Historique: Histoire de la famille et analyse de réseaux, 7-31) como explicación de la organización social en cualquier comunidad, se encuentra el verdadero espacio de las prácticas sociales que desarrollan hombres y mujeres: el matrimonio; además alcanza un especial relieve por lo que supone de establecimiento y creación de nuevas alianzas y relaciones.(nota, 345

ver la enciclopedia Catholicisme hier, aujourd´hui, Derain, Encyclopedie Centre Lille, 1979, t. 8, Lux-Mess, palabra: mariage: pp. 462-521.) Familia, grupo social y red social forman el numerador de un cociente cuyo común denominador es el matrimonio. Y aquí es donde las prácticas sociales tienen su realización y proyección. Nos encontramos ante el espacio clave de la relación social. De todas formas, el sueño, como afirma Claire Lemercier, de captar lo social en su totalidad, incluso cartografiarlo, es, aunque no queremos ser categóricos, casi imposible e inaccesible, pese a que el matrimonio, ciertamente, nos aproxima, y mucho, al ideal de captar la globalidad y totalidad de las relaciones sociales. Existen distintas formas de aproximación al matrimonio y, sobre todo, miradas diversas que desde el análisis, integración y relación de factores demográficos como el celibato, intensidad nupcial, edad femenina en primeras nupcias o bien los sistemas y, especialmente, las prácticas de la herencia y transmisión de la propiedad, así como la normativa eclesiástica y del Estado y, por supuesto, los sentimientos y el establecimiento de nuevos hogares, explican no sólo la complejidad del matrimonio sino la significación del mismo desde el plano de la reproducción social y la continuidad generacional en perspectiva genealógica. Afirmaba Juan Costa en 1584: “el casarse los hombres es el principio de las casas, las casas de la ciudad, la ciudad de la República, y la República del bien común” (J. Casey, 24). La Pragmática de 11 de febrero de 1623, establecía importantes incentivos al matrimonio (Pedro Fernández Navarrete en Conservación de Monarquía, hizo un resumen de estas medidas, pp. 477-479). En 1785, Juan José de Lamadriz decía: “que ningún hombre, cumplidos veinte y cinco años pueda obtener empleo de ninguna clase, excepto los militares y togados, sin estar casado; no solo en el servicio del Rey, pero en ninguna otra carrera de comercio, navegación, administración, tienda abierta” (Pérez Moreda, Boletin ADEH, 1986, IV, 1, 37). Cabarrús, en el siglo XVIII, incidía sobre esta problemática en su obra: “Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública” (ed. 1813, ver J.A. Maravall, Madrid, 1973, 234.). La fuerte o escasa intensidad-con sus lógicas fases de inflexión o alza según las coyunturas y los espacios-en la nupcialidad es algo más que un dato estadístico; responde, en realidad, a toda una cultura de necesidad de los recursos humanos para alcanzar mayores cotas de rendimiento económico, militar y también fiscal, que se traduce en normas y acuerdos que pretenden estimular y lograr un fomento y hegemonía del matrimonio y su lógica consecuencia biológica. Por ello se explica una política y unas medidas legislativas muy favorecedoras del matrimonio. En este sentido y tomando un ejemplo significativo, aunque exagerado, resulta curiosa la propuesta del cura de Cervelló en 1786. Descubierta por Pierre Vilar, difundida por Jordi Nadal y recogida por Pérez Moreda, de quien la incorporamos (nota con p.37), dice textualmente: “En esta localidad quedan doce mujeres y seis hombres sin casar, digo que debería permitirse, en un caso como éste, que cada hombre se casase con dos mujeres para que ninguna se consumiera esperando”. Podemos imaginar el rostro de sorpresa y perplejidad de las 346

autoridades religiosas y de los superiores del párroco de la localidad catalana. Sin embargo, pese a lo jocoso e inusitado, a la vez, de la propuesta, se trasluce un fondo de necesidad y casi obligación de acceder al matrimonio. No hacerlo o llegar a él tardíamente tiene una consideración negativa para la mujer. El teatro de García Lorca es un buen ejemplo de este poso antropológico de raíz histórica que configura el sistema social alrededor del importante y trascendental hecho social que es el matrimonio. Bodas de sangre (1933), Yerma (1934), Doña Rosita la soltera (1935) y La casa de Bernarda Alba (1936), son un buen ejemplo. (nota libro Joan Frigolé, Etnografía del teatro de Federico García Lorca). Pero el matrimonio presenta dos notables limitaciones: por una parte la jerarquía social y su realización; es decir, la necesidad de que el matrimonio se lleve a cabo entre cónyuges que pertenezcan a familias con orígenes y status iguales o muy semejantes, en respuesta a las estrategias matrimoniales de las familias. Pero, en ocasiones, los impedimentos de consanguinidad unidos a los impulsos juveniles de los propios novios dificultan el cumplimiento de los deseos familiares. Una segunda limitación se produce en función de la herencia y transmisión de la propiedad. Aquí el peso de las estrategias familiares es mayor, dada la consideración del número de hijos e hijas y el volumen del patrimonio, así como el status y situación social de cada familia; y, por supuesto, dependiendo de la muerte o no de los padres en el momento de acceder al matrimonio el hijo o la hija. Pero pensar el matrimonio sólo como factor demográfico de la organización social es un error, pues confluyen en el mismo, aparte de las limitaciones que acabamos de indicar, también las estrategias familiares y políticas que suponen la aspiración social para cumplir el ideal de ascenso, por una parte, y, por otra, de perpetuación. Miradas que deben integrarse dentro del apartado de los sentimientos y el amor. Del matrimonio derivan dos consecuencias: las posibilidades de ascenso y movilidad social con una gran influencia sobre el parentesco y, por otra parte, la consolidación de redes de relación familiar, amistad y estrategia matrimonial. Aspectos que abordaremos tras el análisis más particularizado del matrimonio. *** El matrimonio implicaba y suponía la movilización de una red de intermediarios y reforzaba la estructura de amistades y deseos de establecer relaciones en el conjunto de la sociedad española. Se encuentra en el centro de estrategias económicas y transferencia de recursos a través de dotes y herencias; es el verdadero protagonista de los procesos de movilidad, actos de pacificación política y de conflictos sociales; se convierte así en un factor clave respecto a los necesarios recursos humanos y, por supuesto, se encuentra en el centro del amor y los sentimientos de los protagonistas. Hay que considerar el llamado ciclo de vida de las familias rotas, tan propio del Antiguo Régimen por mortalidad, emigración u otras causas, que abría muchas posibilidades de colaboración con parientes aunque también suponía conflictos, especialmente en la herencia. 347

Pero tengamos en cuenta que el legado de reciprocidad en que se funda el matrimonio no se establece entre hombres y mujeres, sino entre hombres pero por medio de mujeres. Lo que implica que, desde el punto de vista de la herencia y la transmisión del patrimonio, la noción y el concepto de división como criterio de diferenciación entre lo igualitario y lo indivisible, debe ser puesto en cuestión mediante la nueva perspectiva de la adaptabilidad y un conjunto de prácticas en las que lo importante es buscar la articulación en un proceso caracterizado mucho más por lo progresivo (dote para las hijas en el momento del matrimonio, resto del patrimonio a la muerte de los padres tanto para hijos como para hijas) de la transmisión del patrimonio que no por una división rígida y estricta, igualitaria o no, y entre hombres y mujeres. En este mismo sentido, ya nos advirtió Pérez Moreda de la necesidad de poner en relación la edad en primeras nupcias de la mujer, como mecanismo clave del sistema demográfico, tanto con la mortalidad adulta y, en consecuencia con las posibilidades de acceso al patrimonio heredado, como con los niveles de fecundidad legítima y éstos con las posibilidades económicas de una comunidad. En definitiva, la interacción e interrelación de las distintas variables y factores demográficos y económico-sociales es la verdadera causa explicativa de los hechos sociales. Debemos de tener en cuenta en este sentido el argumento de Ehmer, (p. 442) por el que los datos demográficos son muy útiles para mostrar los modelos de matrimonio pero mucho menos para explicarlos. Planteamiento que al vincularse con la lógica económica del modelo de Hajnal, según el cuál es necesario disponer de un determinado nivel de riqueza o de ingresos para entrar al matrimonio y, por tanto, los salarios, las edades al matrimonio y el celibato explican el modelo matrimonial, queda en entredicho en el caso de España. Reher afirma que “España tiende más que ningún otro país europeo a eludir la definición básica de Hajnal en cuanto a la distribución geográfica de los modelos de matrimonio” (Reher, 1991, p. 9). Son otros factores, como indica F. Garcia en este libro, lo que explica la constitución de nuevos hogares. En el Sur de España, el matrimonio temprano y la formación de un nuevo hogar se realizaban casi simultáneamente. La tesis de Hajnal no ha tenido en cuenta las relaciones de producción, ni la propiedad, ni el trabajo y sus condicionamientos sociales y culturales. De todas formas, las posiciones individuales dentro de las estructuras económicas y sociales fueron influyendo cada vez más en las decisiones de casarse o no casarse, pero también es cierto que factores económicos y sociales similares no producían los mismos efectos en todas partes, toda vez que se regían por normas culturales y tradiciones sociales diferentes. En este contexto, el sistema jurídico de heredero único e igualitario no determinaba el sistema familiar; era más bien un envoltorio que acababa adaptándose a las necesidades y estrategias de las familias que lo cambiaban y modificaban en función de las coyunturas. Eran las oportunidades que éstas brindaban las que hacían evolucionar las familias y que practicaran y se adaptaran a un sistema jurídico u otro. El volumen de la dote determinaba, dentro del cumplimiento 348

de unos mínimos, como ser hidalgo o con quién se podía entroncar. Los varones segundones solían estar condenados al descenso social de manera más vertiginosa que sus hermanas. Mientras que en el sistema igualitario la muerte de los padres se convertía en el momento decisivo, aunque con los matices de las dotes de las hijas, con el sistema de primogenitura es el matrimonio del heredero o heredera el momento clave. El sistema centrado en la casa, tiende a construir una sociedad formada por unidades independientes en la que se produce la unión del padre con un solo hijo y la exclusión de los demás; con la desigualdad, por tanto, entre hermanos y la jerarquía entre ellos. Por otra parte, en los sistemas de herencia igualitaria y de parentela se crean lazos de solidaridad y redes de parentesco centradas en un ego. A finales del siglo XVIII, se produjo un cambio radical en la visión de los fenómenos demográficos (Ehmer, 419); mientras el aumento de los recursos humanos significaban la prosperidad de una nación, comenzó a implantarse la idea de que el aumento podía suponer también el empobrecimiento económico y el origen de las revoluciones sociales. Así, Malthus contemplaba la decisión de casarse o no casarse como decisiva para el estatus social. (Nota. véase al respecto la excelente monografía de Manuel Martín Rodríguez, Pensamiento económico español sobre la población. De Soto a Matanegui, 1984, Madrid, Pirámide) En la obra de Manuel Martín Rodríguez se puede encontrar un lúcido análisis sobre la literatura poblacionista y la política demográfica en España durante los siglos XVI-XVIII. Por su parte, el español R. Campos, en su obra La economía reducida a principios exactos, claros y sencillos, publicada en 1797, (nota, obra Martín Rodríguez, p. 257, nota 93, sintetizar) ponía en relación población, salario y crecimiento. Conviene recoger el texto ya reproducido por Martín Rodríguez (nota, p. 258): “Auméntese de golpe la riqueza de un país, y habiendo mucha más obra que manos, serán muy grandes los jornales; la mortandad en las familias de los trabajadores menguará, y la población tomará un aumento precipitado, hasta que la misma abundancia de trabajadores, reduciendo los jornales, corte la causa que los multiplica. Auméntese de golpe la población de un país en términos de haber muchas más manos de obra; los jornales bajarán, la mortandad crecerá, y el número de trabajadores se reducirá hasta subir los jornales al debido punto para reproducirse; pudiendo decirse, como de cualquier efecto comerciable, que el consumo de hombres regula necesariamente la producción de hombres, apresurándola cuando va más lenta, y haciéndola retroceder cuando ha crecido con exceso” p. 258. Más allá de estas relaciones fundamentales y básicas en el análisis social, comenzó a detectarse que temas como la fidelidad conyugal, la crueldad del marido, la sexualidad, la autoridad patriarcal, la autonomía individual o los pa349

peles de cada género, evolucionaban con el tiempo y cambiaban según las capas sociales. Además, se solían producir conflictos, los veremos más en profundidad al analizar la movilidad social entre las estrategias de las familias de los novios que, en ocasiones, se unían a los sentimientos de los jóvenes. Sin embargo, la investigación ha demostrado que las alianzas matrimoniales y el amor individual no tenían que entrar, necesariamente, en conflicto (véase el capítulo de Isabel Morant en este mismo libro). Pero en este análisis del matrimonio es urgente introducir el papel de la Iglesia (ver el capítulo dedicado en este mismo libro a dicho tema por Antonio Irigoyen López). Precisamente, es éste un factor clave en el contexto hispánico y con notables repercusiones en la explicación de la sociedad española. El muy sugerente articulo de Richard Smith (“Discontinuidades cronológicas y continuidades geográficas en la demografía de la Europa medieval: implicaciones de algunas investigaciones recientes” en V. Pérez Moreda y D. Sven Reher (eds), Demografía histórica en España, Madrid, 1988, 55-71), en el que recuperando la importancia de los factores demográficos en el análisis de los sistemas sociales, revisa las tesis de Jack Goody respecto a la trascendencia de la iglesia en la conformación y configuración del sistema europeo de nupcialidad, afirma que éste no puede asociarse directamente con el protestantismo o el capitalismo, sino que ha de ser situado un milenio antes. Precisamente cuando el cristianismo de ser una secta se transforma en iglesia a partir del siglo IV d.J.C. Se proscriben, entonces, toda una serie de medidas (adopción, poligamia, divorcio, concubinato y, sobre todo, endogamia que es, en palabras de R. Smith: ”el matrimonio dentro del grupo por parte de los musulmanes y fuera del grupo por parte de los cristianos”) que conducen a la nueva iglesia a poner el acento en la estabilidad de la familia, pero dentro de un nuevo marco que salvaguardaba la libertad del individuo para disponer de bienes pertenecientes a él y, sobre todo, a ella. Es la razón por la cuál, la iglesia puso un especial interés en otorgar a los sacerdotes el control sobre el sistema de matrimonio, donaciones y herencias; así se convertía en la mayor terrateniente puesto que dominaba las estrategias de la herencia y los matrimonios endogámicos. Dote y consanguinidad son dos caras, eso sí, distintas pero de una misma moneda. La conclusión es que el matrimonio y sus formas, prácticas, costumbres, hábitos, están integrados y forman parte de un sistema cultural y social que se explica a partir de una serie de reglas y normas jurídicas que el derecho y la antropología nos permiten conocer. A lo largo de los casi tres siglos y medio que transcurren entre el Concilio de Letrán (1215), en el que se regula la endogamia a través de los grados de consanguinidad con objeto de potenciar el matrimonio fuera del grupo y el concilio de Trento (1563) en el que se implantan, de manera definitiva, las normas y fases que regularán el matrimonio hasta el siglo XX, se produce la consolidación de un modelo matrimonial que ha sido objeto de controversias entre Pierre Guichard y Jack Goody (nota libro Guichard y Goody). 350

El antropólogo de Cambridge desdibuja la oposición que Pierre Guichard observa entre la orilla norte y sur del Mediterráneo respecto a las alianzas bilaterales, la monogamia y la exogamia y la menor opresión de la mujer en los territorios del sur de Castilla frente a los del norte de Africa. En cualquier caso, es evidente que con el paso del tiempo estas características se consolidan, y no solo en la parte meridional de Castilla sino en el conjunto europeo. Lo cuál no impide que existan elementos de similitud como la temprana edad en las primeras nupcias de la mujer, el escaso celibato, la nula consideración social hacia la mujer soltera y la casada estéril e, incluso, diferencias en función del área económica y sus mayores o menores necesidades de mano de obra y sistema de trabajo de la tierra (libro G. Delille, y reseña Raúl Merzario: “Parentela e sisetmi economici” en Quaderni Storici 73, XXV, 1, abril 1990, 285-289); así como unos valores de solidaridad familiar, ayuda y colaboración económica por encima de la nuclearidad. La transmisión divergente de la que habla Goody para definir el acceso a la propiedad de la mujer, bien por vía masculina o femenina o a través del matrimonio o la herencia, nos sitúa ante otra especificidad del modelo europeo. La institución matrimonial se consolida en el siglo XVI en tres puntos fundamentales: es un sacramento competencia de los tribunales eclesiásticos y no de los civiles; en una sociedad dominada por la aristocracia nobiliaria, la autoridad familiar se muestra deseosa de controlar la unión y, en tercer lugar, la iglesia católica cumple un papel decisivo en la lucha contra la clandestinidad de los matrimonios. En definitiva, la evolución de la etapa medieval hasta Trento convierte al matrimonio en sacramento; consagra la teoría del consentimiento frente a la de los matrimonios clandestinos, y regula y ordena su celebración sacándolo de la esfera privada para darle un sentido público pleno. Pese a que el resultado de las deliberaciones tenidas en el concilio de Trento sobre el sacramento del matrimonio hasta el 23 de diciembre de 1547, no tuvieron un resultado evidente, podemos señalar y sintetizar dos importantes conclusiones: indisolubilidad y publicidad. El tomar estado constituía la preocupación fundamental, y había que procurar que todos los hijos y no solamente el mayor tomara estado, según la expresión reiterada en los testamentos. El matrimonio era la vía normal. No hay que poner demasiado énfasis en el celibato. Preparar el matrimonio de las hijas era la gran preocupación de todas las familias, con lo que se produce una cierta yernocracia, como afirma J. Casey para el caso de Granada. Lo cuál daba lugar a solidaridades entre hermanos y parientes; también hay que señalar que el matrimonio de una mujer con un hombre de otro grupo daba lugar a un circuito o ciclo de reciprocidad, y ello permitía sortear las dificultades que se creaban por la división de bienes. Los casamientos, más que entre primos se celebraban con gente de confianza. Cuando era entre primos no era tanto para evitar la dispersión de un patrimonio-que también-como para consolidar alianzas dentro del parentesco; que produciría una endogamia con repercusiones sobre grupos y bandos que lucharían por la hegemonía dando lugar a tensiones y conflictos que, en oca351

siones, se solucionaban mediante el matrimonio. Esta problemática derivará en situaciones de movilidad social con la consanguinidad y la afinidad como protagonistas y poniendo a las jerarquías del status social y del dinero en tensión. Pero la sociedad se alarmaba mucho más por la dote, que podía suponer la ruptura y la subversión del orden establecido. Aunque, en líneas generales, era vista como una especie de protección en un mundo donde las palancas de gobierno y mando estaban en manos de los hombres. La opción religiosa existía, claro, pero ni tan mecánica ni tan fácil como una visión superficial da a pensar. La iglesia no era un refugio, sino parte de una estrategia familiar que exigía capital y contactos personales, además de una cierta tradición espiritual o cultural dentro de ciertas familias. El matrimonio era asunto de familias con la intervención de la iglesia que estaba al corriente de las negociaciones; éstas se llevaban a cabo mediante la mediación y aprobación de muchas personas, aparte de los propios interesados. El matrimonio era, en palabras de Georges Duby, un contrato, un acto religioso, un asunto político entre lo material y lo espiritual. Y se solía hacer en el circulo estrecho de los amigos y conocidos de las dos familias, a la vez que entre iguales, siempre que fuese posible. Los casamientos que se efectuaban entre parientes eran, sobre todo de primos y, en cualquier caso, con gente conocida y de confianza aparte de procurar que fuese entre iguales. Se procuraba que permitiese oportunidades, que se encontraban, normalmente, en la dote. La cuál estará en relación directa con el status del futuro marido y para las mujeres podía suponer ascender o descender en la escala social respecto a la familia de origen; recordemos que las mujeres no pertenecen a un estamento, clase o grupo social por derecho propio, sino en relación con los hombres de su familia y, en concreto, con relación al marido, si son casadas. Eso sí, pueden estar revestidas de capacidades y propiedades por herencia paterna o materna. Tenemos que considerar que el casamiento de los hijos e hijas se escalona por etapas, permitiendo una transferencia paulatina del patrimonio o, más bien, la formación de otros patrimonios cuya solidaridad y cooperación podía beneficiar a toda la familia. Para ser eficaces, la sucesión y transferencia de propiedad tenía que depender de la confianza entre hermanos y parientes. En general, en la España de los siglos XV-XVIII, lo que recibía el heredero principal oscilaba desde un máximo que representaba la casi totalidad del patrimonio familiar, como sucedía en Navarra y Aragón, hasta la misma parte que el resto de sus hermanos en la Corona de Castilla, o las tres cuartas partes del hereu o la pubilla catalanes y los dos tercios o la mitad de la herencia según el derecho valenciano y mallorquín. Existe un lazo entre muerte y matrimonio. En el sistema igualitario, la transición entre las generaciones parece organizarse más bien alrededor de la muerte de los padres, pero en el cuadro de una transición progresiva y desprovista de todo sentido de ruptura. Es necesario tener en cuenta que los hijos y las hijas heredan tanto del padre como de la madre, pero que en la práctica y en el mo352

mento de materializar la herencia las realidades son diferentes para los hombres y para las mujeres; por ejemplo, la dimensión, tamaño y composición de la familia influyen en la posibilidad de cada hijo o hija según el lugar que ocupe en el orden sucesorio familiar. La adaptabilidad es el término esencial junto al concepto y a la noción de transición lenta y progresiva, frente al concepto de ruptura respecto a la transferencia de recursos de una generación a otra que se ha venido utilizando, tradicionalmente, en el estudio de la herencia y transmisión de la propiedad. Ésta parece un mecanismo ligado al momento del matrimonio y de la muerte pero, en realidad, se encuentra en el centro de la relación entre vida y muerte. En este sentido, la edad al matrimonio de hombres y mujeres depende de varios y diversos factores: status y estrategia familiar, relaciones de masculinidad en relación directa con movimientos migratorios; modelo económico en relación con tipos de cultivo que requieren más brazos y sistemas de trabajo de la tierra, así como normas jurídicas. La edad al matrimonio de las hijas no está condicionada por la edad a la muerte de los padres, se casan en función de las estrategias y necesidades. La muerte de los padres condicionaba la edad al matrimonio de los hijos, especialmente en los sistemas de heredero único y en los grupos de la nobleza, mientras que en los de status menos privilegiado como jornaleros y otros, la necesidad de ayuda familiar y el no condicionamiento de poseer bienes económicos para lograr la independencia, les permitía acceder al matrimonio a edades muy jóvenes pero con el condicionamiento de la dependencia familiar y laboral. b) El reforzamiento de la autoridad paterna dentro del conflicto iglesia-Estado Pero siguiendo con el significado de las reformas de Trento, éstas habían hecho más débil el poder paterno. La España de los siglos XVII y XVIII conoció una verdadera ola de matrimonios aprobados por los tribunales episcopales a pesar de la oposición de los padres. Una alianza padres-Estado dejó al aliado natural de la familia, iglesia, en un lugar secundario. El reforzamiento de la autoridad paterna se hizo a costa de la iglesia. Por ello, durante el siglo XVIII el matrimonio se convertirá en el campo de actuación predilecto para el Estado y comenzaron a implantarse en Europa leyes matrimoniales que transfirieron el control del matrimonio de la iglesia al Estado. En España ocurrió lo mismo. En 1713 se prohiben las emancipaciones voluntarias que no hayan recibido la autorización del Consejo Real. En 1742, un real decreto prohibe los casamientos de los militares. El Rey era el superior de los militares y les exigía entrega y obediencia absolutas. Por tanto, era el Rey quien decidía cuando y con quién podían casarse. El Real decreto de enero de 1784 prohibe el matrimonio de los criados con las hijas de sus amos. Los alumnos de los colegios, además del permiso paterno necesitaban una licencia real. Como afirma Paloma Fernández Pérez (“El declinar del patriarcalismo en España. Estado y familia en la transición del Antiguo Régimen a la edad contem353

poránea”, J.Casey, J.Hernández Franco (eds.) Familia, Parentesco y linaje, Murcia, 1997, 379-393), la libertad que habían gozado jóvenes generaciones en su elección de cónyuge en siglos anteriores y el poder de la iglesia católica en temas matrimoniales, se habían debilitado. Pero la clave se encuentra en la Pragmática Sanción de 23 de marzo de 1776 (nota art. Josefina y yo) en la que se exige el consentimiento paterno o, en su ausencia, de abuelos, tutores o curadores o bien de las autoridades correspondientes; por tanto, la libertad de elección quedaba anulada, siempre, eso sí, que no hubiesen alcanzado la edad de 25 años. En estos casos sólo es necesario pedir el consejo y consentimiento paterno, y en caso de no solicitarlo los transgresores incurren en las mismas penas establecidas para los menores. “Lo conveniente para que los hijos de familia con arreglo a las leyes del reino, pidan el consejo y consentimiento paterno antes de celebrar esponsales, haciendo lo mismo, en defecto de padre, a la madre; y a falta de ambos a los abuelos; y no teniéndolos, de los dos parientes más cercanos que se hallen en la mayor edad y que no sean interesados o aspirantes al tal matrimonio; y no habiéndolos capaces de darle, de los tutores o curadores. Bien entendido que prestando los expresados parientes, tutores o curadores su consentimiento, deberán ejecutarlo con aprobación del Juez Real, e interviniendo su autoridad, si no fuese interesado; y siéndolo se devolverá”. (nota. el texto completo de la Pragmática en el trabajo de Antonio Irigoyen en este mismo libro; F. Chacón Jiménez, Josefina Méndez Vazquez, “Miradas sobre el matrimonio en la España del último tercio del siglo XVIII”, Cuadernos de Historia Moderna, 2007, 32, 61-85) La tendencia prosigue, y en 1803, Carlos IV, promulga otra pragmática que impide a las hijas recurrir la decisión paterna. En 1837, una Real Orden acuerda que en toda la Monarquía se tenía que cumplir con lo dispuesto por el Concilio de Trento sobre el matrimonio. De todas formas fueron abolidas algunas prácticas como la saca de la novia y la demanda de palabra, al menos en cuanto acompañada por el encarcelamiento del novio quien tenía que demostrar que no existía promesa de matrimonio, en lugar de ser responsabilidad de la novia probar su alegato; consistente, normalmente, en el acceso carnal con la promesa de futuro matrimonio. Esta situación refleja un problema más complejo en el que intervienen factores muy diversos y que es necesario contemplar en el contexto de un cambio social y político. Así, James Casey afirma que el paso del siglo XVII al XVIII, de una sociedad que toleraba la intervención de la iglesia en los matrimonios a otra que prefería dejar su arreglo exclusivamente en manos de los padres, venía marcado, precisamente, por el declive del clan a favor de la ascendencia de la casa y de su patrimonio, pero con el firme deseo de seguir manteniendo la unión de las dos jerarquías: la del status y la del dinero. La desigualdad de los matrimonios rompía el proyecto de las estrategias familiares; sin embargo, el siglo XVIII es proclive, cada vez más, a una paulatina ruptura de dicha situación con la contradicción de unas familias que intentan seguir manteniendo privilegios y jerarquías. Curiosamente, para evitar los 354

matrimonios desiguales los grupos de poder permiten, indirectamente, que la iglesia vaya perdiendo el control del poder social y cultural. Podemos decir que entre la Pragmática de 1776 y el Código Civil de 1889 se testimonia un mismo fenómeno como común denominador: el individualismo. No son equiparables ambas normativas jurídicas y los 113 años que transcurren reflejan una evolución: de salvaguardar el sistema del Antiguo Régimen basado en las relaciones de parentesco, en el que las familias constituían, en palabras de Schumpeter, las verdaderas unidades de clase y lo importante era consolidar la autoridad de los padres, a defender la autoridad del padre en 1889. La pareja y los hijos formaban el núcleo de la familia burguesa, y la figura del padre representaba la autoridad como padre y como marido. II. Los significados de la movilidad social a) Hacia un nuevo concepto de poder social En la sociedad hispánica del Antiguo Régimen no se reconocían derechos individuales, por ello la lucha para obtener un status social más elevado se planteaba siempre dentro del marco colectivo: o bien se pedían privilegios y libertades (libertad era sinónimo de privilegio) para un determinado grupo territorial, profesional o familiar, o bien de manera individual se producía el paso del grupo al cual se pertenecía a otro más elevado;así, el plebeyo trataba de hacerse hidalgo, el hidalgo, caballero; el caballero, titulo de Castilla e, incluso, Grande de España. Dos razones explican este proceso de movilidad social y que su estudio se haya planteado de esta manera: por una parte, es un objeto que permite ser analizado en términos propios y a lo largo del tiempo, pues mantiene siempre una unidad dentro de la diversidad de situaciones y problemáticas que se presentan en las distintas coyunturas históricas; en segundo lugar, la necesidad de profundizar en cada una de las vertientes y perspectivas: estructura y tamaño, matrimonio, herencia, genealogía social, etc., que las familias presentan ha hecho que se estudien estas temáticas más que el propio proceso individual de movilidad social. La capilaridad social propiciada por el avance económico y mental de la época renacentista fue, en gran parte, anulada, por la adopción de la ideología tradicional por parte de los beneficiarios de dicha promoción, de suerte que el cambio se verificó más bien a titulo individual que colectivo. Por otra parte la contaminación de conceptos y modos de vida estamentales con otros surgidos del mundo capitalista es difícil de seguir a través de la legislación. El ascenso social no se hizo como valoración del propio grupo sino mediante el ingreso individual de sus miembros. El dinero y las estrategias de matrimonio es lo que lo permitió. Quienes ascendían aceptaban-pese a las contradiccioneslas ideas del grupo aristocrático, con lo que era más difícil la ruptura con el régimen social feudal. 355

A lo largo del tiempo, uno de los pilares de la sociedad estamental: la inmunidad fiscal de los privilegiados, había quedado tan quebrantado que se preveía su demolición; el principio de que todos debían contribuir en proporción a su riqueza había quedado establecido. Tengamos en cuenta que el poder en el Antiguo Régimen residía en la magnificencia, en el patronazgo, en la capacidad de disponer de recursos y, sobre todo, de influencias con personas que permitiesen recompensar a los aliados y a los clientes y criados. Es decir, se trata de un poder social. Lo que estaba sucediendo en la España renacentista, como en el resto de la Europa de la época, era la formación de una nueva élite basada en la ampliación de las competencias del Estado, pero en donde los factores que acabamos de indicar formaban parte consustancial del sistema. Así, las élites sociales más antiguas, de origen contrastado, controlaban el acceso al poder, al privilegio y al status, pero la presión que los nuevos ejercían a través de los escasos espacios y rendijas que se abrían desde las redes clientelares, familiares y estrategias matrimoniales, ampliaban las posibilidades y oportunidades para acceder a los beneficios que ofrecía una organización social más plural. Lo cuál daba lugar a una inestabilidad política, ya que las redes sociales que se formaban alrededor del clientelismo y en el patronazgo alteraban el orden social, propiciando en los intersticios del sistema los accesos a puestos, cargos, mercedes y honores que significaban una evidente promoción social aunque para ello fuese necesario inventar o/y alterar la memoria genealógica (nota Domínguez Ortiz, J. Contreras) de la familia. Sólo desde ella, entendida como un laboratorio, podemos observar conflictos, alianzas, acuerdos, estrategias. El matrimonio juega aquí un papel clave. Y así se consideró a lo largo de los siglos XVI-XVIII, con un progresivo y continuado proceso de movilidad. Mauro Hernández nos traslada a mediados del siglo XVII para, mediante el texto de Manuel Avreu de Melo: Carta de guía de casados, manifestar la importancia de la igualdad entre los contrayentes (nota, p. 167): “para la satisfacción de los padres conviene mucho la proporción de la sangre; para el provecho de los hijos, la de la hacienda; para el gusto de los casados, la de las edades”. Pero es, precisamente, la desigualdad la que produce unas iniciativas jurídicas, sociales y políticas que intentan detener un movimiento que iniciado por estrategias familiares de promoción y continuado por reacciones propias de sentimientos y enamoramiento que no entiende, auque se tiene que someter, de acuerdos, pactos y conveniencias, irá rompiendo, paulatinamente, los rígidos corsés de la jerarquía, el orden y la igualdad social. La Pragmática poblacionista de 11 de febrero de 1623 (Nov. Recopilación, libro X, tit., II, ley 7), denuncia el exceso al que han llegado los gastos en el casamiento: “y por ser tan grandes es preciso que lo hayan de ser las dotes, con lo cuál se vienen a impedir, pues ni los hombres se atreven, ni pueden entrar con tantas cargas en el estado del matrimonio”. Pero no es la primera ley que intenta limitar las sumas que las familias destinaban a las dotes, 1534 y 1573, son otras fechas que se suman a la denuncia de estos continuos intentos de ascenso social a través del matrimonio. 356

“La segunda cosa que honra al hombre es la hacienda, sin la cuál ninguno vemos ser estimado en la república”, decía Huarte de San Juan (nota, B.A.E., T. 65, 480). El auge económico dio lugar a distintos escalones en la organización social, sobre todo a los más próximos entre sí y con más posibilidad de intercambios. Pero el matrimonio se orienta en función del status, así Vilar y Pascual en el Diccionario histórico, genealógico y heráldico (nota: Madrid, I, 1859, p. 23), afirma que: “los clérigos y religiosos por su estado son nobles. Las mujeres del estado pechero que casan con hidalgos adquieren la hidalguía, pero la hijodalga que casa con villano, la pierde”. La movilidad social se encuentra también vinculada a la jerarquía territorial. El desplazamiento a la Corte demuestra la trascendencia del territorio como espacio de posibilidades de promoción Así, la ascensión social se encuentra ligada a la jerarquía territorial. Por otra parte, la persona se nos presenta dentro de un tejido complejo de relaciones verticales pero también horizontales, en el que los sistemas de reciprocidad y asimetría, seguridad y ayuda mútua se expresan mediante lazos y flujos de movimiento económico y material que intentan disminuir la inseguridad y hacer la vida menos dependiente de la oscilación del ciclo agrícola y de la familia nuclear aislada –concepto y realidad errónea– lo que da lugar a fuertes relaciones personales de solidaridad. Se establecen, entonces, flujos entre los movimientos económicos y materiales y las relaciones sociales, produciéndose una notable integración entre ambos. Nos encontramos ante la proyección social de la familia. La solidaridad y el apoyo y la ayuda de la familia es muy elevada en una economía bastante alejada del espíritu capitalista. El sistema de protección que significan las cofradías, los gremios y la organización del trabajo (oficial, aprendiz, maestro), reflejan una idiosincrasia de base y origen familiar y con solidaridad parental muy distinta de la sociedad de compra-venta de servicios propia del capitalismo. En este contexto hay que contemplar el amplio espacio de las prestaciones, lo que implica reciprocidad –concepto que analizaremos más adelante– y protección, dentro de una organización y un sentido y cultura de jerarquía. La propiedad no se debe entender en términos de posesión sino como influencia sobre las personas. Los jornaleros parecen haber funcionado más como aparceros en tierras de la élite que como mano de obra asalariada (Casey, F. y S. Grana. 90). La tierra se explotaba no tanto con jornaleros asalariados en el sentido pleno de personas contratadas y desconocidas, sino con aparceros, es decir con personas conocidas y dependientes; son jornaleros-aparceros, familiares como yernos, cuñados, criados, mozos, etc., toda esta es una estrategia coherente en este contexto social. Para entender la reciprocidad hay que precisar que no hay que aislar la economía sino colocarla en el movimiento que tienen los bienes y las relaciones sociales en general, incluyendo las esferas políticas y culturales. La situación fue similar en el caso de otros grupos sociales, aunque dentro del artesanado (nota mi arti. Menéndez Pidal)y de los mercaderes y comerciantes se producían las situaciones con más posibilidades de movilidad social ya que los primeros escalones de la hidalguía y del privilegio se encontraban próximos. 357

b) La ruptura del orden social El II congreso Italo-Ibérico de Demografía Histórica (Savona, 1992), se celebra sobre: “Desigualdad: estratificación y movilidad social en las poblaciones de Italia, Portugal y España (inicio siglo XIV inicio siglo XX)”. Dos conceptos clave: desigualdad y movilidad social, íntimamente relacionados, y aunque la historiografía le ha prestado notable atención (P.A.Sorokin, social and cultural mobility, New York, 1959; H.D. Van Leeuwen Ineke Maas, “Social mobility in a Dutch province, Utrecht 1850-1940”, Journal of Social History, vol. 30, 3, 1997, 619-644; B.Wellman, Ch. Wetherell, “Social network análisis of historical communities: some questions from the present for the past”, The history of the family, vol. 1, 1, 1996, 97-121; S. Lombardini, “Family, kin, and the quest for community: a study of three social networks in early modern Italy”, The history of the family, vol. 1, 3, 1996, 227-258; J. Delumeau, “movilidad social: ricos y pobres en la epoca del Renacimiento”, en Ordenes, Estamentos y Clases, Madrid, siglo XXI, año? 151-162.; L.Stone, “Social mobility in England, 1500-1700”, Past and Present, april, 1966, 33, 16-55; S.J. Payling, “Social mobility, demographic change, and Landed society in late medieval England”, Economic History Review, XLV, 1992, 51-73; A. Sharlin, “From the study of social mobility to the study of society”, American Journal of Sociology, vol. 85, 2, 1979, 338-360.; P. Bourdieu, “Strategies de reproduction et modes de domination”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 105, 1994, 3-12; L. Thévenot, “La politique des statistiques: les origines sociales des enquêtes de mobilité sociale”, Annales ESC, novembre-décembre, 1990, 6, 1275-1300; …) y la sociedad española es un laboratorio de experimentación y prácticas de movilidad que presenta muy notables contradicciones, no ha sido una temática prioritaria hasta finales del siglo XX. Pero será no sólo la renovación historiográfica que incorpore desde los años cincuenta, al menos para la sociología, el network análysis, sino, sobre todo, la relación entre reproducción social y los procesos de movilidad que alteran el orden establecido. En los últimos años, coincidiendo con el interés por la historia social y cultural, los historiadores se vienen ocupando de la movilidad. Pero no debemos olvidar que en la concepción cultural y político-social existía una imagen, fruto de una realidad, de un orden natural-corporativo cuya configuración tenía retenida y asumida la sociedad como inamovible. Aunque referido al período contemporáneo, Bertaux (“mobilité sociale biographique. Une critique de l´approche transversale”, Revue Française de Sociologie, XV (1974), 329-362; ver también D.B.Grusky y R.M. Hauser, “comparative social mobility revisited of convergente and divergente in 16 countries”, American Sociological Review, 49 (1984), 19-38 y L. Cachón Rodríguez, ¿Movilidad social o trayectoria de clase?, Madrid, 1989, 516-518) expone que la mayor parte de los estudios empíricos demuestran que la inmovilidad es la regla y la movilidad la excepción, algo que se puede extrapolar a la sociedad tradicional hispánica. La mayoría de las familias y de los miembros que las integran permanecen en el grupo social de origen. Esta inmovilidad social afecta de forma mayoritaria a los grupos situados en los extremos del sistema social. En cambio, los más propensos 358

a la movilidad son los fluidos estratos medios, o lo que es lo mismo, los grupos sociales intermedios próximos entre sí y para los que el desplazamiento no exige grandes transformaciones. La metáfora de Juan de Páramo y Pardo en su obra El Cortesano del Cielo, es un perfecto reflejo de la cultura política dominante a la altura de 1675, que ratifica Covarrubias en su diccionario a través de la voz Estado. Incluso, dentro de las distintas acepciones que ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en su edición 19 de 1970, el término Estado se define como: “orden, clase, jerarquía y calidad de las personas que componen un reino, una república o un pueblo; como el eclesiástico, el de nobles, el de plebeyos”; es decir, el término se identifica con el grupo concreto al que se pertenezca. Así, pues, existe un rechazo hacia la ruptura del orden social vigente y a considerar lo que entendemos actualmente por movilidad social, como una realidad integrada, encardinada y aceptada plenamente por el cuerpo social y político de la comunidad durante el Antiguo Régimen. Ni en el ideario de vida, ni en el propósito e intención de los protagonistas y actores sociales de la época, es entendido el paso de un estado o de un cuerpo social a otro como el proceso necesario a seguir para ser bien considerado y valorado socialmente. Lo cuál no quiere decir que no se produjesen procesos de ascenso y también descenso social y, en consecuencia, de movilidad social; es aquí donde se encuentra el punto neurálgico y fundamental del análisis histórico sobre la movilidad social; contradicción que veremos a continuación. Muy al contrario, cada persona nacía y se desarrollaba en el interior de un estado que presenta unos límites y unos hábitos propios con unas practicas y unas determinadas costumbres; precisamente, esta situación va a ser de las más complicadas de cumplir, por una parte, y de las más vigiladas por otra: protocolo en procesiones y actos públicos, vestidos, criados y elementos de distinción y formas de vida. Es decir, la formalización de los sistemas de representación y su simbolismo buscaba mantener a cada individuo en su condición y estado. Lo cuál era el ideal. Sin embargo, la realidad era distinta en cuanto a las prácticas; y son continuos y constantes los procesos de solicitud de mercedes, cargos y honores al monarca, dado las rentas que suponían y el status y consideración social que significaban. Tengamos en cuenta que la jerarquizada pirámide social se encuentra culminada por la gracia regia, verdadero distribuidor y otorgador de las prerrogativas, cargos, títulos, mercedes, etc., que pone en marcha la movilidad social. Gracia regia que hay que entender como el principal mecanismo de movilidad y, sobre todo, fuente de legitimidad de los cambios sociales que se producen. Así se justifican las aspiraciones, peticiones y provisiones de puestos de distintos tipos, grado y naturaleza. Los procesos de promoción, ascenso y movilidad social no se plantean en términos que reflejan la potencia y el papel del dinero, sino que éste es una simple palanca que mueve las carreras y trayectorias de los individuos pero también de las familias y las redes en la que aquellos se integran. La prueba es que asumen, plenamente, los ideales y prácticas de vida del nuevo cuerpo al que se ha llega359

do. Se demuestra así cuál es la consideración y la valoración fundamental para la organización social: no el dinero, sino la cultura nobiliaria y sus prácticas y formas de vida. Por ello se entiende que en el siglo XIX, quienes criticaban, ferozmente, el sistema de mayorazgo promoviesen y fundasen uno para sus hijos. Ciertamente, nos encontramos ante una contradicción pero también ante una forma diferente de analizar los procesos de movilidad social: no en posición binaria y contrapuesta sino como una integración; pero una integración que admite en su seno el germen de la autodestrucción; es decir, el ideal nobiliario sufre un desgaste cada vez más pronunciado por lo que pierde privilegio y poder. Simultáneamente, la gracia regia es cada vez más cuestionada y las familias buscan en el capital y en la profesión nuevos mecanismos que les promocionen en una pirámide social que se está disgregando, desmoronando y transformándose en nuevos grupos sociales. Sólo faltará un cambio político que vaya acompañado y sancione el final del sistema social del privilegio y la desigualdad para iniciar otro muy diferente en el terreno jurídico (constituciones), pero que ofrecerá resistencias sociales que sólo el tiempo irá diluyendo. El mundo se derrumbará y el proceso de cambio social se acelerará; una etapa convulsa y de velocidad histórica desconocida se protagoniza por una sociedad española y europea en la que el protagonista directo y subyacente es la movilidad social. *** Las aspiraciones y los intentos de vivir y poseer los medios y los privilegios del escalón siguiente en la pirámide social ha sido un denominador común, muy alentado por el revolvedor dinero. Por ello no extraña que surgiesen factores de contención al fuerte impulso de intentos de cambio social, o al menos de igualarse en signos externos, sobre todo ropa, criados, servidores, bienes inmuebles por parte de quienes carecían de los cargos y títulos necesarios pero sí poseían riqueza y el dinero suficiente para adquirir los citados signos externos. La legislación prohibirá por ley los excesos y las cortes de Castilla toman cartas en el asunto. Así la desigualdad en la calidad del matrimonio, es decir, en el status, obliga a las Cortes a solicitar del Rey que escriba a Su Santidad para evitar que: “muchas doncellas principales y honestas engañadas e inducidas a que se casen con personas desiguales de su calidad en deshonor grande suyo y de sus padres y parientes…se sirva Vuestra Magestad de mandar se dé noticia desto al Nuncio de Su Santidad que reside en esta corte” (nota, Acta Cortes de Madrid desde 1586 y 1588, p. 353. “El reyno, visto lo mucho que importa poner remedio en lo tocante a los desposorios de futuro, como se puso en los clandestinos por el Santo Concilio de Trento, y los inconvenientes y daños muy notables que cada día resultan de permitirse que tengan fuerza semejantes palabras y promesas de matrimonio de futuro, suplico a Vuestra Magestad, en las cortes del año pasado de setenta y nueve, mandase escribir a Su Santidad sobre ello”). Pero el problema es fundamentalmente de relaciones. Ya que el matrimonio queda insertado en sus redes de sociabilidad y en su contexto familiar, siendo 360

éste la palanca que moverá las estrategias de movilidad social. Lo cuál significa que la familia, es decir, las familias, con sus diversos caracteres y peculiaridades, deben ser integradas en su red social de solidaridades y relaciones de dependencia vertical y horizontal. *** III. Familia y redes sociales a) Individuo, familia y Grupo de referencia como conformadores de la red social “La familia como red de relaciones sociales”, titula J. Casey un capitulo de su colaboración a la Historia de Granada dentro de un apartado más general que denomina: La sociedad, la familia y los procesos de oligarquización. Es evidente que mirar a las familias es una manera de reconstruir las relaciones que se integraban en cualquier comunidad. Desde este punto de vista las familias no se cerraban en torno al patrimonio y la casa, sino en la ampliación de oportunidades para sus miembros. Las familias se tienen que interpretar en el contexto más general del cuerpo social ciudadano y es un medio para reconstruir la red de relaciones sociales de una comunidad. De todas formas, son pocos los historiadores que utilizan el método de network análysis o de redes sociales en el sentido de aplicar la teoría de grafos, subgrafos, densidad del grafo, caminos, accesibilidad, conexiones, punto de articulación, etc.; sin embargo, la semántica y la utilización del concepto como parte del sistema social está muy extendida. Podemos afirmar que la utilización de la palabra redes sociales, forma parte del vocabulario habitual en los análisis sociales y políticos de cualquier período histórico. También son muchos los historiadores que han aceptado dicho concepto y mimetizado dicha terminología sin haberse planteado una reflexión teórica y epistemológica sobre el origen del concepto, su utilización, qué científicos sociales lo han manejado y con qué objetivos y a partir de qué fuentes. Es posible que el éxito del término, que no del rigor que implica el concepto, se deba, en primer lugar, a un fácil deslizamiento semántico en la explicación de una sociedad en la que los individuos se relacionan de una determinada forma, y esos modos de organizarse tienen mucho que ver con el parentesco, la familia, la amistad, la vecindad, las relaciones de trabajo y de producción, el patronazgo y el clientelismo. Emplear la palabra red para explicar la compleja realidad que encierran estos términos, parece que simplifica y ofrece sencillez y claridad. Sin embargo, como indica Ramela, los préstamos de otras disciplinas no son más que una transposición mecánica de instrumentos que requerirían ser repensados y adaptados para tornarse realmente fecundos en la investigación histórica. Es oportuno destacar respecto de la red social que se trata de un concepto que tiene un status científico preciso, y que las dos tradiciones intelectuales que se han basado en él: el network análysis de la antropologia social británica de los años 361

ciencuenta y sesenta, y el structural análisis norteamericano de los años setenta y ochenta, han dado lugar a una vasta y amplia literatura. El objetivo no es tanto individualizar los comportamientos típicos y el problema de la representatividad, sino reflexionar y analizar los mecanismos sociales que pueden explicar la diferenciación de los comportamientos. Otro problema importante, y que no se ha tenido en cuenta ni pensado en él, es que la sociología ha concebido las redes para analizar y explicar sociedades igualitarias contemporáneas pertenecientes a un contexto social, cultural y político que no guarda relación alguna con la sociedad tradicional del Antiguo Régimen, ya que las formaciones sociales históricas se encuentran atravesadas y caracterizadas por la desigualdad y la jerarquización, lo que se manifiesta, por supusto, en la propia documentación; documentación que se utiliza para crear la teoría de las redes sociales cuando la referencia, el motivo y la razón del testimonio producido y recogido en un documento no es el mismo que utiliza, conceptualmente y analíticamente, la teoría de redes. Sí que ofrece, efectivamente, un dibujo y una aproximación a un problema; pero no incide en la casuística histórica y permanece en una notable superficialidad. Una tercera cuestión se relaciona con el carácter individualista que supone la red social. El individuo es el actor social y el protagonista del proceso, mientras que en la sociedad tradicional el individuo no tiene, todavía, derechos para constituirse en tal actor social. Esta diferencia y matiz es fundamental, porque, además, la separación familia/individuo, es semejante a la que se puede establecer, dentro de otra escala, entre lo sagrado y lo profano. No se puede entender la problemática redes sociales entendidas como un fin en sí mismas, sino como un utillaje y un método que ayuda a comprender mejor las formas complejas de la sociedad tradicional. El análisis de redes aplicado a la familia puede ayudar a tener una nueva mirada sobre este objeto, demasiado a menudo prisionero de una representación formal clásica como es la genealogía. Por otra parte, más allá de las clases y de las categorías socio-profesionales, existen complejos entramados de vínculos personales en los que cada individuo se inserta, los cuáles definen y explican su posición social, conducta, sistema de valores, acceso a recursos, etc. Es decir, la línea de separación entre familia-individuo es dúctil y flexible, pero se encuentra acompañada de relaciones fundamentales; las que determinan el parentesco, el patronazgo, el clientelismo, la amistad, la vecindad; si no tenemos en cuenta estos factores el análisis de redes dejará de prestar la ayuda metodológica que podría suponer para la historia social y, especialmente, para la historia de la familia. Pero, de acuerdo con Claire Lemercier (p.12), podemos colocar bajo la denominación de análisis de redes la tendencia que a partir de fuentes genealógicas y de la microsimulación calcula y define la extensión y la composición del parentesco. La palabra red no puede sustituir ni ser el nuevo nombre del árbol genealógico; ni tampoco convertirse en un nuevo sinónimo de grupo o de familia; el objeto del análisis de redes debe tener por objeto la diversidad morfológica que 362

corresponda a la etapa o período histórico que esté analizando y a las responsabilidades, funciones y atribuciones que se atribuyan según las jerarquías sociales existentes y su aceptación por la familia, las familias y el resto de la comunidad. Es decir, son las relaciones sociales que se trazan y construyen, como ya hemos analizado en la primera parte de este texto, entre los individuos, las que pueden tomar una forma de red; y es la posición que en el conjunto de personas que se encuentran dentro de una familia, parentela, parroquia, cofradía, gremio, ocupa cada individuo y su comportamiento medido en los actos que se llevan a cabo. La familia aparece, entonces, como un conjunto de aliados que cooperan entre sí pero nunca como un grupo uniforme con derechos y deberes iguales, sino más bien como un grupo diferenciado y jerarquizado, pero fuertemente coherente o bien, muy enfrentado por razones diversas. Es en el significado de cada lazo personal, vínculo social, en el grado e intensidad de éstos y en la manera y formad de poder conocerlos y medirlos, donde se produce la mayor disfunción y desfase. El peligro es siempre el anacronismo que se puede deslizar entre un método actual ideado para fuentes y problemáticas contemporáneas, y análisis históricos que exigen la adaptación de los métodos a emplear al contexto socio-cultural, de valores y de prácticas propios de la época y del espacio de que se trate. Problemas de formalización y conceptualización nos obligan a pensar que son las relaciones entre los individuos el principal valor a considerar, mientras que al focalizar, el modelo de redes, en la observación de los individuos el principal objetivo, pone al margen las normas, los atributos y los principios culturales que rigen las relaciones entre los individuos. Es, precisamente, esta interrelación e interacción la clave del sistema y la organización social. En la medida en que el modelo de redes atienda esta reciprocidad será válida para sociedades históricas. Sin embargo, cuando estudiamos la movilidad social como reflejo de las desigualdades y las aspiraciones sociales incluidas en las redes sociales, nos encontramos ante algo más que un problema de ruptura del orden establecido y de las normas de una comunidad que van quedando obsoletas por el impulso económico, las estrategias matrimoniales y los avances socio-culturales y de pensamiento. En realidad, y según Simmel (nota: ver en G. Simmel, La differenziazione sociale (1890), Roma-Bari, 1982, en Gabriella Gribaudi, “La metafora Della rete. Individuo e contesto sociale”, Meridiana, 15, 1992, 91-108)la movilidad produce una diferenciación social que incide sobre la desigualdad, puesto que no se mide en relación a la estratificación social general sino dentro del grupo de origen y de pertenencia de la persona. Por su parte, Merton, con la teoria del grupo de referencia (ob. cit. Gabriela, p. 97) pone el acento sobre el individuo. Y todo individuo salta a la realidad social desde la institución social de la familia. Además, individuo y familia toman como identificación de su comportamiento los valores, sentimientos y actitudes que caracterizan al grupo de referencia al que pertenecen.

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El recorrido entre individuo y familia y el grupo de referencia así como entre varios individuos y varias familias es el que trazan, por ejemplo, los albaceas y testigos de testamentos, procuradores de pleitos, padrinos de boda, testigos presentados para declarar. (nota. El testimonio oral constituye una de las vías de comunicación privada y pública en una sociedad en la que la escritura no está totalmente impuesta. Por ejemplo, para comunicar una sentencia de un pleito. A.H.N. Sección Consejos Suprimidos, leg. 13879, fol. 9r. Relación de herederos posibles tras los directos). El ejemplo que recoge James Casey sobre La Regenta es clarificador: en el casino de la ciudad de Oviedo, los socios se reunían y sus comentarios, curiosidades, preguntas, clasificaban e identificaban a cualquier vecino o persona con referencias a sus líneas de parentesco, matrimonio o cualquier otro dato individual que le caracterizase o identificase; la posición de la familia en la comunidad hacia que la del individuo dependiese de la que tuviese aquella. En definitiva, estamos hablando de lazos (recuérdese en este punto el análisis realizado en la primera parte de este texto); y cada lazo toma su sentido pleno en función de la estructura en la cuál está inserto. Si entendemos estos lazos como el conducto por el cuál circula la relación entre individuos, familias y grupos de referencia estamos definiendo un nuevo objeto que, en palabras de Gabriella Gribaudi es una: “cadena de relaciones que conlleva esferas sociales, mundos culturales y politicos” (93); por su parte, Franco Ramella (“Por un uso fuerte del concepto de red en los estudios migratorios”, Bjerg, M; Otero, H., Inmigración y redes sociales en la Argentina moderna, CEMLA, Tandil, 1995, p. 14-15) señala cómo las relaciones personales son mecanismos sociales que explican comportamientos diferentes; se dibujan, así, las redes en las que se insertan los individuos (nota). Afirma J.Casey que: los testigos constituyen como un mapa de la red de relaciones sociales del demandante, mientras que la familia es un medio para reconstruir la red de relaciones sociales de una comunidad. b) Nueva propuesta: concepto de reciprocidad y su relación con redes sociales Es decir, existe cierta unanimidad en considerar el concepto y la práctica red como el método de trabajo que nos permite poner en relación lo macro y lo micro a partir del individuo y la familia con el grupo de referencia del que forma parte y el contexto social general. Sin embargo, la historiografía, en general, ha derivado hacia una aceptación plena del concepto red aplicándolo de forma automática y con cierto determinismo. Por ello es preciso introducir el concepto de reciprocidad, ya que el término expresa el hecho de que las partes que están en relación tienen necesidad una de la otra. De qué tipo es esa necesidad y cómo se expresa dentro de la jerarquía social y del orden social existente es lo que determina el tipo de relación y el grado de intensidad de la relación y, en consecuencia, el tipo de red. Es decir, nos encontramos ante una asimetría de la relación social (Schlumbohm, J. “Quelques problemas de micro-histoire d´une societé locale. Construction de liens sociaux Dans la paroisse de Belm (17e-19e 364

siécles)”, Annales HSS, juillet-août, 4, 1995, 775-802), que se expresa en la noción de clientelismo. Hasta ahora los historiadores no han incorporado dicha noción al concepto de red ni en la relación social. La movilidad de los individuos está vinculada, pues, a las posibilidades que existen en el orden social de cada época y etapa histórica, pero es el sistema de reciprocidad el que organiza las posibilidades de estar situado en un lugar u otro del espacio social mediante las relaciones sociales que los individuos ponen en práctica y que guardan, a la vez, una vinculación plena con la práctica de la economía donativa (nota: El concepto de reciprocidad en K. Polanyi, “The economy as instituted process”, in alii (eds.) Trade and market in the early empires. Economies in history and theory, Illinois, 1957, pp. 243-270; M. Shalins, “On the sociology of primitive exchange”, The relevance of models for social anthropology, Londres, 1965, pp. 139-256). Estamos ante las relaciones macro-micro, y son las redes las que nos conducen a ellas y nos explican su significado. Se trata de un cambio de escala al tomar en cuenta los casos individuales y las familias y el contexto general (ver E. Bott, Family and social network (1957), Londres, 1971; ver también G.A. Allan, Sociologia della parentela e dell´amicizia (1979), Turín, 1982). Por su parte, Claire Lemercier, señala que en la medida en que el concepto y la realidad de red viene acompañada de una reflexión sobre los lazos en la sociedad observada, y teniendo en cuenta el cambio de escala entre lo individual y el contexto general, permitirá convertir en inteligibles y explicables los comportamientos sociales observados. Afirma J.Casey, que el estudio de las redes informales de poder en la España moderna nos conduce a la familia; pero, a su vez, la familia se tiene que interpretar en el contexto más general del cuerpo social ciudadano (nota, Cambridge, trad. Gr.va., 24).

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3. FAMILIA, HERENCIA Y MOVILIDAD SOCIAL

REFLEXIONES SOBRE HISTORIA Y MOVILIDAD SOCIAL

I. CONSIDERACIONES TEÓRICAS E HISTORIOGRÁFICAS EN TORNO A LA MOVILIDAD SOCIAL Nuestra reflexión va a girar alrededor de las amplias y renovadoras investigaciones que sobre poder y organización social se están realizando en España en las últimas décadas. La historia de la familia ha proporcionado una base conceptual y, sobre todo, ha permitido explicar el sistema de relaciones sociales y el código de valores culturales predominantes en una organización social como la hispánica. En ella, la complejidad derivada de la hegemonía e imposición cristiana sobre las culturas musulmana y judía, unido al fuerte crecimiento de los valores económicos y la defensa de un imperio universal, produjo un efecto contradictorio sobre la organización social al situarla en un panorama de fuertes resistencias a la vez que intentos de cambio social. El concepto movilidad social aglutina y reune una potente carga teórica que proyectada sobre las fuentes ofrece análisis y explicaciones en un período histórico en el que la coyuntura y el tiempo histórico son fundamentales para comprender la sociedad española del Antiguo Régimen. La profunda renovación historiográfica que se ha producido desde los años setenta del pasado siglo a partir de la relación e integración entre historia y otras ciencias sociales-especialmente etnografía, antropología y sociología-, ha tenido importantes consecuencias en el campo del análisis histórico. Una de ellas ha sido la adopción y plena asimilación de conceptos como: redes sociales (network análysis), reproducción social y movilidad social. Lo cuál ha permitido avanzar en el difícil terreno de la explicación de la organización social, y detectar ciertas rigideces historiográficas a la hora de aplicar dichos conceptos a procesos históricos en perspectiva comparativa de larga duración en los que parece que no se han tenido en cuenta los conceptos de cambio social y movilidad social: por ejemplo, el análisis tautológico regidor-cacique; el empobrecedor lenguaje en el que se ha desarrollado la reflexión historiográfica centro-periferia, y la necesidad de cambiar este enfoque por el de la dialéctica 369

del compromiso y la coordinación de intereses; así como la fuerza o debilidad del estado versus corporaciones, o bien estado centralizado versus sociedad segmentaria. Toda esta problemática se ha producido, al menos en el caso del concepto movilidad social, sin que haya existido una previa adaptación de su significado al lenguaje de los contemporáneos y, por tanto, al sentido y realidad del mismo; hay que considerar, además, que el empleo de dicho término es prácticamente inexistente en los textos que recogen el sentir social, político y cultural de la época histórica comprendida entre los siglos XV y XIX; por otra parte, aunque los contextos socio-culturales no pueden convertirse en la explicación general de los interrogantes que el pasado plantea, ciertamente no existe ni en el ambiente ni en la cotidianeidad un sentimiento de referencia y comprensión hacia lo que supone y significa el proceso de movilidad social. Y, sin embargo, la historiografía de las últimas décadas interroga el pasado a partir de presupuestos teóricos y conceptuales en los que el objetivo fundamental es conocer y explicar la movilidad social de los distintos grupos sociales. Esta aparente contradicción es uno de los interrogantes al que pretendemos dar respuesta mediante la presente reflexión. En este sentido, la división del objeto histórico contribuyó, vigorosamente, a potenciar la aceptación de conceptos procedentes de otras ciencias sociales; y ello a pesar de ser un concepto con escasa vigencia en la Sociología; así, en 1989, Lorenzo Cachón se interrogaba en su excelente monografía, ¿Movilidad social o trayectorias de clase?, ¿por qué una obra sobre movilidad social cuando los manuales generales de sociología son de los años sesenta? Diez años después, Javier Echevarría publica, La movilidad social en España (1940-1991). Por otra parte, de la misma manera que determinadas categorías analíticas relacionadas con la palabra y el concepto poder: estado, monarquía, corte, oligarquía, han sido caracterizadas y analizadas, en algunas ocasiones, sólo a partir de los textos que proporcionan los tratadistas de una determinada época o bien de los preceptos jurídicos que regulan sus funciones, obligaciones y privilegios, la categoría movilidad social se ha trasladado, con un notable presentismo a la vez que un profundo anacronismo, a los siglos XV-XIX para explicar la organización social y comprender los procesos que la conforman y configuran. En uno y otro caso, el enfoque, la orientación y, sobre todo, la explicación histórica se puede encontrar, cuando menos, desenfocada y planteada de forma errónea al carecer del necesario contraste con las prácticas y la realidad social resultante, especialmente en el caso del derecho. La metáfora de Juan de Páramo y Pardo en su obra El Cortesano del Cielo, es un perfecto reflejo de la cultura política dominante a la altura de 1675, que ratifica Covarrubias en su diccionario a través de la voz Estado. Incluso, dentro de las distintas acepciones que ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en su edición 19 de 1970, el término Estado se define como: “orden, clase, jerarquía y calidad de las personas que componen un reino, una república o un pueblo; como el eclesiástico, el de nobles, el de plebeyos”; es decir, el término se identifica con el grupo concreto al que se pertenezca. 370

Así, pues, existe un rechazo hacia la ruptura del orden social vigente y a considerar lo que entendemos actualmente por movilidad social, como una realidad integrada, encardinada y aceptada plenamente por el cuerpo social y político de la comunidad durante el Antiguo Régimen. Ni en el ideario de vida, ni en el propósito e intención de los protagonistas y actores sociales de la época, es entendido el paso de un estado o de un cuerpo social a otro como el proceso necesario a seguir para ser bien considerado y valorado socialmente. Lo cuál no quiere decir que no se produjesen procesos de ascenso y también descenso social y, en consecuencia, de movilidad social; es aquí donde se encuentra el punto neurálgico y fundamental del análisis histórico sobre la movilidad social; contradicción que veremos a continuación. Muy al contrario, cada persona nacía y se desarrollaba en el interior de un estado que presenta unos límites y unos hábitos propios con unas practicas y unas determinadas costumbres; precisamente, esta situación va a ser de las más complicadas de cumplir, por una parte, y de las más vigiladas por otra: protocolo en procesiones y actos públicos, vestidos, criados y elementos de distinción y formas de vida. Es decir, la formalización de los sistemas de representación y su simbolismo buscaba mantener a cada individuo en su condición y estado. Lo cuál era el ideal. Sin embargo, la realidad era distinta en cuanto a las prácticas; y son continuos y constantes los procesos de solicitud de mercedes, cargos y honores al monarca, dado las rentas que suponían y el status y consideración social que significaban. Tengamos en cuenta que la jerarquizada pirámide social se encuentra culminada por la gracia regia, verdadero distribuidor y otorgador de las prerrogativas, cargos, títulos, mercedes, etc., que pone en marcha la movilidad social. Gracia regia que hay que entender como el principal mecanismo de movilidad y, sobre todo, fuente de legitimidad de los cambios sociales que se producen. Así se justifican las aspiraciones, peticiones y provisiones de puestos de distintos tipos, grado y naturaleza. Pero para entender este proceso dentro del contexto en el que se produce, hay que considerar dos argumentos: que éste es el sistema de provisión de cargos y de concesión de mercedes y a la vez es necesario cumplir unos determinados requisitos. No nos encontramos en una sociedad de clases en la que la vieja pirámide social jerarquizada por el privilegio y la legitimidad jurídica, haya sido sustituida por la división de poderes. El concepto y el sentido de movilidad social hay que aplicarlo y se encuentra mucho más cercano a volver a situar a cada persona, una vez obtenida su recompensa como contraprestación al servicio otorgado al Monarca, en el nuevo lugar que le corresponde. Por ello, las aspiraciones de los súbditos de Su Majestad no pretenden subvertir el orden social vigente, sino servir al Rey y obtener así recompensa en forma de privilegios que le colocan en otro escalón de la pirámide, pero sin romper ésta. La forma de entender esta adecuación social es muy sólida. Hasta tal punto, que cuando la gracia regia llega a producir desviaciones y alteraciones excesivas, como es el llamativo caso del valido Fernando Valenzuela, quien en 5 años (1671-1676) pasa de hidalgo a Grande de España de primera, la nobleza 371

de corte se rebela, redacta un manifiesto contra el privado y logra, finalmente, su alejamiento de la corte y la pérdida de su puesto de valido. Algo parecido ocurrió a finales del siglo XVIII con Manuel Godoy. Por tanto, la aparente contradicción entre el ideal y la realidad encuentra su explicación en el proceso histórico que a lo largo de los siglos XV, XVI, XVII, XVIII y buena parte del XIX, fue transformando, paulatinamente, una cultura que sancionaba, mediante el orden jurídico, el privilegio y la desigualdad. Al ser una de las preocupaciones y de los objetivos fundamentales, como teoría sociológica actual, de la movilidad social, determinar y explicar las desigualdades sociales, es aquí, donde la reflexión histórica alcanza un mayor protagonismo pero también refleja, a la vez, una de las mayores contradicciones. Precisamente, conforme se vayan salvando y eliminando éstas el sistema social vigente en los textos jurídicos y en la idiosincrasia social se irá resquebrajando y produciéndose el cambio social. Realmente, nunca un problema histórico había presentado diferencias tan evidentes entre el marco teórico y la cultura social y política de la época como concepto aglutinante y explicativo de dicho proceso y las prácticas sociales; pero, sobre todo, nunca un proceso de transición había sido tan complejo ni habían intervenido variables tan distintas que, además, se suelen analizar de manera independiente y con muy escasa relación entre ellas. De aquí el enorme interés que tiene el estudio sobre movilidad social. Pero tengamos en cuenta, además, que el orden político es concebido en términos de cristiandad antes que en el de formaciones estatales, por ello es necesario referirse al papel de la iglesia. El entramado institucional demuestra claramente esta situación y explica la teoría de los vasos comunicantes a la que nos referiremos más adelante. La organización polisinodial de la monarquía incluía tres Consejos: Inquisición, Ordenes, Cruzada, con difícil justificación administrativa. Los tres poseian jurisdicción espiritual y temporal. El control de las órdenes militares y la presentación de obispos eran claves para la monarquía hispánica. Los caballeros pertenecientes a las órdenes militares se encontraban exentos de la justicia secular y aún de los tribunales eclesiásticos. Se puede decir que la monarquía descansaba sobre un doble circuito: eclesiástico y temporal, y sobre ambos y utilizando ambos se planteaban los procesos de movilidad social. *** Si quisiéramos plasmar en una imagen la realidad social y la cultura de la vinculación y pertenencia a un estado o cuerpo, la pintura paisajística sobre determinados ambientes urbanos del siglo XVII en la que se puede contemplar placenteros paseos de caballeros, damas, clérigos, soldados, todos ellos agrupados con sus iguales siguiendo una teórica y práctica pertenencia a un mismo cuerpo, constituyen un excelente ejemplo; el pintor refleja, además, mediante la misma vestimenta, adornos del caballo, acciones de compra-venta, desfile militar, la unidad de cada cuerpo dentro de un conjunto diverso en el que se incluyen diferentes grupos de la sociedad; igual sucede con los autos de Fé de la Inquisición, por ejemplo. 372

Esta homogeneidad en el vestir, vivir, en el consumo, criados, ocupar unos determinados lugares y asientos en procesiones, desfiles y actos públicos, etc., con arreglo al estado al que se pertenece, provocará graves problemas en algunas familias de la nobleza al no poder mantener un status de vida cuyo saldo de rentabilidad se encuentra formado por un debe y un haber totalmente incompatibles. Así, frente a los necesarios gastos de ostentación y lujo para mantener el obligado status, los ingresos siguen formados, en su mayor parte, por escasas rentas de origen feudo-señorial y rendimientos agrícolas muy alejados de la actividad que suponían los cargos y mercedes regias a los que estaba acostumbrada la nobleza. Y es aquí, precisamente, en esta situación de dificultad y de déficit para poder mantener un determinado status cuando surge la promoción de individuos con unas bases económicas muy diferentes: arrendadores de rentas, financieros, prestamistas, grandes comerciantes, quienes mediante el matrimonio y la compra y obtención de mercedes y privilegios de nobleza se integran en cuerpos que les otorgan privilegio y poder. Lo que no pudieron obtener por el nacimiento y la herencia lo obtienen a través de actividades lucrativas que luego invierten en valores casi estériles desde un punto de vista productivo, pero muy rentables socialmente e, incluso, permiten atesorar numerosos bienes inmuebles. Los procesos de promoción, ascenso y movilidad social no se plantean en términos que reflejan la potencia y el papel del dinero, sino que éste es una simple palanca que mueve las carreras y trayectorias de los individuos pero también de las familias y las redes en la que aquellos se integran. La prueba es que asumen, plenamente, los ideales y prácticas de vida del nuevo cuerpo al que se ha llegado. Se demuestra así cuál es la consideración y la valoración fundamental para la organización social: no el dinero, sino la cultura nobiliaria y sus prácticas y formas de vida. Por ello se entiende que en el siglo XIX, quienes criticaban, ferozmente, el sistema de mayorazgo promoviesen y fundasen uno para sus hijos. Ciertamente, nos encontramos ante una contradicción pero también ante una forma diferente de analizar los procesos de movilidad social: no en posición binaria y contrapuesta sino como una integración; pero una integración que admite en su seno el germen de la autodestrucción; es decir, el ideal nobiliario sufre un desgaste cada vez más pronunciado por lo que pierde privilegio y poder. Simultáneamente, la gracia regia es cada vez más cuestionada y las familias buscan en el capital y en la profesión nuevos mecanismos que les promocionen en una pirámide social que se está disgregando, desmoronando y transformándose en nuevos grupos sociales. Sólo faltará un cambio político que vaya acompañado y sancione el final del sistema social del privilegio y la desigualdad para iniciar otro muy diferente en el terreno jurídico (constituciones), pero que ofrecerá resistencias sociales que sólo el tiempo irá diluyendo. El mundo se derrumbará y el proceso de cambio social se acelerará; una etapa convulsa y de velocidad histórica desconocida se protagoniza por una sociedad española y europea en la que el protagonista directo y subyacente es la movilidad social. *** 373

Las aspiraciones y los intentos de vivir y poseer los medios y los privilegios del escalón siguiente en la pirámide social ha sido un denominador común, muy alentado por el revolvedor dinero. Por ello no extraña que surgiesen factores de contención al fuerte impulso de intentos de cambio social, o al menos de igualarse en signos externos, sobre todo ropa, criados, servidores, bienes inmuebles por parte de quienes carecían de los cargos y títulos necesarios pero sí poseian riqueza y el dinero suficiente para adquirir los citados signos externos. La legislación prohibirá por ley los excesos y las cortes de Castilla toman cartas en el asunto. Un segundo factor, en este caso de profunda consideración cultural pero con raíces religiosas y de raza y con consecuencias sociales, es la exigencia de poseer un origen determinado que significaba no haber tenido parientes ni antepasados de otra raza, religión y cultura que no fuese la católica. La limpieza de sangre guarda al grupo dirigente de contaminaciones no deseadas, a la vez que dificulta los procesos de ascenso y trayectoria de promoción familiar de los sectores burgueses. También traslada al conjunto social un mensaje sobre cuál es el camino recto a seguir para entrar a gozar del privilegio y el poder. Preserva de las consecuencias negativas del revolvedor dinero, y provoca una auténtica confusión por la necesidad de borrar antepasados no convenientes mediante unas genealogías falseadas o inventadas que inundan las solicitudes de cargos, mercedes y honores de todo tipo. Sólo el conocimiento directo y personal en comunidades de cultura oral y las fuertes rivalidades entre bandos y grupos dirigentes distintos, da lugar a dichos que denuncian la situación y nos han permitido conocer una punta del iceberg, pero también un ambiente y un clima que nos traslada a una organización social clara y perfectamente definida en grupos bien estratificados por razones jurídicas y de privilegio, pero en cuyo interior está teniendo lugar una situación es mucho más compleja. Presenta tres grandes características: en primer lugar, una gran diversidad dentro de cada uno de los cuerpos de la organización social: nobleza, clero y estado llano. Dentro del primero, por ejemplo, podríamos recorrer un camino que partiendo de la hidalguía, pasaría por caballero, señor de vasallos, título y Grande de España; naturalmente, la posesión y disfrute de regidurías, mayorazgos, un hábito de orden militar, o bien cargos en los distintos puestos de la administración civil, militar o religiosa, establecen una escala perfectamente graduada y jerarquizada dentro de la cuál la movilidad social alcanza su plenitud. Normalmente, la historiografía ha prestado una gran atención a la movilidad social como instrumento de integración en la nobleza y en los grupos de poder, sin embargo el estado llano ha sido muy poco estudiado y ha quedado clasificado a una parte de la línea divisoria denominada hidalguía. Han sido las actividades y las denominaciones de carácter profesional que aparecen en padrones y censos de población, las referencias utilizadas para clasificar socialmente a una población que, aparte de los gremios, registra una gran movilidad, no tanto territorial, aunque más de la que se pensaba hasta hace unas décadas, como de actividad a desarrollar en cada momento y que tiene mucho que ver con el ciclo de vida personal. Por otra parte, muchas de las denominaciones, especialmente las refe374

ridas al trabajo de la tierra, tienen un sentido y una relación más directa con la posesión o no del medio de producción que con el tipo de trabajo que se practica. Es éste un segmento de la organización social en el que la movilidad social no ha sido considerada por la historiografía como una herramienta conceptual. Hay que considerar que el aislamiento analítico ha provocado una falsa independencia del campesinado, artesanado, comerciantes y mercaderes, respecto a las clientelas y a la dependencia de los grupos de poder, dueños de muchas de las tierras en las que aquellos trabajan. Además, se ha proyectado sobre estos sectores sociales el presentismo de la clasificación por sectores de producción, propia de la sociedad de clases contemporánea. Ciertamente es una forma de poder establecer comparaciones, pero si queremos explicar y conocer la organización social del estado llano y sus procesos de movilidad social, tanto internos como aquellos que se sitúan en los límites de alcanzar la hidalguía, debemos de penetrar en el corazón de dicho segmento de población; es decir, conocer las características de las actividades con que son denominados en los censos de población y, sobre todo, si ello significa posesión o no de los medios de producción. Por otra parte, no es igual ser hidalgo en el norte de Castilla que en el sur, y dentro de éste en pequeñas localidades en las que al aplicar a los miembros del poder local la claúsula de: mitad de hidalgos, se inician convulsos procesos de rivalidad en el acceso al concejo ante la llegada de hidalgos procedentes de localidades vecinas que derivan en una lucha de bandos de inusitada violencia. Esta situación también fue debida a una mayor presencia y protagonismo urbano de la nobleza territorial en zonas como Extremadura y Andalucía, que son dos buenos ejemplos. Una segunda característica viene motivada por lo que en su día denominamos teoría de los vasos comunicantes 1. Se rompió así la tendencia al estudio aislado de los grupos sociales. La ocupación de diversos cargos bien en la administración civil o/y religiosa dentro de una trayectoria individual, pero que afecta no sólo al protagonista sino también a la familia de la que procede y la red social y clientelar a la que pertenece y se encuentra inserto. La permanencia en cada puesto no suele ser vitalicia, por lo que tiene lugar un proceso de movilidad territorial y dislocación en zonas tan distintas de la Monarquía como la Corona de Aragón, el Reino de Nápoles, los Países Bajos, las Indias u otros. No es extraño que miembros de la misma familia, con residencia en la misma ciudad o localidad, ocupen puestos en instituciones distintas. La Corte, en este sentido, es el espacio político y social por excelencia. La tercera característica se refiere a la coyuntura histórica y, en concreto, a la venalidad de cargos, que ofrece una doble vertiente: por una parte, refuerza y consolida a la Monarquía en su relación con las oligarquías locales y, por otra, 1 F. Chacón Jiménez, (2000), “Estructuración social y relaciones familiares en los grupos de poder castellanos en el Antiguo Régimen. Aproximación a una teoría y un método de trabajo”, en J.L. Castellano, J.P. Dedieu, M.V. López Cordon (eds.), La pluma, la mitra y la espada. Estudios de Historia institucional en la Edad Moderna, Maison des Pays Iberiques, Marcial Pons, Madrid, p. 361.

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provoca renovación en éstas al permitir la entrada de nuevos miembros que desencadenan conflictos con los antiguos linajes que ven sus privilegios en peligro, precisamente, a manos de nuevos grupos sociales. Así, pues, el mantenimiento de la grandeza imperial con sus imperiosas necesidades económicas actúa sobre el sistema provocando una determinada transformación que implica procesos de movilidad social. La venta de oficios y títulos permitió que numerosas familias procedentes del estrato popular se distanciasen de la plebe y ascendiesen en la jerarquía del privilegio y del honor. Es éste uno de los problemas a los que la historiografía del poder y de la administración, le ha dedicado más páginas; desde las iniciales y sugerentes de Tomás y Valiente en los años setenta, pasando por la síntesis y puesta al día de Fortea Pérez2, o la más concreta y reciente de Marcos Martín3, o bien la clarificadora y estimulante reflexión de Mauro Hernández4. En todo caso, y aunque se ha prestado atención a la significación social de la venalidad, especialmente por lo que se refiere a la conflictividad que se genera entre bandos que intentan controlar el poder local y a la vez evitar la entrada del estado llano en los concejos, no se ha vinculado directamente a los procesos de movilidad social. Es una de las razones por la que las ciudades promulgan estatutos de limpieza de sangre como exigencia para quienes desean formar parte del concejo. Lo que demuestra como afirma Marcos Martín, la impotencia para contener el ascenso imparable de los plebeyos ricos, para determinar el curso de un proceso que se les escapaba de las manos5. II. PROPUESTAS PARA UN DEBATE SOBRE MOVILIDAD SOCIAL La problemática historiográfica que gira alrededor de la estratificación y la organización social es uno de los debates más clásicos de la historia social. Si, además, ponemos en relación las tres características que acabamos de señalar: diversidad dentro de cada uno de los cuerpos de la organización social, teoría de los vasos comunicantes y venalidad de cargos, el resultado es la necesidad de plantear en términos de debate nuestro análisis. La relación implicaría dos grandes realidades del sistema: poder político y organización social. En este sentido, las diferencias entre Mousnier y Porshnev6 podrían ser una primera referencia que podría tener a los debates y seminarios de Saint Cloud sobre clases sociales como otro punto de partida. Pero el foco de interés en el análisis y estudio de 2 (1991), “Poder real y poder municipal en Castilla en el siglo XVI”, en Estructuras y formas de poder en la historia, Universidad de Salamanca, Salamanca, 117-142. 3 (1999), “Oligarquías urbanas y gobiernos ciudadanos en la España del siglo XVI”, en E. Berenguer Cebriá (ed.) Felipe II y el Mediterráneo, Madrid, vol.II, 265-293. 4 (1997), “Cuando el poder se vende: venta de oficios y poder local en Castilla. Siglos XVII y XVIII”, en J. Alvarado (coordinador), Poder, economía, clientelismo, Marcial Pons, Madrid, 71-95. 5 (1999), ob. Cit., 285. 6 Véase la crítica de A. Arriaza, (1980) “Mousnier and Barber: the theoretical underpinning of the Society of orders in early modern Europe”, Past and Present, 89, 39-57.

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las estructuras y las instituciones se ha desplazado hacia los procesos sociales y las interacciones individuales en los distintos contextos sociales. Sin embargo, nuestra reflexión se inicia desde una constatación simple: el ser humano pertenece, se configura y define mediante situaciones y acciones, más que a través de grupos sociales; lo importante, pues, a partir de este principio se encuentra en que, como afirma Goffman y recoge Simona Cerutti, a quien seguimos en estas reflexiones, el proceso por el cuál los individuos pasan a constituir y formar un grupo social no se ha explicado suficientemente7. Es necesario comprender los lazos y los vínculos que se establecen y porqué razones se unen en un grupo social. La movilidad social aparece, en la mayor parte de los casos como, en palabras de Gerard Delille, una construcción que interesa a varias generaciones y es una consecuencia de la separación de estados o cuerpos, y cuanto más cerrados se encuentren los mismos, el paso de uno a otro y, por tanto, de la movilidad social será más complejo y difícil. Por otra parte, los análisis de redes sociales y determinadas interacciones han quedado prisioneras de sus objetivos y con escasa capacidad relacional. En este sentido podemos considerar que la organización social ha sido estudiada en términos binarios: hidalgos frente a estado llano; separación a la que se le ha unido la trascendental oposición cristiano nuevo-cristiano viejo, dentro del problema más amplio de la limpieza de sangre. Esta visión ha tenido una consecuencia: ocultar las relaciones que la fragmentada organización social ponía en práctica para obtener consideración social más allá de la rigidez de ser hidalgo y de sangre limpia. Por ello, los grupos sociales los podemos constituir a partir de las relaciones que unen a los individuos. Relaciones que girarán alrededor de intereses comunes como la misma actividad, la misma consideración social y estatus, la pertenencia a la misma parroquia, gremio y cofradía. En este sentido, las realidades económicas constituyen otro campo de interés en la definición y, sobre todo, configuración y conformación de los grupos sociales; vivir dentro de la misma forma de relación económica, bien sea de dependencia, subordinación o de otro tipo, otorga una identidad de experiencia común que podríamos considerar de grupo pero igualmente de clase, siguiendo los postulados de Thompson o de Sewell8. Se trata, en definitiva, de estudiar los mecanismos que regulan y conforman la sociedad del Antiguo Régimen a través de los recorridos individuales y la vida social: actividad, status, familia, patrimonio, dentro de trayectorias familiares. El privilegio, jurídicamente reconocido, marca diferencias y, sobre todo, desigualdades social y culturalmente aceptadas. Es ahora cuando podemos hablar 7 S. Cerutti, (1996), “Processus et experience: individus, groupes et identities á Turin, au XVIIé siécle”, en J. Revel (direction), Jeux D´Echelles. La micro-analyse á l´experience, Gallimard, París, 183. Véase también al respecto, F. Barth (ed.), (1978), Scale and social organisation, Universitetsforlaget, Oslo-Bergen. 8 W. H. Sewell Jr. (1990) “How classes are made: critical reflections on E. P. Thompson´s theory of working class formation”, in H.J. Kaye et K. McClelland (eds.), E.P. Thompson. Critical Perspectives, Philadelphie, Temple University.

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de una división y estratificación social articulada a partir de grupos sociales cuya denominación ha estado condicionada por el nombre dado a la actividad que cada persona desarrollaba y se incluía en los censos y padrones de población. Sin embargo, los intereses y los objetivos de los individuos superaban ampliamente el trabajo que desempeñaban; es fundamental un seguimiento de la trayectoria y ciclo de vida. Es básico, ahora, interrogarse sobre la relación entre racionalidad individual e identidad colectiva. El proceso por el cuál el individuo se identifica en el seno de una colectividad es lo fundamental y lo que nos permite entrelazar solidaridad y jerarquía social. La movilidad de las sociedades depende de sus caracteres internos. La del pasado se encuentra basada en el linaje. Pero los linajes se encuentran directamente vinculados al problema de la jerarquización, ya que son éstos los que establecen los verdaderos límites de la jerarquía. Podemos entender los linajes como cuerpos constituidos por diferentes ramas, familias y casas, cuyos caminos, recorridos y trayectorias sinuosas y complejas se trazan alrededor del parentesco estableciendo redes y conexiones que se plasman en capellanías, capillas, mayorazgos y, por supuesto, acceso a cargos, mercedes, honores y privilegios. Una de las consecuencias de la movilidad social es la de tender a mantener las antiguas clasificaciones sobre los nuevos puestos y realidades creadas. Las mudanzas y cambios de status quedaban integrados en las viejas categorías. De esta manera se creaba una cierta porosidad en la jerarquía del espacio social que no tenía su perfecto reflejo en las antiguas denominaciones. Sucede lo mismo cuando se superponen nuevos factores a los antiguos. Así, desde el auge de la cultura en los siglos XII y XIII y la correlativa reducción de la función guerrera, el saber cada vez era más estimado y convertido en base de promoción en la sociedad a favor del individuo que lo poseía; también, junto a los antiguos títulos del linaje y de la virtud, se añadirá, paulatinamente, el de la riqueza como legitimadora del ennoblecimento, lo mismo que el del saber. Esta simultaneidad de factores pero, eso sí, dentro de los ejes del privilegio, la desigualdad y la justificación de status y legitimidad jurídica, explica la enorme importancia de los rituales de afirmación y visualización de los poderes. De todas formas, sería un error considerar que el universo cultural explica y justifica todas las formas de expresión y de comportamiento. Los conflictos y las disonancias demuestran las rivalidades horizontales pero también las que se producen como consecuencia de la porosidad y movilidad de una sociedad cuya estructura organizativa se queda estrecha y muy reducida como para poder incluir la gran diversidad de situaciones que se están produciendo. Asistimos a un cambio de perspectiva. Se están invirtiendo los términos de la jerarquía social, en tanto que de nobleza de origen y antepasados que necesitan dinero para mantenerse, se está pasando a poseer dinero y desde esta plataforma ennoblecerse. La economía comienza a verse impulsada por el afán de lucro y se abren, aunque con extremada prudencia, las puertas de la estimación social a aquél que logra acumular una fortuna superior a su estado u origen social. Sin embargo, la obtención de rentas continua siendo propia del modelo económico feudal, y lo que es más grave, las inversiones-en buena medida condicionadas por el 378

deseo de incorporación al modo de vida oligárquico y nobiliario-se orientan hacia el reforzamiento y mantenimiento de un status carente de incentivos económicos que supongan beneficios. De esta forma se mantendrán las relaciones sociales de dependencia y la administración municipal y el poder local se aristocratizarán. El fenómeno de aristocratización de la sociedad se produce por la integración de las capas populares más ricas en el grupo noble seguido de un cierre social en la segunda mitad del siglo XVI y primera del XVII. Las relaciones entre ambos se canalizan a través de una doble vía: instituciones como Inquisición, Iglesia o Corona pero, sobre todo, por el sistema clientelar y la enorme fuerza y viveza de los lazos y vínculos que lo explican; y que son especialmente significativos en los reinos hispánicos a lo largo del período indicado. La puesta en práctica de estas relaciones significa y supone intermediación y, en tanto que tal, intervención en los asuntos locales para convertirse: Inquisición, Iglesia, Monarquía e, incluso, Papado9 en árbitro, regulador y legitimador de las tensiones y rivalidades locales que pueden significar, en algunos casos, enfrentamientos entre facciones nobiliarias. En este secular proceso, mercaderes, artesanos y grupos populares, irán ganando ennoblecimiento, adornando su pasado con blasones, glorias, hazañas y sangre inmaculada, dando lugar a un cierre social dentro del cuál se produce movilidad10. En el proceso de oligarquización, aristocratización y posterior patrimonialización que se produce en el gobierno de las ciudades, la separación política, social y cultural entre la comunidad considerada como una colectividad y agregado de corporaciones constituida por diversos ámbitos con expresión política de autogobierno legitimado en sus fueros y privilegios, y el regimiento, compuesto por representantes de diversos sectores pero que se aleja cada vez más de sus originarias funciones, es una de las consecuencias del citado proceso, que nos permite situar los términos de nuestra reflexión en el punto concreto de la conflictividad y de los intereses y estrategias de los sectores sociales que participan en el proceso. Es necesario estudiar en profundidad la conflictividad que genera este proceso, así como las formas de plantearse; sus soluciones se explican en tanto que la organización social se encuentra dominada por relaciones clientelares que no se dirimen sólo en la localidad sino en niveles sociales y políticos, como ya hemos indicado, más altos. Las respuestas, por tanto, tienen lugar en otro espacio social: el de las relaciones clientelares. Por ello se explica que dinero y honores, dinero e hidalguía, coexistan. En este contexto, el papel de la familia y el parentesco como del linaje y el mayorazgo se presentan como factores de movilidad social y perpetuación. Nos encontramos ante uno de los problemas fundamentales que el historiador deberá afrontar para comprender la vida política y social con sus conflictos y estrategias 9 J. Contreras Contreras (1992), Sotos contra Riquelmes, Anaya-Muchnik, Madrid. 10 Tengamos en cuenta que la movilidad no se puede producir entre grupos socialmente opuestos sino que, previamente, existe una diversidad dentro, por ejemplo, de la nobleza o del campesinado. Lo cuál significa una total adaptación a los valores, modos de vida y pensamiento del grupo al que se quiere pertenecer o dentro del cuál se pretende escalar posiciones sociales.

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en la edad moderna. Pero si ampliamos e incluimos, aunque la complejidad se vuelva mayor, el concepto, significado y realidad de clientelismo, podremos comprender más adecuadamente el orden social, ya que donde se concentra una mayor capacidad de relación es en los procesos de intermediación. El clientelismo, propio de una sociedad jerarquizada, se verá potenciado de manera exponencial en un contexto de relaciones personales en el que la promoción y movilidad social dependerá de las relaciones horizontales y verticales que ponen en tensión un sistema de desigualdades que se legitima en el ideal de reciprocidad de servicios prestados. El sistema funciona en tanto que se generan obligaciones y lealtades surgidas de unas relaciones de dependencia que tienen su origen en la proyección que la familia hará de sus distintos miembros para la supervivencia, la permanencia en el status alcanzado o la promoción a partir del que se posea. Para entender la organización social hay que introducir la creación del mayorazgo y ponerlo en relación con el linaje. El desarrollo de los mayorazgos a partir del siglo XVI significa el predominio de los intereses del linaje y, por tanto, de las familias sobre el de los individuos singulares en su aspiración por el control del poder local. El linaje aparece entonces como un factor de movilidad social a partir de tres realidades: primero, cuando en el matrimonio cada esposo es dotado con un mayorazgo; esta doble procedencia de bienes matiza la idea de que es el linaje masculino sobre el que se construye la identidad social del mismo. Los símbolos de identidad y perpetuación reposan sobre el apellido y éste en la familia que da con su nombre el del linaje. Pero la fuerza de ramas secundarias, las dotaciones de segundones y la sucesión femenina en la cabecera de los mayorazgos, unido al crecimiento económico y aumento en el número de mayorazgos y diversidad de situaciones en el control del poder local, convierte la organización social en mucho más plural; segundo, el orden sucesorio del mayorazgo se encuentra en hermanos del primer dueño/a antes que en hijos del primer dueño/a; y tercero, predominio del apellido y rivalidad dentro de la familia para continuar el linaje. Pero desde finales del XVI y primera mitad del siglo XVII, se produce el estancamiento en las ramas de linajes coincidiendo con el cierre social de los antiguos hijosdalgo que quieren impedir a toda costa el acceso al privilegio y al poder local de las capas intermedias enriquecidas. La fuerza que adquiere la primogenitura y el deseo de ostentarla se convierte en uno de los pilares fundamentales del orden nobiliario. La descendencia asume un desarrollo estrictamene lineal de padre a hijo primogénito y pone en práctica medidas demográficas y estrategias matrimoniales que tienen como consecuencia: práctica del celibato, envio de mujeres a conventos, de segundones a la milicia o a la iglesia. Se producen numerosas disputas para ostentar la titularidad del mayorazgo. En un trabajo anterior, señalábamos la estrecha unión entre linaje y apellido11. La posesión de mayorazgos y el patronadgo de capellanías y capillas 11 Francisco CHACÓN JIMÉNEZ, “Hacia una nueva definición de la estructura social en la España del Antiguo Régimen a través de la familia y las relaciones de parentesco”, Historia Social, 21, 1995, pp. 75-104. Diversos autores han hecho importantes contribuciones a la significación social del

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se vincula y une al linaje a través del apellido y, por tanto, de la familia que da nombre a aquél. Pero el linaje no solo se construye en torno a un antepasado común. Las diversas ramas familiares constituyen una amplia red que tiene a su alrededor una clientela que se fortalece y extiende mediante lazos personales y familiares. El crecimiento de la nobleza en la baja edad media y los enfrentamientos por el poder local con intervención e intermediación de la Corona, le otorgan al bando o parcialidad, no en todas las villas y ciudades, un sentido y un espacio social y político más amplio que el de linaje, aunque ambos reposan sobre el grupo familiar. Debemos distinguir, por una parte, y subrayar, por otra, la importancia de las relaciones clientelares en la formación y constitución del bando mientras que el parentesco tiene un papel más relevante en el linaje. Sin embargo, la distinción bando-linaje es un fenómeno más complejo de lo que en un principio parece y la historiografía ha señalado. La inestabilidad, el conflicto y las rivalidades políticas reflejan claramente las contradicciones sociales, y su agudización y posterior cierre social la presencia de nuevos elementos: venta de cargos, limpieza de sangre, enriquecimiento y acceso de capas intermedias al poder local y devaluación de la consideración de hidalgos. La aparente fluidez y coexistencia de familias integradas en un bando pero que algunas por razones de intereses o estrategias se integren en otro, no significa que estemos ante una gran fluidez del cuerpo social; todo lo contrario, la rigidez que adopta el grupo que disfruta del privilegio ante las nuevas posibilidades que se abren a quienes aspiran también a dicho privilegio, puede llegar a tensionar hasta extremos dramáticos la sociedad española y constituye, pues, el enfoque necesario para entender la relación que nos preocupa desde el principio. A partir de ahora se podría situar la población, la familia y las élites de poder local en el centro de un debate que tiene como finalidad explicar el sistema de organización social y los fines e intereses que persiguen los distintos grupos que componen el tejido social. A través de dos procesos, que no son más que las dos caras de una misma moneda, podemos aproximarnos a semejante objetivo: a) proceso de oligarquización y patrimonialización del poder local mediante el cuál la comunidad pasará a ser representada por un sistema de selección que variará en función de la jurisdicción, la composición social y el tamaño de los núcleos, y en el que intervendrán la Corona, la nobleza territorial y los propios representantes y miembros de la oligarquía local. El control de los mecanismos de elección y las relaciones de parentesco son dos factores a tener en cuenta. No olvidemos que Europa pasaba de una fase de compañeros de armas, aún típica del Islam, a otra de jerarquía y mando y de señores con castillos y vasallos; de mayorazgo, entre otros señalaremos: Marie Claude Gerbet, “Mayorat, stratégie familiale et pouvoir royal en Castille. D´après quelques exemples pris en Estremadure à la fin du Moyen-Âge”, en Les Espagnes medievales. Aspects économiques et sociaux. Mélanges offerts à Jean Gautier Dalché, Niza, 1984, pp. 257-276; Jean Pierre MOLENAT, “La volonté de durer: mayorats et chapellenies dans la pratique tolédane des XIIIe-XVe siécles”, en En la España Medieval, V, Madrid, Universidad Complutense, 1986, pp.683-696; Jean Pierre DEDIEU, “Las élites: familias, grupos, territorios”, Bulletin Hispanique, T. 97, 1995, 1, pp. 13-32.

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una hermandad igualitaria de guerreros a una sociedad estratificada en términos de autoridad y recursos materiales. Pero la venalidad de oficios y la patrimonialización de los mismos romperán el concepto jerárquico de estratificación social, agudizando antiguas rivalidades y permitiendo procesos de movilidad social en los que la riqueza y la limpieza de sangre jugarán un papel fundamental. Ambos factores constituyen los elementos de un segundo proceso: b), en el que un fino y sutil hilo conductor se establece entre la obtención de riqueza y la movilidad social a través de la dote y en detrimento del concepto de honor mediante la inversión en una adecuada y correcta estrategia que permita la promoción familiar a través del matrimonio de una hija, sobre todo, o de un hijo, o de una sobrina/o. Y si es necesario, y lo es en muchas ocasiones, inventando y construyendo falsas genealogías. Son muchas las consideraciones y propuestas que hemos planteado alrededor del proceso, del fundamental proceso de movilidad social pero, sobre todo, nos gustaría detenernos en dos perspectivas: las acciones, vínculos y lazos que unen a los individuos dentro de un marco, evidentemente, mucho más amplio y que sería el sistema que regula y normaliza los diferentes mecanismos que reflejan los cambios en la consideración y en las aspiraciones y trayectorias personales. Y, en segundo lugar, las relaciones sociales. El sistema de relaciones constituye el factor analítico y explicativo de mayor profundidad historiográfica ya que permitirá superar los aislamientos sectoriales que la especialización y la división del objeto histórico ha producido.

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PATRIMONIO Y MATRIMONIO. SISTEMAS HEREDITARIOS Y CAMBIO SOCIAL EN LA EUROPA MEDITERRÁNEA (SIGLOS XV-XVIII)

INTRODUCCIÓN Y CONTEXTO TEÓRICO El estudio de la familia como variable social no fue considerada por la historiografía europea hasta que la antropología evolucionó desde el análisis de las sociedades primitivas al estudio de las sociedades complejas, comenzando a interesarse por la organización de los grupos domésticos y sus respectivas funciones más que por los sistemas de parentesco. La problemática económica se vincula a la familia desde el momento en que se relaciona familia y recursos y los medios por los cuáles aquella accede a éstos para su apropiación, explotación, consumo y, finalmente transmisión a la siguiente generación. Sin embargo, esta perspectiva económica de la familia sólo se puede entender si se integra en el patrimonio y su transmisión La explicación de la organización social y su proceso de cambio en la Europa mediterránea de los siglos XV al XVIII, constituye uno de los desafíos historiográficos más apasionantes. La lenta pero continuada disolución y, sobre todo, perdida de sentido de las normas que legitimaban una jerarquía social basada en el privilegio y la desigualdad, rompe la clásica estructura de cuerpos y permite que, a través de los procesos de movilidad social, se consolide una nueva organización en la que la familia y su reproducción a partir de los sistemas hereditarios y de las actividades económicas se articulan en clases. En este contexto y en una sociedad en la que predomina lo heredado sobre lo adquirido, el papel económico de la familia sólo se explica en relación con los distintos grupos sociales y el medio de acceso de cada uno a los recursos materiales. Nuestra ponencia, por tanto, no va a detenerse en los mecanismos específicos de transmisión del patrimonio familiar de los nobles y entre la nobleza, sino que vamos a colocar nuestro foco de observación en dos realidades: por una parte las normas jurídicas y prácticas consuetudinarias que condicionan el paso de una a

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otra generación de los recursos económicos, y por otra el proceso de reproducción social en perspectiva generacional y lo que ello supone como cambio social. Este objetivo orienta nuestra reflexión hacia los sistemas de herencia y los mecanismos, algunos específicos de los grupos de poder, como mayorazgo o primogenitura, de vinculación patrimonial y en relación directa con el matrimonio; y, sobre todo, pretende analizar en su conjunto y de manera global los factores económicos de la familia. Nuestra reflexión es, por último, una propuesta teórica obtenida a partir de los numerosos estudios y análisis empíricos existentes y que pretende revisar la historiografía existente y orientar los procesos de investigación a partir de la nueva mirada que trazamos, brevemente, en estas líneas. Evidentemente, la evolución es compleja a lo largo de los siglos XV al XVIII; las normas jurídicas no han cambiado, ni los modelos demográficos han sufrido transformaciones sensibles, ni tampoco las prácticas económicas que giran alrededor de la familia han variado, pero sí que se observan conductas de inversión, acumulación y consumo diferentes a lo largo de estos siglos. Propiciadas y fomentadas por la acumulación de capital en el seno de las familias y que tiene en las actividades comerciales y mercantiles su principal origen. Actividades que se encuentran condicionadas por dos grandes ejes que van a constituir nuestro punto de atención prioritario: la herencia que se recibe y que se entrega y, en segundo lugar, la actividad o actividades de las que se obtienen los recursos económicos necesarios para la supervivencia y la inversión por parte de cada individuo, que a la vez es miembro de una unidad familiar. Teniendo en cuenta esta consideración, resulta fundamental fijar nuestra atención sobre: Patrimonio y Matrimonio. El papel económico de la familia gira alrededor de la adquisición de los recursos, el mantenimiento e incremento de los mismos y, lo más importante y fundamental en la sociedad que nos ocupa, su transmisión a la siguiente generación para conseguir la necesaria perpetuación y memoria, ennoblecimiento y engrandecimiento de los miembros pertenecientes a dicha familia. Son muchos los factores culturales que condicionan y matizan las realizaciones económicas de la sociedad tradicional. El sentido de mercado, venta y beneficio tienen que ser vistos a través del prisma de las relaciones sociales de jerarquía y dominación y de los valores predominantes en el sistema cultural, ya que son ellos los que condicionan las posibilidades económicas generales y las de los individuos en particular. Es aquí donde los sistemas de herencia y transmisión de la propiedad alcanzan su máximo interés, así como la dote necesaria para el matrimonio. Pero el problema es más complejo que la influencia, que lo es y mucho, como explicaremos más adelante, de los testamentos, dotes o donaciones; se trata, fundamentalmente, del ciclo vital familiar. Este se relaciona con la producción y la capacidad económica de la familia a lo largo de su tiempo de vida y de su generación, siendo el tamaño y los grupos de edad y la composición de la familia la que condiciona la capacidad productiva de ésta y, por tanto, las necesidades de consumo. Esta relación es óptima cuando la generación más joven alcanza la adolescencia, y mínima cuando se unen abuelos y nietos que no trabajan pero consumen los recursos que se producen por la ge384

neración intermedia, que cuenta, en esos momentos, con el número de brazos y capacidad de trabajo menor. Esta diferenciación y desigualdad se produce en el seno de cada grupo doméstico, independientemente de su status social, aunque la nobleza no se ve afectada de la misma manera que los campesinos, artesanos y comerciantes. Podemos afirmar que los matrimonios y las herencias organizan el reparto de los recursos económicos a través de las generaciones. Así, pues, ciclo vital y acumulación y transmisión de los recursos económicos, es el eje de confluencia del papel económico de la familia que viene marcado por la estrategia que pone en acción cada unidad familiar en el momento de plantearse el matrimonio de sus distintos miembros. Dicha estrategia depende de varios factores a la vez que está condicionada por ellos: • Género, número de hijo/a que se ocupa en el conjunto de la familia y tamaño de ésta • Sistema hereditario por el que se regula la sucesión y prácticas consuetudinarias. • Grupo social al que se pertenece • Capacidad y posibilidades económicas • Si los padres o padre/madre viven o han fallecido, uno o ambos, en el momento del matrimonio • Red clientelar y de patronazgo en la que se integra la familia Estos seis factores no solo condicionan sino que alterarán, dependiendo de aquellos que sean prioritarios en cada espacio y coyuntura histórica determinada, la transmisión del patrimonio familiar. Es, precisamente, en la transmisión del patrimonio dónde y cuándo entran en acción todos los factores sociales y económicos; pero ahora hay que considerar algo no tenido en cuenta hasta este momento: el marco jurídico y las prácticas consuetudinarias. De esta manera, abordamos el verdadero eje de análisis: matrimonio y sistemas hereditarios. Sólo desde esta doble dimensión entenderemos los mecanismos de reproducción dentro de una organización social en la que la movilidad social depende mucho más de lo heredado que de lo adquirido. Transmisión hereditaria y patrimonio En este contexto, la legislación no es tan importante, la clave es más bien el acceso a los recursos. Los mismos marcos legales tienen consecuencias distintas porque se parte de situaciones históricas diferentes. La transmisión hereditaria es una parte de un todo más general. De la misma manera que no se puede desligar la herencia de la sucesión tampoco se puede desligar del matrimonio, de la forma residencial, de las relaciones internas del grupo doméstico, de las relaciones con la parentela, ni de la estructura demográfica y económica, social y política en la que está inmersa. 385

Las prácticas sucesorias se encuentran estrechamente ligadas al fuerte crecimiento demográfico, a la reorganización de la economía y al espacio en el que se lleve a cabo dichos cambios. Esta situación nos coloca en una adaptación de las prácticas sucesorias en función de unos contextos cambiantes que son incompatibles con una concepción fijista anclada en una determinada tradición e identidad regional. Las prácticas de herencia, aparte de la legislación, tienen una dimensión social que no podemos olvidar: no se practica siempre el mismo tipo de sucesión entre un noble, un artesano o un campesino de la misma región. El grupo social del que se trate, la relación con la tierra y el trabajo, el volumen e importancia del patrimonio, cuentan a veces más que una determinada legislación o una identidad regional. Se trata de adaptabilidad y de unas lógicas que nos obligan a tratar el problema de la herencia y la transmisión como un todo más allá de un determinado grupo social, una legislación concreta o un espacio determinado; es por ello que insistimos en considerar el acceso a los recursos económicos y de estatus y consideración social en el contexto de las unidades familiares y de sus respectivos ciclos de vida como los verdaderos ejes de análisis de la problemática sobre la economía de la familia. Podemos preguntarnos, por tanto, de donde llegan los recursos y en qué momentos del ciclo de vida y diferenciar así entre el marco legislativo teórico y las prácticas. Los dos grandes sistemas, de los que hablaremos más adelante: igualitario-desigual, las diferencias que se establecen entre hermanos y si se trata de hijos o hijas y si el padre o la madre o bien ambos estan vivos o fallecidos en el momento del matrimonio y de la transmisión de los recursos familiares, convierten los sistemas de herencia y transmisión de la propiedad en procesos multifactoriales e interactivos. El poder que se ejerce y se tiene no es sobre la tierra o los medios de producción, sino sobre los hombres; el precio del mercado está regulado por el parentesco y las relaciones familiares, pero son un criterio más y no el único a la hora de establecer el papel que juega la familia en el sistema económico y, sobre todo, social. El sistema de trabajo, el medio en el que se desarrollan y producen o intercambiar los productos, el tipo de producción, si los compradores o/y vendedores pertenecen al mismo grupo social o existen relaciones de jerarquía y dependencia entre ellos, conforman, junto a las relaciones de parentesco, vecindad y el puesto que se ocupa en la escala social, un complejo sistema de relaciones que explican algo más que la sucesión, la herencia o la transmisión de la propiedad, en definitiva, se trata de la organización del sistema social y de sus mecanismos de reproducción. En este contexto, los acontecimientos familiares son esenciales para comprender los mecanismos de reproducción social que tienen como protagonistas al sistema de herencia, la dote, el testamento o la donación; así, el matrimonio o la viudedad de uno de los compradores o vendedores, el matrimonio de uno de los hijos/as y necesidad de recursos económicos, sobre todo en el caso de que sea hija. En los ejemplos de Gerard Beaur en Chartres o en Vernon (Normandia en 1690-1836) o de David Sabean en Neckerhausen, aparte de que se compran 386

más joven que se vende, los sucesos y acontecimientos familiares no tienen los mismos efectos de una generación a otra, dependen de su propia composición e influyen de manera distinta en cada generación a la vez que estan mediatizados por la coyuntura. Poner en relación los sistemas sucesorios y matrimoniales con el ciclo evolutivo de la familia y los diversos contextos políticos y sociales que permiten evaluar los diferentes espacios de negociabilidad en las relaciones entre generaciones y entre sexos, es el objetivo fundamental. Lo que condiciona y determina la herencia es la estabilidad de la propiedad, más que la desigualdad o igualdad que al ser legal se convierte en conciencia y estabilidad familiar. Las decisiones sobre el volumen a dar a cada dote y las prácticas de sucesión cambian según el número de hijos, el puesto social y la coyuntura. Los sistemas de herencia y transmisión de la propiedad no son puros ni exactos; hay muchos factores que entran en juego pero, sobre todo, es el modo distinto de llevar a la práctica la realización de la transferencia de propiedad y el hecho de ser hijo/a y el lugar que se ocupa en la familia. La historiografía ha prestado mucha atención al problema del celibato, pero apenas si ha considerado el contexto de las relaciones familiares y de parentesco, no solo entre el heredero único sino en el conjunto del grupo familiar. El intento y la intención es la misma en todos los casos: evitar la reducción del patrimonio al producirse la sustitución generacional. Lo cuál prueba la trascendencia de la familia como espacio para la promoción individual y personal y la estrategia de la reproducción. La pregunta es: ¿Qué momento de la vida es el crucial desde el punto de vista de la transmisión de la propiedad? ¿El matrimonio de los hijos/as o la muerte de los padres? La cronología y el contenido de la transmisión son dos aspectos difícilmente disociables. En cada generación se produce una verdadera reestructuración y el paso es, en realidad, una verdadera ruptura. Sin embargo, Bernard Derouet plantea un cambio de perspectiva respecto al concepto de transmisión y a la articulación temporal de la transición entre generaciones, pues el momento en el que se decide el contenido de la transmisión no es, necesariamente, el mismo que aquel en el que se lleva a efecto. Lo cuál implica otra idea respecto a la transición entre generaciones. El momento de la muerte de los padres no es más que una fase entre otras y no debe alcanzar el lugar central que hasta ahora se le había otorgado. Junto a esta idea surge la de un carácter progresivo frente a la de ruptura; se impone una imagen de transición en el paso de una generación a otra. No hay que confundir el momento de la atribución de derechos con el de su transferencia efectiva. *** Los dos grandes sistemas de herencia: igualitario y de heredero único, constituyen una de las estructuras base del sistema familiar y de la organización social. La originalidad de las sociedades europeas es que presentan una coexistencia entre sistemas de transmisión bilaterales y otros que se pueden calificar de unilaterales y que han dado lugar al sistema de Casa. 387

Cuando pretendemos dibujar una geografía de las formas que adopta la familia a partir de la repercusión que tiene en el territorio la implantación de uno u otro sistema, aunque aparecen áreas claramente igualitarias o de heredero único, la diversidad de situaciones obliga a plantear tantas diferencias, matices o situaciones mixtas o intermedias que se rompe la relación sistema de herencia-formas familiares y estructura del hogar; sin embargo, es necesario tener en cuenta tanto la edad del cabeza de familia como la actividad por la que es reconocido en su comunidad. Ambos factores, unido a la coyuntura, pueden alterar, aunque no en lo fundamental, el predominio o la adscripción a un sistema bien de heredero único o igualitario. Ahora bien, son precisamente estos factores los que pueden explicar la multiplicidad de situaciones y la diversidad que se presenta, sobre todo en los territorios de familia troncal. Pero el sistema de herencia condiciona tanto en el sentido social como fiscal y jurídico, y desde la perspectiva y punto de vista e identificación de los demás vecinos o, por el contrario, permanencia en casa al casarse si se es heredero, o salida de la misma al casarse si no es así. Es evidente que los condicionantes de ser hijo o hija y el lugar que se ocupe en el número de hermanos condiciona las perspectivas y expectativas que cada individuo posee dentro de su familia, casa y comunidad. Esta es la razón por la que más que prestar atención a la serie de diversidades y matices concretos en los sistemas de transmisión y en el ciclo de vida es necesario, a través de las prácticas, saber las consecuencias y las estrategias que se adaptan a partir de un determinado sistema de herencia. Podemos afirmar que los sistemas sucesorios tienen su propia historia. El modo de reparto de los bienes: igual-desigual, no es más que una pieza dentro de un juego más complejo y la oposición entre igual-desigual ha permitido tomar conciencia de la diferencia. Una diferencia que se organiza sobre acceso desigual al poder político y a los recursos. En el sistema igualitario, la lógica del parentesco y la integración de los hijos en el patrimonio da lugar a una comunidad de sangre y presentan más movilidad; mientras que en el sistema desigual la residencia y la casa se encuentran por encima de los hijos. La casa designa una entidad que es a la vez material y simbólica y hay una familia que la detenta y se adapta a esa lógica. En este caso el patrimonio es el fundamento de las identidades en los sistemas de heredero único, siendo la filiación la que transmite las identidades. Pero tengamos en cuenta que los mismos hechos y circunstancias no dan lugar a las mismas respuestas. Las regularidades pueden variar de un grupo social a otro. Frente a la desmembración que se produce en el sistema igualitario con el paso de cada generación, se producen, lo que podemos llamar, circuitos de recomposición. Lo que se destruye por la transmisión se reconstruye por la alianza. Puede ser por venta o arrendamiento entre los herederos. Se trata de reunir los trozos y anular, en cierto sentido, la división anterior. Un segundo sistema puede ser el mercado, el trabajo asalariado y la movilidad de tierras y hombres. En el sistema igualitario se sobrepasa el nivel del individuo y del hogar particular en beneficio de una visión más global que toma en consideración las 388

relaciones del grupo social. Es necesario poner en cuestión la homogeneidad del sistema igualitario; al contrario, el concepto básico es el de adaptabilidad según los grupos sociales y si es hombre o mujer y el lugar, como ya hemos indicado, que ocupa en la familia. El sistema de primogenitura se encuentra más vinculado a la residencia, y asegura la continuidad de una entidad (casa) que engloba a la vez un patrimonio material y simbólico con un nombre y un apellido, escudo y una reputación y consideración; también se vincula el linaje de los sucesores en quienes se encarna el patrimonio. El matrimonio de los hijos es el momento clave, y la dote una pieza esencial del funcionamiento del sistema. Los derechos de los hermanos se determinan ya que deben de quedar o salir de la casa. En los sistemas de primogenitura, el sistema de filiación es un condicionante clave, pues obliga a que los matrimonios mantengan el linaje. La clave en esta situación es el matrimonio y la mujer, porque cuando es heredera atrae hombres que pueden ser o no herederos también. Ella establece relaciones con otras familias al casarse sin ser heredera. Las relaciones sociales son concebidas en términos de relaciones entre las casas y son complejas en tanto que el objetivo es mantener la continuidad del patrimonio y no descender socialmente. La herencia tiene que ser abordada a partir de la dinámica que establecen las relaciones matrimoniales en el conjunto de las casas de la comunidad. Lo que se recibe hay que explicarlo dentro de lo que recibe el cónyuge y con el matrimonio en otra casa. El sistema de heredero único y la práctica matrimonial son situaciones interconectadas en el interior de una convivencia global del conjunto de la comunidad, en la cuál la organización doméstica y las relaciones vecinales se comprenden dentro de las lógicas del sistema. Pero también hay que tener en cuenta los procesos relacionales y las iniciativas autónomas y las coyunturas. También es fundamental, y sin ello no se puede comprender la lógica del sistema, la estratificación y jerarquía en el interior de la comunidad y los intereses objetivos que persiguen: riqueza, prestigio y poder. Es decir, sistema hereditario y sistema matrimonial interactúan recíprocamente y operan en función de los modos de regulación de la convivencia doméstica y vecinal y de las dinámicas de competencia/convergencia de dicha convivencia. El sistema de heredero único implica la aceptación de una serie de valores morales y culturales entre los que habría que destacar la aceptación de la autoridad paterna a la hora de tomar decisiones: como el matrimonio o elección del heredero/a que afectaban para siempre a las personas. El individuo es tal en tanto que miembro de la casa. En la comunidad se llama a las casas no a los individuos. Esa ideología permitió la permanencia y la continuidad de un sistema cerrado y bloqueado. Otro de los aspectos clave es el concepto y la realidad Casa. Como entidad e institución se sitúa por encima de los individuos, ya que significa linaje y continuidad. Una prueba evidente de ello es la existencia de tierras sometidas a la autoridad paterna y del hermano heredero, y sacrificadas al trabajo y desarrollo de la casa. Levirato y sororato, aunque ya en el siglo XIX, son dos situaciones 389

que se producen para salvar la continuidad de la casa. Sin embargo, la coexistencia y convivencia de hijos/as y nueras/yernos, reafirmaba continuamente el sentido de autoridad paterna, pero también suponía tensiones en las relaciones personales. También se producen transferencias de dotes que permiten hablar de cambios, sobre todo de dobles matrimonios. El heredero se casa con la hija segundona, y el hermano de ésta se casa con la hermana del heredero. Así se compensan las dotes. Todo está en función de la integridad patrimonial y la unidad de la casa. La dote se orienta a reforzar la estructura vertical de las casas. No hay herencia en el sentido de reparto de la propiedad, sino continuidad y perpetuación. Pero cada casa está obligada a relacionarse con las demás casas para perpetuarse. Es aquí donde el proceso cristaliza y sus contradicciones necesitan ser resueltas a través de las soluciones, es decir, las prácticas, que se adoptan. Conozcamos la precisa descripción del sistema de primogenitura que nos explica Llorenc Ferrer: el padre elegía al hijo varón primogénito (hereu) como heredero del capital físico y simbólico de la familia y en el caso de que no hubiera varón, a la primera hija (pubilla). Si el heredero moría sin hijos, los derechos pasaban de mayor a menor y de varones a hembras. El hereu tenía la obligación de pagar a sus hermanos la legítima que solía hacerse efectiva en dinero; para las hermanas la legítima se convertía en la dote, que era su valor en el mercado matrimonial, mientras que para los varones servía para buscar un trabajo, pagarse unos estudios o aprender un oficio. La legítima se liquidaba en el momento de contraer matrimonio. El patrimonio familiar que administraba el hereu tenía que producir en el transcurso de una generación los recursos necesarios para dotar o colocar a los hijos. El sistema descrito, que pretendía ser igualitario, en realidad implicaba que los matrimonios de los segundones se realizaran socialmente hacia abajo, mientras que el matrimonio del heredero se realizaba hacia arriba. La razón no es otra que los recursos disponibles para los segundones, hijos o hijas, difícilmente podían alcanzar el mismo volumen que el capital del heredero; esto explica también que los hijos varones, excepto el hereu, de las familias acomodadas iban al celibato, mientras que las hijas iban, pero en un escalón inferior, al matrimonio. Las hijas se convertían en una red de relaciones y de creación de parentesco, al igual que los cuñados o los yernos. La consecuencia de esta situación era doble: a la familia se le abría la posibilidad de un ascenso social a través del matrimonio del heredero y posibilidades hacia abajo a través del matrimonio de las hijas; sin embargo, estas posibilidades cambian con el tiempo, y en una generación se ascendía de forma significativa y en la otra se descendía, lo que dependía también del tamaño y de la composición de la familia. La conclusión es que el sistema de transmisión de bienes guarda una relación directa con las relaciones de parentesco y el matrimonio de las mujeres. Queda explicitada la fuerza del matrimonio y de la dote, mientras que en el sistema igualitario la transición entre generaciones parece organizarse 390

alrededor de la fase de la muerte de los padres, pero dentro de una transición progresiva y sin sentido de ruptura. Tengamos en cuenta que los hijos e hijas heredan igualmente del padre y de la madre, pero en el momento de llevar a la práctica la herencia no es lo mismo hombres que mujeres; eso sí, se trata de un grupo de hermanos que se relacionan horizontalmente y cuyos lazos sociales se extienden; justo lo contrario del sistema de heredero único, cuyos lazos se re restringen y el grupo de hermanos se perpetúa en una jerarquía vertical. Dos mecanismos: primogenitura y mayorazgo, explican la adecuación y adaptabilidad del patrimonio familiar pese a la rigidez legal de cada uno de los sistemas de transmisión de la propiedad. Sistema de heredero único y primogenitura, por una parte y mayorazgo e igualdad en la sucesión son, aparentemente, adecuaciones que intentan, en uno y otro sistema la perpetuación, continuación y reproducción del patrimonio. Ambos mecanismos se vinculan a los grupos nobles y dirigentes de la organización social, pero muestran también diferencias; en primer lugar la primogenitura se extiende a los dos sistemas de transmisión mediante la acumulación de la propiedad a través de la constitución del mayorazgo que evita la dispersión en el sistema igualitario, aunque la bilateralidad sigue imperando al ser posible que hijo o hija ostenten la primogenitura o posean o hereden mayorazgos. La casuística es muy amplia pero, por ejemplo, el regidor de Salamanca Pedro Ordoñez, en 1531, al otorgar su codicilo estableció que no podía heredar su mayorazgo aquella hija que no se hubiese casado en vida del padre y no hubiese tenido un hijo varón; en otras ocasiones, era obligatorio que los herederos en el mayorazgo llevasen el apellido de los fundadores y si una hija acumulaba mayorazgos del padre y de la madre, la línea agnática prevalecía, siendo el apellido el elemento que aglutinaba y daba cohesión. CONCLUSIÓN La historiografía ha planteado desde una perspectiva estática lo que es un proceso genealógico en el que el ciclo de vida es fundamental. Los sistemas de herencia no son realidades rígidas ni estáticas, responden, eso sí, a una normativa jurídica dentro de la cuál los miembros de las unidades familiares han procurado adaptarse y que ofrecen un indicador muy visible: el sistema de residencia. Sin embargo, las prácticas consuetudinarias por las que la población se adapta al medio físico y sus posibilidades y, por supuesto, los distintos grupos sociales, convierten en flexible lo que jurídicamente es rígido y, además, solo es posible contemplar en perspectiva evolutiva tanto por el ciclo de vida individual y familiar como por los distintos momentos: matrimonio o muerte de los padres, en los que tiene lugar la transferencia de propiedad. Adaptabilidad es la palabra que nos parece clave, y junto a ella el concepto de transición lenta y el carácter progresivo de la misma frente al de ruptura respecto al paso de los recursos patrimoniales de una a otra generación. Es necesario no confundir el momento de la atribución de derechos con el momento efectivo de la transferencia en directo. 391

Pero más allá del hecho en sí de la herencia y su paso a nuevas generaciones, lo fundamental es el acceso a los recursos que no tienen sólo un significado económico, sino de consideración social y, en muchos casos, simbólico, especialmente cuando nos referimos al heredero/a único/a. Un ejemplo concreto es de las familias que se fusionan con otras, o bien desaparecen biológicamente o se funden y mezclan en otras mediante el ascenso o descenso social. Los concejos son un espacio político y social que permiten comprobar esta realidad. Los apellidos de las familias que forman el concejo en el siglo XVI son diferentes a las personas que lo forman doscientos o trescientos años después. El ejemplo de Manresa, estudiado por Llorenc Ferrer entre finales del XVI y principios del XIX es significativo. Se trata, en definitiva, de procesos de ascenso social. Adaptabilidad y transferencia progresiva de unos recursos que en su mayor parte son heredados y no adquiridos, dentro de un contexto genealógico de ciclo vital en el que el deseo de ascenso social impulsa el proceso de perpetuación y reproducción, verdadero objetivo de una sociedad en la que el cambio social es el leiv motiv fundamental. BIBLIOGRAFÍA AUGUSTINS, G., Comment se perpetuer. Devenir des lignées et destines des patrimonies dans les paysanneries européennes, Nanterre 1989 (Societé d´etnologie). BARRERA GONZÁLEZ, A., Casa, herencia y familia en la Catalunya rural, Madrid 1990. – Les Baronnies des Pyrenées, ed. I. CHIVA, J. GOY, 1, Maisons, mode de vie, societé, Paris 1981; 2, Maisons, espace, famille, París 1986. BÉAUR, G., Marchés fonciéres et rapports familiaux dans l´Europe du 18e siècle, en Il mercato della terra. Secc. XIII-XVIII, a c. di S. CAVACIOCCHI, Firenze 2004 (Istituto Internazionale di Storia economica F. Datini-Le Monnier, Atti delle Settimana di Studi e altri convegni, 35), pp. 985-1002. BESTARD CAMPS, J., Casa y familia. Parentesco y reproducción doméstica en Formentera, Palma de Mallorca 1986 (Institut d´Estudis Balearics). BOURDIEU, P., Celibat et condition paysanne, en “Etudes Rurales”, V-VI, 1967, pp. 32-135. IDEM, Les strategies matrimoniales dans le systéme de reproduction, en “Annales ESC”, 1972, 4-5, pp. 1105-1125. CARDESIN DIAZ, J.M., Paysannerie, marché et etat. La structure sociale de la Galice rurale au 19e siécle, en “Annales HSS”, 1996, 6, pp. 1325-1346. CASEY, J. & CHACÓN JIMÉNEZ, F., et alii, La familia en la España mediterránea (siglos XV-XIX), Barcelona 1987. COLLOMP, A., La maison du pére, famille et village en Haute Provence aux 17e et 18e siécles, París 1983. DEROUET, B., Pratiques successorales et rapport a la terre: les societés paysannes d´Ancien Régime, en “Annales ESC”, 1989, 1, pp. 173-206.

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EPÍLOGO

Reuniendo más de veinte años de publicaciones dentro de un mismo libro, Francisco Chacón Jiménez ofrece al lector una historia de España bajo el prisma de la institución familiar. De hecho, se trata menos de un « viaje de las familias », tal como sugiere el título de la obra (y que cada una de ellas, en su época y en función de los grupos sociales, tenían sus formas y funciones propias), que de un viaje con una mirada distanciada, a partir del material español, principalmente levantino, sobre los conceptos que se han utilizado para su análisis. Esta recopilación de artículos aparece como una profundización en las diferentes síntesis que el autor ya ha publicado, bien se trate de Historia social de la Familia en España (Alicante, 1990), o del monumental compendio codirigido junto a Joan Bestard, Familias. Historia de la sociedad española (desde el final de la Edad Media a nuestros días) Cátedra (Madrid, 2011). En todos los textos presentados aquí, o en casi todos ellos, el autor asume una doble postura: una fuerte voluntad teórica y una distancia crítica, planteando la pertinencia de conceptos concebidos a partir de datos y de contextos históricos bien diferentes a los de España, todavía marcada en los siglos XVI y XVII por su historia guerrera, por la influencia de la iglesia católica y por el concepto dominante de la «pureza de sangre». Más allá de estas tomas de posición teóricas, el conjunto de la obra constituye una valiosísima aportación al conocimiento de las familias y de la sociedad española en general, especialmente bienvenida aquí. España y todos los países hispanoparlantes de Latinoamérica ocupan actualmente el campo de estos debates, que toman el relevo de los que hubo en torno a la Europa septentrional y a los Estados Unidos entre los años 1970 y 1990 y cuyo fulgor ya está relativamente apagado, tanto en el campo de la historia, como en los de la demografía y la antropología.  Desde sus primeros trabajos a finales de los años 1990, FCHJ se levanta contra la dominación conceptual anglofrancesa. Subrayando la rica producción histórica sobre las familias de España, entonces multiplicándose, muestra que su diversidad se adapta mal a las vastas geografías europeas y a las pautas de lectura impuestas por la Europa del Norte. Critica especialmente la tesis de Peter Laslett y del Cambridge Group for the study of Population and Social Structure de 395

Cambridge: los historiadores demógrafos ingleses habían descubierto la antigüedad de la familia «nuclear», volviendo así a las propuestas evolucionistas de Durkheim o de Talcott Parsons: estos sociólogos, lo sabemos, veían en esta forma de familia un modelo acabado, propio de la modernidad, que había permitido el desarrollo de la industrialización. Si la tesis tuvo tanta repercusión fue porque 20 años después de las teorías de Parsons, Peter Laslett y su equipo le daban la vuelta a su propuesta. Así explicaban que, gracias a que las familias eran ya nucleares desde el siglo XVII, Inglaterra se había podido industrializar la primera; un siglo antes que otros países europeos. Independientemente de este análisis que tuvo un gran eco en los años 1980 y 1990, Francisco Chacón Jiménez estima que la evolución de las familias españolas no entra en esta pauta de lectura, aunque le ha hecho falta tiempo para hacerse oír. España ha sido inicialmente el pariente pobre del debate internacional que se generó al inicio de los años 1970. De hecho, no hay ningún ejemplo español en las dos obras principales del Cambridge Group - Household and Family in Past Time (1972) y Family Forms in Historic Europe (1983). También ha sido, a mitad del siglo XX, el terreno de juego de los antropólogos españoles, como Julio Caro Baroja, y de los anglosajones, como Julian Pitt Rivers, que vino a buscar «primitivos» europeos en los confines mediterráneos. Con la excepción de algunos trabajos pioneros –los de Robert Rowland–, el interés por la historia de este país, a través de sus familias, era escaso, sobre todo en comparación con las producciones de las escuelas históricas francesa, inglesa e italiana. Los trabajos de FCHJ han marcado así el lanzamiento de una investigación moderna, con impulso hacia nuevas direcciones y abriendo estudios que conciernen fundamentalmente a la región de Murcia. La presente obra ofrece al lector, a través de diversos artículos, una historia del pensamiento sobre la familia española y señala pistas para estudiar la España de las familias, en los siglos XVI, XVII y XVIII. Lejos de encerrarse en el marco demográfico de la Europa septentrional, o en los estudios de las geografías europeas, FCHJ propone asociar el estudio de la genealogía social, la estructura de la autoridad, los vínculos de parentesco y los contextos económicos, siendo todos temas, además, tratados por los antropólogos y los historiadores europeos a lo largo del fructífero diálogo del periodo posterior a Laslett. Retomando la crítica hecha a Laslett por el antropólogo Jack Goody, en la conocida obra Household and family in past time –incluso ha escrito que el artículo de Goody era una bomba escondida dentro de la obra– FCHJ subraya que la casa y la familia no se superponen, insistiendo en el papel fundamental de la parentela. Esta temática recorre la mayoría de los artículos de esta obra, especialmente en torno al estudio de las élites, lo que no se puede comprender fuera de la especificidad de la historia española, durante mucho tiempo marcada por la presencia de los árabes que, expulsados, abandonaron sus tierras a una nobleza de hidalgos, católicos, que se reproducían en el seno de linajes construidos a partir del sistema de mayorazgo e impregnados de la ideología de la pureza de sangre (libre de las impurezas moras y judías). 396

Recordamos las estrofas de Rodrigo, en la obra de Corneille, que terminan así: «¡Devolveré mi sangre tan pura como la recibí»! FCHJ pinta un vasto fresco histórico de una España hecha de compañeros de armas guerreando contra el Islam que se transforma en una sociedad de castellanos y vasallos, pasando de una sociedad de hermanos de armas a una sociedad muy jerarquizada, marcada por las relaciones de parentesco y de clientelismo. Desde sus trabajos de los años 1990, FCHJ ha subrayado asimismo que las grandes periodizaciones históricas, adoptadas por la historiografía de la Europa del Norte, como la Revolución Industrial, no convenían a la historia de un país que se había quedado mucho tiempo fuera del desarrollo capitalista que se producía en el Norte, y estaba minado por la emigración y la pobreza rural. Tampoco los conceptos socio-históricos, tales como la clase social, se ocupaban de los cambios familiares; y después de las estructuras-objetos de estudio del decenio anterior, era necesario pasar al estudio de los procesos. Se esboza la ambición de comprender lo que implica el término «movilidad social» en una España cuya sociedad se ha basado durante mucho tiempo en la atribución de privilegios a una nobleza que ve como sus recursos cada vez son más insuficientes para mantener su rango, según el nivel de vida exigido por la corte, mientras surgen al mismo tiempo nuevos grupos de financieros y comerciantes, generalmente ajenos a las grandes familias. Como buen historiador que dedica una buena parte de su trabajo a la crítica de sus fuentes, FCHJ se dedica también a este ejercicio, ya que la historia de la familia en España ha arrancado, como en otros países de Europa en los años 1960, por cuestiones demográficas relativas a la población, sus movimientos, su estructura por edades y los diferentes modelos familiares, tal como quedan revelados por la edad de matrimonio. En 1987, con ocasión de su bicentenario, se dedica al examen crítico del gran censo impulsado por el Conde de Floridablanca, Don José Moñino, originario de Murcia; vasta operación estadística ejecutada por orden real y premisa de la modernidad administrativa. FCHJ se pregunta por los objetivos de esta empresa: políticos –mostrar que la región estaba poblada y conocer mejor la estructura de la población– y fiscales. Muestra sus fortalezas y debilidades, confrontándolo con otros documentos como los Estados de Población, y haciendo así aparecer las incoherencias, tales como las que atañen a las estructuras de los grupos de edades. Una vez hechas estas críticas, el marco demográfico del Reino de Murcia, en el siglo XVIII, aparece como el de un modelo tradicional, con fuerte fecundidad y mortalidad. Desarrollando la comparación, FCHJ hace aparecer la diversidad de España, leída a través de las diferentes tasas de nupcialidad, celibato y edad de matrimonio. El estudio de este excepcional documento cuenta tanto para los resultados demográficos como para la ejemplaridad de la crítica de fuentes. FCHJ desarrolla el mismo estudio crítico a propósito de la acogida por nodrizas de los niños abandonados, multiplicando los ángulos de análisis: ¿cuántos niños tiene la nodriza? ¿a qué 397

distancia reside ella del lugar donde ha sido recogido el recién nacido? ¿cuántos niños abandonados recoge?, etc. Un trabajo que busca explicar la fuerte mortalidad de los niños abandonados. El historiador se arremanga y convence aportando pruebas. Para mostrar cómo estudiar el proceso de reproducción social, FCHJ se apoya sobre un subconjunto de datos locales de la región de Murcia, extraídos del censo de Godoy, realizado en 1797, es decir, cerca de 30 000 individuos que vivían en 7566 familias. Esta población estaba dispersa entre la ciudad, el campo y la huerta de Lorca. El estudio de esta masa considerable de datos muestra que existía una relación directa entre el tamaño de la familia y el estatus social: las familias situadas en lo alto de la escala social conservaban más tiempo en el hogar a sus hijos, lo que generaba problemas de herencia; por el contrario, las familias más pobres se separaban pronto poniendo a los hijos rápidamente a trabajar. Sobre la base de los resultados de esta investigación y de otros, FCHJ pone en tela de juicio el análisis marxista ya que, en su opinión, el estudio de las relaciones de producción que pone en escena a grupos ya identificados no es conveniente para las sociedades rurales del Antiguo Régimen. FCHJ muestra que estos « grupos » están lejos de ser homogéneos e invita a que se tengan en cuenta datos más detallados. La contestación de las propuestas marxistas queda ilustrada en el vasto estudio consagrado a una ciudad agrícola del Sur de Europa –estructura que es desconocida en la Europa septentrional–. Se han utilizado para el mismo dos documentos fiscales y de censo de excelente calidad para estudiar la ciudad de Lorca, en el Reino de Murcia, a finales del siglo XVIII. Se trata de las declaraciones juradas de 1771 y del gran censo ordenado por Godoy, 26 años más tarde. Estas «declaraciones juradas» son documentos excepcionales a la manera del Catasto florentino sobre el que han trabajado Christiane Klapisch y David Herlihy y que ha permitido acceder a las categorías autóctonas de la sociedad florentina del siglo XV, ya que son las personas censadas las que proporcionan por sí mismas las indicaciones sobre sus actividades. En lugar de imponer desde el exterior categorías socio-profesionales construidas para otras sociedades, estos documentos permiten dibujar la definición autóctona del «trabajo», a través de un análisis detallado de las declaraciones de las actividades de los miembros de los hogares. La formulación de una pregunta del censo permite a los individuos responder con sus propias palabras y mostrar también la variedad completa de sus ocupaciones y la multiplicidad de los estatus desde los que ejercen dichas ocupaciones. Así se despliega un universo variado y complejo de relaciones de producción que describe un modo de vida que multiplica los tipos de empleo y los modos de acceso a la tierra. La sociedad de Lorca imbrica trabajo, familia, parentesco y vínculos sociales, multiplicando las relaciones interpersonales entre patrones y trabajadores. Evidentemente, un ángulo de investigación que rechaza las categorías construidas previamente implica colocarse, desde un punto de vista metodológico, al nivel de cada individuo, para vincularlo con las personas con las que mantiene relaciones de trabajo: así se revela la importancia de la relación de clientelismo y de parentesco. 398

A través de todos sus trabajos, FCHJ no ha parado de insistir en la especificidad de una historia de las familias españolas. Historiador al que le gusta deconstruir las categorías establecidas, siempre ha promovido una historia social, y una forma de microhistoria, a lo Giovanni Levi, buscando evadirse de la cortapisa de la demografía para una reflexión sobre la organización social, y subrayando la necesidad de cruzar la larga duración de las familias, el ciclo de vida familiar y las estructuras de autoridad. También es un comparatista, como muestra la obra Familia y organización social en Europa y América, siglos XV-XX (Murcia, 2007) de la que ha sido codirector. Después del debate de la Europa septentrional de los años 1970-1990, el debate histórico sobre la familia se ha desplazado a otro continente. Lo hemos dicho antes: es allí donde se encuentran desde ahora las riquezas conceptuales y los nuevos saberes. En los tiempos de la globalización, la obra de Francisco Chacón Jiménez contribuye a esta feliz descentralización. Martine Segalen Universidad de Paris Ouest Nanterre La Défense Junio 2013

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