El suicidio femenino en la Antigua Roma: Irracionalidad, pasión y locura

July 9, 2017 | Autor: Karina Araya Leiva | Categoría: History, Cultural History, Roman History, Representations, Suicide (History), Women and Gender Studies
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Descripción

V Jornadas de Estudios Greco-Romanos (PUCV):

El suicidio femenino en la Antigua Roma: Irracionalidad, pasión y locura

Karina Araya Leiva

La siguiente exposición busca lograr una aproximación hacia la forma en que se representó el suicidio femenino en Roma, a partir del análisis de tres personajes presentes en obras literarias de autores de la época que va entre el siglo I a.c. y el I d.c. (Estas son: Dido que aparece en La Eneida de Virgilio, Fedra personaje principal de la tragedia de igual nombre escrita por Séneca y, finalmente, Arria, mencionada en las Cartas de Plinio El Joven). En específico, se intentará comprender cómo fue entendida dentro de la sociedad romana esta forma de suicidio, acto culmine de un proceso en el que hallamos a mujeres abrumadas por la pasión amorosa o la locura. Son dos los imaginarios que se destacan en torno al suicidio en este período: uno que se suele tildar de racional (suicidio estoico, masculino) y su contraparte irracional (suicidio causado por las pasiones, esencialmente femenino). Pero, ¿existe realmente una oposición tan clara entre ambos? ¿Por qué se suele ver a personajes femeninos dominados por las pasiones? ¿Es esta, efectivamente, una representación de la mentalidad de la época, la cual manifiesta que para los romanos es un atributo esencial de la mujer el dejarse llevar por su parte irracional?

Antecedentes Durante el siglo I a.c. fue posible notar –a partir de los registros de la época, recopilados por Anton van Hooff–, un aumento de los suicidios. Esto, según lo planteado por Francisco de Oliveira, se debería a diversos factores, entre los que destacan los problemas tras la crisis y el fin de la República y la influencia de corrientes filosóficas como el estoicismo y el epicureísmo,1 que resultarían en lo que el autor denomina banalización de la muerte. Al Oliveira nos dice: “el aumento de la tasa de suicidios en el Principado ha sido sociológicamente explicado por la anomia causada por el advenimiento del régimen imperial para las clases altas, que vieron en el suicidio la única puerta de salida. En mi opinión, esta explicación sin duda válida, debe ser complementada por otras de 1

menos, durante este período, es posible hallar al suicidio como tópico recurrente en diversos escritos, en especial, dentro de la literatura, tal como plantea Gregorio Hinojo, quien expone que: “durante el primer siglo del imperio romano surgió toda una literatura que se complacía y disfrutaba con la descripción detallada y, en ocasiones, morbosa de la muerte, de los asesinatos, de los crímenes violentos y también del suicidio. Se trata de una tendencia estética, cultural y literaria de la época, que R. Barthes ha definido con precisión y elegancia con el sintagma ‹‹barroco fúnebre››”.2

El predominio del pathos y el suicidio femenino

Aunque la mujer romana gozaba de mayores libertades que su par griega, esto no significó de ningún modo que se haya encontrado en un plano de igualdad con el hombre. Pues es posible rastrear, dentro de algunos sectores de la sociedad romana, diversos imaginarios negativos en la forma de comprender a la mujer. A este respecto, Juan Tello plantea que el hecho de “que la mujer se vea sometida a la manus o poder de un esposo, a la potestas o poder de su padre o, en el mejor de los casos, a tutela, para suplir la potestas o la manus en el supuesto de que faltaren, merece una reflexión sobre las posibles causas. La razón hay que buscarla en la consideración de la mujer como un ser inferior.”3 Esa idea sería un legado de los pensadores griegos, para los que la forma de actuar de la mujer no se rige por la razón, sino por las pasiones. En Roma, el filósofo Séneca habría incidido de manera importante en ello, en particular con el concepto de muliebris impotentia, que Tello traduce como “endeblez moral femenina”, que se basaría “en el principio aristotélico de que la mujer es un ser instintivo no sujeto a la razón, espécimen ignorante, guiado por la opinión”.4 A lo que se agrega, también, el tópico de la maldad innata de la mujer, debido a esa debilidad moral que la empuja a actuar por medio de engaños y artimañas. De hecho, Hipólito, uno de los personajes principales de la naturaleza histórica y cultural: El aumento de suicidios en el siglo 1 a.c. puede deberse también a la influencia de corrientes filosóficas que abogaban o banalizaban la interrupción voluntaria de la vida” (Traducción propia desde el portugués). 2 HINOJO, Gregorio. Las designaciones de la muerte voluntaria en Roma. Revista Hápax (3): pp. 57-72. P. 58. 3 TELLO, Juan Carlos. Sobre la situación de la mujer en la Antigüedad Clásica. Revista de Aula de Letras. Humanidades y Enseñanza, años 2003-2005 (12 páginas). P. 3. 4 Ibíd. p. 4

tragedia Fedra expondrá algunas de estas ideas: “Pero el caudillo de los males, la mujer: esta urdidora de crímenes asedia los espíritus. Por las indecencias de ese ser impuro humean tantas ciudades, guerras emprenden tantas naciones, y a tantos pueblos aplastan los reinos derribados desde sus cimientos. ¡No hablemos de las otras! Por sí sola la esposa de Egeo, Medea, hará de las mujeres una raza abominable”5.

Asimismo, diversos pensadores del Mundo Greco-Romano plantearon la irracionalidad como inherente a la mujer, que se entenderá “como resultado de una especie de perturbación u obnubilación de la parte racional del hombre causada por la intromisión o acción en ella de su parte irracional. Dado que fue así como Platón y Aristóteles dicotomizaron al hombre, lo irracional desde entonces quedó caracterizado como lo que es esencialmente opuesto a lo cognitivo, lo que obstaculiza las funciones cognitivas del ser humano”6. A pesar de esta distinción que hicieron los antiguos, creemos que en nuestros días se acepta que el ser humano es –en sí mismo– irracional, por tanto, no se trata de un atributo excepcionalmente femenino.

Tal como se mencionó en un comienzo, cuando se trata de abordar el estudio del suicidio en Roma existe un tópico recurrente: el suicidio estoico, que ha sido sumamente estudiado. Son, por ende, pocos los autores que se han referido al suicidio femenino, entre ellos, quisimos destacar lo planteado por Margarita Garrido, que realiza un breve estudio sobre el caso griego, el que según su parecer, se caracterizaría por una práctica de muerte diferenciada según sexo, algo sumamente interesante para comprender por qué se puede hallar una clara diferenciación entre el suicidio masculino y el femenino. Refiriéndose a Platón, que en el libro noveno de las Leyes “se pregunta por la pena que debe sufrir el que se mata. Afirma que “se aplica a sí mismo una pena injusta por inercia y cobardía impropia del varón”, que desde nuestra perspectiva deja entrever prácticas diferenciadas según el sexo y, más aún, parece incluir una jerarquía desvalorizada hacia lo femenino”7.

5

SÉNECA, Fedra. Madrid, Ed. Gredos, 1980.P. 52. Cita tomada del texto titulado “Irracionalidad” del Instituto de investigaciones filosóficas de México, sin otros datos. Disponible en: 7 Ibid. P. 128. 6

Por otra parte, Anton Van Hooff, se refiere al suicidio femenino, exponiendo que, si bien, se ha encontrado con una mayor cantidad de casos de suicidios femeninos en la mitología, esto no se correspondería con la realidad de aquella época, agregando algo sumamente interesante: “Es más el caso en que el mito es el medio a través del cual se aborda la naturaleza más problemática de la existencia femenina. Así que sólo en este sentido limitado es justo Steiner en atribuir ‘un aura de lo femenino’ a la antigua sensibilidad con respecto al suicidio. En algunas ocasiones la mujer mítica que se suicida confirma los valores específicos que representa. La vida del hombre es menos problemática; esa es la razón por la cual el suicidio masculino es menos representado en la mitología”.8 Es decir, para Van Hooff la mayor referencia a suicidios femeninos se condice con una mentalidad de la época, que asume que la vida de la mujer es más problemática que la del hombre. Lo que se reafirma con los datos entregados por el autor, ya que en Roma fue mayor la cantidad de suicidios masculinos, tratándose especialmente de soldados.

Quitarse la vida por amor. La desgracia de Dido y Fedra

Para comenzar el análisis nos referiremos a los casos de Dido y Fedra. Llama la atención que ambos casos planteen notables paralelismos. Se trata de amores marcados por la pasión y por la “imposibilidad de ser”, que llevará a ambas mujeres a caer en estados de desesperación y locura, lo que culminará con el suicidio, que para Mª Luisa Harto, sería una asociación amor-muerte. En cuanto al concepto de locura, importante para realizar el análisis, cabe acotar que para Cicerón “las emociones irracionales eran desórdenes y no enfermedades en sentido estricto”9, este afirmaba “que los romanos distinguen, en buena medida, entre insania, como locura o desequilibrio mental, y furor, en el sentido de delirio y frenesí. El primer término, en relación con stultitia, necedad, pero también locura, es el más generalizado”10. Sin embargo, en el caso de Dido y Fedra se trabajará entendiendo su locura como furor.

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VAN HOOFF, Anton J.L. From Autothanasia to suicide. Self-killing in Classical Antiquity. Londres, Taylor & Francis e-Library, 2002. P. 21. 9 LÓPEZ, Julio. Una aproximación a la demencia en la Roma y el Oriente Antiguo. Praesentia, Revista Venezolana de Estudios Clásicos, (8): 11 p., Mérida, Venezuela, 2007.P. 1. 10 Ibíd. pp. 2-3.

Para Dido, reina de Cartago, el amor surge debido a la intervención divina. Es Venus quien le pide a Cupido que la enamore de Eneas para asegurar su ayuda, ya que Juno hará todo lo que esté a su alcance para que este último no logre su cometido. La viuda de Siqueo, ha jurado no faltar al pudor propio de la mujer romana, por el cual, pretenderá no enamorarse de nuevo, e incluso, pagar con su vida antes que violar aquel deber natural. Algo semejante sucede en la tragedia Fedra. Pues el respetar este valor, según ambas, cuidará su fama. No obstante, Dido comenzará a tener conciencia de sus sentimientos por Eneas y de las consecuencias que ello traerá. Al respecto dice: “Vuelvo a sentir en mí el resquemor de la primera llama. Pero desearía que para mí se abriera la sima de la tierra o el Padre omnipotente me arrojara con su rayo, a las pálidas sombras del Érebo y la noche profunda primero que violarte, honestidad, o quebrantar tus leyes. El que primero me tuvo unida a sí, se me llevó mi amor, que él lo retenga y lo guarde consigo en el sepulcro”.11 Aun así, Dido sucumbirá ante el poder del designio de los dioses, e irá pasando por diversos estados de desesperación y locura, causados por el amor que siente por Eneas y que no la dejarán en paz: “Pero la reina herida hacía tiempo de amorosa congoja la nutre con la sangre de sus venas y se va consumiendo en su invisible fuego. Da vueltas y más vueltas en su mente a las prendas de Eneas y a su gloriosa alcurnia. Lleva en su alma clavados su rostro y sus palabras. Su mal no les deja a sus miembros ni un punto de paz y sosiego”.12 Sin embargo, ella no logrará cuidar de su fama y conservar el pudor tras el “ardid de Juno”, por el cual Dido y Eneas encontrarán refugio ante la tempestad de la naturaleza en una misma cueva. Desde ahí ambos comienzan a pasar el tiempo juntos, entregados a su amor. Pero, para desgracia de Dido, los dioses tienen otros planes para Eneas. Es el dios Júpiter quien intercede para que este vuelva a su deber, apelando al abandono de su reino y de su propio destino, razones a las que el héroe no podrá negarse. En cuanto a la relación Dido-Eneas, no podríamos decir que se trate de un amor no correspondido, como será el caso de Fedra-Hipólito, sino que más bien podemos ver la primacía que Eneas da al cumplimiento de su deber, cuyo resultado final será la fundación

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VIRGILIO, Eneida. Madrid, Editorial Gredos, 1992. P. 240. Ibíd. P. 239.

de Roma. Esto se podría asociar claramente con la idea de racionalidad del hombre, que cumple con el deber que tiene para con su patria. Pero por su parte, la mujer, al enterarse de que será dejada atrás, cae en un estado de desesperación completa, tras el cual, la idea de la muerte comienza a estar cada vez más manifiesta: “(…) por ti he perdido el honor, mi fama de antes, aquella que me alzaba a las estrellas. ¿En qué manos me dejas en trance ya de muerte, huésped mío, sólo este nombre ya me queda de mi esposo? ¿A qué aguardo?”13 Debido al abandono de Eneas, Dido sufrirá de distintos padecimientos, cayendo en el delirio y la desesperación: La infortunada Dido, aterrada ante su hado, entonces sí que pide morir. Ya mira con hastío la bóveda del cielo y se afirma aún más en su propósito de abandonar la luz, cuando mientras impone en los altares humeantes de incienso sus ofrendas, ve –horroriza decirlo– cómo el agua sagrada se ennegrece y el vino derramado se torna sangre impura.14 Este último párrafo puede ser interpretado como indicio de su locura, que luego del abandono llegará a su peor fase. Dido finalmente jura venganza, lo cual, a su vez, daría una explicación a la “rivalidad” posterior entre Cartago y Roma. Tras esto la mujer se suicidará, pues, para ella, la muerte parece ser la única salida a tantos pesares. Llevando a cabo este acto con la espada que ha dejado atrás su amado, tópico que se repetirá en la tragedia de Séneca: ‹‹moriré sin venganza, pero muero. Así, aún me agrada descender a las sombras. ¡Que los ojos del dárdano cruel desde alta mar se embeban de estas llamas y se lleve en el alma el presagio de mi muerte!›› Fueron sus últimas palabras. Hablaba todavía cuando la ven volcarse sobre el hierro sus doncellas y ven la espada espumando sangre que se le esparce por las manos.15

Por su parte, la tragedia Fedra nos muestra como eje central de la narración el conflicto entre la razón y la pasión. Fedra, esposa de Teseo, quien se encuentra en los ‘infiernos’ –lo que la pondría en situación de probable viudez y, si no, al menos de abandono–; comienza a notar que está enamorada de Hipólito, el hijo de este y, por tanto, su hijastro. Este amor se aleja de la cordura 13

Ibíd. p. 250. Ibíd. p. 254. 15 Ibíd. p. 261. 14

no sólo por cómo se manifiesta, sino por el hecho de que aquellos sentimientos estén dirigidos hacia él. Hipólito, por su parte, quien ha decidido dedicarse al culto a Diana, mantenerse casto y entregar su vida a la naturaleza, declara abiertamente su odio hacia las mujeres durante la narración. Por otro lado, cuando se relatan los sentimientos de Fedra, podemos notar los padecimientos que comenzará a tener y la locura en que poco a poco se va sumiendo: “Pero otro dolor más grande pesa sobre mis penas. Ni el descanso nocturno, ni el profundo sopor consiguen liberarme de mi angustia: se nutre y crece el mal y arde dentro cual el vapor que se exhala desde el antro del Etna”16 Ella, por su parte, comprende el error en que ha caído y también hace referencia al valor del pudor, ante cuya violación dice preferir la muerte: No ha desaparecido de mi noble alma todo pudor. Te hago caso, nodriza. Este amor que no quiere ser gobernado, ¡sea derrotado! Honra mía, no consentiré que te manches. Este es el único medio, la única escapada de mi desgracia: seguiré a mi hombre, con la muerte me adelantaré a la impiedad.17 Las desgracias de la tragedia se desencadenarán cuando Fedra decide confesar su amor a Hipólito, quien la rechaza, declarándola infame. El panorama empeora con la vuelta de Teseo, que encuentra a Fedra sumida en el llanto y le pregunta qué ha sucedido. Luego de varias insistencias, ella decide contar una mentira que la nodriza había inventado: Hipólito la había deshonrado; lo que desata la ira de Teseo. Con respecto a esta escena, podríamos indicar que Teseo actuó de manera irracional, lo que, por otro lado, también se puede interpretar de otro modo, ya que su error sería el haber creído en las mentiras que Fedra y la nodriza habían inventado, es decir, un hombre que se deja llevar por las mentiras de las engañosas mujeres termina perdiendo a su hijo al invocar con su cólera a Saturno. Teseo asimismo, presenciará como acto final el suicidio de su perversa mujer, llevado a cabo con la espada que el mismo Hipólito había dejado atrás.

16 17

SÉNECA, Fedra. Madrid, Ed. Gredos, 1980.P. 31. Ibíd. p. 38-39.

Paete, non dolet! Arria, la mujer ejemplar

El caso de Arria, merece ser analizado aparte por romper, en cierta medida, el esquema anterior. Ella es, más bien, el ejemplo de la mujer fuerte, que ante circunstancias adversas comete suicidio, y aunque se puede notar la influencia de lo emocional en la toma de dicha decisión, lo lleva a cabo a modo de último sacrificio. Todo esto, debido al dolor causado por la reciente pérdida de su hijo y por encontrarse, ahora, a punto de perder a su esposo. El suicidio se podría explicar, entonces, por el fuerte amor que siente por su familia. La historia de Arria aparece narrada brevemente en una de las Cartas de Plinio El Joven, en ella se cuenta esta dramática historia: Tanto el esposo como el hijo de Arria se encontraban enfermos, según se creía, de muerte, sin embargo, sólo fue el joven el que falleció por dicha enfermedad. Arria se guardó el dolor por dicha pérdida enfrente de su marido, realizó el funeral de su hijo sin que este se enterara y continuó diciéndole a su esposo que el niño aún se encontraba vivo. Lo que se relata en la siguiente cita: (…) De tal manera su madre preparó su funeral, de tal manera dirigió el cortejo fúnebre, que su esposo no llegó a enterarse; más aún, cuantas veces ella entraba en su habitación, fingía que el hijo todavía estaba vivo y que incluso estaba mejor, y siempre que su esposo le preguntaba cómo se encontraba el muchacho, le respondía: «Ha descansado bien, ha comido con apetito». Luego, cuando las lágrimas largo tiempo retenidas vencían su coraje y brotaban, salía de la habitación; entonces se entregaba a su dolor. Una vez calmado su ánimo, con los ojos secos y el rostro compuesto regresaba, como si hubiese dejado la pérdida de su hijo, por así decirlo, fuera de la habitación.18 Sin embargo, tras una revuelta en la que Peto estaba implicado, este será condenado a muerte, condena que se cumplía por medio de una muerte autoinfligida. Ante tal panorama, y antes de que Peto se clavara el puñal, Arria arrancará de su mano el arma y se atravesará con ella el pecho, retirando el hierro y devolviéndolo a su marido, diciendo tras eso: “Paete, non dolet” (¡Peto, no duele!), que interpretamos como un nuevo intento de minimizar el dolor de su esposo, es decir, ella lo dará todo por amor, incluso su vida. El caso de Arria nos parece bastante más complejo de analizar, pues, a pesar de que su suicidio fue una decisión basada en emociones, es el mismo Plinio quien la tilda de mujer 18

PLINIO, el joven. Cartas. Madrid, Ed. Gredos, 2005. P. 186.

ejemplar, capaz de pasar por semejantes problemas y continuar en pie, lo que ya no le será posible cuando se vea ante el panorama de la muerte de su hijo y de su esposo.

A modo de conclusión

La idea de la irracionalidad intrínseca de la mujer es un tópico recurrente en el Mundo Antiguo, podemos verlo directamente en los casos que hemos trabajado, pues tanto Dido como Fedra se verán afligidas a causa de sus sentimientos, que las llevarán a la locura y posterior suicidio; en ambas priman las pasiones por sobre una decisión claramente razonada, viendo la muerte como la única salida posible. Por su parte, Arria, a pesar de ser una mujer ejemplar, también mostrará a la hora de su muerte la primacía de los sentimientos por sobre la razón, aunque las circunstancias a las que ella se enfrenta son sumamente distintas a las de los primeros dos casos analizados. Creemos, por ende, que el suicidio femenino en Roma es una representación del predominio de lo irracional que se suele asociar a la mujer y que es expuesto por los diversos autores trabajados (todos varones). Tanto Dido, como Arria y Fedra se suicidarán tras verse dominadas por lo que la pasión les dicta, pues el amor las llevará –al no poder estar con su amado–, a quitarse la vida. Se trata, por tanto, de la exposición por parte de estos escritores de una forma de cometer suicidio basada en la irracionalidad, en este caso, la pasión o la locura, entendidas estas como contraposición a lo racional. ‘Razón’ que suele ser encarnada dentro de estas mismas obras por personajes masculinos, pues durante la Antigüedad –y aún en nuestros días– es común hallar el tópico en que el hombre personifica valores atribuidos al obrar con racionalidad. Podríamos identificar en lo anterior, utilizando términos griegos, la contraposición entre ethos y pathos. Nuestra mayor crítica, la esbozamos desde un comienzo, y se trata del recurrente sesgo en las investigaciones sobre el suicidio, que han trabajado principalmente la temática masculina y han dejado de lado los casos femeninos, permitiendo que continúe la omisión que en muchos casos ha llevado a cabo la historiografía con respecto al rol de la mujer en la sociedad.

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