El Sistema Estructural de Horizontes Mentales Integrados. Su aplicación a una historia romana

October 11, 2017 | Autor: Genaro Chic-García | Categoría: Roman History, Metodología y Teoría de la Investigación Social
Share Embed


Descripción

Publicado en Boletín de la Real Acad. Vélez de Guevara, 2, 1998, pp. 35-57.

EL SISTEMA ESTRUCTURAL DE HORIZONTES MENTALES INTEGRADOS. SU APLICACION A UNA HISTORIA ROMANA. Genaro Chic García Universidad de Sevilla I Algo que no se suele hacer por parte de los historiadores profesionales es señalar los presupuestos teóricos sobre los que apoya su tarea de investigador. Y sin embargo parece indispensable que así se haga si se pretende que los demás (y uno mismo también) sepan el sentido profundo de lo que está haciendo. En nuestro caso, concebimos la labor racional del investigador como una actividad al servicio de una comunidad que se mueve en un marco de comportamiento lógico, en el que en todo momento hay que analizar causas, circunstancias y consecuencias. Por ello entendemos que para que sea válida la Historia en nuestro marco social lógico ha de adquirir el carácter de ciencia, o sea ha de tener validez universal en sus planteamientos. Es por ello por lo que rechazamos el estudio de la Historia basado en unos planteamientos morales (que por fundamentarse en las distintas mores o costumbres son necesariamente sectoriales), y pretendemos como objetivo una investigación diacrónica de la vida cultural de las sociedades humanas al margen de cuál pueda ser la aplicación concreta que se pueda hacer del conocimiento adquirido. Partimos, no obstante y aunque pudiera parecer paradójico, de la base descriptiva de la Historia como elemento ideológico fundamental que liga a una comunidad con un pasado unitario, que le da cohesión y la proyecta hacia tareas de futuro. Tiene raíces biológicas (a nivel de grupo) y es por tanto un elemento común a cualquier tipo de sociedad humana, aunque su articulación puede ser mítica o lógica, según sea la necesidad que cada comunidad sienta de estructurar o no orgánicamente su pasado (y su pensamiento en general). La Historia, como distinta del Mito (en cuyo seno nace), ha de tender a tener por tanto un carácter lógico y universal1, y sus principios han de ser válidos para cualquier segmento concreto de aplicación. Al planteamiento de los mismos dedicamos hace unos años unas breves reflexiones bajo el título genérico de Principios teóricos en la Historia2, que vamos a pasar a recordar brevemente. 1

A las diferencias fundamentales entre mito y lógica o razón (dos formas opuestas y complementarias que tiene el pensamiento humano de encarar la realidad -esa que los físicos actuales definen al mismo tiempo como corpuscular u ondulatoria-) le dedicamos algunas reflexiones en el breve ensayo "Dos formas contrapuestas de pensamiento: el mito y la razón", recogido en Pensamientos universitarios, Écija, 1995, pp. 19-30. 2

Écija, 1990. 1

Para establecer ese carácter universal de la concepción histórica hemos de partir necesariamente de principios de actuación igualmente universales, como son: a) que existe una identidad básica de la estructura mental humana en todas las ramas de nuestra especie (establecido por la Psicología). b) que se dan principios similares operantes en todo tipo de comunidad (establecido por la Sociología). Partiendo de estas consideraciones, y aun teniendo presentes las características peculiares del hecho histórico, que lo presentan como irreversible e inexperimentable, aunque sí contrastable, es posible aplicar a la Historia las fases esenciales de cualquier método de investigación científica, a saber: 1º, el encuentro de un problema, surgido de la contemplación y la confrontación de las diversas fuentes. 2º, el enunciado de una hipótesis susceptible de desenredar, es decir, de explicar las dificultades por resolver. 3º, la crítica y contraste de las distintas fuentes a la luz de la nueva hipótesis. 4º, y en el caso de que la hipótesis se muestre válida, su integración a la situación de partida con la revisión consiguiente del campo de conocimiento histórico en cuestión.

Por supuesto en la Historia, como en cualquier otra ciencia e incluso en mayor medida, hay que tener siempre presente el principio de indeterminación, y por ello el cálculo de probabilidades se impone como medio de aproximación a la realidad. Sobre estas bases hemos propuesto una hipótesis de trabajo que permita una comprensión científica de la Historia, a la que hemos denominado Sistema estructural de horizontes mentales integrados. Partimos para ello del carácter natural de la tendencia social de los humanos, basada en unas peculiaridades biológicas que le llevan a buscar el mantenimiento de la identidad individual en el marco de unas relaciones comunitarias que la hacen posible. Existe por ello en toda comunidad una tensión interna (como en todos los elementos de la naturaleza) entre el individuo y la comunidad en la que, y frente a la cual, se define. Esta tendencia a la "individualidad" se da igualmente entre todas y cada una de las colectividades integradas por elementos menores, siendo la guerra, y su contrapartida la alianza, sus elementos de expresión e incluso ocasionalmente de superación de los límites anteriores. La tensión normalmente provoca la necesidad de expansión y es fácil de entender que ese proceso de expansión se vaya acelerando conforme se va produciendo una previa acumulación de puntos de tensión (o de fuerza): así, por ejemplo, es más lenta la evolución del nivel de clan al de polis (lo que -mal- llamamos "ciudades estado"), que el de éste al de Estado nacional. Hay que tener presente, además, que el ritmo de evolución de los distintos sectores o facetas de la actividad humana es desigual, y que las estructuras políticas, económicas, sociales y mentales son cada una de ellas más lentas que la anterior en la enumeración. Y que este distinto ritmo de desarrollo provoca desajustes que hacen fracasar la evolución continuada de los sectores más avanzados, produciéndose retrocesos provisionales que miran a establecer un cierto equilibrio en el sistema. 2

El debilitamiento progresivo de los límites de los grupos, comenzando por el más elemental o biológico-familiar, permite la progresiva integración de un nivel de estructura en otro superior, más "artificial" y menos comprensible en el nivel "natural" de la pura animalidad humana. Curiosamente, sin embargo, la mayor interrelación (y, en cierto grado, interdependencia) entre los elementos de los grupos integrados en uno superior, favorece el desarrollo del individualismo. El marco de la "libertad" se ensancha, en cuanto que se ensancha el marco de referencia del grupo. Con todo, hay que dejar bien claro que no cambia el sentido de la "libertad" (entendida como la capacidad de moverse con seguridad en el marco de referencia), sino sólo, como decimos, su marco de referencia. Así pues, el hombre puede sentirse libre tanto en el marco de una comunidad de límites mentales organizativos reducidos como en otra de límites más amplios. El principio de supervivencia en un medio natural, cuyas características son muy variables de lugar a lugar, y la búsqueda de seguridad en este marco parece ser, pues, lo que lleva al humano a organizar su convivencia con otros congéneres. Lucharán con la naturaleza con vistas a extraerle el mayor provecho posible, pero durante bastante tiempo tendrá un respetuoso temor a transgredir las leyes que parecen regirla e irritar con ello a los seres divinos que han establecido ese orden natural. Así, por ejemplo, a Aristóteles no le parecía natural que el hombre no controlase su entorno directamente y sin dejar de ser autárquico, y por ello, en esas circunstancias, la técnica necesaria para cambiar claramente las relaciones del hombre con la naturaleza, y en consecuencia con sus semejantes, difícilmente podían prosperar. Bien es verdad que hacia la época en que Aristóteles redactaba su obra los estrechos límites de la polis se iban haciendo permeables y que sobre la propia tierra griega manifestaba su poderío Alejandro, que aspiraría a mantener políticamente unido todo el universo. Pero aunque en el plano político el triunfo de las ideas "universalistas" fue bastante claro, sobre todo en Roma, lo cierto es que el campo económico -que había de sostener al sistema político-administrativo- se vio muy constreñido por la escasa evolución de las estructuras mentales que afectaban a la moral. Y ese componente ético del pensamiento había de impedir con fuerza un cambio de actitud ante la naturaleza durante mucho tiempo, prácticamente hasta el Renacimiento, no triunfando abiertamente en Europa hasta el siglo XIX. Otro hecho que hay que tener presente al realizar un análisis de la evolución de las estructuras de una comunidad, es el de los contactos que la misma puede tener con otras sociedades que han alcanzado un nivel evolutivo más avanzado. En estos casos se pueden quemar etapas muy rápidamente, siempre que no haya absorción o dominación del menos evolucionado por el que lo es más, pues en este caso el primero quedaría simplemente integrado, a nivel de sometido, en las estructuras del segundo, perdiendo su propia personalidad. Cuando esta absorción no se da, el conocimiento de la tecnología y el saber ajeno puede potenciar de modo extraordinario y a un ritmo muy rápido el desarrollo del atrasado, que crece así con una gran vitalidad hasta alcanzar niveles similares, y en parte incluso superiores por su potencialidad, a los de la fuente de conocimiento. Se explica así el llamado "milagro griego", que permite desarrollar sobre bases individuales, derivadas de su escaso nivel de integración política amplia, la cultura de las grandes sociedades no individualistas orientales. Se explica con facilidad la potencia de Macedonia en su contacto con la civilizada Hélade. Se explica la adaptación de Roma, con el Imperio, a las formas organizativas superiores de los estados helenísticos, etc., etc. Hemos señalado con anterioridad que conforme avanza en complejidad el sistema de relaciones, el individuo se encuentra con un marco de libertad más amplio, pero al mismo 3

tiempo con un nivel de personalización menor (en una comunidad pequeña todos los individuos componentes son entes concretos para los demás), en cuanto que su fuerza se diluye progresivamente en una unidad de fuerza superior que tiende a desdibujar sus límites de referencia inmediatos. El cambio de una situación de conocimiento directo a otra en que éste no se da es tan fuerte que entendemos que puede servir para establecer dos niveles fundamentales de convivencia (o integración): a) nivel de control directo, en grupos más o menos reducidos, hasta un grado máximo de expansión del tipo marcado por Aristóteles al señalar el que considera adecuado para una polis. b) nivel de control indirecto, de tipo "Estado nacional", en que priva la especialización y el intercambio en todas las esferas de la actividad humana. A su vez cada nivel (pero sobre todo el b) puede contemplar dos facetas o actitudes socioeconómicas primordiales: α) actitud distributiva. La riqueza producida es gestionada y distribuida desde organismos centrales (con sus dependencias regionales o locales, si se muestran necesarias). β) actitud de libre intercambio. La riqueza es gestionada e intercambiada directamente por las unidades básicas de la sociedad. En un nivel de desarrollo b es normal la tendencia a la progresiva especialización en la producción de bienes y el intercambio de los mismos (realizado de acuerdo con una u otra actitud socioeconómica), que implica una paralela tendencia a la interdependencia en el disfrute del capital. Debemos aclarar que entendemos por capital la riqueza excedentaria o acumulativa (bienes no consumidos directamente en el acto del uso) producida por el hombre en una acción que podemos denominar laboral. Este capital puede ser empleado como reserva del propio productor (o del pequeño grupo familiar en que se encuentra integrado) y ser destinado por tanto a un consumo directo; o bien puede ser empleado como medio para facilitar la creación de nueva riqueza (capital) suplementaria, por medio de una inversión productiva que fomenta la especialización (capitalismo o generación de capital a partir de otro ya existente). Esto último se da en toda sociedad organizada a nivel de "Estado nacional" (nivel b) y tiende a darse en sociedades menores (nivel a) evolucionadas. Estimamos, en suma, que se impone una clara distinción metodológica entre formas de producción de bienes (que pertenecen estrictamente al campo de la economía), formas de disfrute o posesión de esos bienes (organización social), y modos o formas de organización política. Todas ellas pueden -y normalmente lo hacen- influirse entre sí, pero no se puede hablar de una determinación clara de unas por otras. Lo que sí, en cambio, parece determinante, es el nivel u horizonte mental en que se inscriban, que exige un desarrollo equilibrado de esas mismas formas. Entendemos, por tanto, que hay que prestar -para un análisis histórico- tanta atención a los niveles de desarrollo de las formas (económicas, políticas, mentales) como al carácter propio de las mismas. Tanto un Estado de régimen económico distributivo como uno liberal necesitan (una vez alcanzado el nivel b) un aparato administrativo general -sostenido por los excedentes generados por el sistema productivo- que se encargue de los temas colectivos fundamentales, como pueden ser la defensa, las relaciones globales con otras comunidades, la infraestructura viaria o de medios generales de producción e intercambio (diques, canales, puertos, vías, etc.); y sobre todo el mantenimiento de la coherencia ideológica, poniendo los medios para el desarrollo de una ideología común, que se sustenta en un mito -o en una 4

historia, si se emplea el pensamiento lógico-, y que se expresa a través de las distintas formas de relación con lo trascendente (religión), sean divinas o humanas. Así, pues, entendemos que existen unas líneas generales en el desarrollo de las sociedades que son permanentes y que sólo están sujetas a las variables del espacio físico en que una comunidad se mueve y del tiempo relativo respecto a otras comunidades de distinto nivel de evolución con las que pueda entrar en contacto. Una Historia, en síntesis, entendemos que se monta sobre tres parámetros fundamentales que le dan corporeidad: 1) La evolución desde la sumisión total a la Naturaleza del hombre primitivo hasta su enfrentamiento con la misma que le lleva, a través del conocimiento, al sometimiento relativo de la Naturaleza, poniéndola así al servicio de uno de sus miembros (el hombre), marca una evolución conceptual que es permanente en todas las sociedades (aunque vivan aisladas entre sí) y da profundidad al sentido de la Historia. No obstante, esta evolución conceptual de la relación Hombre / Naturaleza, que es permanente y en la que se puede observar la ley del continuo progreso (avance) -considerando siempre las diferencias de ritmo de sus distintos componentes, que puede llevar a aparentes retrocesos, que nunca lo son globales sino sectoriales-, se ve condicionada por los parámetros del espacio y el tiempo que señalan su concreción. 2) Así, la condición del espacio geográfico -terrenos aluviales, pantanosos, ricos o pobres en metales, en pesca, etc.- influye en el ritmo de desarrollo de las comunidades a que da acogida. 3) De igual modo, el tiempo influye en cuanto que el hecho de que unas comunidades adquieran un desarrollo conceptual -nivel de vida colectiva- superior antes que otras, puede determinar el ritmo de desarrollo de aquellas otras comunidades conceptualmente menos avanzadas con las que entre en contacto y explicar las alteraciones de su comportamiento.

II Esta manera de ver la Historia en términos generales no es sino el producto de una contemplación previa de la contemplación de los distintos relatos particulares ofrecidos por los historiadores para pueblos muy diversos, que es la que permite la abstracción de aquellos rasgos que se pueden considerar como comunes en todos ellos. Pero una vez realizada esta labor, carecería del todo de validez social si no se pudiesen volver de nuevo sus resultados sobre los datos previamente observados y observar así de qué manera se altera su comprensión previa. Es por ello por lo que, a título de ejemplo esquemático, ofrecemos a continuación nuestra visión de lo que pudo ser la historia de un pueblo concreto, el denominado romano, desde sus primeros pasos prepolíticos hasta la configuración de un Estado nacional amplio que, en el fondo, todos tenemos presentes de alguna manera cuando pensamos en una posible unidad europea. Las primeras etapas de la evolución de Roma no se diferencian apenas de los comienzos de muchas ciudades del mundo antiguo. De una propiedad tribal en la que la caza es la actitud preponderante y en menor medida la ganadería-agricultura, se pasa a una segunda forma de propiedad comunal -estatal con un nivel de vida y rendimiento económico 5

aún bajo, que a su vez se descompondrá y dará lugar a un tercer sistema basado en la posesión individualizada. Hasta el siglo VII existe exclusivamente una organización estrictamente gentilicia. A partir de entonces, gracias a la llegada de un pueblo en un estadio cultural más avanzado (los etruscos), se empieza a dibujar la fase urbana. El proceso de sustitución de una sociedad tribal por otra basada en vínculos territoriales es muy lento. La configuración física de la ciudad (cercamiento de murallas) precedió a la verdadera transformación de estructuras que observamos a lo largo del siglo VI. Someramente podemos distinguir dos períodos dentro de la monarquía etrusca. En una primera fase (hasta Servio Tulio) el poder se organiza según el esquema tribal de pueblos latinos y sabinos federados (tres tribus -Ramnes, Ticios y Luceres- basadas en la sangre y la religión), dispersos en una serie de aldeas y con un culto común al Júpiter Latino (fiesta del Septimontium). La máxima autoridad es el rex (poder sacral, imperium y potestas). El imperium del rey era, en origen, un poder exclusivamente militar que, con el paso del tiempo, se extenderá a sus otras competencias, como son las funciones sagradas y las judiciales. Es de hecho el poder del guerrero que se impone con la extensión de la guerra como actividad primaria ligada al desarrollo de la riqueza que tiende a descomponer una sociedad de rasgos igualitarios (un fenómeno que la mitología mesopotámica ha conservado en el relato de la ascensión del joven dios Enlil) y con ello el detentador de ese imperium tiende a absorber otros poderes que, en principio, le resultaban ajenos. El guerrero, el rex, se reservará (por razones obvias) el uso de la fuerza y, con él, la capacidad de juzgar a quién se aplica. De esta manera, en un derecho primitivo basado en el principio de la venganza, el poder del magistrado supremo regulaba las relaciones entre los miembros de la comunidad para evitar la ruptura de la pax deorum (B. Santalucia). El Senado, que reúne a los patresfamilias, es un órgano consultivo de gran importancia porque recoge el deseo de los dioses (auspicatio) y ejerce su poder mágico (auctoritas). El pueblo (populus, integrado por los boni, con una aristocracia (optimates) que tiende a cerrarse (patricii)), agrupado en clanes (gentes) con sus clientelas, se organiza en curias (co-uiria, semejantes a las fratrías griegas) o "asambleas de hombres" que, reunidas y constituidas en comicios curiados (cada curia un voto), pueden también asistir al rey y votar sus decisiones. Al margen del pueblo se encuentra la plebe (plebs, similar a los κακoί griegos), sin ningún tipo de derecho ni participación en la posesión de la tierra ni por tanto en los asuntos públicos, aunque con lazos gentilicios naturales. Asimismo existen la esclavitud patriarcal y los clientes. Todas las instituciones nombradas tienen un carácter sagrado y cumplen prioritariamente funciones religiosas y sólo accesoriamente servicios "políticos". La religiosidad marca todas las parcelas de la vida (fiestas p. ej. de los fornacalia y de los fordicidia de las curias). Este sistema comunal presentado quedaría pronto caduco. La presencia etrusca en Roma se entiende hoy como un ejemplo más de la movilidad social arcaica, plenamente constatada en la epigrafía etrusca, según la cual un individuo de rango destacado es aceptado sin ninguna dificultad en una sociedad ajena a la propia, pero muy similar en su estructura interna, sin que ello implique condición de extranjero. Sea como fuere, lo cierto es que a partir del año 575, y en coincidencia con la aparición de la monarquía etrusca, Roma aparece ya totalmente definida como ciudad desde el punto de vista urbanístico (aunque se mantienen aldeas, en los cerros Celio y Aventino -luego con un santuario a Diana-, no integradas), con un centro de reunión común o forum, al tiempo que se instituye un culto unitario a una divinidad considerada como "protectora de la polis" (πόλις) -Júpiter, que, de acuerdo con la estructura social imperante, recibe el apelativo de Optimus (superlativo de 6

bonus)-, mientras cambia el concepto de templum de lugar abierto (concepción puramente mítica del espacio) a la construcción de edificios para los dioses ciudadanos, con límites bien definidos (nueva concepción del espacio, más "lógica"). Pero, según J. Bayet, la organización del culto a la Tríada Capitolina (Júpiter, Juno y Minerva), a imagen de la etrusca de Tinia, Uni y Mnerva, responde a un acto político dirigido contra la "masculinidad" tradicional de los latinos, en cuyo panteón figuraban como dioses principales Jano, Júpiter, Marte y Quirino. La agricultura, ligada al fenómeno urbano, incidiría posiblemente en ello como incidió en el carácter femenino (con limitaciones masculinas) de las principales divinidades políadas helenas. A partir de ahora el rey queda sometido al estricto control de los augures y refuerza su poder militar al modificar radicalmente la estructura del ejército, de manera que las antiguas formaciones tumultuosas con base gentilicia son sustituidas por un auténtico ejército "político", con cuadros fijos de reclutamiento y adaptado a la nueva táctica hoplítica, con lo que los antiguos guerreros latinos pierden su carácter exclusivo. Esto viene explicado, en buena medida, por una serie de factores entre los que destacamos los inicios de un contacto comercial con otras ciudades etruscas (Caere, Vulci,...), púnicas (Cartago) y griegas (Magna Grecia y Sicilia, sobre todo), y el enriquecimiento de ciertas capas de la plebe con el desarrollo de la propiedad privada de bienes muebles, que propiciarán el surgimiento de una nueva organización social basada en el censo, o sea en la riqueza, al tiempo que la organización gentilicia va dando paso a la territorial (10 tribus territoriales, con tendencia a aumentar) en el plano administrativo, lo que facilita la recaudación del tributum o contribución extraordinaria. El sistema de polis (en latín civitas), importado por los etruscos, comienza a convivir con el étnico o tribal de los indígenas, que sigue su vida propia. La monarquía de esta segunda etapa gobierna ya una ciudad propiamente dicha, con cultos poliados (la influencia helena aportará el antropomorfismo) y con un principio territorial establecido, debido sobre todo al reparto permanente de la tierra entre los clanes y de parcelas entre las familias para facilitar el proceso agrícola. A partir de Servio Tulio (lo que la tradición concentra en un punto es en realidad un proceso) se va perfilando una organización timocrática en classis e infra classem, que proporcionan las centurias militares y los comicios centuriados políticos; algo que responde a la formación de un ejército hoplítico que va sustituyendo al antiguo concepto de lucha reservada a los especialistas guerreros. En este sistema la hegemonía de la nobleza antigua (patresfamilias optimates) + plebeyos muy enriquecidos por el comercio sobre las capas bajas de la sociedad queda confirmada en el monopolio de todos los órganos de poder. Sin embargo, esta tendencia hacia una economía urbana y comercial se verá zanjada a finales del siglo VI por la caída de los etruscos que supondrá un desplazamiento del tráfico mercantil hacia las ciudades griegas. La victoria de Aristodemo de Cumas sobre los etruscos en Aricia (504) bien puede estar ligada al desplazamiento de la monarquía en Roma, en tanto que las posteriores victorias de Hierón de Siracusa (474) provocaron un prolongado período de decadencia comercial que la arqueología atestigua para las ciudades etruscas entre 475 y 450. La economía natural, cerrada, básicamente ganadera (riqueza = pecunia) y agrícola, volverá a implantarse en el Lacio, con el consiguiente retroceso de las formas urbanas y el avance de las gentilicias. Ahora, sin embargo, la posesión de la tierra está mucho más concentrada (con el avance de la agricultura exigido por la economía comercial, que tira de la producción de excedentes) que en el primitivismo tribal. Recae su posesión en buena medida en manos nobiliarias (patricios), y la plebe arruinada, junto con una parte del pueblo agobiado por el problema de las deudas -que llevaba hasta la esclavitud (nexum)- se convierte en un sector muy desestabilizador. El inicio de la República o régimen aristocrático se caracteriza, por tanto, por un afianzamiento de la clase patricia (nobleza), cerrada sobre sí 7

misma, y dueña del poder político en el que se van configurando las primeras magistraturas gratuitas y anuales (pretura -> consulado) de las que quedan excluidos los plebeyos a partir de 485 a.C., en tanto que muchos boni empobrecidos y clientes se han cohesionado con la plebe. Pero este estado de cosas no durará mucho. El despertar comercial de una polis situada en un lugar tan privilegiado no se dejó esperar. A partir de mediados del siglo V -coincidiendo con el auge comercial de Atenas, Siracusa y Cartago- se percibe un nuevo enriquecimiento de parte de la plebe, que se traducirá en la enumeración de la riqueza en base a la posesión de aes rude. La lucha por la participación política de esta última generó una grave escisión en el Estado romano. Los plebeyos, al no ver resueltos sus problemas tras la fijación de las leyes por escrito (Ley de las XII Tablas de 450 -> secularización del derecho), en un acto secesionista (449) decidieron elegir sus propios magistrados (tribuni y aediles de la plebe) por autoconsagración político-religiosa a sus divinidades agrícolas (Ceres, Liber y Libera; frente a Júpiter, Juno y Minerva, de la capa ganadera dirigente) y organizar sus comicios plebeyos por tribus. Los optimates han de ceder, reconociendo la validez para los plebeyos de las resoluciones de los comicios tributos, pero a partir de ese momento Roma cuenta con una doble estructura de jefatura política (consulado/tribunado de la plebe; comicios curiados/ comicios plebeyos) imposible de superar por su carácter religioso (sacer = tabú) originario de la formación de la misma. Otra vez la nobleza o patriciado acepta integrar a los círculos más exigentes de estos nuevos ricos. Se crean así las cinco clases censatarias (en 443 aparecen los primeros censores) que se reparten de forma desigual -según las fortunas- el número de centurias y por tanto de votos en los comicios centuriados, que asumen los temas puramente político- militares, dejando los de tipo religioso a los antiguos comicios curiales. Sin embargo, dado el carácter religioso de las magistraturas superiores, éstas quedan reservadas en principio a la antigua nobleza patricia, mientras que el tribunado de la plebe es ejercido por ricos plebeyos. Por otra parte, la tensa situación social se alivió todo el resto del siglo V gracias a la guerra latino-romana contra los agresores volscos y ecuos que ocupan la zona costera y que requirió la unión frente al enemigo común; y luego a la guerra con Veyes (406-396) y la expansión hacia Volsini y Caere, y al reparto de tierras a la plebe fuera del "territorio sagrado de Roma" consecuencia de la victoria, con la consiguiente ampliación del número de tribus territoriales. Tras la victoria de Veyes, Roma depositó una gran crátera de oro en el santuario o "tesoro" de Massalía en Delfos, lo que sitúa por vez primera a Roma en una perspectiva "internacional". Así pues, las reacciones contra la monarquía se nos muestran bastante semejantes a las tenidas contra la tiranía en las poleis griegas: una reacción de la tendencia anárquica primitiva contra el poder centralizador excesivo del jefe, pero sin renunciar ya al hecho de una formulación de la comunidad en términos estatales. Lo político (la situación derivada del hecho de pólemos, de la guerra) se afianza sobre los lazos de sangre -teñidos de religión- del antiguo populus gentilicio. El poder del jefe se diluye un tanto, pero la organización estatal se reafirma, reservándose el uso de la fuerza coercitiva. La ley escrita sustituye al poder arbitrario del jefe. La provocatio ad populum (mediante la cual un acusado pedía la opinión del pueblo reunido en comicios contra la decisión tomada por el magistrado) limitaría en adelante el poder arbitrario del jefe, aunque este ius provocationes sólo sería válido en caso de condena a muerte, flagelación o apaleamiento. Volviendo al hilo de la narración, vemos cómo con la entrada del siglo IV volvieron los problemas. La invasión de los galos (387) desencadenó una grave crisis económica, de la que Roma salió con el apoyo de la ciudad griega de Massalía (sur de Francia) y la etrusca de Caere, que reciben a cambio ventajas comerciales. Por otro lado, entre 406 y 377 se produjo 8

la reconquista de la zona costera, favoreciendo al comercio, con lo que renace la presión de la clase dirigente plebeya. Durante este tiempo revuelto (426-367) Roma estuvo regida las más de las veces por tribunos militares con poder consular, que podían ser tanto patricios como plebeyos: se recurría al ejército como solución de compromiso en la disputa entre patriciado y plebe. Al final el patriciado no tiene más remedio que ceder y desde el 367 (Leyes Licinio-Sextias) integra las magistraturas plebeyas y las patricias en un único bloque romano y pasando el consulado a estar compartido. El problema rural es transitoriamente culminado con la ley que limita la posesión de las tierras a 500 yugadas (125 Ha), lo que contraría los intereses de la aristocracia que sustenta su prestigio en la posesión de ganado. En este ambiente, Roma entra en guerras con sus vecinos Samnitas (1ª Guerra: 343-341; 2ª: 326-304 -> anexión de Campania) que posibilitan una mayor expansión. Finalmente, en 326, siendo cónsules G. Poetelius y L. Papirius, se realiza una profunda reforma en el sistema de posesión de la tierra, que se liberaliza, pasando del marco de los clanes al del Estado ciudadano y permitiendo el acceso a la posesión de bienes inmuebles en el territorio de Roma a los plebeyos, con lo que se borra todo vestigio de separación entre capa dominante (boni, populus) y dominada (plebs). Dicha medida, que es coincidente con la aparición de la primeras verdaderas monedas acuñadas por la ciudad de Roma, va acompañada por la supresión del nexum o esclavitud por deudas. A lo largo del siglo III Roma buscará la solución a las inquietudes interiores en la expansión exterior. Los pueblos itálicos se van englobando bajo el dominio de Roma y tras las guerras samnitas (la tercera en 298-290, venciendo a samnitas, etruscos, celtas, sabinos, lucanos y umbrios) quedará como dueña de la mayor parte de Italia. La plebe tiene ahora la oportunidad de establecerse en las colonias de ciudadanos romanos, nunca independientes, que se van creando como bases para el control de los nuevos territorios ocupados. El sentido étnico, no político, del Estado romano, se pone así en evidencia al no imponer límites al número de cives o miembros de la civitas. Por lo demás, el resto de las ciudades conquistadas firman con Roma tratados, fundamentalmente de subordinación en diversos grados. Por otra parte las magistraturas se convierten en instrumentos en manos de un reducido grupo de familias que forman una nueva oligarquía (la nobilitas patricio-plebeya). Los comicios pierden su antiguo vigor, y en general todos los órganos de poder plebeyo dejan de representar los intereses de las clases inferiores (a las que se vuelve a denominar "plebe", aunque el contenido de la palabra sea ahora distinto) y se convierten en simples eslabones del cursus honorum (carrera de honores, que constituye el camino desde el desempeño de las magistraturas inferiores a las superiores). Además las clases sociales también optan por incluir a las de otras comunidades (así, las filas oligárquicas se amplían con la nobleza de otros territorios conquistados). Durante su censura de 312, Apio Claudio construye la vía Apia que conduce a Capua en defensa de los intereses comerciales de la nueva nobilitas y procedió a abrir las filas del Senado incluso a hijos de libertos. Asimismo el ejército introduce legiones aliadas (socii) como auxilia. En 287 a.C., mediante la lex Hortensia, los plebiscitos (decisiones de las asambleas plebeyas) pasan a ser obligatorios para todos, patricios y plebeyos, lo que es una prueba de la fusión definitiva (salvo en algunos temas menores de religión) de los dos elementos y de que se busca un equilibrio en el sistema. El Estado se funde así en un solo cuerpo político - Roma- cuando éste ya se encuentra extendido ampliamente por Italia, lo que impide el control directo de los jefes por todos los ciudadanos, como hubiese sido propio de una πόλις. En adelante la distinción populus/plebs se vera sustituida por la de ciudadano/peregrino, que viene a ser lo mismo pero a otro nivel. A partir de este momento Roma está en condiciones, aunque sean mínimas, de contemplar su pasado a la luz de la razón, o sea, de escribir historia (que es un 9

fenómeno que sólo es posible en un marco de contraste de opiniones para establecer una verdad social, como pudo llegar a darse en la polis griega clásica). Pero, por razones obvias, ese racionalismo localista se verá inmediatamente inmerso en la imprecisión de límites que supone la idea de Imperio. Tras el enfrentamiento con Pirro de Epiro (Albania) y las ciudades griegas del sur capitaneadas por Tarento (282-272), Roma disputará en la llamada 1ª guerra púnica (262-241) el control del Mediterráneo Occidental con Cartago, ampliada entre 218 y 201 en una segunda guerra que le implicará en los asuntos de los estados helenísticos (Filipo V de Macedonia, aliado en 215 de Cartago -> 1ª Guerra Macedónica, de 215-205)). Córcega, Cerdeña, Sicilia y parte de Hispania (206) pasan a ser las primeras provincias exteriores. La victoria acarreará decisivas consecuencias (incluidas las religiosas) para el desarrollo histórico posterior. Económicamente hay unos años iniciales de recesión por el desgaste bélico: reducción del contenido metálico de la moneda, subida de impuestos, incluso es necesario por parte del Estado recurrir a los créditos de los particulares. A continuación viene la recuperación por los éxitos militares y la consiguiente estabilidad. Las repercusiones sociales son aún más importantes. La colaboración militar prestada por los aliados obliga a seguir la política de integración en el ejército. Paralelamente se baja el censo de la última clase censataria (5ª) para que también pueda prestar ayuda militar ante la ampliación de las operaciones, con lo que los pequeños campesinos han de permanecer largo tiempo fuera de sus propiedades que, privadas de su fuerza laboral, tienden a la ruina. La despoblación rural favorece el latifundismo y el esclavismo (como consecuencia de las continuas guerras y la piratería oriental el esclavo es muy abundante y por consiguiente barato, desplazando al jornalero libre). La clase senatorial, que se ha autolimitado su capacidad de comercio en el plebiscito Claudio de 219 con vistas a mantener la oficial moral anticapitalista del otium, es la controladora de la política y la administración de las provincias, con lo que aumenta sus posesiones y su riqueza. Hay otro grupo social que saldrá beneficiado del conflicto: la clase de los caballeros (los nobles que no optan por la carrera de los honores), los publicanos prestamistas, que arriendan al Estado la recaudación de los impuestos a los vencidos y hacen con ello sustanciosos negocios con la complicidad de los gobernadores provinciales -pertenecientes a la nobleza senatorial- normalmente corruptos. La plebe urbana incrementa su número porque los soldados-campesinos que deciden retornar al campo se endeudan, no pudiendo soportar la presión de los señores de la guerra que se han hecho de grandes extensiones de tierra pública como consecuencia de los tributos extraordinarios adelantados que el Estado no puede devolver. El desarrollo de la urbanización se ve acompañado por un cambio en las costumbres alimentarias, con un desarrollo del consumo de cereales (en forma de pan) y de vino, que acompaña al alimento sólido (los grandes señores prefieren dedicar las tierras públicas a la cría de ganado de carne). Las provincias anulan la posibilidad de competir con el precio de los granos importados a título de tributo y, los pequeños propietarios endeudados, al no poder trabajar como jornaleros ante la competencia de los esclavos, se dirigen a las oportunidades que les pueden ofrecer la Ciudad. Así se constituye un proletariado urbano parasitario que vende su voto a sus protectores oligarcas para sobrevivir. Los campesinos enrolados en el ejército se convertirán también en un grupo desarraigado del orden administrativo y será necesario mantenerlos, pues permanecen largo tiempo en las filas del ejército y no pueden atender a su propio sustento. De esta forma tenemos ya esbozados, en el siglo II a.C., los cuatro grupos fundamentales en el desarrollo ulterior republicano e imperial: los optimates en las funciones públicas; los equites (caballeros) encargados de las finanzas como publicani (poder político y económico que pactarían por mutuo beneficio en la explotación de las provincias); 10

la plebe que, desorganizada, basculará políticamente según intereses personales; y el ejército, cada vez más autónomo: vinculación del soldado a su jefe, que le puede dar acceso al botín. La última consecuencia de estas guerras es de índole cultural: romanización de nuevos territorios (los agentes de la misma son el soldado y el ejército de comerciantes y prostitutas que le acompañan en su desplazamiento), junto con la helenización de Roma (sincretismo religioso con el panteón heleno a través de la labor de los decemviri sacris faciundis, encargados de guardar los libros Sibilinos que contenían las profecías sobre el futuro y que posibilitaron asimismo la entrada de divinidades orientales, como la Gran Madre de Pesinunte; penetración de cultos extáticos, como el de las bacanales; introducción de ideas políticas tendentes a la configuración de un poder personal que pueda servir de nexo de unión a las distintas comunidades de ciudadanos romanos extendidas por el imperio, algo que la oligarquía teme y que provoca ya en 184 el proceso contra los Escipiones por traición tras la guerra contra Antíoco III de Siria). La primera mitad del siglo II a.C. contempla la expansión del poder romano, que se impone de facto a los reinos helenísticos: 2ª Guerra Macedónica (200-197): Cinoscéfalos -> "libertad de los Griegos" en 196; Guerra contra Antíoco III de Siria (192-188): Paz de Apamea: 15.000 talentos de plata de multa y entrega de Anatolia a Pérgamo; 3ª Guerra Macedónica, contra Perseo (171-168): Pydna -> Macedonia dividida en cuatro distritos y llevada de rehenes de la Liga Aquea a Roma (entre ellos Polibio, historiador del círculo de los Escipiones, cuya obra fue continuada por el ya citado Catón). Roma, de esta forma, se abre al Mediterráneo y sus ideas son impregnadas de helenismo: las ideas religiosas también se ven afectadas de esta influencia externa, y las elites culturales van más allá de la concepción de la religión políada al ritmo de las conquistas y se van abriendo a formas religiosas más personales al tiempo que la polis romana va derribando cada vez más fronteras ante influjos exteriores en todos los órdenes del pensamiento. Pese a ello, los grupos dirigentes conservadores aparentan un soberano desprecio por la cultura de los militarmente vencidos. Hay que destacar, por otro lado, que el propio carácter ambiguo de Roma, a medio camino entre la polis y el estado étnico desde muy temprano, va a favorecer su capacidad de asimilación de un mundo como el helenístico, integrado por unos estados étnicos que buscan la eficacia de los planteamientos lógicos de las poleis, y unas poleis que buscan precisamente lo contrario: las posibilidades de expansión propias de los estados étnicos, de estructura básicamente mítica. Por su propia estructura Roma se encuentra, pues, en inmejorables condiciones para realizar esa síntesis de los mundos oriental y occidental que constituye las bases de nuestra civilización actual. En relación con todo lo anterior podemos comprender mejor el proceso de la historiografía (o modo de escribir la historia) de los romanos. Roma no va a conocer la Historia como tal (como explicación lógica del pasado) hasta su conquista del mundo griego (italiano primero y balcánico después) y posterior helenización. De hecho, los primeros historiadores de Roma escriben en griego, replicando en cierto modo a escritores como Timeo, un griego siciliano de comienzos del siglo III, quien unió la historia de su isla nativa con la de Grecia e Italia, mostrando un largovidente interés por los comienzos de la historia romana. Helenización de Roma que, no obstante, no se va a producir desde el mundo de las poleis (ya en vías de disolución desde hacía mucho tiempo) sino desde aquel de los reinos helenísticos y sus monarquías de carácter divino. Esa helenización de Roma es potenciada además por algunas familias (como la de los Escipiones) conscientes de que el futuro iba a estar en manos de los poderes personales, para justificar los cuales había que contar con un amplio aparato teórico-propagandístico ya desarrollado en el Oriente mediterráneo, por lo que no se sienten en la necesidad de empezar ellos mismos a desarrollarlo desde el principio 11

-se conforman simplemente con adaptarlo lo más posible a las sobrias costumbres romanas-. No poca influencia en ese sentido había de ejercer el griego Polibio -del círculo de los Escipiones-, quien, tomando la historia donde Timeo la había dejado, al comienzo de las Guerras Púnicas de Roma, la convirtió en el objeto de su obra para llevar al espíritu de sus compatriotas las ventajas militares, políticas y morales que dieron a los romanos su victoria y garantizaban su permanencia. La providencia divina había impuesto a Roma la tarea de construir un imperio, y ese imperio actuaba en el momento presente para el beneficio material y moral de sus súbditos. Como todo este estado de cosas suponía un grave peligro para la oligarquía dirigente, depositaria de la tradición o mos maiorum, uno de los más férreos opositores a la política del círculo de los Escipiones, Catón el Viejo, vuelve la vista a la tradición romana (aunque empleando las técnicas de comunicación contemporáneas) y escribe una historia, los Orígenes, en latín y sin centrar su atención en los héroes individuales, sino en el pueblo representado por sus maiores. Así pues se crea una doble línea historiográfica que se desarrolla en paralelo, aunque con progresivo triunfo de la línea personalista a medida que se impone la necesidad de un poder unificador de tipo monárquico al final de la República. Cuando se paraliza la expansión a mitad del siglo II (149-146, tercera guerra púnica; Macedonia, sublevada, provincia romana en 148; destrucción de Corinto, tras sublevación aquea, en 146), y con ella el botín, retorna la crisis económica; ahora además se suman los problemas de mantenimiento de un gran Imperio (necesidad de soldados, progresivamente escasos y desmoralizados) y las luchas sociales internas. Si a principios del siglo II la oligarquía amparada en una política de conquistas había impuesto su criterio, ahora retornan los problemas sociales y las reivindicaciones. Los enfrentamientos se producen a dos niveles: Entre senadores y publicanos por la explotación en las provincias y la necesidad de cargar con las acusaciones de corrupción de ella derivadas; entre nobles y plebeyos por el eterno problema rural. La sublevación de 200.000 esclavos en 136-132 (Euno en Sicilia) será la señal de alarma. Los Graco (Tiberio en 133; Gayo en 123-121) propondrán soluciones basadas en el reparto de tierras entre el proletariado con el fin de restaurar la clase media campesina (la agricultura se muestra como la vía de progreso de la civitas, frente a la ganadería extensiva) y poder así mantener un fuerte ejército. Nunca contentarán a todos: los Senadores saldrán siempre perjudicados y el pueblo se divide según intereses: romanos e itálicos. La ley de Cayo Graco saldrá adelante gracias a su alianza con la clase capitalista de los caballeros (a la que los senadores pretenden cargar con la responsabilidad total de la corrupción en la administración de las provincias) pero no llegará a ser realmente efectiva, ante la acción de tribunos pro-oligárquicos (leyes sobre enajenación de las parcelas) y las protestas de los itálicos no romanos, que pretenden la ciudadanía para equipararse en derechos de la misma manera que lo estaban en obligaciones. Es necesario esperar a Mario para encontrar una salida a la crisis. Esta se producirá por medio de la reforma militar (107) que profesionaliza el ejército dando cabida de forma generalizada a los proletarios (no se exige ningún requisito de propiedad para entrar en él, al tiempo que posibilita un medio de vida a través del sueldo) y permite la concesión de parcelas tras licenciarse. En el ámbito político ello supuso un gran desarrollo de las clientelas militares. El soldado buscará en el ejército una salida a su situación económica, pero al mismo tiempo va a ir descubriendo poco a poco su poder como elemento cada vez más a tener en cuenta por la política de Roma: siguen y apoyan a su general porque la victoria de éste significa la suya propia en cuanto a la consecución de beneficios sin tener en cuenta el precio político de los mismos. El Senado irá perdiendo paulatinamente su capacidad de actuación y se verá obligado a buscar alianzas con los propios generales para mantener su supuesto poder y capacidad de tomar decisiones. El 12

Senado va a dejar de ser el órgano director de la política de Roma al carecer de facto de un elemento fundamental para ejercer el poder como es el ejército, que sólo obedece a los deseos de sus generales. Los problemas exteriores, que son los que dan vía libre a las reformas de Mario, no tardan en presentarse de nuevo a finales del siglo II (Guerra de Yugurta en 111-105; Guerra contra cimbrios y teutones en 113-101) y se requiere más que nunca una dirección política unitaria. Así, Mario consigue ser reelegido cónsul hasta seis veces desde 107, lo que supone una enorme promoción del jefe militar en el que depositan la confianza personal los soldados (más dependientes de él que del Estado). Entre 91 y 89 tiene lugar la secesión en Corfinium (Samnio) de los aliados itálicos, que sólo se logra conjurar dando la ciudadanía a toda Italia: Por vez primera Italia es un solo Estado, y sin embargo éste se sigue rigiendo como si fuese una ciudad. En Oriente, Mitrídates VI del Ponto (Turquía), provoca una sublevación general contra Roma y evidencia una vez más las debilidades del sistema en la década de los 80. El siglo I será, en este sentido, de pugna entre dos tendencias políticas: una conservadora que respeta el poder del Senado y las instituciones republicanas aunque bajo la supervisión de un protector del Estado (Sylla -dictador en 82-79-, Pompeyo y Augusto); otra que aspira al poder personal ilimitado (César y Marco Antonio). Sin embargo, incluso la política respetuosa con la tradición republicana reforzó el proceso hacia la monarquía. El marco de la polis se quedaba estrecho y los papeles cambiaban: es Roma la que estaba siendo conquistada ideológicamente por Oriente, siendo ya de todo punto inadecuadas las estructuras de gobierno propias de una ciudad-estado que hasta ahora se habían mantenido. Ideológicamente el siglo I confirma el filohelenismo apuntado en las centurias anteriores, cerrando el paréntesis de sentimiento antihelenístico de la "generación victoriosa", representada por Catón (234-149). La influencia en la dignificación de las deidades de carácter general y en la extensión de las filosofías estoica y epicúrea, monoteístas, fue inmensa. La increíble expansión militar del siglo I a.C., debida sobre todo a Pompeyo (conversión en provincias en 64 de Ponto, Siria, Cilicia; vasallaje de Armenia, Capadocia, Galacia, Cólquida y Judea) y César (conquista de las Galias en 58-51), contribuyó decisivamente al triunfo del latifundismo y el esclavismo, junto con el auge comercial. Mejoraron las obras públicas y el tráfico de mercancías. Prosperaron los negocios financieros y bancarios que se concentraban en "capitalistas" romanos, pero no así los centros industriales que seguían estando predominantemente en las ciudades orientales, abiertas al comercio exterior, con Oriente Lejano. Surgieron numerosos talleres artesanos en toda Italia. La estructura social que hemos anticipado se termina de configurar: clase dirigente de senadores romanos (con posesiones en Italia y provincias); grupo de terratenientes y hombres de negocios (tanto en Roma, como en las principales ciudades del Imperio: oligarquía municipal); pequeños comerciantes y artesanos, pequeños agricultores libres, y esclavos de talleres y tiendas de la burguesía; en último lugar esclavos y colonos de las fincas rústicas de la nobleza y burguesía terratenientes. Tras un largo período de guerras civiles entre conservadores (Sila; Pompeyo) y progresistas (César; M. Antonio) -cuyas posturas se van acercando paulatinamente- Augusto, tras derrotar al progresista Marco Antonio y tomar Egipto (30 a.C.), establece una etapa de paz (la pax augusta) largamente deseada. Teóricamente la república sigue existiendo, pero el jefe del ejército (imperator) ejerce su protección sobre las instituciones. Así pues, en el plano político el siglo I a.C.inaugura el Imperio: República de derecho pero Monarquía de hecho. Augusto será el princeps (el "number one", como se diría ahora) del Senado. Concentrará en su persona los máximos poderes (tribunado de la plebe, proconsulado permanente), pero respetando las instituciones tradicionales, que acapara cuando lo cree conveniente (cuando 13

no, "recomienda" a los que él considera que deben ser elegidos en listas cerradas en la práctica, lo que desvirtúa plenamente el concepto de democracia). Quedaba sin regular, de momento, el problema de la sucesión del régimen. En la centuria siguiente (siglo I d.C.) la curva económica en alza llegará a la cima: dinero abundante (tesoros egipcios), intereses bajos, inversiones elevadas y urbanismo en desarrollo (multiplicación de colonias en las provincias, sobre todo occidentales, que de esta manera cada vez se asemejan más a Italia). La inflación es positiva y genera riqueza al incentivar la productividad en un mundo en expansión, y en general la explosión económica estuvo muy próxima al desarrollo integral del capitalismo, que, sin embargo, quedó una vez más frenado (como tantas en la Historia Antigua) por imperativos ideológicos (miedo religioso a la alteración de la Naturaleza que dificulta el maquinismo; desconfianza en una dependencia absoluta de la producción ajena) sin pasar del plano comercial. La prosperidad económica reseñada va acompañada, como decíamos, de la paz interior y exterior. Octavio proporciona una solución de compromiso para todos. Inicia la burocracia que funcionará paralelamente a las magistraturas republicanas. Asimismo establece una organización estatal de concordia en la que existen provincias senatoriales e imperiales, reservándose él, como jefe del ejército, el control directo de éstas últimas. Establece un órgano de confianza directa: el Consejo Senatorial. El ejército se profesionaliza definitivamente. Se intuye ya una tendencia a la centralización en las reformas administrativas, pero todavía el Imperio es colonial porque la diferenciación jurídica de ciudadanos y de peregrinos (= no ciudadanos) sigue vigente. Poco a poco el número de provinciales, menos refinados, va superando al de itálicos en el ejército. Las tropas auxiliares, totalmente extraitálicas, reciben la ciudadanía a su licenciamiento, lo que extiende el número de ciudadanos no itálicos. Además, a partir de los emperadores Flavios, se tomará la costumbre incluso de dar la ciudadanía a aquellos provinciales más romanizados que entran en las legiones sin ser antes ciudadanos. La promoción del derecho de ciudadanía es así enorme. El optimismo económico de Augusto no traspasará su generación. Una economía basada en el botín externo (los tesoros de Oriente, sobre todo de Egipto, difundidos tras la victoria de Actium sobre Marco Antonio y Cleopatra VII de Egipto) y en la mano de obra esclava era, pese a las apariencias, un sistema muy débil que se estancará cuando falten estas premisas. Así a lo largo del Alto Imperio (siglos I y II d.C.) la economía depredadora y escasamente industrial y mantenida en el plano comercial en base al Estado, que compra grandes cantidades de productos -a través de la Annona- para mantener al ejército, a los incipientes funcionarios y la plebe de Roma, entrará en crisis, por falta de un desarrollo paralelo en el campo de la producción. Con la dinastía Julio-Claudia (14-68 d.C.) hay una continuidad económica aparente, pero se gestan cambios sustanciales. El más importante es el absentismo del propietario rural (aumento de la vida urbana) y la sustitución del esclavo (que deja de ser rentable cuando no se vigila su trabajo y más caro al finalizar las grandes guerras) por el colono, junto con la desaparición progresiva del pequeño campesino libre. El colonato en el siglo I d.C. es predominantemente por arrendamiento. En el siglo II se irá sustituyendo por el régimen de aparcería (la renta es una parte de la producción, y por tanto variable según las cosechas) que supone la vinculación de hecho a la tierra del trabajador, base de la economía Bajo-imperial. Pero lo más importante, desde el punto de vista ideológico, es que la sustitución del esclavo por el colono supone desvincular la producción económica de la obtención de botín (representada por el esclavo). Hay así una mayor autonomía del sector productivo, y por ello una mayor estabilidad en el sector, lo que nos encamina hacia el mundo moderno. Por otro lado, y puesto que en muchas ocasiones los 14

colonos (en un mundo en que la fuerza laboral no era muy grande) son los mismos antiguos esclavos, a los que se concede la libertad, el número de ciudadanos no hace sino aumentar al compás de la evolución económica. En estos dos siglos el poder imperial y el de las instituciones burocráticas de nueva creación se desarrolla a costa del Senado y magistraturas republicanas y ello no deja de tener su reflejo en la historiografía, que reacciona ante la caida de los referentes ideológicos tradicionales republicanos (fides y pietas) y se plantea otros nuevos acordes con la situación presente (dignitas y persona). La sucesión imperial nos sirve de indicativo de este hecho: primero reinarían senadores, luego miembros de las clases medias italianas, más tarde la burguesía provincial y finalmente el ejército. Los procedimientos que se emplearon para asegurar la sucesión de los príncipes también revelan su política: bajo la dinastía Julio-Claudia reinó cierta anarquía sucesoria a causa de los pretorianos y de las intrigas privadas aunque la popularidad de la familia de Augusto y Germánico introdujeron alguna continuidad (principio dinástico); los Flavios optaron claramente por la herencia en línea directa; los Antoninos ponen en práctica -por necesidad- el principio teórico del optimus princeps, que muestra un cierto aspecto "constitucional" aunque en la práctica refuerzan el poder personal frente al Senado, que cada vez tiene más honores y menos poder; y por último los Severos (193-235) reformarán la monarquía gobernando "en familia" (los Severos establecen la monarquía militar con el significado de dominado, de dominus (= señor, jefe de una familia). Pero esta sucesión imperial también nos testifica otro proceso: el de unificación social (la administrativa se alcanza con Hadriano (117-138), quien unifica jurídicamente la administración de todo el Imperio, convertido por este acto en un solo Estado) de todo el mundo romano que desemboca en el decreto de Caracalla (212) que concedía la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio (quedando al margen sólo los dediticios y los esclavos), con lo que se supera la distinción ciudadano/peregrino y sólo se establece la distinción romano/bárbaro, por ampliación del horizonte mental. A partir de este momento Roma ya no es la dueña en absoluto, sino sólo la capital, el lugar donde reside la administración central, que en cualquier momento se puede trasladar a otro lugar (Constantinopla, por ejemplo, en el siglo IV). El desarrollo de la administración central es el principal apoyo de esta monarquía en fortalecimiento. El Consejo del Príncipe sustituye al Consejo Senatorial, al tiempo que se desarrollan los negociados, servicios de finanzas, etc. La importancia que va adquiriendo el ejército se explica por la necesidad defensiva permanente. El ejército es cada vez más "democrático" (la clase senatorial, que en principio se reservaba los puestos de oficiales y generales, va procurando eludir las molestias de la milicia, lo que permite la promoción de los propios soldados profesionales a estos puestos), más autónomo, tiene más poder político y gasta más (exige más sueldo). En sus filas predominan ciudadanos de las provincias. En el Alto Imperio (30 a.C.-235 d.C.) hay una continua filtración de corrientes intelectuales, religiosas, literarias y artísticas orientales hacia Roma. Los cultos mistéricos y trascendentales se difunden enormemente por su carácter universal, más acorde con los nuevos tiempos en que la polis ha quedado ampliamente rebasada y los cultos familiares no son más que un lejano recuerdo en un mundo progresivamente urbanizado en que las instituciones gentilicias han desaparecido ya por completo (como se puede observar en la onomástica personal). Entre estos cultos pronto sobresaldrá el cristianismo, cuya doctrina de amor fraterno e interclasista se manifiesta como un excelente elemento ideológico cohesionador. Asimismo, se potencian en teoría los cultos tradicionales romanos como medida de confirmación política y nacional del sistema, pero en todo momento se tiende a darles un carácter universal que queda reflejado en el culto imperial (culto al poder 15

supremo, que reside en la figura del emperador, quien actúa en nombre de los dioses patrios). Por todo ello podemos afirmar que a principios del siglo III estamos en presencia de un verdadero Estado, de un Imperio homogéneo en todos los sentidos, y no de un conjunto de ciudades dependientes de una principal como hasta entonces. En el plano económico el siglo II comienza con una nueva inyección de oro y plata procedente de la depredación de la rica región de Dacia (Rumania) llevada a cabo por Trajano (101-105). Las inversiones estatales se multiplican y se desarrollan las obras públicas, que dan trabajo a una gran masa de población de pocos recurso, a la que dan una capacidad adquisitiva que reanima los mercado. Con Hadriano (117-138) la euforia tiende a decaer y el emperador edicta una serie de medidas tendentes a alentar la producción (derecho de ocupación de campos públicos y minas no explotados por quien quisiera trabajarlos en régimen de colonato aparcero) y crear unos excedentes que son indispensables para mantener el aparato defensivo y administrativo del Estado, al tiempo que concede beneficios fiscales a los que atiendan los transportes de las mercancías del Estado. En cuanto a éstas, para asegurar el abastecimiento de los órganos vitales del Imperio, impone las ventas obligatorias al Estado de determinados productos -annona- de forma regular (así, la Bética va a exportar enormes cantidades de aceite), cuya compensación se asegura a los productores. De esta manera el Estado va a ir interviniendo progresivamente tanto en el sector primario (producción) como en el terciario (distribución y servicios) de la economía, pues este proceso se irá acentuando conforme pase el tiempo. Por otro lado, el sometimiento de todo el Imperio a un riguroso catastro permite conocer los recursos disponibles a través de los casos, con lo que el control fiscal es cada vez mayor y las posibilidades de negocio alquilando la recaudación de impuestos cada vez menor. Ante ello las ciudades, en principio bastante autónomas, se verán progresivamente obligadas a participar en las tareas de recaudación, siendo responsable cada una de su área, lo que hace que las tareas administrativas en dichas ciudades, al principio apetecidas por el prestigio que conllevaban, se conviertan en una pesada carga que se procura eludir, por lo que el emperador se ve precisado a imponerlas como obligatorias a las capas más adineradas de la burguesía municipal, que son las primeras en verse ligadas a los cargos. Por otro lado, si bien el Estado mantiene en principio, mal que bien, el sistema de compensaciones por los artículos que obliga a entregarle o los servicios que se le prestan a cambio de exenciones municipales, cuando durante el reinado de Marco Aurelio (161-180) la paz se vea truncada por invasiones de distintos pueblos, multiplicando los gastos del Estado y requiriendo los mejores brazos y medios para la defensa, las compensaciones se harán progresivamente más irregulares y la annona termina convertida, en el siglo III, en un pesado impuesto que arruina al campesino y a todo aquel que se ve forzado a trabajar para una organización estatal cada vez más compleja y por tanto cara. Se tiende a huir de los puestos de trabajo para vivir de la caridad o la depredación (bandidaje) y hay que hacer obligatorios todos aquellos oficios de cuyos servicios precisa el Estado. En tanto, las clases más poderosas, surgidas en buena medida de las filas de un ejército que comprende que definitivamente tiene el poder en sus manos y elige a los emperadores como le place, acumula privilegios e inmunidades, creándose un profundo surco entre honestiores ("los que tienen más honores") y humiliores ("los que están más pegados al humus, a la tierra") que queda reflejado en la legislación, ya desde Hadriano, creándose -con la práctica desaparición de una potente clase media- una polaridad que ya va a marcar los siglos posteriores. El siglo III es, sobre todo, el siglo de la crisis. La crisis económica que ya he anticipado se dispara y ahora se notan sus efectos más dolorosos: creación continua de nuevos impuestos, 16

cargos militares muy costosos, confiscaciones, bandolerismo, etc. La plebe urbana acostumbrada a no trabajar es el grupo que más padece las consecuencias. El retorno al campo en régimen de aparcería (colonato) es masivo. La crisis se concentra más en Italia que en las provincias por el despoblamiento y el desplazamiento de los ejes económicos a Oriente, que es la única zona que mantiene un auténtico comercio exterior (Arabia, China, India). El abandono por Hadriano de la expansión por Occidente, que había hecho la fortuna de Hispania y más en concreto de la Bética, que mandaba sus suministros al ejército del Norte a través del Atlántico, había ido trasladando los ejes económicos fundamentales a Africa (proveedora de trigo y patria de Septimio Severo) y sobre todo al Oriente griego, cada vez más mimado por los emperadores desde la época de Nerón. Es sintomático que si hasta ahora los historiadores griegos sólo han intentado competir con sus equivalentes romanos, a partir del siglo II d.C. sacan provecho del despegue postneroniano del Oriente helenizado y dan a sus contemporáneos un nuevo conocimiento de su pasado y un nuevo estímulo para el estudio de los problemas contemporáneos. Nada de particular tendrá que, cuando en el siglo V se hunda el Imperio romano en Occidente, el oriente bizantino mantenga su tradición mil años más. A partir de la muerte de Alejandro Severo (222-235) se acentúan los peligros exteriores: las líneas defensivas son traspasadas, se disputan el poder romanos, bárbaros y semibárbaros y las instituciones apenas funcionan. La situación es controlada por los Emperadores Ilirios (235-305), quienes instauran una auténtica monarquía de derecho. Entretanto, en el campo religioso se tiende progresivamente hacia concepciones monoteistas que refuercen la unidad del Imperio. En principio el cristianismo, al mostrarse poco adicto al culto de las instituciones cívico-militares ante la previsión de la prometida llegada inmediata de un nuevo mundo, fue objeto de persecuciones más o menos generales según las zonas, especialmente a partir de Marco Aurelio. Pero más adelante, dado que sus doctrinas habían ido prendiendo en capas cada vez más extensas de la población (sobre todo urbana), comienza a convertirse en un elemento interesante para el poder. Elementos importantes de la aristocracia se van acercando al cristianismo y éste, en consonancia, comienza a tomar una estructura progresivamente jerárquica al tiempo que se van precisando los dogmas (en parte por el contacto con la filosofía) y los rituales. Cuando llegue el siglo IV se habrá convertido en la base ideológica fundamental del poder monárquico y viceversa, llegando finalmente a invertirse el sentido de las persecuciones. A nivel historiográfico el cristianianismo habría de suponer un hito importante, en cuanto que acabaría decididamente con la visión cíclica del tiempo (eterno retorno al principio, al orden natural impuesto por los dioses) y con la idea de un espacio mejor que otros, hasta entonces dominante. Los cristianos entendían que su fe poseía un significado universal (καθoλικός), y consideraron que la crucifixión era un acontecimiento único, no sujeto a repetición. Se plantea así una representación rectilínea del tiempo en base a una escatología o esperanza de salvación tras la muerte. Esto tendrá una importancia crucial, pues los planteamientos escatológicos no buscan sino romper el ciclo en el que se perpetúa la sociedad e inaugurar un tiempo nuevo, perfecto y estático, al final del tiempo (algo heredado, a través del judaísmo, del zoroastrísmo persa). En realidad no reflejan sino la actitud de una población que ya no ve, en contraste con la situación anterior, sus perspectivas cumplidas a través de las posibilidades que la sociedad ofrece y que las busca, por tanto, más allá. Estamos, pues, ante un signo inequívoco del fortalecimiento del individualismo y en las puertas de la nueva concepción del predominio del "progreso" sobre la antigua concepción del "regreso". Esta idea hacía que la historia tuviera una dirección única, destinada a cumplir un objetivo (la salvación); es decir la historia se proyectaba hacia 17

el futuro del hombre y no hacia el presente (es el caso de historiadores griegos como Tucídides) ni hacia el pasado (la producción historiográfica romana anterior), Es esta concepción del tiempo histórico como un proceso acumulativo que prescinde, en parte, del pasado para dirigirse al futuro la que ha llegado hasta nuestros días. En este sentido, las filosofías de la Historia serán en muchos aspectos esfuerzos por laicizar, por racionalizar esa perspectiva de conjunto cuya noción viene dada ya por el cristianismo. Pero esto queda ya fuera del ámbito cronológico de nuestro breve estudio. Para concluir, quede claro al lector que no pretendemos haber obtenido la verdad en esta contemplación de un pasado más o menos remoto. Sólo hemos pretendido aplicar un esquema lógico y, de acuerdo con él, intentar razonar para hacer comprensible una determinada realidad que se ofrece a la contemplación de los seres humanos. No negamos la existencia de la Verdad, como tampoco la de una realidad cuya naturaleza racional se nos escapa. Pero es que eso queda al margen del juego teórico de la ciencia.

18

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.