El sectarismo en el movimiento Peronista: una reflexión sobre su amplitud y libertad interna

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El sectarismo en el movimiento Peronista: una reflexión sobre su amplitud y libertad interna. Homero R. Saltalamacchia Quiero hablar del movimiento peronista y de estrategia, como para abrir la discusión. Comenzaré con una metáfora de la distribución de las relaciones dentro del estado nación. Metáfora que es contraria a la que usualmente ha propuesto la mayor parte de los trabajos sobre el tema del estado. Se trata de una evocación en que las relaciones sinápticas entre neuronas me sirven como modelo de las relaciones sociales y que me parece mucho más fiel que la que presentan las teorías de las redes sociales. Dado que sus puntos o nodos y sus uniones o aristas, poseen una representación necesariamente estática, como las uniones entre puntos en una fotografía. En cambio, si vemos la imagen de un cerebro en las neuroimágenes, veremos las neuronas, unidas entre sí por lazos (axones y dendritas) que se activan en grupos diversos según el cambio en nuestros pensamientos o los estímulos sensoriales. En la primera parte de este trabajo, utilizaré la metáfora para situar el énfasis en la distribución de recursos que haría posible la democracia si no existiesen sistemas de dominación. Para luego, en la parte siguiente, recordar que, en el seno de esas relaciones asimétricas producidas por los sistemas de dominación, la distribución del poder e incluso las constituciones subjetivas de los ciudadanos es totalmente desigual. Por eso es que, salvo en casos en los que los poderes electivos (como el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo) posean apoyos populares y se propongan reconstruir y defender derechos, la acumulación de recursos de poder es tan grande que, con mayor o menor agudeza, solo consiguen sostener e incrementar los efectos subjetivamente destructivos de la desigualdad social. Ya que a la apropiación del Poder Ejecutivo y legislativo y a la del Poder Judicial (usualmente elegidos entre miembros de las elites o aspirantes a serlo) se suma la de los recursos de poder económicos, con los que compran y administran organismos de producción de opinión como los medios de comunicación e incluso universidades, mediante apropiación directa o financiamiento de programas de becas y otros subsidios con los que obtienen al menos observadores benévolos de los efectos de la destrucción subjetiva producida por la dominación empresaria, étnica o de género. Para sostener la última parte de la argumentación, incorporo algo que ignora u oculta la teoría política liberal: que no todos los ciudadanos no poseen los mismos recursos de poder y que por eso pierden en las pujas distributivas, incluso cuando existen gobiernos populares, y algún grado de democracia existe. Pero que esa democracia deja de existir cuando el poder económico se suma el poder político mediante la asunción del poder ejecutivo de gerentes de esos grupos (sea con apoyo de las burocracias militares o judiciales). Sobre todo hoy, cuando esos grupos económicos poseen el monopolio de los medios de formación de opinión, lo que les permite algo nunca antes logrado: ganar elecciones. En esos contextos, las posibilidades de encontrar fisuras que permitan generar oposición política con chances ganadoras, es casi inexistente. En esas situaciones se está muy cerca, o plenamente insertos, en un contexto “totalitario y represivo”, frente al cual uno de los instrumentos necesarios es la resistencia. En efecto, junto a otros instrumentos, en esas condiciones la resistencia es y será una de las formas de

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acción política que (por desgracia, debido a sus enormes costos) se sume a otras formas de acción política, a cargo las organizaciones populares. Diagnóstico que es aún mucho menos halagüeño si consideramos que el dominio ya no es principalmente un hecho nacional sino trasnacional, debido a que el poder, aun sin freno, de las corporaciones financieras son las que en verdad lideran los procesos nacionales disolviendo las fronteras del capital y de la dominación. Razón por la cual, y ese es el principal objetivo de mi opinión, debemos recordar la historia del movimiento peronista y aprender de ella. Sobre todo, suprimiendo cualquier forma de sectarismo o de comentarios que lleven a pelearnos entre nosotros; contra lo que ya Martín Fierro dijo, hablando de la necesaria unidad entre los hermanos.

El movimiento peronista y la sociedad Más allá de la relación “estado/sociedad” del liberalismo Las sociedades son recuerdos y proyectos, que SE ponen en relación en ese filo breve, del pasado/presente (saberes) y del presente/futuro (proyecto) en el que vivimos. Las teorías de las redes podrían ser una metáfora para ella. Pero una metáfora que muestra relaciones estáticas, que empobrecen el panorama. Porque las relaciones de las que hablo no siempre son permanentes ni poseen la misma permanencia. Y, siempre, cualquiera sea el grado de permanencia, esas redes solo son circuitos potenciales que pueden ser activados por un acontecimiento y durar en su activación poco o mucho tiempo, pero nunca el mismo ni con el mismo carácter; mientras no son activadas quedan como dormidas, y pueden olvidarse, perdiéndose el camino que les permitía activarse. Veamos un ejemplo. Me encuentro en el subterráneo con una persona a la que reconozco: es un antiguo amigo, converso con él y esa conversación recrea los trazos que nos unen a aquellas partes de nuestras relaciones, que en ese momento no están activas, son potenciales. Por lo que la charla es, desde esta perspectiva, un ramillete de relaciones activadas de diferente manera en nuestro recuerdo compartido. Y ese recuerdo puede actuar, de una u otra manera, sobre la intensidad de mis conexiones afectivas con el amigo en cuestión, de tal modo que, al separarnos, hemos confirmado o rehecho esas redes y las nuestras. Lo que no impide que, al mismo tiempo, hayamos estado insertos en las redes normativas (formales o no) que regulan las relaciones con otros pasajeros del subterráneo e incluso con las que activa un comentario sobre problemas en determinada estación del subte y hasta nuestra capacidad para mantener ello equilibrio y hacer cosas que alguien que nunca subió a un subterráneo no sabe y se equivoca al relacionarse con los otros pasajeros o con las reglas del subterráneo. Y así hasta casi el infinito. Por eso, lo que denominamos socialización es la producción de esas redes, que potencialmente existirán mientras poseamos alguna huella mnémica (recuerdos) que permita actualizarla. Imaginemos ahora que esas relaciones se ven en una imagen sobre una pantalla tridimensional, como las neuro-imágenes. En ella, cada uno de nosotros podría ser un punto en el que reverbera un ramillete de lazos, de diferente color y intensidad. Ellos nos unen a nuestros familiares y amigos ─con relaciones afectivas y cognitivas de diferente tipo─ y también a compañeros de escuela y maestros, posiblemente a iglesias, en algunos casos a clubes deportivos y, en otros, a otro tipo de asociaciones, hasta completar el panorama de las relaciones que sostenemos como ciudadanos o las que nos unen con personas que viven en el exterior e incluso con instituciones trasnacionales. Nuestra identidad está hecha de esos recuerdos que nos unen en múltiples redes que se prenden y se apagan, que se activan y se desactivan o pasan a 2

dormir, con capacidad para ser reactivadas, a menos que se pierdan en el olvido. Así también son las identidades de quienes votaron por el FVP y contra el FVP. En éste último caso muchos lo hicieron por tilingos, otros por interés y muchísimos engañados por una maquinaria que les hizo crear redes imaginarias y falsas respecto a quiénes se les parecen y quiénes no. Eso lo debemos tener en cuenta. Pero a eso quiero llegar. Ver las relaciones sociales con el símil de las relaciones sinápticas (que son la forma primordial del recuerdo) me permite enfatizar dos aspectos que la teoría de las redes no incluye entre sus múltiples méritos. 1) la ya aludida potencialidad de activación, que puede ser más o menos frecuente o más o menos duradera en su estado de actividad y que nos da una idea de proceso constante, complejo, con relaciones no siempre predictibles; 2) y otras que, como aquellas que por definición son permanentes (como la relación filial o la ciudadanía), las veremos tenues y con efectos apenas notables durante una gran parte de la vida, salvo en esos momentos de entusiasmos colectivos, en los que todos nos unimos en torno a un ideal o un símbolo. Sabiendo que muchas de esas redes aparecen superpuestas o incluso en conflicto, lo que crea imágenes de situaciones difíciles de interpretar. Pese a opiniones en contrario, creo que las redes ciudadanas, que hacen a la substancia del estado-nación, siguen siendo más estrechas que las que mantenemos con personas o instituciones de otras naciones, salvo algunos casos que son captados por esas otras naciones para que ejerzan sus políticas. Por lo que la compleja vida social del estado-nación depende de las fluencias que nos unen, que producen y portan afectos, evocando diversos circuitos, en los que cada uno se siente argentino, griego o patriota de cualquier país. Lo que es cierto, aunque en grado menor que en el siglo pasado. debido a la creciente influencia de las redes formadas por las instituciones y empresas trasnacionales. Instituciones que no reconocen su pertenencia al estado-nación como identidad, aunque actúan en cada país como si fueran personas jurídicas nacionales, interviniendo en ellas con estrategias de disolución de las relaciones soberanas del estado nación de diferentes formas: financieras, bélicas, etc. Sintetizando. Lo hasta ahora expuesto puede ser representado como una pantalla oscura con puntos con destellos tridimensionales, más o menos grandes o intensos, desde los que se forman aristas (flechas) que los unen a otros puntos. Dichas uniones no son para nada constantes, aunque su duración puede variar mucho. Pero mientras fulguran, dichas aristas forman tramas en las que la simultaneidad, cuando se produce, hace muy difícil seguir rastros precisos de cada una de ellas que, por otra parte, en muchas ocasiones se unen y sobre-determinan produciendo efectos inesperados. Complejidad que obliga a que el investigador deba proponerse apresar solo algunas secuencias, constituyendo en ellas su objeto, sin dejar de mirar el contexto de reojos, para mejor evaluar la especificidad de su recorte. Lo común en esa primera metáfora es que no hice alusión a que las redes fuesen afectadas por una desigualdad radical en la distribución de los recursos de poder, con los que pueden influir y cambiar el ordenamiento de aquellos circuitos. Ahora bien. Si la metáfora terminase allí. Evocando relaciones que se activan de diverso modo y en distintos tiempos, la democracia sería posible, pues los recursos de poder no serían distribuidos de manera demasiado desigual, aunque las fluencias fuesen diferentes. Incluso podríamos ver que el día de las elecciones, en el ejercicio de la voluntad ciudadana, todos los ciudadanos estarían conectados a un mismo circuito y con semejantes recursos de poder intelectual como para juzgar que les es más conveniente votar. Así, las elecciones serían un momento de entusiasmo colectivo y la relación con 3

los gobernantes sería la que usualmente presentan las utopías democráticas. Pero esa imagen es falsa. Tal semejanza de recursos no existe, sobre todo dese que las corporaciones han logrado el monopolio de los medios de formación de opinión en casi todas las instituciones. Por eso, debo pues corregirla.

El estado y su resignificación La metáfora antes mostrada, si bien refleja en parte el funcionamiento social, oculta algo que hace de ella una representación parcial y mentirosa. Pues, como dije, ignora que en esos estados nacionales existen formas de dominación económicas, étnicas y de género ─en diversa combinación─ que hacen que los principales recursos de poder se acumulen en algunos puntos privilegiados y no en otros y qu en esos puntos se formen subjetividad es diferentes a las de quienes tienen menores recursos y que se gesten alianzas prácticas, en instituciones que nuclean ese grupo pequeño de poderosos y de aquellos que se les quieren parecer. En esta época, esos puntos privilegiados son, centralmente, las grandes corporaciones trasnacionales; que en la argentina fueron ganando posiciones gracias a las burocracias militares y judiciales que ejercieron el control del dominio de dichas empresas y sus proyectos neoliberales desde el golpe de estado de 1955, al menos. Pocos fueron los momentos en que hubo una pausa entre esos gobiernos. Hasta que, en el 2003, luego de la crisis y recogiendo la experiencia de muchos años de lucha de varias generaciones, Nestor Kichner, primero y Cristina Fernández, después, nucleó una nueva generación de dirigentes formados en las luchas populares de los años 1960 y principio de los setenta, lideraron un movimiento popular que logró que el legislativo y el Ejecutivo contrabalanceasen el poder de las grandes empresas, controlando la explotación. Sus respectivas capacidades de liderazgo pudieron alinear a la mayor parte de los dirigentes peronistas e incluso sumaron a gobernadores de provincia que, sin ser peronistas, apoyaron las principales políticas nacionales. Ese fue un esfuerzo de conducción en el que, para duelo de todos, se llevó la vida de Néstor Kirchner y dejó sola a su compañera, en una tarea ímproba, pues debía gobernar y al mismo tiempo mantener la conducción del movimiento peronista, que no estuvo a la altura de esa tradición de 12 años de trasformaciones y aprendizajes, que dejaron solo a un puñado de dirigentes nuevos y a una población que ahora parece mostrar que esta dispuesta a defender los derechos ganados. Eso es lo que cambió con la derrota electoral. Desde ahora, esas grandes empresas trasnacionales, concentran casi todos los recursos principales de poder. Produciéndose una configuración que deja a los sectores populares sin otras posibilidades que la resistencia, pues muy endebles son sus recursos para articular una oposición política con posibilidades de gobernar efectivamente. Sobre todo, frente a un gobierno que puso en los principales puestos de dirección burocrática a gerentes de empresas trasnacionales que pronto cambiarán totalmente el esquema de producción en pro del crecimiento soberano y con justicia social. Quedando solo una oposición que hoy presenta peculiaridades. La primera de ellas es que por primera vez una inmensa cantidad de jóvenes que se habían alejado asqueados por las politiquerías de años anteriores, apoyaron ya no a partidos de oposición, sino que se reconocieron peronistas o, al menos Kichneristas. La importancia de esas agrupaciones juveniles y las nuevas, autoconvocadas en redes sociales, que se encargaron de luchar por obtener los votos en las elecciones, que salieron a la calle inventando formas creativas y valientes de hacer propaganda en un ambiente en el que el poder 4

mediático las demonizó, mintiendo sobre ellas de un modo intenso, para desacreditarlas. Movilización que superó con mucho la capacidad de dirección de los tradicionales dirigentes del movimiento peronista, salvo el caso de Daniel Scioli y otros que se sumaron al esfuerzo por derrotar el poder de los monopolios de producción de opinión, que fueron monolíticamente adversarios del Kichnerismo y que horadaron cabezas con mentiras cotidianas, logrando un caudal de votos mayoritario para un partido de derecha, lo que nunca había ocurrido en la Argentina. La audacia descontrolada del gobierno entrante para imponer medidas de radical traslado de riquezas hacia las grandes corporaciones y la disposición a gobernar por decreto juntando en el poder a una tríada constituida por las corporaciones empresariales y sus medios de formación de opinión, el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo, ha conmocionado a la oposición kirchnerista e incluso ha comenzado a corroer la voluntad de apoyo de quienes votaron ese gobierno, creyendo hacerlo por otro, que se presentó ocultando a medias, gracias a los medios de difusión, sus propósitos político económicos. Pero al mismo tiempo ha acobardado a muchos dirigentes, gobernadores y senadores que temen por sus prebendas y se alinearon con el oficialismo. Esa nueva situación pone ahora, como antes nunca, la necesidad de discutir problemas de organización, de modo tal de reconstituir mayorías populares, pese a la indudable disposición a la represión que irá mostrándose con el correr de los meses; y al empobrecimiento inaudito de una población que durante 13 años gozó de derechos y de una capacidad de consumo nunca vista antes. Y parte de esa discusión es la que tiene que ver con la interpretación de lo que es el Partido Justicialista, el movimiento peronista y el kichnerismo dentro de él.

El movimiento peronista Como sabemos, desde 1955, el movimiento peronista ha sido una fuerza política capaz de poner en jaque gobiernos, que se sumó al neoliberalismo con la traición de Carlos Menem, y que volvió por sus laureles de movimiento popular desde el año 2003 hasta hoy. Con peculiaridades en cada etapa, no siempre haciendo sus dirigentes políticas de las que debamos estar orgullosos, el movimiento peronista se mantuvo porque no depende de los dirigentes nacionales y es capaz de resistir y mantener el ideal de una patria justa, libre y soberana incluso cuando los dirigentes sindicales y políticos traicionan o se acobardan. Esos grupos y otros nuevos forman la base desde la que se irguió el kichnerismo y que permite pensar que el kichnerismo podrá soportar la dictadura neoliberal, defendiendo los derechos adquiridos. Por eso debemos pensar en lo que enseña esa tradición de masivas adhesiones, que en la academia liberal siempre fue despreciada como autoritaria, personalista, populista, etcétera. Uno de los estudiosos extranjeros que han detenido su atención sobre la Argentina escribió de las pocas cosas que han merecido la atención de quienes se dedican a la ciencia política, me refiero a Steven Levitsky (Levitsy, 2008) que escribió un trabajo titulado “Una ‘Des-Organización Organizada’” No es mi intención discutir los méritos de dicho trabajo, pero me sirve para introducir un argumento que en la academia suena bien y que permite en parte superar los límites oscuros del enigma del peronismo. Luego de aludir a esos azoramientos dice: “La atención en la debilidad de la estructura formal del PJ oscurece la vasta organización informal que lo rodea.[5] La organización peronista consiste en

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una densa colección de redes personales (que operan desde sindicatos, clubes, ONGs y a menudo desde la casa de los militantes) que están en gran medida desconectadas (y son autónomas) de la burocracia partidaria. Aunque estas redes no pueden ser encontradas en los estatutos y archivos del partido, proveen al PJ de una extensa conexión con las clases bajas y trabajadoras de la sociedad. Nada que los militantes no conozcan. Pero quizá útil para que esos mismos militantes se encuentren con una fotografía de ellos hecha desde el exterior. Fotografía que creo que se útil para nuestra discusión. Situando su análisis en la peor época del peronismo, otro mérito del autor es ver que no existe ese famoso liderazgo autoritario y capaz de hacer marchar en cualquier dirección a nuestro movimiento. Así es que dice: Contrariamente a muchos informes convencionales, el artículo sostiene que la relación de Menem con el PJ de base estuvo siempre mediada por las poderosas organizaciones locales. Estas organizaciones proveyeron al gobierno de Menem con un surtido de beneficios políticos que incluyen vastos recursos humanos, canales para la implementación política, distribución de patronazgo y solución de problemas a nivel local. Sin embargo, también restringieron el liderazgo de Menem, limitando su capacidad de imponer candidatos y estrategias a las unidades inferiores. De hecho, estas unidades locales continuamente rechazaban o ignoraban las instrucciones provenientes desde el liderazgo nacional, siguiendo estrategias que poco tenían que ver con Menem o su programa neoliberal. De hecho, debido a que el movimiento sufrió una profunda trasformación orgánica luego de 1955, obligados por la feroz represión de los golpistas de 1955, el movimiento retomó más que nunca las formas organizativas de la sociedad, constituyéndose en mediante una serie de agrupaciones semiautónomas. Que coordinaban entre ellas para hacer acciones conjuntas y que muchas veces se enfrentaron debido a interpretaciones diferentes de los que es y debía ser el movimiento peronista. De ese modo cubrió la sociedad y tomo sus formas y rasgos, influyendo sobre ella y siendo influido por ella. Debido a que nunca perdió lo principal, la base territorial y/o organizativo sindical que era su fuerte y su vocación. Las Unidades básicas eran de esos grupos. No del Partido Justicialista. Aunque este interactuase con ellas y ellas votasen candidatos de ese partido, salvo excepciones propias de algunas provincias con fuertes partidos provinciales. Eso es lo que es nuestro movimiento y en ello radica su fuerza: ser una imagen en espejo de la sociedad, en su forma de red de redes; también en que hay derecha peronista que se identifica con los poderes concentrados. Pero es con ellos que debemos combatir. Solo que a diferencia de otros partidos aun tenemos mayoría interna. Mientras que lo que era la UCR se entregó al Partido del Poder Concentrado dejando en el olvido las banderas nacionales y populares que alguna vez, con contradicciones, defendieron muchos de sus dirigentes. Y esa originalidad que nos ubica en la línea de los defensores del pueblo y la nación existe en el movimiento peronista sobre todo ahora, en que tenemos una conducción admirable, en tanto estratega, estadista y pedagoga (aunque quizá no suficientemente dispuesta a negociaciones propias de las internas del Partido Justicialista). Aunque ese poder solamente se mantendrá 6

enfatizando en esas capacidades de las organizaciones que forman el movimiento. Son ellas las que deben tener juicio propio y decir lo que ven en sus territorios (barrios o empresas) Pues como bien dijo Perón, la conducción es el arte de persuadir, pero el conductor no puede tener una visión completa del panorama sin información de sus partes, así como los grupos no pueden tener la información ni la capacidad de ver el conjunto y decidir en consecuencia. Así, cada grupo pelea por hacer saber su punto de vista. Y la conducción radica en utilizar estratégicamente esas energías en una dirección que todos compartimos: pues en el momento de actuar se actúa olvidando las discusiones previas. En ese contexto, el PJ es un instrumento electoral útil para el momento de las elecciones. Si algunos de los líderes del PJ es líder en el movimiento se debe a su trabajo dentro de alguno de los grupos que forman ese movimiento y que se ha destacado por su disposición a encabezar la resistencia. Apoyar a los líderes del movimiento no implica denostar necesariamente a los líderes del PJ, normalmente más cutos y más sujetos a normas institucionales. Simplemente significa que no se les da pelota y se sigue adelante, mientras que la conducción del movimiento no sugiera y persuada sobre la necesidad de otro tipo de relación. En esa conducción (y en la de cada grupo, por otra parte) la discusión racional y el acompañamiento y el sostén afectivo deben estar indisolublemente unidos. A diferencia del racionalismo que proviene de tradiciones europeas perimidas, en el movimiento peronista la razón y el sentimiento van unidos: bancar a un compañero es parte de la tarea militante, sostener a quien reconoce que se equivocó y quiere incorporarse a la lucha es propio de su generosidad e inteligencia militante (pues el sectarismo lleva a la destrucción de las organizaciones mayoritarias); discutir qué hacer en cada uno de los lugares en que queremos y podemos militar es una de sus características más preciadas. Nadie conoce mejor cómo tratar a los compañeros que aquel que comparte sus penas, alegrías y razonamientos cotidianos. Una de las singularidades del proceso vivido durante y después de las elecciones es que las redes sociales acogieron y organizaron cientos de miles de opositores al gobierno. Uno de los inmensos méritos de Cristina ha sido impulsar la organización juvenil, que se nuclea en Unidos y Organizados. Pero en ambos casos, el peligro actual, lo que se discute con más furor es cómo tratar a aquellos que se arrepienten de haber votado al Mentiroso. El discurso en Plaza de mayo, en que Cristina se situó nuevamente en la arena política desde la oposición, fue claro respecto a esto: la mayoría de los que votaron por el mentiroso lo hicieron influenciados por la maquinaria de fabricar códigos de interpretación que llevaron a os votantes a votar por un programa claramente contrario a sus intereses, como si lo hicieran convencidos de sus virtudes. Por eso Cristina Fernández insistió en tratarlos como compañeros que regresan. No como enemigos. Salvo, claro, a los copetudos que están de fiesta. En efecto, la maquinaria científicamente montada y monopólicamente orquestada por las empresas formadoras de opinión: periódicos, televisión y posgrados en los Estados Unidos (e incluso invitaciones a la Embajada Norteamericana) explican el poder de convicción que han logrado. En un quehacer cotidiano y utilizando las armas y argumentos que convienen en cada caso. Pero justamente por eso debemos ser generosos con los desengañados y en cada caso debemos permitir que esos compañeros aporten con lo que saben y pueden; ya que no es lo mismo lo que puede aportar un empleado u obrero cargado de horas de trabajo y obligaciones familiares que alguien que por su edad y posición social puede dedicar todo su tiempo a la militancia.

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Todo eso es necesario discutir, junto con la movilización de resistencia. Y hacerlo en agrupaciones en las que nos encontremos en colectividades que podamos defendernos mutuamente, en las que podamos contarnos nuestros problemas y discutir tácticas y estrategias. Todo lo cual permite a su vez adaptarnos a las diferentes situaciones sociales. Comencé hablando de la sociedad como una serie de conexiones asentadas en el recuerdo. No redes estáticas sino puntos luminosos que unen o desactivan sus uniones según diversas circunstancias. Redes que son gobernadas por diversas instituciones, hasta concluir con las instituciones que nos agrupan como argentinos. El movimiento tiene esa misma lógica de redes. Lo construimos entre todos. En nuestros grupos se van formando dirigentes y ellos nos ayudan a conectarnos con otros grupos. Quien conduce es Cristina, pero hay grupos con compañeros diferentes porque es diferente el lugar de su inserción militante y diferentes por sus experiencias, por los recuerdos en los que se socializaron. Entre estos últimos están quienes forman el Partido Justicialista, que es el instrumento electoral del movimiento. No el movimiento. Romper el sectarismo o la idea de que no es militante el que no puede estar en todas las manifestaciones o en horas de comunicación en las redes es en este momento nuestro peor enemigo. Eso es lo que me dice la experiencia de muchos años de andar por el mundo. Que lo dicho sirva para comenzar una discusión sobre el qué y el cómo hacer las cosas es mi aspiración. Estoy seguro de que muchos podrán mejorar inmensamente este pequeño aporte

¿Una nueva época? Eso es lo que me temo. Temo que el de Cristina Fernández haya sido (si no podemos cambiar el curso probable de la historia) el final glorioso del estado-nación. Hace tiempo que, en Estados Unidos, Europa e incluso, más débiles, en países como México, movimientos populares luchan contra el neoliberalismo: que es la forma en que el dominio del capital financiero viene asentándose en forma salvaje en el mundo. Es una lucha desigual, en algunos momentos el neoliberalismo se apuntaló en las Fuerzas Armadas, en otros en las burocracias judiciales y en el monopolio de los medios de formación de opinión: periódicos, universidades, centros de investigación organismos trasnacionales; en otros en el Poder Judicial o en una combinación de esos factores. Ya ni el voto puede ser resguardo seguro pues frente a los antiguos intentos liberales de cuidar de las minorías calificadas, hoy manipulan el odio y la desconfianza creando un mundo casi sin fisuras, en las que el discurso habla de una amistad y unión parecida a la amistad orwelliana, en las que los intentos de crear oposiciones políticas se verán hostigados hasta el desgaste y los intentos de resistencia serán aislados y juzgados por jueces que ejercen siempre la interpretación justa para que ese poder triunfe. No quiero dar una palabra apoteótica ni estoy absolutamente seguro de que no hay resquicios como los que supieron encontrar Kirchner, Lula, Chávez, Evo y Correa. Pero ese es el panorama que puedo divisar desde los quizá demasiado miopes ojos de un envejecientes dolorido por haber visto frustrar la ilusión de patria que estos 12 años contribuyeron a formar. En lo personal y aunque ello no me impida luchar, no creo volver a ver a mi patria parada sobre sus pies y acompañando un himno nacional en el que nos reconociéramos en la dignidad. Respecto al mundo que tendrán nuestros hijos y nietos, espero que la especie no se autodestruya y encuentre otros modos de vida y de dignidad. Para que eso pueda ocurrir nos queda resistir aprendiendo a reconocer redes en las que desplegar lo que Gramsci denominase “guerra de posiciones” con la ayuda de los jóvenes, en quienes la lucidez quizá triunfe sobre el egoísmo sicópata de las corporaciones multinacionales.

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