El repartimento de prisioneros indigenas en Mendoza durante la Campaña del Desierto y otros itinerarios del debate intelectual mendocino

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Descripción

El repartimento de prisioneros indígenas

en Mendoza durante la Campaña del Desierto

y otros itinerarios del debate intelectual mendocino1

Diego Escolar Dedicado a Arturo Andrés Roig, in memorian

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esde fines del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, numerosos miembros de pueblos originarios del área Pampeana y Patagónica fueron incorporados en las sociedades provinciales habitualmente denominadas “criollas”, luego de ser trasladados y confinados, torturados, distribuidos como mano de obra servil, fragmentados sus grupos familiares y ocultadas sus identidades. Sus descendientes, que en algunas regiones o provincias integran una población numerosa, cuentan pocas generaciones a partir de quienes vivieron dicho proceso de confinamiento y relocalización. Sin embargo, para muchos argentinos las campañas militares de ocupación de los territorios indígenas de Pampa y Patagonia entre 18791885, reducidas en el evento “Campaña del Desierto”, han quedado inscriptas como tópico de una compleja y múltiple mitología del estado y de la nación argentinas. Primero, como mito de “desaparición” de los pueblos indígenas del territorio nacional que subsume contradictoriamente la continuidad de la población indígena con su incorporación en una ciudadanía política étnicamente desmarcada representada como matriz identitaria de la nación. Esto es notorio en sociedades provinciales como la de Mendoza que, pese a haber absorbido una gran proporción de indios relocalizados, se han asumido históricamente como “libres de indios”. En efecto: si bien durante dichas campañas se realizaron acciones de eliminación física, incluso masiva, de algunos 1

Este capítulo recoge un trabajo (“Metáforas étnicas de la nación: el repartimento de prisioneros indígenas en Mendoza y la teorización nativa del ‘criollo’”) presentado en el Concurso Hernán Vidal “Fronteras, Naciones e Identidades”, del Programa de Investigaciones Socioculturales en el Mercosur-IDES en 1999, en el cual obtuvo el segundo premio. Parte de ese premio era la publicación del artículo en la revista Desarrollo Económico, pero por diversos motivos eso finalmente no ocurrió. Por ello se lo ofrece en este libro prácticamente con sus características originales, dado que así ha circulado informalmente y expuesto en reuniones científicas. Soy consciente que desde esa época se han desarrollado nuevas investigaciones vinculadas con el tema, incluidas las propias, pero para no alterar el artículo original evitaré incorporar, salvo en forma limitada, nuevas referencias.

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grupos, la mayoría de los indígenas de los territorios tomados fueron confinados en reservas, campos de concentración y presidios, distribuidos en obrajes, ingenios y estancias o repartidos a familias y particulares. Aquí, más incluso que en otras provincias, el imaginario de exterminio indígena se impuso, además de como mito de fin de la población indígena, como mito de origen de una comunidad que, como el resto de la nación, fue refundada como “blanca y europea”. Un imaginario histórico todavía hegemónico asoció entonces la abrupta pérdida de libertad de las sociedades políticas indígenas respecto al estado nacional con su desaparición, cuando en realidad una descripción más ajustada de lo ocurrido sería un masivo y veloz proceso de desmarcación identitaria en el cual el genocidio indígena, más allá de su realidad histórica, fue instalado como “mito de paso” étnico. Más que producir la transformación de los indígenas “de soberano en grupo étnico”, como reza la conocida tesis de Martha Bechis,2 la incorporación estatal soberana de estos grupos fue lo que en el contexto argentino produjo la desarticulación de su carácter “étnico” previo, en un proceso político y social acompañado por la eliminación o rearticulación hegemónica masiva de sus diacríticos de pertenencia y distinción grupal. La dinámica implicó por cierto –y en esto la historiografía fue, por acción u omisión, una agencia central– la exitosa invisibilización de los procesos por los cuales los indígenas sometidos fueron desetnicizados e incorporados en la sociedad nacional en los años posteriores a la “campaña del desierto”. Una de las claves o condiciones de posibilidad de este proceso fue, precisamente, el trabajo intelectual que posibilitó la conceptualización y posterior eliminación dóxica de la brecha entre la presencia empírica de los sujetos “indios” y su ausencia deseada, imaginada y postulada. En este trabajo exploraremos el proceso de relocalización forzada y repartimento de prisioneros indígenas en Mendoza y las representaciones y elaboraciones intelectuales sobre los sucesos de “incorporación” de los prisioneros indígenas en la sociedad mendocina. El reparto de indios en Mendoza durante y después de la Campaña del Desierto En un parte militar del coronel General Conrado Villegas, comandante en jefe de la línea de fronteras en el Río Negro, de julio de 1879, se hace mención de Mendoza como mejor destino para un grupo de quinientos indios y cautivos en Choele-Choel: “Ya tenemos más de quinientos prisioneros y espero orden con respecto a ellos. Algunos mocetones buenos los destino a los cuerpos […] Me permito indicar a V.S. que el camino más conveniente para esta gente será el de Mendoza, cuando podamos hacerlos transportar.

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BECHIS, Martha Interethnic Relations During the Period of Nation States Formation in Chile and Argentina: from Sovereign to Ethnic, Ph Dissertation, New School for Social Research, 1984, en CORPUS, Archivos virtuales de la alteridad Americana, sección Tesis, 2, 2011 [n línea] http://www.ppct. caicyt.gov.ar/index.php/corpus/article/view/753/660.

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La desnudez de los indios es grande y el frío intenso […] El número de indios prisioneros aumentará…”.3 A lo largo y después de las campañas militares numerosos prisioneros indígenas de las áreas pampeana y patagónica, de Neuquén, Sur de Mendoza, Río Negro, La Pampa y San Luis fueron trasladados a departamentos de Mendoza, al norte de la antigua frontera sur e incorporados en la sociedad mendocina. Los indígenas tomados que no fueron enrolados en la marina y el ejército, tanto las “lanzas” (guerreros) como la “chusma” (viejos, mujeres y niños) al igual que su ganado, tejidos, aperos y objetos de plata, fueron tratados en la práctica como botín de guerra y distribuidos para el servicio doméstico, como mano de obra agrícola y pastoril o para la realización de obras de construcción públicas y privadas en fincas, estancias o canteras. Los niños indígenas eran entregados a familias en general pudientes, quienes los bautizaban cambiándoles sus nombres y colocándole el apellido de sus padrinos. La modalidad de repartir los indios capturados ciertamente no era nueva. En la primer Campaña al Desierto de 1833, el gobernador de San Juan, por ejemplo, se quejaba el 4 de junio de 1833 de que “once indios y siete pequeños apenas han bastado para los primeros amigos”.4 Los indígenas del sur de Mendoza, interactuando con una sociedad colonial desde hacía tres siglos, eran conscientes de esta dinámica. En 1846 Caepí, uno de los principales caciques pehuenches o picunches rechazaba una propuesta de tratado de paz porque: “Lo que quiere el gobierno de Mendoza es concluir por traición con los indios de las Barrancas y seguir después aprisionando sus familias para hacerlos servir en las casas de la ciudad”.5 Luego de las campañas militares de 1879-1885, los testimonios de indígenas del sur de Mendoza, Neuquén, Río Negro y La Pampa confirman cabalmente el amargo pronóstico de Caepí. El historiador neuquino Enrique Mases describió ampliamente las modalidades del reparto en Buenos Aires y otras provincias. Los indios eran entregados a contratistas para ser utilizados como mano de obra. Muchos eran apropiados por los militares o repartidos entre parientes y amigos. Los que quedaban eran concentrados en predios para su distribución a quienes lo solicitasen; las damas de la alta sociedad porteña, por ejemplo, generaban una permanente demanda sobre indígenas cautivos, en especial sobre las “chinas” y los niños.6 En este sentido, el reparto de indígenas en Mendoza no difirió de lo analizado por Mases, como se aprecia en el siguiente artículo 3 4 5 6

SCUNIO, Alberto Del Río IV al Lime Leuvu, Círculo Militar, Buenos Aires, 1980, p. 218. GASCÓN, Margarita “Frontera y Poder durante el siglo XIX. Clientelismo político y servicios de frontera en Mendoza”, en Xama, núm. 2, 1989, p. 139. HUX, Meinrado Caciques Pehuenches, Marymar, Buenos Aires, 1991, p. 45. MASES, Enrique Estado y cuestión indígena. El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1978-1910), Prometeo, Buenos Aires, 2010 [2002]; “Estado y Cuestión Indígena: La incorporación de los indios sometidos en el sur del Territorio Nacional. 1878-1885”, ponencia presentada en la Universidad Torcuato Di Tella, 1998. Hemos incluido la referencia al libro de Mases de 2002 (en su segunda edición de 2010), que no estaba publicado al momento de la realización de este manuscrito, ya que contábamos solamente con avances de su investigación.

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del periódico El Constitucional sobre prisioneros de la primera campaña arribados a Mendoza hacia fines de 1879: “Se colocaron- Llegó el jueves último la nueva remesa de indijenas (sic) que habíamos anunciado. Constaba de noventa y tantos individuos; entre los cuales había 35 indios de lanza, siendo el resto mujeres de 16 años arriba y uno que otro niño de pechos. El sitio donde se los alojó bien pronto fue invadido por numerosas señoras y caballeros que iban a pedir chinas y chinitos para su servicio, y en unas cuantas horas pudo distribuirse convenientemente toda la chusma. No fue posible atender la totalidad de las solicitudes, por lo reducido de la cifra, de manera que quedaron más de 300 peticiones sin proveer. Procurose, en todos los casos, que madres e hijos se colocaran en un mismo domicilio. Tal ha sido la gran afluencia de pedidos, que creemos no equivocarnos al asegurar hubieran tenido provechoso acomodo mil indiecitos de uno y otro sexo, siempre que su edad fluctuase entre 6 y 12 años, que son los más preferidos. Los 35 indios de lanza están destinados a la escuadra de la República”.7 Los traslados masivos a Mendoza se efectuaron principalmente entre 1879 y durante la primera mitad de la década de 1880, aunque se habrían producido desde antes, con las campañas preliminares efectuadas en el sur de Mendoza en 18788 y probablemente también con posterioridad.9 En un documento salesiano sobre la misión de 1887 a Chinchinales –un área de concentración de prisioneros indígenas, en la actual provincia de Río Negro– el padre Cagliero mencionó que durante su presencia el gobierno nacional ordenó la deportación de 80 familias de la tribu de Sayhueque con destino a una “colonia” en Mendoza, para lo cual tenían que trasladarse dos meses a pie, como veremos un procedimiento típico narrado por algunos sobrevivientes de otros traslados.10 El Constitucional, 22 de noviembre de 1879. Mases cita el mismo documento pero con varios errores de transcripción cuya causa desconocemos pero que creemos significativos y, por lo tanto, necesaria su corrección, principalmente falta la oración: “Tal ha sido la gran afluencia de pedidos, que creemos no equivocarnos al asegurar hubieran tenido provechoso acomodo mil indiecitos de uno y otro sexo, siempre que su edad fluctuase entre 6 y 12 años, que son los más preferidos”. MASES, Enrique Estado y cuestión…, cit., p. 128. 8 MASSINI CALDERÓN, José Luis Mendoza y sus tierras y frontera del sur en torno a 1880. 18751895, Editorial Estudio Alfa, Mendoza, 1985. 9 Algunos sobrevivientes mencionaron fechas muy posteriores, como Antonio Ortiz quien dice haber sido traído del sur de Mendoza en 1995. RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre y Posthispánicas de Mendoza, Ed. Oficial, Mendoza, 1961, p. 126. 10 Bolettino Salesiano XI-5, TORINO, Maggio, 1887, p. 55, citado en DELRIO, Walter “Confinamiento, deportación y bautismos en la costa del Río Negro”, en IV Jornadas de Investigadores de la cultura, Instituto Gino Germani, noviembre de 1998, p. 8; DELRIO, Walter Memorias de expropiación. Sometimiento e incorporación indígena en Patagonia (1872-1943), Editorial de la Universidad Nacional de 7

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Entre 1979 y 1892 existieron en la provincia de Mendoza diversos campos de concentración o centros de confinamiento de indígenas prisioneros.11 Estos consistieron en unidades militares, sedes policiales y municipales, propiedades de particulares o espacios públicos. Según nuestros datos, las guarniciones del Fuerte San Martín o El Alamito en Malargüe y de Cuadro Nacional en San Rafael; las estancias de Rodeo del Medio (actual departamento Rodeo del Medio), Cañada Colorada (Malargüe) y Mosmota (Santa Rosa), propiedades del teniente coronel Rufino Ortega; los “potreros del señor Bermejo” en el departamento San Vicente;12 un depósito de la municipalidad de la ciudad de Mendoza, el Departamento de Policía de Mendoza, y un corralón del sr. Custodio Lemos en la calle San Nicolás (actual Avda. San Martín) en el centro de Mendoza; la plazoleta Barraquero, en la misma calle y otro depósito en la calle del Colegio Nacional esquina Unión. Por último, la actual localidad de “Los Campamentos” en el departamento Rivadavia, cuyo nombre se debe precisamente a la colocación de varios grupos de prisioneros indígenas que fueron repartidos en distintas propiedades de ese distrito en pleno desarrollo de unidades agrícolas.13 Uno de los aspectos destacables del caso mendocino es el importante involucramiento de oficiales del ejército como beneficiarios de indígenas prisioneros utilizados como trabajadores serviles en sus propiedades. El teniente coronel Rufino Ortega, hombre de confianza de Julio A. Roca, fue el principal responsable y ejecutor de los traslados y distribución de indígenas sometidos hacia Mendoza. Ortega fue el más importante pionero de Malargüe, paraje del sur de Mendoza poblado en la época principalmente por grupos indígenas. En sus tierras se construyó el fuerte San Martín o El Alamito, clave para el corrimiento de la frontera sur hacia Neuquén. Entre fines de 1874 y 1877 fue comandante de la frontera indígena de Mendoza.14 En 1879, como segundo comandante a las órdenes de Napoleón Uriburu, parte de El Alamito con la IV División Expedicionaria hacia el norte de Neuquén. En enero de ese año, Ortega Quilmes, Buenos Aires, 2005, p. 106. 11 Estos datos provienen de avances de una investigación en curso al momento de la actual publicación y que trataré en otro trabajo con mayor profundidad. 12 Manuel Bermejo, un político adicto al principal gestor del traslado y reparto de prisioneros indígenas, el coronel Rufino Ortega (sobre quien trataremos a continuación), era entonces presidente de la municipalidad de Mendoza y sería nombrado gobernador en 1889. 13 Según Carlos Rusconi “varios miles de aborígenes de diversas parcialidades (puelches, pehuenches, etc.)”. RUSCONI, Carlos “Algo sobre toponimia antigua de Mendoza”, en Revista del Museo de Historia Natural de Mendoza, Vol. XIII, entregas 1-4:3-106, 1960, p. 5. 14 En 1858 Rufino Ortega se instala en Malargüe con el entonces Regimiento I de Caballería de Línea y va obteniendo concesiones de gran cantidad de tierras para ganadería. Entre esta fecha y 1864 se le conceden sus primeras tierras en Malargüe (MATEU, Ana María “San Rafael, zona de frontera antes y después de la campaña al desierto”, en Xama, núm. 2, 1989, p. 151). En 1874, como una política para atraer colonos a Malargüe bajo gestiones del padre Manuel Marco y Ballofet, principales colonos de San Rafael, se le dan en concesión temporaria los campos de El Chacay de 48.000 hectáreas, donde ya había explotación ganadera. En 1891 se le acordaron títulos definitivos de propiedad (MASSINI CALDERÓN, Mendoza y sus tierras…, cit.).

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atacó al cacique Udalman, apresando varios indios, hacendados chilenos y recogiendo mucha hacienda.15 Finalmente, se produce el avance del ejército sobre el Río Agrio donde capturan herido y luego muere el cacique Baigorrita. Durante la campaña de 1879 el coronel Napoleón Uriburu fundó el fuerte IV División en el norte neuquino, el cual sería la base del futuro poblado de Chos Malal. Después, Ortega quedó a cargo del mismo como jefe de las fuerzas de la IV División. Desde allí, en 1880 y luego de un sostenido hostigamiento, apresó al cacique Feliciano Purrán y redujo a varias “tribus”.16 Las operaciones contra los indígenas entraron en un impasse en 1881 debido a que las tropas fueron movilizadas a Buenos Aires para contener la revolución de Carlos Tejedor. Entre 1882 y 1883 se produjo una nueva expedición de la división comandada por Ortega17 como parte de la campaña del general Conrado Villegas, incursionando en los cajones cordilleranos del actual territorio neuquino para atacar a Namuncurá y otros refugiados provenientes de la Pampa Central y Río Negro, a Reuque Curá, Sayhueque y otros caciques norpatagónicos. Hasta 1892 contamos con datos de la existencia de prisioneros masivamente instalados en la propiedad de Rufino Ortega en Rodeo del Medio. Un artículo en el diario Los Andes denominado “indios esclavos” denuncia el reparto de indígenas que habían habitado la propiedad de Ortega “como una tribu” y que eran repartidos “a nuevos amos” separando las madres de los hijos.18 Ortega responde en el mismo diario con una carta que, pese a atribuir la denuncia a sus enemigos políticos, reconoce que hasta hace poco tenía en su propiedad 200 indígenas, la mayoría mujeres y niños, los cuales vivían “en dos o tres grupos de toldería en una sección de la finca”. Admite también haberlos echado por los perjuicios que le causaba mantenerlos y su ineficacia laboral, siendo repartidos por la policía.19 Durante todo este periodo la gran mayoría de los prisioneros capturados en las expediciones a Neuquén y contrafuertes andinos habrían sido trasladados (o re-trasladados luego de una estancia, en ocasiones, de varios años en campos o áreas de concentración de la Patagonia) a Mendoza. Hasta el momento, sin embargo, no se ha efectuado una investigación en profundidad sobre la cantidad de indígenas trasladados ni sobre su experiencia de traslado, cautiverio y su ulterior devenir en la sociedad mendocina. Sobre ambos aspectos estamos trabajando en nuestra investigación, de la que este artículo constituye un avance. Podemos anticipar, sin embargo, que entre 1879 y 1883 habrían sido enviados a Mendoza no menos de 2.500 prisioneros, 800 de la primera campaña y más de 1.700 de la segunda, si nos basamos en partes mili15 HUX, Meinrado Caciques…, cit., pp. 57, 71; OLASCOAGA, Manuel “Memoria del Departamento de Ingenieros Militares presentada al Exmo. Señor Ministro de Guerra y Marina. Anticipación al Informe de la Comisión Científica Exploradora de la región Austral Andina”, en La Tribuna Nacional, Buenos Aires, 1883, p. 114. 16 SCUNIO, Alberto Del Río…, cit., p. 224. 17 Antes IVª División y ahora denominada Primera Brigada de la Segunda División del Ejército. 18 Los Andes, 1 de abril de 1892. 19 Los Andes, 6 de abril de 1892.

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tares oficiales. Pero esta cifra habría sido sustancialmente mayor, tal vez el doble, si tomamos en cuenta otras fuentes y situamos la serie de traslados a su periodo real, en principio entre 1878 y 1888. Por ejemplo, el traslado de 80 familias desde Chinchinales en 1887 que ya señalásemos agregaría un aproximado de 400 personas asumiendo un promedio de 5 individuos por familia según la evaluación numérica de lo que se consideraba “familia” indígena en el proyecto para la fundación de colonias indígenas presentado por Julio A. Roca al Congreso de la Nación en 1885. Entre 1884 y 1887 Rufino Ortega se desempeñó como gobernador de Mendoza siendo sucedido por Tiburcio Benegas. Al poco tiempo su influencia política decae y muere en 1917, siendo enterrado en un mausoleo en Rodeo del Medio, junto a la capilla de María Auxiliadora, frente a lo que fuera el casco de su estancia. En Mendoza los sucesos que hemos comentado han concitado escasa atención de los investigadores locales, o bien han sido minimizados y distorsionados. Esto es notorio inclusive en trabajos locales que, si bien abordan tangencialmente la cuestión de la convivencia entre indios y blancos en el sur de Mendoza, omiten sin embargo todo dato de población indígena luego de 1880.20 Esta escasa representación de los traslados de prisioneros indígenas a Mendoza parece haber afectado en parte también a expertos nacionales en la temática, tal vez por haberse basado en las escasas referencias existentes en la producción historiográfica local. Enrique Mases,21 quien produjo la contribución más amplia en el estudio sobre el proceso de repartimento de prisioneros indígenas en Argentina, no encara un estudio suficiente de lo acaecido en la región cuyana. Tal vez esto se deba al recorte territorial que Mases produce para tratar los sucesos (con más énfasis en los debates nacionales y el traslado de los prisioneros indígenas a Buenos Aires), o a carencias atribuibles a sus fuentes bibliográficas.22 En su estudio se reproduce la intrigante escasez de referencias de Pedro Santos Martínez al caso mendocino, sólo menciona un par de artículos del diario El Constitucional de 1879 sobre llegada y reparto de indígenas a Mendoza,23 unas 800 a 900 personas aproximadamente, que en modo alguno representan los totales de prisioneros que habrían sido trasladados ni la extensión temporal de los traslados.24 20 MATEU, Ana María “San Rafael…”, cit., pp. 149-166. 21 MASES, Enrique Estado y cuestión…, cit.; “Estado y Cuestión…”, cit. 22 Mases, en efecto, parece haber reproducido muchos de los tópicos del artículo del mendocino Santos Martínez (“La asimilación de los indios sometidos”), incluyendo descripciones de los repartos en Buenos Aires y Tucumán, el análisis de los proyectos discutidos o aplicados para la solución del “problema indígena” en el Congreso Nacional, y la actividad de los misioneros salesianos en torno a los indígenas durante y después de las campañas militares (véase SANTOS MARTÍNEZ, Pedro “La asimilación de los indios sometidos”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, núm. 7, Tomo I, 1972, pp. 45-58). Estos documentos (como las memorias de los padres Milanesio, Cagliero y Costamagna y los libros de sus biógrafos) fueron la base para trabajos posteriores como los de Mases y Delrio (véase MASES, Enrique “Estado y cuestión…”, cit., y DELRIO, Walter Memorias…, cit.). 23 SANTOS MARTÍNEZ, Pedro “La asimilación…”, cit., p. 47. 24 SANTOS MARTÍNEZ, Pedro “La asimilación…”, cit., p. 47.

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Excepto esa escueta referencia, Santos Martínez no realiza ningún análisis ni comentario sobre el modo en que el proceso se produjo en la provincia. Esto es más significativo tratándose de un historiador local y director por décadas de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza. Pero no sorprende si tomamos en cuenta los antecedentes de ocultamiento o minimización de los hechos en los textos de historiadores locales y de la propia Junta, órgano de las posturas más reaccionarias (y hegemónicas) de la historiografía local. Podemos apreciar una muestra de las operaciones de maquillaje de las fuentes sobre el tema, en este caso sutiles, analizando la traducción que la revista de la Junta publica de un artículo del famoso antropólogo suizo Alfred Métraux. En su monografía sobre las lagunas de Guanacache, Métraux afirmó conocer la presencia de indígenas “araucanos” establecidos en la provincia luego de la Campaña del Desierto. El texto original en francés señala lo siguiente: “Tout ce que je sais c’est que quelques groupes de ces Indiennes furent établis dans cette région après la campagne du désert conduit par le général Roca, et dont le résultat fut la brutale extermination des anciens maîtres du désert. Ceux qui habitaient le sud de la province de Mendoza furent traités avec une cruauté toute particulière. Les survivants de ces affreuses et sauvages tieries furent dispersès dans la province où on en fit don à diverses personnes comme domestiques ou, plus exactement, esclaves”.25 En la traducción publicada por la Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza se suprimieron o reemplazaron los adjetivos y sustantivos que enfatizaban y cualificaban la violencia ejercida contra los indígenas y la responsabilidad de las elites mendocinas (destacado con cursivas). Para su mejor comprensión, colocamos los términos ausentes o reemplazados entre corchetes, traducidos al español. “Todo lo que sé, es que algunos de estos indios se habían establecido en esta región después de la campaña del desierto dirigida por el general Roca, cuyo resultado fue la [brutal] exterminación de los antiguos dueños del desierto. Los indios que habitaban el sur de la provincia de Mendoza, fueron tratados con bastante rigor y severidad [con una crueldad especial]. Los sobrevivientes fueron enviados a distintos puntos de la provincia y repartidos entre diversas personas en calidad de sirvientes [o, más exactamente, esclavos]”.26 Un año después de conocida esta traducción, el entonces director de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, Fernando Morales Guiñazú, publicó un libro compre25 MÉTRAUX, Alfred “Contribution a l’etnographie et a l’archeologie de la province de Mendoza (R.A.)”, en Revista del Instituto de Etnología de la Universidad del Tucumán, Tomo I: 5-73, 1929, p. 8. 26 MÉTRAUX, Alfred “Contribución a la etnografía y arqueología de la Provincia de Mendoza”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, Tomo VI, núm. 15 y 16:1-66, Mendoza, 1937, p. 4.

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hensivo sobre historia indígena de Mendoza.27 Si bien escribe extensamente sobre la participación de tropas y oficiales mendocinos en las campañas militares, no menciona en forma alguna la existencia de prisioneros indígenas relocalizados en la provincia. Las causas del ocultamiento o minimización de los repartos de indios prisioneros en Mendoza no son difíciles de entrever. La mayoría de las familias más importantes de la época –al igual que, en menor medida, muchas familias pobres o de clase media– recibieron prisioneros indígenas bajo su custodia. Las tierras del sur de Mendoza, la mitad del actual territorio provincial, la parte de los actuales departamentos San Rafael, General Alvear y todo Malargüe, eran territorios indígenas en gran parte reconocidos previamente por el Estado mendocino a través de tratados. Estas áreas fueron concesionadas, parceladas o vendidas a colonos y terratenientes mendocinos. Otro factor, como veremos, fue el racismo militante de las elites mendocinas, que oscilaba paradójicamente entre discriminar por supuestos rasgos raciales a los subalternos para mantener estamentos de casta y denegar la existencia “étnica” de indígenas para evitar reconocer ese “último capital” que toda identidad étnica se reserva como sentido de honorabilidad ante la ausencia de otras formas de capital político o social.28 Pero la relación de los historiadores mendocinos con la figura de Rufino Ortega, principal responsable y beneficiario de los traslados, también parece haber sido un factor decisivo. Es considerado hasta la actualidad uno de los principales próceres provinciales, hecho más notorio durante las primeras décadas del siglo XX, hasta el punto que la propia Junta de Estudios Históricos de Mendoza colocó una placa en su mausoleo en el centenario de su nacimiento.29 Ortega fue también el creador del actual Archivo Histórico de Mendoza, lo que podría ser también una de las causas tanto de la escasa o nula disponibilidad de fuentes oficiales sobre el proceso como de la importancia de la figura para la historiografía mendocina de la época. Hasta la actualidad los historiadores provinciales evitaban referirse a la crueldad del trato hacia los indígenas y la magnitud de los hechos, aunque esporádicamente refirieron información o comentarios de la época que aportan a su conocimiento. Isidro Maza, quien escribe una Historia de Rodeo del Medio,30 ensaya una estimación de prisioneros trasladados a Mendoza muy superior a las cifras de Santos Martínez o Mases, afirmando que se trasladaron 1721 indígenas, de los cuales habrían

27 MORALES GUIÑAZÚ, Fernando Primitivos Habitantes de Mendoza (Huarpes, puelches, pehuenches, aucas, su lucha, su desaparición), Best Hermanos, Mendoza, 1938. 28 ALONSO, Ana María Thread of Blood. Colonialism, Revolution, and Gender on Mexico’s Northern Frontier, The University of Arizona Press, Tucson, 1996. 29 “La Junta de Estudios Históricos de Mendoza al Teniente General Don Rufino Ortega, Gobernador de Mendoza, Senador de la Nación, Guerrero del Paraguay y la segunda campaña del Desierto en el primer Centenario de su nacimiento -1847-22 de agosto-1947. Sirvió a la Nación y a Mendoza con patriotismo y honor”. MAZA, Juan Isidro Rodeo del Medio desde sus primeros colonizadores, Ediciones Culturales Mendoza, Mendoza, 1992, p. 44. 30 MAZA, Juan Isidro Rodeo del Medio…, cit.

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llegado 1666. Maza extrajo seguramente estas cifras31 –aunque sin proporcionar la referencia– de las que como veremos obtiene Carlos Rusconi32 de uno de sus informantes indígenas. Pero también, la cifra parece una transcripción, con un leve error, de los 1.722 prisioneros que el general Conrado Villegas menciona en su informe sobre los resultados de su campaña de 1882-1883.33 Pero pese a estas referencias, el mismo Maza evidencia una de las limitaciones centrales de los historiadores provinciales a la hora de profundizar en el estudio de los sucesos. A pesar de proporcionar estos datos, dedica sólo un par de páginas para mencionar el reparto de indígenas y evita cuidadosamente calificar a Ortega, héroe fundacional del Departamento, como así también describir los detalles de la explotación, desmembramiento familiar, maltrato y asesinato de prisioneros.34 El temor a represalias en los círculos sociales de los que dependían (las “fuerzas vivas” locales, la comunidad académica, la prensa, pueden desprestigiar, marginar, atentar contra cargos y puestos de trabajo) o los vínculos de descendencia, o bien, su compromiso ideológico, constituyen muy posiblemente los motivos de esta ausencia de tratamiento serio del tema entre los historiadores locales. Más aún: muchos de ellos en su niñez fueron servidos o incluso criados por indios prisioneros. El propio historiador Edmundo Correas, principal gestor y primer rector de la Universidad Nacional de Cuyo en 1939, co-fundador y presidente de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, habría sido criado en su infancia por una de dos indias entregadas por Ortega a su familia.35 Por su parte Isidro Maza, luego de enumerar en su libro una breve lista de diecisiete indígenas traídos por Ortega, termina recordando que: “Don Ignacio Segundo Rodríguez y su esposa Serafina Maza, tíos del autor de estos relatos, que residían en su hermosa finca de Coquimbito, recibieron un indio al que se le dio el nombre de Sandalio y una india a la que se llamó Nicolasa, naturales estos pehuenches que fueron parte de mis algarabías y felicidades de mi niñez”.36

31 Que recoge también LACOSTE, Pablo La generación del ‘80 en Mendoza (1880-1890), EDIUNC, Mendoza, 1995, pp. 128-129. 32 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre y Posthispánicas de Mendoza, Ed. oficial, Mendoza, 1961. 33 Del informe de Villegas del 5 de mayo de 1883, publicado en El Ferrocarril de Mendoza en el artículo “Campaña de la Patagonia”, el 23 de mayo de 1883. El mismo parte se encuentra publicado en otras fuentes, como el libro Campaña de los Andes al sur de la Patagonia. Año 1883. Partes detallados y diario de la expedición. Ministerio de Guerra y Marina, Eudeba, Buenos Aires, 1978. 34 Véase MAZA, Juan Isidro Rodeo del Medio…, cit. 35 BUSTOS DÁVILA, Nicolás “La segunda campaña la desierto en Mendoza y Neuquén”, Revista de Historia Americana y Argentina, Año 6: núm. 11 y 12, 1966-1967, p. 206. 36 MAZA, Juan Isidro Rodeo del Medio…, cit., p. 45.

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Carlos Rusconi y los testimonios de los prisioneros indígenas en las décadas de 1930 y 1940 A contramano, o más bien atravesando contradictoriamente esta tendencia general, existieron intelectuales que dentro de ciertas condiciones, se refirieron críticamente a los sucesos e incluso denunciaron indirectamente a Ortega y otros personajes ilustres locales. El principal y que motivará nuestro siguiente análisis fue Carlos Rusconi. Entre fines de la década de 1930 y principios de la de 1950, este naturalista y antropólogo autodidacta, discípulo de Carlos Ameghino y radicado primero en Buenos Aires desarrolló luego una extensa y diversificada tarea de investigación en la provincia de Mendoza. Habiendo trabajado principalmente como paleontólogo en Buenos Aires y Entre Ríos desde 1928, y habiendo renunciado en 1936 (por motivos desconocidos) a la jefatura del Departamento de Masto zoología del Jardín Zoológico de Buenos Aires, aceptó en 1937 el cargo de director del Museo de Historia Natural de Mendoza. Según el propio Rusconi, esto se debió a una circunstancia fortuita motivada por una oportunidad laboral, ya que no poseía ningún contacto con la comunidad local.37 El director del Jardín Zoológico de La Plata, Dr. Carlos Marelli, lo había recomendado para el cargo frente a una solicitud del gobierno de Mendoza, motorizada por el ya mencionado Edmundo Correas. Desde el museo, el naturalista desarrolló una vasta tarea de recolección e investigación, algunos de cuyos rasgos fueron la diversidad de campos y temas abordados, la variedad de metodologías y técnicas, y a veces, el franco desorden en la presentación de sus avances. Así, la obra de Rusconi se desgranó en una serie de artículos y libros publicados a partir de 1928 sobre temas de paleontología, botánica y mineralogía, a los que poco después se agregarían otros sobre arqueología, antropología física, lingüística, folklore y etnografía. Estos se basaron en numerosos trabajos de campo, según él más de 360,38 en los cuales reunió un corpus de información etnográfica que convierten su obra en la única fuente etnográfica extensa con la que contamos para la provincia en la primera mitad del siglo XX. Pero el estilo ecléctico de Rusconi y, según numerosos contemporáneos, su áspero carácter, abonaba el terreno para los cuestionamientos. Salvador Canals Frau, primer director del Instituto de Etnografía Americana de la recientemente creada Universidad Nacional de Cuyo, fue una de las cabezas visibles de la oposición de los académicos de la Facultad de Filosofía y Letras de la universidad contra Rusconi y el Museo de Historia Natural.39 Canals Frau cuestionó entre otras cosas el hecho de que Rusconi tratara tan amplia variedad de temas, a veces con evidente falta de rigor, lanzara arriesgadas hipótesis sin fundamentos o sin demostraciones ulteriores y se aferrara a algunas teorías ya perimidas para su época. Por ejemplo, habiendo sido formado en la escuela de Florentino Ameghino y un discípulo de Carlos Ameghino, 37 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., I, p. 7. 38 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., I, p. 8. 39 BÁRCENA, Roberto “La Arqueología Prehistórica del centro-oeste argentino”, en Xama. Publicación de la Unidad de Antropología, Área de Ciencias Humanas, CRYCIT, Mendoza, 1989, pp. 9-60.

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Rusconi mantuvo firme, hasta su muerte en 1969 la convicción en la existencia del hombre fósil argentino.40 Para contextualizar el debate y el momento que nos ocupa, señalaremos algunos aspectos, tal vez poco conocidos, de la figura de Canals Frau. Habiendo estudiado en Alemania y con una vasta formación humanística, era el prototipo de etnólogo e historiador académico que contrastaba con el perfil autodidacta de Rusconi, y un representante conspicuo de la escuela histórico-cultural, de origen alemán, en la que participaban figuras como Lehman-Nitsche y Oswald Menghin, asociado ideológicamente, especialmente el segundo, al nacionalsocialismo. Pero Canals Frau, catalán como el famoso fìlólogo también arribado a Mendoza Juan Corominas, llegó en 1937 como exilado de la guerra civil española en la que estuvo asociado al bando republicano. Fue prácticamente obligado por las autoridades nacionales a radicarse en Mendoza, un lugar periférico aceptable para un discreto asilo por el régimen conservador de la época. En un contexto intelectual provincial simpatizante con el franquismo y el fascismo pero raquítico en términos académicos, le fueron ofrecidas dos cátedras en la universidad pero, como señala el filósofo mendocino Arturo Roig,41 bajo una constante vigilancia ideológica. Arturo Roig, al momento de escribir este artículo próximo a cumplir 90 años y con una extraordinaria lucidez, conoció personalmente a Canals Frau porque era íntimo amigo de su padre, el pintor también catalán Fidel Roig Matons. Entre las cosas que el muy reservado Canals Frau conversaba con su padre es que debía ser muy cauteloso con sus expresiones, temas de investigación y publicaciones para no exponerse a represalias que pudieran provocar la expulsión de sus cargos o peor aún, su expulsión a España. Uno de los puntos ideológicos de mayor cuidado, nos cuenta Arturo Roig, era el anti-indigenismo y elitismo oligárquico militante de las elites mendocinas. En parte por esta situación Canals Frau, cuyo campo de investigación era el estudio de las culturas indígenas mendocinas, hizo foco en los huarpes, un pueblo considerado extinguido en la época colonial, versión que contribuyó a fortalecer. Favorecido por su marco teórico, evitó cuidadosamente toda alusión a continuidades sociales de grupos indígenas con poblaciones contemporáneas, o cualquier consideración de la existencia contemporánea de pueblos indígenas. Asimismo, jamás habría hablado ni realizado entrevistas con pobladores de las áreas rurales de Cuyo. Su amigo Fidel Roig Matóns, por el contrario, realizó al igual que Rusconi numerosos 40 Esta teoría, elaborada por el famoso antropólogo y naturalista Florentino Ameghino en 1890, postulaba que el Hombre había surgido en la era terciaria en las pampas argentinas y desde allí había emigrado paulatinamente al resto del mundo. El antropólogo checo Alex Hrdlicka rebatió ya a principios del siglo XX esta teoría mostrando que Ameghino se había basado en restos de primates mezclados con huesos humanos mucho más recientes y que los estratos excavados eran del cuaternario y no del terciario. Véase BÁRCENA, Roberto “La Arqueología…”, cit., p. 23; RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., I, pp. 40-52; CANALS FRAU, Salvador “Etnología de los huarpes. Una síntesis”, en Anales del Instituto de Historia Americana, Tomo VII, Mendoza, 1946, pp. 9-147. 41 Arturo Roig, comunicación personal, 2011.

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viajes a las Lagunas de Guanacache para pintar lo que consideraba folklore y biotipos huarpes existentes. En 1946 realizó la primera exposición de esos cuadros conmemorando por primera vez en Mendoza el Día del indio Americano. Pensaba colocarle a la serie pictórica el título de Huarpes. Pero Canals Frau lo aleccionó acerca de que no era correcto, desde el punto de vista científico, considerar a los huarpes como un pueblo existente. Entonces sugirió a Roig Matóns el título que finalmente quedó: Vestigios huarpes. Es interesante notar que hasta cierto punto Rusconi también era una suerte de exilado interior. Porteño, Rusconi llegó a Mendoza “donde menos pensaba yo desarrollar mis actividades puesto que no me hallaba vinculado con nadie”.42 A diferencia de Canals Frau, era un obsesivo trabajador de campo y poseía menos elementos para una vigilancia (o autocensura) epistemológica. Sea por su perfil intelectual o por diferencias ideológicas, ambos investigadores tuvieron una apreciación muy distinta sobre la presencia o historia contemporánea de individuos o poblaciones indígenas. En efecto, uno de los enfrentamientos solapados entre Canals Frau y Rusconi parece haberse dado en cuanto a la existencia o no de indígenas en la provincia o de una historia indígena reciente eventualmente signada por conflictos, despojos y crímenes. A poco de ocupar Rusconi su cargo en el museo en 1937, un centenar de pobladores de las lagunas de Guanacache se movilizaron para peticionar al gobierno provincial “algunas mejoras para esas regiones olvidadas”. Esta movilización parece haber puesto en crisis las percepciones étnicas y raciales de parte de la sociedad urbana mendocina. Según cuenta el autor: “En este contingente humano, algunas personas creyeron ver a los aborígenes puros y cuando no a los representantes de la típica nación huarpana”.43 Muchos de esos laguneros fueron a visitar el propio museo, donde Rusconi los entrevistó y fotografió, dando origen al interés del naturalista sobre los relictos raciales y culturales huarpes que lo llevó a realizar numerosos trabajos de campo en la zona.44 Pero movido por una preocupación y curiosidad similar, Rusconi también comenzó a hacer algo que jamás realizaron Canals Frau ni ningún otro investigador mendocino: buscar y entrevistar a los ancianos indígenas repartidos luego de las campañas militares. A través de sucesivos trabajos de campo desarrolló en diversas localidades de la provincia de Mendoza una serie de entrevistas a ancianos indígenas relocalizados en la década de 1880. Ese material, presentado dentro de su monumental obra Poblaciones Pre y Posthispánicas de Mendoza45 y diversos artículos, constituye un testimonio invaluable sobre la perspectiva de los indígenas sobre su experiencia de 42 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., I, p. 7. 43 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 111. 44 ESCOLAR, Diego Los Dones étnicos de la Nación. identidades huarpe y modos de producción de soberanía estatal en Argentina, Prometeo, Buenos Aires, 2007. 45 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit.

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las campañas militares que llevaron a su sometimiento a fines del siglo XIX y sobre todo, del proceso de traslado, reparto, reducción a servidumbre, asesinato o eventual reinserción en la sociedad “criolla”. Marginados, discriminados, aislados de sus comunidades de origen; transformados en “criollos” o manteniendo su calificación de indios; los entrevistados se muestran invariablemente nostálgicos de su pasado en las “tolderías” y recuerdan con dolor las circunstancias de su deportación, la pérdida de su territorio y su incorporación forzada en la sociedad provincial. Pese que el discurso de los informantes aparece casi siempre referido en segundo grado, diseminado en más de setecientas páginas –y desorganizados cuarenta y tres capítulos– la obra de Rusconi es uno de los escasos documentos que rescata la voz de los propios indígenas a medio siglo de los sucesos que vivieron. Como hemos señalado en otra oportunidad,46 la investigación etnológica e histórica regional ha desestimado tanto el valor de las voces indígenas o, en general, subalternas, como restado a los mismos agencia social y capacidad de acción política. Poca o ninguna documentación ha sido sistematizada teniendo en cuenta los sentidos de pertenencia o autoconciencia nativos. La indagación sobre las identidades indígenas, específicamente, ha extractado asertos de cronistas, evangelizadores y abogados, sobre distribución geográfica, cultura, economía, caracteres biológicos y en ocasiones organización social y política, dando por sentado que alguno de estos elementos por sí mismo implicaba la pertenencia a un grupo. Evolucionismo, determinismo ecológico, difusionismo o kulturkreise, filosofía de la historia son los principales marcos explicativos incorporados en la exégesis de la cuestión indígena. Paralelamente al desarrollo de una “narrativa de la extinción” biológica las teorías de la aculturación y el mestizaje se constituyeron en argumentos maestros de desaparición étnica. La “impureza” o “mezcla” racial o cultural fueron consideradas evidencias que impugnaban la identidad indígena de estos grupos. Y al mismo tiempo, la proximidad (o más bien internalidad) y falta de exotismo de estas poblaciones, los hacía poco interesantes como objetos etnográficos.47 Pero también es cierto que las críticas más explícitas e incisivas de Canals Frau a la labor de Rusconi discurrieron más sobre la metodología que utilizaba en sus excavaciones arqueológicas o sobre sus arriesgadas interpretaciones que sobre sus trabajos etnográficos.48 En rigor, poca legitimidad existía para criticarle a Rusconi una práctica de investigación relativamente inédita en la provincia, y esto lo defendía Rusconi:

46 ESCOLAR, Diego “Paisajes etnográficos de Guanacache: la problemática huarpe en la actualidad”, en III Congreso Argentino de Americanistas, Universidad del Salvador, Buenos Aires, 1999. 47 Cfr. Joao Pacheco de Oliveira y su análisis de los “indios misturados” como poco interesantes para los estudios antropológicos para una etnología que privilegiaba la “pureza” y “distancia” cultural de sus objetos, y que a la postre denegaba su existencia como “indios”. Véase OLIVEIRA, Joao Pacheco “Hacia uma etnología dos indios misturados”, en Mana, UFRJ, 1998. 48 CANALS FRAU, Salvador “Etnología de los huarpes...”, cit., pp. 46-49.

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“Si no me hubiera impuesto la tarea de realizar más de 360 viajes por las más apartadas zonas de Mendoza y regiones limítrofes, no se habrían podido obtener millares de piezas […] Para los hombres de estudio que actúan en medios donde abunda o son frecuentes las familias aborígenes y hacen allí una vida más o menos primitiva, no les resulta difícil obtener, al final de su jornada numerosos informes étnicos. Pero en Mendoza, San Juan, San Luis, parte de Neuquén etc., donde el aborigen de toldería ha desaparecido por completo y sólo se encuentran individuos aislados, confundidos con la población criolla, o bien alejados de los centros urbanos, haciendo vida de ermitaños en los perdidos valles, quebradas del sud occidental mendocino […] Por eso, toda vez que llegaba a mis oídos la existencia de algún aborigen, de inmediato acudía a entrevistarlo: obtener sus mediciones antropométricas, examinar su físico, averiguar su ascendencia y descendencia; su localidad de nacimiento, etc.…”. Y refiriéndose implícitamente a Canals Frau: “…no se hace más que repetir las mismas versiones, a veces con distintas palabras de corte académico, como algunos que escriben temas de etnografía, de antropología de arqueología, etc. sin conocer los medios geográficos y hasta desconocer la materia que tratan […] y hasta pueden desorientar a los lectores con sus aseveraciones hechas sobre el pupitre de una biblioteca”.49 Como un ambicioso y anacrónico sabio renacentista, Rusconi atesoraba errores pero también poderosas intuiciones. Su manejo de fuentes, conocimiento de primera mano del campo y la mirada totalizadora capaz de establecer arriesgadas conexiones entre disciplinas y aplicar procedimientos dispares, le permitieron quizá un grado de libertad mayor que sus oponentes para construir sus objetos de estudio e interpretaciones. La audacia y desorden de Rusconi fue probablemente lo que le permitió salvar el escollo epistemológico y político de la visibilidad de los indios. Y esto, sumado probablemente a un error o coraje político, o un menor compromiso con la elite provincial, lo habilitó para la identificación de la magnitud, condiciones y responsabilidades del repartimento. Uno de los aportes principales que este material ofrece, entonces, es el de constituir una excepción, dentro del marco general la escasez de fuentes, que proporcionen una perspectiva nativa indígena sobre los sucesos de relocalización, repartimento, inserción en el mercado de trabajo, invisibilización o desmarcación étnica de los indígenas. Por ello, pese a la controvertida evaluación de su obra, al recoger testimonios de “mendocinos” que rememoran su vida en las tolderías, captura y posterior distribución en Mendoza 50 o 60 años después, Rusconi representa tanto una cesura 49 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., I, pp. 8-9.

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en las representaciones hegemónicas de la historia provincial como en su propio corpus etnográfico y “cuerpo” poblacional. Según los testimonios que recaba Rusconi, los prisioneros fueron traídos desde distintos puntos de los territorios recientemente sometidos: fundamentalmente Neuquén, Río Negro, sur de Mendoza, La Pampa. Tomasa Culipis realizó el viaje entre sus tolderías y la localidad donde la ubicó el general Rufino Ortega a pie, a caballo y en carreta.50 Por su parte Froilana Ochoa, una entrevistada no indígena, alcanzó a ver en la estación de Palmira gran cantidad de indígenas traídos por el General Rufino Ortega en cinco trenes de carga, con excepción del cacique que iba en el furgón. Luego llegaron a Rodeo del Medio, con taparrabos los hombres y las mujeres cubiertas con chales y adornos, y allí fueron distribuidos en distintas familias de las fincas y la ciudad. Muchos relatan marchas forzadas y muertos en su viaje.51 En cuanto a las cantidades, es arriesgado asegurar un número preciso: si nos dejamos guiar por el limitado eco que ha dejado el asunto en el sentido común histórico de los mendocinos, nos informaremos por ejemplo que: “Rodeo del Medio (actualmente 8268 hab.), estancia colonial, fue adquirida por Ortega en 1886 cuando era gobernador de la provincia […] al terminar la segunda campaña en 1879 radicó en ella 300 aborígenes y caciques oriundos del sur contribuyendo a consolidar su poblamiento”.52 Sin embargo, los comentarios recogidos por Rusconi permiten suponer que la cantidad fue mucho mayor, y su localización no se redujo a Rodeo del Medio. Rusconi refiere que en las propiedades de Rufino Ortega habrían quedado finalmente unos 1.000 indígenas de Purrán y Caén,53 de los que quedarían a fines de la década de 1930 186 sobrevivientes. Otro informante menciona que fue trasladado con una “toldería completa” de 1.666 indios, también sujetos a Caén.54 Este testigo, Antonio Calcuer, menciona que su toldería era sólo una de tres que conformaban una unidad bajo la autoridad de Caen, en la zona de Salinas Grandes, cerca del límite con Chile en Neuquén. Cada una de ellas estaba formada por 2.500 personas aproximadamente.55 Entre otras referencias que nos pueden brindar aproximaciones sobre la cantidad de indígenas trasladados, tenemos el comentario mencionado más arriba sobre que uno sólo de estos contingentes ocupaba cinco trenes (o vagones?) de carga. Luego, 50 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., I, pp. 123-125. 51 Unepeo y Calcuer, en RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 185. 52 BÓRMIDA Eliana y YANZÓN, Mario Guía Turística YPF Centro Oeste: Mendoza, San Juan, San Luis, Catamarca, Editorial San Telmo, Buenos Aires, 1995, p. 73. 53 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 185. 54 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 131. 55 Este dato parece concordar con cifras referentes al tamaño de las poblaciones del área antes de la conquista militar aportadas por Olascoaga: atribuyéndoles un ambiguo origen “chileno-indio”, refiere que: “...desde Nahuel Huapi hasta el Río Barrancas […] [se han formado] varias poblaciones de dos y tres mil almas que nunca han alcanzado sino a la categoría de tribus”. OLASCOAGA, Manuel “Memoria del…” , cit., p. 79.

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algunos de los entrevistados refieren traslados sucesivos, a lo largo de varios años. Rusconi mismo afirma que el traslado de indios a Mendoza habría sido de “varios millares”.56 Además de Rufino Ortega, en los testimonios se mencionan otros responsables o beneficiarios de los traslados, en general políticos, altos funcionarios y militares como por ejemplo Luis Saenz Peña (h), en su finca del departamento Rivadavia,57 el Dr. Galiniana, en su casa particular,58 el Dr. Ortiz, en sus fincas de San Rafael y Tunuyán, el Dr. Lagomaggiore, en su casa de Mendoza59 y el militar Angelino Arena.60 Al evocar estos testimonios Carlos Rusconi invariablemente cita que sus informantes hablan “con mucho desagrado” del General Ortega a quien responsabilizan de todos sus males. Agrega que las personas ancianas que fueron traídas a Mendoza desde La Pampa, el Chadí Leuvú, Río Negro, Neuquén, etc. en la primera mitad de la década de 1880, aún creían que allí existían tolderías habitadas por aborígenes:61 “A Unepeo le gustaba conversar cosas de su tierra y las recordaba con mucha tristeza. Creía ella de que existían aún, tolderías en los parajes en donde habitó desde joven”. También comenta Rusconi que Teresa Manquel se quejaba de no saber nada de “los cachiques de mi país” y reiteraba con nostalgia que “de muchos años no saber nada de mi país y no ver ahora los caciques que mandaban tierra mía, ni mis familias”.62 Finalmente, todos los entrevistados correspondientes al grupo de los nacidos y criados en tolderías preferían la vida en el campo a las garantías de la civilización, como narra –con cierto candor– Rusconi de Isabel Unepeo: “En su opinión prefería la vida de toldería, de libertad, a la vida de la ciudad que consideraba ella como una gran cárcel de sacrificios y miserias pese de que (sic) gozaba de los beneficios acordados por la caja de Jubilaciones y Pensión (sic) a la Vejez e Invalidez”.63

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RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 131; RUSCONI, Carlos “Algo sobre…”, cit., p. 80. Antonio Ortiz, en RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 126. Marciana Fernández, en RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 127. María Isabel Unepeo, en RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 128. Antonio Calcuer, en RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 130. RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 336. RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 135. RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 719.

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Teorías eco-sociales del cambio racial “Mi hermano fue traído junto con mis padres, más yo soy mendocina, nacida en Tunuyán”64 “Me daba vergüenza depilarme ante mis nuevos amigos, y por eso comencé por afeitarme, y dicho arreglo me costó caro, porque la cara parece estar cubierta de penepes65 cundo tardo en afeitarme”66 “ …20.000 individuos que hemos traído a nuestras poblaciones en las que se han asimilado totalmente sólo con cambiar de traje y hablar nuestra lengua”67 “Los pocos indígenas sacados de sus tolderías (varios millares) en su mayor parte jóvenes,

han seguido viviendo en medios diferentes y bajo costumbres distintas. Fueron raleados o entregados a casas de familias de Mendoza, y de algunas otras provincias y si bien no continuaron con pintarse sus rostros, por lo menos quedaron en sus memorias las costumbres de sus antepasados”68

¿Cuál es la frontera antropológica entre el indio y el criollo? Rusconi, como parte de sus impolíticas disquisiciones terminará reinstalando la duda genealógica sobre el carácter “criollo” o “blanco” de los mendocinos. En principio, cuestiona un puntal de las estrategias de construcción de identidad blanca o europea de los subalternos criollos por parte de la oligarquía conservadora local. La portación de apellido europeo: muestra cómo los indígenas adoptaron nombres españoles o incluso italianos hasta en épocas recientes, para “lavar” su ascendencia indígena.69 Entre otros ejemplos contemporáneos de indios “puros”, el autor cita el de Calcuer, que fue nombrado Antonio Ferreyra por Ortega, y que mantuvo ese apellido para no despertar sospechas luego de fugarse de Mendoza. El de Teresa Manquel, que adoptó el nombre de Teresa Benavidez. El de varios que tomaron el apellido Filippini. El de Marciana Fernández, traída por Ortega a los tres años de edad. En forma indirecta, los informantes refieren muchos casos más. Significativamente, para la propia visión nativa el hecho de llevar apellido “blanco” y particularmente español, tampoco implicaba que estos no pudieran ser “indios puros”. Según Rusconi, Marciana Fernández refiere que conoció a varios “indios puros” traídos por Ortega desde distintos

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María Diamante, en RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 721. Pequeñas espinas de cactus. Antonio Kalcuer, en RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 720. OLASCOAGA, Manuel “Memoria del…”, cit., p. 80. RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 339. RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., pp. 712-713.

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puntos del sur de Mendoza entre los cuales se encuentran “los viejos Villarroel, José Lucero, Sixta Morales”.70 Rusconi se debate sobre una brecha al parecer insalvable: dar cuenta de su propio hallazgo etnográfico y al mismo tiempo responder a las narrativas hegemónicas de asimilación o extinción étnica. Esta tensión es visible a lo largo de su obra, manifestándose en contradicciones flagrantes entre una ideología civilizatoria que promueve el shock cultural y la desestructuración social de los indios para su inmediata desaparición como sujeto colectivo, y el lamento por la violencia y la falta de reconocimiento de la sociedad hacia esos mismos indios. No es arriesgado pensar que el nivel de exposición que adquieren estas contradicciones se deba, más que a su falta de coherencia “científica”, a la inédita voluntad de situar en primer plano lo que resultaba invisible (e inasible) para el establishment, al esfuerzo que implicaba dar cuenta de los trapos sucios de una reciente y aún viva historia local. El exponente más claro de esta situación nos ha sido legado bajo la forma de una teoría que trata en un mismo movimiento de explicar por qué la población mendocina es criolla, aunque gran parte pueda descender en forma directa y sin mezcla de población indígena reciente: “Las modificaciones que se han operado en los árboles genealógicos de acendrado tipo criollo, no solamente se han debido a la mezcla de sangre, sino también a las condiciones ambientales, alimentación costumbres, etc.”, dice Rusconi.71 El autor terminará formulando y expandiendo una teoría de blanqueamiento ecológico que ya estaba presente con fuerza en la época del repartimento de indios. Distintos datos permiten inferir que hacia la última mitad del siglo XIX, en el sur de Mendoza, las líneas de frontera no coincidían con la distribución imaginada de los colectivos nacionales y étnicos. Una sociedad mixta de indios y afincados criollos argentinos y labradores chilenos se insinuaba poco a poco como una experiencia pacífica de integración interétnica en los contrafuertes cordilleranos.72 Basándose fundamentalmente en los informes de Manuel Olascoaga,73 se ha señalado una situación comparable de coexistencia interétnica en el norte neuquino.74 De hecho, es llamativo 70 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 128. 71 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 713. 72 Según refiere Ana María Mateu en 1845 ya se había fundado una población entre Malargüe y el Chacay llamada Villa del Milagro con 120 “pobladores” [criollos] y 96 “indios”, creada por el primer propietario del Chacay, Cap. J. A. Ortiz, por entonces comandante de la frontera sur. En todo San Rafael se censaron según observa la autora 694 “personas” y un “regular número de indios”. Más adelante, en un censo levantado en 1865 se cuentan, en el departamento San Rafael 160 “casas de familia” y 80 “toldos” (MATEU, Ana María “San Rafael…”, cit., p. 151). 73 OLASCOAGA, Manuel “Memoria del…”, cit.; Topografía Andina. Aguas perdidas, Biblioteca de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, Librería del Colegio, Buenos Aires, 1935 [1901]. 74 Es conocido el caso de Varvarco y la convivencia de indígenas, pastores y labradores chilenos: los pastores y pequeños labradores, empujados por la demanda de tierras de la pujante agricultura trascordillerana se habían ido afincando en los valles cordilleranos de Neuquén arrendando a los indios. Hacendados chilenos ocupaban mano de obra indígena para el movimiento de ganado y también arren-

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que entre los prisioneros de Neuquén y sur de Mendoza repartidos por Ortega, hubo chilenos traídos junto con indígenas.75 Los valles y faldeos cordilleranos del Neuquén, señalaba Olascoaga, eran “lugares donde siempre se han acumulado poblaciones de indios y cristianos, según lo ha patentizado la Comisión a mi cargo, y donde ahora mismo se empeñan en venir”.76 Nos interesa destacar cómo en la visión de Olascoaga, significativa para nuestro estudio por ser mendocino, parecen encontrarse los antecedentes de las teorías ecológicas de Rusconi para definir diferencias étnicas entre “indios” y “blancos”. En primer lugar, Olascoaga se muestra confuso en el uso de categorías de pertenencia para definir a las poblaciones del norte de Neuquén y desarrolla una argumentación sobre la indiferenciación entre los “indios” y los “chilenos” en el área: “Esa rica faja de tierra es vecina de un país populoso donde el noventa por ciento de sus habitantes se compone de proletarios, los cuales desde hace muchos años buscan con todo empeño en el territorio arjentino que ellos llaman adentro, local para trabajar en su labor más apetecida que es la agricultura […] Esta inmigración que la tenemos desde hace más de un siglo […] desde el Nahuel Huapi hasta el río Barrancas ha formado varias poblaciones de dos y tres mil almas que nunca alcanzaron sino a la categoría de tribus. En la vida que hacían en el contacto de los indios, sin sujeción a ninguna administración ni autoridad civilizada, han dejenerado en indios, aumentando y refundiendo de tal modo esta raza que, si bien se averigua, muy pocos son los indios que en el sud aparecen tales, que en realidad no sean chilenos o de su procedencia directa. […] El desamparo de toda autoridad en que hemos tenido nuestras tierras del sud ha hecho indudablemente los indios”.77 Pero luego, esa dinámica no se reduce al indio y el chileno. Como vemos en una de las citas de Olascoaga que encabezan este apartado, entre el indio y el criollo argentino el límite “étnico” se revela como igualmente lábil, si pensamos en los “20.000 individuos que hemos traído a nuestras poblaciones en las que se han asimilado totalmente sólo con cambiar de traje y hablar nuestra lengua…”.78

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daban campos de pastaje a los indios (OLASCOAGA, Manuel “Memoria del…”, cit.; BANDIERI, Susana; FAVARO, Orietta y MORINELLI, Marta Historia de Neuquén, Plus Ultra, Buenos Aires, 1993; HUX, Meinrado Caciques…, cit.). Por último, también había pequeños pastores que subarrendaban el “talaje” o pastaje de los campos a los hacendados chilenos (OLASCOAGA, Manuel “Memoria del…”, cit.). Ma. Gatica Urrutia, Artemisa Flores, Froilana Ochoa, por ejemplo. OLASCOAGA, Manuel “Memoria del…”, cit., p. 82. OLASCOAGA, Manuel “Memoria del…”, cit., pp. 79-80. OLASCOAGA, Manuel “Memoria del…”, cit., p. 80.

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Estos postulados dan la pista de la fuerza del proceso de invisibilización indígena pero también, si los comparamos con la teoría de Rusconi, de la persistencia de este mito de paso racial. La ambigüedad del discurso de Olascoaga se comprende en sus circunstancias históricas. Fue forjado por la necesidad de construir como “étnicos” a los grupos que habitaban el Neuquén, entre otras cosas para justificar luego en términos evolucionistas su sometimiento y la conquista de su territorio. Pero también, la exigencia de invisibilizar esa misma etnicidad en la “vía argentina” de incorporación de los indígenas, impulsaba a mantener cierto grado de flexibilidad de su inscripción en el seno de la nación. Una contradicción análoga mantiene Rusconi, reproduciendo elementos centrales presentes en Olascoaga: así, para Rusconi los indios se transforman en criollos y viceversa de acuerdo al medio social, cultural, geográfico y psicológico en que se insertan, y estos cambios modelan su psiquis, su habitus y sus caracteres somáticos, de tal modo que la transformación puede darse en un lapso histórico relativamente corto. Rusconi expone que para los mendocinos es natural definir como “indio” o “criollo” a un sujeto según su aspecto físico: “¿En que nos basamos para hacer tal aseveración? Precisamente en su aspecto físico. Esta primera impresión objetiva nos basta; ya no indagamos acerca de su origen”.79 El autor se hará cargo de esta heurística y la usará de principal basamento de su teoría pretendidamente científica. El principal recurso que utilizará para demostrar su teoría “ecológica” del acriollamiento o blanqueamiento, es la observación y exposición del aspecto físico general de los entrevistados a partir de una impresionante batería fotográfica: presentará fotos de más de cien entrevistados, haciendo menciones clasificatorias del tipo “indio puro”, “criollo”, “tipo criollo”, “con rasgos indígenas”, “criollo con pocos rasgos indígenas”, “mestizo con muy poca mezcla”, “tipo puro puelche”, “tipo puro pehuenche”, etc. Así, nuestro autor explicitará una teoría del blanqueamiento que se basará en la pérdida generacional de rasgos aunque no haya “cruzamiento”. Fiel a su estilo, equiparará el cambio de ánimo y aspecto físico de los indígenas resocializados en Mendoza con la “domesticación” de las fieras salvajes en el zoológico. Al igual que lo ocurrido con los animales salvajes reducidos a cautiverio o domesticación, los indios cambian de actitud, costumbres, hábitos, reduciendo su agresividad, con su inclusión en un medio civilizado. Pero como en los animales, el cambio o más bien domesticación se observa plenamente en las crías de esos animales que ya nacen en cautiverio: “Estas condiciones distintas […] no sólo modificaron los rasgos físicos del indio joven sustraído de las tolderías, sino que dichos cambios se han acentuado en sus descendientes. Este fenómeno tiene también un proceso análogo cuando de un medio culto, con costumbres y

79 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 709.

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alimentación diferentes, se vuelcan esos individuos hacia el medio salvaje, porque su físico adquiere también rasgos de salvajismo”.80 El logro acabado del pasaje del indio al criollo se da entonces por el transcurso de generaciones. Sin embargo, notemos que este paso generacional produce “criollos” pese a no existir en rigor cambio en el genotipo y el devenir criollo no implica un “cambio de sangre”, tal como señala el autor en su pintoresco lenguaje: “…individuos nacidos en Mendoza o en cualquier lugar muy diferente del que vieron luz sus padres indios, ofrecen ya algunas modificaciones vinculadas a las del tipo mestizo, no obstante ser hematológicamente (sic) de sangre pura”.81 Así Rusconi marcará que aún sin cruzamiento entre “indios” y “criollos”, el paso de uno a otro tipo racial fatalmente se producirá mediando al menos una generación de individuos nacida y socializada en el medio civilizado. A su vez, esta teoría implícita postula que, incluso sin mediar generaciones nacidas en la civilización, y sin mezcla de “sangre”, podemos caracterizar el grado acriollamiento de acuerdo a la edad que tenía el repartido a la hora de su apresamiento y traslado. Estas consideraciones las aplicará a sus propios informantes, indios “de toldería”, y sus descendientes, a quienes siguiendo su criterio, podemos dividir en tres grupos:82 1) Indios puros: Aquellos que contaban hasta unos 20 años de edad cuando dejaron las tolderías. 2) Indios criollos o acriollados: Los traídos por Ortega cuando contaban pocos años de edad y socializados en Mendoza. 3) Mestizo-Criollos: Los individuos nacidos en Mendoza de padres indios puros. En el primer grupo entran por ejemplo Tomasa Culipis, nacida en Río Negro y traída cuando contaba veinticinco años, Teresa Manquel, nacida en Neuquén y trasladada a los treinta años, o María Isabel Unepeo, de Naen-co, La Pampa, y deportada a los veinte años. La mirada de Tomasa Culipis era “fija, penetrante, escudriñadora y [sus ojos] salían de sus párpados como ventanas semiabiertas”.83 Tomasa es la única que es descripta como manteniendo sus prácticas culturales “de toldería”: “Sus costumbres rituales las conservó, o por lo menos las realizaba hasta hace algunos años, cuando solía cubrirse su cabellera con gorros hechos de plumas y sujetados por una vincha y otras indumentarias, rendía cultos a ritos que no me fue posible averiguarlos”.84

80 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 714. 81 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 717. 82 Rusconi no establece clara y explícitamente estas distinciones categoriales y sus correlaciones, sino que las inferimos nosotros de las descripciones y clasificaciones que proporciona de diversos sujetos. 83 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 718. 84 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 718.

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En Unepeo “Su idiosincracia o su psiquis se mantenía latente con los modales y actos de las indígenas de toldería. Era recelosa, poco comunicativa”. Manquel, por su parte, tenía: “Nariz algo aguileña y ancha abajo; ojos regulares, labios relativamente grandes; pómulos muy destacados; cabellos lacios pero blancos, proceso que ocurrió en sus últimos años; orejas tendientes a grandes; cara redonda; su rostro cubierto de profundas arrugas y unidos a los demás detalles, le daban un aspecto de los viejos indígenas de tolderías, aunque de semblante modificado y algo refinado. Cuando la ví por primera vez, receló y fue poco comunicativa, resabio de aquella actitud indómita de muchas mujeres y hombres indígenas de avanzada edad”.85 En cuanto al segundo grupo, tenemos allí los casos más interesantes que expresan la celeridad que puede imprimirse a blanqueamiento: es en la descripción de algunos de estos casos donde se observa que el paso del indio al criollo, a través de la transformación de los caracteres somáticos y psicológicos casi puede darse en el mismo ciclo de vida. Kalcuer o Calcuer o Antonio Ferreyra nació en la toldería y de joven fue trasladado a Mendoza. Luego de haber sido confinado en la estancia de Rodeo del Medio, huyó a los pocos años a Entre Ríos a consecuencia de una supuesta revuelta por los malos tratos de Ortega. Allí habría sido caballerizo del gobernador Villar. Obtuvo su libreta de enrolamiento como Antonio Ferreyra, entrerriano, y luego se enroló en el ejército y la marina por unos ocho años, hasta que vuelve a Mendoza. Este cosmopolitismo parece haber sido para Rusconi un factor decisivo en su transformación: “las nuevas costumbres han moldeado su psíquis adaptándola más bien a la del tipo criollo”.86 Sin embargo, en otros casos el cambio es decretado de igual modo por el investigador, pese a que no se cumplan los requisitos ecológicos de cambio radical del medio social y geográfico postulados por el mismo. Paillamil o José Antonio Carcumino fue trasladado de Junín de los Andes a San Rafael. Y, “…si bien no realizó viajes largos y de condiciones climáticas distintas, el sólo hecho de haberse radicado en San Rafael y de haber modificado su régimen de vida, etc. han sido factores suficientes para que se operase en él cambios sensibles, según sus propias expresiones […] Su semblante, sus actos lo acercaban más al de un criollo, sin serlo…”.87

85 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 718. 86 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 720. 87 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 720.

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Además se produjeron cambios somáticos. El más ilustrativo, producto de los nuevos hábitos, es la posesión de barba y bigote. Al igual que Manuel Diamante, y Paillamil, los entrevistados pertenecientes al segundo grupo poseen barba y/o bigote. Pero uno de los aspectos más sugestivos de esta dinámica perceptiva es que en el texto de Rusconi puede observarse que esta teoría es refrendada también por los propios indios o ex-indios. Al decir de los entrevistados, el crecimiento de barba y bigote, notable contraste con el rostro lampiño que tradicionalmente caracterizaba a los indios, fue estimulado por el hábito de afeitarse. Kalcuer, como referimos en el epígrafe de esta sección, dice que comenzó a afeitarse porque: “Me daba vergüenza depilarme ante mis nuevos amigos” mientras estuvo movilizado durante seis años en la Marina.88 En Manuel Diamante, quien en los primeros encuentros aseguraba a Rusconi que era criollo, “se advertía un semblante más suavizado casi manso. Su modalidad y psicología se acercaban más al criollo sin serlo.”; tenía bigotes relativamente tupidos, mientras que en su juventud en la toldería “según sus propias expresiones, tenía pelos repartidos como pampa casi pelada”.89 Con respecto al tercer grupo, los descendientes en primera o segunda generación paro nacidos en Mendoza, observamos que invariablemente el autor clasifica a los hijos o nietos de los anteriores como “criollos” o afirma que tienen “sangre pura” indígena pero su aspecto y sus costumbres son “criollas”. Así tenemos a la pequeña Marta Rosales, que si bien es hija de indígenas “carece casi de rasgos indígenas”, al igual que Lorenzo Díaz Culipis, hijo de Tomasa Culipis. Carlos José Pereyra, nieto de María Sayagua con una edad de 21 años, que directamente es clasificado como “criollo”. Si nos detenemos en estos comentarios, podemos observar que las teorías de Rusconi parecen estar influidas no sólo por un “sentido común mendocino” sino por las propias opiniones de los indígenas que eran sus informantes. Son estos los que parecen ofrecer a Rusconi la propia evidencia de su “acriollamiento”, brindando tanto los datos de su transformación como explicaciones pertinentes. El rápido “acriollamiento” parece haber sido también una percepción compartida o una estrategia de supervivencia social y material, entonces, de los indígenas. Esto lo podemos destacar tanto en la generalizada actitud reactiva a reconocer su origen indio, como en otros detalles que se filtran a través del discurso referido de los indios en la letra del investigador. Es el caso, nuevamente, del afeitado y crecimiento de barba y bigote: ¿es realmente una abstracta “costumbre” o aséptico “cambio cultural” el hábito de afeitarse, o una táctica de acriollamiento por vía de transformación de sus propios caracteres somáticos? El poseer barba y bigote era, muy posiblemente, un rápido y fácil pasaporte a su revisibilización social como “criollos”. En este sentido, no alcanza con señalar que la desmarcación étnica con base en la utilización de teorías raciales fue promovida por las elites locales como así también 88 Antonio Kalcuer en RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 720. 89 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 721.

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fue una estrategia de auto-invisibilización de los indígenas. Debemos sugerir que las teorías de algunos intelectuales locales sobre la fluidez y fácil transformación entre las categoría indio y criollo coinciden con las elaboradas por los propios indígenas, conformando un patrón cultural común, al menos en este aspecto, entre lo que habitualmente fue representado como dos entidades socioculturales separadas por fronteras o cosmovisiones inconmensurables. Conclusión ¿Cuáles son los límites políticos y epistemológicos a la visibilidad de lo indígena? Carlos Rusconi se encontró con una bomba entre las manos: en sus expediciones de recolección de restos arqueológicos, objetos “folklóricos” y muestras de rocas, aparecen vivos y parlantes aquellos indios que debían ocupar las vitrinas del Museo de Historia Natural. ¿Tuvo esta situación algún efecto concreto en su inserción? Para los mendocinos, los indios sólo podían ser parte de la historia de Mendoza como vestigios de un pasado remoto. El hecho de que Rusconi les diera voz, sin duda le granjeó enemigos en la provincia. Por un lado, sus testimonios denunciaron la crueldad e ilegitimidad de la apropiación de tierras y personas por gran parte de las más poderosas familias de la provincia, incluyendo uno de sus próceres, el gobernador Rufino Ortega, cuando todavía estaban relativamente frescas las huellas de sus crímenes. Por el otro, los hallazgos de Rusconi eran indigeribles para una academia fuertemente comprometida con la construcción de una memoria épica de la sociedad mendocina y una genealogía “limpia” de la comunidad provincial. Finalmente, en el seno del acotado campo disciplinar de la antropología mendocina, los procedimientos de Rusconi habilitaban a construir un tipo de conocimiento que evidentemente les era negado a los historiadores y etnólogos para quienes la única verdad descansaba en los documentos escritos o artefactos arqueológicos. Este esfuerzo de Rusconi nos permitió también evaluar hasta qué punto las propias teorías étnicas nativas habilitan o no a construir socialmente grupos u objetos “étnicos”. No sólo los “mendocinos” (apoyados en su academia, sus intelectuales) han intentado elaborar narrativas y teorías de la extinción étnica, sino quizá los propios indios sometidos, por lo menos una gran parte. ¿Es esta dinámica, en sí misma un proceso cultural y discursivo, constitutiva de hecho de la propia “extinción” de los indios en Mendoza? Desde luego que la idea de la necesidad de un consenso entre propios y extraños para la permanencia de los límites étnicos verifica el clásico esquema de Barth90 por la negación: la desaparición de los límites étnicos también se produce en un campo comunicativo, donde endo y exogrupo deben consensuar las nociones naturalizadas de diferencia o “mismidad” cultural. ¿Pero desaparecen para siempre los límites étnicos? 90 BARTH, Frederik “Introducción” en BARTH, Frederik et al. Los Grupos Étnicos y sus Fronteras, FCE, México, 1969.

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Rusconi cuenta que los 186 sobrevivientes de los traslados ocultaban los antecedentes de sus abuelos y padres para evitar el desprecio y la discriminación.91 Pero también, el mismo autor interpreta la reticencia a reconocer ascendencia india entre los paisanos como una forma de resistencia. Se sorprende de que la misma renuencia de sus interlocutores a aceptar un pasado indígena o a brindar información sobre los “indios”, además de una necesidad de mimetismo, es una práctica de preservación en el ámbito privado de una última frontera étnica. El secreto es así un “triunfo moral”,92 única y tardía victoria donde no ha sido factible resistir con las armas, ni mantener al menos el orgullo de una identidad socialmente reconocida. Sin embargo, el propio autor recibió abundantes datos de esos mismos sujetos, que permitieron, finalmente, construir uno de los escasos corpus que existen que dé cuenta de la historia vivida por ellos, y ofrezcan una nueva perspectiva de la propia historia provincial. Pero ciertamente, secreto y publicidad no son los términos más apropiados para calificar las actitudes de los indígenas repartidos, sino más bien de la historiografía y otras representaciones producidas por esos grupos o entelequias que denominamos elites, o intelectuales. Tampoco es adecuado descansar únicamente en el concepto de “invisibilidad” para comprender la experiencia de incorporación de los indígenas en las sociedades nacional o provinciales modernas. Existe abundante información que podemos revisar para complejizar la idea de una mecánica y unívoca invisibilización. Algunos intelectuales han ocultado, y otros han mostrado, al mismo tiempo que “cifrado” a los indígenas y su impacto local. Si Rusconi plasmó los discursos y rostros de esos indios imposibles, lo hizo en caóticos volúmenes donde sus voces se disipan y camuflan obligando a una arqueología textual para reconstruir el corpus de discurso referido de sus informantes. Si algunos trabajos publicados hace varias décadas revelaron subrepticiamente los datos de indígenas presentes en las propias familias de los intelectuales de las elites, o si Arturo Roig reveló las oscuras y pequeñas batallas indigenistas que envolvieron a Canals Frau, Métraux y otros, lo hizo pocos meses antes de morir. El hecho de que no se haya efectuado un estudio sistemático y en profundidad sobre el tema, puede ser resultado de una mezcla de ideología, límites epistemológicos o tal vez, sencillamente, de falta de interés. La cuestión central es que si ahora comenzamos a hacerlo y reducimos nuestro trabajo a “visibilizar”, volveremos rápidamente a entrar en la serie de claroscuros de la autoridad académica o indigenista para construir lo social, con los concomitantes riesgos de monumentalización (negativa o positiva) de los sujetos. Se tratará pues, más que de visibilizar a los indígenas, de remontar el sendero de la propia cifra de los intelectuales y de las publicidades y secretos morales de los sujetos, de la cual los indígenas son, primero que nada, un fetiche. 91 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 712. 92 RUSCONI, Carlos Poblaciones Pre…, cit., p. 711.

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