El pobre dios del dinero no sabe a quién se da (www.queaprendemoshoy.com [26 de julio de 2015])

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Descripción

El pobre Dios del Dinero no sabe a quién se da Para sobrellevar la canícula, les propongo un paréntesis en nuestro habitual negociado bélico. Entreguémonos a la molicie veraniega dando rienda suelta a la risa con alguna comedia fresca. ¿Qué les parece releer el Pluto de Aristófanes, por aquello de que Grecia está de rabiosa actualidad? Crémilo, un anciano campesino -pío y honrado, ergo pobre cual rata, acudió al oráculo de Apolo para interrogarle: ¿Debe mi hijo seguir mi ejemplo o mejor le iría, económicamente hablando, si se convirtiese en un sinvergüenza? La respuesta obtenida a su pragmática inquisición, fiel a los cánones, fue sibilina: Al salir del templo, sigua al primero que se encuentre. A las palabras del dios se añadió un mayor desconcierto cuando ¡por Deméter! la primera persona en aparecer fue un andrajoso ciego. Pero como esta cualidad en la antigua Hélade solía tener su puntito -recuérdese a Tiresias, Edipo u Homero- el rústico decidió obedecer al numen poniéndose tras los pasos de aquel personaje fané y descangallado. Ese invidente no era otro que Pluto, el dios de la Riqueza personificada. El pobre había perdido la visión desde que Zeus, “por rencor a los hombres”, lo había cegado con crueldad para que se diera indistintamente a buenas y malas personas. Tras las debidas presentaciones, a Crémilo se le encendió la lucerna ocurriéndosele llevar al dios hasta el santuario de Asclepio para que éste le devolviese la vista y pudiera repartirse únicamente con justicia. Al comienzo Pluto se mostró muy receloso. Su trato con los mortales nunca había sido bueno ya que en cuanto le poseían se maleaban, exprimiéndole hasta dejarle de aquella guisa cochambrosa que lucía. Además era bastante reticente a cambiar de estado porque sentía muchísimo temor ante la posibilidad de un nuevo castigo de Zeus. Pero tras ser convencido de que el casquivano marido de Hera era nadie sin él (¡pese a que en la Hélade eso es mucho!), accedió a curarse y enmendar la crisis económica que padecían los griegos. Fue entonces cuando nuestro protagonista, “en ese punto crítico en el que es necesario estar presente y echar una mano”, ordenó a su esclavo Carión que avise a los compadres labriegos. Tenía la intención de hacer extensiva su dicha con “todos los que son honrados y no tienen harina”. Gracias a Pluto serían felices y concluirían sus penalidades terrenas.

Copia romana de la escultura de Irene y Pluto atribuida a Cefisódoto el Viejo. El original, fechado hacia el 370 a. E., era una alegoría de la personificación de la Paz como madre (o nodriza) del dios de la Riqueza. Tras un largo periodo de guerras, Atenas albergaba la esperanza de que el fin de los conflictos armados pudiera volver a llenar sus arcas. Sin embargo nunca volvió a ser la misma potencia hegemónica del siglo V a. E.

Y en estas aparece Blepsidemo, un desconfiado ateniense al que la repentina riqueza de su vecino le huele a chamusquina. Al principio se muestra escamado ante el sorprendente hecho de que un conciudadano quisiese compartir tan solidariamente los nuevos bienes en aquel ambiente individualista del siglo IV a. E., pero finalmente se rinde a la evidencia y acompaña a Crémilo en el camino que conduce a Pluto al santuario.

Entonces, de repente, aparece la “mortífera” Penía, el concepto de Pobreza antropomorfizada. Esta suerte de divinidad concurre a escena muy enojada ya que la curación de Pluto supondría su fulminante expulsión del Ática. En este punto de la comedia se desarrolla el agón con la diatriba entre Crémilo y la diosa de la escasez en torno a la necesidad de la pobreza para la existencia del equilibrio social en democracia. Penía sostiene que el “atrevimiento intolerable” de intentar erradicar la miseria -con la que conviven los atenienses desde hace años- es una “acción […] contraria a toda ley”. La batería de argumentos de la diosa no tiene desperdicio ni está falta de enjundia. Comienza: “si todos fueran ricos nadie querría enriquecerse ni trabajar para otros”. Todos habrían de humillarse realizando los trabajos más rastreros porque el enriquecimiento plural acarrearía el final de la esclavitud dado que incluso desaparecería el gremio de tratantes. Además, el placer también se extinguiría, ya que nadie iba a crear los objetos y productos lujosos que lo proporcionan. Mientras que existiendo la necesidad, todo el mundo se ve obligado a buscárselas para sobrevivir. En relación con lo anterior, Penía llega a venderse como educadora cívica alegando que ella hace “mejores a los hombres en cuerpo y mente que Pluto […] los suyos tienen gota y son barrigudos, anchos de piernas y desvergonzadamente obesos; los míos, delgados, con cintura de avispa”. Además, su escasez proporciona al ser humano prudencia y templanza mientras que la riqueza sólo genera soberbia en sus poseedores. Y apoya su aseveración con un ejemplo: “fíjate […] en los políticos […] mientras son pobres se portan honradamente con el pueblo y la ciudad, pero en cuanto se enriquecen del común, se vuelven unos canallas de inmediato y conspiran contra las masas y riñen con el partido del pueblo” (en este pasaje ignoro por qué el traductor no empleó un término más conciso como ‘Popular’…). Al fin y al cabo, remata, ella hace mejores a los hombres aunque nadie se lo reconozca y todos la rehúyan; de hecho, sentencia: “todo lo bueno que tenéis se debe a la pobreza”. Tratándose de una comedia, lógicamente, Aristófanes se vio forzado a que Crémilo ganara la disputa, pese a que sus argumentaciones, en comparación con las de Penía, fuesen bastante ilusas. Según el campesino, para quien “es justo que les vayan bien las cosas a los hombres honrados y todo lo contrario a los malvados”, la llegada de Pluto traería de la mano la honradez. En Atenas, la distribución justa del dinero se hacía imperiosa ya que “son muchos los malvados cargados de riquezas que han reunido por procedimientos canallescos y muchas son también las buenas personas en grado sumo a quien les va muy mal (y) tienen hambre”.

Consciente de lo débil de su defensa frente a los brillantes razonamientos de Penía, concluye su alocución con un desesperado: “No me convencerás ni aunque me convenzas”. Salvado el obstáculo de la Pobreza, Crémilo, Belpsidemo y Pluto llegan al santuario de Asclepio. Tras una noche de incubatio, el dios por fin recupera la visión y se decide a enmendar todos sus errores del pasado. Ahora el numen ya ve a quién se da y “los que antes eran honrados y llevaban una vida sencilla le felicitaban llenos de alegría […]; todos los ricos, en cambio, dueños de cuantiosa hacienda y que no se ganan la vida de manera honrada, fruncían el ceño y se les ensombrecía la mirada” Para ejemplificar esta revolucionaria situación, Aristófanes pone en escena a cinco damnificados por el nuevo statu quo ateniense. Todos acuden a Crémilo con sus cuitas dado que ahora él administra a Pluto. El hombre justo que en su día ayudó a un amigo prestándole dinero pero enseguida fue olvidado por aquel, se hará rico; mas no así el sicofanta, que vivía como acusador profesional y ahora se queja de la injusticia de la nueva justicia, que “está minando a ojos vista las bases de la democracia”, reprochando a la par que Pluto actúe unilateralmente “sin contar con el Consejo ni la Asamblea de los ciudadanos”. Tras ellos vendrá una anciana cabreada porque su joven amante ya no la toca ni con un palo al no precisar más de su hacienda para sobrevivir; o en palabras de Aristófanes, que también sabe ser sutil: “cuando se ha hecho rico no come lentejas, y antes la pobreza le hacía comer de todo”. La jocosidad de los casos traídos a colación llega a su culmen cuando el mismísimo Hermes, deus ex machina, hace acto de presencia. El mensajero de los dioses desciende para advertir a Crémilo de que Zeus se había enterado de su acción y pensaba “arrojarlos al abismo”. Desde que la gente se enriqueció había dejado de sacrificar inútilmente a los dioses implorando una mejor situación y en el Olimpo empezaban a sonar las tripas. Pero su tonillo amenazador pronto se mitiga y vemos a la propia divinidad rebajarse a la zalamería medrando por conseguir algún trabajillo de lo que sea: portero, guía o incluso -como dios de los ladrones que esofreciéndose como timador; mas a esto es contestado: “menos aún; ahora no es momento de andar con timos, sino con acciones sin doblez”. Finalmente, será un sacerdote de Zeus quien cierre la obra exponiendo sus penas. Mientras la gente creía en los dioses, él se alimentaba de las víctimas sacrificiales. Pero tras la nueva situación de riqueza general, el latente descreimiento había desembocado en manifiesto ateísmo y la gente sólo iba a los templos para deyectar sobre aquellas divinidades tan sordas a las plegarias.

Para felicidad (y consuelo) de todo el Demos, Crémilo anuncia que una procesión va a salir de su casa para conducir a Pluto a su nuevo alojamiento en la habitación del tesoro del templo de la diosa tutelar de Atenas. Desde allí, de ahora en adelante, vigilará eternamente a quien entregarse…y con la partida de esa comitiva concluye la comedia. Aristófanes murió hacia el 388 a. E., poco después de presentar esta pieza. Leyendo su última obra le siento viejo y desesperanzado. El coro -la voz del Pueblo-, es un mero adorno; la parábasis -el colofón moral del poeta-, ni existe por su inutilidad. Por aquel entonces la tan cacareada Democracia había fracasado y el poder se hallaba en manos de instituciones decadentes llenas de políticos mediocres y malversadores incapaces de revertir la caída en picado de la otrora dorada Atenas. Casi se diría que la erradicación de la pobreza y la justa distribución del dinero que se plantean en esta obra son un desbarre senil. Pero quién sabe si esta utopía a la larga no se hará real. Ya hemos visto a ciegos repartiendo premios económicos o al comunismo y la intervención femenina en política que se profetizaban en la hilarante Asamblea de mujeres (a veces me pregunto qué pensará Aristófanes sobre Merkel y Lagarde). Nuestro cómico no dejó por escrito qué fue de Pluto posteriormente. Tal vez, de forma voluntaria, se marcó un Varoufakis o quizá Zeus volvió a cegarle y le impuso una forzosa Grexit y aún nadie lo ha rescatado. Sea como fuere, a día de hoy, al pobre dios del dinero hasta lo vitupera el Papa en sus homilías. Una atenta lectura de la obra nos despoja de la venda. En realidad esta es una amarga tragedia encubierta con humor. Lamentablemente aún tiene vigencia después de tantas olimpiadas. Crisis siempre han existido, pero más que económicas son de valores. Aún vivimos en un mundo en el que las personas pierden todo por sus deudas y se abocan a la esclavitud con tal de llenar diariamente una escudilla. Ese fue el caso concreto del esclavo Carión para el que la honradez parecía no tener futuro al sostener que “hasta un ciego comprendería que es muy provechoso no practicar ninguna virtud en estos tiempos”. Creo que lo mejor será que vuelva a escribir sobre tristes guerras. Con ellas uno sabe a lo que atenerse desde el principio. Esta comedia, en realidad, no tiene ni puta gracia.

El pasado 30 de julio de 2014, acudí a Mérida para asistir a la representación del Pluto de Aristófanes en la 60 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico. De la gamberra versión de Emilio Hernández, encabezada por el polifacético Javier Gurruchaga encarnando al Dios de la Riqueza, me quedo con la pegadiza canción ‘Lentejas y libertad’ y el mantra repetido machaconamente por el coro al alimón con gran parte de la encendida cavea: “¡Estamos de ladrones hasta los cojones!”. Recuerdo que desde la proedria miré de reojo al Sr. Monago, quien lejos de Canarias presidía aquella velada desde el sacrarium reservado a los divinos. Parecía sudar…

Bibliografía. ARISTÓFANES, Comedias I. Los acarnienses – Los caballeros, Barcelona, Gredos, 2007 (Introducción, traducción y notas de Luis Gil Fernández); Ibidem, Comedias III. Lisístrata – Las tesmofororias – Las ranas – La asamblea de las mujeres – Pluto, Barcelona, Gredos, 2007 (Introducciones, traducción y notas de Luis M. Macía Aparicio). Para una interpretación más profunda de la obra y el autor, vid. BLANCO GONZÁLEZ, M., “Pluto: riqueza y justicia social en el pensamiento griego y en Adam Smith”, USC VIII Congreso de la Asociación Española de Historia Económica. Santiago de Compostela, 2005 (on line); BLANCO MARTÍNEZ, J. L., “Los mecanismo del humor en Aristófanes”, Bitarte: Revista cuatrimestral de humanidades, nº 23, 2001. Págs. 37-54.

Ángel Carlos Pérez Aguayo, 26 de julio de 2015. http://queaprendemoshoy.com/el-pobre-dios-del-dinero-no-sabe-a-quien-se-da/

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