El pliegue estratégico como operación política en la era posthegemonica.

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Descripción

El pliegue estratégico como operación política en la era posthegemonica. Ricardo Esteves (UBA - Debates Actuales) Introducción: Este trabajo trata sobre el pliegue estratégico cómo lógica de resistencia alegre en una era posthegemónica. El pliegue estratégico es una propuesta de acción política que tiene cómo finalidad establecer una soberanía localizada. La posthegemonía, cómo la proponemos aquí, hace referencia a cómo lógicas desterritorializadas, cómo el capital financiero, las tecnologías de la información, la biotecnología, los medios de comunicación, entre otras, erosionan la soberanía nacional de los Estados. El orden posthegemónico es la condición de las lógicas de soberanía del pliegue estratégico en tanto uso instrumental de la identidad cómo formas de resistencia política. El pliegue estratégico es la operación que busca establecer una soberanía segmentada y estratificada en un enmarque biopolítico de pérdida de soberanía popular ante las lógicas -y sus dispositivosmencionados. Estas lógicas operan cómo poderes, fuerzas, que moldean los hábitos (MurrayBesley, 2010) y establecen los agenciamientos vitales que dan forma a la vida -la disposición de los cuerpos- de una población en un territorio. Este enfoque biopolítico de soberanía micropolítica propone una estrategia identitaria de acción política que permite múltiples articulaciones y constituciones de sujetos políticos cómo el pueblo y las multitudes. Nos interesa zanjar la relación dicotómica de oposición entre estas lógicas desde una mirada compleja que permita articularlas de forma múltiple en prácticas identitarias que permitan el establecimiento de una soberanía. El pliegue estratégico propone una lógica de coexistencia entre estos dos sujetos, estas dos lógicas, el pueblo y las multitudes, con la finalidad de garantizar una soberanía localizada en una era posthegemónica, en la que el Estado ya no puede garantizarla. Esto es una estrategia de resistencia a las tecnologías y biopoderes que erosionan y suprimen la soberanía del Estado nacional. El pliegue estratégico propone un funcionamiento simultáneo de la lógicas del pueblo y las multitudes articulando las dimensiones colectivas e individuales, el poder constitutivo y constituyente, la sociedad civil y el Estado, en una configuración singular de una identidad estratificada y segmentada. Esta estrategia de acción política propone campos, órdenes y niveles, en los que a través de operaciones identitarias, el sujeto (en singular) garantiza un ámbito localizado de soberanía cómo ejercicio de gobierno circunscripto a un espacio que tiene cómo centro el cuerpo. Esto propone articular la acción colectiva e individual en un despliegue identitario que le permita al sujeto operar en estas dos esferas asumiendo posiciones diferenciales en cada una con la finalidad de garantizar una soberanía concebida desde un ejercicio del cuerpo. Esto es plantear múltiples esferas de acción política además de la del mismo Estado cómo parte de una micropolítica, ó una política segmentada y estratificada. Localizar este planteo, además de hacer una referencia empírica a lo que buscamos identificar cómo posthegemonía, permite enmarcar espacio-temporalmente esta reflexión. La referencia empírica intenta ligar este desarrollo teórico con cuestiones cómo el efecto que puede tener el fallo de un juez de un país en las finanzas y endeudamiento de otro, ó cómo la voluntad de un presidente de expulsar una multinacional que monopoliza el mercado de granos con tecnología genética en un país productor de alimentos puede provocar su deposición. Localizar esta reflexión en un enmarque espacio-temporal también implica una consideración de las

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relaciones centro-periferia y los procesos históricos de establecimiento del orden político, asumiendo posiciones postcoloniales o decoloniales. Por último, localizar esta reflexión implica pensar los espacios concretos -partiendo del cuerpo- en los que está en juego una soberanía entendida cómo forma de autogobierno. Este desarrollo teórico que proponemos requiere abordar y discutir la teoría de la hegemonía de E. Laclau, su crítica posthegemónica (Arditi, 2007, 2010; Murray-Beasley, 2008, 2012); la biopolìtica y la relación entre el poder constituido y constituyente; el pueblo y la multitud cómo sujeto político, así cómo la micropolítica entendida cómo forma de desplegar una acción política en espacios que van más allá de la esfera del Estado. I. Posthegemonía: El decline del poder del Estado y el ascenso de las lógicas de biopoder La posthegemonía presentada y desarrollado en los trabajos de Arditi (2007, 2010) y Murray-Beasley (2008, 2012) propone una explicación alternativa del orden y lógica política hegemónica y populista latinoamericana planteada por Laclau. Nos interesa, a partir de elementos de estas dos miradas, elaborar una reflexión propia sobre este fenómeno que nos permita pensar formas de acción política que garanticen una soberanía cómo alternativa al biopoder. Murray-Beasley (2012) describe el establecimiento del orden político colonial de la conquista sosteniendo que no existió proceso hegemónico -como relación de cohesión y consenso según Gramsci- en América latina. El orden político se establece mediante el hábito y afectos, más que por el discurso y la articulación que propone la teoría de Laclau (Murray-Beasley, 2012). El afecto es lo que liga a los cuerpos y el hábito es la forma en que organizan la vida colectiva. Es la capacidad que poseen los cuerpos de afectarse de manera alegre o triste, convocándolos a encuentros de multitudes y establecimiento de comunidades estables o expulsándolos a la vida nómade. La política de los afectos propone una noción de orden frágil e inestable fundada en una ficción de pacto que debe reafirmarse cotidianamente por la multitud para mantener su apariencia colectiva de sociedad establecida en la regularidad de sus hábitos. El hábito fija a través de éstas regularidades la ficción espectral de lo inmanente sobre una multitud generando un efecto de unidad de lo social. Esta aparente unidad de lo social proyectada por la multitud descansa en las costumbres que moldean las formas de vida colectiva de un encuentro fortuitos de cuerpos ligados por el afecto. El Estado es el montaje de un aparato de rituales, vigilancia, disciplina y control que intenta darle carácter inmanente a este encuentro fortuito de los cuerpos en la multitud. Lo social es el efecto de superposición de una dispersión de cuerpos con la potencia de sus afectos y prácticas que puedan realizar de manera sostenida El Estado es un aparato de captura de los cuerpos que confina su afectividad prefijandola en lo individual. Sin embargo el Estado no es la unidad totalizadora sino que está separado de la cultura y la sociedad. El Estado es la forma de inmanencia que se opone a la multitud cómo el poder constituido al poder constityente. El hábito da carácter inmanente al encuentro de los cuerpos (el afecto) hace posible una territorialización cómo la del Estado y su efecto de cierre y totalización sobre que se le opone al mismo tiempo que brinda sus condiciones de posibilidad. El terror, la catástrofe, el temor por la propia vida, intensifica los afectos transformándolos en emociones, y haciendo de la política ya no la negociación y el acuerdo sino la captura. El terror permite al Estado establecer la sociedad de control fijando de manera inmanente el afecto haciendo indistinguible la diferencia entre poder constituyente y poder constituido, entre Estado

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y multitud. Anibal Quijano (2002, 2012) desde otra perspectiva, postcolonialista, aborda algunas de estas cuestiones, como la conquista y colonización de América latina destruyendo la cultura indígena e imponiendo por medio del terror y la violencia un orden político de dominación. La invención de la raza es para Quijano un elemento fundamental para entender la dominación colonial, así cómo el origen del capitalismo, con el que América latina está íntimamente relacionado desde una posición de subalternidad. Estas miradas (Murray-Beasley, 2010; Quijano 2002, 2012) convergerían en que los procesos de establecimiento de un orden político en América latina no fueron una construcción hegemónica, sino una imposición violenta que destruyó la cultura local cómo condición de su identidad, imponiendo por medio de la raza un principio de diferenciación, haciendo del hábito una práctica inmanente que refuerza la dominación colonial a través de su efecto de estratificación social. Murray-Beasley señala el aspecto biopolítico de este fenómeno que se apodera de la vida misma a través de la administración de sus procesos. Arditi (2008, 2010) realiza otro planteo sobre la posthegemonía. Parte de un supuesto hegemónico -localizado en el presente, sin un rastreo histórico de ese orden- que se ve afectado por transformaciones sociales basadas en los desarrollos tecnológicos actuales cómo el de las de la información, creando nuevos espacios virtuales en los que los sujetos se pueden encontrar y relacionar. La aparición de éstas nuevas tecnologías de la comunicación y las transformaciones en las formas, espacios y lógicas de relación entre los sujetos podría llevar a una migración (digital) generando nuevas manifestaciones colectivas y multitudes capaces de intervenir políticamente. En planteo de Arditi señala las nuevas relaciones y vínculos comunitarios que se pueden establecer a través de las redes y su potencial para generar multitudes pasibles de devenir en sujetos políticos o establecer nuevas comunidades en otros espacios. Su explicación sobre los orígenes de internet permite ver en su historia un devenir inesperado. Un arma (según su finalidad original) que se convirtió en una plataforma que permitió abrir la esfera pública posibilitando una multiplicidad de nuevas relaciones y surgimiento de nuevas multitudes y comunidades en un espacio virtual. Arditi no impugna la lógica de la hegemonía sino que se pregunta sobre las transformaciones tecnológicas y sus consecuencias sobre el orden político clásico que encuentra el Estado cómo actor central de la vida política. Reconoce en esta transformación de migración digital una paulatina erosión de lógicas políticas cómo la de la hegemonía que puede devenir en nuevas formas de orden. Nos interesa hacer una contribución a esta discusión y a pensar el término o la noción de posthegemonía a partir de los fenómenos recientes cómo la crisis griega (la globalización y los nuevos bloque regionales), el poder que poseen ciertas industrias y compañías sobre dispositivos cómo la producción de alimentos (Monsanto), el control de las comunicaciones (Google, Microsoft y Appple), el capital financiero; que disputan el poder del Estado y su soberanía nacional. La mirada particular que ofrecemos sobre la posthegemonía es la paulatina pérdida de poder -soberanía nacional- de los Estados frente a poderes desterritorializados cómo el capital financiero, las tecnologías de la información, los medios de comunicación, saberes

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y conocimientos, que se imponen al poder básico -en términos de gubernamentalidad - que ejercía el Estado durante el siglo XIX y XX. Hoy el Estado se encuentra a la merced de éstas fuerzas quedando marginado exclusivamente a tareas de administración, represión y para algunos casos contados, la capacidad de hacer la guerra. Esto es reconocer la pérdida de soberanía ya no de un pueblo o una multitud, en tanto sujeto político, sino del gobierno de un Estado, ya no latinoamericano, sino del mundo en general. Esta idea de la posthegemonía cómo proceso de una creciente emergencia de poderes desterritorializados, interconectados, enlazados, pero independientes y autómomos se asoma cómo amenaza al orden establecido quitando protagonismo al Estado, no cómo actor, sino cómo proveedor o garante de las necesidades básicas, vitales, de una población en un territorio. Esto sería asumir o reconocer que el gobierno de un Estado no tiene ningún control sobre la economía (en tanto flujo de capital), las comunicaciones (tecnologías de la información), producción de alimentos (biotecnología), producción de energía (industria petrolera), así cómo saberes, disciplinas, entre otros poderes desterritorializados que disputan y debilitan su poder y soberanía. El Estado en el siglo XXI se encuentra a merced de estas fuerzas globales detentando un margen de poder y soberanía cada vez menor. La idea del Estado cómo proveedor de las necesidades de una población en un territorio, y garante de la soberanía de una pueblo (o sujeto popular) podría transformarse en el siglo XXI en dispositivo despolitizado de administración de la vida en términos agregados. Esto es un Estado que pone en suspenso la soberanía ó que renuncia a sus principios básicos de gubernamentalidad, vaciándose de todo contenido político, haciéndolo un suplemento de la economía. Este planteo busca desplazar la atención de la discusión dicotómica entre pueblo y multitud para señalar esta nueva amenaza a la soberanía tanto de una nación cómo de los cuerpos. Más que pensar la hegemonía -en nuestro tiempo- u otras manifestaciones de soberanía nos interesa reconocer las nuevas lógicas desterritorializadas de los (bio)poderes que acechan la vida. La posthegemonía en la dimensión de la soberanía plantea el problema del sujeto político que encarna la discusión entre pueblo y multitud. La pregunta aquí sobre el sujeto político está estrechamente ligada con el tipo de soberanía que pueda generar en un marco posthegemónico, o del gobierno de fuerzas desterritorializadas sobre una población y un territorio global. Aquí no hay un sentimiento nostálgico por reestablecer cierto orden del Estado nacional sino reconocer las condiciones del mismo y su papel en un orden que dio lugar a éstas formas de de acumulacion y desarrollo teconológico del biopoder global. Tampoco una ingenua “despedida” del Estado -al clásico estilo Leninista-, ó una derrotada aceptación del liberalismo. Esto plantea un anudamiento donde el Estado asume un nuevo papel en el que participan nuevas fuerzas en la configuración de la vida de una población en un territorio que deberá desplegar estrategias identitarias múltiples en distintos niveles para reestablecer un un ejercicio localizado (en el cuerpo) de soberanía. El definitiva la propuesta (o denuncia) biopolítica de esta mirada sobre la posthegemonía es que el moldeado (fuerza que se ejerce sobre) nuestras vidas ya no se encuentra en control del Estado sino en manos de las tecnologías disciplinarias y del control mencionadas. El

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descubrimiento de Foucault sobre la gobernabilidad, permitiendo distinguir a partir de ella formas -modalidades- de este ejercicio del poder y difundir (hacer difusos) sus centros sin poder localizarlo en un lugar específico y su funcionamiento independiente respecto de otros campos de, es de suma utilidad para separar el ejercicio del biopoder del Estado. Esto no significa que el Estado deje de funcionar como aparato de captura, territorialización, e inmanencia, sino que su funcionamiento cambia permitiendo que nuevas fuerzas se apoderen de la vida que antes controlaba disciplinariamente. Este planteo de la posthegemonía es central para pensar la categoría de pliegue estratégico en el marco de las luchas políticas por la soberanía sin quedar atrapados en las demandas de un Estado que ya no se encuentra en condiciones para darles respuesta y atender las necesidades de sus pueblos y las multitudes que lo habitan, aún incapaces de orientar sus luchas y resistencias hacia formas alternativas de sostener la vida. La cuestión fundamental sobre este planteo posthegemónico es la soberanía y las maneras de obtenerla a través de lógicas múltiples que generen un marco colectivo para el ejercicio soberano del gobierno de los cuerpos. La posthegemonía -así presentada es la pérdida de soberanía de un Estado y su pueblo (ó población) sobre los aspectos fundamentales de su vida en manos de las lógicas globales que gobiernan el mundo: el biopoder. Éste planteo posthegemónico intenta asimilar éstas lógicas, desde el punto de visto de cómo ejercen su gobierno, para pensar estrategias de acción política que generen y establezcan soberanía localizada. Ésto es reconocer las distintas fuerzas y sus múltiples lógicas que operan gobernando distintos aspectos de nuestras vidas así cómo las múltiples resistencias y posiciones que debemos asumir ante ellas. El pueblo y las multitudes no son formas excluyentes de soberanía política en un orden posthegemónico sino planos o esferas distintos de lo mismo. Esto sería pensar que no existe una forma privilegiada de sujeto político entre el pueblo y multitud en un orden posthegemónico sino que estos distintos sujetos pueden enfrentar, resistir distintos poderes, pero por sobre todo generar una superposición de distintas soberanías que operan simultáneamente. El orden posthegemónico cómo forma biopolítica de poder difusa requiere múltiples estrategias y articulaciones en distintos órdenes, espacios, campos y territorios para obtener una soberanía en alguno de ellos. Localizar en esta cuestión los problemas que plantea esta propuesta implica señalar los centros y periferias, la raza, y otros aspectos de la colonialidad y subalternidad que nos ubican en un lugar específico de éste orden. En este sentido las extensiones y las topologías entraman situaciones que reproducen los centros y periferias dentro de los mismos territorios, recreando sus órdenes y jerarquías superponiéndolas en su interior. Las relaciones entre centro y periferia no son simétricas, y las encontramos reproducidas en su interior. Los centros tienen sus propias periferias interiores, así cómo las periferias tienen sus centros interiores. Ésto es la reproducción de la misma lógica jerárquizadora del centro y periferia replicada en su interior. Las periferias construyen sus propios centros, ligados o no, a otros centros -actuando de forma coordinada o de competencia- estableciendo sus propios órdenes, jerarquías y privilegios, ejerciendo sus propios poderes o reforzando los de otros mediante el establecimiento agenciamientos biopolíticos por medio de tecnologías disciplinarias y de control. Ésto zanja un interminable abismo descendente de dominación y subalternidad ejercido tanto desde los centros de poder, cómo de los mismos centros de poder periféricos. Las periferias periféricas

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padecen una exclusión de una serie de órdenes que emanan de distintos centros. Ésto es un doble vínculo (double bind) de subalternidad entre el centro y periferia y las periferias periféricas. El juego de subalternidades se despliega dentro de distintos órdenes que van desde el Estado al espacio doméstico reproduciendo el poder y subalternidad en estos espacios (G. Giorgi, 2014. p:92). Homi Bhabha (2010, 2013) menciona la hibridación y el mestizaje, una superposición de tiempos en el orden colonial de la tradición y lo postmoderno. Un espacio que conjuga estos dos tiempos en un presente incierto que da lugar a la necesidad del mito de origen. Un juego que abre la pregunta sobre lo ”genuino”, lo “auténtico”, o lo “nativo” en un mundo globalizado y cosmopolítia (G. Spivak, 1999). Antes de su célebre pregunta sobre si el subalterno puede hablar, Spivak se pregunta, ¿Como? ó ¿Desde donde? se puede expresar la experiencia de exterioridad (o subalternidad) por medio de los discursos trascendentes de verdad de occidente cómo la filosofía, la historia, la literatura y la cultura (G. Spivak, 1999). Esto no implica solamente el despliegue que busca instalar éstas lógicas de occidente cómo verdades trascendentales, sino el silencioso vacío que se le opone reverberando estas miradas impuestas que moldean una singularidad irreductible que resiste en un estado de incertidumbre en el que refuerza la mirada impuesta por el otro en un vano intento por presentarse ante éste en su esencia verdadera (Said, E., Spivak, G. Zizek, S). La lógica universal convierte la diferencia en un suplemento ornamental pintoresco. El conjuntos de rasgos que la imaginación occidental atribuye a lo autóctono en una caricatura complaciente de lo otro que refuerza la necesidad de identificación y reconocimiento del subalterno mediante la resistencia. La soberanía se juega en cada estrato y cada segmento en una política que se infiltra en la vida cotidiana a través de las grietas, fisuras. Esto es una política que va más allá de lo estatal y contempla los aspectos fundamentales de la reproducción de la vida, es decir una micropolítica. Pensar el poder difuso de esta manera -cómo entramado de relaciones que se desarrollan en distintos ámbitos y espacios que van desde lo público estatal a lo doméstico estableciendo esta distinción- implica utilizar una micropolítica, una política segmentada y estratificada, ó una política de los espacios y campos de la vida cotidiana que están sujetos al biopoder. La posthegemonía pensada como gubernamentalidad, cómo ejercicio del poder -en términos de moldeo, ordenamiento y control-, traspasa el Estado, su poder y efectos; internándose en los espacios de la vida cotidiana y capturándola en su lógica de generación de valor. Una micropolítica no se preocupa exclusivamente por el ejercicio de poder del Estado sino de todas tecnologías y dispositivos que intervienen en nuestra vida cotidiana dándole forma. Esta multiplicidad de espacios en los que se despliegan múltiples lógicas de poder que dan forma y gobiernan los distintos aspectos de nuestras vida cómo la sexualidad, la salud mental, el conocimiento, el lugar de lo doméstico (la familia), plantean el problema de la distribución y lógica discreta de este entramado para pensar una estrategia articulatoria “única” que opere de forma unívoca para brindar soberanía a un sujeto en alguno de estos ámbitos. Por el contrario sostenemos que cada uno de estos campos de poder requiere distintos despliegues articulatorios para brindar una soberanía localizada. Así cómo esta propuesta política para un orden posthegemónico descarta una forma articulatoria única y fundamental -cómo el establecimiento de un pueblo ó la emergencia de multitudes- y propone despliegues estratégicos que permita configurar múltiples espacios de soberanía permitiéndole al sujeto constituir, aunque sea localizada en estrato y segmento,

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una soberanía. Ésto es poder gobernar un espacio específico que puede ser del orden de la sexualidad, lo doméstico, el conocimiento, así también del orden de lo territorial, del deseo, cómo de cualquier otro ámbito. La posthegemonía sería concretamente el proceso por el cual el poder de gobernabilidad del Estado comienza a ser invadido y desplazado por otros poderes desterritorializados que ejercen control sobre la vida de una población en un terrirorio. Este proceso de pérdida de poder por parte del Estado es consecuencia de la emergencia de nuevos saberes, tecnologías y dispositivos tanto disciplinarios cómo de control que comienzan a gobernar con sus lógicas particulares los distintos ámbitos y espacios tanto de la vida pública cómo doméstica. Concretamente el establecimiento de soberanía en un orden posthegemónico implica disponer y utilizar los dispositivos y tecnologías disciplinarias y de control para generar y subvertir los órdenes de centro y periferia, dominador y dominado, subalternidad y poder. Ésto es hacer uso autónomo, localizado, del saber y sus dispositivos, intervenirlos, manipularlos para generar las condiciones para que la vida alcance una soberanía en un camino de resistencia alegre. Merece, para cerrar este punto, hacer alguna referencia al uso de la categoría “soberanía” que aquí proponemos, que muchas veces pareciera contradecir toda definición clásica del término. Esta noción micropolítica de soberanía que proponemos para un orden posthegemónico cobra sentido con el pliegue estratégico cómo operación identitaria de una acción política de resistencia alegre. El pliegue estratégico propone operar simultáneamente en distintos niveles para obtener una soberanía, sin recurrir necesariamente a grandes cambios revolucionarios, sino por medio de la astucia, utilizar las fuerzas inmanentes que nos oprimen en nuestro beneficio. Esto puede presentar algunos matices del pensamiento de Holloway, cómo en términos de fondo del “budismo” de Schopenauer y Nietzsche, hasta incluso de la lógica de ciertas artes marciales cómo el jiu-jitsu, que utiliza la fuerza y peso del enemigo para someterlo. El pliegue estratégico es ésta lógica múltiple que opera simultáneamente de diferentes formas en distintas esferas, no cómo una identidad uniforme, coherente y esencial, sino cómo despliegue rizomático que en su composición logre configurar una vida soberana cómo experiencia estética. II Pliegue Estratégico: Una política identitaria de resistencia alegre El pliegue estratégico es la operación que tiene por objeto brindar -en un orden posthegemónico- una soberanía localizada: segmentada y estratificada. Esta operación supone que las identidades no están sobredeterminadas (cómo sugiere Althusser) ni sobrecodificadas, sino que su posición es contingente (cómo propone Laclau) y su objeto es obtener una soberanía localizada en un estrato y segmento particular; esto es un espacio concreto de nuestras vidas cotidianas. El pliegue estratégico, en tanto acto de establecimiento de soberanía, es también una estrategia biopolítica de resistencia. Una resistencia no como fin sino medio para obtener una soberanía. Podríamos pensar el pliegue estratégico no solo cómo configuraciones de encadenamientos rizomáticas que en su serie le permite al sujeto vivir sus pliegues y soberanía cómo una experiencia estética, sino cómo una forma de resistencia alegre entendida en términos de Spinoza, y opuesta a la noción de agonismo que propone Ch. Mouffe. El aspecto

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alegre de esta operación se halla en las potencias que desencadenan el encuentro de los cuerpos a través del afecto. El pliegue estratégico se despliega simultáneamente en múltiples espacios, operando con distintas lógicas, generando múltiples agenciamientos vitales diferentes, que en su conjunto tienen la finalidad de ejercer una soberanía localizada, tanto en un cuerpo, cómo en un espacio en el el que éste se inserta y habita. Este despliegue no es continuo; sino irregular, discreto y accidentado. Es una serie de posiciones identitarias que configuran el devenir de la vida de un sujeto cómo una experiencia múltiple de gobierno. El pliegue estratégico utiliza instrumentalmente la identidad en cada situación, lugar y espacio, de forma particular, con el fin de obtener una soberanía entendida cómo forma de autogobierno ejercida por el cuerpo. Esta mirada a diferencia de otros enfoques clásicos (marxistas) de la identidad y acción política en la que el sujeto se encuentra sobredeterminado estructuralmente por condiciones de clase, raza, o nación (Balibar); permite tanto articulaciones colectivas identificables con éstas categorías (en tanto acción estratégica) así cómo una multiplicidad de multitudes que puedan contribuir en el establecimiento de algún tipo de soberanía. Consideramos, cómo en la teoría de Laclau, las identidades en un sentido contingente. Que no responden a relación de necesidad ni obligación sino como el resultado circunstancial de una operación articulatoria cuyo sujeto no es antecedente sino que se constituye en el acto mismo de afirmar su interpelación por medio de un discurso. La lógica articulatoria de las identidades en la teoría de Laclau & Mouffe es binaria, desplegándose en dos ejes, el sintagmático y el paradigmático, ó el de las diferencias y el de las equivalencias. Éste planteo presenta una importante contribución para el pensamiento y la acción política en un escenario de dispersión de los movimientos sociales en Europa en los años 80 -el feminismo, el ecologismo, etc.- que no conseguían articularse en un frente unificado democrático “radical” para retomar un camino abandonado por la izquierda: la toma del poder del Estado y el establecimiento de un orden hegemónico. Aunque esta lógica articulatoria permite presentar las particularidades bajo una forma uniforme y completa -en teoría- preserva las particularidades que la conforman. Sin embargo, el líder, el ideal, el principio, el discurso que articula esta relación cumple el papel de fijar en su figura las proyecciones de afecto de la masa fundiendo su identidad en este reflejo. La propuesta de Laclau posee un alto grado de realismo político al plantear la hegemonía -una operación contingente de establecimiento de un orden político basado en la construcción retórica de un sujeto que logra fijar su particularidad de manera universal- cómo trasfondo de una disputa política antagónica irresoluble. Las pretensiones “revolucionarias” de Laclau son mucho más discretas al proponer la utilización de la lógica hegemónica, pero al servicio de un sujeto plural, que incluya identidades y demandas en el ámbito de la política y el Estado que son ignoradas por el establishment gobernante. Hay un elemento cualitativo -no solo cuantitativo: en términos de quienes están incluidos- en su política por el establecimiento de un sujeto popular y el lugar y forma desde donde se realizan las demandas y cómo se distinguen entre populares y democráticas. Esto genera una dicotomización del espacio social cómo consecuencia de las aspiraciones reivindicatorias del sujeto popular que pone en evidencia el antagonismo en el que se funda lo social, creando un enfrentamiento político que separa lo democrático y lo popular

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en las posiciones desde donde se puede realizar demandas al Estado. Sin duda Laclau presenta una alternativa al liberalismo republicano cómo forma de la democracia, sin embargo insiste en las formas inmanentes del Estado para que su sujeto contingente, el pueblo, se vuelva trascendental a través de la figura del líder. Ésto para nuestra mirada localizada en los casos latinoamericanos, presenta una forma de soberanía popular que irrumpe en un orden -de origen- colonial desplazando del poder a las elites históricas y estableciendo al pueblo cómo sujeto político íntimamente ligado con la presencia colectiva y plural de los cuerpos, pero con un epicentro en el Estado. Las tres críticas principales a esta lógica hegemónica son 1) la pérdida de soberanía del Estado ante lógicas de poder desterritorializadas, 2) ésta lógica inclusiva está sujeta a la capacidad de las demandas o identidades de articularse con el sujeto popular (ser parte del pueblo), 3) la figura del líder en la que se proyecta la soberanía de este sujeto popular, en el proceso de consolidación hegemónico, funde las diferencias constitutivas que la componen, afectando el aspecto plural del orden político. Estas críticas apuntan a dos cosas. Por un lado señalar que la propuesta de la hegemonía y el populismo, -aunque se puede considerar, en un marco postcolonial, un progreso en términos de posibilidad de realizar demandas, en el establecimiento de una soberanía nacional y acceso popular al Estado- no logran contrarrestar ni contener el efecto de las lógicas de poder desterritorializadas que ya mencionamos. Es decir, esa forma de soberanía nacional, no deja de ser erosionada por las tecnologías de biopoder. La segunda tiene que ver con el aspecto localizado de la soberanía. Esto es la soberanía cómo forma concreta de ejercicio del gobierno sobre algo. Aunque Laclau afirma que su teoría reproduce la misma lógica del objeto a de Lacan -el goce parcial con un objeto real- aplicada al campo de la política, la condición del cruce que permite este encuentro requiere adoptar la posición de sujeto hegemónico, lo que está sujeto a la capacidad de poder articularse equivalencialmente con el mismo y la necesidad de excluir elementos para definir su frontera. En conclusión la política identitaria de la democracia radical o populismo de Laclau es rígida y no resuelve el problema de la emergencia de las tecnologías desterritorializadas que ejercen un gobierno que disputa la soberanía, así cómo el ejercicio (casi exclusivo) de forma colectiva, focalizada en el ámbito estatal, ignorando las relaciones de poder que se desarrollan fuera del mismo. La mirada biopolítica de este problema propone otros elementos y caminos hacia una política emancipatoria. “Imperio” de Negri y Hardt presenta alguna afinidad con la propuesta posthegemonica aquí presentada. Su propuesta política es la resistencia que pueden ejercer las multitudes al poder global de un imperio. Las multitudes responden a lógicas espontáneas basadas en los afectos y afinidades. En oposición a la lógica del Estado las multitudes representan a sociedad civil. Las multitudes responde a la lógica de la sociedad civil en el sentido de que son la sustancia viva sobre la que se monta el Estado. La multitud aparece cómo una manifestación espontánea y descentralizada de soberanía. Ésta es la fuerza inestable y delicada que crea un poder constituyente que puede cristalizar en una forma persistente y constituída cómo lo estatal. La multitud se contrapone al pueblo en su devenir errático y ausencia de centro y pretensión de cierre e inmanencia. Mientras el pueblo intenta presentarse cómo una superficie uniforme (constituida en relaciones eqiuvalenciales de series de diferencias) y cerrada; la multitud

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es plural, abierta y rizomática Incluso se hace refierencia a la multitud en plural (multitudes) cómo aquello que no logra constituirse en torno a Uno -cómo noción filosófica de unidad trascendente- a diferencia del pueblo. Las multitudes hacen referencia a las pluralidades que orbitan un lugar común sin fijarse de forma estable, acompañando el devenir de la vida de una comunidad cómo singularidad. La cuestión de la soberanía se entiende de forma muy distinta desde las perspectivas del pueblo y la multitud. La soberanía para el pueblo se funda en la voluntad general, el cuerpo social constituido cómo unidad en la estatalidad; mientras que la multitud se funda en el lugar común del intelecto general y la esfera pública no estatal. La multitud disputa la distinción público-privado y opera entre estos órdenes sin quedar atrapada en la estatalidad pero dotandola de una potencialidad política que no puede ser ignorada. La multitud puede ser pensada cómo sustancia del Estado en tanto poder que la constituye, al mismo tiempo que es algo que se le opone y resiste reflejar o corresponderle cómo su doble. La multitud cómo lógica múltiple de presentación singular de lo plural nos interesa aquí para pensar una acción política por fuera de la estatalidad. La multitud abona la noción de pliegue estratégico en la potencia capaz de desplegar en forma de una soberanía política que se manifiesta en la esfera pública por fuera y cómo opuesto al Estado. Noción útil para pensar esta propuesta micropolítica. La propuesta micropolítica que presentamos aquí opera en dos niveles: los estratos y los segmentos. El estrato es una noción de la geología. Son las capas de sedimentos -rígidos o flexibles- que se acumulan sobre una superficie creando una nueva, modificándola ó manteniéndola. Deleuze describe los estratos cómo la distribución singular de los órdenes sobre los que se apoya una formación histórica, estableciendo lo que se puede ver y decir en una “época”. Los estratos son las superficies que visibilizan los campos en tanto formaciones estables y distinguibles que operan en densidades profundas. Los estratos son formas de pliegues continuos y uniformes superpuestos que generan efectos de superficie. Espacios, extensiones, configurados por fuerzas históricas contingentes que establecieron los campos de poder cómo los aquí tratados. Los estratos hacen referencia a estas formas sedimentadas de subjetividad dominadas por un saber que establece de forma visible ciertas disposiciones y agenciamientos de los cuerpos [las poblaciones] en torno a un campo de poder. Los estratos poseen forma y sustancia, cómo el derecho penal y la delincuencia; la psiquiatría y la locura; la sexualidad y la heteronorma, por mencionar algunos de los que Foucault propone desenterrar en sus arqueologías y rastrear en sus genealogías las fuerzas que moldearon y le dieron origen. Uno podría pensar los estratos cómo espacios de poder gobernados por lógicas singulares que ponen en juego una soberanía en su capacidad para configurar ese campo, ya sea mediante su delimitación, cómo la distribución de sus elementos mediante un despliegue de fuerzas que establecerá sus relaciones de poder y resistencia. El segmento proviene de la geometría y hace referencia a distancias o cantidades. Opera al nivel de los estratos intentando establecer en ellos espacios, territorios, que demarcan las posiciones y distribuciones de los cuerpos en cada estrato. La combinación del estrato y segmento establecen una topología transversal que revela las distintas lógicas y autonomía entre los niveles, los estratos, que recubren al sujeto en cartografías prefijadas que configuran sus agenciamientos vitales en tanto superposición

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fuerzas que establecen tecnologías y lógicas de disciplina y control que operan sobre nuestros cuerpos. Cuando hablamos de micropolítica segmentada y estratificada nos referimos a esta alegoría cartográfica que territorializan los cuerpos. La insistencia localizada se funda en esta mirada cartográfica que busca ilustrar los agenciamientos que fijan en nuestro cuerpo la disciplina y el control, en la extensión de una superficie que descansa en una serie de capas que establecen un sustrato tan extenso cómo la marca de la escritura o el ejercicio de la fuerza. Esta propuesta de una política segmentada y estratificada guarda relación con la discusión anterior en torno al pueblo y la multitud. El pliegue estratégico, cómo una micropolítica segmentada y estratificada, considera el pueblo y la multitud cómo dos opuestos necesarios. La lógica del pliegue estratégico no privilegia a uno por el otro sino que considera el pueblo y la multItud esferas del orden de los estratos y segmentos. Esto significa que uno no excluye al otro sino que coexisten en una disposición estratificada. El pliegue estratégico concretamente es un despliegue identitario múltiple de extensiones en distintos estratos. La soberanía localizada hace referencia a la posibilidad de ejercer un gobierno en el espacio de cruce de las coordenadas de un segmento y un estrato. La propuesta del pliegue estratégico no opta por la lógica del pueblo o de la multitud sino que estas representan distintas coordenadas de los estratos en los que el sujeto despliega instrumentalmente su identidad en una configuración compleja e intrincada sustancialmente diferente a la concepción marxista estructural de la ideología y la conciencia de clase. Esta propuesta micropolítica plantea formas de obtener soberanías concretas en campos de la vida cotidiana más del espacio de la estatalidad. Le interesa localizar concretamente campos de soberanía en los que desplegar estratégicamente lógicas identitarias múltiples. El cuerpo aquí es más que el material vital sino la vida misma -no cómo algo generalizable ó dotado de una ontología mística- no cómo bios (de organismo) sino cómo zoé (animal). El cuerpo, cómo noción de vida, que propone el pliegue estratégico, tiene gran importancia aquí para establecer un punto de anclaje, tanto para una mirada y principio general de la noción de soberanía que nos interesa desarrollar, cómo para la función sujeto de ese mecanismo en clave operativa. El cuerpo es el soporte vital de una soberanía localizada. Es el medio y lugar de ejercicio de la soberanía. El cuerpo que presentamos aquí, como soporte vital del sujeto presenta distinciones y problemas para pensar lo humano y posthumano en los actuales regímenes biopolíticos y posthegemónicos. Las ideas principales de este planteo proponen un despliegue múltiple (del pliegue estratégico) cómo forma de preservar la vida, lo que en términos cualificados, aquí llamamos una soberanía. El cuerpo es el objeto del pliegue estratégico posibilitando nuevos anudamientos entre lo humano y lo animal. Esta referencia al cuerpo posibilitan reformular las nociones de sujeto propuestas y a eso es lo que apunta este trabajo cómo finalidad política. La identidad del pliegue estratégico no es la respuesta a una necesidad de expresar una “esencia”, sino la operación por la cual se obtiene esa soberanía localizada a través del cuerpo en un campo, un espacio, una serie de estratos y segmentos configurando una despliegue singular.

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La identidad en vez de aparecer cómo plena, coherente, articulada, se presenta cómo contradictoria, fragmentada, dispersa, intermitente, irregular y singular en su trazo. El pliegue estratégico ha sido calificado de “Alegoría de la traición” y sus argumentos son claros en tanto manifiesta preocupación por la impredecibilidad del sujeto, la dificultad de establecer las bases para una lucha colectiva, y el planteo de un escenario de puro individualismo cómo en las peores clases de libertarismo. Remito esta discusión al film “La vida de los otros” que sirve para describir muchos aspectos sobre el pliegue estratégico. Éste film nos permite ver los giros inesperados del sujeto (singular) y cómo un acto de soberanía localizado alimentado por un deseo y afectos que le permiten constituir un sujeto (plural) político a pesar de la identificación ideológica del protagonista. En este caso el capitán Gerd Wiesler ejerce una soberanía en un estrato y un segmento particular, el espionaje y la vigilancia de Georg Dreyman, el dramaturgo. Wiesler conciente de Dreyman y su plan para denunciar y derrocar el régimen represivo de la República Democrática Alemana, -que tanto ha hecho por él brindándole autoridad y poder- sin embargo, en contra de todo lo esperado, su misma “esencia”, Wiesler cambia de bando y en vez de evitar este acontecimiento, la encubre y colabora con él. Evidentemente Wiesler, por el deseo, cómo por el afecto (ya lo tratan Deleuze [Spinoza] y Beasley Murray) considera actuar en contra de sus creencias, su ideología, sus agenciamientos, cómo fuentes de autoridad y poder porque descubre en ese acto una forma de ejercer soberanía localizada. Esto por un lado es una traición y por el otro una fidelidad o compromiso. Este film nos puede ser de utilidad para pensar tanto el pliegue estratégico, cómo las nociones de amistad y lealtad de Cicrerón, cómo de lo político en su distinción de amigo y enemigo en Schmit, pero es tan solo un ejemplo de cómo podría operar el pliegue estratégico. Films de engaños o estafas que -utilizan la lógica de los 4 discursos de Lacan- también sirven para ilustrar el pliegue estratégico. Un programa de TV argentino de Damián Szifrón llamado “Los simuladores” ponían en juego esta lógica para resolver casos excepcionales de injusticia que excedían de todas maneras la intervención de cualquier agencia gubernamental. Para estos casos un grupo de personas simulaban una situación creando un engaño para restituir injusticia cometida. “Los simuladores” muestra precisión el funcionamiento del dispositivo del discurso el pliegue estratégico a través de la la lógica de la teoría de lo 4 discursos de Lacan. El esquema de los 4 discursos de Lacan presenta los lugares desde donde se puede participar en un situación de enuncición específica, la verdad, el poder, el saber y el deseo poniendo en evidencia 2 aspectos del pliegue estratégico. Primero, el aspecto socialmente estructurada en cualquier situación de habla que responde a un esquema estableciendo distintos lugares y papeles para los actores de esa situación. Segundo, esta situación social de habla, ya sea coordinada -cómo en un engaño- o de forma espontánea, implica una articulación colectiva. Por último, para esta cuestión, y teniendo el cuerpo cómo principal agente de este acto, contamos con sus potencias y limitaciones. Hay cuerpos más elásticos que otros para simular o asumir posiciones en situaciones de habla. Zizek en una afirmación que se acerca a algunas nociones del pliegue estratégico declara: “el sujeto es aquel que simula ser él mismo” ó que es “un secreto judío circunciso”, alguien de quien no se puede dar cuenta hasta que esté completamente desnudo.

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El pliegue estratégico genera suspenso respecto a la relación entre lo colectivo y lo individual. Esto es ¿cómo el pliegue estratégico pasa de ser una “alegoría a la traición” a una propuesta política de soberanía colectiva? Concretamente cual es la propuesta política de soberanía. En primer lugar es necesario pensar -cómo ya señalamos- que el pliegue estratégico implica múltiples articulaciones que desbordan la política y el Estado para filtrarse micropolíticamente en los espacios de la vida cotidiana donde se ejercen distintos poderes. La diferencia entre esta propuesta con la de Laclau es considerar la política uno de los estratos o esferas de lo político, y que en la actualidad [un orden posthegemónico] (por las condiciones tecnológicas) la soberanía se disputa tanto en estratos y segmentos localizados cómo en la campo de lo político. Además de estas lógicas sobre los estratos y espacios de soberanía, podemos señalar las lógicas articulatorias que propone la hegemonía y ciertas ideas sobre la biopolítica. La hegemonía es una lógica articulatoria que intenta dar cierre a un espacio social heterogéneo para fundar un sujeto político que dote de soberanía a su pueblo. El pueblo -cómo articulación específica- es el sujeto político de la hegemonía, populismo, o en sus orígenes, democracia radical. Una estrategia identitaria para hegemonizar el poder del Estado cómo impulsor de un proceso democrático de demandas populares crecientes y consigo del antagonismo y el conflicto social. El pliegue estratégico puede tener un efecto estético sobre la vida mostrando su singularidad. Esto es pensar la identidad cómo la obra de un sujeto. En ese sentido el pliegue estratégico se basará en la capacidad de posibilitar esa soberanía localizada, vivir la propia vida en el cuerpo cómo un acto estético IV Conclusion: El juez Griesa, el hacker y el simulador. El fallo del juez Griesa que permite -al 8% de tenedores de bonos de la deuda argentina que no aceptaron la oferta del gobierno argentino- renegociar el valor de los mismos desconociendo su soberanía y poniendo en peligro la estabilidad financiera de un país ilustra claramente el argumento de la posthegemonía aquí presentado. Mencionamos el caso de la crisis griega cómo otro ejemplo de cómo el Estado ha perdido soberanía. Por otro lado señalamos la multiplicidad de esferas y espacios al margen del Estado en los que se ejerce de manera concreta una soberanía. Esto propone una noción de soberanía que se manifiesta por medio del Estado al mismo tiempo que se ejerce en distintos ámbitos concretos de nuestra vida cotidiana. Esto implica una articulación identitaria múltiple que permita simultáneamente establecer un pueblo y multitudes. Esto es disputar la soberanía tanto en términos colectivos cómo particulares, en la esfera estatal y de la vida cotidiana con centro en el cuerpo. El cuerpo es un intento por localizar esta reflexión, en un sentido de la vida, tanto cómo un marco espacio-temporal, en posición respecto del centro y la periferia, así cómo en una coordenada de segmento y estrato. El pliegue estratégico es una operación múltiple que se despliega simultáneamente en distintas esferas, estratos, que implica la acción política tanto dentro cómo fuera del ámbito de la estatalidad con la finalidad de establecer una soberanía localizada. El pliegue estratégico es una propuesta de política identitaria que no considera sobredeterminaciones de clase, raza, nación y género. La identidad es considerada en términos plenamente instrumentales en su despliegue múltiple y singular para obtener una

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soberanía localizada. La soberanía localizada está pensada cómo poder constituyente, forma concreta y singular en la que se despliega la vida de una multitud, así cómo en su poder constituido, forma en la que persiste inmanentemente un pueblo. Esto implica una operación múltiple que le permite al sujeto desplegar en distintas esferas diferentes posiciones identitarias en una configuración rizomática que le permite exprear su singularidad. La finalidad de esta operación es brindarle al cuerpo un gobierno sobre una extensión determinada en un campo concreto. Este uso estratégico e instrumental de la identidad implica la intervención y manipulación de las tecnologías y dispositivos de disciplina y control a la manera del hacker. La discusión en torno al informante nativo (Spivak) y las lógicas de mestizaje e hibridación (Bhabha) intentaba llegar a esta conclusión. Ésto es la pérdida de un punto de partida originario cómo manera de expresar una identidad cómo una forma auténtica. Esto es reconocer el intrincado carácter relacional de la constitución de las identidades y establecimientos de centros y periferias y la reproducción de éstas lógicas a sus interiores. Concretamente nos referimos a la simulación cómo dispositivo de la situación de enunciación cómo forma de pliegue estratégico. Ésto es adoptar distintas posiciones de sujeto en situaciones diferentes de enunciación. Representar el sujeto de poder, saber, la verdad y el goce, de forma estratégica en cada situación. La lógica estratificada y segmentada hace referencia a los múltiples campos y situaciones en las que puede desplegar estratégicamente su identidad asumiendo distintas posiciones de sujeto en la enunciación y ejercicio de una potencia vital del cuerpo. El pliegue estratégico es una propuesta localizada de resistencia alegre al biopoder global con el fin de establecer una soberanía de los cuerpos que les garantice el ejercicio de su autogobierno. Es la lógica de un despliegue identitario múltiple en términos estratificados y segmentados. Una micropolítica que considera la gobernabilidad en múltiples esferas por fuera de la estatalidad. El pliegue estratégico propone una configuración múltiple que permite al sujeto ejercer la soberanía desde el poder constituyente encarnado en la multitud, así cómo a través del pueblo y su inmanencia en el Estado. Esto es poder constituir en una misma operación identitaria un sujeto colectivo de la voluntad general y del lugar común del conocimiento general. Una política que considera el momento inmediato del ejercicio de la soberanía de la multitud al mismo tiempo del momento mediado del ejercicio de soberanía del Estado. El pliegue estratégico es una lógica identitaria múltiple y compleja que propone formas de establecimiento de soberanías localizadas en un contexto posthegemónico.

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