El paisaje protohistórico en el Alto Valle del Sil (León)

June 28, 2017 | Autor: J. Quintana López | Categoría: Iron Age Iberian Peninsula (Archaeology), Edad Del Hierro, Castros Culture in Nortwestern Iberia
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Descripción

FORTIFICACIONES EN LA EDAD DEL HIERRO: CONTROL DE LOS RECURSOS Y EL TERRITORIO

Fortificaciones en la Edad del Hierro: Control de los recursos y el territorio. Coordinadores: Óscar Rodríguez Monterrubio, Raquel Portilla Casado, José Carlos Sastre Blanco y Patricia Fuentes Melgar. Organización: Asociación Científico-Cultural Zamora Protohistórica. © de los textos: los autores. © de las ilustraciones: los autores. © Glyphos Publicaciones. Edita: Arbotante Patrimonio e Innovación, S.L. Glyphos Publicaciones. www.glyphos.net 1ª edición, julio de 2015 ISBN: 978-84-944018-6-2 Depósito legal: VA-600-2015 Impreso en España / Printed in Spain Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción, reimpresión, ni utilización por cualquier forma o medio, bien sea electrónico, mecánico, químico o de otro tipo, tanto conocido como los que puedan inventarse, incluyendo el fotocopiado o grabación, ni se permite su almacenamiento en un sistema de información y recuperación, sin el permiso anticipado y por escrito del editor.

Óscar Rodríguez Monterrubio, Raquel Portilla Casado, José Carlos Sastre Blanco y Patricia Fuentes Melgar. (Coordinadores).

Fortificaciones en la Edad del Hierro Control de los recursos y el territorio

Índice Fortificaciones en la Edad del Hierro: Control de los recursos y el territorio. ISBN: 978-84-944018-6-2 Coordinadores: Óscar Rodríguez Monterrubio, Raquel Portilla Casado, José Carlos Sastre Blanco y Patricia Fuentes Melgar.

Introducciyn del Congreso Internacional de FortiÀcaciones de la Edad del Hierro: recursos y control del territorio ...................................... 11 Capítulo 1. Sistemas defensivos de la Edad del Hierro en el Norte de la Península Ibérica ............................................................... 13 Sonia San Jose, Antxoka Martinez Velasco, Juncal Calvo Eguren

Estudio preliminar del sistema defensivo del poblado protohistórico de Munoaundi (Azpeitia - Azkoitia, Gipuzkoa, Euskal Herria): entrada principal con sus estructuras defensivas ........................................................................................................................................ 15 Xurxo M. Ayán Vila

7erritorios en fuga: estudios críticos sobre las fortiÀcaciones de la Edad del Hierro del Noroeste .................................................................................................................................... 31 Julio Manuel Vidal Encinas

Abierto por inventario: novedades castreñas en las comarcas de La Cabrera y Valdería (León) ............................................................................................................................ 51 Fernando Muñoz Villarejo, Victor Bejega García, Eduardo González Gómez de Agüero, Emilio Campomanes Alvaredo

Avance de resultados de la primera intervención arqueológica en La Peña del Castro (La Ercina, León) ............................................................................................................................ 81 Rubén Rubio Díez, Javier Quintana López

El paisaje protohistórico en el alto Valle del Sil (León)............................................................. 91 Dr. Jesús F. Torres-Martínez (Kechu), Antxoka Martínez Velasco, David Vacas-Madrid

El Oppidum de Monte Bernorio, estructura defensiva y proyección territorial.................. 109

Capítulo 2. Sistemas defensivos de la Edad del Hierro en la zona central de la Península Ibérica ............................................................................. 129 F. Javier Abarquero Moras, F. Javier Pérez Rodríguez

La aplicación de métodos geofísicos en la detección de sistemas defensivos vacceos. El caso de Paredes de Nava .......................................................................................................... 131

Pablo Paniego Díaz, Carlota Lapuente Martín

El Castillejo de Chilla (Candeleda, Ávila): Estudio del Territorio .......................................... 152 David Sánchez Nicolás, Cristina Mª Mateos Leal

Redescubriendo el Picón de la Mora: un poblado y santuario vettón en la ribera del Huebra ........................................................................................................................... 158 José María Barco Belmonte

Piedras hincadas en el Alto Tajo .................................................................................................. 164 Mª del Rosario García Huerta, F. Javier Morales Hervás, David Rodríguez González

Sistemas defensivos y control del territorio en la Oretania septentrional ............................. 175 Alberto Moraleda Olivares, Sergio de la Llave Muñoz

El hibitat fortiÀcado del cerro de la Cabeza del Oso (El Real de San Vicente, Toledo). Un modelo de control territorial durante la Prehistoria Reciente........................................... 194

Capítulo 3. Sistemas defensivos de la Edad del Hierro en la zona Occidental de la Península Ibérica................................................................................ 207 Mónica Salgado

Da memória à paisagem, da paisagem à memória – o castro S. João das Arribas................ 209 António Pereira Dinis, Emanuel C. Gonçalves

O sistema defensivo do Castelo dos Mouros de Vilarinho dos Galegos (Mogadouro, Nordeste de Portugal), tipologia, faseamento e cronologia ............................ 225 Filipe J. C. Santos

Arquiteturas da II Idade do Ferro. A evolução do sistema defensivo do sítio fortiÀcado do Castelinho(Cilhades, Felgar, Portugal) .............................................................. 242 Sergio Pereira, José Carlos Sastre, Rita Gaspar, Israel Espí, José Antonio Pereira, Rosa Mateos, Javier Larrazabal

O Povoado da 4uinta de Crestelos (Meirinhos, Portugal): FortiÀcação e o controlo de um territorio .............................................................................................................................. 277 Susana Afonso Santos, José Castro

Território e Domínio, a proto-história como narrativa para fruição da Paisagem ............... 290 Paulo Lemos

As muralhas do Castro de Cidadelhe (Mesão Frio, Portugal)................................................. 299 Marcos Osório, Raquel Vilaça, Telmo Salgado

Muralhas proto-históricas no Alto Côa (Portugal): análise com ferramentas SIG e 3D ...... 307 Javier Larrazabal Galarza

Las murallas protohistóricas de la villa romana del Alto da Fonte do Milho (Peso da Régua, Portugal) ............................................................................................................. 324

Capítulo 4. Sistemas defensivos de la Edad del Hierro en la zona Oriental de la Península Ibérica ..................................................................................... 339 Francisco Romeo Marugán, José Ignacio Royo Guillén

Los Sistemas defensivos de las ciudades ibéricas del valle medio del Ebro del siglo III al I a. C. Exito y olvido de un modelo tardío ............................................................... 341 José Ignacio Royo Guillén, Francisco Romeo Marugán

Poblados fortiÀcados de la I Edad del Hierro en el valle medio del Ebro: origen, tipología e implicaciones............................................................................................................... 361 Diego Franganillo Rodríguez

Los sistemas defensivos de una ciudad celtibérica a Ànales de la II Edad del Hierro. El caso de Segeda II (Belmonte de Gracián, Zaragoza) ............................................................ 385 Natalia Salazar Ortiz, Nuria Rafel Fontanals

La fortaleza ibérica de Sigarra: génesis y diacronía entre la Primera Edad del Hierro y la Antigüedad Tardía (siglos VI a.C. – VI d.C.) ...................................................................... 399

Capítulo 5. Sistemas defensivos de la Edad del Hierro en el Sur de la Península Ibérica......................................................................................................... 409 Luis María Gutiérrez Soler, María Alejo Armijo, Antonio Jesús Ortiz Villarejo, Elena Gallego Bermúdez, José Antonio Alejo Sáez

La ciudad fortiÀcada de Giribaile: estudio e interpretación de la muralla de doble paramento con compartimentos .................................................................................................. 411 Belén Ortiz Núñez, Cintia Moreno García, Juan Antonio Rojas Cáceres, Daniel Moreno Rodríguez, Justo Fco Sol Plaza , Andrés Roldán Díaz, Andrés Mª Adroher Auroux, Carmen Luzón González

FortiÀcaciones y articulación del territorio en el valle medio del Genil ................................ 424 José Carlos Coria Noguera, Juan Alejandro González Martín, Judit Martín Avilés, Enrique Peregrín Pitto, Andrés María Adroher Auroux

La poliorcética ibérica en el Sureste peninsular: el área central de la bastetania.................. 432 Fernando Quesada Sanz, Mercedes Lanz Domínguez, Antonio Moreno Rosa, Eduardo Kavanagh de Prado, Diego Gaspar Guardado, Mónica Camacho Calderón, Luisa María Saldaña Puentes, Tamara Carvajal Rada

Excavaciones en el recinto fortiÀcado ibérico del ·Cerro de la Merced· (Cabra, Córdoba). Resultados preliminares ............................................................................... 441

Capítulo 6. Sistemas defensivos de la Edad del Hierro en la Provincia de Zamora ............................................................................................................. 449 Julio Manuel Vidal Encinas

Arrabalde y los ¶castros arriscados· de la Sierra de la Culebra: analogías o diferencias con los de las Sierras del Teleno y la Cabrera ........................................................ 451

Jesús Carlos Misiego Tejeda, Francisco Javier Sanz García, Miguel Ángel Martín Carbajo, Gregorio J. Marcos Contreras, Manuel Doval Martínez

El Castro de Las Labradas (Arrabalde, Zamora): un ejemplo excepcional de la defensa de un territorio ante la amenaza de Roma................................................................... 479 Desireé Aguado Minero, Estefanía Muñoz Galera

Las fortiÀcaciones de los castros del norte de las comarcas de Zamora en la Edad del Hierro ........................................................................................................................................ 499 Óscar Rodríguez Monterrubio, José Carlos Sastre Blanco

El Castro de Peñas de la Cerca (Rionegrito de Sanabria): Sistemas defensivos del Noroeste de Zamora y control de los recursos .......................................................................... 506 Damián Romero Perona, Alejandro Beltrán Ortega, F. Javier Sánchez-Palencia, Luis Hernández Hernández, Luis Francisco López González, Yolanda Álvarez González

Estrategias de poblamiento entre la Edad del Hierro y el inicio del dominio romano a través de dos casos del occidente zamorano ............................................................ 520 Raquel Portilla Casado

“Cuesta el Pico” (Castrillo de la Guareña, Zamora). Un asentamiento atípico de la Primera Edad del Hierro al Sur del Duero ....................................................................... 534 Fernando Romero Carnicero, Jesús Carlos Misiego Tejeda, Gregorio J. Marcos Contreras

La presencia de defensas en los poblados de la cultura del Soto: una evidencia cada vez menos excepcional ......................................................................................................... 547

Capítulo 7. Sistemas defensivos de la Edad del Hierro en Europa y el Norte de África................................................................................................................ 565 Laura Garau, Claudia Sanna

El recinto amurallado de Saurecci (Guspini, Cerdeña, Italia): conexión entre minas y mar .................................................................................................................................... 567 Aziz Tarik Sahed

Monumentos funerarios Protohistóricos presaharianos en la región de :adi M·Zi - Mont Ammour (Laghouat) ..................................................................................... 575

Conclusiones del Congreso Internacional de FortiÀcaciones de la Edad del Hierro: recursos y control del territorio ...................................... 589

EL PAISAJE PROTOHISTÓRICO EN EL ALTO VALLE DEL SIL (LEÓN) Rubén Rubio Díez1 Universidad de Salamanca [email protected] Javier Quintana López Alacet Arqueólogos [email protected] RESUMEN Diversos proyectos de investigación desarrollados en la cuenca alta del río Sil (noroeste de León) han ofrecido un importante conjunto de datos a partir de la realización de varias prospecciones y dos campañas de excavaciones arqueológicas. Se han catalogado así un total de veinte castros, en dos de los cuales se ha documentado la existencia de ocupaciones protohistóricas. El resto corresponde a asentamientos sin indicios cronológicos claros, cuyos patrones de emplazamiento y algunos materiales descontextualizados permiten plantear diversas hipótesis sobre la intensidad en el hábitat y en la explotación del espacio durante el periodo prerromano. PALABRAS CLAVE Cuenca del Sil, Paisaje, Edad del Hierro, Castro, Murallas. ABSTRACT Various research projects carried out in the upper river Sil basin (northwestern León region) have offered an important set of data from several campaigns of surface surveys and two archaeological excavations. As a result of these works, twenty hillforts have been classified, two of which have large protohistoric occupations. The remainder sites relate to settlements with no clear chronological indications, whose patterns of placement and some decontextualized materials allow us to propose hypotheses about the intensity of space use during the pre-Roman period. KEYWORDS River Sil basin, Landscape, Iron Age, Hillfort, Walls.

Deseamos expresar nuestro agradecimiento a las siguientes personas por la ayuda prestada: Juan Carlos Álvarez García, Pablo García Cañón, Inés Centeno Cea y Margarita Fernández Mier.

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FORTIFICACIONES EN LA EDAD DEL HIERRO: CONTROL DE LOS RECURSOS Y EL TERRITORIO

1. MARCO GEOGRÁFICO Y FUENTES DE INFORMACIÓN La zona de estudio, el Alto Valle del Sil, se sitúa en el cuadrante nor-occidental de la provincia de León y comprende las comarcas de Laciana, Ribas del Sil, Babia y Omaña, estas dos últimas únicamente en su sector occidental, lo que corresponde desde un punto de vista administrativo a los municipios de Villablino, Palacios del Sil, Cabrillanes y Murias de Paredes respectivamente. Dicho territorio comprende una superficie total de unos 517 km2 y limita al norte con el Principado de Asturias -concejos de Degaña, Cangas del Narcea y Somiedo-, al este con las citadas comarcas de Babia y Omaña y al sur y oeste con El Bierzo –municipios de Igueña y Páramo del Sil-. Se trata de un ámbito de transición entre la Cordillera Cantábrica y el Macizo Galaico-Leonés, con un relieve de montaña que oscila entre los 2194 m.s.m. de Peña Orniz, en el

extremo noreste, y los 760 m de altitud en la confluencia del río Sil con el río Valdeprado, en el extremo suroeste, de forma que resulta una altitud media de unos 1000-1200 m. Se trata de una depresión surcada por el río Sil y rodeada de un potente anillo montañoso, con una serie de cursos fluviales secundarios que discurren de norte a sur o bien de este a oeste, presentando en general mayor caudal y longitud los tributarios por la margen derecha. Desde un punto de vista geomorfológico ha tenido una gran importancia el modelado glaciar del terreno y los fenómenos de captura fluvial de la cuenca del Sil sobre la del Duero –a través de los ríos Luna y Omaña-, con materiales predominantemente pizarrosos y cuarcíticos –además de calizos en el extremo nor-oriental-. Los aprovechamientos tradicionales en esta zona han sido los ganaderos, con extensos pastizales aprovechados en las áreas más altas para el establecimiento de brañas, con la excepción del protagonismo de la minería de carbón a partir de comienzos

1. Situación del área del estudio (extraída de http://www.ign.es/iberpix2/visor). 92

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del s. XX y actualmente en declive. Desde un punto de vista histórico la zona se enclava en el sector central de la región astur, a caballo entre la Trasmontana y la Cismontana, correspondiendo a un ámbito ubicado entre los espacios comúnmente atribuidos a los Pésicos y los Susarros Dicho territorio, especialmente la comarca de Laciana, ha sido objeto en la última década de intensos trabajos arqueológicos que han permitido la catalogación de un buen número de yacimientos inéditos hasta el momento y la documentación de la secuencia estratigráfica en amplios sectores de dos asentamientos castreños ubicados en el municipio de Villablino: La Muela y La Zamora. En primer lugar, un equipo de la Universidad de León dirigido por Margarita Fernández Mier llevó a cabo desde 2003 una prospección arqueológica extensiva en el municipio de Villablino y áreas limítrofes, trabajos que depararon una ampliación considerable del volumen de yacimientos catalogados y expusieron ya una de las principales características de la realidad arqueológica de la zona: la escasa diversidad tipológica de los sitios inventariados, con un protagonismo casi absoluto de los asentamientos castreños y las explotaciones auríferas romanas, además de los restos materiales asociados a la colonización medieval del territorio. Hasta el momento las publicaciones derivadas de este proyecto son escasas aunque muy significativas (Fernández Mier, 2006; Aparicio, 2011 y 2013). En el año 2009 se realizó una nueva prospección en el marco del Proyecto de excavación arqueológica y puesta en valor de los poblados castreños del Valle de Laciana (León), promovido por el ayuntamiento de Villablino, financiado mediante fondos europeos MINER a través de la Junta de Castilla y León y ejecutado por Alacet Arqueólogos. Estas labores de revisión del inventario arqueológico a su vez precedieron a la elección de tres asentamientos de cara a su excavación y musealización, que en esta primera campaña únicamente se sondearon mediante pequeñas catas para comprobar su potencialidad arqueológica (Rubio y Marcos,

2010). No fue hasta 2013 cuando se ejecutó el grueso de los trabajos mediante la excavación en área de la zona fortificada noroccidental del castro de La Zamora y la muralla meridional y un sector al interior del poblado de La Muela, unos trabajos que son presentados aquí por vez primera en lo referente a los horizontes prerromanos documentados. Por último, en el marco de la realización de la tesis doctoral de uno de nosotros, bajo el título Poblamiento antiguo y minería aurífera en la cuenca alta del río Sil, se ha llevado a cabo recientemente una nueva campaña de prospección cuya atención se ha dirigido principalmente al municipio de Palacios del Sil y los sectores occidentales de Cabrillanes y Murias de Paredes. Los resultados son similares a los ya mencionados para Villablino, con el hallazgo aquí de quince nuevos enclaves arqueológicos para completar un conjunto total con dataciones marco entre la I Edad del Hierro y época tardorromana, ya que están completamente ausentes las cronologías anteriores al poblamiento castreño, mientras que los sitios atribuibles a época altomedieval y en adelante son minoritarios. Así, predominan de nuevo de forma clara los castros y las huellas de minería aurífera romana –tanto desmontes de mayor o menor entidad como las infraestructuras hidráulicas asociadas-. A modo de recapitulación, se conocen en el sector del Alto Sil, aproximadamente en sus primeros 40 km de recorrido, un total de 17 asentamientos castreños a los que habría que sumar otros tres cuya catalogación se ha realizado con ciertas reservas por diferentes motivos –fundamentalmente cuestiones de visibilidad– (figura 2). Antes de pasar al análisis de la información recopilada, que comenzaremos por los resultados de la prospección y continuaremos por los datos proporcionados por las excavaciones, es preciso reflexionar brevemente acerca de los problemas metodológicos derivados de las prospecciones en áreas de montaña (Sancho, 2009: 276). Así, por un lado, la presencia en las zonas altas de una densa cobertera vegetal en forma de extensas masas 93

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boscosas en las laderas umbrías, principalmente robledales y abedulares, y monte bajo en las vertientes solanas –no es vano está previsto que estas comarcas forman parte de la Reserva de la Biosfera Gran Cantábrica-, junto con la existencia de áreas de relieve muy abrupto, prácticamente intransitables, provocan que amplias zonas sean opacas desde un punto de vista arqueológico; por otro lado, los terrenos más accesibles, las zonas llanas y vegas de los ríos, son también los lugares más urbanizados –actuales pueblos, vías de comunicación, naves industriales y construcciones auxiliares-, mientras que las tierras no afectadas por el urbanismo están ocupadas de forma mayoritaria por prados, limitándose hoy día las tierras de labor a pequeñas huer-

tas desperdigadas en las inmediaciones de los cascos urbanos y en las márgenes de los cursos fluviales. En definitiva, el cuadro resultante de la inspección de superficie responde principalmente a la detección de huellas de transformación antrópica del relieve original del terreno –fosos, líneas de fortificación, desmontes mineros-, con una ausencia total de hallazgos materiales muebles que permitan un correcto encuadre cronológico de los distintos yacimientos. No conviene perder de vista este fenómeno a la hora de considerar la realidad arqueológica del territorio, ya que quizás en el inventario se encuentran sobre-representados porcentualmente los sitios con cronologías protohistóricas y romanas respecto a otros horizontes.

2. Castros catalogados en el Alto Sil: con triángulos, asentamientos con ocupaciones protohistóricas probadas; con cuadrados, yacimientos catalogados sin una certeza total. 94

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2. EL POBLAMIENTO CASTREÑO EN EL ALTO SIL Los datos arqueológicos disponibles a partir de los diferentes trabajos de prospección realizados muestran un conocimiento aún muy endeble de las huellas en el paisaje de las comunidades pre-castreñas, con unos grupos humanos aún no sedentarios que construyeron varios túmulos megalíticos en la zona de la Veiga del Palo, en Caboalles de Arriba –Villablino-, sobre una vía de comunicación natural entre ambas vertientes de la cordillera. Fuera de nuestro ámbito de estudio, aunque en sus proximidades, se localiza el asentamiento del Pico Sulcastro en Quintanilla de Babia –Cabrillanes-, con un posible origen en el Bronce Medio, y en la localidad de Rodicol, en Murias de Paredes, se encontró de forma casual un ídolo esculpido en roca basáltica atribuido al Bronce Antiguo. A lo largo de la Edad del Hierro no se constata otro tipo de ocupación que el poblado castreño, dada la ausencia por el momento de evidencias de hábitats en llano y de otras huellas en el paisaje de época protohistórica –espacios productivos, espacios delimitados o espacios simbólicos-. Es por ello que un primer acercamiento a las formas de vida en la cuenca alta del río Sil durante la Protohistoria ha de basarse en el análisis de los emplazamientos y morfología de estos lugares de hábitat, tratando de dilucidar posibles diferencias que indiquen a su vez filiaciones crono-culturales diversas. Los estudios de referencia para las cuestiones de patrones de emplazamiento a lo largo de la Edad del Hierro en el noroeste peninsular, que han analizado tanto la ubicación de los castros como los territorios de explotación asociados a los mismos (Criado, 1992; Parcero, 2000; González Ruibal, 2006-2007), suelen subrayar el predominio en la I Edad del Hierro de los hábitats de pequeñas dimensiones en lugares destacados con buena visibilidad a distancia y sin grandes defensas artificiales –modelo de explotación convexo-. Durante la II Edad del Hierro se observan algunas transforma-

ciones en este esquema ya que los poblados se ubicarían en entornos más aptos para el aprovechamiento agrícola y con peores condiciones defensivas, circunstancia que es paliada mediante la construcción de complejos sistemas defensivos artificiales –modelo de explotación cóncavo-. En época romana, por fin, el cambio de escala política marca el paso de un modelo de poblados independientes y de carácter autárquico a una estructura socio-económica integrada en ámbitos supra-regionales, con asentamientos diferenciados jerárquica y funcionalmente, de manera que los patrones de localización son ahora muy diversos, en función de condicionantes económicos o territoriales específicos –minería, control viario, explotación agrícola, actividades metalúrgicas- (Orejas y Sastre, 2000). En el marco del proyecto de investigación ya mencionado de Fernández Mier, Patricia Aparicio (2011 y 2013) efectuó un análisis territorial del hábitat antiguo en la comarca de Laciana –zona caracterizada por un paisaje considerado “fósil”- mediante la aplicación de SIG sobre las variables de localización de los yacimientos castreños catalogados, un total de 14. Cruzando la información sobre extensión, cuenca visual, altitud, accesibilidad, potencialidad agrológica y movilidad, se establecen varios patrones: el de la I Edad del Hierro se caracterizaría por el control del espacio inmediato al asentamiento y estaría integrado por el Castro de La Laguna de Villaseca, El Castiello de Orallo y el Castro de Rioscuro; en la II Edad del Hierro parece primar la cercanía a los recursos explotables, modelo al que parecen responder La Zamora, La Muela y El Otero; y en época altoimperial la diversidad de situaciones presenta un punto común como es la relación con las explotaciones auríferas, con una mayor densidad de asentamientos entre los que se sitúan los castros de Villager, Orallo, Villarino, Robles, El Barradiecho y La Corona de Trasdepanes. Por último, el Cueto Farrapas y La Coronina se consideran fortificaciones de transición a la Edad Media (Aparicio, 2013: 122). La problemática que ha de afrontar este tipo de acerca95

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mientos es, por un lado, la falta de elementos de datación de los yacimientos, y por otro, su sustento en premisas que, si bien parecen operativas para la región gallega, podrían ser sin embargo matizables en otros ámbitos como las comarcas montañosas asturianas (González Álvarez, 2011: 220) o el noroeste leonés, especialmente durante el periodo protohistórico. Junto a esto, nos encontramos en un territorio en el que la existencia de labores mineras altoimperiales reviste tal densidad que incluso yacimientos anteriores a la presencia romana se sitúan en las inmediaciones de las mismas, lo que puede distorsionar su interpretación. En nuestro estudio omitimos los asentamientos cuya catalogación es más dudosa, así como La Coronina, que, según la correspondiente ficha de inventario arqueológico, parece corresponder a una torre medieval en función de las cerámicas detectadas en su plataforma superior. Por otro lado, debemos incorporar los enclaves inéditos de Los Barreos y El Padruño, así como La Corona del Castro y Cabeza del Castro en Palacios del Sil, el Castro del Corón en Matalavilla, el Castro de Salientes, Castro Mariel en Llamas de Laciana y El Castiello de Los Bayos. Dada la ausencia total de hallazgos muebles en la prospección, los únicos indicios cronológicos son los proporcionados por materiales recuperados en el transcurso de intervenciones clandestinas efectuadas en algunos de los yacimientos. Así, Mañanes (1988: 80) refiere la aparición en Cabeza del Castro de terra sigillata hispanica, tégulas y un vaso de paredes finas entre otras piezas recuperadas en el transcurso de excavaciones realizadas por eruditos locales a finales de la década de los 60; la cercanía del poblado a canales romanos y la posible correspondencia de su foso con una explotación aurífera son factores que permiten asegurar en conjunto la existencia de una ocupación romana, si bien no se puede descartar evidentemente un origen anterior. Por otro lado, en Salientes vecinos del pueblo nos permitieron revisar un pequeño lote cerámico supuestamente procedente del Castro con piezas a 96

mano, incluyendo un posible pie de vaso trípode, y cerámicas pintadas celtibéricas que apuntan cronologías prerromanas en un poblado emplazado en la salida natural hacia el sur desde la cercana y destacada zona minera de la Sierra del Couto (Domergue, 1990; Perea y Sánchez-Palencia, 1995). Para el resto de asentamientos las ocupaciones son completamente inciertas, si bien las condiciones de emplazamiento y los espacios productivos asociados permiten aventurar algunas hipótesis. El castro de Los Barreos está físicamente delimitado por el trazado de dos amplios canales tallados en la roca que abastecían minas sobre yacimientos auríferos secundarios, situadas apenas 150 m al sur del asentamiento. El Padruño y Castro Mariel, junto con el Cueto Farrapas, presentan una superficie habitable tan reducida que parecen remitir más que a poblados a algún tipo de estructura tipo torre relacionada con el control territorial, lo que remitiría a procesos aparentemente alejados de lógicas protohistóricas. Los asentamientos restantes –La Corona del Castro, el Castro del Corón de Matalavilla y El Castiello de Los Bayos- se emplazan sobre cerros no muy destacados, cercanos a las vegas y sin disponer de dominio visual a gran distancia, lo que los acercaría a patrones de explotación agro-ganadera característicos de la II Edad del Hierro aunque también vigentes en momentos posteriores. De la dispersión de los asentamientos se puede constatar una clara disposición siguiendo un eje NE-SO, a lo largo del curso del Sil y sus principales tributarios, de forma que el principal cauce aparece jalonado por este tipo de asentamientos en prácticamente todo su recorrido a excepción de los primeros kilómetros. Ello a su vez refuerza la idea de la estrecha relación de los castros con la red fluvial primaria, y quizás también con los territorios productivos –pastos, huertas- y las vías de comunicación asociadas, unos corredores naturales que comunican ambas vertientes de la cordillera. Todos ellos se sitúan en lugares bien orientados en relación con la incidencia solar, preferentemente en las laderas solanas,

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aunque hay dos casos de poblados emplazados en la umbría, ambos muy próximos, La Muela y Castro Mariel. En la figura 3 se refleja el conjunto de asentamientos castreños catalogados en las comarcas de estudio, con la extensión de la plataforma superior y el área total incluyendo el terreno transformado morfológicamente por las estructuras defensivas, junto con la proporción entre ambas variables –es decir, el porcentaje que supone la superficie habitable respecto a la extensión total–. Destacan varios aspectos: en primer lugar, como ya señalábamos, la existencia de una serie de castros de muy reducida superficie habitable, inferior a las 0,1 ha, que parecen corresponder a lugares de control territorial. Son Castro Mariel, el Cueto Farrapas y el enclave inédito de El Padruño. La mayor parte de los poblados rondan 1 ha de superficie interna, a excepción del Castiello de Los Bayos, con apenas 0,24 ha, y La Zamora, que supera las 2 ha y como veremos tiene origen en la I Edad del Hierro. Por otro lado, la relación entre la superficie habitable y la extensión total indica el grado de modificación del entorno en cada poblado, destacando algunos asentamientos con superficies internas muy reducidas respecto a la alteración del terreno que provocaron –porcentajes inferiores al 15%-, quizás en el marco de la existencia de explotaciones auríferas en sus inmediaciones, como parece ser el caso del Cueto Farrapas y Cabeza del Castro, mientras que en otros establecimientos como Castro Mariel, El Padruño y La Corona del Castro de Palacios este hecho responde a la excavación de profundos fosos posiblemente con la ayuda de tecnología hidráulica o bien a la construcción de amplias plataformas o terrazas en las laderas. En el polo opuesto, La Zamora, La Muela, La Laguna y Los Barreos presentan proporciones superiores al 40%, lo que expresa un mayor ajuste de las defensas al área habitable. Como ya hemos mencionado, el grupo de enclaves de menor superficie podría vincularse con ocupaciones de época romana o post-romana; también es significativo que la fundación

de los dos castros con mayor superficie habitable, La Zamora y La Muela, responda a momentos prerromanos. En cualquier caso, estamos lejos de comprender la naturaleza y las causas de estas variaciones, ya que en el momento actual de la investigación no podemos más que avanzar algunas hipótesis de trabajo que han de ser consideradas con todas las cautelas. 3. EL CASTRO DE LA ZAMORA Este yacimiento se asienta en un elevado cerro en la estribación más meridional del cordal de los Carabinos Blancos, en la vertiente solana del valle del Sil, dominando la afluencia del río de Sosas en el Sil, a una altitud absoluta de 1178 m y con una elevación sobre la vega de unos 190 m. Desde el punto de vista de su organización espacial se pueden diferenciar dos zonas, una plataforma superior en la que se concentra la mayor parte de las estructuras visibles, en concreto de sus defensas con terraplenes y fosos, y otra inferior hacia el sureste a modo de antecastro delimitado por empinadas laderas y quizás con otra muralla. El conjunto abarca algo más de 6 ha, lo que le convierte en el castro más extenso de la comarca, y es también el que dispone de una posición topográfica más destacada. El yacimiento fue objeto de una intervención arqueológica por parte del profesor Francisco Jordá en 1976, de la cual no se publicaron los resultados, y de otra en 2009 en el marco del citado proyecto de musealización (Rubio y Marcos, 2010). La excavación realizada en 2013 se centró en la parte culminante, dividida entre cinco sondeos en el espacio interior y una excavación en área –425 m2- en el cierre noroccidental. Por su relevancia y las limitaciones de extensión del artículo nos vamos a centrar en la excavación de esa zona de la muralla (figura 4). La fase más antigua está definida, tal como se intuía en uno de los sondeos previos (Rubio y Marcos, 2010), por un lienzo de mampostería bajo otro más reciente. El muro más antiguo sigue un trazado algo extraño 97

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3. Extensión total de los asentamientos castreños y superficie habitable, con la proporción entre ambos factores. En orden de mayor a menor según su área interna (la numeración corresponde al plano de la figura 2).

ya que no respeta la topografía del cerro, como sí lo harán los posteriores, hecho que ha ayudado a su conservación. El sector exhumado pertenece a la esquina entre el cierre noroccidental, con algo más de 6 m conservados y su prolongación hacia el este, de la cual se documentaron 5 m. Este muro tuvo una anchura de poco más de dos metros y se construyó sobre el terreno natural con bolos de cuarcita y algunas pizarras, en una técnica de mampostería diferente al de las defensas posteriores. Una capa de tierra que constituye la base de la segunda muralla, a la que luego nos referiremos, fosiliza un nivel de incendio 98

cuyos materiales rellenan un conjunto de 23 estructuras negativas que corresponden, por tanto, a esta ocupación inicial del castro. Estas evidencias se reparte casi a partes iguales entre hoyos de poste, de entre 20 y 40 cm de diámetro y casi todos con pequeñas lajas a modo de calces en sus paredes, y otros de mayores dimensiones, entre 60 y 80 cm de boca, que deben corresponder a silos subterráneos. A partir de algunos de los hoyos de poste se puede intuir la existencia de estructuras de hábitat circulares, que debieron contar con alzados vegetales revestidos con manteados de barro.

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4. Castro de La Zamora: plano del yacimiento y estructuras documentadas.

Esa función de silos subterráneos de las estructuras de mayores dimensiones se ve confirmada por la aparición de un gran número de semillas carbonizas, cuyo estudio ha permitido identificar varias especies de cereal –trigo desnudo, escaña almidonera y panizoy una leguminosa –haba-. Entre los trigos predominan claramente los primeros en los granos y las escaña entre los desechos, lo que está en relación con el tipo de procesado exigido. Por su parte, el panizo es un cereal bien adaptado a la humedad de la Cordillera Cantábrica y que permite replantar los campos en primavera, compensando un posible fracaso de los trigos de invierno y ampliando las posibilidades de rotación (Peña-Chocarro et alii, 2014). La fecha de radiocarbono obtenida de una de esas semillas2 sitúa el incendio que re-

2 Beta-360917 (ZAMORA 1), fecha convencional 2500 ± 30 BP. Calibrada se obtiene el siguiente margen para el 95,4% de probabilidad: 788-537 calBC. Y para el 68,2% los siguientes: 767-744

llena los silos y hoyos de poste hacia finales del s. VII a.C. Como parece que este poblado se desarrolló durante cierto tiempo, pues varias de esas subestructuras se interfieren entre sí, delatando dos y hasta tres momentos de habilitación del espacio, hay que pensar en un origen del poblado hacia la primera mitad del siglo VII o incluso de finales del VIII, es decir, en los primeros compases de la Primera Edad del Hierro. Tiempo después de ese incendio y caída la primera muralla el espacio fue reorganizado para una nueva defensa. Este segundo muro se levantó en la parte sur sobre algunos de los derrumbes de la muralla anterior y en el resto sobre una capa de tierra de unos 10-20 cm de espesor que parece una acumulación erosiva. Esta muralla es aquella cuya cara interna se localizó en el sondeo de 2009 (Rubio

(11%), 687-665 (10,8%), 644-552 (46,4%) (Programa OxCal, tabla de calibración Reimer et alii, 2013)

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y Marcos, 2010) y está formada por una mampostería bien dispuesta de lajas de pizarra careadas y sin trabazón. La muralla sigue un trazado coherente con la topografía, es decir, una curva que recorre el cambio de pendiente del cerro. Conserva un alzado de algo más de un metro con hasta trece hiladas y una longitud de unos 21 m hasta desaparecer hacia la mitad del flanco que debió proteger. Por el interior del castro documentamos un nivel de uso relacionado con esta obra, pues sobre el mismo cayeron algunos mampuestos de su derrumbe. Además, hacia la parte central de su recorrido se aprecia el arranque de la escalera que conduciría a la parte superior de la defensa. El exterior de esta segunda muralla es desconocido, pues quedó reemplazado por el muro y terraplén de la tercera muralla. Esta segunda cerca sufrió un grave derrumbe bien cuando estaba en uso o bien en algún lapso en el que este espacio estuvo deshabitado, pues la reparación, es decir, la tercera muralla, no parece que tuviera lugar inmediatamente. El colapso de la segunda muralla es desigual según los tramos, así mientras que en el extremo sur el alzado interno fue aprovechado por la obra más reciente, en la zona central se aprecia un desplome que se va acrecentando hacia el norte hasta llegar a ser completo como ya hemos dicho. El derrumbe de esta muralla II está datado por el radiocarbono, no sin problemas al ser una muestra de vida larga y por la planitud de la curva de calibración, en una fecha próxima a fines del siglo V a.C.3 por lo que, teniendo en cuenta también la fecha de la destrucción del poblado previo, la construcción de esta defensa, que marca una nueva vida del castro de La Zamora, pudo situarse hacia finales del s. VI o inicios del V a.C.

Beta-360918 (ZAMORA 2), fecha convencional 2430± 30 B.P. Calibrada al 95,4% de probabilidad se obtienen los siguientes resultados: 750-683 (19,6%), 668-639 (6,6%) y 590405 (69,2%). Y para el 68,2% estos: 727-719 (3,0%), 704-695 (3,7%) y 541-414 (61,5%)(Programa OxCal, tabla de calibración Reimer et alii, 2013).

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La diferencia entre la segunda y tercera muralla por el interior es evidente porque la última no monta directamente sobre la previa, sino que, una vez que arranca de ese extremo conservado al sur, se va retranqueando hasta unos 50 cm. Además, hacia el norte, donde la anterior está más destruida, no aprovecha las pocas piedras que restan como apoyo, sino que se dispone sobre una capa de tierra. La estructura conserva una altura de cerca de 1,50 m allí donde se superpone a la anterior, y de un metro en la zona norte, con un ancho 2,20 m. A pesar de esas diferencias, pensamos que esta muralla III se trata en realidad de una compleja obra de reconstrucción, pues aunque no se inicie inmediatamente tras el derrumbe de la anterior, esta es parcialmente aprovechada y la obra nueva sigue su misma técnica de mampostería, seguramente porque se reaprovechan los escombros, y básicamente la alineación preexistente. Por el exterior, donde levanta 1,20-1,50 m, esta tercera muralla no presenta una cara acabada al apoyarse en un potente terraplén cuya base descansa en una tosca terraza de bolos cuarcíticos, de 8 x 2 m en planta y unos 30-40 cm de alzado, colocada sin duda con la misión de evitar un deslizamiento del muro a favor de la ladera. A modo de hipótesis, pues su comprobación resulta imposible, planteamos que la segunda muralla no tuvo terraplén sino muro visto externo y que al estar asentado en el mismo cambio de rasante andando el tiempo cayó por la ladera, cuestión que quisieron subsanar los nuevos constructores apoyando la última muralla en ese aparatoso terraplén y este último en la terraza en la zona más problemática. Para esta tercera construcción no tenemos dataciones absolutas, pero si asumimos que se trata de una reconstrucción la data del derrumbe de la muralla anterior de finales del siglo V le vale perfectamente. Esta fecha de finales de la Primera Edad del Hierro es además coherente con el hecho de que sea un muro continuo, sin aplicar todavía la técnica de módulos que se impone a en la zona astur no antes del siglo IV (Villa Valdés, 2007; Montes et alii, 2010).

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El material arqueológico recuperado en la excavación, tremendamente escaso para la superficie intervenida, concretamente 35 piezas entre restos cerámicos, líticos y metálicos, refrenda la ocupación de la Primera Edad del Hierro ya probada por el radiocarbono. La presencia exclusiva en el conjunto vascular de vasos a mano, de cocciones reductoras o mixtas y con el único rasgo distintivo de la frecuencia de los tratamientos espatulados o bruñidos, pero que nunca forman motivos ornamentales, así como el dominio casi exclusivo entre los perfiles del tipo olla, parecen unas características propias de las fases antiguas de los castros asturianos (Maya y Cuesta, 2001: 164; Villa Valdés, 2008: 758). Esa llamativa ausencia de decoraciones de La Zamora puede remarcar esa distinta tradición a un lado y otro de la cordillera, la cismontana más vinculada a los castros de León, donde la ausencia de decoraciones también parece norma (Sánchez-Palencia y Fernández Posse, 1985: 105 y 1986-1987: 376-377); no obstante esta impresión también puede ser un efecto del reducido lote que manejamos. Si como hemos defendido la muralla se reconstruye en el cambio entre el siglo V y IV a.C. y es una obra cuya propia envergadura indica un gran dinamismo del grupo y su voluntad de permanencia, parece lógico que castro se mantuviera en uso al menos en los primeros siglos del Hierro II. En este sentido hay que recordar la recuperación del cuchillo afalcatado en la campaña de 2009 (Rubio y Marcos, 2010) en el otro extremo del castro, cuya cronología cuadra con este periodo. Debemos recordar, sin embargo, que en esos siglos en los castros asturianos se está produciendo una cerámica todavía manual, pero que se inclina hacia perfiles globulares y acampanados, a veces con bases elevadas, y donde ya la decoración estampillada, de acanaladuras, retículas bruñidas, incisiones y otros es muy frecuente, y que ese ambiente está totalmente ausente en nuestro castro, que seguiría anclado en esa tradición local de cerámicas lisas. Como comentaremos a continuación, la cerámica regional del noroeste

decorada sí se rastrea en el castro de La Muela, aunque allí con la dificultad de atribuir algunas piezas a los últimos tiempos astures o a los primeros bajo el dominio imperial. De todo esto cabe interpretar que la incorporación de Laciana al círculo cerámico de los castros del noroeste solo se produce al final del periodo astur, y que antes, a lo largo del siglo IV y probablemente del III, el ambiente que domina es una suerte de prolongación de las tradiciones alfareras y constructivas del Hierro I. En esta etapa, convencionalmente dentro de la Segunda Edad del Hierro pero que en su cultura material parece un epígono del Hierro I, La Zamora pudo adoptar un papel central en el valle dada la complejidad de sus líneas de defensa, su extensión y ubicación preeminente. Estos últimos aspectos tal vez están indicando que una renovación en la forma de apropiación del paisaje y de jerarquía del poblamiento estaba ya en curso, aunque no tuviera una inmediata plasmación en la cultura material. 4. LA OCUPACIÓN DE ÉPOCA ASTUR EN EL CASTRO DE LA MUELA El castro de La Muela se asienta sobre un espigón que avanza en sentido norte desde las elevaciones del Cotonidio, con la plataforma superior situada a una altitud de 1050 m y elevada unos 60 m sobre el cauce del río Sil, que delimita el cerro de La Muela o la Devesa por su vertiente septentrional. El poblado ronda las 2,60 ha de extensión, siendo su zona más accesible el sector meridional del asentamiento, que es lógicamente donde se concentran las defensas más importantes, con dos fosos y la imponente muralla. La Muela ha conocido abundantes campañas de excavaciones arqueológicas realizadas desde la primera mitad del siglo XX por eruditos como el padre César Morán y más tarde F. A. Díez González, y ya en la década de los 70 por un equipo de la Universidad de Salamanca dirigido por Francisco Jordá, intervenciones de cuyos resultados apenas nada se conoce, tan solo breves referencias en obras generales, que al 101

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tiempo que probaban su ocupación en época romana insinuaban una posible fase indígena. Los sondeos practicados en 2009 en el marco del proyecto de puesta en valor de los castros lacianiegos permitieron documentar parte de una estructura de habitación de época romana altoimperial y una pequeña porción de la muralla sur, también datada en época romana, aunque con alguna traza en este sector de una posible ocupación previa (Rubio y Marcos, 2010). En el año 2013 realizamos una intervención de gran calado en el yacimiento. En concreto se excavaron en área abierta dos sectores: uno, de 520 m2, en la zona de la defensa sur, y el otro, de 250 m2, en el interior del castro. Como ya advertimos en el año 2009 (Rubio y Marcos, 2010: 186), la intensidad de la ocupación romana, que debió elegir este castro como un centro de especial importancia en su estrategia de ocupación del territorio y puesta en explotación de la minería del oro, prácticamente había borrado las evidencias de la ocupación astur, salvo unas contadas excepciones en la sector de la muralla que son las que van a centrar nuestra atención en este apartado (figura 5). Por lo que se refiere a la propia defensa, de los más de 44 m de muralla recuperados, una tramo de prácticamente 14 m en la zona occidental corresponde a un muro de módulos con tres cuerpos que presentan un mismo aparejo, formado por dos paramentos de mampostería concertada de pizarra en seco, con lajas de mediano y gran tamaño y algunos bolos de cuarcita, y un relleno interno de piedras y tierra apelmazada. La estructura es más ancha en la base que en su culminación y la longitud de los módulos es regular, de 5,70 y 5,50 m para los dos exhumados completamente, mientras que la anchura va creciendo siguiendo el sentido ascendente del terreno de oeste a este: 2,25, 2,40 y 2,80 m. La altura conservada ronda 1,50 m. Esta muralla compartimentada no es el único elemento apreciable de la defensa astur, pues forma parte de un sistema poliorcético completado con los fosos y la berma previa. En efecto, aprovechando probablemente la depresión de una escorrentía natural, el primer trabajo fue la habilitación del espacio mediante 102

la nivelación de la superficie de edificación y el perfilado del foso, creando la evidente berma de la muralla, de unos 2,70-3 m de ancho, que se mantendrá incluso con la reforma romana. El foso, con un perfil actual en “U” algo tendida, que llega a ser casi de “V” en algún corto tramo, está hoy algo desfigurado por los residuos acumulados, pero mantiene una profundidad de entre 3 y 3,5 m desde el borde de la berma y una anchura de unos 13 m. Esta excavación, que pudo servir también de cantera, quizás se completó con otro foso, menos perceptible y de menor recorrido, situado al sur y convergente con el principal. Como ya hemos mencionado, ninguna de las murallas de módulos de la zona astur es anterior al siglo IV a.C. y continúan en uso hasta la romanización e incluso después en algún caso concreto, como Llagú o Monte Castrelo de Pelóu (Balado y Marcos, 2005; Villa Valdés, 2007; Montes et alii, 2010). En el caso de La Muela ninguno de los módulos rompe los niveles indígenas del interior del casto, lo que permite descartar su autoría romana. Por supuesto que otro argumento, en ese caso indirecto, es el evidente contraste entre esta construcción y la ampliación romana de la muralla hacia el este, en forma de un último e imponente lienzo de 30 m de longitud y unos 7 m de amplitud. Al interior de la muralla la excavación permitió documentar dos niveles del hábitat indígena. El inferior sin estructuras, apenas definido por estratos de regularización y alguna pequeña zanja, y el superior con los restos de dos cabañas circulares. De una de ellas conservamos una decena de losas y mampuestos de notable tamaño, enripiados con cantos, que constituirían el zócalo de un edificio circular perdido que tuvo un diámetro exterior de unos 4,40 m y una superficie interna en torno a los 10 m2. Alguno de los bloques constructivos aparece cubierto por una delgada capa de arcilla amarillenta que hemos interpretado como el material aglutinante. Unos 5 m al suroeste detectamos una zanja cuyo trazado sigue un cuarto de círculo tangente a la muralla de módulos, mientras que en su continuación

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5. Castro de La Muela: plano del yacimiento y estructuras documentadas.

hacia el oeste, prácticamente paralela a la línea fortificada, se va perdiendo progresivamente hasta desaparecer. Tiene paredes verticales y fondo cóncavo, siendo su longitud de unos 6,40 m, su anchura máxima de 40 cm y su profundidad entre 5 y 10 cm. Interpretamos esta zanja como una roza en la roca para introducir una estructura de postes que servirían de sustento a un paramento vegetal revestido de barro, pues hemos localizado evidencias del mismo en el nivel de destrucción posterior. Si prolongamos la zanja tenemos en este caso un diámetro exterior de unos 7 m y un área interna de unos 32 m2. Estas huellas de cabañas circulares se asocian con niveles, algunos de derrumbe pero otros posiblemente suelos, tanto exteriores como interiores. De forma más dispersa también documentamos otro tipo de estructuras de esta ocupación: dos posibles placas de hogar de lajas de pizarra, un hoyo de poste con calces, y un posible silo subterráneo, únicos vestigios que quedaron a salvo de la profunda remodelación introducida por

los romanos. Un proceso que se inició con la destrucción, hacia los años 30-40 de nuestra era, según prueba el radiocarbono4 y los restos muebles romanos más antiguos, de lo que quedaba del poblado astur, casi con seguridad desalojado algunas décadas atrás con la conquista del territorio a raíz de las guerras astur-cántabras. Los materiales muebles recuperados en esos estratos de hábitat son particularmente escasos. Además de alguna evidencia de forja, entre las cerámicas tal solo cabe destacar un borde volado, bruñido, que puede responder a un tazón monoansado o a una olla lisa de borde vuelto, ambas presentes en los repertorios altoimperiales de los siglos I y II

Beta-360916 (MUELA 1), fecha convencional 2000± 30 B.P. Calibrada al 95,4% de probabilidad se obtienen las siguientes fechas: 50 BC-70 AD. Y para el 68,2% estas: 40 BC-26 AD (64,8%), 43-47 AD (3,4%) (Programa OxCal, tabla de calibración Reimer et alii, 2013).

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en Lugo y en los castros asturianos, como en Chao Samartín (Hevia, 2009: 50-512; Alcorta, 2001: 122-124, 197-198, 250-252), pero con claros precedentes prerromanos en esa misma zona (Hevia, 2009: 358-359, 366-367), con los que sin duda hay que relacionar nuestra pieza por su contexto. Del nivel de destrucción del poblado astur procede un fragmento de asa de cinta que parte del borde y que pudiera corresponder a una olla de cocina, sin que podamos precisar una factura a mano o a torno. Esa línea de continuidad señalada en Asturias entre la última alcallería indígena y la de los primeros momentos de la conquista, que muy pronto tiene a Lucus Augusti como principal centro productor, impide distinguir si en el resto de los estratos romanos hay alguna pieza más de cronología prerromana. Teniendo en cuenta que en la zona de la muralla la fase indígena tiene escasa potencia estratigráfica, cabe preguntarse si la ocupación de La Muela no fue un proceso tardío dentro de la evolución de la Edad del Hierro del valle. Tanto la técnica poliorcética, con su muralla compartimentada, como el repertorio cerámico, se alejan claramente de lo que está en vigor en la primera parte de la Edad del Hierro, como hemos visto en el caso de La Zamora, y se emparentan claramente con los castros del occidente de Asturias –Chao Samartín, Coaña, San Chuís-. También sabemos que los modelos de molinos circulares, muy frecuentes en La Muela, se introducen en los castros del NO en un momento muy avanzado de la Edad del Hierro y que son más característicos de época romana, y lo mismo podemos decir acerca de la llegada del torno alfarero o de la consolidación de los modelos tipológicos y decorativos de la cerámica de los castros del noroeste que continuará en época romana (Villa Valdés, 2008; Hevia y Montes, 2009). Así las cosas, barajamos la posibilidad de que fuera en la etapa final prerromana, en los siglos II o I a.C., cuando se ocupa el castro de La Muela, marcando la sustitución del modelo implantado desde el tránsito Bronce Final-Hierro I en La Zamora. Un argumento que podría avalar esa tardía ocupación del 104

castro es el hecho de que en la zona interna del poblado no hemos localizado niveles indígenas, lo que tal vez puede explicarse en el sentido de que las construcciones astures se acomodaron inicialmente a la muralla y que el desarrollo demográfico no llegó a ocupar con densidad todo el recinto. 5. EL PAISAJE PROTOHISTÓRICO EN EL ALTO SIL: PRIMERA APROXIMACIÓN Y PERSPECTIVAS Como recapitulación de los datos que hemos expuesto referentes tanto a las prospecciones como a las excavaciones en área efectuadas en el ámbito de estudio, el panorama de espacios ocupados a lo largo de la Edad del Hierro en el Alto Sil estaría compuesto en primer lugar por los asentamientos de La Zamora y La Muela, con ocupaciones protohistóricas plenamente atestiguadas; los materiales apuntados del Castro de Salientes permiten considerar también un horizonte de la II Edad del Hierro, mientras que el resto de yacimientos catalogados corresponden a lugares de hábitat sin indicios crono-culturales precisos cuya atribución prerromana responde a cuestiones de morfología y emplazamiento no exentas de un alto componente especulativo: La Laguna, La Corona del Castro, el Castro del Corón y El Castiello de Los Bayos, junto quizás con El Otero, el Castro de Orallo y la Corona de Trasdepanes. Observamos así un paisaje densamente habitado entre el s. VIII a.C. y el cambio de era, si bien cabe suponer que muchos de estos enclaves no fueron ocupados al mismo tiempo, sino que responden a procesos complejos de fundación, abandono y reocupación como se ha constatado en La Zamora. Por otro lado, esta visión deberá además ser matizada cuando se disponga de dataciones precisas, ya que la presumible intensidad de la presencia romana en la zona, en paralelo a la puesta en explotación sistemática de las minas de oro, seguramente implicó la creación de nuevos asentamientos en altura.

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En referencia a los patrones de implantación territorial generalmente atribuidos a los castros de la I Edad del Hierro, vemos cómo en La Zamora los parámetros se cumplen sólo parcialmente, ya que si bien se sitúa sobre un cerro destacado con buena visibilidad a distancia, no puede afirmarse que esté aislado del entorno ni ocupa una reducida extensión, y sus defensas artificiales parece que revistieron una gran entidad y complejidad desde un principio. El yacimiento de La Muela sí se adapta mejor a los esquemas establecidos para la II Edad del Hierro, dada su mayor cercanía al cauce del Sil y sus notables estructuras defensivas –dos líneas de fosos y dos posibles recintos amurallados-, aunque sus laderas de fuertes pendientes constituyen en sí mismas una buena defensa natural excepto por el sur. Una de las incógnitas de las intervenciones era determinar si los castros de La Zamora y La Muela, que distan entre sí apenas 700 m en sentido norte-sur, sobre vertientes opuestas del Sil, presentaban ocupaciones coetáneas. Como hemos señalado, las intervenciones apuntan en sentido contrario, con una vigencia original del asentamiento de La Zamora, quizás abandonado hacia el siglo III a.C. y una posterior fundación del poblado de La Muela, para la que se podría proponer como fecha marco el siglo II a.C. Según hemos mencionado, dada su preeminencia en el paisaje, es probable que La Zamora adquiriera una posición dominante en el entorno hacia principios de la II Edad del Hierro, tal y como manifiesta el vigor en las sucesivas reconstrucciones de las fortificaciones, a pesar de lo cual fue desalojado con anterioridad a la conquista romana. Resulta tentador proponer una relación directa entre su abandono y el surgimiento de un nuevo hábitat en La Muela a través de un trasvase de población, aunque los datos arqueológicos parecen proponer más bien una solución de continuidad de aproximadamente un siglo entre ambos fenómenos. Quizás el solar de La Muela, más cercano a la vega, de dimensiones más reducidas y más fácilmente defendible, cobrara un mayor atractivo de cara a las estrategias de explotación económica o incluso con un carácter defensivo a tenor de los

acontecimientos bélicos que por esta época estaban teniendo lugar en el sector oriental del valle del Duero. En cuanto a las formas de explotación del espacio, únicamente tenemos datos acerca de las especies vegetales detectadas en la primera fase del castro de La Zamora correspondiente a inicios de la I Edad del Hierro, con tres especies distintas de cereal y una leguminosa, posiblemente cultivadas en las tierras aterrazadas que hoy día se observan en forma de prados en la propia plataforma superior y en la parte alta de la ladera sur-occidental del cerro. El paisaje protohistórico que hemos esbozado para el Alto Sil debe ser contextualizado en su entorno inmediato, donde se conocen diversas manifestaciones materiales prerromanas dispersas a modo de punta de iceberg que anuncia una realidad necesariamente más abigarrada: los castros de Chano en Peranzanes –León- (Celis, 2002) o Larón en Degaña –Asturias- (Maya y de Blas, 1983), junto con otros yacimientos que se han investigado recientemente como la Peña del Castro de La Ercina, en la montaña oriental leonesa (Muñoz Villarejo et alii, en este mismo volumen), evidencian el vigor en la ocupación una zona tradicionalmente considerada “de transición” entre áreas culturales mejor definidas por ser más conocidas desde un punto de vista arqueológico –los castros del NO y las culturas meseteñas-. La recopilación de nuevos datos y su exégesis conjunta permitirán delinear los rasgos característicos de una región que seguro ha de presentar una personalidad propia y resulta fundamental de cara a conocer los procesos sociales y los cambios en la complejidad de las comunidades astures, entre la definitiva sedentarización de los grupos humanos y la llegada de los romanos a unos valles situados en la parte culminante del occidente de la Cordillera Cantábrica, sobre el territorio que posteriormente constituirá la bisagra entre la Asturia Trasmontana y la Cismontana. Las futuras líneas de investigación, en el marco de la arqueología del paisaje, pasan a nuestro modo de ver por la realización de sondeos arqueológicos superando el fetichismo del castro para reconocer otros ámbitos que aportan 105

FORTIFICACIONES EN LA EDAD DEL HIERRO: CONTROL DE LOS RECURSOS Y EL TERRITORIO

6. Panorámica de la zona meridional del Valle de Laciana desde La Zamora en la que se aprecian varios asentamientos castreños: La Muela, Castro Mariel, Corona de Trasdepanes y Cueto Farrapas. En el mismo entorno, aunque sin visión directa, se encuentran los castros de El Padruño y El Otero.

una importante información sobre los modos de ocupación y explotación del espacio: asentamientos en llano, terrazas de cultivo, formas físicas de delimitación, depósitos de agua romanos en enclaves mineros,…, tal y como se ha realizado en ámbitos próximos como el entorno de Las Médulas –León- (Sánchez-Palencia, 2000) y el territorio de la aldea de Vigaña –Belmonte de Miranda, Asturias- (Fernández Mier y González Álvarez, 2013). Las excavaciones deberán ser completadas desde una perspectiva interdisciplinar con la realización de los pertinentes análisis de laboratorio –dataciones absolutas, estudios paleobotánicos, análisis de pastas cerámicas,…- que aporten datos precisos sobre las cronologías, la complejidad social y la intensidad y modalidades de explotación del territorio en cada época.

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FORTIFICACIONES EN LA EDAD DEL HIERRO: CONTROL DE LOS RECURSOS Y EL TERRITORIO

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