El misterio de la pareja humana: del Génesis a la literatura (2005)

June 16, 2017 | Autor: L. Cervantes-Ortiz | Categoría: Matrimonio
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Descripción

EL MISTERIO DE LA PAREJA HUMANA: DEL GÉNESIS A LA LITERATURA Leopoldo Cervantes-Ortiz Boda de Guillermina Flores Pérez y Fernando Díaz Navas Iglesia Presbiteriana El Divino Salvador, San Lorenzo Tezonco 3 de diciembre, 2005 Dondequiera que ella estuviese, allí estaba el Paraíso. MARK TWAIN, “En la tumba de Eva”

1. El eje bíblico sobre la pareja humana Al gran erudito español Luis Alonso Schökel le debemos, entre tantas cosas, uno de los acercamientos más sensibles e intensos al tema del amor conyugal en la Biblia. En su maravilloso libro sobre el Cantar de los Cantares, Schökel esboza lo que podríamos denominar el eje bíblico sobre el misterio de la pareja humana. Como resulta obvio, dicho eje comienza en el Génesis y culmina en el Apocalipsis. Entre ellos se encuentran, paradójicamente, el Cantar de los Cantares y, quién lo diría, ¡el apóstol Pablo! En el Génesis encontramos a la pareja fundadora que se desdobla ante nosotros en el Amado y la Amada de Cantares, y reaparece en la figura simbólica de Cristo y la Iglesia como su esposa en San Pablo, para cerrar toda la Biblia con ella misma, solícita, llamando al Esposo ausente. La Biblia comienza y termina, pues, con una pareja enamorada, fiel practicante de lo que decía Quevedo sobre el amor: “eso que se cura/ solamente con la presencia y la figura”. Pero escuchemos a Schökel trazando esas líneas de contacto: “Dios creó el amor humano, particularmente el amor conyugal, a su imagen y semejanza, pues “Dios es amor”. Dios emplea las facetas del amor humano, especialmente el conyugal, para hacer de algún modo inteligible el misterio de su amor a los hombres y el misterio de la unidad trinitaria. Donde haya amor humano, se revela la relación amorosa de Dios con los hombres. También y a su manera, donde ese amor se expresa poéticamente”.1 Es justamente eso lo que ocurre con esta cadena temática que se desarrolla en las Escrituras como una línea atenta a una de las manifestaciones más nobles de la existencia humana: el surgimiento del amor y la pasión entre dos seres que, proviniendo de orígenes distintos, se unen en el tiempo y el espacio para inventar una sola vida. El Cantar de los Cantares, ese poema erótico que trae hasta nosotros el ambiente sensual del medio Oriente y asalta con su lenguaje e imaginería los oídos supuestamente castos que a veces se cierran a la experimentación del encuentro ardiente de dos enamorados. La pareja del Génesis reaparece con un furor exaltado que reproduce en todos los niveles lo que el primer libro apenas esboza. En Cantares todo es exaltación corporal dominada por el deseo de transmitir la forma en que arraigan los sentimientos de atracción por la otra persona. Ambos, hombre y mujer, salen de sí para unirse en el lenguaje poético, acaso la mejor manera de expresar lo que se impone de manera avasallante en los sentidos. Por ello ambos cantan a coro: “Márcame, sí, como sello en el brazo,/ como sello en el pecho:/ que el Amor y la Muerte son tan fuertes,/ que el Abismo y los celos son tan recios./ Viva llama divina:/ sus centellas, centellas son de fuego” (8.6). Pablo, por su parte, no puede dejar de seguir esta tradición al desarrollar la alegoría conyugal para referirse a la relación que hay entre Cristo y la Iglesia. Explica Schökel: Era costumbre de aquellos tiempos que alguien condujese a la novia de la casa paterna a la casa del novio: lo llamaban el ninfagogo. En Gn 2, Dios mismo cumple el oficio, conduciendo a Eva a la presencia de Adán. En el texto de Pablo [Ef 5], el Mesías se la presenta a sí. Como pide la ocasión, la quiere bella y resplandeciente, bañada y transformada. El Mesías se la ha ganado con su sacrificio: “se entregó por ella”. Después le suministrará alimento, calor, la caricia cariñosa del amor. El amor conyugal humano, en su versión primigenia, se hace símbolo del misterio del amor de Cristo a su Iglesia.2

...Y viceversa, porque Pablo maneja los dos sentidos de la alegoría y la aplica, dialécticamente, a la pareja humana. Pablo, el misógino, ¡se preocupa por los cuidaos y atenciones que debe otorgar el hombre a la mujer! No leamos en sus palabras la imposición de un orden patriarcal únicamente, que arranca 1 2

L.A. Schökel, El Cantar de los Cantares o la dignidad del amor. Estella, Verbo Divino, 1989, p. 83. Ibid, pp. 81-82.

desde el matrimonio. ¡La poesía del texto nos lo prohíbe! El último eslabón es la voz de la Iglesia en el Apocalipsis: ansiosa, nostálgica, desesperada: “¡Ven!”: “La Iglesia esposa, movida del amor que el Espíritu infunde, pide al esposo que venga [...] El Esposo o Cordero, que atestigua y garantiza todas las palabras del libro, responde que está por llegar”.3 Así se cierra el círculo... 2. La perspectiva poética del Génesis: el asombro permanente En los remotísimos tiempos del Génesis, Dios, el ninfagogo o casamentero que presenta a la mujer para que el hombre la reciba como su compañía perfecta, cumple su papel con atingencia. Ahora el hombre terroso, Adam, abre los ojos y la ve por primera vez. Este elemento basta para percibir y proponer el asombro como la razón de ser del encuentro de otredades, es decir, de diferentes. La veta poética del Génesis sugiere cómo desde la radical novedad y extrañeza que implica ver del otro lado de la mirada a alguien tan semejante y tan distinta, sólo se atina a proferir un nombre, para tratar de poseer su realidad. Las primeras palabras audibles y legibles del ser humano surgen para empezar a penetrar en el misterio de la prójima, la próxima desconocida cuyo origen lo explica el mito genésico, aun yendo en contra de la naturaleza: ella sale de él. Y es verdad, pues la intención del texto no es genética en sentido estricto sino poética, poiética: otorgar privilegio a la poesía para intuir de dónde vino ese otro ser tan misterioso. Por ello el segundo relato de la creación es más minucioso al imaginar el origen de la mujer, por la intención de procesar el asombro; por la búsqueda de una respuesta a la inquietud profunda, antropológica; por la ansiedad propiciada por el inminente encuentro corporal; en fin, porque la mente humana se acerca a un misterio trascendental y se desdobla poéticamente no para explicarlo sino apenas para plantearlo. El narrador de Génesis 2 renuncia a los esquemas y apuesta por la imaginación. Y la intuición es clara y efectiva: se propone el asombro del encuentro en la pareja humana para que ésta permanezca. Miles de años de cultura y desgaste no podrán acabar con dicha intuición porque denota una capacidad y una sensibilidad potencialmente inagotables. Eso fue y puede seguir siendo el matrimonio: un encuentro mutuo de asombros en los que la participación apasionada de los cónyuges en la búsqueda del conocimiento del compañero/a prolongue e intensifique la complicidad del acercamiento existencial. 3. Adán y Eva en la literatura: algunos ejemplos Los poetas, compañeros irrefutables del narrador del Génesis, son quienes han seguido esa intuición con singular optimismo. No son maestros de moral ni mucho menos, pero han recogido la estafeta del texto sagrado para explotar sus consecuencias y obtener nuevas visiones imaginativas de lo sucedido en el Edén. Así, John Milton, el inmortal autor puritano de El paraíso perdido, describe la salida del Paraíso, en el último canto con un toque impensable de optimismo, colocando en las tiernas palabras de Eva la expresión de un amor profundo, luego de la crisis provocada por la caída: Ir contigo es igual que estar aquí; Quedarme aquí sin ti sería como Partir sin querer; para mí tú eres Todo cuanto existe bajo el Cielo, Tú eres todos los lugares...4

El monumento literario miltoniano concluye mostrando a ambos, tomados de la mano, en el momento de salir del Paraíso, con una mirada distinta hacia el mundo que ahora pasarán a habitar: Ellos volvieron Su mirada hacia el Este del Paraíso, Y contemplaron la que había sido Hasta entonces su morada feliz [...] El Mundo se extendía frente a ellos 3 4

Ibid, p. 84. J. Milton, El paraíso perdido. Ed. y trad. de Esteban Pujols. Madrid, Cátedra, 1986, p. 507. 2

Para escoger su mansión de reposo, Mientras la Providencia era su guía. Cogidos de la mano y con paso Incierto y tardo, a través del Edén, Emprenden su solitario camino.5

Qué mejor símbolo para la vida matrimonial que hoy comienza ante nosotros: el abandono de las seguridades familiares, la concha de protección que cobijó a cada uno por separado. El mundo se extiende frente a ellos como promesa y posibilidad. El espíritu del Génesis permanece intacto. Mark Twain, el autor de Las aventuras de Tom Sawyer, le dedica un librito al tema: Diario de Adán y Eva, donde en un auténtico “viaje hacia la semilla” hace hablar a las primeras criaturas un lenguaje primigenio y espontáneo, plagado de ingenuidad y de chispazos de luminosidad. Twain profundiza de verdad en la inocencia y en los sentimientos de cada uno, con todo y sus inevitables pizcas de ironía, como cuando escribe que es Eva quien se obsesiona por nombrar todas las cosas porque Adán no maneja con brillantez el lenguaje y además, confunde los animales. En los “extractos del diario de Adán” vemos cómo éste va de sorpresa en sorpresa pues le cuesta mucho acostumbrarse a las actitudes y acciones de Eva. Luego de 10 años de convivencia, su conclusión es llamativa: “Después de todos estos años veo que al principio estaba equivocado acerca de Eva, es mejor vivir fuera del Jardín con ella que dentro y sin ella. Primero pensé que hablaba demasiado, pero ahora me sentiría triste si esa voz se silenciara y se alejara de mi vida. ¡Bendita sea la castaña que nos acercó el uno al otro y que me enseñó a conocer la bondad de su corazón y la dulzura de su espíritu”.6 El diario de Eva da la otra versión de las cosas, siempre tan necesaria, para el descubrimiento del mundo. Ella se muestra sumamente cooperativa para hacerlo habitable. Otro extracto del diario de Adán intenta describirla: “Ella es todo interés, ansia, vivacidad; el mundo es para ella un encantamiento, una maravilla, un misterio, una alegría; no puede hablar de placer cuando encuentra una nueva flor, se ve obligada a acariciarla y mirarla y olerla y hablarle, y verter cariñosos nombres sobre ella”.7 Y descubre que es bella. Después de la caída, Eva reflexiona: El Jardín está perdido pero lo he encontrado a él, y soy feliz. Me ama con toda su alma, yo lo amo con toda la fuerza de mi apasionada naturaleza [...] Si me pregunto a mí misma por qué lo amo, me doy cuenta de que no lo sé, y realmente no me importa demasiado averiguarlo; así que supongo que esta clase de amor no es un producto de razonamientos y estadística”.8 Pasa luego a hablar, quién lo diría, como una esposa experimentada que conoce al dedillo las virtudes y defectos de su esposo. Es toda una lección de análisis amoroso: No es a raíz de su inteligencia que lo amo [...] Él no tiene la culpa de que sea así, tal como es, pues él no se la hizo; él es tal como Dios lo hizo, y eso basta. Había un sabio propósito en ello, de esto estoy segura. [...] No es a raíz de sus agradables y considerados modales que lo amo, ni por su delicadeza. No, tiene bastantes fallas en este aspecto, pero está bien así, además está mejorando. No es a raíz de su destreza que lo amo [...] Aunque creo que la tene dentro y, no sé por qué razón, me la esconde [...] No es a raíz de su cultura que lo amo [...] Él es un autodidacto y realmente conoce una cantidad de cosas, aunque no son realmente como él piensa. No es a raíz de su caballerosidad que lo amo [...] Reaccionó en mi contra, pero no lo culpo; es una peculiaridad de su sexo, creo [...] Entonces, ¿por qué es que lo amo? Yo creo que es meramente porque es del sexo masculino. [...] Sí, creo que lo amo meramente porque él es mío y es masculino. Por ninguna otra razón.9

Cuarenta más años más tarde sus palabras son casi un juramento hecho ex profeso para momentos como éste: “Es mi ruego, y es mi anhelo, que pasemos esta vida juntos —mi anhelo, que jamás habrá de desaparecer Ibid, p. 508. M. Twain, Diario de Adán y Eva. Trad. de Inés Grünwaldt. Buenos Aires, Editorial y Librería Goncourt, 1975, p. 28. 7 Ibid, p. 53. 8 Ibid, pp. 61-62. 9 Ibid, pp. 62-64. 5 6

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de este mundo, sino que tendrá cabida en el corazón de ada ser vivo que ame, hasta el fin de los tiempos; y será llamado por mi nombre. [...] Esta oración también es inmortal, y no cesará de ser ofrecida mientras mi especie continúe. Yo soy la primera esposa y en la última se me habrá de repetir”.10 El chiapaneco Jaime Sabines recorre la ruta de Twain con una serie de diálogos que publicó en plena juventud, a los 26 años. Allí, el lenguaje poético no cede ni un ápice a la intensidad que traduce la experiencia conyugal. Quince poemas en prosa que concentran la contemplación minuciosa del amor. El cuarto es sublime y paradigmático, pues se traslada hasta la atmósfera edénica y adánica: —Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las hembras son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas, enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. ¿Es que tu sangre y la mía se encienden a diferentes horas? Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquila y tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin aflicción, sin risas. ¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron, pues, de mi costado, no me dueles? Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras como la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más grande, de algún modo. Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día. Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca. ¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.11

Esta mirada, esta atmósfera, prolonga la realidad del asombro a alturas insospechadas y enseña que el vínculo del placer, como motor natural que empuja a las parejas a seguir juntas, recibió primigeniamente la bendición de Dios para ser desarrollada. La tarea del encuentro continuo es responsabilidad de ambos. Por ello culmina así este gran poema: Bajo mis manos crece, dulce, todas las noches. Tu vientre manso, suave, infinito. Bajo mis manos que pasan y repasan midiéndolo, besándolo; bajo mis ojos que lo quedan viendo toda la noche. Me doy cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti, redondos y cayendo. Tú tienes algo. Ríes, miras distinto, lejos. Mi hijo te está haciendo más dulce, te hace frágil. Suenas como la pata de la paloma al quebrarse. Guardadora, te amparo contra todos los fantasmas; te abrazo para que madures en paz. 12

Es el lenguaje erótico, inevitable, que nos recuerda el Cantar de los Cantares. Por ello, en esta fiesta no podemos asumir el papel de consejeros matrimoniales inflexibles, o de instructores pletóricos de recomendaciones y advertencias para a vida en común que hoy empieza esta pareja. Lo que hacemos es sumarnos a la consecución del milagro repetido del encuentro edénico de un hombre y una mujer que, en plena libertad, deciden inventar su camino. Acaso Octavio Paz, por haber vivido esa experiencia tan intensamente, cerca del final de su vida escribió dos textos fundamentales sobre el amor: La llama doble, un tratado sobre el amor y el erotismo, y “Carta de creencia”, un poema que manifiesta la forma en que sedimentó en su trabajo la historia original del Génesis: La pareja es pareja porque no tiene Edén. Somos los expulsados del Jardín, estamos condenados a inventarlo y cultivar sus flores delirantes, joyas vivas que cortamos para adornar un cuello. Ibid, p. 64. J. Sabines, Nuevo recuento de poemas. 3ª ed. aumentada. México, Joaquín Mortiz, 1983, pp. 82-83. 12 Ibid, pp. 88-89. 10 11

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Estamos condenados a dejar el Jardín: delante de nosotros está el mundo.13

Como comenta este poema María Elvira Luna Escudero-Alie: Uno de los castigos de Adán y Eva según la historia bíblica, fue perder la inmortalidad. Paz nos dice que debemos “crear el paraíso perdido”; pero él dice: “estamos condenados a inventarlo”, a la manera de los filósofos existencialistas: “estamos condenados a escoger”, estamos “arrojados al mundo”; debemos crear nuestro entorno porque así también nos crearemos a nosotros mismos, nuestra identidad mortal sujeta al tiempo, anhelante de percibir la maravilla a través del “instante”. [...] Paz nuevamente nos recuerda que el amor es subversivo. No podemos vivir eternamente en el Jardín, en nuestro paraíso de amor; debemos enfrentarnos a la escalofriante realidad que nos aguarda para destruir en nosotros toda la ilusión y la maravilla. El mundo se opone al amor porque el amor está hecho de sueños, de imaginación, de anhelos, mientras que el mundo es la fría y desnuda realidad. Estamos condenados a despertar y a vivir el mundo que se nos presenta; la realidad que se nos impone; la vida que como presente griego recibimos. [...] Amar, como Paz dice en La llama doble, es una preparación para la muerte y en este sentido una lección de vida. Un vivir sin perder en perspectiva la muerte que será el colofón. Paz dice: “Aprender a conocer”. Amar es después de todo como Platón dijera; un camino de perfeccionamiento. [...] Si quisiéramos parafrasear estos versos podríamos acaso decir: Yo hago poesía porque tú existes y creas el universo o quizás: Tú permites que el mundo gire, que el universo funcione y yo nombro las cosas. En cualquier caso se trata de un complemento; la pareja ha llegado a una comunión, uno no se explica sin la presencia del otro, el poder de uno carece de valor sin el poder del otro.14

La coda del poema de Paz instaura la armonía; como el amor en el mundo: Tal vez amar es aprender a caminar por este mundo. Aprender a quedarnos quietos como el tilo y la encina de la fábula. Aprender a mirar. Tu mirada es sembradora. Plantó un árbol. Yo hablo porque tú meces los follajes.15

O. Paz, Árbol adentro. Barcelona, Seix Barral, 1987, p. 173. M.E. Luna Escudero-Alie, “La llama doble y “Carta de creencia”: correspondencias”, en Espéculo, Universidad Compkutense de Madrid, año IX, núm. 25, noviembre de 2003-febrero de 2004, www.ucm.es/info/especulo/numero25/ o_paz.html. 15 O. Paz, op, cit., pp. 173-174. 13 14

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