El lunar del sol. La otredad de la historia.

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Descripción

El lunar del sol. La otredad de la historia.

(Capítulo publicado en:
Vergara Gloria, Comp., Visiones de Octavio Paz, Porrúa, México, 2008.)

Por Xavier Rodríguez Ledesma


Porque si (mis compañeros de cárcel) leen
a Octavio Paz es por algo. No son los
jóvenes ya obesos y solemnes de allá
afuera, los secretarios particulares, los
campeones de oratoria, los ganadores de
flores naturales. Son el otro rostro de
México, del México verdadero, y ve tú,
Octavio Paz, míralos prisioneros, mira a
nuestro país encarcelado con ellos.
José Revueltas.
Lecumberri, 19 de julio de 1969.[1]




I Pasiones y crítica.
Pronto se cumplirán diez años de la muerte de Octavio Paz. Su deseo de
ser recordado fundamentalmente como poeta empieza a tomar forma
paulatinamente. Es cierto, el destino tiene formas misteriosas de
consumarse, el caso del anhelo del poeta es uno de ellos.
En vida a Paz no se le escatimaron elogios por su labor poética, muy
al contrario. Simultáneamente a ello su obra ensayística de índole social y
política fue el blanco de múltiples vituperios, ataques y descalificaciones
venidos desde aquellos espacios filosóficos, ideológicos, partidarios, que
constituyeron su objeto de análisis y obsesión. En ese ámbito reflexivo se
le regateó de todo: rigurosidad histórica, utilización suficiente del
protocolo académico, eficiencia en el uso de la terminología especializada,
originalidad de ideas, etc. Una aclaración es apremiante, las respuestas
más comunes a las filosas críticas y análisis pacianos fueron simplemente
el silencio, el ninguneo y la descalificación en corto, tanto así que
frente a la voluminosa obra ensayística política de Paz los desarrollos
críticos amplios y estructurados que ella provocó son mínimos, por lo
general sólo encontramos unos cuantos textos que en coyunturas específicas
intentaron responder, cuestionar, discutir con el "Paz político" cuando él
en algún nuevo artículo, libro o entrevista desarrollaba su critica y
ejercía su obligación intelectual de ser incómodo.
Con el paso del tiempo, atemperados los ánimos, poco a poco y no sin
ausencia de resistencia, el aporte reflexivo de Paz comienza a ser
aquilatado en su justa dimensión como una invitación a la discusión, una
auténtica provocación -en el mejor y más amplio sentido de la palabra- a la
crítica, una reflexión cuestionadora de las certezas más arraigadas (las
ideológicas), una apertura de horizontes analíticos que no respetaba las
fronteras de la división disciplinaria impuesta por la racionalidad
moderna, una exigencia de plantar interrogaciones frente a todo,
especialmente sobre aquellos temas que se instauraban como verdades
irrefutables ya sea por los dogmas o por las conveniencias políticas del
momento. En fin, un ejercicio intelectual que postulando la bandera de la
libertad recuperó y puso en práctica una de las sentencias más hermosas y
menos ejercidas del quehacer humano, la necesidad de criticar todo,
absolutamente todo, empezando en primerísimo lugar por uno mismo.
La comprensión del significado y aporte del pensamiento de Paz para la
vida cultural, intelectual e incluso política del siglo XX, especialmente
en México, pasa necesariamente por comprender su trascendencia de cara a
una ambiente político y cultural cerrado caracterizado por la ausencia de
crítica, cuestión definidora de toda sociedad no democrática. Pero los
alcances de la reflexión paciana no se restringen únicamente a reestablecer
el derecho al disenso intelectual, a fomentar la falta de respeto en un
ambiente político e intelectual constreñido por los formulismos que
enmascaraban al autoritarismo y al dogma, o a haber abierto las ventanas
para airear la enrarecida y turbia atmósfera cultural de nuestro país, sino
que va mucho más allá logrando rebasar las arbitrarias y vaporosas
fronteras del nacionalismo.
Tanto su crítica del socialismo realmente existente como su profunda
reflexión sobre el sentido de la modernidad -ambas iniciadas desde los años
cuarenta- ubican al poeta mexicano como un intelectual de vanguardia, es
decir, un pensador de índole universal que a contracorriente y
adelantándose a su tiempo fue capaz de demostrar la contradicción axial que
había entre los ideales socialistas extraídos de lo mejor del marxismo y
la realidad autoritaria surgida en los países denominados socialistas.
Asimismo, su lectura y análisis del significado de la modernidad para los
países fuera de la órbita europea occidental constituye una de las vetas
más ricas, originales y culturalmente precoces del premio Nobel mexicano.
Conversar es humano, afirmaba Paz sintetizando en un acto todo el
accionar y significado profundo del uso del lenguaje, de la historia y de
la cultura que definen al ser humano en su infinita complejidad. El poeta
como animador protagónico de la conversación social no escapó –no tendría
por qué hacerlo- a dichos límites. Tan humano como el resto, sus defectos
de carácter -entre los cuales se contaron algunos apresuramientos por
expresar su opiniones en coyunturas específicas- fueron no perdonados por
sus detractores y usados en su contra. Al ser él una figura emblemática de
la cultura y del quehacer intelectual contemporáneo, sus fallas personales
se convirtieron, en manos de sus detractores, en las mejores y únicas armas
para, en ausencia de una argumentación consistente que rebatiera sus
postulados y críticas, intentar deslegitimarlo.
Con muy contadas excepciones, el denuesto personal -como sinónimo de
respuesta intelectual- fue la pauta cuando se discutió con Paz. La
tolerancia y comprensión otorgada a otros, a él le era escatimada. Una
muestra que ilustra muy bien esto fue lo sucedido en Chiapas a raíz del
surgimiento, el primero de enero de 1994, del levantamiento armado del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Apenas el cinco de enero de
1994, apareció en las páginas de La Jornada un artículo del poeta titulado
"El nudo de Chiapas". En él, Paz deslizó una afirmación que habría de
ocasionarle múltiples reclamos y, nuevamente, descalificaciones furibundas.
Después de hacer una centrada evaluación de lo que parecía ser la ideología
del EZLN de acuerdo a la escasa y bastante confusa información que en ese
momento se tenía, Paz escribió: "No debe olvidarse que las comunidades
indígenas han sido engañadas por un grupo irresponsable de demagogos."[2]
Es verdad, en esas cuantas palabras puede encontrarse una apreciación
de las comunidades indígenas como grupos menores de edad, incapaces de
pensar por sí mismos y decidir (para bien o para mal) en función de sus
intereses. Paz al calor de la premura por tratar de entender qué pasaba
cayó en la tentación que debió evitar: escribir a bote pronto sobre un
evento sorpresivo del cual se carecía de información. Frente a ello
muchos de los fiscales que lo enjuiciaron no quisieron reconocer que otros
analistas y publicaciones usaron epítetos y explicaciones similares a las
de Paz exactamente por las mismas razones: la urgencia por entender sumada
al escasísimo material con el que se contaba para el análisis. La
diferencia fue que a los otros sí se les concedió lo que al poeta se le
negó, esto es, la posibilidad de corregir, matizar y, obviamente,
enriquecer la reflexión de acuerdo al transcurrir del tiempo, al avance de
los acontecimientos y, evidentemente, a la mayor cantidad de información
que de manera paulatina se fue decantando.
Ejemplo fehaciente de la indulgencia intelectual selectiva fue el
hecho de que el fortísimo editorial contra los "violentos" publicado en La
Jornada el 2 de enero de 2004 no fue reproducido cuando, meses después, ese
periódico editó un libro testimonial que recogió sus ejemplares publicados
los primeros quince días de ese crucial año. Increíble deshonestidad
crítica: mientras en las páginas de dicho diario menudearon los artículos
que descalificaban y atacaban a Paz por sus opiniones sobre el
levantamiento armado chiapaneco, para cuando el libro referido salió
publicado en septiembre del 94, aquel furibundo editorial del 2 de enero
-que devino políticamente incorrecto- simplemente fue retirado en la
recopilación sin explicar o comentar a los lectores las razones de tal
decisión. La doble moral crítica, el doble rasero intelectual, en su máxima
expresión.[3]
Octavio Paz también fue intransigente y virulento con sus
detractores. No en pocas ocasiones la pasión de la crítica superó a la
crítica de la pasión. Maestro en el arte de polemizar, no renunció al ardor
de la disputa y echó mano de todo su arsenal. La pasión crítica lo movió y
la pasión a secas, sin adjetivos, a veces lo cegó. En 1987, en Valencia,
durante los trabajos conmemorativos de los 50 años del II Congreso de
Escritores Antifascistas, con más de setenta años en sus espaldas, Paz no
dudó en bajarse del estrado, frente a los ojos azorados de Mario Vargas
Llosa, para intentar liarse a golpes con el reventador que insistía en
insultar al presidium por las críticas que éste hacia contra los regímenes
socialistas.
Curiosamente, a cincuenta años de distancia el ciclo pasional
generado por la república española parecía cerrarse con el mismo ímpetu con
el que había empezado. En 1936, meses antes de aquel primer viaje a España
para participar en el congreso de Valencia, siendo apenas un muchacho, Paz
fue a dar con sus huesos a la cárcel por defender en una reyerta callejera
a la república española. En un café de la calle Bolívar de la ciudad de
México, mientras el joven poeta acompañado de Elena Garro y dos cuñados de
ella conversaban tranquilamente, escucharon que en una mesa cercana unos
españoles brindaban al grito de: "¡Viva Franco!". En respuesta Octavio se
levantó y poniendo en alto su vaso gritó: "¡Muera Franco!". La reyerta que
se originó terminó en la delegación de policía e incluso al otro día ocupó
algún espacio en la nota roja de La Prensa, en la cual con el título de
"Hembra de pelo en pecho" se publicó una foto de la Garro fumando detrás de
las rejas. [4]
La soberbia, la envidia y otros atributos son características de la
naturaleza humana que de alguna forma todos padecemos. Frente a ello es por
lo que la valoración de la reflexión, las ideas, la inteligencia, la
trascendencia, etcétera de una obra deben tasarse por sí mismas, por su
lógica interna, por la capacidad de construir nuevas perspectivas, en razón
de la posibilidad de llevarnos a niveles mayores de crecimiento
intelectual, es decir, por su capacidad real de proveernos de las
herramientas para hacernos mejores lo cual, evidentemente, no es una
consecuencia automática. En el aquilatamiento de los aportes culturales
(artísticos, científicos, filosóficos, etc.) no debieran influir los
juicios de valor sobre la personas que los promovieron, pues tarde que
temprano ellos conforman un peligroso camino que conduce a una absurda y
falaz disyuntiva consistente en que arrogándonos el derecho de echar mano
de la lámpara de Diógenes nos lanzamos a la búsqueda infructuosa de
intelectuales impolutos con olor a santidad, o asumimos que absolutamente
ninguno de ellos (con todo y sus productos) merece ser considerado en
serio, ya que es imposible encontrar tan sólo uno que en determinado
momento no haya mostrado los límites que la condición humana asigna. Por
desgracia la historia cultural hasta nuestros días está llena de este tipo
de querellas en donde lo personal y su descalificación se pone por delante
en la discusión y análisis de las ideas.
II Tiempo y distinción. Sobre la historicidad de la crítica.
Una posibilidad de avanzar sobre este fenómeno intrínseco a la vida
intelectual es aceptar sin mayor desasosiego que como reza el dicho: hay
que darle tiempo al tiempo. Hoy en día, alejada ya un poco de los
conflictos y polémicas que ensombrecieron su claridad, la obra política de
Paz comienza a ser evaluada desde otras perspectiva aún por sus
detractores, con lo cual se decanta la posibilidad de resaltar un curioso y
significativo fenómeno cultural: a pesar de que la reflexión crítica
(política y filosófica) en la obra paciana es altamente valorada, ella
continúa padeciendo el ninguneo histórico que el ser producto de un autor
nacido en un país de las afueras de la modernidad le imprimió.
El haber obtenido el premio Nobel de Literatura en 1990 no elimina la
sentencia recién señalada, al contrario. La obtención del máximo galardón
mundial de las letras evidencia en toda su carga discriminatoria el hecho
de que en el stablishment académico cultural las reflexiones de Paz sobre
la modernidad (otredad, pluralidad, diversidad, tolerancia, tiempo, etc.)
sean completamente desdeñadas en las discusiones contemporáneas que abordan
esos temas de moda sobre los cuales el poeta mexicano reflexionó desde los
años cuarenta y hasta sus escritos finales con asombrosa lucidez.[5]
Paz lo sabía y el asunto le enfadaba. Aunque en escasas ocasiones, él
no dejó de lamentar que por ser un intelectual mexicano que escribía desde
Latinoamérica, su voz carecía de la caja de resonancia reservada para los
intelectuales europeos, quienes acaparaban las "pláticas familiares" sobre
la razón de ser y la condición de las sociedades avanzadas, sus sociedades,
no las nuestras.[6]
Su crítica -filosa y a contracorriente- sobre el socialismo realmente
existente paulatinamente se fue haciendo, a partir de los años cincuenta,
del peso específico que la consolidó como referencia ineludible en América
Latina sobre tales asuntos. Otro derrotero fue el que siguió su profunda e
históricamente precoz reflexión sobre la modernidad. Si Paz fue citado
ampliamente para abastecer los discursos contra el socialismo, el marxismo
y las sociedades totalitarias, no sucedió lo mismo con sus trabajos sobre
la modernidad. A pesar que desde hace apenas unos lustros el tema se ha
puesto en boga en las discusiones políticas, filosóficas y culturales, los
trabajos de Paz brillan por su ausencia en dicho concierto.[7] Incluso, no
es extraño encontrar en diversos autores claves, cuyos textos se han
convertido en obras axiales para aspectos específicos de las actuales
reflexiones sobre la modernidad, ideas y descubrimientos que Octavio Paz
avanzó hace ya décadas. ¿Cuál es la razón de ese desconocimiento y ninguneo
que padeció y sigue padeciendo esta faceta de la obra de nuestro poeta?
Las causas del desdén están en lo ya señalado más arriba, a saber:
a) el sentido de que dicha obra es la reflexión de un poeta, un "simple
poeta", y no un filósofo o cientista social,[8] y
b) él era un poeta de las afueras de la modernidad.
Con ello una crucial paradoja asoma la cabeza: la razón, al
institucionalizarse, construye los mecanismos y discursos para avalar todo
aquello que pretenda acceder a alcanzar el reconocimiento de saber
verdadero. Las explicaciones que no cumplan con las reglas establecidas por
la razón devenida en discurso científico, no lograrán hacerse merecedoras
del aval de la razón y serán expulsadas hacia los nebulosos reinos de lo
mítico y lo poético donde lo "real", "verdadero", "objetivo", "racional",
etc. no tiene cabida. La crítica, elemento inherente al ejercicio de la
razón, es abandonada cuando ésta se ve en el espejo de sus propios
postulados. Al renunciar al ejercicio básico de su propia historización, la
razón crítica termina por cerrar las puertas a otras formas de entender la
realidad, a otras formas de conocimiento, a otras formas de concebir y
comprender el mundo, negándose entonces a sí misma.
Así, la reflexión de un poeta no merece mayor atención y peor aun si
la voz del poeta viene desde los extraños y alejados rumbos de la periferia
cultural. Paz fue un poeta nacido en México, es decir en Latinoamérica, una
de las regiones que por definición misma de la modernidad es parte
constitutiva de los suburbios de la civilización. Definidas las relaciones
de poder de la republica mundial de las letras, es muy difícil que la
metrópoli cultural acepte y valore que desde las afueras se expresen
reflexiones que ayuden a entenderla a sí misma.
Y justo por todo lo anterior se constituye otra gran paradoja, pues
precisamente porque Paz fue un poeta latinoamericano es por lo que él tuvo
la posibilidad, mejor dicho la sensibilidad, para avanzar en develar el
significado de la modernidad mucho tiempo antes que los autores europeos
tan referidos en los últimos veinte años. La relación del poeta con el
lenguaje, su forma de entender a las palabras y a los conceptos es lo que
le permitió comprender a cabalidad la existencia y el significado de ese
punto negro en el sol del que habló Nerval:
El escritor es el hombre que ve en todas las cosas, aún las más
nítidas, un diminuto punto negro. Nerval lo dice de modo
admirable: "ví al sol y un point noir est resté dans mon regard
avide". El punto negro es la conciencia o, más exactamente, el
sentimiento de la general relatividad de las cosas. El punto
negro provoca la distancia de la realidad y se expresa en dos
direcciones opuestas aunque con frecuencia complementarias: la
crítica de la realidad y la invención de otras realidades.[9]


El ser poeta le permitió tomar distancia de la realidad y comprender
que las verdades son relativas y son construidas. La poesía lo proveyó de
la posibilidad de concebir y comprender que las palabras son tan sólo
metáforas de la realidad. Al ser poeta, es decir, al vivir y ejercitarse en
la libertad que la poesía significa para el uso del lenguaje, Paz fue capaz
de concebir y crear olmos que dieran peras, cuestión inimaginable desde la
racionalidad de la agronomía o de la botánica. Las palabras, los conceptos,
no son las cosas, el poeta al nombrar al mundo lo crea. La comprensión de
la libertad de las palabras frente a la realidad le permite al poeta
visualizar ese punto negro en el sol representativo de la "general
relatividad de las cosas", entre ellas cualquier verdad.[10] La posibilidad
y necesidad ineludible de dejar caer una gota de duda sobre toda las
certezas proviene al final de las cuentas de la aceptación de que las
palabras -los conceptos- no son las cosas, por lo cual siempre existe la
posibilidad de que todo sea diferente, de que exista otra manera de
entender, comprender y concebir al mundo.
Desde la poesía -y por la poesía- Paz empezó a visualizar otros
sentidos, otras formas explicativas de la realidad toda. Por ser poeta Paz
fue capaz de ver y reconocer la existencia de la otredad elemento
fundamental en la reflexión sobre la modernidad, pero este sentido poético
habría de completarse con un segundo elemento constitutivo de su profunda
reflexión sobre la otredad: el ser mexicano.[11]
En 1937, al vivir una impactante anécdota en la ciudad universitaria
de Madrid, Paz súbitamente se dio cuenta de que los otros, los diferentes,
eran seres humanos iguales a "nosotros". Tan profunda experiencia habría de
ser recordada por el poeta cincuenta años después:
Podría relatar otros episodios pero prefiero, para terminar,
evocar un incidente que me marcó hondamente. En una ocasión
visité con un pequeño grupo (...) la Ciudad Universitaria de
Madrid, que era parte del frente de guerra. Guiados por un
oficial recorrimos aquellos edificios y salones que habían sido
aulas y bibliotecas, transformados en trinchera y puestos
militares. Al llegar a un amplio recinto, cubierto de sacos de
arena, el oficial nos pidió, con un gesto, que guardásemos
silencio. Oímos del otro lado del muro, claras y distintas,
voces y risas. Pregunté en voz baja ¿quiénes son? Son los otros,
me dijo el oficial. Sus palabras me causaron estupor y, después,
una pena inmensa. Había descubierto de pronto –y para siempre-
que los enemigos también tienen voz humana."[12]

El impacto del descubrimiento sobre la forma humana en la que la
otredad podía encarnar provocó que el joven poeta empezara entonces a
preguntarse en qué consistía la diferencia, esto es, cómo estaba
constituida esa otredad. La construcción de una respuesta habría de marcar
toda su obra futura. Dos años antes de su muerte, en la última entrevista
que concedió, Octavio Paz explicitó la trascendencia de la otredad en su
obra:
La política es el arte de convivir con los otros. Todos mis
escritos están en relación –incluso en convivencia- con lo que a
veces se llama la otredad. En mis poemas más íntimos, en los que
hablo conmigo mismo, hablo con el otro que soy; en mis poemas
eróticos, con la otra; en mis escritos en los que toco temas de
religión, metafísica o filosofía, interrogo a lo Otro. Los
hombres y las mujeres vivimos siempre con los otros y ante lo
Otro. Esto y aquello: pertenecemos a dos mundos distintos e
inseparables.[13]


En su juventud el poeta al cuestionarse sobre su mismidad, quién era
él, qué compartía con un nosotros y cómo este nosotros es visto por los
otros. Las respuestas las empezó a visualizar al tomar un poco de distancia
y poder mirarnos desde lejos. La poesía y la critica conjugadas en la
crítica poética habrían de permitirle tener la flexibilidad y la
maleabilidad para abrirse a esos otros mundos con los que vivimos, en cuya
sincronía o diacronía nos debatimos permanentemente en la búsqueda y
construcción de nuestra propia identidad.
Si lo poético es un factor fundamental para explicar el sentido de la
reflexión paciana, otro eje igualmente importante es el hecho de él haber
sido Latinoamericano. Plantear estas cuestiones desde nuestra región
(histórica, cultural) le imbuyó a su reflexión un matiz que sólo la
convivencia diaria, cotidiana e históricamente construida con la otredad
podría haberle otorgado. Para los latinoamericanos no sólo la otredad
configura nuestro horizonte cotidiano, sino que nosotros mismos, a su vez,
constituimos la otredad vistos desde la modernidad. Concebida bajo este
ambiente dual es por lo que la disertación de Paz sobre la modernidad y la
otredad habría de adelantarse por lo menos un cuarto de siglo a su
aparición y puesta en boga en las metrópolis culturales.
Vista desde la modernidad, Latinoamérica es uno de tantos otros
mundos. Gabriel García Márquez ha explicado que la tarea más difícil para
los escritores latinoamericanos no es imaginar realidades creíbles sino,
más bien, hacer creíble la realidad en la que vivimos. Esta idea sintetiza
la otra parte de la explicación sobre por qué Paz, un poeta de los
suburbios de la modernidad, fue capaz de pensar con muchísima anticipación
problemas que los propios intelectuales europeos tardaron varias décadas en
siquiera concebir. La otredad ha estado aquí, nosotros siempre hemos sido
los otros y, a su vez, en este nosotros hemos vivido siempre con los otros.
Paz lo identificó de forma muy clara cuando al indagar sobre quiénes somos
nos observó desde un poco más lejos. Una vez que empezó a andar el camino
descubierto con El laberinto de la soledad nunca más se alejó de él. En su
explicación sobre el ser mexicano encontró a los otros y, en consecuencia,
comenzó a entender el sentido de nosotros.
La otredad se convirtió en el punto nucleador, en el eje analítico
desde el cual Paz se pensó como poeta, como escritor y como intelectual
latinoamericano.[14] Es por demás significativo que en lejano año de 1949
Paz eligiera como epígrafe para el que a la sazón se convertiría en uno de
los textos emblemáticos de su obra unas líneas de un poeta -¡justamente de
un poeta!- acerca de la otredad. En la primera página de El laberinto de la
soledad, el lector encuentra el siguiente párrafo de Antonio Machado:
Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia
de la razón humana. Identidad = realidad, como si, al fin de
cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y
lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste;
es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes.
Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la fe racional,
creía en lo otro, en "La esencial Heterogeneidad del ser", como
si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno.


"La incurable otredad que padece lo uno." A pesar de que la
modernidad bajo la máscara de la fe racional desaparece en el aire todo lo
existente, la otredad ahí está, se mantiene siendo parte de uno mismo. La
otredad es inconcebible si se carece de la maleabilidad de espíritu, la
apertura de juicio, la capacidad de ser total y completamente consecuente
en el ejercicio de la crítica la cual, no debiera olvidarse, constituye la
bandera intelectual levantada por la propia racionalidad moderna. La
otredad, en efecto, es "el hueso duro de roer", es la realidad que a pesar
de su negación seguirá estando ahí una vez diluida la niebla de las
ideologías, de la modernidad como forma única y exclusiva de desarrollo, de
la vinculación del progreso a una noción unívoca de futuro, de la
instauración de una sola concepción del tiempo como la única y hegemónica.
La otredad finalmente ahí está, recordándonos que el mundo no es tan
sencillo ni unilineal como se nos presenta y explica desde la modernidad,
que el tiempo no es uno exclusivamente y que para entenderlo, concebirlo y
asumirlo es necesario criticar todo, empezando por el propio juicio
crítico, es decir, es necesario historizar a la propia historia. De ahí que
para comprender en dónde estamos, para percibir nuestro rol histórico,
debemos saber escuchar a la otra voz o, mejor dicho, a las otras voces.
En El laberinto... Paz descubrió la otredad a sus lectores, desveló
su existencia en nuestro presente.[15] Encontró que la historia de México
ha sido una larga lucha por negar, ocultar y enmascarar a la otredad. El
poeta se adelantó medio siglo y señaló los derroteros por los cuales
habríamos de caminar en las futuras discusiones sobre el multiculturalismo
y el interculturalismo. La visión de la historia que plantea Paz, a la cual
casi veinte años después en Posdata (1969) llevaría a una posición más
radicalizada y comprometida con el concepto de democracia, fue
profundamente provocadora pues apareció justo cuando en nuestro país se
vivía la borrachera por el progreso, por el desarrollo, por correr de
manera desbocada en la búsqueda de llegar al mañana.
Al principio de la década de los cincuenta México se había entregado
a la desaforada carrera por alcanzar un futuro que por definición era
inasible. Para avanzar hacia ese porvenir igualado a conceptos como
desarrollo, crecimiento y progreso, el pasado resultaba un lastre del cual
era necesario deshacerse o, por lo menos, intentar esconderlo bajo la
alfombra del discurso histórico político hegemónico. Paz colocó los
cimientos para romper la univocidad de la historia oficializada pues con su
ensayo levantó el tapete bajo el cual se pretendía ocultar a los otros
Méxicos; con ello el poeta mostró que esos pasados no solamente ahí seguían
sino que eran elementos axiales para la comprensión de nuestra identidad:
En nuestro territorio conviven no sólo distintas razas y
lenguas, sino varios niveles históricos. Hay quienes viven antes
de la historia; otros, como los otomíes, desplazados por
sucesivas invasiones, al margen de ella. Y sin acudir a estos
extremos, varias épocas se enfrenta, se ignoran o se
entredevoran sobre una misma tierra o separadas por unos
kilómetros. (...) Las épocas viejas nunca desaparecen
completamente y todas las heridas, aún las más antiguas, manan
sangre todavía. A veces, como las pirámides precortesianas que
ocultan casi siempre otras, en una sola ciudad o en una sola
alma se mezclan y superponen nociones y sensibilidades enemigas
o distantes.[16]


La historia de la historia nos muestra fehacientemente la constitución
de esa única voz, de esa exclusiva manera de concebir al mundo, su
constitución y su devenir. En ella y sólo en ella se han debatido los
especialistas para ver la mejor forma de enseñarla, es decir, consolidarla
y reproducirla.
Tiempo, arte, ciencia, religión, educación, dios, comida, naturaleza,
sociedad, sexualidad, democracia, belleza, representatividad, etcétera, son
conceptos que, obviamente, están cargados de connotaciones culturales, esto
es históricas. El reconocimiento, aceptación e integración de lo anterior
-que se escribe fácil y se dice aún mas- es justamente el quid del asunto.
Hablar de definiciones culturales de los conceptos que, gracias a la
hegemonía de una particular concepción del mundo occidental y moderna, se
pretenden ahistóricos es empezar a romper esta noción de universalidad y
comenzar a recuperar a la otra voz.
Avanzar, como lo hizo Paz en 1949, en el aquilatamiento y la admisión
de la existencia de distintas culturas, de distintos grupos sociales que no
necesariamente comparten una apreciación sobre lo que nos define, fue
adelantarse por varias décadas en la concepción y comprensión de los temas
que hoy en día están presentes con mayor asiduidad en la reflexión
sociopolítica expresada en las discusiones sobre universalidad,
pluralidad, tolerancia, interculturalidad y al más general de la
democracia. Varias décadas después, ya hacia el final de su vida, el poeta
escribió:
Queremos ser universales, pero el único modo de serlo es
mantenernos fieles a nuestras propias emociones, a nuestra
propia visión de la vida, y en este sentido somos particulares.
(...) En sentido político, sabemos también que a fin de alcanzar
una comprensión del mundo, debemos comprender a los demás.
Finalmente la política encontró a la democracia. Tolerancia:
aceptación de la existencia de los demás.[17]


Como hemos visto, el tema de la relativización de nuestras certezas y
la apertura hacia el reconocimiento de otras formas de concebir al mundo no
es fácil de concebir y mucho menos de asumir. Su complejidad significa,
entre otras cosas, un punto cardinal: la dificultad en la aceptación de la
existencia de otro equiparable en valor y valores a los de uno mismo. Sin
embargo, esta faceta del asunto se complementa con un tema quizá aún más
problemático, me refiero al encarnado en la actual discusión sobre el
pluralismo y la tolerancia. ¿Cómo es ello? Quiere decir que al reconocer al
otro estaremos reconociéndonos a nosotros mismos. Concebir la existencia
del otro es avanzar en la comprensión y admisión de nuestra propia
historicidad. Si el otro existe y con él ciertos valores frente a la vida,
la muerte, el amor, la educación, el progreso, en fin frente a todo lo que
es su existencia, ello posibilita que nosotros mismos nos percatemos de los
límites históricos, geográficos, políticos, en suma, culturales de nuestro
propio sistema de valores. Frente al otro nos definimos y éste, a su vez,
nos define y se define a sí mismo frente a nosotros.
En el interior de la identidad, aparece la otredad. La
diferencia no está afuera en los muchos, sino dentro, en el uno.
La contradicción es más grave que la que opone el uno al muchos
además, parece insuperable: el ser es otro del que es. La
identidad no se rompe o dispersa: ella misma es dualidad pues,
sin dejar de ser lo que es, también es otra. (...) La otredad es
otra cosa: es la diferencia dentro de la identidad. La unidad no
se dispersa ni se derrama: cerrada en sí misma, encerrada,
contiene a su contrario. No al no-ser sino al otro.[18]


Llegados a este punto de análisis es necesario hacer referencia
aunque sea en unas cuantas palabras una idea fundamental que Paz delineó y
abonó a la largo de su amplia obra ensayística. Dentro de la lógica
promoderna, proprogreso, profuturo, los grupos sobrevivientes del pasado
que nos evidencian nuestro ser mestizo, lejos de ser valorados como
factores de distinción, valor o riqueza cultural que han aportado su perfil
para la constitución de nuestra identidad nacional, son vistos como un
auténtico lastre que nos ha impedido alcanzar los niveles de desarrollo que
debiéramos. En otras palabras, se constituye la convicción de que la
historia universal nos habría apartado un lugar protagónico en sus libros,
de no ser por la mala suerte de contar en la construcción de nuestra propia
historia particular con tales grupos sociales atávicos que nos amarran a la
premodernidad, al atraso, al desfase histórico.
Así empezamos a entender el trágico y aparentemente incomprensible
hecho de que en nuestro tiempo presente al indio muerto se le vanaglorie,
mientras al indio vivo se le vitupera y defenestra. El indio desterrado al
pasado es útil para darnos elementos positivos de identidad, ya que la
existencia de aquellas grandes civilizaciones "prehispánicas" son motivo de
orgullo y reconocimiento; sin embargo, los descendientes directos de
aquellos grupos étnicos, los indios vivos del presente, ya no son vistos
como el reflejo de un pasado glorioso, sino más bien ellos encarnan en la
representación viva de un presente de atraso que nos imposibilita alcanzar
el futuro al que estaríamos designados. Se reproduce así en México un
fenómeno a primera vista incomprensible e inconcebible desde el punto de
vista de la historia nacionalista: el racismo sobre sus indios.
Más de treinta años después de escrito El laberinto... Paz regresaría
al mismo tema abierto desde entonces: "El mundo indio fue desde el
principio el mundo otro, en la acepción más fuerte del término Otredad que,
para nosotros los mexicanos, se resuelve en identidad, lejanía que es
proximidad."[19]
Acercarse al estudio de la historia (en general) asumiendo este marco
conceptual donde la otredad juega un rol fundamental, fue abrir las puertas
de par en par a las nociones que posteriormente habrían de denominarse
interculturales y/o multiculturales. En 1950 evidenciar -como lo hizo Paz-
la existencia de una sola voz en la conformación de nuestras certidumbres
sociales, políticas, históricas, etc., significó el trastocamiento radical
de los elementos ideológicos constitutivos de la concepción hegemónica de
concebirnos a nosotros mismos, a nuestra cultura, al mundo y, en una
palabra, a la propia historia.
A mediados del siglo pasado Octavio Paz, un intelectual
latinoamericano, un poeta mexicano, con su reflexión crítica sobre la
manera en que la historia fue definiendo y construyendo los rasgos
esenciales que habrían de identificarla al verse en el espejo, abonó el
terreno para el cabal desarrollo y comprensión de la crítica surgida
posteriormente desde el mismo interior de la historiografía occidental.
Años más tarde Michel De Certeau escribió:
Técnicamente, esta "repolitización" consiste en "historicizar"
la misma historiografía. Por reflejo profesional, el historiador
refiere todo discurso a las condiciones socioeconómicas o
mentales de su producción. Le es necesario también efectuar este
análisis sobre su propio discurso, con la finalidad de restituir
su pertinencia a las fuerzas presentes que organizan las
representaciones del pasado. Su mismo trabajo será el
laboratorio en el cual experimente cómo una simbólica se expresa
y se funda sobre una política.[20]


Se trata entonces, nos señaló Paz desde El laberinto..., de ser
capaces de vernos históricamente, de historizar (historicizar De Certeau
dixit) a la historia, de historizar a nuestro yo (y nuestras creencias) con
todo lo que esto quiere decir, que es mucho y muy difícil de asumir y
digerir. El cuestionamiento y superación de nuestras certidumbres
culturales y epistemológicas es uno de los ejercicios intelectuales más
difíciles de realizar. La hegemonía, el peso de la historia que hemos
compartido por toda nuestra vida, hace que la mano nos tiemble al tratar de
dejar caer una gota de interrogación sobre nuestras certezas.
El esfuerzo por concebir a la otredad y comprenderla como algo que no
sólo existe fuera de nosotros sino que es a partir de ella como definimos
nuestro propio sentido de existencia es complicado tanto a nivel personal,
más cuanto social e histórico. Significa asumir desde la raíz y en todas
sus consecuencias la necesidad de relativizar (historizar) nuestra vida,
convicciones y certidumbres, en aras de poder ubicarlas en sus justos e
históricos términos, lo cual no es otra cosa que abrirnos a la existencia
de otras formas de entender y concebir la vida, la historia, el tiempo, el
mundo, etc., a las cuales no solamente tendríamos que "respetar" y
"tolerar", sino asumir como elementos enriquecedores, valorizadores y
potenciadores de nuestra propia vida, existencia e historia. En síntesis,
la otredad nos constituye en nuestra mismidad.
Desde la lógica cientificista impuesta por la modernidad creemos y
estamos convencidos de que sólo existe un camino. La posibilidad de
visualizar, entender y asumir la otredad tendría entonces que venir desde
afuera de esos cánones. Paz arribó desde la poesía, no podía ser de otro
modo. La libertad por antonomasia que la concepción del lenguaje a la que
se sumó Paz otorga al acto poético, fue la que le hizo posible visualizar y
comprender la otredad. Por ello es que fueron esos cuantos renglones
escritos por otro poeta hablando sobre la otredad, los que él eligió para
recibir a los lectores en El laberinto... Insisto: comprender y aceptar el
sentido profundo que significa la otredad no es fácil, el mundo en el que
nos creamos y al cual recreamos nos hace estar convencidos de que el
nuestro (plano, unilineal, unidireccional y unívoco) es el único existente,
y a él pretendemos integrar toda la realidad. El poeta nos empezo a mostrar
que esa realidad no es una ni única; al contrario, es múltiple, diversa y
tan sólo una entre la infinidad de formas de verla y de asumirla.
Es necesario entonces simplemente darnos cuenta de que existen otras
realidades. Concebir su existencia es el primer paso, pero después resta lo
más difícil: entenderlas por sí mismas, respetarlas y, finalmente,
comprender y asumir que la convivencia con ellas es un filón para el
enriquecimiento mutuo. Mientras no asumamos lo anterior seguiremos
debatiéndonos en el esfuerzo de integrarlas a nuestra realidad, hacerlas
partícipes de nuestra loca carrera hacia el futuro que, por definición, es
inalcanzable; las seguiremos viendo a través del tamiz del progreso y, por
tanto, la seguiremos excluyendo por ser "arcaicas" y/o diferentes.
Se evidencia entonces la imperiosa necesidad intelectual de ubicar
históricamente (historicizar) la concepción de la historia que
tradicionalmente se ha establecido como hegemónica. Este ejercicio
necesariamente desembocará en renunciar a la convicción sobre la existencia
de una homogeneidad ahistórica de la humanidad, es decir, abandonaremos
nociones como "universal", "nacional", etc. que de suyo eliminan, ocultan o
simplemente son incapaces de ver y asumir la posibilidad de la existencia
de otras formas distintas a la instaurada hegemónicamente para entender al
mundo y su devenir.
Ahora bien, a partir de la Ilustración se instauró la noción de la
existencia de representaciones de la realidad superiores e inferiores.
¿Cómo y por qué se definió esa superioridad? Evidentemente todas las
discusiones sobre el sentido de la propia existencia de la realidad, de la
cientificidad de los diversos métodos para la comprensión de la realidad
etc., es tan añeja como vasta la bibliografía respectiva. La Ilustración
generó un discurso específico (la ciencia) que se hizo hegemónico con el
cual se califica, aprueba y se expiden o niegan certificados de veracidad a
las expresiones que pretendan explicar la "realidad".
No sólo los discursos y sus métodos se hicieron hegemónicos, también
-obviamente- los conceptos. Se universalizan (gracias a una hegemonía
política, económica y cultural,) nociones que debieran ser particulares. El
poder definió la validez de tales expresiones, con lo cual el discurso que
debía ser crítico a ultranza renunció de facto a tal ejercicio definitorio.
La trágica paradoja se concretó: la crítica fue eliminada por la hegemonía
cultural que enarbolaba a la misma crítica como su bandera. La historia se
deshistorizó. Paz, seis años después de El laberinto..., escribió una idea
que, con ajustes y pulimentos, él habría de mantener hasta el final de sus
días:
... si ha de surgir un nuevo pensamiento revolucionario, tendrá
que absorber dos tradiciones desdeñadas por Marx y sus
herederos: la libertad y la poética, entendida esta última como
experiencia de la otredad, no es menos cierto que ese
pensamiento, como el marxismo, será crítico y creador;
conocimiento que abraza a la sociedad en su realidad concreta y
en su movimiento general –y la cambia. Razón activa.[21]

La historia definida como ciencia con todo y las múltiples (y en buena
medida desde esta perspectiva bizantinas) discusiones sobre su estatuto
epistemológico, es heredera de las nociones que ven a la ciencia como el
único mecanismo, discurso, método o como se le quiera denominar a través
del cual el ser humano es capaz de vislumbrar, conocer, aprehender a la
realidad, la cual a su vez es entendida de una sola manera, la que le
permite ser desmenuzada, analizada y comprendida por el sujeto que sea
capaz de utilizar los métodos y protocolos apropiados. Es de sobra conocido
que las ciencias sociales vienen a ser algo así como los hijos entenados
del afán y obsesión científica por comprender la realidad (en este caso
social), por lo que todas ellas (historia, sociología, política, economía,
etc.) debieron nacer y constituirse con el estigma de ser cuestionadas
sobre su propio sentido de existencia. De ahí que ellas se hayan dado a la
tarea de construirse las coartadas epistemológicas más abigarradas y
absurdas para hacer que sus respectivos objetos de conocimiento pudieran
ser catalogados como proclives a ser estudiados "científicamente". Estos
desesperados intentos por tratar de ajustar la reflexión sobre los
fenómenos sociales a los parangones instituidos por la ciencia han hecho
caso omiso de una cuestión básica que jamás debió olvidarse: los métodos de
análisis que la ciencia ideó e instituyó fueron pensados para el abordaje
específico de objetos de estudio perfectamente definidos que cumplían a
cabalidad con el sentido de realidad necesario para ser abordados de esa
forma.
La dificultad para que las llamadas ciencias sociales puedan ser
abordadas con métodos diseñados para las ciencias duras es una página
incómoda de la historia (cultural) y sus afanes por comprender la realidad.
El peso histórico de tales implantes hegemónicos es brutal, tanto como el
resto de las múltiples formas de constitución de la hegemonía las cuales
deben ser capaces de invisibilizar las profundas contradicciones que las
soportan y que ellas mismas generan.
La pregunta entonces es: ¿qué tipo de noción de realidad es la que
hace que un historiador piense y diseñe el quehacer propio de la historia?
La respuesta evidentemente se construye en función del deseo de realidad
particular e históricamente determinado por la propia historia.[22] Todo
ello nos ayuda a comprender a cabalidad una de las aseveraciones señaladas
al inicio de estas páginas: el hecho de que la reflexión ensayística de
Octavio Paz en el ámbito de la historia sea desdeñada por los gremios
especializados que se arrogan el uso legítimo de la capacidad de
explicación y creación de conocimiento. Ahondemos un poco más en el asunto.

Constituye un contrasentido epistemológico el que una disciplina que
postula la necesaria historización de todos los conceptos, se exima a si
misma de dicho esfuerzo intelectual y, por tanto, se pretenda erigir como
el único discurso válido y eficiente para alcanzar la comprensión de lo que
fue el pasado, la manera de concebir el tiempo, su propia razón de
existencia como discurso culturalmente hegemónico, etc. La diversidad no
debe quedarse en el nivel discursivo o remitirse al ámbito exclusivamente
político cuando se habla de cultura, sino que, siendo consecuentes, debe
reconocer, respetar, valorar y enriquecerse a partir del establecimiento de
relaciones bidireccionales (multidireccionales) con otras formas de
concebir el pasado que no tienen nada que ver con nociones perfectamente
historizables como el tiempo lineal (pasado-presente-futuro), nación,
patria, progreso y demás conceptos característicos de una concepción de
historia vinculada al encumbramiento de la ciencia como discurso hegemónico
moderno. El positivismo ha sentado sus bases desde hace siglos; quitarse
esas gafas, aprender una nueva forma de pensar, en suma, concebir la
otredad en todas y cada una de las consecuencias de su aceptación es un
reto muy difícil de superar.
Aun más. El desdén y ninguneo sobre otras formas de concebir al mundo
y, por tanto, de vincularse con él en lo que desde la modernidad occidental
llamaríamos epistemología, significa una forma específica de racismo, ya
que desde un valor "universal" (la ciencia y sus encarnaciones positivistas
en lo que concierne a las humanidades), se discrimina (califica de inferior
o inexistente) cualquier otro tipo de conocimiento, de vínculo con la
naturaleza y, en suma, de concepción del mundo.
Los conceptos nodales dentro de la manera tradicional y vigente de
entender a la historia y la forma de abordarla metodológicamente son
expresiones claras de esa universalización de lo particular. Nociones como
universal, occidental, moderno, nación, patria, tiempo, ley, causalidad,
verdad, orden y, por supuesto, historia (amén de muchísimos más) son
propuestos para leerse de manera unilineal. Al haberse impuesto desde una
situación de poder el discurso triunfador culturalmente es asumido
acríticamente: lo individual se convierte en universal y la historia
concebida como ciencia renuncia a sus propios postulados básicos entre los
cuales el primero es la historización (cronológica, geográfica, cultural,
política, etc) de todo, empezando en primerísimo lugar por ella misma.
Refiero tan sólo un ejemplo. La noción de "universal" imbuido a la
historia es a todas luces falaz y arbitraria en el sentido específico del
significado de la palabra universal. Así de manera estereotipada lo
universal se refiere en el mejor de los casos a una historia mundial. Sin
embargo, debiera serse conciente de que estos conceptos son herencia de una
noción específica (particular e histórica) cultural de lo que es el mundo y
sus diferentes niveles de importancia dentro de él. En efecto la historia
universal, mundial, no puede ser por definición elemental un objeto de
estudio ya que sería imposible abordar un tema de tal índole en su absoluta
complejidad pues es un sinsentido pretender identificar, conocer, estudiar,
etc. todas y cada una de las historias que hacen al universo o al mundo. El
concepto "universal" en sí mismo contiene la imposibilidad de su estudio:
lo universal por definición es infinito. Luego entonces, tales esfuerzos
omniabarcadores son humanamente imposibles de emprender, por lo que habría
que endosar dicha responsabilidad a algún sistema religioso pues ellos son
los que pretenden construir nociones infinitas que permitan explicar el
devenir de toda, absolutamente toda, la humanidad.
De tal forma un buen ejemplo de la soberbia histórica que la
modernidad ha imbuido al ser humano es que a pesar de lo señalado en la
reflexión anterior, ello no constituye ningún impedimento para que,
abandonando a cualquier tipo de sensatez y humildad histórica, nombremos a
una (exclusivamente a una) de tantas historias como la universal. El peso
de la hegemonía nos hace caer en este tipo de trampas culturales.[23]
Vemos pues que la historia universal (mundial) es definida desde un
lugar específico. Las nociones que la cimentan, los ejes de referencia
cronológicos, geográficos y culturales que la construyen se refieren a la
historia construida desde la mirada europea exclusivamente. Desde ahí se
marca la línea que nos servirá de guía. De tal forma las historias de otras
regiones serán vistas de manera accesoria a ese gran eje que es la historia
europea y su herencia (imperial) en el resto del mundo. Obvio es que serán
sólo algunos temas, además de los que sustentan esa historia los que se
sugieran abordar de manera tangencial siempre en aras de construir la
coartada necesaria para poder vestir con el calificativo de mundial a una
historia particular. El resto, la mayoría de las historias queda fuera de
tales afanes universalistas; el argumento más común que soporta esta
discriminación es que esas (otras) historias particulares no son
significativas para la explicación de la conformación contemporánea del
mundo (universo). Evidentemente lo "significativo" también es definido
desde una posición particular de ver la historia:
No hay universales culturales, esto es, contenidos concretos de
significación válidos para toda cultura, para la humanidad de
todos los tiempos. La llamada naturaleza humana es una
abstracción. Y toda abstracción es una operación de la mente que
substrae (abstrae) de una realidad mayor (tal como aquella mente
lo ve) un algo (menos universal) que considera lo importante. No
puede haber universales culturales porque es la misma cultura la
que hace posibles (y plausibles) sus propios universales.[24]


Desde las nociones que se han construido para explicar a una historia
específica, se trata de ver y entender a todo el conjunto mundial. Los
lentes construidos por esa historia se erigen en los miradores desde los
cuales se lee la historia de todos.
Frente a conceptos del tipo de "mundial", "universal", habría que
plantear –nos recordó Paz- la particularidad. El tiempo, la manera de
concebirlo, es un concepto nodal. La modernidad instauró una concepción
lineal del tiempo (pasado-presente-futuro) en la cual el futuro es sinónimo
de cambio y este a su vez de progreso. Ello ocasionó que el mundo se haya
dividido únicamente en dos: lo moderno y lo antiguo; este último es el
epíteto endilgado a todas aquellas sociedades que no comparten las ideas e
instituciones modernas. Al dividirse al mundo en desarrollado y
subdesarrollado se logró lo imposible: unir en un concepto una
multiplicidad de realidades, integrar en una misma definición a multitud de
culturas. Luego entonces, es necesario identificar este ardid hegemónico
cultural y explicitar una vez más que no existe una sola y única
civilización desde la cual se pueda evaluar, calificar, criticar el nivel
de progreso alcanzado por otras o, peor aun, cómo esa otra se delinea y se
ve únicamente desde esta voz (el progreso) que se ha instituido como la
hegemónica. De hecho en ninguna cultura el desarrollo es lineal, lo cual
significa en otras palabras que la historia ignora la línea recta.
La temporalidad universal que postula la modernidad provoca que esta
noción sea única y exclusivamente característica de Occidente. Casi medio
siglo después de haber escrito El laberinto... Paz publicó la siguiente
reflexión que pareciera referirse a lo que él había ayudado a descubrir con
aquel emblemático ensayo:
México buscaba al presente afuera y lo encontró adentro,
enterrado pero vivo. La búsqueda de la modernidad nos llevó a
descubrir nuestra antigüedad, el rostro oculto de la nación.
Inesperada lección histórica que no sé si todos han aprendido:
entre tradición y modernidad hay un puente. Aisladas, las
tradiciones se petrifican y las modernidades se volatilizan; en
conjunción, una anima a la otra y la otra le responde dándole
peso y gravedad.[25]


La instauración del futuro como el tiempo al cual debemos
inexorablemente llegar y hacia el cual están encaminados todos y cada uno
de los esfuerzos humanos, ha hecho que cuando este futuro ha sido
cuestionado o se han cerrado las puertas para acceder a él, toda la cultura
moderna entre en crisis, su objetivo deja de existir y la civilización se
debata en lo que se puede denominar una crisis de identidad en donde todas
sus creencias acerca de la evolución y el progreso son negadas y
cuestionadas, ya que el principio que funda a nuestro tiempo no es una
verdad eterna, sino la verdad del cambio.
Latinoamérica y con ella México –escribió Paz- se apropió de la
filosofía política francesa, inglesa y estadounidense, de las ideas de la
modernidad. La filosofía política de la modernidad fue adoptada pero no
adaptada a nuestros países, por lo que nuestra historia es una historia
excéntrica. La modernidad específicamente para nuestros países no debe
referirse a patrones cuantitativos de desarrollo, sino que debe encaminarse
hacia la capacidad de crítica y autocrítica de la sociedad en búsqueda de
una forma moderna acorde a nuestras historias y formas de ser. De cara a
este panorama es necesario reconocer nuestra pluralidad de culturas y
civilizaciones y la pluralidad de tiempos históricos que ello significa,
para afrontar la concepción lineal y unívoca del tiempo característica a la
modernidad.
Debemos volver los ojos a nuestra otredad, nuestra historia no empezó
hace quinientos años y aún está lejos de terminar. Siguiendo esta línea
reflexiva, por ejemplo, la conquista se piensa como un cambio de
civilización, debido a ello es por lo que desde entonces México vio al
mundo prehispánico como el otro mundo, el otro lado. Debemos reflexionar
sobre este aspecto. La historia de México no puede ser pensada de forma
simple y llanamente lineal. Es cierto, en ella existe continuidad pero es
un craso error considerarla exclusivamente de manera lineal unidireccional,
más bien debiéramos pensarla como una serie de yuxtaposiciones de
sociedades distintas. Lo intercultural para el análisis histórico de
nuestro país radica justo en este punto: el reconocimiento de la otredad,
concepto propuesto por Paz para nuestra propia comprensión -es necesario
repetirlo cuantas veces sea necesario- desde 1950.

III La radical extrañeza de la vida.
La otredad, sin duda, fue el elemento que signó la totalidad de la
obra de Octavio Paz. Él más que nadie lo tenía perfectamente claro,
reconociendo y valorando a cabalidad los horizontes que ella le impregnó a
su reflexión. La otredad como astrolabio para surcar los mares de la
crítica. La posibilidades de asumir este concepto como guía en la búsqueda
de respuestas a las preguntas sobre quiénes somos y hacia dónde vamos es la
clave de la crítica cualquiera que fuera su objeto de análisis. La crítica
no se circunscribe al sentido más amplio (social) de las cuestiones,
empieza en el más íntimo, particular y cercano: el yo primero, la mismidad
del ser en su vida cotidiana que permea y es permeada por una infinita
variedad de factores. En un comentario hecho a Enrico Mario Santí, Paz
apuntó que la otredad "designa a la vida diaria, la de todos los días, en
su radical extrañeza.". Se trata, por tanto, de la experiencia de "estar en
el mundo", es decir, "de estar aquí y ahora (...) La otredad es el
manantial perenne de la poesía y, asimismo, de la novela y el teatro; es la
vida misma.", [26]
Desde el mirador constituido por la otredad, el mundo se ve y es
distinto. Sólo desde ahí se puede tener una panorámica lo suficientemente
amplia y rica para comprender que la duda, la interrogación, es la pócima
de la cual deberemos verter unas gotas sobre todo, absolutamente todo, lo
que conforma nuestro universo, empezando en primerísimo lugar por el yo
individual que cada uno de nosotros es y las certezas que ese yo ha
construido. La riqueza de la crítica habita en muchos lados más que tan
sólo en aquellos institucionalmente reconocidos como tales, y uno de los
principales deberes del espíritu intelectual es ser los suficientemente
flexible para reconocerlos y actuar en consecuencia. De esa forma se
comprende el profundo significado que tiene el hecho de que un pensador de
las alturas y alcances de Paz fuera capaz de, por ejemplo, recomendar a sus
sorprendidos interlocutores que vieran en la televisión un programa de
caricaturas (Los Simpsons) pues los protagonistas "nos resumían"
espléndidamente.[27] ¿Cuántos integrantes de la clase intelectual serían
capaces de hacerlo?
La otredad nos define. Nosotros somos los otros. A finales de 1993
Octavio Paz, el poeta, a punto de cumplir ochenta años publicó
simultáneamente dos libros. Uno, Itinerario, fue un acercamiento a un
primer y somero balance de lo que podría ser su autobiografía intelectual,
signada y definida –como hemos visto- por el descubrimiento y
reconocimiento de la otredad. El segundo, La llama doble, cerraba la pinza
sobre el significado y la importancia de este concepto en la definición y
comprensión del mundo a partir de la vida más inmediata del individuo. No
bastaba con transformar al mundo, había que explicarlo desde sus cimientos
más particulares.
Los hilos conductores de la reflexión paciana en La llama doble eran
ni más ni menos que el amor y el erotismo. El primero, ansia de completud,
gran apuesta que nadie está seguro de ganar porque es un envite que
depende de la libertad del otro. El segundo, "es ante todo y sobre todo
sed de otredad."[28]
El amor, bisagra utilizada por el poeta para unir a las dos grandes
nociones: libertad y otredad. Hacía el final de su vida Paz terminaba de
trazar el círculo. Lo otro continuaba siendo el hueso duro de roer en que
la razón se deja los dientes. Lo que había empezado con El laberinto...
encontró un posible cierre en la reflexión sobre el amor y el erotismo pues
ambos conceptos conllevan a la comprensión de la existencia del individuo
siempre en función de la aparición y el respeto por el otro. Respeto en
primerísimo lugar de su libertad. Nuestra ansia de completud depende del
acuerdo con el otro, de asumir su libertad de aceptar o rechazar nuestra
solicitud de reciprocidad. [29]
El otro requiere reconocimiento de su existencia y,
fundamentalmente, aceptación de su libertad, sólo así puede constituirse en
parte integrante del nosotros. La otredad encarnada en la pareja amorosa.
Por ello es que el amor es la gran subversión moderna:
El amor ha sido y es la gran subversión de Occidente. Como en el
erotismo, el agente de la transformación es la imaginación. Sólo
que, en el caso del amor, el cambio se despliega en relación
contraria: no niega al otro ni lo reduce a sombra sino que es
negación de la propia soberanía. Esta autonegación tiene una
contrapartida: la aceptación del otro. Al revés de lo que ocurre
en el dominio del libertinaje, la imágenes encarnan: el otro, la
otra, no es una sombra sino una realidad carnal y espiritual.
Puedo tocarla pero también hablar con ella. Y puedo oírla –y más
beberme sus palabras. Otra vez la transubstanciación: el cuerpo
se vuelve voz, sentido; el alma es corporal. Todo amor es
eucaristía.[30]

La otredad encarna en la pareja amorosa. El poeta Octavio Paz arribó
una vez más a a este puerto cuando ya contaba con ochenta años de edad. El
periplo iniciado hacia finales de la década de los cuarenta del siglo
pasado llegaba a su fin. La otredad lo había provisto para ser capaz de ver
de otras formas nuestra historia tanto social como individual. La otredad,
piedra de toque del pensamiento y la obra paciana. La otredad contemplada y
registrada por el poeta varias décadas antes que filósofos y cientistas
sociales. Al final de su vida Paz enfatizaba de nueva cuenta la necesidad
urgente de historizar nuestras certezas, de asumir la existencia de
infinidad de tiempos. Ahora el amor le servía a manera de vidrio polarizado
para distinguir las huellas de la otredad, para poder reconocer la
presencia de diversos tiempos y con ello cuestionar, historizar, combatir
la noción unilineal impuesta por la modernidad.[31] Recién escrito lo
anterior me apresuro a matizar: Paz no arribó a dicho puerto, más bien lo
construyó como punto de partida y eterno retorno de toda su reflexión pues
constituyó el elemento aglutinador de su obra poética y sirvió, además,
para otorgarle sentido y anclaje a conceptos como libertad, amor, crítica,
tiempo.
Paz lo tenía perfectamente claro, tanto así que en uno de sus poemas
más representativos escribió algunos versos que habrían de servir (tendrían
que hacerlo) de guía para nuestro imperecedero andar en busca de nosotros
mismos:
los otros todos que nosotros somos-,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia, [32]




Ciudad de México
Verano de 2006.

-----------------------
[1] Carta a Octavio Paz, "Aquí, un mensaje a Octavio Paz", Milenio Revista,
número 35, 27 abril 1998, México, p. 37.
[2] Paz Octavio, "El nudo de Chiapas", Obras completas (OC) tomo 14, Fondo
de Cultura Económica, México, p.247.
(Una aclaración protocolaria: todas las citas -excepto una- de los textos
de Paz serán hechas a partir de sus Obras Completas publicadas en México
por el Fondo de Cultura Económica.)
[3] Chiapas. El alzamiento. La Jornada editores, México, 1994.
[4] Poniatowska Elena, Octavio Paz. Las palabras del árbol, Plaza y Janés,
México, 1998, p.35.
[5] Al respecto Pascale Casanova afirma: "El carácter irremediable y la
violencia de la escisión entre el mundo legítimo y sus arrabales sólo son
perceptibles para los escritores de las periferias que, teniendo que luchar
muy concretamente para `encontrar la puerta de entrada´, como dice Octavio
Paz, y para hacerse reconocer por el (o los) centro(s), son más lúcidos
sobre la naturaleza y la forma de las relaciones de fuerza literarias.", La
república mundial de las letras, Anagrama, Colección Argumentos 258,
España, p. 65.
[6] "... lo que mas le molesta es que las nuevas reflexiones sobre la
posmodernidad –y todos sabemos a qué textos se refieren todos- no incluyan
sus propias reflexiones sobre el fin de la modernidad. Una vez más, vemos a
un Paz que discute con un discurso europeo, o eurocéntrico, que de forma
deliberada deja fuera a obras como la suya, que proviene de un escritor
latinoamericano marginado. Se ve a sí mismo de nuevo excluido de esa clase
de discusión que supuestamente incluye reflexiones de la periferia, pues si
hay algo que deba caracterizar a los posmoderno es un reconocimiento amplio
de un mundo policéntrico.", Santí citado por, Grenier Yvon, Del arte a la
política. Octavio Paz y la búsqueda de la libertad, Fondo de Cultura
Económica, México, 2004, pp. 150-151.
[7] De los teóricos sobre la modernidad y posmodernidad avalados por el
stablishment académico únicamente Jürgen Habermas hace una mustia
referencia al poeta mexicano: "Lo que Nietzsche llama "fenómeno estético"
se revela en el decentrado trato consigo misma de una subjetividad liberada
de las convenciones cotidianas de la percepción y de la acción. Sólo cuando
el sujeto se pierde, cuando se mueve a la deriva de la experiencias
pragmáticas que hace en los esquemas habituales de espacio y tiempo, se ve
afectado por el choque de lo súbito, ve cumplida "la añoranza de verdadera
presencia" (Octavio Paz) y, perdido de sí, se sume en el instante: sólo
cuando se vienen abajo las categorías del hacer y del pensar tejidos por el
intelecto, cuando caen las normas de la vida cotidiana, cuando se
desmoronan las ilusiones de la normalidad en que uno ha crecido; sólo
entonces se abre el mundo de lo imprevisible, de lo absolutamente
sorprendente, el ámbito de la apariencia estética que ni oculta ni
manifiesta, que no es fenómeno ni esencia, sino que no es más que
superficie. Aquella purificación del fenómeno estético de toda adherencia
teórica y moral, que el romanticismo había iniciado, Nietzsche la ahonda
aun más.", Habermas Jürgen, El discurso filosófico de la modernidad,
Taurus, 1989. (La cita textual aparece en:
http://www.enfocarte.com/1.9/filosofia.html )
[8] Cfr: a) "Primero y antes que otra cosa, Paz era un poeta y, por
definición propia, un poeta que escribía dentro de la tradición
romántica.", Brading David A., Octavio Paz y la poética de la historia
mexicana, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, p.19.

[9] Paz Octavio, "Silueta de Ireneo Paz", OC 14, p.145.
[10] "Lenguaje y mito son vastas metáforas de la realidad. La esencia del
lenguaje es simbólica porque consiste en representar un elemento de la
realidad por otro, según ocurre en las metáforas. La ciencia verifica y una
creencia común a todos los poetas de todos los tiempos: el lenguaje es
poesía en estado natural. Cada palabra o grupos de palabras es una
metáfora. (...) El hombre es hombre gracias al lenguaje, gracias a la
metáfora original que lo hizo ser otro y lo separó del mundo natural. El
hombre es un ser que se ha creado a sí mismo al crear un lenguaje,. Por la
palabra, el hombre es una metáfora de sí mismo.", Paz, Octavio, El arco y
la Lira, OC 1, p.61.
[11] "La poesía nos hace tocar lo impalpable y escuchar la marea del
silencio cubriendo un paisaje devastado por el insomnio. El testimonio
poético nos revela otro mundo dentro de este mundo, el mundo otro que es
este mundo. Los sentidos, sin perder sus poderes, se convierten en
servidores de la imaginación y nos hacen oír lo inaudito y ver lo
imperceptible.", Paz Octavio, La llama doble. Amor y erotismo, OC 10, p.
213.
[12] "Discurso inaugural del Congreso Internacional de Escritores,
celebrado en conmemoración del Segundo Congreso Internacional de Escritores
Antifascistas de julio de 1937", OC 9, p.446.
Por su parte Elena Garro recordaba así la caladora experiencia:
"Rafael Alberti nos llevó al frente instalado en Ciudad Universitaria.
Había que cruzar corriendo un tramo abierto en pleno llano para llegar a la
Facultad de Letras en donde estaban instalados los "rojos". El edificio
estaba tan destrozado como los que lo rodeaban. Las ventanas tenían los
vidrios rotos y algunos milicianos muy jóvenes, apostados al muro, sacaban
las puntas de sus rifles para caza a "los otros", instalados en una
Facultad vecina. "Mira", dijo Rafael, y mostró con velocidad un hombro y
una bala pasó zumbando. "No dirás que los españoles somos malos tiradores",
comentó.
Aquella guerra de edificios me dejó muy deprimida. Los milicianos
parecían muy cansados, hablaban en voz baja, para que no escucharan los
"otros" había botellas rotas tiradas en el suelo destrozado y algunos
dormían a plena luz. Se veían exhaustos, era un juego macabro aquel frente
universitario. Salimos de allí antes del mediodía y no sentí ganas de
volver nunca.",Garro Elena, Memorias de España 1937, Siglo XXI, México,
1992, p. 26-27.
[13] Peralta Braulio, El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz,
Grijalbo, México, 1996, pp.168-169.
[14] Tiene razón Fabrini cuando afirma: "Pero la potencia mayor que los
dinamiza a ambos es "la sed de otredad". Cabe aquí una consideración: ése
es el motivo por el cual consideramos la otredad como el operador por
excelencia, el centro de unión y de dispersión de otros operadores; la gran
llave para descifrar los textos pacianos, sean ensayos o poemas. En ella
–la otredad- está le génesis del imaginario de Octavio Paz. De ella salen y
en ella convergen las imágenes del mundo, del tiempo y del cuerpo. La
otredad no es sino una disposición amorosa en relación con el otro.",
Fabrini de Almeida Lucía, "Los ensayos profundos", en, Jaimes Héctor,
Coord., Octavio Paz: la dimensión estética del ensayo, Siglo XXI, México,
2004, p. 60.
[15] "Universalidad, modernidad y democracia son hoy términos inseparables.
Cada uno depende y exige la presencia de los otros,. Éste ha sido el tema
de todo lo que he escrito sobre México desde la aparición de El laberinto
de la soledad. "Paz Octavio, "Entrada retrospectiva", OC 8, p.31.
[16] Paz Octavio, El laberinto de la soledad, OC, p. 11.

[17] Paz Octavio, et.al., "Particularismo, universalismo y literatura",
Vuelta, año XX, número 235, junio 1996, p.11.
[18] Paz Octavio, "Nosotros: los otros", OC 10, pp.29-30.
[19] Octavio Paz, "La tradición liberal" (1984), OC 3, P.305.
[20] De Certeau, Michel, Historia y psicoanálisis, Universidad
Iberoamericana / Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente,
México, 1995, p.69.
[21] El arco y... op.cit, p. 305.
[22] White Hayden, El contenido de la forma, Paidós, Paidós básica núm. 58,
España, 1992, p.24 ss.
[23] Como bien dice Pascale Casanova: "Lo universal es, en cierto modo, una
de las invenciones más diabólicas del centro; en nombre de una negación de
la estructura conflictiva y jerárquica del mundo, so pretexto de la
igualdad de todos (...) , quienes ostentan el monopolio de lo universal
exhortan a la humanidad entera a acatar su ley. Lo universal es lo que
declaran que es un acervo incontrovertible y accesible a todos, con la
condición de que los que así lo decretan se vean reflejados en él.", La
República.... op .cit., p.205.
[24] Panikkar Raimon, "Filosofia y cultura una relación problemática",
Discurso inaugural del V Congreso Internacional de Filosofía Intercultural,
Sevilla, España, mayo 2003. Cursivas en el original, p.25
[25] Octavio Paz, "La búsqueda del presente" (Conferencia Nobel, 1990), OC
3, pp.36-37
[26] Santi Enrico Mario, El acto de las palabras. Estudios y diálogos con
Octavio Paz, Fondo de Cultura Económica, México, 1997.p. 307
[27] "De pronto cambias el tema:
-Elena, ¿ves Los Simpson?
-No.
-De lo que te pierdes. Vélos. Nos resumen, son una maravilla (sonríes).
-¡Sí, una delicia! -ríe Marie-Jo.", Poniatowska E., op.cit., p. 218
[28] Paz Octavio, La llama... op.cit., p. 220.
[29] "La exclusividad requiere la reciprocidad, el acuerdo del otro, su
voluntad. Así pues, el amor único colinda con otro de los elementos
constitutivos: la libertad.
(...) El verdadero amor consiste precisamente en la transformación del
apetito de posesión en entrega. Por esto pide reciprocidad y así trastorna
radicalmente la vieja relación entre dominio y servidumbre," Ibidem, p.
284.
[30] Ibídem, 288.
[31] "El amor no vence a la muerte: es una apuesta contra el tiempo y sus
accidentes. Por el amor vislumbramos en esta vida, la otra vida. No a la
vida eterna sino (...) a la vivacidad pura. (...) Reconciliación con la
totalidad que es el mundo. También con los tres tiempos. El amor no es la
eternidad; tampoco es el tiempo de los calendarios y los relojes, el tiempo
sucesivo. El tiempo del amor no es grande ni es chico: es la percepción
instantánea de todos los tiempos en uno solo, de todas las vidas en un
instante,...", Ibidem, p. 352.
[32] "Piedra del sol", Libertad bajo palabra, OC 11, p.231.
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