El legado vivo de Mao
Descripción
El legado vivo de Mao
Carlos Rivera Lugo / Claridad En la conmemoración de ayer 26 de diciembre de 2013 del 120 aniversario del natalicio de una de las más grandes figuras del Siglo XX, Mao Zedong, me viene a la mente una de sus frases célebres, por su continua pertinencia: "Hay caos bajo los cielos: qué magnífica situación". Para Mao, el pensamiento revolucionario debía atenerse a una lógica dialéctica de escisiones, rupturas y recomposiciones permanentes de la realidad social. En ese sentido, cultivó un pensamiento permanentemente rebelde que socavaba la normalización y quietud del pensamiento impuesto desde la izquierda tradicional, aún la comunista, y sus prácticas conciliadoras con las relaciones sociales y de poder propias del capital. Si su famosa revolución cultural despertó una gran admiración a través del mundo fue precisamente por su clara comprensión de que no se advenía a la nueva sociedad con una mera toma del poder político. Había que producir todo una cultura, todo un orden civilizatorio nuevo para rehacer el alma bajo otra concepción no alienada del ser. La revolución era por tanto un proceso prolongado, por no decir permanente. Y el revolucionario es un Sísifo obligado una y otra vez a subir la montaña con su propuesta comunista, para verse luego forzado a negarla en lo que de falso siguiese conteniendo. Mao representó una profundización del legado teórico leninista en unos tiempos en que la URSS lo había reducido a una agenda burocrática ajena a su pueblo. Volvió a revolucionar la historia de la lucha de clases, aún al precio de la desestabilización de su país y del partido gobernante que fundó, el Partido Comunista de China. La política revolucionaria debía salir de las instancias burocráticas del Estado, aún más allá y si fuese necesario en contra del mismo Partido, para anidar en el pueblo, en sus realidades cotidianas, aquellas desde las cuales se articula cualquier poder, sea opresivo o liberador. El capitalismo está presente, real o potencialmente, en todos los ámbitos de la vida, incluyendo nuestras mentes; por ende, así también debe ser nuestra lucha: una presencia militantemente rupturista en cada rincón de nuestra existencia. La revolución es, pues, vida y como la vida misma debe estar en continua transformación. Es movimiento fluido más que estructura fija en el tiempo. El uno totalizador se divide en dos, tres, muchos focos de producción de nuevos saberes y prácticas. "Qué florezcan mil flores", pedía Mao. La revolución no tiene otro destino que no sea su escisión permanente para recomponerse, desde lo local y lo particular, en lo común. He aquí esencialmente el legado dejado por Mao. Sin embargo, es un legado aún abierto en busca de esa dialéctica afirmativa -‐como le llama el filósofo francés Alain Badiou-‐ de lo nuevo más allá de la mera negación de lo existente y pluralidad de nuestras rebeliones. Y es que cualquier política que aspire en estos tiempos a ser revolucionaria en sus fines, se definirá más por lo que afirma que por lo que rechaza. Nos decía Mao que si la solución aún nos elude, es porque tal vez nos falta aún investigarla y comprenderla mejor, tal vez incluso creando nuevas perspectivas y categorías, para abrir paso a un común entendimiento desde el cual potenciar la liberación deseada. Si hay algo que crecientemente nos da en la cara como imperativo inescapable es la necesidad de que volvamos a lo que Badiou califica como la
hipótesis histórica del comunismo, es decir, la idea de que toda libertad regida por los requerimientos de la institución de la propiedad privada, niega las posibilidades mismas de la libertad. Si algo comprueban los hechos recientes en nuestro país es que vivimos bajo un orden civil de batalla entre clases bajo el cual se aspira a someter la vida toda y nuestras vidas todas a las lógicas excluyentes y opresivas del capital. Ante ello nos va literalmente la vida y nuestras vidas todas en la articulación de un proceso bajo el cual la libertad quede emancipada de toda sumisión al capital y sus adláteres. Hay que reconstruir con urgencia las posibilidades históricas de lo común. No nos hagamos de ilusiones: ello requiere trastocar el balance real de fuerzas que en la actualidad parece desfavorecernos. Las posibilidades de una idea siempre han dependido, en última instancia, de la suma de fuerzas que la empuñan. 27 de diciembre 2013
Lihat lebih banyak...
Comentarios