El latín del Libro de Alexandre

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COMMUNICATIONS

EL LATÍN DEL LIBRO DE ALEXANDRE JOSÉ Mª BELLIDO MORILLAS

JAÉN Conocimiento del latín por parte del autor del Libro de Alexandre Es obvio que el autor del Libro de Alexandre domina perfectamente la lengua latina 1, la única lengua clásica cuyo conocimiento es razonable suponer que poseía: pues es altísimamente improbable y por completo indemostrable que supiese griego 2, hebreo o árabe3, y mucho menos siríaco o armenio, del

1. Niall Ware, “The Testimony… ”, p. 216: “We must, therefore, assume that the author scanned Latin verse and pronounced classical names correctly (…)”. 2. Cita a Homero como autor, pero su conocimiento del poeta ciego se reduce a la versión latina de la Ilíada, conocida habitualmente en la Edad Media como Liber Homeri (cfr. Amaia Arizaleta, La translation..., p. 74). En 759cd (citaremos de aquí en adelante, salvo indicación contraria, por la edición crítica de Francisco Marcos Marín) muestra su curiosidad por saber qué pasó con Helena, porque “non lo quiso Omero en su liuro poner”: desconoce, naturalmente, la Odisea, en donde Homero sí cuenta qué ocurrió tras la guerra con la mujer que había sido su causa. A Flavio Josefo no sólo no tuvo necesidad de leerlo en griego sino que es incluso improbable que lo leyera directamente (cfr. Amaia Arizaleta, op. cit., pp. 76-77). En cuanto al Pseudo-Calístenes, véase el juicio de Ian Michael en Amaia Arizaleta, op. cit., p. 66. Los nombres griegos, bien de origen bíblico, eclesiástico o litúrgico (568d: quirios, de “kyrie”) o histórico-geográfico clásico, están latinizados, y no hay más helenismo que en el resto del romance de la época (magar) o en el latín medieval (desde luego, mucho menos que en los títulos de las obras de San Anselmo de Canterbury o Juan de Salisbury). Debe considerarse latinismo, de igual forma, rasgos morfológicos como los nombres propios tomados del nominativo griego en -es, -as, -os (como Tolomeos en 1011c, rimando curiosamente con Deus) o del acusativo en -a (como en “Priso Astianacta en braços su fijuelo”, 570a, que remite al “Hectoris Andromachae paruumque ad pectora natum Astyanacta tenet” de la Ilias Latina —Marcos Marín restaura el nombre del hijo de Héctor y Andrómaca a partir del Astemiata de O y el Atinestor de P—). No es extraño que los nombres más raros y sobre todo los que suponen un hápax en las fuentes aparezcan en el Libro de Alexandre con la misma terminación de caso que presentan en el texto latino. Nada significativo es, finalmente, que 1051ab recuerde a Sófocles. 3. A pesar de los estudios comparativos realizados, sobre todo, por Emilio García Gómez. Para

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mismo modo que es universalmente aceptable su dominio de otras variedades romances. En su obra reproduce y a menudo cita explícitamente a autores de la latinidad áurea (Ovidio4) y de la Edad de Plata (Ilias Latina de Bebio Itálico, circa 65 d.C.); pero, ante todo, bebe de escritores tardíos, cristianos y medievales (Dionisio Catón, la Vulgata de San Jerónimo, las Etimologías de San Isidoro, la Historia de proeliis de León el Arcipreste (en alguna o varias de sus versiones textuales), el Physiologus Latinus y, sobre todo, de un autor más reciente que todos los citados hasta ahora: Gualterio de Lille o de Châtillon y su Alexandreis). El latinismo del Libro de Alexandre El autor del Libro de Alexandre pretende, expresándose exclusivamente en lengua vulgar o romance, constituirse en autoridad científica y literaria, idéntica a las autoridades latinas. En esta traslación de la autoridad (véase el excelente trabajo de Amaia Arizaleta, La translation...) es normal que el “latinismo mental” que guía al poeta se manifieste frecuentemente en un latinismo prosódico, rítmico o métrico5, léxico6 e incluso morfológico 7, aunque no sintáctico, a diferencia de juzgar el arabismo del Libro de Alexandre es clave la estrofa 2510, lamentablemente muy insegura y controvertida. 4. Conocería los Fastos, las Heroidas y las Metamorfosis, aunque también podría haber seguido un florilegio o antología u Ovidio moralizado, o bien una obra atribuida a Ovidio (porque debe recordarse que el autor del Libro lo cita expresamente por su nombre —bueno, por su cognomen—, “Nasón”, si bien también lo hace con Homero e incluso muestra convencimiento de estar familiarizado con su estilo y personalidad en 1504d, cuando realmente de Homero no vio en toda su vida más que el nombre), o bien los Mytographi Vaticani (cfr. Amaia Arizaleta —quien, por alguna razón, escribe sistemáticamente Mythographii— , op. cit., p.57) u otra obra mitográfica, como las Fabulae de Higino (de especial interés para el relato de las farsas que Ulises y Aquiles hicieron para evitar ir a la guerra): estas dos últimas posibilidades no son suficientes para negar, claro, un conocimiento directo de Ovidio. 5. Según defienden Naetebus, Baldwin, Ware y Francisco Rico, en cuanto a la división estrófica. Sobre la prosodia es del máximo interés el artículo de Brian Dutton “Some Latinisms in the Spanish “Mester de Clerecía”” (apud Kentucky Romance Quaterly 14, pp. 45-60) que, desgraciadamente, no hemos tenido ocasión de ver (aunque la segunda entrega de los libros de Homero pueda encontrarse hoy por todas partes, y no como en tiempos de nuestro autor, seguimos viviendo, como decía Marguerite Yourcenar, en una cultura de escritorios cerrados). Cfr., para toda esta nota, Amaia Arizaleta, op.cit., pp. 34-50. 6. Plagas, uxor, flumen... Pero no nos ocuparemos de los latinismos léxicos en este trabajo: otros los han estudiado ya en profundidad. 7. Dase particularmente en nombres propios masculinos, con abundantes terminaciones de nominativo latino en -er, -us (en el artículo de N. Ware citado antes hay buenos ejemplos: podríamos añadir Bacus, 239a; Petrus y Paulus, 2511d...) y consonante + s (Mars, 89c); pero también en nombres comunes, como loquelle (P, 1538d), con terminación de plural de 1ª declinación (-æ). Marcos Marín edita paraulas, demostración de los errores a los que está sujeta una edición informática que da preferencia a una u otra palabra según estadísticas: aquí se trata claramente de una cita bíblica (Psal. XVIII, 4: “Non sunt loquelae, neque sermones”), como demuestra Olegario García de la Fuente (El latín..., p. 137 ). La cita aparece íntegramente en latín en Berceo (Vida de Sto. Domingo de Silos, 232d, “Non dizrién el adobo loquele nec sermones”, en García de la Fuente, loc. cit.). Podríamos

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otros autores que, procurando latinizar la lengua española, como Luis de Góngora o el poderoso Juan de Mena, se acercaron a James Joyce o Teofilo Folengo en la creación de una lengua propia. El autor del Alexandre no procura modificar la lengua (entendida como estructura y no como contenido), sino su uso, su empleo, el “mester” en suma. Según lo dicho, el poeta profesa el latinismo y usa latinismos en su obra, pero no el latín o lengua latina. Sin embargo, de vez en cuando introduce directamente frases en el idioma del Lacio: hecho perfectamente normal, casi de parole, de habla, que no contradice su decisión de emplear el romance, pues en todas las lenguas reales y no consideradas en su entidad de sistemas autónomos se engastan, se enclavan o se enquistan de continuo por el hablante expresiones extranjeras y peregrinas. Con todo, a pesar de lo normal de este fenómeno, creemos de algún interés hacer de estas frases objeto de censo 8, estudio y reflexión. Especial importancia adquirirán aquellas expresiones latinas traducidas o glosadas por el autor al mismo tiempo que reproducidas: nos permitirán tener una visión detallada y concreta de la actitud del poeta ante la lengua y autoridades latinas. No son los latinismos, pues, el objeto de estudio de este trabajo, sino el latín. Procederemos a continuación al estudio de todos los sintagmas y oraciones latinas contenidas en el Libro de Alexandre, clasificadas según su fuente. Catón Cuando nuestro autor cita a Catón por su nombre, reproduce vaga e indirectamente el contenido del texto que pretende recordar (cfr. Amaia Arizaleta, op. cit, p. 56, n. 18); en cambio, cuando copia sus palabras, y además en latín, omite su nombre: es en 1807b: “çede maiori” (la ç revelaría una pronunciación nacional, de c como [ŝ] y no como [ć], [ĉ] —más próxima a la pronunciación eclesiástica— ni, por supuesto, como la clásica [k]). Amaia Arizaleta considera

pensar que nuestro autor la escribió originalmente en latín y que, como las composiciones galaicoportuguesas del Cancionero de Baena, acabó, con ayuda de los copistas, convirtiéndose en castellano y dejando, como piel de serpiente, esa -e de la desinencia latina. Sorprende que Marcos Marín, con su extraordinaria cultura bíblica, no haya enmendado a la máquina, pero quandoque bonus dormitat Homerus. Menos interés tiene mapamundi (2576b), con terminación de genitivo singular, porque aparece escrito junto en O: sin embargo, la psicotrópica variante de P, “el papa mundi”, podría hacer pensar que no ocurría así en el original. También en el Roman d’Alexandre hay latinismos que conservan su desinencia ((ypopotamos, III, v. 1138; abundan las terminaciones en -us, muy lejos del Virgilie e Omer del v. 2616 de la Chanson de Roland). De la declinación griega ya hablamos en nota 1. 8. No tendremos en cuenta, por supuesto, elementos como el “Finito libro/ reddatur sena magistro” que aparece tras el expícit en O. Hacerlo equivaldría a, censando las citas en inglés de Oficio de tinieblas 5, por ejemplo, añadir a las citas de Poe esta: “copy-right”. Ese epigrama pertenece al libro, al códice, no al Libro (cfr. nuestro “El libro como personaje en la obra del Arcipreste de Hita”, en Actas del II Congreso Internacional del Arcipreste de Hita, en prensa; aprovechamos este obsceno ejercicio de autocita para llamar la atención también sobre las estrofas 1956-57 y 2470d del Libro de Alexandre: sobre esta última, cfr. tb. Io. XXI, 25).

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çede maiori “une variante de maiori concede qui renvoie à “quanto maior eris, humilia te inter omnes” (op. cit., p. 55, n.15). En la página 101 dirá: “cede maiori est une phrase latine provenant des Dysticha Catonis”. Ese provenant, así como la referencia a otra sentencia en la nota antes citada, parece mostrar cierta duda y reticencia a la hora de identificar la frase con la sentencia maiori concede, pues parece que lo dificulta la inversión del orden de los elementos oracionales y la pérdida del formante cum- en el verbo. Por una parte, la inversión del orden de los elementos de una frase no supone ninguna dificultad para reconocer una cita como tal. El mismo Gualterio de Châtillon escribe “ambula cum bonis” en lugar de “cum bonis ambula” tras dedicar tres versos a manifestar que se trata de una cita de Catón 9 (y no se debe la inversión a un error en la transmisión textual, sino que es claro que Gualterio lo hace para que la sentencia rime con Catonis); si seguimos hojeando los Carmina Burana, veremos que el anónimo autor de un curioso juego de correlaciones (exponente extremo de ese recurso que Dámaso Alonso observó en Góngora y comparó con ciertas formas de la poesía india) escribe, resueltas estas, “anni labuntur”10, que un escolar reconocería, sin ninguna duda, como cita horaciana (Carmina, II, 14, v. 2). Este tipo de cambios de orden está favorecido por el orden sintáctico habitual en las lenguas romances (aceptable también para las germánicas en los casos que nos ocupan): sujeto + verbo + complementos. De hecho, en casi todas las traducciones de los Monosticha Catonis recogidas por Ernesto Monaci en su Crestomazia italiana dei primi secoli (Roma-Napoli-Città del Castello, 1955) el complemento va al final11. La mutación sufrida por el verbo tampoco tendría demasiada importancia: recuérdese lo dicho de la imprecisión de la otra cita catoniana de nuestro autor. En el siglo XIV, además, la imprecisión

9. CB 19, estrofa 2, vv. 1-4, en Carmina Burana, Frankfurt, 1987, p. 52. 10. CB 5, estrofa 2, op. cit., p. 18. Distinto es el caso de Gualterio de Châtillon en CB 8, estrofa 1, v. 3, op. cit. p. 26, en donde su “fungar tamen uice cotis” por “ergo fungar vice cotis” ((Ars Poetica, v. 304) supone una adaptación y no una cita de Horacio, pues el verso adquiere matiz distinto al original. Cfr. también, de Gualterio de Châtillon, por ejemplo, CB 42, estrofa 13, v. 4, op. cit., p. 144, con cita ovidiana modificada por la cesura de la estrofa goliárdica y deformada por la grafía medieval (michi por mihi). 11. Dionisio Catón, Monostici di Catone...: en la vulgarización recogida en el códice Saibante-Hamilton (ahora 390 de la Staatsbibliothek de Berlín) se lee “va con li boni” y “dà logo a lo to maiore” (op. cit., p. 2); un códice del siglo XIV de casa Trivulzio, “va co’ buoni” y “fa onore a tuo maggiore” (op. cit., pp. 2 y 3); el códice Riccardiano 1629, del siglo XV, “va colli buoni” y “dà luogo al tuo maggiore” (op. cit., p. 3). Sin embargo, un códice del siglo XV de R. A. Martini lee “a tuo maggiore dà luogo” (op. cit., p. 4). De sumo interés es la paráfrasis latina en prosa que acompaña el texto del códice 390 de la Staatsbibliothek de Berlín, pues lee, precisamente, “ambula cum bonis” y “cede locum maiori” (op. cit., p. 5). Cede locum maiori podría entenderse como “haz lugar a quien es mayor que tú”, “desiste, abandona ante él”, sentido de nuestro çede maiori: pero su sentido real no parece ser otro que “cede el paso o el asiento a los mayores” (no es más que una interpretación del concede maiori, como la del códice Trivulziano), dictado de buenas maneras poco apropiado en el contexto del Alexandre, a no ser que se tratara de un uso irónico. Puede ser que el autor del poema estuviera pensando en una paráfrasis y eliminara “locum”; puede ser que el Catón le quedara muy lejos y estuviese contaminado en su mente con otros versos (véase más adelante); puede ser que hiciera conscientemente una versión propia; y también puede ser que todo esto sea cosa de los copistas.

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del Arcipreste de Hita al citar a Catón permitirá a don Américo Castro triscar por prados extraños a la hora de identificar el texto evocado por Juan Ruyz 12. Pero, sin embargo, a estos juicios debemos añadir una realidad: el verso de Marcial “Cedere maiori vurtutis fama secunda est” 13, con aspecto de sentencia, como el monóstico de Catón, y con el mismo verbo (aunque en infinitivo) y orden de palabras que ostenta la frase latina recogida por nuestro autor. Por supuesto, a Catón nuestro poeta de cor lo sabía, mientras que no tenemos seguridad de que hubiera leído a Marcial, por más que estos versos parezcan carne de florilegio. Si estuviésemos editando el Libro de Alexandre como se edita a los clásicos griegos y latinos, el verso de Marcial, el maiori concede de Catón, el cede locum maiori de las paráfrasis y quizá también el quanto maior eris... citado por Amaia Arizaleta (aunque no lo consideramos necesario) deberían aparecer en la faja superior, sobre el aparato crítico, como similia. En cualquier caso, por lo que hemos visto, ningún editor estaría autorizado a restituir el maiori concede, aunque el autor del Alexandre hubiera escrito concede maiori: un cambio de orden sintáctico en una cita, si hay certeza de que proviene directamente del autor, debe ser respetado. Testigo es Gualterio de Châtillon y su rima. El epitafio de Darío, de la Alexandreis No puede estudiarse el epitafio de Darío escrito por Gualterio de Châtillon tal como está recogido y traducido o glosado en el Libro de Alexandre (1801-1802) sin tener en cuenta otro epitafio, el de Aquiles 14, que aparece traducido, pero no reproducido, a pesar de que Alejandro “disie que de do⌠ vier⌠os nunca fue tan pagado”15. Aunque el autor del Alexandre alaba la concisión de Gualterio, dedica toda una estrofa tetrástica a traducir el epigrama, como hará con los dos versos del epitafio de Darío. Quizá esto se deba sólo a la costumbre de dilatar una idea hasta rellenar una estrofa: pero también podría ser una forma de ponderar la concisión de Gualterio, mostrando que de dos versos suyos puede sacarse larga glosa (más que traducción, pues al final el poeta acaba añadiendo lo que le da la gana). Y puede que no sólo se ensalce con esto la concisión y copiosidad de 12. Cfr. Ibn Hazm de Córdoba, El collar de la paloma, edición de Emilio García Gómez, pp. 82 y 84. 13. Marco Valerio Marcial, Epigrammata, Oxford, 1929 (sin paginar), Ep. XXXII (XXXI). Además, el segundo verso del epigrama, “Illa gravis palma est, quam minor hostis habet”, se aviene muy bien con el contexto en que nuestro poeta incluye su “çede maiori”. 14. Al analizar este pasaje seguiremos a Amaia Arizaleta, op. cit., p. 86, que recoge el epitafio de Gualterio en latín y las estrofas 314-16 de P. 15. La negrita es nuestra. No sólo estas palabras, sino la mera simetría con el caso del epitafio de Darío, permitiría a los críticos postular que originalmente el texto latino sí estaba reproducido. No sería difícil suponer que tratándose de un texto un tanto más complicado (no aparece el nombre del yacente, el verbo principal está en el segundo verso...) en comparación con la fórmula conocidísima del espitafio de Darío, hic situs est (con todo, O comete una hiperlatinización o hipercorrección contaminando situs con sisto), no otra cosa, en suma, que aqui iaze fualno (1633d), haya sufrido estragos en la transmisión textual y que los copistas hayan acabado dándolo a todos los diablos.

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Gualterio, sino de la propia lengua latina. Esto nos llevaría a otro epigrama 16 escrito bastantes siglos más tarde: el que Vincenzio Borghini escribió para Donatello y Miguel Ángel, tal y como lo reproduce Vasari 17: la traducción del griego al latín y del latín al vulgar, con un incremento sucesivo de prolijidad lingüística de una a otra lengua, parece dibujar, entre líneas, un encomio a la grandeza de la lengua griega, capaz de decir con 6 palabras lo que el toscano dice en 17. Y no sería extraño, teniendo en cuenta el siglo de absurdas cuestiones lingüísticas en que vivió Vasari 18. Nos parece que Vasari hace trampa, poniendo más palabras de las necesarias para expresar el concepto. En la reproducción del epitafio de Darío que hace el autor del Libro de Alexandre según el manuscrito P creemos descubrir otra trampa: los dos versos de Gualterio de Châtillon se convierten allí en cuatro, merced a un añadido de dos versos, el segundo de ellos con entidad de mero hemistiquio (7 sílabas según escansión latina, si despreciamos esa hipercorreción que convierte el gentilicio Persarum en un verbo y establecemos sinalefa entre su -m y et). Por la actitud manifestada por el poeta ante el epitafio de Aquiles, la trampa no parece suya. Además, si hubiera querido hacer un agón de mayor número de razones expresadas en el menor número de versos posible, habría hecho una traducción más ad pedem litterae. Marcos Marín convierte los cuatro versos latinos en tres, uniendo los dos últimos,y acepta el “a⌠⌠i quieren dezir e⌠tos uier⌠os” de O, que Cañas desprecia por espurio (nota a 1801d en la página 444 de su edición), como cuarto verso. Creemos que Marcos Marín hace bien (a pesar de la irregularidad de ese cuarto verso), pero le queda un verso 1081c hipermétrico, cuya única solución, si procuramos obtener dos hemistiquios de 7 sílabas con acento en 6ª sería “duo cornua regna Persarum et Medorum”. De la ese larga entre dos puntos no pensamos dar explicación. De cualquier forma, si tuviéramos que tachar algún verso por espurio, no sólo peligraría el cuarto verso, sino también ese tercer verso latino: es probable que el autor sólo pusiera los dos versos de Gualterio de Châtillon y que algún copista tomara de las glosas de una Biblia o 16. Usamos epigrama, obviamente, en su sentido etimológico. 17. Vasari, Le vite..., p. 360. 18. Otro epitafio, el escrito por Margarita de Austria para sí misma, tal como lo recoge fray Prudencio de Sandoval (Historia..., I, p. 16), ayudaría a ejemplificar la idea de que el autor del Alexandre pretenda encomiar la concisión de Gualterio: ampliando el epigrama en su traducciónes, fray Prudencio parece rendir homenaje a “la elgancia que en prosa y verso tenía en lengua francesa”, y no tanto a la lengua francesa. Debemos recordar que estamos hablando siempre de epitafios literarios, que sólo han tenido realidad en el papel y no en piedra ni en ningún objeto material: su presentación y su glosa en el discurso les dan la significación y valor que les daría el túmulo o monumento en el que no están. Si alguien, por otra parte, censurase por absurdos estos recuentos de palabras en las traducciones, pues no se trata más que de glosas e imitationes, y dijera que estamos más locos que los propios filólogos del XVI y XVII, lo remitiremos a la simple imagen tipográfica de los epitafios y sus traducciones, que revelan una ampliación progresiva de una lengua a otra. Además, al juzgar el producto de un siglo, no es inoportuno hacerse partícipe de las manías y desvaríos comunes en él: las chinchorrerías lingüísticas lo eran en el XVI, y no sería difícil, desde luego, encontrar paralelismos con los siglos que nos ocupan. Dante, por ejemplo, entre otros arbitrios, decía que decir piacevole era de afeminados, y cosas parecidas.

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una Alexandreis19 o, si se quiere, directamente de la Biblia, esa especie de nota textual para completar una estrofa tetrástica (he aquí otra posible explicación, más razonable que las anteriores si se quiere, de la extraña distribución de los versos latinos de P, y también, quizá, de por qué el epitafio de Darío, convertido en una cuaderna vía, se nos ha conservado, y no el de Aquiles). Debe tenerse en cuenta, además, que no se traduce en la estrofa siguiente, versión y glosa sólo del epitafio de la Alexandreis. En cualquier caso, ese tercer verso latino puede ser de nuestro autor o puede no serlo. Procederemos ahora a un más detallado examen de la forma externa del texto y de su significado. En cuanto a su forma, P incurre en vulgarismos, como la simplificación de la geminada l en malleus y la c en tocius, y en hipercorreciones, como las que convierten regna y persarum en verbos o, probablemente, la t de tipitus. Ofrece mediarum en lugar del medorum de O (el autor en 1515 escribe medianos, pero una cosa es lo que haga con el castellano y otra muy distinta cómo use el latín). O, por su parte, convierte situs en sistus y lee duo cornua consertus, variante desmentida por P, fiel en esa parte al texto original de Gualterio de Châtillon. Esa fidelidad, probablemente, hace que Marcos Marín no dé importancia al cambio experimentado por el sintagma typicus aries y decida “restaurar” directamente el verso de la Alexandreis20 (sin embargo, no restaura la grafía y de typicus; de otra parte, nadie “restaura” las mayúsculas de los gentilicios). Sin embargo, ese cambio está recogido en los dos manuscritos, por lo que, o lo suponemos un error común, lo que tendría consecuencias revolucionarias en la configuración del stemma, o lo creemos voluntad o despiste del autor (él sabrá sus razones: sobre los cambios de orden en las citas ya hemos hablado, en cualquier caso, más arriba). Sea como sea, acierta Jesús Cañas dejándolo como está (p. 444 de su edición, nota a 1081ab). Vayamos ahora al significado, que no es, desde luego (al menos, en cuanto a su origen más inmediato), ningún misterio. El propio Gualterio de Châtillon, al comienzo del libro VI (op. cit., col. 519), dice: “Quem toties poteras, Babylon, legisse futurum/ eversorem Asiæ, sacra quem prædixerat Hircum/ pagina, quem gemini fracturum cornua regni (...)”. Y por si lo de “sacra pagina” quedase poco claro, cita directamente a Daniel (“non latuit sensus Danielis Apellem”, op. cit., col. 538). No sólo Apeles conoce la profecía: Alejandro lee la “sacra pagina” en

19. Jesús Cañas (loc. cit., nota a 1801cd, dice que “la frase ha sido añadida por nuestro autor, si bien la toma del versículo 20 de la citada profecía de Daniel (Daniel, 8; Biblia, ed. cit., p.pág 1079)”. Cuando uno consigue encontrar cuál es la edición citada de la biblia (citada sólo en la p. 136 de su edición), descubre que no es otra que la Nácar-Colunga, que dice en el pasaje citado: “El carnero de dos cuernos que has visto son los reyes de Media y de Persia” (reyes, no reinos). La Vulgata dice “Aries, quem vidisti habere cornua, rex Medorum est atque Persarum” (oración que sí permite la identificación de uno y otro reino con un solo rey). Olegario García de la Fuente tiene aún menos problemas al identificar los versos, pues para él todos están sacados de la Biblia y omite toda mención a la Alexandreis (op. cit., p. 43). 20. Gualterus de Castellione, Alexandreis, en PL., tom. 209, París, 1855. Lamentablemente, no hemos podido consultar una edición más moderna, como la de F. A. W. Müldener (Leipzig, 1863), citada por Olegario García de la Fuente, o la de Marvin L. Colker (1978), citada por Marcos Marín.

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Jerusalén (1145), y se desarrolla en 1339/1319-1340-1320, pasaje que Olegario García de La Fuente llama “ampliación poética del texto de Dan 8, 5-6” (op. cit., p. 43) —cierto, pero no debe olvidarse el texto de Gualerio de Châtillon citado arriba—. En 1945 se llama a Alejandro “cabron” 21, “cornaludo” según P y “colmelludo” según O. La Biblia latina Olegario García de La Fuente dedica un estudio monográfico, de útil consulta, a las relaciones del Libro de Alexandre con el latín bíblico (El latín...). Cita en su bibliografía ediciones de la Vulgata, la Vetus y la Itala, pero no suele identificar los latinismos con ninguna de estas versiones en concreto: y es lástima, pues esta identificación supone un asunto de la mayor relevancia al analizar la única cita bíblica latina22 de una extensión considerable, fuera de la castellanizada “loquelle nin sermones”, que hemos conseguido encontrar en el Libro de Alexandre, “non in die festo”, en 1995d. “Non in die festo” es lo que dice, en efecto, la Vulgata (Mc., Pars Tertia, XIV, 2) y el manuscrito O; pero, sin embargo, el hemistiquio quedaría falto de una sílaba, por lo que tanto Cañas como Marcos Marín incluyen el est de P. ¿Procede est de los copistas o lo incluyó ya el autor para completar el hemistiquio? Su carácter superfluo y contrario al sentido de la narración evangélica hacen dudar de que ese verbo aparezca en ninguna de las versiones latinas de la Biblia. Puede ser incluso que el poeta lo sacara ya modificado de alguna versificación sobre la Pasión. Lamentablemente, no hemos conseguido encontrar ninguno de los elementos de la frase en los índices de García de La Fuente, ni hemos podido ver otra Biblia latina fuera de la Vulgata Clementina, por lo que dejaremos nuestro juicio en suspenso: pero lo más probable es que, dado lo insignificante de la variación y lo ya visto en el apartado dedicado a Catón sobre las citas en poesía medieval, estemos dudando ante un problema que no existe. Liturgia y vida consagrada En 1651 aparecen Darío y sus barones saludándose con el benedicite y el dominus, como si de una comunidad monástica se tratara 23 (Darío haría, naturalmente, las funciones de abad). El momento en que esto sucede no admite muchas ironías ni humoradas: supone un acercamiento de los personajes a la 21. Es alegoría, claro, porque como epíteto épico resultaría sumamente extraño. “Hircus”, “cabrón”, tiene, en latín y castellano, muchas y muy variadas connotaciones negativas (bastantes de ellas pueden verse, por ejemplo, en Catulo); además, nuestro autor lo considera un animal poco belicoso: cfr. 2105b, “non valen pora armas quanto sennos cabrones”. Pero son cosas de la Biblia. 22. Aunque su pertenencia a la Pasión la incluye también en el campo de la Liturgia, e incluso podría relacionarse con el drama sacro. 23. Cfr. la edición de Cañas, p. 423, n. a 1651c.

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realidad contemporánea del autor, pero no con fines cómicos. Parece ponderarse la fraternidad y recta vida del rey persa y sus privados. Pero no es la única cita latina procedente del mundo eclesial: en 2601d se da fin a una procesión entonando el Hymnus Ambrosianus (que ahora parece ser de Nicetas de Remesiana), el Te Deum. Nuestro poeta escribe Te Deum laudamus, lo que evita una trivilaización del nombre de la plegaria (hoy el D.R.A.E. recoge “tedeum”, “tedéum” en la ed. de 1992, previa a la reforma ortográfica) y además lo favorece métricamente. Fraseología común No hemos incluído en el apartado de Liturgia la expresión Deo gratias por estar desligada en el habla común de su condición de respuesta al Ite, missa est: ha acabado convirtiéndose en un modificador oracional al modo de Deo volente y sintagmas similares. Sin embargo, su hay un eco litúrgico en 710d, cuando los griegos a la caída de Héctor “todos por una boca Deo gratias dixieron”: gratias, según O; P lee graçias. La diferencia se mantiene en 1945b. O sólo da ç en 1948c, donde el “rrindieron Deo graçias” de P se ha romanceado (“Rendian a Dios graçias”), si es que no era romance en el original. Independientemente de su pronunciación (casi con toda seguridad, palatal), ¿escribía nuestro poeta -ti- o -çi-? Si bien se examina, no disponemos de datos suficientes para imaginar una respuesta. Olegario García de la Fuente incluye en su opúsculo (p. 103, sub voce “Sieglo”, entrada h) la siguiente expresión latina, con dos variantes: “Sécula cuncta/ cuncta sécula (latín) = por siempre, eternamente”. Sin embargo, a pesar de su apariencia, nosotros dudaríamos en considerarla procedente del latín bíblico. A diferencia del claramente religioso in/per saecula saeculorum, con hebraísmo sintáctico además, per/ por saecula cuncta/ cuncta saecula parece provenir más bien del latín jurídico. “Per secula cuncta” se halla en 1744d. García de La Fuente, siguiendo a Dana Nelson lee “per cuncta secula” en donde Marcos Marín y Jesús Cañas leen “per contasella” (1343d), un aragonesismo según Julia Keller (cfr. ed. de Jesús Cañas, p. 371, n.). Una consulta al CORDE descubrirá que per secula cuncta es forma más habitual 24 que per cuncta secula: esto respalda la lectura de Keller y roba un latinismo a nuestro análisis.

24. De per secula cuncta el CORDE registra 39 casos en 37 documentos; de por secula cuncta, en documentos en romance, 18 casos en 16 documentos; una consulta sobre per cuncta secula sólo arroja, en cambio, un resultado, en una carta de donación otorgada por el Obispo de Tarazona en 1223. No aparece el caso que estudiamos porque la edición del Libro de Alexandre escaneada para el CORDE, la de Ivy A. Corfis (Madison, H.S.M.S., 1995) lee “per cuncta seeula”, y el CORDE no tiene las herramientas de omisión de variantes no significativas de los programas de Marcos Marín.

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JOSÉ M.ª BELLIDO MORILLAS

Distribución y sentido de las expresiones latinas contenidas en el Libro de Alexandre

La expresión latina más repetida es Deo gratias, que, como hemos dicho, forma prácticamente parte del vulgar y no es rara su vulgarización. Hay tres citas de una autoridad latina: de las Escrituras, de Catón y de Gualterio de Châtillon. Dos de estas citas se concentran en un espacio de sólo 7 estrofas, pasaje en que nuestro autor “se nos pone latino”. Quizá el sabor de los versos de Gualterio de Châtillon le dejara en el cálamo el gusto de la latinidad; quizá quisiera impresionar al abad, que pasaba por allí en esos momentos; quizá se levantó latino esa mañana. ¡Qué sabemos! No hay ninguna razón estructural ni simbólica para ese arranque de latinidad. Nosotros no somos antropólogos marxistas y no creemos que tenga que haber una explicación cognoscible para todo (ni mucho menos nos creemos nuestras propias explicaciones). Nos negamos a responder a la cuestión del significado de la distribución de las expresiones latinas del Alexandre: no es una pregunta que corresponda a nuestro campo de conocimiento. Conclusiones metodológicas Recuerda Julián Marías un coloquio para el cual Heidegger proponía tres principios rectores de los que el primero era: “Las preguntas más estúpidas son las mejores”25. Principio indiscutiblemente válido para un congreso filosófico, no lo es para un congreso de Filología (una ciencia positiva que debe responder y no preguntar). Lamentablemente, tampoco parece probable que sea válida su simple inversión, y que las respuestas más estúpidas sean las mejores. No obstante, no nos hemos abstenido de dar respuestas, muchas y temerarias, a todas las cuestiones surgidas de nuestra exposición, salvo cuando estas preguntas, como la del apartado anterior, no podían, por naturaleza (dada la presente coyuntura del mundo real), ser respondidas por nuestra área del saber (es decir, no podían contestarse con datos positivos). Las preguntas a las que los filólogos deben dar respuesta están ya todas hechas y bien delimitadas, lo que permite, si no contestarlas con más facilidad, al menos rechazar las cuestiones que no nos competen con más rapidez que en otros saberes. Conclusiones finales Naturalmente, y de acuerdo con lo dicho antes, no hay ninguna clara: ofrecemos las respuestas dadas por este trabajo al debate y discusión en la república filológica, empezando por los asistentes a este noble Congreso.

25.

Julián Marías, El oficio del pensamiento, Madrid, Espasa-Calpe, 1968, p. 19.

EL LATÍN DEL LIBRO DE ALEXANDRE

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JOSÉ M.ª BELLIDO MORILLAS

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