El hilo de Ariadna

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Descripción

El hilo de Ariadna En el camino de mi vida me ha tocado ver cómo se incrementa un tipo de mujer, cuyo rasgo fundamental pudiéramos calificar como el de un animus exacerbado. Se regodea en la exposición de sus facetas viriles y no oculta el rechazo y aborrecimiento de lo que antigua o clásicamente se tenía por el fino hilar de lo femenino. Que la mujer había de ser redimida y resarcida por sí misma -en su psique y en la psique del hombre- tras largas centurias de oprobio y discriminación es un hecho que ningún hombre del mundo (que estuviera en su sano juicio) debería rebatir; independientemente de la patente peculiaridad que podemos divisar entre, por una parte, las sociedades regidas por los patrones culturales del hemisferio occidental pautas de conducta marcadas por una sombra que ciega y fervorosamente aspira a imponer sobre el conjunto el reduccionismo y la unanimidad- y, por la otra, los patrones que conciertan la vida de los pueblos del hemisferio oriental, tan aparentemente divergentes de los de Occidente y tan parecidos en el unánime gusto por el uso de métodos coercitivos (eufemísticamente, designados como didácticos, ductores o correctivos) sobre esa singularidad que es la persona humana. Y no dejan de impresionarme las extraordinarias coincidencias que se suscitan en prácticamente todas las colectividades, en las que un insomne poder instituido lucha por defender un statu quo universalmente caracterizado por exhibir un talante represor del libre albedrío. Lo asombroso -y lamentable- de esta redención femínea es que, para conquistarla, un grupo tan representativo de mujeres haya tenido que asumir como suyo el “manierismo” del esquema patriarcal, pues ello trajo como consecuencia un descuido o abandono de lo que podríamos denominar parcelas de remanso propias de la interioridad femenina, lo que -a su vez- trajo algo más nefasto: un olvido de sí. Siendo el alma un útero sutil, ¿cómo puede la mujer permitirse, ya no el olvidarse, sino incluso la posibilidad del recordarse? Tampoco deberíamos permitirnos ni mujer, ni hombre- otro olvido: que en la médula de la palabra recordar, viaja enquistada la voz del corazón. Acaso el accionar del hombre no le haya dejado otro camino a la mujer, dado que las más diversas expresiones culturales son, como dijimos, eminentemente patriarcales, esterilizadoras y paradójicamente priápicas, claro que en un sentido fálico-enmudecedor de lo femenino; pues el término patriarcal (como todo patrón cultural enmohecido) no trae nuevos ímpetus, no carga retoños, ni transporta simiente; es un bastón infecundo o, cuando menos, un inútil as de bastos. Hace milenios que el patriarca no es más que un falo enamorado de sí mismo.

Pero aquí las nociones de saber, de imaginar, de intuir o presentir tales desatinos, ni aminoran ni atemperan las dimensiones de los daños causados. Y nadie sabe en dónde yace enterrado el hilo de Ariadna.

***** Hay cierto memorar en el olvido, esto es, como un recuerdo que no necesita recordarse. ***** Es bueno saber cómo olvidarse. A condición de que, de cuando en cuando, sepa uno cómo recordarse. *****

Luis Alejandro Contreras. Fragmento de El Cuaderno Elefante, Libro de anotaciones, inédito.

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