El fundamento originario de la Literatura universal

September 5, 2017 | Autor: J. Bellido Morillas | Categoría: Religion, Cultural Studies, African Studies, Comparative Literature, Music, Aesthetics, Rhetoric, Medieval Literature, Literature, Narrative, Literary Criticism, Textual Criticism, Poetics, Culture, Literary Theory, Cross-Cultural Studies, Modernist Literature (Literary Modernism), Turkish and Middle East Studies, Mediterranean, Metaphor, Transmedial Storytelling, Narrative Theory, Jewish Literature, Animals in Literature, Chinese literature, Ancient Egyptian Literature, Comparative literature, Literary theory, Myth, Central Asian Archaeology, Literatura, Scandinavian Literature, Literatura Comparada (Comparative Literature), Caligraphy and illumination, Assyriology Sumerology Akkadian Sumerian Sumerian & Akkadian literature Sumerian Religion Mesopotamia History Ancient Mesopotamian Religions Cuneiform Ancient Near East Ancient Near Estern Languages Religious Studies, Letteratura Comparata, Teoria della letteratura, Indian Poetics, Vergleichende Literaturwissenschaft, Comparatismo, Ancient Near Eastern, Aesthetics, Rhetoric, Medieval Literature, Literature, Narrative, Literary Criticism, Textual Criticism, Poetics, Culture, Literary Theory, Cross-Cultural Studies, Modernist Literature (Literary Modernism), Turkish and Middle East Studies, Mediterranean, Metaphor, Transmedial Storytelling, Narrative Theory, Jewish Literature, Animals in Literature, Chinese literature, Ancient Egyptian Literature, Comparative literature, Literary theory, Myth, Central Asian Archaeology, Literatura, Scandinavian Literature, Literatura Comparada (Comparative Literature), Caligraphy and illumination, Assyriology Sumerology Akkadian Sumerian Sumerian & Akkadian literature Sumerian Religion Mesopotamia History Ancient Mesopotamian Religions Cuneiform Ancient Near East Ancient Near Estern Languages Religious Studies, Letteratura Comparata, Teoria della letteratura, Indian Poetics, Vergleichende Literaturwissenschaft, Comparatismo, Ancient Near Eastern
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Descripción

EL FUNDAMENTO ORIGINARIO DE LA LITERATURA UNIVERSAL José María Bellido Morillas El objeto de los estudios literarios es el texto, lo “tejido”. Definiremos texto como “lo legible”: etimológicamente, “lo que se puede entrelazar”, en este caso con la voluntad del creador del texto (real o supuesto, pero necesario para que exista la legibilidad) y la inteligencia y sentimientos de quien lo lee. Una sola línea (de ‘lino’) o sūtra (‘hilo’) es ya texto, aunque muy difícilmente el hilo de un discurso no se entrelazará con otros. Es un error pensar que la literatura y la poesía (etimológicamente, ‘fabricación’) se reduzcan a textos compuestos por palabras y letras, y no por otros objetos de la percepción sensorial1 que, por otro lado, son indesligables en muchas lenguas y obras de lo que normalmente se entiende por literatura (oral y escrita) en la Europa actual, a diferencia de la clásica y medieval2. El fundamento de los estudios literarios es que, de lo que nos transmiten los textos antiguos, una parte la podemos corroborar con nuestra experiencia del mundo, otra se ha perdido, y la otra es mentira (o creación: la valoración moral depende de los legisladores, como Platón o Mahoma, bastante enemigos de la creación libre, aunque, en el caso de Platón, no de la mentira). Sabiendo combinar las fuentes, llegaremos no sólo a la historia espiritual de la Humanidad (como proponían Mundt o Scherr), sino también a la material3. La única herramienta de la que disponemos para interpretar textos es nuestra experiencia del mundo 4, y los hombres5 llevamos usándola desde que tenemos memoria. La 1

Para la ciencia actual, los sentidos son más que los cinco aristotélicos y que los añadidos por la escuela Nyāya. Así, no sólo una pintura, una escultura, una película, una historieta gráfica, una melodía o incluso un banquete pueden ser un texto, sino también, gracias al sentido del dolor, una tortura: está claro que muchas culturas veían el cuerpo torturado como una obra de arte (como en los Mil Cortes en China, evocados por Solana, o el Águila de Sangre de la poesía escáldica; cf. Rafael Cansinos-Asséns, Estética y erotismo de la pena de muerte, Madrid, Renacimiento, 1916, deudor de las leyendas sobre Buonarroti y Salieri recogidas por Pushkin, y de la ironía de Thomas de Quincey). Karlheinz Stockhausen consideró un texto artístico el atentado de las Torres Gemelas; en 2008, la Universidad de Yale aceptó un aborto como proyecto artístico; y el mercado del arte hace un buen negocio con la autotortura del artista esquizofrénico David Nebreda. Axiológicamente, el mérito de un efecto conseguido a costa de perder una vida humana, el más alto valor imaginable, es nulo. Los excelentes dibujos de Nebreda no ganan en valor por estar pintados con su sangre; estéticamente, no funciona que el efecto sea menor que la causa. 2 Donde la música, el gesto y la imagen forman parte de la literatura: el Hortus deliciarum de Herrada de Landsberg, las Cantigas de Alfonso X; sin embargo, los trovadores del Cançoner Gil o los Minnesänger del Codex Manesse se ven despojados de su música. Cf. los géneros emakimono y haiga, los cuadros “legibles” (más allá de Alciato) de El Bosco, Brueghel, Goya, Krohg (Albertine), Paradzhánov (Sayat Nova), Greenaway. 3 A las orillas del Van, los indoeuropeos imaginan un infierno helado; los grecorromanos y eslavos asocian la encina al dios tonante, cosa que no pueden hacer los que no tienen encinas. Por fuerza, los altiplanos, las selvas y los mares, las enfermedades y las drogas condicionan algunas similitudes culturales, a pesar de la distancia. 4 Que abarca vestigios materiales de mundos anteriores y noticias de cuando muchas cosas aún no se habían perdido. Por eso son tan importantes las historias y obras enciclopédicas antiguas, los geógrafos griegos y árabes, los misioneros budistas y cristianos, los libros de viajes, las crónicas medievales (Alfonso X el Sabio preserva textos árabes perdidos, algunos de los cuales remiten a fuentes coptas, como en la historia de Doluca), los informantes de Indias (Sahagún, Motolinía, Torquemada), los avisos del XVII, los diarios, memorias y epistolarios, las crónicas secretas y burlescas (Francés de Zúñiga), la tradición oral recogida por eruditos beneméritos como los Grimm, Karadžić, Afanásiev, Vsévolod Müller o Leo Frobenius. Es inestimable para

Historia rebosa de vaticinia ex eventu. En los versos de Isaías y Virgilio los cristianos vieron el nacimiento de Jesús de Nazaret (y en los de Abdías y Séneca el descubrimiento de América), y mucho tiempo atrás, unos 200.000 años antes de Cristo, los habitantes de lo que hoy es Tan-Tan, en Marruecos, pintaron de rojo6 una piedra en forma de gorda7, calificándose como los primeros lectores conocidos del libro del universo 8. Era evidente que creían que el universo era algo interpretable, el producto de una inteligencia distinta a la suya, aunque por aquel entonces no hubiera aún ni libros ni letras. Los sacerdotes leían las estrellas en el cielo y las vísceras en la tierra, y del hallazgo de regularidades nació la Matemática, más allá de la simple numeración y comercio de cosas, reses y ejércitos. Los números se representaron, por lo general, de una manera mucho más simple que otros conceptos, aunque eso no haga necesaria su precedencia en el tiempo: en la India, el cero es sólo la aplicación numérica del cero fonético y, en Altamira, junto a símbolos que podrían ser números o muescas pectiniformes indicando animales cazados (o simples pruebas de pincel), hay otros que muy probablemente encierran significados diferentes. De la precedencia de la poesía sobre la prosa en la literatura escrita no se deduce que los hombres hablaran en verso antes que en prosa, como de la presencia de los numerales antes que otros grafemas (en el hueso de Lebombo, ca. 35.000 a.C.) no se puede deducir que las cuentas sean anteriores a los cuentos9. conocer realidades pasadas aquella literatura verdaderamente íntima (oponen el discurso interior al exterior el Lǐjì, el Tolkāppiyam, y el malgache, que enfrenta kabary a resaka; lo interior, el hortus conclusus, paraíso de Soto de Rojas o lusthauz srdce de Comenio, se suele alabar pero no preferir: los caudillos literatos, como Cáo Cāo, Amoghavarsha I, Alfonso X, el Marqués de Santillana o Nezahualcóyotl intentaron, eso sí, equilibrarlos) más allá de las confesiones formales de los textos funerarios egipcios y los diarios espirituales gobernados por una doctrina (Marco Aurelio es menos libre que Kenkō y Montaigne): un buen ejemplo son las listas de placeres y enojos (cf. Rafael Lapesa, De Ayala a Ayala, Madrid, Istmo, 1988) de Lǐ Shāngyǐn, Sei Shōnagon o el Monje de Montaudon. 5 Homo, aunque no necesariamente sapiens sapiens. El que primero nos ocupará sería Heidelbergensis. 6 El pigmento preferido acabará siendo el ocre, concienzudamente buscado y preparado en la cueva de Blombos en Sudáfrica hacia 78.000 a.C., cf. C.S. Henshilwood, “Modern humans and symbolic behaviour: evidence from Blombos Cave, South Africa”, en G. Blundell (ed.), Origins, Ciudad del Cabo, Double Storey, 2006, pp. 78–83. El almagre aún se usa para escribir vítores en la Universidad de Salamanca. 7 Robert G. Bednarik, “The earliest evidence of paleoart”, Rock Art Research, 20, 2, 200, pp. 89-135. 8 Hans Blumenberg, Die Lesbarkeit der Welt, Suhrkamp, 1979; Ernst Robert Curtius, Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter, Berna, Francke, 1948, p. 304. El magistral libro de Curtius bien pudo inspirar a Borges para decir “Quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas” (La esfera de Pascal, 1951). Las metáforas, que son la base de lenguaje, determinan el pensamiento. No son declarativas, sino constitutivas. Así lo vio la Academia de Berlín (que convocó en 1759 un concurso acerca De la influencia de las opiniones sobre el lenguaje, y del lenguaje sobre las opiniones, ganado por Johann David Michaelis), Wilhelm von Humboldt, Ernest Renan, Friedrich Nietzsche, Fritz Mauthner (Beiträge zu einer Kritik der Sprache, III, Stuttgart, J. G. Cotta, 1902, p. 4) o Thomas Samuel Kuhn. El recibir enseñanzas valiosas a través de los libros hace ver el universo como un magnífico libro ininteligible. Si se partiera de la oralidad, quizá la conclusión sería otra (“un cuento/ contado por un idiota, lleno de ruido y de furia,/ sin significado”, Shakespeare, Macbeth, VI, 5). Entre los bosquimanos, las estrellas no se leen, sino que hablan y dicen “tsau tsau” y que tienen hambre (W.H.I. Bleek, L.C. Lloyd, Specimens of Bushman Folklore, Londres, Stephen Austin, 1911). Pero Leibniz, en sus Nouveaux essais sur l’entendement humaine, dijo que los chinos, no por carecer de palabra para Dios, tendrían esa idea por ininteligible. Todas las cosas pueden decirse por rodeo, y aun podríamos decir que corresponde a la literatura expresar lo inexpresable. En muchas culturas ágrafas, entre ellas, precisamente, la bosquimana, la palabra tiene un poder reconstructor del universo comparable al que tiene en la Cábala, donde lo que importa es la palabra pronunciada (como en La escritura del dios de Borges): Go!ana, la diosa de los bosquimanos !Kung (“!” representa un chasquido con la lengua), creó el mundo con seis nombres divinos, y se reservó el séptimo para ella (Alf Wannenburgh, The Bushmen, Ciudad del Cabo, Struik, 1999, p. 51). 9 Ni a los cantos: también hay matemáticas implícitas en los instrumentos músicos (desde la flauta de Divje Babe, ca. 41000 a.C. a las de Jiǎhú, ca. 6000 a.C.) y las formas geométricas puras (como las esferas de piedra de Costa Rica) que tanto entusiasmaron a Pitágoras, Platón, Apeles y Protógenes (rememorados por Rembrandt), Giotto, Paolo Uccello, Piero della Francesca, Leonardo, Durero, Jamnitzer, Kepler, Browne (cf. su quincunx con la rosa camuna), Bach, Cézanne, Apollinaire, Marinetti, Ghyka o Buckminster Fuller. Pero no todo se puede

Plotino creía en la lectura astrológica del libro de la naturaleza, que, en el Mysterium Cosmographicum de Kepler, como en Alain de Lille, es un espejo donde se refleja Dios; Galileo escribe a Kepler y publica en Il Saggiatore que ese libro no es de fantasía, como la Eneida o la Ilíada, y que intentar leerlo sin conocer su lengua (la matemática) es revolverse vanamente por un oscuro laberinto. No faltan los críticos que consideran que esta lectura matemática del libro del universo es tan absurda como querer ver la venida del Mesías Jesús de Nazaret en la Égloga IV de Virgilio, atribuyendo ambas lecturas a la mera casualidad. Para Spengler, ni siquiera tiene sentido identificar las matemáticas de una cultura con las de otra. Por supuesto, cuantos menos elementos tenga el texto, más fácil será encontrar una coherencia interpretativa, aunque no pueda demostrarse si es verdadera. Cuando, hacia 1950, Michael Ventris hizo una encuesta entre doce sabios sobre el lineal B, Georgiev y Kristopoulos afirmaron que ya tenían la solución; Hrozný, a quien también preguntó, no contestó porque llevaba muerto desde 1944, pero de todos modos tenía su propia traducción, del mismo año en que “tradujo” los sellos protoindios, a pesar de que ya lo había hecho el P. Heras10. Incluso, con un corpus mucho mayor, el de los jeroglíficos egipcios, el P. Kircher pudo navegar sin problema haciendo traducciones que sólo muy tarde se demostraron ser falsas11. Baudelaire es más modesto: no se presenta como intérprete del libro de la naturaleza; Como Cervantes el árabe, lo reconoce, aunque no pueda leerlo 12. Aristóteles cita el argumento de Demócrito sobre los átomos como letras13 que, por casualidad, forman un mundo legible para nosotros. En Cicerón este libro son los Anales de simplificar matemáticamente: “O binómio de Newton é tão belo como a Vénus de Milo./ O que há é pouca gente para dar por isso”, escribe Pessoa. Ni la forma ni la cantidad (que muchos quisieron convertir en forma: romanfleuve de Rolland, Océano de ríos de cuentos o Kathāsaritsāgara de Somadeva Bhaṭṭa, Río de reyes o Rājatarangiṇī de Kalhaṇa, Mar de historias de Fernán Pérez de Guzmán) lo son todo, ni mucho menos. 10 Bedřich Hrozný, Kretas und Vorgriechenlands Inschriften, Geschichte und Kultur-I: Ein Entzifferungsversuch, Praga, 1943; Bedřich Hrozný, “Die Älteste Geschichte Vorderasiens und Indiens”, en Archivum Orientale Pragense, XIV, 1-2, julio de 1943, pp. 1-117; Enrique Heras, “La escritura proto-india y su desciframiento”, Ampurias, 1, 1940. Las traducciones de Ventris alcanzaron el consenso de los especialistas, que es la única técnica aplicada hasta ahora para juzgar la veracidad de una lectura. Sucedió, legendariamente, con la traducción de los Setenta, que San Agustín consideraba inspirada por el Espíritu Santo. En el siglo XIX, Edwin Norris, secretario de la Royal Asiatic Society, entregó un mismo texto cuneiforme a los asiriólogos Hincks, Rawlinson, Oppert y Fox y al matemático Talbot. En 1857 llegaron las cinco traducciones en sobres sellados. Cuando se abrieron, se constató que todas coincidían: el milagro había vuelto a producirse. 11 El caso extremo es cuando hay un solo símbolo: la postura del loto (que aparece en Vinča, entre los protoindios, celtas e indios, y a la que se puede dar un fundamento fisiológico, cf. Alain Daniélou, Shiva et Dyonisos, París, Fayard, 1979); el Tái Jí Tú, que aparece en el Cáucaso (Museo de Mtsjeta), entre los celtas y etruscos y en la Notitia dignitatum; las cruces latinas anteriores a Cristo, que obviamente no representan al Crucificado; las estatuas chinas de una madre y su hijo, que no eran lo que Fray Gaspar de la Cruz se pensaba; y la omnipresente esvástica, que muchos creen que fue introducida en China por los budistas, pero que ya aparece en un vaso Mǎjiāyáo (del que sale una figura haciendo el “saludo romano”) atesorado por Agnelli (no se sabe con qué idea) y donado al MAO de Turín. No somos capaces de leer un rostro humano, como demuestra el experimento de Kuleshov, sino que dependemos del contexto, de una historia a la que concedemos más realidad que al hecho, objeto o persona que tenemos ante nosotros. Se puede llorar con Oliver Twist o Los miserables y apartar con un puntapié a un huérfano pobre de carne y hueso desprovisto de una tan eficaz urdimbre narrativa. 12 En Correspondances. El pensamiento correlativo (a una parte del cuerpo le corresponde un color, a cada color un punto cardinal, un astro, una nota musical; a cada signo terreno le corresponde un signo celeste) es fundamental en la medicina, la poética, el arte, la música y la ciencia de Egipto, Grecia (a pesar de la crítica del Papiro Hibeh, 1.13), India (Bharata, comentado por Abhinavagupta), China o el México antiguo, y llega hasta nuestros días a través del concepto de sinestesia. Muchos quisieron dar de modo científico y no intuitivo, como hizo Rimbaud, una correspondencia cromática a las vocales (August Schlegel, Jacob Grimm, René Ghil). Afortunadamente, esas asignaciones no fueron unánimes. 13 En realidad, tanto átomos como letras caen en griego bajo la categoría de stocheîon, elemento de una serie; Richard Harder hace partir el alfabeto y el atomismo de un propósito común (Das neue Bild der Antike, Leipzig, 1942, I, p. 99), que sigue operando en el deletreo actual de la realidad representado, por ejemplo, en el genoma humano, cuyas primeras 1000 líneas se incluyen en el magnífico archivo digital Internet Sacred Text Archive.

Ennio y en Jaime Balmes, la Eneida. La imagen de Demócrito evoluciona en Charles Lutwidge Dodgson y es la base de Die Universalbibliothek de Kurd Laßwitz y de La Biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges, a quien obsesionaron los espejos de los que habla Kepler y los laberintos de que los habla Galileo. Nos decía José Guillermo García-Valdecasas que casi toda la gran literatura puede llevar el título de Margaret Mitchell, Gone with the Wind. La literatura es nostalgia de algo perdido14 o de algo que vendrá, como nostalgia es la música según Fray Luis de León en su Oda a Salinas. La pérdida y el desmoronamiento son comunes a todo lo humano, y por eso es tan placentero el hallazgo de un manuscrito, el sueño de un futuro glorioso o el rescate a través de la escritura de lo imaginado en la cárcel sin papel ni pluma (como le aconteció a San Juan de la Cruz). Esto es claro en los autores para los que cualquiere tiempo pasado fue mejor, como Ipuwer o los del otoño de la Edad Media estudiado por Huizinga y Lagarde; pero incluso los que se refieren a un óptimo “ya”, como Horacio en el Carmen Saeculare, no dejan de cantar lo ausente, como los rebaños y la proba conducta de los jóvenes en una cultura cada vez más urbana: el número 52 de los Carmina Burana y Palästinalied de Walther von der Wogelveide hablan de una justicia y caridad que más corresponden a la Jerusalén celeste que a aquella por la que los israelitas querían ver su lengua pegada al paladar si la olvidaren. La Matemática dice que todo es recuperable: los textos, que se pueden reducir a unos y ceros, los materiales, que se pueden reducir a fermiones y bosones, e incluso los escritores, nacidos y no nacidos, que se pueden reducir a G, A, T y C: con unas variables de alimentación y recuerdos, la humanidad es un número finito, como ya intuyó Bolesław Prus. Los elementos de la combinación son limitados, de modo que es sólo cuestión de jugar con ellos para volver a tener en las manos un manuscrito quemado en el Alcázar de Madrid en 1734 o en la cocina de John Warburton. Sin embargo, nunca tendríamos nada que nos confirmase su identidad. Desde una perspectiva búdica, negadora del “yo”, no cabe duda de que, a base de combinaciones, necesariamente llegará a coincidir una constelación de hechos con una constelación de elementos que crea ser una persona y, que, desde esa conciencia ilusoria, crea poder entender e interpretar lo que se ofrece a sus ojos. También es cierto que incluso una sucesión de errores en la cadena de letras de un texto puede acabar ofreciendo algo legible, como los poemas galaico-portugueses que acabaron castellanizándose en el Cancionero de Baena o la filigrana que se convierte en una palabra hebrea en su primer folio. Por ser obra de la inteligencia divina o por puro azar, en el caso del universo el lector podría llegar a reconocer en la obra que se le presenta algo que él mismo tiene escrito en lo más profundo de su ser: es la imagen del sýmbolon (elemento que adquiere su sentido al reconocerse con otro) perfectamente tratada por San Juan de la Cruz (“los ojos deseados/ que tengo en mis entrañas dibujados”) y también por Garcilaso, a lo profano (“Escrito está en mi alma vuestro gesto”). Aunque lo divino en la criatura no sería enteramente igual a lo divino del Creador, ni la imagen reflejada en las aguas igual que el rostro verdadero. El Cardenal Cusano acentúa esta diferencia de identidades al proponer un universo “quasi Alemanno Graecus quidam Platonis liber praesentaretur, in quo Plato intellectus sui vires descripserit”. Si no existiera esta diferencia de nación y no sólo de lengua (que es aprendible) la lectura del libro del universo conduciría indefectiblemente a las palabras del protagonista de La escritura del dios de Jorge Luis Borges: “Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él, y ahora no le importa”. En 14

Ibn Gabirol y Quevedo escribieron elegías en el sol y la luna; Miguel Hernández, dentro de la tierra. AlMu‘tamid encadenado aparta la vista de su cadena y Reynaldo Arenas o Kundera liberados no la pierden de ella. El ideal de Bruno Schulz es “madurar hacia la infancia”; Pérez de Ayala exclama “me repristino” ante Antonio Robles (ternurista cercano a Andersen); Unamuno ve necesario llevar a flor de piel los recuerdos de la niñez, y Fellini indudablemente lo hace.

efecto, parece que al Dios de los matemáticos, al igual que al Dios de Savonarola, no le importa que desaparezca un cuadro de Botticelli o una partitura. Él no es que vea todos los colores al mismo tiempo ni que escuche todos los sonidos al mismo tiempo; ni que esté más allá del color y del sonido; es que está más allá del espacio y del tiempo. Escapa, sin embargo, a nuestra ciencia el explicar cómo una obra sometida a la limitación del espacio y del tiempo nos hace pensar y concebir lo ilimitado: aún hay espacio para pensar en un Dios a quien sí le importen Velázquez, Bach, Mozart o Calderón, e incluso las cosas vulgares para las que Platón no creyó que hubiera un arquetipo, y por supuesto, el huérfano real tanto como el narrado; o para esperar que en que nuestra edición “mejorada por el Autor”, como escribió Benjamin Franklin en su epitafio de 1728, haya algo menos que todas las letras, simultaneadas. Sin duda, en la lectura de la escritura humana la identidad entre el lector y lo leído nunca podrá ser perfecta. Aunque se da el caso de escrituras humanas que se tienen por creación directa de la Divinidad y por lo tanto compendio de la escritura del universo, como el Decálogo o el Corán, muy diferentes de los discursos de Dios hecho hombre (Jesucristo, Kṛṣṇa), o de hombres divinizados, como los emperadores, desde Narmer y Naram-Sin pasando por Adriano, cuyo famoso epigrama demuestra muy a las claras que no creía demasiado en su divinidad y que era consciente de la futilidad de forzar el culto a Antínoo en todo el mundo frente al poder omnímodo de la muerte. El Salmo XXII, rezado en la Cruz, expresa no menos angustia, aunque el final del poema es completamente distinto. Naturalmente, cuando se da a un discurso la categoría de verbo divino, sin mediación humana, nada impide considerar que ese libro no refleje el universo sino al revés, que el universo sea un reflejo del libro. Es lo que propone la Cábala. También se da el curioso caso de que el libro pueda remplazar a un hombre divino, como el Adi Granth, elevado por Gurū Gobind Singh en 1708 a la categoría de guru viviente (y conocido desde entonces como Srī Gurū Granth Sāhib-jī). La doctrina de Aḥmad ibn Ḥanbal del Corán increado que hay que aceptar sin hacer preguntas (como el “Das ist mein Leib” que Lutero escribió sobre la mesa negándose a discutir la propuesta de interpretación metafórica de Ecolampadio) agravó las dificultades de un acercamiento histórico y literario a un libro que se autoproclama inimitable, ni por hombres ni por númenes (Corán, 17.88). No obstante, no pocos autores escribieron su propio Corán15. La sacralización del texto conlleva una esclerosis que impide su lectura y comprensión y que puede acelerar su destrucción. Muchos son los casos de sacralización excesiva de la letra: el códice griego que tenía Petrarca sin saber griego, los glifos hititas que curaban el tracoma en Alepo y Hama, los huesos oraculares chinos que eran triturados y vendidos como huesos de dragón en Ānyáng, los rollos con el texto de la mítica carta de Jesús a Abgar en búlgaro que dieron origen a una palabra para “amuleto” en rumano, las filacterias judías… aunque a veces la incomprensión permite a las letras un viaje que no les sería concedido si se 15

Así se supone de Al-Mutanabbī, cuyo apodo significa “El Pseudo-profeta”; de Al-Ma‘rrī; de Ibn al-Muqaffa (protagonista de la “migración de las fábulas” –feliz concepto de Friedrich Max-Müller–, traductor del Kalīla wa Dimna y probable autor de un tratado racionalista contra los profetas); y del bereber Hamim, quien, sin embargo, más bien reciclaba el de Mahoma, a quien tomaba la palabra: prohibía comer carne de cerdo, ilef en tamazigh rifeño, pero no de cerda, tileft, porque el Corán no dice nada de las cerdas, ya que el árabe sólo usa el masculino: por otro lado, los jamones de cerda son mejores. Mahoma tenía razón al temer las traducciones. Más original fue Ṣāliḥ, quien compuso un Corán beréber de 80 azoras. Incluso Alexandre-Victor Hupay de Fuvea escribió un Alcoran républicain (1795), en una época de apologetas de Nerón y Mahoma, como Anacharsis Cloots, revolucionario de novelesco nombre (por el personaje del Abate Barthélemy). Sigue habiendo apologetas del Islam que quieren que le debamos todo a la cultura árabe, pero olvidan que su literatura tiene pilares muy poco islámicos: zoroastrianos (Ibn Burd), cristianos (la primera afirmación de panarabismo y el primer documento árabe es el epitafio del rey cristiano Imru’-l-Qays), gnósticos, “sabeos” (Ibn Qurra), racionalistas, judíos (Maimónides), herejes (Averroes) y bebedores y homosexuales varios (Abū Nuwās, convenientemente censurado por los mismos gobiernos que insisten en decantar las glorias del arabismo fuera de sus fronteras).

entendieran, como los textos árabes en los tejidos reproducidos por la pintura europea o el Liber linteus Zagrabiensis usado para envolver una momia 16. Para Ricoldo de Montecruz (Contra legem Saracenorum), la dulcedo y facundia que Guillermo de Trípoli, en su Notitia de Machometo, reconocía en quien él pensaba que era el autor del Corán, el compilador ‘Utmān (“Hesman”), se vuelve contra la pretensión de autoría divina, ya que, decía, Dios había hablado a los profetas en prosa y no en verso ni con palabras blandas: con lo cual, o estaba afirmando que una cosa era el mensaje divino y otra la reelaboración en las Escrituras (reelaboración que los musulmanes negaban para el Corán), o desconocía la poesía en la Biblia, cuya lengua había pasado en Occidente a ser el latín del esforzado San Jerónimo: Enrique Knyghton en su Chronica se quejaba de que Wyclif la hubiera traducido “in Anglicam linguam non angelicam”. Desde la más remota Antigüedad, conservamos discursos atribuidos a seres sobrenaturales17, pero no hay ninguna prueba de esta autoría divina, angélica o demoníaca. A veces también se concede la autoría a seres extraterrestres, que son, de modo más evidente que otras entidades, una ficción humana, primero para satirizar su propia condición (Luciano, Cyrano, Voltaire; Taketori monogatari, Aelita) y luego para reflejar el terror y la esperanza generados por una posición de dominio sobre el universo de la que los hombres no están muy satisfechos (Wells, Bradbury). Más humanos aún son los autómatas (Olympia en Hoffmann, Primus y Helena en K. Čapek, Roy Batty en Blade Runner)18. Santo Tomás de Aquino, y, siguiéndolo, Dante Alighieri en De vulgari eloquentia, Gómez Pereira y Descartes, negaban el lenguaje a los ángeles y a los animales, por no necesitarlo. Sin embargo, su argumento de que los animales no necesitan comunicarse porque todos actúan conforme al mismo instinto fue refutado por el Padre Feijoo en el tomo III del Teatro crítico universal (1729), donde se dice que hablar de instinto “no es más que trampear el argumento con una voz sin concepto objetivo” y que lo que tienen los animales “no sólo es semejante al discurso, sino que es discurso”. Las razones que aún daba Feijoo en contra del lenguaje de los animales, es decir, que no es aprendido y que sólo sirve para expresar emociones interiores y no realidades exteriores, fueron despejadas por Daines Barrington en 1773, quien demostró que, a pesar de lo que decía Fray Luis de León, el “cantar sabroso” de 16

A veces los textos se preservaron porque se desecharon, como en Oxirrinco o la guenizá de El Cairo. A otros les vino bien ser quemados, no sólo en las villas al pie del Vesubio sino en Berlín, donde un colosal monumento al canon alemán representa a “Brecht” (autor colectivo) en detrimento de Kleist, Büchner o Keyserling. 17 Así, las sentencias de los sueños proféticos entre los mesopotámicos, los judíos, los griegos, los atayales de Formosa (quienes también consultaban al pájaro sileq), y de los oráculos chinos sobre huesos y caparazones de tortuga, de los dioses egipcios a través de sus sacerdotes (Wallis Budge, Osiris and the Egyptian Resurrection, Londres y Nueva York, Wagner y Putnam, 1911, II, p. 171), de Zoroastro en nombre de Ahura-Mazdā (y de los magos y caldeos en nombre de Zoroastro), de los profetas judíos, de la bruja de Endor, de Dodona, de Delfos, de Claros, de Dídima, de Siwa, del antro de Trofonio, de Orfeo, de la Sibila de Heráclito, de la Diosa de Parménides, del demonio de Sócrates, del Espíritu Santo, de las apariciones marianas, de Dios a San Agustín, de los chamanes siberianos, de los de Ladakh en la India (bajo el patronazgo de diferentes divinidades para cada oráculo, como Rong-btsan), de gNas-chung en el Tíbet (antiguamente bajo patronazgo de los héroes de la epopeya de Gesar), de Hachiman en Japón, del fantasma del tío del Inca Viracocha, de San Francisco de Asís y San Antonio de Padua, que departían con Santa Teresa, de la revelación en sueño y entusiasmo a Descartes, de las endemoniadas de San Plácido (poseídas por espíritus con nombres como Peregrino Raro y Peregrinillo), de las de Loudun, de Swedenborg, de Blake, de los espíritus de los Yaka del Congo o de los babalawos de los Igbo y los Yoruba. 18 Es de notar que, a medida que se deshumaniza el arte y el pensamiento, las obras de los computadores pasan más fácilmente el test de Turing (Cyril Labbé, “Ike Antkare, One of the Great Stars in the Scientific Firmament”, Grenoble, LGI, 2010) e incluso las bestias de carga pueden exponer y vender obras, como el asno Lolo, presentado por el escritor Roland Dorgelès con el pseudónimo de Joachim-Raphaël Boronali antes de que Duchamp presentara un urinario a nombre de Robert Mutt. No sólo se aceptan como arte las obras en las que el artista no ha intervenido, sino incluso la obra sin obra, como la música insonora de Cage o la escultura invisible de Warhol.

los pájaros sí era aprendido 19, y por Karl von Frisch, quien demostró que las abejas (sobre las que llamó la atención Juan Luis Vives en De ratione dicendi) son capaces de comunicarse datos sobre la realidad exterior. Ya el Padre Kircher, citado por Barrington, había empezado a recopilar cantos de pájaros en notación musical; Fray Bernardino de Sahagún, instruido por los indios, los recoge con el mismo cuidado y atención que Aristófanes en su imitación jocosa del lenguaje de las ranas20. En vista del probado lenguaje de los animales, habrá que buscarse una antropología más allá de la paradoja de Humboldt21 e incluir en el estudio de la Literatura universal la literatura animal22, que no es tan rígida como se piensa y que alguna vez tuvo que tener comienzos e innovadores. La vacuidad de la palabra “instinto” es el equivalente en literatura animal a la palabra “pueblo” en literatura humana. Los pueblos no componen: las canciones son obra de personas concretas por más que luego una multitud camine sobre ellas. Es una vergüenza que los adultos sigan mintiendo a los niños en los libros escolares y, aún peor, que se crean esas mentiras: que los sentidos son cinco, que el “pueblo” es un gran poeta, que la cultura empieza en Grecia, y que los animales hacen lo que les dicta su “instinto” (también, entonces, guía el instinto a los notarios y a los legisladores, que no salen de sus sepancuantos; pero es seguro que no fue el “instinto” quien ordenó esas palabras). En cuanto a las relaciones de la literatura humana con los animales, convendrá seguir a Gustavo Bueno, quien expone, desde el materialismo, tres fases sucesivas del hecho religioso: una marcada por las relaciones con los animales, otra que lleva la divinidad a los astros (en los que Confucio, An-Nābiga y Shakespeare ven también modelos de gobierno) y a la fabulación mitológica, y la última, más evolucionada pero menos religiosa, la del Dios de los filósofos23. Más o menos se corresponden con la religión popular, la poética y la filosófica de Marco Varrón. De la primera fase sería representación el arte auriñacense, gravetiense, solutrense y magdaleniense24, Bhimbetka, y Göbekli Tepe y Nevalı Çori (ca. 9.500 a.C.). No Daines Barrington, “Experiments and observations on the singing of birds”, Philosophical Transactions of the Royal Society of London, 1773, 63, pp. 249–291. 20 Del oactli, por ejemplo, dice que “Algunas vezes pronuncia esta palabra yeccan, yeccan, yeccan, muchas vezes repetida. Y cuando ríe, dize ha ha ha ha ha hay ha hay ha hay ai; y esta risa es cuando ve la comida”. 21 Wilhelm von Humboldt, Über das vergleichende Sprachstudium in Beziehung auf die verschiedenen Epochen der Sprachentwicklung, en Die sprachphilosophischen Werke Wilhelm’s von Humboldt, Berlín, Steinthal, 1883, p. 51. Ideas parecidas aparecen en Jacob Grimm y Bachofen. 22 Más allá de aquella fruto de la instrucción lingüística que los hombres proporcionan a los animales para que digan chaere como los pájaros de Persio, escriban en griego como el elefante de Plinio o incluso cuenten la historia de la muerte de su madre como el gorila Michael (V.V.A.A., Primate Poetics Is Here, Utrecht, Socialfiction, 2008). Sobre este tema, Gustavo Bueno es ligeramente incongruente cuando critica, al mismo tiempo, a los antropólogos por no enseñarles una lengua internacional como el español o el inglés a los indios separados del mundo por el guaraní, y a los etólogos que enseñan a los simios la lengua de signos en lugar de dejarlos en paz como seguramente ellos querrían (“los orangutanes no hablan para que no les hagamos trabajar”), como los vagabundos que no quieren que los ingresen en una clínica o un asilo; pero hace un buen uso del problema planteado sobre los animales en El político de Platón (Gustavo Bueno, “Por qué es absurdo ‘otorgar’ a los simios la consideración de sujetos de derecho”, El Catoblepas, nº 51, mayo de 2006, p. 2). 23 Gustavo Bueno, El animal divino, Oviedo, Pentalfa, 1996, 2ª ed. 24 En cambio, las pinturas de Kimberley, antropomorfas, son ahora atribuidas por los aborígenes al pájaro Gwion Gwion. Una pintura citada por Marcelino Menéndez y Pelayo, que el maestro santanderino relaciona sagazmente con el Cervus de San Paciano de Barcelona (cf. Margoth Berthold, Weltgeschichte des Theaters, Stuttgart, Alfred Kröner, 1968, los hombres-león auriñacenses, de ca. 30.000 a.C., y los enmascarados de Addaura), demuestra los orígenes religiosos del teatro. En efecto, San Paciano se enfrenta a esas pantomimas (que siguen subsistiendo en el Este de Europa y en la propia España) no porque sean irreligiosas, sino porque representan otra religión: una religión agraria en la que la fecundidad y la sexualidad juegan un papel fundamental, y que horripila a San Juan Crisóstomo. Pero religiosas eran las comedias de Aristófanes con un Dioniso flatulento, y las tragedias de Eurípides con un Heracles fanfarrón y tragaldabas como el Bhima del teatro indio (que quizá fue una importación griega). Ese teatro obsceno (por tal lo tiene Ovidio en la época del moralista fracasado Augusto) sufre un intento de conversión por la monja Hrotswitha y Santa Hildegarda de Bingen a una religión en la que la 19

sólo el tiempo ha dado la razón a Marcelino Menéndez y Pelayo, quien en un admirable texto sobre una disciplina nueva en su tiempo, la Prehistoria, argumentaba con los mejores autores contra las ideas de Lubbock, Mortillet y Hovelacque acerca de un pasado sin religión; también ha demostrado estar en lo cierto otro propagandista católico, Chesterton, quien sostenía que era el espacio sagrado el origen de la ciudad y no al revés 25. Los descubridores de Göbekli Tepe dan a los animales representados allí un valor claramente numinoso 26. El tradicionalismo, que en Filosofía es mera anécdota, en Literatura lo es todo27, y los hombres, que según el Bàopǔzǐ de Gě Hóng aprendieron a tejer de las arañas y que, vestidos o no, aún hoy en día estudian la farmacopea de los primates, imitaron la música y el canto de las aves. Los pájaros no sólo hablaban por sus vísceras sino que entender su lengua se convirtió en un antiquísimo símbolo de conciencia mística, con iniciados como Salomón (Corán, 27.15), Melampo, Tiresias, Apolonio de Tiana, Sigurd, Dag el Sabio, San Francisco de Asís o Farīd ad-Dīn. René Guénon parte de la tradición del lenguaje de los pájaros para equiparar,

castidad es importante. Sólo un enorme foso de conocimientos comunes perdidos puede hacer que el teatro no se perciba como ligado, de alguna manera, a la religión, como ocurre en Zhuāngjià bù shì gōulán de Dù Rénjie, donde un campesino chino visita por primera vez el teatro tan del gusto de los invasores mongoles, y no puede entender que se haga música por diversión y no por un ritual religioso. La misma incomunicación (representada por un soldado en Suetonio, un notario en Gaál, un chiquillo en Fernán Caballero, un gaucho en Estanislao del Campo) vieron Munk, Von Schack, Renan, Menéndez y Pelayo, Alfonso Reyes y Borges entre el mundo griego y el islámico, a propósito de Averroes, aunque encontramos un ludus en la tradición islámica de la vida de los profetas (Antonio Vespertino Rodríguez, “Fuentes y análisis estructural de un cuento morisco”, en Jens Lüdtke, ed., Romania Arabica: Festschrift für Reinhold Kontzi zum 70. Geburstag, Tubinga, Narr, 1996, pp. 346-347), que puede influir en la idea del teatro dentro del teatro en la Inglaterra isabelina y en Cervantes, y que encuentra su más lejano referente en Samuel, II, 12.1-4, aunque se trate de un cuento y no de una representación. 25 Gilbert Keith Chesterton, Orthodoxy, Nueva York, Dodd, Mead & Co., 1908. También a “Un erudito nada sospechoso, porque no sólo es judío de origen, sino radicalmente positivista” (M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, CSIC, 1946-48, VIII, p. 29), Salomon Reinach, aunque curiosamente la exposición de Chesterton es mucho menos retórica y más pragmática. 26 K. Schmidt: “Zuerst kam der Tempel, dann die Stadt” , en Vorläufiger Bericht zu den Grabungen am Göbekli Tepe und am Gürcütepe 1995–1999, Istanbuler Mitteilungen, 50, 2000, pp. 5-41; J. Peters, K. Schmidt: “Animals in the Symbolic World of Pre-Pottery Neolithic Göbekli Tepe, South-Eastern Turkey: a Preliminary Assessment”, en Anthropozoologica, 39, 1, 2004, pp. 179-218. 27 “Edidit Otto libros, in queis bona multa videbis,/ et nova multa libris miscuit Otto suis./ Laude tamen caruit: vis me tibi dicere, quare?/ Non bona, quae nova sunt, non nova quae bona sunt”, en Gottlob Nathanael Fischer, Calendarium Musarum Latinum, Leipzig, S. L. Crusii, 1786, p. 268; y esto, por no recurrir al magisterio orsiano. Las reivindicaciones de independencia suponen querer ser como alguien, tener los mismos derechos que alguien, y por lo tanto llevan a la dependencia de un modelo: paradigmática es la repetición del tema del andrógino en el siglo de los nacionalismos (Przybyszewski, Rădulescu, Tuglas), que culmina en la literatura feminista de Virginia Woolf. No hay independencia en literatura (ni en el resto de los campos: muchos pueblos cuya cultura nunca necesitó de una bandera acabaron teniendo una). Incluso la literatura experimental que supuestamente hace saltar todo por los aires es muy tradicional, y repite los experimentos de Saggil-kīnam-ubbib (seguramente, el alfabeto se basa en acrósticos como el suyo), el Papiro Leiden 1350, el Papiro Chester Beatty, la Biblia, Simias de Rodas, Arato, Teócrito, Calímaco, Wáng Xīzhī, Hrabano Mauro, Mōšeh benʾĀšēr, Folengo, Rabelais (revolucionario por saturación, como Jarry, Joyce y Ferdydurke), Sterne (moderador de Swift, Fielding y Smollett, y emparentado con Burton como Cervantes lo está con Huarte de San Juan). Los místicos ya habían inventado lenguas propias, como la lingua ignota y el bâleybelen. A la narrativa del Siglo Positivo, que pretende ser científica y naturalista, se le cuelan por doquier sueños como en época sumeria, con la misma intuición de realidad que en el mito australiano y con la misma insistencia que la pesadilla de Potocki: esto acentúa su proximidad con Cáo Xuěqín. A su vez, Kafka es subversión de Balzac y legatario de Flaubert, y sin Plassans u Orbajosa no habría Yoknapatawpha, Macondo ni Malgudi, ni Antoine Doinel; convenciones heredadas de Śūdraka y Kālidāsa se tienen por innovación en Goethe; Eliot y Pound son poetas eruditos; la abominación de Moloch ruge en el XX con Cabiria, Metropolis y Ginsberg. El OuLiPo es viejo de siglos y la caja-libro de Marcel Duchamp, La boîte verte, París, 1934 (en realidad una microbiblioteca) está prefigurada por la enterrada en 1834 bajo la estatua de Cervantes en Madrid. Sólo recibiendo una tradición se puede crear otra, como se ve claramente en Ibsen.

como Mallarmé, karma, carmen y charme28. Alekséi Kruchiónij y Velimir Jlébnikov crearon una lengua poética propia, zaum, ‘más allá del entendimiento’, adscrita a la tradición de la lengua de los pájaros. La magia no tiene por qué entenderse para ser efectiva: incluso, como su sucesora, la medicina, lo es más si no se entiende, que es cuando las palabras incomprensibles pueden surtir un efecto placebo. Si alguna vez los encantamientos recogidos por Catón el Viejo significaron algo, probablemente él no lo sabía. La magia, como la medicina, pierde poder cuando se entiende su lengua, como el desciframiento del Copiales 3 resultó inmensamente decepcionante, y seguramente también lo serán el del Manuscrito Voynich y el Códice Rohonci. Pero el contenido no le resta valor a la forma, ya que la forma es, en sí, un contenido. Es por esto por lo que los intrincados coros de la tragedia griega o los largos parlamentos de Lope de Vega (a pesar de ser muy poco teatrales, a diferencia de los de Tirso) encantaban y encantan al pueblo analfabeto (Lorca fue testigo a través de la experiencia de La Barraca). Cuenta Filóstrato que a Adriano de Tiro iban a escucharlo incluso los que no sabían griego, como se escucha el dulce canto de un pájaro. Muy pocos pueden leer la obra de los dos grandes calígrafos de la dinastía Táng, Zhāng el Loco y Sù el Borracho, pero todos pueden disfrutarla29; Manuel de Falla añoraba poder gozar la música como los que no saben música. Por supuesto, es un error pensar que toda la literatura sea una imitación de la lengua de los animales e incluso “de las flores y las cosas mudas”, en palabras de Baudelaire seguidas por Caillois (y, de un modo científico, por Sir Jagadish Chandra Bose), o de las cosas que no lo son tanto, como la tuba de Ennio, que dice “taratantara”. La escritura nace como imitación30, e, incluso, en los huesos oraculares chinos, según la atrevida opinión de Keightley, presta voz a las silenciosas tortugas, anotando el sonido de la crepitación de sus partes duras puestas al fuego 31. Pero ya por aquel entonces, en Egipto y Mesopotamia, las bestias hacía mucho que tenían pastores; los reyes se decían pastores de hombres, y llamaban al Sol pastor de todas las criaturas. Estamos en una nueva fase de la religión, de la que saldrá, además de la idea del Buen Pastor, la del Señor de las Bestias, o la Señora, presente en la Ilíada32. La nueva cultura creerá en héroes civilizadores (Hércules es la forma más cercana a nosotros) que no sólo domeñarán a los animales, sino otras formas de barbarie como el 28

René Guénon, Symboles de la Science sacrée, París, Gallimard, 1962. Xú Bīng expuso en 1988 caracteres inventados, ininteligibles, a los que la crítica dio el título de Tiān shū, ‘Libro celeste’: en chino coloquial, el libro del Universo es el paradigma de lo incomprensible. 30 Sobre las primeras escrituras, cf., aparte del valioso censo de Marcelino Menéndez y Pelayo (ob. cit.), que da noticia, por ejemplo, del problema de la reescritura en Peñalba, Émile Cartailhac, Henri Breuil, La caverne d’Altamira a Santillana, Mónaco, Imprenta de Mónaco, 1906; Manuel Gómez Moreno, “Pictografías andaluzas”, Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans, 1908, pp. 89-102, p. 93; Joan Marler, Miriam Robbins Dexter (eds.), Signs of Civilization: Neolithic Symbol System of Southeast Europe, Novi Sad/ Sebastopol, California, Academia Serbia de las Ciencias/ Instituto de Arqueomitología, 2009; Yang Xiaoneng, Reflections of Early China: Decor, Pictographs, and Pictorial Inscriptions, Nelson-Atkins Museum of Art, 2000; Ian Morris, Why the West Rules – for Now: The Patterns of History, and What They Reveal About the Future, Farrar, Straus & Giroux, 2010; Manuel Aguirre, La escritura en el mundo, Madrid, Reliex, 1961. Y no hay que olvidar los nudos chinos, análogos a los quipus incaicos, si bien, según los mismos cronistas que hablan de ellos, como Sīmǎ Qiān, se hacían en tiempos de emperadores con cuerpo de serpiente. 31 David Keightley, Sources of Shang History: The Oracle-Bone Inscriptions of Bronze Age China, Berkeley, Universidad de California, 1978. 32 Y en Çatalhöyük, antes que el Señor en Hieracómpolis. No estará contenta con el sometimiento de los caballos por el hombre ni la misantropía de Swift, ni la misoginia de Lérmontov, ni la compasión de Nekrásov (O pogode), Dostoyevski y Tolstói. Los animales someterán la burguesía al absurdo (Cocodrilo de Dostoyevski y de Moravia; Rinoceronte de Ionesco). Después de Darwin, los animales repúblicos de Holberg, Seriman y Thjulén se han tomado en sentido literal (Wells, Antonelli, Bulgákov, K. Čapek, Du Maurier; igualmente, el progreso en física ha dado nuevas dimensiones a la lectura de Flatland), y no sólo en el figurado (Pareto, Orwell). 29

canibalismo o el matriarcado (redescubierto por Bachofen mucho después de que Filmer teorizara sobre el patriarcado): quizá esto haya hurtado a la mujer su papel determinante en la conformación de la literatura. Tenemos algunas pistas: las tablillas enterradas junto a una mujer y descubiertas por otra mujer, Zsófia Torma; la obra de Enheduanna; las coincidencias temáticas y estilísticas entre las poetisas chinas y griegas antiguas, y las árabes y latinas medievales, con obras anónimas que podrían atribuirse a mano femenina (cfr. los árboles de Safo y Qasmūna bint Ismā‘īl con los del Shī Jīng). No sólo los poetas imitaron los géneros femeninos, sino que probablemente, como afirma Theodor Frings, crearon géneros masculinos a partir de ellos33. El caso de las canciones infantiles es aún más complicado 34. La mujer literata y los animales pasarán a ser algo marginal, pero, afortunadamente, lo marginal también existe. Así, tenemos el papiro animalesco-pornográfico de Turín (animales por una cara y pornografía por la otra: no van mezclados), la Batracomiomaquia, al Rey Mono y al gato Pangur Bán, Chōjū-jinbutsu-giga, Renard y Fauvel, las ventosidades de Crates, Petronio, Chaucer, Quevedo y Gennai Hiraga (y sus viajes lucianescos y swiftianos), y el romance de los humanistas (Petrarca, Boccaccio). Con el canon (en torno a lo que para Jaspers es la Era Axial, Josías, Pisístrato y Confucio se dedican a editar) casi toda la literatura será marginal (una nota a los grandes libros, escritos o escuchados)35, marginada36 o destruida37. A pesar de las destrucciones periódicas, se producirán explosiones demográficas 33

Cf. Ria Lemaire, Passions et positions: contributions à une sémiotique du subjet dans la poésie lyrique médiévale en langues romanes, Ámsterdam, Rodopi, 1988, p. 299, donde pone como ejemplo un poema anónimo latino-germánico muy similar a otro arábigo-romance de Nazhūn bint al-Qilā‘ī. 34 Muchas de ellas expresan las quejas de letrados (cf. Emilio García Gómez, “Tres interesantes poemas andaluces conservados por Ḥillī”, en Al-Ándalus, 1960, nº 25, p. 307; Juan Ignacio Preciado Idoeta, Antología de la poesía china, Madrid, Gredos, 2003, p. 68; otra, contra el pescado de Wǔchāng, se asemeja a las invectivas de Góngora contra el Esgueva y debe de ser obra de cortesanos). Y qué decir de las niñas cantando “Melilla ya no es Melilla/ Melilla es un matadero/ donde van los españoles/ a morir como corderos”. 35 Así, hay una literatura judía (hebrea, aramea, yiddisch…); zoroastriana, escrita casi toda en la Edad Media (Bundahišn; Arda Viraf, donde el piadoso protagonista, que ha yacido con todas sus hermanas, es agraciado con una visita al paraíso en vida con la ayuda de las drogas); jainista, como la de Ādikavi Pampa, en estilo champu; budista (en sánscrito, como en Aśvaghoṣa; en pali, sogdiano, tocario, tibetano, chino, mongol, coreano, japonés, vietnamita, etc.); hindú (como en las recreaciones del Rāmāyaṇa por Bhāsa; por Pampa, de nuevo, en canarés; en telugu por Nannaya Bhattarakudu; en tailandés, jemer, javanés, etc.); cristiana (griega, latina, copta, siríaca, con San Efrén, armenia, georgiana, etiópica, con Kebra Nagast, romance, como en la Divina Comedia, altogermánica desde el Muspilli, sueca hasta Lagerkvist, tagala, etc.); islámica (persa, árabe, turca, swahili, como en el tendi wa Tambuka, sinama, como en Silungan Baltapa, etc.). Para Alfred North Whitehead, Process and Reality: An Essay in Cosmology, Cambridge, Universidad, 1929, p. 53, la historia de la Filosofía se reduce a notas a pie de página de Platón (en la Edad Media, lo era más bien al pie de Pedro Lombardo). En los pueblos católicos, donde no se lee la Biblia, no se le ponen notas: se repite (el lagarto de Jaén y el dragón de Wawel son el del libro de Daniel, aunque a ese dragón ya lo habían engañado en hitita y otras lenguas antes de Daniel; los particularismos, las “cosas nuestras” nunca son tales: los chistes de bilbaínos se cuentan de los sarajeveses, Eslovaquia y el Tíbet tienen la misma orografía mítica, Lǔ Xùn explica la China profunda a base de Gógol). 36 No dominar el Canon marginó a Wú Jìngzǐ y a otros muchos; sin embargo, el canon literario chino abunda en grupos informales, como los Siete Sabios del Bosque de Bambú (muy diferentes de los Siete Sabios antediluvianos mesopotámicos, Apkallū, y de los Siete Sabios de Grecia, pero que llegaron a ser imitados hasta en Corea, con el nombre de Chungnim Kohoe), o en funcionarios que presumen de beodos como Dù Fǔ, Lǐ Bó y Ōuyáng Xiū (el Viejo Borracho), y taoístas y budistas retirados voluntariamente del mundo al que daba acceso el Canon (Táo Yuānmíng, Wáng Wéi, la monja Xuē Tāo), mientras que más al oeste permaneció en la marginalidad la goliardía (los escolares díscolos de Petronio, Al-Hamadāni, Al-Harīrī, Al-Ḥarīzī, Ibn Zabara; los de los Carmina Burana, mucho más allá del mal dizer de las cortes de los trovadores como Marcabrú y Bertrán de Born; François Villon; o el de Selma Lagerlöf, finalmente redimido) y la mística de los bufones de Dios (Malāmatiyya, Zen; Comgán mac Da Cherda, Nasreddīn, Ŷuḥā’). En la India fue canonizado el antidogmático Kabīr, y en Japón fueron expulsados de una sesión de haikai (‘informal’) los poetas dirigidos por Ihara Saikaku, por poco canónicos. Con Bashō, la forma pasó a ser individual y canónica. 37 La gran enciclopedia Sìkù Quánshū, que contenía tres millares de títulos, llevaba aparejado un catálogo de otras tantas obras prohibidas, quemadas inmediatamente tras su catalogación; la reina rarotongana Makea Takau hizo que no quedaran más historias familiares que la suya.

de libros, a veces agravadas por un solo autor (Marcial se queja de que Tito Livio no le cabe en casa; San Isidoro ve imposible no ya copiar, sino leer todo San Agustín), pero también por un afán enciclopédico y anticuario 38. Algunas tradiciones sagradas se recogen cuando no se cree en ellas39. Otras, como el Mahābhārata, crecen desmesuradamente. En una era axial para el enciclopedismo, se suceden General Estoria, Ŷāmiʿ al-tawārīj y Yǒnglè Dàdiǎn40. El “pueblo” no se resiste a cantar a nuevos héroes, como los tres cristianos que cierran los Nueve de la Fama41, ni a expresar espontáneamente su sentimiento amoroso con tanta frescura y “originalidad” como sus modelos egipcios. El deseo de recuperación de lo perdido lleva a consecuencias desastrosas (tragedia italiana y novela pastoril del Renacimiento; teatro neoclásico, fruto de una interpretación errónea y cerril de Aristóteles), pero también a la obra impresionante de G. Valla, Reisch, Calepio, Alessandro Alessandri, los jesuitas como Lorenzo Hervás, los mauristas o los sabios 38

Se nos han conservado los archivos y bibliotecas de Ebla, Mari, Amarna, Ugarit, Nínive y otras muchas ciudades antiguas, aunque se hayan perdido las de Alejandría y Pérgamo, y mucho pereciera con los saqueos de Roma, Cháng’ān, Constantinopla e incluso Turfán y otros centros no tan aislados como Santa Catalina del Sinaí o las cuevas de Qumrán y Dūnhuáng; obras enciclopédicas como las de Celso, Plinio, Casiodoro, la Suda y el Fihrist; compilaciones como los Sòng Sìdàshū y el Codex Gigas; e historias y geografías universales (Heródoto, Diodoro, Estrabón, Eusebio, aunque en armenio, Ṭabarī, Al-Masʿūdī, Al-Bīrūnī, Veraldar Saga, Rudolf von Ems, Jans der Enikel), a veces con muy meditados métodos, desde Polibio (seguidor de Éforo) a Ibn-Jaldūn. 39 Las Dionisíacas de Nono, Hayots patmutyunun, Res gestae Saxonicae, Šāhnāmeh, las Eddas y Heimskringla, la Crónica de Néstor, Lebor Gabála Érenn, Historia regum Britanniae, Gesta Danorum, Chronica Bohemorum, Gesta principum Polonorum, Gesta Hunnorum et Hungarorum, Nibelungenlied, las obras de Alvarado Tezozómoc, Guamán Poma de Ayala, el Inca Garcilaso y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Popol Vuh, Biag ni Lam-ang, Kalevala y Kalevipoeg. 40 Mandadas hacer por Alfonso X (1221-1284), Öljaitü (1280-1316) y Yǒnglè (1360-1424). Sejong el Grande (1397-1450) hizo una labor semejante en Corea. La desamortización de Mendizábal o el caso de Lorenzo Boturini demuestran la inferioridad de la administración pública con respecto a la iniciativa real o clerical (Gallia Christiana, Italia Sacra, España Sagrada) para salvaguardar antigüedades, que muchas veces son destruidas con el fin de evitar expropiaciones estatales sin recompensa alguna. 41 Tal como aparecen en los Voeux du Paon de Jacques de Longuyon: el Rey Arturo (protagonista de la materia de Bretaña, según la división de Jean Bodel en Chanson de Saisnes: en Chrétien de Troyes, Wolfram von Eschenbach), Carlomagno (protagonista de la materia de Francia: Chanson de Roland, Morgante, Orlando furioso, incluso Fierabras, y sinónimo de ‘rey’ en las lenguas eslavas y en romaní) y Godofredo de Bullón (materia de ultramar: Gerusalemme liberata), que se unen a los paganos Héctor (materia troyana), Alejandro (cantado en siríaco y mongol, y en persa por Nezāmi al mismo tiempo que en latín; los siríacos de China fechan por la era del gran rey Alejandro y de su padre Filipo) y Julio César (sinónimo de ‘emperador’, y quizá origen del nombre del héroe tibetano Gesar) y a los judíos Josué, David y Judas Macabeo. Otros nuevos héroes son los Nart, Jumong de Koguryŏ, Gualterio de Aquitania, Atila, Teodorico, Taliesin, Bilge-qaγan y Kul-tegin, Digenís Akritas, Beowulf, el Cid, Alejo Comneno, Kiyomori, Genji, el Caballero de la Piel de Tigre, el Marqués de Monferrato (por carta de Raimbaut de Vaqueiras) Činggis Qaγan, el Príncipe Ígor, Amadís, el Príncipe Marko, Yanauluha, Hayam Wuruk, Pachacútic, Vasco de Gama, Manas, Dede Korkut, Koroğlu, Ural-batır, Djerzelez Aliya, los 47 Samuráis, los “7” de Kurosawa, Ringo Kid y una lista que llega hasta nuestros días y se mantendrá mientras queden nuevos amautas para forjar nuevas mentiras (Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Barcelona, Seix Barral, 1990, p. 17; un antiguo ejemplo es la celebración épica de Pentaur de la victoria sobre los hititas en una batalla que, según los hititas, ganaron ellos; a veces el autor es su propio amauta, como Casanova, seguramente más fantasioso en sus memorias que en su Icosameron, o Ernesto Guevara), o mantener vivas las viejas, como la denunciada por Wilfred Owen: “dulce et decorum est pro patria mori”. Puede que Horacio mintiera al describir su cobardía en el combate, porque lo hace imitando a Arquíloco, pero el que sobreviviera hace más verdadero esto que lo otro. Paradójicamente, Santo Tomás Moro quería que sus utopianos amasen la paz, despreciasen el oro y estudiasen los clásicos, siendo los héroes homéricos incompatibles con lo primero. Casi todas las utopías puestas en práctica (legismo, comunismo, nazismo) han necesitado quemar libros. Por otro lado, la parodia de la épica, como Mac na Míchomhairle o Țiganiada (ambas cervantinas), los héroes diabólicos (Don Juan, Teófilo, Fausto, Schlemihl, Byron, el Judío Errante, Ahab, Nosferatu, Caligari), antihéroes (Xīmēn Qìng, Julien Sorel, Jan Dítě, Alberto Sordi, las figuras del Zhàn Guó Cè, Arthaśāstra e Il principe), embaucadores (Odiseo, Kṛṣṇa, Maui, Nanabozo, Coyote), fanfarrones (Sinuhé, Münchhausen, Háry Janos), los juanes de odiseas infantiles (János Vitéz; Keloğlan), celestinas, pícaros (Simplicius Simplicissimus) e ineptos (Oblómov, Zeno Cosini) también colman los anaqueles.

alemanes alentados por Goethe, inspirado por Juan Andrés. Hoy podemos beneficiarnos del esfuerzo de conservación de editores como Migne, los Maisonneuve, Bompiani, Aguilar o Sansoni, y disponer de bibliotecas, fonotecas, pinacotecas y filmotecas casi infinitas, si bien nunca completas; muchas de ellas en la Red, y muchas de ellas gratuitas42. Naturalmente, todo esto no hay quien se lo lea. Ni falta que hace. Dice Borges: “No sé nada de húngaro; no manejo nada del húngaro; pero sé que si aprendiera húngaro, hallaría en él todas las cosas que encuentro en otra poesía”43. La perspectiva de la Literatura universal no invita, ni mucho menos, a leerlo todo, sino a rastrear lo que vale la pena, lo que necesitamos (algo que puede variar mucho según la persona) allá donde esté, y hacerlo no como un funcionario de las letras que lee sermones y novelas pastoriles por metros para obtener un puesto desde el que ya no tenga que leer nada44, sino como un poeta (Borges consideraba a Menéndez y Pelayo un crítico acertado porque era, además de erudito, poeta). El programa de estudio de la Literatura universal fue redactado por Ptah-Hotep en el siglo XXIV a.C.: “una bella palabra se esconde más que el feldespato verde, pero se puede encontrar en la esclava que muele”45. No se trata de encontrar los pensamientos y sentimientos propios en los textos antiguos, como los mauristas46, sino de un trabajo intuitivo (la intuición, el método de Goethe, es el único aceptable para Spengler) y creativo, para el que otros métodos (filológico, arqueológico, químico) son no sólo auxiliares sino ancilares 47.

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Colecciones y obras necesarias para el estudio de la Literatura universal son ETCSL, SAACT, BWL, ANET, ANEP, SKQS, PL, PG, CIL, CIS, CII, CLI, CNA, ATU, BAE, BAC, TLG, OED, SBE, CORDE, ISTA, PHI Latin Texts, DGE, RE, TITUS, CDLI, CASSS, POxy, CIAP, CELT, EI, EJ, GAL, FHA, FGA, BI, CAD, LIZ, TLIO, CSCO, CSEL, NRF, DWB, OBTC, SCC, CCT, DLB, DBA, HCS, BTL, BTG, CCAMA, CCHMA, CCIMA, CCSMA, CCDMA, ASPR, MGH, JTI, BB, SSL, Rombase, EdM, Türik Bitik Melimet Kori, OLAC, TTC, Le letterature del mondo Sansoni/ Accademia, Wielka literatura powszechna de Lam, Historia de la Literatura Universal de Riquer y Valverde (y la de Perés), Pantheon Fairy Tale and Folklore Library, University of Chicago Folktales of the World, Salem Masterplots (mejorados con respecto a su propósito original, ya que una obra no es su argumento, como erróneamente creen quienes hablan de la Epopeya de Gilgameš presentándola como un único libro con diferentes “redacciones”, mezclando en sus ediciones textos de tiempos, estilos, metros, lenguas e intenciones diversas: por esa regla de tres, Fedra sería una sola obra con diferentes redacciones en griego, latín y francés, y se podría combinar el Edipo de Sófocles con el de Séneca), Otros pueblos de Luis Pancorbo, Atlantis de Leo Frobenius, Classiques Garnier Numérique, Hakluyt Society Publications, Geonames de Werner Fröhlich, así como los portales Google Books, Internet Archive y Wikipedia, de la que al principio se reía todo el mundo y hoy es un pilar fundamental de la vida académica. 43 Carlos Cortínez, Con Borges (texto y persona), Buenos Aires, Torres Agüero, 1988, p. 19. 44 Admiraba José Joaquín Olivares Burgos el resumen de Crimen y castigo puesto en boca de un crítico por Alejandro Dolina, Crónicas del Ángel Gris, Buenos Aires, Colihue, 2006, p. 211, “Un hombre asesina a una anciana y luego se arrepiente”, por cómo se puede demostrar, en una sola frase, que no se ha entendido un libro. Igualmente, en una reseña, el crítico Germán Gullón, “Los siete ahorcados. Leonid Andreiev”, en El Mundo (El Cultural), 17-1-2008, demuestra en una sola frase que no se ha leído el libro: “Trata de la estancia en la cárcel de siete terroristas”, cuando son en realidad seis terroristas y un criminal común, y el libro no va de “gentes idealistas, creyentes en la revolución”, sino de la muerte violenta e impuesta. Con un solo número, “siete”, acredita que tenía cosas mejores que hacer antes que leer. 45 Edda Bresciani, Letteratura e poesia dell’antico Egitto, Turín Einaudi, 1999, p. 42. Por esa época, el faraón Isesi se interesó por los pigmeos, famosos aun hoy en toda África por sus complejos cantos polifónicos: pero, como, al igual que Pepi II, sólo logró hacerse traer uno, pudo admirarlo más como danzante que como cantor. 46 Henri Brémond, Histoire littéraire du sentiment religieux en France, París, H. Odelin, 1915, VI, p. 179. 47 Lo conciso del método de la disciplina hace innecesario explicar una supuesta génesis académica que no existe, o atribuir, como viene siendo común, a tal o cual profesor francés su invención, siendo la mayoría de ellos posteriores a los cursos de Literatura comparada del aficionado Espronceda (y, por supuesto, a los brillantes ejercicios de Literatura comparada de Sir William Jones, quien no deja de poner al frente de su Dissertation sur la littérature orientale de 1771 la versión islámica sunní del dicho de Ptah-Hotep, “Buscad el saber aunque sea en China”), lo cual hace aún más ridícula esa pretensión.

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