El espacio del disparate (a propósito de El cuarto del loco de Carolina Lozada)

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Descripción

El espacio del disparate (a propósito de El cuarto del loco de Carolina Lozada) Por Fedosy Santaella

En español el origen de la palabra loco no está claro. Se ha discutido mucho su etimología. Corominas se va por la palabra castellana clueca, con origen catalán lloca, que es también clueca. Veamos: cuando una gallina está empollando, es decir, cuando está clueca, se vuelve furiosa si alguien intenta quitarle su huevo. El loco sería algo así como alguien que empolla su sinrazón, su alejamiento del mundo para madurar su locura, y se enfurece si pretenden sacarlo de ese lugar. De alguna manera, loco viene a relacionarse acá con locare, locus, lugar. Corominas, debo decir, rechaza incluso la palabra árabe láwqa, que viene del árabe clásico lawqā' y alwaq, estúpido. Sin embargo, el diccionario de la Real Academia en su vigésima segunda edición (que es de 2001), ya dice que quizá —quizá— la palabra loco venga de allí. A mí me gusta, sin embargo, el concepto de loco relacionado con locus, lugar. En Historia de la locura en la época clásica, Foucault señala el tema del viaje de los locos que tiene lugar entre la Edad Media y el siglo XV. Los locos, nos dice Foucault, vivían entonces una existencia errante, y las ciudades los expulsaban con gusto. En ocasiones, eran entregados a los navegantes con el fin de asegurarse de que se irían lejos y no volverían. Pero también se trataba, dice Foucault, de exilios rituales. El agua

se lleva al loco, «pero hace algo más, lo purifica»1. El mar funge como agua bautismal. De allí que estemos hablando de un cierto carácter místico en torno a la locura. Foucault también señala, y esto me interesa particularmente, que acá se hace presente la relación con la geografía. Entre el loco y su viaje se despliega un paisaje mitad real y mitad imaginario, donde hay una situación simbólica «realizada por el privilegio que se otorga al loco de estar encerrado en las puertas de la cuidad; su exclusión debe recluirlo»2. Es decir, al loco se le excluye y se le recluye dejándolo en los umbrales del afuera. Foucault también va a relacionar el lugar de locura con los leprosos, las enfermedades venéreas y con los delincuentes de baja categoría. Es decir, en esos lugares físicos —o simbólicos— donde van a parar los locos, fueron ubicados antes los leprosos, los enfermos venéreos y los delincuentes. ¿Dónde estamos entonces por analogía? ¿Qué se le pega al loco en tales contactos? Pues al loco se le paga la noción de la enfermedad y del pecado (el leproso ha sido castigado por Dios, el venéreo ha pecado con su cuerpo), pero también la noción del crimen. El loco es un pecador, un enfermo y un criminal. En el caso de la enfermedad, tenemos una relación terrible: tanto la lepra como la enfermedad venérea son contagiosas. La locura, en este paralelismo analógico, se contagia. Al loco hay que apartarlo, recluirlo, porque además la razón delimita sus bordes a través de la locura. Por supuesto, acá entra Descartes. Foucault va a decir que Descartes necesita apartar lo onírico y la locura de su duda metódica, de su

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Michel Foucault. Historia de la locura en la época clásica I. (Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1994), 25. 2 Ibíd.

delimitación de lo racional. Porque pienso, no estoy loco. Listo, ya la locura es no pensar, ya el loco no existe. Podemos excluirlo y recluirlo, esta vez bajo los parámetros de la razón. Luego de este preámbulo nos preguntamos: ¿Qué tipo de locos tenemos en el Cuarto del loco (Barco de piedra, 2014) de Carolina Lozada? Pues debemos decir, en primer lugar, que El Cuarto del loco está montado en dos partes. La primera remite al encierro y los locos más o menos dignos del encierro. La segunda se mueve en el afuera caótico y entre los locos del poder y los locos que quizás ni siquiera sepan de su estado mental. No obstante, ambas partes se interrelacionan a través de los espacios. «Mira por la rendija» es el primer texto del libro, y por esa rendija, precisamente, vemos al primer loco, al loco del encierro que come caca. Citando a Antonin Artaud, que a su vez es citado por Carolina Lozada, podemos decir que donde huele a mierda, huele a ser. El loco sabe que el hombre eligió la mierda para alejarse del no ser. Decidió vivir y vivir bien y no simplemente existir, dejarse ir hacia cualquier grado menor de ser. Pero al elegir la buena vida también eligió el acto de excretar, y tras ello montó murallas para soslayar, para no ver, para no oler la mierda. El loco, que sabe esto, se burla del hombre, y saca su mierda, la muestra y se la come en su cuarto. En «Soy un rincón de mi sombra», el loco tiene un pacto con el afuera. Prefiere no salir para no alborotar la oscuridad. La oscuridad tiene ejércitos, y los saca a la calle. Puede ser, por ejemplo, una ancianita que le pide al loco que le ayude a cruzar la calle. Pura apariencia, esa ancianita lo que quiere es lanzar al loco al medio de la calle. Por eso el loco, a la ancianita que no es sino bicha maléfica, la empuja, con andadera y

todo. El encierro, para este loco, como para todos estos locos encerrados, es un lugar seguro, un lugar feto, burbuja. Pero también el afuera puede entrar a la casa a través del televisor: un espacio tomado por un fabulador del afuera virtual, simulado, que no es necesariamente el afuera verdadero. Un fabulador que miente, y que se hace llamar súper héroe. A esto loco invadido desde el televisor se la cae la cara (de la vergüenza) en su propia casa. Le ocurre cuando escucha y ve al aparente superhombre. ¿No es ésta una hermosa metáfora de lo que tenemos que padecer todos los días en este país? El texto se titula, por supuesto, «Se me cae la cara». El afuera caótico y la utopía de mentiras del televisor, vuelven radical o fundamentalista cualquier encierro. Y eso es el texto «Los fundamentalistas», un catálogo de cuentos breves, de labradas joyas sobre el encierro mental que comienza por el oído. El encierro comienza por allí, por escuchar sólo lo que se quiere escuchar, por negar en sobresalto lo que escucha. Por arder como zarza con el fin de refutar. La zarza, esa planta tan fea, de fácil combustión, que se sacrifica por resonar la voz de su dios, esa voz que está en el televisor mintiendo el mundo, y nos vuelve productos enlatados, sardinas en masa que importan en cuánto masa, y nada más. Pero el amor también es fundamentalismo. ¿Quién no se ha vuelto un talibán del amor? Incluso hay quien ha pensado en quitarse la vida cuando el amor le sale mal. En ocasiones, el amor te puede dejar en estado vegetal, o en estado perejil, y vivir paralítico allí, en la pena de ese amor, tan sólo esperando inútilmente que el amante aparezca para que el mundo se abra. Pero no, lo que se impone es tan sólo el merodeo de las ratas y el irrefutable encierro.

Personajes particulares, como la Pequeña Litty y el Germán del cuento «Pequeña Litty» también se aman, también se condenan y también viven en el encierro. Germán quiere una mujer gorda, pequeña y con una verruga en el clítoris. Pequeña Litty tiene todo lo soñado, y es puta virtual. Germán le escribe poemas, ella escucha boleros y le muestra su verruga. Son felices en sus respectivos cuartos de locos, y el mundo virtual los une. Porque el mundo virtual es un cuarto de locos mayor que une a varios locos, a modo de fantasmas. La realidad es peligrosa, lo sabemos, y es mejor quedarse adentro, hasta que la muerte, ese último gran refugio, nos separe y nos lleve. Anoten esto: donde hay locos hay gatos. Y también bibliotecas. Pero a veces, como en «Gato que mira a carpintero muerto mientras su dueña descose el espacio», hay gatos imaginarios y no hay bibliotecas, porque al carpintero lo pisó un carro, abajo, frente al edificio. ¿Qué queda entonces? Un espacio vacío donde tuvo que haber estado el mueble, un lugar con esquina en el cuarto del loco. Los locos adoran las esquinas: último lugar vacío donde refugiarse, último lugar que es idéntico a ellos. El loco es su lugar, el lugar que ocupa en su mundo interior. Quiero decir con esto el encierro del loco no es sólo físico. Los locos llevan su lugar por dentro. Los locos son un país portátil. Llevan su locura a todas partes. Ya lo vimos en el loco que no sale a la calle o que poco lo hace porque le teme a las fuerzas de la oscuridad. Pero también hay locos poéticos, muy Cortázar, diría yo, que piden a gritos espacios públicos para llorar.

Con «Rincón público para llorar desnudos», estamos ya en el preámbulo de la calle, a los locos les falta poco para soltarse. El loco piensa en la calle, pero aún no se atreve a salir, porque la ciudad no es un cuarto de loco inmenso. El loco es un ser separado, del afuera, y de sí mismo. El loco siente como a cada rato sus partes van actuando de manera independiente. El mundo ya no es dueño del cuerpo del loco. El mundo encierra al loco, porque sabe que su cuerpo anda y hace a sus anchas y no lo puede corregir en colegio, en fábrica, en silla de computadora, en cárcel, menos en cuarteles. Pero el loco tampoco es dueño de nada. En este libro a un loco se la cae la cara, y a una loca se la cae el sexo. Se le escapa, como un gato. El cuerpo del loco, o las partes del cuerpo del loco, son como gatos. Los gatos se mueven de manera independiente, se van para otras partes y luego regresan, nunca están del todo. Así que este sexo es, tal como dice el título del cuento, un «Animal realengo» que se escapa por la casa, y en la tristeza de ser el sexo de una loca, intenta suicidios. Corre al escusado y se lanza al agua, pero ya saben, la contextura de su cuerpo es esponjosa, y flota. Y fracasa. La lista de tuits o de frases de «Bajo el desamparo de Dios», nos recuerda que el loco es loco porque Dios lo abandonó. Así, en el mundo ya sin amarras, este loco se va moldeando su propia zona de seguridad. «De a poco nos vamos haciendo isla» 3, nos dice. Y acá recuerdo unos versos de Gina Saraceni que quizás complementen esta idea: «La isla sabe cuánto cuesta estar a flote» 4. La isla del loco es una isla siempre anegada, siempre a punto de hundirse, sin anclas, a la deriva. Cada frase de esta lista es una isla,

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Carolina Lozada. El cuarto del loco. (Caracas: Barco de Piedra, 2014), 18. Gina Saraceni. Casa de pisar duro. (Caracas: Sociedad de amigos de la Cultura Urbana, 2013), 22.

una botella al mar de sí mismo, y al mar anchuroso y tormentoso del afuera caótico. El loco ve y dice, nadie lo escucha, nadie lo lee. Y entonces arribamos a la segunda parte del libro: Los locos se soltaron. ¿Cuáles locos? ¿Todos los locos? Pues no, al afuera caótico han salido los locos ilusos, los locos que no han caído en conciencia de la dignidad de su encierro, los locos que ni siquiera se han dado cuenta de que están locos. Estos locos viven en regiones gobernadas por otros locos, imaginadas, alucinadas por otros locos. Porque en esta segunda parte, un grupo de locos ha tomado el poder. Esta es la locura literaria que, según Foucault, surge en el siglo XV, y cuyo máximo representante es Erasmo. Hemos pasado, en este libro, de una experiencia mística del encierro a una experiencia crítica del afuera caótico. Ha entrado la sátira, «el castigo cómico del saber y de la presunción ignorante»5. ¿Qué es lo que creen que saben estos locos que gobiernan? Pues creen que saben gobernar, que tiene la verdad y que pueden regir el mundo. Ellos son, entre otros tantos, los gobernantes de la población de Turén en el cuento «La República», una ciudad nada extraordinaria que un día fue partida en dos, y comenzó a ser regida por los más altos parámetros morales y lógicos. En Turén el gobierno lo decide todo, incluso quién se casa con quién, porque Turén, al ser dividida en dos, dejó de un lado a las mujeres más horrendas del territorio y del otro, a las más hermosas. Por supuesto, habrá un rebelde que querrá traspasar las fronteras para casarse con una mujer bonita. Esa belleza que Román Casamayor busca es una manera de huir del afuera caótico hacia un orden superior. Casamayor, nuestro protagonista, será obligado a casarse con una mujer fea que, sin embargo, le propinará el mejor sexo

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Ibíd., 44.

del mundo. El gobierno terminará instalando cámaras las 24 horas al día para observar a los casados. Lo que ocurre en la casa es visto por toda la República, y alcanza altos niveles de rating. El resultado final de todo esto: un niño hermafrodita de nombre Al Pachino. Capitalismo y revolución van de la mano. Todo es show, espectáculo, pan y circo que terminará engendrando hombres nuevos hermafroditas: símbolo de la unión de los contrarios, pero también deformidad cósmica, ausente de potencia. Recuerdo acá al hermafrodita de Fellini en el Satiricón (justamente), débil, insuficiente, albino. «Es sólo la muerte» se constituye en el relato de alguien que le habla al Pistolero, al asesino de la calle, al que abunda. Ese alguien le habla al Pistolero porque le está contando cómo se preparó para reconocer, el posible día de su muerte, la faz de su asesino. Su cometido es aprenderse todos y cada uno de los rostros de los delincuentes del país. Dueño de una memoria fotográfica increíble, el narrador se va a las cárceles con la excusa de evangelizar, antepone denuncias falsas para hurgar en los archivos policiales, dibuja una y otra vez los rostros que recuerda. «El problema fue que mi fijación llegó a transformarse en algo verdaderamente siniestro cuando, en la calle, comencé a ver retratos hablados en lugar de semblantes reales»6. ¿Qué puede ser más terrible que transitar el afuera cargado del temor a la agresión, a la muerte? En este afuera del mundo, como se nota, gobierna el caos e impera la locura de la impunidad. La reacción a ello: el encierro, y más locura. El narrador nos cuenta cómo él junto con sus vecinos, formó un comando de defensa delirante que termina matando a una vecina lisiada. Estos locos, ya con la paranoia al extremo, rizarán el

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Lozada, El cuarto del loco, 34.

rizo. Es decir, volverán al encierro, onerosa constatación de que ya la ciudad no existe. «Esta triste, ay tan triste ciudad, se fue a la mierda» 7, dice el narrador, ya al final del cuento. En «Los hijos de María», la locura es religiosa, así como también lo es en «Forever Malaco». La locura mística ha estado desde el inicio de los tiempos. Citemos a Foucault de nuevo: «En marcha hacia Dios, el hombre está más abierto que nunca hacia la locura»8. Dios es un gran resplandor que enceguece. Dios no permite el acercamiento directo y fácil. Esa sabiduría de Dios, para el hombre, puede incluso ser vista como una gigantesca sinrazón. De modo que la locura, ante la sabiduría de Dios, no es más que una simple locura. Pero también el Todo luce a los ojos del hombre como locura. No hay salida, no hay salvación. Estos personajes que penetran el camino del fanatismo religioso, están condenados al delirio. María arrastra a su secta y a su hijo Jesús a la lucha contra Ur, el líder carismático que termina convirtiéndose en el gran mandatario nacional. Ur se vuelve omnipresente, está todo el tiempo en la radio y en la televisión. Se vuelve una utopía paralela que desde lo mediático se muestra «como el salvador de los desposeídos»9. Kathy, en «Forever Malaco», necesita salvar almas para salvarse también ella. Y entonces las secuestra. Secuestra a su mamá alcohólica, a una prostituta que termina siendo su cómplice y a un borracho que están tan borracho que no ve un secuestro sino una potencial orgía en el encuentro con estas tres mujeres de la historia. Kathy termina poniéndose el nombre de su gran amiga ya muerta: Malaco, es decir María

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Lozada, El cuarto del loco, 42. Foucault, Historia de la locura en la época clásica I, 56. 9 Lozada, El cuarto del loco, 45. 8

Corina, Mala Corina, de lo mala que era quedó en Malaco. El hermano Emilio, el pastor de la iglesia Todos los Cristos el Cristo, en realidad no está tan loco: él lo único que espera siempre, al final de cualquier faena, es una buena mamada de Kathy. Pero Kathy sólo quiere salvar almas en esta película con bajo presupuesto. «Las aves» es un cuento de locura colectiva, que empieza con la necesidad de salir de un apartamento para comprar azúcar. La cola para comprarla, empieza en el ascensor de la planta baja del edificio. Es una historia de resignación, de locos haciendo cola para comprar en los mercados. Una historia de escasez en un país gobernado, una vez más, por los locos de la estulticia. Acá se nos cuenta la historia de un hombre que quería matarse con veneno para ratas, pero que no pudo hacerlo, porque no conseguía el veneno en ninguna parte. Nos habla además de un señor de aspecto afable que pertenece a unas redes que se mantienen informadas de los puntos de venta de cualquier producto en escasez, y que trabajan con unos soplones que por algo de paga cuentan dónde están vendiendo las cosas. Pero entre los soplones y las redes ha comenzado un enfrentamiento por el control de la información, y además están los Picapiedra, grupos comandos que atacan y roban a la gente que ya ha comprado sus productos. ¿Qué es el afuera? Lo dice el mismo narrador mientras el señor de aspecto afable le cuenta su historia: «Yo no lograba interrumpirlo, a pesar del escalofrío que me causaban sus historias de caos y barbarie»10. Caos y barbarie, eso es el mundo que viven estos locos sueltos, donde la escasez es uno de los grandes titanes del apocalipsis. La escasez es tal que hasta las palabras comienzan a faltar. Así nos lo dice Octavio Raba en «Ocupar el silencio»: «Hay algo que

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Ibíd., 52.

está acaparando las palabras, algo; nadie sabe qué, la mayoría ni siquiera se lo pregunta»11. Octavio Raba se nombra a sí mismo para confirmar que aún existe, y además para dejar asentado que él, Octavio Raba, se atrevió a cuestionar la prédica del líder, su utopía realizada (según el líder) que sin embargo «terminó convertida en un dislate del horror»12. En este mundo maravilloso del amo hay un listín de palabras, una carta de razonamiento de palabras. Hay que vivir en esas palabras, asumir que son la verdad del mundo. Volvamos a Foucault, pero esta vez a Las palabras y las cosas. Allí encontramos al Quijote. Foucault ve en él a un ser que intenta hacer del discurso su representación del mundo. Todo lo que está dicho en el libro, es lo real. El libro es un deber. «Ha de consultarlo sin cesar a fin de saber qué hacer y qué decir y qué signos darse a sí mismo y a los otros»13. Y más adelante, hablando ahora de las palabras del libro: «Don Quijote debe proporcionar la demostración y ofrecer la marca indudable de que dicen verdad, de que son lenguaje del mundo»14. Don Quijote, el loco, debe creer que las palabras dicen la realidad. Pero ya lo sabemos, todos los sabemos, menos los locos; el discurso y las cosas (la realidad) ya no se asemejan. Las palabras del amo están fundadas, reducidas y reclasificadas para crear una realidad virtual, un simulacro, donde el loco ha de vivir, permanecer, encarcelarse. El simulacro del discurso es el más terrible de los encierros. Más allá de una sociedad que te impone disciplina en cárceles, colegios, cuarteles y manicomios, nos encontramos con una sociedad que te controla a través del discurso, de la simulación de verdades a través del discurso. 11

Ibíd., 71. Ibíd. 13 Michel Foucault. Las palabras y las cosas. (México: Siglo XXI editores, 2008), 53. 14 Ibíd. 12

Hemos llegado lejos, estamos en la tierras más terribles de la locura: al lugar donde el encierro se impone en el afuera caótico, donde el discurso limita todo pensamiento, donde ni siquiera la locura es un escape digno, sino una representación más del dominio. Estamos locos porque hemos dejado que el discurso del loco superior, del loco mandatario, se apodere de nosotros. Somos unos tristes locos, dominados por otros locos, por los arrebatados locos de un dios loco aún más arrebatado.

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