El ensayo orteguiano y el problema español de los géneros en la filosofía

September 7, 2017 | Autor: Gabriela Garton | Categoría: Ortega y Gasset, Hispanic Studies
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Descripción

Gabriela Garton Span 435 16 Abril 2012 El ensayo orteguiano y el problema español de los géneros en la filosofía José Ortega y Gasset es reconocido por todo el mundo como un gran ensayista, pero su papel en el mundo filosófico no se ha reconocido tan universalmente, ya que Ortega eligió el ensayo como su modus dicendi. La discordancia sobre su vocación filosófica nace del problema de los géneros filosóficos, un tema que ha sido controversial desde Platón. Con el auge del ensayo filosófico español en el último siglo, especialmente a principios del siglo XX, ha resurgido con vigor el debate sobre la validez del ensayo filosófico comparado con la filosofía sistemática. Antes de la época de Ortega, la disputa se había manifestado notablemente en el siglo XVI, la época de Michel de Montaigne, el escritor considerado como el padre del ensayo filosófico, y continuó en el siglo XVII con la respuesta de René Descartes al ensayismo de Montaigne. Esta discusión y la supuesta carencia de una filosofía sistemática en España han provocado dudas de que hubiese una filosofía española legítima. Por un lado los filósofos sistemáticos fieles como Eduardo Nicol declaran que el ensayo no puede llegar a la misma altura que el sistema y no debe ser considerado como filosofía tan válida como la sistemática. Por el otro lado quedan los discípulos orteguianos, incluyendo María Zambrano, Julián Marías, y José Gaos y otros figuras importantes de la filosofía moderna, como el alemán Teodoro W. Adorno y el húngaro Georg Lukács, que afirmaron la validez del ensayismo filosófico frente al sistema. Entonces, surge la pregunta: ¿hay una jerarquía fija y eterna de los géneros filosóficos en que un género queda superior al otro?

Gabriela Garton Esta pregunta sobre la existencia de una jerarquía de los géneros filosóficos es íntimamente relacionada con la cuestión de la existencia de la filosofía en España. Aún la prolífica ensayista y filósofa María Zambrano, en su ensayo “El problema de la filosofía española,” se pregunta “si ha existido en verdad Filosofía en España” (608). Si la forma sistemática es un requisito insoslayable a la filosofía se puede responder que no, pero esta suposición está en duda debido a la evolución de la situación social de la filosofía del siglo XX. Para examinar más a fondo este problema de la filosofía española y del ensayismo como forma válida de la filosofía, hay que precisar lo que se implica cuando se habla del ensayo filosófico y cómo se diferencia de su adversario, el sistema. Debido a que nuestro planteamiento es el problema español de la filosofía, nos enfocaremos en la crítica de Eduardo Nicol del ensayo filosófico y, más específicamente, orteguiano. Eduardo Nicol era un ensayísta y académico español de origen catalán que un afirma fielmente la superioridad del sistema en la filosofía. Además, la crítica de Nicol es una de las más completas y mejores escritas sobre el ensayo orteguiano y el ensayo filosófico en general. Para responder a las afirmaciones de Nicol, citaremos trabajos de otros filósofos modernos que reivindican al ensayo como género válido y de la misma altura e importancia que el sistema. A fin de situar el ensayo orteguiano por debajo de la filosofía sistemática en la jerarquía de los géneros, Eduardo Nicol empieza su “Ensayo sobre el ensayo” con una definición meticulosa del género ensayístico, describiéndolo como un género híbrido situado “entre la pura literatura y la pura filosofía” (206). Nicol impone varias reglas importantes en el género ensayístico; por ejemplo, el ensayo “prohibe decir algo que no se entienda en seguida” y es dirigido hacia un público general, por lo cual “la lectura de un ensayo no requiere en ninguno la

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Gabriela Garton especialización” (207). Debido a estas limitaciones, Nicol concluye que el ensayo no basta para tratar un gran problema, y si un ensayista lo intenta, es imposible que llegue al fondo del problema en cuestión. Es menester también comentar que Nicol considera la categorización genérica del ensayo esencial. Aún declara que si un ensayo viola una de las reglas propias del género, “se delata a sí misma como una literal extravagancia,” esencialmente eliminando toda la credibilidad del ensayo (233). Aunque la característica híbrida del ensayo es considerada por Nicol como una imperfección que hace que el ensayo sea inferior al sistema o a la pura ciencia, para otros filósofos, la hibridez del ensayo es característica de un género innovador. Julián Marías, un discípulo orteguiano, presenta las características propias de cada género literario de la filosofía en su obra “Los géneros literarios en filosofía.” Según Marías, los filósofos sistemáticos “tratan cuestiones muy precisas, marginales repecto al problema filosófico como tal y conexas con la ciencia positiva, éstos se mantienen adheridos a la forma de exposición ‘científica’” mientras que los ensayistas modernos “se han planteado el problema de la filosofía misma y por eso son, a la vez, creadores y plenamente actuales” (325-326). Entonces, se puede decir que el ensayo, especialmente el de Ortega, transforma el modo de comunicar la filosofía en una forma relevante y adecuada a los temas filosóficos de nuestro tiempo. A fin de representar la hibridez del ensayo en una luz negativa, Nicol contrasta el ensayo con la filosofía como género “científico,” usando la metáfora del teatro: “El ensayo, como su nombre indica, es una prueba, una operación de tanteo. Es como un teatro de ideas en que se confunden el ensayo y el estreno” (208). Por el otro lado, la filosofía sistemática, o sea, la ciencia, ensaya las ideas en privado antes de exhibirlos en público. Este “ensayismo” propio al género ensayístico también se puede observar en la obra de Ortega; por ejemplo, en El tema de

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Gabriela Garton nuestro tiempo Ortega presenta y pone a prueba dos teorías filosóficas sobre la cuestión de la verdad: el relativismo y el racionalismo. Para empezar, Ortega presenta el problema del conocimiento de la verdad, explicando que “la verdad, al reflejar adecuadamente lo que las cosas son, se obliga a ser una e invariable. Mas la vida humana, en su multiforme desarrollo, es decir, en la historia, ha cambiado constantemente de opinión, consagrando como ‘verdad’ la que adoptada en cada caso” (67-68). Entonces, el problema es: ¿cómo reconciliar la idea de una verdad eterna e “invariable” con “la vitalidad humana” que “varía de individuo a individuo, de raza a raza” (68)? Luego, Ortega pone a prueba las dos teorías principales de la verdad, empezando con el relativismo. Ségun él, el relativista cree que “cada individuo posee sus propias convicciones... que son ‘para’ él la verdad... ‘La’ verdad, pues, no existe: no hay más que verdades ‘relativas’ a la condición de cada sujeto.” Pero, Ortega destaca dos problemas inherentes a la teoría: primero, “si no exista la verda, no puede el relativismo tomarse a sí mismo en serio” y segundo, “la fe en la verdad es un hecho radical de la vida humana: si la amputamos queda ésta convertida en algo ilusorio y absurdo” (68). Por el otro lado, el racionalismo sigue “un procedimiento inverso” en que “el racionalismo, para salvar la verdad, renuncia la vida” (69). Según Ortega, “Siendo la verdad una, absoluta e invariable, no puede ser atribuida a nuestras personas individuales, corruptibles y mudadizas... Desde el punto de vista del racionalismo, la historia, con sus incesantes peripecias, carece de sentido, y es propiamente la historia de los estorbos puestos a la razón para manifestarse. El racionalismo es antihistórico” (69). Después de su presentación y refutación de las dos teorías de la verdad, Ortega propone su solución al problema de la verdad: la doctrina del punto de vista.

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Gabriela Garton El problema de la perspectiva y de la verdad en los distintos géneros filosóficos es uno que subraya con frecuencia Nicol en su “Ensayo sobre el ensayo.” Primero, él propone que “la filosofía es, en efecto, expresión” y todo lo que hace el hombre es también expresión (226). Después, Nicol explica el papel de la filosofía en su representación de la verdad: “la cuestión es siempre la realidad; es la necesidad de ofrecer respecto de ella, lo más sistemáticamente que se pueda, un cuerpo de proposiciones que provengan de la observación y del análisis, y que sean comunicables o verificables” (226). Pero si Nicol tiene razón con su explicación del papel de la filosofía, se puede cuestionar si el sistema es el único género en que la filosofía pueda lograr ese papel. El discípulo orteguiano, José Gaos, en su “Salvación de Ortega” también duda que el sistema sea el único género filosófico que puede tratar la realidad en una manera válida. Declarando el valor del ensayo filosófico, Gaos afirma que “el filosofar estéticamente... el hacer reverberar a la luz de la inteligencia personal de los espectáculos en desfile por las circunstancias todas, es una forma de filosofar con peculiares valores, y por ende legítima, de buena ley, tratándose sólo como con cualquier otra, de su logro en plenitud” (86). Entonces, para Gaos, el ensayo es también una forma válida para filosofar y tratar la realidad. Continuando la discusión del conocimiento de la verdad en los géneros filosóficos, surge el conflicto entre la objetividad del sistema y la subjetividad o la dependencia de la circunstancia del ensayo. Nicol afirma la superioridad del sistema expresando que “el sistema se requiere en filosofía... El sistema es objetivo. La realidad misma es sistema, lo que busca el pensador, buscando siempre, sin paralizarse nunca, es la manera adecuada de representarlo” (260). La objetividad del sistema presentado por Nicol es una idea completamente opuesta a la filosofía de la circunstancia orteguiana. Para Ortega, el hombre no puede separarse de su circunstancia sin

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Gabriela Garton dejar de ser hombre: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” (“Lector...” 77). Con esto, Ortega no sugiere que la verdad dependa de la situación precisamente, sino que la perspectiva de cada hombre sobre la realidad depende de la circunstancia. De su teoría de la circunstancia, nace la doctrina del punto de vista propuesta por Ortega en El tema de nuestro tiempo. Según Ortega: “Todos tienen su puesto determinado en la serie histórica; ninguno puede aspirar a salirse de ella, porque esto equivaldría a convertirse en un ente abstracto, con íntegra renuncia a la existencia... La perspectiva es uno de los componentes de la realidad” (134). Además, para Ortega, no existe propiamente el punto de vista objetivo, “ubicuo,” o “absoluto” porque “es un punto de vista ficticio y abstracto... El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones” (135). Entonces, Ortega esencialmente derrota la idea nicoliana de un sistema filosófico objetivo alcanzable y realista porque la realidad depende de la perspectiva circunstancial del hombre. Con la consideración de la circunstancia, viene la cuestión de la entrada del “yo” del ensayista en el ensayo filosófico en forma de anécdotas o confesiones personales del autor. Claro que Nicol se opone enérgicamente a la presencia del “yo” o a la subjetividad del filósofo en el discurso filosófico; según él, el “yo” es incompatible con la filosofía verdadera: “Si a unos filósofos como Husserl o Bergson no se les ha ocurrido introducir anécdotas en la trama de sus ideas, ello no es debido a una decisión privada de la sensibilidad o el buen gusto, sino a una incompatibilidad radical, filosófica, entre la teoría y la exhibición del yo” (“Ensayo” 235). Entonces, el uso de anécdotas personales le parece ser un tipo de intrusión biográfica innecesaria en la filosofía. En su opinión, la anécdota personal no tiene ningún derecho de meterse en la teoría de la filosofía científica. Aunque Nicol concede que la experiencias biográficas pueden

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Gabriela Garton influir en la elección del tema o en la razón detrás del deseo de estudiar el tema eligido (236), él se mantiene que la anécdota personal no debe ser parte de la prueba de una teoría. Para Nicol, una obra filosófíca “no es un libro de miseria de homne: es un intento de aproximación a la verdad” (237). Por lo tanto, refiriéndose al encargo vocacional del filósofo, Nicol declara que “o se sirve al yo o se sirve a la filosofía,” eliminando cualquier posibilidad de ambigüedad para los filósofos científicos (239). Sin embargo, Ortega y otros ensayistas filosóficos, como el alemán Theodor Adorno, se permiten disentir con este ultimátum de Nicol sobre la utilización del “yo” en la filosofía legítima. En su obra “El ensayo como forma” Theodor Adorno defiende la validez del “yo” y de la anécdota personal en el ensayo filosófico. Al contrario de lo que creen los filosóficos sistemáticos como Nicol, no se puede tratar toda la realidad por medios sistemáticos y lógicos. No se puede traducir todo conocimiento en ciencia. Theodor Adorno comenta sobre la afirmación de los filósofos sistemáticos de que todo conocimiento se puede convertir en ciencia: “pero el hecho de que todo se quedara en la mera segura afirmación de esa traducibilidad, sin que jamás se transformara seriamente la concienca viva en conciencia científica, nos remite a la precariedad de la transición misma, a la existencia de una diferencia cualitiva” entre la conciencia viva y la conciencia científica (17). Además, con una reflexión sobre la propia conciencia uno se da cuenta de lo poco de la conciencia viva que se puede capturar a través del método sistemático o científico sin recurrir a la anécdota personal que sí entra en el ensayo. Para Adorno, la anécdota o la memoria personal da profundidad a las observaciones de la vida, afirmándolas o negándolas (18). Tal vez la mejor superación de Adorno de las críticas de Nicol del uso de la anécdota personal en la filosofía viene de su discusión de temas de ciencia cultural

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Gabriela Garton o espiritual, los cuales eluden la prueba científica y por lo tanto deben ser validados por la anécdota personal (18). Si un homme de lettres trata de esta manera un tema del espíritu, a nadie se le ocurre “considerar irrelevantes y rechazar como accidentales e irracionales las comunicaciones de una experiencia sólo porque son las suyas y porque no son sin más susceptibles de generalización” o conversión en ideas universales (Adorno 18). Se puede decir que Ortega, como intelectual y académico, es ese “homme de lettres” destacada por Adorno. Entonces, las anécdotas personales en su ensayismo les sirven a Ortega como ilustraciones de sus teorías. Basado en su doctrina del punto de vista, el uso del “yo” es lógico para Ortega porque es parte integral de la verdad. Un ejemplo de la entrada del “yo” en forma anecdótica aparece en su ensayo “De Madrid a Asturias o los dos paisajes,” en el cual Ortega describe su viaje en tren entre esas dos ciudades para afirmar su doctrina del punto de vista. Ortega compara los dos paisajes, en Asturias “los paisajes y los corazones están tejidos con raros matices y transiciones” mientras que en Castilla “la mirada crea y fija el horizonte” (84). En su ensayo “Between Antitheses: Subject and Object in the Landscape Essays of Ortega y Gasset,” Profesor Kauffmann explica que para el castellano, es difícil acostumbrarse a la mirada asturiana debido a la diferencia entre la perspectiva mundial de cada región (116). Pero, finalmente “logra la mirada castellana rehacerse” para “buscar ese paisaje asturiano” que le es ajeno (“De Madrid” 85-86). Entonces, en este caso, Ortega utiliza el ejemplo de la adaptación de la vista castellana al paisaje asturiano para subrayar un aspecto importante de su doctrina del punto de vista: el respeto que se debe a cada perspectiva. El respeto y conocimiento de las otras perspectivas es clave porque para Ortega la verdad es relacionada íntimamente con la perspectiva de cada individuo.

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Gabriela Garton Después de toda esta discusión, y toda la que no se puede incluir acá por límites de tiempo y de espacio, regresamos a nuestra pregunta inicial: ¿es realmente posible determinar si un género de filosofía es mejor que la otra? Mientras que Nicol apoya la existencia de una jerarquía fija de los géneros filosóficos, los ejemplos de Ortega y los argumentos de otros ensayistas filosóficos importantes como Adorno, Marías, y Gaos, desafían de esa jerarquía, reivindicando el valor del ensayo. Los elementos del ensayo, como su hibridez, la falta de objetividad, y la entrada del “yo,” que Nicol considera como razones de la inferioridad de ese género filosófico, son defendidos por otros autores como atributos positivos que contribuyen al valor del ensayo. Primero, la hibridez del ensayo para Nicol limita el poder del género, pero para Marías y Ortega, la hibridez es elemento importante para la comunicación de la nueva filosofía. Segundo, la subjetividad de la presentación de la realidad en el ensayo para Nicol es incompatible con la filosofía verdadera, pero para Ortega, la perspectiva objetiva es una construcción de un ideal utópico o inexistente y no una realidad. Tercero, la entrada del “yo” o de la anécdota personal del autor como demostración de un concepto filosófico es perverso según Nicol, pero necesario para iluminar conceptos de la vida que no pueden ser traducidos a la ciencia, según Adorno. El desacuerdo entre los críticos y defensores del ensayo sobre la existencia de una jerarquía fija de los géneros filosóficos presenta una nueva posibilidad: tal vez el ensayo y el sistema no sean necesariamente sustitutos o rivales, sino complementos que sirven para distintas áreas y en diferentes épocas de la filosofía. Cada género tiene su propio valor, pero la jerarquía o la validez del género depende de la circunstancia social, en ciertos momentos sirve mejor el sistema pero en otros el ensayo es superior. Por ejemplo, para Ortega, el ensayo fue la mejor

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Gabriela Garton manera de tratar el tema de su tiempo, que era el problema del odio intelectual de los españoles y la falta de perspectiva. Con su ensayismo intentó crear un “afán de comprender” en un país donde se lamentaba la existencia del pensamiento filosófico (“Lector...” 49). No resulta difícil observar la huella profunda que ha dejado el ensayismo orteguiano sobre la filosofía; su impacto se puede ver a través de las escrituras y éxito de varios discípulos y admiradores orteguianos, incluyendo pensadores y escritores tan respetados como Julián Marías, Juan Marichal, José Gaos, y María Zambrano. Aún Octavio Paz, el gran poeta mexicano y ganador del Premio Nobel, declaró en su homenaje a Ortega, “José Ortega y Gasset: El cómo y el para qué,”: “No estoy muy seguro de pensar ahora lo que él (Ortega) pensó en su tiempo; en cambio, sé que sin su pensamiento yo no podría, hoy, pensar” (110). Entonces, la carencia de sistema en la obra orteguiana no disminuyó para nada el gran valor de su filosofía, al contrario, el genio ensayístico de Ortega sirvió como el mejor vehículo de comunicación y difusión de su filosofía hacia un público mucho más vasto.

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Gabriela Garton Kauffman, R. Lane. “Between Antitheses: Subject and Object in the Landscape Essays of Ortega y Gasset.” Mora de Marval-McNair (ed.), José Ortega y Gasset: Proceedings of the “espectador Universal” International Interdisciplinary Conference (New York: Greenwood Press, 1987). Kauffmann, R. Lane. “Ortega y Gasset y la reivindicación del ensayo.” Ortega en pasado y en futuro: medio siglo después.” J. Lasaga, et al (Eds) (Madrid: Biblioteca Nueva/ Fundación Ortega y Gasset, 2007). Lukács, Georg. “Sobre la esencia y forma del ensayo.” Obras completas, I. El alma y las formas (Madrid: 1910): pp 15-39. Marías, Julián. “Los géneros literarios en filosofía.” Obras IV. Ensayos de Teoría. pp 317-340. Marichal, Juan. “El auge del ensayo en la España transterrada.” Revista de Occidente. No. 116 (enero 1991): pp 5-11. Marichal, Juan. “Introducción.” Teoría e historia del ensayismo hispánico. (Alianza, 1984): pp 13-16. Nicol, Eduardo. “Ensayo sobre el ensayo.” El problema de la filosofía hispánica (Madrid: Tecnos, 1961): pp 206-279. Ortega y Gasset, José. Meditaciones del Quijote. (Madrid: Letras Hispanicas, 2010) Ortega y Gasset, José. “De Madrid a Asturias o los dos paisajes.” Notas de andar y ver (Madrid: Revista de Occidente en Alianza Editorial, 1988): pp 75-96. Ortega y Gasset, José. “El quehacer del hombre.” Obras completas, t. 4. Ed. Alianza/Revista de Occidente (1983, reimprimido 1987): pp 366-367.

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