El dilema de Cuba para la OEA

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El dilema de la OEA para Cuba Por Luis Orlando Hernández Reciente, como una herida todavía sin cicatrizar en el orgullo cubano, está la Resolución de 1962 –aprobada por 14 países, seis abstenciones y un solo voto en contra: el de Cuba– donde la Mayor de las Antillas quedó excluida del Sistema Interamericano. Apenas a tres años de triunfada la Revolución y en plena disputa con los Estados Unidos, la OEA decidió aclarar que “el actual Gobierno de Cuba, que oficialmente se ha identificado como un gobierno marxista-leninista, es incompatible con los principios y propósitos del Sistema Interamericano” (OEA, 2003: 1)1. A pesar de encontrarse en esta situación por décadas, el gobierno cubano ha sabido proyectar una política multilateral y solidaria en el continente americano, que le ha posibilitado un apoyo casi unánime, con la excepción de los Estados Unidos. Por ello, después de mucho andar en la historia, en el XXXIX Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la OEA, en 2009, se aprobó la Resolución sobre Cuba, que dejó sin efecto la Resolución de 1962. Se cumplía así con un pedido casi general y con posiciones radicales como las de Ecuador, que planteaban que sin la participación de Cuba este país tampoco estaría presente en las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno. De hecho, la polémica para el 2009 giraba ya en torno al fuerte impacto que sufriría la mayor organización regional americana en caso de que no se aprobara esta Resolución. Ha sido tan recurrente el tema del reingreso de Cuba en este siglo XXI, que muchos estudiosos lo ubican como el punto de ruptura entre la OEA de antaño y la del futuro. Ahora bien, quedando en las manos de la Mayor de las Antillas si reingresará a la OEA–su postura actual es que no–, y de si participará en la próxima Cumbre en Panamá, en abril de 2015, se salda una deuda histórica. Pero a su vez surgen una serie de interrogantes indispensables para valorar cómo evolucionará el calendario para la organización regional, y más importante aún, cómo puede moverse el tablero estratégico para Cuba en medio de una decisión de este tipo. ¿Le conviene a Cuba un reingreso a la OEA? ¿Es sabio mantener la posición de orgullo histórico y de no retroceso? En los intentos de acercamiento con Estados 1 OEA (2003). “La situación de Cuba en la OEA y la protección de los Derechos Humanos”. http://goo.gl/S1La6o. (Visitado el 8 de diciembre de 2014).

Unidos, ¿resulta beneficioso el alineamiento o la apuesta por organismos regionales alternativos como la CELAC? ¿Acaso ambos? Sin dudas, en aras de un mayor desarrollo, vale la pena delimitar algunos puntos esenciales. Costo-beneficio de una decisión histórica para Cuba Es valedero recordar que la OEA, desde 1948, año de su fundación, ha significado una especie de institucionalización del patio trasero de Estados Unidos. Con la anuencia norteamericana la OEA se ha hecho la de la “vista gorda” en sucesos terribles ocurridos en el continente: desde la legitimación de las dictaduras militares, hasta la mencionada expulsión de Cuba de la membresía de la organización. Claro, el 59 por ciento del presupuesto del organismo regional proviene precisamente de las arcas estadounidenses, por lo que no es de extrañar posturas de sometimiento tan manifiestas. Por ello, lo primero que hay que mencionar es que la extrema derecha congresista norteamericana –dentro de la que ejerce mucha influencia el lobby cubano– de manera ipso facta eliminará o disminuirá los donativos presupuestarios para sabotear el funcionamiento de la OEA en el caso de que Cuba pida su reingreso. Ahora que en 2014 todos los países, menos Estados Unidos, acordaron invitar a Cuba a la Cumbre de Panamá se pone sobre el tapete si es de conveniencia o no para la Mayor de las Antillas aceptar el convite. Lo cierto es que, a pesar de la existencia de varios organismos regionales de peso político donde tiene presencia Cuba –como la CELAC y el ALBA– volver a la OEA pudiera significar un nuevo espacio para que se escuche su voz líder y de paso un nuevo foro de intercambio con Estados Unidos. Ello pudiera ir muy bien en sintonía con los nuevos puntos que sobre las íes se han ido poniendo en los debates intelectuales y políticos en torno a la necesidad de que Estados Unidos cambie sus tonos amenazadores hacia Cuba. El reingreso de Cuba pudiera ser un aliciente para una verdadera transformación de la OEA, ya que el tema tabú de la organización quedaría en el pasado. Asimismo, la voz estadounidense tendría mucho menos impacto y el espacio multilateral resultaría propicio para nuevos intentos de incitar a eliminar el bloqueo y normalizar las relaciones entre ambos países. Se le suma el hecho de que Cuba estaría dando un paso importante de renuncia al orgullo histórico que tanto la ha marcado para hablar de “cambios” en las relaciones con su sempiterno enemigo. Pero ello guarda para Cuba una serie de riesgos que tal vez no esté dispuesta a correr en estos precisos momentos. Uno de estos es entrar dentro de la jaula de la

Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la que al servicio de Washington se ha desprestigiado, pero que ha sido una condenadora fiel de este controversial tema dentro de la isla caribeña. Ahí un primer motivo para que Cuba no reingrese. Y este guarda estrecha relación con los condicionamientos que el gobierno cubano se niega a aceptar de Estados Unidos. Este último, como el gran hegemón, le dice al “pequeñito” que para realizar conversaciones lo primero que tiene que hacer es cambiar “algunas cosas” como mejorar la libertad de expresión, una apertura del mercado, elecciones a la usanza occidental, multipartidismo, etc. La postura de Cuba, por todos sabidas, es que estas negociaciones son “de igual a igual”. Parece el juego de “nunca acabar” y en una guerra de desgaste de este tipo valen la pena los pronósticos para ver quién es el primero que se quebranta. En este sentido, ante la negativa norteamericana de admitir el derecho cubano a reingresar, tal vez resulte una positiva estrategia su no alineamiento con la OEA –como apostar por una CELAC sin Estados Unidos–. A su vez, ello pudiera significar una especie de “sabotaje silencioso” a la hegemonía estadounidense en el más grande foro regional americano, ya que el resto de los países continuaría presionando para un retorno de Cuba. Aunque también valdría la pena preguntarse si en verdad Estados Unidos muestra tanto interés por América Latina después del fin de la Guerra Fría y de la caída del peligro comunista en su área natural de influencia. Si fuera negativa la respuesta, esta posición de Cuba sería otra de las tantas que se van acumulando en la historia sin resultados concretos. El principal interesado debe dar el primer paso Hasta aquí algunas consideraciones generales del juego estratégico que puede trazarse Cuba. Ahora, a modo de corto colofón, los juicios valorativos de quien redacta. A fin de cuentas, tan humanos son los que toman las decisiones ejecutivas como quien con el teclado en manos expresa sus ideas. Cerrarse Cuba a la obstinación del no retorno a la OEA resultaría una muestra más de inmovilismo. Sería continuar con las añejas políticas que han conducido a una especie de “stand by” a la espera de la reacción del otro, manteniendo una posición pasiva de pequeños cambios dignos tan solo del paso del tiempo y no de una verdadera voluntad de mejoramiento de las relaciones.

Un análisis a fondo de la situación actual de la política cubana indica que todavía no se han dado los pasos necesarios para lograr una mejoría de las relaciones con los Estados Unidos. Y vale la pena mencionar en este sentido que no es solo el gigante del Norte el que anhela una apertura más democrática en Cuba: una encuesta a nivel de población pudiera fácilmente apoyar este criterio. Como indica el título de este epígrafe, el principal interesado es el que debe dar el primer paso, y en este caso a Cuba, como la más necesitada (economía debilitada, emigración continua, apatía en las calles) le urge mirarse hacia adentro. Una reforma constitucional, un reconocimiento al derecho a la oposición, una prensa más abierta y crítica, una verdadera apertura a la iniciativa privada, menos trabas a la inversión extranjera, más consistencia con las decisiones económicas (ojo, que nada de eso ataca el carácter socialista de la Revolución)… no son simples imposiciones estadounidenses para un diálogo, son también necesidades históricas de un país que lleva más de medio siglo resistiendo al más poderoso del mundo. Pero este pueblo de resistencia, de superación constante del dolor de familias divididas, de constante innovación, necesita también oírse. Y como nadie tiene la verdad absoluta, incluso ni aquellos dotados del poder de tomar las decisiones, sería un perfecto derecho para la ciudadanía cubana el que se le escuche su criterio. Para ello existen las consultas populares y los referéndums, bastante alejados de su realidad en Cuba. Y la decisión del reingreso o no a la OEA, ¿por qué no? pudiera ser un perfecto tema para someter al criterio público.

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