El Corredor de la Costa. Conformación del paisaje y reconocimientos de sus recursos culturales

October 4, 2017 | Autor: Adriana Collado | Categoría: Cultural Heritage Conservation, Cultural Landscapes, Patrimonio Cultural, Paisajes Culturales
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Descripción

El Corredor de la Costa Conformación del paisaje y reconocimientos de sus recursos culturales

Adriana Collado (compiladora)

NACIONAL DEL LITORAL

El Corredor de la Costa Conformación del paisaje y reconocimiento de sus recursos culturales

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Consejo Asesor Colección Ciencia y Técnica Hugo Quiroga / Cristóbal Lozeco / Susana Marcipar Katz / Juan Claus / José Luis Volpogni / Rossana Ingaramo

Collado, Adriana El Corredor de la Costa. Conformación del paisaje y reconocimiento de sus recursos culturales / Adriana Collado; compilado por Adriana Collado. -1a ed.- Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2011. 236 p. + CD-ROM; 25x17 cm. - (Ciencia y Tecnología) ISBN 978-987-657-717-5 1. Arquitectura. 2. Enseñanza Superior. I. Collado, Adriana, comp. II. Título CDD 720.071 1

Coordinación editorial: Ivana Tosti Diseño de interiores: Analía Drago

© Adriana Collado, 2011.

© Universidad Nacional del Litoral, 2011 9 de Julio 3563, cp. 3000, Santa Fe, Argentina. tel.: 0342–4571194 [email protected] www.unl.edu.ar/editorial

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11 723. Reservados todos los derechos. Impreso en Argentina – Printed in Argentina

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El Corredor de la Costa Conformación del paisaje y reconocimiento de sus recursos culturales

Adriana Collado (Compiladora) María Laura Bertuzzi Luis María Calvo María Elena Del Barco Claudia A. Montoro Luis A. Müller

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Índice

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Introducción Adriana Collado Antecedentes sobre la ordenación territorial en el Corredor de la Costa Luis Ma. Calvo

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Paisaje, agua, historia y proyecto. Claves para pensar la Costa Ma. Laura Bertuzzi

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Representaciones costeras. La construcción de un imaginario del litoral santafesino en el arte local Luis Müller La preservación del patrimonio urbano–arquitectónico en el Corredor Adriana Collado

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Patrimonio cultural y participación ciudadana Claudia Montoro y Ma. Elena Del Barco

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El Corredor de la Costa: observaciones y recomendaciones

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Bibliografía

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Noticias de los autores

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Introducción Adriana Collado

percibiremos el aura vital, el oculto sentido de que está impregnada esta naturaleza que emana de las arenas, del río y de las nubes (...)Ya se apagó el eco de las epopeyas, malones y soldadescas. Revoluciones y largas procesiones misionales no han dejado, en las movibles y cambiantes arenas, el más pequeño rastro. Mañana el pavimento alisará y borrará la impronta del pasado. Por él pasará en movimiento la ambición del progreso. Pero estos pueblos seguirán recostados al río, mirándose en constante contemplación. Mientras todo pasa, ellos y sus gentes permanecen

Luis Gudiño Kramer Aquerenciada soledad (1940) En ese permanecer de los pueblos y sus gentes que Gudiño Kramer percibe con profunda sensibilidad, se encuentra una de las claves que permiten comprender la compleja realidad de la costa santafesina; los flujos del cambio que atravesaron el territorio no impidieron distinguir, ni lograron desdibujar, las permanencias ancestrales que lo signaron durante siglos. El eje de la ruta provincial nº 1 (RP 1), el Corredor de la Costa, verdadera columna vertebral de una extensa fracción de la provincia de Santa Fe, materializa un itinerario de significación sobre el que pueden relatarse más de cuatro siglos de historia territorial. 7

Esa historia se inicia tempranamente con la ocupación aborigen de la comarca, la cual, como consecuencia del carácter nómada de los primeros grupos humanos que la habitaron, dio lugar a débiles marcas sobre el Corredor que ya se perfilaba en el albardón costero; los siguientes momentos se asocian con ocupaciones de procedencia foránea: la fundación de la ciudad de Santa Fe, el posterior establecimiento de misiones jesuíticas y franciscanas a partir del siglo XVIII y la colonización agrícola con afluencia de población centro–europea en la segunda mitad del siglo XIX. 1. Historia, tránsito y sentido

Cuando en 1573, el vizcaíno Juan de Garay, comandando un grupo procedente de Asunción, decidió la localización de la nueva ciudad que fundaría con el fin de abrir puertas a la tierra, produjo un hecho de máxima significación en la genealogía del Corredor. El litoral fluvial no contaba, por entonces, con centros urbanos establecidos al sur de Asunción, ya que las fundaciones anteriores habían sido abandonadas o destruidas por los indígenas; la presencia de Santa Fe habilitaba, por lo tanto, la posibilidad de vincular a toda la región con Cuyo, con el Tucumán y con el Alto Perú, donde ya existían asentamientos importantes. El trazado de la ciudad, de ese primer núcleo urbano que nació cargado de tan ambiciosos objetivos, respetó el ya instituido patrón de asentamiento en cuadrícula y se extendió once manzanas de frente sobre el río y seis en fondo, con su plaza ubicada a una cuadra de la Costa, de acuerdo a lo que la autoridad real disponía para las fundaciones ribereñas. Desde este centro se ordenó y fraccionó, como era práctica usual, el territorio comarcal, distribuyendo las áreas para ejido aledañas al trazado y las chacras y estancias en propiedad a los pobladores. La configuración topográfica del sitio, en el que dominaba un angosto albardón entre la costa del río de los Quiloazas (hoy San Javier) y una zona de bañados hacia el oeste, impulsaba este sentido itinerante. Fue esa misma configuración la que tornó dificultoso el reparto de tierras aptas para la agricultura, ya que todas las propiedades se localizaron longitudinalmente, presentando angostos frentes sobre el río y extendiendo sus fondos hasta el arroyo Saladillo. Por fuera del albardón y ocupando sólo parcialmente la amplia jurisdicción que había establecido para la ciudad, que alcanzaba un radio aproximado a los 250 km en torno a la misma, Garay repartió las estancias. Las primeras se ubicaron a continuación de las chacras, sobre la misma franja

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limitada por el río San Javier al este y por el arroyo Saladillo al oeste, variando las dimensiones aunque manteniendo el criterio del frente angosto sobre el curso de agua. Transcurrido menos de un siglo, el centro urbano debió trasladarse por diversos problemas que obstaculizaron su desarrollo en las primeras épocas; en 1651 se inició la mudanza hacia el sitio elegido, situado 80 km al sur, quedando oficialmente finalizada en 1660. La interacción entre el sitio viejo, donde permanecieron numerosos pobladores y la nueva localización, generó un reforzamiento de este eje itinerante, en sus dos condiciones, la fluvial y la terrestre, que ya había adquirido entidad desde el momento fundacional, al vincular las estancias de los primeros pobladores. Fue entonces cuando el Corredor, sobre el que inicialmente había existido un único núcleo urbano y una mayoritaria extensión ocupada con propiedades rurales, se comenzó a jalonar con otros centros; en su nueva situación, la joven Santa Fe de la Vera Cruz fue, sin dudas, un polo de tensión a partir de mediados del siglo XVII. El siglo XVIII marcó el progresivo abandono y olvido del antiguo sitio original, pero trajo consigo una ocupación diferente, al producirse la ubicación de la reducción jesuítica de San Francisco Javier en un sitio costero distante 80 km hacia el norte de la ciudad vieja. Este asentamiento (origen de la actual localidad de San Javier) tuvo un enorme valor cultural e histórico en razón de la importancia social y económica de la reducción, a lo que se sumó la presencia en la misma, durante más de una década, del reconocido jesuita Florián Paucke. Producida en 1767 la expulsión de la orden de la Compañía de Jesús de los territorios bajo el dominio de la Corona Española, sobrevino una etapa de decadencia de la reducción; su recuperación se iniciaría recién en la segunda década del siglo XIX, con el traspaso de la misión a la orden Franciscana, cuyo convento cabecera se encontraba en San Lorenzo, próximo a la Villa del Rosario. Ese centro lejano pero con idéntica localización costera, ubicado 300 km al sur de la misión, habría de reforzar una vez más la condición de itinerancia, al requerir la comunicación de la reducción con la cabecera regional de la orden; poco más tarde, en 1834, la fundación de una nueva misión en Santa Rosa de Calchines durante el gobierno de Estanislao López, consolidó el asiento de los religiosos franciscanos en la región. Otro hito que desde la época del traslado marcaba una pausa en el Corredor era el paraje conocido como el Rincón de Antón Martín, que tomaba su nombre del propietario original de una de las estancias otorgadas a los hombres de Garay, la cual, a la postre, quedó ubicada en las proximidades de la

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ciudad nueva. El sitio, que hacia principios del siglo XIX se reconocía como Rincón de San José, dio origen a un poblado cuya traza definitiva se consolidó en la segunda mitad de ese siglo. Su importancia fue creciendo, especialmente cuando se constituyó en cabecera del departamento San José, una de las cuatro jurisdicciones en que hasta 1883 se dividía el territorio provincial. Durante la segunda mitad del siglo XIX, el área pasó a estar plenamente asociada con el proceso transformador del territorio provincial que inauguró una nueva etapa, cuyos alcances trascendieron ampliamente el marco regional para extender su influencia a la nación en su conjunto. La población inmigrante europea introducida con el fin de colonizar el interior y volver productivas grandes extensiones de tierras hasta entonces subexplotadas y deshabitadas, definió tempranamente sobre el Corredor las características que asumiría décadas más tarde el conjunto del país, con un perfil agro–exportador y una composición social fuertemente marcada por la inmigración. En esta operación sobre el territorio, sus nuevos habitantes produjeron marcas diferentes que lo transformaron definitivamente: subdivisión minifundista de la tierra, explotación agrícola, nuevas costumbres (idiomas, músicas, comidas, vestimentas, idiosincrasias, religiones, representaciones), que construyeron ese paisaje cultural que aún hoy contiene, en su identidad, huellas de memoria de esa verdadera epopeya, por momentos trágica, de los colonos de la Costa. Sobre el segmento del Corredor que estudiamos aquí, se localizaron inicialmente las colonias de Helvecia y Cayastá de inmigración suiza, fundadas en 1865 y 1867 respectivamente. Sin ser de las colonias más prósperas de la provincia, estos núcleos marcaron, en su condición pionera, una inflexión en la vida de la región. Ambas corresponden a la segunda etapa del proceso colonizador santafesino y pese al relativo aislamiento de la zona, que no contaba con buenos caminos ni ferrocarril para transitarla, los nuevos pobladores volvieron a usufructuar la condición ribereña, sustituyendo mediante la vía fluvial las deficiencias provocadas por la precariedad de la terrestre. De hecho, a poco de consolidarse estas colonias, un vapor de transporte de carga y pasajeros comenzó a circular con regularidad por el río San Javier. Siguiendo el derrotero de la Costa, al norte de la colonia Helvecia, las tierras se conservaron por mucho más tiempo en manos de unos pocos propietarios (Mascías, Cabal, Cullen) y el territorio se usufructuó con producción ganadera. En la década de 1880 Mariano Cabal instaló en una de sus posesiones, sobre la Costa, un saladero de carne denominado inicialmente San Javier; el

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establecimiento pasó más tarde a la firma Kemmerich y luego fue adquirido por la Bovril, generando otro núcleo poblacional que sobre finales del siglo XIX atraía mano de obra no sólo de la zona sino también de regiones limítrofes. Aun cuando el saladero fue primero transformado en curtiembre y luego desmantelado, su impronta siguió jalonando el eje costero. Alternadas con las grandes estancias (San Joaquín, San Bernardo, San Patricio, Los Algarrobos), aparecen otras tantas colonias agrícolas (Mascías, La Francesa, Inglesa, California), reproduciendo hacia el norte la ocupación minifundista pionera del tramo central del Corredor. Así surgieron otros tantos hitos que dan cuentas del proceso de ocupación en aras de modificar el albardón agreste y convertirlo en fértil llanura, para localización de enclaves productivos. Además de los asentamientos más o menos estables que venimos reseñando, la historia sedimenta sobre el Corredor hechos fugaces que aportan, perdurando en la memoria, a la construcción del itinerario; vale citar algunos acontecimientos de la historia militar, ocurridos en tiempos de las disputas entre unitarios y federales, como la Batalla de Cayastá (1840) en que las tropas santafesinas al mando de Juan Pablo López resultaron victoriosas y aniquilaron a las fuerzas unitarias reunidas por Mariano Vera y el cordobés Francisco Reynafé. Entre el Rincón de San José y el sitio de Cayastá circularon durante varios días hombres, armas y pertrechos, se escribieron partes de la batalla, se enterró a los muertos y los santafesinos desfilaron vencedores el retorno. La batalla quedó asentada en las efemérides de la región, en un tejido complejo de lealtades y traiciones, de cambios de bando, asedios al poder e intereses espurios. Las largas disputas con los grupos indígenas, que se sucedieron durante buena parte del siglo XIX pero que tuvieron mayor virulencia en la época de Estanislao López, fueron desplazando paulatinamente su escenario, inicialmente ubicado en el sur y el oeste provincial, hacia la franja del Corredor a medida que los grupos aborígenes más violentos eran derrotados. Los malones, que se reiteraban con notable frecuencia, también hicieron del Corredor un espacio de dominio; la Costa, en este sentido, se presentaba como un blanco fácil por la relativa desprotección que presentaba. No casualmente, el histórico malón de mocovíes que asoló San Javier en 1904, considerado el último en tierras del Litoral y que dio origen, años después, al famoso film de Alcides Greca (1918), fue otro de los hitos significativos de esa difícil relación con los pueblos aborígenes que caracterizó a las poblaciones del Corredor, en razón de la mixtura racial que en ellas existía. En términos de ocupación, el siglo XX trajo grandes altibajos, porque la densidad de los asentamientos no se acompañó con posibilidad de movimientos eficaces. El ferrocarril, una promesa frecuente que nunca acabaría

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de concretarse plenamente, impactó sobre la Costa sólo puntualmente: en el tramo sur, en la franja entre Colastiné y San José del Rincón y en el norte, en el entorno de San Javier. El compromiso incumplido del tendido de los rieles se constituyó en una de las mayores deudas para el crecimiento regional. Los caminos terrestres, inicialmente precarios en su consistencia y con su continuidad muchas veces alterada por las recurrentes inundaciones, también fueron ocasión reiterada de aislamiento y atraso. Con el trazado definitivo de la RP 1 en 1932, fijado por la Ley 2303, se comenzó a saldar parcialmente ese déficit y la condición mejoró al producirse la pavimentación de la misma, entre 1959 y 1964, materializándose con mucha mayor contundencia el eje del Corredor, por la mayor consistencia de la ruta. La represa del Paraná Medio fue otra promesa incumplida (sin dudas, afortunadamente incumplida), que atravesó este escenario en el último cuarto del siglo XX convulsionando la vida tranquila de los costeros; durante la dictadura militar 1976–1983 se aceleraron los estudios y proyectos para llevar adelante una obra que hubiese tenido un impacto muy grave en la ecología de la zona. El corredor histórico se hubiese materializado en la presa lateral, una costa artificial con la que el proyecto preveía restituir los cientos de kilómetros de costa natural que se destruían, con la consiguiente pérdida de todos los valores de autenticidad; pero la presa lateral contenía, no obstante, un nuevo Corredor que, pese a todo, garantizaba la itinerancia. 2. Una trama de referencias y significados

La memoria puede ser objeto de múltiples lecturas y valoraciones, descansando en esa trama de significados que supone la cultura, según la conocida definición de Cliffort Geertz. En palabras de Françoise Choay, la memoria nos permite dar “garantía de nuestros orígenes”, enfrentando y desafiando “la acción disolvente del tiempo sobre las cosas naturales y artificiales”.1 En el transcurrir de las distintas etapas de ocupación que acabamos esquemáticamente de reseñar, hay ciertos acontecimientos que adquieren una trascendencia mayor en razón de su vínculo con esos orígenes, acontecimientos que la memoria selecciona de entre un pasado indiferenciado, a fin de sacar a la luz los rasgos identitarios dominantes; la fundación de la ciudad capital es, sin lugar a dudas, uno de esos hitos que construyen sentido sobre nuestro espacio de estudio.

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Los hombres sentados al filo de la barranca en un día cualquiera de 1600, o de 1700, o de 1800 son descendientes de conquistadores. Sus antepasados llegaron al río de la Plata pensando en que el lustre de sus linajes y mayorazgos aumentaría el brillo de las cortes; pero la tierra les tiró un pial y los dejó, quebrados, largo a largo, en el suelo que después señorearon los hijos.2

Arribado el siglo XX, con los poblados y las colonias ya instaladas, el Corredor fue el contexto en el que se produjo un juego de tensiones entre tradición y modernidad, originado en el contraste que se generaba entre la memoria del abandonado núcleo fundacional de la capital de la provincia, sobre cuya localización no se tenían datos exactos, los arraigados pueblos de indios de institución franciscana y los más recientes asentamientos de colonos inmigrantes centroeuropeos que intentaban mirar hacia el futuro. Esa convivencia de trazas, materialidades y significados diversos, sería desde entonces un ingrediente de peso en la contradictoria dinámica funcional y social del Corredor, en su dificultoso y accidentado desarrollo y en la fértil interacción cultural de la que fue escenario. Como es sabido, el momento del Centenario de Mayo fue especialmente intenso en las relaciones culturales de Argentina con España, que se recomponían significativamente en torno de los actos conmemorativos y con la invitación a participar de actividades y festejos a numerosos intelectuales y artistas peninsulares. En relación con ese sentimiento hispanista, la ciudad de Santa Fe intentó tempranamente consolidar una representación asentada en los antiguos blasones de su pasado colonial. El censo municipal de 1907, en la reseña histórica que lo prologa, destina un amplio espacio a hablar de los orígenes, comenzando por una laudatoria biografía de su fundador. Santa Fe fue fundada por el más ilustre de los apóstoles de la civilización del Río de la Plata. Creemos sinceramente que la posteridad no ha honrado la memoria de Garay con toda la amplitud que merece tan ilustre conquistador...3

Esta vocación del gobierno local por construir una genealogía de raíz antigua y tradicional se hará aún más evidente algunos años más tarde, con la publicación del tercer censo municipal, realizado en 1923, al cumplirse los 350 años de la fundación. Allí el capítulo inicial estuvo referido a los antecedentes históricos de la ciudad, relatando largamente el momento fundacional y el desarrollo de la ciudad del primer emplazamiento, su fundador, la elección del sitio, el acto de fundación, los primeros años, hasta la etapa del traslado.

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Se estaban cumpliendo los 350 años de la creación de la ciudad en el antiguo emplazamiento, situado sobre el Corredor, 80 km al norte; la efemérides sirvió para reforzar aún más esa voluntad por perpetuar los blasones del origen hispánico y para promover una revalorización del sitio original, a la que se sumaría la voluntad de encontrar precisiones sobre los posibles restos. Fundose así la primitiva ciudad de Santa Fe, llamada a desempeñar el importante rol que se le asignaba en la conquista del Río de la Plata, destinada a constituir por largos años la centinela avanzada de la civilización, contra la barbarie de los aborígenes...4

Precisamente en este momento, la Comisión de Fiestas Conmemorativas de la Fundación de Santa Fe, creada por el gobierno provincial y presidida por el ministro de Gobierno hizo colocar un monolito identificando el presunto sitio donde por tradición oral se ubicaba la fundación. Ese reconocimiento oficial respecto de la importancia y significado del lugar fundacional, marcó el inicio de una larga indagación (primero documental y luego arqueológica) que finalizaría casi tres décadas más tarde, cuando Agustín Zapata Gollan ubique los restos del templo de San Francisco en julio de 1949. El añoso linaje de la capital quedó ratificado por estos restos materiales hallados a orillas del San Javier, que en su condición de memoria testimonial dieron garantía de los remotos orígenes. Unos orígenes en los que se involucraban la estirpe hispánica de la conquista, los rasgos criollos de la fundación y la potencia de las condiciones naturales, porque el acto fundacional había estado animado por... la despejada y abierta serenidad de la tierra, propicia para el vagar del hombre y la alegre y perfumada exhuberancia de las islas, aprisionadas por el dulce cíngulo de los arroyos. En la tierra había olor a verano (...) el río chapoteaba en la orilla y entre los pajonales y los aromitos se veía flamear el pendón de Garay, agujereado por las flechas de los indios y por las espinas y ramas de los árboles.5

Los relatos de los cronistas que recorrieron la Costa, especialmente en las últimas décadas del siglo XIX, marcan un contraste con la relevancia asignada al núcleo fundacional, en términos de construcción de una identidad para la capital. Estos relatos se esforzaban por oponer una gran distancia entre las expectativas de progreso tejidas en torno a la colonización agrícola del centro y el sur de la provincia y los asentamientos y poblados de la Costa. Una constante de todos los relatos es la idea de aislamiento al que los pobladores estaban sometidos: el trayecto por la vía fluvial era muy lento y para

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recorrer el tramo Santa Fe–Cayastá se necesitaban 18 horas; el trayecto por tierra era igualmente moroso y, además, cargado de incertidumbres por la permanente amenaza de una geografía hostil. Gabriel Carrasco, en sus recorridos para instruir a los operadores del Censo Provincial de 1887, describe los trabados trayectos por la Costa y denuncia una demora de seis horas sólo para poder vadear el arroyo Leyes con un break y cuatro caballos. Guillermo Wilcken es el primer cronista que nos da noticias concretas sobre las colonias de la Costa, dedicando un capítulo de su trabajo a “Las colonias sobre el río San Javier”, cuando las primeras de éstas llevaban apenas un lustro de fundadas; por esto, en sus descripciones, todas son promesas. En particular se detiene en Helvecia, destacando sus posibilidades de progreso, basadas en la muy buena accesibilidad de su puerto, en la fertilidad de sus tierras, adecuadas para distintos tipos de producciones y en su población de colonos “industriosos y sobrios”, concluyendo en que Helvecia estaba llamada a funcionar como el gran centro comercial de toda la Costa.6 En su rol de inspector de Colonias de la provincia, cuatro años más tarde, el ingeniero Jonás Larguía detalla las carencias de la mayor parte de las colonias que visita, especialmente de Cayastá, donde la escasez de capitales significa un atraso que no alcanza a ser contrarrestado por la buena tierra y la abundancia de recursos naturales y donde la falta de una escuela pública atenta contra el desarrollo de la población.7 Por contraste, encuentra mejores perspectivas en Helvecia y en las estancias que recorre. En la edición especial de la Sociedad Rural Santafesina de Rosario, publicada por Ernesto Brandt y Guillermo Pommerenke en 1901, las colonias del departamento Garay (Santa Rosa, Cayastá y Helvecia) son consideradas como de segunda línea en cuanto a productividad agrícola, marcándose también el problema del aislamiento y la ausencia de vías férreas. Otro tanto se indica para el departamento San Javier, debido a la escasa fertilidad de sus tierras para cultivo de cereales; aunque en éste, la promesa de llegada del ferrocarril, que se estima inminente, hace que se vislumbre un mejor porvenir, teniendo en cuenta las muchas estancias ganaderas allí instaladas.8 Otra descripción de las localidades y territorios de la Costa será publicada en la década siguiente en el álbum conmemorativo del Centenario de la Independencia,9 con que la provincia de Santa Fe se suma a las celebraciones. Entre los rasgos que en este texto se enfatizan, aparece la referencia a un paisaje siempre verde “grato a los ojos del viajero”, aun en los “sombríos períodos” de las grandes inundaciones, que resultan una amenaza constante para el progreso de la región. Nuevamente, al igual que los autores mencionados anteriormente, el álbum hace referencia a la menor fecundidad de la tierra en relación con las

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llanuras del centro de la provincia, aunque no será ese el aspecto más deficitario: las principales razones del escaso progreso de la zona se ubican en el aislamiento, dada la dificultad para las comunicaciones, tanto terrestres como fluviales, y en la existencia de una numerosa población criolla “de origen indígena, que vive en la más perfecta holganza”.10 Avanzado el siglo XX, cuando se edita en los años 30 la Guía Oficial de la Provincia, cuantificando estadísticamente la situación de la vida santafesina, nuevamente la región de la Costa es presentada como el área más pobre y despoblada de la provincia (con poco más de dos habitantes por km2, cuando la media provincial superaba los diez). Esa baja densidad poblacional, registrada en los departamentos Garay y San Javier, iba acompañada por el menor índice de vehículos automotores por habitante, por ser los departamentos con menor volumen de capital invertido en fábricas y establecimientos comerciales, por la carencia de energía eléctrica en la mayor parte de las localidades y por una depreciación del valor de la tierra rural de más del 50 % respecto de los valores vigentes en los departamentos Castellanos y Las Colonias, que constituían las áreas agrícolas prósperas.11 La prensa santafesina aporta sus impresiones para sostener esta imagen del aislamiento y el atraso; hemos relevado innumerables registros y crónicas en las que se pone énfasis en marcar estas debilidades. En marzo de 1928 el diario El Orden publicó una serie de notas tomadas por un cronista que recorrió la Costa desde Santa Fe hasta Helvecia, deteniéndose para describir las distintas localidades. Por entonces el puente del arroyo Leyes estaba siendo reconstruido, por lo que se debía cruzar el arroyo en balsa, desde donde se abordaba una diligencia (break) para continuar el recorrido; los comentarios no difieren demasiado entre uno y otro pueblo, y resulta un buen ejemplo el que se detiene en Helvecia: Tres leguas de un camino monótono y arenoso en el que la diligencia hace milagros de equilibrio, nos aproxima desde Cayastá a Helvecia (…) Por fin, después de unas largas horas de andanzas, tumbos y más tumbos, entramos en la capital del departamento (...) Andando por entre sus callejuelas tapizadas de espesa arena y bajo los efluvios torturantes de un sol de febrero, nos acercamos a la plaza, “el centro” que podríamos llamar del pueblo, bastante descuidada en su aspecto general, los canteros semiborrados, el arbolado irregular y pobre, dan la medida de la preocupación que por ella sienten los ediles. Ningún edificio que, por sobre la uniformidad monótona del conjunto, emerja y dé realce a esa continuidad fatigosa. Así es todo, a simple vista, en Helvecia; calma absoluta en las personas y las cosas, como si un hálito de algo superior hubiera anulado para siempre la actividad y movimiento…12

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El cronista aclara luego que para encontrar algún dinamismo en medio de esta quietud hay que acercarse a la Costa, al puerto de Helvecia, donde se vislumbra una mayor vitalidad en relación con el intercambio de mercancías, especialmente el maní que se produce en la zona y se traslada embolsado para su comercialización. El enclave ribereño aparece descrito con mayor detenimiento, en el intento de transmitir una vivencia antes que la mera materialidad; otro tanto ocurre cuando el cronista habla del paisaje, que al dejar atrás Santa Rosa “ha adquirido en el trayecto un poco de mayor animación”. Se detallan las arboledas que, con su verdor que pone límites al horizonte desde el camino real, permiten esbozar una idea contenida de paisaje. En reiteradas ocasiones, El Orden vuelve sobre la cuestión racial que, a juicio del cronista, diferencia a estas poblaciones de las del resto de la provincia; es particularmente elocuente su referencia al tema en Santa Rosa: Una característica que distingue a Santa Rosa (…) es la de su población, considerada bajo el aspecto etnográfico. La mayoría de sus habitantes son criollos de pura cepa, en cuyas venas corren vigorosos influjos de sangre aborigen (…) Será por eso que el espíritu de sus habitantes suele manifestarse a veces como adormido (sic) en una meditación contemplativa tan propia de la raza y dejando desgranar las horas tranquilas y silenciosas, en una aparente indiferencia…?”13

Estos relatos de hombres llegados desde la capital nos presentan la opinión del extranjero en sus primeras versiones y nos permiten verificar una visión paradojal y, por momentos, contradictoria: el río, que tradicionalmente había significado comunicación, circulación, movimiento, pasaba a representar aislamiento; los nuevos pobladores, procedentes de las colonias más prósperas de esta provincia, se van convirtiendo con el tiempo en “escasamente industriosos” y la conclusión más rápida es que “se acriollaron”. ¿Podrá pensarse en que ese aislamiento constituye una marca de identidad? El evidente tono peyorativo con que muchos de los hombres de la ciudad (cronistas, periodistas, inspectores de colonias, en general hombres cultos) mencionan a los pobladores costeros, pone de manifiesto graves prejuicios que se enlazan con el pasado indígena y que llevó a agudizar la situación de aislamiento. En contraposición a esa imagen negativa y hasta despectiva de algunos de los rasgos de los pueblos de la Costa, la misma prensa idealiza al paisaje como un valor positivo, destacable, una marca de originalidad, contradictoria con la visión anterior. Esa disociación se acompaña en el empeño por ver a la Costa como un espacio para la cultura y la creatividad, al apuntarse la

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condición de musa inspiradora que ejerce sobre diversos pintores y artistas afincados en el pueblo de San José del Rincón y sus alrededores.14 Así, la creación artística y el paisaje se entrecruzan, entendiéndose como dos aspectos plenamente dependientes uno de otro, en las vivencias de la Costa. ¿Quién no se sintió atraído, al viajar por la costa, por ese paisaje de intensas tonalidades verdes, de arroyos de afelpadas barrancas, de lagunones bordados de irupés y de árboles frondosos de sombras azuladas y suaves contornos casi femeninos? Hay algo de alucinante en ese paisaje que no nos cansamos de mirar. Quizás la frescura y la sencillez de lo primitivo sea lo que despierta esa sensación rara y profunda. La grandeza de lo elemental: el agua, la tierra y el aire…15

Por su parte, la literatura encontró en el Corredor un interés especial relacionado con la idea de circulación, de tránsito, de desplazamiento a lo largo del eje, definiendo con fuerza una direccionalidad en el paisaje. Por el Corredor de Saer vimos desplazarse en El limonero real, sea bajo soles ardientes o violentos temporales, al precario carro repleto de sandías de Rogelio y Wenceslao, cuando dejaban su señorío en la Costa para llegar al Mercado de Abasto en Santa Fe a vender su producción.16 Y será por ese mismo Corredor, desde la oscuridad de la ruta limitada por arboledas y planicies pantanosas entre anuncios de tormenta donde, en Responso, Saer le abra paso al viejo Ford negro —cuyos faros iluminaban “el recto camino liso, la larga cinta azulada”— que llevaba a Alfredo Barrios hasta el garito costero donde perdería, sobre la mesa de juego, sus últimas esperanzas. La misma ruta, interminable, continua, a la que volvería horas más tarde un Barrios maltrecho y jadeante, empapado por la furiosa lluvia, buscando escapar y desandar el camino que lo había traído desde Santa Fe.17 En El finado Sequeira, Mateo Booz hace del infinito y arenoso Corredor, calcinado por un sol implacable, el escenario de la lenta travesía de otro Ford, el de Eloy Montoya, regresando a Helvecia con el cadáver de Rómulo Sequeira. La muerte había sorprendido a Rómulo en Santa Fe, mientras asistía al traspaso del mando del gobernador. La travesía del cadáver, que no fue admitido en el vapor de la carrera, se convirtió en una patética empresa al quedar Eloy y Piringo Sequeira, el hijo de Rómulo, atrapados en el clandestino atractivo de una “timba” en Santa Rosa.18 Tema protagónico de Un parejero, cuento de Gudiño Kramer, es la mensajería, una verdadera institución por el servicio que aportaba entre los poblados distantes; el habilidoso jinete hacía su trayecto de más de cuatro horas entre Helvecia y San Javier y repasaba la accidentada cinta del Corredor una y otra vez, a lo largo de los meses, con sus postas cada tres o cuatro leguas. El

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trayecto le despertaba sensaciones encontradas:“el camino de la costa tampoco era abovedau, ansí (sic) que cuantito repuntaba el río, ya se anegaba El Laurel, y había que cruzarlo en canúa (sic) o en bote. Y después chapaliar (sic) barro hasta el Saladero”.19 Como espacio de la literatura, el Corredor ejerció y ejerce un especial atractivo; la recurrencia a la imagen itinerante, replicada en el eterno fluir de las aguas del río de los Quiloazas, aporta una verdadera cartografía de significación. Los valores que destacan en términos de identidad están indisolublemente ligados a los modos en que las poblaciones del Corredor establecieron relaciones con el entorno natural a lo largo de su historia; y esas relaciones forman la sustancia de los relatos de ficción, cuya enumeración excedería largamente esta introducción y de las descripciones de los cronistas que, a mitad de camino entre ficción y realidad, nos relataron sus vivencias acerca de este escenario singular. 3. Paisaje cultural, itinerario y red

El concepto de paisaje cultural orientó el trabajo como un dispositivo explicativo que pondera tanto los elementos históricamente sedimentados como aquellos que, adoptando una mirada estratégica del concepto de paisaje, se reconocen como de significativa potencialidad. Tomando como referencia la noción de paisaje cultural de UNESCO, como es sabido, desde 1992 se reconocen tres categorías; el caso de los paisajes diseñados y realizados intencionalmente por el hombre (jardines y parques); el caso de los paisajes de evolución que reflejan el proceso de cambio en sus formas y componentes primigenios, categoría en la que pueden reconocerse dos vertientes, el paisaje reliquia o fósil y el paisaje viviente; por último el paisaje cultural asociado, que se justifica por la capacidad de vincular lo religioso, lo artístico, lo cultural con un sustrato natural, más que sobre la evidencia material de la cultura. En el marco de este proyecto fue de aplicación el concepto expresado en segundo término, en su vertiente viviente. Respecto del paisaje de evolución existen en la zona reservas ecológicas que, en tanto áreas protegidas, están sujetas sólo a cambios intrínsecos; también es posible reconocer el paisaje propiamente evolutivo en la fuerte configuración que adquiere el territorio rural. Las alternancias de las distintas explotaciones económicas, los ciclos de las estaciones y los avatares de la historia productiva, dejan ver una interesante variabilidad paisajística a rescatar. Las gestiones iniciadas para la inclusión en la lista de Patrimonio Mundial del Parque Arqueológico de Santa Fe la Vie-

19

ja, incorporan en su nivel más elevado la dimensión patrimonial del paisaje, desplegando una rica articulación de elementos arqueológicos, antropológicos, naturales y culturales. De hecho el estudio del paisaje incluye: el progresivo reconocimiento e interés, desde el punto de vista estético, ecológico, histórico, patrimonial, cultural, social e identitario. El paisaje dejó de ser un escenario y un motivo inspirador de las artes, para pasar a ser un elemento fundamental de estudio del territorio, donde las actividades humanas se desarrollan. Y por ser un elemento que contempla y que es el resultado de componentes naturales y de componentes relacionados con la actividad humana, su  procedimiento de estudio, planeamiento y gestión obliga a que estos dos componentes sean contemplados de forma integrada, aunque estemos aún carentes de métodos de planeamiento y gestión para su protección, preservación y valoración.20

Conviene entonces aclarar que, para el desarrollo de los objetivos del trabajo, se manejaron dos ideas de paisaje que se fueron, en todo momento, articulando: por una parte, el paisaje como sinónimo de naturaleza contemplada y dominada por el sujeto social y, por otra, la noción de paisaje como sedimentación, como permanente interacción entre medio natural y medio humano. El primer concepto nos ubica en el campo del arte y de la filosofía, el segundo en los campos de la geografía, las ciencias del entorno o ambientales y en la dimensión proyectual. Otro concepto que aporta al desarrollo de este estudio es el de itinerario cultural, que se ha visto sumamente enriquecido a partir de las definiciones que aporta la Carta de Pretoria.21 Según este documento, que marca el protagonismo que el entorno y la escala territorial han adquirido en materia de patrimonio, los itinerarios: “representan procesos interactivos, dinámicos y evolutivos de las relaciones humanas interculturales que reflejan la rica diversidad de las aportaciones de los distintos pueblos al patrimonio cultural”. Entre los indicadores más significativos para definir la condición de itinerario cultural, el ICOMOS considera la existencia de manifestaciones culturales con un origen común y ubicadas a lo largo de una vía que asume entidad territorial y/o paisajística; estas manifestaciones pueden estar constituidas por prácticas, tradiciones, costumbres y usos comunes de carácter religioso, ritual, lingüístico, festivo, culinario, etcétera. Sin lugar a dudas, para nuestro caso de estudio, las nociones de paisaje cultural e itinerario cultural se amalgaman como un instrumental pertinente para la interpretación de los valores y potencialidades de la región.

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Respecto de la idea de red, el supuesto del que se partió fue que una red tiene probada consistencia conceptual pero debe verificarse su factibilidad para cada caso concreto. Es sabido, por teoría, que una red puede conformarse satisfactoriamente en la medida en que se satisfagan ciertos requisitos de orden físico y sociocultural que le den un marco, un soporte.22 Pero estos requisitos deberán comprobarse en el referente empírico, que para el caso está dado por el sistema de poblados, sus áreas intermedias y la presencia eterna del río como soporte. De allí que el proyecto se haya propuesto verificar, con los elementos conceptuales e instrumentales de la disciplina, la factibilidad de generación de una red como paso previo a la formulación de lineamientos para planes y proyectos que apuntalen el desarrollo de los poblados en particular y de la región en general. 4. Este libro

Este libro se originó en la producción de investigación del proyecto “Corredor de la Costa. Potencialidades urbano–arquitectónicas y paisajístico–ambientales para una estrategia de desarrollo” enmarcado en la convocatoria PICTO– 2005 (Proyecto de Investigación Científico–Tecnológico Orientado). Dicho proyecto fue subsidiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCYT) y la Universidad Nacional del Litoral (UNL). El proyecto tuvo por sede a la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UNL y fue desarrollado entre 2007 y 2010 por un equipo de investigadores de dicha Facultad. El área objeto de estudio correspondió al segmento del Corredor que se extiende entre las localidades de La Guardia y San Javier, es decir, unos 150 km a lo largo de la RP 1. En el trayecto se van sucediendo los denominados pueblos de la Costa: Colastiné Norte, San José del Rincón, Arroyo Leyes, Los Zapallos, Santa Rosa de Calchines, Cayastá, Helvecia, Saladero Cabal y un sinnúmero de parajes y sitios que, además de señalar el itinerario van narrando, desde la toponimia, un relato de fuerte contenido identitario. En la formulación misma del proyecto reconocimos que el Corredor tiene una extensión mucho mayor (aproximadamente 300 km), llegando hasta las inmediaciones de la ciudad de Reconquista y conformando una unidad geográfica y cultural que ameritaría ser estudiada integralmente. No obstante, las condiciones de la convocatoria (en términos de plazos y recursos) hacían imposible abarcarlo en toda su longitud con la metodología prevista, por lo que se prevé completar el conjunto en una posible segunda etapa del proyecto.

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Como hipótesis, el trabajo consideró que las localidades comprendidas en el Corredor de la Costa poseen un alto potencial de desarrollo, pero resultan débiles las estrategias de conjunto que permitan un mayor aprovechamiento de las oportunidades y recursos disponibles. Atendiendo a este déficit, lo que se pretendió fue generar conocimiento y sistematizar información, desde la perspectiva de los conceptos de paisaje cultural y red de localidades, sobre los elementos arquitectónicos, urbanos y paisajísticos de las localidades del Corredor, que resultan de alto valor por su relevancia histórica, estética o ambiental. Pero además de esos objetivos específicamente académicos de producción de conocimientos sobre el área de estudio, se persiguieron otro tipo de logros vinculados a la transferencia de los resultados de investigación, tales como colaborar en acciones que favorezcan la capacidad de gestión de las comunidades involucradas y vincularse a través de los resultados de las investigaciones a las comunidades locales y regionales, como aporte a la recuperación y consolidación social, territorial y ambiental de la región. Asimismo se trabajó para capacitar —sobre los procedimientos de actuación y sobre la problemática urbano–arquitectónica y territorial de la región— a distintos agentes de las comunidades locales y regionales, entendiendo de fundamental importancia la articulación con dichos agentes a fin de que el conocimiento producido pueda constituirse en un saber transformador. Los capítulos que componen este libro, elaborados por algunos de los investigadores del equipo que tuvo a su cargo el proyecto, están orientados en función de ese doble objetivo de producir conocimiento y, a la vez, actuar como vehículos de transferencia, a fin de que el trabajo realizado asuma ese rol de saber transformador. El texto de Calvo da cuentas de su indagación acerca de los procesos históricos de ordenamiento territorial que fueron, desde el inicio, un tema de interés para el proyecto, dado que el valor cultural de la construcción del territorio, a lo largo de más de quinientos años, trasciende lo meramente geográfico y se plantea como marca sustantiva para la identidad de la Costa. Las huellas materiales que esa construcción ha ido acumulando a lo largo de la historia, resultan evocativas de los distintos momentos por los que atravesó el proceso, no sólo en la dimensión espacial sino también paisajística; de entre esas huellas Calvo intenta rescatar las que contienen valores significativos para las posibles estrategias de desarrollo regional. La producción de Bertuzzi se detiene a reflexionar con respecto al fenómeno de la sedimentación histórica sobre el territorio, manejando distintas nociones de paisaje que se tratan de integrar: por una parte, el paisaje como sinónimo de naturaleza contemplada y dominada por sujeto social y el pai-

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saje como sedimentación, como permanente interacción entre medio natural y medio humano. Las nociones de historia y proyecto implican la idea de repensar el patrimonio y la planificación como instancias mutuamente enriquecedoras en las escalas arquitectónica, urbana y territorial, sensibilizando respecto del paisaje y aportando al diseño de herramientas que permitan la protección y mejoramiento de nuestros paisajes costeros. El escrito de Müller se aboca al estudio de lo que se ha verificado como la construcción de un imaginario “litoraleño” o “costero”, por parte de los pintores santafesinos. Este fenómeno tiene una larga trayectoria y, en general, ha obtenido una importante penetración en distintas capas de la sociedad, que demanda y aprecia la temática. Las distintas miradas que arroja y recrea el arte sobre el paisaje costero a través de la acción de los artistas, son modos de ver y representar, de percibir sensaciones y expresar emociones, pero también de producir imágenes que van construyendo una definición cultural de ese territorio, que se constituye como paisaje en la medida en que es observado y apreciado por alguien. Mi propio trabajo surge de la preocupación sobre la dimensión patrimonial, que fue una instancia ineludible dentro del plan de trabajo. Se partió de un trabajo previo de relevamiento de bienes arquitectónicos y urbanos, trabajo sobre el cual se efectuaron actualizaciones que permitieron una lectura diacrónica de los avatares a que dicho patrimonio estuvo sujeto en el último cuarto de siglo. Esos bienes patrimoniales no fueron considerados como individualidades autónomas, sino desde la certeza de que lo patrimonial es un aspecto que fortalece la identidad de las localidades asentadas sobre el Corredor; y, para esta consideración, el territorio patrimonial no es un mero escenario en el que se desarrolla la vida de las comunidades, sino que es un ámbito de interacción donde la materialidad artificial se integra con lo natural, condiciona y forma parte de la vida y de la memoria. El texto de Del Barco y Montoro refiere a los aspectos vinculados con la transferencia de los resultados a las comunidades locales de los distintos poblados y ciudades del Corredor, como aporte a la recuperación y consolidación social, territorial y ambiental de la región. Se desarrollaron talleres con participación de distintos agentes de las respectivas comunidades y se produjeron diversas instancias de intercambio en torno al proyecto. El texto relaciona una serie de conceptos sobre los que las autoras basaron la reflexión, con las acciones concretas encaradas para articular la transferencia. Por último se incluyen las conclusiones, producto de un seminario de reflexión del equipo, y a modo de anexo, en versión digital, las fichas de ese inventario patrimonial actualizado durante el trabajo de campo.

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Notas

1

CHOAY, Françoise. Alegoría del Patrimonio. Barcelona,

Gili, 2007, p. 13. 2

ZAPATA GOLLAN, Agustín. Las Puertas de la Tierra. En

11

GOBIERNO DE LA PROVINCIA DE SANTA FE. Guía

Oficial de la Provincia de Santa Fe – 1931. Santa Fe, Edición Oficial, 1932, pp. 767 a 772 y 1625 a 1631. “A través del Departamento Garay”, en El Orden, Santa

Obra Completa, Tomo 2, Santa Fe, UNL, 1989, p. 76

12

(ed. original 1938).

Fe, 11 de marzo de 1928, p. 2. La crónica comienza el

3

MCSF. Censo Municipal de Santa Fe – Población, Edi-

ficación, Comercio e Industria – 1907. Santa Fe, Imp. La Argentina, 1908, p. 23. 4

MCSF. Censo Municipal de la población de Santa Fe –

9 de marzo, con el primer tramo del trayecto y continúa el 10, para finalizar el día 11. 13

“A través del Departamento Garay – Nota 1”, en El

Orden, Santa Fe, 9 de marzo de 1928, p. 2. “El arte plástico eterniza a un pueblo. Pintores en San

Año 1923, Santa Fe, Talleres Gráficos Morales, 1924,

14

p. 64.

José del Rincón”, en El Orden, Santa Fe, 28 de marzo

ZAPATA GOLLAN, Agustín. La Conquista Criolla. En

5

de 1955, p. 2. “Los bellos árboles de San José del Rincón”, en El

Obra Completa, Tomo 1, Santa Fe, UNL, 1989, p. 195.

15

(ed. original 1938).

Litoral, Santa Fe, 9 de enero de 1945, p.3.

WILCKEN, Guillermo. Las colonias; informe sobre el

6

16

SAER, Juan J. El limonero real. Buenos Aires, Planeta–

estado actual de las colonias agrícolas de la República

Seix Barral, 2002.

Argentina. Buenos Aires, 1872, pp. 122 a 140.

17

7

LARGUÍA, Jonás. Informe del Inspector de Colonias de

SAER, Juan J. Responso. Buenos Aires, Planeta–Seix

Barral, 2004. La cita textual es de página 99. BOOZ, Mateo (Miguel Ángel Correa). Cuentos Comple-

la Provincia de Santa Fe. Buenos Aires, Imp. y Litog. del

18

Courrier del Plata, 1876, pp. 167 a 182.

tos, Santa Fe, Ediciones UNL, 1999. Tomo 2.

8

BRANDT, E. y POMMERNKE, G. La Provincia de Santa

Fe en el principio del siglo XX, editado por la Sociedad Rural de Rosario, 1901, pp. 71 a 93.

19

GUDIÑO KRAMER, Luis. Aquerenciada Soledad. Bue-

nos Aires, Centro Editor de A. L., 1967, p. 61. El cuento citado corresponde a la segunda parte, “Estancias”.

GUIDOTTI VILLAFAÑE, Eduardo. La Provincia de Santa

20

UNESCO. Declaración de la 16ª reunión, París, 1992.

Fe en el Primer Centenario de la Independencia Argen-

21

ICOMOS. Carta de los Itinerarios Culturales. Pretoria,

tina – 1816 – 9 de julio – 1916. Publicación Oficial.

2007.

Buenos Aires, Rosso y Cía., s/f., pp. 826 a 839.

22

9

10

Ibídem. Las citas textuales corresponden a las pági-

nas 830 y 832.

24

RACIONERO, Luis. Sistemas de ciudades y ordenación

del territorio. Madrid, Alianza, 1981.

Antecedentes sobre la ordenación territorial en el Corredor de la Costa Luis María Calvo

Introducción

Algunas de las potencialidades de la Costa para generar estrategias de desarrollo están vinculadas con la fuerte identidad territorial que permite entender al área como una unidad paisajística, producto tanto de factores ambientales como históricos y culturales. En esa línea de interpretación, el estudio del ordenamiento territorial tiene el objetivo de develar antecedentes históricos de la configuración del territorio que hoy podemos asumir en términos de paisaje. La acción de los grupos humanos es un factor fundamental en la modificación del ambiente, a partir de la cual podemos reconocer territorios y paisajes. El territorio supera la condición de mera naturaleza cuando ésta entra en relación con el hombre, quien la dota de sentido a través de diversos medios; uno de ellos es el de la atribución de significado y el de la ocupación efectiva, pero las formas de ocupación están en directa relación con la cultura de los ocupantes. El objetivo de este trabajo es estudiar las formas de ordenamiento territorial de la Costa, indagando sobre los antecedentes generados por la población humana en tiempos prehispánicos y coloniales, los dos grandes momentos anteriores al siglo XIX, y en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XIX en las nuevas políticas de colonización. 25

El primero, previo a la llegada de los europeos, se caracteriza por modalidades de ocupación propias de los pueblos cazadores recolectores, en tanto que el segundo, por formas de ordenamiento territorial propias de la cultura occidental: establecimiento de asentamientos humanos de carácter permanente, fraccionamiento de la tierra e instalación de la idea de propiedad. A partir de mediados del siglo XIX se produjo un proceso de reocupación de la Costa, coincidentemente con una nueva etapa de fraccionamiento de la tierra promovida por políticas de colonización agrícola y de inmigración europea. La superposición de una nueva matriz dibujó un ordenamiento que se mantiene hasta la actualidad, perfectamente reconocible en las propiedades rurales subdivididas y en los pueblos que se han consolidado o expandido. Aunque las ocupaciones anteriores hayan dejado huellas históricas débiles o no tangibles, asumimos como hipótesis que determinadas inercias en forma de memoria subsisten y sustentan la identidad de la zona, y que la memoria histórica de la Costa, documentada en los archivos o asumida como relato por sus pobladores, cohesiona al territorio y lo recorta. 1. El territorio de los cazadores–recolectores

Previamente a la llegada de los españoles el territorio de la costa santafesina estaba ocupado por grupos humanos cazadores–recolectores que en las crónicas de la conquista fueron denominados quiloazas, calchines o mocoretás. Estos grupos aprovecharon las condiciones naturales para obtener recursos para su subsistencia, estableciendo una estrecha relación con el río, las islas y el albardón costero, con desplazamientos cíclicos en lo que hoy llamamos la Costa y su entorno, en ambas márgenes del río Paraná. La topografía de la zona se caracteriza por un albardón costero que se extiende desde Reconquista hasta la laguna Setúbal y que en el tramo que bordea a los ríos San Javier y Colastiné tiene un ancho de dos a tres kilómetros. Joaquín Frengüelli lo describió como un terraplén aluvional formado por el Paraná y sus ríos marginales, con arena de las islas y del lecho fluvial, y que en realidad es una sucesión de múltiples albardones que confieren una superficie ondulada.1 El albardón está elevado sobre el nivel del territorio circundante y cae sobre el río en barrancas que en algunos tramos, como el de Cayastá, pueden alcanzar seis o siete metros de altura. El mismo Frengüelli señala que el albardón actúa como un mirador desde el que se puede contemplar hacia el este la zona aluvional del lecho del Paraná, que se extiende en un ancho de 12 km hasta las barrancas de la costa entrerriana.2

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En el lado opuesto, hacia el oeste, se extiende una llanura baja cubierta por un colchón arenoso, que comprende un ancho de 40 km y que corresponde al paleocauce del río Paraná.3 El albardón estaba poblado con montes de algarrobos, espinillos, talas, ubajays, chañares, laureles y también con ombús, seibos y curupís.4 2. El territorio en la época de Santa Fe la Vieja (1573–1660)

Con la llegada de los españoles el territorio de la Costa se vio drásticamente alterado en muchos aspectos: formas de ocupación humana, relación hombre–recursos naturales, fitogeografía y fauna. Se incorporó un régimen occidental de propiedad y de tenencia de la tierra y se instalaron distintas formas de asentamientos humanos permanentes: ciudad, pueblos de indios, establecimientos rurales. La instalación de una nueva manera de ordenamiento territorial fue la base de todas esas transformaciones. En el ámbito santafesino como en la mayoría de los territorios coloniales españoles en América, la fundación de una ciudad fue el disparador del reordenamiento del territorio, articulado en torno al repartimiento de tierra con destino a dos tipos de unidades de producción: chacras y estancias que aseguraran los medios para abastecer a la ciudad y para generar productos comerciables que sustentasen su economía. La satisfacción de ese tipo de necesidades incidió en la modificación del paisaje circundante y en la reestructuracion del territorio por parte de los europeos. Dice Francisco Solano: la ciudad, como unidad humana y espacial donde se producen comportamientos y estímulos, no puede surgir ni sostenerse sin una base agraria. Todo núcleo urbano asentado en Indias —desde los primeros intentos a la estudiada estructuración de las Nuevas Ordenanzas filipinas de 1573— cuenta con un área rural apta, que dice bien de la preocupación de sus fundadores y, si coincide más tarde con rutas y comercio importantes, asegurará el prestigio y éxito de la ciudad. El florecimiento o estancamiento y muerte de una ciudad depende de muchas causas. Una de las más importantes descansa en la forma de resolver el problema de su abastecimiento.5

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2.1. La ciudad

El punto de partida de una nueva época para el territorio fue la fundación de Santa Fe por Juan de Garay en 1573. Desde entonces, y en un lapso de 87 años, se impuso un nuevo orden territorial basado en la propiedad de la tierra y su repartimiento en unidades productivas de dos escalas —chacras y estancias— y distintas modalidades de producción, básicamente agrícolas las primeras y ganaderas las segundas. Para la ciudad, Garay eligió el sitio más alto del albardón costero, precisamente donde, además de lugar apropiado para la traza urbana, pudo disponer de tierras no inundables, altas y fértiles para repartir entre los vecinos. Según Augusto Fernández Díaz hubieran bastado algunos pocos datos históricos y el conocimiento de la forma y niveles del albardón para poder ubicar las ruinas de la primitiva ciudad de Santa Fe “sin otro riesgo que un error de algunos centenares de metros”.6 La traza urbana respondió al clásico modelo de cuadrícula adoptado por la conquista española para sus ciudades y su ocupación dependió del desarrollo de una población que nunca superó los 1500 o 2000 habitantes. El traslado de la ciudad implicó el abandono del asiento fundacional y la formación de un sitio arqueológico que se recuperó, tres siglos más tarde, como patrimonio cultural. En este caso, la memoria del primer asentamiento tiene su correlato material en un conjunto excepcional de huellas que marcan un hito de alta significación para la costa santafesina y la región en general.

Fotografía área en que se ve parte de Santa Fe la Vieja y del pueblo de Cayastá con la diferente orientación de su trazado. La línea de arbolado superpuesta a la traza de Santa Fe la Vieja corresponde a la línea divisoria entre dos chacras de la colonia Cayastá (fotografía II, Brigada Área de Paraná).

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2.2. Las chacras

En el entorno inmediato de la ciudad, Garay señaló las suertes de tierras para chacras en los terrenos de mejor calidad, sobre el albardón de la costa, es decir, en áreas fértiles y no inundables ubicadas al norte, al oeste y al sur del ejido en los llamados, respectivamente, Pagos de Arriba, del Medio y de Abajo. Cada una de las chacras se medía en cuerdas de 100 varas de frente hacia el río de los Quiloazas, que en la primera mitad del siglo XVII conocían como río Dulce y que hoy llamamos San Javier. Estas chacras fueron dedicadas al cultivo de cereales, especialmente trigo con el que se abastecía de harina para la fabricación del pan, de allí que comúnmente las chacras fueran llamadas tierras de pan llevar. Para sus labores de labranza los vecinos se ayudaron con bueyes y herramientas que aparecen en los inventarios de la época: arados, azadas, asuelas, escoplos, sierras, etc.; y en algunas chacras construyeron buenas casas de paredes de tierra apisonada y “percheles” o galpones donde se guardaban los elementos necesarios para las tareas de campo. Conocemos con cierta prolijidad cómo se poblaba la chacra de Hernandarias de Saavedra en 1617: contaba con casas de vivienda cubiertas de teja y una atahona moliente y corriente que se trabajaba con cuatro caballos atahoneros. También había “un palomar con palomas”, heredero de las tradicionales instalaciones del campo castellano, que proveería de pichones para el consumo. Para las tareas de labranza se disponía de cuarenta bueyes de arado, que también servían como “bueyes carreteros”, y para el traslado de los productos había dos carretas y un carretón. La chacra de Hernandarias estaba dedicada fundamentalmente al cultivo de trigo, maíz y también maní; en 1617 allí había almacenadas 100 fanegas de trigo en espiga, otras 100 de maíz en mazorca y tres de maní. Para la cosecha se contaba con cinco “hoces de cegar trigo” que serían afiladas con una piedra armada de “amolar herramientas”. Además de las tierras dedicadas a la agricultura, en la chacra también se criaba ganado de cerda que para ese año alcanzaba el centenar de cabezas. La chacra de Hernandarias estaba atendida por varios esclavos que vivían en ella: Gaspar, Cristóbal y Catalina, los tres de 35 años, y Antonio, de más de 50.7 El 30 de enero de 1648 se escrituraron los bienes que Juana Díaz Galindo introdujo a su matrimonio con el capitán Juan Martínez Carrillo. Entre ellos se incluyó una chácara de dos cuerdas de tierra, ubicada a una legua de la ciudad, que tenía “una sala con corredores” y dos percheles grandes, uno de ellos de tapia. En esta chacra se cultivaba maíz y trigo, según se deduce de las fanegas mencionadas en el inventario. Para las labores de campo se utili-

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zaban bueyes de arado que junto con los bueyes carreteros sumaban sesenta; también había cuatro carretas buenas con sus aperos. Entre las herramientas se mencionan siete azadones, cinco hachas, cinco asuelas, veinte hoces, dos sierras y seis escoplos.8 En 1650, al inventariar los bienes de doña María de Esquivel, se incluyó una chacra en el Pago de Arriba, con “un perchel de tapias y horcones cubierto de paja y su puerta y candado”, en donde había almacenadas “ochenta fanegas de trigo en espiga poco más o menos”. Para trabajar la tierra había dos arados, un hacha y una azada. También se contaron doce bueyes carreteros y seis yugos que serían usados para el transporte de mercaderías.9 Ese mismo año se hizo inventario de los bienes del difunto alférez Diego de Valenzuela, entre los cuales tenía una cuerda de tierras de chacra, “poblada con un guace de paja”. En ella había cuatro bueyes mansos y dos arados, dos hachas, tres azadas y una asuela, dos escoplos y una sierra, “todo usado”. En ese momento se almacenaban ocho fanegas de maíz, “poco más o menos”.10 La chacra de Catalina Cristal, viuda de Juan de Lencinas, tenía “una atahona corriente y moliente con siete caballos”.11 Entre los bienes dotales de doña Juana de Ávila y Sotomayor, en 1649 se tasó una cuerda de tierras de chacra a poco más de media legua de la ciudad, “con la arboleda que tiene y media atahona corriente”.12 En 1648 doña Juana de Luján recibió en dote parte de una suerte de tierra en el Pago de Abajo, “en sementera”, y en ella “una atahona moliente y corriente con su cubierta y dos yuntas de caballos atahoneros y una mula tahonera”.13 El mismo año Juan de Torres y su mujer vendieron a Antonio de Vera Muxica una chacra a dos leguas de la ciudad, río Dulce arriba, “con todo lo edificado de casas de morada, despensas, perches y corrales”.14 Por su parte doña Petronila de Vega, recibió en dote una chácara de dos cuerdas de tierra, poblada, y con “una atahona con casas de tapia, sala y aposento”.15 Y doña Antonia Rodríguez entró a su matrimonio en 1646 más de siete cuerdas de tierra, pobladas “con casas y arboleda”.16 Hemos hecho esta relación prolija de algunas chacras para disponer de indicios de cómo se poblaban, qué se producía en ellas y del modo en que el trabajo introducido por el español fue modificando el albardón costero que antes de la fundación había sido asiento de grupos recolectores, cazadores y pescadores. Aunque muchas de estas tierras contaban con instalaciones para alojarse, otras carecían de edificaciones de ese tipo. Cercanas a la ciudad, era habitual que los vecinos labradores salieran al campo al empezar cada día y volvieran a sus casas urbanas durante las tardes.

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De las instalaciones y de los objetos mencionados, seguramente han quedado restos materiales enterrados en el subsuelo de las propiedades que actualmente se superponen con las de aquellas primeras chacras. Los documentos escritos contemporáneos a esa primera ocupación tampoco proporcionan referencias topográficas y, como se verá más adelante, el traslado de Santa Fe interrumpió el régimen de propiedad de estas tierras, por lo que tampoco existen indicios que permitan reconstruir con precisión ese primer catastro territorial. En síntesis, las chacras de Santa Fe la Vieja no han dejado marcas visibles en el territorio y sus huellas materiales todavía no han sido localizadas ni investigadas. Por el momento, sólo se las puede evocar desde los documentos escritos.

Las chacras en el entorno de la primera Santa Fe (reconstrucción gráfica de Augusto Fernández Díaz, tomada de Tierras para chacras y tierras para estancias en la Vieja Santa Fe, Rosario, 1954)

2.3. Las estancias

Fuera del área de tierras más fértiles, altas y próximas a la ciudad que, como hemos visto, se repartieron para chacras, Garay distribuyó tierras para estancia en ambas márgenes del río Paraná y en las costas del Salado Grande, en amplias áreas que sólo configuraban una porción de la jurisdicción asignada a Santa Fe. Algunas de estas estancias se ubicaron dentro del territorio que estamos analizando.

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En la merced de tierras que Garay se otorgó a sí mismo expresa que, inmediatamente luego de poblada la ciudad, repartió “tierras para sus labranzas y crianzas, y solares y cuadras para sus viviendas”, pero por falta de papel hasta tres años más tarde no pudo asentar por escrito ninguno de estos otorgamientos. Hoy sólo conocemos cuatro de esas mercedes, tres de las cuales fueron otorgadas en 1576: la propia, la de Alonso Fernández Romo y la de Sebastián de Lencinas; una cuarta fue otorgada en 1580 a favor de Antón Martín. En todas se incluyen tanto tierras para estancia como otras destinadas a chacras y cuadras, en “tierra firme” y en las islas. Algunas de esas tierras se localizaban dentro del territorio de la Costa que estamos estudiando. Para sí mismo Garay señaló:17 • media legua de tierras de frente —“en una punta que hace el río que viene costeando la tierra firme”—, a una legua al sur del asiento de la ciudad, con frente al río y fondo hasta topar el Saladillo. • una isla al sur de la ciudad, que lindaba con un pedazo de isla que había dado en merced a Antón Martín, río de por medio: “la cual dicha isla cercan dos brazos de río que hace debajo de esta dicha ciudad el río que pasa de esta dicha ciudad”. A Alonso Fernández Romo otorgó:18 • una suerte de tierra de 300 varas de frente “río abajo, camino de los Calchines”, lindera por el norte con Juan Sánchez y “un camino de veinte pasos en ancho en medio” y al sur con Hernán Sánchez. Su fondo de cuatro mil varas “hacia la tierra adentro”. • “un pedazo de isla que está enfrente de la dicha vuestra suerte”, con igual medida de frente, y su fondo “hacia el Paraná hasta topar con otro río”. Por último, a Antón Martín entregó en merced:19 • una suerte de tierras al norte de “las taperas de los mocoretás”, linderas a “un algarrobillo que está junto al camino” por la parte de arriba y por la de abajo con tierras de Juan de Vizcaíno; con una legua de fondo hacia el Salado. • una suerte de tierra río arriba de 300 varas de frente al río y 400 de fondo, camino de los Chupiacas, lindera con Felipe Crispinciano por una parte y por la otra con un camino de veinte pasos de ancho que debía dividirla de la propiedad de Diego de Leiva, “corriendo hacia la parte del algarrobal”.20 • una suerte de media legua de tierras en la otra banda del primer Saladillo, que tenían que medirse hacia abajo “por donde yo [Juan de Garay] pasé cuando fui a descubrir el Salado Grande, desde un algarrobo”, con fondo de una legua hacia el Salado Grande. 32

Las estancias en tiempos de Santa Fe la Vieja (reconstrucción gráfica de Augusto Fernández Díaz, tomada de Tierras para chacras y tierras para estancias en la Vieja Santa Fe, Rosario, 1954)

Estancia de los mocoretás En 1631 el procurador general de la Compañía de Jesús se presentó ante el gobernador del Río de la Plata solicitando que se le dieran en merced, para sostener las reducciones de indios que tenían a su cargo, “unas tierras para criar en ellas ovejas y algodonales, y con su lana y algodón acudir a las necesidades de los naturales”. Las tierras solicitadas se ubicaban a tres leguas de la ciudad hacia el norte y antiguamente habían sido pobladas por los Mocoretás, que ya habían muerto y se habían acabado todos, dejando las tierras vacías y desiertas.21 Esta referencia indicaría, por lo tanto, que la estancia jesuítica de los mocoretás se asentó en tierras de su antigua reducción. En 1640, el rector del Colegio de la Compañía presentó una petición solicitando “una isla que está enfrente de la dicha estancia río en medio”.22 El mismo 33

día de la petición, el gobernador concedió la merced firmando el documento “en la Plaza de Armas de la reducción de los mocoretás, por estar en campaña”.23 Estancia de Los Cerrillos Según Augusto Fernández Díaz, la estancia de Los Cerrillos, luego llamada también Higuera de Negrete, en un principio había pertenecido a Antón Rodríguez y fue heredada por su hija Victoria Cabrera.24 El mismo Fernández Díaz afirma que la localización de esta estancia coincide con el actual paraje de Los Cerrillos. Estancia del Ombú En tiempos de Santa Fe la Vieja estas tierras habrían pertenecido a doña Antonia (también llamada Juana) de Encinas, mujer de Antón Martín el mozo, según refiere en una venta fechada con posterioridad, de la que hablaremos más adelante, su hijo el capitán Melchor Martínez. Fernández Díaz, que tan acertadamente identifica otras tierras y sus propietarios, se equivoca cuando asocia a Juana de Encinas con la familia de Sebastián de Lencinas y de esa manera sostiene que las tierras le venían de herencia de este último. En cambio, Juana o Antonia de Encinas era hija de Alonso Fernández Romo, quien había recibido de Garay una merced, como ya lo hemos visto, de tierra “situada río abajo, en el camino de los Calchines”. Esas 300 varas debieron ser, por lo tanto, el origen de una propiedad mayor, que alcanzó a medir una legua. 2.4. Pueblos de indios

La conquista española no sólo ordenó el territorio de una manera nueva sino que también obligó a sus pobladores originarios a establecerse —reducirse­— en asentamientos permanentes y abandonar los desplazamientos que les proporcionaban sustento. Repartidos, además, en encomiendas, quedaron sujetos a los vecinos encomenderos que, según las disposiciones de gobierno, estaban obligados a construirles “casas y pueblo formados con calles” en medio de tierras que debían cultivar para su abastecimiento.25 La ordenanzas de gobierno de Hernandarias de 1603 disponían que se hiciesen reducciones “en las partes y lugares más cómodos que habían”, en tierras que tuviesen “tierras, aguadas, montes y lo demás necesario para su buena conservación”.26 La magnitud del cambio de vida se vio reflejada en la drástica disminución del número de aborígenes encomendados y en la precariedad de la duración de los asentamientos o reducciones.

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Algunos de estos pueblos tuvieron una vida efímera ni siquiera registrada en los documentos, pero existen constancias documentales acerca de dos de las tres reducciones fundadas por Hernandarias entre 1615 y 1616, que estuvieron asentadas en el territorio de la Costa, en el entorno más inmediato de la ciudad de Santa Fe, ellas fueron: San Miguel de los Calchines y San Lorenzo de los Mocoretás (en tanto que la tercera, San Bartolomé de los Chaná, se estableció en cercanías del Carcarañá).

Detalle del mapa del padre Luis Ernot (circa 1632) en que se representa la zona de la costa santafesina

San Miguel fue fundada en 1615 en el paraje de los Calchines, a cuatro o cinco leguas de Santa Fe, donde Hernandarias señaló “sitio de tierras para pueblo y estancias de labranza y crianza” y 40 yuntas de bueyes para las tareas rurales; en un principio, su población fue de 300 indios.27 Por la visita realizada en 1622 por el gobernador Góngora se sabe que en el pueblo se había construido una iglesia de tapias con cubierta de madera y paja, que sus pobladores vivían en casas de palos y paja y que en sus tierras sembraban maíz. Los indios se quejaron al gobernador diciendo que su hábitat original había sido a 20 leguas de la reducción y que las tierras en que se les había instalado eran “malas, que no tenían pescados ni caza para poderse sustentar”. En esa oportunidad fueron empadronados 307 indios: 132 hombres, 97 mujeres y 78 muchachos. San Miguel de los Calchines fue la que perduró un poco más; en 1688 se encuentra una última referencia sobre esta reducción.28

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La reducción de San Lorenzo fue fundada con 200 indios por el mismo Hernandarias durante su visita de 1615. Previamente había hecho convocar a una junta de los indios que se reducirían.29 Su asiento estuvo a tres leguas de la ciudad en una chacarilla que había sido de Antón Martín (que los historiadores han identificado con la del algarrobal), en el paraje de las “taperas de los Mocoretás”. Cuando la visitó Góngora en 1622 en ella halló una iglesia de tierra, madera y paja. El hábitat natural de estos indios había estado a 15 ó 20 leguas más al norte y también ellos se quejaron al gobernador diciendo que no había pesquerías ni “cazaderos”, y que debiendo cultivar sementeras se las comían los papagayos “porque hay muchos en el sitio”, para subsistir también se ocupaban “en bogar y vaquear y hacer cueros de toro”. Según sus propias referencias los mocoretás habían sido muchos pero tan sólo quedaban en la reducción un cacique y dos indios, y el resto pertenecían a otras naciones, hasta completar el número de 364 indios empadronados por Góngora: 176 hombres, 121 mujeres y 67 muchachos. El mismo cura doctrinero ratificó lo dicho por los indios y pidió licencia para mudar la reducción.30 Para 1648 ya se señala que el pueblo viejo de los mocoretá está despoblado.31 Podríamos agregar un pueblo más tardío, la reducción de Colastinés y Lules, establecida alrededor de 1651 en un sitio impreciso que los documentos mencionan como Paso de Mora, sobre el Saladillo, a cuatro leguas de la ciudad. El asiento había sido elegido considerándolo apropiado porque sus tierras eran aptas para el cultivo y porque había pesquería suficiente. Sin embargo, esa localización no convenció a las autoridades santafesinas debido a las inundaciones, a la proximidad del Valle Calchaquí y por estar en el camino y “en medio de las estancias y chacras de esta ciudad” 32 y dos años más tarde se habría trasladado a otro lugar. 2.5. Las referencias territoriales en tiempos de Santa Fe la Vieja

Las referencias territoriales utilizadas por los pobladores y registradas en los documentos hace cuatro siglos dificultan su actual identificación y la reconstrucción del catastro territorial de aquella época. En primer lugar podemos mencionar aquellas referencias que proporcionaba la naturaleza y, en particular, los grandes cursos de agua en relación con los cuales se repartieron las tierras. Para una mejor localización, en algunos casos, se señalan parajes característicos del entorno hidrográfico: como “los brazos grandes del Paraná”, “dos brazos de río que hace debajo de esta dicha ciudad el río que pasa de esta dicha ciudad”, “una punta que hace el río que viene costeando la tierra firme”, “la boca del riachuelo primero como vamos de aquí” y “unas lagunas yendo el río abajo”. 36

En otros casos las referencias se identifican con algunos desniveles de terreno: “donde se acaba la primera barranca y empieza un anegadizo pequeño”, “una vega de un anegadizo que nace por el bajo de esta dicha ciudad” y “un altozano el más alto que hay”. La presencia de algunas especies arbóreas servía como referencia, especialmente los algarrobos, que por su perdurabilidad podían servir de mojones: “un algarrobo”, “donde está un algarrobo solo”, “un algarrobillo que está junto al camino” y “hacia la parte del algarrobal”. Luego de ser empadronados los asentamientos de algunas parcialidades aborígenes en puntos, para nosotros, imprecisos del territorio también proporcionan puntos de referencia vinculados a parajes y caminos: así se registran los caminos “de los Chupiacas”, “de los Calchines” y “de los Colacas”, y “las taperas viejas que solía tener allí Vilupulo”, las de Carchamín y las de los Mocoretás. También las experiencias y recuerdos del grupo fundador comenzaron a formar parte de la memoria de la población y a ser utilizadas para orientarse en la vastedad de la geografía circundante: “donde primero y al principio se cortó la madera para esta ciudad”, “por donde yo pasé cuando fui a descubrir el Salado Grande”, “por donde yo subí los caballos cuando fui en busca de los Caletones”, “donde dicen la Pesquería del Padre”. A tres años de fundada la ciudad, la efectivización de los repartimientos de tierras y su ocupación por parte de sus propietarios, permitieron comenzar a mencionar linderos y a reflejar la presencia española en la toponimia: la “chacra de Cristóbal de Arévalo”, “la isla de Hernán Suárez”, “frente a vuestra chacra” y “el río que llamaban la chacra de Mosquera”. La acción en la construcción de un nuevo paisaje, también servía para identificar algunos sitios: “donde al presente tenés hecha una sementera”, “donde al presente tengo mi labor”. 3. La costa luego del abandono del primer asentamiento de Santa Fe (1660–1850) 3.1. La ciudad abandonada

La decisión de abandonar el asiento original de la ciudad y de trasladarla a la desembocadura del río Salado, demoró una década en concretarse. En marzo de 1660 el funcionamiento del Cabildo en la ciudad trasladada puede tomarse como la culminación institucional de la mudanza, aunque parte de la población permaneciera durante meses, tal vez años, renuente a abandonar la ciudad vieja. El abandono de la ciudad fue total y las propiedades urbanas fueron sustituidas por otras equivalentes en la ciudad nueva. El asentamiento urbano original se convirtió nuevamente en espacio rural, aunque permanecieran 37

durante un tiempo construcciones desocupadas que quedaron sometidas a los efectos del abandono y de la acción de la naturaleza. Casi un siglo y medio después, en un informe presentado en 1794 al Cabildo por el síndico procurador de la ciudad Gabriel de Lassaga se menciona el paraje “(hoy llamado el pueblo viejo) cuyas ruinas aún existen”.33 El sitio, sin ningún tipo de uso o función, quedó convertido sólo en un punto de referencia en el territorio, en un topónimo que en el siglo XVIII cristalizó en el de Santa Fe la Vieja, sin que se abandonase del todo el de Pueblo Viejo, que perduró hasta mediados del siglo XX. El sitio y su topónimo aparecen señalados en algunos pocos pero muy importantes mapas de fines del siglo XVIII. El más significativo de todos es el famoso “Mapa Geográfico de América Meridional” de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, conocido cartógrafo español, grabado en 1775. En ese mapa se señalan algunos topónimos relacionados con la ciudad de Garay, y se ubica, con toda precisión, un punto con la referencia explícita y textual que dice, tal como las denominamos hoy: “Ruinas de Santa Fe la Vieja”.34 En 1790 se dibujó un mapa de la frontera de Santa Fe al Gran Chaco y en él también aparece Santa Fe la Vieja.35 Por su parte, Félix de Azara acompaña sus “Viajes por la América Meridional” con un mapa en el que se indica: “Santa Fe la Vieja que ahora llaman Cayastá”.36 En los documentos escritos, el topónimo también oscila entre los nombres de “pueblo viejo” de Santa Fe.

Detalle del plano de Sudamérica del geógrafo español Juan de la Cruz Cano y Olmedilla (1776) en que se asienta el topónimo “Ruinas de Santa Fe la Vieja”

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3.2. Las chacras

La estrecha relación que en el mundo colonial existía entre ciudad y tierras de labranza estaba vinculada a que éstas proporcionaban productos de abastecimiento diario y para lo que era necesario mantener una corta distancia entre poblado y chacras. El traslado de Santa Fe implicó, por lo tanto, el abandono de las primitivas chacras y un nuevo repartimiento de tierras con ese fin en el entorno inmediato de la ciudad mudada. Junto con la traza urbana abandonada, las antiguas tierras de chacra se agruparon en una nueva y sola propiedad, que pasó a ser tierra realenga, sujeta a la administración del Cabildo santafesino y cuya historia catastral fue estudiada y dada a conocer por José Carmelo Busaniche.37 A cuarenta años del traslado, el 15 de abril de 1698, el Cabildo otorgó en merced ese conjunto de tierras al sargento mayor Antonio Márquez Montiel,38 de quien las heredó su hijo José. Sesenta años más tarde, en 1761 el albacea de José Márquez Montiel vendió esta propiedad a Gabriel de Quiroga. La escritura que registra esta venta identifica con claridad la correspondencia que la misma tenía con la superficie antiguamente ocupada por ciudad y chacras de Santa Fe la Vieja: las tierras en que estuvo fundada la ciudad y pueblo Santa Fe la vieja, con sus ejidos, con más una legua de tierra a la parte del Sud que llega a los montes de los Calchines y otra legua a la parte del norte desde el dicho pueblo y su ejido, con todo lo que tiene de distrito desde el río Paraná hasta el río Saladillo.39

Un siglo más tarde, estas tierras pertenecían todavía a los herederos de Quiroga, cuando el gobierno de la provincia decidió fundar una colonia en ese lugar. En 1867 se firma un contrato de colonización con el conde Tessieres de Boisbertrand, disponiendo la fundación de un pueblo en el paraje de Cayastá, en las cercanías del lugar denominado El Pueblo Viejo. De esa manera, el pueblo de Cayastá y las tierras de su colonia se superpusieron a las de la antigua Santa Fe y sus chacras. En el momento de realizar las mensuras y subdivisiones de manzanas y de tierras rurales, se desvió ligeramente la orientación sur–norte, tal como se puso en evidencia cuando las excavaciones de Agustín Zapata Gollan en Santa Fe la Vieja permitieron recuperar su trazado.

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3.3. Las estancias

Mientras las chacras se subsumieron en una sola propiedad, las estancias mantuvieron su identidad como unidades catastrales. Sin embargo, la mudanza de la ciudad produjo un desplazamiento de la frontera real que repercutió en su explotación y poblamiento. La discontinua ocupación de estas tierras y los momentos de abandono total dificultan la interpretación histórica de sus traspasos, pero al menos pueden identificarse algunas estancias entre las propiedades de la Compañía de Jesús. Estancia de los Mocoretás De la antigua estancia de los mocoretás y de la isla que había enfrente, pertenecientes a la Compañía de Jesús desde 1631 y 1640 respectivamente, no existen datos de que estuvieran pobladas u ocupadas luego de que se mudara la ciudad. Se puede suponer que esta estancia hubiera sido abandonada al quedar alejada del nuevo núcleo urbano y de las tierras a las que se había desplazado la explotación rural. Recién se encuentra una mención de estas tierras en 1772, cuando se hace el inventario de los bienes de la Compañía de Jesús, expulsada unos años antes. En ese inventario se incluye media legua de tierras de frente y legua y media de fondo, a cuatro leguas del sitio antiguo, “en el mismo paraje que estuvo la reducción de los indios Mocoretás”, y una isla enfrente de dicho sitio.40 Estancia del Ombú o de los Calchines En 1679 el capitán Melchor Martínez vendió al alférez real Francisco Moreyra Calderón una legua de tierras para estancia “en el paraje que llaman del Ombú, entre el Pago del Rincón y sitio viejo de esta dicha ciudad”, las cuales corrían desde “la parte de los Calchines Viejos hacia el norte río arriba hasta topar con tierras de los herederos del maestre de campo Antón Rodríguez que ahora llaman La Higuera de Negrete”. Martínez había heredado las tierras de su madre doña Juana de Encinas. En 1683 el mismo Moreyra Calderón compró la estancia que había pertenecido a Antón Rodriguez a sus descendientes Juana y Francisca Gil Negrete. En esa oportunidad se la describe como una legua de tierras para estancia en el Pago del Ombú de los Calchines, que lindaba por el sur con tierras de los Calchines viejos y por el norte con Juan Fernández Romo y Bernabé Sánchez, con sus fondos hasta topar con el Saladillo.41 Una tercera legua de tierras, entre ambas estancias, fue otorgada en merced por el gobernador Herrera y Sotomayor al mismo Moreyra Calderón,

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quien así completó una suerte de tres leguas. En la merced se menciona la ubicación de esa tercera legua de la siguiente manera: entre dos suertes de chacras y estancia que tenía pobladas por compra real […] en el pago que llaman de los Calchines, yendo desde la dicha ciudad al sitio antiguo donde estaba poblada antes, que es la una de dichas poblaciones en el sitio que llaman Los Ombúes, la segunda en otro sitio llamado La Cerrezuela o Cerrillos y este intermedio de dos sitios las tierras que hubiere vacas al Paraná arriba, que se entienda ha de ser desde el arroyo que llaman del Potrero el cual cae al sur y el contrario corriendo al norte hacia la dicha Cerrezuela que se entiende es el largo de dichas tierras y la parte al poniente hasta topar con el Saladillo.42

Podríamos suponer que, dado que las dos leguas del norte y del sur tenían propietarios ya en tiempos de Santa Fe la Vieja, la tercera legua, la del medio, que se encontraba vacía y que fue dada en merced a Moreyra Calderón pudo haber sido el asiento de la reducción de San Miguel de los Calchines. En 1696 fueron vendidos en almoneda los bienes del alférez real Francisco Moreyra Calderón y la estancia conocida en ese entonces como de los Calchines y Ombú fue adquirida por la Compañía de Jesús.43 Según el padre Francisco Burgés, en 1747, cuando el padre Navalón se encontraba al frente de la reducción de mocovíes de San Javier de mocovíes “se restableció la estancia en el rincón que llaman del Calchines, de que cuidaban como diez familias de mocobíes”.44

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Evolución de la propiedad luego del abandono de la primera Santa Fe, cuando los jesuitas compraron las tierras de El Ombú (reconstrucción gráfica, archivo del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales)

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Evolución de la propiedad luego de la expulsión de la Compañía de Jesús (reconstrucción gráfica, archivo del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales)

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Luego de la expulsión de la Compañía de Jesús, en 1772, la “Estancia de los Calchines y Ombú” fue inventariada y tasada en doscientos pesos por legua considerando “ser un territorio para muy cortas haciendas, por ser todos bañados, que a creciente de río sólo queda un albardón largo y muy angosto sobre el mismo río, su frente, sin entradas ni salidas”.45 La Junta de Temporalidades pasó a administrar los bienes que habían pertenecido a la Compañía, entre los que se encontraba la estancia de los Calchines y Ombú. La misma Junta, el 24 de julio de 1777 vendió una fracción de media legua al santafesino Carlos Leyes: media legua de tierra en el pago del Rincón de los Calchines, cuyo frente es al poniente hasta topar con el Saladillo que corre por la laguna Grande, y los fondos al este hasta topar con otra laguna que divide un potrero que se halla a los fondos de esta media legua; el cual en el acto de la mensura hecha por don Gabriel de Lassaga lo cedió a don Nazario Villalba; linda por el norte (debe decir sur) con los ombúes conocidos por el de Reyna y con el arroyo del Potrero y por el sur (debe decir norte, según Cervera) con otra media legua que pertenece a don Nazario Villalba.46

Algunas décadas más tarde, el mismo Carlos Leyes declaró esta estancia de media legua en su testamento de 1803.47 3.4. El Pago del Rincón

A mediados del siglo XVII, en momentos en que se produce la mudanza, y con posterioridad, en el Pago del Rincón encontramos a los siguientes propietarios, todos ellos herederos de Antón Martín, a quien Garay le había otorgado estas tierras en merced: – José Martín, hijo de Antón Martín, declaró en su testamento que había heredado de su padre las tierras que éste había recibido en merced de parte de Juan de Garay en 1580.48 – Juan Martínez de Encinas, hijo de Antón Martín el mozo y nieto por lo tanto del primer Antón, declaró en 1696 haber sido propietario de cuatro cuerdas en el pago de Rincón, que para entonces ya tenía vendidas.49 – Baltasar Martínez (1655), hermano del anterior, tenía un sitio de tierras para estancias. – Domingo Martín, otro nieto del primer Antón Martín, heredó de él una cuadra y tierras de pan llevar en el Pago del Rincón.

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El 3 de octubre de 1659 el sargento mayor Antonio de Vera Muxica, alcalde ordinario y “juez superintendente para la mudanza de la ciudad” declaró que había comprado al general Diego de Vega y Frías y a los herederos de Antón Martín las tierras que se encontraban “desde el Arroyo Potrero, Paraná arriba, en el Rincón”, pagándolas a su costa, para que el Cabildo las repartiera entre los vecinos, “y se reserven en dichos parajes algunos pedazos para hacer mudar a los que faltaren o les ralearen las tierras dichas necesidades que en adelante se pueden ofrecer”.50 El 3 de diciembre de 1661, apenas se había instalado la ciudad en su nuevo sitio, en el Cabildo se recibe una petición firmada por Diego de Sandoval, oficial carpintero, y por Juan de Villavicensio, oficial sastre, en su nombre y en el de “los vecinos de esta dicha ciudad en quienes se tienen hechas muchas mercedes de tierras en el Rincón de Antón Martín, para poderse poblar piden se amojonen judicialmente para que se haga padrón”. Dando lugar a esta solicitud se encargó a algunos cabildantes esta tarea.51 En la sesión capitular del 3 de febrero del año siguiente el general Roque de Mendieta y Zárate presentó “el padrón que hizo y mediciones” que se le había encargado en tierras del Rincón “que llaman de Antón Martín”,52 el cual fue leído, junto con peticiones de tierras, en la siguiente sesión de Cabildo. El acta capitular del 1° de agosto de 1679, citada por el historiador de Rincón padre Mario Mendoza, dice que: “Era el Rincón el lugar más apto para sementeras y que fue, en algunos años, el único lugar de donde se sacaba la mayor parte de la sementera que sustentaba la República”. El mismo padre Mendoza menciona una lista de vecinos de Santa Fe que tenían sus chacras en ese Pago: – Diego Álvarez (1663), propietario de tres cuerdas de tierra de pan llevar, linderas al sur con Domingo Luis y al norte con Juan Ramos.53 – Juan Ramos (1663), propietario de tierras de pan llevar en el pago del Rincón, linderas por el sur con las de Diego Álvarez. – Francisco Hernández (1663), propietario de cuatro cuerdas de tierras “de pan llevar” que le habían sido otorgadas en merced, y otras dos cuerdas de tierra en el mismo Pago.54 – Pablo de Arbestain (1663), dueño de una suerte de tierras para estancias que le habían dado en merced. – Francisco Moreyra Calderón (1668), dueño de tres cuerdas de tierras, “pobladas con una casa y perchel, todo embarrado y de paja, cerco, corral y sementera”. – Diego López de Salazar (1675), dueño de una chacra poblada con vacas lecheras, novillos, bueyes y yeguas.55

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– Martín de Andrada (1679), propietario de cuatro cuerdas de tierras, “y en la una de ellas casa y corrales”. – Domingo Luis (1679), que dejó a su mujer Elena Martín o Martínez cuatro cuerdas en Rincón de Antón Martín, linderas con las de Diego Álvarez por la parte del norte, en una de las cuales tenía “poblada casa y corrales”.56 – El capitán Suárez de Altamirano, “propietario de cuatro cuerdas”. La lista de propietarios de tierras en el Pago del Rincón incluye otros nombres: Asencio de Ábalos y Mendoza, Juan de Arce, Francisco de Aguilar, María de Aguilera, Francisco de Andrada, Martín de Candia, Juan Gómez Recio, Pablo Hernández, Francisco Martínez del Monje. Silvestre Martínez Negrón, Pedro de Moreira. Francisco de Oliver Altamirano, Felipe de Osuna, Juan Rodríguez Bracamonte, Antonia de Santa Cruz, Tomás de Ucedo, Pedro de Vergara y muchos otros. Las referencias documentales, dan cuenta de una alta ocupación de las tierras del Pago de Rincón pero es tarea imposible reconstruir el catastro territorial durante el período colonial. Entre los propietarios del Pago del Rincón, se destaca el nombre del capitán Silvestre Martínez Negrón quien era propietario de dos cuerdas de tierras para sementera, donde estaba situada una capilla a cargo de los frailes del convento de San Francisco. El topónimo del lugar aparece en documentos coloniales datados en la segunda mitad del siglo XVII y una reseña de ellos fue realizada por el padre Mario Mendoza:57 “paraje que llaman de Antón Martín”, “el Rincón que llaman de Antón Martín”, “Rincón de Antón Martín”, “Pago del Rincón”. A pesar de su proximidad a la ciudad de Santa Fe, el Pago del Rincón estaba amenazado por las incursiones indígenas, por lo que el 1º de febrero de 1714 el Cabildo resolvió hacer un fuerte en ese lugar y otro en el Pago de Ascochingas. El fuerte de Rincón, construido en madera, se levantó sobre el río Colastiné, en él se mandaba refugiar a las familias rinconeras por la noche; pocos meses más tarde, el fuerte fue atacado el 16 de abril de 1714, muriendo 15 hombres de la guardia.58 En 1759 e levantó el primer padrón conocido de los pobladores del Pago del Rincón, ordenado por el cura Dr. Miguel de Leiva para solicitar la erección de una capilla. Un informe del Cabildo al obispo de Buenos Aires dio cuenta de que en el Rincón había 47 familias a las que se sumaban los soldados del fuerte y los pobladores indígenas abipones, mocovíes y charrúas.

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3.5. Pueblos de indios

San Javier En el siglo XVIII, mucho tiempo después de mudada la ciudad, el amplio espacio rural que había quedado abandonado o con escasísima ocupación, fue elegido para asentar algunas reducciones o pueblos de indios. La instalación de estas reducciones serviría para asegurar las fronteras y alentaría un proceso de reocupación de las tierras, resistido por los padres de la Compañía de Jesús que buscaban mantener distancia entre los poblados españoles y las reducciones que tenían a su cargo. San Javier fue la primera reducción que surgió en el territorio santafesino como consecuencia de las paces acordadas entre españoles y algunas parcialidades mocovíes, en las que la Compañía de Jesús tuvo directa intervención. Su fundación se concretó el 7 de julio de 1743, aunque la reducción tuvo varios asentamientos, todos en el territorio de la Costa. El primer asentamiento de San Javier estuvo en el Paraje del Pueblo Viejo, es decir, donde había estado la ciudad de Santa Fe hasta 1660. El padre jesuita Francisco Burgués, a cargo de la reducción, relata: “Llegamos al pueblo viejo de Santa Fe, que dista del nuevo como diez y ocho leguas, y allí cerca en una loma limpia se hizo la población”.59 Se trataba de un lugar accesible por tierra y por agua, bien situado aunque su entorno estaba habitado por tigres. Además del pueblo, con su iglesia de ladrillos y cubierta de cañas, casa de los curas y ranchos de los indios reducidos, desde un principio se hicieron chacras para abastecer a la población. El establecimiento de San Javier posibilitó que los españoles fueran recuperando sus tierras y refundando sus estancias, lo que motivó el traslado de la reducción hacia el norte. Más tarde, el padre Florián Paucke enumeraría otras causas de la mudanza: las periódicas crecientes del Paraná y las lluvias que en invierno inundaban los campos del entorno, dificultando o imposibilitando la comunicación entre San Javier y Santa Fe, lo malsano del paraje para la cría de ganado y la cercanía de montes que facilitaban el ocultamiento de ladrones o “indios salvajes”. En cuanto a la progresiva proximidad de los pobladores españoles que los jesuitas veían como un problema, Paucke señala: Además, las estancias de los españoles estaban tan cerca que el ganado podía mezclarse en una media noche con el ganado de los españoles, en cuya ocasión los españoles buscaban el consumo más entre el ganado de la Reducción que entre el propio, como demostraba la experiencia diaria.60

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Como consecuencia, en 1749, la reducción de San Javier se mudó siete leguas hacia el norte, siempre sobre el río Dulce, que tomaría el nombre de San Javier. En esta oportunidad, el paraje elegido era conocido como “Los Algarrobos”, que por primera vez se menciona en los documentos coloniales cuando Garay otorgó allí una suerte de tierras a Antón Martín. Algo después, el padre Paucke precisó la ubicación del sitio en términos geográficos señalando que era: “un sitio llamado de los Algarrobos, al lado de un río que era un brazo del Paraná [actualmente San Javier] y desembocadura en el río Colastiné, cerca de la ciudad de Santa Fe. Más al norte él tiene el nombre de los Dorados”.61 Según el mismo Paucke, el campo que lo rodeaba era bueno y apto para el ganado, y estaba limitado hacia el oeste por un monte y hacia el este “por el río de Los Algarrobos”. Frente al sitio había una gran isla poblada de tigres, ciervos, puercos monteses, ñandúes, venados, leopardos, monos, zorros, papagayos, patos, y otros animales, mientras que hacia el oeste, en la planicie se criaban libremente miles de caballos cimarrones. Mientras el Padre Burgés quedaba en el primer asentamiento de San Javier, cuidando los sembrados hasta la cosecha, otros dos padres se adelantaron al nuevo emplazamiento con el resto del pueblo e iniciaron la construcción del pueblo: capilla, casa para los padres y ranchos para los indios.62 En su segundo asentamiento, San Javier padeció un incendio que arrasó la iglesia y la vivienda de los sacerdotes, apenas concluidas, y medio año más tarde, cuando ya se las había reparado, una inundación forzó a un nuevo traslado. El padre Burgués refiere: Pero aún allí en la nueva población no estuvimos seguros, pues no bien habíamos concluido las casas, capilla y las chacras, cuando por febrero de 1750 vino la creciente del Paraná tan sobresaliente que nos hubo de anegar, y nos vimos precisados a dejarlo todo, y salir a toda prisa del medio de tan furiosa inundación. Estuvimos diez y nueve días en medio del campo con todo el pueblo hasta que hallamos paraje a propósito para la fundación del pueblo seis leguas más arriba, cerca del monte de Silva.63

En 1750 la reducción de San Javier se instaló en su tercer y definitivo asentamiento. El sitio que se eligió se encontraba seis leguas más al norte del anterior, cerca del Monte de Silva, donde hoy se levanta la ciudad de San Javier. En aquellos tiempos era conocido por los españoles como Barrancas y por los mocovíes como Cazamogot.

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Vista a “vuelo de pájaro” de San Javier y las estancias que pertenecían a la reducción (acuarela de Florián Paucke, segunda mitad del siglo XVIII)

Nuevamente, y en forma muy precaria, debieron dedicarse a levantar las construcciones necesarias: capilla, casa de los curas y viviendas para las familias mocovíes allí reducidas. Fue a este tercer asentamiento, adonde llegó en 1751 el padre Florián Paucke, el más famoso de los misioneros que tuvo la reducción y autor de una obra escrita y gráfica bien conocida. La reducción, además del pueblo, comprendía un territorio no más grande que las propias estancias jesuitas, pero suficiente para la cría del ganado destinado al sustento de la población. En su primer asentamiento San Javier fue dotada de tierras “donde hallaron la comodidad de montes, pastos, aguadas y pesquerías”, con una extensión de dos leguas de frente sobre el río y cuatro de fondo hacia el poniente, “en donde pueden labrar tierras para su manutención y tener crianzas de ganados, mayores y menores”.64 En su segundo asentamiento tuvo también tierras para el abastecimiento de la reducción, donde alcanzaron a labrar las chacras de las que hemos hecho referencia. En su tercer y último asentamiento, San Javier volvió a disponer de un entorno rural que fue poblado con chacras y estancias. Paucke dibujó una vista a vuelo de pájaro de San Javier y sus alrededores65 que es un documento gráfico de singular valor donde se revela con claridad el sistema de ordenamiento de la reducción. Aunque el dibujo no responde a una escala y las distancias están disminuidas para poder representar el

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poblado con su área circundante, ese mismo artificio —que confiere cierta ingenuidad a la acuarela—, revela el interés por describir al poblado en relación con el ámbito rural que le pertenecía y con el que estaba en permanente interdependencia. En el paraje llamado “Los Algarrobos”, que había sido el segundo asiento de la reducción, a seis leguas al suroeste del tercero y en la confluencia de dos ríos, Paucke dibuja un grupo de casas y solares, y anota como referencia que ésa era la estancia donde “pacían hasta 12 000 cabezas de ganado de asta, un mil caballos, mil doscientos yeguas, cuatrocientos mulares, ciento ochenta y dos burros y mil setecientas ovejas”. Hacia el norte Paucke dibuja otra estancia, próxima al río “de las Barrancas”, y anota la referencia de que en ella pacían 500 caballos y 6000 cabezas de ganado de asta. Más próxima al pueblo de la reducción, en un recodo del río por el lado del sur, el dibujo de Paucke representa a un pequeño grupo de casas y un cerco en un terreno que parece haber estado destinado a labranza. Hacia el oeste, bordeando los montes, se ubican algunos puestos de vigilancia, con la función de proteger el poblado de cualquier incursión enemiga. Además de las estancias y de un campo común a toda la Reducción, pueden verse otras áreas determinadas para labranza y la cría del ganado de diversos caciques. Concepción de Cayastá En 1792 se dispuso la relocalización de la reducción de Concepción de Cayastá, en lo que fue su tercer y último asiento, en el lugar que hoy se conoce con el nombre de Cayastá, topónimo que se había originado en otros lugares donde todavía hoy perdura.66 La reducción de Cayastá estuvo dirigida por los padres franciscanos del convento de San Francisco en Santa Fe y originariamente había sido de charrúas, núcleo al que se agregaron aborígenes de otra procedencia, especialmente mocovíes, a partir de 1794. En el mapa del gobernador Prudencio María de Gastañaduy fechado en 1795 la reducción aparece localizada a orillas del río San Javier y nombrada Cayastá Nuevo. Según Federico G. Cervera, cuando se produjo el traslado de la reducción apenas quedaba una media docena de charrúas y más de cien eran mocovíes. Es decir, la reducción de charrúas en su tercer asiento se transformó en reducción de mocovíes. El mismo Cervera sostiene que posiblemente la reducción se mantuvo hasta poco después de 1820 y que el topónimo Rincón del padre Leal, en Cayastá, marca el sitio del lugar en que estuvo localizada.

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Desde 1820 en el lugar perduró un caserío con ranchos o toldos, habitado por mocovíes, y en 1861, cuando los mocovíes de San Javier se repartieron en dos pueblos —San Javier y Calchines— algunos de ellos se radicaron en Cayastá bajo el mando del cacique Ramón Valdéz y dependientes de la reducción de Santa Rosa.67 3.6. Las referencias territoriales coloniales después del traslado de Santa Fe

En este período encontramos que un primer cambio toponímico tiene relación con el abandono de la ciudad de Santa Fe y la aparición del topónimo de Pueblo Viejo o Santa Fe la Vieja, muy utilizado dado que las huellas materiales de la ciudad abandonada proporcionaban una clara referencia topográfica. Aunque desaparecidos los mocoretás y los calchines, los lugares del asentamiento de sus reducciones adoptaron su denominación y persistieron sus nombres. El de Los Mocoretás todavía sobrevive en el siglo XVIII, especialmente cuando las escrituras deben retrotraerse a antiguos títulos de propiedad. El de Los Calchines, por su proximidad a la ciudad trasladada y por su ocupación más prolongada con una estancia jesuítica, mantuvo una mayor fuerza asegurándose una continuidad que alcanza la actualidad. Junto con el topónimo del Pago de los Calchines se mantiene el del Pago del Rincón. Justamente, Los Calchines y Rincón, identifican a las dos áreas de territorio rural que mantuvieron ocupación española luego del traslado de Santa Fe. En esta época también se ve aparecer topónimos como La Higuera de Negrete, ya desparecido, y otros con mayor vigencia, El Ombú o Los Ombúes y, especialmente, Los Cerrillos. La toponimia hidrográfica de los Saladillos se mantiene invariable, mientras que el antiguo río Dulce de los tiempos de Santa Fe la Vieja, cambia su nombre por el del río del Pueblo Viejo y, más tarde, adopta también el de San Javier. Por primera vez encontramos referencias al arroyo El Potrero, como un límite hidrográfico de importancia entre los pagos de los Calchines y del Rincón. Y vemos aparecer un nuevo topónimo, todavía incipiente y con una importancia menor en consonancia con un curso de agua que en esa época estaba lejos de tener la magnitud actual: el Arroyo Leyes. Según la venta en 1777 realizada por las Temporalidades a Carlos Leyes, de una media legua proveniente de la estancia jesuita del Pago de los Calchines, el topónimo de Arroyo Leyes podría estar asociado a este propietario. Sabemos también que con anterioridad ya existía una estancia perteneciente a Jerónimo de Leyes, amigo del padre Florián Paucke. El mismo

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Paucke es quien aporta esta referencia cuando comenta que allí solía hospedarse cuando viajaba desde la reducción de San Javier a Santa Fe.68 Por esa estancia pasó en su último viaje, camino al exilio europeo, sin que los guardias permitieran a Leyes y su familia acercarse a Paucke para despedirse.69 En principio se puede interpretar que la estancia de Jerónimo de Leyes estaba en el camino de la Costa, pero esta afirmación se puede cuestionar si se tiene en cuenta que los ocho leguas de distancia que había entre esa estancia y la ciudad de Santa Fe exceden las que se puede medir desde las tierras próximas al arroyo Leyes y, además, que el camino seguido durante el período colonial para llegar a la reducción de San Javier no atravesaba la Costa sino que se dirigía desde la ciudad de Santa Fe hacia el norte, al oeste de la Laguna y de los Saladillos para luego de cruzarlos dirigirse hacia el este. 4. Transformaciones territoriales en la segunda mitad del siglo XIX 4.1. Colonización y ocupación rural del territorio

La expulsión de la Compañía de Jesús tuvo un doble impacto sobre la Costa santafesina: por un lado la apertura al mercado inmobiliario de sus tierras para estancia, especialmente en los Calchines, y por el otro el incierto destino de los pueblos de indios que habían fundado. Hasta la década de 1860 a pesar de su cercanía con la ciudad de Santa Fe, la Costa mantuvo su condición de zona marginal y de frontera. Los desplazamientos a que fueron sometidos las familias mocovíes entre San Javier y los Calchines ponen en evidencia una política incierta y fluctuante. El desinterés de los herederos de Gabriel de Quiroga en las tierras para estancia que poseían en el paraje de Cayastá demuestra la ausencia de expectativas agropecuarias en lo que, prácticamente, constituía la frontera norte de la provincia. La venta de tierras que habían pertenecido a la Compañía y que administraba la Junta de Temporalidades produjo la aparición de nuevos propietarios en la zona de los Calchines, entre el arroyo Leyes y las tierras de los Quiroga. Sin embargo, tal como lo señala Oscar L. Ensinck, es a partir de 1861 que el gobierno provincial orienta su política de colonización hacia la zona de la Costa. Desde esa fecha, sucesivas iniciativas y actos de gobierno impulsaron la transformación de la zona con una clara intencionalidad política de afianzar la ocupación del territorio y de ir corriendo gradualmente la frontera norte. En efecto, en 1861 se concreta la fundación de la colonia Santa Rosa y a partir de allí se fundan: en 1865 la colonia Helvecia, en 1866 la colonia California y en 1867 San Javier, colonia Cayastá, colonia Francesa y colonia Inglesa.70 52

Evolución de la propiedad en la segunda mitad del siglo XIX (reconstrucción gráfica, archivo del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales)

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Ese nuevo proceso de ocupación de la costa implicó políticas de colonización que, además de la promoción de instalación de europeos como en las otras experiencias colonizadoras de la provincia, tuvo en cuenta a la población aborigen y produjo ensayos de colonización agrícola indígena. Simultáneamente a la fundación de colonias se fueron formando pueblos y en algunas zonas intermedias surgieron importantes establecimientos agrícolas. De esa manera, el surgimiento y consolidación de unos y otros fueron corriendo paulatinamente la frontera cada vez más hacia el norte. De todo el corredor de la Costa, el área de Rincón tuvo una transformación menor, San José conservó el carácter tradicional de pueblo de antigua data aunque convertido en cabecera del partido y luego departamento de su nombre desde 1819. Las tierras rurales, mantuvieron su condición de chacras y aunque hubo alguna normativa que regularizó y propició la expansión de las mismas, el área no fue objeto de proyectos colonizadores. 4.2. San José del Rincón

A mediados del siglo XIX el único poblado que existía en la Costa era el de San José del Rincón, con una ocupación que se había mantenido ininterrumpida desde que esas tierras fueran adjudicadas a Antón Martín, aunque el trazado urbano procedía de la época del gobernador Estanislao López. No obstante su corto número de habitantes, San José fue cabecera del Partido y luego Departamento de su nombre, que se extendía hasta la frontera norte y por ese motivo en él se formó una de las tres comisiones municipales que el Poder Ejecutivo resolvió crear en febrero de 1860, tomando el antecedente de la Municipalidad de Rosario creada en 1858 y teniendo en cuenta la imposibilidad de instalar municipalidades en todos los departamentos de la provincia.71 Al año siguiente, un decreto del 19 de enero de 1861 mandó instalar la Municipalidad del Departamento de San José.72 Trazado el pueblo, la atención gubernamental se centró en propiciar y regularizar la ocupación de la campaña. El 23 de mayo de 1864 el gobernador firmó un decreto “en el deseo de propender al acrecentamiento de los pueblos de campaña” estableciendo que aquellas personas que hubieran obtenido mercedes en el pueblo de San José (y también en la colonia del Sauce) y que estuvieran poseyéndolos, debían presentarse ante el Gobierno justificando haber cumplido las condiciones de población con que las habían recibidos, a fin de que se les otorgara la correspondiente escritura de propiedad.73 Por el mismo decreto se establecía que las concesiones de terrenos para chacra en el Departamento San José tenían que limitarse a tres cuadras de frente y cinco de fondo.

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El 31 de agosto de 1864 la Cámara de Representantes autorizó al Poder Ejecutivo a levantar un plano de los Departamentos de La Capital, San Gerónimo y San José, por medio de empleados del Departamento Topográfico.74 Al año siguiente, el 12 de agosto de 1865 un nuevo decreto estableció que aquellos que hubieran obtenido terrenos de merced en el pueblo de San José y todavía no los hubieran poblado tenían un plazo máximo de tres meses para hacerlo, vencido el cual perderían toda posibilidad de derecho a los mismos.75 Por ley sancionada el 10 de agosto de 1868 se declararon terrenos de pan llevar en el Departamento San José a todos los ubicados entre el lugar conocido como La Guardia por el lado del sur, el arroyo del Potrero por el norte, el “de la Capilla” al este y la laguna de Guadalupe al oeste.76 Por la misma ley se derogó la que el 1° de septiembre de 1866 los había declarado de utilidad pública.77

Detalle del plano de la provincia de Santa Fe del agrimensor Carlos de Chapeaurouge (1872)

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Una ley del 9 de octubre de 1868 ordenó a que se procediera a la mensura y división de todos los terrenos fiscales existentes en el departamento San José; la división “de todos los terrenos altos aparentes para la agricultura” se debía hacer en suertes de chacras de veinte cuadras cuadradas cada una, y la de “terrenos bajos, útiles sólo para criaderos”, en suertes de estancia de media legua cuadrada. Unas y otras serían vendidas por el Poder Ejecutivo al primer denunciante, no pudiendo ninguno adquirir más de una suerte de chacra y otra de estancia.78 4.3. Santa Rosa de Calchines

Los orígenes de Santa Rosa están vinculados a la población mocoví de la antigua reducción de San Javier que en el período republicano fue forzada a sucesivas relocalizaciones entre uno y otro lugar. El primer traslado se produjo en 1834, cuando por orden de Estanislao López la población remanente de la antigua reducción de San Javier fue trasladada a los Calchines, algo más tarde se la retornó a su lugar de origen. En 1855, después de sucesivos traslados, en los Calchines permanecía un asentamiento mocoví y el padre José M. Zattoni, fraile franciscano del convento de San Carlos en San Lorenzo, fue nombrado cura para su doctrina. Fue Zattoni quien solicitó al gobierno la formación de un pueblo y el otorgamiento de lotes en propiedad a sus pobladores, mientras comenzaba la obra de una iglesia. Sin embargo, en 1857 los mocovíes fueron regresados a San Javier, siempre bajo la asistencia espiritual de los franciscanos. En 1860 el gobernador dio nuevas órdenes en sentido contrario. Las oscilantes órdenes de reasentamientos provocaron que un grupo de mocovíes resolviera desobedecer las órdenes gubernamentales y permanecer en los Calchines, donde se comenzó a construir un nuevo templo bajo la dirección de fray Antonio Rossi, cuya piedra fundamental fue colocada el 20 de mayo de 1861. El gobernador Pascual Rosas ordenó fundar y delinear el pueblo de Santa Rosa y el 6 de mayo de 1861 designó un juez comisario.79 Los planos fueron aprobados el 29 de abril de 1861. En mayo de 1861 el agrimensor Julián de Bustinza practicó la mensura del pueblo y se repartieron los solares con la obligación de poblarlos en seis meses, mientras que las tierras circundantes fueron expropiadas para otorgarlas en suertes de chacras.80 Algunos años más tarde, un decreto firmado el 12 de agosto de 1865 por el gobernador de la Provincia mandó rectificar la traza del pueblo de Calchines, señalando sesenta y cuatro manzanas con calles de veinte varas de ancho, “delineadas a medio rumbo”. Cada manzana debía dividirse en sola-

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res de 25 varas de frente y 50 de fondo. Rodeando la traza se ordenó señalar el ejido correspondiente, dividido en quintas de 10 cuadras y en suertes de chacras de 20 cuadras, dejando entre éstas calles de 30 varas. Tanto los solares como las chacras debían concederse a todos aquellos que los solicitasen. La operación del trazado de manzanas, quintas y chacras fue encargada al ingeniero primero del Departamento Topográfico Pedro Branslöw.81 El mismo decreto de 1865 obligaba a quienes recibieran solares a cercarlos en toda su extensión, “debiendo hacer en ellos un pozo de balde, un rancho de habitación y plantar, por lo menos, 50 árboles”, también estaban obligados a plantar árboles en el frente del solar, a distancia de cuatro varas unos de otros, “con la obligación de cuidarlos”. Por su parte, aquellos que recibieran tierras para chacras y quintas adquirían el compromiso de cultivarlos.82 El 1° de septiembre de 1866 la Legislatura sancionó una ley declarando de utilidad pública un área de terreno compuesto de veinte cuadras al sur y otras veinte al norte del pueblo de Calchines, con frente al río de ese nombre y fondo de dos leguas hacia el oeste. Por esa Ley el Poder Ejecutivo quedaba autorizado para proceder a su expropiación y dividirlo en suertes de chacras de doscientas varas lineales por costado, que serían distribuidas entre aquellos que las soliciten “con la condición indispensable de población” en el plazo de doce meses, entendiendo por “población”: “una habitación, un pozo de balde, cien árboles frutales y la mitad por lo menos del terreno cultivado”.83 Sin embargo, dos años más tarde, esa ley fue derogada por otra que declaró terrenos de pan llevar en el distrito de Santa Rosa de Calchines a los comprendidos en el radio de 30 cuadras, partiendo de la Plaza a todos los rumbos.84 En 1875 se vio la necesidad de ampliar la zona de cultivos y se declararon expropiables por utilidad pública los terrenos contiguos al municipio de Santa Rosa por los costados del norte y del sur, pertenecientes a José María Cullen, Isidro Bergallo y a los herederos de Costa.85 Estos terrenos debían ser divididos en concesiones de dos cuadras de frente por cinco de fondo “y distribuidos entre los pobres que los soliciten” con la condición de poblarlos; entendiendo por “población” la construcción de una habitación y un pozo de balde, la plantación de “algunos árboles frutales” y el cultivo de “por lo menos” la mitad del terreno.86 En el archivo del Servicio de Catastro e Información Territorial no se conservan los planos levantados por Bustinza y Branslöw y los más antiguos son copias de planos posteriores, uno dibujado por el agrimensor Cayetano Livi (copiado en 1896) y el otro levantado por una comisión nombrada por el Gobierno (copiado en 1900).87 Ambos planos tienen el propósito de indicar la división de tierras para chacras por lo que el pueblo se limita a ser representado por sus líneas perimetrales.

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Las colonias de los departamentos San José y San Javier en un detalle del plano publicado por Gabriel Carrasco en su “Descripción Geográfica y Estadística de la Provincia de Santa Fe” (1887)

En estos planos el pueblo aparece recostado sobre el arroyo de Calchines y muestra una ligera desviación de la orientación respecto de las chacras, poniendo en evidencia (tal como se puede constatar en la actualidad) que no se cumplió el trazado a medio rumbo establecido en el decreto de 1865. Dentro del perímetro tan sólo aparece la leyenda “Pueblo”, sin ninguna referencia sobre su trazado. Entre el pueblo y las chacras aparece un área vacante, sin especificación ninguna. Como se ha dicho, ambos planos tenían el objetivo de delinear las chacras, indicando el número que correspondía a cada una de ellas. Su trazado no es homogéneo y pueden reconocerse tres sectores. El tercio oriental muestra un repartimiento más o menos regular con chacras agrupadas de a cuatro formando cuadrados rodeados de calles; salvo ocho localizadas al norte y dos al sur, el resto se localiza al oeste del pueblo; en la primera línea de chacras aparece un terreno de similares características, señalado como cementerio; un camino corre de sur a norte, rompiendo la ortogonalidad del trazado hasta llegar al cementerio, desde donde toma el rumbo preciso en dirección al norte. Los otros dos tercios del área de chacras contienen algunas parcelas de mayor tamaño y variaciones en las medidas de las chacras, hasta llegar a los anegadizos del Saladillo.

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Según un censo levantado en 1879 Santa Rosa contaba con 1381 habitantes, siendo el 60 % criollos, 30 % mocovíes y sólo 2 individuos eran extranjeros.88 Para 1883 la población estaba conformada por 230 familias.89 4.4. Colonia Cayastá

Para la década de 1860, según un informe de los misioneros franciscanos, en la zona de Cayastá vivían unos 600 indígenas. Algunos años más tarde la mayoría de los aborígenes que poblaban el lugar fueron trasladados a San Javier y sólo unos pocos permanecieron en el lugar. Por decreto del 16 de febrero de 1865 el gobernador Patricio Cullen mandó hacer “la traza de un pueblo en el paraje denominado Cayastá”, ubicado sobre la margen del río San Javier, con 64 manzanas delineadas a medio rumbo. Cada manzana debía tener una forma rectangular y medir 120 por 80 varas, y ser dividida en seis solares de 1600 varas cuadradas cada uno; las calles tenían que medir 25 varas de ancho. La operación del trazado fue encargada al ingeniero primero del Departamento Topográfico Pedro Branslöw.90 Al año siguiente, el 7 de septiembre se sancionó una ley declarando de utilidad pública el terreno ocupado por la Colonia Indígena de Cayastá, en la extensión de una legua de frente por dos de fondo, quedando el Poder Ejecutivo autorizado para la expropiación del referido terreno.91 Un año más tarde, el 10 de abril de 1867 Juan Bautista León, conde de Tessieres de Boisbertrand, presentó al Gobernador las bases de un proyecto de colonización en el paraje denominado Cayastá. El conde se comprometía a establecer una colonia en el referido punto, compuesta de cuarenta familias extranjeras, “parte de ellas de las familias establecidas en las Colonias y otras que se introducirán del exterior”. Para cumplir este compromiso, se imponía un plazo de un año contado desde el día en que el contrato fuera escriturado públicamente, no obstante lo cual daría inicio al establecimiento de algunas familias “tan luego como el Gobierno mande mensurar el terreno y lo declare destinado a la colonización”.92 El terreno destinado a la colonia sería de una legua de frente sobre el río Cayastá (sic) y tres leguas de fondo al Saladillo Dulce. Dentro de él se delinearía un pueblo de cien manzanas “en el punto que el Superior Gobierno lo juzgue conveniente y dejando a sus alrededores una extensión superficial conveniente para desahogo de la población; se linearán también cincuenta suertes de chacras de veinte cuadras cuadradas cada una”. El resto del terreno se destinaría para pastos comunes de la misma colonia, que más tarde podría dividirse en concesiones si el aumento de población así lo exigiera, donadas

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o vendidas según conviniera a los intereses de la colonia”. Los solares y suertes de chacras se adjudicarían a las familias que fueran a establecerse, bajo las condiciones impuestas por las leyes vigentes de la provincia.93 Como parte del mismo contrato, además del pueblo y la colonia, en el costado sur se mensuraría una suerte de estancia para ser adjudicada al conde en venta, al precio establecido en la ley de 28 de junio de 1866. Esta diferencia de precio se entendería —dice el conde en el contrato— “como compensación de los trabajos y gastos que tengo que hacer para la fundación de la Colonia”. Por cuenta del Gobierno se haría la mensura de las suertes de chacras, de los solares para el pueblo y de la suerte de estancia. Cuando estuvieran establecidas 30 familias, el Gobierno se obligaba a fundar una escuela de primeras letras.94 El 11 de abril de 1867 el gobernador Oroño aprobó las bases propuestas por Tessieres y mandó que se procediera a celebrar el correspondiente contrato.95 Sin que se hubiera concretado el trazado encargado al ingeniero Branslöw por el gobernador Cullen, un nuevo decreto de Oroño, fechado el 28 de mayo de 1867, mandó trazar un pueblo en Cayastá, con cien manzanas delineadas a medio rumbo, pero esta vez de forma cuadrada, con cien varas de lado, dejando calles de 20 varas. Rodeando la traza debían medirse cincuenta suertes de chacra de 20 cuadras cuadradas cada una. Fuera de ambos trazados, debía hacerse la mensura de la suerte de estancia acordada, de 5.000 varas por costado, que se concedería al conde de Tessieres de Boisbertrand. El resto del terreno, hasta completar tres leguas de superficie destinadas al establecimiento de una colonia conforme al contrato celebrado entre el gobierno y el conde, quedaba destinado para pastos comunes de la misma colonia. El Departamento Topográfico quedaba habilitado para designar el agrimensor que se ocuparía de estas operaciones.96 El ingeniero Seelstrang fue el agrimensor designado por el Departamento Topográfico. En una nota fechada el 6 de junio de 1867 se resuelve una consulta suya, señalándole de acuerdo con lo que había contestado verbalmente el gobernador: que el pueblo que se manda a trazar por el decreto del 28 de mayo pasado debe situarse en las mismas ruinas del antiguo pueblo de Cayastá, dejando el centro y formando una plaza en donde se descubren todavía las ruinas del antiguo templo.

La nota continúa con aclaraciones sobre el dominio de los terrenos: En cuanto a la propiedad del terreno el Gobierno sabe que pertenece a la familia de Quiroga o Quintana heredero de aquél, pero la Legislatura dio el 4

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de setiembre del año pasado una ley declarando de utilidad pública ese terreno y autorizando al Gobierno para expropiarlo, que esta disposición fue tomada de acuerdo con los mismos interesados y si hasta ahora no se ha dado cumplida ejecución a la citada disposición, ha sido porque las multiplicadas atenciones de que el Gobierno está rodeado se lo han impedido. Pero que esto no obsta para que se mande hacer la delineación del Pueblo en el paraje enunciado, pues de todos modos la cuestión quedará muy pronto arreglada.97

A finales del mismo año, el 12 de noviembre de 1867 un nuevo decreto de Oroño dispuso que los solares destinados para formar el pueblo de Cayastá tenían que medir 25 varas de frente por 50 de fondo y se distribuirían entre las personas que los solicitaran con el fin de poblarlos, con las mismas condiciones impuestas a los beneficiados con solares en el pueblo de los Calchines.98 Por su parte, las suertes de chacras debían ser distribuidas entre “las familias del país y extranjeras que fueren allí a establecerse”, cumpliendo el trámite de solicitarlas al gobierno acompañando un informe del conde Tessieres, nombrado “agente encargado de promover el establecimiento de familias en aquel punto”. En el referido informe se debía justificar “la existencia del solicitante de la colonia y su disposición de poblarlas conforme a las leyes vigentes”.99 No se conserva el plano delineado por el agrimensor Seelstrang, con el que acompañó la mensura y división de la colonia, pero existe una copia que se realizó en enero de 1899, por encontrarse el original en mal estado, “quedando el deteriorado archivado”.100

Detalle del plano de la colonia y pueblo de Cayastá, dibujado en 1865 por el agrimensor Guillermo Seelstrang (copia de 1899, archivo del Servicio de Catastro e Información Territorial). Fotografía: M.L. Bertuzzi

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El trazado de Seelstrang responde a lo indicado en los decretos ya citados y resulta interesante por cuanto, de acuerdo a lo dispuesto en ellos, la traza del pueblo aparece dibujada a medio rumbo, conformando un cuadrado de diez por diez cuadras cuadradas. La plaza no se ubica en el centro de la traza sino en un extremo del cuadrado, a una cuadra de los límites sudeste y noreste del trazado; ocupa la superficie de cuatro manzanas vacías y en ellas se anota la referencia de “Ruinas de la iglesia”, de acuerdo a las órdenes que había recibido. Fuera del trazado, el pueblo está rodeado de un ejido que recupera los rumbos habituales, el lado oriental del ejido se recuesta sobre el río de San Javier, mientras que los otros tres están rodeados de las tierras para chacras. Las chacras ubicadas hacia el oeste tienen forma cuadrada, pero las ubicadas al norte y al sur del ejido tienen forma rectangular. No obstante lo dispuesto en los referidos decretos y el plano y mensura practicados por Seelstrang, finalmente el pueblo se trazó de acuerdo a un plano y mensura realizados por el agrimensor Cayetano Livi, según los parámetros y orientación convencionales, con treinta manzanas que definían un rectángulo de cinco manzanas de sur a norte y seis de este a oeste, divididas cada una de ellas en diez parcelas rectangulares, con un frente equivalente a la quinta parte de la cuadra y con un fondo de media cuadra. Junto al río se señalan dos manzanas con la referencia de “Templo, Plaza y Edificios Públicos”.101 La colonia se formó con 45 concesiones de 20 cuadradas “y los terrenos bajos para pastoreo de uso común de los colonos”.102 Para 1873 la colonia Cayastá tenía una población de 303 habitantes de varias nacionalidades, pero con predominancia de suizos (201) procedentes de las colonias de San Jerónimo y San Carlos.103 Al sur de la colonia se formó el establecimiento ganadero del conde de Tessieres de Boisbertrand que, al decir de Wilcken, se situaba “en un paraje pintoresco y rodeado de hermosos montes sobre la misma costa del Colastiné”. En él tenía “su morada” en la que hacía “una vida de verdadero ermitaño”.104

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4.5. Colonia Helvecia

Detalle del plano de la colonia y pueblo de Helvecia del agrimensor Pedro Bramslöw en 1865 (archivo del Servicio de Catastro e Información Territorial). Fotografía: M.L. Bertuzzi

Los orígenes de la fundación de la Colonia Helvecia datan de agosto de 1864, cuando Teófilo Romang se dirigió al gobierno de la provincia solicitando un terreno para la instalación de una colonia. En respuesta a esta presentación, por sanción legislativa del 18 de octubre, las Cámaras de Representantes facultaron al Poder Ejecutivo para celebrar un contrato de colonización con Romang, afectando un área de cuatro leguas cuadradas “en el punto denominado Cayastá, situado sobre la orilla derecha del río San Javier”, y una legua de fondo.105 El gobierno se obligaba a hacer la mensura del terreno y la repartición de los lotes, que se compondrían de 25 cuadras cada uno. En la parte central de la colonia, en el punto “más inmediato al río”, se debía trazar “un pueblo de sesenta y cuatro manzanas” que serían distribuidas en solares de 25 varas de frente. En la misma sanción legislativa se dispuso que el gobierno permitiera la libre explotación de los montes de propiedad pública que hubiera cerca, para que los colonos pudieran extraer la madera necesaria para construir edificios y corrales y hacer leña.106 63

El Departamento Garay con la división catastral en 1916 (tomado de E. Guidoti Villafañe: La provincia de Santa Fe en el primer centenario de la independencia argentina 1816–1916, Buenos Aires, 1916)

Aceptadas y firmadas las bases por ambas partes, el 26 de octubre de 1864 el Gobierno dispuso que un ingeniero del Departamento Topográfico practicase la mensura y división del área concedida. Para ese efecto se designó al ingeniero 1° Pedro Branslöw con la indicación de que debía “principiar la mensura a tres o cuatro leguas de Cayastá al norte, siempre que fuesen terrenos fiscales, y continuar por ese rumbo hasta completar el frente indicado y dividirlo en suertes de chacras de 25 cuadras, “dejando en el punto más céntrico y propio a su juicio para pueblo un área de tierra de ocho cuadras, sobre el mismo río de frente y ocho de fondo, de ciento cincuenta varas cada una, dividiéndolas en lotes de veinte y cinco varas cuadradas”. De todo lo practicado, el agrimensor debía levantar un plano”.107 El ingeniero Bramslöw se trasladó al lugar, todavía denominado “paraje de Cayastá” y, en presencia del comandante Cipriano Valdéz, Joaquín Gainza y el Dr. Romang, el 4 de noviembre de 1864 comenzó la mensura tomando

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como punto de arranque “el centro de unas ruinas de la iglesia del pueblo viejo (antigua) de Santa Fe, letra A con rumbo al norte magnético se midieron tres leguas.108 En otra nota, el mismo Branslöw señala que había cumplido lo que se le había indicado, tomando como punto de arranque “el centro de una ruina que (como se me aseguraba) habido (sic) la iglesia de Cayastá de más de 200 años antes; para no pasar terreno cultivado”. La mensura fue finalizada el día 7, fecha en la que comunicó al jefe del Departamento Topográfico “que no había más que tres leguas al norte y no eran aptas para la agricultura” por lo que pidió, en nombre de Romang, que se le permitiera (“no por su gusto sino por la pura necesidad”) de colocar la colonia en lo posible 2 leguas más al sud, dejando solamente 1 legua al norte de Cayastá y las demás hasta completar las cuatro al oeste”:109 Hemos ido recorriendo el campo —expone Branslöw— y hemos visto que el campo al Norte del arroyo Laurel (…) es muy rico para estancias pero no sirve para colonia de agricultura por sus tantos guadales, lagunas y bañados al Oeste y al Norte que tiene solamente cuando en cuando unas Isletas de monte.110

No se sabe si se aprobó o no la nueva ubicación, por cuanto sólo se conoce la devolución de dicho expediente el 24 del mismo mes con “siete fojas útiles y un plano” de la mensura realizada al norte de Cayastá.111 En enero de 1865 ya se habían construido 12 ranchos para alojar provisoriamente a las 19 familias que se habían establecido. Sin embargo, los colonos provenían de otras colonias existentes en la provincia de Santa Fe y, como consecuencia del método utilizado por Romang para atraerlos, se originaron controversias que ocasionaron la anulación del contrato de colonización y, finalmente, su posterior reivindicación. En el Servicio de Catastro e Información Territorial se conserva una copia antigua del plano levantado por el agrimensor Bramslöw el 15 de enero de 1865, que muestra la traza del pueblo con ocho manzanas de este a oeste y otras tantas de norte a sur (tal como se había indicado en el decreto de octubre de 1864), con el defecto de la manzana del ángulo sureste, que no se pudo trazar por caer en los anegadizos y que se compensó agregando una por fuera del trazado, en el extremo suroeste. Cada manzana aparece dividida en diez parcelas rectangulares (al igual que la traza realizada para el pueblo de Cayastá), cinco a cada lado, que se tocan por sus fondos y con frente a las calles que corren de sur a norte. Una curiosidad es que la traza carece de plaza.112 Branslöw terminó la delineación del pueblo el 25 de enero, en “el único punto aparente para puerto por lo elevado de la costas”.113

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Detalle del plano del puerto y pueblo de la colonia Helvecia dibujado por el agrimensor Pedro Bramslöw en enero de 1865 (archivo del Servicio de Catastro e Información Territorial). Fotografía: M.L. Bertuzzi

Existe copia antigua de otro plano del mismo Bramslöw, fechado también en enero de 1865, que muestra la división de la colonia en fracciones cuadradas e iguales, con la sola anomalía impuesta por algunos lagunones en el interior del trazado.114 La mensura y división de la colonia Helvecia se aprobó el 10 de junio de 1865, lo mismo que la delineación de la traza del pueblo con 64 manzanas. El 21 de abril de 1866, por un decreto del gobernador se creó una Comisión encargada de distribuir los solares en la colonia Helvecia, hasta que se estableciera la Municipalidad que debía administrar sus terrenos. Los solares se debían componer de 24 varas de frente y 50 de fondo, y podían ser dados en merced con la condición de poblarlos en el término de seis meses, contados desde el día que se les diera posesión. Por población debía entenderse la instalación de “un rancho de habitación, un cerco de madera o zanja y cincuenta árboles frutales”.115 El mismo día el gobernador firmó un decreto destinando la manzana número 39 para la erección de un templo católico, “debiendo éste, ser construido en la Plaza en el frente que mira al Este”.116 Según Köhler y Flores algunas inundaciones provocaron cambios en el trazado del pueblo y en 1871 el topógrafo oficial comisionado para realizar el “avivamiento de los mojones”, manifestó la imposibilidad de hacerlo porque la inundación de 1869 había puesto en evidencia lo inadecuado del lugar elegido: “estando una parte (de la población) expuesta a ser inundada y otras a no tener comunicación entre sí” (incluyendo el puerto que había quedado aislado).117 En septiembre de 1871 el gobierno ordenó que se hiciera una nueva delineación del pueblo, reservando dos manzanas, una para plaza y otra para la iglesia y los edificios públicos. El trazado debía ser más pequeño que el del pueblo primitivo, con sólo 25 manzanas de 150 varas de lado, separadas por

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calles de 20 varas. Esta demarcación, sin embargo, no fue aprobada por el Departamento Topográfico.118 En abril de 1873 los colonos de Helvecia se dirigieron al gobierno de la provincia para manifestar nuevamente lo inadecuado del lugar elegido para el pueblo, cuestión que volvió a plantearse en 1876 y 1880. Finalmente, en 1880 se designó al agrimensor Toribio Aguirre para realizar una nueva demarcación de la traza. Aguirre informó que el plano original del pueblo había sido alterado, perdiéndose la dirección de las calles porque se había ido edificando de modo irregular, dando como resultado “la estrechez y tortura de las calles”. Como no era posible delinear otra vez la traza de 1865 sin afectar a la mayoría de las construcciones, Aguirre hizo un nuevo trazado advirtiendo, sin embargo, que algunas calles iban a quedar demasiado angostas y que otras iban a ser cortadas por construcciones existentes. Circundando la traza por los costados norte, oeste y este, marcó tres bulevares. Según Flores y Khöler esta traza es la que se conserva en la actualidad, con excepción de una plaza que ya no existe.119 No obstante lo cual, en 1876 Jonás Larguía vuelve a mencionar la necesidad de que el Gobierno de la provincia ordenara “una nueva delineación del pueblo y concesiones en esta colonia, para rectificar anteriores delineaciones mal ejecutadas y facilitar la población con un mayor arreglo que garante a los vecinos la estabilidad de sus poblaciones y ensanche la plaza sobre el puerto”.120 También hubo algunos problemas con las tierras previstas para la agricultura. El inspector de colonias Guillermo Wilcken refiere en su informe de 1872 que del total de concesiones, 137 servían para la explotación agrícola mientras que las 150 restantes se componían de bañados y montes que sólo podían utilizarse para el pastoreo de animales. Por este motivo los colonos habían comenzado a ocupar lotes de chacras en campos de la testamentaría de Gabriel de Quiroga, al sur de la colonia,121 mientras que otro campo por el lado norte, había sido comprado por Mauricio Franck para establecimientos de ganadería y agricultura. Seguramente por este motivo y con el fin de ampliar la colonia todo lo que fuera posible Romang compró un terreno al sur de Helvecia, con una legua de frente y una y media de fondo. Para esa fecha —refiere Wilcken— las concesiones baldías de la colonia Helvecia, ubicadas “en buenos parajes” valían entre 500 y 600 pesos bolivianos, muchísimo más que en el momento de la fundación, cuando fueron tasadas entre 50 y 150 pesos bolivianos.122 El mismo Wilcken señalada que en 1872 ya se habían instalado 172 familias compuestas de 800 individuos. En 1876, de un total de 6400 cuadras cuadradas que tenía la colonia solamente se cultivaban 2000, y en 1881 de un total de 10 500 cuadras cuadradas, sólo 2530.123

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4.6. Campo del Medio

El 28 de agosto de 1865 Mauricio Franck solicitó, en nombre de su compañía, al Gobierno de la Provincia la autorización para establecer colonias al norte de la capital, entre los ríos Salado y Paraná.124 El 19 de septiembre de 1865 de ese mismo año firmó un contrato con el Poder Ejecutivo por el cual se acordaba el establecimiento de una colonia agrícola, conforme a las bases que había presentado y que el gobierno había aceptado según un decreto fechado el 15 del mismo mes.125 Por ese contrato, Franck se comprometía a fundar dos pueblos o colonias sobre la costa del río San Javier, ubicados entre la colonia Nueva Helvecia y un terreno perteneciente a Máximo Elía (más tarde Saladero Cabal). Cada pueblo o colonia tenía que componerse de 200 personas para lo cual el Gobierno compensaría a los empresarios entregándoles 20 leguas cuadradas de terreno (cinco leguas de frente sobre el río por cuatro de fondo). Por cuenta exclusiva de la empresa tenían que correr las obligaciones con los colonos, debiendo conceder a cada uno de ellos un terreno de por lo menos cuatro cuadras cuadradas y destinar para cada pueblo un cuarto de legua, medida con 16 cuadras de frente al río y 5 cuadras de fondo. El Gobierno designaría, de acuerdo con los empresarios, el lugar donde debían establecerse los pueblos, quedando a cuenta de la provincia su delineación y amojonamiento, y de la empresa el amojonamiento del terreno.126 Estas colonias no llegaron a fundarse y las tierras fueron destinadas a establecimientos de ganado y agricultura, tal como da cuenta Wilcken en su informe citado de 1872. En los planos catastrales aparecen como propiedad de Mariano Cabal. 4.7. Colonia Cullen o Estancia Grande – Saladero Cabal

En 1871 Patricio Cullen y Mariano Cabal fundaron la Colonia Estancia Grande en campos de su propiedad, divididos en concesiones de veinte cuadras cuadradas. Las tierras, distantes 30 leguas de Santa Fe, eran “fértiles e inmejorables”, con montes, agua permanente y un puerto bueno y cómodo. Sin embargo, ya el año siguiente Guillermo Wilcken señala que los conflictos existentes entre Cullen y Cabal con la testamentaría de Mariano Elía, quien alegaba derechos a esas tierras, ponían en cuestión el desarrollo colonizador en ese paraje.127 En inspector de colonias Guillermo Coelho refiere en 1874 que sobre la barranca del río y a distancia de 500 metros de la antigua administración se

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había construido un nuevo y “magnífico” edificio de material para la Administración, con frentes de cincuenta varas al norte, de 25 varas al este y otras tantas al oeste; para ese año en el frente del sur se estaba construyendo un granero de dos pisos de cuarenta varas de largo por 6 ½ de ancho. Había también una casa habitación de 12 piezas y un negocio con tres habitaciones, además de un galpón para carpintería y una pieza para herrería.128 En la casa vieja de la administración Cullen tenía planeado hacer un colegio de agricultura y mecánica para educar “hasta 30 niños de los indios reducidos para darles carrera”.129 El establecimiento, continúa Coelho, tenía “un buen puerto donde atracan los buques que hacen la carrera de San Javier y el río abunda en pescados de todas clases”. Según el mismo Coelho, en 1874 la colonia tenía una extensión de 2 000 cuadras cuadradas, de las cuales 500 estaban bajo cultivo.130 Fracasada la empresa colonizadora de estos terrenos, en 1882 Mariano Cabal y Eugenio Alemán instalaron un saladero que dio nombre al paraje. “Este saladero —escribe Alejo Peyret— se parece a todos los establecimientos de la misma clase: son unos edificios de hierro galvanizado, una ranchería para los peones, una casa para el dueño, con una quinta y un aparato para levantar agua por medio del viento”. El terreno, dice el mismo Peyret, estaba cubierto de montes (que llama “bosques”).131 Para finales de siglo, el saladero, ya propiedad de la Compañía de Productos Kemmerichs, era un importante establecimiento donde se faenaban cientos de miles de cabezas de ganado vacuno para hacer carne salada que se exportaba.132 4.8. Colonia Francesa

Nueve leguas al norte de la Colonia Helvecia y una al sur de San Javier Alejandro Couvert, colono de Esperanza, fundó la Colonia Francesa en un terreno concedido por el gobierno provincial.133 El 4 de diciembre de 1867 el gobernador Oroño firmó un decreto referido a la distribución de solares y chacras en el pueblo que había de formarse con ese fin. Los solares debían medir 25 varas de frente y 50 de fondo, a distribuir entre los individuos que los solicitaran para poblarlos, con las mismas condiciones dispuestas para el pueblo de Calchines. Las suertes de chacras serían distribuidas entre las familias del país o extranjeras que fueran a establecerse, previa solicitud al gobierno acompañando un dictamen de la Comisión encargada del establecimiento de colonos.134

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Cuando la visitó Wilcken, de las 91 concesiones (todas ellas de veinte cuadradas cuadradas), sólo estaban ocupadas veinte.135 Más tarde la Colonia Francesa fue visitada por Alejo Peyret, a quien le llamó la atención que si bien llevaba ese nombre, no había franceses, la mayoría de los colonos eran italianos del Friul y los pocos colonos que hablaban francés, eran suizos o belgas. La colonia, refiere el mismo Peyret, había sido fundada por Alejandro Couvert, saboyano francés procedente de Esperanza, a quien el gobierno de Oroño le había concedido cuatro leguas con la condición de establecer cincuenta familias. Couvert no cumplió con su obligación, sólo habían llegado unas veinte familias costeadas por sí mismas y procedentes de otras colonias. A la muerte de Couvert, el gobierno había vuelto a tomar el terreno. El campo comunal tenía una extensión de dos leguas, habiéndose reservado un espacio para planta urbana (que nunca se trazó).136 4.9. San Javier

En 1834 los remanentes de población indígena de la antigua reducción de San Javier fueron trasladados a Santa Rosa y en 1857 regresados a su antiguo asentamiento, al mando de los curas franciscanos encargados de su doctrina. Entre 1864 y 1898 se organiza la población actual de San Javier, con aborígenes y otros habitantes de distintas nacionalidades.137 En 1866 el Poder Ejecutivo envió un proyecto de Ley a las Cámaras de Representantes, fundado en que consideraba: un acto de justicia y de conveniencia a la vez, el darles por el ministerio de la Ley a los pobladores de la frontera la propiedad de esos terrenos que ellos han ocupado desde tiempo inmemorial: de justicia, porque en efecto han adquirido la propiedad por la no interrumpida ocupación y por los servicios que prestan, resguardando con su vigilancia una parte de nuestro territorio de las invasiones de los indios y de conveniencia, porque es evidente que hay que hacer el mayor número posible de propietarios, estimulando el trabajo y la industria por medio de la adquisición de la tierra.

Como consecuencia de ese proyecto, el 20 de julio de 1866 la Cámara de Representantes sancionó una ley que fue aprobada al día siguiente por el gobernador Nicasio Oroño. Por esta ley se cambió la condición de los indígenas de reducidos a colonos, reconociendo como propiedad de la colonia indígena de San Javier dos leguas de tierras hacia el sur y otras dos hacia el norte de la plaza, con fondo hasta el Saladillo y, aunque no se dice, su frente al río San Javier.138 70

El Poder Ejecutivo quedaba obligado a levantar un plano del área referida y delinear el pueblo con cien manzanas divididas en solares de 50 varas de frente y 50 de fondo.139

Traza del pueblo de la colonia San Javier (archivo del Servicio de Catastro e Información Territorial). Fotografía: M.L. Bertuzzi

El resto del terreno se dividiría en chacras de veinte cuadras cuadradas cada una de ellas, reservando tierras para pastos comunes, tanto sobre el río San Javier como sobre el arroyo Saladillo. Los solares y las chacras serían concedidos a las familias ya radicadas o a aquellas que en lo sucesivo se establecieran en la colonia, siempre con la condición de poblarlos. En el artículo 5° de la ley se definía lo que se entendería por “poblar”: “la ocupación material por cada una de las familias que hubiesen recibido los terrenos en merced y el cultivo de la tierra, en la proporción que los recursos de cada uno de ellos lo permitan”. Las suertes de estancia, en cambio, serían vendidas al precio establecido por la ley del 26.06.1866, “y el producto invertido en el fomento de las escuelas que se establezcan en la referida colonia”.140 El 11 de mayo de 1867 el Departamento Topográfico recibió instrucciones de parte del Gobernador por las que se le indicaba que “la legua (que) quedaba sobrante sobre la costa del río San Javier entre la legua destinada a la Colonia Francesa y la que se mandó distribuir en concesiones para los indígenas establecidos en aquel punto”, debía dividirse con el mismo agrimensor encargado de la mensura: en dos fracciones iguales divididas por una línea de setecientas varas de frente adjudicándoles la mitad a los indígenas y la otra mitad a la Colonia Francesa, 71

las que serán divididas en concesiones de la misma extensión que las otras”, previniendo que el área que se adjudique a la Colonia Francesa “se deducirá de las cuatro leguas cuadradas que se les ha concedido en su contrato.141

Para realizar las operaciones de mensura correspondientes, el agrimensor Cesar Fantoli se trasladó el 26 de mayo de 1867 al paraje indicado y el 9 de junio citó a Alejandro Mac Lean, presidente de la Colonia California, lindera por la parte del norte del terreno destinado para la Colonia Indígena. Por los demás rumbos el terreno que debía mensurar lindaba: al este con el río San Javier, al oeste con el arroyo Saladillo Dulce y al sur con terreno fiscal. El 16 de junio el agrimensor dio principio a la mensura. Lo referido al trazado y delineación de la colonia se cumplió tal como había sido previsto: “La Colonia de San Xavier fue delineada en el año de 1867, por orden del Exmo. Gobierno se trazó en el lugar adonde existe la Iglesia de San Xavier un pueblo compuesto de cien manzanas, las cuales no se han poblado, ni se hallan los mojones de la delineación practicada”; tal como consta en un informe al gobernador remitido algunos años más tarde por los agrimensores del Departamento Topográfico.142 Por el mismo informe sabemos que: “Los indios viven esparcidos en seis o siete manzanas alrededor de la Iglesia, habiendo edificado irregularmente ranchos cuyo número sube a 122, representando cada rancho un indio jefe de familia”.

Detalle del plano del pueblo y colonia de San Javier (archivo del Servicio de Catastro e Información Territorial). Fotografía: M.L. Bertuzzi

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En los alrededores había, además, esparcidos irregularmente, otros veinte ranchos “de algunos indios que se dedican a una sementera muy reducida”.143 El 4 de diciembre de 1867 “aprobada la operación de mensura y delineación del pueblo y chacras de la colonia indígena de San Javier”, el gobernador Oroño decretó que “los solares destinados para formar el pueblo se compondrán de 25 varas de frente y 50 de fondo, y serán distribuidos entre los individuos que actualmente los ocupan y los que en adelante los soliciten con el fin de poblarlos”; las condiciones y plazo de población debían ser las similares a las determinadas para el pueblo de Calchines. Las suertes de chacra se distribuirían “entre las familias indígenas o del país allí establecidas o que fuesen a establecerse en lo sucesivo”, debiendo solicitarlas previamente al Gobierno, acompañando un informe de la Comisión que justificara la existencia de los solicitantes en la colonia y su disposición de poblarlas de acuerdo a las leyes vigentes. El mismo decreto conformaba la Comisión con el jefe militar y el cura párroco para que entenderían en la distribución de los solares y demás efectos.144 El 5 de octubre de 1871 el juez de paz se dirigió al inspector general de armas de la Guardia Nacional, coronel Leopoldo Nelson, poniéndolo en conocimiento de haber dado cumplimiento a la orden fechada el 2 del mismo mes, por la que se le ordenaba que reuniera a los vecinos indígenas pertenecientes al pueblo para saber el número a que ascendían y que les previniese que el Gobierno de la Provincia “les señalaba tres puntos para que se estableciesen de firme, que son, Santa Rosa de Calchines, San Javier y Cayastá Viejo”. Practicadas esas diligencias, pudo determinar que los hombres con familia eran 87 y los solteros 29, totalizando 116. Consultados sobre los tres puntos indicados para establecerse “contestaron por unanimidad de votos, que mientras San Francisco Javier permaneciera en este punto, ellos no lo desamparaban”. El coronel Nelson informó a las autoridades provinciales acerca de esta decisión. Junto con el pueblo, en 1867 se habían delineado suertes de chacra al oeste del pueblo pero cinco años más tarde de ellas se dice “que no sólo no están pobladas sino que no hay traza ninguna de la mensura”.145 La mensura de las chacras volvió a realizarse diez años más tarde. El 1° de agosto de 1878 la Comisión encargada de la distribución de solares y chacras en el pueblo y colonia de San Javier se dirigió al gobernador de la Provincia, “teniendo en cuenta la prontitud y actividad con que el señor D. Pelegrin Baltasar ha practicado la mensura” y para manifestarle su agradecimiento han creído conveniente designarle una suerte de chacra y un solar en el pueblo, para lo cual solicitaban la aprobación del gobernador.146

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Detalle del plano del pueblo y colonia de San Javier (archivo del Servicio de Catastro e Información Territorial). Fotografía: M.L. Bertuzzi

Para 1877 se había levantado una buena iglesia pero todavía sin un verdadero poblado.147 En el relato de su visita a la colonia San Javier, Alejo Peyret recogió la información de que hasta 1879 el pueblo era todavía “una reducción de indios” regenteada por frailes franciscanos y “aquellos tenían su toldería donde está actualmente la plaza”. Según esa misma versión: “los franciscanos hacían oposición al poblamiento por espíritu de intolerancia religiosa y varios otros motivos poco plausibles”.148 Tampoco la Comisión encargada de repartir los terrenos había realizado su misión mientras fue presidida por el coronel Nelson, quien se había ido a otro destino y por lo tanto la comisión había quedado inactiva. La incorporación del mayor Hermenegildo Albarillos habría producido el verdadero cambio en la colonia, llamando a familias de colonos, haciéndoles los anticipos necesarios y entregándoles bueyes y herramientas de labranza para que comenzaran a cultivar las tierras.149 La transformación de San Javier, de poblado de frontera a colonia se pone de manifiesto en otra referencia que trae Peyret: el mayor Albarillos había establecido su casa donde antes estaba “el fortín que defendía la reducción”, construido bajo la presidencia de Sarmiento, que ocupaba el coronel Obligado antes de trasladarse a Reconquista.150 Para 1880 en San Javier vivían alrededor de ochocientos indígenas que no merecieron buenos comentarios por parte de Peyret,151 pero la mayor parte de la población ya estaba integrada por italianos del Friul.

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Los vecinos del pueblo de San Javier encabezados por Nazario Ocampo y fray Hermete Constanzi el 3 de mayo de 1884 se dirigieron al gobernador porque les había llegado noticia de que se trataba de hacer mensura de los campos en que se encontraban ubicados en el pueblo, para ser entregado “a sus dueños” todo aquello que no se encontrara ocupado por una población o que hubiera pasado a propiedad particular. Con tal motivo solicitaron que se declarara “como éjidos del pueblo de San Javier y su Colonia los pequeños anegadizos que existen a su frente y las islas correspondientes hasta el río Paraná”, pero como las frecuentes crecientes del río cubrían toda su superficie y para que en ese caso “este vecindario no se encuentre privado de una fracción de terreno en donde puedan pastar los animales de labor”, pidieron también que se declarara propiedad comunal una fracción de terreno de 20 cuadras de fondo al poniente, contigua “por todo el frente de lo que forma la población”. En relación con esta nota, el Departamento Topográfico informó a sus superiores que al entregarse a los señores Iturraspe e Iriondo su propiedad en San Javier, se había tomado en consideración la población existente, “quedando expropiados cerca de tres leguas de tierras para su ensanche, que es todo lo que puedan necesitarse para este objeto”, por lo que no estimó oportuno el reclamo efectuado por los vecinos de San Javier.152 4.10. Colonia Rusa

Las referencias documentales sobre el intento de establecer colonos rusos en San Javier datan de finales de la década de 1870. El 4 de marzo de 1878 el síndico de las misiones del Chaco se dirigió al Gobierno de la provincia, habiendo sido informado desde San Javier por el prefecto fray Antonio Rossi “que ha llegado a ese punto una comisión encargada de entregar a disposición del comisionado nacional don Eduardo Galles los terrenos fiscales existentes en aquel punto, para el establecimiento de colonos rusos, previa la colocación de los indígenas allí existentes”. Como consecuencia de esa disposición, continúa, “ha procurado reducir a las familias indígenas que son como ciento veinte a un área de media legua cuadrada” la cual, de acuerdo con el comisionado, ha sido determinada en el ángulo sudeste de los terrenos de San Javier. Finalmente, el síndico solicita que se le autorice al mencionado prefecto “para hacer la repartición de dicha área exclusivamente entre los indígenas” adjudicando a cada familia según su número y condición 500 varas frente y otras tantas de fondo, como también un solar a cada familia en la parte sur del pueblo.153

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En relación con esa nota, el 13 de marzo de 1878 el Departamento Topográfico informó que el contenido de lo solicitado por el síndico de las misiones era conforme a lo que los comisionados para la formación de la Colonia Rusa habían establecido con referencia al terreno que se juzgaba “conveniente dejar para los indígenas de San Javier”. Y también se consideraba conveniente “reducir a los indios a un área determinada de terreno” porque en ese momento se hallaban esparcidos en los terrenos fiscales existentes alrededor del pueblo de San Javier, “los unos a distancias considerables del centro de población y los otros agrupados en el ángulo sudeste del mencionado pueblo”. El informe agregó el terreno solicitado se componía de un área de 518 milésimas de legua cuadrada y lindaba al norte 4866 metros con terrenos fiscales y 866 metros con terrenos adjudicados al pueblo de San Javier; al sur lindaba 4866 metros con tierras de Antonino Alzogaray; al este 606 metros con terrenos adjudicados al pueblo de San Javier y 2027 metros con el río San Javier; y al oeste 2633 metros con terrenos fiscales. El terreno comprendía 117 chacras de 259 metros c/8 cm de frente y 433 metros de fondo, y unas 30 manzanas del pueblo. Visto el informe del Departamento Topográfico el gobernador Servando Bayo autorizó lo solicitado por el prefecto.154 En su relato de la visita a las colonias de la Costa, Alejo Peyret da cuenta de que fue el gobierno nacional el que intentó establecer en San Javier una colonia de ruso–alemanes, de los que efectivamente habían llegado entre veintiséis y veintiocho familias, pero todas se habían ido, excepto dos. Cuando pasó Peyret, existían algunos ranchos que pertenecían a la administración de la colonia, “y de los cuales nadie se acuerda”.155 Una fracción de 39 parcelas, ubicada al este de la Colonia Francesa, sobre los anegadizos el río San Javier, todavía era conocida como Colonia Rusa.156 4.11. Colonia California

El 5 de agosto de 1866 varios ciudadanos de los Estados Unidos dirigieron una nota al gobernador Oroño, manifestando su determinación de “hacer de esta Provincia nuestro hogar permanente”. Con ese objetivo, habían comprado al mismo gobierno de la provincia “cuatro leguas de terreno en el área de la colonia de San Javier” y tenían hechos todos los preparativos para tomar posesión del mismo, “con la intención de edificar casas” y, ese mismo año, “cultivar y sembrar todas las semillas que la estación nos permita”. La nota tenía el propósito de solicitar que un agrimensor les acompañara para “darnos los límites de nuestros terrenos y evitarnos de este modo una demora que sería perjudicial y aún fatal a nuestras esperanzas de sacar provecho de las tierras en este año”.

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Pocos días más tarde, el 9 de agosto, el gobernador Nicasio Oroño firmó un decreto por el cual reconocía a diez colonos como propietarios de un terreno en las inmediaciones de San Javier, con una legua de frente al este sobre el río, lindante al sur con terrenos fiscales reservados para la Colonia Indígena y al norte con la empresa colonizadora de Wilcken y Vernet. El fondo debía medir cuatro leguas hacia el oeste.157 Según Wilcken cada una de las 10 porciones de tierras se componía de 600 varas de frente sobre el río por 9000 de fondo.158 En respuesta a esa solicitud, el 13 de agosto de 1866 se comisionó al agrimensor Melitón González para que practicara la mensura del terreno: “tomando por punto de arranque el centro de la plaza del pueblo de San Javier, y mensurando una legua al norte, al final de ella colocará el mojón sudeste del campo comprado por los ciudadanos norteamericanos y sobre éste establecerá su operación hacia el oeste, dando las cuatro leguas de fondo desde el río, las que amojonadas, mensurará lo restante hasta el Saladillo”. El 4 de septiembre de 1866 el agrimensor comenzó a efectuar la mensura, deslinde y amojonamiento del terreno.

Detalle del mapa de la costa en el que se señalan las colonias Francesa, San Javier y California, 1866 (publicado en “Compilación de Leyes, Decretos y demás disposiciones que sobre Tierras Públicas se han dictado en la provincia de Santa Fe”, Buenos Aires, 1867)

En su paso por la Colonia California, Alejo Peyret visitó a algunos franceses y suizos franceses establecidos en ella y cuyas casas menciona.159 El terreno de la colonia, refiere el mismo Peyret, había sido dividido en diez partes iguales, cada una de ellas con cuatro cuadras de frente sobre el río y más de cuatro leguas de fondo hacia el Saladillo. Esta división en lonjas, en lugar de

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concesiones cuadradas —agrega— “ofrecía sus inconvenientes, pero los poseedores se entienden para pastorear en común sus animales”.160 Larguía refiere que la tierra cultivable ocupaba escasamente la extensión de una legua cuadrada, la mayor parte ocupada con montes bajos y baños que eran adaptados para plantaciones y pastores.161 En ese momento las propiedades eran 15 con su frente al río y fondo de una legua, el resto del terreno era campo comunal (ídem). 4.12. Colonia Inglesa o de los Galenses

Guillermo Wilcken y Carlos Vernet presentaron una propuesta al gobierno de la provincia en agosto de 1864, resueltos a emprender “un negocio de colonización combinada con la crianza de ovejas y demás ramos generales de la agricultura”. El sitio elegido era un lugar próximo a San Javier, que ofrecía a la provincia “las ventajas de extender a una gran distancia de la capital su población y de hacer que los indios mismos de aquel punto tengan en ella ocupación, ganando así con su trabajo los medios de subsistencia, contrayendo hábitos de civilización que han de extenderse luego a los mismos del desierto y convertir en brazos útiles los que hasta ahora sólo se han ocupado de la destrucción”.162 Los proponentes se comprometían a formar en la frontera norte de la provincia, en terrenos fiscales y en el plazo de tres años, “una colonia agrícola y pastoril” compuesta por lo menos de 250 familias extranjeras y, continúa la enunciación: 50 000 ovejas, 4000 vacas y las correspondientes manadas de yeguas y caballos. Con ese fin, el gobierno debía ceder un área de diez leguas de frente sobre el río Colastiné (sic, por San Javier) y otras tantas de fondo, “debiendo ser en San Javier o próxima a él”.163 Con su conformidad, el Poder Ejecutivo elevó la propuesta a la Cámara de Representantes y ésta sancionó una ley 11 de octubre de 1865 aceptando la propuesta.164 El contrato entre los señores Wilcken y Vernet y el Gobierno de la Provincia se firmó el 15 de octubre, asumiendo condiciones semejantes a las que ellos mismos habían elevado en su propuesta. Al poco tiempo y a raíz de la guerra con el Paraguay, Vernet solicitó una prórroga para dar inicio a los trabajos de colonización, la cual le fue concedida el 10 de julio de 1865.165 El 29 de noviembre de 1867 se firmó un decreto por el cual el Gobierno provincial destinó una extensión de terreno sobre el río San Javier: de las diez leguas de frente sobre el río San Javier concedidas a Wilcken y Vernet, la primera legua al sud debía destinarse al establecimiento de una Colonia Inglesa, lindando por ese rumbo con la colonia “Californiense” y midiendo sus fondos hasta el arroyo Saladillo Dulce.166 78

Las primeras familias que ya habían ido a establecerse bajo la dirección de Enrique Davies, recibirían en concesión “doble extensión de terreno al que se acuerda a cada una de las familias en los puntos destinados a colonización, teniendo la preferencia en la elección de los terrenos cuando se mande hacer la mensura, delineación y división de las concesiones”.167 El Departamento Topográfico quedaba encargado de practicar la mensura, “proyectando en él un pueblo de cien manzanas sobre la costa del río en el paraje que juzgue más conveniente”.168 Según Guillermo Wilcken la Colonia Inglesa o de los Galenses comenzó a poblarse en 1868, durante el gobierno de Oroño, con familias procedentes de la Colonia de Chubut, en una legua de tierras ofrecida por la provincia, dividida en 40 cuadras cuadradas para cada familia.169 También coincide con esta referencia Peyret, quien la llama Colonia Galense “porque fue poblada por galenses, de los cuales algunos habían venido del Chubut”.170 Cuando Wilcken visitó la Colonia Inglesa, encontró que más tarde habían llegado otras familias “sin pedir al Gobierno otra cosa que la tierra ofrecida por él espontáneamente”, pero sus pedidos habían sido infructuosos a pesar de que merecían —dice Wilcken— protección “por el solo hecho de haberse establecido en un paraje tan apartado y de haber contribuido a la colonización y defensa de la frontera del Norte”. Desalentados, muchos colonos habían comenzado a retirarse, por que lo Wilcken hizo algunas recomendaciones al inspector Larguía con “el deseo de evitar la completa disolución de este interesante núcleo de colonización”.171 Dos años más tarde, el inspector de colonias Guillermo Coelho obtuvo del gobierno de la provincia los títulos de las tierras que le habían solicitado algunos colonos pero, el mismo Coelho agrega decepcionado: “muchos de éstos lejos de proceder como debían, en el acto de tener los títulos los vendieron y abandonaron la colonia, demostrando de este modo su ingratitud al Gobierno que había procedido con tanta generosidad para con ellos y a quien tanto censura el Sr. Wilcken en su informe del año 1872 refiriéndose a esta colonia”.172 La colonia estaba situada una legua al norte de la California y a igual distancia al sur de la Eloisa. Se componía de 1600 cuadras cuadradas de las cuales sólo 34 estaban bajo cultivo en 1874.173 Según Larguía sus terrenos ofrecían muchas dificultades a la agricultura debito a los muchos montes que cubrían el territorio, razón por la cual la colonia había retrocedido desde su fundación.174 Más al norte de Colonia Inglesa o Galense, los terrenos comprendidos entre esa colonia y la de Mardoqueo Navarro y Cía., con frente al río San Javier y fondo al oeste hasta el Saladillo Grande, quedó destinada para la inmigración espontánea por ley sancionada el 27 de junio de 1866 por la Cámara de 79

Representantes. El Gobierno quedaba obligado a levantar un plano del área, proyectando la fundación de pueblos donde fuera más conveniente, asignando a cada uno de ellos un área de cuatro leguas de frente y cuatro de fondo “para sus habitaciones, calles, plazas, éjido y pastos comunes”. El área destinada para pueblo debía dividirse en solares de cincuenta varas de frente por cincuenta de fondo y el áea rural en suertes de chacras de veinte cuadras cuadradas. Los solares tenían que ser distribuidos en forma gratuita y también las chacras, en la proporción de cuatro cuadras cuadradas por persona. El resto del terreno se destinaba a suertes de estancia de cinco mil varas por costado, que podrían ser vendidas, no más de dos suertes unidas por individuo.175 4.13. Las comunicaciones de las colonias de la costa

La ocupación del territorio y la progresiva expansión de las fronteras hacia el norte actualizó también la cuestión de las comunicaciones desde la capital de la provincia. La disposición lineal de las colonias y los establecimientos rurales que fueron surgiendo determinó dos circuitos paralelos: los caminos terrestres y la vía fluvial; resultando más eficiente y regular la posibilidad que ofrecía la navegación por los ríos. Los inspectores de colonias en sus informes dan cuenta de las distancias y de las alternativas. Por tierra la distancia desde Santa Fe a la Colonia Cayastá era de 20 leguas, a la Colonia Helvecia de 25 leguas, a la Colonia Estancia Grande de 30 leguas.176 Por otra parte, desde la misma ciudad de Santa Fe, la travesía por río duraba 18 horas de navegación hasta llegar a Cayastá, 26 horas hasta Helvecia y de 40 a 48 horas hasta la Colonia Estancia Grande.177 Alejo Peyret señala los inconvenientes que ocasionaban en las rutas terrestres las crecientes del Paraná y él mismo en su viaje a las colonias de la Costa tuvo que optar por el vapor que salía desde Santa Fe haciendo la carrera hasta San Javier una vez por semana. El vapor llevaba el nombre de Castor y empleaba dos días para hacer ese viaje. Sin bien la distancia en línea recta no superaba las cuarenta leguas, las sinuosidades de los cursos de agua la aumentaban a más de cien.178 La descripción del viaje de Peyret, incluye la hora de partida desde Santa Fe —las cinco de la mañana—, y las de llegada a Cayastá —media noche del primer día—, Helvecia —cinco de la mañana del día siguiente—, Saladero Cabal —a las ocho y media—, casa del ya fallecido Patricio Cullen —a las diez y cuarto—, otra casa llamada Elisa —doce menos cuarto—. Finalmente, la llegada a San Javier —a la una y diez de la tarde del segundo día— se pudo anticipar en cuatro horas gracias a que la inundación permitió al vapor hacer el último tramo en línea recta.179

80

Peyret también comenta sus impresiones sobre el recorrido: La navegación no puede ser más pintoresca, pasamos entre un archipiélago de islitas de árboles, encima de los pajonales que han desaparecido, tropezando a cada momento con camalotes que estorban literalmente la marcha del buque, sin seguir el río San Javier propiamente dicho, pues el cauce de ese río se ha confundido con el inmenso caudal de agua traído por la creciente, y sólo se conoce por la cortina de árboles que diseñan su corriente sinuosa.180

Cinco años antes, la frecuencia de la carrera en vapor era menor. Según Guillermo Coelho refiere en 1874, el vapor “Quinto” hacía dos viajes mensuales entre Santa Fe y San Javier, tocando de paso la colonia Cayastá con carga y pasajeros, y cada quince días también tocaba Helvecia.181 La colonia Estancia Grande tenía un buen puerto donde también atracaban los buques que hacían la carrera de San Javier.182 Al igual que Peyret, Guillermo Wilcken informa sobre las demoras, gastos y otros inconvenientes que las lluvias fuertes y las crecientes del Paraná generaban a la vía terrestre: “Sucede además, dice Wilcken, que en tiempo de lluvias fuertes y crecientes del río Paraná, el camino por tierra a Santa Fe es muy a menudo intransitable, aun para los hombres más acostumbrados”.183 Para facilitar la vía fluvial, señala Wilcken, era necesario favorecer la habilitación del puerto de Helvecia: al ser Helvecia “accesible a la navegación del río Paraná en todo el año (opina Wilcken en su informe); está destinada a ser el centro comercial de las colonias: Cayastá, Estancia Grande, San Javier, California, Colonia Inglesa, Eloisa y toda la parte norte de la provincia de Santa Fe”. Para 1876, según Jonas Larguía, en 14 meses y días habían entrado 203 buques al puerto de Helvecia, despachando madera, carbón, trigo, harina, maíz, sandías, zapallos, cueros vacunos, queso, cueros de carpincho. Sin embargo, Larguía todavía hace referencia a la necesidad de habilitar el puerto de Helvecia para que los buques pudieran cargar directamente “sin la condición onerosa de hacer todas sus diligencias de aduana en Santa Fe”.184 También Coelho era de la opinión de que la habilitación del puerto daría mayor impulso a la colonia Helvecia y refiere los inconvenientes que existían hasta el momento en que hace su informe: Los buques que cargan en ese punto (Helvecia) tienen que mandar un chasque a Santa Fe para revisar y hacer anotar sus papeles y después tienen que volver con el buque a Santa Fe para poderse despachar sufriendo un gran trastorno y enormes gastos así como una pérdida de doce a quince días como tuve motivo de observar en mi visita allí con un buque que hacía seis días estaba

81

cargado esperando los papeles y que después de que los recibiera tenía que ir a Santa Fe para hacerse despachar”.

Por lo que concluye que era de suma importancia que se habilite “pues es el único punto de embarque de todas las colonias del norte.185 Flores y Khöler refieren que este tema fue objeto de permanente insistencia por parte de los inspectores de colonias ante las autoridades provinciales. En 1875 el inspector Guillermo Coelho manifestó al ministro de Gobierno su intención de gestionar ante las autoridades nacionales varios privilegios para las colonias ubicadas sobre el río San Javier, entre ellos “la habilitación del puerto de Helvecia”.186 En 1887 vecinos y patrones de buques se dirigieron al gobernador de la provincia recordándole la promesa de gestionar la habilitación del puerto ante las autoridades nacionales.187 En 1892 el movimiento del puerto de Helvecia era el segundo en toda la provincia, muy lejos del de Rosario pero duplicando al de Santa Fe. Sin embargo, para 1904 ya estaba en crisis, con un estado de abandono que impedía realizar las operaciones de los buques de carga.188 Sin embargo, tampoco las comunicaciones terrestres eran buenas. Una visión diferente tenía fray Vicente Caloni, para quien el trayecto fluvial no era mejor que el terrestre. En su “Bosquejo Histórico” dice que las 25 leguas de trayecto entre Santa Rosa y San Javier se podían hacer en mensajería en unas quince horas de viaje, en cambio el viaje por agua llevaba el triple de tiempo y era “triste y cansador; por las vueltas de los riachos y aridez de las islas”. Aunque hace la salvedad que esto se entiende cuando el río estaba bajo, porque cuando crecido era imposible “hacer el viaje por tierra”.189 Sí coincide Caloni con los inspectores de colonias al afirmar que Helvecia: “tiene un magnífico puerto, donde pueden allegarse buques de bastante calado en todas las estaciones del año”, lo que contribuía a la notable actividad del comercio, a la calidad de las viviendas y a la presencia de dos fábricas de aceite de maní.190 En la última década del siglo XIX, la comunicación de San Javier “con el resto del mundo”, señala el mencionado fraile, se hacía por vía fluvial cuando el río estaba crecido pero en caso contrario se hacía por tierra. Para el trayecto terrestre había cuatro servicios de “diligencias correos”: el primero primera salía de Santa Fe, pasaba por Santa Rosa, Cayastá y Helvecia; el segundo comunicaba San Javier y La Paz, en la margen oriental del río Paraná pasando “entre las islas cuando está el río bajo”; un tercer servicio atravesaba los Saladillos en dirección al oeste hasta llegar a la estación de tren de Escalada (este trayecto era imposible de transitar en tiempos de lluvia); el cuarto servicio de mensajería partía comunicaba a San Javier con Reconquista, pasando por las colonias Galense, California, Alejandra y Malabrigo.191 82

5. Algunas consideraciones sobre la memoria en el territorio

La idea de territorio, como construcción cultural, añade atributos que transforman a la naturaleza. Algunos de esos atributos, propios de la utilización o labor humana, persisten en la memoria a través de diferentes registros. En el territorio de la Costa estos registros, tanto materiales como intangibles, conforman un andamiaje para la memoria de su ocupación humana desde tiempos remotos hasta los más recientes. Procesos de ocupación con rasgos de continuidad, interrupciones, superposiciones, reconfiguraciones, que se hacen evidentes con marcas de consistencias físicas evidentes, opacas o débiles. El desarrollo que hemos propuesto en este trabajo es indicativo de algunos hitos en la historia de la ocupación territorial y tiene el propósito de ayudar a develar algunas de esas marcas. La conquista española supuso una ruptura violenta con las modalidades de ocupación humana y de configuración del territorio que son sustituidas por formas de asentamiento de tipo urbano o de explotación de los recursos naturales que involucran ideas de dominio jurídico y de propiedad de la tierra de matriz occidental y europea. Esa operación de sustitución, contundente y dramática, produce una configuración que no alcanza a sostenerse en el tiempo y que se disuelve por distintas causas, hasta llegar a principios del siglo XIX con una ocupación lábil y difusa. Algunos de los asentamientos humanos del período colonial en la segunda mitad del siglo XIX volvieron a organizarse o se fundaron poblaciones en su misma localización o en sus cercanías, sosteniendo hasta el presente la memoria de los viejos pueblos a través de los topónimos (Rincón, Santa Rosa de Calchines, Cayastá, San Javier). En ese contexto, Rincón es el único caso que presenta una marcada continuidad histórica. Su cercanía a la ciudad de Santa Fe le aseguró una ocupación ininterrumpida desde tiempos de la fundación y, en la primera organización territorial de la provincia, el Estatuto Provisorio de 1819 creó el partido de San José del Rincón y aseguró la representación de su población con un comisario.192 En cambio, la reducción de San Javier estaba prácticamente despoblada en 1812, cuando pasó a ser atendida por los misioneros franciscanos de Propaganda Fide. También la antigua reducción de Cayastá se despobló y desapareció a principios del siglo XIX. En la primera mitad de ese siglo la historia de los Calchines se vinculó a la de San Javier, cuando las tierras de la antigua estancia jesuítica fueron elegidas en 1834 trasladar allí la reducción de San Javier, construyendo un pueblo que tuvo corta existencia. A partir de 1860, la consolidación de los poblados de Santa Rosa y de San Javier, fue simultánea a la fundación de colonias agrícolas pobladas por in83

migrantes de origen europeo, y en su conjunto reconfiguraron el territorio de la Costa con una matriz que persiste hasta el presente. En la actualidad, a pesar de sus historias discontinuas, Rincón, Santa Rosa de Calchines, Cayastá y San Javier anclan la memoria del pasado anterior a ese reordenamiento territorial, y comparten con Helvecia, Colonia Francesa y Colonia Inglesa el registro del proceso colonizador impulsado a partir de 1860 con la incorporación de inmigrantes y el estímulo de la actividad agrícola. El modo en que se superpuso la colonización agrícola de la segunda mitad del siglo XIX a las subdivisiones coloniales ha quedado fuertemente registrado en el territorio, en los trazados de pueblos y colonias orientados con una ligera declinación con respecto al norte magnético utilizado como referencia en tiempos coloniales. Ese rasgo se hace evidente en las fotografías aéreas o en los planos catastrales que muestran el trazado del pueblo y colonia de Cayastá y el de la vieja ciudad de Santa Fe y su entorno rural. La memoria de la ocupación del territorio se sostiene con topónimos que todavía subsisten y con la fuerza del relato de los actuales pobladores. La ocupación humana de tiempos prehispánicos y coloniales ha dejado huellas materiales que se recuperan mediante las investigaciones arqueológicas. Los sitios prehispánicos están dispersos en el territorio de la costa y de sus islas, como marcas de una forma de ocupación extendida y dispersa, en tanto que Santa Fe la Vieja opera como un punto focal que permite recomponer la memoria del territorio que la tenía como centro, en un entorno que acumula registros de la colonización agrícola con continuidad hasta los tiempos más recientes.

Fotografía desde el aire de Santa Fe la Vieja y el borde sur del pueblo de Cayastá, en la que se hace evidente la diferencia de orientación de su trazado

84

Notas 1

Frengüelli, Joaquín: La margen derecha del río Paraná

gráficos y Coloniales (en adelante DEEC): Escrituras

a la altura del pueblo de Cayastá. Santa Fe. Notas

Públicas (en adelante EP) tomo 1, fs. 859–68v.

geológicas y morfológicas, La Plata, Universidad Nacio-

9

nal de La Plata, Notas del Museo, tomo XVII Geología,

difunta, Santa Fe, 16.7.1650. DEEC: EP, tomo 1, fs.

Nº 65, 1954.

Inventario de los bienes de doña María de Esquivel,

112–3. Inventario de los bienes del difunto alférez Diego de

2

Ibídem.

10

3

Ibídem.

Valenzuela, vecino, Santa Fe, 15.2.1650. DEEC: EP,

4

Ibídem.

5

Solano, Francisco de: “Introducción al estudio del

abastecimiento de la ciudad colonial” en Hardoy, Jorge

tomo 1, fs. 127–8. 11

Testamento de Catalina Cristal, viuda de Juan de

Lencinas, Santa Fe, 18.9.1644. DEEC: EP, tomo 1, fs.

E. y Schaedel, Richard P. (comp.): Las ciudades de

618–9v.

América Latina y sus áreas de influencia a través de la

12

historia, Buenos Aires, CLACSO, Ediciones Siap, 1975,

casa con don Nicolás de Pessoa y Figueroa, vecino de

pp. 134–135.

Santiago de Chile, Santa Fe, 13.2.1649. DEEC: EP,

6

Fernández Díaz, Augusto: Tierras para chacras y tierras

para estancias en la Vieja Santa Fe, Rosario, 1954, p. 2. 7

De una memoria de los bienes embargados a Hernan-

Carta dotal de doña Juana de Ávila y Sotomayor, que

tomo 2, fs. 160–3v. 13

Carta dotal de doña Juana de Luján, que casa con

Alonso de León y Aliaga, Santa Fe, 3.6.1648. DEEC: EP,

darias de Saavedra, 1617, publicada por Trelles, Ma-

tomo 2, fs. 79/84v.

nuel Ricardo: Hernandarias de Saavedra. Causa célebre:

14

noticias y documentos para servir a la historia del Río de

de Aguilera, su mujer, vecinos, a Antonio de Vera Muxica,

Venta de una chacra, Juan de Torres y doña Francisca

la Plata en “La Revista de Buenos Aires”, tomo X, Bue-

Santa Fe, 9.10.1648. DEEC: EP, tomo 2, fs. 106–7.

nos Aires, Imprenta de Mayo, pp. 534–537. Además de

15

los bienes mencionados, entre otras cosas se embarga-

Rodrigo de Isaurralde, Santa Fe, 22.7.1656. DEEC: EP,

Carta dotal de doña Petronila de Vega, que casa con

ron veinte palos labrados de madera del Paraguay y dos

tomo 2, fs. 605–7v.

tablones grandes de canoa.

16

8

Escritura de capital matrimonial de Juana Díaz Galindo,

Santa Fe, 30.1.1648. Departamento de Estudios Etno–

Carta dotal de doña Antonia Rodríguez, que casa con

Francisco Montero de Espinosa, Santa Fe, 2.9.1646. DEEC: EP, tomo 1, fs. 811–4v.

85

Mercedes de tierras que Juan de Garay se otorga a sí

29

Ibídem.

mismo. Transcriptas en: AGPSF, Boletín nº 4–5, Santa

30

Dos informes del gobernador Diego de Góngora al Rey

Fe, 1973, pp. 55–58.

en el año de 1622, en Cervera, M.M.: Historia de la ciu-

17

Mercedes de tierras otorgadas por Juan de Garay a

dad y provincia de Santa Fe. Contribución a la Historia

Alonso Fernández Romo, 9 de septiembre de 1576.

de la República Argentina (1573–1853), tomo III, Apén-

18

Publicada en “Revista del Notariado”, pp. 1057–1061.

dice XXI, Santa Fe, UNL.

Mercedes de tierras otorgada por Juan de Garay a

31

Alemán, B.: op. cit., p. 48.

Antón Martín, ya cit. Transcriptas en: AGPSF, Boletín Nº.

32

Acta del Cabildo del 28 de febrero de 1652. AGPSF:

19

4–5, Santa Fe, 1973, pp. 65/67. 20

Manuel Cervera identifica este algarrobal con el sitio

AC III, fs. 244/246v. 33

Cervera, Federico Guillermo: “Las ruinas de la ciu-

de los Algarrobos que aparece mencionado en la docu-

dad vieja de Santa Fe y su ubicación en Cayastá” en

mentación posterior. Cita un acta del 18.2.1593 en que

El Litoral, 2 de julio de 1953 y “Pertenecen a la ciudad

se menciona el camino “que viene a esta ciudad del

vieja de Santa Fe las ruinas de Cayastá” en El Litoral,

Algarrobal”; un auto del 06–04.1701 en que se hace

18 de mayo de 1953, citado por Busaniche, José Car-

referencia al paraje que llaman Los Algarrobos y poste-

melo: “La tradición de Cayastá como asiento de Santa

riores referencias aportadas por los padres que traba-

Fe la Vieja” en Hombres y Hechos de Santa Fe, segunda

jaron a mediados del siglo XVIII en el segundo asiento de

serie, Santa Fe, Castellví, 1955, p. 59.

la reducción de San Javier. Cfr. Cervera Manuel María.

34

“Algo más sobre la primitiva ubicación de la ciudad de

dional, número de inventario 11.601. “Mapa Geográfico

Santa Fe”, en: Revista de la Junta Provincial de Estu-

de América Meridional. Dispuesto y gravado por D. Juan

dios Históricos de Santa Fe, Nº 19, Santa Fe, 1949,

de la Cruz Cano y Olmedilla, Geogfo. Pensdo. de S.M.

pp. 46/47.

Individuo de la Real Academia de San Fernando y de la

21

DEEC: Expedientes Civiles, tomo 52, expte. 12, ya

cit., fs. 510/512v.

Museo de América de Madrid: Mapa de América Meri-

Sociedad Bascongada de los Amigos del País; teniendo presentes varios mapas y noticias originales con arreglo

22

Ídem, fs. 514v/14.

a observaciones astronómicas. Año de 1775”.

23

Ibídem.

35

24

Fernández Díaz, Augusto: Las ruinas de Cayastá y

Confeccionado por el Oficial Subalterno de la Teso-

rería de la Real Hacienda de Santa Fe. Busaniche, J.C.:

una tesis equivocada, tercera parte, Rosario, 1950, pp.

op. cit., p. 59.

77–8.

36

Mencionado por José Carmelo Busaniche (p. 61) que

Ordenanzas de Juan Ramírez de Velasco, Goberna-

agrega, además, que la copia existente en el Museo

dor del Río de la Plata y Paraguay, Asunción, 1 de enero

Mitre, firmada por Azara y fechada en Buenos Aires el

de 1597. Publicadas por M. M. Cervera: Historia de la

31.8.1798 lleva la siguiente leyenda: “Santa Fe la vieja,

25

ciudad y provincia de Santa Fe. Contribución a la His-

ahora Cayastá”.

toria de la República Argentina (1573–1853), tomo III,

37

Busaniche, J.C.: op. cit., pp. 53–79.

Apén–dice XXI, Santa Fe, UNL, pp. 315–331.

38

Cervera, Federico: Ubicación de la primitiva ciudad de

Ordenanzas de indios por Hernandarias de Saavedra,

Santa Fe según los títulos de tierras en “Las Ruinas de

gobernador del Río de la Plata, Asunción, 29 de

la Primitiva ciudad de Santa Fe”. Instituto de Investiga-

noviembre de 1609. Publicadas por M. M. Cervera: op.

ciones de Arqueología e Historia, UNL, publicación Nº 1,

26

cit., pp. 305–6.

Santa Fe, 1954, p. 29.

Carta de Hernandarias al Rey, Buenos Aires, 5 de

39

agosto de 1615–15 de mayo de 1616. AGI: Charcas

40

27, R. 10, N 95.

“Reconocimiento de las tierras de estancia de los padres

27

28

Alemán, B.: Santa Fe y sus aborígenes. Santa Fe,

Junta Provincial de Estudios Históricos, 1994, p. 49.

86

Transcripto por Busaniche, op. cit., p. 58. DEEC: Expedientes Civiles, tomo 34, expte. 358,

Jesuitas”, 1772, fs. 2–7.

41

Fernández Díaz, Augusto: Las ruinas de Cayastá y

una tesis equivocada, tercera parte, Rosario, 1950, pp. 77–8.

58

Archivo General de la Provincia de Santa Fe. Actas

del Cabildo de Santa Fe del 1º de febrero y del 27 de abril de 1714.

42

Ibídem, p. 78.

59

43

DEEC: Expedientes Civiles, tomo 34, expte. 358, ya

p. 25.

cit., fs. 3ss. 44

Relación del padre Francisco Burgés en Furlong,

60

Relación del padre Burgés en G. Furlong, SJ.: op. cit., Paucke, Florián: Hacia allá y para acá. Una estada

entre los indios mocobíes de Santa Fe, trad. de Edmundo

Guillermo: Entre los mocobíes de Santa Fe. Según las

Wernicke, Buenos Aires, 1944, tomo II, p. 39.

noticias de los misioneros jesuitas Joaquín Camaño,

61

Ídem, tomo II, pp. 40–41.

Manuel Canelas, Francisco Burgés, Román Arto, Anto-

62

Furlong, G.: op. cit., p. 28.

nio Bustilllo y Florián Paucke. Buenos Aires, Amorrortu,

63

Relación del padre Burgés en Furlong, G.: op. cit.,

1938, p. 27.

p. 28.

45

DEEC: EP, tomo 1, Donación de acción de ganado del

64

Archivo General de la Provincia de Santa Fe: Actas del

Maestre de Campo Cristóbal de Arévalo al R.P. Miguel

Cabildo, tomo XI, 1740–48, fs. 142–146v, Auto de fun-

de Sotomayor, de la Compañía de Jesús, 10.04.1618,

dación de San Javier transcripto en Boletín del AGPSF,

fs. 760–63v. 46

Transcripto por Furlong, Guillermo en el apéndice “La

Nº 3, Santa Fe, 1971, pp. 25–27. 65

Paucke, F.: op. cit., tomo III, primera parte, lámina

Alfarería del Arroyo Leyes” de Los mocovíes de Santa Fe.

CXIV.

Buenos Aires, Amorrortu, 1938, p. 217.

66

47

Testamento de Carlos Reyes, Santa Fe, 22.12.1803.

DEEC: EP, tomo 20, fs. 406–7v. 48

Testamento de José Martín, 24.4.1646. DEEC: EP,

tomo 1, fs. 777–78v.

La reducción de Concepción de Cayastá había sido

fundada, en el Paraje del Arroyo Cayastá, esto es, en las proximidades de lo que hoy es San Martín Norte, y al este del pueblo Cañadita, en el departamento San Justo; todavía hoy existe en ese paraje un arroyo que

Testamento de Juan Martínez de Encinas, entre el

con el nombre de Cayastá desemboca en el Saladillo

17.11.1696 y el 4.12.1696. DEEC DEEC:EP, tomo 7,

Amargo. En 1783 se dispuso el traslado de la reducción

fs. 426.

de Cayastá al lugar que hoy se conoce como Cayasta-

49

Transcripto por Cervera, Manuel M.: Historia de la ciu-

cito o Cayastá Chico. Cfr. LIVI Hebe. El charrúa en Santa

dad y provincia de Santa Fe (1907), segunda edición,

Fe, en Revista de la Junta Provincial de Estudios Históri-

50

tomo I, Santa Fe, UNL, 1979, p. 383. 51

Junta Provincial de Estudios Históricos de la Provincia

cos de Santa Fe, Nº XLIX, Santa Fe, 1978, pp. 40–3. 67

Cervera, Federico Guillermo: Las reducciones indí-

de Santa Fe. Actas del Cabildo de la ciudad de Santa

genas en el período independiente en “Historia de las

Fe, segunda serie, tomo I, años 1661/1666, Santa Fe,

Instituciones de la Provincia de Santa Fe”, tomo III,

Imprenta de la Provincia, 1942, pp.75–76.

Santa Fe, Comisión Redactora de la Historia de las Insti-

52

Ídem, p. 95.

tuciones de la Provincia de Santa Fe, 1970, p. 102.

53

Testamento de Diego Álvarez, Santa Fe, 18.11.1663.

68

DEEC: EP, tomo 2, fs. 905v–7. 54

Testamento de Francisco Hernández, 12.1.1663.

DEEC: EP, tomo 2, fs. 868–72v. 55

Testamento de Diego López de Salzar, agosto de

1675, DEEC: EP, tomo 4, fs. 575–77v. 56

Testamento de Domingo Luis, 12.7.1679. DEEC: EP

tomo 5, fs. 27–30. 57

Mendoza, Mario: El Rincón de Antón Martín, Santa

Fe, Imprenta Oficial, s/f. y sin paginar.

“un sargento mayor Don Hieronymo de Leyes que era

un excelente y el mejor amigo de los indios y muy favorable a mí y al cual siempre visitaba cuando yo viajaba a Santa Fe (porque él tenía su estancia en el camino a ocho leguas de distancia de la ciudad); también era hospedado en un todo junto con mis compañeros indios. Este hombre […] era buen cristiano y hombre fervoroso; mis indios lo conocían muy bien y también lo amaban”. Cfr. Paucke, Florián: op. cit., tomo III, primera parte, Tucumán – Buenos Aires, 1944, p. 63.

87

69

Cuando Paucke viajó de San Javier a Buenos Aires,

1869, Santa Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, pp.

expulsado de la reducción dice: “Llegamos al contorno

266–267.

de la ciudad de Santa Fe con nuestros carros que lleva-

77

ban nuestros baúles y camas. Cuando nosotros [llega-

refería a San José de la Esquina y no a San José del

mos] a la estancia del señor Sargento Mayor don Hiero-

Rincón. Cfr. Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe,

nymo Leys (de quien como buen amigo mío yo he escrito

tomo V, 1865–1867. Santa Fe, Tipografía de la Revolu-

En realidad, la ley del 1º de septiembre de 1866 se

en la construcción de la reducción del santo Petri)

ción, 1889, p. 222.

estaba sentada delante de la puerta de la casa toda su

78

familia en completo llanto y lamento: ellos querían que

sura y división de los terrenos fiscales que existen en

nos detuviéramos ahí por un rato pero nosotros no tuvi-

San José. Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe,

Ley del 9 de octubre de 1868 ordenando la men-

mos permiso de hablar ni una palabra con ellos y pasa-

tomo VI, p. 296.

mos por delante de ellos. El señor Don Hieronymo corrió

79

a caballo tras nosotros y rogó a los diputados que dieran

1859–1862, Santa Fe, 1889, p. 253 (decreto referido a

permiso que él pudiere decirme siquiera una palabra

la designación de juez comisario). En el Registro Oficial no

pero él no obtuvo ninguno pues ellos alegaron no poder

se incluye el decreto de fundación y delineación firmado

Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo II,

dar alguno, sería contra la orden del rey”. Cfr. Paucke

por Pascual Rosas citado por diversos historiadores.

F., ídem, p. 89.

80

70

Archivo del Convento de San Carlos en San Lorenzo,

Ensinck, Oscar Luis: Historia de la inmigración y colo-

Caja 10, Sobre 7, “Relación de Misiones del padre

nización en la provincia de Santa Fe. Buenos Aires,

Rossi”, 20 de febrero de 1878, citada por Viñuales, G.

1979, p. 236. Podemos agregar una frustrada coloni-

y Collado, A. en “Patrimonio Arquitectónico en el área

zación en tierras del Campo del Medio, que en 1865

del Paraná Medio. Inventario”, Resistencia, Universidad

fue objeto de un contrato entre el Poder Ejecutivo y los

Nacional del Nordeste, 1987, p. 147.

señores Mauricio Franck y Cía.

81

71

Decreto del 6 de febrero de 1860 que resuelve insta-

Decreto del 12 de agosto de 1865 que manda recti-

ficar la traza del pueblo de Calchines. Registro Oficial de

lar comisiones municipales. Registro Oficial de la Pro-

la Provincia de Santa Fe, tomo IV, pp. 393–394.

vincia de Santa Fe, tomo III 1859–1861, Santa Fe,

82

Ibídem.

Tipografía de la Revolución, 1889, pp. 102–104.

83

Ley del 1° de septiembre de 1866. declarando de uti-

Decreto del 19 de enero de 1861 mandando instalar

lidad pública un área de terreno en los Calchines, Re-

la Municipalidad de San José, Registro Oficial de la Pro-

gistro Oficial de la Provincia de Santa Fe, Promulgada

vincia de Santa Fe, tomo III, p. 215.

por el gobernador Oroño el 4 de septiembre. Registro

72

73

Citado por Ensinck, O.L.: op. cit., p. 249.

Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo V, 1865 al año

74

Sanción legislativa del 27 de agosto de 1864 autori-

1867, Santa Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, pp.

zando al Gobierno para que haga levantar el plano de

220–221.

la Capital, San Gerónimo y San José por medio de los

84

empleados del Departamento Topográfico, Registro Oficial

pan llevar en el Departamento San José, Registro Oficial

Ley del 10 de agosto de 1868 declarando terrenos de

de la Provincia de Santa Fe, tomo IV, 1863 al año 1865,

de la Provincia de Santa Fe, tomo VI, p. 266–267.

Santa Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, p. 209.

85

Ley del 18 de septiembre de 1875 declarando expro-

Decreto del 12 de agosto de 1865 sobre terrenos

piables por utilidad pública los terrenos contiguos al

fiscales dados en merced en la Capital y San José, Re-

municipio de Santa Rosa. Registro Oficial de la Provincia

gistro Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo IV, pp.

de Santa Fe, tomo IX, 1875–1877, Santa Fe, Tipografía

392–393.

de la Revolución, 1890, pp. 82–83.

75

Ley del 4 de septiembre de 1868 declarando terrenos

En compensación, los propietarios de los terrenos expro-

de pan llevar en el Departamento de San José, Regis-

piados recibirían en permuta otros en tierras fiscales, sin

tro Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo VI 1867–

especificar localización.

76

88

86

Ibídem.

102

87

Servicio de Catastro e Información Territorial. Santa

estado actual de las colonias agrícolas, 1872, p. 122.

Wilcken, Guillermo: Las Colonias. Informe sobre el

Rosa de Calchines 02 (copia de 1896 de un plano de

103

Viñuales y Collado: op. cit., p. 155.

Cayetano Livi) y SRdC 04–06 (copia de 1900 de un

104

Wilcken, G.: op. cit., p. 124.

plano levantado por una comisión nombrada por el go-

105

Informe Técnico del Archivo General de la Provincia

bierno y declarado oficial).

de Santa Fe.

88

Archivo del Convento de San Carlos en San Lorenzo,

Caja 10, Sobre 2, Censo de Santa Rosa de Calchines

106

Ensinck: op cit., pp. 311–312. Registro Oficial de la

Provincia de Santa Fe, tomo IV, 1863–1865, Santa Fe,

del 2 de diciembre de 1879 realizado por fray Geró-

Tipografía de La Revolución, 1889, pp. 263–4.

nimo Marchetti, citado por Viñuales, G. y Collado, A. en

107

“Patrimonio Arquitectónico en el área del Paraná Medio.

Colonia helvecia concedido al Dr. don Teofilo Romang

Inventario”, Resistencia, UNL, 1987, p. 147.

situado una legua al norte de Cayastá, por el agrimen-

Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Minis-

89

SECyT, “Extracto del expediente de la mensura de la

sor P. Bramslöw, noviembre 1864.

terio de Gobierno, Notas, tomo 107, 1883–1884, leg.

108

Ibídem.

10, informe del inspector Bouchard, f. 122.

109

Wilcken, G.: op. cit., pp. 127–128.

110

Archivo General de la Provincia de Santa Fe: Departa-

90

Decreto del 16 de febrero de 1865 que manda hacer

la traza de un pueblo en el paraje denominado Cayastá.

mento Topográfico, tomo 68, f. 281. Citado por Flores,

Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo IV,

Nelly Beatriz y Köhler, Juanita: “Helvecia. Colonia cri-

1863–1865. Santa Fe, Tipografía de la Revolución,

olla”, III Congreso de los Pueblos de la Provincia de

1889, pp. 312–313. Ley declarando de utilidad pública el terreno que

91

Santa Fe, 1998. 111

AGPSF: Informe técnico Nº 85, Helvecia, Antece-

ocupa la colonia indígena Cayastá. 7 de septiembre de

dentes Fundacionales.

1866, Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo

112

Servicio de Catastro e Información Territorial.

V, 1865–1867, Santa Fe, Tipografía de la Revolución,

113

Citado por Flores y Köhler: op. cit., p. 10.

1889, p. 226–227.

114

Servicio de Catastro e Información Territorial.

115

Decreto del 21 de abril de 1866 nombrando una

92

AGPSF, Protocolos de la Escribanía de Gobierno, Con-

tratos de Gobierno, 1864–1873, f. 44

Comisión para distribuir solares en la colonia Helvecia.

93

Ibídem.

Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo V,

94

Ibídem.

1865 al año 1867. Santa Fe, Tipografía de la Revolu-

95

Ibídem.

ción, 1889, pp. 84–85.

96

Decreto del 28 de mayo de 1867 mandando hacer

116

Decreto del 21 de abril de 1866 destinando una

la traza de un pueblo en Cayastá. Registro Oficial de la

manzana en Helvecia para la erección de un templo

Provincia de Santa Fe, tomo V, 1865–1867, Santa Fe,

católico. Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe,

Tipografía de la Revolución, 1889, p. 336–337.

tomo V, 1865 al año 1867. Santa Fe, Tipografía de la

97

Archivo General de la Provincia: Departamento Topo–

gráfico, Libro 72, p. 76.

Revolución, 1889, p. 85. 117

Flores y Köhler: op. cit., p. 11. Topografía, tomo 17.

Decreto del 12 de noviembre de 1867 disponiendo la

118

Ibidem, p. 11.

distribución de los solares y chacras de Cayastá. Regis-

119

Ibídem, p. 11. AGP Topografía, tomo 36.

tro Oficial de la Provincia de Santa Fe. Registro Oficial de

120

Larguía, Jonás: Informe del inspector de colonias de

la Provincia de Santa Fe, tomo VI, 1867 al año 1869.

la provincia de Santa Fe. 1876. Buenos Aires, Imprenta

Santa Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, p. 42.

y Litografía del Courrier de la Plata, p. 173.

98

99

Ibídem.

100 101

121

Wilcken, G.: op. cit., p. 131.

Servicio de Catastro e Información Territorial.

122

Ídem, p. 126.

Servicio de Catastro e Información Territorial.

123

Larquía, J.: op. cit., p. 173 y Aragón, Agustín: “Memo-

89

ria correspondiente al año 1881”, Rosario, 1882, cita-

138

dos por Juanita Köhler en “La colonia Helvecia. Análisis

extensa área de tierra como propiedad de la colonia

de sus aspectos y actividades económicas durante el

indígena de San Javier. Registro Oficial de la Provincia

siglo XIX”, III Congreso de los Pueblos de la Provincia de

de Santa Fe, tomo V, 1865–1867. Santa Fe, Tipografía

Santa Fe, 1998, p. 4.

Ley del 20 de julio de 1866 reconociendo una

de la Revolución, 1889, pp. 145–146.

124

Ensinck: op. cit., p. 312.

139

Ibídem.

125

Contrato para la fundación de dos pueblos o colo-

140

Ibidem.

nias, entre el PE y los señores D. Mauricio Franck y cía.,

141

Archivo General de la Provincia, Copiador de notas

Santa Fe, 19 de septiembre de 1865, Registro Oficial

del Ministerio 1866–1867, f. 242, citado en informe

de la Provincia de Santa Fe, tomo V, 1865–1867, Santa

del AGP.

Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, pp. 28–29.

142

SECIT. Nota de los agrimensores Pedro Bramslöw y

126

Ibídem.

Cayetano Livi del 22 de enero de 1872.

127

“A no ser que el señor Saavedra (albacea de Mariano

143

Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Archivo

Elía) de una declaración categórica, por la cual conste

de Gobierno, tomo 38.

su intención y voluntad de respetar los derechos adquiri-

144

dos por los colonos en caso de que los tribunales fallen

de solares y chacras en el pueblo que ha de formarse

en su favor; no sería prudente hacer a favor de esta

en la colonia indígena de San Javier. Registro Oficial de

colonia género alguno de recomendación. Las partes

la Provincia de Santa Fe, tomo VI, 1867 al año 1869,

Decreto del 4 de diciembre de 1867 sobre distribución

interesadas debían poner todo su empeño en la termi-

Santa Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, p. 71.

nación de un pleito que, a ambos perjudica increíble-

145

mente”. Wilcken, G.: op. cit., p. 130.

de Gobierno, tomo 38.

128

Coelho, Guillermo: Informe sobre colonias. 1874, p.

111.

146

Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Archivo A esta nota, el Departamento Topográfico informó

que hasta la fecha no constaba en su oficina que la

129

Ibídem, p. 112.

referida Comisión hubiera dado cuenta del modo en

130

Coelho, G.: op. cit., p. 112.

que se había practicado la subdivisión de los sitios y

131

Alejo Peyret fue designado inspector de las colonias

chacras del pueblo y colonia indígena, lo que probable-

de la República Argentina por un decreto del presidente

mente efectuaría cuanto tuviera conocimiento oficial de

Miguel Juárez Celman del 12.2.1887. Como inspec-

la aprobación de la mensura practicada por el agrimen-

tor, realizó la visita que dio lugar a su libro Una visita

sor Baltasar y copia del plano y diligencia de mensura

a las colonias de la República Argentina. Buenos Aires,

referida. Nota del 7 de febrero de 1879. AGP, Archivo de

Imprenta Tribunal Nacional, 1889, tomo II, p. 86.

Gobierno, tomo 54, 1879, legajo N° 28. Notas de los

132

Caloni, Vicente: Bosque histórico de las misiones fran-

jueces de Paz de esta provincia, año 1879. Transcriptos

ciscanas al norte de la Provincia de Santa Fe. Santa Fe,

en el informe del AGP.

Establecimiento tipo–gráfico J. Benaprés, 1897, p. 63.

147

Citado por Inventario del Paraná Medio, p. 182.

148

Peyret, A.: op. cit., p. 88.

Decreto del 4 de diciembre de 1867 sobre dis-

149

Ibídem, p. 88.

tribución de solares y chacras en el pueblo que ha de

150

Ibídem, tomo II, p. 89.

formarse en la colonia Francesa. Registro Oficial de la

151

“Los indígenas que viven actualmente en San Javier

Provincia de Santa Fe, tomo VI, 1867 al año 1869.

son alrededor de ochocientos; son generalmente pere-

Santa Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, p. 70.

zosos; se ocupan de casar (sic) y en pescar… Sin

133 134

Wilcken, G.: op. cit., pp. 132/133.

135

Wilcken, G.: op. cit. , pp. 132–133.

embargo, algunos trabajan y se conchaban para cultivar

136

Peyret, A.: op. cit., tomo II, p. 91.

la tierra”. Peyret A.: op. cit., tomo II, p. 89.

137

Viñuales y Collado: op. cit., p. 182.

90

152

Informe del 25 de agosto de 1884, Archivo del Mi-

166

Decreto del 29 de noviembre de 1867 destinando

nisterio de Gobierno, Expedientes 108, año 1884, Varios

una extensión de terreno sobre el río San Javier al esta-

vecinos del pueblo de San Javier solicitando se declare

blecimiento de una colonia inglesa. Registro Oficial de

comunal una fracción de tierra ubicada al poniente de

la Provincia de Santa Fe, tomo VI, 1867 al año 1869,

dicho pueblo”, transcripto en informe del Archivo Gene-

Santa Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, p. 58.

ral de la Provincia de Santa Fe.

167

Ibídem.

Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Archivo

168

Ibídem.

de Gobierno, tomo 50, año 1878, legajo N° 34 “Solici-

169

Wilcken, G.: op. cit., p. 137.

tudes Varias”, transcripto en informe de AGP.

170

Peyret, A.: op. cit., tomo II, p. 92.

Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Archivo

171

Wilcken, G.: op. cit., p. 137.

de Gobierno, tomo 50, año 1878, legajo N° 34 “Solici-

172

Coelho, G.: op. cit., p.120.

tudes Varias”, transcripto en informe de AGP.

173

Ibídem, p. 120.

174

Larguía, J.: op. cit., p. 180

175

Ley del 27 de junio de 1866 destinando a la inmi-

153

154

155 156

Peyret, A.: op. cit., p. 90. Esta fracción lindaba al norte con la testamenta-

ría de A. y M. Walter, al sur con Kemmerich y al oeste

gración espontánea una zona de tierra en la costa del

con el campo “La Dominga” de Jacobo Kade. AGPSF.

Paraná. Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe,

Topografía. Departamento San Javier, Colonia Francesa

tomo V, 1865 al año 1867, Santa Fe, Tipografía de la

y Rusa, 1898, tomo 86, f. 1582 (dato aportado por la

Revolución, 1889, pp. 119–121.

licenciada Liliana Montenegro de Arévalo).

176

Wilcken, G.: op. cit., pp. 122, 126 y 132.

177

Ibídem, pp. 122, 126 y 130.

178

Peyret, A.: op. cit., p. 83. Ibídem, pp. 86–87

157

Tourn Pavillon, Guido: Colonia Alexandra. (Un lugar del

Pájaro Blanco), Santa Fe, tercera edición, 2001, p. 25. 158

Wilcken, G.: op. cit., p. 133.

179

159

Peyret elogia especialmente la casa de Pablo Bru-

180

Ibídem, p. 84.

gnon: “es un cottage, un verdadero palacete con va-

181

Coelho, G.: op. cit., pp. 95 y 99.

rios aposentos, comedor, dormitorio, salón, cocina,

182

Ibídem, p. 112.

despensa y demás piezas. Las paredes son pintadas y

183

Ibídem., 130.

adornadas con cuadros”. Peyret, A.: op. cit., tomo II,

184

Larguía, J.: op. cit., p. 173

pp. 92–93.

185

Coelho, G.: op. cit., p. 99. Archivo General de la Provincia de Santa Fe. Archivo

160

Ibídem, p.93

186

161

Larguía, J.: op. cit., p. 177.

de Gobierno, tomo 42, f. 728, citado por Flores y Köhler,

162

Archivo de la Legislatura de Santa Fe, Documentos

p. 17

de la Cámara de Diputados, tomo 9, fojas 540–2, trans-

187

cripto por Ensinck: op. cit., pp.309/11.

de Gobierno, tomo 60, fs. 99–103, citado por Flores y

Archivo General de la Provincia de Santa Fe. Archivo

163

Ibidem.

Khöler, p. 13.

164

Sanción legislativa del 11 de octubre de 1864 que

188

Flores y Köhler: op. cit., p. 14.

acepta la propuesta de los señores Wilcken y Vernet

189

Caloni, Vicente: op. cit., pp. 60–61.

sobre fundación de una colonia en los campos de San

190

Ídem, p. 62.

Javier. Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo

191

Ídem, p. 68.

IV, 1863 al año 1865. Santa Fe, Tipografía de la Revo-

192

Estatuto Provisorio de la Provincia de Santa Fe, sec-

lución, 1889, p. 256–257.

ción III, art. 7°.

165

Registro Oficial de la Provincia de Santa Fe, tomo IV,

1863 al año 1865, Santa Fe, Tipografía de la Revolución, 1889, p. 377.

91

92

Paisaje, agua, historia y proyecto Claves para pensar la Costa María Laura Bertuzzi

Este artículo es el resultado de un fecundo proceso de investigación y estudio sobre el área de la costa que involucra al proyecto que da origen a esta investigación, pero también a otros trabajos con sede en la Universidad Nacional del Litoral y en la Universidad Politécnica de Catalunya.1 Casi cuatro años después de iniciados los mismos, podemos decir que hemos logrado desentrañar algunos aspectos del complejo territorio de “la Costa” o más precisamente de la ribera del río San Javier, arroyo Ubajay y río Colastiné. En tal sentido, en este escrito se intentan explicar cuatro elementos considerados claves para comprender los procesos de transformación de este territorio: el paisaje (entendido como forma pero también como acto de valoración), el agua (entendida en la ambigüedad con la que se presenta en el área: construcción y destrucción), la historia (en tanto modo de explicar cómo se ha llegado a conformar el espacio que nos convoca) y el proyecto (en tanto desafío hacia el futuro). 1. Paisaje

El paisaje, sostiene Agustín Berque, no ha tenido que nacer ni que inventarse: siempre ha estado allí (o casi), porque es la forma de determinada porción 93

de superficie terrestre. De algún modo, este autor se despega de la concepción constructivista del paisaje que induce a pensarlo como pura creación de la mirada humana. Dice al respecto: “el paisaje no está en la mirada sobre los objetos, está en la realidad de las cosas”.2 Sin embargo, toca a cada cultura definirlo como tal. El propio Berque —en el texto citado— nos indica un modo de verificar la existencia del paisaje en una cultura3 y sostiene que hay por lo menos seis criterios que así lo indican, a saber: 1. Una literatura (oral o escrita) que cante la belleza de los lugares (incluyendo la toponimia) 2. Jardines de recreo 3. Una arquitectura planificada para disfrutar de hermosas vistas 4. Pinturas que representen el entorno 5. Una o varias palabras para decir “paisaje” 6. Una reflexión explícita sobre “el paisaje” Berque se constituye en un teórico de referencia para el pensamiento contemporáneo del paisaje, que interpela al POMC (paradigma occidental, etnocéntrico y anacrónico), neutral, geométrico, mecánico y cuantitativo, para enfrentarlo a la visión cosmológica y totalizadora de la complejidad fenoménica del paisaje, más propia de las culturas china y japonesa. Se trata de un “pensamiento holista que pretende la integración del sujeto en el mundo”.4 Otra concepción muy importante es la de paisaje cultural, que también desde la geografía, en 1925, fuera instalada por Carl Sauer, quien lo definió como “el área geográfica en su significado final”, cuya forma deviene de todos los trabajos del hombre que lo caracterizan (población, habitación, producción, etc.). Se constituye desde el paisaje natural mediante la acción de un grupo cultural. La cultura es el agente (o factor), el área natural es el medio y el paisaje cultural es el resultado.5 Bajo la influencia de una cultura dada que cambia con el tiempo el paisaje se desarrolla a través de fases y con la introducción de una cultura diferente (alien) rejuvenece en un nuevo paisaje que se impone sobre los restos de uno anterior y más antiguo. Su identidad se puede entender mediante el reconocimiento de su constitución, límites y relación (genérica) con otros paisajes. No se trata de una escena vista por un observador sino que el paisaje geográfico es una generalización derivada de la observación de escenas individuales.6 Se forma en términos de relaciones espaciales y relaciones de tiempo. Se encuentra en continuo proceso de desarrollo o de disolución y reemplazo entre su forma antes de la actividad del hombre (paisaje natural) y después de su apropiación. El conoci-

94

miento de su estado antes de la intervención del hombre es fundamental para entender su modificación posterior (datum line). El trabajo humano se expresa en el paisaje cultural, una sucesión de paisajes en una sucesión de culturas. La concepción de Sauer, criticada por su falta de interés en los aspectos teóricos y en la concepción súper orgánica de la cultura, se viene recuperando desde su revisión. La “nueva geografía cultural” formulada en el contexto europeo y con mayor influencia marxista enfatiza la importancia del contexto (social, político e histórico) de la producción cultural7 tensionando métodos y postulados con los temas contemporáneos. Trata de realizar una aproximación más sociológica y política a la realidad en tanto procura entender la “fuerzas interiores de la cultura”, que “habían sido consideradas como una caja negra para las anteriores generaciones”.8 La cultura no existe per se, sino que existe una idea de cultura.9 Al decir de los autores referenciales de esta revisión, se trató también de reconsiderar la importancia del lugar (central), incluir la subjetividad, las voces subalternas, la cultura específica y utilizar materiales no usados normalmente por los geógrafos, abriéndose así a los debates prevalecientes en la filosofía, la literatura, estudios culturales, etcétera. Una tercera concepción es la que establece la Convención Europea del Paisaje, norma que desde el año 2000 ha generado una serie importante de acciones de regulación, protección y proyecto de los paisajes europeos. Para la misma, se entenderá por paisaje a cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos. Recientemente,10 el profesor Michel Prieur, uno de sus principales autores, sostenía respecto de la protección de los paisajes que no es necesario inventar una nueva legislación que contemple al paisaje como principal sujeto de su tutela, sino que como concepción debe integrarse a la legislación vigente (y a la planificación, nos permitimos agregar), filtrando su sensibilidad a campos antes impermeables a ella. Para ello, Prieur considera de fundamental importancia el trabajo de geógrafos, arquitectos, urbanistas, arquitectos del paisaje, ecologistas, legistas encargados de identificar los elementos constitutivos de los paisajes, generar inventarios, establecer unidades de a partir de su coherencia y homogeneidad. A diferencia de la propuesta de Berque, preocupado por la teorización del paisaje, aquí se trata de construir la idea del paisaje desde la experiencia, desde el trabajo de campo, desde el reconocimiento de la realidad, desde el paisaje existente. En la introducción de este libro, Collado refiere a otro importante concepto, acuñado por UNESCO, que entiende por paisaje a “los trabajos combi-

95

nados de la naturaleza y el hombre (…) ilustrativos de la evolución de la sociedad humana en el tiempo, bajo la influencia (…) de las limitaciones y/o oportunidades físicas presentadas por su ambiente natural y de sucesivas fuerzas sociales, económicas y culturales, tanto externas como internas”. Su elección se basa en su valor universal o representatividad y por su capacidad de “ilustrar los elementos culturales esenciales y distintivos de [las] regiones”. Otra idea pionera que debemos citar también referencial en este campo como la inmediata anterior, es la del National Park Service (NPS), de los Estados Unidos de América que tempranamente definió al paisaje cultural como “un área geográfica asociada con un evento, actividad, personaje histórico, o que exhibe otros valores culturales o estéticos”11 y que a su vez se puede clasificar en cuatro tipos: paisaje histórico diseñado, paisaje vernáculo histórico, sitio histórico, y paisaje etnográfico. Las formas que adquieren los paisajes para el NPS son los parques nacionales, casi 400 en todo su territorio. Asumir una u otra concepción implica diferencias que podrían seguir aumentando en tanto indagáramos sobre otros campos disciplinares que se interesan en la temática del paisaje: la ecología, la filosofía, el arte, el proyecto. Pero importa aquí destacar algunas cuestiones que pueden ser valiosas para analizar el caso de la costa fluvial santafesina y sobre todo para considerar la noción de paisaje como aplicable (y posiblemente hoy imprescindible) a las figuras del proyecto del territorio: 1. La forma caracteriza al paisaje (por lo que es necesario definirla, caracterizarla, valorarla, protegerla y transformarla con calidad paisajística) y si bien se han realizado algunos avances al respecto, todavía no se ha logrado una definición satisfactoria en relación al área que hemos analizado en este proyecto. 2. El arte (es decir la literatura, la pintura, la arquitectura, la música entre otras expresiones) informa sobre la existencia de paisajes y colabora en su valorización, pero es insuficiente en soledad pues debe ser apoyado por otros instrumentos que sistematicen y expresen sus condiciones. Si nos remitimos a las condiciones que establecía Berque para la existencia de paisajes, la Costa santafesina cumple con muchas de ellas, pero aún no se ha consolidado esta conceptualización. 3. Paisaje o paisaje cultural implican en una concepción amplia la naturaleza transformada por la acción de diversas culturas. Es decir, que se vuelve banal la de necesidad de hablar de naturaleza y cultura para definir paisaje, dado que estarían ambos planos integrados. Al día de hoy, en donde no queda casi porción del mundo sin la intervención del hombre —aunque más no sea el mero reconocimiento— toda porción de territorio reconocida puede considerarse paisaje. 4. La modificación del paisaje —realizada en forma cuidadosa— puede interpretarse como renovación necesaria y no como destrucción del mismo. Los 96

puntos 3 y 4 son de gran importancia para el área de la Costa dado que representa el encuentro del agua, con el campo y de la ruralidad con la ciudad. Es una interfase que demanda la exploración de conceptos y herramientas de gestión y planificación poco convencionales en nuestro medio. 5. El paisaje tiene su especificidad pero ello no impide su integración a otros ámbitos de proyecto y tutela. Por lo que la arquitectura, el diseño urbano, el urbanismo y la planificación territorial —entre otros— deben asumirlo como problemática y actuar decididamente en su consolidación. El concepto de paisaje y sus posibilidades sin embargo no aparece casi, o aparece muy restringido en los estudios sobre la Costa referidos a su planificación, a pesar de su innegable potencial, tal como se puede deducir de las líneas anteriores. Sin embargo el reconocimiento de la belleza de las imágenes costeras, de la atmósfera de sus poblados, la gran cantidad de recursos culturales devenidos de la superposición de capas de ocupación del área que se remontan al siglo XVI, el misterio de sus arroyos y lagunas, la tranquilidad de sus lugares, la profusa producción de representaciones musicales, literarias, pictóricas en parte desarrolladas por Müller, en esta misma publicación, nos permiten ratificar este enfoque.

Lámina dibujada por el jesuita Florián Paucke, vista de la parroquia, la casa de los padres y la huerta, San Javier, siglo XVIII, AGP. En otras láminas de la misma serie se puede observar el espacio ubicado entre las construcciones principales de la reducción y el río San Javier, organizado geométricamente en parterres dedicados a la huerta y senderos con hileras de árboles paralelas.

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Lámina dibujada por el jesuita Ignacio Tirsch de la Misión de San José del Cabo, Baja California, segunda mitad del siglo XVIII. Nótese la disposición de la huerta cercana a los edificios principales y a la parroquia, muchas de ellas tenían canteros de flores que se utilizaban para adornar los altares. Extraída de Díaz, Marco: Arquitectura en el desierto: misiones jesuitas en Baja California, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986.

2. Agua

El agua ha jugado, en relación al paisaje costero un rol ambiguo: por un lado elemento vital y medio de comunicación, por el otro, amenaza y factor de inestabilidad. Es decir vida, progreso y conectividad o destrucción, regresión y aislamiento. Es innecesario desarrollar aquí la importancia que tuvo el agua como recurso vital para consumo y provisión de alimentos en la definición de la localización de fuertes, reducciones de indios, poblados de criollos o inmigrantes. Pero es quizá menos obvio indicar el rol que ofició históricamente como principal medio de comunicación entre los distintos poblados desde el norte al sur de la provincia. Particularmente, para el caso que nos ocupa, el río Paraná y sus afluentes fueron los caminos del agua para las corrientes conquistadoras, situación de alguna manera espejada para el proceso de modernización. En tal sentido dice Oscar Ensinck: Hasta la primera mitad del S XIX, el río Paraná es surcado por patachos, veleros, bergantines, pailebotes, sumacas, etc., que hacían el servicio de tráfico de mercaderías entre los distintos puertos del mismo. En esas embarcaciones […] se realizaban también servicios de pasajeros […] que no eran regulares y que se debían convenir en costo, horario y tarifa con los patrones de las embarcaciones a vela.12 98

El mismo autor reconoce la existencia de diez servicios para las localidades del corredor entre 1869 y 1916. Se trataba de pequeños barcos a vapor que unían los puertos de las colonias de la Costa con Santa Fe.13 Entre 1900 y 1919, los servicios fluviales menguaron o desaparecieron en el territorio nacional. Para la zona, los servicios subsistieron hasta 1916, año en el cual llegó la línea ferroviaria del FFCC Central Norte Argentino a San Javier. En su Descripción Amena de la República Argentina, Zeballos también refiere a la navegación específicamente en el área: El río de San Javier es un brazo del Paraná que baja de Norte a Sur […] hasta unirse con el río Colastiné frente a la ciudad de Santa Fe, poniéndola así en comunicación fácil y bellísima con las colonias ribereñas del norte”. […] Navegable en todo su curso los vapores los surcan constantemente […] Débese al beneficio de esta comunicación fluvial segura, fácil y pintoresca, la prosperidad de la región colonizada al Este del Salado sobre los ríos San Javier y Paraná.14

Las optimistas postales de Zeballos, son reiteradas —con diversos grados— por otros varios cronistas que describen los itinerarios fluviales de la costa. Terminada la era de la navegación fluvial a vela y vapor, se mantuvo sin embargo una cierta vitalidad dada por la circulación de pequeñas embarcaciones tal como testimonia el relato de Demetrio Viñas, registrado15 en la década de 1990 y referido a su infancia (Viñas había nacido en 1922, en San José del Rincón). Cada familia o cada barrio tenía su atracadero al que se llegaba por caminos vecinales. Se sacaba la producción por chalanas o con lanchas con motores. […] Las embarcaciones pequeñas bajaban por el arroyo Ubajay y luego por el Colastiné, en la acería de Rincón y de ahí por el riacho Santa Fe. Se hacía una parada en la Vuelta del Paraguayo. (Bar de Moreno). […] Después parábamos en Alto Verde y en el Tiro Federal que era otro puerto (de) unos seiscientos metros de largo. Allí esperaban los compradores de las mercaderías que llevaban las embarcaciones. Algunos se iban para mercado y otros vendían al menudeo en la ciudad.

Estos relatos, que consideran a los ríos y arroyos como vías de navegación son hoy para la mayoría de los habitantes del área extraños, pues —a excepción de quienes los recorren por el desarrollo de actividades turísticas y deportivas— son contados los que pueden visitarlos y por ello la memoria de aquellos itinerarios antes referidos ha sido casi totalmente olvidada. En otras palabras, se ha borrado la memoria del agua. Paradójicamente, el agua también fue amenaza y destrucción. Los tempranos relatos Schmidel, o más tarde, los de Dobrizhoffer y Paucke entre otros, refieren a los temibles payaguas que bajaban con sus silenciosas canoas por 99

el río y que representaban un peligro tanto para los indios reducidos como para los pobladores de la Costa. Mucho más tarde en el tiempo la amenaza vendrá también desde el agua ya que las tropas enemigas de la provincia en las luchas intestinas vinculadas a la independencia nacional y a la consolidación federal, llegaban también por el río. Otro aspecto amenazante relacionado al agua fue la recurrencia de crecidas. En los relatos del propio Paucke (siglo XVIII), en los informes de los inspectores de las colonias (siglo XIX), en las crónicas de viajeros y periodísticas (siglos XIX y XX), son frecuentes las referencias a las inundaciones, anegamientos producidos por las crecidas del río que condicionaron la persistencia de los núcleos urbanos. Incluso el puerto de Colastiné, terminal del FFCC Santa Fe, fue descrito en 1902, en ocasión de la visita del presidente Julio Argentino Roca, por quienes pugnaban por su desafectación como: “aquel fangoso grupo de casillas de madera, levantadas sobre elevadas estacas que no siempre las libran de las aguas y jamás de la enfermiza humedad”.16 Sólo para el siglo XX y principios del XXI se pueden señalar las importantes crecidas sucedidas en 1905, 1959, 1961, 1966, 1977, 1982/83, 1992 y 1998 a las que debe agregarse en 2007 un anegamiento debido a las lluvias, devenido de la falta de evacuación del agua caída y apresada por los anillos defensivos. En definitiva, lo que no ha quedado aún suficientemente claro al día de hoy es que el “corredor de la Costa” no es otra cosa que la consolidación del albardón costero,17 del río Paraná (límite de su cauce y paleocauce), ocupado desde tiempos lejanos sin dimensionar el riesgo al que se exponen sus habitantes. Acciones posteriores tales como defensas, puentes y refulados, sumandos al olvido del agua como potencial amenaza, no han hecho otra cosa que generar una sensación de seguridad y confianza en que las crecientes están controladas que resulta al menos inexacta para las crecientes extraordinarias. Esto no significa que no se pueda ocupar nada, sino que debe hacerse prudentemente, disminuyendo los riesgos, ponderando y monitoreando los cambios del sistema hídrico y recordando prácticas y acciones que han minimizado históricamente los daños de las crecidas. Concretamente, el público conocimiento de las cotas altimétricas, la construcción de edificaciones palafitadas, el acondicionamiento de calles que operen como vías de evacuación seguras ante eventuales emergencias, el señalamiento de lugares altos, en donde sea posible esperar una evacuación, etc. Sin entrar en mayores abundamientos que nos acercarían más a un plan de emergencia que a reflexiones vinculadas al diseño del territorio, el espacio debe incorporar esas marcas materiales de manera tal que se recupere la memoria y la conciencia del gran poder del río. Dicho de otro modo, se trata de recordar las prácticas diferenciales que caracterizaron la particular ocupación del albardón, es decir, aquellas prácticas y diseños capaces de convivir con la cambiante morfología fluvial.18 100

Poblado de Colastiné Sur, vecino al puerto del mismo nombre. Casa de Roberto Kunst sobre pilotes. La foto fue tomada durante la creciente de 1905, Archivo de Bartolomé Corradi, gentileza de Ricardo Toledo.

Poblado de Colastiné Sur. La foto permite ver la casa de Roberto Kunst, con los pilotes completamente sumergidos en la creciente de 1905, posiblemente horas después de tomada la anterior fotografía, Archivo de Bartolomé Corradi, gentileza de Ricardo Toledo.

3. Historia

La larga ocupación de la Costa hace necesario realizar algunas aclaraciones. La primera es reconocer que el legado material de la misma no es monumental ni extraordinario, con la sola excepción de la antigua Santa Fe, que corresponde a un asentamiento de fundación española, uno de los primeros del territorio nacional, del cual quedan aún vestigios materiales de diverso grado de conservación organizados en un parque arqueológico. Sin embargo, para el resto del área, la anterior afirmación es cierta. Esta situación se debe a varios factores. El primero de ellos es que la región del litoral no constituyó para la estrategia de conquista y colonización española un espacio central, sino que fue la periferia de la organización geopolítica vigente. Durante el Virreinato del 101

Perú y hasta 1776, las ciudades del centro y noroeste del actual territorio nacional —Gobernación de Cuyo y del Tucumán— eran mucho más importantes que las del centro–este, este y sur, que conformaban la Gobernación de Buenos Aires. Luego, con la conformación del Virreinato del Río de la Plata, esta condición se mantuvo, manifiesta incluso en la propia arquitectura de este territorio y en las obras de infraestructura que eran modestas. Es así que las ciudades del período hispano tradujeron esa condición marginal en una materialidad débil y poco grandilocuente. Santa Fe y las localidades que nos ocupan no fueron la excepción. Esta situación se acentúa si reconsideramos la clave anteriormente desarrollada —las particularidades del territorio determinado por el agua— dado que la morfología cambiante del sistema hídrico no sólo estimuló la mudanza de la vieja Santa Fe a su actual emplazamiento sino que complotó sistemáticamente contra la supervivencia de las marcas materiales que testimonian las sucesivas ocupaciones. Tampoco la referida región —en el tramo estudiado— fue central durante el siglo XVIII para la consolidación del sistema de reducciones indígenas y misiones jesuíticas, dado que si se analiza con cuidado la misión de San Javier a través de los dibujos que han llegado a nosotros —en tanto modelo urbano prefigurado— y se compara con otras misiones del territorio nacional (por ejemplo, las de la provincia de Misiones) es evidente que se trataba de áreas borderizas, ensayos de consolidación de los márgenes de un sistema de ciudades particular. Sin embargo resulta de gran interés poder ubicar la obra de los jesuitas que establecieron la reducción de San Javier, dentro de una organización mayor que reproducía un modelo de asentamiento urbano–religioso tipo, adaptándolo a diversas realidades geográficas y sociales. Merece particular atención —conforme a lo desarrollado como primera clave de este escrito— el dibujo de un jardín en la referida reducción, condición necesaria —según Berque— para la existencia del paisaje.

Vestigios del antiguo embarcadero de la balsa que permitía el cruce del río Colastiné, foto de la autora.

102

Balsa a maroma en Colastiné Sur, Archivo General de la Nación (AGN).

La marginalidad del área se mantiene también en el proceso de modernización ya que las colonias de la Costa no sólo son de segunda generación (respecto de las del centro de la provincia de Santa Fe),19 sino que ya desde finales de la primera década de establecidas comienzan a manifestar una serie de problemas: la amenaza de ataques indígenas (cada vez más débil en tanto transcurre el siglo XIX pero siempre presente), el aislamiento a medida que decae el transporte fluvial, los bajos rindes de los cultivos, las persistentes y dañinas inundaciones. Testimonio de la referida condición es la incumplida promesa de conexión ferroviaria —muchas veces enunciada y ansiosamente aguardada— nunca terminó de concretarse. Por lo antedicho y para la valoración de estos elementos incompletos y poco espectaculares, se plantea un concepto amplio —desarrollado como primera clave— que es el de paisaje cultural, en tanto categoría conceptual capaz de contener tanto la secuencia de proyectos inacabados que pretendieron instalarse en la Costa, como de valorar la modestia de sus recursos y entenderlos como parte de un proceso que narra también las imposibilidades de un territorio concreto. Se trata de ordenarlos en estratos que se enriquecen en su propia superposición y vuelven al territorio un promisorio palimpsesto capaz incluso de extenderse hasta nuestra contemporaneidad.

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Además es también necesario volver a subrayar que en muchas ocasiones y como consecuencia tanto de la desatención sobre el área como de la dinámica geográfica y demográfica de la misma los vestigios materiales de la ocupación están en riesgo o han desaparecido. Ejemplos de ello sobran pero permanecen los sitios como testimonio, en tanto sean recuperados e indicados para su valoración. 3.1. Estratificaciones, mallas y puntos

Comprender la historia de un territorio, es decir cómo se ha conformado el paisaje que estamos valorizando, nos lleva a realizar una segunda aclaración que refiere la manera en que se deben mostrar los recursos culturales de la Costa. Al día de hoy cada localidad ha recuperado sus momentos más significativos y trata de hacerlos evidentes en sus museos o instituciones culturales. Sin embargo, se producen solapamientos y superposiciones que hacen que —por ejemplo— la colonización agrícola se reitere como argumento (Museo Aníbal Bergallo en Santa Rosa de Calchines, Museo del Recuerdo en Cayastá). Paradójicamente, el extraordinario legado de Paucke no encuentra un marco adecuado para ser comprendido completamente y la tradición artística de San José del Rincón (como villa de artistas) se pierde entre otros argumentos igualmente interesantes pero menos originales. Es por eso que el trabajo ha planteado la necesidad de reordenar estos argumentos, estableciendo diversos énfasis según las historias particulares de cada localidad. Esta estrategia significa que cada una de ellas pueda verse integrada en una red de recursos culturales que incluya manifestaciones arquitectónicas, particularidades paisajísticas, tradiciones productivas, fiestas, celebraciones y prácticas que en lugar de competir puedan complementarse. Para que esto pueda efectivamente concretarse es necesario el consenso de los actores sociales, pero también una estrategia que ordene el relato y la construcción de la referida red de recursos, con una narrativa clara y documentada, apoyada en una infraestructura de caminos, equipamientos y servicios eficiente. Si podemos convenir en que el territorio sobre el cual se ha realizado la investigación conforma un paisaje o una sucesión de paisajes comprensible en sus distintos estratos temporales como una manifestación material que expresa la presencia del hombre, debemos reconocer a la historia y a la cultura como imprescindibles para comprenderlo. El reto entonces reside en cómo hacer prístinas estas relaciones, cómo hacer claros y legibles los significados ocultos de ese paisaje. En otras palabras, cómo pasar de puntos aislados a

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mallas que enriquezcan la lectura, explicando los paisajes pasados y su aporte a los paisajes presentes. Además de lo antedicho, es imprescindible integrar las dinámicas contemporáneas que se manifiestan sobre el área como por ejemplo la conurbación de La Guardia, Colastiné, San José del Rincón y Arroyo Leyes a Santa Fe, o el creciente desarrollo turístico de Santa Rosa, Helvecia y San Javier, entre otras. Esta incorporación no sólo permitirá renovar el paisaje —como se manifestaba en el desarrollo de la primera clave— sino, sobre todo, tutelar la persistencia de los recursos culturales existentes. 4. Proyecto

El proyecto sobre el área presenta ciertos retos para los cuales las investigaciones realizadas pueden contribuir sustancialmente. El primero es la introducción de una escala geográfica de proyecto. Tal como se explicara en el inicio de este libro,20 el área delimitada para este estudio tiene una dimensión de 150 km y un ancho variable. Abordar esa escala implica, además de poder articular episodios localizados, asumir la existencia de grandes elementos que han conformado el territorio y que tienen valor patrimonial en sí mismos tales como los patrones fundacionales, los caminos, las trazas ferroviarias, las defensas, las riberas, entre otros. El proyecto a escala geográfica —y mucho menos el paisaje— no han sido explorados aún por las herramientas de planificación con las que contamos, baste reconocer que las figuras más usuales en este campo son el plan urbano y el plan estratégico generalmente de escala urbana,21 es decir enfoques bastante lejanos a la formulación de estrategias territoriales. Reconocida la necesidad de un cambio de escala para pensar cómo revelar la riqueza patrimonial (en sentido amplio) del área, se plantea un segundo reto proyectual: cómo hacer legibles las particularidades de este territorio y es aquí en donde se debe retomar la idea esbozada en el anterior apartado, su orden argumental. Es decir, cómo —sin banalizar ni reducir las historias locales— hacer que cada lugar exalte sus diferencias, enriqueciendo una red de recursos culturales que, lejos de competir, se complemente y explique su historia. Reiteramos aquí lo que sosteníamos anteriormente, es necesaria una hipótesis interpretativa que esté seriamente documentada para cada lugar y, tan importante como lo antedicho, es necesaria la discusión y luego el consenso local sobre esa hipótesis. No se trata de eliminar las superposiciones ni de simplificar las ricas tramas históricas ni las particularidades del presente que cada localidad presenta, sino de fortalecer las capacidades territoriales buscando su interacción y complemento, más que su competencia. 105

Hace muy poco tiempo y dentro del taller Cultura, Territorio y Paisaje,22 realizado en la localidad de San José del Rincón, se presentó un primer esbozo de hipótesis interpretativas posibles que debe ser trabajado y mejorado. • La Guardia como centro de producción de cerámica industrial y artesanal Esta localidad —incluyendo a Bajada Distéfano— contó con varios establecimientos que producían piezas cerámicas, aprovechando las arcillas locales del riacho Santa Fe. Conformó un enclave industrial que vendía sus productos a otras provincias y países. Las fábricas Alassio y Anichinni fueron los establecimientos más destacados. Al día de hoy existe una fábrica en desuso y también el Taller de Cerámica Artesanal, cuyo edificio se emplaza sobre la antigua traza de las vías del ferrocarril Santa Fe y que recupera antiguas técnicas y modelos zoomórficos.

Fábrica Alassio en La Guardia. Se pueden ver los hornos con sus chimeneas cuadradas, característicos hitos en el camino de la costa. Al día de hoy solo se conservan en pie algunas de las casas familiares ubicadas en el predio. Los terraplenes de defensa construidos en la década de 1990 cortaron la relación entre la fábrica y el río. Fotografía gentileza de la familia Alassio.

Ladrillos cerámicos incorporados en las viviendas de La Guardia como vestigios de la producción pasada, foto de Victoria Borgarello.

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• Colastiné Sur y Colastiné Norte, como puerto de ultramar En Colastiné Sur, el Ferrocarril Provincial de Santa Fe construyó en 1886 una terminal para poder embarcar cereales y maderas provenientes del norte provincial. En 1900 se instaló una segunda terminal al norte de la primera. Si bien eran modestas, funcionaron como puerto de ultramar durante más de veinte años, empleando a muchos trabajadores argentinos y recibiendo a marinos extranjeros. En cercanías al puerto de Colastiné se construyó un pequeño poblado —que aún conserva su nombre— en donde muchas de las viviendas estaban sobreelevadas respondiendo a las particulares condiciones de su emplazamiento. • San José del Rincón como colonia de artistas Rincón, localidad de muy antigua existencia fue —tradicionalmente— un poblado vinculado a la provisión de alimentos a la ciudad de Santa Fe y un espacio en donde se encontraron las culturas criolla y gringa. Hacia mediados del siglo XX, se volvió un lugar preferente para artistas plásticos, artesanos y escritores que lo eligieron como residencia veraniega o permanente, explorando y plasmando en telas y relatos las mágicas atmósferas costeras. Ricardo Supisiche, Matías Molinas, Juan José Saer, entre otros inspiraron sus obras allí que hoy las evocan. • Arroyo Leyes, como centro de producción artesanal Esta localidad ha heredado las tradiciones rinconeras alojando las actividades agropecuarias propias de San José del Rincón. Desde 2001 existe allí la Feria de Artesanos de Arroyo Leyes, un emprendimiento asociativo de pequeños productores. • Santa Rosa de Calchines, como centro de floricultura En Santa Rosa se emplazan edificios muy significativos tales como la Capilla de San Antonio, la Estancia de Santa Catalina y la Iglesia parroquial de Santa Rosa de Lima, con declaratoria de monumento histórico provincial. Pero también constituye un importante centro de floricultura, con un paisaje característico de invernaderos de rosas y yerberas. • Cayastá, como destacado sitio arqueológico dedicado a la ciudad de fundación hispana El Parque Arqueológico de Santa Fe La Vieja corresponde al primer asentamiento de la ciudad (1573) y constituye un lugar de indiscutible interés, en donde es posible comprender las características de aquellos primeros poblados de fundación española. Además de la importancia del sitio, se con-

107

servan aún parte de las construcciones originales y gran cantidad de objetos que revelan la coexistencia de españoles, mestizos, aborígenes y africanos. • Helvecia, como centro de pesca deportiva y conocimiento de la fauna ictícola La ciudad de Helvecia —próspera colonia23 durante el siglo XIX— ha incorporado a la pesca deportiva como una de sus principales actividades identitarias.24 Esta actividad podría complementarse con un espacio que promueva el conocimiento de las distintas especies de peces locales y su protección. • Saladero Cabal, como espacio vinculado a la producción El nombre de esta localidad obedece a la instalación de un saladero de carnes que si bien fue establecido recién en 1880, en las tierras de Mariano Cabal, se vincula a las antiguas prácticas ganaderas de la región. Esta localidad podría encontrar allí un interesante argumento, enriquecido con las prácticas asociadas a aquella actividad. • Colonia Mascías, como espacio pionero en la agricultura experimental Esta localidad fue pionera en la investigación, introducción y apoyo técnico de cultivos no tradicionales en el área como el algodón y el arroz. Existe un interesante conjunto de edificios, construido en la década de 1930, que subsiste como testimonio de aquellas experiencias. Hoy funciona una escuela técnica experimental en el sitio.25 • San Javier, como centro vinculado a la nación mocoví y a la acción de los jesuitas en Santa Fe La ciudad de San Javier tiene una antigua y fructífera historia que registra algunos episodios de valor extraordinario. Particularmente interesante fue la acción de los jesuitas que resultaron los encargados de la reducción mocoví de San Javier. El padre Florián Paucke documentó la vida de los mismos en el siglo XVIII mediante su descripción narrativa y gráfica, que constituye un documento de extraordinario valor para comprender el encuentro de la cultura europea con la nativa y la función de las reducciones en el territorio provincial y nacional. Podrían agregarse también la localidad de Los Zapallos, los parajes de Dos Ombúes, Cuatro Bocas, la Vuelta del Dorado, Campo del Medio, El Laurel, así como Colonia Francesa y Colonia San Joaquín; cada uno con posibilidades de integrarse a una narrativa que explique la construcción de este particular territorio. 108

Es claro que estas hipótesis pueden ser mejoradas, enriquecidas y aún reemplazadas por otras, pero lo que resulta importante es establecer alguna interpretación que haga para quienes recorren el territorio, comprensibles sus recursos culturales históricos y actuales. En tal sentido puede retomarse la idea de itinerarios culturales presentadas en otros trabajos o incluso formalizarse otras tales como red de recursos, sin pretender alcanzar las consagradas categorías establecidas por entes internacionales pero buscando enhebrar los elementos aislados que se fortalecen en su asociación. Cabe además aclarar que estas hipótesis interpretativas pueden recurrir a la historia en su argumentación, pero también pueden hacer proyecciones presentes y futuras, tal como se explica al final de este escrito. El tercer reto del proyecto que es menester señalar está vinculado al segundo y tercer apartado: el agua y la historia. Las particularidades ya reseñadas del albardón, su extrema vinculación al sistema hídrico, sumadas al paso del tiempo y a la modestia de los recursos existentes hacen que de muchos de ellos no queden más que vestigios. Es por eso que la dificultad proyectual referida reside en la imposibilidad de contar —en muchos casos— con los bienes patrimoniales en buen estado o incluso, con su propia existencia, pues de ellos no quedan más que vestigios, marcas que es necesario rescatar del olvido. En tal sentido hemos realizado un ejercicio que interesa presentar muy sintéticamente, localizado al sur del área sobre la cual se ha desarrollado la investigación, en la jurisdicción de la ciudad de Santa Fe y que involucra a Bajada Distéfano, La Guardia, Colsatiné Sur y Colastiné Norte. Se trata del rescate de tres episodios vinculados su modernización, producidos a finales del siglo XIX y en el primer tercio del siglo XX. Ellos son: el Ferrocarril Santa Fe, el puerto de Colastiné (terminales norte y sur) y el pequeño poblado de producción cerámica de La Guardia. Dado que de los mismos no quedan más que vestigios, se utilizó como estrategia su evocación, por medio del proyecto de un edificio y la articulación de cuatro espacios públicos que fueron diseñados como plazas que los recuerdan. De norte a sur: Centro de Interpretación de la Costa y Plaza del Puerto (1), Plaza del Ferrocarril (2), Plaza de la Naturaleza (3), Plaza de la Cerámica (4). Las referidas plazas se hallan unidas por un recorrido que integra el terraplén Garello (ubicado sobre el antiguo puerto de Colastiné Norte), el edificio de la Toma Nueva de Obras Sanitarias de la Nación, al oeste del cual se ubica la Plaza del Puerto, las calles Ibirá Pitá, bulevar Las Grevileas, calle Mepenes y parte de la antigua traza de la vía del ferrocarril. El espacio del Centro de Interpretación de la Costa se pensó como un lugar público que informe sobre la historia del área pero que también permita

109

alojar actividades de capacitación, exposición y recreo. Además de bibliografía temática, fotografías antiguas, objetos y materiales multimedia incluiría también una colección de entrevistas a los actuales pobladores sobre sus memorias, ya realizadas por el equipo extensionista que desarrolló el proyecto. La materialización del edificio y de las plazas también emplea el recurso de la evocación, utilizando contenedores metálicos que hoy se emplean en actividades portuarias. El sitio elegido para su ubicación, también es accesible por agua, desde el río Colastiné. Todo el proceso se realizó con la activa participación de la comunidad.

110

Proyecto del Centro de interpretación de la Costa. Autoría: M. Victoria Borgarello.

La evocación como recurso. Las plazas de la cerámica, del ferrocarril Santa Fe y del Agua.

111

Identificación de algunos de los recursos culturales con los que cuenta el tramo sur del área de la Costa. Itinerarios de plazas temáticas

La Plaza de la cerámica

112

Notas 1

Los trabajos aludidos son: La costa como paisaje

writings of Carl Ortwin Sauer. University of California

cultural. Interpretaciones, relevamiento y valorización

Press. Berkeley and Los Ángeles, 1965.

de edificios, sitios y huellas entre las localidades de

6

La Guardia y San Javier. Programa Fortalecimiento de

mente positivistas del paisaje, no negaba la posibilidad

las Capacidades de innovación del sistema productivo

de generalizaciones, en oposición a la mera opinión, sin

de la provincia de Santa Fe; Instrumento 2.1 Apoyo a

valor científico. De algún modo se mueve entre dos ten-

proyectos de Investigación sobre temas de Interés pro-

siones, ya que, por un lado, reclama cientificidad a la

vincial, Secretaría de Estado de Ciencia, Tecnología e

geografía y, por otro, destaca la introducción de valori-

A pesar de que Sauer se resistía a los enfoques pura-

Innovación, Provincia de Santa Fe, convocatoria 2008,

zaciones “sensibles”.

desarrollado durante 2009 y 2010 con sede en la UNL

7

y Proyecto de Extensión de Interés Institucional: Centro

de Cultura Contemporánea de la Universidad de Birming-

de Interpretación de la Costa. La Guardia y Colastiné

ham entre los años 1950 y 1970, que influyeron sobre los

Norte y Sur, Secretaría de Extensión, UNL, convocato-

geógrafos británicos desde la década de los ’80, cuando

ria 2009, en curso con sede en la UNL. Ambos dirigidos

empiezan a interesarse por la vida cultural de las ciudades

por la autora.

de las sociedades capitalistas avanzadas y por conceptos

Aquí se destacan los desarrollos del Centro de Estudios

Proyecto de Tesis Doctoral de la autora: Marcas en el

tales como “identidad”, “significado” e “imaginación”.

Paisaje. La construcción del territorio fluvial. Perma-

8

nencias y ausencias en el tramo La Guardia–San Javier,

(ed.): “Introdution” en A companion to Cultural Geogra-

Duncan, James; Johnson Nuala y Schein, Richard

Departamento de Urbanismo, Universidad Politécnica de

phy, United Kindom, Blackwell, 2004.

Catalunya. En curso con sede en la UPC, bajo la direc-

9

ción del Dr. Joaquín Sabaté Bel.

libro citado, establece algunas características de los

2

Berque, Agustín: El pensamiento paisajero, Madrid,

Biblioteca Nueva, 2009, p. 59

Richard Schein, en el capítulo “Cultural Traditions” del

estudios culturales: Examinan su sujeto o tema en término de prácticas culturales y su relación con el poder.

3

Ídem, p. 60

Su objetivo es exponer las relaciones del poder y exami-

4

Ídem, prólogo de Javier Maderuelo.

nar cómo influenciaron y modelaron las prácticas cul-

Sauer, Carl. “The Morphology of Landscape”, en

turales. Buscan entenderlo analizando el contexto social

Leighly, John (ed) Land and Life. A selection from the

y político en el que se producen. Entienden que la cul-

5

113

tura tiene dos funciones: es el objeto de estudio y es

14

el lugar de crítica política y acción (quiere ser tanto

República Argentina, tomo II: La Región del trigo, Bue-

Zeballos, Estanislao: Descripción Amena de la

una empresa intelectual como pragmática). Intentan

nos Aires, Peuser, 1883.

exponer y reconciliar la división del conocimiento (un

15

Rodil, Marta: Puerto perdido, Santa Fe, UNL, 1994.

observador que está siendo observado).

16

Diario Nueva Época, 30 de octubre de 1902, p. 5,

Se comprometen con una evaluación moral de la socie-

col. 6, Hemeroteca Archivo General de la Provincia de

dad y una línea radical de acción política. Quieren

Santa Fe.

entender y cambiar las estructuras de dominación.

17

El corredor —incluido en el valle aluvial del Paraná—

Disertante en las 2das. Jornadas de Derecho Ambien-

se estructura sobre el albardón funcionalmente vincu-

tal, Patrimonio Cultural y Urbanismo del Litoral, realiza-

lado por la ruta provincial Nº 1, que fue construida en

das en abril de 2011 en la Facultad de Ciencias Jurídi-

un lento proceso de superposición de capas y elevación

cas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral.

del nivel de sus calzadas. Hacia el este sus niveles alti-

10

11

http://www.nps.gov

métricos descienden siguiendo el escurrimiento hacia

12

Ensinck, Oscar Luis: “Cap. VI. La navegación en el

el río San Javier y hacia el Paraná, mientras que hacia

río Paraná. Servicio de vapores, pasajeros y mercade-

el oeste la situación tiene algunas similitudes con leves

rías” en Historia Económica de la Provincia de Santa Fe,

pendientes hacia Los Saladillos, conformando un te-

Rosario, UNR, 1985, p. 95.

rreno con leves depresiones que también se anegan por

Los vapores mencionados por Ensinck son: Vapor 5°

lluvias o por crecidas de los diversos cuerpos de agua

(1869) carrera Santa Fe–San Javier, subvencionado

(lagunas, arroyos, etc.). Un gran porcentaje del suelo

por el Gobierno Nacional, con la obligación de tocar en

que se extiende entre el río Paraná y los Saladillos, está

todos los puertos y colonias de la Costa , accesibles por

ocupado por islas poco aprovechables para asenta-

río. Vapor Carolina (1872) unía Santa Fe y San Javier,

mientos permanentes y producción tradicional. El suelo

semanalmente con escalas en San José, Santa Rosa,

restante (rural o urbano) tiene cotas bajas y en el mejor

Cayastá, Helvecia y San Javier” (a cargo del la agencia

de los casos está protegido por obras estructurales tales

13

José Costa). Vapor “El Águila” (1881) unía San Lorenzo

como terraplenes y tablestacados.

con San Javier, con escalas (entre otras ciudades) en

18

Santa Fe, Rincón, Santa Rosa, Cayastá, Helvecia y San

un asentamiento palafítico ahora desaparecido. Sin

Javier. Vapor Emilia (Santa Fe–Goya) (1881), haciendo

embargo, en Colastiné Sur es posible ver todavía algu-

tres viajes redondos mensuales tocaba todos los puer-

nos vestigios de casillas, como testimonio de la pervi-

A título de ejemplo, el poblado de Colastiné era

tos y colonias entre el puerto de Reconquista y el de

vencia de aquellas prácticas.

Santa Fe (también subvencionado, pues producía pér-

19

didas). Primer Santafesino (1882) con tres viajes men-

centro de la provincia. Las colonias de la Costa se fun-

La Colonia de Esperanza se estableció en 1856 en el

suales a Rosario y tres a San Javier, hacía escala en

daron un poco más tarde en la década de 1860.

San José, Santa Rosa, Cayastá, Colonia Helvecia, San

20

Ver introducción de Adriana Collado.

Joaquín y colonia Francesa. Vapor “Castor” (1887)

21

Una excepción relativa podría ser el Plan Estratégico

de La Platense Flotilla Company Limited, comprado a

Provincial Santa Fe, aunque paisaje y patrimonio no son

las “Mensajerías Fluviales”, con escalas en San José,

temas centrales para el mismo.

Santa Rosa, Cayastá, Helvecia, Saladero, San Javier.

22

Vapor nacional “Comercio de Coronda” 1892, servi-

blioteca Popular “Domingo Silva” con la presencia de

El mismo se realizó el 14 de julio de 2011 en la Bi-

cios Rosario–Helvecia con escalas. Vapores Lucero y El

diversos actores sociales.

Yerba (Compañía Sarsotti) que prestaron servicios hasta

23

1916. Vapor Alcará (Compañía Comercio Unido de San

caba su producción agropecuaria. Hoy mantiene el cul-

Javier) hasta 1916.

tivo del maní, la ganadería y ha incorporado el cultivo

Contaba incluso con un puerto en donde se embar-

de soja.

114

24

Desde 1973 se celebra la Fiesta del Amarillo en la

ciudad, durante el mes de julio.

ción fue cerrada en 1970, pero fueron transferidas sus instalaciones al ámbito del Ministerio de Agricultura y

En 1936 se instaló en Colonia Mascías una Esta-

Ganadería de la Provincia de Santa Fe, que constituyó

ción Experimental Agropecuaria dependiente del Minis-

un Centro Operativo Experimental en el que se que pro-

terio de Agricultura y Ganadería de la Nación y luego

movió el cultivo de arroz y su desarrollo en la región. En

del INTA. Allí se realizaron investigaciones referentes al

1988, parte de sus instalaciones fueron destinadas a la

cultivo del algodón, que oficiaron de importante apoyo

Escuela Aerotécnica Nº 377 y en 1995, se cerró el Cen-

técnico a la producción del mismo en el área. La esta-

tro Experimental. Entrevista realizada a Carlos Medero.

25

115

116

Representaciones costeras La construcción de un imaginario del litoral santafesino en el arte local Luis Müller

El cielo domina ese paisaje. Incesante, lento, puntual. El firmamento desfila, inmediato y desplegado en su totalidad, apoyándose en el horizonte circular…

Juan José Saer, El río sin orillas Lo que entendemos por “paisaje” no deja de ser un concepto inestable y que, al menos desde hace un tiempo, podemos considerar como “en proceso de construcción”. Abordaremos al menos dos grandes posiciones, referenciadas ambas en autores provenientes del campo intelectual francés; en el texto de María Laura Bertuzzi podemos leer que para Agustín Berque el paisaje “no ha tenido que nacer ni que inventarse; siempre ha estado allí (o casi), porque es la forma de determinada porción de superficie terrestre”,1 pensamiento que asume una existencia per se autónoma y material, aunque el autor explica que cada cultura será la encargada de dar sus definiciones, con lo cual incorpora un matiz que suaviza la primera afirmación. 117

Para Alain Corbin, en cambio, el paisaje es producto de una construcción humana, una interpretación de la naturaleza a la que se recorta asignando valores a determinadas porciones de la misma y dejando a otras en distintas condiciones valorativas. En su análisis histórico sobre el uso de las zonas playeras, Corbin se encarga de demostrar que, para la cultura occidental, la playa se constituye como tal a partir de un relativamente reciente proceso de cambios de hábitos y patrones culturales, que fue asignando usos y valores a una franja costera que, durante miles de años, no fue mucho más que una interfase entre la tierra y el agua.2 Es esta línea de pensamiento la que nos lleva a pensar: ¿qué es un paisaje sino la mirada de quien lo contempla? Por ejemplo, ante una escena mínima reducida a dos elementos: la luna sobre el río ¿nos encontramos frente a un paisaje o nada más que ante la presencia de un disco luminoso recortado sobre fondo oscuro y el agua que lo refleja? Naturaleza (paisaje natural)–ciudad (paisaje urbano)–fusión de ambas entidades, conjunción de técnica y naturaleza, todo ello puede convertirse en paisaje, pero para que esto ocurra alguien, un sujeto o una comunidad, debe designarlo y otorgarle tal condición. La preexistencia por sí sola no confiere tal categoría, simplemente “es” río, mar, cielo, árboles, montañas, tierra, piedra, arena, nieve, construcciones, edificios, objetos quietos o en movimiento, es lo que se ve sin ser apreciado. En el momento de la contemplación, cuando se tiene la noción de estar frente a una visión interesada y se activa la percepción sobre lo mirado, se hace consciente la presencia del paisaje, un concepto construido culturalmente y, como tal, dinámico y variable con el correr del tiempo, a la vez que diverso según las tradiciones y sociedades en que se realice. Así, para convertir un ensamble de objetos naturales y artificiales en paisaje, es necesario un trabajo social de cierta duración temporal. […] Es la recepción de esa diversidad sensible, y la imaginación que produce representaciones que corresponden a ideas sin reducirse a ellas, la que configura paisajes. La historia produce los paisajes y la memoria (que cristaliza el pasado en sentido común) abona su permanencia.3

Entonces, la idea de paisaje y, por extensión, su concepción como patrimonio, de aquello a valorar y preservar, resultará de acuerdos sociales, estructuras conceptuales y construcciones culturales en las que intervendrán múltiples actores y diversas disciplinas. De todos modos, tanto si pensamos al paisaje como fragmento de territorio (acepción utilizada básicamente por la geografía), como si lo hacemos

118

desde su representación a partir de la mirada (concepción cultural), caeremos en la cuenta de que ambas se complementan y refieren mutuamente. 1. Paisaje y sensibilidad plástica

Si bien, en términos generales, puede llegar a existir un relativo consenso acerca de lo que el lugar común indica que debiera provocar tal o cual situación en determinadas condiciones (nociones incluso transmitidas y aprendidas), íntimamente imprimirá en quien lo observe sensaciones diferentes, en cada persona vibrará con distinta intensidad y registro, provocando emociones intransferibles en sintonía con historias personales, sensibilidades, memorias, vivencias, bagajes culturales. Es por eso que los artistas visuales (pintores, dibujantes, grabadores y luego fotógrafos y cineastas) históricamente han encontrado motivos de inspiración en los paisajes, produciendo obras que expresan sus percepciones e intereses estéticos y que, también, actúan de modo diverso según las condiciones de recepción de quien las contempla. De igual modo, la misma historicidad propia del arte de la representación de paisajes propone períodos, escuelas, regiones, que a lo largo del tiempo fueron dando concepciones y modos de expresión reconocibles y variados, que permiten su identificación y análisis crítico. Las culturas orientales difieren en mucho de la concepción occidental del paisaje, tanto como en uno y otro caso resulta tan disímil la representación del espacio en el plano del papel y el modo en que se lo concibe. Si interesa rastrear un inicio probable de una concepción moderna de esta temática en occidente, es necesario remitirse al período del Renacimiento, en el que la naturaleza dejó de ser el fondo de las escenas religiosas para adquirir un valor estético apreciable, que dio motivo a que los pintores italianos y del norte de Europa desarrollaran técnicas y tratamientos pictóricos cada vez más refinados. Más tarde, a fines del siglo XVIII y principios del XIX, en la visión romántica el paisaje será tratado en la condición de lo sublime, inasible, sobrecogedor, elevándose a uno de los valores más altos en su capacidad de referir al mundo de las emociones y sensaciones. Como consecuencia y oposición, al avanzar el siglo XIX, la emergencia de un grupo de artistas enfocados en la imagen realista y con intereses centrados en representar la naturaleza a partir de su observación directa, dio lugar a la producción de escenas rurales, de la campiña o de pequeños poblados o, directamente, de paisajes agrestes de las montañas, los valles, los ríos, los bosques, con escasa manipulación de los aspectos emocionales o subjetivos por parte del artista, que apelaba a la

119

intención de transmitir una visión de la realidad apenas filtrada por su técnica. Esta nueva actitud coincide en el tiempo con una creciente actividad y manifestación de intereses vinculados al estudio y/o disfrute de los espacios naturales: viajeros, excursionistas, geógrafos, naturalistas, escritores y poetas, artistas de diversas disciplinas y, no pocas veces, personajes en los que varias de estas condiciones coincidían en una misma persona, contribuyeron a delinear una renovada sensibilidad acerca de la naturaleza. En el último tramo del siglo XIX, con los pintores impresionistas, la representación paisajística logró un protagonismo casi excluyente en su doble aproximación a lo natural y/o lo urbano, y como manifestación de la subjetividad del artista, receptor de impulsos emocionales y estéticos estimulados por la contemplación del mundo, que provocarán su transferencia a la obra pictórica activados por una cierta urgencia expresiva. El siglo XX, al desarrollar fuertemente las tendencias abstractas, relegó las expresiones figurativas con el consiguiente desplazamiento de la pintura de paisajes a un grado menor, o transformándola radicalmente, llevándola a los extremos de la vehemencia expresionista o del extrañamiento surrealista. Es a partir de sus primeros años que la pintura de paisajes comienza a ocupar un lugar de interés en el arte en Argentina, para instalarse definitivamente y desarrollar temáticas propias, regionales, a la vez de entrar en permanente sintonía con las tendencias internacionales. Avanzado el siglo, el paisaje mismo empezó a constituirse en objeto del arte, ya no en su representación sino como materia de intervención y concepto, abriendo la posibilidad de la apropiación y transformación directa de los espacios naturales o urbanos como obra de arte. En consecuencia, a lo largo de este tiempo, las representaciones e intervenciones del —y en— el paisaje, se han ido constituyendo en un factor de vital importancia en la construcción de las identidades locales y regionales, descubriendo y develando, dirigiendo la mirada y la observación, activando la percepción, propiciando la contemplación, otorgando sentido y favoreciendo sentimientos de pertenencia; en definitiva, contribuyendo a la elaboración de consensos y a la apropiación social del ambiente en tanto paisaje. 2. Miradas sobre el paisaje litoraleño

Para Santa Fe y su región costera, la producción de artistas que, generación tras generación, han consolidado la temática del paisaje litoraleño como un tópico de permanente presencia sin abandonar esta práctica (aunque los dictados de las modas o tendencias se orientasen en otras direcciones) ha resul-

120

tado una contribución innegable a la configuración de su identidad cultural, llegando a instalarse, en determinadas instancias, una denominación tal que, como “Escuela del Litoral”, abarca una considerable cantidad de artistas, obras y motivos. En este sentido, pays, la raíz francesa del término paisaje, acude prestamente a dar sentido a esa ligazón con la palabra en nuestro idioma: paisaje como país, y la pintura del paisaje de la región como representación del territorio propio, de la patria chica, paisana, que nos contiene y a su vez nos representa. La estructuración de un imaginario “litoraleño, “costero” o “islero” por parte de los artistas santafesinos tiene una larga trayectoria y, en general, ha obtenido una importante penetración en distintas capas de la sociedad santafesina, que demanda y aprecia la temática. Motivos como el río y sus costas, sus habitantes y personajes, acompañados por los elementos cotidianos utilizados para la pesca (actividad primordial y omnipresente) que se sintetizan en las embarcaciones —en especial la canoa—, redes, líneas; o de las precarias instalaciones de sus ranchos (a veces transitorias, otras definitivas) fauna, vegetación, arenales, escenas siempre envueltas en una luminosidad característica, o las sombras de la maraña verde, han sido los lugares comunes más aceptados y requeridos. En suma, se puede decir, sin dudas, que los artistas santafesinos en general, pero sobre todo los pintores, en particular, lograron instalar una temática que se inscribe en una tradición largamente desarrollada en la historia del arte, a la que supieron adaptar y desarrollar con características propias y locales. La mirada y la posición estética de cada autor han dado una gran variedad de enfoques y posibilidades que, más allá de las técnicas empleadas, lograron transmitir la esencia del ambiente con resultados que van desde una representación costumbrista, figurativa y realista al extremo (tal es el caso de la obra de Juan Arancio, quien con gran habilidad de dibujante logra una minuciosa capacidad descriptiva y consigue una identificación notable con un amplio público, a tal punto que sus láminas se reproducen masivamente convirtiéndose en íconos populares), hasta alcanzar grados de abstracción notables (por ejemplo, en la producción de Ricardo Supisiche, nombre firmemente instalado en la catalogación del arte argentino, creador de atmósferas sutiles, evanescentes y metafísicas). Los temas propios de la región recibieron la atención de extranjeros y viajeros que han dado testimonio de sus impresiones desde mucho tiempo atrás. Aunque no haya sido guiada por un interés puramente artístico, es de destacar, por ejemplo, la serie de dibujos de gran valor documental y plástico realizada por el jesuita polaco Florián Paucke en la segunda mitad del siglo

121

XVIII, en los que retrató con gracia y talento la vida cotidiana de las reducciones indígenas de la colonia en la región, la flora, la fauna y el ambiente natural de la zona. Más tarde, también en textos escritos desde la observación de aquel que mira con la mirada del extranjero recién llegado, encontramos descripciones que, a veces, resultan tan elocuentes como una pintura: El Rincón. Esta isla separa el río Paraná de la Laguna Grande del Salado, lago de quince a dieciocho leguas de largo y tan ancho que parece un mar. La isla del Rincón tiene magníficos pastizales, tierras cultivadas y un bonito pueblo con una iglesita blanca que luce a lo lejos recortándose en el azul del cielo.4

Es de notar que Lina Beck–Bernard, a pesar del error geográfico que comete al confundir la laguna Setúbal con el río Salado (en el que incurre por desconocimiento de un territorio que le resultaba nuevo) establece los tópicos básicos que permiten sintetizar, en un breve párrafo, una descripción comprensible (y acertada) de los elementos estructurantes del paisaje litoraleño: el agua, la vegetación y el amplio cielo, conjugándose con la labor humana visible en el cultivo y la construcción de un poblado y su sencilla iglesia. Durante el siglo XIX la ciudad de Santa Fe tuvo poca presencia de pintores con radicación permanente. Más bien se registra el tránsito de artistas (muchos de ellos europeos) cuyos encargos se remiten en general a la temática del retrato. Según Antonio Colón,5 es probable que fuera Héctor Facino, de origen italiano, el primer pintor que, en 1868, se radica en la ciudad y permanece hasta su muerte, ocurrida en 1890, dedicándose en ese tiempo también a la enseñanza del dibujo y la pintura dictando clases en el Colegio de los Jesuitas, en su estudio y en casas particulares, despertando un incipiente interés por el arte en algunos miembros de la sociedad santafesina. Sin embargo, su presencia y actividad parecen no haber provocado mayores cambios en la cultura artística de una ciudad que debió esperar a que recién décadas más tarde arraigue y se afiance una expresión que, una vez afirmada, tuvo un desarrollo sostenido y creciente. A los fines de establecer una genealogía del arte en la región y rastrear la presencia de los motivos litoraleños, tomaremos como referencia el estudio realizado por Taverna Irigoyen en Cien años de pintura en Santa Fe. Este autor distingue dos primeras generaciones de pintores santafesinos (considerando de este modo a quienes no resultan ser viajeros de paso o pintores de academia, sino a aquellos que viven en la región y comienzan a imprimir una impronta local en sus temáticas) ubicando a éstas en torno a la década de 1920 la primera, y de 1940 la segunda.

122

Conformando la primera generación Taverna menciona a Ludovico Paganini, Héctor Lauría, Virgino Pozzi, Juan Mula, José García Bañón, Domingo Carriéres y Mauricio Grewel, y señala que “en todos ellos prima un condicionante temático, la fuerza del paisaje litoral” y luego añade: “específicamente en el campo de la plástica, nuestra región ha asumido a través de sus pintores una representación geográfica y humana de particularísimo relieve. Como pocas, la del Litoral ha alcanzado, a través de varias generaciones de artistas, un verdadero acorde conceptual en el que se ensamblan las formas transfiguradas del paisaje, los seres que lo animan, sus vertientes mágicas o de secretas ascendencias, la vibración de una atmósfera propia, la secuencia de símbolos hasta alcanzar las alegorías”.6 En tal sentido, habla de un sentimiento telúrico totalizador que ha estado siempre presente en las temáticas abordadas: el hombre y el paisaje, tratadas “dentro de la guía de la pintura romántica, del neoclasicismo, de alguna impronta realista o naturalista”.7 De similares filiaciones estéticas, destaca también las figuras de Agustín Zapata Gollan, del que subraya algunos grabados que muestran rincones de la ciudad colonial y de Sergio Sergi, que sobresale en la pintura de retrato. La segunda generación que Taverna reconoce se forma en un ámbito más institucionalizado: desde la creación del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez en 1922 (que para los años 40 ya había alcanzado trascendente notoriedad, tanto por sus colecciones como por ser sede de importantes muestras y salones), a la apertura de importantes centros dedicados a la cultura artística, como el Museo Municipal de Bellas Artes en 1936, del que, como lógica consecuencia, deriva la puesta en funcionamiento de la Escuela Municipal de Arte, ciclo que finalmente se consolida con la creación de la Escuela Provincial de Bellas Artes de Santa Fe, impulsada por Juan Mantovani e inaugurada el 24 de mayo de 1940. De este modo, en algo menos de dos décadas, las instituciones para la enseñanza y puesta en circulación del arte en la ciudad estructuraron un escenario propicio para su desarrollo y crecimiento, confirmando que, por delante, el panorama se ofrecía promisorio. En este grupo, que ya contó con mejores condiciones para su formación plástica y visibilidad social, pueden mencionarse a Enrique Estrada Bello (retratista del hombre del litoral, que tematiza el paisaje ribereño, rincones del barrio sur, bodegones); Francisco Clemente Puccinelli, quien pintó la Santa Fe colonial y San José del Rincón haciendo de la acuarela su recurso más expresivo; César Fernández Navarro, “retratista, paisajista y pintor de costumbres en ciertos casos”; José Domenichini, paisajista y retratista de raíces académicas; Raúl Schurjin, también retratista y paisajista que más tarde

123

se orienta a la crítica social; Ricardo Supisiche, que lleva al paisaje isleño a clave metafísica y atmosférica; César López Claro, con períodos que van del Litoral al Altiplano con resonancias de los maestros europeos; Matías Molinas, quien según el autor citado es “por antonomasia pintor del litoral”; y un puñado de autores como Pedro Logarzo, Ernesto Fertonani, Lausen Freyre Beñatena, Julio Lammertyn —entre otros— con obras que se caracterizan desde el realismo social, el paisaje urbano, la documentación histórica, o el retrato, hasta incluir al catalán José Planas Casas, que trajo consigo las búsquedas del surrealismo. La producción de este conjunto de artistas, que constituyó una cima elevada del arte santafesino, claramente y más allá de la calidad plástica de las individualidades, muestra que la impronta pictórica en general se volcaría hacia una representación figurativa en la que prevalecen como motivos el paisaje, su gente y la ciudad mostrada en sus rincones más tradicionales, vestigios de esa Santa Fe colonial que aún sobrevivía en el barrio sur en viejas casonas y patios arbolados, como postales nostálgicas de la ciudad que fue y ya no sería. Las circunstancias favorecieron también, que las temáticas abordadas lograran una interesante penetración. Ya en los años 30, en el campo del arte en el país comienza la discusión —con más apasionamiento que rigor crítico— acerca de la toma de posición entre partidarios del arte social y del arte puro (o arte por el arte) y que terminaría por dividir las aguas a partir de la Guerra Civil Española, que provocó una fuerte incorporación en las disputas teóricas de la dimensión política, lo que indujo el posicionamiento de los artistas frente a este hecho y otras cuestiones sociales, volcando hacia estas posiciones el favor de la crítica. En esta ocasión, algunos artistas santafesinos se encontraron con un escenario que les resultó propicio para incorporarse al panorama nacional a partir de sus propias producciones que, ligadas a la problemática del hombre y su región, retratada muchas veces en sus condiciones de mayor precariedad y pobreza, habían venido realizando con constancia y continuidad. De todos modos, más allá de la vigencia e importancia de esta impronta social, el paisaje constituyó la base de sustentación temática de la plástica del litoral y, tal como expresan algunos análisis críticos de la época, “el Paraná y sus riberas, el campo y los suburbios de las ciudades dominan en la joven pintura santafesina”.8 Una confirmación del sentido de pertenencia a la región de estos artistas, puede constatarse en que, bajo el modelo del Grupo Litoral rosarino y a instancias de Ricardo Supisiche, entre 1959 y 1961, se constituyó un agrupamiento que fue bautizado con el nombre de “Grupo Setúbal”, en referencia

124

a la laguna que une por sus costas a la ciudad de Santa Fe y el territorio de la pequeña localidad de San José del Rincón, una geografía vital para todos los integrantes de este círculo, que estuvo integrado por el mismo Supisiche, José Domenichini, Ernesto Fertonani, Matías Molinas, Jorge Planas Viader, entre otros. Como grupo de estudio, abiertos a la discusión y a la investigación técnica y estética, hicieron de la temática costera un motivo central al que abordaron tanto con espíritu colectivo como con personalidad individual. Esta breve experiencia, que tuvo entre sus objetivos extenderse mediante conferencias, cursos, el apoyo a los artistas noveles y, en general, al desarrollo de la plástica en la región, marcó una instancia clave en la producción artística local impulsando su proyección a la escala nacional. Al solo efecto de ampliar el contexto de interpretación, mediante la presentación de breves datos biográficos, se tratará de concretar la línea argumental que se viene desarrollando. Vale aclarar, en esta instancia, que no se pretende con ello realizar biografías exhaustivas, sino de unas mínimas referencias que permitan ubicar a algunos artistas en su historia de vida (y para el caso, seleccionados a condición de haber fallecido) con el fin de establecer una mejor comprensión de sus relaciones con el tema que nos ocupa. Del mismo modo, corresponde mencionar que, si bien se trata de ejemplos destacados, esto no implica una cuestión valorativa que arroje un cono de sombra sobre muchos otros artistas que, de modo semejante, pueden ser considerados igualmente importantes para el desarrollo de una temática que, a esta altura, podríamos pensar que ha cristalizado en un género propio y apropiado; propio porque ha tenido un surgimiento y desarrollo de fuertes connotaciones locales, abonado por la consistencia de las obras, las trayectorias de los autores, la continuidad y presencia en el tiempo y los reconocimientos alcanzados y, apropiado, porque ha sido tomado como representativo de una condición de pertenencia a un lugar, a una región, a un paisaje, por amplios y variados sectores de la sociedad santafesina entendida ésta en un sentido extenso, no solamente limitado a la geografía de la ciudad capital. 3. Algunos autores

Ludovico Paganini (1884–1957) Nació en Mantua (Italia). Radicado en Santa Fe (donde transcurriría el resto de su vida) realizó estudios de pintura con los profesores Cingolani y Reynares, integrándose más tarde al ambiente del arte en la ciudad, ocupando cargos institucionales de importancia.

125

Instaló su taller de trabajo en San José del Rincón, lugar desde el que estudió a fondo el paisaje del Litoral, al que dedicó gran parte de su obra. Seguramente impresionado por las características geográficas y las cambiantes condiciones del río, en no pocas ocasiones sus trabajos ilustran las consecuencias de las crecidas. Inundaciones, taperas, recodos del río, la presencia amenazante del agua, la luz que se cuela entre los ceibos, fueron motivos frecuentes, capturados con acertada técnica paisajística en la que sobresale el uso del óleo trabajado con espátula. Enrique Estrada Bello (1893–1964) Santafesino toda su vida, estudió dibujo y pintura en la Academia Provincial Reynares, obteniendo el diploma de profesor. Sus comienzos se ubican como ilustrador en medios de la prensa local. Ajeno a las cambiantes corrientes estéticas, fijó su apreciación plástica en expresiones más bien atemporales, o vinculadas a las tradiciones figurativas y realistas, siempre en busca de temas populares, en los que con frecuencia aparecen los pobladores del Litoral y sus paisajes. De gran intuición para captar modos y situaciones costumbristas, configuró un mosaico de personajes reconocibles en su singularidad y a la vez universales en su condición, que fueron registrados en dibujos, grabados y pinturas. Al respecto diría Domingo Sahda: “el litoral santafesino y sus habitantes constituyeron un venero inagotable para la producción de pinturas, dibujos y grabados de este sensitivo creador de íconos esencialmente populares”.9 Francisco Puccinelli (1905–1986) Su lugar de nacimiento fue Grütly, una colonia adentrada en territorios de la “pampa gringa” santafesina sin cursos ni espejos de agua a la vista. Sin embargo, Puccinelli (pintor de plen air y caballete al hombro), quien viajó registrando diversos lugares países del país y de América Latina, hizo de San José del Rincón su lugar, desde el que se relacionó con el paisaje litoraleño. Habiendo realizado estudios en Francia, en la Escuela de Bellas Artes de Marsella, su técnica más elaborada fue la acuarela, con la que realizó incontables registros de las calles sombreadas de Rincón, viejas casas, la iglesia, gente y animales domésticos traduciendo en la ágil pincelada y el color de la mancha aguada el ambiente calmo y moroso de la población y de los paisajes costeros; del mismo modo, retrató los rincones tradicionales del barrio sur de la ciudad de Santa Fe, sus edificios, veredas sombreadas, patios arbolados, rastros coloniales, que se convirtieron en populares postales.

126

César Fernández Navarro (1909–1992) Nacido en la provincia de Buenos Aires, el hecho de que siendo él muy joven su familia se trasladase a España, le permitió realizar allí sus estudios artísticos y acceder al conocimiento de grandes obras de la historia del arte, adquiriendo un amplio repertorio técnico, que más tarde aplicaría en distintos formatos, incluyendo el mural. Finalizados los estudios secundarios, vuelve a la Argentina y recorre el país. Son muchos los viajes que realiza, tanto en Europa como en Argentina, visitando Santa Fe en más de una oportunidad. En una de esas llegadas a esta ciudad, su amigo Juan Mantovani le ofrece un cargo de profesor en la Escuela de Bellas Artes. Este hecho implicó su radicación y una actividad que, entre la práctica de la pintura y la dirección de importantes instituciones de la cultura en la región, repartieron su tiempo entre las ciudades de Santa Fe y Paraná. Hizo suyo el paisaje del Litoral poniendo el acento en remarcar la densidad de un ambiente que, a veces diáfano, esconde sin embargo el drama de la soledad, de la desolación, del horizonte desierto, de la tensión en la atmósfera. El capital cultural acumulado en los años europeos, le permitió recorrer técnicas y plantear escenas que fueron locales sin desatender las evoluciones del arte en el mundo ni desentenderse de los grandes problemas históricos de la humanidad. Fernández Navarro, viajero de ancho mundo, también recorrió los meandros del río en su velero y supo conciliar los largos trayectos internacionales con los introspectivos y laberínticos desplazamientos por los riachos. La navegación del río fue uno de sus intereses, así como lo hicieran Supisiche en su embarcación y tantos otros artistas que se agenciaron de la posibilidad de incorporar el paisaje de la isla a sus experiencias de vida. De esas vivencias surgieron no pocos motivos, obras y registros. Matías Molinas (1911–1994) Nació en Santa Fe y transcurrió allí toda su vida. Estudió en la Escuela Provincial de Bellas Artes, integrando la primera promoción de egresados. Dedicó su vida a la pintura y a la docencia en artes, siendo el óleo y la acuarela sus técnicas más desarrolladas. Toda su obra está atravesada por la temática del litoral, a punto tal que, mediante una beca del gobierno de la provincia, en 1962 remontó el río Paraná hasta Paraguay y Brasil, consustanciándose con el paisaje y sus gentes. De él diría Domingo Sahda: “Moderno a su manera, elaboró un lenguaje propio que dice qué cosa es el paisaje costero. A él hay que recurrir cuando se quiere definir la luz, entre dorada, ocre y terrosa de los espacios infinitos que caracterizan este lugar”.10

127

Molinas eligió para vivir la tranquilidad de San José del Rincón, así como lo hicieran Paganini, Puccinelli y otros artistas. El pequeño poblado, de gentes sencillas, amplias y arboladas calles arenosas, viejos caserones y bordeado por la laguna por el oeste y el Ubajay por el este, resultó ser un refugio tanto para estos artistas como para los integrantes Grupo Setúbal, que eligieron el sitio no sólo como referencia pictórica sino también como lugar de frecuentes reuniones de trabajo o de ocio, estableciéndose allí largas temporadas, en las que se produjeron notables registros mediante pinturas, dibujos, acuarelas y contribuyeron a instalar en “Rincón” un ambiente de bohemia y creatividad, que de algún modo se prolongó en el tiempo caracterizando al lugar. Matías Molinas, supo conjugar el paisaje con sus habitantes equilibrando a ambos en sus composiciones, así como alcanzó un ajustado equilibrio entre la figuración y la abstracción. En él se funden la persona con el medio, resultando de ello una expresión artística genuina y sincera de alguien compenetrado profundamente con su ambiente: En lo que me concierne, sintiéndome muy cerca del hombre, no sólo del paisaje, trato de reflejar la realidad de lo que me rodea, viviendo al lado de esas gentes compartiendo sus horas y cuando voy a un rancho no me detengo en lo exterior, analizo su interior, el pan que se come, miro debajo de la cama, de la mesa, aprehendo cada uno de los elementos que configuran la existencia de los seres que luego revivirán en mis cuadros.11

César López Claro (1912–2005) Nació en la provincia de Buenos Aires y estudió en la Escuela Nacional de Arte de la capital provincial. En 1942 se radica en Santa Fe y comienza a dar clases en la Escuela Provincial de Bellas Artes. Desarrolló una extensa obra en distintas técnicas y soportes: dibujos, témperas, óleos, acrílicos, yendo desde el pequeño formato hasta el mural, en el que destacó dejando gran cantidad de obras. Su compromiso social lo llevó a tomar posiciones políticas firmes militando en el Partido Comunista, asumiendo un punto de vista que se hizo visible a lo largo de toda su producción. En este sentido, resulta elocuente el modo en que explica la paleta de colores que aplicaba en sus escenas situadas en la costa, en las que reflejaba la situación de vida de sus pobladores yo debía cultivar y emplear las tonalidades que sentía como verdaderas: las de la miseria que me circundaba. Usé entonces los ocres, los siena, los tierra. La gente que vivía en las orillas no tenía otro color que el de la tierra y acaso el

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del humo. Habían pasado años en el barro para atraer sus redes y habían estado durante siglos atentos a sus pequeños fuegos donde cocinaban su escasa comida. Ellos mismos tenían el colorido de las cosas quemadas. ¿Porqué otorgarles entonces tonos lujosos, carmines azules y granas? 12

El interés por las culturas americanas y su historia derivó en viajes por países latinoamericanos de los que también registraron paisajes y lugares en sus dibujos y pinturas, así como en muchas oportunidades a través de sus obras denunció la injusticia y se expresó contra la violencia. Ricardo Supisiche (1912–1992) Así como en el caso de Matías Molinas, la vida de Supisiche está ligada enteramente a Santa Fe, ciudad en la que nace y muere. Más allá de los viajes de estudio a Europa, que le permitieron acercarse a la historia del arte y ampliar lo aprendido en academias particulares y el Liceo Municipal de esta ciudad, su relación con el paisaje del río lo convierte en un artista emblemático. Como pocos supo capturar la luz para transfigurar la escena, llevando la reverberación al punto en que altera la percepción de los colores y desdibuja las figuras creando atmósferas que impactan en silencio. Ya sea en la intensa fuerza del sol del verano, multiplicada por el rebote en el agua y la arena, o en el velo de neblina que se levanta de ríos y lagunas, las formas imprecisas adquieren una condición despojada. Por ese camino, llegó a los bordes de lo abstracto sin perder las referencias concretas del paisaje, del que captó sus factores esenciales y mínimos. Si resulta interesante leer la reflexión de López Claro respecto de la gama cromática que utilizara, también lo es, por su parte, el modo en que Supisiche relata, casi como una epifanía, el instante revelador en que se le hacen notorias las claves que le permitieron estructurar su visión, y con ello realizar una obra contundente y homogénea, tensando las posibilidades del paisaje casi hasta los límites de la abstracción: Me llevó mucho tiempo darme cuenta que lo que yo tenía que hacer era la imagen del paisaje. En mi pintura eso demoró mucho tiempo en aparecer. En ese tiempo para mí pintar era caro (…) trabajaba sobre cartones entelados y cuando no me gustaba lo que hacía raspaba lo hecho con una espátula para volver a pintar encima. Al rasparlos los colores se iban fundiendo y se hacía una mancha muy informal. Una vez yo salí a pintar, llevaba uno de esos cartones, me paré frente a un paisaje que me interesaba y enseguida marqué la vertical de un árbol y la línea del horizonte. Todo eso, esa masa de colores revuelta que había allí, esos dos sim-

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ples trazos me dieron la imagen del paisaje. Ya no pinté, me volví a mi casa con el cartón. Al analizarlo en el taller me di cuenta de algunas cosas de las que no me había percatado frente al paisaje. Por ejemplo, que los ritmos dominantes en Santa Fe son la horizontal y la vertical, y que el paisaje, si lo ves desapasionadamente, es una cosa bastante informal como color, es decir, que ese accidente que tuve me permitió descubrir el paisaje de Santa Fe. Además, con el tiempo me di cuenta que el personaje principal del paisaje de Santa Fe es el espacio, acompañado del silencio y la soledad […] que no suelen verse, exactamente.13

Tanto el óleo como el grabado han sido tratados con maestría, pero, probablemente, sea la acuarela el medio en que la obra de Supisiche adquiere su mayor intensidad en la relación con ese paisaje en el que, tal vez no por casualidad, el agua sea su esencia. Ernesto Fertonani (1920–2003) Nació y vivió en Santa Fe, donde realizó estudios de dibujo y arte en la Escuela Leandro Alem y en la Escuela Provincial de Artes Visuales. A lo largo de su carrera fue docente incansable, transmitiendo su conocimiento en diversas instituciones educativas y de conservación del arte en la provincia, ocupó cargos de importancia en varias de ellas y actuó como dibujante y restaurador del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales. Si bien no hizo de la costa litoraleña una temática central de su obra, son muchas las pinturas que realizó expresando sus particulares percepciones de ese paisaje, nunca del todo realistas sino cargadas a veces de un denso uso del color, o de planos “atmosféricos” que desdibujan sus formas e imponen una condición de extrañamiento que les hace fluctuar entre lo real y lo irreal. El uso de la luz, otro factor que lo distingue, contribuye a definir la intensa subjetividad de una obra que, entre la figuración y la abstracción, siempre resultó cargada fuertemente de su visión personal. 4. Un horizonte extenso

Los caminos abiertos hacia la interpretación del paisaje del litoral por generaciones anteriores, de algún modo u otro han permeado en sucesivas camadas de artistas que han ido dando cuentas, con mayor o menor intensidad pero con consistencia, de un cierto sentido de pertenencia a un lugar que, a veces aflora con nitidez y en otras ocasiones se revela de un modo más ambiguo y sutil, oculto entre los pliegues de universos estéticos más complejos.

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Algunos trabajos de Andrés Dorigo remiten a estas circunstancias y, entre las generaciones más jóvenes, obras de Geraldhyne Fernández, Héctor Batalla, Mario Arana, Ponchi, entre otros, frecuentan la temática del paisaje del litoral como un motivo que, lejos de rendirse ante las modas o corrientes artísticas cambiantes, pareciera dar siempre nuevas posibilidades de interpretación, motivos de inspiración, y vivencias trascendentes que reclaman al artista una manifestación material en su obra. A ello se refirió Dorigo cuando, al remitirse a sus vivencias, lo hizo del siguiente modo: mis primeros encuentros con este paisaje ocurrieron cuando, desde muy chico, deambulaba por las playas de Guadalupe y observaba las cosas que el agua iba dejando sobre la arena: caracoles, ramas y troncos carcomidos, peces muertos, cangrejos, todo eso me fue dando un universo de formas que más tarde aparecieron en mis obras (…) luego con el tiempo extendí mis territorios e incorporé la zona de Rincón a mis paseos. Esa conjunción de vegetación y agua siempre me hizo pensar en el río como una especie de “sopa de vida”, algo que en mis últimos trabajos vuelve a aparecer en las figuras que, con la libertad de la fantasía, recreo de la naturaleza.14 Es así que la horizontalidad donde la vista se pierde y la verticalidad del árbol o del hombre, aparecen y reaparecen como líneas estructurantes; la llanura, el río, las lagunas, celebran el plano; las masas vegetales y sencillas arquitecturas ofrecen la posibilidad del volumen; los verdes, amarillos, tierras, los tonos del cielo, construyen una paleta cromática potenciada por la intensidad de la luz con sus infinitas variaciones, a las que se suma su reverberación en el agua. Figuras de animales, construcciones precarias, embarcaciones, pobladores, aportan motivos. Y ya, en aspectos menos tangibles, el silencio que amortigua los propios ruidos de la naturaleza, la quietud apenas perturbada por el discurrir del río, el movimiento del follaje en la brisa, el ocasional vuelo de un pájaro o el salto de un pez, el desplazarse de una canoa o, por el contrario, la calma que a veces es violentamente alterada por la tempestad, alterando dramáticamente las luces y la paleta de colores, también son factores que estimulan la sensibilidad estética y predisponen a la contemplación. Por ello, las singularidades del paisaje del litoral han permitido consolidar una firme tradición en las manifestaciones artísticas de la región y así, en torno de esta temática que se ha ganado un lugar en las preferencias estéticas de los santafesinos y contribuido a configurar su sentido de pertenencia, en las coordenadas en que se encuentran arte, paisaje y sociedad se ha construido un imaginario amplio y diverso que, como el río mismo, pareciera fluir sin detenerse. 131

Ilustración 1

Ilustración 2

Ilustración 1. Ludovico Paganini. Viejos Ceibos. Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez. Ilustración 2. Francisco Puccinelli. Calle de San José del Rincón. Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez.

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Ilustración 3

Ilustración 4 Ilustración 3. Matías Molinas. El pescador, Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez. Ilustración 4. Matías Molinas. Motivo costero.

133

Ilustración 5

Ilustración 6 Ilustración 5. César López Claro. Palanquero Isleño, Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas. Ilustración 6. Ricardo Supisiche. Paisaje amarillo, Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez.

134

Ilustración 7. Andrés Dorigo. Tres personajes de Colastiné, Colección del autor.

135

Notas 1

Ver el trabajo de María Laura Bertuzzi: “Paisaje, agua,

historia y proyecto. Claves para pensar la Costa” incluido en este libro. 2

dadori, 1993.

Quilmes, 2003, p. 41. Beck–Bernard, Lina: El río Paraná. Cinco años en la

Confederación Argentina. 1857–1862, Buenos Aires, Emecé, 2001, p. 74. 5

Colón, Antonio: Contribución al estudio de la plástica

santafesina, Santa Fe, Castellví, s/f, p. 9. 6

Taverna Irigoyen, J.M.: Cien años de pintura en Santa

Fe, Santa Fe, UNL, 1992. 7 8

10

Sahda, Domingo: “Matías Molinas”, en Creadores

santafesinos, fascículos coleccionables, edición del autor, Santa Fe, 1998.

Silvestri Graciela: El color del río. Historia cultural del

paisaje del Riachuelo, Buenos Aires, Universidad de 4

Sahda, Domingo: “Enrique Estrada Bello” en Crea-

dores santafesinos, fascículos coleccionables, edición del autor, Santa Fe, s/f.

Corbin, Alain: El territorio del vacío. Occidente y la

invención de la playa (1750–1840), Barcelona, Mon3

9

11

Entrevista a Matías Molinas de Estela Zegna y María

Teresa Mirande, reproducida en Sahda, Domingo: “Matías Molinas”, op. cit. 12

Del Castillo, Laura: “César López Claro: primordial-

mente, lo humano” en La Prensa, Buenos Aires, 22 de octubre de 1978. 13

Entrevista de Carlos Catania reproducida en “Supi-

siche” en Sahda, Domingo: Creadores santafesinos, edición del autor, Santa Fe, 2001, p. 166. 14

Comentarios de Andrés Dorigo en su intervención en

Ídem.

la Mesa Redonda “Miradas sobre la costa santafesina

Brughetti, Romualdo: Geografía plástica argentina,

desde el arte”, llevada a cabo en el Museo Provincial

Buenos Aires, Nova, 1958, p. 55.

de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez el día 8 de julio de 2010.

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La preservación del patrimonio urbano–arquitectónico en el Corredor Adriana Collado

A lo largo de su historia, el área de estudio ha sido un espacio de significativas mixturas culturales, persistiendo hoy una gran cantidad de testimonios materiales y simbólicos que ponen en evidencia la enorme densidad de los procesos históricos transcurridos y la vastedad de los recursos naturales, ambientales y paisajísticos existentes y dignos de ser conservados y protegidos. Entre los propósitos del proyecto estuvo, desde los inicios, identificar a lo largo del Corredor, aquellos elementos urbanos, arquitectónicos y paisajístico–ambientales que por su interés histórico, cultural o estético presentaran (real o potencialmente) características tales que permitan considerarlos como patrimonio de la región; ese valor patrimonial contenido en dichos elementos, haría que los mismos contribuyan a reforzar una estrategia de desarrollo local y regional. La reflexión sobre el patrimonio fue, entonces, una instancia ineludible dentro del plan de trabajo. Pero esos bienes patrimoniales no fueron considerados como individualidades autónomas, sino desde la certeza de que la dimensión patrimonial es un aspecto que fortalece la identidad de las localidades asentadas sobre el Corredor. Desde la perspectiva de este enfoque, el territorio patrimonial no es un mero escenario en el que se desarrolla la vida de las comunidades, sino que

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es un ámbito de interacción donde la materialidad artificial se integra con lo natural, condiciona y forma parte de la vida y de la memoria. 1. El inventario en el territorio patrimonial

Es importante entender que un inventario es un instrumento decisivo para lograr la preservación de los bienes patrimoniales, pero interesa dejar claro que no se trata de una herramienta neutra y objetiva.1 El inventario supone, por una parte, una previa operación de selección que, en sí misma, está dando indicios respecto de los criterios de valoración que una determinada cultura sustenta respecto de su patrimonio, criterios que la llevan a incluir o excluir tales o cuales objetos en ese elenco; por otra, constituye un banco de información que permite acceder a un conocimiento ordenado de los bienes que lo integran; por último, también revela un diagnóstico del estado de situación de ese patrimonio y orienta posibles estrategias para la acción. Puede decirse entonces que el inventario es un instrumento dinámico, direccionado por las ideas que, acerca del patrimonio, sustenten los operadores y propositivo, en la medida en que, en la selección y evaluación, se pondrán en juego criterios y opiniones acerca de cómo gestionar y conservar ese patrimonio. La producción y transmisión de información son dos fenómenos que parecen caracterizar al mundo en esta etapa inicial del siglo XXI. En este sentido y teniendo en cuenta su valor multifacético antes apuntado, no es arriesgado afirmar que un inventario, que es básicamente información sistematizada, puede asumir un papel relevante en el universo cultural contemporáneo, por su propia condición de continente de información y, más precisamente, información ordenada de la mejor manera posible para facilitar su empleo y promover su circulación. En términos de información, corresponde distinguir claramente entre información y dato: el dato puede asumirse como una característica de lo real, pero sólo a través de la interpretación del sujeto se constituye en atributo de la/s realidad/es. Al ser la interpretación la que transforma el dato en información, puede afirmarse que, tanto en la selección del objeto a inventariar como en la identificación del dato considerado “relevante”, median operaciones ideológicas que implican una toma de posición del operador del inventario. Interesa marcar esta diferencia, en tanto permite alejar al inventario tanto de una supuesta condición de neutralidad como de un sentido de mera instrumentalidad. Es habitual que al hablar de inventario se piense en una acumulación de datos que, en el mejor de los casos, asume un carácter de herra-

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mienta para quien debe actuar en temas de patrimonio. Por el contrario, pretendemos aquí demostrar y valorar adecuadamente el interés del inventario como instancia propositiva y lograr que se comprendan acabadamente sus posibilidades de transmitir mensajes más ricos y complejos respecto de este tema. Hoy, decir que el conocimiento es el paso previo a cualquier política de conservación que se quiera instrumentar o a cualquier acción de recuperación que se pretenda encarar con los bienes que integran el patrimonio cultural, puede resultar un enunciado casi obvio. Pero en términos de conocimiento será, precisamente, el inventario el medio que más eficazmente permita caracterizar al objeto, enmarcándolo dentro del proceso evolutivo de la sociedad aportando los elementos para una valoración pertinente. El término “inventario”, en su etimología deriva del latín clásico inventarium (lista, memoria de bienes), que a su vez deriva de invenire, verbo que lleva implícita la idea de encontrar o descubrir.2 Se utiliza a partir del siglo XVI con el significado de: “Asiento de bienes y demás cosas pertenecientes a una persona o comunidad, hecho con orden y distinción, ordinariamente mediando autoridad del juez”. A partir del siglo XIX el uso legal del término le ha asignado carácter de totalidad en cuanto al asiento de bienes y el uso comercial– administrativo ha añadido la precisa valoración económica. La teoría contemporánea de la administración le asigna el sentido de: “determinación de las dimensiones de un recurso que tiene valor”.3 Un inventario es, entonces, mucho más que un instrumento; los cambios en los criterios con que se confeccionan y aplican los inventarios se deben, en la mayoría de los casos, a los cambios de concepción respecto de qué cosa se considera bien cultural en cada época, a la mayor amplitud que ha adquirido el campo de conocimientos en la materia y a la interdisciplinariedad que ha asumido el estudio del patrimonio. Han quedado atrás las épocas en que lo patrimonial se asociaba con los grandes acontecimientos ensalzados por una visión heroicamente idealizada de la historia; hoy puede decirse, siguiendo a Paulo de Azevedo, que el patrimonio ha pasado a entenderse “no como objeto sino como relación entre bienes culturales que mantienen una armonía con el contexto histórico y con el contexto urbano territorial”.4 En función de estos cambios, hoy un inventario adquiere una escala y un sentido muy diferente al que pudo tener a mediados del siglo pasado, cuando la cuestión patrimonial renovó su protagonismo. No sólo las nuevas tecnologías, que simplifican y facilitan la operación, sino los renovados enfoques en la consideración de los bienes, tornan al inventario en un ente activo y ágil en términos de protección del patrimonio.

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2. Antecedentes para una valoración del patrimonio cultural del Corredor

Ante el desafío de ponderar el estado del patrimonio urbano–arquitectónico de la Costa, el equipo disponía de una experiencia anterior, desarrollada por algunos de sus miembros en la década de 1980, lo que permitió que una primera identificación de los bienes patrimoniales se encarara tomando como punto de partida los resultados de aquel trabajo previo. Dicho trabajo, que había sido un antecedente decisivo al momento de redactar el proyecto, se desarrolló entre 1983 y 1986; se trata del Inventario del patrimonio arquitectónico en el área de afectación del proyecto Paraná Medio. Fue llevado a cabo por dos equipos, uno con sede en Resistencia en el Departamento de Conservación de la Facultad de Arquitectura de la UNNE y otro de Santa Fe, integrado por algunos profesionales santafesinos, hoy docentes de la Facultad de Arquitectura de la UNL, que en aquél momento habían actuado como personal contratado.5 El objetivo de aquel trabajo había sido elaborar un diagnóstico sobre el impacto que la colosal represa hidroeléctrica que se proyectaba construir en la zona podía llegar a provocar, directa o indirectamente, sobre el patrimonio cultural de la región. Había entonces una preocupación por contar con un conocimiento sistematizado acerca de los referentes culturales de la zona, por lo que el convenio entre Proyecto Paraná Medio (AyE) y la Universidad, debía resolver esa instancia. Ese inventario abarcó las localidades de ambas márgenes del Paraná a lo largo de más de 400 km, entre los poblados de Santa Rosa de Calchines al sur y Colonia Florencia en el extremo norte para la provincia de Santa Fe y análogo frente para las provincias de Entre Ríos y Corrientes, abarcando desde Villa Urquiza al sur hasta Empedrado al norte. Se pudo contar con un registro del patrimonio de 25 localidades y sus áreas rurales y el trabajo tuvo una validez que excedió la eventual situación crítica a que se hubiese visto sometida el área con la concreción del Proyecto Paraná Medio.6 Se inventariaron y publicaron entonces, entre las tres provincias, 177 obras de arquitectura individuales (20 de estas con emplazamiento rural) y 36 conjuntos de interés patrimonial. Pero además, se identificaron muchas otras obras menores con características tales que hacían su aporte al valor patrimonial del conjunto urbano. Dentro del área que ahora interesa analizar en nuestra investigación sobre el Corredor de la Costa, aquel inventario consideró diez conjuntos de interés patrimonial (calles, puertos, plazas, costas, fábricas, poblados, barrios) de los cuales seis se localizaban en áreas urbanas y cuatro en zonas rurales y 37 obras

140

individuales con valor monumental (edificios públicos, privados, religiosos, productivos, comerciales) de las cuales cinco eran rurales y el resto urbanas. Además de estos ejemplos relevantes, que fueron documentados y publicados, el equipo santafesino había inventariado otras 38 obras individuales urbanas que, sin haber sido publicadas habían sido objeto de los mismos estudios que en los casos anteriores; es decir que sobre el área que hoy estamos analizando, contábamos con un inventario pormenorizado de 85 casos (obras o conjuntos) de alto valor patrimonial, confeccionado hace más de un cuarto de siglo. Conjuntamente con esos 85 casos relevantes, todos documentados y algunos publicados, también se habían identificado en aquel trabajo de 1983, unas 168 obras urbanas, cuyo interés no residía en su valor individual notable, sino que aportaban por sus características arquitectónicas (especialmente por su fachada y tipología) a la definición de una imagen urbana característica para el caso de las cinco principales localidades estudiadas. Hoy aquel balance de los años 80 está indudablemente desactualizado, pero ha servido de base y se ha trabajado en pos de su puesta al día; para nuestra investigación actual, aquel inventario constituye un elemento de enorme importancia, en tanto permite posicionar la evaluación del patrimonio de la región teniendo en cuenta lo acontecido con los bienes que lo integran a lo largo de los últimos 25 años. 3. Las transformaciones en los bienes patrimoniales

No se pretendió realizar un mero balance cuantitativo respecto del estado del patrimonio, sino que se buscó leer en las transformaciones y persistencias, en la conservación o renovación, en la degradación o destrucción que encontramos hoy en muchos de esos bienes, las claves para entender las lógicas relativas a las intervenciones en los objetos patrimoniales del área de estudio. Para ubicar la operación de balance actual, debimos tener en cuenta el extenso lapso transcurrido desde la finalización de los trabajos de campo del primer inventario y la inexistencia casi total de normas de protección para el área. En general puede decirse que algunas de las obras registradas han ido desapareciendo o modificándose tanto que llegaron a perder relevancia desde el punto de vista patrimonial, pero, no obstante lo dicho, también se registraron situaciones auspiciosas en algunas localidades, donde pudo verificarse un tratamiento cuidadoso de ese patrimonio. Las cinco localidades sobre las que se había trabajado en los años 80 eran: Santa Rosa de Calchines, Cayastá, Helvecia, Saladero Cabal y San Javier y

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sus áreas intermedias. Sobre cada una de ellas se encaró una verificación de estado actual y una ponderación en términos cuantitativos, de lo que cada caso suponía en relación al todo. En el archivo digital que acompaña a este libro, puede verse el registro minucioso de los bienes patrimoniales inventariados y la comparación entre la situación registrada originalmente y la actual, así como las recomendaciones en los casos en que son necesarias acciones de salvaguarda. 3.1. Santa Rosa de Calchines

Se trata de un antiguo y característico pueblo costero, vinculado fuertemente al Corredor, desarrollándose su núcleo original entre la ruta y el río, dos ejes que no son exactamente paralelos, con lo cual la planta asume una configuración trapezoidal. El manzanero urbano, atravesado oblicuamente por la RP 1, es de matriz cuadrada y respeta rigurosamente la direccionalidad de la traza de la colonia agrícola (1864), que en el tramo del poblado es coincidente con la dirección del río. La planta urbana presenta, en general, un bajo grado de consolidación, con la persistencia de grandes fracciones vacías o subocupadas; se puede reconocer una mayor compactación del tejido en el entorno de la plaza y sobre las calles Uruguay, Juan de Garay y Santa Rosa. De las calles paralelas al río, las que muestran mayor consolidación son San Martín y Antonio Rossi. El pueblo conserva la mayor parte de sus calles con el típico piso arenoso, que constituye una característica de los pueblos de la zona. Buena parte de las calles presentan un nivel adecuado de forestación, destacando el tramo de Domingo Silva en proximidades del Cementerio, con una frondosa arboleda, así como la calle Urquiza, paralela al río, donde el arbolado actúa como factor de homogeneización y realce del paisaje. No obstante, con relación a la forestación relevada en los años 80, se verifica una pérdida considerable en algunos tramos, donde los árboles han sido deliberadamente eliminados por razones de visibilidad de los comercios. Pese a la proximidad inmediata con el río, no se ha concretado un paseo costanero, dificultado por la configuración catastral de la ribera con ocupaciones de predios privados y por la falta de iniciativas en términos de infraestructura en ese sitio; asimismo tampoco se verifica una integración clara del área costera con el resto de la localidad, ni siquiera en términos de visuales, con lo que se desaprovecha un singular recurso paisajístico. En el área central pareciera que Santa Rosa le da su espalda al río, generando una situación contradictoria en la medida en que éste se reconoce como un elemento altamente significativo en la memoria de los habitantes de la localidad. 142

En el pueblo, con excepción de la conformación de los frentes sobre la RP 1, que se distinguen claramente del resto de los frentes urbanos, no se identifican otras áreas claramente diferenciadas por función; más bien las disparidades se plantean por los grados de consolidación del tejido en la posición relativa respecto de la plaza, la ruta y las calles pavimentadas. En Santa Rosa se habían inventariado en 1984, 12 objetos patrimoniales de alto valor (seis se publicaron) y 15 casos de obras que, aún con menor valor, suponían elementos importantes para la conservación de un paisaje urbano característico. Del total de las 27 obras de interés identificadas, hoy cuatro de ellas ya no existen, 12 han sido objeto de modificaciones tales que se ha tornado irrecuperable su valor patrimonial y una se halla en estado ruinoso. Con estos valores, Santa Rosa es, entre las localidades del Corredor, aquélla donde los bienes patrimoniales han sufrido mayor deterioro y degradación de sus atributos, llegando la pérdida a un 63 % del patrimonio relevado en 1984. En el plano 1 puede notarse cómo esta degradación repercute en la imagen del espacio urbano, en razón de que la mayor parte de las obras patrimoniales destruidas o modificadas ocupaban esquinas, con lo que conferían definición a las calles, espacio público por excelencia. Inventario comparado: estado de conservación en 2008 respecto del relevado en 1983 Localidad: Santa Rosa de Calchines Obra

Existente sin modificaciones

Modificada

Muy bueno Bueno Regular Ruinoso

Correctamente

Area costera calle Urquiza

Degradada Irrecuperable

*

Iglesia San Antonio

*

Casa Gómez Estancia Santa Catalina

Desaparecida

* *

Capilla San Antonio

*

Escuela Rural

*

Plaza

*

Escuela Urbana

*

Casa (Rossi y Uruguay)

*

Casa (1º mayo y 9 julio)

*

Casa Bergallo

*

Cementerio

*

Total Inventariadas: 12

2

5

1

1



3



Obras identificadas con valor de conjunto urbano. Total: 15



1





1

9

4

143

Plano 1

144

3.2. Cayastá

En el caso de Cayastá, a los valores propios del pueblo actual, surgido de la instalación de una colonia agrícola de inmigrantes en 1867, se suma la enorme significación que le aporta su asentamiento en el sitio de la fundación de la ciudad de Santa Fe. Esta coincidencia supuso, desde un principio, un rasgo distintivo para el pueblo y colonia Cayastá, que marcó su consideración en términos histórico–culturales. El trazado del pueblo coincide, en su direccionalidad, con la ruta provincial nº 1 y con el río, que en este tramo corre paralelo a la ruta, a menos de 300 metros al este de la misma. Dicho trazado no presenta coincidencia con el trazado hispánico de la ciudad vieja, pudiéndose visualizar claramente una fuerte distorsión entre uno y otro, que se marca en la franja de encuentro entre ambas organizaciones. La plaza tiene uno de sus lados ubicado sobre la ruta y sobre el lado opuesto se localiza la iglesia católica; se genera entonces un atravesamiento del pueblo por parte de la ruta que, aunque no rompe el orden del manzanero en cuadrícula, si desarticula la continuidad del espacio urbano, dada la mayor intensidad de tránsito por ese eje. El pueblo ha conservado sus calles arenosas sin pavimentar, con excepción de las de borde de la plaza y, obviamente, la ruta; esta persistencia de las calzadas originales es un rasgo fundamental para la conservación del paisaje urbano característico. El perfil del pueblo es chato y homogéneo, emergiendo solamente la chimenea de la vieja fábrica de aceite y la modesta torre campanario de la iglesia; por fuera de la plaza y del balneario, no se destacan arboledas importantes, aunque existe una forestación pareja que aporta cierta unidad al espacio urbano. En el borde sur del trazado, lindando con el predio del Parque Arqueológico de Santa Fe la Vieja y con frente al río, se ubican, desde las últimas décadas del siglo pasado, algunos asentamientos precarios, constituyendo un área diferenciada en el conjunto. La otra situación diferenciada se plantea con el entorno de la ruta, que concentra principalmente el equipamiento comercial, no registrándose otras áreas particularizadas en el resto del poblado. En un marco general de baja densidad poblacional, Cayastá presenta una consolidación homogénea, levemente más elevada sobre la ruta y en el entorno de la plaza, registrándose numerosos vacíos en el tejido edilicio. El borde costero es de acceso franco y directo a lo largo de sólo tres cuadras desde el balneario hacia el norte; y aunque no se ha materializado un paseo costanero, el mismo es factible en ese tramo sin costos de expropiación de tierras.

145

Al norte y al sur de ese tramo, la Costa aparece ocupada por asentamientos permanentes de población, por lo que la continuidad de un paseo costero requeriría de la reubicación de población. Obviamente, esos paseos resultan claves para articular del mejor modo posible la relación del pueblo con el río, que le da sentido e identidad. En Cayastá, por fuera del caso particular del Parque Arqueológico, se habían inventariado nueve obras en 1984, de las cuales se publicaron sólo tres. Además, como ejemplos que aportaban a la imagen urbana, con valor de conjunto, se habían relevado trece ejemplos. Sobre ese total de 22 ejemplos, hoy tres han desaparecido por completo, otros tantos han sido modificados con falta de criterio acerca de su valor patrimonial, lo que ha llevado a la total degradación de esos bienes y dos se encuentran en estado ruinoso. Es decir, ocho obras (un 35 %) sobre el total de 22, han perdido sus atributos patrimoniales o se han destruido totalmente. Al igual que para el caso de Santa Rosa, al ubicar sobre el plano la posición de las obras que más se resintieron en las últimas décadas, puede notarse cómo esta degradación repercute en la imagen del espacio urbano, en razón de que la mayor parte de las obras patrimoniales ruinosas o muy modificadas, ocupaban sitios claves para las visuales urbanas, con lo que conferían definición a las calles e identidad al espacio público.

Inventario comparado: estado de conservación en 2008 respecto del relevado en 1983 Localidad: Cayastá Obra

Existente sin modificaciones

Modificada

Muy bueno Bueno Regular Ruinoso

Correctamente

Iglesia Natividad de María

Desaparecida Degradada Irrecuperable

* *

Casa Dr. Koury

*

Casa Anderson

*

Plaza principal Antigua fábrica de aceite

*

Casa González Antigua escuela

* *

*

Escuela urbana Museo de Sitio SFLV Total Inventariadas: 9

* 1

3

2

2





1

Obras identificadas con valor de conjunto urbano. Total: 13



8







3

2

146

Plano 2

147

3.3. Helvecia

Es la localidad más importante y capital del Departamento Garay. Presenta un trazado cuadricular regular en la mayor parte de la planta urbana, con una variante de manzanas rectangulares en la franja sur. En el trazado aparecen otras dos particularidades: por el norte y por el sur la planta urbana está limitada por sendos bulevares de cantero central que duplican en ancho a las calles comunes del pueblo y, además, la plaza se ubica en un eje perspéctico interrumpiendo la continuidad de la calle Dr. Romang, en una situación totalmente atípica para la zona. Presenta una baja densidad de ocupación del suelo, con edificación chata y dispersa, persistiendo muchos vacíos, aún en ubicaciones relativamente céntricas; en algunas manzanas existen apenas una o dos fracciones ocupadas y el resto de la superficie se mantiene como tierra ociosa. Esta situación produce una gran discontinuidad en los perfiles urbanos, generándose permanentes alternancias de llenos y vacíos. Dentro de la homogeneidad general, se distingue un área con mayor concentración de equipamientos y servicios y con mayor densidad edilicia, en coincidencia con las calles Iriondo y Presidente Roca. A diferencia de lo observado en los otros pueblos, en Helvecia la plaza aparece como un espacio relativamente segregado del área céntrica y en ella casi no se localizan equipamientos, con excepción de la iglesia católica. Al igual que en todos los pueblos costeros, Helvecia conserva sus típicas calles sin pavimentar en la mayor parte de la planta urbana, manteniendo un rasgo distintivo que aporta a la persistencia del paisaje característico. El arbolado público, de magnitud considerable y que en parte se integra con los frondosos árboles existentes en los predios particulares, constituye otro aspecto decisivo para la preservación del paisaje. La franja ribereña presenta un interés particular, existiendo un paseo costanero de gran valor paisajístico, con buenas visuales y expansión, sobre una barranca considerablemente elevada; si bien el referido paseo tiene ahora unas pocas cuadras de largo, es factible su prolongación hasta enlazar los bulevares norte y sur, generando una recorrido extenso y atractivo, adecuado también para actividades recreativas vinculadas con el agua. En Helvecia en 1984 se inventariaron 21 bienes patrimoniales de gran valor (nueve se publicaron) y 55 casos de obras que, presentando menor interés, suponían elementos importantes para la persistencia de un paisaje urbano característico. En total se relevaron entonces 76 obras que se consideraron necesario preservar a fin de proteger los valores patrimoniales del pueblo.

148

Al realizar el estudio comparativo en 2008, se verifica de sobre ese total de 76 casos, 20 han sido completamente destruidos y 21 han sufrido alteraciones y reformas que hoy los hacen irrecuperables desde el punto de vista de la valoración patrimonial. Es decir, sobre 76 bienes, en 25 años se han perdido 41 (54 %). Como puede observarse en el Plano 3, la mayor parte de las arquitecturas demolidas o degradadas por intervenciones incorrectas ocupaban las esquinas, por lo que la alteración o pérdida constituye un daño muy notable, en la medida en que las construcciones en esquina tienen el valor de configurar con mayor contundencia los perfiles urbanos y aportar continuidad y armonía al espacio público. Inventario comparado: estado de conservación en 2008 respecto del relevado en 1983 Localidad: Helvecia Obra

Existente sin modificaciones

Modificada

Muy bueno Bueno Regular Ruinoso

Correctamente

Paseo Cristóbal Colón

Degradada Irrecuperable

*

Calle San Martín 700 Casa Wagnest

Desaparecida

* *

Casa Zimmermann

*

Casa Antille

*

Casa Corrientes y Maipú

*

Casa Bertoia

*

Antiguo Hotel Trevisani

*

Tiro Federal

*

Casa Cerf

*

Templo católico

*

Antiguo galpón Casa calle Iriondo s/n

* *

Casa Gozzarelli

*

Sociedad Italo–Argentina

*

Casa Bv. Gálvez 40 Club Social (E. López

*

*

y Rossi) Escuela Primaria

*

Casa San Martín 521

*

Surtidor de combustible

*

Muelle flotante

*

Total Inventariadas: 21

3

5

5

3

1

1

3

Obras identificadas con valor de conjunto urbano. Total: 55

2

9

5



2

20

17

149

Plano 3

150

Como contrapartida, vale destacar también la conservación en buen y muy buen estado de 19 obras (25 %) y la remodelación criteriosa, cuidando la integridad arquitectónica, producida sobre tres casos. Sería importante que, respecto de las diez obras detectadas en estado regular que requerirían rápidas acciones de mantenimiento y puesta en valor, se tomen medidas expeditivas, a fin de salvar al menos estos ejemplos que resultan claves para la preservación de un ambiente urbano equilibrado y reconocido por sus valores tradicionales. 3.4. Saladero Cabal

Es la más pequeña de las localidades estudiadas sobre el eje del Corredor y la que presenta menor densidad de ocupación del suelo, pudiendo considerarse en la categoría de poblado semi–rural, con alto grado de dispersión y con un tejido edilicio discontinuo, bajo y modesto, donde predominan los vacíos por sobre los llenos. Algunas persistencias vinculadas a las instalaciones originales del saladero hacen que sea todavía evidente la antigua estructura del poblado industrial; sobre dicha estructura, el trazado en cuadrícula se ha aprovechado para el ordenamiento catastral y espacial del conjunto. Las calles, rectas en su mayoría, con excepción del paseo costero que acompaña la curva de la ribera, no han sido pavimentadas, conservando la marca distintiva de las calzadas arenosas de todos los pueblos de la Costa. Es importante la magnitud de las arboledas en todo el poblado, dando carácter y contorno al espacio público; la forestación se presenta especialmente densa e imponente en la zona del balneario, que constituye el espacio más interesante desde el punto de vista paisajístico y ambiental, con una magnífica articulación entre el área costera y el río. Éste se define por una curva cerrada que aumenta el atractivo del panorama. Por fuera de las arboledas y del paisaje ribereño, Saladero Cabal se perfila como un hito muy claramente identificable en el recorrido del Corredor, en razón de la emergencia de las antiguas chimeneas del establecimiento industrial, que hoy subsisten a modo de referencias monumentales en la plazoleta pública y que por su altura pueden ser vistas desde la distancia por quienes transitan la RP 1. Cuando se realizó el trabajo de campo en 1984, los datos disponibles sobre este sitio llevaban a la certeza de que la presa lateral del Proyecto Paraná Medio, se trazaría al oeste del pueblo, por lo cual éste quedaría completamente inundado por el lago que se preveía generar con la represa. En tal sen-

151

tido, el relevamiento de bienes urbano–arquitectónicos que se realizó en la oportunidad, tenía el objetivo de documentar objetos que estaban llamados a desaparecer en el corto plazo. Antes de terminarse las tareas de relevamiento, uno de los principales edificios del poblado, la sede de la Administración Bovril, desde donde se organizaba el saladero, ya había sido demolido, por lo que el inventario realizado se convirtió en una herramienta de conocimiento en el cabal sentido del término. En 1984 se inventariaron en el poblado de Saladero Cabal seis edificios, a los que debe sumarse una estancia de las inmediaciones (la San Bernardo) y una escuela rural; estos dos últimos edificios no tenían vinculación con la planta urbana, sino que se ubicaban distantes. No se habían identificado, como en otras localidades, bienes que tuvieran el interés de aportar al conjunto, dado que las arquitecturas de acompañamiento no tenían un valor tal que hiciera aconsejable su registro; en todo caso, la calidad ambiental del pueblo la aportaba, por fuera de los ejemplos inventariados, principalmente la forestación. De estos ocho edificios mencionados, dos de ellos fueron destruidos completamente: la Administración Bovril y la escuela rural, situada muy cerca de la Costa, que no resistió el embate de las aguas en una gran inundación de los años 90. Otro de los edificios, la casa de empleados de la fábrica, fue ampliado y transformado agresivamente, perdiendo sus atributos de obra patrimonial. Los otros cuatro edificios del pueblo se conservan de modo relativamente adecuado, dos de ellos (la antigua escuela y la “casa del mayordomo”) necesitan en la actualidad ser objeto de trabajos de puesta en valor para mejorar las condiciones de habitabilidad y garantizar su mantenimiento en el futuro. Inventario comparado: estado de conservación en 2008 respecto del relevado en 1983 Localidad: Saladero Cabal y área rural próxima Obra

Existente sin modificaciones

Modificada

Muy bueno Bueno Regular Ruinoso Correctamente Plazoleta, Galpón,

Desaparecida Degradada Irrecuperable

*

Chimeneas Administración Bovril

*

Escuela

*

Casa del Mayordomo

*

Casa Bovril

*

Casas de empelados

*

Escuela rural

*

Estancia San Bernardo

*

(actual Don Vicente) Total Inventariadas: 8

152

1

2

2





1

2

Plano 4

Como contrapartida puede mencionarse la Estancia San Bernardo (hoy Don Vicente) que se encuentra en perfecto estado de conservación, con un cuidadoso tratamiento no sólo de los edificios principales sino también del parque y la arboleda.

153

3.5. San Javier

Es la más importante de las localidades de la Costa; la única dentro del área de estudio que ostenta el rango de ciudad desde 1979, superando en más del 50 % los umbrales de población requeridos para esa categoría. Tiene una consolidación edilicia relativamente homogénea, con un tejido de mediana densidad y no se verifican grandes vacíos ni discontinuidades dentro del área urbanizada. Con respecto al trazado, al igual que en Helvecia se disponen sendos bulevares en sentido este–oeste dando límite por el norte y el sur a la planta fundacional, aunque en este caso, dichos bulevares han sido rebasados, especialmente en el lado sur, por la expansión de la urbanización. El entorno de la plaza constituye un sector muy característico de la localidad, concentrando funciones comerciales, recreativas, de seguridad y culto, algunas de los cuales se expresan en el espacio público con importantes edificios que marcan la jerarquía de ese centro. Las calles Alvear (norte–sur) y General López (este–oeste), que se intersectan en el vértice noroeste de la plaza, son las que presentan un perfil más consolidado, agrupando sobre sus frentes la mayor dotación de equipamientos comerciales y servicios. Esto lleva a que ambas calles presenten una imagen bien diferenciada respecto del resto de las vías de la ciudad; en ambas, la continuidad de las calzadas pavimentadas, también marcan neta diferencia en relación al conjunto. Dentro de ese tejido homogéneo, se detectan con claridad un par de conjuntos de viviendas de gestión oficial en el sur y un asentamiento de viviendas vernáculas (ranchos) reconocido como barrio El Triángulo, de mucha antigüedad, sobre el borde norte. Se detectan también algunos enclaves con edificios de gran porte (la ex estación ferroviaria, el galpón depósito del FFCC, la antigua usina) ubicados en la periferia del área central, que sería conveniente refuncionalizar con usos colectivos o centros de servicios que aporten a la dinámica urbana. El arbolado tiene cierta importancia, aunque en la mayor parte de la planta urbana no llega a definir situaciones ambientales verdaderamente significativas; una de las excepciones la constituye la calle Gral. Obligado, paralela a la Costa, donde la forestación adquiere especial protagonismo en la definición del canal. Otro sector donde la arboleda es decisiva, es la zona del balneario, en que la forestación es de gran interés por la posibilidad de articular el contacto pleno de la ciudad con el río y por las visuales de gran valor paisajístico que permite. Ese balneario, con instalaciones recreativas que definen el sector (fogones, áreas para camping, baños públicos) se ha visto en los últimos años complementado con la construcción de conjuntos de cabañas en sus inmediaciones. Lamentablemente muchos de estos nuevos emprendimientos han sido 154

diseñados a partir de una impronta pintoresca, discordante con relación a las características de la arquitectura tradicional sanjavierina, y sin considerar en absoluto las grandes posibilidades de reciclaje y reutilización que plantean muchas de las casonas situadas en las inmediaciones de la Costa. En San Javier, entre el perímetro urbano y las zonas rurales aledañas, se habían inventariado en 1984 un total de 35 ejemplos, de los cuales 25 se publicaron en el libro antes mencionado. Además, se habían identificado en la zona urbana 91 edificios que, por sus características, aportaban a la constitución de una imagen urbana identitaria, sin que necesariamente fueran obras destacadas del patrimonio arquitectónico sanjavierino. Analizando la situación luego de los relevamientos realizados entre 2008 y 2009, se constata que: de las 35 obras inventariadas, ninguna ha sido destruida por completo, pero cinco han sido intervenidas y modificadas con total desconsideración de sus valores arquitectónicos e históricos, por lo cual se estiman degradadas e irrecuperables desde el punto de vista patrimonial; otras tres obras han sido modificadas pero con intervenciones respetuosas de los atributos patrimoniales. De las obras que se conservan sin haber sufrido modificaciones, 18 se mantienen en estado bueno y muy bueno, ocho en estado regular y una en estado ruinoso. Es decir que, si se toman en cuenta las cinco obras degradadas y la que se encuentra en estado de ruina, suman seis (17 %) las obras perdidas, sobre un total de 35; sin ser elogiable esta situación, debe apuntarse que, dadas las circunstancias de escasa protección normativa de la que adolece el patrimonio urbano– arquitectónico en estas localidades, el balance resulta relativamente positivo. La situación más comprometida se verifica en esas obras consideradas como interesantes desde el punto de vista de su aporte a la configuración de la imagen urbana: en esta categoría se ha detectado que, de las 91 obras registradas en 1984, nueve fueron demolidas completamente, 23 fueron alteradas en sus rasgos más característicos, con lo que perdieron su condición patrimonial de entorno y cinco se hallan en estado ruinoso; es decir, 37 (40 %) de los 91 elementos que aportaban a la valoración del espacio urbano de San Javier, se han perdido casi irremediablemente. Como contrapartida, el otro 60 % se encuentra en condiciones propicias: hay 31 de esos elementos que se conservan adecuadamente, tres que han sido modificados sin alterar sus valores y veinte que requerirían de tareas de mantenimiento más o menos rápidas, pues se hallan en estado de conservación regular. Como se puede apreciar en el plano urbano que se adjunta, muchas de las obras que han sufrido mayor degradación, se ubican sobre la calle General López y eran las fachadas que aportaban una calificada imagen urbana a esa vía de penetración a la ciudad. También sobre la calle Alvear hay varias fachadas que fueron alteradas con pretendidas modernizaciones que sólo lograron desequilibrar la armonía de ese entorno. 155

Inventario comparado: estado de conservación en 2008 respecto del relevado en 1983 Localidad: San Javier Obra

Existente sin modificaciones

Modificada

Muy bueno Bueno Regular Ruinoso

Correctamente

Plaza San Martín

Desaparecida Degradada Irrecuperable

*

Parroquia San Fco. Javier

*

Jefatura de Policía

* *

Municipalidad (Ex–Casa Galliais)

*

Banco Nación

*

Escuela J. B. Alberdi Antiguo Hospital – Asilo

*

Antiguo Hotel Trucco

*

Casa Mántaras

* *

Casa Migno Casa Gral. López 1123

* *

Casa Ayala

*

Casa Occofer *

Casa Cabral Casa Alvear 2259

* *

Casa 9 de Julio 725 Hotel Internacional

*

Casa Palladiana

*

Calle Obligado (sector)

*

Barrio El Triángulo

*

Casa ferroviaria

*

Antigua Estación FFCC

*

Galpón Ferroviario

*

Almacén de R. G. rural

*

Casco Estancia Morgans Almacén Ramos Generales

* *

Casa Modernista –Riv.1857

*

ExCorreo – Casa Cultura

*

Casa Nicasio Oroño 2078

*

(conjunto) Casa San Martín 2396

*

Casa Rey

*

Antigua Usina

*

Casa Nicasio Oroño 2218

*

Tiro Federal

*

Estancia Morgans II

*

Total Inventariadas: 35

5

13

8

1

3

5



Obras identificadas con valor de conjunto urbano. Total: 91



31

20

5

3

23

9

156

Plano 5

Plano 5

157

4. Resultados generales

El área presenta una considerable homogeneidad en su patrimonio urbano– arquitectónico. Las tipologías de la arquitectura doméstica se repiten con notable regularidad; los edificios escolares (principales referentes de la edilicia pública) también aparecen en reiteradas ocasiones reproduciendo prototipos (tanto en el caso de las escuelas urbanas como rurales); los templos católicos, de envergadura modesta, presentan una morfología y escala similar, aún cuando difieren cronológicamente, a lo que se agregan las similitudes de los paisajes urbanos, debido a la uniformidad de la forestación, las calles arenosas, las relaciones entre llenos y vacíos, etcétera. Dentro de esa uniformidad, las mayores diferencias responden a la escala de cada una de las localidades, donde obviamente es San Javier el centro que reúne un patrimonio más numeroso y diverso, especialmente en materia de edificios públicos (Jefatura de Policía, Antiguo Hospital, ex estación de FFCC, escuela urbana y el templo de mayor antigüedad e interés) así como las casonas de mayor importancia; Helvecia, Cayastá y Santa Rosa presentan mayores semejanzas, con edificios escolares prototípicos y arquitectura doméstica más modesta, en tanto que Saladero Cabal reúne las características de la edilicia de tradición funcional propia de los enclaves productivos, pero sus reducidas dimensiones hacen que destaquen muy pocos elementos. En conjunto se puede cuantificar el nivel de conservación, teniendo en cuenta que entre las 85 obras inventariadas y documentadas en 1983–84 como ejemplos destacados de la arquitectura y el urbanismo de la región, casi un 50 % se conserva en buen o muy buen estado y no ha sufrido alteraciones de importancia que afecten sus valores patrimoniales; en el extremo opuesto de la escala, un 7 % de dichas obras ha desaparecido y un 11 % ha sido intervenido con elementos agresivos que degradan totalmente su calidad arquitectónica. Asimismo la falta de mantenimiento o el abandono, ha afectado a un 30 % de dichas obras que hoy subsisten en estado regular o ruinoso; mientras que sólo un 5 % de los ejemplos, ha sido objeto de refacciones o refuncionalizaciones tales que, habiendo modificado algunos aspectos, permitieron la conservación de sus valores significativos. Otra situación que en algunos casos puntuales ha constituido una alteración de los valores patrimoniales, es la aparición en el entorno de elementos extraños a la obra y/o al paisaje, como antenas de telefonía celular, cableados no planificados, construcciones disonantes, mutilación de arbolado público, cartelería muy voluminosa. En síntesis, de aquellas 85 obras inventariadas hace un cuarto de siglo, más de la mitad se conserva con sus valores patrimoniales intactos o escasamente alterados, un 18 % se ha perdido irremediablemente y hay un 30 % que requeriría acciones urgentes para que su deterioro actual no se convirtiera en ruina. 158

Inventario comparado: estado de conservación en 2008 respecto del relevado en 1983 Localidad

Total

Existente sin modificaciones

Modificada

Muy bueno Bueno Regular Ruinoso Correctamente

Desaparecida Degradada Irrecuperable

Santa Rosa

12

2

5

1

1



3



Cayastá

9

1

3

2

2





1

Helvecia

21

3

5

5

3

1

1

3

Saladero Cabal

8

1

2

2





1

2

San Javier

35

5

13

8

1

3

5



Totales

85

12

28

18

7

4

10

6

Porcentajes

100%

14 %

33 %

21,2 %

8,3 %

5 %

11,5 %

7%

Obras con valor de conjunto Santa Rosa

Total: 15



1





1

9

4

Cayastá

Total: 13



8







3

2

Helvecia

Total: 55

2

9

5



2

20

17

San Javier

Total: 91



31

20

5

3

23

9

Totales

(168)

2

47

25

5

6

56

27

Porcentajes

(100%)

1,2 %

28 %

15 %

3%

3,5 %

33,3 %

16 %

Sin ser demasiado auspicioso, este balance permite notar que ha existido una cierta conciencia del valor e importancia de estos bienes por parte de las comunidades locales, que han mantenido en adecuado estado de conservación una buena parte de su patrimonio más destacado, pese a no existir en las municipalidades y comunas de la zona ni en la escala provincial, incentivos, líneas crediticias o normas rigurosas que apoyen las acciones de mantenimiento y protección de dichos bienes patrimoniales. Debe ponerse en consideración que entre estas 85 obras, se cuentan algunos edificios públicos de propiedad estatal (escuelas, comisarías, edificios de gobierno, hospitales y asilos, etc.) o de propiedad privada pero con asignación de usos colectivos (templos, clubes, bibliotecas, etc.); esta condición del uso público podría llevar a suponer un control mayor sobre las acciones que se ejecutan (modificaciones, refacciones, mantenimiento) en relación con esos bienes culturales, lo que haría presumir mejores resultados. Lamentablemente, mucho menos favorable resulta el balance con relación a aquellas obras (mayoritariamente de escala arquitectónica doméstica) en las que se valoraba su aporte a la conservación de un paisaje urbano característico. En este caso, se trata de obras que en su mayor parte corresponden a la esfera privada y donde las decisiones son privativas de un propietario que, en muchos casos, desconoce o se desentiende de la condición de bien patrimonial que su propiedad ostenta. 159

De los 168 ejemplos identificados en 1983–84, un 53 % ha desaparecido, se halla en estado ruinoso o ha sido intervenido agresivamente, con modificaciones tales que provocaron la pérdida irreparable de los rasgos que le otorgaban valor patrimonial; entre tanto, sólo un 30 % de dichos bienes se encuentra conservado en estado correcto o bueno. Es decir que en ese universo, que duplicaba en cantidad a los bienes inventariados como relevantes, en esas arquitecturas más modestas que aportaban a la identidad del conjunto, se han producido las mayores pérdidas. Esto ha puesto en riesgo la conservación de los entornos en los que aquellos elementos destacados se asientan; y, lo que es más grave, en algunos sectores ha provocado deterioros irreparables en el paisaje urbano de estos poblados, alterando las características de continuidad en fachadas y tejido edilicio, incorporando texturas y colores discordantes, rompiendo las tradicionales relaciones entre llenos y vacíos que daban unidad a un entorno homogéneo. Respecto de las alteraciones al paisaje urbano, el daño se hace evidente cuando se pondera que más de la mitad de ese 53 % de casos degradados o demolidos se ubicaban en lotes en esquina que, por su misma posición resultaban claves para la definición de los perfiles urbanos de los distintos pueblos, dado el valor identitario que asumen las esquinas dentro de la configuración del espacio público urbano. 5. Un balance preliminar

A diferencia de lo que ocurría un cuarto de siglo atrás, cuando a instancias del Proyecto Paraná Medio fuimos convocados a evaluar el patrimonio arquitectónico y urbanístico de la región de la Costa, hoy, la consideración del patrimonio cultural es un tema convocante, en general, para la opinión pública y se podría afirmar que su presencia en los medios es un rasgo distintivo de esta época. No obstante, esa condición mediática, que hoy se manifiesta como una cuestión de constante debate y atención, no siempre supone una cabal toma de conciencia respecto del valor del mismo para la identidad del cuerpo social y, lo que es peor, no ha sido acompañada por las necesarias acciones, concretas y contundentes, en favor de que dicha protección pase, del plano declamatorio, a ser puesta en práctica con efectividad. Como se dijo en el apartado anterior, y por muy diversas razones, es harto difícil gestionar el cuidado del patrimonio que se encuentra en manos privadas, sobre el cual la legislación siempre resulta insuficiente y las estrategias que se ensayan desde los organismos específicos para llegar a soluciones con-

160

sensuadas, quedan supeditadas a muchos imponderables y a una toma de conciencia social difícil de lograr. Por el contrario, hasta algunas décadas atrás y en el ámbito de los especialistas, los bienes patrimoniales que pertenecían al estado se consideraban mucho menos vulnerables y en general se entendía que su integridad estaba mejor asegurada. Pero, a la luz de muchos hechos constatados en los últimos años, ya no sería aventurado afirmar que la conservación de los bienes patrimoniales que son propiedad estatal, implica iguales o mayores dificultades a la vez que los mismos están igualmente sometidos a graves riesgos. En el área de estudio, se enfrentó la gravosa constatación de dos edificios públicos, de función educativa, que fueron alterados en su morfología con absoluto desprecio por sus valores arquitectónico–patrimoniales, mediante obras de ampliación y reforma encaradas por la propias autoridades escolares, en instancias en las que hubiese debido intervenir la DIPAI (Dirección Provincial de Arquitectura e Ingeniería) con personal idóneo para llevar adelante las obras, por tratarse de escuelas públicas provinciales. Así, dos de las obras inventariadas como relevantes, la Escuela Nº 426 General San Martín, de Santa Rosa de Calchines, y la Escuela Nº 435 Juan Bautista Alberdi, de San Javier, han recibido tratamientos agresivos, destructivos de sus valores histórico–arquitectónicos, que resultan totalmente inaceptables en establecimientos educativos públicos, no sólo por la pérdida que estas acciones significan para el patrimonio cultural de las respectivas localidades sino por la distorsión del mensaje de respeto por dicho patrimonio que el edificio escolar debería llevar implícito. En el primer caso, la escuela de Santa Rosa pertenece a la tipología de escuelas urbanas construidas en la década de 1920–30 en muchísimas poblaciones del interior de la provincia de Santa Fe y constituyen un elemento especialmente identitario en las localidades de la costa santafesina donde, por entonces, existían muy pocos edificios públicos e institucionales. Es de lamentar que esta antigua escuela prototípica, haya sufrido ampliaciones muy poco criteriosas, con agregados volumétricos que distorsionan el planteo anular, sumando a ello la destrucción de un valor fundamental: la cubierta de chapas acanaladas a cuatro aguas. La desafortunada sustitución de esa típica techumbre, por una cubierta de una sola pendiente, supone una rotunda alteración de la volumetría, la pérdida el equilibrio plástico original y la destrucción de un valor que aportaba al carácter prototípico de la obra. También resulta absolutamente inadecuado el criterio de color elegido al repintar la fachada, que no respeta las tonalidades originales.

161

En el caso de la escuela de San Javier, construida en la segunda década del siglo XX, el planteo original consistía en un bloque principal paralelo a la calle, aunque recedido de la línea municipal, y dos alas perpendiculares a éste, prolongándose una de ellas para albergar los servicios. Disponía de una manzana completa de parque, situación característica en las escuelas de ese período lo que, en parte, se fue perdiendo por la ocupación del terreno con otros edificios escolares. La escala del cuerpo central puede considerarse “monumental”, sobre todo en relación con la que el pueblo tenía al momento de su construcción. El lenguaje empleado es de líneas muy sobrias, presentando como único tratamiento un almohadillado y las pilastras que enmarcan el ritmo de las ventanas. En las últimas décadas del siglo XX, la escuela fue afectada en su integridad arquitectónica por sucesivas ampliaciones que se realizaron sin respetar la estructura ni los valores del edificio original. En el relevamiento de 1984 ya se habían detectado agregados discordantes. Para 2009 esta situación se había agravado, ya que se relevó la inclusión de nuevas aulas y el patio cubierto, que fueron construidos sin mediar atención al valor histórico patrimonial, desarticulando la volumetría, el lenguaje expresivo y la calidad espacial del edificio. En 2010 se pudo verificar una nueva y absolutamente incomprensible agresión al edificio, consistente en la pintura de su fachada principal con un color totalmente inadecuado, estridente, disonante respecto de las características arquitectónicas de sobriedad y clasicismo que siempre marcaron a la Escuela. Con respecto a las intervenciones en los edificios de arquitectura doméstica, muchos de ellos considerados como obras de entorno, puede apuntarse que entre las acciones más reiteradas y que afectan agresivamente a este patrimonio, se ha detectado la alteración de las fachadas, modificando las proporciones de los vanos, abriendo grandes vidrieras, revocando y pintando con colores estridentes lo que fueron sencillos y sobrios frentes de casas italianizantes, para adaptarlos a llamativos locales comerciales. O la modernización de las aberturas de edificios de vivienda, incorporando vanos de distinta proporción que desarticulan totalmente el lenguaje de fachada. En los interiores, la demolición de muros divisorios para conseguir salones de mayores dimensiones y el cierre de patios y galerías, ha sido otra de las alteraciones más recurrentes. Otras modificaciones que se constatan con frecuencia se producen sobre rubros constructivos (cielorrasos, aberturas, pisos) que son claves para un mantenimiento adecuado de los valores ambientales y la armonía entre los espacios y las tecnologías. Debe considerarse que la casa típica de la inmigración (la denominada casa del gringo, o casa “chorizo”) que es una tipología mayoritaria en la arquitectura patrimonial de la Costa, tiene la característica 162

de ser un sistema en equilibrio, donde todos los componentes tecnológicos, equilibradamente respetados, aportan a un mantenimiento constructivo y una habitabilidad armoniosa. Alterando esa armonía, una de las acciones desafortunadas que más se repite es el cambio de aberturas, sustituyendo las antiguas puertas y ventanas de proporciones verticales, con banderolas, por aberturas “modernas” de proporciones horizontales; por lo general esta acción va acompañada por una disminución de la altura de las habitaciones, bajando los cielorrasos. Además de la alteración de la estética de las fachadas, que ya se comentó, la realización combinada de estos dos cambios lleva a pésimos resultados para el control de la temperatura en épocas estivales y para la circulación de aire y ventilación de los locales, ya que al bajarse los cielorrasos las habitaciones pierden sus proporciones que alejaban el aire caliente de la altura habitable, mientras que al retirarse las banderolas, se impide la circulación y renovación de dicho aire. Otra acción muy destructiva para la conservación edilicia son los cambios de piso; especialmente cuando se sustituyen los entablonados de pinotea, tan frecuentes en este tipo de arquitectura, que suelen deteriorarse con el paso del tiempo y, en lugar de cambiarlos por materiales similares, se opta por rellenar las cámaras de aire sobre las que se colocaban las tablas, por contrapisos, a los que se les da como terminación otro tipo de solado (generalmente baldosas cerámicas vitrificadas). Esto, además de la alteración de la calidad espacial al reemplazar la madera, un material cálido y orgánico, por la cerámica, tiene el inconveniente técnico de impedir la respiración de la mampostería de cimientos y de la humedad natural del piso, que originalmente se realizaba mediante la cámara de aire. Al rellenar con hormigón de contrapiso e impedir la ventilación natural de los componentes, se produce el ascenso de humedad por los muros con el consiguiente desprendimiento de revoques, aumento de la humedad ambiente y malos olores. En síntesis, puede decirse que las acciones nocivas sobre el patrimonio histórico–urbano que se constataron no constituyen el tipo de destrucción con fines de especulación inmobiliaria propios de las grandes ciudades, donde lo más habitual es que se demuela una vivienda tradicional de planta baja o de dos pisos, para construir un edificio de muchas plantas multiplicando la plusvalía de la tierra urbana; en los pueblos de la Costa, lo que ocurre, es que se trata simplemente de una mal entendida modernización, cuyas consecuencias hubiesen podido evitarse sin grandes esfuerzos, con una normativa municipal o comunal adecuada y una concientización conveniente de los usuarios. De haberse contado, por ejemplo, con una normativa que regulara las intervenciones en fachadas, en pos de la conservación de una imagen urbana 163

identitaria, hoy resultaría mucho más optimista nuestro balance sobre el futuro de este patrimonio cultural; pero eso hubiese requerido que fuera asumido positivamente por las respectivas comunidades el valor que estas numerosas arquitecturas modestas otorgaban a la imagen de estos pueblos. A lo dicho, se puede agregar que la regulación de la relación de llenos y vacíos, ritmos y colores en fachadas de edificios de valor histórico, no implica una grave restricción al dominio, no supone ir en desmedro de la disponibilidad que el propietario tiene sobre el inmueble, aunque es mucho lo que esto aporta a la conservación de la estética en el espacio público. No puede pensarse que, en la actualidad, preservar el patrimonio urbano sea cerrarse en la conservación de individualidades, en el cuidado de objetos paradigmáticos. Si se trata de conservar la ciudad viva, de lograr el equilibrio entre la conservación y las necesidades de la vida actual, se debe asumir una actitud que asocie el respeto por lo antiguo y creatividad para diseñar el futuro. De haberse actuado en este sentido, muchas de las pérdidas sufridas en el último cuarto de siglo por el patrimonio urbano–arquitectónico en el Corredor de la Costa, hubiesen podido, con certeza, evitarse.

Notas 1

Collado, Adriana: “Inventarios. Recursos para el cono-

5

Trabajo de investigación desarrollado entre 1983 y

cimiento del patrimonio urbano–arquitectónico”, en Tex-

1986 por convenio entre la Universidad Nacional del

tos de cátedra, vol. 3, Maestría en Gestión e Interven-

Nordeste y Agua y Energía Eléctrica (AyE, empresa del

ción en el Patrimonio Arquitectónico y Urbano, FAUD,

Estado). El equipo se constituyó bajo la dirección de

Universidad Nacional de Mar del Plata, 2005, pp.

la arq. Graciela Viñuales (UNNE) y como investigadora

59–83.

principal la arq. Adriana Collado más otros investiga-

2

Diccionario Básico Vox Español/Latino de Eustaquio

Echauri Martínez, Barcelona, 7ª edición, 1970. 3

Para un estudio más completo de esta cuestión ver

dores: los arquitectos Susana Zanón, Ángela Sánchez Negrette, Luis Müller, Linda Peso, Miriam Bessone, Horacio Tabbia, Liliana Gerber, Julio Arroyo. Los resultados del trabajo se publicaron en 1987

Trimmiño Arango, Guillermo: “Inventario en Arquitec-

6

tura” en Inventario y catalogación del patrimonio cul-

como Viñuales, Graciela; Collado, Adriana: Patrimonio

tural, Seminario Regional Andino del Proyecto PNUD,

arquitectónico en el área del Paraná Medio, Resisten-

UNESCO, Santiago, Chile, 1977, p. 10.

cia, UNNE, 1987.

4

De Azevedo, Paulo: Para un inventario cultural brasi-

leiro, Salvador, Brasil, Informe SPHAN, 1984.

164

Foto 1984

Foto 2008-2010

Comentario Cayastá. Iglesia Natividad de María. El templo presenta problemas de conservación pero la agresión mayor la ha sufrido el entorno con la inclusión de una antena de telefonía celular y la construcción de un volumen inadecuado lindero a la iglesia. Santa Rosa. Esquina de las calles Antonio Rossi y Uruguay. Una típica construcción que hubiese aportado a la identidad urbana y que fue desarticulada mediante el tratamiento inadecuado de su extensa fachada.

San Javier. Casa Occofer. Destrucción de la fachada por la reforma de los vanos que fueron sustituidos sin criterio de armonizar con las proporciones del edificio original. Se perdió el rasgo más destacado de su aporte al espacio urbano. Helvecia. Pontón o muelle flotante. Elemento característico de la Costanera de Helvecia. Destruido por falta de atención y mantenimiento. Hoy es irrecuperable.

Santa Rosa. Capilla San Antonio. En algún momento se ejecutaron tareas de mantenimiento pero no fueron suficientes para cubrir las deficitarias condiciones edilicias. Hoy se encuentra en ruinas.

Santa Rosa. Casa de esquina. Calles 1º de Mayo y 9 de Julio. Típica estructura de fachada italianizante muy modesta. Destruida por cambio de 165 totalmente aberturas de modo desatento a los valores plásticos de la fachada.

San Javier. Casa en Alvear 2259. Alteración de la original tipología de planta en U con galería hacia el frente, al incluir una ampliación que no respetó ese rasgo característico.

Helvecia. Antigua casona en esquina de las calles Corrientes y Maipú. Destruida totalmente para levantar sobre los antiguos muros una vivienda que no reconoce ningún valor patrimonial.

Santa Rosa. Escuela San Martín. Intervenciones inadecuadas con destrucción de rasgos característicos de las escuelas tipológicas. Color inadecuado.

San Javier. Escuela Alberdi. Ampliaciones inadecuadas con destrucción de la volumetría y la especialidad. Color agresivo. Inaceptable.

Cayastá. Casa Anderson. Estado ruinoso por falta de mantenimiento y ocupación intrusita.

San Javier. Casco Estancia Morgans. Estado ruinoso por falta de mantenimiento. Deshabitada. Es un caso totalmente recuperable con fines de turismo regional por el interés arquitectónico y paisajístico. 166

Saladero Cabal. Edificio principal de la antigua administración del saladero. Demolido casi totalmente en 1986, poco después del primer inventario. Permanece sólo un pequeño fragmento de este importante conjunto. No todos los casos son ejemplos negativos. Algunos resultan auspiciosos. Cayastá. Casa González. Una típica arquitectura de los pueblos de la Costa que permanece con todos sus rasgos intactos, en una esquina de la plaza de Cayastá, haciendo importante aporte al paisaje urbano.

Helvecia. Una casa de calle Iriondo recientemente restaurada con muy buen criterio y respeto por sus valores arquitectónicos y urbanos.

Colonia Mascías. Estancia San Bernardo (hoy Don Vicente). Excelente estado de conservación, tanto de la casona como del parque circundante.

Santa Rosa. Estancia Santa Catalina. Refuncionalizada con el objeto de transformarla en centro de turismo rural. Excelente estado de conservación.

Santa Rosa. Casa Bergallo. Refuncionalizada como estudio de profesionales. Excelente estado de conservación.

167

Casos de destrucción de fachadas en esquina para locales comerciales que bien hubiesen podido respetar la configuración original.

168

Patrimonio cultural y participación ciudadana Claudia A. Montoro y María Elena Del Barco

Este segmento desarrolla el modo en que se ha realizado el estudio de las comunidades del Corredor de la Costa, en el tramo que comprende las localidades entre La Guardia y San Javier, con la posibilidad de develar la riqueza de las condiciones naturales y culturales de estas comunidades, a partir de entender este corredor como una red de poblados. Entendiendo que en la actualidad las representaciones culturales juegan un rol fundamental en la vida social de los pueblos, el estudio de estas formas simbólicas —producto de la vida cotidiana y social, de los hechos históricos e individuales— nos permite acceder a su conocimiento. En particular, partimos de la idea de que el relevamiento de los recursos culturales de las poblaciones del corredor nos permite reafirmar la instalación del concepto de paisaje cultural, como una figura de referencia interpretativa y operativa para el área. Este catálogo nos sirve como medio para reconocer tendencias y potencialidades del sector y, desde una visión estratégica, posibilita analizar a esta red como una trama articulada desde lo territorial y lo productivo, lo social y patrimonial, donde cada uno de los pueblos aporta una historia y recursos culturales propios y diferenciados.

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1. Bases conceptuales

A partir del concepto de paisaje cultural nos interesa particularmente considerar la idea del espacio y su construcción social. Reconocemos, en su interpretación contemporánea, al espacio urbano como un fenómeno complejo. Por ello, su estudio no puede reducirse simplemente a un problema espacial, funcional o perceptivo, sino que debe abordarse cognitiva y afectivamente.1 El espacio urbano, como resultado de una dinámica social colectiva, se nos ofrece a través de nuestras representaciones y nuestras prácticas como un discurso socialmente construido, es decir, se constituye en un fenómeno del cual el ciudadano participa y con el cual interactúa.2 De esta manera, se puede entender al espacio a partir de dos puntos de vista complementarios: • como escenario o contenedor de lo social: este concepto refiere básicamente, desde nuestra especificidad de la arquitectura y el urbanismo, al espacio físico o territorio, donde su diseño y funcionalidad son primordiales para construir comportamientos. La ciudad, sus calles y sus espacios públicos como lugares usados por el colectivo, aquellos que la sociedad se va a encargar de representar y que serán recreados de diferente manera por cada sujeto. • como resultado de una dinámica social colectiva: el espacio se nos ofrece a través en nuestras representaciones y nuestras prácticas sociales, como un discurso socialmente construido. Entendiendo al término representación como una imagen presente de un objeto ausente, las representaciones que se elaboren de la urbe, afectan y guían su uso social y modifican la concepción del espacio. Se trata pues, de un trabajo de ida y vuelta, según el cual construimos la realidad en función de lo que “sabemos” de ella (incluyendo la información visual aprehendida), pero a su vez comprendemos la imagen como visión del mundo en función de nuestro concepto de realidad.3 El concepto de representación también puede dirimir las cuestiones de la historia como modo de abordar el pasado, permitiendo acceder a un objeto o acontecimiento ausente a través de una operación de sustitución de una imagen que lo regenere en la memoria. Pero es importante entender que, en la construcción histórica, las representaciones pueden ser también entendidas como una reconstrucción parcial y condicionada de quien relata o historiza. Así la imaginación, el recuerdo y la memoria forman parte de la construcción histórica; siendo precisamente la memoria, la instrumentación del acceso a una idea de realidad en coordenadas espacio temporales específicas, en

170

las que un recuerdo —que no es la revivificación individual del pasado sino una construcción social del mismo— se convierte en ficción, se ubica en un lugar y lo construye nuevamente. El individuo no recuerda sólo su pasado, lo hace en relación con una serie de otros espacios sociales definidos desde larga data. Estas construcciones del intelecto se asocian para transformar a la memoria en un fenómeno social y son la base del imaginario colectivo. A estas imágenes, que tienen en común los individuos y se manifiestan mediante una serie de representaciones colectivas, las podemos denominar imaginarios sociales, dice Durkheim, y ellos cumplen una función social muy importante, ya que expresan o describen los aspectos colectivos por sobre las experiencias particulares.4 A partir de estas conceptualizaciones, en el análisis de estos poblados de la Costa santafesina, de sus espacios construidos, nos interesa no sólo considerarlos como escenarios donde suceden las cosas, sino también reconocer cómo los espacios son percibidos, pensados o imaginados por los sujetos. Esto implica comprender a estas comunidades como grupo social que conforma el Corredor, distinguiéndolo por su singularidad, y entendiendo que el establecimiento de determinadas características simbólicas con respecto a otras sociedades está dado por la configuración y la actuación de un determinado imaginario social. Recuperar sus imágenes representativas, como el conjunto de rasgos o elementos básicos de identidad, incluso podría dar lugar a la creación y desarrollo de una marca de ciudad.5 Así se puede lograr un posicionamiento tal que permita obtener no sólo un reconocimiento de la ciudad por parte del ciudadano, sino vislumbrar un lugar preciso en la red de poblados tanto como un desarrollo sostenible a través del tiempo, incrementando así el turismo y la inversión. 2. Estrategias para instrumentar la participación ciudadana

Este apartado refiere a un momento en el que nuestro trabajo, para ser validado, debía establecer un vínculo con las comunidades que formaron parte del estudio. En función de esta idea, el grupo de investigadores asumió que, en el proceso de análisis, el proyecto debía trascender el ámbito académico y vincularse con el medio. Esta instancia debía considerar algunas estrategias para instrumentar la participación ciudadana, que permitiera una aproximación al conocimiento de las comunidades estudiadas desde la mirada de sus habitantes.

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A partir de esta preocupación, y teniendo en cuenta las conceptualizaciones desarrolladas anteriormente, para poder llevar adelante el estudio correspondiente sobre las poblaciones de la Costa fue necesario implementar una metodología apropiada. Se pretendía generar cursos de acción alternativos, orientados a sustituir un relato descriptivo por un análisis multidimensional de nuestro objeto de estudio: los poblados costeros. Por ello, se procedió a realizar actividades con diversas modalidades de participación de los vecinos: talleres participativos, reuniones con grupos focales y entrevistas con informantes claves. Los talleres participativos6 se plantearon como aproximaciones a la sociedad en general, a través de convocatorias organizadas por instituciones locales relevantes. Para poder percibir los principales elementos constituyentes de la identidad local y registrar de una manera amplia tanto los intereses comunitarios como los problemas más urgentes a resolver, fue necesario dirigir una mirada al interior de la comunidad, siempre con la intención de revelar estas cuestiones a cada grupo social, pero sin la pretensión de ofrecer soluciones por nuestra parte. En cuanto a las reuniones con informantes claves y grupos focales,7 en sucesivos viajes del grupo de investigadores a los distintos poblados se organizaron entrevistas con las autoridades comunales o municipales, incluyendo en las primeras aproximaciones a los responsables de las áreas de turismo y de cultura. Debido a que la renovación de los gobiernos comunales se produce cada dos años, esto dificultó los contactos con quienes ocupan cargos de gestión en los períodos próximos a las elecciones, como así también significó cierta inestabilidad en los contactos, al producirse cambios en los funcionarios que ocupaban las áreas de nuestro interés. Entre los diferentes actores sociales que aportaron datos relevantes a nuestro estudio se encuentran: los directores de los museos de cada localidad, vecinos con destacada actuación en el medio, maestros y directores de escuelas primarias y secundarias de amplia trayectoria, periodistas, historiadores e interesados en la historia local, profesionales de la arquitectura o la construcción, como así también propietarios de conjuntos de cabañas, servicios gastronómicos y estudiantes de carreras terciarias relacionadas al turismo. En particular, la profesora Sandra Trevisani, coordinadora del Instituto Superior de Profesorado Nº 10 Mateo Booz, Anexo Santa Rosa de Calchines, aportó su visión sobre el desarrollo de esa localidad a partir de la actividad turística que resultó de innegable importancia en nuestra lectura del medio; a la vez que sirvió de vínculo para organizar algunas de las actividades del proyecto. En las reuniones, consideramos las mismas cuestiones que en los talleres profundizando el intercambio, la observación y el registro de las preocupaciones de nuestros interlocutores, sean ellos individuos o un grupo en particular. 172

De los distintos encuentros surgieron aportes significativos sobre los temas que cada grupo consideró fundamentales, así como también quedaron en evidencia algunos temas o áreas de trabajo que aún no han sido consideradas o valoradas suficientemente. Estas cuestiones serán desarrolladas más adelante, a manera de síntesis, dentro del catálogo de los recursos culturales detectados. 3. Implementación de los talleres participativos

Para lograr la información adecuada sobre las representaciones y los rasgos identitarios de estos grupos sociales fue preciso elegir, dentro de los cursos de acción, aquel que ofreciera mayores ventajas para la resolución de los problemas detectados en el proceso de análisis. La propuesta supuso trabajar en forma directa con sus habitantes. Por un lado, a nivel micro, el procedimiento adoptado tanto como las actividades propuestas y ejecutadas permitieron establecer vínculos con la comunidad y las organizaciones locales, así como generar espacios de encuentro entre vecinos donde pudieran expresarse, intercambiar ideas para que, en un proceso de construcción colectiva, se pudiera cumplir con los objetivos planteados. Como forma de acercamiento, la implementación de talleres participativos nos permitió concientizar sobre las capacidades operativas de la comunidad tanto como contribuir a la ponderación y la preservación de los recursos culturales y patrimoniales del sector. Precisamente, estos talleres refieren a la acción de formar e informar sobre las posibilidades que tienen las distintas comunidades de explotación, recuperación y protección de determinados espacios urbanos, condiciones ambientales y rasgos culturales, que fueran distintivos dentro de la ciudad o del territorio. En estos encuentros, se trabajó con grupos de vecinos de diferentes franjas etarias, como así también con distintas organizaciones intermedias, convocando en cada caso a personal de instituciones educativas primarias, secundarias y terciarias de reconocida trayectoria, miembros de vecinales, empresarios turísticos y funcionarios comunales. A nivel macro, nos interesaba articular nuestra investigación con el Gobierno de la provincia de Santa Fe para pensar más allá de la instancia comunal. Del mismo modo se intentó involucrar a las organizaciones intermedias tanto como a los grupos inversores que están desarrollando emprendimientos turísticos en el sector.

173

Nuestro propósito suponía, y creemos haberlo logrado, que en el ámbito del Corredor de la Costa estos talleres sirvieran como fuente de revalorización individual y grupal de los distintos poblados, como así también que generaran oportunidades de expresión y construcción colectiva. Así los actores sociales, las organizaciones intermedias y las comunas tuvieron la oportunidad de discutir sobre los problemas y las soluciones posibles a implementar. 4. Implementación de presentaciones del proyecto y sus resultados a la comunidad

Otra modalidad de contacto con los vecinos, fueron las presentaciones del proyecto que el equipo realizó en sucesivos encuentros con las comunidades de la Costa, desde inicios del año 2009, en que promediara su período de ejecución.8 La primera presentación fue con motivo de una invitación del Foro Permanente de Municipios y Comunas por el Turismo a su 5º encuentro, realizado en Cayastá.9 En esa oportunidad se tomó contacto con funcionarios no sólo de las localidades incluidas en la investigación sino también de otras ubicadas al norte del área de estudio igualmente contenidas dentro del Corredor. Esto permitió verificar el interés en nuestra propuesta, aún por fuera de los límites planteados operativamente para el proyecto. La propuesta de trabajo y los objetivos del proyecto, tanto como los avances producidos durante su desarrollo, fueron expuestos en sucesivas presentaciones en Santa Rosa de Calchines10 y San Javier.11 En estas exposiciones se hizo referencia a los temas internos trabajados por los investigadores: reflexiones sobre la noción de paisaje cultural, actualización del relevamiento del patrimonio arquitectónico y urbano, relevamiento de la conformación espacial del corredor de la ruta provincial Nº 1, estudio del proceso de organización territorial, reflexiones sobre las representaciones pictóricas de la Costa, aportes de la participación ciudadana al patrimonio cultural y catalogación de los recursos culturales. 5. Algunos resultados de los encuentros con las comunidades

Nuestra propuesta fue muy bien recibida por el conjunto de las comunidades. Ante nuestro requerimiento, en cada oportunidad que planeábamos una actividad, los participantes mostraban una amplia receptividad, ya fueran talleres, entrevistas o reuniones.

174

Creemos que la importancia de la participación en el desarrollo del proyecto reside en que este enfoque permite establecer políticas de difusión y concientización para lograr el reconocimiento de los valores que posee el paisaje cultural en cada comunidad costera. El taller realizado en Santa Rosa de Calchines12 fue una experiencia muy enriquecedora con la generosa participación de un grupo importante de vecinos, que no sólo nos presentaron sus inquietudes y preocupaciones comunitarias sino que además nos permitieron el acceso a documentación sobre la historia de Santa Rosa y fotografías de los pobladores de distintas épocas, que habían traído consigo con motivo del encuentro. De este modo, esta actividad se convirtió en una importante fuente de información al permitirnos acceder a un material que de otro modo hubiera resultado difícil obtener.

Taller participativo en Santa Rosa de Calchines, organizado por el anexo del Instituto Superior de Profesorado N° 10 Mateo Booz y coordinado por Claudia Montoro. Foto: María Elena Del Barco, diciembre 2009.

Del encuentro surgió el reconocimiento de la constitución de la población, con varias generaciones de familias y sujetos que la habitan, lo que permite que la mayoría de ellos se conozcan e intercambien permanentemente experiencias. Durante la actividad, al momento que alguno de los presentes comenzaba un comentario, el resto completaba la historia con anécdotas y referencias permanentes a sitios o sectores del pueblo, con denominaciones que los vecinos reconocían como propias; dando cuenta de que estas imágenes, que tienen en común los individuos y se manifiestan mediante una serie de representaciones colectivas, son parte del recuerdo y la memoria formando parte de la construcción histórica.

175

Por ello consideramos que este grupo de adultos y adultos mayores fue una fuente extraordinaria de recursos, ya que desarrollaron un relato del crecimiento y la historia de la comunidad. 6. Catálogo de recursos culturales en la Costa santafesina

Precisamente porque entendemos que una sociedad se configura de un modo especial a partir de sus recursos culturales, para realizar este catálogo se tomaron como puntos de partida los encuentros con las comunidades de la costa con las modalidades antes mencionadas, por un lado, y las observaciones realizadas por el equipo de trabajo en sucesivos viajes al área de estudio, por el otro. Este registro implicó estudiar las principales características de cada una de las ciudades, con sus paisajes y sus calles, así como registrar, identificar y ponderar aquellos sectores o actividades que presentaran mayor asociación con el recorrido de las mismas a modo de itinerario; y desde allí tender a la valoración, recuperación y protección de estos recursos culturales y patrimoniales. Si se entiende a la identidad como una construcción colectiva y no algo dado o asumido, es fundamental atender a los relatos y percepciones que aporta cada comunidad a la hora de registrar esas diferencias. Reconocer que “las miradas humanas no son nunca ingenuas. Son recortes de la realidad efectuados con diversas intenciones y objetivos. Recreativos, estéticos, sociales, políticos, económicos”.13 A partir de estas miradas, nos interesaba tanto reconocer aquellos rasgos en común a la red de poblados como establecer algunas diferencias en los perfiles de cada localidad. La Guardia En este poblado, el grupo de investigadores valoró principalmente como recursos culturales al Taller de Cerámica Artesanal de La Guardia y a la Fábrica Alassio Hnos. por ser referentes de la historia y de la identidad local. El taller municipal, dirigido por la profesora Juliana Frías, funciona como centro de capacitación de niños y adultos desde 1960, recuperando las tradiciones locales en la producción de cerámica tanto en sus técnicas como en los motivos que se recrean. Este ejercicio de recuperación de prácticas productivas de otros momentos históricos tiende a consolidar la memoria social.14

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Producción del Taller de Cerámica Artesanal de La Guardia, en la Muestra Identidad y paisaje organizada por el proyecto Corredor de la Costa. Foto: Claudia Montoro, junio 2010.

Por su parte, la fábrica de cerámicas Alassio fue centro de la vida productiva de este asentamiento hasta hace unas décadas; y si bien hoy sólo permanecen unas pocas huellas materiales, forma parte de la memoria colectiva por el gran impacto económico que tuvo su actividad en la zona y por los registros documentales y fotográficos que se conservan. San José del Rincón Con sus calles arenosas, el paisaje se pone en evidencia y anticipa lo que iremos encontrando a lo largo de la Costa. Esta área urbana, cuya calidad ambiental merece preservarse como valor patrimonial, posee los rasgos de una comunidad costera que se reconoce en los relatos literarios y en las obras pictóricas de grandes artistas de la región, que supieron elegir este tranquilo poblado como residencia.

San José del Rincón. Paisaje urbano, con sus calles arenosas y arboladas. Foto: Claudia Montoro, octubre 2008.

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Situación que ha variado considerablemente en la actualidad, con la incorporación como sector de residencia de este poblado al área metropolitana Santa Fe–Paraná, que casi avanza hasta Arroyo Leyes, tras la construcción de líneas de defensa contra las inundaciones que dieron cierta seguridad para ocupar este suelo semi–rural. Desde su plaza arbolada y a través de su follaje, se percibe la antigua Capilla en uno de sus bordes. La actual parroquia Nuestra Señora del Carmen muestra un interior construido en la década de 1820 y una fachada rediseñada por el ing. Arturo Lomello hacia 1895, caracterizada por la espadaña que la corona y por el lenguaje académico adoptado.

San José del Rincón. Antigua capilla, hoy Iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Foto: Claudia Montoro, octubre 2008.

San José del Rincón. Museo Regional y Tradicional de la Costa. Foto: Claudia Montoro, octubre 2008.

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En una de las esquinas de esta plaza Brigadier López se encuentra el “Museo Regional y Tradicional de la Costa”, que posee objetos donados por los vecinos. En sus salas se exhiben pinturas, esculturas y cerámicas; algunas de ellas, obras de reconocidos artistas regionales y provinciales. Este acervo resulta un aporte original en el registro de estas instituciones culturales que podría aprovecharse para consolidar la identidad local, visiblemente afectada en las últimas décadas como consecuencia de las tensiones inmobiliarias que genera la densificación residencial en el área. Santa Rosa de Calchines Con el aporte de las reuniones con funcionarios del gobierno comunal,15 las entrevistas a otros informantes claves16 y los relevamientos del equipo del proyecto se han identificado los bienes culturales, equipamientos y servicios considerados más significativos en esta localidad. Desde el punto de vista turístico, lo más característico del poblado se muestra al visitante a través de dos circuitos, organizados con la participación de estudiantes terciarios de la carrera de Turismo a través de un programa de pasantías: un recorrido histórico que incluye un paseo por el pueblo (la plaza central, la Iglesia de San Antonio y el museo), y un recorrido productivo por el área suburbana (quintas, lavaderos de zanahoria, invernáculos de rosas y yerberas, y ladrillerías, entre otros). Este circuito productivo permite visibilizar a un sector que dinamiza la actividad económica, con cerca de sesenta productores en el área. Ambos circuitos están dirigidos a captar el turismo escolar que visita al sitio de Santa Fe la Vieja en Cayastá, incluido como objeto de estudio dentro de la currícula. Otra opción turística, que es mencionada recurrentemente en las páginas de turismo en la web, es el paraje denominado “La Islita”. Ubicado sobre el río, al sur de la planta urbana, allí se puede contemplar el paisaje de la costa más característico de este tramo del río que, al no estar intervenido por el hombre, conserva sus rasgos intactos —aun aquel que lo hace inaccesible por su baja cota en los períodos de inundación—. Desde la década de 1990, al construirse un sistema de defensas ante las inundaciones recurrentes, lamentablemente se ha perdido el contacto visual con el río y tampoco ha quedado una calle costanera, si bien la imagen del río y la costa son referencias constantes en la memoria de los vecinos. Dentro de los recursos culturales, ubicado frente a la Comuna, se encuentra el Centro Cultural Comunal que constituye un equipamiento relevante para una comunidad de esta escala, brindando la posibilidad de desarrollar actividades culturales y educativas. Allí se ofrecen clases de pintura, de actividades manuales, como así también un taller terapéutico de apoyo a discapacitados. Este espacio físico además alberga el anexo del Instituto Superior 179

de Profesorado Nº 10 Mateo Booz,17 donde se dictan las carreras de Tecnicatura en Hotelería y en Gestión Gastronómica, que forman a jóvenes de la zona en estas áreas de apoyo a la actividad turística. La tarea de formación profesional que realiza esta institución educativa puede ser considerada como un factor significativo para el desarrollo de futuros emprendimientos en el Corredor. La Capilla de San Antonio es un referente fundamental del patrimonio arquitectónico en el área rural próxima a Santa Rosa, cuya restauración está prevista en el Programa de Recuperación Patrimonial del Gobierno de la Provincia de Santa Fe.18 De esta obra se valora particularmente su condición de capilla rural, la larga historia en el área de la familia que la construyó y su condición de hito por su ubicación junto a la ruta. Resulta de indudable interés para el equipo del proyecto, el conjunto arquitectónico de la Estancia Santa Catalina, reconocido también por varios informantes. Con un casco histórico bien conservado, hoy se ha transformado en sede de un emprendimiento turístico, que ofrece un punto de alojamiento a viajeros internacionales sobre todo orientados a la caza y la pesca deportivas en regiones al norte del país. A tal efecto, se han construido pabellones independientes para alojar a los huéspedes, sin afectar considerablemente la relación con el paisaje circundante. Sin embargo, esta inversión aún tiene poca repercusión en las comunidades próximas, ya que no hay un reconocimiento de lo que pueden ofrecer como apoyo a su actividad.19 Al norte del área urbanizada, se sitúa el Museo Comunal “Aníbal Bergallo” desde 1994. Allí se exponen objetos de uso cotidiano de fines del siglo XIX y de principios del siglo XX, provenientes de las donaciones o préstamos realizados por los vecinos, que se renuevan periódicamente. Se reconoce la labor de Dora Tavárez, su directora actual, que nos prestara valiosas fotografías históricas luego del taller participativo. Aunque el edificio se ha construido para este fin, ya resulta insuficiente el área de exposición.

Santa Rosa de Calchines. Vistas del Museo Comunal “Aníbal Bergallo”. Foto: María Elena Del Barco, octubre de 2008.

180

Entre las ideas sugeridas por vecinos, se propone la refuncionalización de un antiguo almacén de ramos generales en Campo del Medio para usos culturales. Las ideas de un museo o un “Centro de interpretación” parecen ser las más apropiadas para una propuesta como la que se presenta, aunque sea de manera muy incipiente. Entre los establecimientos rurales, se menciona también a la estancia del presidente comunal Sr. Elbio Yosen, donde se piensa instalar un establecimiento termal con financiamiento de un inversor particular. Este proyecto de instalación de termas en el sector y el impacto de otros emprendimientos turísticos a gran escala, que se comentan localmente, generan gran inquietud en la comunidad toda por temor al impacto ambiental y a las transformaciones que pueda sufrir la vida del pueblo en todos los aspectos, desde lo cotidiano a lo económico o lo paisajístico. En cuanto a las posibilidades de alojamiento para el turismo, el área dispone del Camping comunal “San Antonio”, ubicado desde 1999 al norte de la planta urbana y con acceso señalizado desde la ruta provincial Nº 1. También se ofrece alojamiento en cabañas, la mayoría ubicadas en la zona próxima al camping; entre los principales complejos se pueden mencionar a “El Molino”, “La Tranquila”, “Vieja Ribera”, “Don Juvenal” y “Viejo Puerto”, ésta última perteneciente a empresarios de origen francés. De pequeña a mediana escala, estos emprendimientos constituyen una interesante oferta incluso para la ciudad de Santa Fe, por su proximidad; sería interesante contar con un relevamiento exhaustivo de las plazas disponibles, tarea accesible de realizar por el gobierno local. En nuestros recorridos, se detectaron rasgos comunes en la señalética relacionada con el turismo y confirmamos que se realizaron por acuerdo entre las comunas de Santa Rosa, Helvecia y Cayastá. El uso de signos o códigos comunes en las distintas localidades posibilita una lectura y una identificación para el turista más ágil; a la vez, iniciativas como ésta hacen pensar que es posible la coordinación de estrategias comunes operando como una red de poblados. Entre los proyectos que posee la Comuna, a partir de los reclamos de la comunidad, figura el de equipar un parador en el Monumento a Monzón sobre la RP 1, que es visitado asiduamente por los turistas que transitan ese tramo de la ruta, atraídos por el renombre del deportista. A la vez, les interesaba recuperar las artesanías locales que se han perdido, pensando en algún producto que los identifique ante el turista; una alternativa sería, organizar algún taller de formación trayendo artesanos de zonas próximas. También se han interesado en la difusión de la localidad a través de las nuevas tecnologías de la información, poniendo en funcionamiento un blog que concentra información sobre el área de Turismo y Cultura.20 A princi-

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pios de 2010, pudimos verificar que disponían de buena información sobre el área, con datos sobre fiestas populares, celebraciones y vínculos a otras páginas sobre turismo local; pero actualmente el mantenimiento se dirige más a registrar notas periodísticas de diarios y de páginas web locales y vínculos a redes sociales que a su actualización sobre recursos culturales y productivos. Así se desaprovecha un medio de difusión accesible, que podría generar beneficios para toda la actividad de la localidad. Como resultado del relevamiento de recursos culturales de la localidad de Santa Rosa de Calchines, se advierte que existen proyectos respecto de las actividades turísticas y productivas para promover el desarrollo local. Sin embargo, hemos podido comprobar que eventualmente se desconocen algunas operatorias que el gobierno provincial fomenta y no se aprovechan las capacidades que posee la región para articular propuestas, economizando esfuerzos individuales en pos de una estrategia conjunta. Cayastá En el territorio, en las proximidades al antiguo sitio de Santa Fe la Vieja se asentaron los colonos que dieron origen a la actual Cayastá. Numerosos complejos de cabañas, dentro del área urbanizada o próximos a ella, ofrecen sus servicios al turismo regional dinamizando la actividad local. Entre los diversos elementos de valor cultural, en principio, merece destacarse el sitio de Santa Fe la Vieja, ubicado al sur del poblado y declarado Lugar Histórico Nacional en 1942. Este sitio de Santa Fe la Vieja, convertido en Parque Arqueológico, ha sido propuesto como candidato a la Lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad a través de la acción conjunta de la Secretaría de Cultura de la Nación y la Subsecretaría de Cultura de la Provincia. Esta iniciativa, junto a otros proyectos gestionados recientemente, hace que éste sea un núcleo de atracción para diferentes tipos de turistas que transitan la zona. De hecho, el Parque Arqueológico se constituye un punto de confluencia de contingentes escolares, no solo provenientes de la región sino también de otras provincias. Completando el relato histórico, dentro del área urbana se encuentra el Museo del Recuerdo “Cecil José Gonzalez”, situado frente a la plaza central. El patrimonio que allí se exhibe son, en su mayoría, elementos provenientes de los colonos que ocuparon el territorio en el proceso inmigratorio que se produjo en la provincia desde mediados del siglo XIX y objetos de las primeras décadas del siglo XX, es decir, de momentos significativos en el desarrollo cultural de esta comunidad. Sin embargo la colección de objetos es similar a las de otros museos organizados en el Corredor; cuestión que debería revisarse al plantear una estrategia de desarrollo conjunto.

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Cayastá. Museo del Recuerdo Cecil José González: vistas exteriores e interiores con el acervo patrimonial expuesto. Foto: María Elena Del Barco, octubre de 2008.

En nuestros relevamientos reconocimos otros sitios de interés sobre la RP 1 entre Santa Rosa y Cayastá. El Parador con asadores, al sur de Helvecia junto a la ruta, resulta un sitio de particular atractivo natural que apenas está mantenido y podría equiparse mejor. El Molino “Cayastá”, en Paraje Las 4 Bocas, y el Molino “Los Cerrillos” (arroz “Trimacer”), en el km 62 de la RP 1, forman parte de las instalaciones arroceras características de la zona que se han desplazado hacia el sur dentro del Corredor.21 También registramos el complejo de cabañas Paso del Tigre, en el km 69 de la misma ruta, al sur del sitio de Santa Fe la Vieja. Este emprendimiento, de la familia Andretich de Rafaela, recibe visitantes que provienen en su mayoría de otras localidades de la provincia de Santa Fe y de Córdoba. Se valora, entre otras cuestiones, la estrategia de difusión y de contratación de servicios que sostiene a través de su sitio en la web. A pesar de la importancia que tiene este emprendimiento, por el grado de desarrollo, los servicios que presta y la belleza de su paisaje, su articulación con las localidades próximas es escasa. Helvecia Este poblado, cabecera departamental con administración comunal, posee recursos culturales que fueron relevados en sucesivos recorridos que el gru-

183

po de investigadores realizó en distintas oportunidades. Para reconocer estos elementos con los que cuenta Helvecia, también contactamos a representantes del gobierno local.22 Entre los recursos turísticos, podemos comentar la organización de tres circuitos: uno histórico (que incluye al museo local y relata la historia de la colonia en sus inicios), uno referido al paisaje (con un itinerario que recorre el sector de las islas, con la posibilidad de realizar un “safari fotográfico”) y, finalmente, un recorrido productivo (realizado por las quintas del área suburbana). El Museo Histórico de Helvecia “Eulogia María Encina de Antille” fue organizado en 1993 por iniciativa de un vecino. Este espacio cultural se considera uno de los puntos de interés de la región por varios motivos, en principio por la diversidad de objetos de valor histórico–patrimonial que son parte de la memoria de sus habitantes, pero más aún por el edificio que ocupa. Tiene sede en la antigua Casa Antille, obra de valor arquitectónico que actualmente presenta visibles deterioros producidos en las últimas décadas, donde también funciona una escuela.

Helvecia. Ex Casa Antille, hoy Museo Histórico Eulogia Ma. Encina de Antille. Vista exterior y de la sala de exposición. Foto: María Elena Del Barco, octubre de 2008.

En el mismo predio, se encuentra desocupado un antiguo galpón de las primeras épocas de la colonización, que podría admitir una recuperación y así mejorar la organización interna del edificio, separando las funciones de museo y escuela. A partir de los reclamos permanentes de la comunidad y de la directora del proyecto, esta obra forma parte de las incluidas en el Programa de Recuperación Patrimonial provincial antes mencionado. Esta puesta en valor alienta la actividad del Museo, ya que el medio local carece de recursos para apoyar su desarrollo. Entre otros elementos del patrimonio arquitectónico, se reconocen las casas suburbanas pertenecientes a familias de colonos asentados en el sector desde mediados del siglo XIX, también denominadas como “casas de la Co184

lonia”, ya relevadas en el Inventario del Paraná Medio.23 Estos edificios testimonian un episodio significativo en la historia local pero aún no son percibidos por los propios pobladores como sitios de interés. Algo similar ocurre con el Cementerio, ubicado al sur del poblado, que presenta el rasgo singular de realizar los enterramientos en piso con cruces en hierro y con rejas perimetrales, además de los panteones de las familias más reconocidas; esto nos permite recomponer los orígenes de los inmigrantes que generaron este pueblo. La costanera, que alojara un muelle flotante hundido en 2004, es un sitio de particular belleza natural por la presencia de un río inconmensurable y sobrecogedor.

Costanera de Helvecia, con impactante vista del río durante la inundación de fines de 2009. Foto de María Elena Del Barco, diciembre de 2009.

La recuperación del muelle, similar a otros existentes en las riberas del Paraná, es una tarea que puede apuntarse para fortalecer el patrimonio local. Así mismo existe la intención, por parte de los funcionarios entrevistados, de recuperar el edificio de la antigua fábrica de dulces “El Cambacito”, con la idea de destinarlo a centro cultural. Dentro del equipamiento turístico, el camping La Laguna cuenta con un predio accesible aún en épocas de inundación, ubicado al sur de la planta urbana y con ingreso desde la ruta hacia el este. Si bien las instalaciones son modestas, esta ubicación favorece su uso durante todo el año. Para apoyar al turismo, los funcionarios encargados del área dentro de la comuna local diseñaron diferentes estrategias que comprenden: la apertura de una oficina de informes a fines de 2009, al sur de la planta urbana sobre la ruta, la cual funciona los fines de semana; y la difusión de los atractivos zonales a través de una página web y de nueva folletería. Estas iniciativas se complementan con los vínculos establecidos con varios programas de turismo provincial, en particular las Cadenas de Valor del “Río Paraná” y “Tierra 185

Adentro”, dirigidos a ciudades del centro–oeste provincial, y el programa Ciudades de Arte, que tiene a Santa Fe y Rosario como ciudades generadoras de eventos culturales. Las propuestas mencionadas más arriba ponen en evidencia una preocupación del gobierno local por mejorar la situación vigente, no siempre bien orientada en la búsqueda de alternativas de financiamiento o de gestión por fuera del medio local. Si bien reconocen dificultades para llevar adelante la gestión en el área de Cultura porque casi no disponen de recursos propios, a la vez manifiestan que les resulta difícil saber adónde conseguirlos. Se registra una evidente inquietud y preocupación respecto al creciente deterioro del patrimonio arquitectónico en la zona, que se mostrara en la presentación del proyecto en el Foro de Turismo en Cayastá; esto provoca cierta frustración por desconocer por ejemplo cómo acceder a financiamiento para conservar edificios de valor patrimonial. Saladero Cabal y Colonia Mascías La localidad de Saladero Cabal es un eslabón importante en la historia de este territorio, aunque se conserven sólo unos pocos vestigios de las instalaciones productivas del saladero en sí. Es uno de los emprendimientos productivos desplegados por la familia Cabal, propietaria de grandes extensiones de tierra en el sector durante la segunda mitad del siglo XIX, que merece ser reconocido como parte del paisaje cultural más allá del medio local. Respecto al patrimonio rural del área entre Helvecia y San Javier, las principales referencias corresponden a las Estancias Don Vicente y Pilagá.24 Se valora especialmente que sus cascos históricos se hayan conservado sin mayores alteraciones.

Estancia Don Vicente, ex San Bernardo. Vistas de la casa principal y del conjunto, con las habitaciones para empleados en primer plano. Foto: María Elena Del Barco, noviembre 2009.

186

El portal de la Estancia Don Vicente ex San Bernardo, enmarcado por dos hileras de eucaliptus que bordean su ingreso, se divisa desde la ruta. Este conjunto neocolonial, con acceso en el km 119 de la RP 1, se compone de una casa principal, pabellones de apoyo y dos hileras de habitaciones para empleados; esto muestra la complejidad y envergadura del emprendimiento productivo. La Estancia Pilagá, ex San Joaquín, se ubica en el km 127 de la misma ruta. Originalmente propiedad de la familia Cabal, hoy pertenece a una firma internacional que organiza su explotación agrícolo–ganadera. Su casco histórico resulta un testimonio significativo de la ocupación del territorio en la segunda mitad del siglo XIX; se conserva en buen estado, ya que para tareas operativas se han construido otras instalaciones independientes.25

Estancia Pilagá, ex San Joaquín. Vista del casco histórico desde la ribera del río. Foto: María Elena Del Barco, noviembre 2009.

Otros sitios de interés en el territorio son Colonia Mascías y la antigua Estación Experimental Agropecuaria próxima a ella, no sólo por su carga histórica y valor patrimonial sino también por los servicios que hoy brindan. El hospital y la escuela primaria de la Colonia, así como la Escuela Agrotécnica N° 377 que funciona en la antigua estación, resultan equipamientos indispensables para el desarrollo de la vida en la zona. La particular forma de ocupación del territorio en la colonia, a lo largo de la ruta de desarrollo lineal y la envergadura del conjunto de la antigua estación instalada en 1936 —que incluye los edificios de la escuela, casas para el director y para empleados, pabellón común para obreros solteros, un gran tanque de agua y otros galpones de apoyo— se constituyen sin duda como bienes patrimoniales a ser conservados en su conjunto, más allá de pensar en los valores del objeto aislado.

187

Antigua Estación Experimental Agropecuaria, hoy Escuela Agrotécnica N° 377. Vista del edificio principal y del pabellón para empleados. Foto: María Elena Del Barco, noviembre 2009.

San Javier Ésta es la única ciudad en el área de estudio, con gran desarrollo del turismo dedicado fundamentalmente a la pesca, apoyado en un gran número de complejos de cabañas y con valioso patrimonio arquitectónico en sus áreas urbana y rural. En sucesivos viajes, presentaciones y contactos,26 el equipo pudo detectar que la actividad turística y el crecimiento urbano han modificado la calidad ambiental del paisaje: predominan las calles pavimentadas, se han transformado obras patrimoniales y una alta defensa corta las visuales hacia el río. El patrimonio doméstico, en las obras más modestas que calificaban al espacio urbano, ha sufrido transformaciones evidentes como en toda el área de estudio. Entre los bienes patrimoniales de interés, se pueden mencionar la iglesia parroquial, la antigua estación ferroviaria y un conjunto de casas para empleados ferroviarios próximo a ella, que constituyen las huellas de una actividad que llegó tardíamente al área. Las instalaciones del antiguo Molino Padoán como testimonio de la producción arrocera; el edificio de la Jefatura policial de líneas eclécticas; el cementerio local con una nutrida muestra de arquitectura funeraria tanto ecléctica como modernista; y varias estancias en el área rural próxima, con cascos históricos de interés; todos ellos testimonian de la memoria cultural no solo de la localidad, sino también del territorio que comprende el Corredor. El templo San Francisco Javier, declarado “Monumento Histórico Provincial” en el año 2000, es también sede del Museo Histórico Parroquial desde 1981. Como otros museos mencionados, éste expone desde restos de cerámicas aborígenes a elementos de la vida cotidiana que trajeron consigo y utilizaron los inmigrantes. Se distinguen en el material expuesto, el montaje

188

de una sala con reproducciones de los dibujos del jesuita Florián Paucke y una sala dedicada al arte sacro, como testimonios de las órdenes misioneras en San Javier. Actualmente este museo está siendo reorganizado con la idea de adaptarlo a los criterios contemporáneos de exposición, priorizando algún relato en función de los intereses de los pobladores.

San Javier. Vistas del Templo San Francisco Javier y del Museo Histórico Parroquial, la sala de reproducciones del jesuita Florián Paucke. Fotos: Claudia Montoro, abril 2009.

En cuanto al patrimonio industrial, la antigua estación ferroviaria hoy está ocupada por el Molino “San Javier”, que produce el arroz “Mocoví”; en tanto que el galpón ferroviario de mayor envergadura alberga oficinas y el corralón municipales. Junto al río, quedan algunas instalaciones del Molino Padoán, fundado por la familia Schneider y desafectado hace tiempo; en tanto que del antiguo puerto sólo quedan mínimos rastros del embarcadero. La antigua usina eléctrica, un edificio de tradición funcional muy transformado, aloja actualmente a la Cooperativa de Servicios, Asistencia y Vivienda. Este breve recuento evidencia el diferente destino que han tenido estas obras patrimoniales, confirmando las transformaciones que han sufrido a través de las intervenciones que en general han afectado el patrimonio cultural en la ciudad. En cuanto al patrimonio rural hacia el norte de San Javier, los principales conjuntos registrados son las dos Estancias Morgans. La Estancia Morgans, ubicada a ocho kilómetros, se encuentra lamentablemente en estado de avanzado deterioro; los dueños han construido un edificio nuevo como sede

189

del emprendimiento productivo que llevan adelante. En tanto que la Estancia Morgans 2, diez kilómetros al norte de San Javier, hoy cuenta con nuevo propietario que ha mantenido en general la obra y ha cercado el predio que le da marco. Sus cascos, más modestos que los mencionados respecto de Colonia Mascías, dan cuenta de una de las etapas de la ocupación del territorio y recuerdan la fuerte interrelación con el sector productivo. Respecto de las políticas a instrumentar, se advierte un interés creciente de los funcionarios locales sobre los diagnósticos y las propuestas presentadas relativas al patrimonio, al paisaje y al turismo. Potenciar y/o apoyar la toma de decisiones del gobierno municipal, tendiente a generar normativas que controlen las intervenciones en el patrimonio y el paisaje, permitiría conservar ciertos rasgos de valor aún presentes en la localidad. 7. Muestra pictórica “Identidad y paisaje”27

Completando la lista de recursos culturales, consideramos que las producciones artísticas forman parte de los mismos;28 por ello durante el desarrollo del proyecto se consideró importante la realización de una muestra pictórica en la ciudad de Santa Fe, como medio de difusión del paisaje cultural de la Costa santafesina.

Vista del ingreso a la Muestra Identidad y paisaje en el Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez”, curadora Arq. Claudia Montoro. Foto de C. Montoro, junio 2010.

190

La muestra, como parte de las actividades del proyecto, retomó la idea de trabajar sobre las localidades del Corredor desde la categoría de paisaje cultural; la cual implica una dimensión teórico–práctica en donde confluyen el territorio, los elementos paisajísticos, tanto como los usos y costumbres, que constituyen en definitiva la identidad de los pueblos. En el estudio de este territorio, como ya hemos expuesto, se comprende que sus recursos naturales y culturales han dado lugar a una serie de representaciones simbólicas que forman parte de la imagen que se tiene del mismo. Por ello, el objetivo de esta presentación se centró en explorar, a través de la producción estética local, el proceso de construcción del paisaje cultural costero; fundado en la idea de concebir estas imágenes no como simples registros, sino desde la reflexión teórica que ellos conllevan. Entendiendo a ese paisaje cultural como una figura de referencia interpretativa que nos permite disponer de un mayor conocimiento de la región, como “las obras combinadas de la naturaleza y el hombre que ilustran la evolución del ambiente natural ante fuerzas sociales y culturales”.29 Esta propuesta intentó generar un relato a través de las distintas expresiones que muestran el paisaje natural de la costa, pero también de aquellas que refieren al hombre en ese medio, como pieza fundamental en la construcción del paisaje cultural al que hacemos referencia. A su vez, no solo nos interesaba exponer la valiosa obra de los maestros santafesinos que forman parte del patrimonio del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez o del Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas, sino también algunas propuestas actuales que conforman la nueva mirada de ese paisaje. Esta mirada desde las artes permitió analizar, a través de la producción de numerosos artistas plásticos que han tomado al paisaje costero como escenario y/o protagonista de sus obras, su importancia en la configuración de la identidad de este territorio de la Costa santafesina. En razón de estos intereses, la exposición se organizó en tres secciones: “El paisaje de la costa como paisaje cultural”, “El hombre y el paisaje litoraleño: sus personajes” y “Las nuevas interpretaciones del paisaje”. La presencia de estas obras nos permitió verificar que estas idealizaciones paisajístico–ambientales que representan la Costa, son permanentemente reformuladas en el tiempo. Esto brinda la oportunidad de dar nuevas respuestas a diversos cambios, producto de la vida cotidiana y social, de los hechos históricos e individuales, permitiendo la construcción de un nuevo imaginario del litoral santafesino en el arte local en cada uno de los tramos de los procesos históricos.

191

Muestra Identidad y paisaje, sala “El hombre y el paisaje litoraleño: sus personajes”. Foto: Claudia Montoro, junio 2010.

8. A modo de conclusión

En esta apretada síntesis, se plantearon desde las cuestiones conceptuales y metodológicas hasta la lectura que, de todas las actividades desarrolladas, ha realizado el grupo de investigadores. A partir de allí, estamos en condiciones de esbozar algunas conclusiones y reconocer rasgos comunes al corredor así como particularidades de cada área o localidad. 8.1 Los rasgos comunes en el Corredor de la Costa

Con el sustento de las nociones de paisaje cultural y de red de poblados, se observó la escala del conjunto para establecer las características que se comparten. Se entiende que “el paisaje es una porción de mundo (sea natural o cultural) vista a través de nuestros ojos. Esta mirada —por ser un proceso humano— es siempre un acto intelectual. Está cargada de significados y significaciones, de experiencias y vivencias, conforma nuestra memoria individual y —en suma con la de nuestros congéneres— la memoria colectiva de una sociedad”.30 Con esta mirada, fue posible identificar algunos elementos recurrentes a partir de las entrevistas realizadas con integrantes de las áreas de cultura comunales o municipales, responsables de los museos, corresponsales de prensa y otros referentes comunitarios; visión que se complementa con los aportes de los talleres participativos.

192

Paisaje de la costa. Arriba, en Helvecia el encuentro del Bv. Malabrigo con el río. Abajo, costa en Santa Rosa de Calchines. Fotos: María Elena Del Barco, noviembre 2009 y Claudia Montoro, octubre 2008.

Entre los elementos detectados, el paisaje natural es uno de los rasgos fundamentales que confieren unidad al corredor. Su consideración creciente como recurso para la actividad turística, potenciada en los últimos tiempos, ha provocado cambios graduales de impacto aún no evaluado. Las etapas en el desarrollo de los pueblos son otro rasgo que se comparte, con marcas más visibles de las últimas etapas de la colonización del siglo XIX en los dameros de los pueblos o en las tramas de caminos en las áreas rurales. Menos perceptibles, pero no por eso poco presentes, son las huellas de los habitantes originarios, que se mantienen en cada lugar en la memoria colectiva. A través de historias que evocan algún hecho o personaje, como el “último malón” en San Javier, esas huellas se mantienen para las futuras generaciones. Los museos de las localidades pueden considerarse un muestreo de esa memoria; pero se advirtió que recopilan y exponen casi sin excepción los mismos objetos de distintas etapas de la ocupación de este territorio. Desde piezas de los grupos originarios —como flechas, vasijas y objetos de uso cotidiano—, a documentos y bienes de los colonizadores del siglo XIX —muebles, máquinas, armas, utensilios, vajilla, certificados de nacimiento, pasaportes, actas, etc.— o conjuntos de muebles y objetos de uso cotidiano de la primera mitad del siglo XX—ambientación de almacenes de ramos generales, carteles y afiches publicitarios, aparatos eléctricos, etcétera. La organización del material recopilado y la programación de muestras temáticas podrían optimizar la conservación de esta amplia gama de objetos, aprovechando las instalaciones ya disponibles. La iniciativa de coordinar la señalética entre las comunas de Santa Rosa, Cayastá y Helvecia, además de agilizar la comunicación al turista, es un ante-

193

cedente a considerar en la sugerencia de acciones concertadas para el Corredor. Otros objetos que han llamado nuestra atención, aunque no hayamos podido verificar que se acordara su realización conjunta, son los referidos a la identificación de cada poblado y al mobiliario urbano —carteles, arcos, paradas de colectivos, papeleros y asientos en las plazas, entre otros—. El diseño por acuerdo de estos elementos y de folletería turística contribuirá a reforzar la idea de red de poblados.

Señalética con diseño unificado en el corredor: arriba, carteles con identificación del poblado en San Javier y Helvecia; abajo, indicadores de servicios y sitios de interés en Santa Rosa de Calchines y San José del Rincón. Fotos: Claudia Montoro, 2008–2009.

8.2. Estrategias de diferenciación que apunten a dar una personalidad a cada localidad

Reconocer las diferencias locales en esta red de poblados supone identificar matices que puedan ser integrados en una estrategia de conjunto. La idea de diferenciación sugiere generar o explotar recursos que le otorguen personalidad a cada localidad, para así conseguir un lugar preciso en la red de poblados. Un rasgo que resulta claro es la definición de perfiles productivos diferenciados de las áreas rurales y urbanas. Por ejemplo en el área próxima a Santa Rosa es característica la producción de hortalizas y flores. En tanto que las estancias próximas a San Javier hoy se caracterizan por sus explotaciones ganadera y agrícola; los molinos arroceros se han desplazado hacia el sur sobre la RP 1, quedando sus instalaciones urbanas abandonadas o destinadas a otras funciones, generalmente con fines públicos. Incluso la fuerte propuesta incentivada por el Foro Permanente de Municipios y Comunas por el Turismo de Santa Fe para el desarrollo de la actividad en el sector debiera pensar en estas comunidades a partir de los rasgos singulares de sus áreas urbanas, rurales o paisajísticas que constituyen espa-

194

cios significativos para la población para, a partir de allí, construir un guión con argumentación propia que las distinga de los otras comunidades dentro de la red de poblados que conforman el Corredor de la Costa. El tipo de público que convoca la actividad turística también muestra la diversidad. Si se piensa en enfatizar las particularidades, el sitio de Santa Fe la Vieja, próximo a Cayastá, es claramente un hito en el territorio que muestra el momento de la colonización española en la zona. En el tramo entre La Guardia y Cayastá, el público más frecuente es el que proviene de las escuelas rumbo al sitio de Santa Fe La Vieja. Más hacia el norte empiezan a pesar en mayor medida los atractivos naturales, el “ambiente tranquilo” y las actividades relacionadas con la pesca y los deportes acuáticos. También es posible pensar en la preservación de las áreas urbanas que poseen un valor patrimonial referido a su calidad ambiental. En este sentido, ciertos emprendimientos turísticos que tienen inserción urbana pueden ser perjudiciales, como así también aquellos que aparecen en el paisaje ribereño o el área costera específicamente. La conservación de los valores patrimoniales del Corredor podría apoyarse a través de un proyecto de normativa de conjunto, que trascienda la escala de las localidades. Con estrategias conjuntas se puede planificar para diferenciar las ofertas y reforzar los equipamientos, tanto de alojamiento como de servicios gastronómicos y así contribuir al desarrollo. Los servicios gastronómicos se detectaron como una problemática o déficit en la oferta turística, subrayado en los talleres como falencia, quizás por no considerarse elementos significativos ni reconocidos como parte del patrimonio cultural de la zona. Estas particularidades de la red de localidades, si bien no constituyen un estudio exhaustivo, pueden considerarse como recursos para el desarrollo y como elementos para formular una propuesta de planificación, sobre todo si se las integra en una estrategia de conjunto, se piensa en la complementariedad, en reforzar los rasgos que se consideren más significativos. Desde los conceptos, el paisaje urbano histórico constituye una noción específica enmarcada dentro de la concepción del paisaje cultural adoptada por el proyecto como definición de base.31 La interacción de la idea de la ciudad como patrimonio con la propuesta del proyecto de red de poblados podría reflejarse en la formación de un itinerario, como modo posible de interpretación y de valoración de los quehaceres constructivos y culturales del área en cuestión. Estas cuestiones parten del reconocimiento de caracteres específicos y diferenciales de esta serie de localidades, así como de sus rasgos comunes e identitarios de la condición costera. Ya en el plano urbano–arquitectónico, se alienta la posibilidad de que cada comunidad, a pesar de contar con muy escasos recursos económicos, tenga

195

la posibilidad de generar, mejorar o recuperar espacios de uso público y preservar o resignificar su patrimonio urbano y cultural. Esto implica involucrar a los habitantes, ya que cuando el ciudadano reconoce los recursos con los que cuenta, se siente partícipe del desarrollo cultural y económico del sector, cuida y protege su patrimonio, lo asume como propio. También se advierte la posibilidad de que el Sitio Arqueológico de Santa Fe La Vieja, por su candidatura para ser declarado Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO, se convierta en una excusa para reforzar la propuesta cultural y paisajística de su entorno; esto ubicaría a este Corredor en una alternativa de desarrollo turístico de valor universal. En la actualidad, ya se detecta una fuerte atracción del turismo escolar hacia el área, que beneficia no solo a Cayastá sino también a las localidades vecinas. Por otro lado, las posibilidades que otorgan el paisaje costero y su historia, como recurso turístico y cultural, no siempre son apreciadas por los propios pobladores. Este enfoque permite generar aportes a posibles propuestas de planeamiento de los recursos turísticos que puedan desarrollarse en el sector, tanto como pensarlos a una nueva escala que incluye desde lo local a lo regional. Esto implica contribuir al conocimiento de la historia del territorio desde el lugar de la memoria y generar en cada una de las localidades un relato con argumentación propia, que brindará una mejor posibilidad de asociación entre comunidades para hacer del Corredor un eje territorial fuerte. Es evidente la fuerte articulación de cada ciudad con su medio productivo inmediato, que incluso se integra en la oferta de recorridos turísticos urbanos según lo comentado para Santa Rosa y Helvecia. Sin embargo no ha sido reconocido del mismo modo el valor que poseen las estancias, molinos arroceros e invernaderos, como recursos productivos diferenciados o compartidos, para considerar integrarlos en las ofertas turísticas. Al mismo tiempo, el pensar en estos perfiles productivos como complementarios en la región, hace posible que el potencial de desarrollo no dependa sólo del turismo como actividad central. En términos de gestión, las conceptualizaciones utilizadas demandan la revisión e innovación de los marcos normativos vigentes tanto en el ámbito estrictamente técnico como en el de la discusión ciudadana. Por ello es perentorio diseñar herramientas específicas y originales para implementar los conceptos mencionados anteriormente que involucren sobre todo la escala territorial, tales como metodologías participativas, convenios interjurisdiccionales, cartas de planificación concertadas (algunas ideas en este sentido se plantean en el capítulo final del libro).

196

Las estrategias de contacto con las comunidades de la Costa posibilitaron el acceso a valiosa información y la construcción de valoraciones fundamentadas sobre el Corredor. La articulación con el medio constituye una de las premisas del proyecto que creemos haber logrado, dado que los vínculos establecidos abrieron posibilidades de trabajo más allá del tiempo de realización del proyecto que diera origen a esta publicación.

Notas Ver espacio urbano en Montoro, Claudia: “Santa Fe,

de la observación participante mediante entrevistas

ciudad real–ciudad imaginada. La construcción de la

informales” según Olga Monistrol Ruano: “El trabajo de

1

imagen urbana de la modernidad” en III Jornadas de

campo en investigación cualitativa (II)” en Nure, Nº 28,

Imaginarios Urbanos, FADU, UBA, Buenos Aires, 2001.

mayo–junio de 2007. Los grupos focales se entienden

2

Ibídem.

como “una técnica cualitativa de recolección de infor-

3

Monterde Lozoya, José E.: “La imagen artística de fin

mación basada en entrevistas colectivas y semiestruc-

de siglo” en D’Art, Revista del Departament d’Història de

turadas realizadas a grupos homogéneos” en Fontas,

l’Art, Universitat de Barcelona Nº 22 dedicado a “Entre

C.; Conçalves, F.; Vitale, M.; Viglietta D.: “La técnica

dos finals de segle”, Barcelona, 1996, pp. 117–142.

de los grupos focales en el marco de la investigación

4

Durkheim, E.: Las formas elementales de la vida reli-

giosa, Madrid, Akal, 1982. 5

Concepto trabajado ampliamente en Mons, Alain: La

socio–cualitativa” disponible en .

Metáfora Social. Imagen, territorio, comunicación, Bue-

8

nos Aires, Nueva Visión, 1982.

noviembre de 2007 y mayo de 2010. Más allá de la

El proyecto “Corredor de la Costa” se desarrolló entre

Los talleres participativos se entienden como “un

fecha de finalización del proyecto ante su entidad finan-

equipo de trabajo, formado generalmente por un facili-

ciadora (ANPCYT), se mantuvieron contactos con las dis-

tador o coordinador y un grupo de personas en el cual

tintas comunidades, realizándose varias presentaciones

6

cada uno de los integrantes hace su aporte específico”

de las conclusiones preliminares del trabajo.

extraído de Centro de Estudios de Opinión: “Conceptos

9

básicos de qué es un taller participativo”, La Sociología

Arqueológico Ruinas de Santa Fe la Vieja, Cayastá,

Presentación en el Museo de Sitio del Parque

en sus escenarios, Nº 8, Facultad de Ciencias Sociales

26.2.2009.

y Humanas, Universidad de Antioquía, 2003, pp. 1–2,

10

disponible



de Calchines del Instituto Superior Nº 10 Mateo Booz,

(consulta 29.7.2011).

10.8.2010.

7

en

El informante clave es “una persona capaz de aportar

11

Presentación en el Centro Cultural Comunal en Santa

Presentación en el Club Social San Javier, organizada

información sobre el elemento a estudio y constituye

por la Secretaría de Cultura, Educación y Deporte de la

un nexo de unión entre dos universos simbólicos dife-

Municipalidad de San Javier y la Escuela de Enseñanza

rentes” que “completaba la generación de información

Media Nº 3053 San Francisco Javier, 23.9.2010.

197

En Santa Rosa de Calchines se realizó un taller con-

capítulo “Helvecia” en Viñuales, Graciela; Collado, Adri-

vocado por del Instituto Superior de Profesorado N° 10

ana: Pa-trimonio Arquitectónico en el Área del Paraná

Mateo Booz, Anexo Santa Rosa de Calchines, en el par-

Medio, Resistencia, Universidad Nacional del Nordeste,

12

ticular momento de la creciente de fines del año 2009

1987.

(17.12.2009).

24

13

Berjman, Sonia: Diversas maneras de mirar el paisaje,

Buenos Aires, Nobuko, 2006, p. 9.

Estas estancias, así como las que mencionaremos al

norte de San Javier, fueron detectadas en el ya mencionado inventario Patrimonio Arquitectónico en el Área

Algunas de las valiosas piezas que allí se producen

del Paraná Medio, en tanto que Pilagá fue señalada

formaron parte de una muestra artística organizada en

por funcionarios municipales y periodistas locales, que

14

el proyecto, reseñada más adelante. 15

Entrevista a Elisa Riera, del Área de Cultura y Gestión

aportaron los contactos para visitarlas. 25

Estos datos históricos y el reconocimiento de una Es-

Turística de la Comuna local, realizada en Santa Rosa de

tación agraria experimental son parte de los aportes

Calchines, 10.12.2009.

realizados por el sr. Carlos Medera, antiguo correspon-

Entrevista con Sandra Trevisani, coordinadora del

sal del El Litoral, entrevistado en San Javier en noviem-

Instituto Superior Nº 10 Mateo Booz con sede en Santa

bre de 2009. También nos facilitó material bibliográfico

16

Rosa, realizada el 10.12.2009; sus opiniones esta-

sobre la historia de la zona.

blecen claras evaluaciones respecto a la calidad y valo-

26

ración de servicios y emprendimientos locales. Luego

rismo, Rubén Favot, y de Deportes, Brenda Schneider,

del taller realizado el 17 de diciembre de 2009, entre-

como parte de la Secretaría de Cultura, realizada el

vistamos brevemente a arquitectos y emprendedores

2.11.2009. Se registraron fundamentalmente las insta-

locales que realizaron valiosos aportes.

laciones vinculadas al patrimonio productivo, de las que

17

Este instituto de formación terciaria despliega su

Entrevista a los responsables municipales de Tu-

teníamos menos información.

actividad en la zona dictando varias carreras. Además

27

de las mencionadas, en Helvecia se dicta la Tecnica-

cial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez”, fue

tura en Turismo.

curada por la Arq. Claudia A. Montoro y organizada por

18

Este programa fue presentado en el Centro cultural La

La muestra pictórica se realizó en el Museo provin-

el proyecto “Corredor de la Costa” (PICTO–ANPCYT,

Redonda en abril de 2011, encontrándose su primera

UNL), Santa Fe, entre el 10.6 y el 10.8.2010.

etapa en ejecución.

28

Las producciones artísticas son presentadas en este

Ver la ficha de relevamiento —en el material comple-

libro en el capítulo de Luis Müller: “Representaciones

mentario (CD) que acompaña esta publicación— sobre

costeras. La construcción de un Imaginario del litoral

19

Estancia Santa Catalina en Balances y perspectivas del

santafesino en el arte local”.

patrimonio urbano arquitectónico del Corredor de la

29

Costa Santafesina, Santa Fe, UNL, 2010.

del Patrimonio Mundial de la UNESCO, 1972.

20

Ver en . 21

30

Paisaje cultural según el artículo 1º de la Convención Berjman, Sonia: “A los lectores”en Diversas maneras

de mirar el paisaje, Buenos Aires, Nobuko, 2006, p. 9.

Hasta mediados del siglo XX, varios molinos arroce-

31

Presentado en Collado, A.; Bertuzzi, M. L.; Montoro,

ros, eje de la actividad económica zonal, se asentaban

C. y otros: “Corredor de la Costa. Potencialidades urba-

en la ciudad de San Javier. Hoy sólo quedan sus instala-

no–arquitectónicas y paisajístico–ambientales para una

ciones, generalmente desocupadas.

estrategia de desarrollo” en Jornadas nacionales de

Entrevista con Carolina Dovis de la Secretaría de Cul-

paisajes históricos urbanos. Metodología de gestión del

tura, Deporte y Turismo y con Cristina, la Secretaria del

patrimonio urbano, organizadas por IDIS (Instituto de

gobierno comunal, realizada en Helvecia el 10.12.2009.

Teoría, Historia y Crítica del Diseño), FAUD, Universidad

22

23

Ver, por ejemplo, Casa Cerf o Casa Wernli en el

198

Nacional de San Juan, ICOMOS Argentina, 2009.

El Corredor de la Costa: observaciones y recomendaciones Desde sus postulados iniciales, este trabajo partió de entender que las localidades comprendidas en el Corredor de la Costa poseen un alto potencial de desarrollo que impulsa a promover y reforzar aquellas estrategias de conjunto que permitan un mayor aprovechamiento de las oportunidades y recursos disponibles. La motivación principal fue generar conocimiento y sistematizar información sobre los elementos arquitectónicos, urbanos y paisajísticos de las localidades del Corredor que resultan de alto valor por su relevancia histórica, estética o ambiental y que puedan convertirse en insumos para promover acciones dinamizadoras en este contexto. No obstante, además de la producción de conocimientos sobre el área de estudio, se persiguieron otro tipo de objetivos vinculados a la transferencia de los resultados de investigación, tales como colaborar en acciones que favorezcan la capacidad de gestión de las comunidades involucradas y vincularse a través de los resultados de las investigaciones a las comunidades locales y regionales, como aporte a la recuperación y consolidación social, territorial y ambiental de la región. Es necesario aclarar que el interés del proyecto estuvo principalmente focalizado en el área comprendida entre la RP 1 y el río San Javier, el arroyo Leyes, el arroyo Ubajay y el río Colastiné y sobre este sector se realizaron los principales relevamientos. Sin embargo, durante el proyecto, se reconoció la 199

necesidad de que los límites de trabajo se extiendan —para futuras investigaciones— hacia este y oeste, tomando también la zona de islas comprendidas entre el río San Javier y el río Paraná (al este) y la zona que se localiza entre la mencionada RP 1 y los saladillos (al oeste).1 Con miras al cumplimiento de esos propósitos, el equipo de investigación, en su conjunto, ha elaborado las siguientes conclusiones. 1. Acerca de la conformación del paisaje, el reconocimiento de sus recursos culturales y una propuesta de interpretación

Conforme a los relevamientos realizados y a manera de hipótesis, se propone, dividir al corredor en tramos, de manera tal de que se fortalezcan las características diferenciales de cada uno y se establezca un argumento interpretativo que refleje los procesos de construcción del paisaje y refuerce su identidad. Esta estrategia tiende a la complementariedad y a la potenciación de los recursos existentes, con el convencimiento de que apoyada en acciones materiales e inmateriales, resultará en la valorización del mismo. A continuación, se realiza una breve caracterización de cada tramo, consignando sintéticamente sus dimensiones, las localidades que lo integran, su grado de urbanización, su patrón parcelario y tejido urbano, su estructuración, sus relaciones con el río, los recursos con que cuenta, la normativa vigente y su población. Tramo 1. Las tensiones entre modernidad y tradición

Este tramo, por ser el más cercano a la ciudad de Santa Fe, es el que registra mayores pérdidas de vestigios y recursos materiales debido a la mayor presión de urbanización. Sin embargo cuenta con múltiples claves de comprensión dado que permite entrever varios aspectos interesantes del territorio en cuestión. La primera es la presencia del pueblo de San José del Rincón, que se constituyó como poblado anclado en las tradiciones criollas e hispana, proveedor de alimentos para la ciudad capital pero también es el receptor de los ecos de modernas tecnologías como el ferrocarril y el puerto —ubicado más al sur, en Colastiné. Los registros fotográficos del siglo xix revelan la presencia del puerto como un núcleo de transporte y comercio precario pero de importancia provincial mientras las representaciones plásticas que se vinculan al grupo Setúbal nos muestran las atmósferas plácidas y tranquilas del pueblito de Rincón

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en la segunda mitad del siglo xx. Hoy subsisten los fantasmas de estas imágenes casi olvidadas y desconocidas pero de gran potencial para la caracterización del tramo y la valorización de sus rasgos identitarios en la tensión entre la tradición y la modernización de un territorio fecundo en historias y prácticas transformadoras. Debe destacarse el Camino a Santa Rosa, una huella territorial antigua que además de estar presente en la memoria colectiva, presenta un magnífica oportunidad de accesibilidad norte–sur alternativa a la ruta provincial Nº 1. El camino enhebra recursos naturales y culturales de alto interés y presenta sitios de vistas hacia el arroyo Ubajay privilegiados, así como un magnífico paisaje agrícola, especialmente vinculado a la producción frutillera. La Guardia – Rincón Norte Constituye el tramo más urbanizado del corredor. Las localidades que se suceden son: Bajada Distéfano; La Guardia; Colastiné Sur, siguiendo el eje de la RN 168 y Colastiné Norte, sobre la RP 1. La jurisdicción de la Municipalidad de Santa Fe se extiende hasta el callejón Laborie–Los Naranjos en donde finaliza el distrito La Capital. Luego se suceden San José del Rincón y Rincón Norte, ambas pertenecientes a la jurisdicción de la Comuna de San José del Rincón y al Distrito San José del Rincón. Son aproximadamente 12 kilómetros lineales, tomando como eje la RP 1. Hacia el este se encuentran en río Colastiné, el arroyo Ubajay y hacia el oeste, la laguna Setúbal. En jurisdicción de Santa Fe y hasta el Callejón Laborie–Los Naranjos el parcelario rural mantiene la misma dirección (aproximadamente E–O) que el manzanero de la ciudad de Santa Fe, con excepción de Bajada Distéfano, La Guardia y Colastiné Sur, en donde es más irregular. El tejido urbano manifiesta idénticas orientaciones. En la jurisdicción de San José del Rincón el manzanero de la ciudad y el territorio rural al norte del mismo mantiene la orientación E–O, que cambia al sur de la ciudad, en donde se dispone aproximadamente ortogonal a la RP 1. Las áreas urbanas se definen por manzaneros que, aún sin fundación formal, utilizan manzanas aproximadamente cuadradas como módulo predominante, con variaciones en tamaño y orientación. Cuando se ocupan sectores próximos a ríos y arroyos, se generan franjas de lotes frentistas al curso de agua que no respetan camino de sirga ni ninguna otra restricción. La RP 1 está en este primer tramo circunvalada por terraplenes de defensa hasta Rincón Norte, es decir hasta el km 9,5 (al oeste) y hasta el poblado de Arroyo Leyes al este.

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Esto hace que un ancho promedio de 2 km, con eje en la ruta, esté urbanizado. Coexisten asentamientos previos a la construcción del mencionado anillo defensivo, con nuevas urbanizaciones; las últimas, asimilables a suburbanizaciones con grandes lotes y viviendas exentas en sus bordes. Entre las primeras se debe mencionar al poblado de San José del Rincón (formalizado en la década de 1870) y la ocupación de Colastiné Sur y Colastiné Norte (con una más baja formalización, desde 1886), que se produjo con la llegada del FFCC Santa Fe y las terminales de los puertos. La ruta es el eje funcional de este tramo, con un importante crecimiento de comercios frentistas que invaden visualmente el paisaje con anuncios comerciales y construcciones temporarias. En la mayoría de los casos no se prevén dársenas de estacionamiento ni espacios de transición entre la ruta y sus respectivos accesos provocando problemas de accesibilidad, acrecentados por la diferencia de altura de la ruta respecto de las áreas urbanizadas. Los sectores de residencia incluidos entre terraplenes se han ocupado desde 1994 hasta la fecha registrándose un crecimiento demográfico muy superior al de la ciudad de Santa Fe. La RP 1 es el principal acceso desde el sur y el norte aunque entre San José del Rincón y Arroyo Leyes existe todavía un tramo del antiguo camino a Santa Rosa. La irregularidad de las urbanizaciones y la particular geometría de los terraplenes de defensa dificultan la continuidad vial, haciendo muy difícil la circulación norte–sur por caminos alternativos a la ruta. Existen importantes recursos culturales y naturales en el área, tales como el mencionado río Colastiné y la laguna Setúbal, el riacho Santa Fe, que se encuentra parcialmente cegado, los sitios y vestigios de las fábricas de cerámica Alassio, Annichini, Chiesa y Fabinco, la traza del FFCC Santa Fe, los sitios de los puertos de Colastiné Norte y Sur, el edificio de la Toma de Agua de Obras Sanitarias de la Nación (Toma Nueva), algunas antiguas casas rurales como la casa Misiac, la antigua estación de FFCC de Colastiné, el antiguo edificio de la Toma de Agua de Obras Sanitarias (Toma Vieja), el casco urbano de San José del Rincón, con su cementerio, el arroyo Ubajay y su balneario, el mencionado camino viejo a Santa Rosa. Además este tramo tiene una gran densidad de camping y clubes de asociaciones civiles. En términos de normativa vigente, el área correspondiente a Santa Fe está normada por el ROU (Ordenanza 11748), y el área correspondiente a San José del Rincón, por la Ordenanza 298/96 o Reglamento de Edificaciones y Procedimientos que incluye el Plan Urbano, no existiendo normas que consideren aspectos comunes de las distintas localidades del tramo, a pesar de pertenecer al área metropolitana de Santa Fe.

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Acerca del crecimiento demográfico del tramo debe notarse que el censo nacional de 1991 registra para San José del Rincón una población 4738 habitantes, lo que en 2001 será de 8480, lo que significa una variación del 78 %. Cabe aclarar que en el censo de 1991 San José del Rincón se encuentra como parte componente de Santa Fe. Respecto de las relaciones con el río, los anillos de defensa que hoy rodean Bajada Distéfano, La Guardia y Colastiné han cercenado la relación directa con los cuerpos de agua al disponer terraplenes que los separan no sólo físicamente sino visualmente. Esta interrupción hace que ríos y arroyos hayan perdido visibilidad y accesibilidad. Históricamente los poblados siempre se ubicaron a orillas de los ríos, en la mayoría de los casos dejando una franja sin ocupar que, con los procesos de urbanización contemporáneos se ha ido perdiendo, con ocupaciones hasta la misma línea de ribera. Para este tramo resultan fundamentales los episodios de producción industrial (las fábricas de cerámica), artesanal y de modernización territorial (ferrocarril y puerto) y las tradiciones religiosas, culturales, así como las artísticas. Para su valorización es fundamental: • la definición del ingreso al área (puerta); • el rediseño de la ruta RP 1, entendida como eje urbano y arranque de un corredor paisajístico que enhebre al resto de las localidades; • la valorización de los recursos existentes por medio de acciones de relevamiento, conservación y concientización e interpretación; • el mejoramiento de la accesibilidad a los recursos; • la especialización de las localidades (enfatizando algunos de los episodios antes mencionados); • la incorporación de criterios de calidad paisajística a las acciones de planificación, especialmente aplicado a nuevas urbanizaciones; • la recuperación de la relación con los cuerpos de agua. Tramo 2. En busca de la tranquilidad y la calidad ambiental

Este tramo se enfrenta hoy con una situación extraordinaria dado que, si bien fue tradicionalmente el refugio de quienes buscaban la tranquilidad, una cierta distancia con las prácticas urbanas y un ambiente fuertemente vinculado a la naturaleza, registra una extraordinaria expansión. En este escenario de crecientes presiones de urbanización es urgente definir un modo de ocupación del territorio que respete aquellos valores; sus características condiciones se encuentran hoy en riesgo, sobre todo por la

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posibilidad de que se replique el modelo de ocupación sobre la RP 1, del primer tramo, es decir construcciones sobre la ruta, cartelería sin regulación, deforestación, falta de accesibilidad. Rincón Potrero – Arroyo Leyes Tomando como eje la ruta RP 1, el tramo cuenta con 14 kilómetros y las localidades que se suceden son Rincón Potrero y Arroyo Leyes, ambas en el distrito de Arroyo Leyes y bajo la jurisdicción de la comuna del mismo nombre. Constituye el sector que mayor dinámica de urbanización y radicación de pobladores provenientes de Santa Fe para primera y segunda residencia, sobre todo en el sector ubicado al este de la ruta, debido al creciente agotamiento de terrenos disponibles entre terraplenes de defensa en los distritos de Santa Fe y San José del Rincón. Este proceso se verifica incluso en el oeste, donde no hay terraplenes de defensa. El proceso de urbanización está alterando las características del paisaje de producción agrícola que tenía el distrito, subsistiendo sin embargo campos de cultivo de frutillas, de introducción reciente. La dirección del parcelario rural y urbano atiende a la ruta, de la cual se mantiene aproximadamente perpendicular, conservándose parcialmente el patrón para parcelas rurales de lotes alargados y finos, buscando un borde de agua. Cuando se producen urbanizaciones cercanas a cuerpos de agua se genera manzanero o se establecen lotes frentistas directamente sobre la línea de la ribera. El poblado más consolidado está constituido por Arroyo Leyes, aunque en los últimos años se ha conformado un núcleo importante en Rincón Potrero. La ruta 1 constituye el principal eje que se ve atravesado primero por el arroyo Potrero y luego por el Arroyo Leyes, con sendos puentes metálico el primero y de hormigón el segundo. Hasta la calle Nº 48 se mantiene el viejo camino a Santa Rosa. Al este se encuentran el arroyo Ubajay y luego el río Colastiné; al oeste, la Laguna de Leyes. La urbanización es dispersa, aunque se registran un importante número de nuevos loteos dentro y fuera de las áreas de defensas. El crecimiento demográfico demuestra importantes crecimientos intercensales. En el Censo Nacional de 2001, Arroyo Leyes tiene un total de 1594 habitantes —no hay dato para 1991 dado que se consideró entonces para su registro como población rural dispersa—. Rincón Potrero, que en 1991 tenía 35 habitantes, registró en 2001 la cantidad de 1051, con un aumento extraordinario, vinculados a los procesos de metropolización y suburbanización antes aludidos.

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Los recursos naturales y culturales del área son quizá menores a los del anterior tramo respecto de su conformación histórica, sin embargo, además de los referidos cuerpos de agua pueden destacarse la laguna Los Naranjos, camping y clubes de diversas entidades y un alta calidad paisajística general dada por arboleda nativa y exótica, devenida de diversas plantaciones. A la misma contribuye igualmente el hecho de que las nuevas urbanizaciones han adoptado la modalidad de grandes lotes, que preservan las características preexistentes. La normativa que rige al sector está en consonancia con el Decreto 7317/67 de la Dirección General de Planeamiento Urbano del Gobierno de la Provincia de Santa Fe, que regula mínimamente las urbanizaciones. Al igual que el tramo 1, un terraplén de defensas que se extiende hasta el poblado de Arroyo Leyes mantiene el área comprendida al este de la ruta protegida de potenciales crecidas de los ríos y, al igual que el tramo anterior y al haber sido pensada meramente como una construcción funcional, ha resentido la relación de los pobladores con los diversos cuerpos de agua, generando una división materializada por los terraplenes que no tienen ningún diseño paisajístico. Uno de los rasgos más importantes de este tramo es su condición de ruralidad que no debería resignarse y que está amenazada por la dinámica de la urbanización. Para su valorización es fundamental: • La definición de un hito identitario o bien la puesta en valor de algún espacio que permita reconocer el inicio del segundo tramo. • El rediseño de la ruta provincial Nº 1 en los términos sugeridos para el tramo uno, incorporando criterios que garanticen su calidad paisajística y que prevean los problemas funcionales y formales que ya se presentan en el primer tramo. • La valorización de los recursos existentes por medio de acciones de relevamiento, conservación y concientización e interpretación, atendiendo especialmente a los cuerpos de agua. Se deben destacar aquí los puentes, especialmente el que cruza el arroyo Potrero. • La incorporación de criterios de calidad paisajística a las acciones de planificación, especialmente aplicados a nuevas urbanizaciones que como se explicaba anteriormente están en pleno desarrollo. • La conservación del paisaje agrícola que se fue desplazando hacia el norte a medida en que San José del Rincón fue transformando a la tierra rural en urbana.

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Tramo 3. Los territorios de la naturaleza y el río

El arroyo Leyes conforma el inicio de este tramo que se caracteriza por una gran calidad paisajística, confirmada por la instalación de un gran número de emprendimientos turísticos. Al indicador de tranquilidad que se mencionaba en el tramo anterior, se debe agregar aquí la posibilidad de acceder a una naturaleza agreste y a actividades tradicionales, como la pesca artesanal, que han caracterizado a algunos de estos parajes. El río San Javier, lagunas e islas son vecinos de la ruta y permiten el acceso a puntos de observación del río y las lagunas de franco acceso. El paisaje rural recupera las antiguas tradiciones agrícolas antes ubicadas más al sur. Los Zapallos – Santa Rosa (hasta Cuatro Bocas) Tomando como eje la RP 1, el tramo abarca aproximadamente 27 kilómetros en los que se suceden las localidades de Los Zapallos, el paraje Los Dos Ombúes, la localidad de Santa Rosa y los parajes de Los Cerrillos, La vuelta del Dorado y las Cuatro Bocas, correspondientes a los distritos Santa Rosa y Cayastá. Las áreas de mayor consolidación son Los Zapallos y Santa Rosa de Calchines, ambas organizadas respondiendo al manzanero de fundación; para el caso de Santa Rosa (siglo XIX) se conserva su parcelario rural manteniendo algunos trazados correspondientes al establecimiento de la colonia agrícola. Estos usos se mantienen hasta la actualidad con producción de hortalizas y flores, conformando un paisaje rural característico; persisten las grandes parcelas de producción primaria, orientadas en dirección E–O como en el caso de las antiguas divisiones del área rural de la ciudad de Santa Fe. Los Zapallos se establece posteriormente, en la segunda mitad del siglo XX, con carácter de villa de residencias de fin de semana y de pescadores. La ruta 1 es su principal acceso, sin embargo, tanto Santa Rosa como Los Zapallos se han desarrollado hacia el este de la misma, por lo que los problemas de conectividad interna que se presentan en el tramo 1, en Colastiné, Rincón y en menor medida en Arroyo Leyes, aún no se manifiestan en estas localidades con la misma conflictividad. La planta urbana de Santa Rosa se encuentra más consolidada, contando con una plaza principal alrededor de la cual se organizan los principales equipamientos. Existen importantes recursos culturales en este tramo; en el caso de Los Zapallos, el Arroyo Leyes conforma un recodo llamado La Vuelta del Pirata que concentra varios comedores de pescado de río tradicionales y subsiste la “Casa de los Cuervos”, en donde el escritor Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría) ambientara su novela del mismo nombre. 206

Además, continuando hacia Santa Rosa se destacan varios elementos dispersos como el paraje Dos Ombúes, la Capilla de San Antonio, la Estancia Santa Catalina, todos fácilmente accesibles desde la ruta. La población de Santa Rosa manifiesta una importante variación intercensal entre 1991 y 2001, con un aumento del 50 % de su población que pasó de 1909 a 2882 habitantes. Para Los Zapallos el crecimiento ha sido del 90 %, aumentando de 271 habitantes a 515. La relación con el río es más franca que en los tramos 1 y 2 del Corredor, dado que las obras de defensa se localizan contra la costa del Arroyo Leyes, en el caso de Los Zapallos y el Arroyo Santa Rosa (afluente del San Javier), en el caso de Santa Rosa de Calchines. Sin embargo, se verifica, al momento de ocupar las áreas ribereñas, la ausencia de camino de sirga, espacios de fuelle entre el río y las localidades que reduzcan el riesgo de desmoronamientos y, al mismo tiempo, garanticen el acceso público. Para su valorización es fundamental: • la definición de un hito identitario o bien la puesta en valor de algún espacio que permita reconocer el inicio del tercer tramo; • la redefinición del acceso a Los Zapallos; • la definición de los caracteres específicos de cada localidad resignificando las actividades tradicionales; • la conexión entre recursos dispersos y concentrados; • el rediseño de la ruta provincial Nº 1, como corredor paisajístico y ambiental, incorporando la adecuada señalización de recursos como parte del corredor en las escalas territorial y urbana; • la valorización de los recursos existentes por medio de acciones de relevamiento, conservación y concientización e interpretación, destacándose la calidad de la plaza San Martín y de la Iglesia Parroquial, en Santa Rosa de Calchines; • la conservación del paisaje agrícola; • la preservación de la continuidad de la ribera como espacio de interfase tierra–agua y de acceso público a la misma. Tramo 4. El encuentro entre colonizaciones

Este tramo representa el intenso encuentro entre dos acciones de dominio territorial, con resultados diversos. Por un lado la fundación de la ciudad de Santa Fe, en su primer emplazamiento, que con su cuadrícula regular y con su división del territorio rural en lonjas que han dejado una larga impronta

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en el paisaje productivo y por otro la fundación de colonias agrícolas como la propia Cayastá y Helvecia. En el primer caso se trató de establecer una red de ciudades que se enlazaban unas con otras mediante caminos de agua o de tierra. En el segundo, se trató de marcar todo el territorio provincial mediante una malla con dos matrices: la rural —las concesiones— y la urbana, con el manzanero, aspirando a que el dominio geométrico fuera un anticipo del dominio y prosperidad futuros. Paradójicamente, las colonias de la Costa (la segunda generación de colonias agrícolas para la provincia) fueron las menos prósperas y productivas y, en cierto modo, representaron el fracaso de estas acciones, marcando el destino de la zona durante muchos años. Hoy la condición de estas localidades, a las que durante largo tiempo se les negó la posibilidad de conectarse a la red ferroviaria, constituye una gran fortaleza pues se han mantenido en cierta forma aisladas pero también preservadas de mayores cambios. Cuatro Bocas – Helvecia (hasta El Laurel) Se trata de un tramo de 40 kilómetros en el que se encuentran las localidades de Cayastá, Campo del Medio, Helvecia y El Laurel, en los distritos de Cayastá y Helvecia. La localidad de Cayastá responde a una matriz urbana regular de planta y manzanero cuadrados originalmente. Durante su expansión, la ciudad fue adquiriendo forma longitudinal, incorporando a la RP 1 como principal eje. Al norte se emplaza el camping de Punta Arenas, en un recodo del río San Javier. Al sur de la planta urbana de Cayastá, se ubica el Parque Arqueológico de Santa Fe la Vieja. Las dos expansiones, sumadas a otros emprendimientos de carácter turístico–recreativo, han redefinido la forma urbana final. Por su parte, la matriz rural responde a la fundación de la colonia de Cayastá que, dejando un área de expansión alrededor de la planta fundacional, estableció un damero con módulos rectangulares, subdividido a su vez en cuatro parcelas iguales. Este pattern es hoy muy poco reconocible, dado que se produjo un proceso de unificación de los módulos del damero original, debido a los usos reales de la tierra, más vinculada al cultivo y a la ganadería extensiva. Para Cayastá se reconocen dos recursos de máxima jerarquía; por un lado, el mencionado Parque Arqueológico de Santa Fe la Vieja, testimonio único en el país del proceso de fundación de ciudades de las corrientes conquistadoras del siglo XVI. Este parque tiene importancia no solo a nivel regional, sino nacional e internacional. Por el otro lado, un paisaje isleño de gran be-

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lleza ya que entre el río San Javier, a orillas del cual se encuentra emplazada la localidad, y el río Paraná (al este de la misma), se desarrollan 12 km de islas, arroyos y lagunas profusos en vegetación nativa. Se destacan las lagunas de Las Nievas, La Cortada y el arroyo Correntoso. Cayastá manifiesta desde sus orígenes una intensa relación con el río, ya que su plaza fundacional se ubicó casi adyacente al mismo, aunque su condición fue la de puerto natural por lo que no se modificó radicalmente el paisaje. Tampoco existe actualmente un diseño particular sobre la barranca que se constituya como paseo o como defensa y la tendencia de las nuevas urbanizaciones es ocupar la línea de la costa, de modo tal que se va limitando el acceso público al río, privatizando vistas y usos de la ribera. A lo antedicho debe sumarse un casco urbano con edificios de valor patrimonial y cultural, museos y la iglesia de Natividad de María y el Cementerio. La población de Cayastá registra un aumento importante del 36 % en el período intercensal 1991–2001 que llevó su población de 1501 a 2043 habitantes. La localidad de Campo del Medio se encuentra entre Cayastá y Helvecia pero, sin haber adquirido el desarrollo de las anteriores, constituye un pequeño núcleo de carácter rural. La localidad de Helvecia, cabecera departamental, originalmente fundada como colonia agrícola, mantiene todavía en nuestros días su organización fundacional, con su planta urbana al este de la ruta y con la grilla de la colonia, circundando la ciudad, del lado oeste de la ruta. A diferencia del caso de Cayastá, es posible reconocer con claridad la grilla de concesiones agrícolas, materializada en caminos rurales aún existentes. La ciudad, en el centro de la colonia, ofició de puerto para el traslado de la producción agropecuaria por vía fluvial con una importante dinámica durante el último cuarto del siglo XX. Sin embargo al día de hoy no quedan vestigios de aquellas ocupaciones. La última manifestación de la relación de la ciudad con el río, el muelle flotante, símbolo de la ciudad se hundió definitivamente en 2009. En relación al río San Javier, la ciudad tiene una costanera sobreelevada, que corona obras de defensa contra las inundaciones, combinando protecciones verticales de hormigón armado, y gaviones de geotextil en el terraplén que formaliza la ribera. Los mismos, que reemplazan las barrancas terrosas preexistentes, ofician de protección, permitiendo el crecimiento de vegetación natural. Tanto al norte como al sur de la planta urbana existen espacios recreativos tales como parques, playas y áreas de pesca que, aunque poco formalizados manifiestan un uso intenso de la costa.

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Helvecia cuenta con edificios patrimoniales de interés en su planta urbana, a lo que se suman algunos recursos dispersos, como el cementerio al sur de la ciudad o la mencionada línea de playas; su población aumentó el 26 % en el período intercensal 1991–2001, pasando de 4680 a 5933 habitantes. La localidad de El Laurel constituye un pequeño asentamiento rural, ubicado en la intersección de la RP 1 y la ruta secundaria 253 S. Esta ruta, y más al sur la RP 62 (ubicada muy próxima a Cayastá), constituyen dos conexiones E–O de gran importancia para todo el Corredor ya que desde el cruce de los puentes Oroño y Colgante, no existe otra vinculación con dicha disposición. Es decir que en 90 kilómetros, la relación de la costa con el oeste de la provincia sólo tiene tres puntos de ingreso: los mencionados puentes, en el inicio de la RN 168, la RP 62, a los 70 km y la 253 S, a los 90 km, considerados desde la ciudad de Santa Fe. Para su valorización es fundamental: • La definición de un hito identitario que permita reconocer el inicio del cuarto tramo y la consiguiente identificación de los distintos recursos existentes en él. • El mejoramiento y jerarquización de los dos accesos E–O que vinculan a las ciudades de la costa E, con el centro y O de la provincia, especialmente con la RN 11. • La recuperación de las rutas fluviales entre las localidades de la costa santafesina y la entrerriana, prósperas durante el siglo XIX, ya sea mediante su reconocimiento o mediante su reactivación funcional. • El fortalecimiento de los caracteres específicos de cada localidad, destacando además del parque arqueológico los recursos de las localidades y las colonias del área. • El rediseño de la RP 1 como corredor paisajístico y ambiental, incorporando la adecuada señalización de recursos como parte del corredor en las escalas territorial y urbana. • La conservación del paisaje agrícola, especialmente de los caminos rurales que testimonian las grillas de explotación rural. • La preservación de la continuidad de la ribera como espacio de interfase tierra–agua y de acceso público a la misma, particularmente importante en este tramo en donde las localidades de Cayastá y Helvecia se encuentran muy cercanas entre sí. Es necesario también destacar la próxima ejecución de obras de protección al predio del parque arqueológico, obra fundamental para la preservación de las mismas.

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Tramo 5. De propios y extraños: pueblos originarios y evangelización

Desde El Laurel a San Javier es posible visualizar dos episodios que han generado un gran interés histórico y científico pero que todavía no han sido explorados y dados a conocer apropiadamente. Uno de ellos es el arribo y persistencia de los pueblos mocovíes, los cuales se desplazaron desde el norte (procedían la zona del Chaco) hacia el litoral, huyendo de sus enemigos y terminaron convirtiéndose en indios reducidos, que oficiaban de primera línea de defensa ante eventuales episodios de malones y agresiones a los pobladores rurales. El segundo, vinculado al anterior, refiere a la llegada de los Padres Jesuitas que se ocuparon de aquellas reducciones y cuyos testimonios han llegado hasta nuestros días. Ambos extranjeros en la tierra litoral, indios y religiosos, permiten evocar primeras miradas sobre un territorio extraño y tiempos de choques culturales, pero también de hibridaciones, adaptaciones y transformaciones mutuas. Existe en este tramo un intenso espesor histórico que puede explorase conforme a las antedichas claves. Particularmente interesante es el estudio de la reducción de San Javier, entendida como parte de un sistema de misiones de escala nacional y continental. El Laurel – San Javier Este último tramo termina en la ciudad de San Javier, cabecera del departamento del mismo nombre. En estos últimos 45 km entre la localidad de El Laurel y San Javier se encuentran Saladero Cabal, Colonia Mascías y Colonia San Joaquín. La matriz del parcelario rural no es uniforme aunque en general se mantiene la direccionalidad E–O descrita para anteriores tramos del corredor, con el predominio de grandes parcelas. En la colonia de San Javier, la grilla rural, que responde a módulos rectangulares, tiene dos dimensiones diferentes que obedecen en un caso a la colonia de indios y en otro a la colonia de inmigrantes; en los últimos cincuenta años ha ido prosperando cada vez más el cultivo de arroz, lo cual genera patrones particulares al interior de las parcelas rurales con una red de canales para el riego de los cultivos. Saladero está conformado por un manzanero muy reducido, desarrollado alrededor del antiguo asentamiento de un saladero de carnes, del cual quedan todavía algunos vestigios, como tres chimeneas y un antiguo galpón, todos en estado regular de conservación. Históricamente este poblado tuvo una fuerte relación con la localidad de Santa Elena, en la costa entrerriana, en donde se habría de trasladar el saladero que le diera origen.

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Su ubicación en la encrucijada de la RP 1 y la RP 61 ha permitido su desarrollo como poblado turístico, recibiendo segundas residencias de otras ciudades, especialmente de San Justo, ubicado sobre la RN 11. En tal sentido, el crecimiento intercensal de la localidad fue del 60 %, pasando a tener 551 habitantes permanentes. Colonia Mascías y Colonia San Joaquín son núcleos con pequeños desarrollos de algunos servicios y residencia rurales, destacándose en el caso de Colonia Mascías las instalaciones todavía existentes de la Estación Experimental Agropecuaria. Aún hoy es posible visualizar en ambos casos algunos de los caminos rurales correspondientes a las divisiones de las colonias, aunque se hallan muy transformados por unificaciones de parcelas. San Javier mantiene el pattern rural con distintos módulos según se trate de las concesiones criollas o las destinadas a los aborígenes; los caminos rurales todavía manifiestan al día de hoy aquellas divisiones. La ciudad, fundada utilizando la cuadrícula como módulo de desarrollo ha superado el eje de la RP 1 hacia el oeste y registra también prolongaciones hacia el norte y sur. La ocupación de la línea de ribera se produce con lotes frentistas al río San Javier, y sólo un pequeño segmento de la misma se ha materializado mediante una costanera, cuya construcción fue realizada por el propio municipio. La ciudad concentra una importante cantidad de edificios de interés patrimonial y existen en este último tramo también importantes recursos dispersos tales como las estancias San Bernardo (Colonia Mascías), San Patricio y La Elisa (de las que quedan sólo vestigios), Pilagá (ex San Joaquín) y Morgan. A ellas deben sumarse los molinos Padoán (abandonado), Trimacer y otros. Fue el escenario de importantes personajes y acontecimientos entre los que deben destacarse la figura del sacerdote jesuita Florián Paucke, cuya obra escrita e ilustrada tiene un valor extraordinario y del último malón acontecido ya en los albores del siglo XX. Finalmente, el ferrocarril y el puerto también dejaron su huella dado que existen aún los edificios correspondientes a la estación, depósitos y un bosque de eucaliptos del FFCC Central Norte y persiste la traza que unía a San Javier con la localidad de Naré. No han quedado vestigios materiales del antiguo puerto ferroviario sobre la costa. En términos de crecimiento intercensal, la localidad pasó de tener 9694 habitantes en 1991, a 12 949 en 2001, lo que implica un crecimiento del 33 %. Este tramo se destaca por la presencia de dos importantes conexiones E–O la primera mencionada en Saladero y la segunda, la ruta 39 que ubicada al norte de la planta urbana de San Javier, conecta a la ciudad con la RN 11 y más al oeste con San Cristóbal.

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Para su valorización es fundamental: • La definición de un hito identitario que permita reconocer el inicio del quinto tramo y la consiguiente identificación de los distintos recursos existentes en él. • El mejoramiento y jerarquización de los dos accesos E–O que vinculan a las ciudades de la costa este, con el centro y oeste de la provincia, especialmente con la RN 11. En este sentido es fundamental explotar las posibilidades de conectividad que se mencionaron, las rutas provinciales 61 y la 39, ésta última asfaltada. • La recuperación de las relaciones entre las localidades de la costa santafesina y la entrerriana. • La accesibilidad de la zona de islas que constituye un paisaje extraordinario en este tramo. • El rediseño de la RP 1, como corredor paisajístico y ambiental, incorporando la adecuada señalización de recursos como parte del corredor en las escalas territorial y urbana. • La conservación del paisaje agrícola, especialmente de los caminos rurales que testimonian las grillas de explotación rural. Particularmente importante es la valorización de los molinos y el cultivo del algodón primero y, luego, el arroz (fundado en la voluntad de su instalación como cultivos experimentales). • La valorización de la historia del encuentro entre dos culturas extrañas al lugar: la cultura mocoví y la europea, tanto en la figura de los frailes misioneros como en el posterior arribo de colonos de origen europeo. • La preservación de la continuidad de la ribera como espacio de interfase tierra–agua y la continuidad con las localidades del norte del corredor. Los centros urbanos como recursos culturales El paisaje urbano

Este aspecto resulta central en el cumplimiento de los objetivos que la investigación se planteó. Si se pretende conservar a los centros urbanos que se articulan en el Corredor, como recursos culturales que aporten a una valoración integral del mismo en términos de paisaje cultural (con las consecuentes ventajas y beneficios para la promoción del turismo en la zona) se hace necesaria una protección orgánica, tanto en términos de conjunto urbano como de las individualidades arquitectónicas relevantes; esto requiere de la elaboración de una normativa urbana que le otorgue marco legal a dicha protección, mediante los instrumentos adecuados.

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Los únicos espacios, en toda la extensión estudiada, que disfrutan de una legislación que garantice su resguardo son el Parque Arqueológico de Santa Fe la Vieja, con declaratorias de monumento nacional y provincial hace varias décadas atrás; las iglesias de Rincón, Santa Rosa y San Javier y la Casa Antille de Helvecia, con declaratorias provinciales. Podemos afirmar, entonces, que el paisaje de los pueblos, su configuración y sus edificios se hallan, en general, desprotegidos y creemos que para revertir esta situación deberán redactarse las ordenanzas comunales o municipales, según la escala de las localidades, que superen esa desprotección. El núcleo de ese instrumento legal debería constituirlo la instancia de clasificación, tanto de los sectores urbanos (por sus caracteres distintivos y por su aporte a la armonía del conjunto) como de las edificaciones principales (por los grados de alteración admitidos según su valor) a fin de que se regulen para los distintos sectores y tipos edilicios, las intervenciones posibles y/o recomendables. Algunos edificios muy característicos: los templos, las escuelas, otros edificios públicos como bancos, edificios administrativos, hospitales, etc., los enclaves de arquitectura industrial, los cementerios, podrían ser objeto de ordenanzas particulares designándolos “bienes de interés histórico–arquitectónico” o, más genéricamente, “bienes de interés cultural” y disponiendo las normas de protección necesarias, caso por caso. Para este fin puede resultar de utilidad el inventario de patrimonio arquitectónico del Corredor, que se anexa a este texto. En tanto los poblados y ciudades requieren de otro tipo de normativa, que afronte la escala de lo urbano; como dijimos deberían definirse sectores teniendo en cuenta, al menos, cuatro parámetros: 1. el rol de cada parte en relación con el poblado en su conjunto 2. la funcionalidad (el o los usos característicos del sector) 3. la calidad espacial 4. el valor patrimonial urbano, ambiental y social. Aun en poblados muy pequeños (por ejemplo, el caso de Saladero Cabal) estos parámetros básicos son aplicables y permiten diferenciar áreas, ejes o bordes, con valores a preservar. Efectuada esta sectorización se podrán deslindar los aspectos sobre los que es prioritario legislar en cada caso a fin de proteger determinadas características. Al margen de las particularidades que cada caso y cada sector puede plantear, en la protección de la edilicia se deberán contemplar como valores fundamentales la unidad y la coherencia que los objetos arquitectónicos —tanto los existentes que se intervengan con restauraciones o remodelaciones, como las nuevas construcciones que se ejecuten— deberán guardar con su entorno. 214

En términos generales se recomienda la conservación de la volumetría, según la identificación de las características espaciales de cada sector, con disposiciones relativas al respeto de la línea de edificación, retiros de lo edificado (en los casos en que rija esta modalidad), definición de los factores de ocupación del suelo admitidos, alturas máximas y mínimas admitidas, coherencia volumétrica y de perfiles edilicios. En la consideración estética, la normativa debería prever la protección de los elementos formales que otorguen su carácter típico al sector determinado, con especial regulación de las intervenciones en fachadas, que constituyen el punto clave en el encuentro entre el espacio público y el privado. Serán fundamentales las disposiciones en los aspectos referidos a la materialidad de las construcciones, con el consiguiente control sobre texturas y colores, el respeto por las morfologías, tipos de ornamentación, aleros, toldos y marquesinas, dimensiones y proporciones de vanos, etcétera. Convencidos de que la preservación de una identidad urbana no se resuelve únicamente desde la regulación de aspectos espaciales o estéticos, sino que es fundamental el carácter que imprimen a los sectores los usos que en ellos se practican, se recomienda especialmente contemplar en la normativa los destinos y condiciones generales de la edificación nueva que se plantee y de la reconversión de los edificios existentes. Según el sector debería legislarse sobre los usos permitidos y no permitidos así como sobre los factores de ocupación que determinados usos implican. Debe atenderse también, en relación con los usos, el tipo de movilidad (especialmente vehicular) que los distintas actividades implican, teniendo en cuenta los tipos de tránsito que pueden desvirtuar el valor de ciertas zonas (por ejemplo, la presencia de vehículos de carga en áreas esencialmente recreativas o reservadas para contemplación del paisaje). La cartelería y publicidad comercial en general también debe ser objeto de cuidado y deberán regularse los formatos y tamaños de los carteles publicitarios, a fin de que no constituyan una interferencia agresiva en el paisaje urbano, mediante una normativa ad hoc que podrá o no estar incluida en el cuerpo de la ordenanza de preservación. La normativa municipal o comunal jugará un papel sustancial en la protección patrimonial deseada y en el resguardo del potencial de recurso cultural que las distintas localidades poseen; no obstante, no es el único instrumento que debería ponerse en juego. El diseño y tratamiento de los espacios públicos será el otro aspecto decisivo para que dichos valores se afiancen y consoliden, y es importante asegurar que los proyectos de escala urbana, ya sean promovidos por el poder público o por iniciativas privadas, sean siempre supervisados por la autoridad competente de la órbita municipal o comunal.

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Las intervenciones sobre este tipo de espacio convendrían regirse por los mismos criterios de armonía y coherencia planteados para el agregado edilicio, a la vez que deberían cuidar la relación de pertenencia que el poblado establece con el conjunto del Corredor. Entre las principales recomendaciones se ubica el cuidado e incremento del arbolado urbano que resulta un rasgo distintivo en todos los centros urbanos del Corredor y que, por mal entendidas acciones “modernizadoras”, ha ido disminuyendo en cantidad y tamaño en algunos sectores. El incremento de la forestación (con especies típicas) de ciertas calles principales, especialmente aquellas que se utilizan como entrada al centro del pueblo, debería ser una acción prioritaria a emprender, de costo relativamente bajo, por los municipios y comunas involucrados. Es otro aspecto sustancial en la definición del espacio público el de la pavimentación de las calles, teniendo en cuenta la indiscriminada voluntad de “pavimentar” que se detecta en los pueblos, mejora en la que sus habitantes mayoritariamente encuentran una ilusión de progreso, sin medir las consecuencias negativas que genera, e incluso sin prever la planificación del sistema de infraestructura con un criterio de integralidad. Existe en algunos pueblos una calle con pavimento de hormigón por la que se accede al área central (casos de Santa Rosa y Helvecia) que tiene continuidad con alguna transversal y eventualmente permite recorrer sobre pavimento la zona más activa; en el caso de la ciudad de San Javier, la cantidad de calles pavimentadas se multiplica considerablemente. No obstante, aún en este último caso, lo que predomina todavía en el total del área urbana, son las calles “de tierra”, es decir calzadas no pavimentadas con el piso natural, tal como existen desde la fundación del pueblo, en armonía con el paisaje natural, la forestación y la edilicia modesta que es mayoritaria. En este sentido y dada la consistencia arenosa del sustrato, que permite un tránsito adecuado aún en situaciones climáticas adversas, propiciamos la conservación de las calles de suelo natural, en primer término por la calidad ambiental que permiten, por su valor de paisaje característico y por su capacidad de absorción; pero las calles arenosas tienen también ventajas para la conservación de las edificaciones antiguas (en general levantadas sin capas aisladoras, que sufren el problema de las humedades ascendentes) ya que dichas calles constituyen importantes superficies de escape de la humedad del suelo, a la vez que imponen velocidades y ritmos de movimiento, menos agresivos. Es decir, las calzadas con solados de arena natural no sólo aportan al sostenimiento de unas condiciones ambientales más propicias y a la conservación en términos paisajísticos, sino que incorporan además un mayor equilibrio al sistema, evitando las soluciones agresivas y las transformaciones compulsi-

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vas, que dañan, a la postre, la calidad de vida de los poblados. Ese equilibrio entre paisaje, vitalidad, infraestructuras y tecnologías apropiadas es uno de los aspectos a preservar para la valorización del Corredor. Las plazas son el otro ámbito público por excelencia sobre el que se debería actuar en su configuración desde la perspectiva del patrimonio y el paisaje; en especial requieren una sistematización de sus componentes ya que se ha registrado, en algunos casos, una proliferación de elementos que impiden una lectura ordenada en la apropiación de los espacios. Si bien, la mayoría de las plazas relevadas dispone de una forestación bien conservada, se requeriría, sobre la base de la arboleda (elemento prominente), un rediseño de caminos internos y canteros, ordenando el espacio de la plaza y sectorizándolo para distintos tipos de usos, con la consiguiente reubicación de arbustos y otras especies menores y un rediseño del mobiliario, en consonancia con el conjunto del mobiliario urbano. El diseño del espacio público se complementa con el tratamiento de las veredas, en consonancia con el de las calzadas, el mobiliario urbano (bancos, cestos de basura, marquesinas de protección, kioscos) los artefactos de iluminación y la señalética urbana. Al hablar de diseño es necesario despejar cualquier reminiscencia historicista o pintoresca en el tratamiento de los objetos y lugares que, por lo general, deriva en confusiones y en una banalización del espacio público. Se considera fundamental la consideración de lineamientos que atiendan al valor de lo contemporáneo. Relación con el río

La presencia del río es una constante indiscutible a lo largo del Corredor y un rasgo de afinidad que signa no sólo el nivel del paisaje natural sino también, y con mucha fuerza, el espacio urbano de las distintas localidades. Pero esa existencia omnipresente del río, en muchos casos no tiene su contrapartida en términos de verdadero usufructo y no siempre es clara la definición de un espacio costanero que se abra como gran balconada sobre el borde ribereño permitiendo un aprovechamiento integral en términos paisajísticos. En primer lugar sería importante que se definieran las “puertas al río”, privilegiando el tratamiento y forestación de algunas de las calles urbanas con dirección este–oeste, que vinculan la ruta con el río, especialmente en su desembocadura sobre la costa, para incentivar esa conexión y favorecer un tipo de tránsito que preanuncie la experiencia del paisaje fluvial.

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Con respecto a las costaneras, deberían reunir el carácter de paseo y mirador al paisaje, a la vez que sería importante que en algún punto de las mismas aparecieran equipamientos destinados a la actividad náutica (pequeños muelles o embarcaderos) y que se asociaran también con una zona de playas y con comercios dedicados a servicios gastronómicos y de recreación, a fin de dinamizar la actividad en la zona y asegurar regular afluencia de público durante todo el año y no sólo en épocas de verano. Los obstáculos para que la definición de dichos paseos se concrete son de diverso tipo: • la ocupación de los bordes costeros por establecimiento de usos privados; • la degradación o falta de solidez de dichos bordes costeros por acción de las crecidas y ausencia de barreras protectoras; • la presencia de los terraplenes de protección, que obstaculizan el acceso al río y las visuales al paisaje. En el caso de Helvecia, la calle costanera se halla bien definida y abarca una extensión de más de 1 kilómetro, vinculando los dos bulevares de penetración al norte y sur del pueblo, aunque existe un sector más caracterizado, de unos 300 metros, y es el tramo que coincide con la ubicación del antiguo pontón, hoy lamentablemente destruido. Como valor patrimonial debe notarse que a la disponibilidad de esa extensa calle costera se le suma la posición elevada que incrementa el potencial de este eje como paseo y mirador. Por tanto, sería muy provechoso que se encarara un tratamiento adecuado de calzadas y veredas y trabajos de protección de la barranca, lo que llevaría a consolidar un paseo de gran calidad paisajística que podría jugar como un atractivo de escala regional. Para la localidad de Cayastá la posibilidad de un recorrido costanero se limita a dos cuadras, dado que una tercera está ocupada por el balneario y el resto de la costa se encuentra bloqueado con usos privados. No obstante, aún en esta breve extensión, vale destacar el potencial de mirador al paisaje que desde dicho punto se consigue, por lo que sería de gran importancia que se generaran las intervenciones adecuadas para poder usufructuar ese valor paisajístico, más allá de la utilización local del sector del balneario. En Santa Rosa de Calchines, la mayor parte del tramo de costa que se encuentra en coincidencia con el pueblo, está ocupado con asentamientos privados, lo que requeriría un estudio de escrituras de propiedad que definiera la real posibilidad de despejar algún sector a fin de poder trazar una calle costera que reprodujera este valioso eje de articulación entre el pueblo y el río, que sería una marca identitaria de todos los núcleos del Corredor. San Javier presenta una extensa calle costanera que le permite un pleno disfrute del paisaje del río; no obstante es bastante vulnerable a la acción de 218

las crecientes, tanto la costanera como el camping y las playas han sido desvastados en varias oportunidades por distintas inundaciones. Por lo mismo, se requerirían las obras de defensa adecuadas y las intervenciones en calzadas, veredas y bordes, para consolidar el paseo. En San José del Rincón y Colastiné Norte es la presencia del terraplén la que ha venido a transformar la relación con el río y el espacio costero. Se considera esencial atender al diseño paisajístico de dicho terraplén para que pueda convertirse en un paseo costanero que permita realzar los valores ambientales de la zona. Paisaje cultural: protección y conservación de valores

Hemos hablado de espacio territorial, de centros urbanos, de paseos y costaneras. Entendemos que una protección sobre estos valores debería partir de una declaratoria del Corredor como “región con identidad cultural” o “paisaje cultural regional” de nivel provincial que permitiría organizar la protección y regular las iniciativas de los distintos poblados, evitando el conflicto normativo. Dentro del estado provincial podría crearse un área específica articulada con la Dirección de Patrimonio para la tutela de este tipo de situaciones de patrimonio de escala regional. Esa área o departamento tendría como funciones: 1. proyectar intervenciones y acciones de escala regional (diseño de ruta, normas de control paisajístico, regulación de usos, etc.); 2. articular las normas que existan o se creen sobre el conjunto regional, a nivel de municipios y comunas; y 3. concentrar la superintendencia y control sobre las iniciativas tanto del orden público como privado que se generen y que puedan alterar o degradar los valores patrimoniales de la región. Cada pueblo o ciudad debería redactar su ordenanza de protección en los aspectos específicos: edilicia y paisaje urbano, que deberían articularse con esa normativa provincial. Recursos culturales y comunicación

El Corredor de la Costa tiene en sus recursos culturales uno de sus principales componentes que, asociados con la naturaleza, lo configuran como un paisaje cultural de fuerte identidad. Esta identidad compartida por los habitantes del Corredor es uno de los rasgos que los cohesionan como partes de un colectivo claramente reconoci219

ble. La pertenencia al Corredor y la educación formal permiten afianzar en las nuevas generaciones ese sentido de identidad local y regional. No obstante, muchos de esos rasgos y especialmente los vinculados con una matriz histórica común no alcanzan a ser fácilmente visibles por partes de quienes no participan de ese colectivo. Desde el surgimiento de los museos como instituciones vinculadas a la conservación y exhibición del patrimonio se han generado metodologías, herramientas y dispositivos que en el mundo contemporáneo estrechan la relación entre la comunicación museológica y otras disciplinas de la comunicación, nutriéndose de los recursos desarrollados en otros campos de conocimiento para alcanzar mejor el logro de sus objetivos. Reconocida la existencia tanto de un rico acervo histórico–cultural como de medios adecuados para comunicarlos, entendemos que es necesario trabajar la cuestión en términos de región, considerando al Corredor como un sistema integrado y a sus localidades como componentes del mismo. Y, a la vez, entendiendo a las localidades en un sentido amplio e inclusivo de núcleos urbanos, caseríos y espacios rurales. La museología ha desarrollado estrategias comunicacionales del acervo patrimonial y ha reconocido espacios patrimoniales que es necesario comunicar más allá del ámbito de los museos. Esta visión nos permite reconocer el valor tanto de los museos como de lo que ocurre o puede ocurrir fuera de ellos. Museos

En su mayoría las localidades del Corredor, durante las últimas décadas, han generado museos con un compromiso muy importante de la comunidad y con distinto tipo de apoyo oficial por parte de las comunas. En algunos casos ha sido y es fundamental la iniciativa y el compromiso personal de quienes los promueven. Esos esfuerzos han sido acompañados por la comunidad que aportó objetos de su propiedad que testimonian distintos aspectos de la vida de los pueblos y sus colonias. Partiendo de esa base, se plantean las siguientes recomendaciones: • Es necesario garantizar la continuidad de los esfuerzos desarrollados por quienes han promovido o creado estos museos. • En aquellas localidades en donde los museos no son comunales, es necesario generar estrategias de gestión en donde los emprendimientos personales encuentren un marco de gestión (asociaciones, fundaciones). • En aquellas localidades en donde los museos son comunales, es necesario continuar generando espacios de participación comunitaria.

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• Para que los museos puedan desarrollarse también se requiere tener garantizada la disponibilidad de espacios adecuados. • La utilización de espacios arquitectónicos de valor histórico suele potenciar la emisión del mensaje museológico, vinculando a contenedor y contenido. • La participación de la comunidad implica también generar conciencia de que los objetos donados o puestos en custodia no necesariamente tienen que estar en exhibición permanente. • No todos los objetos tienen que formar parte de la exhibición permanente. Es necesario hacer una selección de aquellos en función de guiones museográficos, programar la rotación de los objetos y reservar algunos para muestras especiales o temporarias. • Los museos deben contar tanto con espacios de exhibición como con ámbitos para almacenar en forma adecuada aquellos objetos que están en reserva. • Entender a los museos de cada localidad como partes de una red en la que estén incluidos los demás, a los fines de plantear estrategias de comunicación museológica. • Reforzar en los guiones museográficos de cada museo aquello que distinga o particularice a la localidad respecto de las demás, de esta manera se incentivará la visita por parte de los habitantes de las otras localidades y de los turistas provenientes de otras regiones y provincias. Núcleos urbanos y territorio

La reflexión histórica sobre los poblados y el territorio da lugar a su reconocimiento como objeto patrimonial, proceso en el cual es clave la convergencia de aportes de la memoria colectiva y del saber disciplinar, y en el que identificamos tres momentos. En el primero, la sociedad por sí sola reconoce y otorga significado a determinados espacios y lugares. En un segundo momento se introduce la participación de historiadores y profesionales en patrimonio con capacidad para distinguir los procesos históricos, decodificar las huellas tangibles, detectar los elementos intangibles y sistematizar la asignación de valores significativos. Hay todavía un tercer momento, el de volver a comunicar el objeto patrimonial y sus valores a los miembros de la comunidad a la cual pertenece o a quienes eventualmente entran en contacto con él. Cada acto de conservación del patrimonio es por su naturaleza un acto comunicativo por lo que el objeto patrimonial, tanto más cuando es de gran

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escala o un espacio complejo, demanda la provisión de instrumentos interpretativos para que todos estén en condiciones de develar lo que se comunica. En ese sentido entendemos que es válido hablar de musealización: musealizar quiere decir aprovechar los avances que la teoría y la praxis de los museos ha desarrollado y considerar que la nueva museología, sin descuidar la conservación material del objeto, ha desplazado la atención a la acción de difundir y comunicar sus valores y significados. Museología e interpretación son disciplinas afines, con objetivos que se complementan y que se nutren recíprocamente. A su vez interpretación y presentación aparecen como conceptos asociados. Se entiende por interpretación a todas las actividades destinadas a propiciar un mejor conocimiento de un sitio cultural, incluyendo publicaciones en diverso soporte, instalaciones en el sitio y programas educativos y culturales de distinta naturaleza. La presentación, específicamente, se centra en la comunicación planificada de contenidos interpretativos por medio de recursos físicos y humanos, o dicho en términos disciplinares: de infraestructura interpretativa y de intérpretes del patrimonio. El concepto de infraestructura interpretativa se refiere a los espacios patrimoniales o relacionados con los mismos que se pueden utilizar para propósitos de interpretación, y a las instalaciones físicas y equipamientos que se diseñen con ese fin (paneles informativos, exposiciones museográficas, senderos señalizados), incluyendo también las que proporcionan las nuevas tecnologías. Por otro lado, encontramos a los intérpretes del patrimonio que se encargan en forma permanente o temporal de comunicar al público la información que permite interpretar el valor y significación del patrimonio cultural (por medio de actividades eventuales o seriadas, conferencias, visitas guiadas, multimedia y páginas web, etcétera).2 La presentación de los espacios debe facilitar la interpretación de sus marcas y dar visibilidad a las huellas con el objetivo de posibilitar su comprensión y animar a la reflexión sobre los procesos históricos de construcción del espacio habitado. Partiendo de estos presupuestos, se plantean las siguientes recomendaciones: • Entender a cada museo como parte de una red conformada por los otros museos de la Costa pero también por los edificios, lugares y áreas de valor patrimonial que es necesario comunicar. • Generar una infraestructura interpretativa coordinada entre todas las localidades de la Costa, que permita comunicar las características, historia y valor de algunos objetos tangibles localizados en los núcleos urbanos o diseminados en las áreas rurales: edificios, instalaciones, remanentes materiales de edificios, lugares, enclaves.

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• Rescatar el valor de la toponimia como huella y memoria, comunicando su devenir histórico, su sentido y su significado. • Proponer recorridos urbanos, secuencias en las rutas y caminos, senderos en áreas transitables, potenciado su sentido mediante recursos visuales, impresos, visitas guiadas. • Generar estrategias para comunicar a los visitantes y turistas los modos de producción y de extracción de recursos de la región. • Utilizar todos los recursos disponibles para conservar el valor patrimonial de los edificios e instalaciones, sean de propiedad pública o privada. • Generar programas en la educación escolar que refuercen el conocimiento del pasado común y de los valores culturales compartidos por las localidades y áreas rurales de la Costa. La Costa: autorrepresentación e idea de unidad

En el Corredor, las comunidades se reconocen como parte de algo mayor: la costa. Aunque escurridiza, esta imagen colectiva, esta representación que cada vecino se hace del lugar en donde vive, es un factor a ser incorporado, pensado y asumido en otros niveles, ya sea en las propuestas de planificación turística o de desarrollo productivo. Reconocer características comunes y pensar la costa como Corredor, no significa que se descarten o se minimicen las particularidades de cada una de las comunidades que lo integran. Es necesario el reconocimiento de esos caracteres específicos y diferenciales en esta serie de localidades, de particularidades que permitan imaginar un perfil para cada poblado. Atender a esta doble consideración será el primer paso para poder coordinar una estrategia común de desarrollo. Entendemos que es muy importante fortalecer la idea de unidad a modo de red de poblados, considerar los rasgos comunes e identitarios que hacen a la condición costera. Una estrategia para potenciar la idea de unidad es comprender que se obtendrá mayor reconocimiento si se gestiona o se propone cualquier tema de manera conjunta, que si cada comuna o sector local lo hace por separado. La unidad inicial, dada a partir de la geografía y la naturaleza, se ha visto reforzada por el proceso de ordenamiento territorial y por la explotación productiva del suelo y del río. Entendemos que esta unidad debería ser reconocida en los niveles de gobierno o, al menos, deberían generarse alianzas en el aspecto legislativo, dando entidad legal al reconocimiento que este paisaje tiene en el imaginario colectivo y en la vida cotidiana, en las actividades más frecuentes que vinculan día a día a las localidades y el territorio rural de la Costa. 223

Esta propuesta podría reflejarse en la formación de un itinerario, como modo posible de interpretación de los quehaceres culturales del área y como estrategia para su valoración. Uno de los elementos que puede utilizarse para sostener la idea de unidad es la comunicación visual. La señalética, como sistema de combinación entre signos y significados puede ser un elemento que permita transmitir la idea de continuidad entre una localidad y otra por parte de las entidades públicas. Estas formas visuales constituyen un recurso expresivo que permitirá generar una imagen homogénea del área y crear referencias que posibiliten una lectura de elementos comunes. En este sentido, ya hay una experiencia de acuerdo entre las localidades respecto del diseño de señales e indicadores para la actividad turística, que puede ser tomada como un antecedente para futuras iniciativas en común. A su vez, se puede pensar en una identidad institucional particular para cada uno de los poblados, mediante el diseño de isologos, emblemas y símbolos distintivos. Esta personalización es una condición indispensable para la realización de proyectos de señalización de lugares específicos o de promoción turística. Del mismo modo, el equipamiento urbano puede servir para establecer referencias comunes y fortalecer esa idea de continuidad a partir de diseñar series de elementos a repetir, por ejemplo, sobre la RP 1, como luminarias, cartelería, paradas de ómnibus de corta y larga distancia, mapas y referencias con indicación de itinerarios a recorrer, etcétera. En el interior de cada sector urbano, con lenguaje común y regulaciones similares para el conjunto de señales y cartelería urbana pueden incorporarse elementos singulares que refieran a las particularidades locales. Este principio de unidad en la diversidad permitirá que esta idea de red de poblados no se construya en desmedro de la singularidad de cada una de las localidades con respecto al más amplio territorio de la Costa. Del mismo modo, la gastronomía necesita ser entendida como un recurso cultural, económico y turístico de relevancia, ya que actualmente tiene poca consideración como tal. Puede ser pensada incluso como línea de continuidad entre las comunidades, como un modo de completar la cadena de valor para el recurso de la pesca local o de los productos obtenidos en granjas locales, posibilitando su transformación en un menú diferenciado que otorgue un lugar preferencial a la producción local. La necesidad de aunar esfuerzos particulares respecto de las localidades y la sugerencia de una gestión concertada en distintos niveles —de gobierno, de cámaras de comercio, de organizaciones civiles— y respecto de diversos temas —patrimonio, territorio, áreas rurales, servicios, comunicación, etc.— constituyen puntos centrales dentro de las recomendaciones para el Corredor de la Costa. 224

En cuanto al patrimonio cultural, la protección y la recuperación de los cascos históricos no se han promovido ni respetado, pero tampoco existe un relato que permita a las comunidades diferenciarse del resto. Para fortalecer la idea de unidad es necesario difundir el imperativo de valoración de estos recursos tanto como el patrimonio cultural del área. Una de las propuestas, que hemos pensado recurrentemente desde el inicio del proyecto, puede ser la de gestionar un Foro Permanente o alguna Comisión o Red Institucional que vinculen tanto las instituciones estatales como las comunitarias, similares a las que se establecieron en los barrios en la ciudad de Santa Fe. Esto permitiría articular los recursos tanto como las actividades culturales, facilitando la coordinación y alternancia de espectáculos públicos, fiestas o celebraciones (para que no se superpongan y pierdan fuerza). Los centros urbanos se pueden convertir en recursos culturales, en tanto paisaje urbano, al reconocerse a sí mismos como parte del paisaje cultural del corredor. El paisaje rural: conservación de valores estéticos y vivenciales

En el Corredor de la Costa, más allá de reconocer la importancia del turismo, hay que apoyar y sostener el uso agrícola de la tierra, pues el paisaje en sí mismo no tiene un grado de excepcionalidad tal que permita pensar al turismo como actividad central para la zona. El paisaje rural y la actividad agropecuaria son muy pregnantes, tienen mucha fuerza visual y un alto grado de reconocimiento en la memoria social; si esto se mantiene como uno de los elementos del paisaje cultural del Corredor, incluso es factible de ser aprovechado a nivel turístico. La condición de unidad que reconocimos anteriormente, se ve interferida por presiones de distinto tipo en el Corredor. En el tramo más próximo a Santa Fe, las áreas suburbanas de Colastiné y San José del Rincón han sido ocupadas por urbanizaciones de tipo jardín, convirtiendo rápidamente en tierra urbana grandes áreas que hasta hace 15 años estaban dedicadas a quintas y chacras. Esta presión inmobiliaria sobre el mercado del suelo ha avanzado en producir “tierra urbana” en los últimos años hasta Arroyo Leyes ocasionando que este suelo no cuente con la mínima dotación de servicios requerida para que sea considerado efectivamente “urbano”. Algo más al norte, entre Santa Rosa y Cayastá, la instalación de complejos turísticos a modo de enclave cerrado, ya sea complejos de cabañas o emprendimientos termales, refuerzan su aislamiento al proveer de casi todos los servicios dentro de sus instalaciones. De esta manera, no solo se cambia el uso productivo del suelo sino su parcelamiento y, por consiguiente, la imagen resultante, que no siempre resulta acorde con la identidad del sector. 225

También se produce una suerte de desarticulación funcional y simbólica de estos complejos respecto del territorio inmediato, propia quizás de la desterritorialización que afecta a los fenómenos urbanos contemporáneos. Hay poca relación de estos complejos con el comercio zonal y hasta con recursos culturales como los museos que podrían constituirse en aportes a la propia actividad turística. En otro sector, el tramo entre Helvecia y San Javier, un conjunto a ser puesto en valor y destacado dentro del ámbito rural es, sin dudas, el de la Colonia Mascías y la Escuela Agrotécnica próxima a ella. Entre los numerosos puntos en el territorio en este tramo del Corredor, la colonia y la antigua estación experimental, que ya comentamos entre los recursos culturales, ponen en evidencia un particular modo de apropiarse del espacio, una experiencia particular a destacar dentro de las prácticas urbanas del siglo XX. Estas consideraciones no significan que nos interesa detener la dinámica de urbanización del sector, sino que intentamos sostener los rasgos detectados como significativos de cada tramo del paisaje cultural sugiriendo la articulación de mecanismos de gestión concertada a escala territorial y de legislación que se detenga en estos aspectos en particular: uso del suelo, parcelamiento rural, subdivisión y transformación del suelo rural en urbano, consideración de áreas y bienes patrimoniales de interés en entornos rurales. Recuperación y desarrollo de artesanías con materiales locales

En el área de cultura, según inquietudes detectadas en los distintos contactos con las comunidades de la Costa, hay interés de los gobiernos locales en recuperar los modos, las técnicas y los motivos de producción artesanal. Un ejemplo fue el requerimiento de la comuna de Santa Rosa que al momento de buscar artesanos locales que trabajaran el mimbre o algún otro material distintivo no pudo encontrarlos. La directora local del Instituto Superior de Profesorado —de formación terciaria— apuntaba sagazmente como alternativa promover talleres formativos convocando a artesanos de localidades cercanas o incluso de Santa Fe para cubrir este vacío aparente. Es difícil pensar que las tradiciones técnicas artesanales se hayan perdido por completo, pero es muy posible que ante la proliferación de otros modos de trabajo más lucrativos o ante la falta de demanda de productos artesanales se acuda a otros elementos para su identificación y quienes tienen ese saber se dediquen a otros oficios. Un caso de referencia en la red de poblados, una experiencia exitosa, es la del Taller de cerámica de La Guardia. Tanto por el rescate de técnicas, de

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modos de hacer, como por la recurrencia a motivos gráficos y escultóricos que provienen de otras épocas e incluso de otras culturas. El taller aporta a sostener la memoria social y a construir la identidad colectiva. Una alternativa sería sumar un Taller de artesanías a la oferta ya inclusiva del Instituto Superior de Profesorado con sede en Helvecia y Santa Rosa, que actualmente dicta las carreras terciarias de Turismo, Gastronomía y Gestión turística. Pensando en renovar y alternar anualmente la concurrencia de profesores o idóneos que recuperen técnicas y motivos de la tradición artesanal de la Costa, como la mimbrería, la cerámica o el trabajo en madera, por ejemplo. Otra opción posible es pensar un curso de estas características financiado y apoyado por las comunas del sector que estén interesadas en promover las artesanías, teniendo en cuenta la intención ya presente de que sean motivo de identificación y estén disponibles como recuerdos o regalos para los diferentes eventos —fiestas, celebraciones, festivales— que se realizan en la zona. Estas sugerencias, dentro del área de cultura, podrían ser presentadas ante los gobiernos locales y el gobierno provincial, como parte del diagnóstico y de las propuestas que el proyecto ha generado respecto del Corredor. Programa “Educar con el paisaje: arte y experiencia de vida en la costa santafesina”

Uno de los factores que contribuyen a generar sentido de pertenencia es la temprana adquisición de valores positivos referidos al lugar en el que se vive posibilitando, entre otros resultados, la formación de individuos con conciencia colectiva y actitud responsable en el cuidado del medio ambiente, con predisposición a promover acciones tendientes a la preservación del paisaje con el que se identifican. Es por eso que se considera de gran importancia comenzar la formación en estos valores desde edad temprana, en una continua preparación tendiente a afianzar tales conductas. Considerando que el paisaje de la costa santafesina ha sido y sigue siendo un motivo de firme y continuada representación en el campo del arte, en sus distintas manifestaciones, con una fuerte impronta regional, es que se advierte de la importancia que tendría la propuesta de generar un programa de trabajo que, a una escala regional, se instale en los medios de educación en sus distintos niveles. Dicho programa, tendría como objetivos básicos: • aportar conocimientos propios de la historia del arte de la región; • valorar la producción de los artistas que se ocuparon de la temática; • estimular la percepción de los valores paisajísticos y estéticos; • generar lazos de identificación y pertenencia;

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• alentar la producción de manifestaciones expresivas en relación con el paisaje; • sensibilizar acerca de la importancia del paisaje y la fragilidad de sus sistemas; y • concientizar sobre las responsabilidades individuales y colectivas en el cuidado del ambiente. Para alcanzar estos objetivos es necesario formular un programa educativo con una estructura integrada en todos sus niveles, con la participación directa de los organismos provinciales pertinentes que deberán encargarse tanto de los aspectos educativos como operativos. A través de esta propuesta, se tratará de aumentar las posibilidades de integración del individuo con su comunidad y su ambiente, generando hacia el futuro una actitud colaborativa y participativa respecto de lo comunitario y una mayor conciencia acerca de la responsabilidad individual y colectiva para la protección ambiental.

Notas 1

Para un estudio de este tipo deberá conformarse un

2

Capítulo “Definiciones” de la Carta ICOMOS para

equipo interdisciplinario que incluya otros campos

Interpretación y Presentación de Sitios de Patrimonio

del conocimiento tales como las ingenierías hídrica y

Cultural Preparado bajo los auspicios del Comité

ambiental.

Científico Internacional del ICOMOS.

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Noticias de los autores Adriana Collado Arquitecta (UCSF, 1981). Doctora en Historia del Arte y la Arquitectura en Iberoamérica por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, España, (2008). Especialista en Historia de la Arquitectura y Preservación del Patrimonio Urbano Arquitectónico, con posgrados realizados en la Universidad Católica de Córdoba y en el Centro Studi per il Restauro dei Monumenti de Florencia, Italia. Es profesora e investigadora con dedicación exclusiva de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, desde 1985, donde ha dirigido numerosos programas y proyectos de investigación (categorización SPU: 1). Docente de posgrado en las universidades nacionales de Tucumán, Mar del Plata y Litoral; ha dictado seminarios de posgrado, cursos y conferencias en universidades de México, Brasil y España. Entre 1985 y 2011 fue Delegada en la provincia de Santa Fe de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. Es Miembro de Número de la Junta Provincial de Estudios Históricos y del Centro de Estudios Hispanoamericanos; es miembro de ICOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) y miembro fundador de la filial argentina de The International Committee for the Conservation of Industrial Heritage (TICCIH). Ha publicado numerosos libros y artículos científicos sobre temas de su especialidad y participa con frecuencia en eventos académicos nacionales e internacionales. María Laura Bertuzzi Arquitecta (UNL, 1992). Master Universitario en Patrimonio Urbano, Restauración y Ciudad por la Universidad de Valladolid (1999); Master Universitario de Metrópolis: Postgraduate Program in Architecture and Urban Culture por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y la Universidad Politécnica de Catalunya (2002). Doctoranda de la Universidad Politécnica de Catalunya. Es profesora ordinaria e investigadora en la FADU, UNL. Ha intervenido como investigadora, coordinadora, codirectora y directora de varios proyectos de investi-

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gación y extensión referidos a historia urbana, planificación y diseño. Integra el Consejo Asesor del  INTHUAR y  la Comisión Municipal de Defensa del Patrimonio Cultural de Santa Fe como representante de la UNL. Es miembro del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) e integra el IFLA. Es docente de posgrado de la FADU y de la FCJS. Es autora de varios artículos en publicaciones nacionales e internacionales y ha sido compiladora de varios libros sobre temas de su especialidad. Luis María Calvo Arquitecto (UCSF, 1981). Doctor en Historia del Arte y la Arquitectura en Iberoamérica por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, España, (2006). Se ha especializado en historia urbana y conservación de patrimonio. Es profesor ordinario e investigador en la FADU, UNL. Director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales dependiente del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe desde 1988, con jurisdicción sobre el Parque Arqueológico Ruinas de Santa Fe la Vieja (Cayastá). Académico Correspondiente en Santa Fe de la Academia Nacional de la Historia. Miembro de Número de la Junta Provincial de Estudios Históricos y del Centro de Estudios Hispanoamericanos. Miembro del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS). Fue asesor honorario de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. Ha dictado cursos y seminarios de posgrado en universidades de Argentina y México. Ha representado a ICOMOS en misiones de monitoreo en sitios declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad. Autor de numerosos libros y publicaciones en temas de su especialidad. María Elena Del Barco Arquitecta (UNL,1997). Ha cursado el Magister en Historia de la Arquitectura y el Urbanismo Latinoamericanos en la Universidad Nacional de Tucumán, teniendo actualmente la tesis en elaboración. Es docente e investigadora del área de Ciencias Sociales de la FADU, UNL, Santa Fe, desde 1999. Ha participado en numerosos proyectos de investigación financiados por UNL y por agencias nacionales desde 2001; también de convenios para la realización de varios inventarios del patrimonio urbano–arquitectónico —Región Litoral para FONAR y CNMMLH, Moisés Ville para CNMMLH y comuna local, Palacio Municipal para Municipalidad de Esperanza—. Secretaria de Redacción de Polis, Revista de la FADU/UNL, desde 2008. Es codirectora del proyecto “Aprendamos sobre el patrimonio en la escuela: una propuesta de concientización ciudadana”, PEIS de la Secretaría de Extensión, UNL. Ha publicado artículos científicos sobre temas relativos al patrimonio arquitectónico y la historia urbana. Claudia Montoro Arquitecta (UNL, 1988). Es profesora e investigadora de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Nacional del Litoral, en las carreras de Arquitectura y Licenciatura en Comunicación Visual. Ha cursado el Master en Ciencias Sociales en la FCJS de la UNL, teniendo actualmente la tesis en elaboración. Investigador categorizado 3. Ha participado en numerosos proyectos de investigación pertenecientes a la UNL y a la Secretaría de Estado de Ciencia, Tecnología e Innovación de la provincia de Santa Fe. Directora de Proyectos de Interés Social (PEIS), Secretaría de Extensión, UNL, convocatorias 2007 y 2010. Ha

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dirigido proyectos de investigación CAI+D de la UNL en las convocatorias 2000, 2005 y 2009. Actualmente dirige el nodo local 3 de la Red Internacional PUC. Luis A. Müller Arquitecto (UCSF, 1978). Magister en Ciencias Sociales (FCJS, UNL, 2006). Es Profesor Titular de Historia e investigador, con dedicación exclusiva, en la FADU de la UNL, Santa Fe, desde 1985, donde ha dirigido numerosos programas y proyectos de investigación (categorización SPU: 2). Es Director del Instituto de Teoría e Historia Urbano Arquitectónica (INTHUAR), Director de la Maestría en Arquitectura y Consejero Directivo por el claustro de docentes titulares en la FADU, UNL. Integra el Consejo de Redacción de las revistas Polis (FADU, UNL), Block (UTDT) y Origen (CAPSF–D1). Integra el Cuerpo de Jurados del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Santa Fe, D1. En 1995 realizó una asistencia técnica para el Municipio de San José de Costa Rica, delegado por el Fondo Argentino de Cooperación Horizontal. Docente de posgrado, ha dictado cursos y conferencias en instituciones nacionales y extranjeras, entre ellas: FCJS, UNL (Santa Fe, Argentina), ETSAB/UPC (Barcelona, España); Universidades de Colima, Michoacana San Nicolás de Hidalgo, San Luis Potosí y Mérida (México). Ha publicado numerosos libros y artículos científicos sobre temas de su especialidad.

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El Corredor de la Costa se diagramó y compuso en y se terminó de imprimir en Docuprint SA, Tacuarí 123 –CABA– Argentina, diciembre de 2011.

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