\"El compromiso revisionista o cómo volver a contar. (Réplica a Sebastiaan Faber.)\" Ensayo y sociedad. Diálogos de un género en movimiento. Ed. Diana Castilleja, Eugenia Houvenaghel & Dagmar Vandebosch. Genève: Droz, 2014. 189-201

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Descripción

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El compromiso revisionista o cómo volver a contar (Réplica a Sebastiaan Faber)1 Jordi GRACIA Universidad de Barcelona

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Sinopsis.- El título propone una reflexión que pivota sobre dos ejes: la voluntad de carácter ético e ideológico (pero también profesional) de modificar, corregir, completar o enriquecer las interpretaciones y lecturas del pasado reciente de la historia cultural española, por un lado, y la necesidad de hacerlo escapando a metodologías cerradas o demasiado sistemáticas, poco aptas para hacer el discurso permeable a fuentes, perspectivas o materiales muy diversos. No es una elección inocente ni es ingenua: desde antes del mismo Hayden Whité sabemos que el discurso del historiador tiene significado propio, pero sobre todo sabemos que esas elecciones comportan riesgos o desventajas de un tipo a cambio de ventajas o beneficios de otro. Lafiabilidad académica o profesional de esos métodos híbridos no queda puesta en duda por la elección de una metodología mixta o por un modo de escritura, aunque engendre como resultado científico nuevas preguntas o discrepancias.

Quiero agradecer la flexibilidad y tolerancia con la que se aceptó la propuesta de, en lugar de preparar dos discursos de forma independiente, hacerlo de un modo más dinámico y claramente preparado. Es decir, yo sabía que escucharía cosas que no serían de mi agrado, y que Sebastiaan había aceptado que tuviésemos una discusión pública con el fin dé fomentar la aparición de criterios y puntos de vista dispares en el tratamiento del pasado, sin ninguna contaminación de aquello que en España, y en Europa, llamamos ‘revisionismo’. Bajo esta consideración yo nunca hubiera aceptado participar en una mesa redonda con Sebastiaan. Lo que entiendo es

Agradecemos a Francisca Sánchez Martínez su ayuda en la transcripción de este texto y del debate que se reproduce a continuación.

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que su punto de vista tiene que ver, fundamentalmente, con qué forma de revisar el relato de la historia y esta misma adoptamos unos cuantos historiadores y profesores de historia. Aunque, en realidad, yo soy profesor de literatura española.

En este punto querría matizar un aspecto anterior que es de gran utilidad para entender desde qué perspectiva escribo y hablo. Mi último libro es un tomo de mil páginas que he redactado junto con Domingo Rodenas y que corresponde a la última parte de la Historia de la Literatura española que, en la Editorial Crítica, ha dirigido José-Carlos Mainer y que abarca desde el año 1939 hasta el 2010. La voluntad es que ese tomo sea capaz de vertebrar, de una manera mínimamente imaginativa, en todo caso renovadora, el relato y las texturas de la historia literaria española vinculada a la historia cultural, intelectual y política. Por lo tanto, debiendo encontrar para el exilio un lugar alternativo al de ‘capítulo aparte’ que le ha sido otorgado en los últimos sesenta años.

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El exilio, y de ahí la noción de fondo del cauce cultural, es naturalmente cultura española, solo que en un principio pivotó geográficamente hacia el exterior y, lentamente, fue recuperando mínimos y progresivos anclajes en la España del interior. Frente al discurso clásico que toda la historiografía del exilio ha repetido sin descanso, aunque últimamente en menor medida, la presencia, la posibilidad de conocimiento y la lenta reaparición de los exiliados en España fue más temprana, real, eficaz y cierta de lo que habíamos creído. Sin embargo, eso no ablanda, libera de culpa o hace ‘más bueno’ al franquismo; tampoco más comprensivo. Lo convierte en todo caso en incapaz de detener el proceso histórico de cambio de una resistencia que crece dentro y de un exilio que empieza a cambiar su actitud con respecto a la España de Franco y a quienes la soportan.

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El segundo aspecto que quiero mencionar está relacionado con todo lo anterior y explicará la apertura de mi punto de vista, aunque a Sebastiaan le parezca que todavía es muy ‘centrohispano’. Concierne este asunto a la antología del ensayo desde la guerra que titulé Los contemporáneos y en efecto, apareció en 1996. Pero con Domingo Rodenas hemos ampliado ese volumen para abarcar todo el siglo XX y convertirlo en tomo de mil páginas. Contiene un prólogo de doscientas páginas que trata de explicar la peripecia del ensayo del siglo XX en España, desde el principio hasta el final, no únicamente desde la guerra como era

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el caso del tomo anterior; Me refiero a esta edición nueva para explicar el punto de vista desde el que he estado escribiendo en los últimos diez o quince años, con la voluntad de ir aprendiendo a reinterpretar lo que me parecía una concepción insuficiente, parcial, dogmática y, sobre todo, poco sensible a la extraordinaria de fenóménos, estratos, actores que habían quedado prácticamente disueltos eri ese relato fantasmagórico, iluso, falso, de que el franquismo significó cuarenta años de invierno, parálisis, túnel, pozo o cualquier otra metáfora habitual en la historiografía, sobre todo de izquierdas -que ha sido la mejor en España con diferencia en los últimos años-.

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Porque, como es natural, con quien se enfrenta uno es con los suyos, en mi caso la historiografía de izquierdas; no voy a hacerlo con Ricardo de la Cierva o con indocumentados políticamente teledirigidos como es el caso de Pío Moa o César Vidal. Ninguno de estos nombres deberían haber aparecido en un debate académico; no debería Sebastiaan haberlos mencionado. En España no ceso de repetirlo, aplicado a contextos de historiadores. En términos historiográficos, no son interlocutores sino propagandistas del neo-franquismo. La discusión con ellos es absurda, ya que no hay voluntad historiográfica de comprensión del periodo; hay una estrategia políticamente programada desde la segunda legislatura de Aznar. No obstante, dejemos a un lado ese discurso, que es muy poco útil para tratar de exponer nuestro punto de vista. Voy a comenzar ahora por lo que me interesa. Aunque Cercas me parece uno de los grandes escritores contemporáneos sin paliativos y, además, somos muy buenos amigos, esta vez quisiera centrarme en la primera parte de la charla de Sebastiaan Faber. Sin embargo, a propósito de Cercas sí quiero apuntar unas cuantas cosas que son especialmente relevantes para desactivar lo que yo considero una lectura de algún modo poco permeable a la naturaleza renovadora del artefacto que ha creado en Anatomía de un instante. Creo que es esta una lectura poco dúctil, incluso poco dispuesta a detectar cuál es el proyecto literario que hay en este libro, porque es realmente innovador bajo mi punto de vista. Yo he leído una" novela, aunque muy rara; tan raraÿcunoÿque es una novela no de no-ficción, sino una povqkPSin ficción> Con las herramientas del novelista, con la imaginación moral del novelista, con los recursos de estilo del novelista, con la capacidad de '

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estructura del novelista, con la capacidad de conmoción del novelista... pero sin ficción.

Sebastiaan se ha olvidado de recordar, para quienes no lo tuviesen presente, que el libro acaba con cuarenta páginas, con un tipo de letra tamaño diez, de notas que documentan cada una de las cosas, citas, observaciones o menciones que se hacen a lo largo del libro. Esto fue idea de Javier Pradera. Cuando leyó el manuscrito dijo: “Te van a fusilar. Si no documentas todo lo que dices, van a creer que te lo inventas, que todo esto es ficción”. Fue entonces cuando Cercas comenzó a agregar cada una de las referencias bibliográficas que en el original no aparecían. En un mes hizo el apéndice de notas recogiendo todo lo que tenía anotado... Esto es, creo que sí cumple lo que se propone, solo que es posible que la mayor parte de lectores puedan haber creído que lo que se proponía era una cosa y, en realidad, es otra. Y el resultado es algo raro, extraño, ingenioso y, en mi opinión, deslumbrantemente brillante: un artefacto narrativo que con las armas del novelista construye un relato, una crónica, sin ficción. Sin embargo, un relato que tiene los dones y la magia de la novela; uno está ante una novela, se da cuenta mientras lee, de golpe, de que está leyendo el libro como una novela. Y es que, efectivamente, está invirtiendo los recursos del novelista aunque ahí no haya ficción. De manera que ciertamente es un invento bien raro. El intento de hacer una novela sin ficción, y capaz de ajustarse escrupulosamente a los hechos sucedidos pero al mismo tiempo capaz de crear la emoción y la complejidad de la buena novela, ha sido un objetivo literario fuerte en muchos escritores, y muchos de ellos de primer nivel, como Martin Amis o Mario Vargas Llosa. Cercas lo intentó también y es lo que escribió antes de resolver definitivamente la escritura de Anatomía de un instante. Porque esas cuatrocientas páginas de las que habla en el prólogo existen, son reales. Se trata de una novela en la que inventa un personaje, un espía al que hace ser parte del CESID, que averigua cosas etc. Terminadas las cuatrocientas páginas se dio cuenta de que era ‘otra novela más’. La insatisfacción lo llevó a buscar otro formato, otro modo de escritura, y de ahí salió la originalidad de Anatomía. El mismo Martin Amis formuló en una ocasión, reflexionando sobre novela e historia, el límite inalcanzable para el novelista contemporáneo: advirtió que si era leal y fiel a los hechos reales, de ellos no podría extraer la lección moral que necesitaba como

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novelista. Es decir, la lealtad a los hechos reales no permitía dotar al texto de esa verdad moral que alcanza la novela, eso que ños conmueve 'sea ficción o no; en Kafka lo que nos conmueve es la verdad moral, no el hecho de si era verdad o no lo que se contaba. Pues ese efecto último que es el de transmitir, crear, suscitar en nosotros una verdad moral y conmovedora, saber que estamos ante eso, no podía hacerlo el novelista que fuese rigurosamente leal a los hechos en la medida en que lo pueda ser el más competente historiador. Pues bien, me parece que Anatomía de un instante es ese sueño cumplido de escribir úna historia verídica y fidedigna, leal a los sucesos tal como podría contarlos un buen historiador, y al mismo tiempo una historia dotada del poder de la novela.

Querría ahora comentar algo respecto a la frase que, aunque no ha querido pronunciar aquí, ha puesto por escrito Sebastiaan en una reseña académica de mi libro sobre el exilio A la intemperie. Esta frase dice que estas operaciones de Cercas, o algunas de las mías, pueden ser síntomas de lo mal que se hizo la Transición, lo cual queda manifestado en la existencia de gente que hace libros como nosotros y a quienes se les puede detectar no Solo úna falta de cosmopolitismo sino además una anacrónica tendencia autárquica -término que lógicamente pretende crear en el lector experto, que es quien lee esto, la asociación con la autarquía de la posguerra-. Este juicio, junto a la dénominación de ‘parroquial’ que también me aplica, es impropio e inaceptable. No obstante, cómo sé que son expresiones que forman parte del discurso de Sebastiaan, y que emplea mientras discute, de una manera muy razonable, contundente y compacta lo que uno dice, lo que debe hacerse es dar las gracias, que es lo que hago, por la atención con la que ha leído ese libro. He escrito muchos libros -demasiados, quizá-. Pero este necesariamente lo había de escribir en el contexto del resto de libros qué he escrito, porque uno no puede repetir en cada obra lo que forma parte de un enfoqué historiográfico, ensayístico, de percepción del pasado y del modo de contar ese pasado. De manera que la aproximación al exilió que propone A la intemperie está fundada en la percepción de un experto en la España del interior y que tiene por lo tanto muy armada una explicación propia de su historia intelectual y cultural. Alguien que, con ése perfil, ha advertido una y otra vez la falta de ajuste entre el relato que lee sobre el exilio por parte de la historiografía contemporánea y

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aquello que él va observando a medida que trabaja sobre la España del interior. Y cada vez se siente más incómodo con reiteraciones tales como que no había contactos, que nadie sabía nada del exilio... Tenía la sensación, por lo tanto, de que podía ser útil introducir en el circuito de publicaciones del exilio, entre los expertos del exilio, uno o varios nuevos criterios de interpretación que pudiesen servir para debatir con ellos mismos sobre sus puntos de vista en tomo al exilio.

Sebastiaan estará de acuerdo conmigo en que un def ecto, que no sé si es de provincialismo, de parroquianismo o de cualquier otra cosa, aunque es peor que cualquiera de ellos, es la fragmentación y segmentación de los estudiosos sobre exilio e interior. La percepción que quienes tratan del exilio tienen sobre lá España del interior, sobre la cultura del interior, me parece muy desfasada y desconectada de lo que hemos aprendido en los últimos treinta años. Eso es grave porque se avanza mucho en el estudio sobre el exilio sin avanzar nada ert la comprensión de lo que unos cuantos investigadores ya hemos estado estudiando, esto es, lo que ha sucedido bajo el franquismo, aunque es posible que lo hayamos estado haciendo de una manera un tanto politizada. ¿Por qué politizada? Porque no había otra alternativa; en 1975 no estaba la situación como para hacer una historiografía más crítica con la propia izquierda, todavía era el momento de continuar la pugna y la lucha. Hoy es el momento de tener la libertad total de averiguar qué es lo que pasaba entonces, tanto si desmiente las convicciones políticas del historiador como si las refuerza. El historiador trata de examinar cómo se comportaron los suyos y los otros. Porque, ¿verdad que la revisión del franquismo ya la hemos hecho? ¿Verdad que la revisión, me parece, de cuantas atrocidades hizo el franquismo es el relato oficial? Espero que sobre esto no quepa la menor duda. ¿De verdad que yo, desde la izquierda, en plena democracia, he de volver a recordar quién tenía la razón en el 36 o en el 39? ¿De verdad que todavía nos es necesario contar qué tipo de régimen y de dictadura fue el franquismo? ¿De verdad alguien cree que este es el discurso necesario en la vanguardia de la historiografía actual? ¿No será más bien que lo que necesita la historiografía española es volver a revisar aquello que no ha dicho, aquello que falta por averiguar y aquellos puntos de vista que pueden des estabilizar el discurso hecho?

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A mí me parece que lo que hemos hecho en los últimos veinte años, no los jóvenes o más recientes necesariamente sino también algunos mayores, como Santos Julia o José-Carlos Mainer, es tratar de liberarnos del antifranquismo y dejar de ser antifranquistas para ser investigadores sobre el franquismo y lo que sucedió durante, y fuera, del mismo. Sebastiaan me dirá que precisamente es esto parte de lo que me reprocha, lo cual yo acepto. El libro no examina la aportación que los exiliados han hecho en los respectivos lugares; parece incluso ser poco sensible al hecho real de cómo nutrieron otras culturas con sus aportaciones. Sin duda no lo hace, aunque yo creo que sí en una cierta medida. El libro trata de Luis Buñuel, de Josep Lluis Sert, es decir, el director de la escuela de urbanismo en Harvard durante veinte años. El padre, el co-padre al menos, del urbanismo occidental del último medio siglo, de la fundación Joan Miró de Barcelona -un arquitecto de primerísimo nivel que construye toda su carrera como exiliado- Es verdad que eso no está en el libro de una manera enfática o destacada; me parece que no es precisamente algo que falte en la bibliografía del exilio. Lo que sí echaba de menos en el relato del exilio o en la percepción colectiva de los expertos en el exilio, eran algunas otras cosas. Contra lo que dice Sebastiaan, no había falsa modestia en la introducción del libro cuando se proponía ofrecer “unas cuantas claves de interpretación”. Es verdad que solo es eso, aunque de ahí pueda derivarse simultáneamente una relectura del exilio lejos de una mirada encorsetadamente política. De igual modo creo que el compromiso político-intelectual hoy es tratar de proyectar una mirada ecuánime al pasado, y ecuánime no es neutral o equidistante: es desactivar los prejuicios heredados; ese es el compromiso ; político en democracia, una mirada ecuánime que sume y cuente a los de un lado, a los del otro y lo que sucede en más de treinta años de evolución colectiva y biográfica1. 1

Mientras reviso y corrijo esta trascripción me llevo la sorpresa verdaderamente grande de descubrir lo que de veras significan mis libros, según José Ramón López, miembro del GEXEL que dirige Manuel Aznar Soler en la Universitat Autónoma de Barcelona. En las últimas actas publicadas bajo el título El exilio republicano de 1939 y la segunda generación (Sevilla, Renacimiento, 2011) leo que La resistencia silenciosa y a. A la intemperie encaman “un silenciamiento o anulación de la labor exiliada parecida en muchos puntos a la que propugnaron determinadas instancias culturales del franquismo”. Alguien necesita urgentemente un whisky dóble que le aclare las ideas.

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Lo que el libro reclama son solo un puñado de cosas; pide ser más sensibles a las vías de interrelación de la España del interior y la España del exilio, ya que hemos podido ir viendo, a través de cartas publicadas como siempre postumamente y muy tarde, que las relaciones fueron mucho más fluidas de lo que habíamos pensado hasta hoy. Las revistas del exilio están llenas de artículos, reseñas y entrevistas sobre gente del interior que a veces es del bando vencedor y la mayor parte de las veces es del bando derrotado. O nuevo derrotado, es decir, no los derrotados del 39, sino los hijos de los derrotados del 39. ¿De qué hablan las revistas del exilio en los años cincuenta? De Goytisolo, de Gabriel Celaya, de Blas de Otero, de José Hierro. Es cierto que en la España del interior no se podía leer a los exiliados. Pero a veces tengo la impresión de que se haya olvidado que la guerra se perdió, y que la causa de desconocimiento de Max Aub en la España de los sesenta no es culpa de los resistentes que no lo hacen suficientemente bien, sino que es culpa del régimen franquista. ¿Todavía he de recordar eso? La guerra se perdió, ese es el hecho previo. Dice Sebastiaan “como si fuera un hecho dado”, y claro que está dado el hecho. Lo increíble es que hayamos empezado a entender que dentro del régimen franquista hubiese unas personas que comenzaran a comprender que, por instinto mismo de supervivencia, debían empezar a cambiar de inmediato, porque estaban quedándose solos en el contexto europeo y porque aquello comenzaba a ser una lógica autodestructiva. De ahí i que la autarquía en términos culturales sea la condena definitiva del régimen de Franco. ¿Qué ha de hacer este? Cambiar y apostar por el Opus Dei, y buscar la reconexión con los circuitos del sistema capitalista, esa es la única salida. Paralelamente también ha de haber una salida de carácter intelectual y cultural que flexibilice de una manera casi ridicula lo que antes era un discurso infernalmente patológico: el de la revancha, el de la aberración, el del asesinato. De este discurso, que es el de la posguerra inmediata...., vamos a pasar a partir de mediados de los años cincuenta a otro tipo de actitudes por parte del propio régimen encarnados en sectores que venían de Falange, que en algunos casos, no en todos, van a ir abandonándola. Muda el régimen, pero lo que muda inequívocamente es la cultura española bajo el régimen de Franco, mucho más rápido que el propio régimen.

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La alianza de la resistencia nueva y vieja con el exilio éN crecientemente rica; del mismo modo que es uno de los estímulo,6! cruciales para la resistencia del interior contar con el respeto del exilio. Pero este solo podrá respetar lo que está pasando en la España del interior cuando se empiecen a detectar ciertas cosas; cuando se vea que increíblemente bajo un régimen totalitario, autoritario y fascista como lo es el español en los primeros años de la posguerra -luego dejará de ser fascista porque le será imposibleincreíblemente, de forma subyacente, los jóvenes que han crecido allí se llaman Juan Marsé, Juan Goytisolo, Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Celaya, Blas de Otero, Antoni Tapies, Carlos Saura, Antonio Saura, Juan Benet... Todos han nacido y crecido allí, en pleno franquismo. Cuando el exilio comienza a detectar la movilización real de esas nuevas voces, y leen sus libros, se convence de que se ha de cambiar el discurso; incluso ellos entienden que han dejado de ser la encamación imperturbable de la derrota porque la derrota tiene ya más caras, y no es únicamente la derrota de 1939. Porque quienes están padeciendo la derrota están dentro también, aunqüe parezca que esta solo se vive fuera.

Ahora acabo de hacer uno de esos saltos que me reprocha Sebastiaan; de intelectuales a población. Es que, ¿quién consume la literatura de los derrotados del interior o de quienes son resistentes del interior? Es este un concepto móvil por necesidad, ya que lo que primero es derrota luego se convierte en resistencia: resistencia de los derrotados materiales y de aquellos que van naciendo dentro del régimen y se convierten poco a poco en resistentes al sistema, aunque todos hayan sido socializados en un sistema moralmente corruptor como fue el nacionalcatolicismo -mucho peor que el falangismo en términos de destrucción humana, de creación de personas con averías profundas, por decirlo de algún modo-. ja Esa es la raíz de la explicación; el exilio verifica la existencia de iniciativas y obras, a veces incluso de vencedores como Cela, que fue falangista y colabora sin reparos con el régimen pero tiene que publicar La colmena en el exilio porque dentro no se lo permiten (pese a haber sido asalariado de la censura). Cuando empiezan a detectar todo ese tipo de cosas, algunos, unos antes y otros después, empiezan a entender que quizá el destino último del exilio habrá de ser el regreso. No obstante, ¿el regreso figurado, el regreso real?, ¿como si no hubiese franquismo? Claro que no,

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saben muy bien que las dificultades son múltiples pero quiÿá aprenden también que la realidad ha cambiado y que las decisiones de 1939 quizá merecen ser revisadas. El secreto está en cambiar el criterio que se adoptó en el 39; la lealtad a la República en el año 39 es deslealtad a la resistencia antifranquista en el año 59, y esc es el drama. Mantener la lealtad a la restitución de la República en el año 39, que es la derrota, significa, en el año 59, ser desleal a los grupúsculos y movilizaciones de la resistencia del interior cu España. Ese proceso de adaptación al contexto histórico, esa necesidad de cambiar el enrocamiento despectivo del exilio hacia el interior es uno de los criterios indispensables para entender el proceso de relación dialéctica entre exilio e interior de la cultura española. En el fondo aspiro a respetar la cronología histórica de los hechos y advertir y reconocer no solo el relevo biológico de generaciones que van apareciendo en la posguerra, sino que se trata también de comprender humanamente la dificultad de los exiliados para digerir los cambios de la España del interior, incluso si colaboran con esta -es decir, con la resistencia de la España del interior-. Incluso ahí, el dolor humano de unos no es el dolor humano de otros, y, entonces ¿hay tanto atrevimiento en aceptar como ingrediente analítico de las peripecias intelectuales la tipología ético-moral de cada cual? ¿En historia intelectual, en historia social de la cultura, en historia cultural, podemos prescindir de los perfiles humanos de los escritores para justificar o explicar o entender sus comportamientos, sus justificaciones, sus intolerancias, sus envidias, sus recelos, sus frustraciones, su capacidad de ser feliz o no? ¿De verdad podemos prescindir de eso? Yo creo que no, por supuesto. Aunque es material que hay que utilizar con muchísimo cuidado.

Cito un caso que a mí me parece maravillosamente transparente, el de un historiador tan competente y tan íntegro como Vicente Llorens. Él no acepta la colaboración ni siquiera con amigos suyos derrotados en la España del interior, porque él cree, incluso en el año 49, que eso es ’hacer el juego’ al franquismo. Es perfectamente respetable. Por cierto, en ese momento, añado, su mujer está muriendo de una enfermedad incurable, está muy insatisfecho con su vida profesional, con su vida personal... Quince años después Vicente Llorens empieza a colaborar activamente con las revistas del interior, se presta incluso a volver,

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a mantener relaciones y contactos, a contribuir con las plataformas intelectuales y políticas de la resistencia y del exilio. Un cambio de actitud total al entender de otro modo cómo debe comportarse el exilio o cómo va a ser más útil, para ellos y para los demás, que se comporte el exilio. Pues bien, en ese momento Vicente Llorens ha perdido a su primera mujer, está casado y su vida ha encontrado una estabilidad profesional y personal que nunca había disfrutado hasta entonces. Y esa nueva situación, junto con todos los demás cambios, explican en gran medida el nuevo punto de vista de Vicente Llorens con respecto a su vida, con respecto a su posición, con respecto a España y con respecto al exilio. No digo que solo sea ese el motivo; sí que para tratar de percibir y detectar cuáles son las razones de los juicios críticos, las: apreciaciones, etc., quizá no es mala idea tener en cuenta también estos microelementos biográficos que pueden ayudar a explicar, como auxilios más o menos relevantes según el caso, peripecias complejas. Por tanto, la última finalidad del libro es dejar de percibir la experiencia del exilio como una unidad compacta. Fue una categoría abstracta útil aplicada a la realidad del año 45, lo el año 50, el año 55; hoy, sin embargo, no podemos conformarnos con una categoría tan simplificadora como esa. El exilio pudo ser feliz y fértil, y reconocer esta evidencia no comporta deslealtad alguna a la República ni a la derrota; hubo entre los exiliados algunos capaces de reinstalarse y relanzar sus propias biografías en condiciones infinitamente! más favorables de las que hubieran soportado en España. Aunque, ¿qué exiliado se permitía decir eso, sin que le llamaran egoísta, insolidario o traidor? A otros, por el contrario, les fue catastróficamente mal, aunque no voy a establecer ahora la diversidad de; experiencias individuales del exilio. Lo que sí reclamo es que cuando transmitamos el exilio sepamos y no olvidemos que algunos exiliados después de ese trauma, que pudo ser irreversible, de la primera expulsión, sí fueron capaces de encontrar las vías para rehacer sus vidas en condiciones tales que, incluso de entre aquellos que podían volver -porque muchos exiliados pudieron volver- algunos no quisieron hacerlo, porque muy pocos de ellos estuvieron dispuestos a regresar a condiciones tan adversas en términos políticos e intelectuales, pero también materiales, industriales, académicos, como los de la España de Franco. Era preferible seguir fuera, sin que esto signifique ningún tipo de traición; antes hay que

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combinarlo con mantener la nostalgia de España y la voluntad de regreso, por supuesto. Este es un punto de vista que ayuda a matizar algunas observaciones crueles que ha ido haciendo Sebastiaan. ¿Rechazo de la militancia política? Rotundamente no; no se deduce ningún rechazo de la militancia política. Lo que sí afirmo en A la intemperie es que a aquellos que vivieron de manera más biológica y apasionada el compromiso con una causa política, les fue más difícil adaptarse a las nuevas circunstancias, que son no solo una derrota sino, además, el exilio. Pero eso no tiene nada que ver con despreciar el compromiso político, antes al contrario; ¿interesarse por las peripecias paralelas de Dionisio Ridruejo y Jorge Semprún es menospreciar el compromiso político? El compromiso político no equivale a la fuerza a una convicción fanatizada y dogmática ni veo qué tiene de bueno la religión ni vivir secuestrado por la fe política. Yo creo que eso no solo no sirve para pensar sino que además puede convertirse en un gran enemigo reflexivo. Por lo tanto, me parece que ha sido difícil, y necesariamente tardío, poder apreciar los matices, los perfiles individuales que escapan a la norma en esas peripecias. Con esta denominación aludo a la reivindicación del ‘traidor’, palabra que ha aparecido varias veces. El traidor es no solo legítimo, sino que puede ser el más valiente de todos porque es el que tiene la razón. El traidor a los falangistas fue Ridruejo; su hijo todavía hoy se acuerda de que él era el hijo del traidor en el colegio. Ridruejo sabía lo que estaba haciendo cuando se fue de Falange y organizó un micropartido social-demócrata de verdad. Semprún es por su parte el traidor a la causa comunista. Es decir, dos totalitarios, uno estalinista sin paliativos; otro, fascista, el más fascista de todos los fascistas, y los dos rectifican sus dogmatismos.

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Ambos fueron capaces de generar anticuerpos que los sacasen de la ‘intoxicación’, metáfora que entiendo en el sentido de un virus que asalta y contra el que no se tiene resistencia y al que no se puede combatir, ya que no se sabe cómo hacerlo. Cuando el ‘virus’ fascista le llegó a Ridruejo a los veinte años, no supo combatirlo; a los treinta y cinco, sin embargo, aprendió a hacerlo. Lo mismo le sucedió a Semprún; aprendió a dotarse de herramientas intelectuales, morales, éticas y espirituales para sofrenar, redirigir, cambiar un error político -su estalinismo- y

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reorientarlo convirtiéndolo en otra cosa que en ambos fue una variante socialdemócrata. Ya he contestado a muchas cosas, pero hay algunas de las más importantes que no quiero dejar sin comentar. Una forma de ir aprendiendo el oficio de historiador -en mi caso al menos, pero creo que es bastante general- es el de tratar de ser sensible a aquellas respuestas intuitivas que uno obtiene mientras lee la bibliografía disponible, cuando está empezando a empaparse de un tema. Aludo a la capacidad de ser fiel a la intuición hasta conseguir probarla o documentarla, aunque desmienta a las autoridades más respetadas y aunque impugné una versión comúnmente aceptada. Y, a partir de ahí, empezar a fabricar la conciencia de que hay un espacio de discusión que uno tiene que encontrar. Este es el fastidio del que hablaba Sebastiaan antes. Yo creo que el primer impulso intelectual tiene que ver con el inconformismo ante las versiones leídas y las conjeturas que uno mismo va fraguando, Creo que este libro y en general los que he ido escribiendo, han nacido de la sensación de sentir que algo no está bien contado o que faltan ciertas cosas. En el caso del exilio me pareció que faltaban unos cuantos elementos indispensables, si aspiramos a una explicación más cabal y completa del exilio, de las peripecias de los exilios, de las cronologías del exilio y la cronología del desengaño... Pues bien, la motivación de este libro arranca de aportar criterios que creo útiles para él débate sobre un fenómeno colectivo, complejo y cambiante. Se trata solo de introducir elementos que quizá nos ayuden a comprender más integralmente la pluralidad de experiencias y de trayectorias intelectuales que abarca el exilio.

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