El cine en Sevilla (y otras diversiones) durante la Guerra Civil. Una visión a través de la publicidad

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Descripción

El cine en Sevilla (y otras diversiones) durante la Guerra Civil. Una visión a través de la publicidad. Dr. Juan Carlos Rodríguez Centeno.

La guerra civil supuso para Sevilla un periodo de esplendor tras los dramáticos sucesos de los primeros días de la sublevación militar. La cruenta “batalla de Sevilla” acaeció entre las primeras horas del atardecer del 18 de julio y el anochecer del día 22. Fueron cinco días de fuego y plomo en los que la guarnición militar sublevada a las órdenes del general Queipo de Llano junto con miembros de las fuerzas de seguridad y falangistas y requetés, a los que se unieron fuerzas provenientes del Ejército de África, sometieron y masacraron a las escasas fuerzas militares que se habían mantenido fieles a la legalidad republicana y a los civiles que los apoyaban. Tras la “pacificación” llegó la represión. Mientras centenares de personas eran encarceladas y fusiladas, la ciudad ganada definitivamente para la causa rebelde inició un periodo de bonanza económica y protagonismo institucional. La Sevilla de retaguardia se convirtió en una de las tres capitales más importantes de la España Nacional. Si Salamanca y Burgos eran las sedes político-administrativas, la capital hispalense se transformó en un centro económico de primera magnitud. Esto se debe a varios motivos, entre ellos el hecho de que tras los primeros días de conflicto los frentes de guerra se alejaron progresivamente de la ciudad, quedando Sevilla como única gran urbe – más de 250.000 habitantes- en poder de los sublevados. La relativa tranquilidad de la retaguardia hispalense unida a su ubicación estratégica en el triangulo Portugal-Norte de África-Salamanca y la importancia de sus redes de comunicación la configuraron como lugar idóneo para que empresarios huidos de la zona republicana reiniciaran sus negocios e implantaran sus direcciones provisionales para la zona liberada mientras esperaban que el Ejército de Franco fuera ocupando la zona republicana para volver a sus antiguas empresas ahora colectivizadas o nacionalizadas. En este sentido la colonia catalana asentada en Sevilla fue de las de mayor actividad. En esta labor de fomento es justo destacar la tarea de Queipo de Llano por promover todo tipo de contactos comerciales y empresariales, además de la adopción de medidas legislativas que favorecían dichos contactos. Las características de la ciudad no escaparon a empresas extranjeras que la eligieron también para ubicar sus sedes

provisionales. La implantación de empresas y casas comerciales conllevó un dinamismo económico que se vio reflejado en la vida cotidiana de la ciudad, especialmente en la oferta de hostelería, restauración y ocio. Pero no era este el único motivo para que Sevilla se convirtiera en una ciudad para la diversión. También incidió en gran medida su configuración en ciudad-cuartel, un lugar de tránsito de miles de combatientes que partían para el frente, de otros que volvían, heridos o con permiso, tratando de olvidar por unos días las penalidades del combate en una retaguardia con la guerra alejada en lo físico pero cercana en la memoria, con la amenaza de una muerte que se hacía real en las esquelas de los periódicos que se presentaban al lector con las distintas fórmulas de la retórica fúnebre: “Caídos por Dios y por España”, ”Vilmente asesinado por las hordas marxistas”, ”Mártir de España”, etc. Es en este contexto de la muerte cercana dónde las personas se agarran con más fuerza a la vida, donde se vive el día a día como si fuera el último de existencia, donde es necesario olvidar el miedo y evadir las tensiones. Y en este contexto donde se hace necesario más que nunca el ocio, el placer, las grandes válvulas de escape de una realidad incierta. Como señala Rafael Abella (1973: 321): “Cafés, bares, cines y teatros mantenían el tono de retaguardia brillante y animada en la que la presencia femenina, en lógica mayoría sobre la masculina en los estratos juveniles, daba un aire atractivo e inolvidable […] Aquella retaguardia dejaba perdurable recuerdo en los convalecientes, en los que disfrutaban de permiso, que conocían aquel mundo pacífico y femenino que los mimaba y ardía en deseos de divertirse, porque el fondo de tragedia sobre el que se vivía había engendrado paulatinamente un nuevo concepto de la vida que incitaba a vivirla con intensidad muy propia de los momentos y muy adecuada a la brevedad que se le había descubierto a la existencia. El “vivamos hoy…” estaba más afincado de lo que pudiera indicar una tradición de recato como la que era de vigencia en las austeras zonas que constituían el cogollo de la zona nacional”.

Cines, teatros, restaurantes, cafés, etc. volverán a abrir sus puertas tras las convulsiones de los primeros días de la batalla sevillana y la prensa tratará de evidenciar la normalidad que reinaba en la ciudad:

“Las calles sevillanas presentan un magnífico aspecto. La vida ciudadana en Sevilla ha seguido su curso normal, si no extraordinario. Hoy como ayer, las calles de la capital ofrecían un magnífico aspecto, viéndose concurridísimas de público” (ABC, 30-71936).

Un público que con el paso de los días se fue haciendo cada vez más numeroso y heterogéneo ya que a los residentes habituales hubo que sumar los que por uno u otro motivo fueron albergados en la ciudad: combatientes españoles y extranjeros, refugiados, unos de la zona republicana y otros de las localidades nacionales cercanas a los frentes de la guerra, convalecientes, etc., y a los que la ciudad ofrecía una amplia y variada oferta de ocio a tenor de la publicidad insertada en las páginas de la prensa.

El cine. Antes, durante y después de la Guerra Civil el cine fue el espectáculo más popular por un motivo fundamental: era el más asequible. En la Sevilla previa al estallido de la contienda, en plena temporada estival, funcionaban diez cines al aire libre. En el verano de 1937 esa cantidad ascendió a trece. Cuando el estío llegaba a su fin estas salas cerraban y se iniciaba la temporada de invierno, que durante los años de guerra llegó a contar con catorce (aunque cinco solo estuvieron en funcionamiento durante unos meses). Las salas de proyección más importantes fueron el Lloréns, el Coliseo, el San Fernando y el Pathe, a cuyas pantallas llegaban los estrenos, mientras en los demás cines se proyectaban las reposiciones de estrenos exitosos. Esta oferta exhibidora, junto al conjunto de ciudades en poder de la España Nacional, sufrió en los primeros meses de la contienda la escasez de novedades provocadas por el parón producido en el sector cinematográfico interno y las lógicas dificultades en la distribución proveniente del exterior. Esta situación pudo en parte solventarse en Sevilla debido a que antes de la guerra diecisiete de las principales productoras nacionales e internacionales tenían ubicadas en la ciudad sus sucursales destinadas a la distribución y esto permitió, que una vez iniciado el conflicto, evitar el colapso y ofrecer películas de estreno que se encontraban en stock. De esta forma pudieron estrenarse alrededor de setenta películas hasta la llegada de nuevas producciones. La no injerencia bélica declarada por el gobierno de los Estados Unidos, el mayor volumen de producción-exportación y el indudable atractivo de su cinematografía eran condiciones suficientes para que las salas sevillanas, abiertas al público una vez impuesta la “normalidad” cotidiana, se nutrieran

fundamentalmente de películas norteamericanas de la época dorada de los grandes estudios; filmes que proporcionaban un mundo de glamour y ensueño, idóneos para olvidar la realidad de la guerra. Estrellas del celuloide como Greta Garbo, Loretta Young, Douglas Fairbanks Jr, Lana Turner, Clark Gable y Harold Lloyd, entre otros muchos, poblaban las pantallas de los cines hispalenses durante los primeros meses de la contienda. No sería hasta finales de diciembre de 1936 cuando llegaron nuevas películas norteamericanas a las pantallas sevillanas, distribuidas por la RKO, que hizo llegar diecisiete películas a Radio Films, su sucursal en la ciudad. La primera que se estrenó fue Sigamos la flota, protagonizada por Fred Astaire y Ginger Rogers, y que contó con un gran apoyo publicitario para su estreno en sesión “vermout extraordinario” en la sala Coliseo España. El gran problema de la exhibición radicaba en la producción nacional. Cuando estalló la guerra la infraestructura necesaria para la producción y edición de películas se concentraba en Madrid, Barcelona y Valencia, ciudades que quedaron en zona republicana. Para exhibidores y distribuidores de la zona nacional el hecho de no disponer de películas españolas constituía un serio vacío de consecuencias económicas graves debido a la enorme popularidad que la cinematografía local había adquirido en los últimos años de la República. Como afirma Heinink (1997: 96). “Cuando en ciertos medios se habla de época dorada del cine español, en realidad se están refiriendo a la temporada 35/36, ese momento crucial en que los intereses artísticos confluyen con los comerciales y salen a la luz obras maestras de enorme popularidad. Después de tantos años de penuria, un ramillete multicolor de películas españolas desplaza de las carteleras a los éxitos extranjeros en las mejores fechas y se sientan las bases para ampliar la difusión de las mismas por Europa y América”.

Los empresarios cinematográficos sevillanos para aliviar el vacío existente, y conscientes de los gustos del público sevillano optaron por reponer éxitos de temporadas anteriores como Currito de la Cruz, Morena Clara o La señorita de Trévelez, aunque esto resultaba una solución pasajera mientras se reanudaba la producción. La cinematografía alemana, que conocía los problemas de escasez de los distribuidores en la España sublevada, aprovechó la afinidad ideológica que unía a ambos países para

introducir sus producciones. Bajo el título genérico de “Simpatía por España” la poderosa productora UFA envió a Sevilla una veintena de películas que fueron concedidas en exclusiva a los cines Coliseo y Lloréns. Este lote sería estrenado a partir de abril de 1937 y supuso la popularización de nuevas estrellas como Lilian Harvey y Willy Fritsch. A finales de 1937 la UFA volvería a enviar otro lote de once películas esta vez bajo el título de “Reconquista”. Otra de las productoras que participó activamente en la expansión del cine germano en las carteleras sevillanas fue la Tobis, que a través de su distribuidora en Sevilla Hispania-Tobis hizo llegar un lote de veinte películas que se estrenaron entre 1937 y el final de la guerra. Entre estas dos grandes productoras y otras distribuidoras instaladas en Sevilla que accedieron al mercado alemán el número total de estrenos que llegaron de la Alemania Nazi a las pantallas hispalenses fue de 99 películas de ficción, una cifra que representa el 25,5% de la cuota de pantalla, situándose en segundo lugar tras las producciones estadounidenses (Claver Esteban 2000: 289. Tomo 2), lo cual evidencia la importancia que adquirió el cine alemán durante la guerra civil. Ahora bien, si notable fue esta presencia desde el punto de vista cuantitativo, también tuvo una gran importancia el efecto propagandístico de muchos de los filmes estrenados, imbuidos de una ideología nazi tan admirada en ese momento por el bando franquista. Buen ejemplo de ello son los títulos Traidores (exaltación del militarismo y crítica demoledora contra el pacifismo), y la muy elocuente Lucha contra la muerte roja, a cuyos estrenos acudían normalmente las más altas autoridades y eran difundidos y eran difundidos y aclamados efusivamente por la prensa. Uno de los motivos causantes de la escasez de películas en el mercado, según exponía el anuncio del lote “Simpatía por España”, se debía a la exclusión de películas por su contenido moral o porque no respetasen los principios del Movimiento. Las autoridades del Nuevo Estado si bien podían aprovechar el enorme potencial propagandístico que tenía el cine, también eran conscientes de sus peligros, que podía llegar a convertirse en una “escuela de vicio y engaño”, según lo denominaban las Damas de Acción Católica de Sevilla, y desde muy pronto adoptaron medidas para ejercer la censura. El 11 de septiembre de 1936 el general Queipo de Llano publicaba un bando en el que prohibía la circulación de material audiovisual en el territorio de la Segunda División sin haber sido autorizado previamente. En noviembre de ese mismo año todos los servicios de censura de la España Nacional quedaban centralizados en la capital hispalense y finalmente se creaba en diciembre la Junta de Censura Cinematográfica, que

posteriormente se duplicaría contando con sedes en Sevilla y La Coruña. Este organismo con máxima celeridad elaboró unas normas de actuación que sirviesen de modelo a los criterios para efectuar la censura. Entre las instrucciones más importantes se encuentran las siguientes (Aguilar 1996: 28-29):

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Se había de aumentar el rigor en aquellas películas en las que de forma más o menos encubierta se haga menosprecio o se combatan los principios religiosos.

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Se urgía al máximo respeto para los sacerdotes y religiosos.

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Se toleraría cierta libertad de costumbres en las escenas, con tal de que respondiesen a la realidad y no se intentasen justificar.

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Sólo se admitirían desnudos parciales si se tratase de escenas de conjunto a bastante distancia, pero nunca en primeros planos.

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Las danzas basadas en las contorsiones de las danzarinas serían admitidas caso de que lo requiriese el argumento, pero sólo la iniciación fugacísima del baile, cortando todo lo demás.

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En casos de efusión amorosa no debe hacerse distinción entre primeros y segundos planos, procediendo terminantemente al corte del trozo de la película, por mucha distancia a que la escena se figure.

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Prohibición absoluta para las cintas cuyo argumento estuviera basado en adulterios, suicidios, divorcios, amores o vicios contra natura, homosexualidad y control de natalidad.

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Queda prohibido todo lo relativo a lucha de clases, exaltación del pueblo oprimido, ni argumentos que se refieran a vejaciones a las clases obreras o referentes a excesos de tristezas en las clases humildes motivados por falta de medios económicos, por no hallar trabajo, por exceso de familia en obreros que no puedan sostener porque el jornal no cubra sus necesidades, casos de enfermedades, etc.

El cine español destinado a la zona nacional pudo resurgir gracias a la infraestructura de la Alemania Nazi y en menor medida a la Italia de Mussolini. En 1936 se creaba en Berlín la Hispano-Film-Produktion. Sus objetivos fundamentales eran dos: “producir películas de propaganda favorables a la causa nacional [y] rodar películas comerciales en versión castellana y alemana que propicien el desembarco de la industria nazi en

Hispanoamérica: 100 millones de espectadores y una infraestructura cinematográfica de 7.000 salas” (Díez 1999: 28). Por obra de esta productora, con capital español y alemán desembarcaron en Alemania un nutrido grupo de actores y directores españoles, que junto a equipos técnicos germanos rodaron cinco películas de ficción y algunos documentales propagandísticos. Entre la producción de ficción destacó El barbero de Sevilla, dirigida por Benito Perojo e interpretada por Estrellita Castro, estrenada en Sevilla en abril de 1938, y que obtuvo un rotundo éxito al permanecer en cartel 18 días seguidos, inusual en la época. Mayor éxito aún tuvo Carmen la de Triana, dirigida por Florián Rey e interpretada por la mayor estrella de la época, Imperio Argentina. Su estreno en Sevilla en noviembre de 1938 fue todo un acontecimiento social y se mantuvo en cartel durante 21 días. Esta película ya había causado una gran expectación en la ciudad mucho antes de su estreno debido a que algunas escenas se habían rodado en la capital y la prensa hizo un seguimiento intenso de la filmación. En septiembre de 1937 llegó a Sevilla el equipo técnico de la película en un avión facilitado por el Ministerio de Propaganda alemán. Entre las escenas que tenían que filmarse figuraba una corrida de toros que tenía como escenario la plaza de toros de la Maestranza. Para que la grada estuviera acorde con la ambientación de la época se convocó un concurso de mantillas a través de un anuncio. Todas las producciones de la Hispano Film Produktion fueron distribuidas en Andalucía y el resto de la España Nacional por Ufilms. Entre los filmes documentales rodados destacaron Arriba España y España Heroica, difundidas con gran énfasis propagandístico. Aunque ya hemos apuntado que la infraestructura cinematográfica española quedó en zona republicana, dos equipos de rodaje que se encontraban en Córdoba y Cádiz en el momento del Alzamiento pudieron ser aprovechados por los sublevados. El primero de ellos fue enviado a Sevilla donde existía una pequeña delegación de Cifesa. El creador de esta productora, Vicente Casanova, huyó de Valencia, donde residía la casa matriz, y se hizo cargo de la delegación sevillana, desde la que comenzó la realización de documentales propagandísticos de la guerra, de los que se llegaron a filmar diecisiete. Conscientes del poder de las imágenes, los responsables de la propaganda nacionalista alentaban la producción y exhibición de documentales de las hazañas bélicas de su Ejército. Estos filmes se emitían en bloque o como pase previo a los filmes de ficción. Productoras como la mencionada Cifesa, Films Patria (sección cinematográfica de Falange Española), la italiana LUCE y la Hispania Tobis fueron las más activas en este

tipo de producción propagandística. Esta última, con sede en Sevilla, sería la encargada de la distribución en España del Noticiero Español (antecedente del NO-DO), tras la firma de un acuerdo entre la Delegación Nacional de Cinematografía española y la Tobis alemana, por la que esta última se encargaba del revelado y montaje del celuloide filmado por equipos españoles. Al estreno de estos documentales en Sevilla acudían las más altas autoridades y eran reseñados ampliamente por la prensa. El diario ABC del día 17 de enero de 1937 hacía la siguiente crónica del primer pase de El cerco y bombardeo de Madrid: “A teatro lleno, concurrieron la esposa e hija del general Queipo de Llano, representantes relevantes de las naciones afectas a la gran empresa españolista, varias de nuestras autoridades y mucho elemento militar […] La proyección de la película rodada en el frente de Madrid revistió interés y grandeza, pues ofrece en sus escenas una versión viva de la magnitud del esfuerzo en que España se halla empeñada”.

La vida alegre. Sevilla contaba con una gran oferta hotelera que sin embargo no fue suficiente para albergar a la gran cantidad de personas que buscaron refugio en la ciudad. Entre los hoteles destacaban el Andalucía Palace (Alfonso XIII) “el más suntuoso de Europa” o “el más lujoso de Europa” como proclamaba su publicidad y que albergaba a los huéspedes más adinerados y a las ilustres visitas extranjeras. Frente a la Torre del Oro se ubicaba el desaparecido hotel Cristina en cuyos jardines habitualmente la banda municipal amenizaba al público con patrióticas marchas. El Majestic, rebautizado tras la contienda con el nombre más hispano de hotel Colón, el Madrid situado en las cercanías de la Plaza de la Magdalena, el Cecil-Orient en la Plaza de San Fernando y el Inglaterra situado en la Plaza Nueva completaban la nómina de hoteles de alta categoría. Junto a ellos existía una gran variedad de hoteles de menor rango, hostales, pensiones y casas de huéspedes que albergaban a visitantes de distintas condiciones y procedencias. Sin embargo, como hemos señalado, tamaña oferta no fue suficiente para cobijar a todos los que buscaban el refugio de Sevilla y numerosos particulares, previendo el negocio, solicitaron a las autoridades municipales el permiso para convertir sus domicilios en casas de huéspedes, lo que alivió en parte el problema del alojamiento. En relación a los bares y restaurantes, de los numerosos anuncios recogidos de este tipo de locales y según los relatos ofrecidos por testigos que de una u otra forma conocieron

la Sevilla de aquellos días (Gonzálbez Ruiz, Jean Alloucherie, Edmundo Barbero, Rafael Abella, Antonio Bahamonde) todos coinciden en lo concurrido y bullicioso de estos establecimientos situados la gran mayoría en las principales calles del centro: Sierpes, Tetuán, La Campana, Rioja, Velázquez, General Polavieja, etc. Entre los más afamados estaban el Negresco, el Ocho y el Café Granja Gayango, en cuya publicidad ofrecía “sesión de radio todas las noches”. Esta sesión no era otra que la ofrecida por Queipo de Llano desde Radio Sevilla. Sobre este hecho recuerda Edmundo Barbero que, “Las charlas, por regla general, comenzaban a las diez o diez y media de la noche. Era obligatorio escucharlas. En los cines se anunciaban en los programas, como si formasen parte del espectáculo y, cuando llegaba el momento, se corta la película, se encienden las luces y dicen por el altavoz: -En este momento les va a dirigir la palabra el excelentísimo señor general don Gonzalo Queipo de Llano, general en jefe de los ejércitos del Sur. Lo mismo pasa en los cafés, bares y cervecerías. En la calle de las Sierpes que no tiene más que esta clase de establecimientos, es imposible transitar por ella durante el tiempo que dura la charla, porque a la puerta de cada uno de ellos hay un grupo enorme de gente escuchándola”.

Mención especial merece el restaurante Jusora situado en la avenida de José Antonio (Constitución) que fue inaugurado a principios de 1938 y que se convirtió en uno de los más lujosos, siendo frecuentado por las primeras autoridades civiles y militares de la ciudad. La “Sevilla Nocturna” se anunciaba con una prometedora oferta que podía comenzar, para los de mayor poder adquisitivo, cenando en el restaurante Las Delicias “abierto toda la noche”, o en las terrazas del Andalucía Palace o el Morillo, ubicado en el Pasaje Europa. El restaurante del Pasaje del Duque aprovechaba las cálidas noches de primavera-verano para servir las cenas en veladores situados en “Los Jardines de la Plaza del Duque”. El local del Pasaje era el preferido por el temible Delegado del Orden Público Manuel Díaz Criado (jefe directo de la represión en la ciudad) que tenía un reservado en el piso superior donde en compañía de falangistas, toreros, bailaores y guitarristas celebraba juergas flamencas que se alargaban hasta el amanecer, según relata el actor Edmundo Barbero que participó en algunas.

La diversión podía continuarse en el Kursaal Olimpia donde se ofrecían atracciones y dos orquestas; en el Lido “el local más amplio de Sevilla” con entrada por las calles Trajano y Amor de Dios, o disfrutar de las fiestas nocturnas en el Pabellón de Castilla y León ubicado en el Prado de San Sebastián que ofrecía también “dos magníficas orquestas”. Este local al aire libre tuvo tanto éxito que sus propietarios lo acondicionaron para que funcionase todo el año y lo renombraron como Excelsior. Otros locales famosos en las noches sevillanas fueron el Maipú “¡Con ocho actuaciones cada noche, ocho!”, Bi Lindo, Florida, Sótano H, Zapico (especializado en flamenco), entre otros. En una ciudad con un aluvión de población joven masculina la oferta carnal se multiplicó en numerosos prostíbulos y bares de alterne que se publicitaban abiertamente aunque de forma discreta. Aunque algunos como Las Siete Puertas y La Sacristía se ubicaban en una zona céntrica de la ciudad (alrededores de la Alameda de Hércules), la mayor parte de la prostitución se ejercía en las ventas del extrarradio de la ciudad, en los que se combinaban espectáculos de “varietés, dancings y chicas de alterne”, como la Venta de Eritaña y el Villa Rosa que ofrecía en su publicidad “limpieza, buen trato, discreción. Puede usted ir en la seguridad que no le conocen”.

Otras diversiones. Entre los principales actos festivos de la España franquista estaba la fiesta nacional. El mundo de los toros, fuertemente conservador, oligárquico y rural se unió fervorosamente a la causa nacionalista. Desde los primeros momentos se celebraron corridas patriótico-benéficas, que contaron con el concurso de los más destacados ganaderos y toreros andaluces. Una de las más importantes fue la celebrada en la Fiesta de la Raza, “la más grande corrida de la época”, como prometía el cartel anunciador y que incluía nombres legendarios de la tauromaquia como Juan Belmonte, Victoriano de la Serna, Miura, Pablo Romero, Guerrita y Machaquito. En este festejo participaron personajes como José García El Algabeño, antiguo torero reconvertido en rejoneador, uno de los primeros falangistas sevillanos que en la mañana del 18 de julio acudió a ponerse a las órdenes de Queipo de Llano, al que ofreció la ayuda de “mi gente”, junto a los que tuvo una destacada actuación en la batalla de Sevilla y en la represión que se desencadenó posteriormente, siendo considerado el “más cruel de los señoritos andaluces” (Barrios 1990: 133). En el nutrido cartel de la citada corrida (que tuvo que retrasarse una semana por la lluvia) “a beneficio del invicto Ejército salvador de

España” también se encuentran personajes como el ganadero Joaquín Murube y el rejoneador Antonio Cañero que formaron parte del Grupo Voluntario de Policía Montada, milicia formada por ilustres apellidos de la oligarquía y ganadera cuya misión era perseguir y reprimir a los huidos al monte en los pueblos conquistados por el Ejército. Como vemos, lo más granado de la tauromaquia del momento no solo contribuían al Movimiento con la fiesta nacional. Destacados diestros como Pascual Márquez, enrolado en aviación, Marcial Lalanda, militante falangista, y Pepe Amorós combinaban las estancias en los frentes con apariciones en estas corridas benéficopatrióticas celebradas con bastante asiduidad, no solo en Sevilla sino en toda la España Nacional. También aparecieron en los carteles con gran profusión Manolo Bienvenida, Domingo Ortega, Luis Fuentes Bejarano, Chicuelo y el Niño de la Palma. También despuntaron por entonces novilleros que con el tiempo se convertirían en mitos de la tauromaquia como Manolete, Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida. Fueron muy numerosas las corridas que se lidiaron en el coso de la Real Maestranza de Sevilla durante los meses que duró la contienda, y entre ellas destacó (junto a la ya señalada del Día de la Raza) la que unió el 11 de julio de 1937 a los hermanos Bienvenida –Manolo, Pepe y Antoñito- en una de las primeras apariciones del más pequeño de la dinastía, y que sirvió para recaudar fondos con destino a sufragar un acorazado para la marina de guerra Nacional. También sobresalió la corrida del Corpus de 1937, que supuso la alternativa de Pascual Márquez al que acompañaron Domingo Ortega y Fuentes Bejarano, y que causó tal expectación que se fletaron trenes desde Huelva, Cádiz y Córdoba. También durante la guerra tuvieron lugar en Sevilla otras actividades de tipo artístico, lúdico, deportivo y cultural. Uno de los espectáculos que mayor popularidad había cosechado durante los años previos a la contienda eran los partidos de frontenis, a los que se unía el aliciente de las quinielas, y que se disputaban en dos grandiosos escenarios: el Frontón Betis y el Sierpes. En la publicidad de este último se insiste en la condición “completamente moral” del espectáculo y esto es así debido a que habitualmente competían mujeres, lo que no era muy del agrado de las autoridades religiosas que pensaban que el deporte público y las mujeres eran conceptos antagónicos. Todos los días en sesiones de tarde y noche se disputaban doce partidos con sus correspondientes apuestas. Otro de los entretenimientos que cabe citar es el teatro, en el que tuvo un destacado papel el escritor jerezano José María Pemán debido a su privilegiada situación entre los

sublevados. Emparentado con los bodegueros Domecq, el dramaturgo y poeta Pemán, desde los primeros días del Alzamiento, puso su talento al servicio de la propaganda nacionalista y se erigió como el intelectual más comprometido con el nuevo régimen, “el intelectual orgánico” según Reig Tapia (2000: 235). Pemán fue designado por Franco tras su ascenso a la Jefatura del Estado para el cargo de presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica del Estado (similar al cargo de ministro). En 1937 fue nombrado presidente de la Real Academia Española y sus artículos aparecían asiduamente en los principales periódicos de la España Nacional. No es de extrañar que con tan sobresaliente currículo fuera uno de los autores más populares de la época y varias obras suyas fueran llevadas a los escenarios entre las que podemos citar El divino impaciente, Más leal que valiente y Almoneda, que se anunciaba como una obra del “Genio de la Raza”. Además de Pemán otros autores que gozaron de gran éxito en las salas sevillanas fueron los hermanos Álvarez Quintero y Pedro Muñoz Seca. La música popular por entonces era sin duda la copla o canción española, y las tonadilleras que se disputaban el favor del público eran Conchita Piquer y Estrellita Castro, que estrenaron varios espectáculos en la ciudad con éxito mayúsculo. Esta última, “genial intérprete del arte cañí” según la publicidad, obtuvo una repercusión extraordinaria con La marquesita gitana en marzo de 1938, en la que interpretaba su celebérrima canción Mi jaca. La música lírica tuvo su más conspicuo representante en el cantante falangista Miguel Fleta (Burro de primer apellido, que por motivos artísticos no utilizaba en los carteles), que celebró varios conciertos en Sevilla en beneficio de alguna sección del partido, como era norma habitual. Desarrolló una exitosa carrera por escenarios de América y Europa, y murió durante la guerra. En este apartado musical hay que destacar también la participación de la Orquesta Bética de Cámara dirigida por el maestro José Cubiles, encargada de amenizar las recepciones que se celebraban en honor de las personalidades que visitaban la ciudad. Y hay que mencionar también a la Orquesta Municipal, que las tardes de jueves y domingos amenizaban al público en distintas plazas de la ciudad.

Bibliografía. AGUILAR PIÑAL, F. (1996): “La censura cinematográfica en la España de 1937”, en VV.AA: Biblioteca de la Guerra Civil. La vida durante la guerra II, Barcelona, Folio, pp. 76-84. ABELLA, R. (1973): La vida cotidiana durante la Guerra Civil. La España Nacional, Barcelona, Planeta. BARRIOS, M. (1990): El último virrey. Queipo de Llano, Sevilla, Rodríguez Castillejo. CLAVER ESTEBAN, J.M. (2000): El cine en Andalucía durante la guerra civil, (2 tomos), Sevilla, Fundación Blas Infante. DÍEZ PUERTAS, E. (1999): “El código de Sevilla”, en Archivos de la Filmoteca, nº 33, pp. 37-48. HEININK, J.B. (1997): “El cine español en la II República”, en Cuadernos de la Academia, nº 1, pp. 87-97. ORTIZ VILLALBA, J. (1998): Sevilla 1936: del golpe militar a la guerra civil, Córdoba, Vista Alegre. REIG TAPIA, A. (2000): Memoria de la guerra civil. Los mitos de la tribu, Madrid, Alianza Editorial. RODRÍGUEZ CENTENO, J.C. (2003): Anuncios para una guerra. Política y vida cotidiana en Sevilla durante la Guerra Civil, Sevilla, Área de Cultura, Ayuntamiento de Sevilla.

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