El chocolate hecho en socialismo o el espejismo de la inclusión nacional

July 23, 2017 | Autor: Cecilia Rodríguez | Categoría: 19th Century (History)
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Descripción

El chocolate hecho en socialismo o el espejismo de la inclusión nacional Cecilia Rodríguez Lehmann Universidad Simób Bolívar

En el año 2006, Hugo Chávez inaugura la planta chocolatera El Cimarrón y la presenta como una empresa de gestión socialista que se escapa de los circuitos del capitalismo. El Cimarrón pretende cubrir parte de la demanda nacional de chocolate y a su vez exportar sus productos a países como Siria o Rusia. Durante la inauguración de esta chocolatera, el presidente –en cadena nacional– insistió en que el cacao se convertiría en un producto estratégico para una “nueva política económica internacional” (31 de octubre 2006). La idea era invadir el mundo de chocolate en lugar de petróleo. En esa alocución, Tatiana Pugh, presidenta de la Corporación Socialista

del Cacao

Venezolano, describió

así el

trabajo

de

la

chocolatera: “Estamos conformando cuerpos combatientes productivos, integrados por 15 compañeros, compañeras, que pertenecen al consejo de productores que arrima su producción a la planta de mango de Ocoyta. Son 15 combatientes elegidos en asamblea de ciudadanos y ciudadanas. Ellos, de forma voluntaria, van limpiando y rehabilitando, cada una de las haciendas que son propiedad de los pequeños productores de la zona”. Estos cuerpos combatientes se constituyen en una suerte de batallones que se han apoderado de las haciendas –símbolo ineludible de los capataces, la explotación, el capitalismo– y las han convertido en espacios

sociales

de

producción.

La

dimensión

épica

de

estos

trabajadores los coloca en un orden simbólico donde sus cuerpos – figurativos y reales– batallan directamente contra ese otro opresor que

parece estar siempre en pie de lucha. El cuerpo es el actor y al mismo tiempo el lugar donde opera el enfrentamiento. La perspectiva épica y rebelde de los cuerpos combatientes socialistas puede apreciarse con claridad en las palabras del propio Chávez: “La magia de Barlovento, este barro mágico, esta tierra mágica, rebelde, tierra rebelde, cimarrona, cimarrón, mejor nombre no han podido darle, cimarrón, cimarrón”. La imagen del esclavo que se rebela contra el amo, el esclavo insurrecto, parece convertirse aquí en una síntesis del chavismo y de su lucha contra los eternos poderosos, pero también en una alegoría de lo nacional

que

se

monta,

casi

sin

querer,

sobre

un

imaginario

decimonónico. El cuerpo del esclavo, musculoso, fuerte, batallador, negro, retoma una vieja imagen de ese otro que es reducido a sus formas estereotipadas y exotizantes. El chavismo recurre una vez más al siglo XIX como un acervo no sólo de retórica libertaria –conocemos de sobra

el

puente

que

establece

el

chavismo

con

el imaginario

independentista– sino también como un acervo de imágenes de donde saca los cuerpos semidesnudos de los esclavos de las haciendas cacaoteras. Iconografía del chocolate En el 2012, el gobierno organiza la Feria Internacional del Chocolate y despliega una serie de imágenes que intentan recobrar al negro recolector de cacao como emblema de una Venezuela insurrecta que batalla contra la explotación. Llama aquí la atención cómo esa iconografía se monta de nuevo sobre una mirada cosificadora que difiere poco de la utilizada en el siglo XIX por las grandes empresas chocolateras. En estas imágenes se ha escogido representar a un negro con el torso desnudo. Lleva unas sogas cruzadas sobre su pecho. En

sus manos, una cesta artesanal donde puede verse el cacao recogido. El proceso de industrialización es completamente omitido para mostrarnos un supuesto trabajo artesanal. Junto a él, la patria: una morena sosteniendo la materia prima, el fruto codiciado, con un traje que tiene estampado la bandera de Venezuela. Cargada de brillantes, hay un halo en ella que nos remite a la estética de los concursos de belleza venezolanos, tan vinculados con nuestra identidad nacional, pero en este punto no voy a detenerme ya que me llevaría hacia otros derroteros.

Estas imágenes recuperan las representaciones del esclavo recolector de cacao del siglo XIX. El torso desnudo, la exhibición del cuerpo fuerte, la soga y las cestas nos llevan a las escenas costumbristas que retrataban

la faena de los recolectores. La pose es casi idéntica, la cesta sobre el hombro, el cuerpo semidesnudo, y las muestras del fruto del cacao. Pero también nos recuerda la manera como la publicidad de chocolate europeo retrató América.

Tomo como ejemplo dos anuncios publicitarios de chocolates franceses elaborados con cacao venezolano. En ellos vemos de nuevo el acento en el cuerpo semidesnudo de los recolectores y en el trabajo artesanal que llevan a cabo en medio de una naturaleza extravagante y semisalvaje.

Las

mujeres

también

figuran

como

personajes

secundarios

con

versiones de lo que podría ser un traje típico.

Las imágenes del negro y del cacao funcionan aquí como una manera de vender un otro oscuro, ajeno como todo otro, inaccesible pero apetecible; es el ingrediente añadido del chocolate, su valor simbólico. ¿Por qué entonces la empresa chocolatera socialista retoma esta imagen excluyente y en apariencia tan alejada de su proyecto nacional? La empresa bandera del gobierno, aquella que rediseñará las políticas del

mercado internacional, parte del mismo proceso de exotización que se producía en las grandes chocolateras del siglo XIX y sus “miradas imperiales” –parafraseando a Mary Louise Pratt. Se trata de la caricatura de una suerte de alegoría nacional exportable: inventa un origen remoto en el pasado indígena –Chocolates La India, por ejemplo– o en los africanos traídos a trabajar la tierra –Chocolates El Cimarrón–, nunca en el blanco español. De lo nacional interesa solo aquello que puede ser convertido en un elemento original, diferenciador, pero básicamente, y aquí la paradoja, en un objeto vendible, mercadeable en el ámbito internacional. El chocolate venezolano necesita del prestigio de su lugar de origen, “cacao venezolano”, para comercializarse más exitosamente. La imagen sustenta al producto, convierte lo nacional en una estrategia de mercadeo. Tal vez la diferencia entre la imaginería que acompaña al chocolate decimonónico y este chocolate insurrecto resida en la obviedad ideológica ideológico,

del segundo. El Chocolate casi

podríamos

decir

que

cimarrón es explícitamente ingenuamente

ideológico,

demasiado obvio para ser eficaz. Pensemos además que su empaque muestra la bandera nacional y un corazón rojo que dice “hecho en socialismo”. El negro semidesnudo, la bandera, el corazón rojo se convierten en el refuerzo visual de un proyecto político. De esta manera, la alegoría de la patria pasa aquí por el empaque ideologizado, convertido en propaganda, pero paradójicamente montado sobre un imaginario decimonónico cosificador.

El chocolate, envuelto en negro cimarrón, termina mostrándonos un universo visual lleno de contradicciones políticas, identitarias, que hacen de la alegoría nacional un empaque deseable, consumible, comestible, pero al mismo tiempo excluyente. La más radical de las exclusiones pasa, precisamente, por la caricatura del otro, por ese proceso de mutación en un otro estereotipado, deshumanizado, comercializado, engullido por la ideología. Se trata, a fin de cuentas, de la simple pantomima de la inclusión.

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