El cacique novohispano don Felipe Bartolomé Ramírez Hernández de la Mota y su petición de mercedes

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Descripción

8. EL CACIQUE NOVOHISPANO DON FELIPE BARTOLOMÉ RAMÍREZ HERNÁNDEZ DE LA MOTA Y SU PETICIÓN DE MERCEDES1 Miguel Luque Talaván Universidad Complutense de Madrid María Castañeda de la Paz UNAM

En el declinar de la soberanía española sobre el continente americano, en general, y sobre el virreinato de la Nueva España, en particular, son varios los ejemplos de solicitudes de mercedes nobiliarias o heráldicas realizadas, bien por miembros de la nobleza indiana de origen hispánico, bien por la nobleza indiana de origen prehispánico. Resulta así curioso que cuando los cimientos del imperio comenzaban a tambalearse, ciertos individuos emplearan no pocos esfuerzos y recursos económicos para verse agraciados con mercedes que, pronto, dejarían de tener valor jurídico en aquellas tierras. La Corona, deseosa de conseguir apoyos en tan delicados momentos, no dudó en ser generosa a la hora de atender muchas de estas peticiones. Y éste es el caso que aquí nos ocupa. El de don Felipe Bartolomé Ramírez Hernández de la Mota, cacique de la Villa de San Miguel el Grande, en la diócesis de Michoacán, quien entre 1801 y 1805 elevó a la majestad de Carlos IV una petición en la que solicitaba un escudo de armas con el que adornar la nobleza de sangre recibida de sus mayores. En este caso, el fundamento de su argumento no estaba en su participación en una acción bélica, sino en la muestra de fidelidad al nuevo monarca, manifestada a través de la organización y el financiamiento de un festejo público. Por ser un periodo poco estudiado desde el punto de vista de la nobiliaria hispanoamericana, y por tratarse de un caso singular -tanto por el 1.

Agradecemos la ayuda facilitada por Carlos G. Navarro, del Departamento de Pintura y Escultura del siglo XIX del Museo Nacional del Prado, Madrid, España.

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personaje que formulaba la solicitud, como por la época en que fue presentada su petición-, creemos que el tema que a continuación estudiaremos es de gran interés. Interés acrecentado cuando encontramos entre los papeles de su solicitud, dos bellos dibujos que representan las mencionadas celebraciones costeadas por don Felipe Bartolomé con motivo de la jura y proclamación de Carlos IV en la Villa de San Miguel el Grande.2 Unas escenas que él pidió que figurasen en las armas que solicitaba. Así, y conforme a lo señalado por Burke (2005), trataremos de reconocer y analizar el contexto en el cual fue generada la solicitud, e integraremos las imágenes en dicho contexto socio-histórico. Todo ello con el fin de aprehender el entorno que las creó y los objetivos de su creación.

LA VILLA DE SAN MIGUEL EL GRANDE. SUCINTO PANORAMA HISTÓRICO E HISTORIOGRÁFICO

Esta localidad, perteneciente en el siglo XVIII al Obispado de Michoacán, recibió su actual denominación de San Miguel Allende en 1826, encontrándose hoy situada en el estado de Guanajuato. Definida como "la primera frontera contra chichimecos",3 para la decimoctava centuria tenía una población próspera debido a su ubicación en el Camino Real que conectaba la ciudad de México, capital del virreinato de la Nueva España, con el septentrión novohispano. La Villa de San Miguel el Grande ha sido objeto de varios estudios monográficos desde la década de los setenta del siglo XX. 4 En concreto, y Desde el punto de vista jurídico, no es lo mismo la jura que la proclamación de un monarca, a pesar de que algunos autores gustan de usar ambos términos de manera indistinta. Señala el gran Diccionario razonado... de Joaquín Escriche que jura era el "[...] acto solemne en que los estados y ciudades de un reino en nombre de todo él reconocen y juran la obediencia á su príncipe" (Escriche, 1876: 1115), mientras que la proclamación era el acto público por el que se declaraba inaugurado un nuevo reinado, puesto que en la tradición española no existe ni ha existido en el pasado el acto de la coronación. "Descripción de la Villa de San Miguel el Grande en 1649" (Newberry Library, Chicago, Ayer Collection, ms. 1106A, fol. 44v. Transcrito por Wright Carr, 1999: 107). El término chichimeco aludía, de manera muy genérica, a los pueblos nómadas o seminómadas que vivían principalmente de la caza y que habitaban en las regiones áridas del norte, como San Miguel el Grande. Maza (1939), Dyk y Stoudt (1973), Galicia, ([1975]), Torre Villar (1981: 161-198), Sánchez de Tagle (1982), Wright Carr (1999) e Ibarra Duran (2003). Se trata de trabajos que vienen a sumarse a las antiguas descripciones

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sobre el tema que aquí analizamos de manera monográfica, dan breve noticia dos interesantes trabajos: los de Barbón (2006: 161) y Correa (2007: 24). En relación a los dos documentos pintados que acompañaban la solicitud de mercedes de don Felipe Bartolomé, estos fueron reproducidos por Tanck de Estrada en su magnífico Atlas Ilustrado de los pueblos de indios... (2005:28-29).

DON FELIPE BARTOLOMÉ RAMÍREZ HERNÁNDEZ DE LA MOTA, CACIQUE DE LA VlLLA DE SAN MlGUEL EL GRANDE Y SU SOLICITUD DE MERCEDES Pocos son los datos que poseemos para ilustrar la biografía de este personaje, salvo su condición de cacique de la Villa de San Miguel el Grande, en Guanajuato, y de gobernador de los naturales en la misma población, en 1791. La documentación que de él se conserva en el Archivo General de la Nación de México (en adelante AGN) es esquiva a la hora de darnos pistas sobre su persona y trayectoria vital. Para el año de 1800, la subdelegación de San Miguel el Grande, inserta dentro de la Intendencia de Guanajuato, contaba con diecisiete caciques. Número importante dado que en todo el virreinato, y según datos de esa misma fecha, había un total de 1323 indios caciques (Tanck de Estrada, 1999: 199, n. 99). Dicho cacique, personaje principal de su villa natal, solicitó en el mes de octubre de 1801 varias mercedes a la Corona en virtud de sus servicios a la misma, contando para ello con el visto bueno de los fiscales de la real hacienda y del protector de indios. La petición llegó al rey por carta el 27 de mayo de 1802, remitida por el virrey Félix Berenguer de Marquina existentes en la documentación de época española, pudiendo destacarse entre todas ellas la biografía del padre Pérez de Espinosa (1676-1747), fundador de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en la Villa de San Miguel el Grande (Pérez de Espinosa, 1942: 118-122). Asimismo, la Descripción de la villa de San Miguel el Grande..., preparada en 1777 por fray José Antonio Navarro, como respuesta al cuestionario del mismo año formado por el científico y militar peninsular, Antonio de Ulloa. De esta respuesta, liona Karzew dice que conoce dos copias que forman parte de una recopilación hecha por el padre Navarro titulada Noticias de varias misiones (1777), una conservada en la Biblioteca Nacional de México (Ms. 1762) y otra en la colección de Isaac Backal, en la ciudad de México. 1.a misma autora reproduce en su magnífico libro, Una visión de México del Siglo de ¡as Luces..., dos ilustraciones de "Indios otomites" [sic] extraídos de la citada obra de fray José Antonio Navarro (Katzew, 2006: 24-25, figs. 5-6).

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y Fitzgerald, tratándose este asunto en el Consejo de Indias.5 Sin embargo, la tramitación no debió de ser fácil. En un revelador documento fechado el 14 de marzo de 1804, el cacique se dirigió al virrey para que le recordase al monarca lo solicitado, puesto que dos años después aún no había obtenido respuesta. Apelando a la "beneficencia del soberano", se exponía de forma lastimera: [...] desatendieron las suplicas de estos vasallos por mas despreciables é ¡nfelizes que se presenten. De aquí es que juzgue no haber provenido mi desgracia en la demora experimentada, sino de que no tengo, ni he tenido en la Corte, sugeto, que se acerque a promover mi solicitud, ó agitar// el expediente; y que no sea de extrañar, procure algún remedio, que supla tan falta, y evite mi perjuicio, principalmente estando, como estoi, por mi abanzanda edad, en los umbrales de la muerte" (AGN-IV, caja 5828, exp. 40, fols. lv-2r).

Tras acceder el virrey a hacer el "reverente recuerdo" al monarca como la parte interesada pedía (pp. «>.), el 20 de septiembre de 1804 se emitía una real cédula en San Ildefonso (Segovia), dirigida al entonces virrey José de Iturrigaray, en respuesta de aquella solicitud. El monarca concedía a don Felipe Bartolomé un escudo de armas y dos sitios realengos de ganado mayor por el servicio prestado a la Corona (pp. di.).6 Dicho documento refiere así a los méritos que le habían hecho acreedor de tales premios: [...] que el año de mil setecientos noventa y uno, en que se hallava [don Felipe Bartolomé] de Governador de naturales de la propia Villa, tubo la felicidad de proclamarme y jurarme en ella por Rey y Señor natural, haciendo en devido// obsequio, las posibles demostraciones de fidelidad, y jubilo, solemnizando el acto, á costa en la mayor parte de su peculeo, con la magnificencia de un carro triunfal, y treinta Reyes, que representaban la antigüedad Romana, y la de los que governaron esas Provincias, con otras particularidades, que individualizaba el Mapa que incluía, expendiendo cantidad de plata acuñada, y hasta la bandeja, ó fuente en que se llebó al tablado [...] (AGN-RC, vol. 192, exp. 109, fols. 273r-273v).

5. 6.

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AGN (AGN-RC, vol. 192, exp. 109, fols. 273r-275v; Indiferente Virreinal, caja 5828, exp. 040, fols. lr-2v). La escancia de ganado menor era equivalente, de forma aproximada, a 35 kmj (Tanck de Estrada, 2005:28-29).

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Como puede observarse, el mérito consistió en los gastos realizados con motivo de las fiestas organizadas el 7 de mayo de 1791, por el advenimiento al trono de Carlos IV. Gastos concretados en la organización de una rica fiesta, en la que la ceremonia descrita de manera parcial en el documento arriba transcrito fue el principal atractivo.7 Este tipo de gastos suntuarios, tan abundantes en el Antiguo Régimen, suponía una forma de ascenso social o de consolidación en una posición ya ganada. Así, y a través del evergetismo, muchos eran los que pretendían, y al final conseguían, alcanzar diversas mercedes (Luque Talaván, 1999: 55-56). La ya referida real cédula del 20 de septiembre de 1804 mencionaba, además, que don Felipe Bartolomé "deseando trasladar esta gloria, y hacerla duradera en su posteridad, aspiraba á que se le concediese dexarla por blasón, y escudo de Armas las empresas que se figuraban en el mencionado Mapa, y que á este fin se élebase dicho servicio" al monarca (AGN-RC, vol. 192, exp. 109, fol. 273v). Indicar por último que en Madrid, el 28 de septiembre de 1804, se tomó razón en la Contaduría General de la América Septentrional del contenido de la Real Cédula del 20 de septiembre de 1804 (ibídem, fols. 273r-275v). Un mes después, y por acuerdo del Consejo de Indias, se comunicaba al virrey de la Nueva España la concesión de lo solicitado. Se le notificaba así del envío de este documento, junto con la ya aludida real cédula de 20 de septiembre de 1804, apuntándose que las tierras concedidas lo serían en la Villa de San Miguel el Grande o en otro lugar en donde se pudiese (AGN-RC, vol. 192, exp. 123, fol. Ir). Ya en México, el 8 de abril de 1805, el virrey ordenaba que dicha real cédula se guardase, cumpliese y ejecutase (AGN-RC, vol. 192, exp. 109, fols. 273r-275v).

FIESTA Y PROPAGANDA DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA. JURAS Y PROCLAMACIONES Siempre fueron las fiestas asociadas a la vida de un príncipe -nacimiento, matrimonio, subida al trono, muerte- un auténtico rito colectivo, celebrado 7.

Diez días después de la muerte de Carlos III, el 24 de diciembre de 1788, se despachó una real cédula a las autoridades indianas informando del suceso y de la subida al trono de Carlos IV (ACi-lC, leg. 1608).

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de manera especial. En el caso de los reinos de las Indias, proclamaciones y exequias regias fueron las organizadas con mayor munificencia (Morales Folguera, 1991: 59-61; López, 1999: 19-61). En el caso de la fiesta barroca, ésta funcionó como mecanismo de cohesión y de fortalecimiento del papel de la monarquía (Mínguez Cornelles, 1995), muy posiblemente, con la finalidad última de crear la "ilusión de una sociedad integrada" (Elliot, 2006: 370-371). Un impreso publicado en Lima en 1760, para conmemorar la proclamación de Carlos III, señalaba la verdadera naturaleza de estas fiestas: Son éstas en la celebración de las Exaltaciones de los Príncipes, las ofrendas más preciosas a un tiempo, y más autorizadas de la veneración. Son las que confirman la verdad de las voces, que expresan el contento; porque lo refuerzan, y radicando el amor para el Imperio lo dexan más apetecido. Son las que influyen nuevos impulsos de fineza en los vasallos, que inspirándose por su medio, unos a otros, movimientos de gozo; por un círculo de afecto, el amor que se origina de la fidelidad, vuelve a producir en ella más constancia (Limagozosa, 1760: 159r-159v, en Barbón, 2006: 149).

La práctica de realizar "verdaderos retratos" de las festividades públicas —tanto religiosas como civiles- fue una costumbre muy extendida a lo largo del siglo XVIII, motivo por el cual, los dibujos que aquí se analizan deben enmarcarse dentro de esa tradición hispana. Un buen ejemplo de esta extendida práctica en el otro lado del Atlántico son los magníficos trabajos de arquitectura efímera, realizados para la catedral de Sevilla por Domingo Martínez en 1737; en concreto, la composición de su altar de plata y el monumento de Semana Santa. Otro ejemplo magnífico de estas solemnes fiestas retratadas lo constituye el Homenaje de Apolo y de las Tres Nobles Artes a los nuevos monarcas, conservado en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Éste forma parte de uno de los ocho lienzos que representan los carros triunfales que desfilaron en la máscara de 1746, con motivo de la exaltación al trono de Fernando vi, organizada por los trabajadores de la Real Fábrica de Tabacos hispalense. Sin duda, uno de los conjuntos pictóricos más interesantes que sobre esta temática se hicieron en el siglo XVIII español (Valdivieso González, 1991: 313; Morales Martínez, 2005: 2-21; Valdivieso González, Aranda Bernal y Navarrete Prieto, 2004; Ravé, 2004).

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Las celebraciones en la Villa de San Miguel el Grande descritas en el "mapa"

Lo que en la ya citada real cédula del 20 de septiembre de 1804 se mencionaba como "mapa", es en realidad un bello dibujo a color (fig. 8.1), hoy conservado en la sección de Mapas y Planos del Archivo General de Indias (en adelante AGl), donde también hay una copia.8 El "mapa" y su copia presentan la misma escena con ligeras variantes de perspectiva y composición, por cuya factura podríamos afirmar que bien pudiera tratarse de obras del mismo artífice.9 En cuanto a su contenido, era una tangible muestra del servicio prestado a la Corona con motivo de un feliz acontecimiento como lo era la jura y proclamación de un nuevo monarca. En relación a las fiestas públicas dice Mejías Álvarez: Por su carácter excepcional, la fiesta, además de romper la monotonía de la vida cotidiana implicando una suspensión de las normas y de las reglas que rigen la vida colectiva, posee la función de regenerar periódicamente la sociedad y las instituciones. Por lo tanto, en el desarrollo de ésta se produce una transformación estética y simbólica, tanto de la ciudad como de los ciudadanos, que va a marcar el arte surgido de ella (Mejías Álvarez, 2002:13).

Una lúcida ocasión para hacer propaganda, a través de una compleja red de símbolos del poder, de las ideas imperantes en la sociedad del momento (Bonet Correa, 1983b: 43-78; Gisbert, 1983: 145-181), donde se quería representar el acatamiento a la persona del monarca y a la institución que representaba (López Cantos, 1992: 28). La fiesta se llevó a cabo el 7 de mayo de 1791, a las cuatro de la tarde (Ángeles, 2005: 406-411). La muerte de un monarca suponía siempre la preparación de unas exequias, que al poco tiempo iban seguidas de la celebración de los actos que habían de organizarse para conmemorar la subida al trono del nuevo soberano. Unos actos que seguían reglas seculares, y casi un mismo ceremonial, 8.

9.

"Dibujos en colores, de los festejos celebrados por D. Felipe Bartolomé Ramírez, cacique de la Villa de San Miguel el Grande, con motivo de la proclamación de Don Carlos IV" (AGI-MP/M, 434; MP/M, 434BIS, respectivamente). Es probable que fueran enviadas dos versiones del documento pintado, con el fin de ser dirigidas a otras tantas instancias que debían de entender el asunto de la solicitud formulada por el cacique.

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Fig. 8.1 Festejo por la proclamación de Carlos IV (España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de Indias, AGI-MP/M, 434).

Fig. 8.2 Tablado real (España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de Indias, AGI-MP/M, 434 Bis).

Fig. 8.3 Carroza de la loa (España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de Indias, AGI-MP/M, 434).

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Fig. 8.4 Acompañamiento diverso (España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de Indias, AGI-MP/M, 434 Bis).

Fig. 8.5 Andas con corona real (España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de Indias, AGI-MP/M, 434).

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•• •.

Fig. 8.6 Cupido y chichimecas (España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de Indias, AGI-MP/M, 434).

Fig. 8.7 Acompañamiento musical (España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de Indias, AGI-MP/M, 434).

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el cual se componía de dos partes: la jura, primero, y la proclamación, después. Así se celebraba una proclamación en la ciudad de México, capital de la Nueva España: [...] en el día señalado, se reunían todas las autoridades en un tablado, montado al efecto en la plaza de armas junto a la puerta del palacio de los virreyes, donde se hallaba el retrato del rey, cubierto con una cortina de tela y bajo un dosel de terciopelo. Una vez todos reunidos llegaba el corregidor con los restantes miembros del ayuntamiento y el alférez real con el estandarte real, que colocaba frente al virrey. A continuación el virrey tomaba el estandarte y procedía a la proclamación pública con estas palabras: ¡Castilla! ¡Nueva España! ¡Por la Católica Majestad del Rey Nuestro Señor D. N., Rey de Castilla y León, que Dios guarde muchos años! A lo cual los tribunales contestaban Amen y el pueblo ¡Viva el Rey! Hecho esto y con el acompañamiento del repique de campanas de la catedral y de las iglesias, así como de las descargas de infantería y artillería, se descubría el retrato del rey (Morales Folguera, 1991: 60-61).

Las celebraciones en la capital del virreinato solían marcar la pauta de las realizadas en otros puntos del mismo. En este caso no fue distinto y las fiestas por la jura de Carlos IV en la ciudad de México, llevadas a cabo entre el 27 y el 29 de diciembre de 1789, sirvieron parcialmente de modelo a las de San Miguel el Grande, organizadas tiempo después.10 Pasemos ahora al análisis de las imágenes remitidas a la península por don Felipe Bartolomé Ramírez Hernández de la Mota. En la parte superior del dibujo puede verse el tablado real (fig. 8.2). En él hay una bella arquitectura neoclásica, rematada por un entablamento con un medallón central, donde se representa el carro del Sol, conducido por el dios Febo Apolo, que tiene tras sí el resplandor del astro rey. Una imagen que, tomada aquí de algún grabado y bajo el lema Post nubila Phoebus -que podría traducirse como Después de las tinieblas la luz-, fue de uso frecuente en la monarquía hispánica a la hora de las proclamaciones de los soberanos, conociendo un renovado auge en la época de Fernando VII, hijo y sucesor de Carlos IV. En 10. Para una descripción de las mismas, véase Morales Folguera (1991: 78-82). Las celebraciones por la proclamación de Carlos IV -que tuvieron lugar el 31 de enero y el 2 y el 7 de febrero de 1790-, son descritas por el mismo autor (ibídem, pp. 82-85).

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cuanto al medallón central, aparece franqueado, en primer lugar, por dos trofeos militares; en segundo lugar, por dos leones afrontados que tienen una de sus patas sostribada sobre un orbe, signo parlante de la monarquía hispánica. Bajo este lujoso techado se sitúan, debidamente cobijados, los retratos vicarios de los nuevos monarcas, Carlos IV y su esposa la reina María Luisa, cuyos anagramas se adivinan en la base de la estructura. Los monarcas, ausentes en lo físico, se hacían así presentes en lo simbólico a través de sus efigies y del pendón real. De manera inmediata, debajo de los retratos encontramos, sobre un cojín, una corona real protegida de manera simbólica por dos mazas. Todo este escenario sirve de platea, donde los actores de la escena desarrollan el acto de jura y proclamación, aquí realizado en uno sólo: don Felipe Bartolomé aparece con su mano derecha sosteniendo una moneda de plata con la efigie del nuevo soberano, tomada de una bandeja del mismo metal y repleta de otras monedas similares, que es sostenida por un individo ataviado con librea azul. Las monedas estaban destinadas a ser repartidas entre los asistentes siguiendo la costumbre. Como dice uno de los documentos: "expendiendo cantidad de plata acuñada, y hasta la bandeja, ó fuente en que se llebó al tablado" (AGN-RC, vol. 192, exp. 109, fols. 273r-273v). A su derecha se encuentra un grupo de tres notables de la Villa de San Miguel, acompañados de un eclesiástico. A su izquierda, el pendón real con las armas de la Corona de Castilla y León, custodiado por dos maceros. Por último, y a ambos lados del estrado, dos fusileros en traje de gala realzan con su presencia toda la escenografía. Esta arquitectura efímera, que sirve de eje de toda la composición, recuerda a la magnífica y elaborada decoración que con motivo de la jura de Carlos IV se hizo en la fachada del ayuntamiento de la ciudad de México. Aquella proyectada por el arquitecto Ignacio Castera y conocida por el grabado que hizo Joaquín Fabregat, según dibujo de F. Reyes.11 Esta era su descripción: Maza (1968: 220) y Morales Folguera (1991: 79-80). En la ciudad de Veracruz también se celebró la subida al trono de Carlos IV, con un carro alegórico y una loa titulada El triunfo de Carlos en el carro de Apolo (Maza, 1968: 223). Acerca de la identificación del soberano con el Sol, pueden verse los documentados trabajos de Mínguez (1995: 59-85; 1996: H5-163, 1999: 231-258; 2001). Alude el autor a esta práctica como la "metáfora solar".

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[...] la portada central, [...] estaba coronada por un magnífico y monumental grupo escultórico de Apolo, como dios sol, conduciendo el carro y llevando en una mano la serpiente pitón, a la que había dado muerte con saetas, y en la otra las riendas. El resplandor dorado, que enmarcaba toda la composición, vendría nuevamente a aludir a Carlos IV, como continuador de la Edad de Oro, iniciada por su padre [...] El frontón estaba repleto de trofeos militares (Morales Folguera, 1991: 81).

Después, y por orden, los documentos pintados nos refieren en sus respectivas leyendas -sostenidas por angelotes-, el orden del cortejo y, de forma sucinta, lo que representa cada uno de sus integrantes, algunos de ellos numerados. Hay que advertir que existe un desfase entre la leyenda y el número asignado a la escena correspondiente. Por ese motivo se ajusta aquí la interpretación a su orden real, indicando entre paréntesis el número, si lo tiene, en los dos documentos pintados. La convención cuando no haya número será "s/n": 1. Carroza donde iba el de la loa -encargado de realizar una composición dramática breve a modo de preludio-, con acompañamiento musical de cuerda y viento (fig. 8.3).12 Es importante indicar que, coronando la carroza, aparece el Arcángel San Miguel -patrón de la villa-, venerado por dos indígenas que aparecen postrados a sus flancos (núm. 3).13 2. El gobernador de españoles y su "República", que entendemos se refiere al corregidor de la villa y al cuerpo de gobierno municipal de los españoles (núm. 4). 3. Los tres Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, a caballo y con largos mantos sostenidos por indígenas (núm. 5). Se tuvo cuidado de caracterizar a Baltasar con el fenotipo que la tradición le asigna (fig. 8.4). Entre Melchor y Gaspar, cuatro individuos portan unas ricas andas que llevan una corona real (fig. 8.5). 4. El "Teponascle", que toca el teponaztli que un compañero le lleva a la espalda (fig. 8.4), acompañado de dos mujeres que danzan al 12. Todos los instrumentos de viento que aparecen en esta pintura pertenecen a la familia de los aerófonos, de la naturaleza de la trompa y la trompeta (Andrés, 2001). 13. Sobre los carros triunfales, puede revisarse el trabajo de Sebastián (1992: 106-117).

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ritmo de la música (núm. 6).14 Recordemos que con la evangelización, los indígenas fueron perdiendo sus melodías tradicionales, "así como los textos de los cantos, porque adoptaron los instrumentos melódicos occidentales y cantaban oraciones o plegarias propias de la Iglesia. Pero las acomodaron a formas rítmicas de su tradición gracias al uso del huehuetl, el teponaztli y diversas percusiones" (Turrent, 2010: 80).15 Andas de Moctezuma (fig. 8.4) con acompañamiento de indígenas que portan un pendón (núm. 7). Aunque la leyenda no dice nada, va acompañado de una mujer indígena, lo cual se deduce por su tipo de vestido (huípil). Tal vez se trate de doña Marina, más conocida como la Malinche.16 Los indígenas del acompañamiento, y otros del conjunto de la escena, van caracterizados como se pintan a los chichimecas en algunas pictografías tardías del género techialoyan: semidesnudos, con un tipo de falda que debía ser de piel, portando arco y carcaj con flechas. El rey Olindes (?) con la Malinche a caballo (fig. 8.4), sujetando las riendas un indígena (núm. 8). Es de resaltar el papel asignado a la Malinche, en el cortejo, al darle un protagonismo compartido con los soberanos prehispánicos. El rey Costical QCoanacoch de Tetzcoco?) con la Malinche a caballo, sujetando las riendas un indígena (s/n). Rey azteca (?) con la Malinche a caballo, sujetando las riendas un indígena (s/n). El Rey Curutema QCuauhtemoc?) con la Malinche a caballo, sujetando las riendas un indígena (s/n). Cupido con sus atributos (el arco y la flecha) a caballo, sujetando las riendas un indígena (s/n) (fig. 8.6). El Rey Tecocon QTecocomoc?) con acompañamiento de indígenas que portan un pendón (s/n).

14. El teponaztli o tcponaxtle, es un tambor de formato horizontal que se tocaba de forma similar al tambor europeo. 15. Sobre la conquista musical de México y ta participación de los indígenas -desde el siglo XVI en adelante— en los actos litúrgicos con la danza y la música, véase también Turrent (1993) y Lastra etaL (2009: 94-114). 16. Acerca de la figura de doña Marina, véase Glanrz (2002: 107-121).

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12. En conjunto son 30 reyes (s/n). 13. Acompañamiento musical a caballo y a pie, compuesto por cuatro tambores y ocho instrumentos aerófonos, de la naturaleza de la trompa, la trompeta y un fagot (fig. 8.7). Uno de ellos va vestido igual que los danzantes señalados con el número 6 en el documento (s/n). El anterior es un cortejo que debió de ser presenciado por los habitantes de la Villa de San Miguel (Mejías Álvarez, 2002: 15; Esteve Barba, 1965: 895-931). Todos debieron de quedar admirados por la riqueza del vestuario de los participantes en tan lucido desfile, donde la nutrida presencia de indígenas remite a las danzas litúrgicas y profanas de la época virreinal, en las que era frecuente su presencia.17 Ello, sin obviar el elevado coste que todo este festejo debió suponer. Pero ése era el objetivo. Una solemnidad donde la arquitectura, la pintura, la escultura y la música se unieran para configurar un acto digno de memoria y lleno de teatralidad barroca. Entrando en algunos detalles, hay que apuntar que en todo el cortejo destaca de forma notable la presencia de un nutrido grupo de reyes, tanto de la antigüedad occidental -los Reyes Magos y emperadores romanos-, como del pasado indígena. Pero según una de las leyendas sitas en la parte superior de ambos dibujos, el conjunto de los reyes caracterizados en la ceremonia ascendió a 30. Esto significa que los dibujos no reproducen todo el cortejo, sino sólo una parte del mismo. En realidad, sólo nueve reyes del total. Refuerzan esta aseveración los documentos trabajados en el anterior apartado, así como el testimonio que el 8 de julio de 1799 hizo un español, vecino de la localidad, por petición del cabildo secular de la misma, apoyando la solicitud de don Felipe Bartolomé. Dice así:

17. Para Tenochtitlan, y a lo largo de buena pane del siglo XVI, hay varias alusiones a fiestas, a veces ordenadas por las autoridades españolas, donde los protagonistas solían ser los indígenas ricamente ataviados, entonando canciones en náhuatl. Véase, por ejemplo, Chimalpahin (Diario, 1998: 49, 61, 77, 91). Otras participaciones fueron las que se dieron en celebraciones de épocas anteriores a la que aquí se analiza, tal como la conocida "Mascarada con motivo de la dedicación del templo de Guadalupe de Querétaro. 1680", celebrada el domingo 12 de mayo de 1680 y narrada por Carlos de Sigüenza y Góngora (Ciarías ele Querétaro, México, 1680). En ella hubo también presencia de individuos caracterizados como soberanos prehispánicos (Romero de Terreros, 1918: 42-48).

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12. En conjunto son 30 reyes (s/n). 13. Acompañamiento musical a caballo y a pie, compuesto por cuatro tambores y ocho instrumentos aerófonos, de la naturaleza de la trompa, la trompeta y un fagot (fig. 8.7). Uno de ellos va vestido igual que los danzantes señalados con el número 6 en el documento (s/n). El anterior es un cortejo que debió de ser presenciado por los habitantes de la Villa de San Miguel (Mejías Álvarez, 2002: 15; Esteve Barba, 1965: 895-931). Todos debieron de quedar admirados por la riqueza del vestuario de los participantes en tan lucido desfile, donde la nutrida presencia de indígenas remite a las danzas litúrgicas y profanas de la época virreinal, en las que era frecuente su presencia.17 Ello, sin obviar el elevado coste que todo este festejo debió suponer. Pero ése era el objetivo. Una solemnidad donde la arquitectura, la pintura, la escultura y la música se unieran para configurar un acto digno de memoria y lleno de teatralidad barroca. Entrando en algunos detalles, hay que apuntar que en todo el cortejo destaca de forma notable la presencia de un nutrido grupo de reyes, tanto de la antigüedad occidental —los Reyes Magos y emperadores romanos—, como del pasado indígena. Pero según una de las leyendas sitas en la parte superior de ambos dibujos, el conjunto de los reyes caracterizados en la ceremonia ascendió a 30. Esto significa que los dibujos no reproducen todo el cortejo, sino sólo una parte del mismo. En realidad, sólo nueve reyes del total. Refuerzan esta aseveración los documentos trabajados en el anterior apartado, así como el testimonio que el 8 de julio de 1799 hizo un español, vecino de la localidad, por petición del cabildo secular de la misma, apoyando la solicitud de don Felipe Bartolomé. Dice así:

17. Para Tenochtitlan, y a lo largo de buena parte del siglo xvi, hay varias alusiones a fiestas, a veces ordenadas por las autoridades españolas, donde los protagonistas solían ser los indígenas ricamente ataviados, entonando canciones en náhuatl. Véase, por ejemplo, Chimalpahin (Diario, 1998: 49, 61, 77, 91). Otras participaciones fueron las que se dieron en celebraciones de épocas anteriores a la que aquí se analiza, tal como la conocida "Mascarada con motivo de la dedicación del templo de Guadalupe de Querétaro. 1680", celebrada el domingo 12 de mayo de 1680 y narrada por Carlos de Sigüenza y Góngora (Glorias de Querétaro, México, 1680). En ella hubo también presencia de individuos caracterizados como soberanos prehispánicos (Romero de Terreros, 1918: 42-48).

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[...] la función con los Reyes que salieron [...] el Español, Yndio y Negro [entendemos se refiere a los Reyes Magos, caracterizados en esta ocasión como representantes de cada uno de los grupos humanos presentes en los Reinos de las Indias] y otros varios, haciendo la representación de los Romanos antiguos, hechando contradansas ensayadas y que también salió en Andas Moctesuma, obstentando su Empleo de Rey con el grandísimo número de Mecos [se refiere al acompañamiento de indígenas chichimecos] que acompañaron vestidos en su propio trage en el paseo, y de ay siguió el Rey Olindes con su malinche, el Rey Costical con su malinche, el Rey Atetas con su malinche, el Rey Curutema con su malinche, y el Rey Tecocon con su malinche, argumentando el primero de los nominados testigos que fueron 30 los Reyes con otras tantas malinches, timbaleros, chirimiteros, clarineros y el de la Bocina que fue vestido de Romano dando voces de viva el Rey (AGI-M, vol. 1462, núm. 204, fols. Ir-lv).

La presencia de los Magos de Oriente, que gozaron de devoción en algunos puntos del virreinato (Otero Rejón, 2000), debió responder a su condición de santos patronos de todas las monarquías cristianas.18 Por su parte, la mención de los soberanos prehispánicos de aquel territorio -Moctezuma (Xocoyotzin), Olindes (?), Costical (¿Coanacoch de Tetzcoco?), el señor azteca, Curutema (¿Cuauhtemoc?), Tecocon (Teco9omoc o Tezozomoc de Azcapotzalco)- forma parte de una selección de los señores más emblemáticos del pasado, que vinculan a Carlos IV con sus predecesores más importantes en el trono del país.19 Un asunto que remite a la traslación del poder soberano mexica a los soberanos hispánicos (la Translatio Impertí), realizada durante la Conquista, y que no sólo fue registrada en las crónicas de la época sino también en el arte pictórico novohispano.20 Se demostraban así, de manera visual, los derechos que tenían al trono novohispano los señores de la 18. Para un interesante análisis de los Magos de Oriente en el arte andino virreinal, véase (Gisbert, 1980: 77-78). La autora explica cómo, para evitar la discriminación religiosa de los indígenas, se recurrió a representar a uno de los Reyes Magos -en concreto al rey Gaspar- como un soberano inca. 19. Es lo que suele suceder en la documentación tardía, como en las llamadas Genealogías de los Mendoza Moctezuma, donde se seleccionó a algunos de los señores aquí presentes: Tezozomoc, Moctezuma Xocoyotzin y Cuauhtemoc con cierto propósito (Oudijk y Castañeda de la Paz, 2010: 98-106). La presencia de soberanos prehispánicos en este tipo de cortejos fue también muy frecuente en el mundo andino (Gisbert, 1980:141-U2). 20. De igual forma sucedió en el ámbito del Virreinato del Perú, donde abundan las pinturas y grabados que representan a los reyes españoles, enlazados de manera simbólica a sus antecesores en el trono del incario. Por no ser prolijos, remitimos al documentado texto de Gisbert (1980: 115-146).

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monarquía hispánica, al ser los huey tlatoque (grandes señores) sus antecesores dinásticos en dicha Corona. Sobre la presencia de emperadores romanos en el cortejo, decir que es un fenómeno que encontramos también en Europa, donde algunos soberanos recurrían a la representación de galerías de emperadores romanos César, Augusto, Vespasiano, Trajano, entre otros- como respaldo simbólico de su figura y sus derechos. Así lo hicieron, por mencionar sólo dos ejemplos representativos, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico; Maximiliano I y su nieto Carlos V (Merino Peral, 2005: 53, 110). En el caso de este último soberano, y con motivo de sus exequias fúnebres, celebradas en el convento de San Francisco de la ciudad de México en 1559, el arquitecto Claudio de Arciniega erigió un colosal cenotafo en su memoria. Se construyó en la capilla de San José de los Naturales del precitado cenobio, y fue descrito de manera brillante por Cervantes de Salazar en su Túmulo imperial de la gran ciudad de México (1560). En él aparecieron representados, entre otros personajes: Moctezuma, Atahualpa, Júpiter, Hernán Cortés, Julio César, Febo, Faetón, Huitzilopochtli, el papa Alejandro VI, Fernando el Católico, la Fama y muchos más (Gruzinski, 2007: 164-165). Del mismo modo pueden rememorarse aquellas series pictóricas americanas, donde sobre un mismo lienzo se plasmó la sucesión de soberanos prehispánicos seguidos de los hispánicos. Como muestra puede citarse el magnífico cuadro conservado en el Museo Osma de Lima, donde aparecen representados los monarcas españoles como herederos de los incas. Al respecto también hay ejemplos escultóricos, como son las representaciones de Moctezuma Xocoyotzin y Atahualpa que decoran la fachada principal del Palacio Real de Madrid, junto a las de otros soberanos peninsulares. Iconografía que refuerza la teoría política entonces vigente de que los soberanos hispánicos eran los legítimos sucesores de los soberanos prehispánicos en el gobierno de aquellos reinos. De la escenografía queda por resaltar la presencia de ecos de la antigüedad clásica, tanto en la figura que aparece pintada en el medallón central del entablamento del estrado, como en la presencia de un cupido ecuestre. Detalles que aluden al frecuente recurso de poner la cultura clásica al servicio de la monarquía:

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[...] [el] culto de la Antigüedad Clásica demostraba que un pasado indiscutiblemente pagano podía poseer un estatuto prestigioso y un valor ejemplar. Cuando era preciso, la pintura oficial se encargaba de recordárselo a las élites indias. En pleno siglo XVI, el cabildo indígena de la ciudad de Tlaxcala se reunía en un salón de gala decorado con una serie de cuadros de motivo histórico: los notables tenían casi cotidianamente ante sus ojos a Colón, Cortés, Pizarro, Carlomagno, pero también a tres héroes de la Antigüedad: Héctor, César y Alejandro. Alegorías de la Fama y de la Memoria recordaban que estos pasados cercanos y lejanos eran uno solo, e invitaban a los indios a vincular con él su propia historia. En la iglesia de Tezcatepec, no era Héctor quien se ofrecía a las miradas de los fieles, sino toda la guerra de Troya (Gruzinski, 2007: 174).

Aunque no hemos podido localizar documentación al respecto, suponemos que todo este aparato festivo debió de ir acompañado de otros agasajos igualmente espléndidos y, tal vez, de algún tipo de escrito laudatorio alusivo a la celebración.21 Esto, con base en los numerosos textos conmemorativos que describían las celebraciones por la jura y proclamación de Carlos IV y que fueron llevados a la imprenta, tanto en la Península como en los territorios indianos." Lo que se pretendía con estos festejos, plenos de simbolismo, era reflejar la fidelidad de la nobleza indiana de origen prehispánico al rey de España y a la fe católica, representada aquí por el cacique don Felipe Bartolomé. Creemos que todo el cuadro simbólico, donde se combina sabiamente elementos propios de la iconografía clásica y cristiana, con los propiamente indígenas, así lo demuestran.23 En uno de los documentos conservados en el AGÍ, el propio don Felipe Bartolomé describía así su aportación:

21. De existir, lo sería en manuscrito, puesto que revisada la producción de la imprenta novohispana del momento, no hemos encontrado ningún impreso que responda a esta temática. 22. A este respecto puede verse una cumplida selección de ellos en Ceremonias solemne... (2007, núm. de catálogo 103 a 107). En relación a las solemnidades realizadas en Madrid, capital de la monarquía en 1789, puede consultarse Bonet Correa (1183a). 23. Barbón (2006: 147-166) describe también las fiestas organizadas en febrero de 1790, en la comunidad de Santiago del Cercado de Lima, Virreinato del Perú, con motivo de la proclamación de Carlos IV.

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Quise satisfacer de algún modo mis deseos no sólo de ostentar la fidelidad de los indios de aquella Villa que gobernaba, sino nuestra particular complacencia y júbilo por el logro de un rey tan benéfico. Al intento apuré mis esmeros. No perdoné trabajo en colectar lo preciso ni gasto de mi bolsillo [...] En efecto, la función -aunque no fue como hubiera querido pero creo no se ha celebrado otra igual-, fue con mucha la magnificencia del carro triunfal que fabriqué y mucho mayor la representación de 30 reyes antiguos con sus respectivos séquitos que la solemnizaron (...) (AGI-M, vol. 1462, fol. Iv).

Pero los exripendios por la jura y proclamación de Carlos IV en la Villa de San Miguel el Grande no se redujeron a los realizados por el cacique. En 1791, el cabildo secular de la villa encargó también al destacado grabador Jerónimo Antonio Gil una medalla conmemorativa de la jura al nuevo monarca, dándose asimismo la circunstancia de que este artista fue el que realizó casi todas las medallas para las juras de Carlos IV en la Nueva España (Romero de Terreros, 1952: 42-43; Rodríguez Moya, 2006: 56-57).

EL ESCUDO DE ARMAS

Son frecuentes las relaciones de méritos y servicios en las que los protagonistas solicitan a la Corona algún tipo de merced como recompensa a los esfuerzos realizados, ya sea en diversas campañas de conquista, ya sea en organizar algún tipo de celebración pública relacionada con la casa real (nacimientos, esponsales, proclamaciones o defunciones). Ahora bien, el origen de estas solicitudes hay que buscarlo en el culto al linaje vigente en el mundo hispánico durante el Antiguo Régimen. Un culto que tenía un doble fin: el de la exención de impuestos y el de gozar de varios privilegios sociales u honoríficos que procuraban el respeto debido a la sangre noble. A modo de ejemplo, y para contextualizar mejor el caso de don Felipe Bartolomé, puede traerse a colación el caso de Francisco Javier Salgado. Un empresario radicado en Filipinas que, en 1762 y con el fin de solicitar merced de título de Castilla, presentó como uno de sus méritos el haber sufragado las exequias que, por el fallecimiento de la reina María Amalia de Sajonia, se hicieron en Filipinas (Mejías Alvarez, 2002: 23). Este personaje había

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promovido, entre otras empresas, la fabricación de añil en pasta. Distinguido en la defensa de Manila durante la ocupación británica, solicitó el título de Marqués de la Fidelidad, que finalmente no le fue concedido (Luque Talaván, 2007: 169-209). A tenor de la documentación hallada, desconocemos la descripción y el diseño preciso de las armerías otorgadas al cacique y su linaje. Por las breves noticias que de ellas se dan, debía de tratarse de un escudo descriptivo, tan típico de la heráldica indiana que su factura debía de servir como signo identificativo del linaje que las recibió. Según sus indicaciones, en el campo de su escudo habrían de dibujarse "las empresas que se figuraban en el mencionado Mapa" (AGN-RC, vol. 192, exp. 109, íbl. 273v). Con el "mapa" se refería al cortejo descrito con anterioridad, pero difícil es de imaginar la inclusión de todos sus elementos, siendo una incógnita lo que se vería obligado a seleccionar. Sin duda, este tipo de blasones es un elemento más que ayuda a comprender a las élites del momento, puesto que dichos emblemas son evidencia tangible de algunas de las actuaciones de sus propietarios o de sus antepasados. Es el caso de don Felipe Bartolomé: una representación gráfica del yo del agraciado, circunstancia que viene a reforzar la idea de que la heráldica es un lenguaje ideográfico, donde cada símbolo remite a una idea o un hecho concreto. En este caso, parte de la representación se refería a las fiestas que organizó en la Villa de San Miguel el Grande con motivo de la jura y proclamación de Carlos IV. Con relación al escudo que aquí comentamos debemos decir que, puesto que la posesión de blasones no implicaba otro privilegio que la facultad de poder exhibirlo públicamente, la Corona se solía mostrar permisiva a la hora de atender de modo favorable estas solicitudes.24 Por ello, es posible que el escudo también se le concediera.

REFLEXIONES FINALES Dice Burke que "toda imagen cuenta una historia" (Burke, 2005: 177). Aun así, y ante el despliege ya descrito que supuso esta representación en la Villa de 24. Y es que hay que recordar que los escudos de armas, salvo rarísimas excepciones, no constituyen prueba de nobleza, pues su posesión no está, ni lo ha estado nunca, circunscrita sólo al estado noble.

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San Miguel el Grande, son más las preguntas que las respuestas que podemos ofrecer: ¿Quién ideó y materializó desde el punto de vista artístico esta representación?, ¿cuál fue el coste real de todo ello?, ¿existen otros ejemplos similares en la misma Villa de San Miguel el Grande de festejos de esta dimensión?, ¿por qué razón se realizaron dos imágenes prácticamente iguales y no se representó el cortejo completo?, ¿acaso se perdió parte de la documentación?, ¿cuáles fueron los emperadores romanos caracterizados?, ¿fue la organización del resto del cortejo similar a la que podemos observar en los dos mapas! A éstas y otras cuestiones trataremos de seguir dando respuesta en próximas investigaciones. Lo que sí podemos afirmar, en primer lugar, es que la ceremonia fue una gran puesta en escena de un sentimiento de fidelidad a la monarquía hispánica y a su soberano, así como una inmejorable ocasión de honrar a ambos. En segundo lugar, que la concesión de la merced de escudo de armas culminaba el ascenso social de don Felipe Bartolomé Ramírez Hernández de la Mota. Un ascenso en el que es más que probable que interviniese todo el linaje a través de una cuidada política matrimonial y el desempeño de destacados empleos, así como a través de la realización de servicios a la Corona, tal y como fue la fiesta analizada a lo largo de las páginas precedentes. Una estrategia muy común en el Antiguo Régimen y que podemos encontrar en otras muchas familias del momento, tanto indígenas como españolas. Un aspecto que se debe tener en cuenta en todo este análisis es que en un mundo tan afecto a los honores, donde el brillo social no venía sólo por lo que uno era sino, fundamentalmente, por el linaje al que se pertenecía, la nobleza indígena comprendió que debía preservar la memoria de sus orígenes para hacerla valer como mérito ante la Corona y pervivir así como grupo social privilegiado. Fenómeno que se observa a todo lo largo y ancho del espacio indiano, aunque en el caso y la época que nos ocupan, muchos de los caciques ya no eran descendientes de los antiguos señores de linaje. Por ello es probable que hicieran este tipo de demostraciones de fidelidad para salir del anonimato al que ya los tenía reducida la sociedad del momento. Lo tardío de la fecha de concesión de las mercedes solicitadas enlaza necesariamente nuestro tema de estudio con los difíciles acontecimientos que viviría el Virreinato de la Nueva España pocos años después. Contrasta así la fidelidad de nuestro personaje y las muestras de júbilo organizadas por la

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subida al trono de Carlos IV, cuando unos años más tarde, el 7 de septiembre de 1810, y en la misma localidad, don Ciríaco García, nuevo gobernador de los indios de San Miguel el Grande, redactó un escrito a favor de los americanos y en contra de la opresión de los españoles (AGN-OP, vol. 30, exp. 1, fol. Ir, en Tanck de Estrada, 1999: 533, n. 4).

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