EL CABALLERO, HOY

Share Embed


Descripción

El caballero, hoy J. L. E. Trento

Buenos Aires, 29 de octubre de 2014. La caballería es una institución típicamente medieval; esto es, cristiana. Si bien caballero etimológicamente se refiere a un militar a caballo, y esto ha existido desde tiempos prehistóricos cuando se doméstico y adiestró al equino, la “institución” es una novedad de la Cristiandad. Se podrán encontrar orígenes romanos, bárbaros y hasta griegos, pero serán sólo aspectos parciales de todo aquello que implicó en la Edad Media ser un “caballero”. Puesto que, ser caballero no era sólo una ocupación militar, ni siquiera una condición social, sino que implicaba un verdadero código de conducta. “Lo caballeresco” llegó hasta nosotros como una nota de distinción, aunque hace siglos que la institución de la caballería ya no existe. Por eso diremos aquí que es posible ser un “caballero” en el mundo actual. La caballería en cuanto a institución aparece hacia fines del siglo XII y principios del XIII. Pero comienza a gestarse durante el llamado renacimiento de Carlomagno, a partir de su coronación como Sacro Emperador en la Navidad del año 800. Los caballeros primitivos eran militares montados que tenían recursos económicos suficientes como para mantener sus armas, escuderos y caballos no sólo en tiempos de guerra, sino también listos y preparados en tiempos de paz. En cuanto militares no debían entonces depender del pago o del mantenimiento del Rey o de los nobles, sino tener sus propios ingresos. Por esta razón es que el oficio del caballero será (muchas veces, aunque no siempre) ocupado por segundones o hijos de nobles. La Iglesia por su parte “bautizará” la institución: la civilizará y la cristianizará. Los caballeros deberán ser los primeros en la defensa de los pobres y humildes, los huérfanos, las doncellas y las viudas, los eclesiásticos y los funcionarios regios. El caballero deberá ser modelo de coraje, honor y servicio. Sus armas tendrán su correspondencia espiritual. La armadura será un símbolo de la de San Pablo. La espada con su mango en cruz. La lanza, recta como la conducta del caballero. El escudo, donde, con el tiempo, dibujará su emblema personal y, más tarde, familiar; para ser reconocido en la batalla, por amigos y enemigos. La Edad Media conformó una sociedad corporativa o estamental, estructurada como la cota de malla del caballero: anillos entrelazados de asociaciones, gremios, artes, colegios, cofradías, hermandades, etc. que sostenían el cuerpo y lo protegían de los ataques externos. No fue raro así que los caballeros se asociasen entre ellos, especialmente a partir de las Cruzadas, cuando éstos debieron permanecer juntos durante años. Estas asociaciones, puestas bajo una advocación o patronazgo, funcionaban con una regla, a la manera de las órdenes religiosas, y mantenían “hospitales” (hospicios, hosterías, etc.). De entre todas ellas, algunas alcanzaron rango de orden o congregación oficial de la Iglesia; serán las llamadas “órdenes militares”: la Pobre Milicia de Cristo (mejor conocida como Orden del Temple o de los Caballeros Templarios), el Hospital de San Juan de Jerusalén (Orden del Hospital o de los Caballeros Hospitalarios, más tarde Caballeros de Malta) y el Hospital de Santa María de los Alemanes (Orden Teutónica o de los Caballeros Teutónicos). Las órdenes militares serán el modelo o, mejor, el arquetipo del caballero

medieval. Aún los caballeros seglares las tomarán de ejemplo en todos o en algún aspecto de su “código” de caballería. Si bien, el Hospital es anterior en el tiempo (1099), el Temple fue la primera en incorporar el talante militar a la manera que luego se extendería en las demás órdenes (1118). San Bernardo de Claraval, patrono de la nueva orden, les dedicó una obra suya: De laude novae militiae ad milites Templi1. Dice Bernardo que el caballero de Cristo combate en dos frentes: el espiritual y el temporal. El primero, contra las tentaciones del cuerpo y del alma, el pecado y los vicios, es el principal y más importante. El segundo, contra la malicia que inunda la tierra, es derivado del anterior. El caballero que muere en este combate santo es verdaderamente un mártir y su muerte lo une de alguna manera al Señor. El caballero que mata en el curso de esta guerra contra el mal, no es un homicida, sino un “malicida”. No comete pecado alguno sino que ejerce el derecho de defensa, no ya de su propia vida, sino de la Cristiandad. Por el contrario, dice San Bernardo, el caballero mundano y frívolo, más interesado en “las joyas” que en la religión, está condenado. Y si mata en duelo, irá a parar al infierno. El caballero cristiano debe ser disciplinado, pobre y casto, como lo fue el Rey de Reyes. Debe tener profunda fe, vigor y valentía, ser humilde y hospitalario, estar al servicio de los más necesitados, como las viudas y los huérfanos, haciéndoles justicia y protegiéndolos. Así pelearon los caballeros cristianos en Tierra Santa, en España, en el Báltico, en los Cárpatos y en el norte de África. Así dejaban sus bienes y familia, marchando durante años a la guerra en lejanos lugares, tras peligrosísimas travesías por mar y tierra. Así se transformaron en modelos para toda la sociedad cristiana, desde los reyes (muchos de los cuales quisieron ser creados caballeros pasando por todas las pruebas requeridas) hasta simples campesinos. Los libros de caballería eran muy populares y las leyendas orales, quizá lo fueran más aún. Incluso, hubo no pocas mujeres caballeros. Pero al mismo tiempo que alcanzaba su máximo desarrollo, vino pronto su corrupción. Fruto de las circunstancias históricas y las nuevas ideologías corruptoras del humanismo renacentista, veremos bandas de caballeros mercenarios, incluso saqueando a la misma Roma. Veremos a otros, caballeros ociosos, entreteniéndose en torneos, justas, duelos y juegos prohibidos por la Iglesia. La misma literatura caballeresca se hará fantástica, “romántica” y, en muchos casos, esotérica. Causando, incluso, la burla de la gente más culta (cf. El Quijote). Pero, aun aparentemente oculto bajo esta maraña de absurdos, el ideal caballeresco salió a flote muchas veces. Lo veremos renacer en Lepanto, en la defensa de Viena, en la conquista de América... El siglo XIX, de la mano del romanticismo, pareció renacer el espíritu de la caballería. El ejemplo más patético —de la valentía sin sentido— fue, quizá, la famosa “carga de la caballería ligera” en la Guerra

1

Hay una versión en castellano del Elogio de la Nueva Milicia Templaria, incluyendo un trabajo de la medievalista francesa Régine Pernoud, de Ediciones Siruela (Madrid, 1994).

de Crimea, a la que Tennyson dedicó una de sus poesías más famosa2. Pero también fue el tiempo del duelismo, como otra cara de la misma moneda. Fue quizá por eso que Newman dedicó un importante texto a la educación del caballero (gentleman)3. Dice el beato cardenal converso que la función de una Universidad católica no es producir católicos (eso lo debería hacer el catecismo), ni instruir técnicos (eso no es una Universidad sino un centro de capacitación laboral), sino crear “caballeros”. El caballero, para Newman, es alguien “culto, delicado, cándido, equitativo, desapasionado, noble y cortés… Es paciente, tolerante y resignado, de acuerdo con sus principios filosóficos. Se somete al dolor cuando es inevitable, a la pérdida cuando es irreparable, a la muerte cuando es su destino… Discierne el fin en cada comienzo.” En 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, mientras se aguardaba una posible invasión alemana de Gran Bretaña y todas las noches se sufrían durísimos bombardeos, el gran teólogo anglicano C. S. Lewis publicó el artículo “La necesidad de la caballería”4. Decía ahí, ‘Lo caballeresco ha tenido en diferentes momentos distintos significados —desde la caballería pesada hasta el dar el asiento a una señora en el tren—. Pero si queremos entender la caballería como un ideal distinto a cualquier otro ideal —si queremos aislar el concepto particular del hombre como debe ser, la especial contribución de la Edad Media a nuestra cultura— no hay nada mejor que podamos hacer que dirigirnos al más grande de todos los caballeros imaginarios de La Muerte de Arturo de Malory5: “Vos fuisteis el hombre más manso”, dice Sir Héctor ante el cuerpo sin vida de Láncelot. “Vos fuisteis el hombre más manso que jamás comió en un salón entre damas; y vos fuisteis el caballero más severo con aquellos enemigos mortales que jamás se atrevió a cruzar lanzas contigo.” ‘Lo importante acerca de este idea es, por supuesta, su doble exigencia sobre la naturaleza humana. El caballero es un hombre de sangre y hierro, un hombre familiarizado con la visión de rostros aplastados y muñones harapientos; él es también un invitado recatado, casi tímido, en los salones, un hombre gentil, modesto y discreto. Él no es un compromiso o término medio entre la ferocidad y la mansedumbre; él es fiero a la enésima potencia y manso a la enésima potencia. Cuando Láncelot escucha que ha sido declarado el mejor caballero del mundo, “lloró como si fuese un niño que ha sido recién golpeado”. ‘Podrías preguntarte, ¿cuál es la relevancia de este ideal en el mundo moderno? Es absolutamente relevante. Puede que sea practicable o no —y la Edad Media falló notablemente en obedecerlo— pero es ciertamente práctico; práctico del mismo modo que el hecho de que los hombres en el desierto deban encontrar agua o perecer. ‘El ideal medieval trajo consigo dos cosas que no tienen una tendencia natural a atraerse entre ellas. Pero las unió por la misma razón. Enseñó humildad y mansedumbre al guerrero porque todos sabían por experiencia cuánto necesitaba frecuentemente esa lección. Demandó valor del hombre urbano y modesto porque todos sabían que muy probablemente fuese un debilucho.

2

Alfred Tennyson, “The Charge of the Light Brigade”, en el diario The Examiner (9/XII/1854). Hay varias versiones en castellano. 3 John Henry Newman, “A Definition of a Gentleman” (1852), en el libro The Idea of a University (1858). Hay una version de La Idea de una Universidad de Ediciones Encuentro (Madrid, 1993). 4 C. S. Lewis, “The Necessity of Chivalry”, en la rev. Time and Tide (VIII/1940), recop. en el libro Present Concerns (1986). 5 Thomas Malory, Le Morte d’Arthur (1485). Hay versión de La Muerte de Arturo de Ediciones Siruela (Madrid, 1999).

‘Al hacerlo, la Edad Media fijó la única esperanza para el mundo. Puede que sea posible o no producir miles de hombres que combinen las dos caras de la personalidad de Láncelot. Pero si no es posible, entonces cualquier conversación acerca de la felicidad o de la dignidad de la sociedad humana es pura palabrería. ‘Si no podemos producir Láncelots, la humanidad caerá en manos no de los dos tipos —aquéllos que pueden encargarse de la sangre y el hierro pero no pueden ser “mansos en los salones” y aquéllos que son “mansos en los salones” pero son inútiles en la batalla— sino de una tercera clase, aquéllos que son tanto brutales en la paz como cobardes en la guerra, que no necesitamos discutir aquí. Cuando esta disociación de las dos mitades de Láncelot ocurra, la historia se convertirá en un asunto horriblemente simple. La historia antigua del Medio Oriente es así. Duros bárbaros que surgen de sus tierras altas y eliminan una civilización. Luego se civilizan ellos mismos y se vuelven débiles. Luego una nueva ola de bárbaros baja para eliminarlos. ‘El ideal encarnizado en Láncelot es “escapismo” en un sentido nunca imaginado por quienes usan la palabra; ofrece la única vía de escape para un mundo dividido entre lobos que no entienden, y ovejas que no pueden defender, las cosas que hacen deseable la vida.’

FINIS

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.